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Perez Galdos, Benito - Misericordia - iberoamericanaliteratura

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<strong>Misericordia</strong> <strong>Benito</strong> Pérez Galdós<br />

necesidad. Sí, sí: ¿cómo se habían de pasar sin doncella? Para desempeñar cargo tan<br />

importante, había elegido ya Obdulia a una muchacha finísima educada en el servicio de<br />

casas grandes, y que se hallaba libre a la sazón, viviendo con la familia del dorador y<br />

adornista de la Empresa fúnebre. Llamábase Daniela, era una preciosidad por la figura,<br />

y un portento de actividad hacendosa. En fin, que Doña Paca, con tal pintura, deseaba<br />

que fuese pronto la doncella fina para recrearse en el servicio que le había de prestar.<br />

Por la noche llegó Hilaria, que se inauguró dando a Doña Francisca un recado de<br />

Juliana, el cual parecía más bien una orden. Decía su prima que no pensara la señora en<br />

hacer más compras, y que cuando notase la falta de alguna cosa necesaria, le avisase a<br />

ella, que sabía como nadie tratar el género, y sacarlo bueno y arreglado. Ítem: que<br />

reservase la señora la mitad lo menos del dinero de la pensión, para ir desempeñando las<br />

infinitas prendas de ropa y objetos diversos que estaban en Peñíscola, dando la<br />

preferencia a las papeletas cuyo vencimiento estuviese al caer, y así en pocos meses<br />

podría recobrar sin fin de cosas de mucha utilidad. Celebró Doña Paca la feliz<br />

advertencia de Juliana, que era la previsión misma, y ofreció seguirla puntualmente, o<br />

más bien obedecerla. Como tenía la cabeza tan mareada, efecto de los inauditos<br />

acontecimientos de aquellos días, de la ausencia de Benina, y ¿por qué no decirlo? del<br />

olor de las flores que embalsamaban la casa, no le había pasado por las mientes el<br />

revisar las resmas de papeletas que en varios cartapacios guardaba como oro en paño.<br />

Pero ya lo haría, sí señora, ya lo haría... y si Juliana quería encargarse de comisión tan<br />

fastidiosa como el desempeñar, mejor que mejor. Contestó la nueva cocinera que lo<br />

mismo servía ella para el caso que su prima, y acto continuo empezó a disponer la cena,<br />

que fue muy del gusto de Doña Paca y de Obdulia.<br />

Al día siguiente se agregó a la familia la doncella; y tan necesarios creían hija y<br />

madre sus servicios, que ambas se maravillaban de haber vivido tanto tiempo sin<br />

echarlos de menos. El éxito de Daniela el primer día fue, pues, tan franco y notorio<br />

como el de Hilaria. Todo lo hacía bien, con arte y presteza, adivinando los gustos y<br />

deseos de las señoras para satisfacerlos al instante. ¡Y qué buenos modos, qué dulce<br />

agrado, qué humildad y ganas de complacer! Diríase que una y otra joven trabajaban<br />

desafiadas y en competencia, apostando a cuál conquistaría más pronto la voluntad de<br />

sus amas. Doña Francisca estaba en sus glorias, y lo único que la afligía era la estrechez<br />

de la habitación, en la cual las cuatro mujeres apenas podían revolverse.<br />

Juliana, la verdad sea dicha, no vio con buenos ojos la entrada de la doncella, que<br />

maldita la falta que hacía; pero por no chocar tan pronto, no dijo nada, reservándose el<br />

propósito de plantarla en la calle cuando se consolidase un poco más el dominio que<br />

había empezado a ejercer. En otras materias aconsejó y llevó a la práctica disposiciones<br />

tan atinadas, que la misma Obdulia hubo de reconocerla como maestra en arte de<br />

gobierno. Ocupábanse además en buscarles casa; pero con tales condiciones de<br />

comodidad, ventilación y baratura la quería, que no era fácil decidirse hasta no revolver<br />

bien todo Madrid. Claro es que Frasquito ya se había ido con viento fresco a su casa de<br />

pupilos (Concepción Jerónima, 37), y tan contento el hombre. No tenía Doña Paca<br />

habitación para él, y aun acomodarle en el pasillo habría sido difícil, por estar lleno de<br />

plantas tropicales y alpestres; además, no era pertinente ni decoroso que un señor<br />

reputado por elegante y algo calavera, viviese en compañía de cuatro mujeres solas, tres<br />

de las cuales eran jóvenes y bonitas. Fiel a la estimación que a Doña Francisca debía, la<br />

visitaba Ponte diariamente mañana y tarde, y un sábado anunció para el siguiente<br />

domingo la excursión al Pardo, en que se proponía reverdecer sus aficiones y<br />

habilidades caballerescas.<br />

¡Con qué placer y curiosidad salieron las cuatro al balcón prestado del vecino para<br />

ver al jinete! Pasó muy gallardo y tieso en un caballote grandísimo, y saludó y dio

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