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Pág. 64 / Cu<strong>en</strong>tos<br />
Faúndez<br />
Siempre lo veía tomando la micro <strong>en</strong> la esquina de Vivar con<br />
Serrano a las 6 de la tarde. Cargaba siempre con un rostro<br />
pálido, algo demacrado y exhausto, coronado por una gris<br />
cabellera. Llevaba una mirada extraviada y misteriosa. Nunca<br />
sonreía. Vestía siempre una especie de frac, negro <strong>en</strong> su<br />
totalidad, con zapatos de suela. Despr<strong>en</strong>día un aroma algo raro<br />
desde aquel traje sobr<strong>en</strong>atural. Caminaba parsimoniosam<strong>en</strong>te<br />
hacia la liebre que lo lleva a destino, un destino incierto, tal<br />
como el de las almas de sus cli<strong>en</strong>tes. Se trataba de don Honorato<br />
Faúndez, maquillador de cadáveres de la Funeraria <strong>Iquique</strong>.<br />
Rafael Tolhuys<strong>en</strong>, 18 años, <strong>Iquique</strong>