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El Vizconde de Bragelonne. Tomo II. Parte Primera.pdf - Ataun

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Obra reproducida sin responsabilidad editorial<br />

<strong>El</strong> <strong>Vizcon<strong>de</strong></strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>.<br />

<strong>Tomo</strong> <strong>II</strong>. <strong>Parte</strong> <strong>Primera</strong><br />

Alejandro Dumas


Advertencia <strong>de</strong> Luarna Ediciones<br />

Este es un libro <strong>de</strong> dominio público en tanto<br />

que los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> autor, según la legislación<br />

española han caducado.<br />

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a<br />

sus clientes, <strong>de</strong>jando claro que:<br />

1) La edición no está supervisada por<br />

nuestro <strong>de</strong>partamento editorial, <strong>de</strong> forma<br />

que no nos responsabilizamos <strong>de</strong> la<br />

fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l contenido <strong>de</strong>l mismo.<br />

2) Luarna sólo ha adaptado la obra para<br />

que pueda ser fácilmente visible en los<br />

habituales rea<strong>de</strong>rs <strong>de</strong> seis pulgadas.<br />

3) A todos los efectos no <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rarse<br />

como un libro editado por Luarna.<br />

www.luarna.com


I<br />

EL NUEVO GENERAL DE LOS JESUITAS<br />

En tanto que La Valliére y el rey confundían<br />

en su primera <strong>de</strong>claración todas las<br />

penas pasadas, toda la dicha presente y todas<br />

las esperanzas futuras, Fouquet, <strong>de</strong> vuelta a la<br />

habitación que se le había señalado en Palacio,<br />

conversaba con Aramis sobre todo aquello que<br />

precisamente el rey olvidaba.<br />

-Decidme ahora -preguntó Fouquet-, a<br />

qué altura estamos en el asunto <strong>de</strong> Belle-Isle, y<br />

si tenéis noticias <strong>de</strong> allá.<br />

- Señor superinten<strong>de</strong>nte -contestó Aramis-,<br />

todo va por ese lado conforme a nuestro<br />

<strong>de</strong>seo; los gastos han sido pagados y nada se ha<br />

traslucido <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>signios.<br />

-Pero, ¿y la guarnición que el rey quería<br />

poner allí?<br />

-Esta mañana he sabido que llegó hace<br />

quince días.<br />

-¿Y cómo se la ha tratado?


-¡Oh! Muy bien.<br />

-¿Y qué se ha hecho <strong>de</strong> la antigua guarnición?<br />

-Fue trasladada a Sarzeal, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí la<br />

han enviado inmediatamente a Quimper.<br />

-¿Y la nueva guarnición?<br />

-Es nuestra ya.<br />

-¿Estáis seguro <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cís, señor <strong>de</strong><br />

Vannes?<br />

-Absolutamente; y ahora veréis cómo ha<br />

pasado la cosa.<br />

-Ya sabéis que <strong>de</strong> todos los puntos <strong>de</strong><br />

guarnición, Belle-Isle es el peor.<br />

-No lo ignoro, y ya está esto tenido en<br />

cuenta; ni allí hay espacio, ni comunicaciones,<br />

ni mujeres, ni juego; y es una lástima -repuso<br />

Aramis, con una <strong>de</strong> esas sonrisas que sólo á él<br />

eran peculiares- ver el ansia con que los jóvenes<br />

buscan hoy las diversiones y se inclinan hacia<br />

aquel que las paga.<br />

-Pues procuraremos que se diviertan en<br />

Belle-Isle.


-Es que si se divierten por cuenta <strong>de</strong>l<br />

rey, amarán al rey; en cambio, si se aburren por<br />

cuenta <strong>de</strong> Su Majestad y se divierten por cuenta<br />

<strong>de</strong>l señor Fouquet, amarán al señor Fouquet.<br />

-¿Y habéis avisado a mi inten<strong>de</strong>nte para<br />

inmediatamente que llegasen...?<br />

-No; se les ha <strong>de</strong>jado aburrirse a su sabor<br />

durante ocho días; pero al cabo <strong>de</strong> este<br />

tiempo han reclamado, diciendo que los antecesores<br />

suyos divertíanse más que ellos. Contestóseles<br />

entonces que los antiguos oficiales<br />

habían sabido atraerse la amistad <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet, y que éste, teniéndolos por amigos,<br />

procuró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces que no se aburrieran en<br />

sus tierras. Esto les hizo reflexionar. Pero, acto<br />

continuo, añadió el inten<strong>de</strong>nte que, sin prejuzgar<br />

las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l señor Fouquet, conocía lo<br />

suficiente a su amo para saber que se interesaba<br />

por cualquier gentilhombre que estuviese al<br />

servicio <strong>de</strong>l rey, y que, a pesar <strong>de</strong> no conocer<br />

todavía a los nuevos oficiales, haría por ellos<br />

tanto como hiciera por los anteriores.


-Perfectamente. Supongo que a las promesas<br />

habrán seguido los efectos; ya sabéis que<br />

no permito que se prometa nunca en mi nombre<br />

sin cumplir.<br />

-En seguida púsose a disposición <strong>de</strong> los<br />

oficiales nuestros dos corsarios y vuestros caballos,<br />

y se les dio la llave <strong>de</strong> la casa principal, <strong>de</strong><br />

suerte que forman partidas <strong>de</strong> caza, y <strong>de</strong>liciosos<br />

paseos con cuantas mujeres hay en Belle-Isle.<br />

Más las que han podido reclutar en las inmediaciones<br />

y no han temido marearse.<br />

-Y hay buena colección en Sarzeau y<br />

Vannes, ¿no es cierto?<br />

-¡Oh! En toda la costa -respondió tranquilamente<br />

Aramis.<br />

-¿Y para los soldados?<br />

-Para éstos, vino, excelentes víveres y<br />

buena paga.<br />

-Muy bien; <strong>de</strong> modo...<br />

-Que po<strong>de</strong>mos contar con la actual<br />

guarnición, más, si es posible, que con la anterior.


-Bien.<br />

-De lo cual se <strong>de</strong>duce que, si Dios quiere<br />

que nos renueven la guarnición cada dos meses,<br />

al cabo <strong>de</strong> tres años habrá pasado por Belle-<br />

Isle, todo el ejército, y en vez <strong>de</strong> tener un regimiento<br />

a nuestra disposición, tendremos cincuenta<br />

mil hombres.<br />

-Bien suponía yo -dijo Fouquet- que no<br />

había en el mundo un amigo más precioso e<br />

inestimable que vos, señor <strong>de</strong> Herblay; pero<br />

con todas estas cosas -repuso, riendo- nos<br />

hemos olvidado <strong>de</strong> nuestro amigo Du-Vallon.<br />

¿Qué es <strong>de</strong> él? Declaro que en esos tres días que<br />

he pasado en Saint-Mandé todo lo he olvidado.<br />

-¡Oh! Pues yo..., no -replicó Aramis-.<br />

Porthos se encuentra en Saint-Mandé untado en<br />

todas sus articulaciones, atestado <strong>de</strong> alimentos<br />

y con vinos a todo pasto; he dispuesto que le<br />

franqueen él paseo <strong>de</strong>l pequeño parque, paseo<br />

que os habéis reservado para vos solo, y usa <strong>de</strong><br />

él. Ya comienza a po<strong>de</strong>r andar, y ejercita sus<br />

fuerzas doblando olmos jóvenes, o haciendo


saltar añejas encinas, como otro Milón <strong>de</strong> Crotona.<br />

Ahora bien, como no hay . leones en el<br />

parque, es probable que le encontremos entero.<br />

Es todo un intrépido nuestro Porthos.<br />

-Sí; pero, entretanto, va a aburrirse.<br />

-¡Oh! No lo creáis.<br />

-Hará preguntas.<br />

-No, porque no ve a nadie.<br />

-De todos modos, ¿espera alguna cosa?<br />

-Le he dado una esperanza que realizaremos<br />

algún día, y con eso vive satisfecho.<br />

-¿Qué esperanza?<br />

-La <strong>de</strong> ser presentado al rey.<br />

-¡Oh! ¿Y con qué carácter?<br />

-Con el <strong>de</strong> ingeniero <strong>de</strong> Belle-Isle.<br />

-Tenéis razón.<br />

-¿Es cosa que pue<strong>de</strong> hacerse?<br />

-Sí, ciertamente. ¿Y no creéis conveniente<br />

que vuelva a Belle-Isle cuanto antes?<br />

-Lo creo indispensable, y pienso enviarle<br />

lo más pronto posible. Porthos tiene mucha<br />

apariencia, y sólo conocemos su flaco Artag-


nan, Athos y yo. Porthos nunca se ven<strong>de</strong>, pues<br />

está dotado <strong>de</strong> gran dignidad; en presencia <strong>de</strong><br />

los oficiales hará el efecto <strong>de</strong> un paladín <strong>de</strong>l<br />

tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong> las Cruzadas. Es bien seguro que<br />

emborrachará al Estado Mayor sin emborracharse<br />

él, y será para todos objeto digno <strong>de</strong><br />

admiración y simpatía, aparte <strong>de</strong> que, si tuviésemos<br />

que ejecutar alguna or<strong>de</strong>n, Porthos es<br />

una consigna viviente, y tendremos qué pasar<br />

por lo que él diga.<br />

-Pues enviadle.<br />

-Ese es también mi proyecto, pero <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> algunos días, pues habéis <strong>de</strong> saber una<br />

cosa.<br />

-¿Qué?<br />

-Que temo a Artagnan. Ya habréis advertido<br />

que no se encuentra en Fontainebleau, y<br />

Artagnan no es hombre que esté ausente u<br />

ocioso impunemente. Ya que he terminado mis<br />

asuntos, procuraré averiguar en qué se ocupa<br />

Artagnan.


-¿Decís que habéis terminado vuestros<br />

asuntos?<br />

-Sí.<br />

-En tal caso sois feliz, y por mi parte<br />

quisiera <strong>de</strong>cir lo propio.<br />

-Creo que no tengáis que temer.<br />

-¡Hum!<br />

-<strong>El</strong> rey os recibe perfectamente, ¿no es<br />

verdad?<br />

-Sí.<br />

-¿Y Colbert os <strong>de</strong>ja en paz? Casi, casi.<br />

-Así, pues -dijo Aramis-, po<strong>de</strong>mos pensar<br />

en lo que os manifestaba ayer respecto <strong>de</strong> la<br />

pequeña.<br />

-¿Qué pequeña?<br />

-¿Ya la habéis olvidado?<br />

-Sí.<br />

-Respecto <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¡Ah! Tenéis razón.<br />

-¿Os repugna conquistar a esa joven?<br />

-Por un solo motivo.<br />

-¿Por qué?


-Porque ocupa otra mi corazón, y nada<br />

siento absolutamente hacia esa joven.<br />

-¡Oh, oh! -exclamó Aramis-. ¿Decís que<br />

tenéis ocupado el corazón?<br />

-Sí.<br />

-¡Pardiez! ¡Hay que tener cuidado con<br />

eso!<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque sería cosa terrible tener ocupado<br />

el corazón cuando tanto necesitáis <strong>de</strong> la cabeza.<br />

-Es verdad. Pero ya visteis que apenas<br />

me habéis llamado he acudido. Mas, volviendo<br />

a la pequeña. ¿Qué provecho veis en que le<br />

haga la corte?<br />

-Dicen que el rey ha concebido un capricho<br />

por esa pequeña, por lo menos según se<br />

cree.<br />

-Y vos, que todo lo sabéis, ¿tenéis noticias<br />

<strong>de</strong> algo más?<br />

-Sé que el rey ha cambiado casi repentinamente;<br />

que anteayer el rey era todo fuego


por Madame; que hace algunos días se quejó<br />

Monsieur <strong>de</strong> ese fuego a la reina madre; y que<br />

ha habido disgustos matrimoniales y reprimendas<br />

maternales.<br />

-¿Cómo habéis sabido todo eso?<br />

-Lo cierto es que lo sé.<br />

-¿Y qué?<br />

-A consecuencia <strong>de</strong> tales disgustos y<br />

reprimendas, el rey no ha dirigido la palabra ni<br />

ha hecho el menor caso <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />

-¿Y qué más?<br />

-Después, se ha dirigido a la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére. La señorita <strong>de</strong> La Valliére es camarista<br />

<strong>de</strong> Madame. ¿Sabéis lo que, en amor, se<br />

llama una pantalla?<br />

-Lo sé.<br />

-Pues bien: la señorita <strong>de</strong> La Valliére es<br />

la pantalla <strong>de</strong> Madame. Aprovechaos <strong>de</strong> esa<br />

posición; bien que, para vos, esa circunstancia<br />

la creo innecesaria. No obstante, el amor propio<br />

herido hará la conquista más fácil; la pequeña<br />

sabrá el secreto <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> Madame. Ya sabéis


el partido que un hombre inteligente pue<strong>de</strong><br />

sacar <strong>de</strong> un secreto.<br />

-Pero, ¿cómo he <strong>de</strong> abrirme paso hasta<br />

ella?<br />

-¿Eso me preguntáis? -repuso Aramis.<br />

-Sí, pues no tengo tiempo <strong>de</strong> ocuparme<br />

en tal cosa.<br />

-<strong>El</strong>la es pobre, humil<strong>de</strong>, y bastará con<br />

que le creéis una posición. Entonces, ya subyugue<br />

al rey como amante, ya llegue a ser sólo su<br />

confi<strong>de</strong>nte, siempre habréis ganado un nuevo<br />

a<strong>de</strong>pto.<br />

-Esta bien. ¿Y qué hemos <strong>de</strong> hacer en<br />

cuanto a esa pequeña?<br />

-Cuando <strong>de</strong>seáis a una mujer, ¿qué<br />

hacéis, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-Le escribo, hago mil protestas <strong>de</strong> amor<br />

y mis ofrecimientos correspondientes, y firmo:<br />

Fouquet.<br />

-¿Y ninguna ha resistido hasta ahora?<br />

-Sólo una -contestó Fouquet-; pero hace<br />

cuatro días que ha cedido como las otras.


-¿Queréis tomaros la molestia <strong>de</strong> escribir?<br />

-preguntó Aramis a Fouquet, presentándole<br />

una pluma. Fouquet la cogió.<br />

-Dictad -le dijo-; tengo <strong>de</strong> tal modo ocupada<br />

la imaginación en otra parte,. que no acertaría<br />

a trazar dos líneas.<br />

-Vaya, pues -dijo Aramis-; escribid.<br />

Y dictó lo que sigue:<br />

"Señorita: Os he visto, y no os sorpren<strong>de</strong>rá<br />

que os haya encontrado hermosa.<br />

"Pero, faltándoos una posición digna <strong>de</strong> vos,<br />

no podéis hacer otra cosa que vegetar en la Corte.<br />

"<strong>El</strong> amor <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> bien, en el caso <strong>de</strong><br />

que tengáis alguna ambición, podría servir <strong>de</strong> ayuda<br />

a vuestro talento y a vuestras gracias.<br />

"Pongo mi amor a vuestros pies; pero, como<br />

un amor, por humil<strong>de</strong> y pru<strong>de</strong>nte que sea, pue<strong>de</strong><br />

comprometer al objeto <strong>de</strong> su culto, no conviene que<br />

una persona <strong>de</strong> vuestro mérito se arriesgue a quedar<br />

comprometida sin resultado para su porvenir.


"Si os dignáis correspon<strong>de</strong>r a mi cariño, os<br />

probará mi amor su reconocimiento haciéndoos libre<br />

para siempre."<br />

Después <strong>de</strong> escribir Fouquet lo que antece<strong>de</strong>,<br />

miró a Aramis.<br />

-Firmad -dijo éste.<br />

-¿Es cosa necesaria?<br />

-Vuestra firma al pie <strong>de</strong> esa carta vale<br />

un millón; sin duda lo habéis olvidado, mi<br />

amado superinten<strong>de</strong>nte.<br />

Fouquet firmó.<br />

-¿Y por quién vais a remitir esa carta? -<br />

dijo Aramis.<br />

-Por un criado excelente.<br />

-¿Estáis seguro <strong>de</strong> él?<br />

-Es mi correveidile ordinario.<br />

-Perfectamente.<br />

-Por lo <strong>de</strong>más, ¿no es pesado el juego<br />

que llevamos por este lado?<br />

-¿En qué sentido?


-Si es verdad lo que <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> las complacencias<br />

<strong>de</strong> la pequeña por el rey y por Madame,<br />

le dará el rey cuanto dinero <strong>de</strong>see.<br />

-¿Conque el rey tiene dinero? -preguntó<br />

Aramis.<br />

-¡Cáscaras! Preciso es que así sea, cuando<br />

no pi<strong>de</strong>.<br />

-¡Oh! ¡Ya pedirá, estad seguro!<br />

-Hay más aún, y es que yo creía que me<br />

hubiera hablado <strong>de</strong> esas fiestas <strong>de</strong> Vaux.<br />

-¿Y qué?<br />

-Nada ha dicho <strong>de</strong> eso.<br />

-Ya hablará.<br />

-Muy cruel creéis al rey, amigo Herblay.<br />

-Al rey, no.<br />

-Es joven, y, por lo tanto, bueno.<br />

-Es joven, y, por lo tanto, débil o apasionado;<br />

y el señor Colbert tiene en sus villanas<br />

manos su <strong>de</strong>bilidad o sus vicios.<br />

-Ya véis cómo le teméis.<br />

-No lo niego.<br />

-Pues estoy perdido. ¿Por qué?


-Porque mi fuerza con el rey consistía<br />

sólo en el dinero.<br />

-¿Y qué?<br />

-Y estoy arruinado.<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no? ¿Estáis acaso mejor<br />

enterado que yo <strong>de</strong> mis asuntos?<br />

-Quizá.<br />

-¿Y si pi<strong>de</strong> que se celebren las fiestas?<br />

-Las daréis.<br />

-Pero, ¿y dinero?<br />

-¿Os ha faltado acaso alguna vez?<br />

-¡Ah! ¡Si supierais a qué precio me he<br />

procurado el último!<br />

-<strong>El</strong> próximo nada os costará.<br />

-¿Y quién me lo dará?<br />

-Yo.<br />

-¿Vos, seis millones?<br />

-Diez, si fuese necesario.<br />

-En verdad, amigo Herblay -dijo Fouquet-,<br />

vuestra confianza me asusta más aún que<br />

la cólera <strong>de</strong>l rey.


-¡Bah!<br />

-Pero, ¿quién sois?<br />

-Creo que ya me conocéis.<br />

-Tenéis razón; ¿y qué queréis?<br />

-Quiero en el trono <strong>de</strong> Francia un soberano<br />

que dé su entera confianza al señor Fouquet,<br />

y que el señor Fouquet me sea fiel.<br />

-¡Oh! -murmuró Fouquet estrechándole<br />

la mano-. En cuanto a seros fiel, podéis contar<br />

siempre con ello; mas, creedme, señor <strong>de</strong> Herblay,<br />

os hacéis ilusiones.<br />

-¿En qué?<br />

-Jamás me dará el rey su entera confianza.<br />

-No he afirmado que el rey os dé su entera<br />

confianza.<br />

-Pues eso es lo que habéis dicho.<br />

-No he dicho el rey; te dicho un soberano.<br />

-¿Y no es igual?<br />

-No, por cierto, que hay mucha diferencia.


-No os comprendo.<br />

-Ahora me compren<strong>de</strong>réis; supongamos<br />

que ese soberano fuera otra persona que Luis<br />

XIV.<br />

-¿Otra persona?<br />

-Sí, que todo lo <strong>de</strong>ba a vos.<br />

-Imposible.<br />

-Hasta su trono.<br />

-¡Oh! ¡Estáis loco! No hay más hombre<br />

que Luis XIV que pueda ocupar el trono <strong>de</strong><br />

Francia. No veo ni uno solo.<br />

-Pues yo, sí.<br />

-A menos que sea Monsieur -repuso<br />

Fouquet, mirando a Aramis con ansiedad...<br />

- Pero Monsieur...<br />

-No es Monsieur …<br />

-¿Y cómo queréis que un príncipe que<br />

no sea <strong>de</strong> la sangre, que no tenga <strong>de</strong>recho alguno...?<br />

-<strong>El</strong> rey que yo me doy, es <strong>de</strong>cir, el que<br />

os daréis vos mismo, será cuanto tenga que ser,<br />

no os preocupéis.


-Cuidado, señor <strong>de</strong> Herblay, qué me<br />

hacéis estremecer. Aramis sonrió.<br />

-Así como así, ese estremecimiento os<br />

cuesta muy poco -dijo.<br />

-Repito que me asustáis.<br />

Aramis volvió a sonreír.<br />

-¿Y os reís con esa calma? -dijo Fouquet.<br />

-Y cuando llegue el día reiréis vos como<br />

yo; pero, por ahora, <strong>de</strong>bo ser sólo yo el que ría.<br />

-No comprendo.<br />

-Cuando llegue el día, ya me explicaré,<br />

no tengáis miedo. Ni vos sois san Pedro ni yo<br />

Jesús, y, sin embargo, os diré: "Hombre <strong>de</strong> poca<br />

fe, ¿por qué dudas?"<br />

-¡Diantre! Dudo..., dudo porque no veo.<br />

-Es que entonces estáis ciego, y os trataré,<br />

no ya como a San Pedro, sino como a San<br />

Pablo, y os diré: "Llegará día en que se abrirán<br />

tus ojos."<br />

-¡Oh! -murmuró Fouquet-. ¡Cuánto <strong>de</strong>searía<br />

creer!


-¿Y no creéis aún vos, a quien tantas<br />

veces he hecho atravesar el abismo en que os<br />

hubieseis sepultado sin remedio si hubierais<br />

caminado solo; vos, que <strong>de</strong> procurador general<br />

habéis ascendido al cargo <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>l<br />

puesto <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte al <strong>de</strong> primer ministro, y<br />

que <strong>de</strong> primer ministro pasaréis a ser mayordomo<br />

mayor <strong>de</strong> Palacio? Pero, no -añadió con<br />

su habitual sonrisa-; no, no, vos no podéis ver,<br />

y, por consiguiente, tampoco podéis creer eso.<br />

Y Aramis se levantó para ausentarse.<br />

-Una palabra no más -dijo Fouquet-;<br />

nunca habéis hablado así; nunca os habéis mostrado<br />

tan confiado, o mejor dicho, tan temerario.<br />

-Porque para hablar alto es preciso tener<br />

la voz libre.<br />

-¿De modo que vos la tenéis?<br />

-Sí.<br />

-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte.<br />

-Des<strong>de</strong> ayer.


-¡Oh! Señor <strong>de</strong> Herblay, ¡pensad bien lo<br />

que hacéis, pues lleváis la seguridad hasta la<br />

audacia!<br />

-Porque uno pue<strong>de</strong> ser audaz cuando es<br />

po<strong>de</strong>roso.<br />

-¿Y lo sois?<br />

-Os he ofrecido diez millones, y os los<br />

ofrezco <strong>de</strong> nuevo.<br />

Fouquet levantóse turbado.<br />

-Veamos -dijo-; hace poco hablabais <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>rribar reyes y reemplazarlos por otros reyes.<br />

¡Dios me perdone, pero, si no estoy loco, eso es<br />

lo que habéis dicho no hace mucho!<br />

-No estáis loco, y es realmente lo que he<br />

dicho no hace mucho.<br />

-¿Y por qué lo habéis dicho?<br />

-Porque a uno le es dado hablar <strong>de</strong> tronos<br />

<strong>de</strong>rribados y <strong>de</strong> reyes creados, cuando es<br />

superior a los reyes y a los tronos ... <strong>de</strong> este<br />

mundo.<br />

-¡Entonces, sois omnipotente! -exclamó<br />

Fouquet.


-Ya os lo he dicho y os lo repito -<br />

contestó Aramis con ojos encendidos y labio<br />

trémulo.<br />

Fouquet se arrojó sobre su sillón y <strong>de</strong>jó<br />

caer su cabeza entre las manos.<br />

Aramis lo contempló por un instante<br />

como hubiera hecho el ángel <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos<br />

humanos con cualquier sencillo mortal.<br />

-Adiós -le dijo-, estad tranquilo, y enviad<br />

vuestra carta a La Valliére. Mañana sin<br />

falta nos volveremos a ver, ¿no es verdad?<br />

-Sí, mañana -dijo Fouquet moviendo la<br />

cabeza como hombre que vuelve en sí; pero,<br />

¿dón<strong>de</strong> nos veremos?<br />

-En el paseo <strong>de</strong>l rey, si os place.<br />

-Muy bien.<br />

Y los dos se separaron.<br />

<strong>II</strong><br />

LA TEMPESTAD


<strong>El</strong> día siguiente amaneció sombrío y<br />

nebuloso, y como todos co<br />

nocían el paseo dispuesto en el rea¡ programa,<br />

las primeras miradas <strong>de</strong> todos al abrir los ojos<br />

se dirigieron al cielo.<br />

Sobre los árboles flotaba un vapor <strong>de</strong>nso,<br />

ardiente, que apenas tenía fuerza para levantarse<br />

a treinta pies <strong>de</strong>l suelo, bajo los rayos<br />

<strong>de</strong>l sol que sólo podía distinguirse a través <strong>de</strong>l<br />

velo <strong>de</strong> una pesada y espesa nube.<br />

Aquel día no había rocío. Los céspe<strong>de</strong>s<br />

estaban secos, las flores mustias. Los pájaros<br />

cantaban con más reserva que <strong>de</strong> costumbre<br />

entre el ramaje inmóvil, como si estuviera<br />

muerto. No se oían aquellos murmullos extraños,<br />

confusos, llenos <strong>de</strong> vida, que parecen nacer<br />

y existir por influjo <strong>de</strong>l sol, ni aquella respiración<br />

<strong>de</strong> la Naturaleza, que habla sin cesar en<br />

medio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más ruidos: nunca había<br />

sido tan gran<strong>de</strong> el silencio.


Aquella melancolía <strong>de</strong>l cielo hirió los<br />

ojos <strong>de</strong>l rey cuando se asomó a la ventana al<br />

levantarse.<br />

Mas como hallábanse dadas las ór<strong>de</strong>nes<br />

para el paseo, como estaban hechos todos los<br />

preparativos, y como, lo que era aún más perentorio<br />

e importante, contaba Luis con aquel<br />

paseo para respon<strong>de</strong>r a las promesas <strong>de</strong> su<br />

imaginación, y hasta po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir a las necesida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> su corazón, <strong>de</strong>cidió el rey, sin vacilaciones,<br />

que el estado <strong>de</strong>l cielo nada tenía que<br />

ver con todo aquello, que el paseo estaba resuelto,<br />

y que hiciera el tiempo que quisiese, se<br />

llevaría a cabo.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, hay en algunos reinados<br />

terrenales, privilegiados <strong>de</strong>l cielo, horas en que<br />

se creería que la voluntad <strong>de</strong> los soberanos <strong>de</strong><br />

la tierra tiene su influencia sobre la voluntad<br />

divina. Augusto tenía a Virgilio para <strong>de</strong>cirle:<br />

Nocte placet tota re<strong>de</strong>unt spectacula mane. Luis<br />

XIV tenía a Boileau, que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle otra<br />

cosa, y a Dios, que <strong>de</strong>bía mostrarse casi tan


complaciente con él como lo había sido Júpiter<br />

con Augusto. .<br />

Luis oyó misa según costumbre; pero,<br />

hay que <strong>de</strong>cirlo, algo distraído <strong>de</strong> la presencia<br />

<strong>de</strong>l Creador por el recuerdo <strong>de</strong> la criatura. Durante<br />

el oficio divino púsose a calcular más <strong>de</strong><br />

una vez el número <strong>de</strong> minutos, y <strong>de</strong>spués el <strong>de</strong><br />

segundos que le separaba <strong>de</strong>l bienhadado momento<br />

en que Madame se pondría en camino<br />

con sus camaristas.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, excusado es manifestar<br />

que todos en Palacio ignoraban la entrevista<br />

que se había verificado el día anterior entre La<br />

Valliére y el rey. Tal vez Montalais, con su habitual<br />

charlatanería, la hubiera revelado; pero<br />

Montalais se hallaba en esta ocasión contenida<br />

por Malicorne, quien le había cerrado los labios<br />

con -la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l interés común.<br />

Respecto a Luis XIV, se contemplaba tan<br />

dichoso, que había perdonado casi enteramente<br />

a Madame su jugarreta <strong>de</strong> la víspera; y, en efecto,<br />

más motivo tenía para alegrarse que para


entristecerse <strong>de</strong> ello. Sin aquella intriga, no<br />

hubiese recibido la carta <strong>de</strong> La Valliére; sin<br />

aquella carta, no hubiese habido audiencia; y<br />

sin aquella audiencia, habría permanecido el<br />

rey en la in<strong>de</strong>cisión. Había <strong>de</strong>masiada dicha en<br />

su corazón para dar entrada al rencor, al menos<br />

por aquel momento.<br />

Así fue, que, en lugar <strong>de</strong> fruncir el ceño<br />

al ver a su cuñada, se propuso mostrarle más<br />

afabilidad y benevolencia que <strong>de</strong> costumbre.<br />

Era, sin embargo, con una condición:<br />

que estuviese lista muy pronto.<br />

Tales eran las cosas en que pensaba Luis<br />

durante la misa, y que, digámoslo, le hacían<br />

olvidar durante el santo ejercicio aquellas en<br />

que hubiera <strong>de</strong>bido pensar por su carácter <strong>de</strong><br />

soberano cristianísimo y <strong>de</strong> hijo primogénito <strong>de</strong><br />

la Iglesia.<br />

Sin embargo, es Dios tan bondadoso con<br />

los errores juveniles, y todo lo que es amor, aun<br />

cuando no sea <strong>de</strong> los más legítimos, halla tan<br />

fácilmente perdón a sus miradas paternales,


que al salir <strong>de</strong> la misa miró Luis al cielo, y pudo<br />

ver por entre los claros <strong>de</strong> una nube un rincón<br />

<strong>de</strong> ese manto azul que huella el Señor con su<br />

planta.<br />

Volvió a Palacio, y, como el paseo no<br />

<strong>de</strong>bía verificarse hasta las doce, y no eran todavía<br />

más que las diez, se puso a trabajar tenazmente<br />

con Colbert y Lyonne.<br />

Mas, como en algunos intervalos <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scanso fuese Luis <strong>de</strong> la mesa a la ventana, en<br />

atención a que esa ventana daba al pabellón <strong>de</strong><br />

Madame, pudo divisar en el patio al señor Fouquet,<br />

<strong>de</strong> quien hacían sus cortesanos más caso<br />

que nunca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vieran la predilección que<br />

el rey habíale mostrado el día antes, y que venía<br />

por su parte con aire bondadoso y placentero<br />

a hacer la corte al rey.<br />

Instintivamente, al ver a Fouquet, el rey<br />

se volvió hacia Colbert. Colbert parecía estar<br />

contento y mostraba su semblante risueño y<br />

hasta gozoso. Dejóse ver ese gozo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

momento en que, habiendo entrado uno <strong>de</strong> sus


secretarios, le entregó una cartera que puso<br />

Colbert, sin abrirla, en el vasto bolsillo <strong>de</strong> sus<br />

calzas.<br />

Pero como siempre había algo <strong>de</strong> siniestro<br />

en el fondo <strong>de</strong> la satisfacción <strong>de</strong> Colbert,<br />

optó Luis, entre las dos sonrisas, por la <strong>de</strong> Fouquet.<br />

Hizo seña al superinten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que<br />

subiese, y, volviéndose <strong>de</strong>spués hacia Lyonne y<br />

Colbert.<br />

-Terminad -dijo- esos trabajos y ponedlos<br />

sobre mi mesa, que luego los examinaré<br />

<strong>de</strong>spacio.<br />

Y salió.<br />

A la señal <strong>de</strong>l rey, Fouquet se apresuró a<br />

subir. En cuanto a Aramis, que acompañaba al<br />

superinten<strong>de</strong>nte, se había replegado gravemente<br />

entre el grupo <strong>de</strong> cortesanos vulgares,<br />

confundiéndose en él sin ser visto por el rey.<br />

<strong>El</strong> rey y Fouquet encontráronse en lo alto <strong>de</strong> la<br />

escalera.


-Señor -dijo Fouquet al observar la graciosa<br />

acogida que le preparaba Luis-, señor,<br />

hace algunos días que Vuestra Majestad me colma<br />

<strong>de</strong> bonda<strong>de</strong>s. No es un rey joven, sino un<br />

joven dios el que reina en Francia, el dios <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>leites, <strong>de</strong> la felicidad y <strong>de</strong>l amor.<br />

<strong>El</strong> rey se ruborizó. A pesar <strong>de</strong> lo lisonjero<br />

<strong>de</strong>l cumplimiento, no por eso <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> envolver<br />

alguna reticencia.<br />

<strong>El</strong> rey condujo a Fouquet a una salita<br />

que separaba su <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

-¿Sabéis por qué os llamo? -dijo el rey<br />

sentándose al lado <strong>de</strong> la ventana, <strong>de</strong> modo que<br />

no pudiese per<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> lo que pasase en los<br />

jardines, adon<strong>de</strong> daba la segunda entrada <strong>de</strong>l<br />

pabellón <strong>de</strong> Madame.<br />

-No, Majestad; pero estoy persuadido<br />

<strong>de</strong> que será para algo bueno, según me lo indica<br />

la graciosa sonrisa <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¡Ah! ¿Prejuzgáis?<br />

-No, Majestad; miro y veo.<br />

-Entonces, os habéis equivocado.


-¿Yo, Majestad?<br />

-Porque os llamo, por el contrario, a fin<br />

<strong>de</strong> daros una queja.<br />

-¿A mí, Majestad?<br />

-Sí, y <strong>de</strong> las más serias.<br />

-En verdad, Vuestra Majestad me hace<br />

temblar... y no obstante, espero lleno <strong>de</strong> confianza<br />

en su justicia y en su bondad.<br />

-Tengo entendido, señor Fouquet, que<br />

preparáis una gran fiesta en Vaux.<br />

Fouquet sonrió como hace el enfermo al<br />

primer ataque <strong>de</strong> una calentura olvidada que le<br />

vuelve.<br />

-¿Y no me invitáis? -prosiguió el rey.<br />

-Majestad -respondió Fouquet , no me<br />

acordaba ya <strong>de</strong> semejante fiesta, hasta que anoche,<br />

uno <strong>de</strong> mis amigos (y Fouquet acentuó<br />

noblemente esta expresión) quiso hacerme pensar<br />

en ella.<br />

-Pero anoche os vi, y nada me dijisteis,<br />

señor Fouquet.


-¿Cómo podía suponer que Vuestra Majestad<br />

quisiese <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las altas regiones<br />

en que vive, hasta dignarse honrar mi morada<br />

con su real presencia?<br />

-Eso es una excusa, señor Fouquet; nunca<br />

me habéis hablado <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />

-No he hablado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego al rey <strong>de</strong><br />

esta fiesta, primero porque nada había resuelto<br />

aún acerca <strong>de</strong> ella, y luego porque temía una<br />

negativa.<br />

-¿Y qué os hacía temer esa negativa,<br />

señor Fouquet? Mirad, estoy <strong>de</strong>cidido a apuraros<br />

hasta lo último.<br />

-Majestad, el ardiente <strong>de</strong>seo que tenía<br />

<strong>de</strong> ver al rey aceptar mi invitación.<br />

-Pues bien, señor Fouquet, nada más<br />

que enten<strong>de</strong>rnos, ya lo veo. Vos tenéis <strong>de</strong>seos<br />

<strong>de</strong> invitarme a vuestra fiesta, y yo <strong>de</strong> ir a ella;<br />

conque invitadme e iré.<br />

-¡Cómo! ¿Se dignaría aceptar Vuestra<br />

Majestad? -exclamó el superinten<strong>de</strong>nte.


-Creo que hago más que aceptar -dijo el<br />

rey riendo-, puesto que me convido a mí mismo.<br />

-¡Vuestra Majestad me colma <strong>de</strong> honor y<br />

alegría! -exclamó Fouquet-. Y me veo en el caso<br />

<strong>de</strong> tener que repetir lo que el señor <strong>de</strong> la Vieuville<br />

<strong>de</strong>cía a vuestro abuelo Enrique IV: Domine,<br />

non sum dignus.<br />

-Mi contestación a eso es que, si dais<br />

alguna fiesta, invitado o no, asistiré a ella.<br />

-¡Oh! ¡Gracias, gracias, rey mío! -dijo<br />

Fouquet, levantando la cabeza en vista <strong>de</strong> aquel<br />

favor, que a su juicio era su ruina-. Pero, ¿cómo<br />

ha llegado a conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />

-Por el rumor público, señor Fouquet,<br />

que refiere maravillas <strong>de</strong> vos y milagros <strong>de</strong><br />

vuestra casa. ¿No os enorgullece, caballero, que<br />

el rey esté celoso <strong>de</strong> vos?<br />

-Eso, Majestad, me hará el hombre más<br />

dichoso <strong>de</strong>l mundo, puesto que el día en que el


ey esté envidioso <strong>de</strong> Vaux tendré algo digno<br />

que ofrecer a mi rey.<br />

-Pues bien, señor Fouquet, preparad<br />

vuestra fiesta, y abrid las puertas <strong>de</strong> vuestra<br />

morada.<br />

-Y vos, Majestad -dijo Fouquet-, <strong>de</strong>terminad<br />

el día.<br />

-De hoy en un mes.<br />

-¿Vuestra Majestad no tiene otra cosa<br />

que <strong>de</strong>sear?<br />

-Nada, señor superinten<strong>de</strong>nte, sino veros<br />

a mi lado cuanto os sea posible <strong>de</strong> aquí a<br />

entonces.<br />

-Tengo el honor <strong>de</strong> acompañar a Vuestra<br />

Majestad en su paseo.<br />

-Perfectamente; salgo, en efecto, señor<br />

Fouquet, y he aquí las damas que van a la cita.<br />

<strong>El</strong> rey, al <strong>de</strong>cir estas palabras, con todo<br />

el ardor no sólo <strong>de</strong> un joven, sino <strong>de</strong> un enamorado,<br />

retiróse <strong>de</strong> la ventana para tomar los<br />

guantes y el bastón, que le presentaba su ayuda<br />

<strong>de</strong> cámara.


Oíanse fuera las pisadas <strong>de</strong> los caballos<br />

y el rodar <strong>de</strong> los carruajes sobre la arena <strong>de</strong>l<br />

patio.<br />

<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>scendió. Todo el mundo se <strong>de</strong>tuvo<br />

al aparecer en el pórtico. <strong>El</strong> rey se dirigió<br />

<strong>de</strong>recho a la joven reina. - En cuanto a la reina<br />

madre, siempre pa<strong>de</strong>ciendo con la enfermedad<br />

<strong>de</strong> que estaba atacada, no había querido salir.<br />

María Teresa subió a la carroza con Madame,<br />

y preguntó al rey hacia qué lado <strong>de</strong>seaba<br />

se dirigiese el paseo.<br />

<strong>El</strong> rey, que acababa <strong>de</strong> ver a La Valliére,<br />

pálida aún por los acontecimientos <strong>de</strong> la víspera,<br />

subir en una carretela con tres <strong>de</strong> sus compañeras,<br />

respondió a la reina que no tenía preferencia<br />

por ninguno y que .iría satisfecho don<strong>de</strong><br />

se dirigiesen.<br />

La reina mandó entonces que los batidores<br />

se dirigiesen hacia Apremont.<br />

Los batidores marcharon inmediatamente.


<strong>El</strong> rey montó a caballo. Durante algunos<br />

minutos siguió al carruaje <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />

manteniéndose al lado <strong>de</strong> la portezuela.<br />

<strong>El</strong> tiempo se había aclarado, a pesar <strong>de</strong><br />

que una especie <strong>de</strong> velo polvoroso, semejante a<br />

una gasa sucia, se extendía sobre la superficie<br />

<strong>de</strong>l cielo; el sol hacía relucir los átomos micáceos<br />

en el periplo <strong>de</strong> sus rayos.<br />

<strong>El</strong> calor era asfixiante.<br />

Pero, como el rey no parecía fijar su<br />

atención en el estado <strong>de</strong>l cielo, nadie pareció<br />

inquietarse, y el paseo, según la or<strong>de</strong>n dada por<br />

la reina, partió hacia Apremont.<br />

<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> cortesanos iba alegre y ruidoso;<br />

veíase que cada cual tendía a olvidar y á<br />

hacer olvidar a los <strong>de</strong>más las agrias discusiones<br />

<strong>de</strong> la víspera.<br />

Madame, especialmente, estaba lindísima.<br />

En efecto, Madame veía al rey a su estribo,<br />

y como suponía que no estaría allí por la


eina, esperaba que habría vuelto a caer en sus<br />

re<strong>de</strong>s.<br />

Pero, al cabo <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua, o<br />

poco menos, el rey, tras una grandiosa sonrisa,<br />

saludó y volvió grupas, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>sfilar la carroza<br />

<strong>de</strong> la reina, <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong> las primeras<br />

camaristas, luego todas las <strong>de</strong>más sucesivamente,<br />

que, viéndole <strong>de</strong>tenerse, querían <strong>de</strong>tenerse a<br />

su vez. Pero el rey, haciéndoles seña con la mano,<br />

les <strong>de</strong>cía que continuasen su camino.<br />

Cuando pasó la carroza <strong>de</strong> La Valliére,<br />

el rey se le aproximó. Saludó a las damas, y se<br />

disponía a seguir la carroza <strong>de</strong> las camaristas<br />

<strong>de</strong> la reina como había seguida a las <strong>de</strong> Madame,<br />

cuando- la hilera <strong>de</strong> carrozas se paró <strong>de</strong><br />

pronto.<br />

Sin duda, la reina, inquieta por el alejamiento<br />

<strong>de</strong>l rey, acababa <strong>de</strong> dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> consumar<br />

aquella evolución.<br />

Téngase presente que la dirección <strong>de</strong>l<br />

paseo le había sido concedida. <strong>El</strong> rey le


hizo preguntar cuál era su <strong>de</strong>seo al parar los<br />

carruajes.<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> marchar a pie -contestó ella.<br />

Sin duda esperaba que el rey, que seguía<br />

a caballo la carroza <strong>de</strong> las camaristas, no se<br />

atrevería a seguirlas a pie.<br />

Encontrábanse en medio <strong>de</strong>l bosque.<br />

<strong>El</strong> paseo, en efecto, se anunciaba hermoso,<br />

hermoso sobre todo para poetas o amantes.<br />

Tres bellas alamedas largas, umbrosas y<br />

acci<strong>de</strong>ntadas, partían <strong>de</strong> la pequeña encrucijada<br />

en que acababan <strong>de</strong> hacer alto.<br />

Aquellas alamedas, ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> musgo,<br />

festoneadas <strong>de</strong> follaje, teniendo cada una un<br />

pequeño horizonte <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> cielo columbrado<br />

bajo el entrelazamiento <strong>de</strong> los árboles,<br />

presentaban bellísima vista.<br />

En el fondo <strong>de</strong> aquellas alamedas pasaban<br />

y volvían a pasar, con patentes señales <strong>de</strong><br />

temor, los cervatillos perdidos o asustados que,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse parado un instante en mitad<br />

<strong>de</strong>l camino y haber levantado la cabeza,


huían como flechas, entrando nuevamente y <strong>de</strong><br />

un solo salto en lo espeso <strong>de</strong> los bosques, don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>saparecían, mientras que, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />

se distinguía un conejo filósofo, sentado<br />

sobre sus patas traseras, rascándose el hocico<br />

con las <strong>de</strong>lanteras e interrogando al aire para<br />

reconocer si todas aquellas gentes que se<br />

aproximaban y venían a turbar sus meditaciones,<br />

sus comidas y sus amores, no iban seguidas<br />

por algún perro <strong>de</strong> piernas torcidas, o llevaban<br />

alguna escopeta al hombro.<br />

Toda la cabalgata habíase apeado <strong>de</strong> las<br />

carrozas al ver bajar a la reina.<br />

María Teresa tomó el brazo <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />

sus camaristas, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una oblicua mirada<br />

dirigida al rey, quien no pareció advertir<br />

que fuese en manera alguna objeto <strong>de</strong> la atención<br />

<strong>de</strong> la reina, se introdujo en el bosque por la<br />

primera senda que se abrió ante ella.<br />

Dos batidores iban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Su Majestad<br />

con bastones, <strong>de</strong> que se servían para levan-


tar las ramas o apartar las zarzas que podían<br />

embarazar el camino.<br />

Al poner pie en tierra, Madame vio a su<br />

lado al señor <strong>de</strong> Guiche, que se inclinó ante ella<br />

y se puso a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

<strong>El</strong> príncipe, encantado con su baño <strong>de</strong> la<br />

víspera, había <strong>de</strong>clarado que optaba por el río,<br />

y, dando licencia a Guiche, había permanecido<br />

en palacio con el caballero <strong>de</strong> Lorena y Manicamp.<br />

No sentía ya ni sombra <strong>de</strong> celos.<br />

Habíanlo buscado inútilmente entre la<br />

comitiva; pero, como Monsieur era un príncipe<br />

muy personal, y que pocas veces concurría a los<br />

placeres generales, su ausencia había sido un<br />

motivo <strong>de</strong> satisfacción más bien que <strong>de</strong> pesar.<br />

Cada cual había imitado el ejemplo dado<br />

por la reina y por Madame, acomodándose a<br />

su manera según la casualidad o según su gusto.<br />

<strong>El</strong> rey, como hemos dicho, había permanecido<br />

cerca <strong>de</strong> La Valliére, y, apeándose en


el momento en que abrían la portezuela <strong>de</strong> la<br />

carroza, le había ofrecido la mano.<br />

Inmediatamente Montalais y Tonnay-<br />

Charente habíanse alejado, la primera por cálculo,<br />

la segunda por discreción.<br />

Únicamente que había esta diferencia<br />

entre las dos: la una se alejaba con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

ser agradable al rey, y la otra con el <strong>de</strong> serle<br />

<strong>de</strong>sagradable.<br />

Durante la última media hora, el tiempo<br />

también había tomado sus disposiciones: todo<br />

aquel velo, como movido por un viento caluroso,<br />

se había reunido en Occi<strong>de</strong>nte; <strong>de</strong>spués,<br />

rechazado por una corriente contraria, avanzaba<br />

lenta, pausadamente.<br />

Sentíase acercar la tempestad; pero, como<br />

el rey no la veía, nadie se creía con el <strong>de</strong>recho<br />

<strong>de</strong> verla.<br />

Continuó, por tanto, el paseo; algunos<br />

espíritus inquietos levantaban, sin embargo,<br />

alguna que otra vez sus ojos hacia el cielo.


Otros, más tímidos aún, se paseaban sin<br />

apartarse <strong>de</strong> los carruajes, don<strong>de</strong> pensaban ir a<br />

buscar un abrigo, caso <strong>de</strong> tempestad.<br />

Pero la mayor parte <strong>de</strong> la comitiva,<br />

viendo al rey entrar resueltamente en el bosque<br />

con La Valliére, le siguió.<br />

Lo cual, advertido por el rey, tomó la<br />

mano <strong>de</strong> La Valliére y la condujo a una avenida<br />

lateral, don<strong>de</strong> nadie se atrevió a seguirlos.<br />

<strong>II</strong>I<br />

LA LLUVIA<br />

En aquel instante, y en la misma dirección<br />

que acababan <strong>de</strong> tomar el rey y La Valliére,<br />

iban también dos hombres, sin cuidarse poco<br />

ni mucho <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la atmósfera, sólo<br />

que en vez <strong>de</strong> seguir la calle <strong>de</strong> árboles, caminaban<br />

bajo los árboles.<br />

Llevaban inclinada la cabeza, como personas<br />

que piensan en graves negocios. Ninguno


<strong>de</strong> ellos había visto a Guiche ni a Madame, ni al<br />

rey y a La Valliére.<br />

De pronto pasó por el aire algo así como<br />

una llamarada, seguido <strong>de</strong> un rugido sordo y<br />

lejano.<br />

-¡Ah! -exclamó uno <strong>de</strong> ellos levantando<br />

la cabeza-. Ya tenemos encima la tempestad.<br />

¿Volvemos a las carrozas, mi querido Herblay?<br />

Aramis levantó los ojos y examinó la<br />

atmósfera.<br />

-¡Oh! -dijo-. No hay prisa todavía.<br />

Luego, prosiguiendo la conversación en<br />

el punto en que sin duda la había <strong>de</strong>jado:<br />

-¿Conque <strong>de</strong>cís -añadió- que la carta que<br />

escribimos anoche <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar a estas horas<br />

en manos <strong>de</strong> la persona a quien iba dirigida?<br />

-Digo que la tiene ya <strong>de</strong> seguro.<br />

-¿Por quién la habéis remitido?<br />

-Por mi correveidile, como ya tuve el<br />

honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />

-¿Y ha traído contestación?


-No le he vuelto a ver: indudablemente<br />

la pequeña estaría <strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong><br />

Madame, o vistiéndose en el suyo, y le habrá<br />

hecho aguardar. En esto llegó la hora <strong>de</strong> partir<br />

y salimos, por lo cual no he podido saber lo que<br />

habrá ocurrido.<br />

-¿Habéis visto al rey antes <strong>de</strong> marchar?<br />

-Sí.<br />

-¿Y qué tal se ha mostrado.?<br />

-Bondadosísimo.... o infame, según haya<br />

sido veraz o hipócrita.<br />

-¿Y las fiestas?<br />

-Se verificarán <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mes.<br />

-¿Y se ha convidado él mismo?<br />

-Con una tenacidad en que he reconocido<br />

a Colbert.<br />

-Perfectamente.<br />

-¿No os ha <strong>de</strong>svanecido la noche vuestras<br />

ilusiones?<br />

-¿Acerca <strong>de</strong> qué?<br />

-Acerca <strong>de</strong>l auxilio que podéis proporcionarme<br />

en esta ocasión.


-No; he pasado la noche escribiendo, y<br />

ya están las ór<strong>de</strong>nes dadas para ello.<br />

-Tened presente que la fiesta costará<br />

algunos millones.<br />

-Yo contribuiré con seis... Agenciaos dos<br />

o tres, por vuestra parte, para todo evento.<br />

-Sois un hombre admirable, querido<br />

Herblay.<br />

-Pero -preguntó Fouquet con un resto<br />

<strong>de</strong> inquietud-, ¿cómo es que manejando millones<br />

<strong>de</strong> esa manera no disteis <strong>de</strong> vuestro bolsillo<br />

a Baisemeaux los cincuenta mil francos?<br />

-Porque entonces me hallaba tan pobre<br />

como Job.<br />

-¿Y ahora?<br />

-Ahora soy más rico que el rey -dijo<br />

Aramis.<br />

-Estoy contento -dijo Fouquet-, pues me<br />

precio <strong>de</strong> conocer a los hombres y sé que sois<br />

incapaz <strong>de</strong> faltar a vuestra palabra. No quiero<br />

arrancaron vuestro secreto, y así no hablemos<br />

más <strong>de</strong> ello.


