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sentido, como los que había empleado con su hijo. Para cualquier otra<br />
persona, las señales de sus manos habrían pasado inadvertidas y sus<br />
murmullos habrían parecido una serie de gruñidos y sílabas repetidas.<br />
Quizá nadie lo habría tomado por lenguaje.<br />
–Es posible que también Jondalar quiera cepillar a Corredor. –De<br />
pronto se le ocurrió una idea inquietante. Cogió de nuevo su amuleto<br />
y trató de ordenar sus pensamientos–. Gran León Cavernario, Jondalar<br />
también es ahora tu <strong>el</strong>egido; tiene en la pierna las cicatrices de tu<br />
marca, igual que yo.<br />
Sus pensamientos volvieron al antiguo lenguaje silencioso que sólo<br />
se formulaba con las manos, <strong>el</strong> adecuado para hablar con <strong>el</strong> mundo espiritual.<br />
–Espíritu d<strong>el</strong> Gran León Cavernario: ese hombre <strong>el</strong>egido no sabe de<br />
totems. No sabe de pruebas, no conoce los rigores de un tótem poderoso,<br />
ni los dones y <strong>el</strong> aprendizaje. Incluso a esta mujer, que sabe, le<br />
han resultado difíciles. Esta mujer ruega al Espíritu d<strong>el</strong> León Cavernario...<br />
suplica que este hombre...<br />
Ayla se interrumpió. No estaba segura de lo que deseaba pedir. No<br />
quería solicitar al Espíritu que no pusiera a prueba a Jondalar, pues de<br />
ese modo perdería los beneficios que tales pruebas siempre brindaban;<br />
ni siquiera pedía que fuera blando con él. Después de que <strong>el</strong>la misma,<br />
tras sufrir tan duros rigores, adquiriera habilidades y comprensiones<br />
inusitadas, había llegado a creer que los beneficios obtenidos guardaban<br />
estrecha r<strong>el</strong>ación con la severidad de la prueba. Ordenó sus ideas<br />
y continuó:<br />
–Esta mujer suplica al Espíritu d<strong>el</strong> Gran León Cavernario que ayude<br />
al hombre <strong>el</strong>egido a conocer <strong>el</strong> valor de su poderoso tótem, a saber que,<br />
por difícil que pueda parecerle, la prueba es necesaria.<br />
Por fin terminó y dejó caer las manos.<br />
–¿Ayla?<br />
Giró en redondo y se encontró con Latie.<br />
–Sí.<br />
–Parecías... ocupada. No quise interrumpirte.<br />
–Ya he terminado.<br />
–A Talut le gustaría que llevaras los caballos. Ya ha dicho a todos<br />
que no deben hacer nada sin tu permiso, que no los asusten ni los pongan<br />
nerviosos... Creo que ha inquietado a más de uno.<br />
–Iré –dijo Ayla y sonrió–. ¿Tú gusta volver caballo?<br />
La cara de Latie se dilató en una amplia sonrisa. Cuando sonreía así<br />
se parecía a Talut.<br />
–¿Puedo? ¿De verdad?<br />
–Tal vez gente no nerviosa cuando ve tú en Whinney. Ven. Aquí<br />
roca. Ayudo tú subir.<br />
Cuando Ayla apareció tras <strong>el</strong> recodo, seguida por una yegua adulta<br />
con la niña sobre <strong>el</strong> lomo y por un potrillo inquieto, todas las conversaciones<br />
se interrumpieron. Los que ya habían visto antes una escena<br />
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