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Perez Galdos, Benito - Misericordia - iberoamericanaliteratura

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<strong>Misericordia</strong> <strong>Benito</strong> Pérez Galdós<br />

Porque... no era floja pejiguera tener que ir a las platerías a proponer la venta de tantas<br />

perlas, zafiros y diamantes... En fin, que lo trajeran como les diese la gana: no era cosa<br />

de poner reparos, ni exigir muchos perendengues.<br />

Halló a Doña Paca de mal temple, porque se había parecido en la casa, muy de<br />

mañana, un dependiente de la tienda, y habíala insultado con expresiones brutales y<br />

soeces. La pobre señora lloraba y se tiraba de los pelos, suplicando a su fiel amiga que<br />

arase la tierra en busca de los pocos duros que hacían falta, para tirárselos al rostro al<br />

bestia del tendero, y Benina se devanaba los sesos por encontrar la solución del terrible<br />

conflicto.<br />

«Mujer, por piedad, discurre, inventa algo -le decía la señora, hecha un mar de<br />

lágrimas-. Para las ocasiones son los amigos. En circunstancias muy críticas, no hay<br />

más remedio que perder la vergüenza... ¿No se te ocurre, como a mí, que tu D.<br />

Romualdo podría sacarnos del compromiso?».<br />

La criada no contestó. Preparando la comida de su ama, daba vueltas en su mente a<br />

las combinaciones más sutiles. Repetida la proposición por Doña Paca, pareció que<br />

Benina la encontraba razonable. «D. Romualdo... sí, sí. Iré a ver... Pero no respondo,<br />

señora, no respondo. Quizás desconfíen... Una cosa es hacer caridad, y otra prestar<br />

dinero... y no salimos del paso con menos de diez duros... ¿Qué dijo ese bruto de<br />

Gabino? ¿que volvería mañana a darnos otro escándalo?... ¡Canalla, ladrón... que todo<br />

lo vende adúltero!... Pues, sí, es cosa de diez duros, y no sé si D. Romualdo... Por él no<br />

quedaría; pero su hermana es puño en rostro... ¡Diez duros!... Voy a ver... Pero no<br />

extrañe la señora que tarde un poco. Estas cosas... no sabe una cómo tratarlas... Depende<br />

de la cara que pongan; a lo mejor salen con aquello de «vuelva usted...». Me voy, me<br />

voy; ya me entra la desazón... tardaré... pero no tarda quien a casa llega...<br />

-Sobre todo si no trae las manos vacías. Vete, hija, vete, y el Señor te acompañe y<br />

te afine las entendederas. Si yo tuviera tu talento, pronto saldría de estas trapisondas.<br />

Aquí me quedo rezando a todos los santos del cielo para que te inspiren, y a las dos nos<br />

saquen de este Purgatorio. Adiós, hija».<br />

Habiéndose trazado un plan, el único que, en su certero juicio, le ofrecía remotas<br />

probabilidades de éxito, dirigiose Benina a la calle de Mediodía Grande, y a la casa de<br />

dormir propiedad de su amiga Doña Bernarda.<br />

- XXI -<br />

La dueña del establecimiento brillaba por su ausencia. Fue recibida Benina por la<br />

encargada, y por un hombre llamado Prieto, que disfrutaba de toda la confianza de<br />

aquella, y llevaba la contabilidad del alquiler diario de camas. No tuvo la anciana más<br />

remedio que esperar, pues aquel par de congrios carecían de facultades para resolverle<br />

el problema que tan atrozmente la inquietaba. Hablando, hablando, del negocio de<br />

dormir (el año iba muy malo, y cada noche dormía menos gente, y los micos<br />

menudeaban), ocurriole a Benina preguntar por Frasquito Ponte; a lo que respondió<br />

Prieto que la noche anterior se habían visto en el caso de no admitirle porque era deudor<br />

ya de siete camas, y no había dado nada a cuenta.

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