En aquel momento oyóse un sordo fragor<br />

que estalló <strong>de</strong> repente en un fuerte trueno.<br />

-¡Oh, oh! -murmuró Fouquet-. ¿Qué os<br />

<strong>de</strong>cía yo?<br />

-Volvamos a las carrozas -dijo Aramis.<br />

-No tendremos tiempo -dijo Fouquet-,<br />

pues comienza a llover con fuerza.<br />

En efecto, como si el cielo se hubiera<br />

abierto, un diluvio <strong>de</strong> gruesas gotas hizo resonar<br />

casi al mismo tiempo la cima <strong>de</strong> los árboles.<br />

-¡Oh! -dijo Aramis-. Aún tenemos tiempo<br />

<strong>de</strong> llegar a los carruajes antes <strong>de</strong> que las<br />

hojas se impregnen <strong>de</strong>. agua.<br />

-Mejor sería -observó Fouquet- retirarnos<br />

a una gruta.<br />

-¿Hay alguna por aquí? -preguntó Aramis.<br />

-Conozco una a pocos pasos <strong>de</strong> aquí -<br />

dijo Fouquet con una sonrisa.<br />

Luego, como quien procura orientarse:<br />

-Sí -añadió-, porque aquí es.


-¡Qué dichoso sois en tener tan buena<br />

memoria! -dijo Aramis sonriéndose a su vez-;<br />

¿pero no teméis que si vuestro cochero no nos<br />

ve regresar, crea que hayamos vuelto por otro<br />

camino y siga los carruajes <strong>de</strong> la corte?<br />

-¡Oh! -dijo Fouquet-. No hay tal peligro;<br />

cuando <strong>de</strong>jo apostados mi cochero y mi carruaje<br />

en un sitio cualquiera, sólo una or<strong>de</strong>n expresa<br />

<strong>de</strong>l rey es capaz <strong>de</strong> hacerlos mover <strong>de</strong> allí; y,<br />

a<strong>de</strong>más, creo que no somos los únicos que nos<br />

hayamos alejado tanto, pues si no me engaño<br />

oigo pasos y ruido <strong>de</strong> voces.<br />

Y al pronunciar estas palabras, se volvió<br />

Fouquet, separando con su bastón un espeso<br />

ramaje que le ocultaba el camino.<br />

Aramis miró por la abertura al mismo<br />

tiempo que Fouquet.<br />

-¡Una mujer! -exclamó Aramis.<br />

-¡Un hombre! dijo Fouquet.<br />

-¡La Valliére!<br />

-¡<strong>El</strong> rey!


-¡Oh, oh! ¿Será que el rey conoce también<br />

vuestra caverna? No me extrañaría, porque<br />

me parece que está en buenas relaciones<br />

con las ninfas <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />

-No importa -replicó Fouquet-; <strong>de</strong> todos<br />

modos, vamos a la gruta; si no la conoce, veremos<br />

lo que hace; y si la conoce, como tiene dos<br />

aberturas, en tanto que entra el rey por una,<br />

saldremos nosotros por la otra.<br />

-¿Está lejos? -preguntó Aramis-. Pues<br />

gotean ya las hojas.<br />

-Vedla aquí.<br />

Fouquet separó algunas ramas, y <strong>de</strong>jó al<br />

<strong>de</strong>scubierto una excavación <strong>de</strong> roca, oculta<br />

completamente con brezos, hiedra y espesa<br />

bellotera. Fouquet mostró el camino. Aramis le<br />

siguió.<br />

En el momento <strong>de</strong> entrar en la gruta,<br />

Aramis se volvió.<br />

-¡Oh! -exclamó éste-. Pues entran en el<br />

bosque y se dirigen hacia este lado.


-Cedámosle entonces el puesto -dijo<br />

Fouquet sonriéndose-.; pero no creo que el rey<br />

conozca esta gruta.<br />

-En efecto -repuso Aramis-; veo que lo<br />

que andan buscando es un árbol más espeso.<br />

No se equivocaba Aramís, pues el rey<br />

miraba a lo alto y no en torno suyo.<br />

Luis llevaba <strong>de</strong>l brazo a La Valliére y le<br />

tenía cogida la mano con la suya.<br />

La Valliére comenzaba a insinuarse en<br />

la hierba húmeda.<br />

Luis miró con mayor atención en <strong>de</strong>rredor<br />

<strong>de</strong> sí, y, viendo una enorme encina <strong>de</strong> espeso<br />

ramaje, llevó a La Valliére bajo aquel árbol.<br />

La pobre muchacha miraba a su alre<strong>de</strong>dor,<br />

y parecía que <strong>de</strong>seaba y temía al mismo<br />

tiempo que la siguiesen.<br />

<strong>El</strong> rey la hizo recostar en el tronco <strong>de</strong>l<br />

árbol, cuya circunferencia, protegida por las<br />

ramas, estaba tan seca como si en aquel momento<br />

no cayese la lluvia a torrentes; él mismo


púsose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un instante, algunas gotas<br />

que filtraron por entre las ramas <strong>de</strong>l árbol le<br />

cayeron al rey en la frente, sin que hiciera éste<br />

el menor caso.<br />

-¡Oh, Majestad!-murmuró La Valliére,<br />

llevando su mano al sombrero <strong>de</strong>l rey.<br />

Mas Luis se inclinó y se negó obstinadamente<br />

a cubrirse la cabeza.<br />

-Esta es la ocasión <strong>de</strong> ofrecer nuestro<br />

sitio -dijo Fouquet a Aramis.<br />

-Esta es la ocasión <strong>de</strong> escuchar y no per<strong>de</strong>r<br />

una palabra <strong>de</strong> lo que se digan -respondió<br />

Aramis al oído do Fouquet.<br />

En efecto, callaron ambos y pudieron<br />

percibir la voz <strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Ay, Dios mío! Señorita -dijo el rey-,<br />

adivino vuestra inquietud; creed que siento <strong>de</strong><br />

corazón haberos aislado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la comitiva,<br />

y, lo que es peor, para traeros a un sitio


don<strong>de</strong> estáis expuesta a la lluvia. Ya os han<br />

caído algunas gotas. ¿Sentís frío?<br />

-No, Majestad.<br />

-Sin embargo, veo que tembláis.<br />

-Majestad, es que temo que se interprete<br />

torcidamente mi ausencia en momentos en que<br />

estarán ya todos reunidos.<br />

-Os propondría que volviésemos a tomar<br />

los carruajes, señorita; pero, mirad y escuchad;<br />

<strong>de</strong>cidme si es posible marchar con un<br />

aguacero como éste.<br />

En efecto, el trueno retumbaba y la lluvia<br />

caía a torrentes.<br />

-A<strong>de</strong>más -prosiguió el rey-, no hay interpretación<br />

posible en perjuicio vuestro. ¿No<br />

estáis con el rey <strong>de</strong> Francia, es <strong>de</strong>cir, con el primer<br />

caballero <strong>de</strong>l reino?<br />

-Ciertamente, Majestad -respondió La<br />

Valliére-, y me hacéis en ello un honor grandísimo;<br />

por eso no es por mí por quien temo las<br />

interpretaciones.<br />

-¿Pues por quién?


-Por vos, Majestad.<br />

-¿Por mí, señorita? -dijo el rey sonriéndose-.<br />

No os comprendo.<br />

-¿Ha olvidado ya Vuestra Majestad lo<br />

que pasó anoche en el cuarto <strong>de</strong> Su Alteza Real?<br />

-¡Oh! Os suplico que olvi<strong>de</strong>mos eso, o<br />

más bien permitidme que sólo lo recuer<strong>de</strong> para<br />

agra<strong>de</strong>ceros una vez más vuestra carta y...<br />

-Majestad -dijo La Valliére-, el agua penetra<br />

hasta aquí, y seguís con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />

-Os suplico que sólo nos ocupemos <strong>de</strong><br />

vos, señorita.<br />

-¡Oh! Yo -dijo sonriendo La Valliére- soy<br />

una provinciana habitauada a correr por las<br />

pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l Loira y por los jardines <strong>de</strong> Blois,<br />

haga el tiempo que quiera. En cuanto a mis<br />

vestidos -añadió, mirando su pobre traje <strong>de</strong><br />

muselina-, bien ve Vuestra Majestad que no<br />

pierdo gran cosa.


-En efecto, señorita; más <strong>de</strong> una vez he<br />

notado que casi todo lo <strong>de</strong>béis a vos misma y<br />

nada a vuestro traje. No sois coqueta, y eso es<br />

para mí una gran cualidad.<br />

-Majestad, no me hagáis mejor <strong>de</strong> lo que<br />

soy, y <strong>de</strong>cid sólo que no puedo ser coqueta.<br />

-¿Por qué?<br />

-Pues -dijo sonriendo La Valliére- porque<br />

no soy rica.<br />

-¡Entonces confesáis que os gustan las<br />

cosas hermosas! -exclamó vivamente el rey.<br />

-Majestad, sólo encuentro hermoso lo<br />

que está al alcance <strong>de</strong> mis faculta<strong>de</strong>s, y todo<br />

cuanto es superior a mí...<br />

-¿Os es indiferente?<br />

-No, lo juzgo extraño, como cosa que me<br />

está prohibida.<br />

-Y yo, señorita -dijo el rey-, advierto que<br />

no estáis en la Corte bajo el pie en que <strong>de</strong>béis<br />

estar. Sin duda no me han hablado lo suficiente<br />

acerca <strong>de</strong> los servicios <strong>de</strong> vuestra familia, y creo


que mi tío ha <strong>de</strong>scuidado <strong>de</strong> un modo poco<br />

conveniente la fortuna <strong>de</strong> vuestra casa.<br />

-¡Oh! ¡No, Majestad! Su Alteza Real, el<br />

señor duque -<strong>de</strong> Orléans, ha sido siempre muy<br />

bondadoso con mi padrastro, el señor <strong>de</strong> Saint-<br />

Remy. Los servicios han sido humil<strong>de</strong>s, y po<strong>de</strong>mos<br />

afirmar que hemos sido recompensados<br />

según sus obras. No todos tienen la fortuna <strong>de</strong><br />

hallar ocasiones en que po<strong>de</strong>r servir a su rey<br />

con brillo. De lo que estoy cierta es <strong>de</strong> que, si se<br />

hubiesen presentado esas ocasiones, habría<br />

tenido mi familia el corazón tan gran<strong>de</strong> como<br />

su <strong>de</strong>seo; pero no hemos tenido esa suerte.<br />

-Pues bien, señorita, a los soberanos toca<br />

enmendar el <strong>de</strong>stino, y me encargo con el mayor<br />

placer <strong>de</strong> reparar inmediatamente, con respecto<br />

a vos, los agravios <strong>de</strong> la fortuna.<br />

-¡No, Majestad, no! -exclamó con viveza<br />

La Valliére-. Os ruego que <strong>de</strong>jéis las cosas en el<br />

estado en que se hallan.<br />

-¡Cómo, señorita! ¿Rehusáis lo que <strong>de</strong>bo,<br />

lo que quiero hacer por vos?


-Todos mis <strong>de</strong>seos están cumplidos,<br />

señor, con habérseme concedido formar parte<br />

<strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> Madame.<br />

-Mas, si rehusáis para vos, aceptad al<br />

menos para los vuestros.<br />

-Majestad, vuestras generosas intenciones<br />

me <strong>de</strong>slumbran y me asustan, pues al<br />

hacer por mi casa lo que vuestra bondad os<br />

impulsa a hacer, Vuestra Majestad nos creará<br />

envidiosos, y a ella enemigos. Dejadme, señor,<br />

en mi medianía; <strong>de</strong>jad a todos los sentimientos<br />

que yo pueda abrigar ¡a grata <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sinterés.<br />

-¡Admirable es vuestro lenguaje, señorita!<br />

-exclamó el rey.<br />

-Tiene razón -murmuró Aramis al oído<br />

<strong>de</strong> Fouquet-, pues es cosa a la que no <strong>de</strong>be estar<br />

habituado.<br />

-Pero -replicó Fouquet-, ¿y si da igual<br />

contestación a mi billete?<br />

-¡Bien! -dijo Aramis-. No prejuzguemos<br />

y esperemos el fin.


-Y luego, querido Herblay -añadió el<br />

superinten<strong>de</strong>nte dando poca fe a los sentimientos<br />

que había manifestado La Valliére-, no pocas<br />

veces es un cálculo muy hábil el echarla <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sinteresado con los reyes.<br />

-Eso es justamente lo que me <strong>de</strong>cía yo a<br />

mí mismo -repuso Aramis -. Escuchemos.<br />

<strong>El</strong> rey se acercó a La Valliére, y, como el<br />

agua filtrase cada vez más a través <strong>de</strong>l ramaje<br />

<strong>de</strong> la encina, sostuvo su sombrero suspenso por<br />

encima <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> la joven.<br />

La joven levantó sus encantadores ojos<br />

azules hacia el sombrero que la resguardaba <strong>de</strong>l<br />

agua, y meneó la cabeza exhalando un suspiro.<br />

-¡Oh Dios mío! -dijo el rey-. ¿Qué triste<br />

pensamiento pue<strong>de</strong> llegar a vuestro corazón,<br />

cuando le formo un escudo con el mío?<br />

-Majestad, voy a <strong>de</strong>círoslo. Ya había<br />

tocado esta cuestión, no fácil <strong>de</strong> discutir por<br />

una joven <strong>de</strong> mi edad; pero Vuestra Majestad<br />

me ha impuesto silencio. Vuestra Majestad no<br />

se pertenece; Vuestra Majestad es casado; todo


sentimiento que alejase a Vuestra Majestad <strong>de</strong><br />

la reina, impulsándole a ocuparse <strong>de</strong> mí, sería<br />

para la reina origen <strong>de</strong> profundo pesar.<br />

<strong>El</strong> rey quiso interrumpir a la joven, pero<br />

ella continuó en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> súplica.<br />

-La reina ama a Vuestra Majestad con<br />

un afecto fácil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, y sigue con ansiedad<br />

cada uno <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />

que le separan <strong>de</strong> ella. Habiendo tenido la<br />

dicha <strong>de</strong> encontrar un marido semejante, pi<strong>de</strong><br />

al Cielo con lágrimas que le conserve la posesión<br />

<strong>de</strong> él, y está celosa <strong>de</strong>l menor movimiento<br />

<strong>de</strong> vuestro corazón.<br />

<strong>El</strong> rey quiso <strong>de</strong> nuevo hablar, pero La<br />

Valliére volvió a interrumpirle.<br />

-¿No será una acción muy culpable -le<br />

dijo- que viendo Vuestra Majestad una ternura<br />

tan intensa y tan noble, diese a la reina motivo<br />

<strong>de</strong> celos? ¡Oh! ¡Perdonadme esta palabra, Majestad!<br />

¡Dios mío! Bien sé que es imposible, o<br />

mejor dicho, que <strong>de</strong>bería ser imposible que la<br />

reina mas gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mundo llegara a tener


celos <strong>de</strong> una pobre muchacha como yo. Pero<br />

esa reina es mujer, y su corazón, lo mismo que<br />

el <strong>de</strong> otra cualquiera, pue<strong>de</strong> dar entrada a sospechas<br />

que los perversos no <strong>de</strong>scuidarían <strong>de</strong><br />

envenenar. ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, señor, no nos<br />

ocupéis <strong>de</strong> mí, pues no lo merezco!<br />

-¡Ay, señorita! -exclamó el rey-. ¡Sin duda<br />

no observáis que al hablar <strong>de</strong> esa manera<br />

cambiáis mi estimación en admiración!<br />

-Majestad, tomáis mis palabras por lo<br />

que no son; me veis mejor <strong>de</strong> lo que soy; me<br />

hacéis más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que Dios me ha hecho.<br />

Gracias por mí, Majestad; porque si no estuviera<br />

cierta <strong>de</strong> que el rey es el hombre más generoso<br />

<strong>de</strong> su reino, creería que quiere burlarse <strong>de</strong><br />

mí.<br />

-¡Oh! ¡Seguramente no creéis semejante<br />

cosa! -exclamó Luis.<br />

-Majestad, me vería precisada a creerlo<br />

si el rey continuara empleando el mismo lenguaje.


-Soy entonces un príncipe bien <strong>de</strong>sgraciado<br />

-dijo el rey con una tristeza en que no<br />

había la menor afectación-; el príncipe más <strong>de</strong>sgraciado<br />

<strong>de</strong> la cristiandad, puesto que no puedo<br />

conseguir que mis palabras merezcan crédito<br />

a la persona que más aprecio en este mundo,<br />

y que me <strong>de</strong>stroza el corazón negándose a creer<br />

en mi amor.<br />

-¡Oh, Majestad! -dijo La Valliére, apartando<br />

dulcemente al rey, que se había acercado<br />

a ella cada vez más-. Me parece que la tempestad<br />

va cediendo, y cesa <strong>de</strong> llover.<br />

Pero, en el momento en que la pobre<br />

niña, por huir <strong>de</strong> su corazón, indudablemente<br />

muy <strong>de</strong> acuerdo con el <strong>de</strong>l rey, pronunciaba<br />

aquellas palabras, se encargaba la tempestad <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>smentirla. Un relámpago azulado iluminó el<br />

bosque <strong>de</strong> un modo fantástico, y un trueno semejante<br />

a una <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> artillería estalló sobre<br />

la cabeza <strong>de</strong> los dos jóvenes, como si la elevación<br />

<strong>de</strong> la encina que los resguardaba hubiese<br />

provocado el trueno.


La joven no pudo contener un grito <strong>de</strong><br />

espanto.<br />

<strong>El</strong> rey la aproximó con una mano a su<br />

corazón, y extendió la otra por encima <strong>de</strong> su<br />

cabeza como para protegerla <strong>de</strong>l rayo.<br />

Hubo un instante <strong>de</strong> silencio, en que aquel<br />

grupo, encantador como todo lo que es joven,<br />

permaneció inmóvil, mientras que Fouquet y<br />

Aramis lo contemplaban, no menos inmóviles<br />

que La Valliére y el rey.<br />

-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -exclamó La<br />

Valliére-. ¿Oís?<br />

Y <strong>de</strong>jó caer la cabeza sobre su hombro.<br />

-Sí -dijo el rey-; ya veis como no cesa la<br />

tempestad.<br />

-Majestad, eso es un aviso. <strong>El</strong> rey sonrió.<br />

-Majestad, es la voz <strong>de</strong> Dios que amenaza.<br />

-Pues bien -repuso el rey-,acepto realmente<br />

ese trueno como un aviso, y hasta como<br />

una amenaza, si <strong>de</strong> aquí a cinco minutos se renueva<br />

con la misma fuerza y con igual violen-


cia; mas si así no suce<strong>de</strong>, permitidme creer que<br />

la tempestad es la tempestad, y no otra cosa.<br />

Y al mismo tiempo levantó el rey la cabeza<br />

como para examinar el cielo.<br />

Pero, como si el cielo fuese cómplice <strong>de</strong><br />

Luis, durante los cinco minutos <strong>de</strong> silencio que<br />

siguieron a la explosión que tanto había atemorizado<br />

a los dos amantes, no se <strong>de</strong>jó oír el menor<br />

ruido, y, cuando se repitió el trueno fue ya<br />

alejándose <strong>de</strong> una manera visible, como si en<br />

aquellos cinco minutos la 'tempestad, puesta en<br />

fuga, hubiera recorrido diez leguas, azotada<br />

por las alas <strong>de</strong>l viento.<br />

-Y ahora, Luisa -dijo el rey por lo bajo-,<br />

¿me amenazaréis aún con la cólera celeste? Ya<br />

que habéis querido hacer <strong>de</strong>l rayo un presentimiento,<br />

¿dudaréis todavía que al menos no<br />

es un presentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia?<br />

La Valliére levantó la cabeza: en aquel<br />

intervalo el agua había filtrado la bóveda <strong>de</strong><br />

ramaje y le corría al rey por el rostro.


-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -dijo La Valliére<br />

con acento <strong>de</strong> temor irresistible, que conmovió<br />

al rey hasta el extremo-. ¡Y por mí permanece<br />

el rey <strong>de</strong>scubierto <strong>de</strong> ese modo y expuesto<br />

a la lluvia! . . . ¿Pues quién soy yo?<br />

-Bien lo veis -dijo Luis-; sois la divinidad<br />

que hace huir la tempestad; la diosa que<br />

vuelve a traernos el buen tiempo.<br />

En efecto, un rayo <strong>de</strong> sol pasaba a la<br />

sazón a través <strong>de</strong>l bosque, haciendo caer como<br />

otros tantos diamantes las gotas <strong>de</strong> agua, que<br />

rodaban sobre las hojas o caían verticalmente<br />

por los intersticios <strong>de</strong>l ramaje.<br />

-Majestad -dijo la joven casi vencida,<br />

pero haciendo un último esfuerzo-; reflexionad<br />

en los sinsabores que vais a tener que sufrir por<br />

mi causa. En este momento. ¡Dios santo!, os<br />

andarán buscando por todas partes. La reina<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar alarmada, y Madame... ¡oh, Madame!<br />

-exclamó la joven con un sentimiento<br />

que se asemejaba al espanto.


Este nombre produjo algún efecto en el<br />

rey, el cual se estremeció y soltó a La Valliére, a<br />

quien había tenido abrazada hasta entonces.<br />

Después se a<strong>de</strong>lantó hacia el paseo para<br />

mirar, y volvió casi con ceño adon<strong>de</strong> estaba La<br />

Valliére.<br />

-¿Madame habéis dicho? -dijo el rey.<br />

-Sí, Madame... Madame, que está celosa<br />

también -repuso La Valliére con acento profundo.<br />

Y sus ojos, tan tímidos, tan castamente<br />

fugitivos, atreviéronse por un momento a interrogar<br />

los ojos <strong>de</strong>l rey.<br />

-Pero -replicó Luis haciendo un esfuerzo<br />

sobre sí mismo- me parece que Madame no<br />

tiene por qué estar celosa <strong>de</strong> mí; Madame no<br />

tiene <strong>de</strong>recho alguno . . .<br />

-¡Ay! -exclamó La Valliére.<br />

-¡Señorita! -dijo el rey con acento casi <strong>de</strong><br />

reconvención-. ¿Seríais vos también <strong>de</strong> las que<br />

piensan que la hermana tiene <strong>de</strong>recho a estar<br />

celosa <strong>de</strong>l hermano?


-No me correspon<strong>de</strong> penetrar los secretos<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¡Oh! También lo creéis como los <strong>de</strong>más<br />

-exclamó el rey.<br />

-Creo que Madame está celosa, sí, señor<br />

-respondió firmemente La Valliére.<br />

-¡Dios mío! -exclamó el rey con inquietud-.<br />

¿Lo habéis echado <strong>de</strong> ver acaso en su modo<br />

<strong>de</strong> portarse con vos? ¿Os ha hecho algo que<br />

podáis atribuir a semejantes celos?<br />

-¡De ningún modo, Majestad! ¡Soy yo<br />

tan poca cosa!<br />

-¡Oh! Es que si así fuese... -exclamó Luis<br />

con singular energía.<br />

-Majestad -interrumpió La Valliére-, ya<br />

no llueve, y creo que alguien se acerca.<br />

Y, olvidando toda etiqueta, se apoyó en<br />

el brazo <strong>de</strong>l rey.<br />

-Bien, señorita -replicó Luis-; <strong>de</strong>jemos<br />

que vengan. ¿Quién osaría llevar a mal que<br />

haya hecho compañía a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?


-¡Por favor, Majestad! Van a extrañar<br />

que os hayáis mojado <strong>de</strong> ese modo, que os<br />

hayáis sacrificado por mí.<br />

-No he hecho más que cumplir con mi<br />

<strong>de</strong>ber <strong>de</strong> caballero -contestó el rey-; y ¡ay <strong>de</strong><br />

aquel que no cumpla con el suyo y critique la<br />

conducta <strong>de</strong> su rey!<br />

En efecto, en aquel momento veíanse<br />

asomar por el paseo algunas cabezas, solícitas,<br />

curiosas, como si buscaran algo, y que, habiendo<br />

divisado al rey y a la joven, parecieron<br />

haber hallado lo que buscaban.<br />

Eran los enviados <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />

los cuales se quitaron el sombrero en<br />

señal <strong>de</strong> haber visto a Su Majestad.<br />

Pero Luis, a pesar <strong>de</strong> la confusión <strong>de</strong> La<br />

Valliére, no <strong>de</strong>jó por eso su actitud respetuosa y<br />

tierna.<br />

En seguida, <strong>de</strong>spués que todos los cortesanos<br />

estuvieron reunidos en la avenida,<br />

cuando todo el mundo pudo ver la muestra <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>ferencia que había dado a la joven permane-


ciendo <strong>de</strong> pie y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> ella durante la tempestad, le ofreció el<br />

brazo, la llevó hacia el grupo que esperaba,<br />

respondió con la cabeza a los saludos que cada<br />

cual le hacía, y, sin <strong>de</strong>jar el sombrero <strong>de</strong> la mano,<br />

la condujo hasta su carroza.<br />

Y, como la lluvia continuara todavía, último<br />

adiós <strong>de</strong> la tempestad que se alejaba, las <strong>de</strong>más<br />

damas, que por respeto no habían subido a su<br />

carruaje antes que -el rey, recibían sin capa ni<br />

capotillo aquella lluvia <strong>de</strong> la que el rey resguardaba<br />

con su sombrero, en lo que era posible,<br />

a la más humil<strong>de</strong> <strong>de</strong> entre ellas.<br />

La reina y Madame <strong>de</strong>bieron ver, como<br />

las otras, aquella exagerada cortesanía <strong>de</strong>l rey;<br />

Madame perdió la continencia hasta el punto<br />

<strong>de</strong> dar con el codo a la joven reina, diciéndole:<br />

-¡Pero mirad, mirad!<br />

La reina cerró los ojos como si hubiese<br />

sentido un vértigo; se llevó la mano al rostro, y<br />

subió a la carroza.


Madame subió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. <strong>El</strong> rey<br />

montó a caballo, y, sin inclinarse con preferencia<br />

a ninguna portezuela, volvió a Fontainebleau,<br />

con las riendas sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo,<br />

pensativo y todo absorto.<br />

Cuando la multitud estuvo alejada,<br />

cuando oyeron que iba extinguiéndose el ruido<br />

<strong>de</strong> caballos y carruajes, cuando se hubieron asegurado<br />

<strong>de</strong> que nadie podía verlos, Aramis y<br />

Fouquet salieron <strong>de</strong> su gruta.<br />

Luego, en silencio, pasaron a la avenida.<br />

Aramis echó una mirada, no sólo en<br />

toda la extensión, que tenía <strong>de</strong>trás y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

sí, sino en la espesura <strong>de</strong>l bosque.<br />

-Señor Fouquet -dijo, cuando se hubo<br />

asegurado <strong>de</strong> que todo estaba solitario-, es preciso<br />

a toda costa hacernos con la carta que habéis<br />

escrito a La Valliére.<br />

-Será cosa fácil -repuso Fouquet- si mi<br />

sirviente no la ha entregado.<br />

-Es preciso; en cualquier caso, que sea<br />

cosa posible, ¿entendéis?


-Sí; el rey ama a esa joven; ¿no es cierto?<br />

-Mucho; y lo peor es que ella ama al rey<br />

con pasión.<br />

-Lo cual quiere <strong>de</strong>cir que mudamos <strong>de</strong><br />

táctica, ¿no es verdad?<br />

-Sin duda alguna; no tenéis tiempo que<br />

per<strong>de</strong>r. Es preciso que veáis a La Valliére, y<br />

que, sin pensar más en haceros amante suyo, lo<br />

que es imposible, os <strong>de</strong>claréis su más celoso<br />

amigo y su más humil<strong>de</strong> servidor.<br />

-Así lo haré -contestó Fouquet-, y sin<br />

repugnancia; esa muchacha me parece plena <strong>de</strong><br />

corazón.<br />

-O <strong>de</strong> astucia -lijo Aramis-; pero, en ese<br />

caso, razón <strong>de</strong> más. Y añadió, tras una breve<br />

pausa: -O mucho me engaño, o esa jovencita<br />

será la gran pasión <strong>de</strong>l rey. Subamos al carruaje,<br />

y a galope tendido a Palacio.<br />

IV<br />

TOBIAS


Dos horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber partido el<br />

carruaje <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

Aramis, conduciendo a ambos hacia Fontainebleau<br />

con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las nubes que corrían<br />

en el cielo bajo el último soplo <strong>de</strong> la tempestad,<br />

estaba La Valliére en su cuarto con un sencillo<br />

peinador <strong>de</strong> muselina, terminando su almuerzo<br />

junto a una mesita <strong>de</strong> mármol.<br />

De pronto se abrió la puerta y entró un<br />

ayuda <strong>de</strong> cámara a avisar que el señor Fouquet<br />

pedía permiso para ofrecerle sus respetos.<br />

La Valliére se hizo repetir dos veces el<br />

recado; la pobre niña no conocía al señor Fouquet<br />

más que <strong>de</strong> nombre, y no acertaba a adivinar<br />

qué podía tener ella <strong>de</strong> común con un superinten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda.<br />

No obstante, como éste podía venir <strong>de</strong><br />

parte <strong>de</strong>l rey, y, en vista <strong>de</strong> la conversación que<br />

hemos referido, la cosa era muy posible, echó<br />

una ojeada al espejo, prolongó algo más todavía<br />

los largos bucles <strong>de</strong> sus


cabellos, y or<strong>de</strong>nó que se le hiciese entrar.<br />

No obstante, La Valliére no podía menos<br />

<strong>de</strong> experimentar cierta turbación. La visita<br />

<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte no era un suceso vulgar en<br />

la vida <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la corte. Fouquet, tan<br />

célebre por su generosidad, su galantería y su<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za con las mujeres, había recibido más<br />

invitaciones que pedido audiencias.<br />

En no pocas casas la presencia <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte<br />

había significado fortuna. En no<br />

pocos corazones había significado amor.<br />

Fouquet entró respetuosamente en el<br />

cuarto <strong>de</strong> La Valliére, presentándose con aquella<br />

gracia que era el carácter distintivo <strong>de</strong> los<br />

hombres eminentes <strong>de</strong>l siglo, y que hoy no se<br />

compren<strong>de</strong> ni aun en los retratos <strong>de</strong> la época,<br />

don<strong>de</strong> el pintor trató <strong>de</strong> hacerlos vivir.<br />

La Valliére correspondió al respetuoso<br />

saludo <strong>de</strong> Fouquet con una reverencia <strong>de</strong> colegiala,<br />

y le indicó una silla.<br />

-No me sentaré, señorita -dijo-, hasta<br />

tanto que me hayáis perdonado.


-¿Yo? -preguntó La Valliére.<br />

-Sí, vos.<br />

-¿Y qué os he <strong>de</strong> perdonar, Dios mío?<br />

Fouquet fijó una mirada penetrante en<br />

la joven, y no creyó ver en su rostro más que<br />

ingenua extrañeza.<br />

-Veo, señorita -dijo-, que tenéis tanta<br />

generosidad como talento, y leo en vuestros<br />

ojos el perdón que solicitaba. Pero no me basta<br />

el perdón <strong>de</strong> los labios, os lo prevengo, porque<br />

necesito sobre todo el perdón <strong>de</strong>l corazón y <strong>de</strong>l<br />

alma.<br />

-A fe mía, señor -dijo La Valliére-, os<br />

juro que no os comprendo.<br />

-Esa es aún mayor <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za -replicó<br />

Fouquet-, y veo que no queréis que tenga que<br />

avergonzarme en vuestra presencia.<br />

-¡Avergonzaros en mi presencia! Pero,<br />

por favor, caballero, ¿<strong>de</strong> qué os tenéis que<br />

avergonzar?<br />

-¿Sería tal mi suerte -exclamó Fouquetque<br />

mi modo <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r no os haya ofendido?


La Valliére se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

-Veo, caballero -replicó-, que estáis<br />

hablando en enigmas, y soy, a lo que parece,<br />

<strong>de</strong>masiado ignorante para compren<strong>de</strong>ros.<br />

-Sea -dijo Fouquet-; no insistiré más.<br />

Decidme únicamente que puedo contar con<br />

vuestro perdón, y quedaré tranquilo.<br />

-Señor -dijo La Valliére con cierto asomo<br />

<strong>de</strong> impaciencia-, no puedo daros más que una<br />

respuesta, y espero que os <strong>de</strong>je satisfecho. Si<br />

supiese la ofensa que <strong>de</strong>cís haberme hecho, os<br />

la perdonaría; con mucha más razón lo haré no<br />

conociéndola...<br />

Fouquet mordióse los labios, como lo<br />

habría hecho Aramis.<br />

-Entonces -dijo-, puedo esperar que, a<br />

pesar <strong>de</strong> lo ocurrido, quedaremos en buena<br />

inteligencia, y me haréis el favor <strong>de</strong> creer en mi<br />

respetuosa amistad.<br />

La Valliére creyó que principiaba ya a<br />

compren<strong>de</strong>r.


"¡Oh! dijo para sí-. No hubiera creído al<br />

señor Fouquet tan solícito en buscar la fuente<br />

<strong>de</strong> un favor tan reciente."<br />

Y luego; en alta voz:<br />

-¿Vuestra amistad, señor? -dijo-. Creo<br />

que en el ofrecimiento que me hacéis <strong>de</strong> vuestra<br />

amistad sea para mí todo el honor.<br />

-Conozco, señorita -repuso Fouquet-,<br />

que la amistad <strong>de</strong>l amo pue<strong>de</strong> parecer más brillante<br />

y <strong>de</strong>seable que la <strong>de</strong>l servidor; pero os<br />

garantizo que esta última será por lo menos tan<br />

fiel y <strong>de</strong>sinteresada como la que más.<br />

La Valliére se inclinó; había, en efecto,<br />

mucha convicción y rendimiento en la voz <strong>de</strong>l<br />

superinten<strong>de</strong>nte.<br />

Así fue que le alargó la mano.<br />

-Os creo -dijo.<br />

Fouquet tomó la mano que le alargaba<br />

la joven.<br />

-Entonces -añadió-, ¿no tendréis inconveniente<br />

en <strong>de</strong>volverme esa <strong>de</strong>sdichada carta?


-¿Cuál? -preguntó La Valliére. Fouquet<br />

volvió a examinarla, como había hecho antes,<br />

con toda la penetración <strong>de</strong> su mirada.<br />

Igual ingenuidad <strong>de</strong> fisonomía, igual<br />

candor <strong>de</strong> semblante.<br />

-Ea, señorita -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella<br />

negativa-, me veo obligado a confesar que<br />

vuestro proce<strong>de</strong>r es el más <strong>de</strong>licado <strong>de</strong>l mundo,<br />

y no me tendría por hombre honrado si temiera<br />

algo <strong>de</strong> una joven tan generosa como vos.<br />

-En verdad, señor Fouquet -respondió<br />

La Valliére, con profundo sentimiento me veo<br />

precisada a repetiros que no acierto a compren<strong>de</strong>r<br />

vuestras palabras.<br />

-Pero, en fin, señorita, ¿no habéis recibido<br />

ninguna carta mía?<br />

-Ninguna, os lo aseguro -respondió con<br />

firmeza La Valliére.<br />

-Bien, eso me basta; y ahora, señorita,<br />

permitidme que os renueve la seguridad <strong>de</strong><br />

todo mi aprecio y respeto.


E, inclinándose, se retiró para ir a reunirse<br />

con Aramis, que le aguardaba en su casa,<br />

<strong>de</strong>jando a La Valliére con la duda <strong>de</strong> si se<br />

habría vuelto loco el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Qué tal? -preguntó Aramis, que esperaba<br />

a Fouquet con impaciencia-. ¿Habéis quedado<br />

satisfecho <strong>de</strong> da favorita?<br />

-Encantado -respondió Fouquet-: es mujer<br />

<strong>de</strong> talento y <strong>de</strong> corazón.<br />

-¿No se ha encontrado resentida?<br />

-Lejos <strong>de</strong> eso, ni aun ha dado a enten<strong>de</strong>r<br />

que comprendiese.<br />

-¿Que comprendiese qué?<br />

-Que yo le hubiese escrito.<br />

-Con todo, por fuerza habrá <strong>de</strong>bido<br />

compren<strong>de</strong>ros para <strong>de</strong>volveros<br />

la epístola, porque supongo que os la habrá<br />

<strong>de</strong>vuelto.<br />

-¡Ni pensarlo!<br />

-Por lo menos os habréis asegurado <strong>de</strong><br />

que la ha quemado.


-Mi querido señor <strong>de</strong> Herblay, hace una<br />

hora ya que estoy hablando a medias palabras,<br />

y por divertido que sea ese juego, comienza a<br />

cansarme. Oídme bien: la pequeña ha fingido<br />

no compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía, y ha negado que<br />

haya recibido carta alguna; por consiguiente, es<br />

claro que no ha podido ni <strong>de</strong>volvérmela ni<br />

quemarla.<br />

-¡Oh, oh! -dijo Aramis con inquietud-.<br />

¿Qué me <strong>de</strong>cís?<br />

-Digo que ha jurado formalmente no<br />

haber recibido carta alguna.<br />

-Pues no lo comprendo... ¿Y no habéis<br />

insistido?<br />

-He insistido hasta la impertinencia.<br />

-¿Y ha negado siempre?<br />

-Siempre.<br />

-¿Y no se ha <strong>de</strong>smentido ni una sola<br />

vez?<br />

-No.<br />

-¿Entonces, querido, le habéis <strong>de</strong>jado<br />

nuestra carta en sus manos?


lugar?<br />

-No ha habido otro remedio.<br />

-Pues es una gran falta.<br />

-¿Y qué diantres habríais hecho en mi<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, no se le podía obligar,<br />

pero es cosa que me inquieta: semejante<br />

carta no pue<strong>de</strong> quedar en sus manos.<br />

-¡Oh! Esa joven es generosa.<br />

-Si lo fuese os habría <strong>de</strong>vuelto la carta.<br />

-Os aseguro que es generosa; he leído en<br />

sus ojos, y me precio <strong>de</strong> tener algún conocimiento<br />

en eso.<br />

-Entonces, la creéis <strong>de</strong> buena fe.<br />

-Con todo mi corazón.<br />

-Pues yo entiendo que estamos en un<br />

error.<br />

-¿Cómo en un error?<br />

-Creo que, efectivamente, como ella os<br />

ha dicho, no ha recibido ninguna carta.<br />

-¡Cómo! ¿Ninguna carta?<br />

-Lo que digo.<br />

-Supondríais...


-Supongo que, por algún motivo que<br />

ignoramos, vuestro hombre no ha entregado la<br />

carta.<br />

Fouquet dio un golpe en el timbre.<br />

Un sirviente se presentó.<br />

-Que venga Tobías -dijo.<br />

Un momento <strong>de</strong>spués entraba un hombre<br />

<strong>de</strong> mirar inquieto, labios <strong>de</strong>lgados, brazos<br />

cortos y cargado <strong>de</strong> espaldas.<br />

Aramis clavó en él su mirada penetrante.<br />

-¿Me permitís que le interrogue yo<br />

mismo? -preguntó Aramis.<br />

-Hacedlo -dijo Fouquet.<br />

Aramis hizo un a<strong>de</strong>mán para dirigir la<br />

palabra al lacayo, pero se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-No -dijo-, porque vería que dábamos<br />

<strong>de</strong>masiada importancia a sus respuestas; interrogadle<br />

vos; entretanto haré yo como que escribo.


Aramis se sentó en efecto a una mesa,<br />

con la espalda vuelta al lacayo, cuyos gestos y<br />

miradas examinaba en un espejo paralelo.<br />

-Ven aquí, Tobías -dijo Fouquet.<br />

<strong>El</strong> lacayo acercóse con paso bastante<br />

seguro.<br />

-¿Cómo has <strong>de</strong>sempeñado mi comisión?<br />

-le preguntó Fouquet.<br />

-Como siempre, monseñor -replicó Tobías.<br />

-Vamos a ver.<br />

-Penetré en el aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére, que estaba en misa, y puse el billete<br />

encima <strong>de</strong> su tocador. ¿No es eso lo que me<br />

encargasteis?<br />

-Sí; ¿y no ha habido más?<br />

-Nada más, monseñor.<br />

-¿No había nadie allí?<br />

-Absolutamente nadie.<br />

-¿Te ocultaste como te encargué?<br />

-Sí.<br />

-¿Volvió ella?


-Diez minutos <strong>de</strong>spués.<br />

-¿Y nadie pudo coger la carta?<br />

-Nadie, porque nadie entró.<br />

-De fuera, bien, pero, ¿y <strong>de</strong>l interior?<br />

-Des<strong>de</strong> el lugar en que estaba escondido<br />

podía ver hasta el fondo <strong>de</strong> la cámara.<br />

-Escucha -dijo Fouquet, mirando fijamente<br />

al lacayo-. Si esa carta ha ido casualmente<br />

a otro <strong>de</strong>stino, confiésalo; porque, sí se ha<br />

cometido algún error, lo pagarás con tu cabeza.<br />

Tobías se estremeció, pero se recobró al<br />

punto.<br />

-Monseñor -dijo-, he puesto la carta en<br />

el sitio que he dicho, y no pido más que media<br />

hora para probaron que la carta se halla en po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o para traeros<br />

la carta misma.<br />

Aramis observaba con gran atención al<br />

lacayo.<br />

Fouquet no <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> él, pues<br />

aquel hombre le había servido bien por espacio<br />

<strong>de</strong> veinte años.


-Anda -dijo-; está bien; mas tráeme la<br />

prueba <strong>de</strong> lo que dices. <strong>El</strong> lacayo salió.<br />

-Veamos, ¿qué pensáis? -preguntó Fouquet<br />

a Aramis.<br />

-Pienso que es preciso, por un medio u<br />

otro, averiguar la verdad. La carta habrá llegado<br />

o no a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> La Valliére; en el primer<br />

caso, es necesario que La Valliére os la <strong>de</strong>vuelva,<br />

o que os dé la satisfacción <strong>de</strong> quemarla en<br />

vuestra presencia; en el segundo, es necesario<br />

recobrar la carta, aunque tengamos que gastar<br />

para ello un millón. ¿No es ése vuestro parecer?<br />

-Sí; pero, a <strong>de</strong>cir verdad, querido obispo,<br />

creo que exageráis la situación.<br />

-¡Qué ciego sois! -murmuró Aramis.<br />

-La Valliére, a quien tomamos por una<br />

política consumada, no es más que una coqueta<br />

que aguarda que yo le haga la corte, porque he<br />

principiado a hacérsela, y que habiéndose asegurado<br />

ya <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l rey, querrá tenerme<br />

sujeto con la carta. Nada encuentro en eso <strong>de</strong><br />

particular.


Aramis movió la cabeza.<br />

-¿No es ésa vuestra opinión? -preguntó<br />

Fouquet.<br />

-Esa mujer no es coqueta -dijo Aramis.<br />

-Permitidme <strong>de</strong>ciros...<br />

-¡Oh! Conozco a las mujeres coquetas -<br />

dijo Aramis.<br />

-¡Amigo mío, amigo mío!<br />

-¿Queréis <strong>de</strong>cir que ha transcurrido mucho<br />

tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hice mis estudios? No<br />

importa; las mujeres no varían.<br />

-Sí; pero los hombres cambian, y hoy día<br />

sois más suspicaz que en otro tiempo.<br />

Luego, echándose a reír:<br />

-Vamos a ver -dijo-; si La Valliére quiere<br />

darme una tercera parte <strong>de</strong> su amor, y al rey las<br />

otras dos terceras partes, ¿no encontraréis aceptable<br />

la condición?<br />

Aramis se levantó con impaciencia.<br />

-La Valliére -dijo- ni ha amado ni amará<br />

a nadie más que al rey.


-Pero, en último resultado -dijo Fouquet-,<br />

¿qué haríais vos?<br />

-Preguntadme mejor qué hubiera hecho.<br />

-Bien, ¿y qué habríais hecho.<br />

-En primer lugar, no hubiese <strong>de</strong>jado<br />

salir a ese hombre.<br />

-¿A Tobías?<br />

-¡Sí, a Tobías, que es un traidor!<br />

-¡Oh!<br />

-¡Estoy seguro! No le hubiera <strong>de</strong>jado<br />

salir sin que me hubiese dicho la verdad.<br />

-Aún es tiempo.<br />

-¿De veras?<br />

-Llamémosle, e interrogadle vos mismo.<br />

-¡Corriente!<br />

-Pero os aseguro que será inútil. Lo tengo<br />

hace veinte años, y jamás ha incurrido en<br />

torpeza alguna, lo cual -añadió riendo Fouquetno<br />

hubiera tenido nada <strong>de</strong> extraño.


-Llamadle, sin embargo. Creo haber<br />

visto esta mañana esa cara muy en conversación<br />

con uno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>?<br />

-Delante <strong>de</strong> las caballerizas.<br />

-¡Bah! Todos mis sirvientes están a matar<br />

con los <strong>de</strong> ese pedante.<br />

- Digo que le he visto, y su rostro, que<br />

me <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>sconocido cuando entró hace<br />

poco, me ha chocado <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>sagradable.<br />

-¿Por qué no <strong>de</strong>spegasteis los labios<br />

mientras permaneció aquí?<br />

-Porque en este momento es cuando veo<br />

claro en mis recuerdos.<br />

-¡Oh! -dijo Fouquet-. Empezáis a asustarme.<br />

Y dio un golpe en el timbre.<br />

-Quiera el Cielo que no sea tar<strong>de</strong> -dijo<br />

Aramis.<br />

Fouquet llamó otra vez. <strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong><br />

cámara ordinario se presentó.


-Pronto, que venga Tobías -or<strong>de</strong>nó Fouquet.<br />

<strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong> cámara volvió a cerrar la<br />

puerta.<br />

-Supongo que me dais carta blanca, ¿no?<br />

-Entera.<br />

-¿Puedo usar todos los medios para averiguar<br />

la verdad?<br />

-Sí.<br />

-¿Hasta la intimidación?<br />

-Os constituyo procurador general en<br />

mi lugar.<br />

Esperaros diez minutos, pero inútilmente.<br />

Fouquet, impaciente, llamó <strong>de</strong> nuevo en<br />

el timbre.<br />

-¡Tobías! -gritó.<br />

-Monseñor -dijo el criado-, le están buscando.<br />

-No <strong>de</strong>be estar lejos, pues no le he encargado<br />

ningún mensaje.<br />

-Voy a ver, monseñor.


Y el ayuda <strong>de</strong> cámara cerró la puerta.<br />

Entretanto se paseaba Aramis impaciente, pero<br />

en silencio, por el gabinete.<br />

Pasaron diez minutos más. Fouquet volvió a<br />

llamar <strong>de</strong> manera capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar a toda<br />

una necrópolis.<br />

<strong>El</strong> criado volvió bastante trémulo para<br />

hacer sospechar alguna mala noticia.<br />

-Monseñor <strong>de</strong>be <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer alguna<br />

equivocación -dijo antes <strong>de</strong> que Fouquet le preguntase-;<br />

por fuerza ha dado monseñor alguna<br />

comisión a Tobías, pues ha ido a las caballerizas,<br />

y ha ensillado por sí mismo el mejor corredor<br />

<strong>de</strong> monseñor.<br />

-¿Y qué?<br />

-Ha partido.<br />

-¡Se. fue! -exclamó Fouquet-. ¡Que corran<br />

tras él y me lo traigan!<br />

-¡Bah, bah! -dijo Aramis cogiéndole <strong>de</strong> la<br />

mano-. Un poco <strong>de</strong> calma, ya que el mal está<br />

hecho.<br />

-¿Cómo que está hecho el mal?


- Yo estaba cierto <strong>de</strong> ello. Ahora procuraremos<br />

evitar la alarma; calculemos el resultado<br />

<strong>de</strong>l golpe, y veamos <strong>de</strong> remediarlo, si es<br />

posible.<br />

-De todos modos-replicó Fouquet-, no<br />

creo el mal tan grave.<br />

-¿Os parece así? -dijo Aramis.<br />

-Sin duda. Es muy natural que un hombre<br />

escriba un billete amoroso a una mujer.<br />

-Un hombre, sí; un súbdito, no; especialmente<br />

cuando esa mujer es la que ama el<br />

rey.<br />

-Es que, amigo mío, el rey no amaba a<br />

La Valliére hace ocho días; no la amaba ayer, y<br />

la carta es <strong>de</strong> ayer. Era difícil que adivinara yo<br />

el amor <strong>de</strong>l rey cuando no existía ese amor.<br />

-Está bien -replicó Aramis-, pero, por<br />

<strong>de</strong>sgracia, la carta no estaba fechada. Eso es lo<br />

que me atormenta, sobre todo. ¡Ah! Si llevara<br />

fecha <strong>de</strong> ayer, no tendría el menor asomo <strong>de</strong><br />

inquietud por vos. Fouquet se encogió <strong>de</strong> hombros.


-¿Estoy por ventura en tutela -repuso-,<br />

hasta el punto <strong>de</strong> que el rey sea rey <strong>de</strong> mi cerebro<br />

y <strong>de</strong> mi carne?<br />

-Tenéis razón -dijo Aramis-; no <strong>de</strong>mos a<br />

las cosas más importancia <strong>de</strong> la que conviene;<br />

a<strong>de</strong>más... si nos vemos amenazados, medios<br />

tenemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa.<br />

-¡Amenazados! -exclamó Fouquet-. Supongo<br />

que no contaréis esa picadura <strong>de</strong> hormiga<br />

en el número <strong>de</strong> las amenazas que puedan<br />

comprometer mi fortuna y mi vida, ¿no es eso?<br />

-Cuidado, señor Fouquet, que la picadura<br />

<strong>de</strong> una hormiga pue<strong>de</strong> matar a un gigante, si<br />

la hormiga es venenosa.<br />

-Pero esa omnipotencia <strong>de</strong> que habláis,<br />

¿<strong>de</strong>sapareció ya?<br />

-No; soy omnipotente, pero no inmortal.<br />

-Veamos; lo que más urge por ahora es<br />

encontrar a Tobías. ¿No opináis lo mismo?<br />

-¡Oh! Fin cuanto a eso, no le hallaréis -<br />

dijo Aramis-; y si lo consi<strong>de</strong>ráis necesario, dadlo<br />

por perdido.


