La Fragua de los Tiempos 822 - Universidad Autónoma de Ciudad ...

La Fragua de los Tiempos, domingo 28 de junio de 2009. No. 822.
Namiquipa, tierra de revolucionarios.
Jesús Vargas Valdés.
En el estudio de la historia de la propiedad del norte de México, específicamente en la
del estado de Chihuahua, se presentan algunas variables que se deben tener en cuenta
para comprender mejor este proceso.
A diferencia del centro y sur del país, en el norte la población indígena era muy escasa
en proporción al espacio territorial; este factor permitió a los colonizadores apropiarse
más fácilmente de inmensos territorios aplicando el simple criterio de que el rey, por
derecho divino, era único dueño de todo lo “descubierto”.
Las naciones de los indígenas, únicos propietarios de estas tierras, no dejaron de luchar
y de enfrentarse a los invasores. Desde Topia, Durango, hasta la región del noroeste de
Chihuahua y Nuevo México se sucedieron una y otra vez las rebeliones, pero los
nativos no lograron impedir el avance de los invasores, mucho menos impedir que se
les despojara de las tierras donde siempre habían vivido.
Los inmensos territorios del norte quedaron “sin dueño” y libres para que las
autoridades virreinales, en nombre del rey, otorgaran las concesiones de tierras a jefes
expedicionarios, militares y demás servidores de la corona que se habían distinguido
en las campañas de conquista.
En la segunda mitad del siglo XVI el español Francisco de Ibarra fundó la Nueva
Vizcaya (Chihuahua y Durango), casi inmediatamente surgieron en la región de Indé,
Villa Ocampo, Villa Matamoros las primeras haciendas ganaderas; más adelante se
crearon los dos latifundios más grandes de la época colonial: en la región del Valle de
Zaragoza, extendiéndose hacia Delicias, se creó el mayorazgo de Valerio Cortés del
Rey que acumuló cientos de miles de hectáreas y partiendo del centro del estado hacia
ciudad Juárez se formó el latifundio de Encinillas que rebasó los dos millones de
hectáreas.
La acumulación individual de grandes extensiones territoriales fue una “tradición”
colonial que marcó profundamente la historia de Chihuahua, Coahuila, Durango,
Sonora, etcétera. En estas entidades no se desarrolló la cultura del régimen comunal,
pero tampoco la cultura del respeto a la pequeña propiedad. A las autoridades
españolas no les interesó regularizar la propiedad de los colonos voluntarios, a los que
lucharon contra todo y defendieron las fronteras, pero tampoco hubo el suficiente
interés de parte de las autoridades republicanas, por eso los rancheros quedaron a
expensas de los acaparadores de tierras.
La inestabilidad política de México, las confrontaciones civiles y el recrudecimiento de
las incursiones apaches después de 1830, provocaron, en conjunto, un efecto
devastador, especialmente en el norte del estado donde muchas haciendas fueron
abandonadas, al igual que las pequeñas propiedades de colonos voluntarios. Por eso
fue que a mediados del siglo la tierra no tenía valor, una hacienda de cincuenta mil
hectáreas se podía adquirir por unos cuantos miles de pesos.
Después de 1867 con el triunfo de la república sobre los invasores franceses, llegó la
estabilidad al Gobierno de México, y se iniciaron grandes proyectos de modernización
de la minería, pero sobre todo con la inminencia de la construcción del ferrocarril, el
valor de la propiedad rural se incrementó rápidamente y también la codicia de los

