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<strong>EL</strong> <strong>SIERVO</strong> <strong>DOLIENTE</strong> D<strong>EL</strong> <strong>SEÑOR</strong><br />
P. Steven Scherrer, MM, ThD<br />
Homilía del sábado, 15ª semana del año, 21 de julio de 2012<br />
Miq. 2, 1-5, Sal. 9, Mat. 12, 14-21<br />
“He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi amado, en quien se agrada mi alma;<br />
pondré mi Espíritu sobre él, y a los gentiles anunciará juicio” (Mat. 12, 18).<br />
San Mateo nos dice hoy que Jesús es el siervo doliente del Señor sobre quien<br />
Isaías escribe. El Espíritu del Señor será sobre él, y él anunciará juicio y justicia<br />
a los gentiles —“Pondré mi Espíritu sobre él, y a los gentiles anunciará juicio”<br />
(Mat. 12, 18; Isa. 42, 1)—. La justicia de Dios es también su salvación —“En<br />
gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me<br />
vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia” (Isa. 61, 10)—<br />
. El siervo doliente del Señor será manso y humilde —“No contenderá, ni<br />
voceará, ni nadie oirá en las calles su voz … hasta que saque a victoria el juicio”<br />
(Mat. 12, 19. 20; Isa. 42, 2. 3)—. En él la justicia vencerá, pero de una manera<br />
muy humilde, porque este siervo será conducido a la cruz, para morir<br />
crucificado. De este modo traerá la justicia y la salvación a la tierra. Sacará “a<br />
victoria el juicio” (Mat. 12, 20). El resultado será que “en su nombre esperarán<br />
los gentiles” (Mat. 12, 21).<br />
Así Dios salvará la tierra, por medio del siervo doliente del Señor. En su bajeza<br />
y humildad este siervo levantará la raza humana, y la restaurará delante de Dios<br />
en su esplendor original, que perdimos por nuestro pecado. Además, él vencerá<br />
nuestra muerte por su muerte, y la cambiará en un portal de vida eterna con<br />
Dios en luz y paz celestial. Nuestra muerte es el castigo de Dios por nuestros<br />
pecados (Gen. 2, 17; Rom. 5, 12. 17). En la cruz el siervo doliente del Señor<br />
aceptó nuestro castigo, nuestra muerte —aunque él mismo fue inocente—, y lo<br />
sufrió en vez de nosotros, para librarnos de la muerte eterna por nuestros<br />
pecados.<br />
El siervo doliente del Señor no sólo venció y transformó nuestra muerte de un<br />
castigo eterno por el pecado en un portal de vida eterna en luz y paz celestial<br />
con Dios, sino que también nos justificó por su muerte en la cruz; es decir, nos<br />
hizo justos y resplandecientes a los ojos de Dios. Hizo esto al servir nuestra<br />
sentencia de muerte por nuestros pecados para nosotros. Nuestra sentencia<br />
habiendo sido servida por él, somos librados de toda condenación y declarados<br />
absueltos y exonerados justamente de nuestros pecados, porque nuestra deuda<br />
de castigo ha sido pagada por este siervo doliente del Señor. Así es por todos<br />
los que creen en él. Así es que “a los gentiles anunciará juicio … y en su
nombre esperarán los gentiles” (Mat. 12, 18. 21). Por esta manera humilde el<br />
siervo doliente del Señor sacó “a victoria el juicio (Mat. 12, 20). “Él herido fue<br />
por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz<br />
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53, 5). “El Señor<br />
cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53, 6). “Así que, como por la<br />
transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma<br />
manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida”<br />
(Rom. 5, 18).