-Mas en alguna parte estará -dijo Fouquet.<br />

-Tenéis razón; <strong>de</strong>jadme obrar -respondió<br />

Aramis.<br />

V<br />

LAS CUATRO PROBABILIDADES DE MA-<br />

DAME<br />

Ana <strong>de</strong> Austria había suplicado a la<br />

reina que fuese a verla. Enferma hacía algún<br />

tiempo, y cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> su hermosura<br />

y <strong>de</strong> su juventud con aquella rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scenso que marca la <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> las mujeres<br />

que han luchado mucho, la reina Ana veía<br />

unirse al pa<strong>de</strong>cimiento físico el dolor <strong>de</strong> no<br />

figurar ya sino como recuerdo vivo en medio<br />

<strong>de</strong> los jóvenes ingenios y potentados <strong>de</strong> su corte.<br />

Las advertencias <strong>de</strong> su médico y las <strong>de</strong> su<br />

espejo la <strong>de</strong>sconsolaban mucho menos que los<br />

avisos inexorables <strong>de</strong> la sociedad <strong>de</strong> los corte-


sanos, que, semejantes a las ratas <strong>de</strong> los barcos,<br />

abandonan la cala don<strong>de</strong> va a penetrar el agua<br />

a causa <strong>de</strong> las averías <strong>de</strong>l tiempo.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria no se hallaba satisfecha<br />

con las horas que le consagraba su primogénito.<br />

<strong>El</strong> rey, buen hijo, pero con más afectación<br />

que cariño, <strong>de</strong>dicaba en un principio a su<br />

madre una hora por la mañana y otra por la<br />

noche; pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se encargó <strong>de</strong> los. asuntos<br />

<strong>de</strong>l Estado, las visitas <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong> la<br />

noche se redujeron sólo a media hora, y poco a<br />

poco quedó suprimida la <strong>de</strong> la mañana.<br />

Veíanse en misa, y hasta la visita nocturna<br />

era a veces reemplazada por una entrevista,<br />

bien en el aposento <strong>de</strong>l rey en tertulia, o<br />

bien en el <strong>de</strong> Madame, adon<strong>de</strong> corría gustosa la<br />

reina por miramiento a sus dos hijos.<br />

De ahí nacía el inmenso ascendiente <strong>de</strong><br />

Madame sobre la Corte, que hacía <strong>de</strong> su sala la<br />

verda<strong>de</strong>ra tertulia real.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria lo comprendió. Viéndose<br />

enferma y con<strong>de</strong>nada por sus pa<strong>de</strong>cimientos


a hacer una vida retirada, se <strong>de</strong>sconsoló al prever<br />

que la mayor parte <strong>de</strong> sus días y sus noches<br />

transcurrirían solitarios, inútiles, <strong>de</strong>sesperados.<br />

Recordaba con terror el aislamiento en<br />

que la tenía en otro tiempo el car<strong>de</strong>nal Richelieu;<br />

noches fatales e insoportables, en las cuales<br />

le quedaba, no obstante, todavía el consuelo<br />

<strong>de</strong> la juventud y <strong>de</strong> la belleza, que van siempre<br />

acompañadas <strong>de</strong> la esperanza.<br />

Entonces formó el proyecto <strong>de</strong> trasladar<br />

la Corte a su habitación y <strong>de</strong> atraer a Madame<br />

con su brillante escolta a la morada, triste ya y<br />

sombría, don<strong>de</strong> la que era viuda y madre <strong>de</strong> un<br />

rey <strong>de</strong> Francia se veía reducida a consolar <strong>de</strong> su<br />

viu<strong>de</strong>z anticipada a la esposa, siempre llorosa,<br />

<strong>de</strong> un rey <strong>de</strong> Francia.<br />

Ana reflexionó.<br />

Mucho había intrigado durante su vida.<br />

En los buenos tiempos, cuando su juvenil cabeza<br />

concebía proyectos siempre felices, tenía a su<br />

lado, para estimular su ambición y su amor,<br />

una amiga más ardiente y ambiciosa que ella


misma, una amiga que la había amado, cosa<br />

rara en la Corte, y que, por mezquinas consi<strong>de</strong>raciones,<br />

habían alejado <strong>de</strong> ella.<br />

Mas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años, si se exceptúan<br />

a las señoras <strong>de</strong> Motteville y la Molena,<br />

nodriza española, confi<strong>de</strong>nte suya por el doble<br />

carácter <strong>de</strong> compatriota y <strong>de</strong> mujer, ¿quién podía<br />

lisonjearse <strong>de</strong> haber dado un excelente consejo<br />

a la reina?<br />

¿Quién, asimismo, entre aquellas cabezas<br />

juveniles, podría recordarle el pasado, por<br />

el cual vivía solamente?<br />

Ana <strong>de</strong> Austria acordóse <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> Chevreuse, <strong>de</strong>sterrada primero, más bien<br />

por su voluntad que por la voluntad <strong>de</strong>l rey, y<br />

muerta <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>stierro siendo mujer <strong>de</strong><br />

un obscuro hidalgo.<br />

Se preguntó lo que en tal caso le habría<br />

aconsejado la señora <strong>de</strong> Chevreuse en otro<br />

tiempo, cuando estaban metidas en sus intrigas<br />

comunes; y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una seria meditación,<br />

le pareció que aquella mujer astuta, llena <strong>de</strong>


experiencia y sagacidad, le respondía con su<br />

tono irónico:<br />

-Toda esa juventud es pobre y ambiciosa.<br />

Necesita oro y rentas para alimentar sus<br />

placeres: sujetadla por medio <strong>de</strong>l interés.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria adoptó ese plan. Su bolsa<br />

estaba bien provista; disponía <strong>de</strong> una suma<br />

consi<strong>de</strong>rable que Mazarino había reunido para<br />

ella y<br />

colocado en sitio seguro. Poseía, a<strong>de</strong>más, las<br />

más hermosas pedrerías <strong>de</strong> Francia, especialmente<br />

unas perlas <strong>de</strong> tal magnitud, que hacían<br />

suspirar al rey cada vez que las veía, porque las<br />

perlas <strong>de</strong> su corona no eran más que granos <strong>de</strong><br />

mijo al lado <strong>de</strong> las otras.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria no tenía ya belleza ni<br />

encantos <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>r disponer. Se hizo rica y<br />

presentó como cebo a los que viniesen a hacerle<br />

la corte, ya buenos escudos que po<strong>de</strong>r ganar en<br />

el juego, ya buenos regalos hábilmente hechos<br />

los días <strong>de</strong> buen humor, así como algunas concesiones<br />

<strong>de</strong> rentas que solicitase <strong>de</strong>l rey, y que


se había <strong>de</strong>cidido a hacer para sostener su crédito.<br />

Des<strong>de</strong> luego ensayó este medio con<br />

Madame, cuya posesión era la que más tenía en<br />

estima <strong>de</strong> todas.<br />

Madame, no obstante la intrépida confianza<br />

<strong>de</strong> su carácter y <strong>de</strong> su juventud, se <strong>de</strong>jó<br />

llevar por completo, y, enriquecida paulatinamente<br />

con donativos y cesiones, fue tomando<br />

gusto a aquellas herencias anticipadas.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria empleó igual medio con<br />

Monsieur y con el rey mismo, y estableció loterías<br />

en su habitación.<br />

<strong>El</strong> día <strong>de</strong> que hablamos se trataba <strong>de</strong><br />

una reunión en el cuarto <strong>de</strong> la reina madre, y<br />

esta princesa rifaba dos brazaletes <strong>de</strong> hermosísimos<br />

brillantes y <strong>de</strong> un trabajo <strong>de</strong>licado.<br />

Los medallones eran unos camafeos<br />

antiguos <strong>de</strong>l mayor valor. Consi<strong>de</strong>rados como<br />

renta, no representaban los diamantes una cantidad<br />

consi<strong>de</strong>rable, pero la originalidad y rareza<br />

<strong>de</strong> aquel trabajo eran tales, que se <strong>de</strong>seaba


en la Corte, no sólo poseer, sino ver aquellos<br />

brazaletes en los brazos <strong>de</strong> la reina, y los días<br />

en que los llevaba puestos consi<strong>de</strong>rábase como<br />

un favor el ser admitido a admirarlos besándole<br />

las manos.<br />

Hasta los cortesanos habían dado rienda<br />

suelta a su imaginación para establecer el aforismo<br />

<strong>de</strong> que los brazaletes no habrían tenido<br />

precio si no les hubiera cabido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />

hallarse en contacto con unos brazos como los<br />

<strong>de</strong> la reina.<br />

Este cumplimiento había tenido el honor <strong>de</strong> ser<br />

traducido a todos los idiomas <strong>de</strong> Europa, y circulaban<br />

sobre el particular más <strong>de</strong> mil dísticos<br />

latinos y franceses.<br />

<strong>El</strong> día en que Ana <strong>de</strong> Austria se <strong>de</strong>cidió<br />

por la rifa, era un día <strong>de</strong>cisivo: hacía dos días<br />

que el rey no iba al cuarto <strong>de</strong> su madre.<br />

Madame estaba <strong>de</strong> mal humor <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

célebre escena <strong>de</strong> las dríadas y <strong>de</strong> las náya<strong>de</strong>s.<br />

<strong>El</strong> rey no estaba enojado, pero una distracción<br />

po<strong>de</strong>rosísima le tenía completamente


apartado <strong>de</strong>l torbellino y <strong>de</strong> las diversiones <strong>de</strong><br />

la Corte.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria llamó la atención <strong>de</strong> la<br />

concurrencia anunciando su proyectada rifa<br />

para la noche siguiente.<br />

Al efecto, quiso ver a la reina joven, a<br />

quien, como hemos dicho, había pedido una<br />

entrevista por la mañana.<br />

-Hija mía -le dijo-, tengo que anunciaros<br />

una buena nueva. <strong>El</strong> rey me ha dicho <strong>de</strong> vos las<br />

cosas más afectuosas. <strong>El</strong> rey es joven y fácil <strong>de</strong><br />

distraer; pero, en tanto que permanezcáis a mi<br />

lado, no se atreverá a separarse <strong>de</strong> vos, a quien<br />

por otra parte profesa el más vivo cariño. Esta<br />

noche hay rifa en mi habitación. ¿Vendréis?<br />

-Me han dicho -repuso la reina con cierto<br />

asomo <strong>de</strong> tímida reconvención- que Vuestra<br />

Majestad iba a rifar sus valiosos brazaletes,<br />

cuyo mérito es tal, que no hubiéramos <strong>de</strong>bido<br />

consentir que saliesen <strong>de</strong>l guardajoyas <strong>de</strong> la<br />

Corona, aun cuando no fuese más que porque<br />

os han pertenecido.


-Hija mía -dijo entonces Ana <strong>de</strong> Austria<br />

conociendo todo el pensamiento <strong>de</strong> su nuera y<br />

procurando consolarla <strong>de</strong> no haberle hecho<br />

aquel regalo-, era preciso atraer para siempre a<br />

mi tertulia a Madame.<br />

-¿A Madame? -murmuró ruborizándose<br />

la reina.<br />

-Sí, por cierto: ¿no os parece mejor tener<br />

en vuestro cuarto a una rival para vigilarla y<br />

dominarla, que saber que el rey está siempre en<br />

su cuarto dispuesto a galantearla y a <strong>de</strong>jarse<br />

galantear? Esa rifa es el cebo <strong>de</strong> que me valgo<br />

para ello. ¿Me lo censuráis todavía?<br />

-¡Oh, no! -murmuró María Teresa dando<br />

una mano con otra, con ese impulso propio <strong>de</strong><br />

la alegría española.<br />

-¿Ni sentiréis ya tampoco, querida mía,<br />

que no os haya dado esos brazaletes, como era<br />

mi intención?<br />

-¡Oh! ¡No, no, querida madre! ...<br />

-Pues bien, hija mía, tratad <strong>de</strong> poneros<br />

guapa, y que sea brillante nuestra tertulia:


cuanta más alegría manifestéis, pareceréis más<br />

encantadora y eclipsaréis a todas las damas en<br />

esplendor y dignidad.<br />

María Teresa se retiró entusiasmada.<br />

Una hora más tar<strong>de</strong> recibía Ana <strong>de</strong> Austria<br />

a Madame, y, llenándola <strong>de</strong> caricias:<br />

-¡Buenas noticias! -le dijo-. Al rey le ha<br />

agradado sobremanera la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> mi rifa.<br />

-Pues a mí no tanto, señora -repuso Madame-;<br />

ver unos brazaletes tan hermosos como<br />

ésos en otros brazos que los vuestros o los míos,<br />

es cosa a que no me puedo acostumbrar.<br />

-¡Vaya! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria ocultando<br />

bajo una sonrisa un agudo dolor que le acometió<br />

en aquel momento-. No toméis las cosas tan<br />

a pechos, ni vayáis a mirarlas por el lado peor.<br />

-Señora, la suerte es loca, y según me ha<br />

dicho, habéis puesto doscientos billetes.<br />

-Así es; pero no ignoráis que sólo ha <strong>de</strong><br />

haber un ganancioso.


-Indudablemente. Pero, ¿quién será?...<br />

¿Podéis <strong>de</strong>círmelo? -preguntó <strong>de</strong>sesperada<br />

Madame.<br />

-Ahora me recordáis que he tenido un<br />

sueño esta noche... ¡Oh! ¡Mis sueños son buenos!...<br />

¡Duermo tan poco!<br />

-¿Qué sueño?... ¿Estáis mala?<br />

-No -dijo la reina ahogando con una<br />

constancia admirable el tormento <strong>de</strong> otra punzada<br />

en el seno-. He soñado que le tocaban los<br />

brazaletes al rey.<br />

-¿Al rey?<br />

-Vais a preguntarme qué es lo que el rey<br />

pue<strong>de</strong> hacer con los brazaletes, ¿no es cierto?<br />

-Así es.<br />

-Y pensáis que sería una fortuna que el<br />

rey obtuviese los brazaletes..., porque entonces<br />

se vería obligado a regalarlos a alguien.<br />

-A vos, por ejemplo.<br />

-En cuyo caso los regalaré yo a mi vez,<br />

porque no iréis a suponer -dijo riendo la reinaque<br />

ponga esos brazaletes en rifa por gusto <strong>de</strong>


ganar, y sí sólo por regalarlos sin causar envidias.<br />

Pero si la suerte no quisiera sacarme <strong>de</strong>l<br />

apuro, entonces corregiré a la suerte, y ya tengo<br />

pensado a quién he <strong>de</strong> ofrecer los brazaletes.<br />

Estas palabras fueron pronunciadas con<br />

una sonrisa tan expresiva, que Madame <strong>de</strong>bió<br />

correspon<strong>de</strong>r a ella con un beso en señal <strong>de</strong><br />

gracias.<br />

-Pero -repuso Ana <strong>de</strong> Austria-, ¿no sabéis<br />

tan bien como yo que si el rey obtuviese los<br />

brazaletes no me los <strong>de</strong>volvería?<br />

-Entonces se los daría a la reina. No, por<br />

la misma razón que tiene para no <strong>de</strong>volvérmelos<br />

a mí, pues si hubiese querido dárselos a la<br />

reina, no tenía necesidad <strong>de</strong> valerme <strong>de</strong> él para<br />

hacerlo.<br />

Madame lanzó una mirada oblicua a los<br />

brazaletes, que resplan<strong>de</strong>cían en su estuche<br />

sobre una consola inmediata.<br />

-¡Qué hermosos son! Pero olvidamos -<br />

añadió- que el sueño <strong>de</strong> Vuestra Majestad no es<br />

más que un sueño.


-Mucho extrañaría -replicó Ana <strong>de</strong> Austria-<br />

que mi sueño me engañase, porque rara<br />

vez me ha sucedido.<br />

-Entonces, podéis ser profeta.<br />

-Ya os he dicho, hija mía, que casi nunca<br />

sueño; ¡pero es una coinci<strong>de</strong>ncia tan rara la <strong>de</strong><br />

ese sueño con mis i<strong>de</strong>as! ¡Se ajusta tan perfectamente<br />

a mis combinaciones!<br />

-¿Qué combinaciones?<br />

-Por ejemplo, la <strong>de</strong> que los brazaletes<br />

fuesen para vos.<br />

-Entonces no le tocarán al rey.<br />

-¡Oh! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-. No hay tanta<br />

distancia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Su Majestad al vuestro<br />

... a vos, que sois su hermana amada ... No<br />

hay tanta distancia, repito, que pueda <strong>de</strong>cirse<br />

que el sueño sea engañoso. Examinad y pensad<br />

bien las probabilida<strong>de</strong>s que tenéis a vuestro<br />

favor.<br />

-Veamos.<br />

-En primer lugar, la <strong>de</strong>l sueño. Si el rey<br />

gana, <strong>de</strong> seguro son para vos los brazaletes.


-Admito esa probabilidad.<br />

-Si la suerte os es propicia, entonces no<br />

hay que dudar que son vuestros ...<br />

-Naturalmente; también es admisible.<br />

-Luego si la suerte se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> por Monsieur.<br />

. .<br />

-¡Oh! -exclamó Madame prorrumpiendo<br />

en una carcajada-. Se los daría al caballero <strong>de</strong><br />

Lorena.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria se echó a reír como su<br />

nuera, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> tan buena gana, que le repitió<br />

el dolor y se puso lívida en medio <strong>de</strong> aquel<br />

acceso <strong>de</strong> hilaridad.<br />

-¿Qué tenéis? -dijo asustada Madame.<br />

-Nada, nada; el dolor <strong>de</strong> costado... He<br />

reído mucho... Estábamos en la cuarta probabilidad.<br />

-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />

-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />

-Perdonad, que no estoy excluida <strong>de</strong><br />

entrar en suerte, y, si me tocan los brazaletes,<br />

estáis segura <strong>de</strong> mí.


-¡Gracias, gracias! -exclamó Madame.<br />

-Espero que os consi<strong>de</strong>réis como favorecida,<br />

y que ahora empiece a tomar mi sueño a<br />

vuestros ojos aspecto <strong>de</strong> realidad.<br />

-Me dais realmente esperanza y confianza<br />

-dijo Madame-, y los brazaletes ganados<br />

<strong>de</strong> este modo serán mucho más valiosos para<br />

mí.<br />

-¿Conque hasta la noche? -¡Hasta la noche!<br />

Y ambas princesas se separaron. Ana <strong>de</strong><br />

Austria, <strong>de</strong>spués que se marchó su nuera, dijo<br />

entre sí, examinando los brazaletes:<br />

-Preciosos son, efectivamente, puesto<br />

que por ellos me conciliaré esta noche un corazón,<br />

al paso que habré adivinado un secreto.<br />

Y, volviendo luego hasta su <strong>de</strong>sierta<br />

alcoba:<br />

-¿Es <strong>de</strong> este modo como te habrías manejado<br />

tú, pobre Chevreuse? -dijo lanzando al<br />

aire su voz-. Sí, ¿no es verdad?


Y, con el eco <strong>de</strong> aquella invocación, se<br />

reanimó en ella, como un perfume <strong>de</strong> otro<br />

tiempo, toda su juventud, toda su loca imaginación,<br />

toda su felicidad.<br />

VI<br />

EL SORTEO<br />

A las ocho <strong>de</strong> la noche hallábanse todos<br />

reunidos con la reina madre. Ana <strong>de</strong> Austria,<br />

en traje <strong>de</strong> ceremonia y engalanada con los restos<br />

<strong>de</strong> su hermosura y todos los recursos que la<br />

coquetería pue<strong>de</strong> poner en manos hábiles, disimulaba,<br />

o procuraba más bien disimular, a la<br />

turba <strong>de</strong> jóvenes cortesanos que la ro<strong>de</strong>aban y<br />

admiraban todavía, merced a las combinaciones<br />

que <strong>de</strong>jamos expuestas en el capítulo anterior,<br />

los estragos ya visibles <strong>de</strong> aquella enfermedad<br />

que <strong>de</strong>bía llevarla al sepulcro algunos<br />

años <strong>de</strong>spués.<br />

Madame, casi tan coqueta como Ana <strong>de</strong><br />

Austria, y la reina, sencilla y natural como


siempre, estaban sentadas a sus lados y se disputaban<br />

sus agasajos.<br />

Las camaristas, reunidas en cuerpo <strong>de</strong><br />

ejército para resistir con más fuerza, y, <strong>de</strong> consiguiente,<br />

con mejor éxito, a los maliciosos dichos<br />

que los cortesanos les dirigían, prestábanse,<br />

como un batallón en cuadro, el mutuo<br />

auxilio <strong>de</strong> un buen ataque y <strong>de</strong> una buena <strong>de</strong>fensa.<br />

Montalais, hábil en semejante guerra <strong>de</strong><br />

tiradores, protegía toda la línea con el fuego<br />

incesante que dirigía contra el enemigo.<br />

Saint-Aignan, <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong>l rigor,<br />

insolente a fuerza <strong>de</strong> ser obstinado, <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> Tonnay-Charente, procuraba volverle la<br />

espalda; pero, vencido por el irresistible resplandor<br />

<strong>de</strong> los dos gran<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> la hermosura,<br />

volvía a cada paso a consagrar su <strong>de</strong>rrota<br />

con nuevas sumisiones, a las que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

contestar la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente con<br />

nuevas impertinencias.


Saint-Aignan no sabía a qué santo encomendarse.<br />

La Valliére tenía, no una corte, sino un<br />

principio <strong>de</strong> cortesanos. Saint-Aignan, con la<br />

esperanza <strong>de</strong> a raerse por medio <strong>de</strong> su maniobra<br />

las miradas <strong>de</strong> Atenaida, fue a saludar a la<br />

joven con un respeto que a ciertos espíritus<br />

miopes les había hecho creer en la voluntad <strong>de</strong><br />

contrapesar a Atenaida con Luisa.<br />

Pero éstos eran solamente los que no<br />

habían visto ni oído referir la escena <strong>de</strong> la lluvia.<br />

Sólo que, como la mayoría estaba ya informada,<br />

y bien informada, su favor <strong>de</strong>clarado<br />

había atraído hacia ella a los más hábiles como<br />

a los más imbéciles <strong>de</strong> la Corte.<br />

Los primeros, porque <strong>de</strong>cían, unos como<br />

Montaige: "¡Qué sabemos!"; y otros, como<br />

Rabelais: "Pue<strong>de</strong> se?'.<br />

<strong>El</strong> mayor número siguió a aquéllos, como<br />

en las cacerías cinco o seis po<strong>de</strong>ncos hábiles<br />

siguen solos la pista <strong>de</strong> la presa, en tanto que el


esto <strong>de</strong> la traílla no sigue más que la pista <strong>de</strong><br />

los po<strong>de</strong>ncos.<br />

Las reinas y Madame examinaban los<br />

trajes <strong>de</strong> sus camaristas, así como los <strong>de</strong> otras<br />

damas, dignándose olvidar por un instante que<br />

eran reinas, para acordarse <strong>de</strong> que eran mujeres.<br />

Lo cual equivale a <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>strozaban<br />

sin piedad a las pobres víctimas.<br />

Las miradas <strong>de</strong> ambas princesas recayeron<br />

simultáneamente sobre La Valliére, la cual,<br />

según hemos dicho, se hallaba a la sazón ro<strong>de</strong>ada<br />

<strong>de</strong> mucha gente.<br />

Madame no tuvo piedad.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo inclinándose<br />

hacia la reina madre-, si la suerte fuese justa,<br />

<strong>de</strong>bería favorecer a la pobre La Valliére.<br />

-Eso no es posible -repuso la reina madre,<br />

sonriendo.<br />

-¿Por qué?<br />

-No hay más que doscientos billetes, y<br />

no todos han podido ser puestos en lista.


-¿Conque no entra en suerte?<br />

-No.<br />

-¡Qué lástima! Pues hubiese podido ganarlos<br />

y ven<strong>de</strong>rlos. -¡Ven<strong>de</strong>rlos! -exclamó la<br />

reina. -Sí; con eso hubiera podido formarse una<br />

dote, y no se vería obligada a casarse sin llevar<br />

nada, como le suce<strong>de</strong>rá probablemente.<br />

-¡Oh! ¡Bah! ¡Pobre niña! -dijo la reina<br />

madre-. Pues qué, ¿no tiene vestidos?<br />

Y pronunció estas palabras como mujer<br />

que nunca ha podido saber lo que era medianía.<br />

-¡Caramba! Dios me perdone, pero me<br />

parece que trae el mismo vestido que llevaba<br />

esta mañana en el paseo, y que habrá podido<br />

conservar, gracias al cuidado que se tomó el rey<br />

<strong>de</strong> ponerla a cubierto <strong>de</strong> la lluvia.<br />

En el mismo instante en que pronunciaba<br />

Madame estas palabras, entraba el<br />

rey.<br />

Las dos princesas no hubieran advertido<br />

quizá esta llegada, tan ocupadas como se halla-


an en murmurar, si Madame no viera <strong>de</strong> pronto<br />

turbarse a La Valliére, <strong>de</strong> pie frente a la galería,<br />

y <strong>de</strong>cir algunas palabras a los cortesanos<br />

que la ro<strong>de</strong>aban, los cuales se apartaron al punto.<br />

Este movimiento hizo que Madame mirase<br />

hacia la puerta, mientras el capitán <strong>de</strong> los guardias<br />

anunciaba al rey.<br />

A aquel anuncio, La Valliére, que hasta<br />

entonces había tenido los ojos fijos en la galería,<br />

los bajó <strong>de</strong> pronto.<br />

<strong>El</strong> rey entró.<br />

Presentóse con una magnificencia llena<br />

<strong>de</strong> gusto, y conversaba con Monsieur y el duque<br />

<strong>de</strong> Roquelaure, los cuales iban, el primero a<br />

la <strong>de</strong>recha, y el segundo a la izquierda <strong>de</strong>l rey.<br />

<strong>El</strong> rey se a<strong>de</strong>lantó primero hacia las reinas,<br />

a quienes saludó con gracioso respeto.<br />

Cogió la mano <strong>de</strong> su madre, la besó, dirigió<br />

algunos cumplidos a Madame sobre la elegancia<br />

<strong>de</strong> su traje, y principió a dar la vuelta a la<br />

asamblea.


La Valliére fue saludada lo mismo que<br />

las <strong>de</strong>más.<br />

Luego volvió Su Majestad adon<strong>de</strong> estaban<br />

su madre y su mujer. Cuando los cortesanos<br />

notaron que el rey no había dirigido más<br />

que una frase trivial a aquella joven tan solicitada<br />

por la mañana, sacaron al momento una<br />

conclusión <strong>de</strong> aquella frialdad.<br />

La conclusión fue que el rey había atenido<br />

un capricho, pero que el capricho había<br />

pasado ya.<br />

Sin embargo, una cosa era <strong>de</strong> advertir, y<br />

es, que junto a La Valliére, y en el número <strong>de</strong><br />

los cortesanos, se hallaba el señor Fouquet, cuya<br />

respetuosa urbanidad servía <strong>de</strong> escudo a la<br />

joven en medio <strong>de</strong> las distintas emociones que<br />

la agitaban visiblemente.<br />

Disponíase el señor Fouquet a hablar<br />

más íntimamente con la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />

cuando se aproximó el señor Colbert, y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> hacer una reverencia a Fouquet con todas las<br />

reglas <strong>de</strong> la más respetuosa cortesanía, pareció


esuelto a instalarse al lado <strong>de</strong> La Valliére para<br />

trabar conversación con ella.<br />

Fouquet <strong>de</strong>jó al punto el puesto. Montalais<br />

y Malicorne <strong>de</strong>voraban con los ojos toda<br />

aquella maniobra y enviábanse mutuamente<br />

sus observaciones.<br />

Guiche, colocado en el hueco <strong>de</strong> una<br />

ventana, no veía más que a Madame. Mas como<br />

ésta, por su parte, fijaba con frecuencia su mirada<br />

en La Valliére; los ojos <strong>de</strong> Guiche, guiados<br />

por los <strong>de</strong> Madame, se encaminaban también<br />

alguna que otra vez hacia la joven.<br />

La Valliére sentía como por instinto que<br />

le abrumaba cada vez más el peso <strong>de</strong> todas<br />

aquellas miradas, cargadas unas <strong>de</strong> interés y<br />

otras <strong>de</strong> envidia; pero no tenía para compensar<br />

su pa<strong>de</strong>cimiento ni una palabra <strong>de</strong> interés <strong>de</strong><br />

parte <strong>de</strong> sus compañeras, ni una mirada amorosa<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

De manera que nadie podría <strong>de</strong>cir lo<br />

que pa<strong>de</strong>cía la pobre muchacha.


La reina madre hizo acercar entonces el velador<br />

don<strong>de</strong> estaban los billetes <strong>de</strong> la rifa, en numero<br />

<strong>de</strong> doscientos, y rogó a madame <strong>de</strong> Motteville<br />

que leyese la lista <strong>de</strong> los elegidos.<br />

Excusado es <strong>de</strong>cir que esa lista estaba<br />

formada con sujeción a las reglas <strong>de</strong> la etiqueta:<br />

primero figuraba el rey, luego la reina madre,<br />

la reina, Monsieur, Madame, y por este or<strong>de</strong>n<br />

los <strong>de</strong>más.<br />

Latían los corazones al escuchar aquella<br />

lectura. Bien habría trescientos convidados en<br />

la habitación <strong>de</strong> la reina. Cada cual se preguntaba<br />

si su nombre figuraría en el número <strong>de</strong> los<br />

privilegiados.<br />

<strong>El</strong> rey escuchaba con tanta atención como<br />

los <strong>de</strong>más. Pronunciado el último nombre,<br />

vio que La Valliére no estaba incluida en la lista.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, todos pudieron advertir<br />

aquella omisión.<br />

<strong>El</strong> rey se puso encendido, como siempre<br />

que sufría alguna contrariedad.


La Valliére, apacible y resignada, no<br />

manifestó la menor emoción. Durante toda la<br />

lectura no había el rey apartado <strong>de</strong> ella los ojos;<br />

la joven mostrábase en extremo complacida<br />

bajo aquella feliz influencia que sentía exten<strong>de</strong>rse<br />

en re<strong>de</strong>dor suyo, sin que su alegría y su<br />

pureza le permitieran abrigar en su alma y en<br />

su ánimo otro pensamiento que no fuese amor.<br />

<strong>El</strong> rey pagaba con la duración <strong>de</strong> su mirada<br />

aquella profunda abnegación, mostrando<br />

<strong>de</strong> este modo a su amante que comprendía toda<br />

la extensión y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ella.<br />

Cerrada la lista, todos los semblantes <strong>de</strong><br />

las mujeres omitidas u olvidadas no pudieron<br />

menos <strong>de</strong> manifestar su <strong>de</strong>scontento.<br />

Malicorne quedó olvidado también en el<br />

número <strong>de</strong> los hombres, y su gesto dijo claramente<br />

a Montalais, a quien le había cabido<br />

igual olvido:<br />

-¿Será cosa <strong>de</strong> que nos compongamos<br />

con la fortuna, <strong>de</strong> modo que no nos <strong>de</strong>je olvidados?


-¡Oh! ¡Sí tal! -respondió la sonrisa inteligente<br />

<strong>de</strong> la señorita Aura.<br />

Distribuyéronse los billetes entre todos<br />

los incluidos, por su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> numeración.<br />

<strong>El</strong> rey recibió primero el suyo, luego la<br />

reina madre, la reina, Monsieur, Madame, y así<br />

los otros.<br />

Entonces abrió Ana <strong>de</strong> Austria un saquito<br />

<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> España que contenía doscientos<br />

números grabados en otras tantas bolas <strong>de</strong> nácar,<br />

y lo presentó abierto a la más joven <strong>de</strong> sus<br />

camaristas, a fin <strong>de</strong> que sacase una bola.<br />

La ansiedad general, en medio <strong>de</strong> todos<br />

aquellos preparativos hechos lentamente, era<br />

más bien <strong>de</strong> codicia que <strong>de</strong> curiosidad.<br />

Saint-Aignan se inclinó al oído <strong>de</strong> la<br />

señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente:<br />

-Ya que cada uno <strong>de</strong> nosotros tiene su<br />

número, unamos nuestra suerte, señorita -le<br />

dijo-: Si gano, son para vos los brazaletes; si<br />

ganáis, me contentaré con una sola mirada <strong>de</strong><br />

vuestros encantadores ojos.


-No -repuso Atenaida-; si ganáis, serán<br />

vuestros los brazaletes. A cada cual lo suyo.<br />

-Sois inexorable -exclamó Saint-Aignan-,<br />

y os contestaré con esta redondilla; Iris bella<br />

que a mis penas Os manifestáis esquiva . . .<br />

-¡Silencio! -dijo Atenaida-. Que vais a<br />

impedirme oír el número premiado.<br />

-¡Número uno! -gritó la joven que había<br />

sacado la bola <strong>de</strong> nácar <strong>de</strong>l saquito <strong>de</strong> piel <strong>de</strong><br />

España.<br />

-¡<strong>El</strong> rey! -exclamó la reina madre.<br />

-¡<strong>El</strong> rey ha ganado! -repitió la reina, gozosa.<br />

-¡Oh! ¡<strong>El</strong> rey! ¡Vuestro sueño! -exclamó<br />

Madame, gozosa también, acercándose al oído<br />

<strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria.<br />

<strong>El</strong> rey fue el único que no dio señal alguna<br />

<strong>de</strong> satisfacción. Únicamente dio gracias a<br />

la fortuna <strong>de</strong> lo que había hecho en su favor<br />

dirigiendo un ligero saludo a la joven que había<br />

sido elegida como mandataria <strong>de</strong> fugaz diosa.<br />

Luego, recibiendo <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria,


en medio <strong>de</strong> los murmullos codiciosos <strong>de</strong> toda<br />

la asamblea, el estuche que contenía los brazaletes:<br />

-¿Son realmente preciosos estos brazaletes?<br />

-preguntó.<br />

-Examinadlos -repuso Ana <strong>de</strong> Austria- y<br />

juzgad por vos mismo.<br />

<strong>El</strong> rey los miró atentamente.<br />

-Sí -dijo-. ¡Admirable es, en efecto, este<br />

medallón! ¡Qué bien acabado!<br />

- Sí que lo está -añadió Madame.<br />

La reina María Teresa conoció fácilmente,<br />

y a la primera ojeada, que el rey no le ofrecería<br />

los brazaletes, pero, como tampoco parecía<br />

pensar siquiera en ofrecerlos a Madame, se dio<br />

por satisfecha, o poco menos.<br />

<strong>El</strong> rey tomó asiento.<br />

Los cortesanos que gozaban <strong>de</strong> mayor<br />

familiaridad vinieron entonces sucesivamente a<br />

admirar <strong>de</strong> cerca la alhaja, que muy luego, con<br />

la venia <strong>de</strong>l rey, fue pasando <strong>de</strong> mano en mano.


Seguidamente, todos, entendidos o no,<br />

lanzaron exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa y abrumarán<br />

al rey a felicitaciones.<br />

Había motivo, en efecto, para que todo<br />

el mundo admirase, unos los diamantes, otros<br />

el grabado.<br />

Las damas mostraban patentemente su<br />

impaciencia por ver aquel tesoro monopolizado<br />

por los caballeros.<br />

-Señores, señores -dijo el rey, a quien<br />

nada pasaba inadvertido-; nadie diría sino que<br />

lleváis brazaletes como los sabinos; <strong>de</strong>jad que<br />

los vean las damas, que me parece son en este<br />

punto más inteligentes que vosotros.<br />

Semejantes palabras le parecieron a Madame<br />

el principio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión que se esperaba.<br />

Leía , a<strong>de</strong>más, esa bienhadada creencia<br />

en los ojos <strong>de</strong> la reina madre.<br />

<strong>El</strong> cortesano que los tenía en el instante<br />

<strong>de</strong> lanzar el rey aquella observación en medio<br />

<strong>de</strong> la agitación general, se apresuró a poner los


azaletes en manos <strong>de</strong> la reina María Teresa, la<br />

cual, sabiendo que no le estaban <strong>de</strong>stinados, los<br />

miró muy por encima y los pasó a manos <strong>de</strong><br />

Madame.<br />

Esta, y, más -particularmente todavía,<br />

Monsieur, fijó en los brazaletes una <strong>de</strong>tenida<br />

mirada <strong>de</strong> codicia.<br />

Luego pasó la alhaja a las damas inmediatas,<br />

pronunciando una sola palabra, pero<br />

con acento que equivalía a una larga frase:<br />

-¡Magníficos!<br />

Las damas que recibieron los brazaletes<br />

<strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Madame emplearon el tiempo que<br />

les pareció conveniente en examinarlos, y en<br />

seguida los hicieron circular por su <strong>de</strong>recha.<br />

Mientras tanto conversaba el rey tranquilamente<br />

con Guiche y Fouquet. Dejaba<br />

hablar, más bien que escuchaba.<br />

Acostumbrados a 'ciertos giros <strong>de</strong> frases,<br />

su oído, como el <strong>de</strong> todos los hombres que<br />

ejercen sobre otros una superioridad incontestable,<br />

no recogía <strong>de</strong> los discursos pronunciados


en torno suyo más que la palabra indispensable<br />

que merece una contestación.<br />

En cuanto a su atención, estaba en otra<br />

parte. Vagaba con sus ojos. La señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente<br />

era la última <strong>de</strong> las damas inscritas<br />

para los billetes, y, como si hubiera tomado<br />

jerarquía según su inscripción, no tenía <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> ella más que a Montalais y a La Valliére.<br />

Al llegar los brazaletes a estas últimas,<br />

nadie pareció hacer alto en ello.<br />

La humildad <strong>de</strong> las manos en que momentáneamente<br />

estaban aquellas joyas, les quitaba<br />

toda su importancia.<br />

Lo cual no impidió, sin embargo, que a<br />

Montalais le brincase el corazón <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong><br />

envidia y <strong>de</strong> codicia a la vista <strong>de</strong>. aquellas hermosas<br />

piedras, más todavía que por aquel exquisito<br />

trabajo.<br />

Era indudable que si a Montalais le<br />

hubiesen dado a elegir entre el valor pecuniario


y la belleza artística, habría preferido sin titubear<br />

los diamantes a los camafeos.<br />

De suerte que le costó gran trabajo<br />

hacerlos pasar a manos <strong>de</strong> su compañera La<br />

Valliére.<br />

La Valliére fijó en las alhajas una mirada<br />

casi indiferente.<br />

-¡Oh! ¡Qué preciosos son estos brazaletes<br />

y qué magníficos! -exclamó Montalais-. ¿Y<br />

no te extasías en ellos, Luisa? ¿Has <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

ser mujer?<br />

-No -respondió la joven con un tono <strong>de</strong><br />

encantadora melancolía-. ¿A qué <strong>de</strong>sear lo que<br />

no pue<strong>de</strong> pertenecernos?<br />

<strong>El</strong> rey, con la cabeza inclinada hacia<br />

a<strong>de</strong>lante, escuchaba lo que la joven iba a <strong>de</strong>cir.<br />

Apenas la vibración <strong>de</strong> aquella voz llegó<br />

a herir su oído, se levantó lleno <strong>de</strong> satisfacción,<br />

y, atravesando todo el círculo para ir adon<strong>de</strong><br />

estaba La Valliére:


-Os equivocáis, señorita -dijo-; sois mujer,<br />

y toda mujer tiene <strong>de</strong>recho a las alhajas <strong>de</strong><br />

mujer.<br />

-¡Oh! -exclamó La Valliére-. ¿Vuestra<br />

Majestad no quiere creer en m¡ mo<strong>de</strong>stia?<br />

-Creo, señorita, que tenéis todas las virtu<strong>de</strong>s,<br />

tanto la franqueza como las <strong>de</strong>más; por<br />

consiguiente, os conjuro que digáis francamente<br />

lo que pensáis <strong>de</strong> estos brazaletes.<br />

-Que son tan hermosos, Majestad, que<br />

sólo pue<strong>de</strong>n ser ofrecidos a una reina.<br />

-Celebro mucho que sea ésa vuestra<br />

opinión, señorita; los brazaletes son vuestros, y<br />

el rey os ruega que los aceptéis.<br />

Y como La Valliére, con un movimiento<br />

parecido al espanto, alargase vivamente el estuche<br />

al rey, el rey rechazó dulcemente con su<br />

mano la mano trémula <strong>de</strong> La Valliére.<br />

Un silencio <strong>de</strong> sorpresa, más fúnebre<br />

aún que un silencio sepulcral, reinaba en toda<br />

la asamblea Y, sin . embargo, por el lado don<strong>de</strong>


estaban las reinas, nadie había oído lo que el<br />

rey dijera, ni comprendido lo que había hecho.<br />

Una caritativa amiga se encargó <strong>de</strong> esparcir<br />

la noticia. Fue la señorita <strong>de</strong> Tonnay-<br />

Charente, a quien Madame había hecho seña<br />

que se aproximase.<br />

-¡Dios mío! -exclamó Tonnay-Charente-.<br />

¡Qué afortunada es esa La Valliére! ¡<strong>El</strong> rey le ha<br />

regalado los brazaletes!<br />

Madame se mordió los labios con tal<br />

coraje, que la sangre brotó en la superficie <strong>de</strong> la<br />

piel.<br />

La reina joven miraba sucesivamente a<br />

La Valliére y a Madame, y se echó a reír.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria apoyó su barba en su<br />

hermosa y blanca mano, y permaneció largo<br />

rato absorta por una sospecha que le roía el<br />

ánimo, y por un dolor terrible que le roía el<br />

corazón.<br />

Guiche, viendo pali<strong>de</strong>cer a Madame,<br />

adivinando la causa <strong>de</strong> aquella pali<strong>de</strong>z, aban-


donó precipitadamente la asamblea y <strong>de</strong>sapareció.<br />

Malicorne pudo <strong>de</strong>slizarse entonces<br />

hasta don<strong>de</strong> se hallaba Montalais, y, a favor <strong>de</strong>l<br />

tumulto general <strong>de</strong> las conversaciones:<br />

-Aura -le dijo-, tienes cerca <strong>de</strong> ti nuestra<br />

fortuna y nuestro porvenir.<br />

-Sí -contestó aquélla.<br />

Y abrazó tiernamente a La Valliére, a<br />

quien en su interior estaba tentada <strong>de</strong> estrangular.<br />

V<strong>II</strong><br />

MALAGA<br />

Durante todo aquel largo y violento<br />

<strong>de</strong>bate entre- las ambiciones <strong>de</strong> la Corte y los<br />

amores <strong>de</strong>l corazón, uno <strong>de</strong> nuestros personajes,<br />

el que menos <strong>de</strong>satendido <strong>de</strong>bía ser tal vez,<br />

se hallaba olvidado completamente y reducido<br />

a una posición poco lisonjera.<br />

En efecto, Artagnan, Artagnan, porque<br />

es preciso llamarle por su nombre para que se


ecuer<strong>de</strong> que ha existido. Artagnan no tenía nada<br />

que hacer en aquel mundo brillante y frívolo.<br />

Después <strong>de</strong> haber seguido al rey a Fontainebleau,<br />

y <strong>de</strong> haber visto todas las diversiones<br />

pastoriles y todos los disfraces cómico-heroicos<br />

<strong>de</strong> su soberano, el mosquetero había llegado a<br />

persuadirse <strong>de</strong> que aquello no bastaba a tenerle<br />

satisfecho.<br />

Acometido a cada paso por personas<br />

que le <strong>de</strong>cían:<br />

-¿Cómo os parece que me cae este traje,<br />

señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />

Les respondía con su voz placentera y<br />

socarrona:<br />

-Os hallo tan bien vestido como el mono<br />

más hermoso <strong>de</strong> la feria <strong>de</strong> San Lorenzo.<br />

Era éste uno <strong>de</strong> aquellos cumplimientos<br />

que acostumbraba a hacer Artagnan cuando no<br />

quería hacer otro: <strong>de</strong> consiguiente, no había<br />

más remedio que contentarse con él <strong>de</strong> grado o<br />

por fuerza.<br />

Y cuando le preguntaban:


-Señor Artagnan, ¿cómo os vestís esta<br />

noche?<br />

Respondía:<br />

-Lo que haré será <strong>de</strong>snudarme. Lo cual<br />

hacía reír hasta a las damas.<br />

Pero <strong>de</strong>spués que el mosquetero pasó<br />

dos días <strong>de</strong> aquel modo, y conoció que ningún<br />

asunto serio se ventilaba, y que el rey había<br />

olvidado o parecía haber olvidado completamente<br />

a París, Saint-Mandé y Belle-Isle;<br />

que el señor Colbert soñaba con morteretes y<br />

fuegos artificiales; Que las damas tenían un<br />

mes, por lo menos, para dar y recibir miradas;<br />

Artagnan solicitó al rey una licencia para asuntos<br />

<strong>de</strong> familia. En el momento en que Artagnan<br />

hacía aquella petición, el rey se acostaba, cansado<br />

<strong>de</strong> tanto bailar.<br />

-¿Conque queréis <strong>de</strong>jarme, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan? -preguntó con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />

Luis XIV no llegaba a compren<strong>de</strong>r nunca<br />

que se separase nadie <strong>de</strong> su lado cuando


podía tener el insigne honor <strong>de</strong> permanecer<br />

cerca <strong>de</strong> su persona.<br />

-Señor -dijo Artagnan-, os <strong>de</strong>jo porque<br />

no os sirvo <strong>de</strong> nada. Si al menos pudiera tener<br />

yo el balancín mientras vos bailáis, entonces<br />

sería otra cosa.<br />

-¿No sabéis, mi apreciado señor <strong>de</strong> Artagnan<br />

-replicó gravemente el rey-, que se baila<br />

sin balancín?<br />

-¡Ah! -repuso el mosquetero sin <strong>de</strong>jar su<br />

imperceptible ironía-. No lo sabía, en efecto.<br />

-¿No me habéis visto bailar? -preguntó<br />

el rey.<br />

-Sí, más creo que las dificulta<strong>de</strong>s irían<br />

en aumento. Me he engañado; razón <strong>de</strong> más<br />

para retirarme. Señor, lo siento; pero Vuestra<br />

Majestad no necesita <strong>de</strong> mí, y <strong>de</strong>más, si me necesitase,<br />

ya sabría dón<strong>de</strong> hallarme.<br />

Está bien -dijo el rey. Y le concedió la<br />

licencia.<br />

o buscaremos, pues, a Artagnan en Fontainebleau,<br />

porque sería cosa inútil; pero, con la


venia <strong>de</strong> nuestros lectores, lo hallaremos en la<br />

calle <strong>de</strong> los Lombardos, en "<strong>El</strong> Pilón <strong>de</strong> Oro", en<br />

casa <strong>de</strong> nuestro distinguido amigo Planchet.<br />

Son las ocho <strong>de</strong> la noche, hace calor, y<br />

sólo se ve abierta una ventana en un cuarto<br />

entresuelo.<br />

Un olor <strong>de</strong> especias, unido al olor menos<br />

exótico <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> la calle, subía a las<br />

narices <strong>de</strong>l mosquetero.<br />

Artagnan, recostado en un sillón <strong>de</strong> respaldo<br />

plano, con las piernas no estiradas, sino<br />

colocadas sobre un escabel, formaba el ángulo<br />

más obtuso que pue<strong>de</strong> suponerse.<br />

Sus ojos, tan astutos y movibles ordinariamente,<br />

estaban fijos y casi velados, y habían<br />

tomado por punto <strong>de</strong> mira invariable el trocito<br />

<strong>de</strong> cielo azul que se ve <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sgarrones<br />

<strong>de</strong> las chimeneas, porción justa y precisa <strong>de</strong><br />

azul que se necesitaría para remendar uno <strong>de</strong><br />

los sacos <strong>de</strong> lentejas o <strong>de</strong> judías que formaban<br />

el principal mueblaje <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l piso bajo.


Así tendido, así abismado en sus observaciones<br />

ultrafenestrales, no era ya el hombre<br />

<strong>de</strong> guerra ni el oficial <strong>de</strong> Palacio, sino un pechero<br />

bostezando entre la comida y la cena, y entre<br />

la cena y la hora <strong>de</strong> acostarse; uno <strong>de</strong> esos cerebros<br />

osificados, que no tienen sitito para la menor<br />

i<strong>de</strong>a, merced a la tenacidad con que la materia<br />

acecha en los puestos <strong>de</strong> la inteligencia, y<br />

vigila el contrabando que pudiera hacerse, introduciendo<br />

en el cerebro un síntoma <strong>de</strong> pensamiento.<br />

Hemos dicho que era <strong>de</strong> noche; las tiendas<br />

se iban iluminando, al paso que se cerraban<br />

las ventanas <strong>de</strong> los cuartos superiores; una patrulla<br />

<strong>de</strong> la ronda <strong>de</strong>jaba oír el ruido <strong>de</strong>sigual<br />

<strong>de</strong> sus pasos.<br />

Artagnan continuaba sin oír cosa alguna<br />

ni divisar más que el trocito azul <strong>de</strong> su cielo.<br />

A dos pasos <strong>de</strong> él, enteramente en la<br />

sombra, se hallaba acostado Planchet sobre un<br />

saco <strong>de</strong> maíz, con el vientre sobre el saco y los


azos bajo la barba, mirando a Artagnan pensar,<br />

soñar o dormir con los ojos abiertos.<br />

La observación duraba ya largo tiempo.<br />

Planchet principió por hacer:<br />

-¡Hum! ¡Hum!<br />

Artagnan no se movió.<br />

Planchet conoció entonces que era necesario<br />

apelar a un medio más eficaz, y, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> maduras reflexiones, lo que halló más ingenioso<br />

en las circunstancias <strong>de</strong>l momento fue<br />

<strong>de</strong>jarse rodar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el saco al suelo, murmurando<br />

contra él mismo la palabra:<br />

-¡Imbécil!<br />

Pero, a pesar <strong>de</strong>l ruido ocasionado por<br />

la caída <strong>de</strong> Planchet, Artagnan, que en el transcurso<br />

<strong>de</strong> su vida había oído ruidos mucho más<br />

extraños, no hizo el menor caso <strong>de</strong> aquél.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, una enorme carreta, cargada<br />

dé piedras, <strong>de</strong>sembocaba por la calle <strong>de</strong><br />

Saint-Médéric y embebía en el ruido <strong>de</strong> sus<br />

ruedas el ruido <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> Planchet.