grandes capitalistas mexicanos y extranjeros que querían emular a los Terrazas,
Zuloaga, Creel, Cordero, capitalistas famosos que habían logrado monopolizar el
poder económico y político en el estado.
En ese contexto apareció en la escena chihuahuense un norteamericano a quien se le
hizo fácil apoderarse de las tierras de los habitantes de Namiquipa y de Galeana,
apoyándose en el gobernador del estado y en abogados apátridas y corruptos que
tenían amplia experiencia en manipular las leyes en contra de los intereses del pueblo.
El pueblo de Namiquipa lucha contra Müller.
A principios del año 1871 el norteamericano Enrique Müller hizo llegar al Gobierno
del Estado un escrito por medio del cual argumentaba que él había comprado los
títulos originales, Santa Clara en Galeana y del Carmen y Aranzazú en Namiquipa,
también se amparaba en un documento firmado por José María Iglesias el 22 de marzo
de 1865 en Chihuahua y en base a éste solicitaba un deslinde para verificar cuál era la
propiedad real de Galeana y Namiquipa pretendiendo adjudicarse lo que según él le
correspondía.
El documento de José María Iglesias era la respuesta a una solicitud que habían hecho
los vecinos de Galeana el 17 de febrero anterior, para que de las tierras del ejido se
dejaran libres sólo una parte y las demás se repartieran, es decir, que una parte de la
propiedad comunal pasara al régimen particular.
La solicitud fue aprobada por el presidente Juárez y se les informó a los vecinos de
Galeana que se le girarían instrucciones al gobernador para que se procediera a realizar
el reparto. Los abogados de Müller tomaron unas líneas del documento y las
interpretaron a su conveniencia como si el presidente estuviera modificando el
ordenamiento original de Croix, reduciendo la superficie del poblado, asegurando que
a los de Galeana sólo les pertenecía una superficie formada por un cuadro de cuatro
leguas.
El gobernador del estado, Luis Terrazas, aceptó la solicitud de Müller para que se
llevara a cabo el deslinde en Namiquipa y Galeana, así se lo ordenó al presidente
municipal Mateo Iturralde de Namiquipa, quien sólo se concretó a darse por enterado
pero sin ejecutar el deslinde.
El procedimiento se repitió y de nueva cuenta el presidente municipal de Namiquipa
ignoró las órdenes del gobernador, entonces los abogados instrumentaron la división
de los pobladores de Namiquipa logrando convencer a cuarenta de ellos quienes el 28
de junio de 1871 enviaron un escrito acusando al presidente Mateo Iturralde de ejercer
presión contra ellos y de exigirles dinero para cubrir los gastos judiciales que estaba
provocando la lucha legal contra Müller. Aquel escrito sólo llevaba la firma de
Romualdo Tena.
Así empezó la causa de los vecinos de Namiquipa y Galeana contra un extranjero
acaparador que en todo momento contó con el apoyo de las autoridades del estado y
con los servicios de abogados sin escrúpulos y sin patria. Ahí empezó, pero la lucha
siguió muchos años y a cada paso, los vecinos de Namiquipa y Galeana fueron
tomando conciencia de que la única forma de la justicia se pusiera de su parte era con
un cambio de gobierno, y por eso apoyaron en 1892 la lucha de los tomochitecos, y por
eso ellos estuvieron entre los primeros que tomaron las armas el 20 de noviembre de
1910.

Un homenaje para Mario Arras, el poeta.
El miércoles 24 de junio en la noche, los alumnos del Taller Literario “Pablo Ochoa”
le tributaron un merecido homenaje al Arquitecto Mario Arras, al cumplir 55 años de
trayectoria como escritor y promotor cultural.
El evento se realizó en el Centro Cultural Quinta Gameros y para ellos se formó una
mesa de comentarios con Carlos Montemayor, Bertha Falomir, Rogelio Treviño,
Héctor Jaramillo y Liz Mirel Cázares, en la lectura de poemas. Liliana Pedroza fue
moderadora. También participaron en el homenaje: el quinteto “Kinich Ahau”,
integrado por la flautista Francia Terrazas; el guitarrista Carlos González y Lupino
Caballero; la violoncellista Mirella Pérez y contrabajista Galia Mirscha, bajo la
dirección de Carlos Alfredo González Olvera.
Mario Arras nació en Parral, Chihuahua, parte de sus estudios los realizó en la ciudad
de México donde se relacionó con el medio social de los españoles exiliados por causa
de la guerra civil. Estudió la carrera de arquitecto en el Tecnológico de Monterrey.
Desde muy joven se distinguió como un entusiasta promotor cultural pero su mayor
actividad creativa la desarrolló en Chihuahua, de 1980, a la fecha.
En 1983 fundó el Taller Literario “Pablo Ochoa” donde han abrevado varias
generaciones de poetas y escritores. Luis Carlos García, uno de los integrantes de ese
taller escribió al respecto:
Numerosos jóvenes han asistido a esa capacitación para sumergirse en las profundas
aguas del quehacer literario, explorado la creatividad y desarrollado habilidades
como narradores, poetas, cuentistas o ensayistas. A casi 26 años de lo que quizá
puede considerarse como la mejor obra de don Mario, este taller se ha distinguido
por manejar dinámicas de grupo para el aprendizaje de los diferentes géneros
literarios, y ha sido una muestra tangible de férrea voluntad en la capacitación de las
nuevas generaciones de creadores literarios.
En lo tocante a la trayectoria cultural de don Mario Arras, podría decirse que esa es
apenas la punta del témpano. De entrada, es menester señalar que los estudios de
postgrado de este generoso arquitecto fueron como curador y museógrafo.
En el mismo tenor, y consciente de que se debe predicar con el ejemplo, el mismo
creador del taller se ha caracterizado por su amplio trabajo literario,
especializándose en poesía, ensayo y novela, actividades que lo han llevado a recibir
el reconocimiento como creador emérito dentro del Fondo Estatal para la Cultura y
las Artes "David Alfaro Siqueiros", en el año 2000.
Además, cabe destacar que don Mario pertenece al Seminario de Cultura Mexicana,
Corresponsalía en Chihuahua, habiendo sido presidente de los períodos: 1977-1978;
1983-1986, 1987-1988, 1994-1999; es miembro del Colegio de Arquitectos de
Chihuahua y de la asociación Fomento Cultural de Chihuahua. Y por si esto fuera
poco, ha sido presidente del Consejo Editorial de Gobierno del Estado de
Chihuahua, director del Centro Cultural Chihuahua, director de la Galería
Comermex de la Ciudad de México, asesor cultural de la Dirección General de
Educación y Cultura de Chihuahua, director del Centro de Arte Contemporáneo de
Chihuahua, representante del Instituto Nacional de Bellas Artes en Chihuahua, jefe