Sin embargo, éste creyó ver sonreírse<br />

imperceptiblemente a Artagnan como en señal<br />

<strong>de</strong> aprobación tácita a la palabra imbécil.<br />

Por lo que, haciéndole cobrar algún<br />

ánimo, se aventuró á <strong>de</strong>cir:<br />

-¿Dormís acaso, señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />

-No, Planchet; ni siquiera duermo -<br />

respondió el mosquetero.<br />

-Mucho siento -dijo Planchet- haber oído<br />

la palabra siquiera.<br />

-¿Y por qué? ¿No es palabra inteligible?<br />

-Sí tal, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¿Pues qué?<br />

-Es que esa palabra me aflige.<br />

-Desarróllame tu aflicción, Planchet -<br />

dijo Artagnan.<br />

-Si no dormís siquiera, según vuestra<br />

expresión, tanto vale a no tener el consuelo <strong>de</strong><br />

dormir. O mejor, es como si dijerais en otros<br />

términos: "Planchet, me aburro hasta no po<strong>de</strong>r<br />

más."


-Planchet, ya sabes que no me aburro<br />

jamás.<br />

-Excepto hoy, ayer y anteayer.<br />

-¡Bah!<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan, hace ocho días que<br />

habéis venido <strong>de</strong> Fontainebleau; hace ocho días<br />

que no tenéis nada que or<strong>de</strong>nar, ni podéis hacer<br />

maniobrar a vuestra compañía. Os falta el ruido<br />

<strong>de</strong> los mosquetes, <strong>de</strong> los tambores y <strong>de</strong> todo el<br />

aparato real; y yo, que también he llevado<br />

mosquete, sé perfectamente lo que es eso.<br />

-Planchet -respondió Artagnan-; te aseguro<br />

que no me aburro lo más mínimo.<br />

-Entonces, ¿qué hacéis ahí echado como<br />

un muerto?<br />

-Amigo Planchet, en el sitio <strong>de</strong> La Rochela,<br />

cuando yo permanecía allí, cuando tú<br />

estabas, cuando estábamos nosotros, en fin,<br />

había un árabe que tenía adquirida cierta celebridad<br />

por la <strong>de</strong>streza con que apuntaba las<br />

culebrinas. Era un mozo <strong>de</strong> talento, aunque <strong>de</strong><br />

color extraño, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> aceituna. Pues bien,


ese árabe, luego que había comido o trabajado,<br />

se tumbaba como yo lo estoy en este momento,<br />

y fumaba ciertas hojas mágicas en un gran tubo<br />

con boquilla <strong>de</strong> ámbar, y si acertaba a pasar<br />

algún jefe y le echaba en cara que estuviese<br />

durmiendo siempre, le respondía tranquilamente:<br />

"Más vale estar sentado que <strong>de</strong> pie,<br />

acostado que sentado, muerto que acostado."<br />

-Ese árabe era tan lúgubre por su valor<br />

como por sus sentencias -dijo Planchet-; me<br />

acuerdo <strong>de</strong> él muy bien, y también <strong>de</strong> que cortaba<br />

cabezas <strong>de</strong> protestantes con mucha satisfacción.<br />

-Precisamente; y por cierto que las embalsamaba<br />

cuando valían la pena.<br />

-Sí, y cuando se hallaba en esa operación,<br />

con todas sus hierbas y todas sus gran<strong>de</strong>s<br />

plantas, tenía las trazas <strong>de</strong> un cestero haciendo<br />

azafates.<br />

-Sí, Planchet; así era en efecto.<br />

-¡Oh! También yo tengo memoria.


-Lo creo; más, ¿qué me dices <strong>de</strong> su razonamiento?<br />

-Señor, lo encuentro exacto en parte,<br />

pero estúpido en otra.<br />

-Explícate, Planchet, explícate. -Pues<br />

bien, señor, en efecto, más vale estar sentado<br />

que <strong>de</strong> pie; eso es incontestable, sobre todo<br />

cuando se halla uno fatigado, en ciertas circunstancias...<br />

(y Planchet sonrió con aire picaresco).<br />

Más vale estar acostado que sentado; pero, en<br />

cuanto a la última proposición <strong>de</strong> que más vale<br />

estar muerto que acostado, <strong>de</strong>claro que la encuentro<br />

absurda; que mi preferencia absoluta<br />

está por la cama, ' y que, si no sois vos <strong>de</strong> mi<br />

opinión, es porque, como he tenido el honor <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>ciros hace poco, os aburrís soberanamente.<br />

-Planchet, ¿conoces al señor <strong>de</strong> La Fontaine?<br />

-¿<strong>El</strong> farmacéutico <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la<br />

calle Saint-Médéric?<br />

-No, el fabulista.


-¡Ah! Maese Cuervo. -Exactamente; pues<br />

bien, yo soy su liebre.<br />

-¿Tiene también una liebre?<br />

-Y toda especie <strong>de</strong> animales.<br />

-¿Y qué hace su liebre?<br />

-Piensa.<br />

-¡Ah!<br />

-Planchet ,yo soy como la liebre <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> La Fontaine, y pienso.<br />

-¿Conque piensa ? -preguntó inquieto<br />

Planchet.<br />

-Sí, Planchet; tu habitación es bastante<br />

triste para inclinar a uno a la meditación; me p<br />

que no podrás menos <strong>de</strong> convenir en ello.<br />

Sin embargo, tenéis vistas a la calle.<br />

-¡Pardiez! Hay que ver lo recreativo que<br />

es, ¿eh?<br />

-No por eso es menos cierto, señor, que<br />

si habitáis la parte <strong>de</strong> atrás os aburriríais<br />

igualmente... No, quiero <strong>de</strong>cir que pensaríais<br />

más todavía.<br />

-No lo sé, a fe mía. Planchet.


-Si a lo menos -repuso el abacero- fuesen<br />

vuestros pensamientos <strong>de</strong> la especie <strong>de</strong>l que os<br />

condujo a la restauración <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>.<br />

Y Planchet hizo asomar a sus labios una<br />

sonrisita que no carecía <strong>de</strong> significación.<br />

-¡Hola, hola! ¿Eres ambicioso, Planchet?<br />

-¿No hay por ahí algún otro rey a quien<br />

restaurar, señor <strong>de</strong> Artagnan, u otro Monk a<br />

quien meter en algún cajón?<br />

-No, mi querido Planchet, todos los reyes<br />

están en sus tronos... quizá no tan bien como<br />

yo en esta silla, pero al fin mantiénense en<br />

ellos.<br />

Y Artagnan exhaló un suspiro.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo Planchet-, me<br />

estáis dando pena.<br />

-Tienes excelente corazón, Planchet.<br />

-¡Una sospecha me asalta, Dios me perdone!<br />

-¿Cuál?<br />

-Que os vais poniendo flaco, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan.


-¡Oh! -murmuró Artagnan dándose una<br />

puñada en el tórax, que resonó como una coraza<br />

hueca-; no pue<strong>de</strong> ser, Planchet.<br />

-Es que -dijo Planchet con efusión- si<br />

enflaquecieseis en mi casa...<br />

-¿Qué?<br />

-Sería capaz <strong>de</strong> cometer un atentado.<br />

-¿Cómo?<br />

-Sí.<br />

-Veamos: ¿qué harías?<br />

-Buscar al que es causa <strong>de</strong> vuestra pena.<br />

-¿Conque tengo una pena?<br />

-Sí, una tenéis.<br />

-No, Planchet.<br />

-Os digo que sí. Tenéis una pena, y eso<br />

es lo que os pone flaco.<br />

-¿Estás cierto <strong>de</strong> que voy enflaqueciendo?<br />

-A ojos vistas... ¡Málaga! Si continuáis<br />

enflaqueciendo, cojo mi tizona y me voy a cortar<br />

la cabeza al señor <strong>de</strong> Herblay.


-¡Cómo! -dijo Artagnan dando un brinco<br />

en su silla-. ¿Qué estás diciendo, Planchet, ni<br />

qué tiene que ver con vuestra abacería el nombre<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay?<br />

-¡Bien, bien! Enojaos cuanto queráis,<br />

ofen<strong>de</strong>dme, si os agrada; pero ¡pardiez! que sé<br />

muy bien lo que me sé.<br />

Durante esta segunda salida <strong>de</strong> Planchet,<br />

se había colocado Artagnan <strong>de</strong> modo que<br />

no se le escapase una sola <strong>de</strong> las miradas <strong>de</strong><br />

aquél; es <strong>de</strong>cir, que se hallaba sentado, con las<br />

manos apoyadas sobre las rodillas y el cuello<br />

estirado en la dirección <strong>de</strong>l digno abacero.<br />

-Veamos -dijo-, explícate, y dime cómo<br />

has podido proferir semejante blasfemia. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Herblay, tu antiguo jefe, amigo mío,<br />

un eclesiástico, un mosquetero transformado en<br />

obispo... ¿Te atreverías a levantar tu acero contra<br />

él, Planchet?<br />

-Sería capaz <strong>de</strong> levantarlo contra mi<br />

padre, cuando os veo en ese estado.<br />

-¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, un gentilhombre!


-Poco me importa que sea un gentilhombre<br />

o no. Lo que sé es que os hace estar<br />

triste, y <strong>de</strong> estar triste se pone uno flaco. ¡Málaga!<br />

No quiero que el señor <strong>de</strong> Artagnan salga<br />

<strong>de</strong> mi casa más flaco que entró.<br />

-¿Y por qué me hace estar triste? Explícate.<br />

-Hace tres noches que tenéis pesadillas.<br />

-¿Yo?<br />

-Sí, y en ellas no hacéis más que repetir:<br />

"¡Aramis, solapado Aramis!"<br />

-¿Eso he dicho? -preguntó Artagnan.<br />

-Sí por cierto, a fe <strong>de</strong> Planchet.<br />

-Bien, ¿y qué? Ya sabes el proverbio que<br />

dice: "Quimeras son los sueños".<br />

-No, porque en estos tres días, siempre<br />

que habéis salido no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> preguntarme<br />

al volver: "¿Has visto al señor <strong>de</strong> Herblay?"<br />

O bien: "¿Has recibido alguna carta <strong>de</strong>l<br />

señor <strong>de</strong> Herblay para mí?"


-Pero creo que nada tenga <strong>de</strong> particular<br />

que me interese por ese querido amigo -dijo<br />

Artagnan.<br />

-Sí, por cierto, mas no hasta el punto <strong>de</strong><br />

enflaquecer.<br />

-Planchet, ya engordaré, te doy mi palabra<br />

<strong>de</strong> honor.<br />

-Bien, señor; la acepto, pues sé que<br />

cuando dais vuestra palabra, eso es sagrado...<br />

-No soñaré más con Aramis.<br />

-¡Muy bien!<br />

-No te preguntaré tampoco si hay carta<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay.<br />

-¡Perfectamente!<br />

-Pero vas a explicarme una cosa.<br />

-Hablad, señor.<br />

-Ya sabes que soy naturalmente observador.<br />

-Lo sé muy bien...<br />

-Y hace poco has pronunciado un juramento<br />

singular...


-Sí.<br />

-Que no te había oído jamás.<br />

-¿Malagá, queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Precisamente.<br />

-Es el juramento que empleo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

soy abacero.<br />

-Lo encuentro muy natural; ése es el<br />

nombre <strong>de</strong> unas pasas.<br />

-Es mi juramento <strong>de</strong> ferocidad; cuando<br />

llego a <strong>de</strong>cir ¡malagá!, ya no soy un hombre.<br />

-Pero es el caso que no te conocía ese<br />

juramento.<br />

-Así es, señor; me lo han dado. Y, al<br />

pronunciar Planchet estas palabras, guiñó el ojo<br />

con cierto aire <strong>de</strong> truhanería que llamó la atención<br />

<strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¡Je, je! -dijo.<br />

-¡Je, je! -repitió Planchet.<br />

-¡Hola, hola, señor Planchet!<br />

Qué diantre, señor! –dijo Planchet-. Yo<br />

no soy como vos, ni me paso la vida en pensar.<br />

-No haces bien.


-Quiero <strong>de</strong>cir, en aburrirme, señor: ya<br />

que la vida es corta, ¿por qué no aprovecharla?<br />

-Por lo que veo, eres filósofo epicúreo,<br />

Planchet.<br />

-¿Y por qué no? La mano está buena, y<br />

escribe y pesa azúcar y especias; el pie está seguro,<br />

se baila y se pasea; el estómago tiene<br />

dientes, se <strong>de</strong>vora y se digiere; el corazón no<br />

está aún muy encallecido... Pues bien, señor...<br />

-¿Qué? Veamos.<br />

-¡Ahí está!. . . -dijo el abacero restregándose<br />

las manos. Artagnan cruzó una pierna<br />

sobre otra.<br />

-Planchet, amigo mío -dijo-, ¿sabes que<br />

me <strong>de</strong>jas estupefacto <strong>de</strong> sorpresa?<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque te revelas a mí bajo un aspecto<br />

<strong>de</strong>l todo nuevo. Lisonjeado Planchet en alto<br />

grado, continuó restregándose las manos hasta<br />

arrancarse la epi<strong>de</strong>rmis.<br />

-¡Ah! ¡ah! -dijo-. ¿Creéis que porque sea<br />

un bestia, soy un imbécil?


-Bien, Planchet; eso ya es un razonamiento.<br />

-Seguid bien mi i<strong>de</strong>a, señor. Yo he dicho<br />

para mí -prosiguió Planchet-: sin placer, no hay<br />

felicidad sobre 1ª tierra.<br />

-¡Qué verdad es eso que has icho, Planchet!<br />

-interrumpió Artagnan.<br />

-Pues procurémonos, si no placer, por lo<br />

menos consuelos.<br />

-¿Y consigues consolarte?<br />

-Sí, por cierto.<br />

-¿Y a ver cómo?<br />

-Armándose <strong>de</strong> un broquel para ir a<br />

combatir el fastidio. Arreglo mi tiempo <strong>de</strong> paciencia,<br />

y la víspera, precisamente, <strong>de</strong>l día en<br />

que veo que voy a aburrirme, me divierto.<br />

-¿Y no es más difícil que eso?<br />

-No.<br />

-¿Y has hallado eso tú solo?<br />

-Yo solo.<br />

-¡Pues es prodigioso!<br />

-¿Qué os parece?


-Afirmo que tu filosofía no tiene igual<br />

en el mundo.<br />

-Entonces seguid mi ejemplo.<br />

-No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser tentador.<br />

-Haced lo que yo.<br />

-No <strong>de</strong>searía otra cosa; pero no todas las<br />

almas tienen un mismo temple, y quizá si tuviese<br />

que divertirme como tú, me aburriría terriblemente.<br />

-¡Bah! Probad.<br />

-Vamos a ver, ¿qué haces tú?<br />

-¿Habéis notado que suelo ausentarme<br />

<strong>de</strong> vez en cuando?<br />

-Sí.<br />

-¿Y <strong>de</strong> cierta manera?<br />

-Periódicamente.<br />

-Así es; ¿conque lo habéis notado?<br />

-Amigo Planchet, ya conocerás que<br />

cuando dos se están viendo todos los días, si<br />

uno <strong>de</strong> ellos se ausenta, le falta al otro. ¿No te<br />

falto yo a ti, cuando estoy en campaña?


-¡Inmensamente! Soy como cuerpo sin<br />

alma.<br />

-Esto supuesto, continuemos.<br />

-¿Y a qué épocas suelo ausentarme?<br />

-Los días 15 y 30 <strong>de</strong> cada mes.<br />

-¿Y estoy fuera?<br />

-Unas veces dos días, otras tres, otras<br />

cuatro... según.<br />

-¿Y qué suponéis que voy a hacer?<br />

-Compras.<br />

-Y al volver me encontráis con el semblante...<br />

-Muy satisfecho.<br />

-Ya veis que vos mismo <strong>de</strong>cís que vengo<br />

siempre satisfecho. ¿Y a qué habéis atribuido<br />

esa satisfacción?<br />

-A que marchaba bien tu comercio; a<br />

que las compras <strong>de</strong> arroz, <strong>de</strong> ciruelas, <strong>de</strong> cogucho,<br />

<strong>de</strong> peras en conserva y <strong>de</strong> melaza, te salían<br />

a pedir <strong>de</strong> boca. Tú has tenido siempre un carácter<br />

muy pintoresco, y así es que jamás he<br />

extrañado verte optar por ese ramo, que es uno


<strong>de</strong> los comercios más variados y más dulce al<br />

carácter, en cuanto a que casi todas las cosas<br />

que en él se manejan son naturales y aromáticas.<br />

-Perfectamente, señor; pero ¡qué equivocado<br />

estáis!<br />

-¡Yo equivocado¡ ¿En qué?<br />

-En creer que-voy cada quince días a<br />

compras o a ventas. ¡Oh señor! ¿Cómo diablos<br />

habéis podido figuraros semejante cosa? ¡Jo, jo,<br />

jo!<br />

Y Planchet comenzó a reír en términos<br />

<strong>de</strong> inspirar a Artagnan las dudas más injuriosas<br />

acerca <strong>de</strong> su propia inteligencia.<br />

-Declaro -dijo el mosquetero que no<br />

llegan a tanto mis alcances.<br />

-Así es, señor.<br />

-¿Cómo que así es?<br />

-Necesario es que así sea, cuando vos lo<br />

<strong>de</strong>cís; pero advertid que eso no os hace per<strong>de</strong>r<br />

nada en mi concepto.


-¡Vamos, no es poca fortuna! No, sois<br />

hombre <strong>de</strong> ingenio, y, cuando se trata <strong>de</strong> guerra,<br />

<strong>de</strong> táctica y <strong>de</strong> golpes <strong>de</strong> mano, ¡diantre!,<br />

los reyes valen muy poco a vuestro lado; mas<br />

en punto a <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>l alma, a regalos <strong>de</strong>l<br />

cuerpo, a dulzuras <strong>de</strong> la vida, no me habléis <strong>de</strong><br />

los hombres <strong>de</strong> genio, señor, porque son sus<br />

propios verdugos.<br />

-Querido Planchet -dijo Artagnan con<br />

viva curiosidad-; llegas a interesarme en el más<br />

alto grado.<br />

-A que os aburrís ahora menos que antes,<br />

¿no es verdad?<br />

-No me aburría; no obstante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

has empezado a hablarme, estoy más divertido.<br />

-Vamos, vamos, ¡excelente principio!<br />

Respondo <strong>de</strong> llegar a curaros.<br />

-No <strong>de</strong>seo otra cosa.<br />

-¿Queréis que haga la prueba?<br />

-Al instante.<br />

-Está bien. ¿Tenéis aquí caballos?<br />

-Sí; diez, veinte, treinta.


-No hay necesidad <strong>de</strong> tantos: con dos,<br />

basta.<br />

-Están a tu disposición, Planchet.<br />

-¡Bueno! Vendréis conmigo.<br />

-¿Cuándo?<br />

-Mañana.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

-Esto es preguntar ya <strong>de</strong>masiado.<br />

-Sin embargo, no podrás menos <strong>de</strong> convenir<br />

en que es importante que sepa a dón<strong>de</strong><br />

voy.<br />

-¿Os agrada el campo?<br />

-Medianamente, Planchet.<br />

-Entonces, ¿preferís la ciudad?<br />

-Según y cómo.<br />

-Pues bien, os llevo a un sitio mitad ciudad,<br />

mitad campo.<br />

-Sea enhorabuena.<br />

-A un punto en que estoy seguro que os<br />

divertiréis.<br />

-Muy bien.


-¡Y cosa extraña! A un punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

habéis venido por aburriros en él.<br />

-¿Yo?<br />

-Terriblemente.<br />

-¿De modo que es a Fontainebleau<br />

adon<strong>de</strong> vas?<br />

-A Fontainebleau, sí, señor.<br />

-¿Tú a Fontainebleau?<br />

-Yo en persona.<br />

-¿Y qué vas a hacer allí, Dios santo?<br />

Planchet contestó a Artagnan con un<br />

guiño <strong>de</strong> malicia.<br />

-¿Tienes allí tierras, pícaro?<br />

-¡Oh! Una miseria, una bicoca.<br />

-¿Y para eso vamos?<br />

-Es que es cosa buena, palabra <strong>de</strong> honor.<br />

-¿Conque voy a la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong><br />

Planchet? -dijo Artagnan.<br />

-Cuando gustéis.<br />

-¿No hemos dicho mañana?


-Pues bien, mañana; así como así, mañana<br />

estamos a 14, víspera <strong>de</strong>l día en que temo<br />

aburrirme; así, pues, convenido.<br />

-Convenido.<br />

-¿Me prestáis uno <strong>de</strong> vuestros caballos?<br />

-<strong>El</strong> mejor.<br />

-No; prefiero el más dócil, porque ya<br />

sabéis que nunca he sido buen jinete, y en la<br />

abacería he acabado <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la costumbre.<br />

Luego...<br />

-¿Qué?<br />

-Luego -repuso con otro guiño-, no<br />

quiero fatigarme.<br />

-¿Y por qué? -se aventuró a preguntar<br />

Artagnan.<br />

-Porque entonces no me divertiría -<br />

contestó Planchet.<br />

Y en seguida se levantó <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> maíz,<br />

estirándose y haciendo crujir todos sus huesos,<br />

unos tras otros, con cierta armonía.<br />

-¡Planchet, Planchet! -exclamó Artagnan-.<br />

Declaro que no hay sobre la tierra sibarita


que se te pueda comparar. ¡Ay, Planchet! Ya se<br />

conoce que no hemos comido juntos todavía un<br />

tonel <strong>de</strong> sal.<br />

-¿Por qué, señor?<br />

-Porque no te conozco aún -dijo Artagnan-;<br />

y vuelvo <strong>de</strong> hecho a creer <strong>de</strong>finitivamente<br />

lo que pensé <strong>de</strong> ti el día en que en Boulogne<br />

estrangulaste, o poco menos, a Lubin, el criado<br />

<strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s; quiero <strong>de</strong>cir que eres hombre<br />

<strong>de</strong> recursos.<br />

Planchet prorrumpió en una risa llena<br />

<strong>de</strong> fatuidad, dio las buenas noches al mosquetero<br />

y bajó a su trastienda, que le servía <strong>de</strong><br />

dormitorio.<br />

Artagnan recobró su primera posición<br />

?h la silla, y su frente, <strong>de</strong>sarru gada por un<br />

momento, tomó una expresión más meditabunda<br />

que nunca.<br />

Había olvidado ya las locuras y los sueños <strong>de</strong><br />

Planchet.<br />

"Sí -se dijo reanudando el hilo <strong>de</strong> sus<br />

i<strong>de</strong>as, interrumpidas por el grato coloquio que


hemos puesto en conocimiento <strong>de</strong> nuestros<br />

lectores-, sí, todo está en esto:<br />

"1° Saber lo que Baisemeaux quería <strong>de</strong><br />

Aramis;<br />

'2° Saber por qué Aramis no me comunica<br />

noticias suyas;<br />

"3° Saber dón<strong>de</strong> está Porthos. "En estos<br />

tres puntos está el misterio.<br />

Ahora bien; puesto qué nuestros amigos<br />

nada nos dicen, valgámonos <strong>de</strong> nuestra pobre<br />

inteligencia. Uno hace lo que pue<strong>de</strong>, ¡pardiez!,<br />

o ¡malagá!, como dice Planchet."<br />

V<strong>II</strong>I<br />

LA CARTA DEL SEÑOR BAISEMEAUX<br />

Artagnan, fiel a su plan, iba al día siguiente<br />

a visitar al señor Baisemeaux.<br />

Era día <strong>de</strong> limpieza en la Bastilla; los<br />

cañones estaban bruñidos, relucientes, las escaleras<br />

raídas; los llaveros parecían ocupados en<br />

pulir hasta sus mismas, llaves.


Respecto a los soldados <strong>de</strong> la guarnición,<br />

se paseaban en los patios, bajo pretexto <strong>de</strong><br />

que se hallaban asaz limpios.<br />

<strong>El</strong> comandante Baisemeaux recibió a<br />

Artagnan muy políticamente; pero estuvo con<br />

él tan reservado, que toda la sutileza <strong>de</strong> Artagnan<br />

no pudo sacarle una sola palabra.<br />

Cuanto más se contenía, más crecía la<br />

<strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> Artagnan. Este creyó observar<br />

que el comandante obraba así en virtud <strong>de</strong><br />

una recomendación reciente. Baisemeaux no<br />

fue en el Palais Royal, con Artagnan, el hombre<br />

frío e impenetrable que éste hallara en el Baisemeaux<br />

<strong>de</strong> la Bastilla. Cuando Artagnan quiso<br />

hacerle hablar sobre la necesidad urgentísima<br />

<strong>de</strong> dinero que había conducido a Baisemeaux<br />

en busca <strong>de</strong> Aramis, y lo hizo expansivo aquella<br />

noche, Baisemeaux pretextó que había <strong>de</strong><br />

dar ór<strong>de</strong>nes en la prisión, y <strong>de</strong>jó a Artagnan<br />

fastidiarse tanto esperándole, que nuestro mosquetero,<br />

seguro <strong>de</strong> no obtener una palabra más,


partió <strong>de</strong> la Bastilla sin que Baisemeaux hubiera<br />

regresado <strong>de</strong> su inspección.<br />

Pero tenía una sospecha, y Artagnan,<br />

una vez <strong>de</strong>spertadas sus sospechas, no podía<br />

dormir.<br />

Era con relación a los hombres lo que el<br />

gato respecto a los cuadrúpedos; el emblema <strong>de</strong><br />

la inquietud y <strong>de</strong> la impaciencia a un mismo<br />

tiempo.<br />

Un gato inquieto no está en un mismo<br />

sitio más tiempo que el copó <strong>de</strong> seda que se<br />

mece al soplo <strong>de</strong>l viento. Un gato que acecha<br />

muere en su puesto <strong>de</strong> observación, y ni el<br />

hambre ni la sed pue<strong>de</strong>n sacarlo <strong>de</strong> su meditación.<br />

Artagnan, que se abrasaba <strong>de</strong> impaciencia,<br />

sacudió <strong>de</strong> pronto aquel sentimiento<br />

como un manto asaz pesado. Díjose a sí mismo<br />

que lo que le ocultaban era cabalmente lo que<br />

más le importaba saber.<br />

En consecuencia, reflexionó que Baisemeaux<br />

no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> avisar a Aramis, si Aramis


le había hecho alguna recomendación. Así sucedió.<br />

Apenas Baisemeaux había tenido tiempo para<br />

regresar <strong>de</strong>l torreón cuando ya Artagnan se<br />

había colocado <strong>de</strong> emboscada cerca <strong>de</strong> la calle<br />

<strong>de</strong>l Petit-Musc, <strong>de</strong> manera que pudiese ver a<br />

cuantos salieran <strong>de</strong> la Bastilla.<br />

Después <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong> plantón en el<br />

Rastrillo <strong>de</strong> Oro, bajo el colgadizo que le daba<br />

algo <strong>de</strong> sombra, Artagnan vio salir a un soldado<br />

<strong>de</strong> la guardia.<br />

Era éste el mejor indicio que pudiera<br />

<strong>de</strong>searse. Todo guardián o llavero tiene sus<br />

días <strong>de</strong> salida y sus horas <strong>de</strong> servicio en la Bastilla,<br />

puesto que todos están obligados a no<br />

tener ni mujer ni habitación en la fortaleza, y<br />

pue<strong>de</strong>n salir por consiguiente sin excitar la curiosidad.<br />

Pero un soldado acuartelado está encerrado<br />

veinticuatro horas cuando está <strong>de</strong> guardia,<br />

y Artagnan sabía esto mejor que nadie.


Aquel soldado no podía <strong>de</strong>jar el servicio sino<br />

por or<strong>de</strong>n expresa y urgente.<br />

<strong>El</strong> soldado, hemos dicho, partió <strong>de</strong> la<br />

Bastilla, y lentamente, como un dichoso mortal<br />

a quien, en vez <strong>de</strong> una facción ante un aburrido<br />

cuerpo <strong>de</strong> guardia, o en un baluarte no menos<br />

fastidioso, le llega la buena ganga <strong>de</strong> una libertad<br />

unida a un paseo, a cuenta <strong>de</strong> un servicio<br />

que son dos placeres. Dirigióse hacia el arrabal<br />

San Antonio, aspirando el aire, el sol, y mirando<br />

a las mujeres.<br />

Artagnan lo siguió <strong>de</strong> lejos, pues aún no<br />

había fijado sus i<strong>de</strong>as sobre lo que había <strong>de</strong><br />

hacer.<br />

"Es preciso, ante todas las cosas -pensó-,<br />

que vea la cara <strong>de</strong> esa buena pieza. Un hombre<br />

visto es un hombre juzgado."<br />

Artagnan dobló el paso, y, lo que no era<br />

difícil, alcanzó al soldado.<br />

No sólo vio su rostro, que era bastante<br />

inteligente y resuelto, sino también su nariz,<br />

que era un poco colorada.


"Al tunante le gusta el aguardiente" -se<br />

dijo.<br />

Al mismo tiempo que veía la nariz encarnada,<br />

veía en el cinturón <strong>de</strong>l soldado un<br />

papel blanco.<br />

"Bueno, carta tenemos -añadió para sí<br />

Artagnan-. Ahora bien, un hombre que se siente<br />

satisfecho <strong>de</strong> ser elegido por el Señor Baisemeaux<br />

para estafeta, no ven<strong>de</strong> el mensaje."<br />

En tanto que Artagnan se mordía los<br />

puños, el soldado avanzaba siempre por el<br />

arrabal <strong>de</strong> San Antonio.<br />

"De fijo va a Saint-Mandé -se dijo-, y no<br />

sabré lo que esa carta contiene."<br />

Era para per<strong>de</strong>r la cabeza.<br />

"Si estuviese <strong>de</strong> uniforme -se dijo Artagnan-,<br />

haría arrestar a ese pillastre y a su carta<br />

con él. <strong>El</strong> primer cuerpo <strong>de</strong> guardia me ayudaría<br />

a ello. Pero al <strong>de</strong>monio si doy mi nombre<br />

para asunto <strong>de</strong> esta clase. Hacerlo beber... <strong>de</strong>sconfiará,<br />

y <strong>de</strong>spués tal vez me emborrache...<br />

¡Cáscaras! Ya no tengo talento, y para nada


sirvo... Atacar a ese <strong>de</strong>sgraciado, matarlo para<br />

obtener su carta... eso estaría bien si se tratase<br />

<strong>de</strong> una misiva <strong>de</strong> la reina o <strong>de</strong> un lord, o <strong>de</strong> una<br />

carta <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal a la reina. ¡Pero, Dios mío,<br />

qué miseria las intrigas <strong>de</strong> los señores Aramis y<br />

Fouquet con Colbert! La vida <strong>de</strong> un hombre<br />

para eso... ¡Ah! Ni diez escudos siquiera."<br />

Filosofando así, y mordiéndose las uñas<br />

y el bigote, distinguió a un pequeño grupo <strong>de</strong><br />

arqueros y un comisario.<br />

Aquellas gentes llevaban a un hombre<br />

<strong>de</strong> buena presencia, que luchaba por escapar.<br />

Los arqueros habíanle <strong>de</strong>sgarrado sus<br />

vestidos y casi lo arrastraban. Pedía lo<br />

condujesen con miramientos, pues se tenía por<br />

hidalgo y soldado.<br />

Vio a nuestro soldado marchar por su camino y<br />

gritó:<br />

- ¡Soldado, a mí!<br />

<strong>El</strong> soldado partió con el mismo paso<br />

hacia aquel que lo interpelaba, y la multitud los<br />

siguió.


Una i<strong>de</strong>a le ocurrió entonces a Artagnan.<br />

Era la primera, y ya se verá luego que no<br />

era mala.<br />

Mientras el hidalgo refería al soldado<br />

que acababa <strong>de</strong> ser cogido en cierta casa cono<br />

ladrón, cuando sólo era amante, y el soldado le<br />

compa<strong>de</strong>cía y le daba consuelos y consejos con<br />

esa seriedad que el soldado francés trata el espíritu<br />

<strong>de</strong> cuerpo, Artagnan se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />

soldado, apretado por la multitud, y le sacó<br />

limpia y prontamente el papel <strong>de</strong> su cinturón.<br />

Como en aquel momento el hidalgo<br />

<strong>de</strong>sgarrado tiraba hacia sí al soldado; como el<br />

comisario tiraba <strong>de</strong>l hidalgo, Artagnan pudo<br />

realizar su captura sin el menor obstáculo.<br />

Colocóse a diez pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />

<strong>de</strong> una portada, y leyó el sobre:<br />

"Al señor Du-Vallón, en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />

en Saint-Mandé." -¡Bueno! -dijo.<br />

Y la abrió sin <strong>de</strong>sgarrarla; <strong>de</strong>spués sacó<br />

el papel, doblado en cuatro dobleces, y el cual<br />

sólo contenía estas palabras:


"Querido señor Du-Vallón: Dignaos <strong>de</strong>cir al<br />

señor <strong>de</strong> Herblay que ha venido a la Bastilla y<br />

que me ha interrogado.<br />

"Vuestro afectísimo. "BAISEMEAUX."<br />

-¡Muy bien! -exclamó Artagnan-. He<br />

aquí una cosa clara. Porthos está allí. Seguro <strong>de</strong><br />

lo que quería saber: "¡Diablo! -pensó el mosquetero-.<br />

Ved ahí a un pobre soldado, a quien ese<br />

en<strong>de</strong>moniado <strong>de</strong> Baisemeaux va a hacer pagar<br />

cara mi superchería... Si regresa sin la carta...<br />

¿qué le harán? En verdad, yo no la necesito,<br />

pues sabido lo que contiene, nada me importa."<br />

Artagnan conoció que el comisario y los<br />

arqueros habían convencido al soldado, y se<br />

llevaban su prisionero.<br />

Éste permanecía ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> la multitud,<br />

prosiguiendo sus quejas. Artagnan llegó en<br />

medio <strong>de</strong> todos, <strong>de</strong>jó caer la carta sin que nadie<br />

lo viese, alejándose luego con rapi<strong>de</strong>z.


<strong>El</strong> soldado continuaba su camino hacia<br />

Saint-Mandé, pensando mucho en aquel caballero<br />

que había implorado su protección.<br />

De pronto pensó un poco en su carta, y,<br />

mirando en su cinturón, vio que no estaba en<br />

él. Su grito <strong>de</strong> espanto produjo placer a Artagnan.<br />

Aquel pobre soldado miró en torno suyo<br />

con angustia, y al fin, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él, a veinte<br />

pasos, vio el dichoso sobre. Cayó sobre él como<br />

el milano sobre su presa.<br />

<strong>El</strong> sobre estaba un poco empolvado, un<br />

poco arrugado; pero al fin había encontrado su<br />

carta.<br />

Artagnan advirtió que el sello roto preocupaba<br />

mucho al soldado; pero al fin el buen<br />

hombre acabó por consolarse, y volvió a colocar<br />

la carta en su cinturón.<br />

-<strong>Parte</strong> -dijo Artagnan-; ya me queda<br />

tiempo suficiente y no importa que te a<strong>de</strong>lantes.<br />

Parece que Aramis no está en París, puesto<br />

que Baisemeaux escribe a Porthos. <strong>El</strong> querido


Porthos, ¡qué alegría volverlo a ver... y hablar<br />

con él!<br />

Y, regulando su paso por el <strong>de</strong>l soldado,<br />

se prometió llegar un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> él a casa <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

IX<br />

DONDE EL LECTOR VERA CON PLACER<br />

QUE PORTHOS CONSERVA TODA<br />

SU FUERZA<br />

Artagnan, según acostumbraba, había<br />

calculado que cada hora vale sesenta minutos,<br />

y cada minuto sesenta segundos.<br />

Por este cálculo exacto, llegó a la puerta<br />

<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte en el momento mismo en<br />

que el soldado salía con el cinturón <strong>de</strong>spejado.<br />

Un conserje asomóse a la puerta. Artagnan<br />

hubiera querido entrar sin nombrarse, pero<br />

no había otro medio, y se nombró.


A pesar <strong>de</strong> esta concesión, que <strong>de</strong>bía<br />

alzar toda dificultad, al menos en el sentir <strong>de</strong><br />

Artagnan, el conserje vaciló; pero al título, por<br />

segunda vez repetido, <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong> los guardias<br />

<strong>de</strong>l rey, sin <strong>de</strong>jar completamente paso, el<br />

conserje <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oponerse.<br />

Artagnan comprendió que se había dado<br />

una consigna formidable. Y se <strong>de</strong>cidió a<br />

mentir, lo cual no le costaba mucho, cuando<br />

veía sobre la mentira el bien <strong>de</strong>l Estado, o pura<br />

y simplemente su interés personal.<br />

Añadió, por tanto, a las <strong>de</strong>claraciones ya<br />

hechas, que el soldado que acababa <strong>de</strong> llevar<br />

una carta al señor Du-Vallon no era otro que su<br />

mensajero, y que la tal carta tenía por objeto<br />

comunicarle su llegada.<br />

Des<strong>de</strong> entonces nadie se opuso a la entrada<br />

<strong>de</strong> Artagnan, y Artagnan entró.<br />

Un sirviente quiso acompañarle, pero él<br />

respondió que era inútil, pues sabía perfectamente<br />

dón<strong>de</strong> estaba el señor Du-Vallon.


Nada había que contestar a un hombre<br />

tan completamente instruido. Escalinatas, salones,<br />

jardines, todo lo revisó el mosquetero. Un<br />

cuarto <strong>de</strong> hora anduvo por aquella casa más<br />

que regia, que contaba tantas maravillas como<br />

muebles y tantos servidores como columnas y<br />

puertas.<br />

"Indudablemeente -dijo par a sí-, esta<br />

casa no tiene más límites que los <strong>de</strong> la tierra. ¿Si<br />

habrá tenido Porthos el capricho <strong>de</strong> volver a<br />

Pierrefondos, sin salir <strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l señor Fouquet?"<br />

Por fin, llegó a una parte remota <strong>de</strong>l<br />

palacio, ceñida con un muro <strong>de</strong> piedras, sobre<br />

el cual, <strong>de</strong> distancia en distancia, se alzaban<br />

estatuas en posiciones tímidas o misteriosas.<br />

Eran vestales con peplos a gran<strong>de</strong>s pliegues,<br />

ágiles custodias con sus largos velos <strong>de</strong> mármol<br />

que abrigaban el palacio con sus furtivas. miradas.<br />

Un Hermes, con el <strong>de</strong>do sobre la boca, un<br />

Iris <strong>de</strong> alas <strong>de</strong>splegadas, una Noche toda rociada<br />

<strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras dominaban los jardines, y


los edificios que se entreveían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />

árboles; todas aquellas estatuas se perfilaban en<br />

blanco sobre los cipreses que lanzaban sus negras<br />

copas hacia el cielo. Estos encantos parecieron<br />

al mosquetero el esfuerzo supremo <strong>de</strong> la<br />

inteligencia humana. Encontrábase en una disposición<br />

<strong>de</strong> ánimo propia para poetizar, y .la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Porthos habitaba en semejante<br />

edén, le dio <strong>de</strong> Porthos una i<strong>de</strong>a más alta; tan<br />

cierto es que los ánimos más elevados no están<br />

libres <strong>de</strong> la influencia <strong>de</strong> lo que les ro<strong>de</strong>a.<br />

Artagnan encontró la puerta, y en la<br />

puerta una especie <strong>de</strong> resorte que <strong>de</strong>scubrió y<br />

oprimió. La puerta se abrió.<br />

Entró, cerró la puerta y penetró en un pabellón<br />

construido en rotonda, y en el cual no se oía<br />

otro ruido que el dé las cascadas y el canto <strong>de</strong><br />

los pájaros.<br />

A la puerta <strong>de</strong>l pabellón encontró un lacayo.<br />

-¿Es aquí -preguntó Artagnan sin vacilar-<br />

don<strong>de</strong> habita el señor barón Du-Vallon, no<br />

es verdad?


-Sí, señor -contestó el lacayo.<br />

-Pues avisadle que el .señor caballero <strong>de</strong><br />

Artagnan, capitán <strong>de</strong> los mosqueteros <strong>de</strong>l rey,<br />

le espera.<br />

Artagnan fue conducido a un salón, y no esperó<br />

mucho tiempo: un paso muy conocido estremeció<br />

el pavimento <strong>de</strong> la sala inmediata, una<br />

puerta se abrió, o más bien se <strong>de</strong>rribó, y Porthos<br />

echóse en brazos <strong>de</strong> su amigo con una cortedad<br />

que no le sentaba mal.<br />

-¿Vos aquí? -exclamó.<br />

-¿Y vos? -contestó Artagnan-. ¡Ah, socarrón!<br />

-Sí -dijo Porthos, sonriente y cortado-;<br />

me encontráis en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet, y eso<br />

os sorpren<strong>de</strong> un poco, ¿no es verdad?<br />

-No; ¿por qué no habéis <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> los<br />

íntimos <strong>de</strong>l señor Fouquet? <strong>El</strong> señor Fouquet<br />

tiene un gran número <strong>de</strong> ellos, y, especialmente,<br />

entre los hombres <strong>de</strong> talento.<br />

Porthos tuvo la mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> no consi<strong>de</strong>rar<br />

el cumplido por él.


-Y luego -añadió-, ya me habéis visto en<br />

Bulle-Isle.<br />

-Motivo <strong>de</strong> más para que me incline a<br />

creer que sois <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-<strong>El</strong> hecho es que lo conozco -dijo Porthos<br />

con cierto embarazo.<br />

-¡Muy culpable sois para conmigo! -<br />

exclamó Artagnan.<br />

-¿Cómo es eso? -contestó Porthos.<br />

-¡Cómo! ¡Lleváis a cabo una obra tan<br />

admirable como las fortificaciones <strong>de</strong> Bulle-Isle,<br />

y nada me <strong>de</strong>cís!<br />

Porthos se sonrojó.<br />

-Hay más -continuó Artagnan-, me veis<br />

allá, y no adivináis que el rey, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> saber<br />

quién es el hombre <strong>de</strong> mérito que realiza una<br />

obra, <strong>de</strong> la cual le han hecho las relaciones más<br />

magníficas, me envía para averiguar quién es<br />

ese hombre.<br />

-¡Cómo! <strong>El</strong> rey os ha enviado para saber...<br />

-¡Diantre! No hablemos <strong>de</strong> eso.


-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! -dijo Porthos-.<br />

Hablemos <strong>de</strong> ello, por el contrario. ¿Conque el<br />

rey sabía que se fortificaba a Bulle-Isle?<br />

-¡Bueno! ¿Es que el rey no lo sabe todo?<br />

-¿Pero no sabía quién la fortificaba?<br />

-No; pero lo sospechaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le<br />

dijeron que dirigía los trabajos un ilustre hombre<br />

<strong>de</strong> guerra.<br />

-¡Pardiez! -dijo Porthos-. Si yo hubiera<br />

sabido eso . . .<br />

-No os hubiérais escapado <strong>de</strong> Vannes,<br />

¿eh?<br />

-No. ¿Qué dijisteis cuando no me encontrasteis?<br />

-Amigo, reflexioné.<br />

-¡Ah, sí! Vos reflexionáis. . . ¿Y a qué os<br />

condujo el reflexionar?<br />

-A adivinar toda la verdad.<br />

-¡Ah! ¿Habéis adivinado?<br />

-¿Qué habéis adivinado? Veamos -dijo<br />

Porthos arrellanándose en un sillón y adoptando<br />

aspecto <strong>de</strong> esfinge.


-Adiviné, en primer lugar, que fortificábais<br />

a Belle-Isle.<br />

-Eso no era muy difícil, pues me habéis<br />

visto manos a la obra.<br />

-Pero adiviné otra cosa, y es que fortificábais<br />

a Belle-Isle por mandato <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-Es verdad.<br />

-No es eso todo; cuando me pongo a<br />

adivinar, no me <strong>de</strong>tengo en el camino.<br />

-¡Este querido Artagnan!<br />

-He adivinado que el señor Fouquet<br />

quería guardar el más profundo secreto sobre<br />

las fortificaciones.<br />

-Esa era su intención, en efecto, según<br />

creo -dijo Porthos.<br />

-Sí. ¿Y sabéis por qué <strong>de</strong>seaba guardar<br />

el secreto?<br />

-¡Toma! Para que la cosa no fuera sabida<br />

-dijo Porthos.<br />

-Eso en primer lugar; mas ese <strong>de</strong>seo<br />

estaba sometido a las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> una galantería...


-En efecto -dijo Porthos-; he oído <strong>de</strong>cir<br />

que el señor Fouquet era muy galante.<br />

-A la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una galantería que quería<br />

hacer al rey.<br />

-¡Oh, oh!<br />

-¿Os sorpren<strong>de</strong> eso?<br />

-Mucho.<br />

-¿No lo sabíais?<br />

-No.<br />

-Pues yo sí lo sé.<br />

-¿Sois por ventura brujo?<br />

-Nada <strong>de</strong> eso.<br />

-¿Cómo lo sabéis entonces?<br />

-¡Ah! Por un medio sencillísimo; se lo he<br />

oído <strong>de</strong>cir al mismo señor Fouquet al rey.<br />

-¿Decirle qué?<br />

-Que había hecho fortificar a Belle-Isle, y<br />

que se la regalaba.<br />

-¡Ah! ¿Eso habéis oído que le <strong>de</strong>cía al<br />

rey?<br />

-Con todas sus letras. Y hasta añadió:<br />

Belle-Isle ha sido fortificada por un ingeniero


amigo mío, hombre <strong>de</strong> mucho mérito, a quien<br />

pediré la venia <strong>de</strong> presentar al rey.<br />

-¿Su nombre? -preguntó el rey-. <strong>El</strong> barón<br />

Du-Vallon -respondió Fouquet-. Perfectamente<br />

-contestó el rey-; me lo presentaréis."<br />

-¿Eso respondió el rey?<br />

-A fe <strong>de</strong> Artagnan!<br />

-¡Oh! -murmuró Porthos-. Pero, ¿por<br />

qué no se me ha presentado entonces?<br />

-¿No se os ha hablado <strong>de</strong> esa presentación?<br />

-Sí tal; pero siempre la estoy esperando.<br />

-Estad tranquilo, ya llegará.<br />

-¡Hum! ¡Hum! -gruñó Porthos.<br />

Artagnan fingió no oír, y cambió <strong>de</strong><br />

conversación.<br />

-Pero creo que habitáis un lugar muy<br />

solitario, querido amigo -le dijo.<br />

-Siempre he amado el aislamiento, porque<br />

soy melancólico -respondió Porthos con un<br />

suspiro.


-Pues es raro -dijo Artagnan-, no había<br />

caído en éso.<br />

-Eso me suce<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy entregado<br />

a los estudios -repuso Porthos..<br />

-Pero los trabajos <strong>de</strong>l espíritu no habrán<br />

dañado al cuerpo, ¿eh?<br />

-¡Oh! De ningún modo.<br />

-¿Conque las fuerzas siguen bien?<br />

-Demasiado bien, amigo.<br />

-Es que he oído <strong>de</strong>cir que en los primeros<br />

días <strong>de</strong> vuestra llegada.<br />

-No podía moverme, ¿no es así?<br />

-¿Y por qué causa no podíais moveros? -<br />

preguntó Artagnan con una sonrisa.<br />

Porthos comprendió que había dicho<br />

una tontería, y quiso componerla.<br />

-Sí, he venido <strong>de</strong> Belle-Isle en malos<br />

caballos, y eso me cansó mucho.<br />

-No me sorpren<strong>de</strong>, pues yo, que venía<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> vos, me he encontrado en el camino<br />

siete u ocho reventados.<br />

-Ya veis que peso mucho -dijo Porthos.


-¿De modo que estabais molido.<br />

-La grasa me ha <strong>de</strong>rretido, y ese <strong>de</strong>rretimiento<br />

me ha puesto enfermo.<br />

-¡Ah, pobre Porthos! Y Aramis, ¿cómo se<br />

ha portado en esta ocasión?<br />

-Muy bien... Me hizo sangrar por el<br />

propio médico <strong>de</strong>l señor Fouquet. Pero figuraos<br />

que al cabo <strong>de</strong> ocho días ya no respiraba.<br />

-¿Pues cómo?<br />

-<strong>El</strong> cuarto era <strong>de</strong>masiado chico, y yo<br />

absorbía <strong>de</strong>masiado aire.<br />

-¿De veras?<br />

-Así me lo han dicho, al menos... Y entonces<br />

me trasladaron a otro aposento.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> ya respiráis?<br />

-Más... libremente, sí; pero nada <strong>de</strong> ejercicio.<br />

<strong>El</strong> médico preten<strong>de</strong> que no <strong>de</strong>bía moverme,<br />

pero yo me encuentro más fuerte que nunca.<br />

Esto ocasionó un grave acci<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Qué acci<strong>de</strong>nte?<br />

-Imaginaos, amigo, que yo me rebelé<br />

contra los preceptos <strong>de</strong> ese médico imbécil, le


conviniese o no, y en consecuencia pedí al criado<br />

que me servía que me trajera vestidos.<br />

-¿Pues qué, estabais <strong>de</strong>snudo?<br />

-Por el contrario, tenía una bata hermosa.<br />

<strong>El</strong> lacayo obe<strong>de</strong>ció; me puse mi vestido, que<br />

se me había quedado <strong>de</strong>masiado ancho; pero,<br />

¡cosa rara!, mis pies también se habían puesto<br />

muy anchos, y las botas les venían muy estrechas.<br />

-¿Continuaban los pies hinchados?<br />

-Lo habéis adivinado.<br />

-¿Y es ese el acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que queríais<br />

hablarme?<br />

-Sí tal; yo hice la misma reflexión que<br />

vos, y dije: ya que mis pies han entrado diez<br />

veces en las botas, no hay razón para que no<br />

entren la undécima.<br />

-Permitidme os diga, amigo Porthos,<br />

que esta vez faltáis a la lógica.<br />

do frente a un tabique, y empecé a meterme la<br />

bota <strong>de</strong>recha, tirando con las manos, empujando<br />

con el talón, y haciendo esfuerzos tre-


mendos,' <strong>de</strong> pronto se quedaron entre mis manos<br />

los tirantes <strong>de</strong> la bota, y mi pie salió como<br />

una catapulta.<br />

-¡Catapulta! ¡Qué fuerte estáis en fortificaciones,<br />

amigo Porthos! -exclamó sorprendido<br />

Artagnan.<br />

-Mi pie salió, pues, como una catapulta,<br />

que dio contra el tabique y lo <strong>de</strong>rribó. Amigo,<br />

creí que, como Sansón, había <strong>de</strong>rribado el templo.<br />

Los cuadros, las porcelanas, los vasos <strong>de</strong><br />

flores, las barras <strong>de</strong>l cortinaje, y no sé qué más,<br />

se cayeron; fue cosa estupenda.<br />

-¡De veras!<br />

-Sin contar con que al otro lado <strong>de</strong>l tabique<br />

había un armario lleno <strong>de</strong> porcelanas.<br />

-¿Que echásteis por tierra? -Que arrojé<br />

al otro extremo <strong>de</strong> la otra habitación.<br />

Porthos se echó a reír.<br />

-¡En verdad, como <strong>de</strong>cís, es inaudito!<br />

Y Artagnan se puso a reír como Porthos.<br />

Porthos, inmediatamente, se puso a reír<br />

más fuerte que Artagnan.


-Rompí -dijo Porthos con voz entrecortada<br />

por aquella hilaridad creciente- más <strong>de</strong><br />

tres mil francos <strong>de</strong> porcelanas. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¡Bueno! -dijo Artagnan.<br />

-Destrocé más <strong>de</strong> cuatro mil francos <strong>de</strong><br />

espejos. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¡Excelente!<br />

-Sin contar una araña que me cayó justamente<br />

sobre la cabeza, y que se rompió en mil<br />

pedazos. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¿Sobre la cabeza? -dijo Artagnan sin<br />

po<strong>de</strong>rse tener <strong>de</strong> risa.<br />

-¡De lleno!<br />

-¡Pero os hubierais roto la cabeza!<br />

-No, porque ya os he dicho, al contrario,<br />

que la araña fue la que se rompió, como cristal<br />

que era.<br />

-¡Ah! ¿La araña era <strong>de</strong> cristal.<br />

-De cristal <strong>de</strong> Venecia; una curiosidad<br />

sin igual; una pieza que pesaba doscientas libras.<br />

-¿Y que os cayó sobre la cabeza?


-¡Sobre... la ... cabeza! Figuraos un globo<br />

<strong>de</strong> cristal dorado, con incrustaciones que ardían<br />

<strong>de</strong>ntro, y unos mecheros que <strong>de</strong>spedían llamas<br />

cuando estaba encendida.<br />

-Se entien<strong>de</strong>, pero no lo estaría.<br />

-Felizmente; si no, me hubiese incendiado.<br />

-Y sólo os ha aplastado, ¿eh?<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no?<br />

-Porque la araña me cayó sobre el cráneo.<br />

Aquí tenemos, según parece, una corteza<br />

excesivamente sólida.<br />

-¿Quién os ha dicho eso?<br />

-<strong>El</strong> médico. Una especie <strong>de</strong> cúpula que<br />

soportaría a Nuestra Señora <strong>de</strong> París.<br />

-¡Bah!<br />

-Sí, parece que tenemos hecho el cráneo<br />

<strong>de</strong> ese modo.<br />

-Hablad por vos, querido amigo, que los<br />

cráneos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más no están hechos <strong>de</strong> ese<br />

modo.


-Es posible -dijo Porthos con fatuidad-.<br />

Pues cuando cayó la araña sobre esta cúpula<br />

que tenemos en lo alto <strong>de</strong> la cabeza, hubo una<br />

<strong>de</strong>tonación igual a la <strong>de</strong> una pieza <strong>de</strong> artillería;<br />

el globo se rompió y yo caí todo inundado...<br />

-¡De sangre! ¡Infeliz Porthos! -No, <strong>de</strong><br />

perfumes, que olían a cremas y que me aturdieron<br />

un poco; habréis experimentado eso alguna<br />

vez, ¿no es verdad, Artagnan? -Sí, con el muguete;<br />

<strong>de</strong> suerte, mi pobre amigo, que fuisteis<br />

<strong>de</strong>rribado por el choque y aturdido por el olor.<br />

-Pero lo más particular, y que el médico<br />

me ha asegurado no haber visto cosa semejante...<br />

-¿Que sacáisteis algún chichón? -<br />

preguntó Artagnan.<br />

-Saqué cinco.<br />

-¿Y por qué cinco?<br />

-Porque la araña tenía en su extremidad<br />

inferior cinco adornos muy puntiagudos..<br />

-¡Ay!


-Esos cinco ornamentos penetraron en<br />

mis cabellos, que, según veis, tengo muy espesos.<br />

-Felizmente!<br />

-Y se imprimieron en mi piel. Pero, advertid<br />

la singularidad, estas cosas no suce<strong>de</strong>n a<br />

nadie más que a mí. En lugar <strong>de</strong> hacerme agujeros<br />

me hicieron chichones, lo cual no ha podido<br />

jamás explicarme el médico <strong>de</strong> una manera<br />

satisfactoria.<br />

-Pues breen, yo os lo explicaré. -Me<br />

haréis un servicio -dijo Porthos guiñando los<br />

ojos, que era en él el signo <strong>de</strong> atención llevado a<br />

su más alto grado.<br />

-Des<strong>de</strong> que hacéis funcionar vuestro<br />

cerebro en profundos estudios y cálculos importantes,<br />

la cabeza ha medrado; <strong>de</strong> modo que<br />

tenéis ahora la cabeza <strong>de</strong>masiado llena <strong>de</strong> ciencia.<br />

-¿Eso creéis?<br />

-Estoy cierto <strong>de</strong> ello. De aquí resultó<br />

que, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar penetrar nada extraño en el


interior <strong>de</strong> la cabeza, ésta se aprovechó <strong>de</strong> todas<br />

las aberturas para <strong>de</strong>jar salir una poca <strong>de</strong><br />

aquélla.<br />

-¡Ah! -murmuró Porthos, a quien parecía<br />

más clara esta explicación que la <strong>de</strong>l médico.<br />

-Las cinco protuberancias causadas por<br />

los cinco ornamentos, fueron ciertamente cúmulos<br />

científicos, llevados exteriormente por la<br />

fuerza <strong>de</strong> las cosas.<br />

-En efecto -dijo Porthos-; y la prueba es<br />

que eso me hacía más daño por fuera que por<br />

<strong>de</strong>ntro; <strong>de</strong> modo que, cuando me ponía el sombrero<br />

<strong>de</strong> una puñada, con esa graciosa energía<br />

que nosotros los hidalgos <strong>de</strong> espada poseemos,<br />

si no iba muy mesurado el puñetazo, sentía<br />

dolores terribles.<br />

-Os creo, Porthos.<br />

-Por eso -continuó el gigante-, el señor<br />

Fouquet se <strong>de</strong>cidió, viendo la poca soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la<br />

casa, a darme otro aposento, y roe condujeron<br />

aquí.


-Este es el parque reservado, ¿no?<br />

-Sí.<br />

-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong> las citas? ¿<strong>El</strong> que se ha hecho tan<br />

famoso en las historias misteriosas <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-Yo no sé; no tengo aquí ni citas ni historias<br />

misteriosas; pero me han autorizado para<br />

que ejercite mis músculos, y me aprovecho <strong>de</strong>l<br />

permiso <strong>de</strong>sarraigando árboles.<br />

-¿Para qué?<br />

Para ocupar las manos y para coger nidos<br />

<strong>de</strong> pájaros; esto lo encuentro más fácil que<br />

trepar por ellos.<br />

-Estáis pastoral como Tirsis, amigo<br />

Porthos.<br />

-Sí; me gustan mucho más los huevos<br />

pequeñitos que los gordos. No tenéis. una i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>licado que es una tortilla <strong>de</strong> cuatrocientos<br />

o quinientos huevos <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>rol, <strong>de</strong> pinzón,<br />

<strong>de</strong> estornino, <strong>de</strong> mirlo y <strong>de</strong> todo.<br />

-¡Pero quinientos huevos monstruoso!


-¡Ca! Todo cabe en un salero. Artagnan<br />

contempló cinco minutos a Porthos, como si lo<br />

viese por primera vez.<br />

Y Porthos quedó muy satisfecho <strong>de</strong> la<br />

mirada <strong>de</strong> su amigo.<br />

Así permanecieron algunos momentos;<br />

Artagnan mirando a Porthos, y Porthos lleno<br />

<strong>de</strong> satisfacción.<br />

Artagnan intentaba evi<strong>de</strong>ntemente dar<br />

un nuevo, giro a la conversación.<br />

-¿Os divertís mucho aquí? -le preguntó<br />

por fin, sin duda <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encontrado<br />

lo que buscaba.<br />

-No siempre.<br />

-Lo concibo; y cuando os aburris <strong>de</strong>masiado,<br />

¿qué haréis?<br />

-Como no estoy aquí por mucho tiempo,<br />

Aramis aguarda que <strong>de</strong>saparezca mi último<br />

chichón para presentarme al rey, que no pue<strong>de</strong><br />

sufrir los chichones, según él me ha dicho.<br />

-¿Pero Aramis continúa en París?<br />

-No.


-¿Pues dón<strong>de</strong> se halla?<br />

-En Fontainebleau.<br />

-¿Solo?<br />

-Con el señor Fouquet.<br />

-¡Muy bien! Pero, ¿sabéis una cosa?<br />

-No. Decídmela y la sabré.<br />

-Que creo que Aramis os olvida.<br />

-¿Creéis?<br />

-¿Ignoráis que en Fontainebleau se ríe,<br />

se danza, se beben los vinos <strong>de</strong> Mazarino y que<br />

todas las noches hay baile?<br />

-¡Diablo! ¡Diablo!<br />

-Os aseguro, pues, que nuestro querido<br />

Aramis os olvida.<br />

-Pudiera muy bien ser, y lo he pensado<br />

a veces.<br />

-¡A menos que no os haga traición, el<br />

solapado!<br />

-¡Oh!<br />

-Ya sabéis que Aramis es un astuto zorro.<br />

-Sí, mas traicionarme...


-Mirad; en primer lugar os tiene secuestrado.<br />

- ¡Cómo que me tiene secuestrado! ¿Estoy<br />

secuestrado yo?<br />

-¡ Pardiez!<br />

-¡Quisiera que me lo probaseis!<br />

-Nada, más fácil. ¿Salís alguna vez?<br />

-Jamás.<br />

-¿Montáis a caballo?<br />

-Nunca.<br />

-¿Permiten que vuestros amigos se<br />

aproximen a vos?<br />

-No.<br />

-Pues bien, amigo mío, no salir nunca,<br />

no montar nunca a caballo, y no po<strong>de</strong>r ver a sus<br />

amigos, es lo que se llama estar un hombre secuestrado.<br />

-¿Y con qué fin me había <strong>de</strong> tener secuestrado<br />

Aramis? -preguntó Porthos.<br />

-Vamos a ver, Porthos -dijo Artagnan-;<br />

sed sincero.<br />

-Lo seré.


-Aramis ha sido el que ha formado el<br />

plano <strong>de</strong> las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle, ¿no es<br />

cierto? Porthos se sonrojó.<br />

-Sí -dijo-; pero no ha hecho más.<br />

-Precisamente, y a mi juicio no es gran<br />

trabajo.<br />

-Eso creo yo también.<br />

-Bien; me alegro <strong>de</strong> que seamos <strong>de</strong>l<br />

mismo parecer.<br />

-Ni ha ido siquiera una vez a Belle-Isle -<br />

dijo Porthos.<br />

-Ya lo veis.<br />

-Yo era el que iba a Vannes, como lo<br />

habréis podido ver.<br />

-Decid como lo he visto. Pues bien, ahí<br />

está el negocio, querido Porthos. Aramis, que<br />

no ha hecho más que los planos, quería hacerse<br />

pasar como el ingeniero, mientras que a vos,<br />

que habéis edificado piedra por piedra la muralla,<br />

la ciuda<strong>de</strong>la y los baluartes, quería relegaros<br />

a la clase <strong>de</strong> simple constructor.<br />

-De constructor, es <strong>de</strong>cir, ¿<strong>de</strong> albañil?


-De albañil, eso es.<br />

-¿De amasador <strong>de</strong> mortero?<br />

-Precisamente.<br />

-¿De peón?<br />

-Justo.<br />

-¡Vaya, vaya, con mi querido Aramis!<br />

¿Os creéis, sin duda, todavía <strong>de</strong> veinticinco<br />

años?<br />

-Y no es eso todo, sino que a vos os consi<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong> cincuenta. -Hubiera querido verle<br />

hincando el pico.<br />

-Sí.<br />

-Un hombre que pa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> gota.<br />

-Sí.<br />

-Y <strong>de</strong> mal <strong>de</strong> piedra.<br />

-También.<br />

-A quien faltan tres dientes.<br />

-Cuatro.<br />

-¡Mientras que yo, mirad!<br />

Y separando Porthos sus labios, enseñó<br />

dos hileras <strong>de</strong> dientes algo menos blancos que


la nieve, pero tan limpios, duros y sanos como<br />

el marfil.<br />

-No podéis figuraros, Porthos --dijo Artagnan-<br />

lo mucho que le place al rey una hermosa<br />

<strong>de</strong>ntadura. La vuestra me <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>, y quiero<br />

presentaros al rey.<br />

-¿Vos?<br />

-¿Por qué no? ¿Creéis que no tengo en la<br />

Corte tanto po<strong>de</strong>r como pueda tercer Aramis?<br />

-¡Oh, no!<br />

-¿Supondréis que tenga la menor pretensión<br />

<strong>de</strong> atribuirme las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />

-No, por cierto.<br />

-De modo que ya veis que sólo pue<strong>de</strong><br />

llevarme a ello vuestro interés.<br />

-No me queda la menor duda.<br />

-Pues bien, yo soy amigo íntimo <strong>de</strong>l rey,<br />

y la prueba es, que cuando hay que comunicarle<br />

alguna cosa <strong>de</strong>sagradable, siempre me encargo<br />

yo <strong>de</strong> hacerlo.<br />

-Pero, amigo mío, si vos me presentáis...


-¿Qué?<br />

-Se incomodará Aramis.<br />

-¿Contra mía?<br />

-No, contra mí.<br />

-¡Bah! Lo mismo da que os presente yo,<br />

que os presente él, ya que <strong>de</strong> todos modos <strong>de</strong>béis<br />

ser presentado.<br />

-Es que me tenían que hacer vestidos.<br />

-¡Si los tenéis espléndidos!<br />

-¡Oh! Los que tenía encargados eran<br />

mucho más hermosos.<br />

-Mirad que al rey le gusta la sencillez.<br />

-Entonces seré sencillo. Pero, ¿qué dirá<br />

el señor Fouquet cuando sepa que he marchado?<br />

-¿Estáis acaso prisionero bajo palabra?<br />

-No, por cierto. Mas le tengo prometido<br />

no alejarme sin avisarle antes.<br />

-Bueno; ahora iremos a eso. ¿Tenéis algo<br />

que hacer aquí?<br />

-¿Yo? Nada... Al menos nada importante.


-A menos que le sirváis a Aramis como<br />

intermediario para algo grave.<br />

-A fe que no.<br />

-Ya compren<strong>de</strong>réis que lo digo por interés<br />

vuestro. Quiero suponer, por ejemplo, que<br />

estuvieseis encargado <strong>de</strong> enviar a Aramis mensajes,<br />

cartas.<br />

-¡Ah!, Cartas, sí. Le envío ciertas cartas.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

-A Fontainebleau.<br />

-¿Y tenéis esas cartas?<br />

-Pero...<br />

-Dejadme hablar. ¿Tenéis esas cartas?<br />

-Ahora precisamente acabo <strong>de</strong> recibir<br />

una.<br />

-¿Interesante?<br />

-Lo supongo.<br />

-¿No las leéis?<br />

-No soy curioso.<br />

Y Porthos sacó <strong>de</strong>l bolsillo la carta <strong>de</strong>l<br />

soldado que Porthos no había leído, pero sí<br />

Artagnan.


-¿Sabéis lo que <strong>de</strong>béis hacer? -preguntó<br />

Artagnan.<br />

-¡Pardiez! Lo que hago siempre: remitirla.<br />

-No.<br />

-Pues qué ... ¿guardarla?<br />

-Tampoco. ¿No os han asegurado que<br />

esa carta era interesante?<br />

-Y mucho.<br />

-Pues bien: lo que habréis <strong>de</strong> hacer es<br />

llevarla vos mismo a Fontainebleau Aramis?.<br />

-Sí.<br />

-Tenéis razón.<br />

-Y puesto que el rey está allí... -<br />

Aprovecharemos la oportunidad...<br />

-Para presentaros al rey.<br />

-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! Artagnan, sois el único<br />

para hallar expedientes.<br />

-Por tanto, en vez <strong>de</strong> mandar, a nuestro<br />

amigo mensajeros más o menos fieles, le llevamos<br />

la carta nosotros mismos.


-Pues no se me había ocurrido siquiera,<br />

a pesar <strong>de</strong> que la cosa no pue<strong>de</strong> ser más sencilla.<br />

-Por eso urge mucho, querido Porthos,<br />

que marchemos al momento.<br />

-En efecto -dijo Porthos-, cuanto antes<br />

salgamos, menos retraso sufrirá el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong><br />

Aramis.<br />

-Porthos, discurrís con mucha soli<strong>de</strong>z, y<br />

en vos la lógica favorece a la imaginación.<br />

-¿Os parece? -dijo Porthos.<br />

-Es resultado <strong>de</strong> los estudios sólidos -<br />

contestó Artagnan-. Conque vamos.<br />

-Pero, ¿y la promesa que he hecho al<br />

señor Fouquet? -preguntó Porthos.<br />

-¿Qué promesa?<br />

-La <strong>de</strong> no salir <strong>de</strong> Saint-Mandé sin avisarle.<br />

-¡Vaya, amigo Porthos -dijo Artagnanqué<br />

niño sois!<br />

-¿Por qué?<br />

-¿No vais a Fontainebleau?


-Iré.<br />

-¿No veréis allí al señor Fouquet?<br />

-Sí.<br />

-¿Probablemente en la cámara <strong>de</strong>l rey?<br />

-¡En la cámara <strong>de</strong>l rey! -repitió majestuosamente<br />

Porthos.<br />

-Pues os acercáis a él y le <strong>de</strong>cís: "Señor<br />

Fouquet, tengo la honra <strong>de</strong> avisaros que acabo<br />

<strong>de</strong> ausentarme <strong>de</strong> Saint-Mandé."<br />

-Y -dijo Porthos con igual majestadviéndome<br />

el señor Fouquet en Fontainebleau<br />

en la cámara <strong>de</strong>l rey, no podrá <strong>de</strong>cir que miento.<br />

-Justamente abría la boca para <strong>de</strong>ciros<br />

eso mismo, amigo Porthos; pero en todo me<br />

a<strong>de</strong>lantáis. ¡Qué naturaleza tan privilegiada la<br />

vuestra! La edad no ha hecho mella en vos.<br />

-No mucho.<br />

-De modo que no hay más que hablar.<br />

-Así es.<br />

-¿No tenéis ya más escrúpulos?<br />

-Creo qué no.


-Entonces partamos.<br />

-Voy a hacer que ensillen mis caballos.<br />

-Tengo cinco.<br />

-¿Qué habéis hecho traer <strong>de</strong> Pierrefonds?<br />

-Que me ha regalado el señor Fouquet.<br />

-Querido Porthos, no hay necesidad <strong>de</strong><br />

cinco caballos para dos personas; a<strong>de</strong>más, que<br />

tengo ya tres en París, y serían entre todos<br />

ocho, número que consi<strong>de</strong>ro excesivo.<br />

-No lo sería si tuviese aquí a mis criados;<br />

pero, ¡ay! no los tengo.<br />

-¿Echáis <strong>de</strong> menos a vuestros criados?<br />

-A Mosquetón; Mosquetón me hace falta.<br />

-¡Qué corazón tan excelente! -exclamó<br />

Artagnan-. Pero, creedme, <strong>de</strong>jad aquí vuestros<br />

caballos, como habéis <strong>de</strong>jado allá a Mosquetón.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque tal vez más a<strong>de</strong>lante...<br />

-¿Qué?


-Podrá resultar que el señor Fouquet no<br />

os haya dado nada. -No comprendo -dijo Porthos.<br />

-Ni hay necesidad.<br />

-Sin embargo...<br />

-Más a<strong>de</strong>lante os lo explicaré, Porthos.<br />

-Apuesto que es cuestión política.<br />

-Y <strong>de</strong> la más sutil.<br />

Porthos bajó la cabeza al oír la palabra:<br />

política; luego, tras un instante <strong>de</strong> reflexión,<br />

añadió:<br />

-Os confieso, Artagnan, que no soy político.<br />

-¡Bien lo sé, diantre!<br />

-¡Oh! Nadie sabe eso. Vos mismo me lo<br />

habéis dicho, vos, el valiente <strong>de</strong> los valientes.<br />

-¿Qué he dicho yo, Porthos?<br />

-Que cada uno tiene sus días.<br />

-Eso me habéis dicho, y yo lo he experimentado.<br />

Hay días en que se encuentra menos<br />

placer en recibir estocadas que en otros.<br />

-Esa es mi i<strong>de</strong>a.


-Y la mía, aunque no crea en los golpes<br />

que matan.<br />

-¡Diantre! Pues a algunos habéis muerto.<br />

-Sí, pero a mí nunca me han matado.<br />

-No es mala la razón.<br />

-De consiguiente, no creo que haya <strong>de</strong><br />

morir nunca por la hoja <strong>de</strong> una espada o la bala<br />

<strong>de</strong> un mosquete.<br />

-Entonces, ¿no tenéis miedo a nada?...<br />

¡Ah! ¿Al agua acaso?<br />

-No tal, que nado como una nutria.<br />

-¿A las cuartanas?<br />

-Nunca las he tenido ni creo haya <strong>de</strong><br />

tenerlas jamás; pero os manifestaré una cosa...<br />

Y Porthos bajó la voz.<br />

-¿Cuál? -preguntó Artagnan, acomodándose<br />

al diapasón <strong>de</strong> Porthos.<br />

-Que tengo un miedo horrible a la política<br />

-dijo Porthos.<br />

-¡Ah! ¡Bah! -exclamó Artagnan.<br />

-¡Poco a poco! -dijo Porthos con voz estentórea-.<br />

Yo he visto a Su Eminencia el car<strong>de</strong>-


nal Richelieu y a Su Eminencia el car<strong>de</strong>nal Mazarino;<br />

el uno seguía una política roja, y el otro<br />

una política negra. Yo nunca he estado más<br />

contento <strong>de</strong> la una que <strong>de</strong> la otra: la primera<br />

hizo cortar la cabeza al señor <strong>de</strong> Marcillac, al<br />

señor <strong>de</strong> Thou, al señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, al señor<br />

<strong>de</strong> Chalais, al señor <strong>de</strong> Boutteville y al señor <strong>de</strong><br />

Montmorency; la segunda ha hecho ahorcar a<br />

una multitud <strong>de</strong> frondistas, a cuyo partido pertenecíamos<br />

también nosotros, amigo.<br />

-No hay tal -dijo Artagnan.<br />

-¡Oh, sí! Porque si yo tiraba <strong>de</strong> la espada<br />

por el car<strong>de</strong>nal, daba tajos por el rey.<br />

-¡Querido Porthos!<br />

-Voy a terminar. Mi miedo a la política<br />

es tal, que si hay política en esto, prefiero volverme<br />

a Pierrefonds.<br />

-Tendríais razón para ello, si tal hubiera;<br />

pero conmigo, querido Porthos, no hay nada <strong>de</strong><br />

política. La cosa es clara; habéis trabajado en<br />

fortificar a Belle-Isle; el rey tuvo <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> conocer<br />

el nombre <strong>de</strong>l hábil ingeniero que ha


hecho esos trabajos; vos sois tímido, como todos<br />

los hombres <strong>de</strong> mérito; quizá Aramis trate<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaros en la obscuridad. Pero yo os tomo<br />

por m¡ cuenta, os hago salir a luz, os presento,<br />

y el rey os recompensa. Esta es toda mi política.<br />

-¡Esa es también la mía, pardiez! -dijo<br />

Porthos tendiendo la mano a Artagnan.<br />

Pero Artagnan conocía la mano <strong>de</strong> Porthos;<br />

sabía que aprisionada una mano común<br />

entre los cinco <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l barón, jamás salía <strong>de</strong><br />

ellos sin contusiones. Tendió, pues, a su amigo,<br />

no la mano, sino el puño. Porthos ni siquiera lo<br />

advirtió. Después <strong>de</strong> lo cual, salieron ambos <strong>de</strong><br />

Saint-Mandé.<br />

Los guardianes cuchichearon entre sí<br />

ciertas palabras, que Artagnan comprendió,<br />

pero que se guardó muy bien <strong>de</strong> hacer compren<strong>de</strong>r<br />

a Porthos.<br />

"Nuestro amigo -dijo para si no era más ni menos<br />

que un prisionero <strong>de</strong> Aramis. Veremos lo<br />

que resulta <strong>de</strong> la liberación <strong>de</strong> este conspirador."


X<br />

EL RATÓN Y EL QUESO<br />

Artagnan y Porthos regresaron a pie,<br />

como había ido Artagnan. Cuando Artagnan,<br />

que fue el primero que penetró en la tienda "<strong>El</strong><br />

Pilón <strong>de</strong> Oro" anunció a Planchet que el señor<br />

Du-Vallon sería uno <strong>de</strong> los viajeros privilegiados,<br />

y Porthos, al pasar a su vez, hizo crujir con<br />

la pluma <strong>de</strong> su sombrero los mecheros <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

colgados <strong>de</strong>l cobertizo, algo parecido a un<br />

presentimiento doloroso turbó la alegría que<br />

Planchet prometíase para el día siguiente.<br />

Pero era un corazón <strong>de</strong> oro nuestro abacero,<br />

resto precioso <strong>de</strong> una época que es y ha<br />

sido siempre para los que envejecen la <strong>de</strong> su<br />

juventud, y para los jóvenes la vejez <strong>de</strong> sus antepasados.


Planchet, no obstante aquella conmoción<br />

interna, pronto reprimida, recibió a<br />

Porthos con un respeto mezclado <strong>de</strong> tierna cordialidad.<br />

Porthos, algo estirado' al principio, a<br />

causa <strong>de</strong> la distancia social que existía en aquella<br />

época entre un barón y un abacero, concluyó<br />

al fin por humanizarse al ver en Planchet tan<br />

buena voluntad y tanto agasajo.<br />

Principalmente, no pudo menos <strong>de</strong> mostrarse<br />

sensible a la libertad que se le dio, o más<br />

bien se le ofreció, <strong>de</strong> sumergir sus anchas manos<br />

en las cajas <strong>de</strong> frutos secos y confites, en los<br />

sacos <strong>de</strong> almendras y avellanas, y en los cajones<br />

llenos <strong>de</strong> dulces.<br />

De modo que a pesar <strong>de</strong> las invitaciones<br />

que le hizo Planchet para que subiese al entresuelo,<br />

eligió por habitación favorita, durante la<br />

noche que iba a pasar en casa <strong>de</strong> Planchet, la<br />

tienda, don<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos hallaban siempre lo<br />

que su nariz había olfateado.


Los hermosos higos <strong>de</strong> Provenza, las<br />

avellanas <strong>de</strong>l Forest, y las ciruelas <strong>de</strong> Turena,<br />

fueron para Porthos objeto <strong>de</strong> una distracción<br />

que saboreó por espacio <strong>de</strong> cinco horas sin interrupción.<br />

Entre sus dientes y muelas triturábanse<br />

los huesos, cuyos residuos sembraban luego el<br />

suelo y crujían bajo la suela <strong>de</strong> los que iban y<br />

venían; Porthos <strong>de</strong>sgranaba entre sus labios, <strong>de</strong><br />

una vez, los sabrosos racimos <strong>de</strong> moscatel secos,<br />

<strong>de</strong> violáceos colores, <strong>de</strong> los que hacía pasar<br />

media libra <strong>de</strong> su boca al estómago.<br />

En un rincón <strong>de</strong>l almacén, los mancebos,<br />

llenos <strong>de</strong> espanto, se miraban mutuamente sin<br />

atreverse a hablar.<br />

No sabían que tal Porthos existiese,<br />

pues jamás le habían visto. La raza <strong>de</strong> aquellos<br />

titanes que habían llevado las últimas corazas<br />

<strong>de</strong> Hugo Capeto, <strong>de</strong> Felipe Augusto y <strong>de</strong> Francisco<br />

I, principiaba a <strong>de</strong>saparecer. Así era que<br />

se preguntaban si sería aquél el duen<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />

cuentos <strong>de</strong> encantamientos que iban a sepultar


en su insondable estómago todo el almacén <strong>de</strong><br />

Planchet, sin mover <strong>de</strong> su sitio los barriles y cajones.<br />

Porthos, mascando, triturando, chupando<br />

y tragando, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> vez en cuando al abacero:<br />

-Tenéis un lindo comercio, querido<br />

Planchet.<br />

-Pronto <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> tenerlo, si esto sigue<br />

así -dijo el primer mancebo, a quien Planchet<br />

había prometido que le suce<strong>de</strong>ría en la tienda.<br />

Y, en su <strong>de</strong>sesperación, acercóse a Porthos,<br />

que ocupaba todo el sitio que conducía<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trastienda a la tienda, esperando que<br />

aquél se levantase y que ese movimiento le distrajese<br />

<strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>voradoras.<br />

-¿Qué queréis, querido mío? -preguntó<br />

Porthos con aire afable.<br />

-Quería pasar, señor, si no os sirve <strong>de</strong><br />

molestia.<br />

-De ningún modo, amigo -dijo Porthos.


Y, cogiendo al mismo tiempo al mancebo<br />

por la cintura, lo levantó en el aire y lo<br />

transportó al otro lado.<br />

Por supuesto, que todo esto lo hizo sonriendo,<br />

con el mismo aire <strong>de</strong> afabilidad.<br />

Al asustado mancebo faltáronle las<br />

piernas en el momento en que Porthos le <strong>de</strong>jaba<br />

en tierra, <strong>de</strong> modo que cayó <strong>de</strong> espaldas sobre<br />

los corchos.<br />

Sin embargo, viendo la dulzura <strong>de</strong> aquel gigante,<br />

se aventuró a <strong>de</strong>cir:<br />

-¡Ay, señor, pensad lo que hacéis!<br />

-¿Por qué <strong>de</strong>cís eso, querido? -preguntó<br />

Porthos.<br />

-Porque vais a quemaros el estómago.<br />

-¿Cómo es eso, mi buen amigo?<br />

-Todos esos alimentos son ardientes,<br />

señor.<br />

-¿Cuáles?<br />

Las pasas, las avellanas, las almendras ...<br />

-Sí; mas si las pasas, las avellanas y las<br />

almendras son ardientes...


-No hay la menor duda, señor.<br />

Y, alargando su mano hacia un barril <strong>de</strong><br />

miel abierto, don<strong>de</strong> estaba la espátula con que<br />

se servía a los compradores, tragó una buena<br />

media libra.<br />

-Querido -dijo Porthos-, ¿queréis traerme<br />

agua?<br />

-¿En un cubo, señor? -preguntó sencillamente<br />

el mancebo.<br />

-No; en una garrafa; con una garrafa<br />

tendré suficiente -respondió Porthos con la mayor<br />

naturalidad.<br />

Y, llevándose la garrafa a la boca, como<br />

hace un músico con su trompa, la vació <strong>de</strong> un<br />

solo trago.<br />

Planchet estremecíase entre todos los<br />

sentimientos que correspon<strong>de</strong>n a las fibras <strong>de</strong><br />

la propiedad y <strong>de</strong>l amor propio.<br />

Sin embargo, como digno dispensador<br />

<strong>de</strong> la hospitalidad antigua, simulaba conversar<br />

con la mayor' atención con Artagnan, y no<br />

hacía más que repetir:


-¡Ay, señor, qué placer!... ¡Ay, señor, qué<br />

honra para mi casa!<br />

-¿A qué hora cenaremos, Planchet? -<br />

preguntó Porthos-. Tengo apetito.<br />

<strong>El</strong> primer mancebo juntó sus manos.<br />

Los otros dos escurriéronse bajo el mostrador,<br />

temiendo que Porthos oliese la carne<br />

fresca.<br />

-Aquí tomaremos un bocado nada más -<br />

dijo Artagnan-, y cenaremos luego en la casa <strong>de</strong><br />

campo <strong>de</strong> Planchet.<br />

-¡Ah! ¿De modo que vamos a vuestra<br />

casa <strong>de</strong> campo, Planchet? -dijo Porthos-. Tanto<br />

mejor.<br />

-Me hacéis gran<strong>de</strong> honor, señor barón.<br />

Las palabras señor barón produjeron<br />

gran<strong>de</strong> efecto en los mancebos, los cuales vieron<br />

un hombre <strong>de</strong> la clase más distinguida en<br />

un apetito <strong>de</strong> aquella naturaleza.<br />

Por otra parte, aquel título les tranquilizó.<br />

Nunca habían oído <strong>de</strong>cir que a un duen<strong>de</strong><br />

se le llamase señor barón.


-Tomaré algunos bizcochos para el camino<br />

-dijo Porthos con indiferencia.<br />

Y diciendo esto vació un cajón <strong>de</strong> bizcochos<br />

en el bolsillo <strong>de</strong> su ropilla.<br />

-¡Salvóse mi tienda! -murmuró Planchet.<br />

-Sí, como el queso --dijo el primer mancebo.<br />

-¿Qué queso?<br />

-Aquel queso <strong>de</strong> Holanda en que entró<br />

un ratón y <strong>de</strong>l que sólo hallamos la corteza.<br />

Planchet echó una mirada por la tienda,<br />

y al ver lo que había escapado <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong><br />

Porthos, parecióle exagerada la comparación.<br />

<strong>El</strong> primer mancebo conoció lo que querían<br />

<strong>de</strong>cir los ojos <strong>de</strong> su amo.<br />

-¡Cuidado con la vuelta! -le dijo.<br />

-¿Tenéis frutos en vuestro cuarto? -<br />

preguntó Porthos subiendo al entresuelo, don<strong>de</strong><br />

acababan <strong>de</strong> anunciar que estaba servido el<br />

refrigerio. - -¡Ay! -exclamó el abacero, dirigiendo<br />

a Artagnan una mirada suplicante,<br />

que éste comprendió a medias.


Terminado el refrigerio pusiéronse en<br />

camino.<br />

Era ya tar<strong>de</strong> cuando los tres viajeros,<br />

que salieron <strong>de</strong> París a eso <strong>de</strong> las seis, llegaron<br />

a Fontainebleau.<br />

<strong>El</strong> viaje fue muy divertido, Porthos se<br />

complació con la compañía <strong>de</strong> Planchet, porque<br />

éste le manifestaba mucho respeto, y le hablaba<br />

con interés <strong>de</strong> sus prados, <strong>de</strong> sus bosques y <strong>de</strong><br />

sus conejares.<br />

Porthos tenía los gustos y el orgullo <strong>de</strong>l<br />

propietario.<br />

Artagnan, así que divisó a sus dos compañeros<br />

tan engolfados en la conversación, tomó<br />

la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l camino, y, echando la brida<br />

sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo, se aisló <strong>de</strong>l mundo<br />

entero, como también <strong>de</strong> Porthos y <strong>de</strong> Planchet.<br />

La luna penetraba dulcemente a través<br />

<strong>de</strong>l ramaje azulado <strong>de</strong>l bosque. Las emanaciones<br />

<strong>de</strong> la llanura subían, embalsamadas, a las<br />

narices <strong>de</strong> los caballos, que resoplaban con<br />

gran<strong>de</strong>s saltos <strong>de</strong> alegría.


Porthos y Planchet se pusieron a hablar<br />

aparte.<br />

Planchet manifestó a Porthos que, en la<br />

edad madura <strong>de</strong> su vida, había <strong>de</strong>scuidado la<br />

agricultura por el comercio; pero que su infancia<br />

había transcurrido en Picardía, entre las<br />

hermosas alfalfas que le subían hasta las rodillas<br />

y bajo los ver<strong>de</strong>s manzanos <strong>de</strong> frutos sonrosados;<br />

así es que había jurado, tan pronto<br />

como su fortuna estuviera hecha, volver a la<br />

naturaleza y terminar sus días como los había<br />

empezado, lo más próximo a la tierra, adon<strong>de</strong><br />

van a parar todos los hombres.<br />

-¡Hola, hola! -dijo Porthos-. Entonces,<br />

querido Planchet, vuestro retiro está próximo<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque me parece que estáis en camino<br />

<strong>de</strong> hacer una regular fortuna.<br />

-Sí -contestó Planchet-, se hace lo que se<br />

pue<strong>de</strong>.


-Vamos a ver, ¿cuánto es lo que ambicionáis,<br />

y con qué cantidad contáis po<strong>de</strong>r retiraros?<br />

-Señor -dijo Planchet sin respon<strong>de</strong>r a la<br />

pregunta, sin embargo <strong>de</strong> lo interesante que<br />

era-, señor, una cosa me causa mucha pena.<br />

-¿Qué? -preguntó Porthos mirando a sus<br />

espaldas, como para buscar esa otra cosa que<br />

apenaba a Planchet y librarle <strong>de</strong> ella.<br />

-En otro tiempo me llamabais simplemente<br />

Planchet, y me habríais dicho: "¿Cuánto<br />

ambicionas, Planchet, y con qué cantidad cuentas<br />

po<strong>de</strong>r retirarte?"<br />

-Seguramente, así es; en otro tiempo eso<br />

te habría dicho -replicó el buen Porthos con<br />

cierta perplejidad llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za-, pero en<br />

aquel tiempo...<br />

-En aquel tiempo era el lacayo <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> Artagnan, ¿no es eso lo que queríais <strong>de</strong>cir?<br />

-Sí.


-Pues bien, si no soy ahora lacayo suyo,<br />

soy todavía su servidor; y, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella<br />

época ...<br />

-¿Qué?<br />

-Des<strong>de</strong> aquella época he tenido la honra<br />

<strong>de</strong> ser su socio.<br />

-¡Oh, oh -exclamó Porthos-. ¡Cómo! ¿Artagnan<br />

ha tomado parte en el comercio <strong>de</strong> comestibles?<br />

-No, no -dijo Artagnan, a quien aquellas<br />

palabras sacaron <strong>de</strong> sus meditaciones y pusiéronle<br />

al corriente <strong>de</strong> la conversación con la<br />

habilidad y penetración que distinguía cada<br />

operación <strong>de</strong> su entendimiento y <strong>de</strong> su cuerpo-.<br />

No ha sido Artagnan el que entró en el comercio<br />

<strong>de</strong> comestibles, sino Planchet, que se ha<br />

<strong>de</strong>dicado a la política. ¡Eso es!<br />

-Sí -contestó Planchet con orgullo y satisfacción<br />

a la vez-; hemos hecho juntos un pequeño<br />

negocio que nos ha producido a mí cien<br />

mil libras, y al señor <strong>de</strong> Artagnan doscientas<br />

mil.


-¡Oh, oh! -exclamó Porthos con admiración.<br />

-De suerte, señor barón -contestó el abacero-,<br />

que os suplico <strong>de</strong> nuevo me llaméis Planchet<br />

como antiguamente, y continuéis tuteándome.<br />

No podéis suponeros el placer que<br />

eso me causará.<br />

-Si así es, lo haré como <strong>de</strong>seas, querido<br />

Planchet -replicó Porthos. Y, como al <strong>de</strong>cir esto<br />

se hallara cerca <strong>de</strong> Planchet, levantó la mano<br />

para darle un golpecito en el hombro, en señal<br />

<strong>de</strong> cordial amistad.<br />

Mas un movimiento provi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l<br />

caballo <strong>de</strong>jó frustrado el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>l jinete, <strong>de</strong><br />

suerte que su mano cayó sobre la grupa <strong>de</strong>l<br />

caballo <strong>de</strong> Planchet.<br />

<strong>El</strong> animal dobló los riñones. Artagnan<br />

empezó a reír, y dijo en voz alta:<br />

-Cuidado, Planchet, que si Porthos te<br />

llega a querer mucha, te acariciará; y si te acaricia,<br />

te aplasta el día menos pensado: ya ves que<br />

Porthos no ha perdido nada <strong>de</strong> su fuerza.


-¡Oh! -dijo Planchet- Mosquetón no ha<br />

muerto, y sin embargo, el señor barón lo aprecia<br />

mucho.<br />

-Así es -dijo Porthos con un suspiro que<br />

hizo encabritar simultáneamente a los tres caballos-;<br />

y aun <strong>de</strong>cía esta mañana a Artagnan lo<br />

mucho que le echaba <strong>de</strong> menos; pero dime,<br />

Planchet...<br />

-¡Gracias, señor barón, gracias! -¡Bien,<br />

Planchet, bien! ¿Cuántas arpentas tienes <strong>de</strong><br />

parque?<br />

-¿De parque?<br />

-Sí; luego contaremos los prados, y <strong>de</strong>spués<br />

los bosques.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>, señor?<br />

-En tu palacio.<br />

-Pero, señor barón, si no tengo palacio,<br />

ni parque, ni prados, ni bosque.<br />

-Entonces, ¿qué es lo que tienes, y por<br />

qué llamas a eso casa <strong>de</strong> campo?


-No he dicho casa <strong>de</strong> campo, señor barón<br />

-objetó Planchet algo humillado-, sino simple<br />

apea<strong>de</strong>ro.<br />

-¡Ah, ah! --dijo Porthos-. Ya entiendo; te<br />

reservas.<br />

-No, señor barón, digo la verdad pura:<br />

no tengo más que dos cuartos para amigos.<br />

-Entonces, ¿por dón<strong>de</strong> pasean tus amigos?<br />

-Por los bosque <strong>de</strong>l rey, que son encantadores.<br />

-<strong>El</strong> caso es que esos bosques son muy<br />

hermosos, casi tanto como los míos <strong>de</strong>l Berry.<br />

Planchet abrió <strong>de</strong>smesuradamente los<br />

ojos.<br />

-¿Tenéis bosques semejantes a los <strong>de</strong><br />

Fontainebleau, señor barón? -murmuró asombrado.<br />

-Sí, tengo dos; pero el <strong>de</strong>l Berry es el<br />

predilecto.<br />

-¿Por qué? -preguntó graciosamente<br />

Planchet.


-En primer lugar, porque no conozco<br />

sus límites; y, <strong>de</strong>spués, porque está poblado <strong>de</strong><br />

cazadores furtivos.<br />

-¿Y cómo pue<strong>de</strong> haceros tan grato el<br />

bosque esa profusión <strong>de</strong> cazadores furtivos?<br />

-Porque ellos cazan mis piezas, y yo los<br />

cazo a ellos, y esto es para mí, en tiempo <strong>de</strong><br />

paz, una imagen en pequeño <strong>de</strong> la guerra.<br />

A este punto llegaba la conversación,<br />

cuando Planchet, levantando la cabeza, divisó<br />

las primeras casas <strong>de</strong> Fontainebleau, que se<br />

diseñaban vigorosamente en el cielo, en tanto<br />

que por encima <strong>de</strong> la masa compacta e informe<br />

se elevaban las techumbres agudas <strong>de</strong>l palacio,<br />

cuyas pizarras relucían a la luna como las escamas<br />

<strong>de</strong> un pez enorme.<br />

-Señores -dijo Planchet-: tengo el honor<br />

<strong>de</strong> anunciaron que hemos llegado a Fontainebleau.


XI<br />

LA CASA DE CAMPO DE PLANCHET<br />

Levantaron la cabeza los jinetes, y vieron<br />

que el honrado Planchet <strong>de</strong>cía exactamente<br />

la verdad.<br />

Diez minutos más tar<strong>de</strong> se hallaban en<br />

la calle <strong>de</strong> Lyón, al otro<br />

lado <strong>de</strong> la posada "<strong>El</strong> Hermoso Pavo Real".<br />

Una inmensa cerca <strong>de</strong> espesos saúcos,<br />

espinos y lúpulos formaba un vallado impenetrable<br />

y negro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual se elevaba una<br />

casa blanca, con la techumbre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s tejas.<br />

Dos ventanas <strong>de</strong> aquella casa daban a la<br />

calle. Las dos eran sombrías.<br />

Entre ambas, una portecita, resguardada por un<br />

cobertizo sostenido sobre pilastras, daba entrada<br />

a ella.<br />

<strong>El</strong> umbral <strong>de</strong> esta puerta estaba bastante<br />

elevado.<br />

Planchet echó pie a tierra como para<br />

llamar a dicha puerta; pero, cambiando <strong>de</strong>s<strong>de</strong>


luego <strong>de</strong> parecer, cogió a su caballo <strong>de</strong> la brida<br />

y anduvo unos treinta pasos más.<br />

Sus dos compañeros siguiéronle. Llegó<br />

hasta una puerta cochera, situada treinta pasos<br />

más allá, y, levantando un picaporte <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />

única cerradura <strong>de</strong> aquella puerta, empujó<br />

una <strong>de</strong> sus hojas. Entonces penetró el primero,<br />

llevando el caballo por la brida, en un pequeño<br />

corral, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> estiércol, cuyo olor revelaba<br />

la proximidad <strong>de</strong> un establo.<br />

-Bien huele -dijo ruidosamente Porthos,<br />

echando al mismo tiempo pie a tierra-; no parece<br />

sino que estoy en mis vaquerías <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />

-No tengo más que una. vaca -se apresuró<br />

a <strong>de</strong>cir mo<strong>de</strong>stamente Planchet.<br />

-Pues yo tengo treinta -dijo Porthos-, y a<br />

<strong>de</strong>cir verdad, no sé el número <strong>de</strong> las vacas que<br />

tengo.<br />

Después que entraron los dos jinetes,<br />

Planchet cerró la puerta. Entretanto, Artagnan,<br />

que se había apeado con su ligereza acostum-


ada respiraba aquella saludable atmósfera, y<br />

alegre como un parisiense que sale al campo,<br />

cogía, ora un ramo <strong>de</strong> madreselvas, ora un agavanzo.<br />

Porthos echó mano a unos guisantes que<br />

subían a lo largo <strong>de</strong> los palos, y se comía, o más<br />

bien engullía, vainas y fruto a la vez.<br />

Planchet corrió a <strong>de</strong>spertar a cierto<br />

campesino, viejo y cascado, que dormía bajo un<br />

cobertizo sobre una cama <strong>de</strong> musgo, cubierto<br />

con una chamarreta.<br />

<strong>El</strong> campesino, que conoció a Planchet, le<br />

llamó nuestro amo, con gran placer <strong>de</strong>l abacero.<br />

-Llevad los caballos al pesebre, buen<br />

viejo, y dadles buena pitanza -dijo Planchet.<br />

-¡Oh! Hermosos animales -exclamó el<br />

campesino-, procuraré que se harten.<br />

-Poco a poco, poco a poco, amigo -dijo<br />

Artagnan-; no tanto ya: avena, y la paja correspondiente,<br />

nada más.


-Y agua <strong>de</strong> salvado para mi caballo -<br />

repuso Porthos-, porque se me figura que suda<br />

mucho.<br />

-¡Oh! Nada temáis, señores -contestó<br />

Planchet-: el tío Celestino es un antiguo gendarme<br />

<strong>de</strong>l Ivry, y sabe lo que es cuidar caballos.<br />

Pasemos a la casa.<br />

Y llevó a sus amigos por una alameda<br />

muy poblada que atravesaba una huerta, luego<br />

un campo <strong>de</strong> alfalfa, que, por ultimo, terminaba<br />

en un jardinito, tras <strong>de</strong>l cual se elevaba la casa,<br />

cuya fachada principal se había visto ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

la calle.<br />

A medida que se iban acercando, podía<br />

distinguirse por dos ventanas abiertas <strong>de</strong>l piso<br />

bajo el interior, el penetral <strong>de</strong> Planchet.<br />

Aquella habitación, suavemente iluminada<br />

por una lámpara situada sobre la mesa, se<br />

<strong>de</strong>stacaba en el fondo <strong>de</strong>l jardín como una risueña<br />

imagen <strong>de</strong> la paz, <strong>de</strong> la comodidad y <strong>de</strong><br />

la dicha.


Don<strong>de</strong> quiera que caía la lentejuela <strong>de</strong><br />

luz <strong>de</strong>sprendida <strong>de</strong>l centro luminoso sobre una<br />

antigua fayenza, sobre un mueble resplan<strong>de</strong>ciente<br />

<strong>de</strong> limpieza, sobre un arma colgada en la<br />

tapicería, la pura claridad encontraba un puro<br />

reflejo, y la gota <strong>de</strong> fuego iba a reposar sobre el<br />

objeto grato a la vista.<br />

Aquella lámpara, que iluminaba el cuarto,<br />

mientras que por el cerco <strong>de</strong> las ventanas<br />

caían las ramas <strong>de</strong> jazmín y <strong>de</strong> aristoloquia,<br />

daba luz a un mantel adamascado, blanco 1<br />

como la nieve.<br />

Había dos cubiertos sobre aquel mantel.<br />

Un vino clarete mecía sus rubíes en el cristal<br />

labrado <strong>de</strong> la larga botella, y una vasija <strong>de</strong> fayenza<br />

azul, con tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> plata, contenía una<br />

espumosa sidra.<br />

Al lado <strong>de</strong> la mesa, y en un sillón <strong>de</strong><br />

mucho respaldo, dormía una mujer <strong>de</strong> treinta<br />

años, cuyo rostro rebosaba salud y frescura.<br />

Sobre las rodillas <strong>de</strong> aquella fresca criatura,<br />

un gatazo manso, apelotonando su cuerpo


sobre sus patas dobladas, hacía oír ese ronquido<br />

característico que, con los ojos medio cerrados,<br />

significa en los hábitos felinos: "Soy enteramente<br />

feliz."<br />

Los dos amigos <strong>de</strong>tuviéronse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

aquella ventana, mudos <strong>de</strong> sorpresa.<br />

Al ver Planchet su admiración experimentó<br />

una dulce alegría. -¡Ah, pícaro Planchet!<br />

-exclamó Artagnan-. Ahora comprendo<br />

tus ausencias.<br />

-¡Oh, oh! Vaya un lienzo blanco -dijo a<br />

su vez Porthos con voz <strong>de</strong> trueno.<br />

Al ruido <strong>de</strong> aquella voz, el gato escapó,<br />

el ama se <strong>de</strong>spertó asustada, y Planchet, tomando<br />

un aire afable, introdujo a los dos compañeros<br />

en la habitación don<strong>de</strong> estaba puesta la<br />

mesa.<br />

-Permitidme, amiga mía, que os presente<br />

al señor caballero <strong>de</strong> Artagnan, mi protector.<br />

Artagnan cogió la mano <strong>de</strong> la dama como<br />

hombre cortesano, y con los mismos modales<br />

con que habría tomado la <strong>de</strong> Madame.