de Obras Públicas de Gobierno del Estado y además, catedrático en el Instituto
Superior de Arquitectura y Diseño.
Su legado literario puede leerse en obras como Líneas de sombras, Asido al viento,
Canciones de viento, La misma voz, Paquimé: La cultura de Casas Grandes, Los pequeños
mundos... y otros sueños", Salterio de las horas muertas, Paquimé: Décimas y sonetos y La
señal de Caín, entre otros que, el día que se haga una compilación de escritores
identificados con esta ciudad próxima a celebrar sus primeros trescientos años,
darán testimonio del talento de don Mario Arras, el arquitecto de la cultura.
Dentro de los reconocimientos recibidos a lo largo de su desempeño profesional, se
le otorgó Mención Honorífica en el Concurso Nacional de Cuento 1984 (INBA y
Gobierno de San Luis Potosí); el Premio de Letras “Tomás Valles Vivar” 1986. La
asociación ExAtec le rindió homenaje por sus cuarenta años de escritor en 1994. En
1996 se le rindió un homenaje a Mario Arras en el Festival Cultural de San Felipe el
Real; más el homenaje recibido en el 3er Centenario de Nombre de Dios en 1997; y
para el año 2000 se le otorgó homenaje en el 3er Encuentro de Poetas de Ciudad
Juárez.
Entre las obras literarias de Mario Arras, su alumno Luis Carlos García enlista las
siguientes:
Líneas de sombras, imprenta Aguirre, 1a edición Monterrey, NL, 1954.
Asido al viento, editorial Sierra Madre, Monterrey, 1960.
Asido al viento, editorial Sierra Madre, Monterrey, 1966.
Canciones de viento, editorial Sierra Madre, Monterrey, 1968.
La misma voz, editorial Sierra Madre, Monterrey, 1978.
Olimpia (cuentos).
Paquimé, La cultura de Casas Grandes, Arte, México, 1981.
Los pequeños mundos... y otros sueños, editorial Universidad Autónoma del Estado de
México, Toluca, 1983.
Salterio de las horas muertas, Zacatecas, Praxis, Dosfilos, 1988.
Paquimé: Décimas y sonetos, Colección Flor de Arena, UACH, 1995.
En novela su obra es: La señal de Caín, editorial Azar, Colección Flor de arena, UACH,
1997.
Asilo al tiempo (2002).
Canción y diálogos de amor (2006).
Comentario. A finales de los años ochentas, cuando Mario Arras era director del Teatro
de los Héroes tuve ocasión de participar de algunas actividades que él llevó a cabo y
que influyeron en mi trabajo. Ahora, en el contexto del homenaje que la tributan sus
alumnos del taller “Pablo Ochoa”, quiero recordar y hacer público reconocimiento
porque no he olvidado su generosidad espontánea en aquellos días en que me iniciaba
en el oficio de investigar las historias y escribirlas.

A mediados de 1986 empezaba a escribir la columna de “La Fragua de los Tiempos”
en El Heraldo. Cada fin de semana preparaba un artículo de dos o tres cuartillas
referentes a la historia de Chihuahua. Entre febrero y marzo de 1987 dediqué algunos
artículos a la guerra de Tomóchic. Semanas o meses después me invitó Mario a una
plática en su oficina del teatro y me propuso que hiciera un ensayo sobre este tema, no
recuerdo bien el plazo que él propuso pero yo acepté de inmediato porque era la
primera propuesta que alguien me hacía para escribir un libro, la confianza que me
demostró el arquitecto Arras fue suficiente para que yo pensara en aquel momento que
era capaz de escribir un libro y esa convicción dejó marca, independientemente de que
el proyecto no se llevó a cabo en el tiempo y de la manera que él lo propuso.
Más adelante, Mario Arras organizó en el Centro Cultural de la calle Ocampo y
Aldama, un encuentro literario dedicado al testimonio en la literatura. De nueva
cuenta me invitó para que preparara una intervención.
En aquellos días estaba leyendo las obras de Nellie Campobello, precisamente para la
redacción del libro de Historia mínima. Considerando que Cartucho y Las manos de mamá
son obras testimoniales, le propuse que participaría con ese tema y fue la primera
ocasión en que preparé un trabajo en torno a la obra de Nellie.
Desde entonces y hasta la fecha, la obra de Nellie Campobello ha estado presente en
mis investigaciones y puedo decir que fue Mario Arras quien abrió esta puerta al
mundo fascinante de esta escritora.
Pero lo más importante que deseo dejar anotado, es que Mario Arras fue de las
primeras personas que se fijó en “La Fragua”, cuando los Fierros en la lumbre eran
escasos y cuando a muy pocas personas les interesaba lo que un profesor de
bachillerato andaba escribiendo de Tomóchic, de Praxedis Guerrero, de Ricardo
Flores Magón, de Pascual Orozco y la revolución.