-<strong>El</strong> señor barón Du-Vallon <strong>de</strong> Bracieux<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds -añadió Planchet.<br />

Porthos hizo un saludo que hubiera<br />

<strong>de</strong>jado satisfecha a la misma Ana <strong>de</strong> Austria, so<br />

pena <strong>de</strong> ser tenida por muy exigente.<br />

Entonces le tocó su vez a Planchet, el<br />

cual abrazó con gran franqueza a la dama, no<br />

sin haber hecho antes un a<strong>de</strong>mán que parecía<br />

pedir su permiso a Artagnan y Porthos, permiso<br />

que le fue concedido en el acto.<br />

Artagnan hizo su cumplido a Planchet.<br />

-He aquí un hombre que sabe vivir.<br />

-Señor -contestó Planchet riendo-, la<br />

vida es un capital que el hombre <strong>de</strong>be tratar <strong>de</strong><br />

colocar lo más ingeniosamente que pueda ...<br />

-Y <strong>de</strong>l que obtienes gran<strong>de</strong>s intereses -<br />

dijo Porthos riendo como un trueno.<br />

Planchet se volvió hacia el ama <strong>de</strong> la<br />

casa.<br />

-Amiga mía -le dijo-, aquí tenéis a los<br />

dos hombres que han dirigido una parte <strong>de</strong> mi<br />

existencia, y que os he nombrado tantas veces.


-Con otros dos más -dijo la dama con<br />

acento flamenco <strong>de</strong> los más pronunciados<br />

-¿Sois holan<strong>de</strong>sa? -preguntó Artagnan.<br />

Porthos retorcióse el bigote, lo cual notó<br />

Artagnan, que todo lo observaba.<br />

-Soy <strong>de</strong> Amberes -respondió la dama.<br />

-Y se llama la señora Gechter -dijo Planchet.<br />

- Pero supongo que no la llamaré <strong>de</strong> ese<br />

modo -dijo Artagnan.<br />

-¿Por qué? -preguntó Planchet.<br />

-Porque sería envejecerla cada vez que<br />

la llamaseis.<br />

-No: la llamo Trüchen. -Bonito nombre -<br />

dijo Porthos.<br />

-Trüchen -replicó Planchet me ha venido<br />

<strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s con su virtud y dos mil florines,<br />

huyendo <strong>de</strong> un marido que le pegaba. Como<br />

natural <strong>de</strong> Picardía, me han gustado siempre<br />

las mujeres <strong>de</strong> Artois. Del Artois a Flan<strong>de</strong>s no<br />

hay más que un paso. La <strong>de</strong>sgraciada vino a<br />

llorar a casa <strong>de</strong> su padrino, mi pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> la


calle <strong>de</strong> los Lombardos, y colocó en mi casa sus<br />

dos mil florines, que en el día le rentan diez<br />

mil.<br />

-¡Bravo, Planchet!<br />

-Es libre, es rica; tiene una vaca; manda<br />

a una sirviente y al tío Celestino; me hace todas<br />

mis camisas y todas mis medias <strong>de</strong> invierno;<br />

sólo me ve <strong>de</strong> quince en quince días, y se consi<strong>de</strong>ra<br />

dichosa<br />

-y lo soy efectivamente -dijo Trüchen con<br />

abandono.<br />

Porthos se retorció el otro hemisferio <strong>de</strong>l<br />

bigote.<br />

-¡Diantre, diantre! -dijo para sí Artagnan-.<br />

Será que Porthos tenga intenciones.<br />

Entretanto, Trüchen, comprendiendo lo<br />

que había <strong>de</strong> hacer, dio prisa a la cocinera, añadió<br />

dos cubiertos, y puso sobre la mesa manjares<br />

<strong>de</strong>licados, capaces <strong>de</strong> convertir una cena<br />

en comida y una comida en festín.<br />

Manteca. fresca, cecina, anchoas y atún, todo lo<br />

mejor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong> Planchet.


Pollos, legumbres, ensalada, pescados<br />

<strong>de</strong> estanque y <strong>de</strong> río, caza <strong>de</strong>l monte, en fin,<br />

todos los recursos <strong>de</strong> la provincia.<br />

A<strong>de</strong>más, Planchet volvía <strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga cargado<br />

con diez botellas, cuyo vidrio <strong>de</strong>saparecía bajo<br />

una <strong>de</strong>nsa capa <strong>de</strong> polvo ceniciento.<br />

Aquello alegró el corazón <strong>de</strong> Porthos.<br />

-Tengo hambre -dijo.<br />

Y se sentó junto a la señora Trüchen con<br />

una mirada asesina. Artagnan se sentó al otro<br />

lado. Planchet, discreta y alegremente, se colocó<br />

enfrente.<br />

-No os extrañéis -dijo- si durante la comida<br />

abandona Trüchen la mesa frecuentemente,<br />

pues tiene que disponer vuestros dormitorios.<br />

En efecto, el ama hacía numerosos viajes y<br />

se oían crujir en el piso superior las armaduras<br />

<strong>de</strong> las camas y chillar las ro<strong>de</strong>zuelas sobre el<br />

pavimento.<br />

Entretanto, los tres hombres comían y<br />

bebían, especialmente Porthos.


Era maravilloso el verlos. Cuando Trüchen volvió<br />

con el queso, las diez botellas no eran más<br />

que diez sombras.<br />

Artagnan conservó toda su dignidad.<br />

Porthos, al contrario, perdió parte <strong>de</strong> la<br />

suya.<br />

Hubo brindis y canciones. Artagnan<br />

propuso otra nueva excursión a la bo<strong>de</strong>ga, y<br />

como Planchet no caminaba con la regularidad<br />

<strong>de</strong>bida, el capitán <strong>de</strong> mosqueteros se ofreció a<br />

acompañarle. Marcharon, pues, tarareando canciones<br />

capaces <strong>de</strong> asustar al mismo <strong>de</strong>monio.<br />

Trüchen se quedó en la mesa al lado <strong>de</strong><br />

Porthos.<br />

Mientras los dos golosos elegían <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> loe haces <strong>de</strong> leña, <strong>de</strong>jóse oír ese ruido seco y<br />

sonoro que producen al hacer el vacío los labios<br />

sobre una mejilla.<br />

"Porthos se habrá creído estar en La Rochela",<br />

pensó Artagnan. Ambos subieron<br />

cargados <strong>de</strong> botellas.<br />

Planchet no veía ya <strong>de</strong> tanto cantar.


Artagnan, que todo lo observaba, notó<br />

que la mejilla izquierda <strong>de</strong> Trüchen estaba<br />

mucho más colorada que la <strong>de</strong>recha.<br />

Porthos sonreía a la izquierda <strong>de</strong> Trüchen,<br />

y se retorcía con sus dos manos las puntas<br />

<strong>de</strong> su bigote.<br />

Trüchen sonreía también al magnífico<br />

señor.<br />

<strong>El</strong> vino espumoso <strong>de</strong> Anjou hizo <strong>de</strong><br />

aquellos tres hombres, primero tres <strong>de</strong>monios,<br />

y luego tres leños.<br />

Artagnan no tuvo fuerzas más que para<br />

coger una luz y alumbrar, a Planchet.<br />

Planchet arrastró a Porthos, a quien empujaba<br />

Trüchen, muy contenta también.<br />

Artagnan fue el que halló los dormitorios<br />

y <strong>de</strong>scubrió las camas. Porthos se sumió<br />

en la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle <strong>de</strong>snudado<br />

su amigo el mosquetero.<br />

Artagnan se arrojó sobre la que le habían<br />

dispuesto, diciendo:


-¡Diantre! Y eso que había jurado no<br />

tocar a ese vino dorado que trascien<strong>de</strong> a piedra<br />

<strong>de</strong> chispa. ¡Si los mosqueteros viesen a su capitán<br />

en semejante estado!<br />

Y corriendo las cortinas <strong>de</strong>l lecho:<br />

-Por fortuna no me verán - añadió.<br />

Planchet fue trasladado en brazos <strong>de</strong><br />

Trüchen, la cual le <strong>de</strong>snudó, y cerró cortinas y<br />

puertas.<br />

-Es divertido el campo -observó Porthos<br />

estirando sus piernas que pasaron a través <strong>de</strong> la<br />

armadura <strong>de</strong> la cama, lo cual produjo un ruido<br />

enorme. Verdad es que nadie paró atención en<br />

ello, pues tanto era lo que se habían divertido<br />

en la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong> Planchet.<br />

A las dos <strong>de</strong> la madrugaba todo el<br />

mundo roncaba.<br />

X<strong>II</strong><br />

LO QUE SE VEÍA DESDE LA CASA DE<br />

PLANCHET


<strong>El</strong> siguiente día sorprendió a los<br />

tres héroes durmiendo a pierna suelta.<br />

Trüchen había cerrado los postigos <strong>de</strong><br />

las ventanas para que el sol no les diera en los<br />

ojos al salir por levante.<br />

De modo que reinaba noche obscura<br />

bajo las cortinas <strong>de</strong> Porthos, y bajo el baldaquino<br />

<strong>de</strong> Planchet,<br />

cuando Artagnan, <strong>de</strong>spertado el primero por<br />

un rayo indiscreto que penetraba por un intersticio<br />

<strong>de</strong> la ventana, saltó <strong>de</strong> la cama como para<br />

llegar el primero al asalto.<br />

Tomó en efecto por asalto el cuarto <strong>de</strong><br />

Porthos, que estaba inmediato al suyo.<br />

Porthos dormía lo mismo que zumba un<br />

trueno, y mostraba orgullosamente en la obscuridad<br />

su enorme cuerpo, <strong>de</strong>l que colgaba fuera<br />

<strong>de</strong> la cama hasta el suelo su nervudo brazo.<br />

Artagnan <strong>de</strong>spertó a Porthos, quien se<br />

restregó los ojos con bastante soltura.


Mientras tanto se vestía Planchet, y salía a recibir<br />

a la puerta <strong>de</strong> su cuarto a los dos huéspe<strong>de</strong>s,<br />

vacilantes todavía <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la cena última.<br />

Aunque aun era muy temprano, toda la casa<br />

estaba ya en pie. La cocinera <strong>de</strong>gollaba sin piedad<br />

en el corral, y el viejo Celestino cogía cerezas<br />

en el jardín.<br />

Porthos, satisfecho en extremo, tendió<br />

una mano a Planchet, y Artagnan pidió permiso<br />

para abrazar a la señora Trüchen.<br />

Esta, que no conservaba odio a los vencidos, se<br />

aproximó a Porthos, al cual le fue otorgado<br />

igual favor.<br />

Porthos abrazó a la señora Trüchen con<br />

un fuerte suspiro. Entonces Planchet cogió a<br />

los dos amigos <strong>de</strong> la mano.<br />

-Voy a enseñaros la casa -dijo-. Anoche<br />

entramos aquí como en un horno, y no hemos<br />

visto nada; pero <strong>de</strong> día todo cambia <strong>de</strong> aspecto,<br />

y espero que no quedaréis <strong>de</strong>scontentos.<br />

-Principiemos por las vistas -dijo Artagnan-:<br />

las vistas me gustan más que nada; yo he


vivido siempre en casas regias, y he observado<br />

que los príncipes no saben elegir mal sus puntos<br />

<strong>de</strong> vista.<br />

-Yo -observó Porthos- he sido siempre<br />

aficionado a. las vistas; así es que en mi posesión<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds he hecho abrir cuatro alamedas<br />

que dan vista a una perspectiva muy<br />

pintoresca.<br />

-Ahora veréis mi perspectiva -repuso<br />

Planchet.<br />

Y condujo a sus huéspe<strong>de</strong>s a una ventana.<br />

-¡Ah, sí! Es la calle <strong>de</strong> Lyón -dijo Artagnan.<br />

-Sí; por este lado hay dos ventanas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

las que nada se ve <strong>de</strong> particular si no es esa<br />

posada <strong>de</strong> enfrente, siempre bulliciosa y alborotada;<br />

es una vecindad muy incómoda. Antes<br />

tenía cuatro ventanas a ese lado, pero he quitado<br />

dos.<br />

-A<strong>de</strong>lante -dijo Artagnan.


Pasaron a un corredor que conducía a<br />

los dormitorios, y Planchet abrió los postigos.<br />

-¡Calla! -dijo Porthos-. ¿Qué es aquello<br />

que se ve allá abajo?<br />

-<strong>El</strong> bosque -dijo Planchet-. Ese es el<br />

horizonte; una <strong>de</strong>nsa faja amarilla en primavera,<br />

ver<strong>de</strong> en verano, rojiza en otoño y blanca en<br />

invierno.<br />

-Muy bien; pero es una cortina que impi<strong>de</strong><br />

ver más lejos.<br />

-Sí -dijo Planchet-; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí se<br />

ve...<br />

-¡Ah! Ese gran campo... -dijo Porthos-.<br />

¡Calla! ¿Qué es lo que diviso en él?... Cruces,<br />

piedras.<br />

-¡Vamos! ¡Pero si es el cementerio! -<br />

exclamó Artagnan. -Justamente -dijo Planchet-;<br />

y os aseguro que es muy curioso. No pasa<br />

día en que no entierren ahí a alguien. Fontainebleau<br />

tiene bastante gente. Unas veces son jóvenes<br />

vestidas <strong>de</strong> blanco, con pendones, otras<br />

regidores o vecinos pudientes, con los chantres


y la fábrica <strong>de</strong> la parroquia; a veces también<br />

oficiales <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey.<br />

-No me place eso mucho -dijo Porthos.<br />

-No es muy divertido que digamos -<br />

añadió Artagnan.<br />

-Os aseguro que eso inspira i<strong>de</strong>as santas<br />

-repuso Planchet.<br />

-¡Ah! No digo que no.<br />

-Pero -continuó Planchet-, algún día<br />

hemos <strong>de</strong> morir, y hay en no sé dón<strong>de</strong> una<br />

máxima que he retenido, y es la siguiente: "No<br />

hay pensamiento más saludable que el pensamiento<br />

<strong>de</strong> la muerte."<br />

-No afirmo lo contrario -dijo Porthos.<br />

-Pero -replicó Artagnan- también es un<br />

pensamiento saludable el <strong>de</strong>l verdor <strong>de</strong> los<br />

campos, <strong>de</strong> las flores, <strong>de</strong> los ríos, <strong>de</strong> los horizontes<br />

azules, <strong>de</strong> las vastas llanuras sin fin...<br />

-Si los tuviese no les haría ascos -<br />

contestó Planchet-; pero no teniendo más que<br />

ese pequeño cementerio, florido también, cubierto<br />

<strong>de</strong> musgo, sombrío y tranquilo, me con-


tento con él, y pienso en la gente <strong>de</strong> la ciudad<br />

que vive, pongo por caso, en la calle <strong>de</strong> los<br />

Lombardos, y oye rodar dos mil carruajes al<br />

día, y andar por el lodo a ciento cincuenta mil<br />

personas.<br />

-¡Pero vivas -exclamó Porthos-, vivas!<br />

-Eso es precisamente -dijo Planchet con<br />

timi<strong>de</strong>z- lo que me distrae <strong>de</strong> los muertos.<br />

-Este diablo <strong>de</strong> Planchet -repuso Artagnan-<br />

ha nacido para poeta tanto como para<br />

abacero.<br />

-Señor -dijo Planchet-, yo era una <strong>de</strong><br />

esas buenas pastas <strong>de</strong> hombre que Dios ha<br />

hecho para animarse durante cierto tiempo, y<br />

consi<strong>de</strong>rar bueno todo lo que acompaña su<br />

permanencia sobre la tierra.<br />

Artagnan se sentó junto a la ventana, y,<br />

habiéndole parecido sólida la filosofía <strong>de</strong> Planchet,<br />

se puso a reflexionar.<br />

-¡Cáscaras! -exclamó Porthos-. Si no me<br />

engaño, ya tenemos espectáculo, pues me parece<br />

que oigo cantar.


-Sí que cantan -dijo Artagnan.<br />

-¡Oh! ¡Es un entierro <strong>de</strong> última clase! -<br />

murmuró Planchet <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente-. No vienen<br />

más que el cura oficiante, el pertiguero y el<br />

niño <strong>de</strong> coro. Ya veis, señores, que el difunto o<br />

la difunta no <strong>de</strong>bían ser príncipes.<br />

-No, nadie sigue su féretro. -Sí -dijo<br />

Porthos-, veo a un hombre.<br />

-Sí, es verdad; un hombre embozado en<br />

una capa -añadió Artagnan.<br />

-No vale la pena mirarlo -observó Planchet.<br />

-Eso me interesa -dijo vivamente Artagnan<br />

acodándose sobre la ventana.<br />

-Vamos; veo que al fin caéis en la tentación<br />

-dijo gozoso Planchet-; os suce<strong>de</strong> lo que a<br />

mí: los primeros días me ponía triste <strong>de</strong> tanto<br />

persignarme, y los cánticos me penetraban como<br />

clavos en el cerebro; pero ahora me mezclo<br />

al son <strong>de</strong> ellos, y se me figura que no he visto<br />

nunca pájaros más hermosos que los <strong>de</strong>l cementerio.


-Pues yo -dijo Porthos- no me divierto<br />

aquí y prefiero bajar. Planchet dio un brinco, y<br />

ofreció su mano a Porthos para conducirle al<br />

jardín.<br />

-¿Y qué, os vais a quedar ahí? -preguntó<br />

Porthos volviéndose hacia Artagnan.<br />

-Sí, querido, sí; luego iré a reunirme a<br />

vos.<br />

-¡Je, je! ¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan no hace<br />

mal! ¿Están ya enterrando?<br />

-Todavía no.<br />

-En efecto; el sepulturero aguarda a que<br />

estén atadas las cuerdas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l ataúd.<br />

¡Mirad!. . . Por aquel lado <strong>de</strong>l cementerio entra<br />

una mujer.<br />

-Sí, sí, querido Planchet -dijo con viveza<br />

Artagnan-; pero déjame, déjame, que empiezo a<br />

engolfarme en meditaciones saludables, y no<br />

quiero que me interrumpan.<br />

Planchet se marchó, y Artagnan <strong>de</strong>voraba<br />

con los ojos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l postigo, medio cerrado,<br />

lo que pasaba enfrente.


Los dos sepultureros habían sacado los<br />

correones <strong>de</strong> las angarillas,<br />

y <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong>slizar su carga en la fosa.<br />

A pocos pasos, el hombre <strong>de</strong> la capa,<br />

único espectador <strong>de</strong> aquella escena lúgubre, se<br />

arrimaba a un gran ciprés y ocultaba enteramente<br />

su rostro a los sepultureros y al cura. <strong>El</strong><br />

cuerpo <strong>de</strong>l difunto quedó enterrado en cinco<br />

minutos.<br />

Rellenada ya la sepultura, se volvió el<br />

cura con la comitiva; el sepulturero le dirigió<br />

algunas palabras y luego echó a andar tras<br />

ellos.<br />

<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> la capa los saludó al pasar,<br />

y puso una moneda en la mano al sepulturero.<br />

-¡Pardiez! -exclamó Artagnan-. ¡Ese<br />

hombre es Aramis!<br />

Aramis, en efecto, quedó solo, al menos por<br />

aquel lado, pues apenas volvió la cabeza cuando<br />

oyéronse cerca <strong>de</strong> él en el camino los pasos<br />

<strong>de</strong> una mujer y el crujir <strong>de</strong> un vestido.


Volvióse al momento, y, quitándose el<br />

sombrero con mucho respeto cortesano, condujo<br />

a la dama bajo un grupo <strong>de</strong> castaños y <strong>de</strong><br />

tilos que daban sombra a una tumba fastuosa.<br />

-¡Tate! -dijo Artagnan-. ¡<strong>El</strong> obispo <strong>de</strong><br />

Vannes dando citas! Vamos, es el mismo abate<br />

Aramis, galanteando en Noisy-le-Sec... Sí -<br />

añadió el mosquetero-; mas, en un cementerio,<br />

la cita es sagrada.<br />

Y se echó a reír.<br />

La conversación duró una media hora.<br />

Artagnan no podía ver el semblante <strong>de</strong><br />

la dama, porque ésta le daba la espalda; pero<br />

conocía en la postura <strong>de</strong> los dos interlocutores,<br />

en la simetría <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes y en la manera<br />

acompasada, mañosa, con que se dirigían miradas,<br />

como <strong>de</strong> ataque o <strong>de</strong>fensa, que no hablaban<br />

<strong>de</strong> amor.<br />

Al fin <strong>de</strong> la conversación la dama se<br />

levantó, y fue ella la que hizo una profunda<br />

reverencia a Aramis.


-¡Oh, oh! -dijo Artagnan-. ¡Esto acaba<br />

como una cita amorosa!<br />

<strong>El</strong> caballero se arrodilla al principio, y<br />

luego la vencida y la que suplica es la dama...<br />

¿Quién será esa señorita?... Daría una uña por<br />

verla.<br />

Pero no pudo ser. Aramis se fue el primero, la<br />

dama se cubrió con sus chales y partió en seguida.<br />

Artagnan no guardó a más, y corrió a la<br />

ventana <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Lyón.<br />

Aramis acababa <strong>de</strong> entrar en la posada.<br />

La dama se dirigía en sentido contrario.<br />

Iba a reunirse a un carruaje <strong>de</strong> dos caballos <strong>de</strong><br />

mano y una carroza que se veían en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

bosque.<br />

La dama caminaba <strong>de</strong>spacio, con la cabeza baja,<br />

absorta en profunda meditación.<br />

-¡Pardiez, pardiez! Es preciso que sepa<br />

quién es esa mujer -dijo el mosquetero.<br />

Y, sin más <strong>de</strong>liberaciones, empezó a<br />

andar tras ella.


Por el camino se iba preguntando cómo<br />

se compondría para hacerle alzar el velo.<br />

-<strong>El</strong>la no es joven -dijo-, es mujer <strong>de</strong>l<br />

gran mundo. Lléveme el <strong>de</strong>monio, o ese continente<br />

no me es <strong>de</strong>sconocido.<br />

Conforme corría, el ruido <strong>de</strong> sus botas y<br />

el traqueteo <strong>de</strong> sus espuelas sobre el suelo <strong>de</strong> la<br />

calle iba haciendo un sonsonete extraño; esto le<br />

proporcionó una feliz coyuntura, con la cual no<br />

contaba.<br />

Aquel ruido alarmó a la dama; creyendo<br />

que la seguían o perseguían, como así era, volvió<br />

la cabeza.<br />

Artagnan dio un brinco, como si hubiese<br />

recibido en las pantorrillas una carga <strong>de</strong> perdigones;<br />

<strong>de</strong>spués, dando un ro<strong>de</strong>o para volver<br />

atrás:<br />

-¡Madame <strong>de</strong> Chevreuse! -murmuró.<br />

Artagnan no se quiso quedar sin saberlo<br />

todo.<br />

Pidió al tío Celestino que se informara<br />

por el sepulturero quién era


el muerto que habían enterrado aquella misma<br />

mañana.<br />

-Un pobre franciscano mendicante -<br />

replicó éste-, que no tenía ni un perro que le<br />

amase en este mundo y le acompañase a su<br />

última morada.<br />

-Si así fuese -pensó Artagnan-, no habría<br />

asistido Aramis a su entierro... <strong>El</strong> señor obispo<br />

<strong>de</strong> Vannes no es un perro en cuanto al cariño;<br />

para el olfato no digo.<br />

X<strong>II</strong>I<br />

CóMO PORTHOS, TRÜCHEN Y PLANCHET<br />

SE SEPARARON AMIGOS, GRACIAS A<br />

ARTAGNAN<br />

Hiciéronse muchos aprestos .para el<br />

almuerzo en casa <strong>de</strong> Planchet. Porthos rompió<br />

una escalera <strong>de</strong> mano y dos cerezos, <strong>de</strong>spojó los<br />

frambuesos, y no le fue posible coger fresas, a<br />

causa, según <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> su cinturón.


Trüchen, que se había familiarizado ya<br />

con el gigante, le dijo:<br />

-No es por el cinturón; es por el fiendre.<br />

Y Porthos, radiante <strong>de</strong> alegría, abrazó a<br />

Trüchen, quien le cogió una almorzada <strong>de</strong> fresas<br />

y se las hizo comer en sus manos. Artagnan,<br />

que llegó en esto, riñó a Porthos por su pereza<br />

y compa<strong>de</strong>ció por lo bajo a Planchet.<br />

Porthos <strong>de</strong>sayunó bien; y cuando hubo<br />

concluido:<br />

-¡Qué bien lo pasaría aquí! -dijo mirando<br />

a Trüchen.<br />

Trüchen sonrió.<br />

Planchet hizo lo propio, no sin cierta<br />

<strong>de</strong>sazón.<br />

Entonces Artagnan dijo a Porthos:<br />

-Es necesario, amigo mío, que las <strong>de</strong>licias<br />

<strong>de</strong> Capua no os hagan olvidar el objeto<br />

primordial <strong>de</strong> nuestro viaje a Fontainebleau.<br />

-¿Mi presentación al rey?


-Justamente. Voy a dar una vuelta por la<br />

población para preparar lo conveniente. No<br />

salgáis <strong>de</strong> aquí, os lo ruego.<br />

-¡Oh, no! -exclamó Porthos. Planchet<br />

miró a Artagnan con temor.<br />

-¿Estaréis ausente mucho tiempo? -dijo.<br />

-No, amigo mío, pues esta misma noche<br />

quedarás <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> dos huéspe<strong>de</strong>s<br />

algo molestos.<br />

-¡Bah! Señor <strong>de</strong> Artagnan, ¿como podéis<br />

<strong>de</strong>cir?<br />

-No, mira, tu corazón es bondadoso;<br />

pero tu casa es pequeña. Hay quien no tiene<br />

dos arpentas <strong>de</strong> tierra y pue<strong>de</strong> alojar a un rey y<br />

hacerlo muy feliz; pero tú no has. nacido gran<br />

señor, Planchet.<br />

-Ni el señor Porthos tampoco -murmuró<br />

Planchet.<br />

-Mas lo ha llegado a ser, querido; en<br />

primer lugar, es dueño hace veinte años <strong>de</strong> cien<br />

mil libras <strong>de</strong> renta, y dueño también, hace cincuenta,<br />

<strong>de</strong> dos puños y un espinazo que no han


econocido rivales en este encantador reino <strong>de</strong><br />

Francia. Porthos es un gran señor al lado tuyo,<br />

hijo mío. . . y no te digo más creo que ya me<br />

enten<strong>de</strong>rás.<br />

-No, no, señor; explicadme...<br />

-Mira tu jardín <strong>de</strong>vastado, tu <strong>de</strong>spensa<br />

vacía, tu cama rota, tu bo<strong>de</strong>ga exhausta; mira...<br />

a la señora Trüchen...<br />

-¡Ah, Dios mío! -exclamó Planchet.<br />

-Porthos es señor <strong>de</strong> treinta pueblos, con<br />

trescientas vasallas muy <strong>de</strong>senvueltas, y Porthos<br />

es un buen mozo.<br />

-¡Ah, Dios mío! -repitió Planchet.<br />

-La señora Trüchen es una excelente<br />

persona -prosiguió Artagnan-; guárdala para ti,<br />

¿entien<strong>de</strong>s? . . .<br />

Y le dio un golpecito en el hombro.<br />

En aquel momento, el abacero vio a<br />

Trüchen y a Porthos guarecidos bajo un emparrado.<br />

Trüchen, con una gracia enteramente<br />

flamenca, ponía pendientes a Porthos con pares


<strong>de</strong> cervezas, y Porthos reía amorosamente como<br />

Sansón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dalila.<br />

Planchet apretó la mano <strong>de</strong> Artagnan, y<br />

corrió hacia el emparrado. Hagamos a Porthos<br />

la justicia <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no se movió... Indudablemente<br />

creía que no obraba mal. Trüchen<br />

tampoco se alteró, lo cual incomodó a Planchet;<br />

pero tenía éste bastante mundo para poner<br />

buen semblante ante un contratiempo.<br />

Planchet cogió el brazo <strong>de</strong> Porthos, y le<br />

propuso ir a ver los caballos.<br />

Porthos dijo que estaba fatigado. Planchet<br />

propuso al barón Du Vallon probar un<br />

noyó hecho por su mano, y que no tenía igual.<br />

<strong>El</strong> barón aceptó.<br />

De este modo pudo Planchet tener ocupado<br />

todo el día a su enemigo, sacrificando la<br />

<strong>de</strong>spensa a su amor propio.<br />

Artagnan volvió dos horas <strong>de</strong>spués.<br />

-Todo está preparado -dijo-; he visto a<br />

Su Majestad un momento cuando salía a cazar,<br />

y esta noche nos espera.


-¡<strong>El</strong> rey me espera! -murmuró Porthos<br />

engriéndose.<br />

Y, preciso es <strong>de</strong>cirlo, pues el corazón <strong>de</strong>l<br />

hombre es una ola en extremo movible: <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquel instante <strong>de</strong>jó Porthos <strong>de</strong> mirar a la señora<br />

Trüchen con aquella gracia impresionante que<br />

había ablandado el corazón <strong>de</strong> la flamenca.<br />

Planchet estimuló lo que pudo aquellas<br />

disposiciones ambiciosas. Refirió, o más bien<br />

recorrió, todos los esplendores <strong>de</strong>l último reinado,<br />

las batallas, los sitios, las ceremonias.<br />

Habló <strong>de</strong>l lujo <strong>de</strong> los ingleses Y <strong>de</strong> los beneficios<br />

reportados por los tres intrépidos camaradas,<br />

<strong>de</strong><br />

quienes Artagnan, el más humil<strong>de</strong> en un principio,<br />

había llegado a ser el jefe.<br />

Entusiasmó a Porthos mostrándole su<br />

juventud <strong>de</strong>svanecida; elogió la castidad <strong>de</strong><br />

aquel gran señor y su religioso respeto a la<br />

amistad; estuvo, en una palabra, elocuente y<br />

diestro, hasta el punto <strong>de</strong> tener embobado a


Porthos, hacer temblar a Trüchen, y hacer meditar<br />

a Artagnan.<br />

A las seis, el mosquetero mandó preparar<br />

los caballos, e hizo que Porthos se vistiese.<br />

Dio gracias a Planchet por su buena<br />

hospitalidad, lo <strong>de</strong>slizó algunas palabras vagas<br />

acerca <strong>de</strong> proporcionarle algún empleo en la<br />

Corte, lo cual hizo subir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego el concepto<br />

<strong>de</strong> Planchet en el ánimo <strong>de</strong> Trüchen,<br />

don<strong>de</strong> el pobre abacero, tan bueno, tan generoso,<br />

tan leal, había perdido mucho terreno con la<br />

aparición y el paralelo <strong>de</strong> dos gran<strong>de</strong>s señores.<br />

Porque las mujeres son así: ambicionan<br />

loa que no tienen, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñan lo que ambicionaban<br />

cuando ya lo tienen.<br />

Después que Artagnan hizo aquel servicio<br />

a Planchet, dijo en voz baja a Porthos:<br />

Tenéis en vuestro <strong>de</strong>do, amigo mío, una<br />

sortija muy bella.<br />

-Trescientos doblones -dijo. Porthos.


-La señora Trüchen conservará mucho<br />

mejor vuestro recuerdo si le <strong>de</strong>jáis esa sortija -<br />

replicó Artagnan. Porthos dudaba.<br />

-Creéis que no es bastante bueno, ¿no es<br />

verdad? -dijo el mosquetero- Os comprendo,<br />

un gran señor como vos jamás va a hospedarse<br />

a casa <strong>de</strong> un antiguo criado sin pagar liberalmente<br />

la hospitalidad; pero, creedme, Planchet<br />

tiene un corazón tan bueno, que no notará siquiera<br />

que tenéis cien mil libras <strong>de</strong> renta.<br />

-Si os parece -dijo Porthos engreído con<br />

aquellas palabras-, daré a la señora Trüchen mi<br />

alquería <strong>de</strong> Bracieux; es también una bonita<br />

sortija para el <strong>de</strong>do... <strong>de</strong> doce arpentas.<br />

-Es <strong>de</strong>masiado, mí buen Porthos, <strong>de</strong>masiado<br />

por ahora... Dejadlo para más a<strong>de</strong>lante.<br />

Le quitó el diamante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do, y.<br />

aproximándose a Trüchen:<br />

-Señora -dijo-, el señor barón no sabe<br />

cómo suplicaron que aceptéis por amor suyo<br />

esta sortijilla. <strong>El</strong> señor Du Vallon es uno <strong>de</strong> los<br />

hombres más generosos y discretos que conoz-


co. Quería regalaros una alquería que posee en<br />

Bracieux; pero le he disuadido <strong>de</strong> ello.<br />

-¡Oh! -murmuró Trüchen, <strong>de</strong>vorando.<br />

con los ojos el diamante.<br />

-¡Señor barón! -exclamó enternecido<br />

Planchet.<br />

-¡Mi buen amigo! -balbuceó Porthos<br />

encantado <strong>de</strong> haber sido tan bien interpretado<br />

por Artagnan.<br />

Todas aquellas exclamaciones, al cruzarse,<br />

dieron un <strong>de</strong>senlace patético al día que<br />

hubiese podido terminar <strong>de</strong> una manera grotesca.<br />

Pero Artagnan estaba allí, y don<strong>de</strong> quiera<br />

que Artagnan mandaba, terminaban las cosas<br />

siempre a medida <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo.<br />

Llegaron los abrazos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. Trüchen.<br />

colocada en su lugar por la munificiencia<br />

<strong>de</strong>l barón, sólo ofreció una frente tímida al gran<br />

señor, con quien tanta familiaridad había gastado<br />

el día antes.


<strong>El</strong> mismo Planchet sintióse penetrado <strong>de</strong><br />

humildad.<br />

<strong>El</strong> barón Porthos, suelta ya la vena <strong>de</strong> su<br />

generosidad, habría vaciado <strong>de</strong> buena gana sus<br />

bolsillos en manos <strong>de</strong> la cocinera y <strong>de</strong> Celestino.<br />

Pero Artagnan le contuvo.<br />

-Ahora me correspon<strong>de</strong> a mí -1e dijo.<br />

Y dio un doblón a la mujer y dos al<br />

hombre.<br />

Aquello era oír bendiciones, capaces <strong>de</strong><br />

alegrar el corazón <strong>de</strong> Harpagón, y <strong>de</strong> hacerlo<br />

pródigo.<br />

Artagnan se hizo acompañar por Planchet<br />

hasta Palacio, e introdujo a Porthos en su<br />

cuarto <strong>de</strong> capitán, don<strong>de</strong> entró sin ser visto <strong>de</strong><br />

las personas a quienes temía encontrar.<br />

XIV<br />

LA PRESENTACIÓN DE PORTHOS


Aquella misma noche, a las siete. concedía<br />

el rey audiencia a un embajador <strong>de</strong> las Provincias<br />

Unidas en el gran salón.<br />

La audiencia duró un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

En seguida recibió el rey a los nuevos<br />

presentados y a algunas damas, que pasaron<br />

las primeras.<br />

En un ángulo <strong>de</strong>l salón, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una<br />

columna, conversaban Porthos y Artagnan,<br />

esperando que les llegase la vez.<br />

-¿Sabéis lo que suce<strong>de</strong>? -dijo el mosquetero<br />

a su amigo.<br />

-Pues bien, miradle.<br />

Porthos se puso <strong>de</strong> puntillas,<br />

y r vio el señor Fouquet en traje <strong>de</strong> ceremonia,<br />

que conducía a Aramis a la presencia<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Aramis! -dijo Porthos. -Presentado al<br />

rey por el señor Fouquet.<br />

-¡Ah! -exclamó Porthos. -Por haber fortificado<br />

a Belle-Isle -continuó Artagnan.<br />

-¿Y yo?


-Vos, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros,<br />

sois el buen Porthos, la bondad misma; por<br />

eso querían que' permanecieseis por algún<br />

tiempo en Saint-Mandé.<br />

-¡Ah! -repitió Porthos. -Pero, afortunadamente,<br />

estoy yo aquí -dijo Artagnan-, y me<br />

llegará el turno en seguida.<br />

En aquel momento dirigíase Fouquet al<br />

rey.<br />

-Señor -dijo-: tengo que pedir un favor a<br />

Vuestra Majestad. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay no es<br />

ambicioso, pero sabe que pue<strong>de</strong> ser útil. Vuestra<br />

Majestad necesita tener un agente en Roma,<br />

y un agente po<strong>de</strong>roso; creo que po<strong>de</strong>mos obtener<br />

un capelo para el señor <strong>de</strong> Herblay. <strong>El</strong> rey<br />

hizo un movimiento.<br />

-No suelo molestar a Vuestra Majestad<br />

con pretensiones -dijo Fouquet.<br />

-Ya veremos -contestó el rey, que empleaba<br />

siempre esa frase en los casos dudosos.<br />

A esa frase nada había que replicar.


Fouquet y Aramis se miraron. <strong>El</strong> rey<br />

continuó:<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay pue<strong>de</strong> servirnos<br />

también en Francia: algún arzobispado, pongo<br />

por caso.<br />

-Señor -objetó Fouquet con la gracia que<br />

le era peculiar-: Vuestra Majestad honra mucho<br />

al señor <strong>de</strong> Herblay: el arzobispado pue<strong>de</strong> servir<br />

<strong>de</strong> complemento al capelo; no excluye lo<br />

uno a lo otro.<br />

<strong>El</strong> rey admiró aquella presencia <strong>de</strong> ánimo<br />

y sonrió.<br />

-No hubiese respondido mejor Artagnan<br />

-dijo.<br />

Apenas pronunció este nombre, acudió<br />

presuroso Artagnan.<br />

-¿Vuestra Majestad me llama? -<br />

preguntó.<br />

Aramis y Fouquet dieron un paso para<br />

retirarse.<br />

-Permitid, señor -dijo vivamente Artagnan,<br />

haciendo acercarse a Porthos-, que presen-


te a Vuestra Majestad al señor barón Du-<br />

Vallon, uno <strong>de</strong> los más valientes hidalgos <strong>de</strong><br />

Francia.<br />

Aramis, al ver a Porthos, pali<strong>de</strong>ció, y<br />

Fouquet crispó los <strong>de</strong>dos bajo sus puños <strong>de</strong><br />

encaje.<br />

Artagnan dirigió a ambos una sonrisa,<br />

en tanto que Porthos se inclinaba visiblemente<br />

conmovido ante la majestad real.<br />

-¡Porthos aquí! -murmuró Fouquet al<br />

oído <strong>de</strong> Aramis.<br />

-¡Silencio! Es una traición -dijo éste.<br />

-Señor -dijo Artagnan-, hace seis años<br />

que <strong>de</strong>bería haber presentado al señor Du-<br />

Vallon a Vuestra Majestad; pero algunos hombres<br />

se asemejan a las estrellas: nunca van sin el<br />

séquito <strong>de</strong> sus amigos. Los pléya<strong>de</strong>s no se <strong>de</strong>sunen<br />

y por eso he elegido para presentaros al<br />

señor Du-Vallon el momento en que pudierais<br />

ver al lado suyo al señor <strong>de</strong> Herblay.<br />

Aramis estuvo a pique <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r los<br />

estribos, y miró a Artagnan con aire arrogante,


como aceptando el <strong>de</strong>safío que éste parecía<br />

proponerle.<br />

-¡Ah! ¿Estos señores son buenos amigos?<br />

-dijo el rey.<br />

-Excelentes, señor, y el uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

otro. Preguntad al señor <strong>de</strong> Vannes cómo ha<br />

sido fortificada Belle-Isle.<br />

Fouquet alejóse un paso.<br />

-Belle-Isle -dijo fríamente Aramis-, ha<br />

sido fortificada por el señor.<br />

Y señaló a Porthos, que saludó por segunda<br />

vez.<br />

Luis admiraba y <strong>de</strong>sconfiaba.<br />

-Sí -dijo Artagnan-; pero preguntad al<br />

señor barón quién le ha ayudado en sus trabajos.<br />

-Aramis -dijo Porthos francamente.<br />

Y señaló al obispo.<br />

-¿Qué diablos significa todo esto? -<br />

pensó el prelado-, y ¿qué <strong>de</strong>senlace tendrá esta<br />

comedia?


-¡Cómo! -dijo el rey-. ¿<strong>El</strong> señor car<strong>de</strong>nal...<br />

quiero <strong>de</strong>cir, el señor obispo ... se llama<br />

Aramis?<br />

-Nombre <strong>de</strong> guerra -dijo Artagnan.<br />

-Nombre <strong>de</strong> amistad -repitió Aramis.<br />

-¡Mo<strong>de</strong>stia a un lado! -exclamó Artagnan-.<br />

Bajo ese traje <strong>de</strong> eclesiástico, señor, se<br />

oculta el militar más brillante, el caballero más<br />

intrépido y el teólogo más profundo <strong>de</strong> vuestro<br />

reino.<br />

Luis levantó la cabeza.<br />

-¡Y un ingeniero! -dijo admirando la<br />

fisonomía verda<strong>de</strong>ramente admirable entonces<br />

<strong>de</strong> Aramis.<br />

-Ingeniero por inci<strong>de</strong>ncia, señor -dijo<br />

éste.<br />

-Mi camarada en los mosqueteros, señor<br />

-dijo con calor Artagnan-, el hombre cuyos consejos<br />

han servido <strong>de</strong> mucho a los ministros <strong>de</strong><br />

vuestro padre. . . <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, en fin,<br />

que con el señor Du-Vallon, yo, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Fére, conocido ya <strong>de</strong> Vuestra Majestad, forma-


a esa compañía <strong>de</strong> mosqueteros que tanto dio<br />

que hablar en tiempo <strong>de</strong>l difunto rey y durante<br />

la minoridad.<br />

-Y que ha fortificado Belle-Isle -dijo el<br />

rey con profundo acento. Aramis se a<strong>de</strong>lantó.<br />

-Para servir al hijo -dijo-, como serví al<br />

padre.<br />

Artagnan observó bien a Aramis mientras<br />

pronunciaba estas palabras: pero Aramis<br />

mostró en ellas un respeto tan verda<strong>de</strong>ro, una<br />

lealtad tan profunda, y una convicción tan incontestable,<br />

que el mismo Artagnan, que dudaba<br />

<strong>de</strong> todo, cayó en el lazo.<br />

"No miente el que habla con ese acento",<br />

se dijo.<br />

Luis quedó satisfecho.<br />

-En ese caso -dijo a Fouquet, que esperaba<br />

con ansiedad el resultado <strong>de</strong> aquella prueba-,<br />

está concedido el capelo. Señor <strong>de</strong> Herblay,<br />

os doy mi palabra para la primera promoción.<br />

Dad las gracias al señor Fouquet.


Estas palabras fueron escuchadas por el<br />

señor Colbert, a quien <strong>de</strong>sgarraron el corazón.<br />

Colbert salió apresuradamente <strong>de</strong> la<br />

sala.<br />

-Vos, señor Du-Vallon -dijo el rey-, pedid.<br />

Tengo gran placer en recompensar a los<br />

servidores <strong>de</strong> mi padre.<br />

-Señor... -dijo Porthos.<br />

Y no pudo añadir una palabra más.<br />

-Señor -exclamó Artagnan- este digno<br />

gentilhombre está turbado por la majestad <strong>de</strong><br />

vuestra persona, no obstante haber sostenido<br />

con orgullo la mirada y el fuego <strong>de</strong> mil enemigos.<br />

Pero yo sé lo que piensa, y yo, más habituado<br />

a mirar al sol... voy a <strong>de</strong>ciros su pensamiento:<br />

nada necesita, ni <strong>de</strong>sea otra cosa que<br />

la dicha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r contemplar a Vuestra Majestad<br />

por un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

-Esta noche cenaréis conmigo -dijo el<br />

rey saludando a Porthos con una graciosa sonrisa.


Porthos se puso como el carmín , <strong>de</strong><br />

satisfacción y orgullo.<br />

<strong>El</strong> rey le <strong>de</strong>spidió, y Artagnan le empujó<br />

hacia la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle abrazado.<br />

-Sentaos a mi lado en la mesa -le dijo<br />

Porthos al oído.<br />

-Sí, amigo mío.<br />

-Aramis me mira con malos ojos, ¿no es<br />

cierto?<br />

-Antes bien, nunca os ha querido más.<br />

Tened presente que le he hecho obtener el capelo<br />

<strong>de</strong> car<strong>de</strong>nal.<br />

-Es verdad -dijo Porthos-.. Decid, ¿le<br />

gusta al rey que se coma mucho en su mesa?<br />

-Es halagarle -dijo Artagnan-, pues posee<br />

un apetito real.<br />

-¡Qué fortuna! -dijo Porthos.<br />

XV<br />

ACLARACIONES


Aramis había efectuado una hábil maniobra<br />

para encontrarse con Artagnan y Porthos.<br />

Acercóse a este último <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna,<br />

y, apretándole la mano:<br />

-¿Os habéis fugado <strong>de</strong> mi prisión? -le<br />

dijo.<br />

-No le riñáis -dijo Artagnan-, pues he<br />

sido yo, querido Aramis, quien le ha hecho salir.<br />

-¡Ah, amigo mío! -replicó Aramis mirando<br />

a Porthos-. ¿Es que<br />

habéis perdido la paciencia esperándome?<br />

Artagnan acudió en ayuda <strong>de</strong> Porthos,<br />

que no sabía qué <strong>de</strong>cir.<br />

-Vosotros, los eclesiásticos -dijo a Aramis-,<br />

sois gran<strong>de</strong>s políticos. Nosotros, los militares,<br />

vamos al bulto. He aquí el hecho. Fui a<br />

ver al buen Baisemeaux.<br />

Aramis aguzó el oído.<br />

-¡Ah! -exclamó Porthos-. Ahora me<br />

hacéis recordar que tengo una carta <strong>de</strong> Baisemeaux<br />

para vos, Aramis.


Y Porthos entregó al obispo la carta que<br />

ya conocemos.<br />

Aramis pidió permiso para leerla, y la<br />

leyó, sin que Artagnan pareciese contrariado en<br />

lo más mínimo por aquella circunstancia, que<br />

había previsto absolutamente.<br />

Por su parte, Aramis mostró tal serenidad,<br />

que Artagnan le admiró más que nunca.<br />

Leída la carta, guardósela Aramis en el bolsillo<br />

con la mayor indiferencia.<br />

-Decíais, querido capitán... -dijo.<br />

-Decía -prosiguió el mosquetero-, que<br />

fui a visitar a Baisemeaux para asuntos <strong>de</strong>l servicio.<br />

-¿Para asuntos <strong>de</strong>l servicio? - dijo Aramis.<br />

-Sí -contestó Artagnan-á y, naturalmente,<br />

hablamos <strong>de</strong> vos y <strong>de</strong> nuestros amigos. Por<br />

cierto que Baisemeaux me recibió con bastante<br />

frialdad. Me <strong>de</strong>spedí. Cuando volvía, acercóseme<br />

un soldado, y, reconociéndome sin duda,<br />

a pesar <strong>de</strong> ir vestido <strong>de</strong> paisano, me dijo: "Capi-


tán, ¿queréis tener la amabilidad <strong>de</strong> leer el<br />

nombre escrito en este sobre?"' Y leí: "Al señor<br />

Du Vallon, en Saint-Mandé, casa <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet. "¡Pardiez! -dije para mí-. Porthos no<br />

ha vuelto, como creía, a Pierrefondos o a Belle-<br />

Isle. Porthos está en Saint Mandé en casa <strong>de</strong>l<br />

señor Fouquet. <strong>El</strong> señor Fouquet no está en<br />

Saint Mandé. Luego Porthos está solo<br />

o con Aramis; vamos a ver a Porthos." Y fui a<br />

verle.<br />

-¡Muy bien! -dijo Aramis pensativo.<br />

-Pues no me habíais contado eso -repuso<br />

Porthos.<br />

-No tuvo tiempo para ello, amigo mío.<br />

-¿Y trajisteis a Porthos a Fontainebleau?<br />

-A casa <strong>de</strong> Planchet.<br />

-¿Resi<strong>de</strong> Planchet en Fontainebleau? -<br />

preguntó Aramis.<br />

-¡Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio! -exclamó<br />

Porthos con aturdimiento.<br />

-¿Cómo cerca <strong>de</strong>l cementerio? -preguntó<br />

Aramis receloso.


"¡Bueno! -pensó el mosquetero-. Aprovechémonos<br />

<strong>de</strong> la sorpresa, puesto que no parece<br />

floja."<br />

-Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio -con-testó<br />

Porthos-. Planchet es un excelente mozo, que<br />

hace excelentes confituras, pero tiene ventanas<br />

que dan al cementerio... ¡Es cosa que entristece!<br />

Así, esta mañana... -¿Esta mañana? -<br />

interrumpió Aramis cada vez más alarmado.<br />

Artagnan volvió la espalda, y se puso a tamborilear<br />

en un vidrio un aire <strong>de</strong> marcha.<br />

-Esta mañana -continuó Porthos- vimos<br />

enterrar un cristiano.<br />

-¡Ah, ah!<br />

-¡Es cosa que entristece! No viviría yo en<br />

una casa don<strong>de</strong> se están viendo continuamente<br />

muertos... Por el contrario, a Artagnan parece<br />

que le place mucho eso.<br />

-¡Ah! ¿También vio Artagnan?<br />

-No vio, sino que <strong>de</strong>voró con los ojos.


Aramis estremecióse y se volvió para<br />

mirar al mosquetero; pero éste se hallaba ya<br />

muy en conversación con Saint-Aignan.<br />

Aramis prosiguió interrogando a Porthos,<br />

y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> exprimir todo el jugo <strong>de</strong><br />

aquel limón gigantesco, arrojó la cáscara.<br />

Acercóse a su amigo Artagnan, y le tocó<br />

en el hombro.<br />

-Amigo -le dijo luego que se marchó<br />

Saint-Aignan, pues habían anunciado que iba a<br />

servirse la cena <strong>de</strong>l rey.<br />

-Querido amigo -replicó Artagnan.<br />

-Nosotros no cenamos con el rey.<br />

-Sí tal; yo, a lo menos.<br />

-¿Podéis conce<strong>de</strong>rme diez minutos <strong>de</strong><br />

conversación?<br />

-Veinte. Es el tiempo que falta todavía<br />

para que Su Majestad se siente a la mesa.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> queréis que hablemos?<br />

-Aquí, sobre estos bancos: habiéndose<br />

ausentado el rey, po<strong>de</strong>mos sentarnos, y el salón<br />

está <strong>de</strong>sierto.


-Sentémonos, pues.<br />

Sentáronse. Aramis cogió una <strong>de</strong> as manos<br />

<strong>de</strong> Artagnan.<br />

-Confesadme, querido amigo -dijo-, que<br />

habéis aconsejado a Porthos a que <strong>de</strong>sconfíe<br />

algo <strong>de</strong> mí. Lo confieso, pero no en el sentido<br />

en que lo tomáis. He visto que Porthos estaba<br />

aburrido en extremo, y he <strong>de</strong>seado, presentándole<br />

al rey, hacer por él y por vos lo que nunca<br />

hubiérais hecho vos mismo.<br />

-¿Qué?<br />

-Vuestro elogio.<br />

-¡Y lo habéis hecho noblemente; gracias!<br />

-Y os he acercado el capelo, que parecía<br />

aún bastante lejano.<br />

-¡Ah! ¡Lo confieso! -dijo Aramis con particular,<br />

sonrisa-. En verdad sois el único para<br />

hacer la fortuna <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />

-Ya veis que lo que he hecho la sido solamente<br />

por el bien <strong>de</strong> Porthos.


-¡Oh! Yo me había encargado <strong>de</strong> hacer<br />

su suerte, pero vos tenéis el brazo más largo<br />

que nosotros.<br />

Esta vez tocóle a Artagnan sonreír.<br />

-Vamos a ver -dijo Aramis-; <strong>de</strong>bemos<br />

hablarnos con confianza. ¡Me queréis todavía,<br />

mi querido Artagnan?<br />

-Lo mismo que antes -respondió Artagnan,<br />

sin comprometerse ¡gran cosa con esta<br />

respuesta!<br />

-Entonces, gracias, y franqueza por<br />

franqueza -dijo Aramis-, ¿fuísteis a Belle-Isle<br />

por el rey?<br />

-¡Diantre!<br />

-¿Queríais privarnos <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> ofrecer<br />

Belle-Isle completamente fortificada al rey?<br />

-Pero, amigo mío, para privaros <strong>de</strong> ese<br />

placer hubiera sido preciso que estuviese enterado<br />

<strong>de</strong> vuestra intención.<br />

-¿Fuisteis a Belle-Isle sin saber nada?<br />

-De vos, sí. ¿Cómo diantres queréis que<br />

me figurase encontrar a Aramis convertido en


ingeniero, hasta el punto <strong>de</strong> fortificar como<br />

Polibio o Arquíme<strong>de</strong>s?<br />

-Verdad es; no obstante, confesad que<br />

allá me adivinasteis.<br />

-¡Oh! Sí.<br />

-¿Y a Porthos también?<br />

-Amigo querido, yo no adiviné que<br />

Aramis fuese ingeniero. Tampoco pu<strong>de</strong> adivinar<br />

que Porthos lo fuese. Hay un proverbio<br />

latino que dice: "<strong>El</strong> poeta nace, el orador se<br />

hace". Pero jamás se ha dicho: "Se nace Porthos,<br />

y se hace ingeniero."<br />

-Siempre lucís vuestro ingenio -dijo con<br />

frialdad Aramis-. Prosigo.<br />

-Proseguid.<br />

-Cuando os hicisteis dueño <strong>de</strong> nuestro<br />

secreto, os apresurasteis a ponerlo en conocimiento<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

-Y corrí tanto más aprisa, mi buen amigo,<br />

cuanto mayor vi que era vuestra precipitación.<br />

Cuando un hombre, que como Porthos,<br />

pesa doscientas cincuenta y ocho libras, corre la


posta; cuando un prelado gotoso (dispensad,<br />

vos sois el que me lo ha dicho) cuando un prelado,<br />

repito, traga, por <strong>de</strong>cirlo así, el camino,<br />

nada tiene <strong>de</strong> extraño que pensara que esos dos<br />

amigos, que no quisieron avisarme, me ocultaban<br />

cosas <strong>de</strong> gran importancia, y a fe mía corrí<br />

con tanta celeridad como me lo permitían mis<br />

pocas carnes y el no tener gota.<br />

-¿Pero no reflexionásteis que pudisteis<br />

hacernos a Porthos y a mí un flaco servicio?<br />

-Sí que lo reflexioné; mas tanto Porthos<br />

como vos me obligásteis a hacer un papel bien<br />

triste en Belle-Isle.<br />

-Perdonadme -dijo Aramis.<br />

-Excusadme -dijo Artagnan.<br />

-¿De modo -prosiguió Aramis-, que en<br />

la actualidad lo sabéis todo?<br />

-No, a fe mía.<br />

-¿Sabéis que tuve que avisar al señor<br />

Fouquet a fin <strong>de</strong> que se anticipase a vos cerca<br />

<strong>de</strong>l rey?<br />

-Eso es lo que encuentro obscuro.


-No hay tal. ¿No sabéis que el señor<br />

Fouquet tiene enemigos?<br />

-¡Oh, sí!<br />

-Y especialmente tiene uno ...<br />

-¿Peligroso?<br />

-¡Mortal! Pues bien, para combatir la<br />

influencia <strong>de</strong> ese enemigo, quiso el señor Fouquet<br />

dar pruebas al rey <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> adhesión y<br />

<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sacrificios, y le preparó una sorpresa<br />

a Su Majestad con el ofrecimiento <strong>de</strong> Belle-<br />

Isle. Llegando vos a París el primero, la sorpresa<br />

quedaba frustrada... Podía parecer que cedíamos<br />

al temor.<br />

-Comprendo.<br />

-Ahí tenéis todo el misterio -dijo el obispo,<br />

satisfecho <strong>de</strong> haber convencido al mosquetero.<br />

-Sólo que lo más sencillo -dijo éstehubiera<br />

sido llamarme aparte en Belle-Isle y<br />

<strong>de</strong>cirme: "Querido amigo: estamos fortificando<br />

a Belle-Isle-en-Mer para ofrecérsela al rey.<br />

Hacednos el favor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos por cuenta <strong>de</strong>


quién venís. ¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet o<br />

<strong>de</strong>l señor Colbert?" Quizá no hubiera contestado<br />

nada; pero hubiérais añadido: "¿Sois amigo<br />

mío?' Y yo os hubiese dicho: "Sí." Aramis bajó<br />

la cabeza.<br />

-De esa manera -continuó Artagnan- me<br />

habríais atado las manos, y hubiera dicho al<br />

rey. "Señor, vuestro superinten<strong>de</strong>nte fortifica<br />

Belle-Isle, y muy bien; pero aquí tenemos este<br />

mensaje <strong>de</strong> que me ha encargado el gobernador<br />

<strong>de</strong> Belle-Isle para Vuestra Majestad." O bien:<br />

"Aquí tenéis una visita <strong>de</strong>l señor Fouquet relacionada<br />

con sus intenciones." Así no habría<br />

hecho yo un papel tonto, vosotros habríais gozado<br />

<strong>de</strong> vuestra sorpresa, y no tendríamos necesidad<br />

ahora <strong>de</strong> mirarnos <strong>de</strong> reojo al hablamos.<br />

-Mientras que en la actualidad -repuso<br />

Aramis-, habéis procedido como amigo <strong>de</strong>l<br />

señor Colbert. ¿Sois, en efecto, amigo suyo?


-¡No, a fe mía! -exclamó el capitán-. <strong>El</strong><br />

señor Colbert es un pedante, y le odio como<br />

odiaba a Mazarino, pero sin temerle.<br />

-Pues bien, yo -dijo Aramis- quiero al<br />

señor Fouquet, y soy completamente suyo. Ya<br />

conocéis mi posición... No tengo bienes... <strong>El</strong><br />

señor Fouquet me ha procurado beneficios, un<br />

obispado: el señor Fouquet me ha obligado<br />

como hombre muy cumplido, y me acuerdo<br />

todavía bastante <strong>de</strong>l mundo para saber apreciar<br />

un buen proce<strong>de</strong>r. De consiguiente, el señor<br />

Fouquet me ha ganado el corazón, y me he consagrado<br />

a su servicio.<br />

-Y habéis hecho muy bien: tenéis en él<br />

un buen amo.<br />

Aramis mordióse los labios.<br />

-Creo que el mejor <strong>de</strong> cuantos pue<strong>de</strong>n<br />

tenerse.<br />

Aquí hizo una pausa.<br />

Artagnan se guardó mucho <strong>de</strong> interrumpirle.


-Ya os habrá dicho Porthos cómo se ha<br />

visto mezclado en todo esto.<br />

-No -dijo Artagnan-; si bien es cierto que<br />

soy curioso, nunca pregunto a un amigo cuando<br />

conozco que éste quiere ocultarme su verda<strong>de</strong>ro<br />

secreto.<br />

-Pues voy a <strong>de</strong>círoslo.<br />

-No os molestéis, si esa confi<strong>de</strong>ncia me<br />

compromete a algo.<br />

-¡Oh! Nada temáis. Porthos es el hombre<br />

a quien más he querido, porque es sencillo y<br />

bueno; Porthos es un alma recta. Des<strong>de</strong> que soy<br />

obispo busco los caracteres sencillos, que me<br />

hacen amar la verdad, aborrecer la intriga.<br />

Artagnan se atusó el bigote. -Hice buscar<br />

a Porthos; estaba ocioso, y su presencia me<br />

recordaba mis bellos días <strong>de</strong> otra época, sin<br />

<strong>de</strong>sviarme por eso <strong>de</strong>l bien. Llamé a Porthos a<br />

Vannes. <strong>El</strong> señor Fouquet, que me quiere, sabiendo<br />

lo mucho que yo amaba a Porthos, le<br />

prometió la or<strong>de</strong>n para la primera promoción.<br />

Ahí tenéis todo el secreto.


-No abusaré <strong>de</strong> él.<br />

-Lo sé, pues nadie sabe mejor que vos lo<br />

que es el verda<strong>de</strong>ro honor.<br />

-Me precio <strong>de</strong> ello, Aramis.<br />

-Ahora...<br />

Y el obispo miró a su amigo hasta el<br />

fondo <strong>de</strong>l alma.<br />

-Ahora, hablemos <strong>de</strong> nosotros y por<br />

nosotros. ¿Queréis ser amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />

No me interrumpáis antes <strong>de</strong> saber lo que<br />

eso significa.<br />

-Escucho.<br />

-¿Queréis ser mariscal <strong>de</strong> Francia, par,<br />

duque, y poseer un ducado <strong>de</strong> un millón?<br />

-Pero, amigo mío -replicó Artagnan-,<br />

para obtener todo eso, ¿qué es necesario hacer?<br />

-Ser el hombre <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-Es que yo soy el hombre <strong>de</strong>l rey, querido<br />

amigo.<br />

-Pero presumo que no exclusivamente.<br />

-¡Oh! Artagnan no es más que uno.


-Es natural que tengáis una ambición<br />

correspondiente a vuestro gran corazón.<br />

-Sí que la tengo.<br />

-Entonces. . .<br />

-Sí, <strong>de</strong>seo ser mariscal <strong>de</strong> Francia; pero<br />

el rey me hará mariscal, duque, par; el rey me<br />

dará todo eso.<br />

Aramis fijó en Artagnan su mirada penetrante.<br />

-¿Pues no es el rey el amo? -añadió Artagnan.<br />

-Nadie lo duda; pero Luis X<strong>II</strong>I era también<br />

el amo.<br />

-¡Oh querido! Es que entre Richelieu y<br />

Luis X<strong>II</strong>I no había un Artagnan -dijo tranquilamente<br />

el mosquetero.<br />

-Mirad que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l rey hay innumerables<br />

piedras en que tropezar.<br />

-No para el rey.<br />

-Sin duda; pero...<br />

-Mirad, Aramis, observo que todo el<br />

mundo piensa en sí propio, y nunca en ese


principillo; pues yo quiero sostenerme, sosteniéndole<br />

a él.<br />

-¿Y la ingratitud?<br />

-¡Los débiles son quienes la temen!<br />

-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> vos?<br />

-Creo que sí.<br />

-Pero el rey pue<strong>de</strong> no necesitaros.<br />

-Creo que me necesita más que nunca. Y<br />

si no, en el caso <strong>de</strong> tener que pren<strong>de</strong>r a un nuevo<br />

Condé, ¿quién le pren<strong>de</strong>ría? Esta ... ésta sola<br />

en Francia.<br />

Y Artagnan golpeó su espada.<br />

-Tenéis razón -dijo Aramis, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

Y se levantó y apretó la mano a Artagnan.<br />

-Están dando el último aviso para la<br />

cena -dijo el capitán <strong>de</strong> mosqueteros-; permitidme...<br />

Aramis ro<strong>de</strong>ó con su brazo el cuello <strong>de</strong>l<br />

mosquetero, y le dijo: -Un amigo como vos es la


más hermosa joya <strong>de</strong> la corona real. En seguida<br />

se separaron.<br />

"Bien <strong>de</strong>cía yo -dijo para sí Artagnanque<br />

aquí había algo." "Hay que apresurarse a<br />

dar fuego a la pólvora -dijo Aramis-, pues Artagnan<br />

ha <strong>de</strong>scubierto la mecha."<br />

XVI<br />

MADAME Y GUICHE<br />

Hemos visto que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche se<br />

había marchado <strong>de</strong>l salón el día en que Luis<br />

XIV ofreció con tanta galantería a La Valliére<br />

los maravillosos brazaletes ganados en la lotería.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> permaneció paseando por algún<br />

tiempo fuera <strong>de</strong> Palacio, <strong>de</strong>vorado su corazón<br />

por mil sospechas e inquietu<strong>de</strong>s.<br />

Después se le vio acechar en la terraza, frente a<br />

los tresbolillos, la salida <strong>de</strong> Madame.


Pasó una media hora larga. Sólo enteramente,<br />

no podía tener pensamientos más<br />

halagüeños.<br />

Sacó su librito <strong>de</strong> memorias <strong>de</strong>l bolsillo,<br />

y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas dudas, se <strong>de</strong>cidió a escribir<br />

estas palabras:<br />

"Señora: Os suplico que me concedáis<br />

un minuto <strong>de</strong> conversación. No os alarméis por<br />

esta petición, que nada ajena es al profundo<br />

respeto con que, etc., etc."<br />

Firmaba esta rara súplica, doblada en<br />

forma <strong>de</strong> billete amoroso, cuando vio salir <strong>de</strong>l<br />

palacio varias mujeres, luego algunos hombres,<br />

y en una palabra, casi toda la tertulia <strong>de</strong> la reina.<br />

Vio a la misma La Valliére, y también a<br />

Montalais, hablando con Malicorne.<br />

Distinguió hasta el último <strong>de</strong> los convidados<br />

que poco antes poblaban el gabinete <strong>de</strong><br />

la reina madre.


Madame no había pasado; pero por<br />

fuerza tenía que atravesar aquel patio para volver<br />

a su cuarto, y<br />

Guiche espiaba el patio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la terraza.<br />

Por último, vio salir a Madame con dos<br />

pajes que llevaban los hachones.<br />

Caminaba <strong>de</strong> prisa, y cuando llegó a su<br />

puerta gritó:<br />

-Pajes, que vayan a informarse dón<strong>de</strong><br />

está el señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. Tiene que darme<br />

cuenta <strong>de</strong> una comisión. Si está <strong>de</strong>socupado,<br />

<strong>de</strong>cidle que haga el favor <strong>de</strong> venir a verme.<br />

Guiche permaneció mudo y ocultó en la<br />

sombra; pero apenas entró Madame, se lanzó<br />

<strong>de</strong> la terraza, bajando aprisa los escalones, y<br />

tomó el aire más indiferente para hacerse encontrar<br />

por los pajes, que corrían ya hacia su<br />

cuarto.<br />

"¡Ah! ¡Madame me manda buscar!", se<br />

dijo, todo emocionado. Y guardóse el billete,<br />

qué había llegado a ser inútil.


-Con<strong>de</strong> -dijo uno <strong>de</strong> los pajes divisándole-,<br />

fortuna ha sido encontraros.<br />

-¿Qué hay señores?<br />

-Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame.<br />

-¿Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame? -dijo Guiche<br />

con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-Sí, con<strong>de</strong>, Su Alteza Real <strong>de</strong>sea veros;<br />

según nos ha dicho, tenéis que darle cuenta <strong>de</strong><br />

una comisión. ¿Estáis libre?<br />

-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />

-Pues tened a bien seguirnos. Cuando<br />

Guiche subió a la habitación <strong>de</strong> la princesa,<br />

encontró a ésta pálida y agitada.<br />

Montalais permanecía a la puerta, algo<br />

quieta por lo que pasaría con el anillo <strong>de</strong> Madame.<br />

Guiche se presentó.<br />

-¡Ah! ¿Sois vos señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />

preguntó Madame-. Tened a bien entrar... Señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais, a terminado vuestro servicio.


Montalais, más alarmada aún, saludó y<br />

salió.<br />

Los dos interlocutores quedaron solos.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> tenía toda la ventaja <strong>de</strong> su parte,<br />

pues Madame era la que le había dado la<br />

cita. ¿Mas cómo podía el con<strong>de</strong> aprovecharse<br />

<strong>de</strong> aquella ventaja? ¡Era tan fantástica Madame!<br />

¡Tenía un carácter tan veleidoso Su Alteza Real!<br />

Bien lo manifestó, porque, abordando al<br />

punto la conversación:<br />

-Con<strong>de</strong> -le dijo-, ¿no tenéis nada que<br />

<strong>de</strong>cirme?<br />

Supuso Guiche que Madame había adivinado<br />

su pensamiento, y, como los que aman<br />

son crédulos y ciegos, como poetas o profetas,<br />

creyó que ella sabía los <strong>de</strong>seos que tenía <strong>de</strong><br />

verla y la causa <strong>de</strong> esos <strong>de</strong>seos.<br />

-Sí, señora -dijo-, y encuentro eso muy<br />

extraño.<br />

-¡<strong>El</strong> asunto <strong>de</strong> los brazaletes! -exclamó<br />

Madame con viveza-. ¿No es eso?<br />

-Sí, señora.


-¿Creéis que el rey esté enamorado?<br />

Decid.<br />

Guiche miróla con <strong>de</strong>tención; ella bajó<br />

los ojos ante aquella mirada que penetraba hasta<br />

el corazón.<br />

-Creo -dijo- que el rey pue<strong>de</strong> haber tenido<br />

el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> atormentar a alguien; <strong>de</strong> no<br />

ser así, no se habría mostrado tan solícito como<br />

le vimos, ni se habría arriesgado a comprometer,<br />

por capricho, a una joven hasta ahora inaccesible.<br />

-¡Bien! ¿Esa <strong>de</strong>scarada? -dijo altivamente<br />

la princesa.<br />

-Puedo asegurar a Vuestra Alteza Real -<br />

dijo Guiche con respetuosa firmeza- que la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére es amada por un joven<br />

dignísimo porque es un cumplido caballero.<br />

-¡Oh! ¿Habláis <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Mi amigo, sí, señora.<br />

-Y bien, aun cuándo sea amigo vuestro,<br />

¿qué le importa al rey?


-<strong>El</strong> rey sabe que <strong>Bragelonne</strong> está comprometido<br />

con la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y,<br />

como Raúl ha servido al rey valerosamente, no<br />

es <strong>de</strong> presumir que el rey vaya a causar una<br />

<strong>de</strong>sgracia irreparable.<br />

Madame prorrumpió en carcajadas que<br />

hirieron a Guiche dolorosamente.<br />

-Os repito, señora, que no consi<strong>de</strong>ro al<br />

rey enamorado <strong>de</strong> La Valliére, y la prueba <strong>de</strong><br />

que no lo creo, es que quería preguntaros a<br />

quién pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear Su Majestad herir el amor<br />

propio en esta circunstancia. Vos, que conocéis<br />

la Corte, me ayudaréis a encontrar esa persona,<br />

con tanto mas vivo motivo, cuanto que, según<br />

todos dicen, Vuestra Alteza Real está en gran<br />

intimidad con el rey.<br />

Madame se mordió los labios, y, a falta<br />

<strong>de</strong> buenas razones, cambió <strong>de</strong> conversación.<br />

-Probadme -dijo, fijando en él una <strong>de</strong><br />

esas miradas en las que el alma parece pasar<br />

toda entera-, probadme que <strong>de</strong>seábais hablarme<br />

a mí, que os he llamado.


Guiche sacó <strong>de</strong> su librito <strong>de</strong> memorias lo<br />

que había escrito, y se lo enseñó.<br />

-Simpatía -dijo Madame.<br />

-Sí -repuso el con<strong>de</strong> con insuperable<br />

ternura-, sí, simpatía; pero yo os he explicado<br />

cómo y por qué os buscaba; vos, señora, aún no<br />

me habéis dicho para qué me habéis hecho llamar.<br />

-Es verdad.<br />

Y pareció vacilar.<br />

-Esos brazaletes me harán per<strong>de</strong>r la cabeza<br />

-añadió <strong>de</strong> repente.<br />

-¿Esperábais vos que el rey os los ofreciese?<br />

-replicó Guiche.<br />

-¿Por qué no?<br />

-Pero antes que a vos, señora, antes que<br />

a su cuñada, ¿no tenía el rey a la reina?<br />

-Y antes que a La Valliére -exclamó la<br />

princesa, resentida-, ¿no me tenía a mí, no tenía<br />

a toda la Corte?<br />

-Os aseguro, señora -dijo respetuosamente<br />

el con<strong>de</strong>-, que si os oyesen


hablar <strong>de</strong> esa manera, si viesen vuestros ojos<br />

enrojecidos, y, Dios me perdone, esa lágrima,<br />

que asoma por vuestras pestañas... ¡oh, sí todo<br />

el mundo diría que Vuestra Alteza Real está<br />

celosa!<br />

-¡Celosa! -murmuró la princesa con altivez-.<br />

¿Celosa yo <strong>de</strong> La Valliére?<br />

Madame esperaba sojuzgar a Guiche<br />

con aquel a<strong>de</strong>mán altivo y aquel tono orgulloso.<br />

-Celosa <strong>de</strong> La Valliére, sí, señora -repitió<br />

el con<strong>de</strong> con energía.<br />

-Creo, señor -balbució la princesa-, que<br />

os permitís insultarme.<br />

-Yo no lo creo, señora -dijo el con<strong>de</strong> algo<br />

agitado, pero resuelto a domar aquella fogosa<br />

cólera.<br />

-¡Salid! -gritó la con<strong>de</strong>sa en el colmo <strong>de</strong><br />

la exasperación, pues tanta era la rabia que le<br />

causaban la sangre fría y el respeto mudo <strong>de</strong><br />

Guiche.


<strong>El</strong> con<strong>de</strong> retrocedió un paso, hizo un<br />

saludo con lentitud, se irguió, blanco como los<br />

encajes <strong>de</strong> sus puños, y con voz ligeramente<br />

alterada:<br />

-No valía la pena -dijo- <strong>de</strong> que me apresurase<br />

para sufrir esta injusta <strong>de</strong>sgracia.<br />

Y le volvió la espalda sin precipitación.<br />

No había aún dado cinco pasos, cuando<br />

corrió a él Madame como un tigre, y cogiéndole<br />

<strong>de</strong> una manga le hizo volver.<br />

-<strong>El</strong> respeto que me afectáis -repuso trémula<br />

<strong>de</strong> rabia-, es más insultante que el insulto.<br />

¡Vamos, insultadme, pero, al menos, hablad!<br />

-Y vos, señora -dijo afablemente el con<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>senvainando su espada-, atravesadme el<br />

corazón, pero no me hagáis morir a fuego lento.<br />

Madame conoció en la mirada que Guiche<br />

fijó sobre ella, mirada llena <strong>de</strong> amor, <strong>de</strong><br />

resolución y hasta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, que un<br />

hombre tan tranquilo en apariencia se atravesaría<br />

el pecho con la espada, si ella añadía<br />

una palabra.


Arrancóle el acero <strong>de</strong> las manos, y, apretándole<br />

el brazo con un <strong>de</strong>lirio que podía pasar<br />

por ternura.<br />

-Con<strong>de</strong> -dijo-, excusadme. Veis lo que<br />

sufro, y no tenéis misericordia <strong>de</strong> mí.<br />

Las lágrimas, última crisis <strong>de</strong> aquel acceso,<br />

ahogaron su voz. Guiche, viéndola llorar,<br />

tomóla en sus brazos y la llevó hasta el sillón,<br />

oprimido todavía su corazón.<br />

-¿Por qué -murmuró a sus pies-, por qué<br />

no me contáis vuestras penas? ¿Amáis a alguien?<br />

¡Decídmelo! Yo moriré, pero será <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberos aliviado, consolado y hasta<br />

servido.<br />

-¡Oh! ¿Tanto me amáis? -replicó ella<br />

vencida.<br />

-Os amo hasta ese extremo; sí señora.<br />

<strong>El</strong>la le abandonó sus manos. -Amo, efectivamente<br />

-murmuró la princesa en voz tan<br />

baja que nadie hubiera podido oírla. Guiche la<br />

oyó.<br />

-¿Al rey? -dijo.


La princesa movió la cabeza, y su sonrisa<br />

fue como esos claros que forman las nubes,<br />

por entre los cuales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tempestad,<br />

cree uno ver abrirse el paraíso.<br />

-Pero -repuso-, hay otras pasiones en un<br />

corazón bien nacido. <strong>El</strong> amor, es la poesía; pero<br />

la vida <strong>de</strong> ese corazón, es el orgullo. Con<strong>de</strong>, yo<br />

he nacido sobre el trono, y tengo el orgullo y<br />

dignidad propios <strong>de</strong> mi jerarquía. ¿Por qué el<br />

rey trata <strong>de</strong> acercar al su lado a personas indignas<br />

<strong>de</strong> él?<br />

-¡Todavía, señora! -exclamó el con<strong>de</strong>-.<br />

¿No reparáis que estáis maltratan o a esa infeliz<br />

muchacha que va a se esposa <strong>de</strong> mi amigo?<br />

-¿Y sois tan simple para creer eso?<br />

-Si no creyera -dijo Guiche muy pálido-,<br />

haría avisar inmediatamente a <strong>Bragelonne</strong>; sí, si<br />

creyese que esa pobre La Valliére había olvidado<br />

los juramentos que ha hecho a Raúl...<br />

Pero, no, sería una infamia ven<strong>de</strong>r el secreto <strong>de</strong><br />

una mujer; sería un gran crimen turbar la tranquilidad<br />

<strong>de</strong> un amigo.


-¿Creéis, según eso -repuso la princesa,<br />

con un salvaje estallido <strong>de</strong> risa-, que la ignorancia<br />

sea una dicha?<br />

-Lo creo -replicó él.<br />

-¡Pues probadlo, probadlo! -dijo Madame<br />

con viveza.<br />

-Nada mas fácil; señora, la Corte toda ha<br />

dicho que el rey os amaba, y que amabais al<br />

rey.<br />

-¿Y qué? -dijo la princesa respirando<br />

penosamente.<br />

-Suponed que Raúl, mi amigo, hubiese<br />

venido a <strong>de</strong>cirme: "¡Sí, el rey ama a Madame; sí,<br />

el rey ha logrado ganarse el corazón <strong>de</strong> Madame!..."<br />

¡Tal vez habría matado a Raúl!<br />

-Hubiera sido preciso -dijo la princesa<br />

con esa obstinación <strong>de</strong> las mujeres que se consi<strong>de</strong>ran<br />

inexpugnables-, que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

hubiera tenido pruebas para hablaros así.<br />

-De todos modos -respondió Guiche<br />

suspirando-, ello es que, no habiendo sido ad-


vertido, nada he profundizado, y hoy mi ignorancia<br />

me ha salvado la vida.<br />

-Veo que lléváis hasta tal extremo el<br />

egoísmo y la frialdad -dijo Madame-, que <strong>de</strong>jaréis<br />

a ese <strong>de</strong>sgraciado joven continuar amando<br />

a La Valliére.<br />

-Hasta el día en que sepa que La Valliére<br />

es culpable, sí, señora.<br />

-¡Pero, ¿y los brazaletes?<br />

-¡Ay, señora! Ya que vos esperabais recibirlos<br />

<strong>de</strong>l rey, ¿qué hubiera yo podido <strong>de</strong>cir?<br />

<strong>El</strong> argumento era po<strong>de</strong>roso; la princesa<br />

se sintió vencida, hasta el punto <strong>de</strong> no volver a<br />

recobrarse más.<br />

Pero, como tenía el alma llena <strong>de</strong> nobleza<br />

y un entendimiento claro, comprendió toda<br />

la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Guiche.<br />

Leyó evi<strong>de</strong>ntemente en. su corazón que<br />

sospechaba que el rey amaba a La Valliére, y no<br />

quiso valerse <strong>de</strong> ese expediente vulgar, que<br />

consiste en arruinar a un rival en el ánimo <strong>de</strong>


una mujer, dando a ésta la certeza <strong>de</strong> que ese<br />

rival corteja a otra mujer.<br />

Adivinó que sospechaba <strong>de</strong> La Valliére,<br />

y que, para darle tiempo a convertirse, a fin <strong>de</strong><br />

que no se perdiese para siempre, se reservaba<br />

alguna gestión directa o algunas observaciones<br />

más claras.<br />

Leyó, en fin, tanta gran<strong>de</strong>za real, tanta<br />

generosidad en el corazón <strong>de</strong> su amante, que<br />

sintió abrasarse el suyo al contacto <strong>de</strong> una llama<br />

tan pura.<br />

Guiche, conservándose, aun a riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar,<br />

hombre <strong>de</strong> lealtad, se elevaba a clase<br />

<strong>de</strong> héroes, . y la reducía al estado <strong>de</strong> mujer celosa<br />

y mezquina.<br />

Y le amó tan intensamente, que no pudo<br />

menos <strong>de</strong> darle un testimonio <strong>de</strong> ello.<br />

-He ahí una porción <strong>de</strong> palabras perdidas<br />

-dijo tomándole una mano-: sospechas,<br />

inquietu<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>sconfianzas, dolores... creo que<br />

todos esos nombres hemos pronunciado.<br />

-¡Ay! Sí, señora.


-Borradlas <strong>de</strong> vuestro corazón, como yo<br />

lo hago <strong>de</strong>l mío. Con<strong>de</strong>, que La Valliére ame o<br />

no al rey, que el rey ame o no a La Valliére,<br />

hagamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento una distinción en<br />

nuestros dos papeles... ¿Por qué abrís tanto los<br />

ojos? Apuesto a que no me comprendéis.<br />

-Sois tan viva, señora, que temo siempre<br />

<strong>de</strong>sagradaros.<br />

-¡No tembléis así bello asustado! -dijo<br />

ella con encantadora jovialidad- Sí, señor, tengo<br />

que <strong>de</strong>sempeñar dos papeles ... Soy la hermana<br />

<strong>de</strong>l rey, y la cuñada <strong>de</strong> su esposa. Con este título,<br />

¿no es lógico que me mezcle en las intrigas<br />

<strong>de</strong>l matrimonio?... ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />

-Lo menos posible, señora.<br />

-Convengo en ello, mas ésta es una<br />

cuestión <strong>de</strong> dignidad; a<strong>de</strong>más, soy la esposa <strong>de</strong><br />

Monsieur.<br />

Guiche suspiró.<br />

-Lo cual -repuso la princesa con ternura<strong>de</strong>be<br />

induciros a hablarme siempre con el más<br />

soberano respeto.


-¡Oh! -murmuró el con<strong>de</strong>, cayendo a sus<br />

pies, que besó como si fueran los <strong>de</strong> una divinidad.<br />

-En verdad -murmuró la princesa-, creo<br />

que tengo todavía otro papel... Ya lo olvidaba.<br />

-¿Cuál, cuál?<br />

-Soy mujer -dijo más bajo todavía-.<br />

Amo.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> se incorporó. <strong>El</strong>la le abrió los<br />

brazos; sus labios se tocaron.<br />

Oyéronse pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapicería.<br />

Montalais llamó.<br />

-¿Qué hay, señorita? -preguntó Madame.<br />

-Buscan al señor <strong>de</strong> Guiche -respondió<br />

Montalais, la cual tuvo tiempo `<strong>de</strong> observar<br />

todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los actores <strong>de</strong> aquellos cuatro<br />

papeles, pues Guiche había constantemente<br />

<strong>de</strong>sempeñado el suyo con la mayor heroicidad.<br />

XV<strong>II</strong>


MONTALAIS Y MALICORNE<br />

Montalais tenía razón. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche,<br />

llamado por todas partes, estaba muy ex<br />

pues , por la multiplicidad misma <strong>de</strong> os asuntos,<br />

a no contestar en ninguna.<br />

Así sucedió que Madame, tal es la fuerza<br />

<strong>de</strong> las situaciones débiles, no obstante su<br />

orgullo ofendido, a pesar <strong>de</strong> su cólera interior,<br />

nada pudo <strong>de</strong>cir, al menos por aquel instante, a<br />

Montalais, que acababa <strong>de</strong> infringir con tan<br />

osadía la consigna casi real que la había alejado.<br />

Guiche perdió también la cabeza, o mejor<br />

dicho, la había perdido ya antes <strong>de</strong> la llegada<br />

dé Montalais: porque, no bien oyó la voz <strong>de</strong><br />

la joven, sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> Madame, como exigía<br />

la más elemental cortesía, aun entre iguales,<br />

huyó, con el corazón encendido y la cabeza<br />

loca, <strong>de</strong>jando a la princesa con una mano levantada<br />

y haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.


Y era que Guiche podía <strong>de</strong>cir, como dijo<br />

Querubín cien años <strong>de</strong>spués, que llevaba en los<br />

labios dicha para una eternidad.<br />

Montalais halló, pues, a los dos amantes<br />

en gran <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n; <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en el que huía y<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en la que quedaba.<br />

La joven murmuró entonces, echando<br />

en torno suyo una mirada investigadora:<br />

-Creo que por ahora sé cuanto podía<br />

<strong>de</strong>sear saber la mujer más curiosa.<br />

Madame se quedó tan turbada con aquella mirada<br />

inquiridora, que, como si hubiera oído el<br />

aparte <strong>de</strong> Montalais, no dijo una palabra a su<br />

camarista, y, bajando la cabeza, pasó a su alcoba.<br />

Viendo lo cual Montalais, se puso a escuchar.<br />

Entonces oyó que Madame corría los<br />

cerrojos <strong>de</strong> su habitación. Comprendió por ese<br />

ruido que tenía la noche por suya, y, haciendo<br />

en dirección a la puerta que acababa <strong>de</strong> cerrarse<br />

un a<strong>de</strong>mán bastante irreverente que quería <strong>de</strong>-


cir: "¡Buenas noches, princesa!" bajó a reunirse<br />

otra vez con Malicorne, que se hallaba a la sazón<br />

muy ocupado en seguir con la vista un correo<br />

polvoriento que salía <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />

Montalais conoció que Malicorne tenía<br />

entre manos alguna obra <strong>de</strong> importancia, y le<br />

<strong>de</strong>jó ten<strong>de</strong>r la vista y alargar el cuello. Después<br />

que Malicorne volvió a tomar su posición natural,<br />

le dio un golpecito en el hombro.<br />

-¡Hola! -preguntó Montalais-. ¿Qué hay<br />

<strong>de</strong> nuevo?<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ama a Madame -<br />

dijo Malicorne.<br />

-¡Noticias frescas! Yo sé algo más nuevo.<br />

-¿Y qué sabéis?<br />

-Que Madame ama al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Lo uno es consecuencia <strong>de</strong> lo otro.<br />

-No siempre, mi buen señor.<br />

-¿Decís eso por mí?<br />

-Las personas presentes quedan siempre<br />

exceptuadas.


-Gracias -contestó Malicorne-. ¿Y por la<br />

otra parte?<br />

-<strong>El</strong> rey quiso esta noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

lotería, ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¿Y la ha visto?<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no?<br />

-La puerta estaba cerrada.<br />

-De modo que...<br />

-De modo que el rey se volvió todo corrido,<br />

como ladrón que ha olvidado sus instrumentos.<br />

-Bien.<br />

-¿Y por la otra parte? -dijo Montalais.<br />

-<strong>El</strong> correo que acaba <strong>de</strong> llegar para el<br />

señor <strong>de</strong> Guiche es enviado por el señor <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¡Bueno! -dijo Montalais dando una<br />

palmada.<br />

-¿Por qué bueno?<br />

-Porque tenemos ocupación. Si ahora<br />

nos aburrimos, gran<strong>de</strong> será nuestra <strong>de</strong>sgracia.


-Importa dividirnos el trabajo -dijo Malicorne-,<br />

a fin <strong>de</strong> evitar confusión.<br />

-Nada más sencillo -replicó Montalais-.<br />

Tres intrigas un poco animadas, manejadas con<br />

cierta cautela, dan una con otra, echándolo por<br />

lo corto, tres billetes por día.<br />

-¡Oh! -exclamó Malicorne encogiéndose<br />

<strong>de</strong> hombros-. No tenéis en cuenta, amigo, que<br />

tres billetes al día es propio <strong>de</strong> gente vulgar. Un<br />

mosquetero <strong>de</strong> servicio, una muchacha en el<br />

convento, cambian su billete cotidiano por encima<br />

<strong>de</strong> la escala o por el agujero hecho en la<br />

pared. En un billete se encierra toda la poesía<br />

<strong>de</strong> esos pobres corazoncitos. Pero, entre nosotros...<br />

¡Oh! ¡Qué poco conocéis la ternura real,<br />

amiga mía!<br />

-Vamos, concluid -dijo impacientemente<br />

Montalais-. Mirad que pue<strong>de</strong> venir alguien.<br />

-¡Concluir! No estoy más que en la narración.<br />

Me quedan aún tres puntos que tocar.<br />

-¡Me haréis morir con vuestra cachaza<br />

<strong>de</strong> flamenco! -murmuró Montalais.


-Y vos me haréis per<strong>de</strong>r la cabeza con<br />

vuestras vivacida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> italiana. Os <strong>de</strong>cía,<br />

pues, que nuestros enamorados se escribirán<br />

volúmenes. ¿Pero adón<strong>de</strong> vais a parar?<br />

-A esto: que ninguna <strong>de</strong> nuestras damas<br />

pue<strong>de</strong> conservar las cartas que reciba.<br />

-Está claro.<br />

-Que el señor <strong>de</strong> Guiche no se atreverá<br />

tampoco a guardar las suyas.<br />

-Es probable.<br />

-Pues bien, yo guardaré todo eso.<br />

-Ved ahí lo que es imposible -dijo Malicorne.<br />

-¿Y por qué?<br />

-Porque no estáis en casa propia; porque<br />

vuestra habitación es común a La Valliére y a<br />

vos; porque se hacen con frecuencia visitas y<br />

registros en el cuarto <strong>de</strong> una camarista, y porque<br />

temo mucho a la reina, celosa como una<br />

española, a la reina madre celosa como dos<br />

españolas, y, finalmente, a Madame celosa como<br />

diez españolas.


-Me parece que olvidáis a alguien.<br />

-¿A quién?<br />

-A Monsieur.<br />

-Solamente hablaba <strong>de</strong> las mujeres. Clasifiquemos,<br />

pues, a Monsieur con el número 1.<br />

-Nº 2, Guiche.<br />

-Nº 3, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-Nº 4, el rey.<br />

-¿<strong>El</strong> rey?<br />

-Ciertamente, el rey, que será no sólo<br />

mas celoso, sino más po<strong>de</strong>roso que todos. ¡Ay,<br />

querida!<br />

-¿Qué más?<br />

-¡En qué avispero os habéis metido!<br />

-No mucho todavía, si queréis seguirme...<br />

-Sí que lo quiero. No obstante...<br />

-No obstante...<br />

-Puesto que aún es tiempo, creo que lo<br />

más pru<strong>de</strong>nte sería retroce<strong>de</strong>r.


-Y yo, antes bien, creo que lo más pru<strong>de</strong>nte<br />

será ponernos <strong>de</strong> golpe frente <strong>de</strong> todas<br />

esas intrigas.<br />

-No creo que podáis manejarlas.<br />

-Con vos sería capaz <strong>de</strong> manejar diez.<br />

Ese es mi elemento, pues he nacido para vivir<br />

en la Corte, como la salamandra en el fuego.<br />

-Vuestra comparación no me calma,<br />

querida amiga. He oído <strong>de</strong>cir a sabios muy sabios,<br />

en primer lugar que no hay tales salamandras,<br />

y que si las hubiese, quedarían perfectamente<br />

asadas al salir <strong>de</strong>l fuego.<br />

-Vuestros sabios podrán ser muy sabios<br />

en materia <strong>de</strong> salamandras, pero vuestros sabios<br />

no os dirán lo que yo voy a <strong>de</strong>cir ahora<br />

mismo, y es que Aura <strong>de</strong> Montalais está llamada<br />

a ser, antes <strong>de</strong> un mes, el primer diplomático<br />

<strong>de</strong> la corte francesa.<br />

-Bien, o a condición <strong>de</strong> que yo sea el<br />

segundo.<br />

-Esta dicho: alianza ofensiva y <strong>de</strong>fensiva,<br />

entiéndase.


-Lo que os aconsejo es que <strong>de</strong>sconfiéis<br />

<strong>de</strong> las cartas.<br />

-Os las entregaré conforme me las vayan<br />

dando.<br />

-¿Qué diremos al rey <strong>de</strong> Madame?<br />

-Que Madame sigue amando al rey.<br />

-¿Qué diremos a Madame <strong>de</strong>l rey?<br />

-Que haría mal en no contemplarle.<br />

-¿Qué diremos a La Valliére <strong>de</strong> Madame?<br />

-Todo cuanto queramos, pues es nuestra.<br />

-¿Nuestra?<br />

-Doblemente.<br />

-¿Cómo es eso?<br />

-Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, primero.<br />

-Explicaos.<br />

-Supongo no habréis olvidado que el<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ha escrito muchas cartas a<br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-Yo no olvido nada.


-Esas cartas era yo quien las recibía y<br />

quien las guardaba.<br />

-¿Y por consiguiente las tendréis?<br />

-Las tengo.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>? ¿Aquí?<br />

-¡Oh, no! Las tengo en Blois, en el cuartito<br />

que ya sabéis.<br />

-Cuartito querido, cuartito amoroso,<br />

antecámara <strong>de</strong>l palacio que os haré habitar un<br />

día. Pero, perdón; ¿<strong>de</strong>cís que todas esas cartas<br />

están en ese cuartito?<br />

-Sí.<br />

-¿No las guardábais en un cofre.<br />

-Sí, por cierto; en el mismo cofre en que<br />

guardaba las que vos me remitíais, y don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>positaba las mías cuando vuestros asuntos os<br />

impedían acudir a la cita.<br />

-¡Ah! Perfectamente -dijo Malicorne.<br />

-¿Qué significa esa satisfacción?<br />

-Significa que nos ahorramos ir a Blois<br />

por las cartas. Las tengo aquí.<br />

-¿Habéis traído el cofre?


-Lo apreciaba mucho viniendo <strong>de</strong> vos.<br />

-Pues tened cuidado; el cofre guarda<br />

originales que tendrán gran precio más a<strong>de</strong>lante.<br />

-Lo sé muy bien, ¡diantre!, y por eso<br />

mismo me río, y con toda mi alma.<br />

-Ahora, una última palabra.<br />

-¿Por qué una última?<br />

-¿Necesitamos auxiliares?<br />

-Ninguno.<br />

-Criados, criadas...<br />

-¡Malo, <strong>de</strong>testable! Vos misma daréis y<br />

recibiréis las cartas. ¡Oh! Nada <strong>de</strong> orgullo: sin lo<br />

cual, no haciendo sus negocios por sí mismo, el<br />

señor Malicorne y la señorita Aura se verán<br />

reducidos a verlos hacer por otros.<br />

-Tenéis razón; pero, ¿qué pasa en el<br />

aposento <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Nada; el con<strong>de</strong> abre su ventana.<br />

-Marchémonos.<br />

Y los dos <strong>de</strong>saparecieron; la conjuración<br />

estaba anudada.


La ventana que acababa <strong>de</strong> abrirse era,<br />

en efecto, la <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />

Pero, como podrían pensar tal vez los<br />

que no están en antece<strong>de</strong>ntes, no era sólo por<br />

ver la sombra <strong>de</strong>, Madame a través <strong>de</strong> las cortinas<br />

por lo que el con<strong>de</strong> asomábase a la ventana;<br />

su preocupación no era <strong>de</strong>l todo amorosa.<br />

Según hemos dicho, acababa <strong>de</strong> recibir un correo,<br />

el cual le había sido enviado por <strong>Bragelonne</strong>.<br />

<strong>Bragelonne</strong> había escrito a Guiche.<br />

Este había leído y releído la carta; carta<br />

que le había hecho gran impresión.<br />

-¡Extraño! ¡Muy extraño! -murmuraba-.<br />

¡Por qué medios tan po<strong>de</strong>rosos lleva el <strong>de</strong>stino<br />

a los hombres a sus fines!<br />

Y, apartándose <strong>de</strong> la ventana para<br />

aproximarse a la luz, leyó por tercera vez aquella<br />

carta, cuyas líneas abrasaban a la vez su<br />

mente y sus ojos.<br />

"Calais.


"Mi estimado con<strong>de</strong>: He encontrado en<br />

Calais al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que salió herido<br />

gravemente en un lance con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />

"No ignoráis que War<strong>de</strong>s es hombre<br />

valiente, pero rencoroso y <strong>de</strong> mala índole.<br />

"Me ha hablado <strong>de</strong> vos, hacia quien dice<br />

siente gran inclinación, y <strong>de</strong> Madame, que encuentra<br />

hermosa y amable.<br />

"Ha adivinado vuestro amor por la persona<br />

que sabéis.<br />

"También me ha hablado <strong>de</strong> una persona<br />

a quien amo, y me ha manifestado el más<br />

vivo interés, compa<strong>de</strong>ciéndome mucho, pero<br />

todo ello con ro<strong>de</strong>os, que me asustaron en un<br />

principio, y que concluí luego por tomar como<br />

resultado <strong>de</strong> sus hábitos <strong>de</strong> misterio.<br />

"<strong>El</strong> hecho es éste:<br />

"Parece que ha recibido noticias <strong>de</strong> la<br />

Corte. Ya compren<strong>de</strong>réis que no ha podido ser<br />

sino por conducto <strong>de</strong>l caballero <strong>de</strong> Lorena.<br />

"Se habla, dicen esas noticias, <strong>de</strong> un<br />

cambio efectuado en los sentimientos <strong>de</strong>l rey.


“Ya sabéis a lo que eso hace relación.<br />

"A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>cían las noticias, se habla<br />

<strong>de</strong> una camarista que da pábulo a la maledicencia.<br />

"Estas frases vagas no me han permitido<br />

dormir. He <strong>de</strong>plorado mucho que mi carácter,<br />

recto y débil, a pesar <strong>de</strong> cierta obstinación, me<br />

haya <strong>de</strong>jado sin réplica a esas insinuaciones.<br />

En una palabra, el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s<br />

marcha a París y no he querido retrasar su partida<br />

con explicaciones. A<strong>de</strong>más, confieso que<br />

me parecía duro atormentar a un hombre cuyas<br />

heridas apenas están cerradas.<br />

"Viaja, pues, a jornadas cortas. y va para<br />

asistir, según dice, al curioso espectáculo que<br />

no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> ofrecer la Corte <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

poco tiempo.<br />

"Añadió a estas palabras algunas felicitaciones,<br />

y luego ciertas condolencias. Ni unas<br />

ni otros he podido compren<strong>de</strong>r. Hallábame<br />

aturdido por mis pensamientos y por mi <strong>de</strong>sconfianza<br />

hacia ese hombre: <strong>de</strong>sconfianza que,


como sabéis mejor que nadie, jamás he podido<br />

vencer.<br />

"Pero, luego que se marchó, mi espíritu<br />

se calmó algún tanto.<br />

"Es imposible que un carácter como el<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s no haya infiltrado algo <strong>de</strong> su malignidad<br />

en las relaciones que hemos tenido juntos.<br />

"Es imposible, por consiguiente, que en<br />

todas las palabras misteriosas que me ha dicho<br />

el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, no haya un sentido misterioso<br />

que pueda aplicarme a mí mismo o a<br />

quien sabéis.<br />

"Precisado a marchar con toda la prontitud<br />

para obe<strong>de</strong>cer al rey, no he pensado en ir<br />

tras <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s para obtener la explicación <strong>de</strong><br />

sus reticencias; pero os envío un correo con esta<br />

carta que os expondrá todas mis dudas. Vos, a<br />

quien consi<strong>de</strong>ro como otro yo, haréis lo que os<br />

parezca mejor.


<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s llegará <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

poco; procurad saber lo que ha <strong>de</strong>seado <strong>de</strong>cir,<br />

si es que no lo sabéis ya.<br />

"Por lo <strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s ha<br />

sostenido que el señor <strong>de</strong> Buckingham había<br />

salido <strong>de</strong> París muy satisfecho <strong>de</strong> Madame;<br />

asunto es éste que me habría hecho tirar inmediatamente<br />

<strong>de</strong> 1 espada, a no ser por la obligación<br />

en que me consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> antepone ante<br />

todo el servicio <strong>de</strong>l rey.<br />

"Quemad esta carta, que os entregará<br />

Olivain.<br />

"Quien dice Olivain, dice la seguridad.<br />

"Tened a bien, apreciado con<strong>de</strong>, hacer<br />

presente mis afectuosos recuerdos a la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére, cuyas manos beso respetuosamente.<br />

"Recibid un abrazo <strong>de</strong> vuestro afectísimo<br />

"VIZCONDE DE<br />

BRAGELONNE.


"P. D. Si ocurriera alguna cosa grave,<br />

pues todo <strong>de</strong>be preverse, querido amigo, enviadme<br />

un correo con esta sola palabra: Venid,<br />

y me hallaré en París treinta y seis horas <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber recibido vuestra carta."<br />

Guiche suspiró, dobló la carta por tercera<br />

vez, y, en vez <strong>de</strong> quemarla como le encargaba<br />

Raúl, se la puso en el bolsillo.<br />

Necesitaba leerla y releerla todavía.<br />

-¡Qué confusión y qué confianza a la<br />

vez! -murmuró el con<strong>de</strong>-. Toda el alma <strong>de</strong> Raúl<br />

está en esta carta. ¡Olvida en ella al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Fére, y habla <strong>de</strong> su respeto hacia Luisa! ¡Me da<br />

a mí un aviso y me suplica por él! ... ¡Ah! -prosiguió<br />

Guiche con un gesto amenazador-. ¿Os<br />

mezcláis en mis asuntos, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />

Pues bien, yo me ocuparé <strong>de</strong> los vuestros. En<br />

cuanto a ti, pobre Raúl, tu corazón me <strong>de</strong>ja un<br />

<strong>de</strong>pósito sobre el cual yo velaré, pier<strong>de</strong> cuidado.


Hecha esta promesa, pasó Guiche recado<br />

a Malicorne para que fuese a verle sin tardanza,<br />

si era posible.<br />

Malicorne acudió con una actividad que<br />

era el primer resultado <strong>de</strong> su conversación con<br />

Montalais.<br />

Cuanto más preguntó Guiche, que creíase<br />

a cubierto, Malicorne, que trabajaba a la<br />

sombra, más comprendió a su interlocutor.<br />

De aquí resultó que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> conversación, durante la cual<br />

creyó Guiche haber <strong>de</strong>scubierto toda la verdad<br />

acerca <strong>de</strong> La Valliére y <strong>de</strong>l rey, no supo nada<br />

más que lo que había visto por sus propios ojos,<br />

mientras que Malicorne supo o adivinó que<br />

Raúl <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, y que Guiche iba<br />

a velar sobre el tesoro <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s.<br />

Malicorne aceptó el papel <strong>de</strong> dragón.<br />

Guiche creyó haber hecho cuanto había<br />

que hacer en favor <strong>de</strong> su amigo, y no se ocupó<br />

más que <strong>de</strong> sí propio.


Anunciáse en la noche siguiente la vuelta<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, y su primera aparición en el aposento<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

Después <strong>de</strong> su visita <strong>de</strong>bía el convaleciente ir a<br />

la habitación <strong>de</strong> Monsieur.<br />

Guiche fue a ver a Monsieur una hora antes.<br />

XV<strong>II</strong>I<br />

RECIBIMIENTO DE WARDES EN LA COR-<br />

TE<br />

Monsieur acogió a War<strong>de</strong>s con aquel<br />

favor particular que la necesidad <strong>de</strong> esparcir el<br />

ánimo aconseja a todo carácter ligero hacia<br />

cualquier novedad que se presenta. War<strong>de</strong>s, a<br />

quien hacía más <strong>de</strong> un mes no se le veía en la<br />

Corte, era fruta nueva. Agasajarle, era cometer<br />

una infi<strong>de</strong>lidad con los antiguos, y una infi<strong>de</strong>lidad<br />

tiene siempre su encanto; a<strong>de</strong>más, aquello<br />

era hacerle una reparación. Monsieur le trató,<br />

pues, <strong>de</strong>l modo más favorable.


<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena, que temía mucho<br />

a aquel rival, pero que respetaba aquella<br />

segunda naturaleza en todo semejante a la suya,<br />

más el valor, prodigó a War<strong>de</strong>s atenciones<br />

aún más exageradas que las que le había mostrado<br />

Monsieur.<br />

Guiche estaba allí, como hemos dicho,<br />

pero se mantenía algo apartado, aguardando<br />

con impaciencia que terminasen todos aquellos<br />

abrazos.<br />

War<strong>de</strong>s, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> conversar con los<br />

<strong>de</strong>más, y hasta con Monsieur mismo, no había<br />

perdido <strong>de</strong> vista a Guiche; su instinto le <strong>de</strong>cía<br />

que estaba allí por él.<br />

Así fue, que se dirigió a Guiche inmediatamente<br />

que terminó con los <strong>de</strong>más.<br />

Los dos cambiaron entre sí los cumplidos<br />

más corteses; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual, War<strong>de</strong>s<br />

volvió a acercarse <strong>de</strong> nuevo a Monsieur y a<br />

otros gentileshombres.


En medio <strong>de</strong> todas aquellas felicitaciones<br />

<strong>de</strong> bienvenida, anunciaron a Madame.<br />

Madame había sabido la llegada <strong>de</strong><br />

War<strong>de</strong>s y estaba enterada <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong><br />

su viaje, y <strong>de</strong> su duelo con Buckingham. Por<br />

eso no le disgustó estar presente a las primeras<br />

palabras que pronunciara el que sabía era enemigo<br />

suyo.<br />

Acompañábanla dos o tres camaristas.<br />

War<strong>de</strong>s hizo a Madame los más corteses<br />

saludos, y anunció, <strong>de</strong> buenas a primeras para<br />

empezar las hostilida<strong>de</strong>s, que estaba pronto a<br />

dar noticias <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham a sus<br />

íntimos.<br />

Era aquélla una respuesta directa a la<br />

frialdad con que Madame le había recibido.<br />

<strong>El</strong> ataque era vivo; Madame sintió el<br />

golpe sin aparentar haberla recibido, y dirigió<br />

rápidamente sus ojos a Monsieur y a Guiche.<br />

Monsieur enrojeció, Guiche pali<strong>de</strong>ció.


Madame fue la única que no cambió <strong>de</strong><br />

fisonomía; pero, comprendiendo los muchos<br />

disgustos que podía ocasionarle aquel enemigo<br />

con las dos personas que le oían, se inclinó sonriendo<br />

hacia el viajero.<br />

<strong>El</strong> viajero hablaba <strong>de</strong> otra cosa. Madame<br />

era valiente hasta la impru<strong>de</strong>ncia: toda retirada<br />

hacíale avanzar más. Después <strong>de</strong> la primera<br />

opresión <strong>de</strong>l corazón, volvió a la carga.<br />

-¿Habéis pa<strong>de</strong>cido mucho con vuestras<br />

heridas, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -preguntó-. Porque<br />

hemos sabido que habíais tenido la mala suerte<br />

<strong>de</strong> salir herido.<br />

Aquella vez tocó a War<strong>de</strong>s resentirse; y<br />

se mordió los labios.<br />

-No, señora -contestó-; casi nada.<br />

-Sin embargo, con este horrible calor...<br />

-<strong>El</strong> aire <strong>de</strong> mar es fresco, señora, y a<strong>de</strong>más<br />

tenía un consuelo.<br />

-¡Oh! ¡Tanto mejor! ... ¿Cuál?<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> saber que mi adversario sufría<br />

más que yo.


-¡Ah! ¿Salió herido más gravemente que<br />

vos?... Ignoraba eso -dijo la princesa con una<br />

completa insensibilidad.<br />

-¡Oh señora! Estáis equivocada, o mejor,<br />

aparentáis <strong>de</strong>jaros engañar por mis palabras.<br />

No digo que su cuerpo haya sufrido más que<br />

yo; pero su corazón estaba ya profundamente<br />

lastimado.<br />

Guiche vio adon<strong>de</strong> se dirigía la lucha, y<br />

se aventuró a hacer a Madame una seña, suplicándole<br />

que abandonara la partida.<br />

Pero ella, sin contestar a Guiche, sin<br />

aparentar verlo, y siempre sonriente:<br />

-Pues qué -dijo-, ¿fue herido el señor <strong>de</strong><br />

Buckingham en el corazón, no creía que una<br />

herida en el corazón tuviese cura.<br />

-¡Ay, señora! -contestó graciosamente<br />

War<strong>de</strong>s-. ¡Las mujeres están siempre en esa<br />

persuasión y eso es lo que les da sobre nosotros<br />

la superioridad <strong>de</strong> la confianza!<br />

-Amiga mía, comprendéis mal -repuso<br />

el príncipe con impaciencia-. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War-


<strong>de</strong>s quiere <strong>de</strong>cir que el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />

fue herid en el corazón por otra cosa que n era<br />

una espada.<br />

-¡Ah! ¡en, bien! -exclamó Madame-.<br />

¡Ah! Es un chiste <strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s.', Muy bien.<br />

Quisiera saber, no obstante, si le haría gracia al<br />

señor <strong>de</strong> Buckingham. En verdad, es una lástima<br />

que no esté presente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

Un relámpago pasó por los ojos <strong>de</strong>l joven.<br />

-¡Oh! -dijo apretando los dientes-. También<br />

yo lo quisiera. Guiche ni pestañeaba.<br />

Madame parecía esperar que viniese en<br />

su auxilio.<br />

Monsieur vacilaba.<br />

<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena a<strong>de</strong>lantóse, y<br />

tomó la palabra.<br />

-Señora -dijo-, War<strong>de</strong>s sabe muy bien<br />

que para Buckingham no es cosa nueva ser<br />

herido en el corazón, y lo que ha dicho se ha<br />

visto ya otras veces.


-En vez <strong>de</strong> un aliado, dos enemigos -<br />

murmuró Madame-. ¡Y dos enemigos coligados,<br />

encarnizados!<br />

Y mudó <strong>de</strong> conversación. Cambiar <strong>de</strong><br />

conversación es, ya se sabe, un <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los<br />

príncipes, que la etiqueta manda respetar. <strong>El</strong><br />

resto <strong>de</strong> la conversación fue, pues, mo<strong>de</strong>rado;<br />

los principales actores habían terminado sus<br />

papeles. Madame se retiró temprano, y Monsieur,<br />

que quería interrogarla, le ofreció la mano.<br />

<strong>El</strong> caballero temía mucho que se estableciese<br />

la buena inteligencia entre los dos esposos<br />

para <strong>de</strong>jarlos tranquilamente juntos.<br />

Encaminóse, pues, hacia la habitación<br />

<strong>de</strong> Monsieur para sorpren<strong>de</strong>rle a su vuelta, y<br />

<strong>de</strong>struir con tres palabras todas las buenas impresiones<br />

que Madame hubiese podido sembrar<br />

en su corazón.<br />

Guiche dio un paso hacia War<strong>de</strong>s, a<br />

quien ro<strong>de</strong>aba una porción <strong>de</strong> gentes.


Mostróle así el <strong>de</strong>seo que tenía <strong>de</strong> hablar<br />

con él. War<strong>de</strong>s le hizo, con los ojos y la cabeza,<br />

una seña <strong>de</strong> haber comprendido.<br />

Aquella seña, para las personas extrañas,<br />

nada hostil significaba. Entonces Guiche<br />

pudo volverse y esperar.<br />

No esperó mucho tiempo. Desembarazado<br />

War<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus interlocutores, se<br />

aproximó a Guiche, y ambos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

nuevo saludo, echaron a andar juntos.<br />

-Habéis tenido un feliz regreso, mi querido<br />

War<strong>de</strong>s -dijo el con<strong>de</strong>.<br />

-Excelente, como veis.<br />

-¿Y tenéis siempre el genio tan alegre?<br />

-Ahora mas que nunca.<br />

-Es una gran felicidad.<br />

-¿Qué queréis? ¡Todo cuanto en este<br />

mundo nos ro<strong>de</strong>a es tan ridículo y tan grotesco!<br />

-¡Tenéis razón.<br />

-¡Ah! ¿Opináis como yo?<br />

-¡Cómo no! ¿Y traéis noticias <strong>de</strong> allá?<br />

-No; más bien vengo a buscarlas aquí.


-Perdonad; sé que habéis visto gente en<br />

Boulogne, a un amigo nuestro, y no hace mucho<br />

tiempo.<br />

-¡Gente! ... ¿A un amigo nuestro?<br />

-Tenéis mala memoria.<br />

-¡Ah! Es verdad. ¿<strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Justamente.<br />

-¿Que iba con una misión cerca <strong>de</strong>l rey<br />

Carlos?<br />

-Eso es. ¿Y no le habéis dicho ni os ha<br />

dicho nada?<br />

-No recuerdo bien lo que le he dicho, os<br />

lo aseguro; pero sí sé lo que no le he dicho.<br />

War<strong>de</strong>s era la sagacidad misma, y conocía<br />

en la actitud <strong>de</strong> Guiche, actitud llena <strong>de</strong><br />

frialdad y dignidad, que la conversación tomaba<br />

mal giro. Resolvió, por tanto, <strong>de</strong>jarse llevar<br />

<strong>de</strong> la conversación y estar sobre si.<br />

-¿Y qué es, si no lo lleváis a mal, eso que<br />

no le habéis dicho? -preguntó Guiche.<br />

-¿Qué queréis que sea? Lo concerniente<br />

a La Valliére.


-La Valliére... ¿Qué es ello? ¿Y qué extraña<br />

cosa es ésa que habéis sabido allá, mientras<br />

que <strong>Bragelonne</strong>, que estaba aquí, no la ha<br />

sabido?<br />

-¿Me hacéis seriamente la pregunta?<br />

-No pue<strong>de</strong> ser más seriamente.<br />

-¡Cómo! ¿Vos, cortesano, que vivís en<br />

las habitaciones <strong>de</strong> Madame, que sois comensal<br />

<strong>de</strong> la casa, amigo <strong>de</strong> Monsieur y favorito <strong>de</strong><br />

nuestra linda princesa?<br />

Guiche se encendió en cólera.<br />

-¿De qué princesa habláis? - preguntó.<br />

-No conozco más que una, querido.<br />

Hablo <strong>de</strong> Madame. ¿Tendríais por casualidad,<br />

alguna otra princesa en el corazón? Veamos.<br />

Guiche iba a precipitarse; pero vio la<br />

finta.<br />

Era inminente una lucha entre ambos<br />

jóvenes. War<strong>de</strong>s quería la contienda sólo en<br />

nombre <strong>de</strong> Madame, mientras que Guiche sólo<br />

la aceptaba en nombre <strong>de</strong> La Valliére. Des<strong>de</strong><br />

aquel momento empezó, pues, un juego <strong>de</strong> fin-


tas, que <strong>de</strong>bía durar hasta que uno <strong>de</strong> los dos<br />

fuese tocado.<br />

Guiche recobró toda su sangre fría.<br />

-Para nada hay que mezclar a Madame<br />

en todo esto, amigo War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-; <strong>de</strong> lo<br />

que se trata es <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cíais poco ha.<br />

-¿Y qué <strong>de</strong>cía?<br />

-Que habíais ocultado a <strong>Bragelonne</strong> ciertas<br />

cosas.<br />

-Que sabéis vos tan bien como yo -<br />

replicó War<strong>de</strong>s.<br />

-No, a fe mía.<br />

-¡Vaya!<br />

-Si me las <strong>de</strong>cís las sabré; pero no <strong>de</strong><br />

otro modo, os lo juro.<br />

-¡Cómo! ¡Llego <strong>de</strong> fuera, <strong>de</strong> sesenta leguas<br />

<strong>de</strong> distancia; no os habéis movido <strong>de</strong> aquí,<br />

habéis visto con vuestros propios ojos, conocéis<br />

lo que, según el rumor público, me ha llevado<br />

allá, ¿y os oigo <strong>de</strong>cir seriamente que nada sabéis?<br />

¡Oh con<strong>de</strong>, no tenéis caridad!


-Será como gustéis, War<strong>de</strong>s; pero, os lo<br />

repito, no sé nada.<br />

-Os hacéis el discreto, y eso es pru<strong>de</strong>nte.<br />

-¿De suerte que no me <strong>de</strong>cís nada, así<br />

como tampoco lo habéis dicho a <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Hacéis oídos <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>r. Estoy seguro<br />

<strong>de</strong> que Madame no sería tan dueña <strong>de</strong> sí misma<br />

como vos.<br />

"¡Ah, gran hipócrita! -murmuró Guiche-.<br />

Ya has vuelto a tu terreno."<br />

-Pues bien -continuó War<strong>de</strong>s-, ya que es<br />

tan difícil enten<strong>de</strong>rnos acerca <strong>de</strong> La Valliére y<br />

<strong>Bragelonne</strong>, hablemos <strong>de</strong> vuestros asuntos personales.<br />

-¡Si yo no tengo asuntos personales! -<br />

exclamó Guiche-. Supongo que no habréis dicho<br />

<strong>de</strong> mí a <strong>Bragelonne</strong> nada que no podáis<br />

repetírmelo a sí.<br />

-No; pero tened entendido, Guiche, que<br />

cuanto más ignorante soy en algunas cosas,<br />

más obstinado soy en otras. Si se tratara, por<br />

ejemplo, <strong>de</strong> hablaros <strong>de</strong> las relaciones <strong>de</strong>l señor


<strong>de</strong> Buckingham en París, cómo he hecho el viaje<br />

con el duque, podría <strong>de</strong>ciros cosas muy interesantes.<br />

¿Queréis que os las diga?<br />

Guiche se pasó la mano por la frente,<br />

bañada en sudor.<br />

-No dijo-, cien veces no, porque no tengo<br />

curiosidad <strong>de</strong> saber lo que no me toca. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Buckingham no es para mí más que<br />

un simple conocido, mientras que Raúl es un<br />

amigo íntimo. No tengo, por tanto, la menor<br />

curiosidad <strong>de</strong> saber lo que haya sucedido al<br />

señor <strong>de</strong> Buckingham, y tengo el mayor interés<br />

en conocer lo que le ha sucedido a Raúl.<br />

-¿En París?<br />

- En París o en Boulogne. Ya veis que<br />

estoy aquí, y si sobreviene algún acontecimiento<br />

puedo hacer frente a él, mientras que Raúl<br />

está ausente y no tiene más que a mí que pueda<br />

representarle; <strong>de</strong> consiguiente, los asuntos <strong>de</strong><br />

Raúl son antes que los míos.<br />

-Pero Raúl volverá.


-Sí, una vez terminada su misión. Entretanto,<br />

ya compren<strong>de</strong>réis que no puedo <strong>de</strong>jar<br />

correr rumores <strong>de</strong>sfavorables a él, sin que yo<br />

los examine.<br />

-Con tanto más motivo, cuanto que estará<br />

en Londres bastante tiempo -dijo War<strong>de</strong>s con<br />

socarronería.<br />

-¿Lo creéis así? -preguntó Guiche ingenuamente.<br />

-¡Diantre! ¿Creéis que lo hayan enviado<br />

a Londres para no hacer más que ir y volver?...<br />

No: lo han enviado a Londres para que se que<strong>de</strong><br />

allí.<br />

-¡Ah, con<strong>de</strong>! -exclamó Guiche apretando<br />

con fuerza la mano a War<strong>de</strong>s- Esa es una sospecha<br />

en extremo injuriosa para <strong>Bragelonne</strong>, y<br />

que justifica perfectamente lo que me ha escrito<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Boulogne.<br />

War<strong>de</strong>s quedó helado; la afición a las<br />

chanzonetas le había llevado <strong>de</strong>masiado lejos, y<br />

con su impru<strong>de</strong>ncia dio la ventaja a su antagonista.


-¿Y qué es lo que ha escrito? -preguntó.<br />

-Que le habíais <strong>de</strong>slizado algunas insinuaciones<br />

pérfidas contra La Valliére, y que os<br />

burlábais al parecer <strong>de</strong> su gran confianza en esa<br />

joven.<br />

-Sí, todo eso hice -dijo War<strong>de</strong>s-, y al<br />

hacerlo, estaba dispuesto a que el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> me replicase lo que dice un hombre<br />

a otro cuando éste le ha disgustado. Así, por<br />

ejemplo, si se tratara <strong>de</strong> buscar contienda con<br />

vos, os diría que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

distinguido al señor <strong>de</strong> Buckingham, pasa en la<br />

actualidad por haber <strong>de</strong>spedido al gallardo<br />

duque sólo en beneficio vuestro.<br />

-¡Oh! Eso no me lastimaría en lo mas<br />

mínimo, querido War<strong>de</strong>s -dijo Guiche sonriendo,<br />

a pesar <strong>de</strong>l escalofrío que corrió por sus venas<br />

como una inyección <strong>de</strong> fuego...-. ¡Diantre!<br />

Semejante favor sería miel.<br />

-De acuerdo; pero si quisiera absolutamente<br />

romper con vos, buscaría un mentís, y os<br />

hablaría <strong>de</strong> cierto bosquecillo en don<strong>de</strong> os en-


contrásteis con aquella princesa, <strong>de</strong> ciertas genuflexiones,<br />

<strong>de</strong> ciertos besamanos. . . Y vos, que<br />

sois hombre discreto, vivo y pundonoroso. . .<br />

-Pues bien, no, os lo juro -replicó Guiche<br />

interrumpiéndole con una sonrisa en los labios,<br />

aunque se creía próximo a morir-, tampoco eso<br />

me haría saltar, ni os daría mentís ninguno.<br />

¿Qué queréis, amigo con<strong>de</strong>? Yo soy así; en las<br />

cosas que me atañen soy <strong>de</strong> hielo. ¡Ah! Otra<br />

cosa es cuando se trata <strong>de</strong> un amigo ausente, <strong>de</strong><br />

un amigo que, al marcharse, me ha confiado<br />

sus intereses. ¡Oh! ¡Para éste, ya lo veis, War<strong>de</strong>s,<br />

soy todo fuego!<br />

-Os comprendo, señor <strong>de</strong> Guiche; pero<br />

por más que digáis, no pue<strong>de</strong> en este instante<br />

haber cuestión entre nosotros, ni por <strong>Bragelonne</strong>,<br />

ni por esa muchacha sin importancia a<br />

quien llaman La Valliére.<br />

En aquel momento atravesaban por el<br />

salón algunos cortesanos, quienes, habiendo<br />

oído ya las palabras que acababan <strong>de</strong> pronunciarse,<br />

podían oír también las que iban a seguir.


War<strong>de</strong>s lo conoció, y prosiguió en voz<br />

alta:<br />

-¡Oh! Si la Valliére fuese una coqueta<br />

como Madame, cuyos arrumacos, supongo que<br />

en extremo inocentes, han hecho enviar primero<br />

al señor <strong>de</strong> Buckingham a Inglaterra, y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>sterrado a vos mismo. . . porque ello es<br />

que os <strong>de</strong>jásteis coger por sus arrumacos, ¿no<br />

es verdad, señor?<br />

Los cortesanos acercáronse, yendo a su<br />

frente Saint-Aignan, y <strong>de</strong>trás Manicamp.<br />

-¿Y qué queréis, amigo? -dijo Guiche<br />

riendo-. Todos saben que soy un fatuo. Tomé<br />

por lo serio una chanza, y eso me ocasionó el<br />

<strong>de</strong>stierro. Pero conocí mi error, puse mi vanidad<br />

a los pies <strong>de</strong> quien correspondía, y conseguí<br />

que me llamaran, reconociendo mi falta y<br />

haciendo propósito <strong>de</strong> enmienda. Y ya lo veis,<br />

hasta tal punto me he enmendado, que me río<br />

ahora <strong>de</strong> lo que hace cuatro días me <strong>de</strong>strozaba<br />

el corazón. Pero Raúl' ama y es amado, y no se<br />

ríe <strong>de</strong> los rumores que pue<strong>de</strong>n turbar su felici-


dad, <strong>de</strong> los rumores <strong>de</strong> que os habéis hecho<br />

intérprete, no obstante saber, como yo, como<br />

estos caballeros, y como todo el mundo sabe,<br />

que esos rumores no eran más que una calumnia.<br />

-¡Una calumnia! -murmuró War<strong>de</strong>s furioso<br />

<strong>de</strong> verse cogido en el lazo por la sangre<br />

fría <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Sí, una calumnia. ¡Pardiez! Aquí está su<br />

carta, en que me dice que habéis hablado mal<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y me pregunta si<br />

lo que habéis dicho <strong>de</strong> esa joven es verdad.<br />

¿Queréis que haga jueces a estos señores, War<strong>de</strong>s?<br />

Y Guiche, con la mayor sangre fría, leyó<br />

en voz alta el párrafo <strong>de</strong> la carta relativo a La<br />

Valliére.<br />

-Y ahora -prosiguió Guiche-, estoy bien<br />

convencido <strong>de</strong> que habéis querido turbar el<br />

reposo <strong>de</strong> mi amigo <strong>Bragelonne</strong>, y <strong>de</strong> que vuestros<br />

dichos eran maliciosos.


War<strong>de</strong>s miró en torno suyo a fin <strong>de</strong> ver<br />

si encontraría apoyo en alguna parte; pero la<br />

sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que había insultado, ya fuese directa<br />

o indirectamente, a la q e era el ídolo <strong>de</strong>l<br />

día, hizo a todos mover la cabeza, y Guiche sólo<br />

vio hombres dispuestos a darle la razón.<br />

-Señores -dijo Guiche conociendo por<br />

instinto el sentimiento general-, nuestra discusión<br />

con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s versa sobre un<br />

punto tan <strong>de</strong>licado, que importa sobremanera<br />

que nadie oiga más <strong>de</strong> lo que vosotros habéis<br />

oído. Os suplico, pues, que guardéis las puertas<br />

y nos <strong>de</strong>jéis terminar nuestra conversación,<br />

como conviene a hidalgos, uno <strong>de</strong> los cuales ha<br />

dado al otro un mentís.<br />

-¡Señores, señores! -exclamaron todos.<br />

-¿Creéis que haya hecho mal en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />

a la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -dijo Guiche-.<br />

En ese caso, me con<strong>de</strong>no y retiro las palabras<br />

hirientes que haya podido <strong>de</strong>cir contra el señor<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.


-¡Ca! -dijo Saint-Aignan-. ¡No! . . . La<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére es un ángel.<br />

-La virtud, la pureza en persona. -Ya<br />

veis, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-, que no soy<br />

el único que toma la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> esa pobre niña.<br />

Señores, por- segunda vez, os suplico que nos<br />

<strong>de</strong>jéis. Ya veis que nadie pue<strong>de</strong> estar más sereno<br />

<strong>de</strong> lo que estamos.<br />

Los cortesanos no <strong>de</strong>seaban otra cosa<br />

que alejarse, y unos se dirigieron a una puerta y<br />

otros a otra. Ambos jóvenes quedaron solos.<br />

-¡Bien representado! -dijo War<strong>de</strong>s al<br />

con<strong>de</strong>.<br />

-¿No es cierto? -replicó éste.<br />

-¿Qué queréis? Me he embrutecido en<br />

provincia, querido, mientras que vos me confundís<br />

con el dominio que habéis adquirido sobre<br />

vos mismo, con<strong>de</strong>; siempre se gana algo en<br />

las relaciones con las mujeres, y os doy por ello<br />

la más sincera enhorabuena.<br />

-La acepto.<br />

-Y se la daré también a Madame.


-¡Oh! Ahora, mi querido señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s,<br />

hablemos tan alto como queráis.<br />

-No me provoquéis.<br />

-¡Oh, sí! ¡Quiero provocaros! Ya sois<br />

conocido como un mal hombre; si hacéis eso,<br />

pasaréis por un cobar<strong>de</strong>, y Monsieur os hará<br />

ahorcar esta noche <strong>de</strong> la falleba <strong>de</strong> su ventana.<br />

Hablad, mi querido War<strong>de</strong>s, hablad.<br />

-Estoy <strong>de</strong>rrotado.<br />

-Sí, mas no tanto como conviene.<br />

-Veo que no os disgustaría molerme<br />

bien los huesos.<br />

-Ni mucho menos.<br />

-¡Diantre! Es que por ahora, mi querido<br />

con<strong>de</strong>, me viene mal; no es cosa que pueda<br />

convenirme una partida, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la que he<br />

jugado en Boulogne; he perdido allá mucha<br />

sangre, y al menor esfuerzo volverían a abrirse<br />

mis heridas- ¡Pronto daríais cuenta <strong>de</strong> mí!<br />

-Es verdad -dijo Guiche-, y sin embargo,<br />

hace poco habéis hecho alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> vuestro buen<br />

aspecto y <strong>de</strong> vuestro buen brazo.


-Sí, los brazos se mantienen bien, pero<br />

tengo débiles las piernas, y luego, no he vuelto<br />

a tomar en la mano el florete <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel maldito<br />

duelo, cuando vos, por el contrario, estoy<br />

cierto <strong>de</strong> que os ejercitaréis en la esgrima todos<br />

los días para poner buen término a vuestra<br />

añagaza.<br />

-Por mi -honor, señor -contestó Guiche-,<br />

hace medio año que no me ejercito.<br />

-No, con<strong>de</strong>; bien meditado todo, no me<br />

batiré, a lo menos con vos. Esperaré a <strong>Bragelonne</strong>,<br />

puesto que <strong>de</strong>cís que <strong>Bragelonne</strong> es<br />

quien me tiene ganas.<br />

-¡Ah! ¡No; no esperaréis a <strong>Bragelonne</strong>! -<br />

exclamó Guiche fuera <strong>de</strong> sí-. Porque, según<br />

habéis dicho vos mismo, <strong>Bragelonne</strong> pue<strong>de</strong><br />

tardar en volver, y entretanto vuestro carácter<br />

perverso llevará a cabo su obra.<br />

-Sin embargo, tendré una excusa. ¡Cuidado!<br />

-Os doy ocho días para acabar <strong>de</strong> restableceros.


-Eso ya es otra cosa- En ocho días, ya<br />

veremos.<br />

-Sí, ya comprendo. En ocho días hay<br />

tiempo para huir <strong>de</strong>l enemigo. Pues no, ni uno<br />

solo.<br />

-Estáis loco, señor -dijo War<strong>de</strong>s, dando<br />

un paso como para retirarse.<br />

-¡Y vos sois miserable, si no os batís <strong>de</strong><br />

buen grado!<br />

-¿Y qué?<br />

-Os <strong>de</strong>nunciaré al rey por haber rehusado<br />

batiros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber insultado a La<br />

Valliére.<br />

-¡Ah! --exclamó War<strong>de</strong>s-. Sois peligrosamente<br />

pérfido, señor hombre honrado.<br />

-Nada más peligroso que la perfidia <strong>de</strong>l<br />

que marcha siempre lealmente.<br />

-Devolvedme entonces mis piernas, o<br />

haceos sangrar para equilibrar todas las probabilida<strong>de</strong>s.<br />

-No; aún po<strong>de</strong>mos hacer otra cosa mejor.


-¿Qué?<br />

-Montaremos los dos a caballo, y cambiaremos<br />

tres pistoletazos. Sois gran tirador,<br />

pues os he visto matar golondrinas a galope y<br />

con bala. No digáis que no, porque yo lo he<br />

visto.<br />

-Creo que tenéis razón -dijo que tenéis<br />

razón -dijo War<strong>de</strong>s-, y es posible que os mate<br />

<strong>de</strong>l mismo modo.<br />

-Ciertamente, me haríais un favor.<br />

-Pondré lo que esté <strong>de</strong> mi parte.<br />

-¿Queda convenido?<br />

-Convenido.<br />

-Vuestra mano.<br />

-Aquí está... pero, con una condición.<br />

-¿Cuál?<br />

-Que me juréis no <strong>de</strong>cir ni hacer <strong>de</strong>cir<br />

nada al rey.<br />

-Os lo juro.<br />

-Voy a buscar mi caballo.<br />

-Y yo el mío.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> iremos?


-A la llanura; conozco un sitio excelente.<br />

-¿Iremos juntos?<br />

-¿Por qué no?<br />

Y dirigiéndose ambos hacia las caballerizas,<br />

pasaron por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong><br />

Madame, suavemente iluminadas. Detrás <strong>de</strong> las<br />

cortinas <strong>de</strong> encaje <strong>de</strong>slizábase una sombra.<br />

-He ahí una mujer -dijo War<strong>de</strong>s sonriendo-<br />

que no sospecha que vamos a matarnos<br />

por ella.<br />

XIX<br />

EL COMBATE<br />

War<strong>de</strong>s eligió su caballo y Guiche el<br />

suyo.<br />

Después los ensillaron por sí mismos<br />

con sillas <strong>de</strong> pistoleras. War<strong>de</strong>s no llevaba pistolas,<br />

pero Guiche tenía dos pares. Fue a buscarlas<br />

a su aposento, las cargó y dio a elegir a<br />

War<strong>de</strong>s.<br />

Éste eligió unas pistolas <strong>de</strong> que se había<br />

servido más <strong>de</strong> veinte veces, las mismas con


que Guiche le había visto matar golondrinas al<br />

vuelo.<br />

-No os admirará -dijo-, que tome todas<br />

mis precauciones. Conocéis muy bien vuestras<br />

armas, y, <strong>de</strong> consiguiente, no hago más que<br />

equilibrar las probabilida<strong>de</strong>s.<br />

-La observación era inútil -contestó Guiche-,<br />

pues estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />

-Ahora -dijo War<strong>de</strong>s-, os ruego que me<br />

ayudéis a montar, pues experimento todavía<br />

alguna dificultad.<br />

-Será mejor entonces que vayamos al<br />

sitio a pie.<br />

-No; puesto ya a caballo me siento enteramente<br />

fuerte.<br />

-Como queráis.<br />

Y Guiche ayudó a War<strong>de</strong>s a montar.<br />

-Me ocurre -continuó el joven-, que con<br />

el ardor que tenemos para exterminamos, no<br />

hemos reparado en otra cosa.<br />

-¿En qué?


-En que es <strong>de</strong> noche, y será preciso matarnos<br />

a obscuras.<br />

-Bien, el resultado será el mismo.<br />

-Con todo, es preciso tener en cuenta<br />

otra circunstancia, y es que las personas <strong>de</strong><br />

honor jamás se baten sin testigos.<br />

-¡Oh! -exclamó Guiche-. Veo que <strong>de</strong>seáis<br />

tanto como yo hacer las cosas en regla.<br />

-No <strong>de</strong>seo que puedan <strong>de</strong>cir que me<br />

habéis asesinado, así como en el caso <strong>de</strong> que yo<br />

os mate tampoco quiero verme acusado <strong>de</strong> un<br />

crimen.<br />

-¿Se ha dicho acaso semejante cosa <strong>de</strong><br />

vuestro duelo con el señor <strong>de</strong> Buckingham? -<br />

replicó Guiche-. Y, sin embargo, se efectuó bajo<br />

las mismas condiciones en que el nuestro va a<br />

verificarse.<br />

-Es que era <strong>de</strong> día aun y estábamos con<br />

agua a las rodillas; por otra parte, había en la<br />

ribera una porción <strong>de</strong> gente que nos estaba mirando.


Guiche reflexionó por un instante, y se<br />

afirmó más y más en la i<strong>de</strong>a que se le había ya<br />

ocurrido <strong>de</strong> que War<strong>de</strong>s quería tener testigos<br />

para hacer recaer la conversación sobre Madame,<br />

y dar un nuevo giro al combate.<br />

Nada replicó, pues, y como War<strong>de</strong>s le<br />

interrogase por ultima vez, con una mirada, le<br />

contestó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza que<br />

significaba que lo mejor era atenerse a lo hecho.<br />

En su consecuencia, pusiéronse en camino<br />

ambos adversarios, y salieron <strong>de</strong>l palacio<br />

por aquella puerta que ya conocemos por haber<br />

visto muy cerca <strong>de</strong> ella a Montalais y Malicorne.<br />

La noche, como para combatir el calor<br />

<strong>de</strong>l día, había acumulado todas sus nubes, que<br />

empujaban lenta y silenciosamente <strong>de</strong> Poniente<br />

a Oriente. Aquella cúpula, sin relámpagos<br />

y sin truenos aparentes, pesaba con todo su<br />

peso sobre la tierra y empezaba a horadarse a<br />

impulsos <strong>de</strong>l viento, como un inmenso lienzo<br />

<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> un artesonado.


La lluvia, que caía en gotas gruesas sobre<br />

la tierra, aglomeraba el polvo en glóbulos<br />

que. corrían en todas direcciones.<br />

Al mismo tiempo, <strong>de</strong> los vallados que<br />

aspiraban la tempestad, <strong>de</strong> las flores sedientas,<br />

<strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong>smelenados, exhalábanse mil<br />

aromas que traían al ánimo los recuerdos dulces,<br />

las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> juventud, <strong>de</strong> vida eterna, <strong>de</strong><br />

felicidad y <strong>de</strong> amor.<br />

-Muy grato aroma <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> la tierra -<br />

observó War<strong>de</strong>s-; es una coquetería <strong>de</strong> su parte<br />

para atraernos hacia sí.<br />

-Muchas i<strong>de</strong>as me han ocurrido -dijo<br />

Guiche-; y ahora que <strong>de</strong>cís eso, quiero someterlas<br />

a vuestro juicio.<br />

-¿A qué son relativas esas i<strong>de</strong>as?<br />

-A nuestro combate.<br />

-En efecto, me parece que ya es tiempo<br />

<strong>de</strong> que nos ocupemos en eso.<br />

-¿Será un combate ordinario, conforme<br />

las reglas <strong>de</strong> costumbre?<br />

-Sepamos cuál es vuestra costumbre.


-Echaremos pie a tierra en una buena<br />

llanura, ataremos los caballos al primer objeto<br />

que encontremos a mano, nos reuniremos primero<br />

sin armas, y luego nos alejaremos cada<br />

cual ciento cincuenta pasos para volver a encontrarnos<br />

frente a frente.<br />

-Perfectamente; así maté al pobre Follivent,<br />

hace tres meses, en Saint-Denis.<br />

-Perdonad; olvidáis una circunstancia.<br />

-¿Cuál?<br />

-En vuestro duelo con Follivent, marchasteis<br />

a pie uno contra otro, con la espada en<br />

los dientes y las pistolas en la mano.<br />

-Así es. Esta vez, en cambio, como no<br />

puedo andar, según habéis confesado vos mismo,<br />

volveremos a montar a caballo, nos vendremos<br />

a buscar a cierta distancia, y el que<br />

primero quiera disparar, dispara.<br />

-Esto es lo mejor que po<strong>de</strong>mos hacer;<br />

pero es <strong>de</strong> noche, y hay que contar con más<br />

tiros perdidos que los que pudiese haber por el<br />

día.


-Bien, pues podremos disparar cada<br />

cual tres tiros: los dos que tienen ya las pistolas,<br />

y otro para el cual volveremos a cargar.<br />

-Muy bien. ¿Dón<strong>de</strong> tendrá lugar nuestro<br />

combate?<br />

-¿Tenéis preferencia por algún sitio?<br />

-No.<br />

-¿Divisáis aquel bosquecillo que se extien<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros?<br />

-¿<strong>El</strong> bosque <strong>de</strong> Rochin? Muy bien.<br />

-¿Le conocéis?<br />

-Sí.<br />

-¿Entonces sabréis que tiene un claro en<br />

su centro?<br />

-Perfectamente.<br />

-Pues vamos a ese claro.<br />

-Vamos allá.<br />

-Es una especie <strong>de</strong> palenque natural, con<br />

toda clase <strong>de</strong> caminos, salidas, sen<strong>de</strong>ros, fosos<br />

y revueltas, y creo que el sitio no pue<strong>de</strong> ser<br />

mejor.


-Me parece bien, si os place. Pero creo<br />

que hemos llegado.<br />

-Sí. Ved que terreno tan hermoso. La<br />

poca claridad que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> las estrellas,<br />

como dice Comeille, encuéntrase en este sitio,<br />

cuyos límites naturales son el bosque que lo<br />

ro<strong>de</strong>a por todas partes.<br />

-Sí que es muy excelente.<br />

-Pues terminemos las condiciones.<br />

-He aquí las mías; si se os ocurre algo en<br />

contra, me lo diréis.<br />

-Escucho.<br />

-Caballo muerto, obliga a su jinete a<br />

combatir a pies.<br />

-Es muy justo, puesto que no tenemos<br />

caballos <strong>de</strong> reserva.<br />

-Pero no obliga al adversario a apearse<br />

<strong>de</strong> su caballo.<br />

-<strong>El</strong> adversario quedará en libertad <strong>de</strong><br />

obrar como bien le parezca.<br />

-Reunidos ya una vez los adversarios,<br />

no tendrán obligación <strong>de</strong> volverse a separar y


podrán, por tanto, dispararse mutuamente a<br />

boca <strong>de</strong> jarro.<br />

-Aceptado.<br />

-Nada más tres cargas, ¿estamos?<br />

-Me parecen suficientes. Aquí tenéis<br />

pólvora y balas para vuestras pistolas; apartad<br />

tres cargas, y tomad tres balas; yo haré otro<br />

tanto, y luego <strong>de</strong>rramaremos la pólvora que<br />

que<strong>de</strong> y arrojaremos las balas restantes.<br />

-Y juraremos por Cristo -repuso War<strong>de</strong>s-,<br />

que no tenemos sobre nosotros más pólvora<br />

ni más balas.<br />

-Por mi parte, lo juro.<br />

Y Guiche extendió su mano hacía el cielo.<br />

War<strong>de</strong>s le imitó.<br />

-Y ahora, querido con<strong>de</strong> -dijo-, permitidme<br />

manifestaros que no se me engaña tan<br />

fácilmente. Sois o seréis el amante <strong>de</strong> Madame.<br />

He penetrado el secreto, y como teméis que se<br />

difunda, queréis matarme para aseguraros el<br />

silencio; es cosa muy natural y en vuestro lugar<br />

hubiera hecho lo propio.


Guiche bajó la cabeza.<br />

-Ahora, <strong>de</strong>cidme -continuó War<strong>de</strong>s<br />

triunfante-: ¿os parece bien echarme encima<br />

todavía ese <strong>de</strong>sagradable asunto <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

Cuidado, amigo, que acosando al jabalí se<br />

le irrita, y acorralando a la zorra se le da la ferocidad<br />

<strong>de</strong>! jaguar. De lo cual resulta, que estando<br />

reducido al extremo por vos, me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré<br />

hasta morir.<br />

-Estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />

-Sí; pero tened entendido que no <strong>de</strong>jaré<br />

<strong>de</strong> hacer todo el mal que pueda, y así es que<br />

para principiar ya adivinaréis que no habré<br />

cometido la torpeza <strong>de</strong> enca<strong>de</strong>nar mi secreto, o<br />

mejor dicho, el vuestro, en mi corazón. Hay un<br />

amigo, y un amigo <strong>de</strong>spejado, a quien ya conocéis,<br />

que es partícipe <strong>de</strong> mi secreto, y <strong>de</strong> consiguiente<br />

ya compren<strong>de</strong>réis que si me vencéis, mi<br />

muerte no servirá <strong>de</strong> gran cosa. mientras que si<br />

yo os mato.. . ¡Qué diantre! Todo pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />

Guiche se estremeció.


-Si yo os mato -prosiguió War<strong>de</strong>s-, le<br />

habréis suscitado a Madame dos enemigos, que<br />

trabajarán cuanto puedan por per<strong>de</strong>rla.<br />

-¡Oh, caballero! -exclamó furioso Guiche-.<br />

No contéis <strong>de</strong> esa manera con mi muerte.<br />

De esos dos adversarios, espero matar al uno<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> breves momentos, y al otro a la primera<br />

ocasión.<br />

War<strong>de</strong>s sólo contestó con una carcajada<br />

tan diabólica que habría asustado a un hombre<br />

supersticioso.<br />

Pero Guiche no se <strong>de</strong>jaba intimidar fácilmente.<br />

-Creo -dijo-, que todo esté arreglado,<br />

señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s; por tanto, tomad campo, si no<br />

preferís que sea yo quien lo tome.<br />

-No -replicó War<strong>de</strong>s-; tengo una satisfacción<br />

en ahorraros esa molestia.<br />

Y, poniendo su caballo a galope, atravesó<br />

el claro en toda su extensión, y fue a situarse<br />

en el punto <strong>de</strong> la circunferencia <strong>de</strong> la encruci-


jada que daba frente a aquel don<strong>de</strong> Guiche se<br />

había parado.<br />

Guiche permaneció inmóvil.<br />

A la distancia <strong>de</strong> cien pasos, poco más o<br />

menos, no podían ya divisarse los dos adversarios,<br />

ocultos en la <strong>de</strong>nsa sombra <strong>de</strong> los olmos y<br />

<strong>de</strong> los castaños.<br />

Transcurrió un minuto en medio <strong>de</strong>l<br />

silencio más completo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> ese minuto, oyó cada cuál,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sombra don<strong>de</strong> estaba oculto, el doble<br />

ruido que hicieron las pistolas al montarlas.<br />

Guiche, según la táctica acostumbrada,<br />

puso su caballo al galope, en la persuasión <strong>de</strong><br />

tener una doble garantía <strong>de</strong> seguridad en la<br />

ondulación <strong>de</strong>l movimiento y en la velocidad<br />

<strong>de</strong> la carrera.<br />

Dirigió esa carrera en línea recta, al punto<br />

que a su parecer <strong>de</strong>bía ocupar su adversario.<br />

Creía encontrar a War<strong>de</strong>s a la mitad <strong>de</strong>l<br />

camino, pero se engañó. Continuó entonces su


carrera, presumiendo que War<strong>de</strong>s le aguardaba<br />

inmóvil.<br />

Pero, apenas había recorrido las dos<br />

terceras partes <strong>de</strong>l claro, cuando advirtió que<br />

éste se iluminaba <strong>de</strong> repente, y una bala le llevó<br />

silbando la pluma que flotaba sobre su sombrero.<br />

Casi al mismo tiempo, y como si el resplandor<br />

<strong>de</strong>l primer tiro hubiese servido para<br />

alumbrar al segundo, resonó otro tiro, y una segunda<br />

bala atravesó la cabeza <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong><br />

Guiche, algo más abajo <strong>de</strong> la oreja.<br />

<strong>El</strong> animal cayó.<br />

Aquellos dos tiros, que venían en dirección<br />

contraria a aquella en que suponía Guiche<br />

estaría War<strong>de</strong>s, le causaron gran sorpresa; pero,<br />

como era hombre <strong>de</strong> mucha sangre fría, calculó<br />

su caída, aunque no tan exactamente que no<br />

quedara cogido bajo el caballo el extremo <strong>de</strong> su<br />

bota.


Afortunadamente, el animal hizo en su<br />

agonía un movimiento que permitió a Guiche<br />

po<strong>de</strong>r sacar la pierna.<br />

Guiche se incorporó, se palpó y vio que<br />

no estaba herido.<br />

Así que sintió <strong>de</strong>sfallecer al animal, puso<br />

sus dos pistolas en las pistoleras, por miedo<br />

<strong>de</strong> que la caída hiciera disparar alguna <strong>de</strong> ellas,<br />

o quizá ambas, lo cual le habría <strong>de</strong>sarmado<br />

inútilmente.<br />

Luego que se vio en pie, sacó las pistolas<br />

<strong>de</strong> las pistoleras, y a<strong>de</strong>lantóse hacia el sitio<br />

don<strong>de</strong>, a la luz <strong>de</strong> los fogonazos, había visto<br />

aparecer a War<strong>de</strong>s.<br />

Guiche <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer tiro hízose cargo<br />

<strong>de</strong> la maniobra <strong>de</strong> aquél, que no podía ser más<br />

sencilla.<br />

War<strong>de</strong>s, en lugar <strong>de</strong> correr contra Guiche<br />

o <strong>de</strong> permanecer aguardándole en su puesto,<br />

había seguido unos quince pasos el círculo<br />

<strong>de</strong> sombra que le ocultaba a la vista <strong>de</strong> su enemigo,<br />

y, en el momento en que éste le presenta-


a el costado <strong>de</strong> su carrera, le había disparado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su sitio, apuntando a su placer, para lo<br />

cual le sirvió más bien que le estorbó—el galope<br />

<strong>de</strong>l caballo.<br />

Ya se vio que, a pesar <strong>de</strong> la obscuridad,<br />

la primera bala había pasado a una pulgada<br />

escasa <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Guiche.<br />

War<strong>de</strong>s estaba tan seguro <strong>de</strong> su puntería,<br />

que creyó ver caer a Guiche. Así fue que<br />

quedó en extremo sorprendido cuando vio al<br />

jinete seguir en la silla.<br />

Apresuróse a disparar el segundo tiro, <strong>de</strong>svió<br />

un poco la puntería, y mató al caballo.<br />

Era un acci<strong>de</strong>nte afortunado el que Guiche<br />

permaneciese enredado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l animal.<br />

De modo que War<strong>de</strong>s, antes <strong>de</strong> que aquél pudiera<br />

<strong>de</strong>senredarse, cargaba su pistola y tenía a<br />

Guiche a merced suya.<br />

Pero, por el contrario, Guiche estaba en<br />

pie, y quedábanle aún tres tiros que disparar.<br />

Guiche comprendió la posición... Tratábase<br />

<strong>de</strong> ganar a War<strong>de</strong>s en celeridad. Y echó a


correr para acercarse a él antes <strong>de</strong> que concluyese<br />

<strong>de</strong> cargar la pistola.<br />

War<strong>de</strong>s le veía llegar como una tempestad.<br />

La bala venía bastante justa, y se resistía a<br />

la baqueta. Cargar mal era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />

el último tiro; cargar bien era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />

tiempo, o mejor dicho a per<strong>de</strong>r la vida.<br />

Entonces obligó al caballo a ponerse <strong>de</strong><br />

manos.<br />

Guiche practicó un giro sobre sí mismo,<br />

y en el instante en' que volvió a caer el caballo,<br />

disparó el tiro, que le llevó el sombrero a War<strong>de</strong>s.<br />

War<strong>de</strong>s comprendió que tenía un instante<br />

por suyo, y aprovechóse <strong>de</strong> él para acabar<br />

<strong>de</strong> cargar su pistola.<br />

Viendo Guiche que su adversario no<br />

había caído, arrojó' la primera pistola que le era<br />

ya inútil, y se dirigió hacia War<strong>de</strong>s apuntando<br />

con la segunda.<br />

Pero al tercer paso que dio le apuntó<br />

War<strong>de</strong>s y disparó.


Un rugido <strong>de</strong> rabia respondió a aquella<br />

<strong>de</strong>tonación; el brazo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> se crispó y se<br />

abatió. Cayó la pistola.<br />

War<strong>de</strong>s vio al con<strong>de</strong> bajarse, coger la<br />

pistola con la mano izquierda y dar otro paso<br />

hacia él.<br />

<strong>El</strong> momento era supremo. -Soy perdido<br />

-murmuró War<strong>de</strong>s-; no está herido <strong>de</strong> muerte.<br />

Pero en el momento en que Guiche levantaba la<br />

pistola apuntando a War<strong>de</strong>s, la cabeza, los<br />

hombros y las corvas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> perdieron su<br />

fuerza a la vez. Guiche exhaló un suspiro doloroso,<br />

y fue a caer a los pies <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

-Vamos, vamos -murmuró éste-, eso es<br />

distinto.<br />

Y cogiendo las riendas, metió espuelas<br />

al caballo.<br />

<strong>El</strong> caballo saltó por sobre el cuerpo inerte,<br />

y condujo rápidamente a War<strong>de</strong>s a Palacio.<br />

Cuando llegó War<strong>de</strong>s se puso a reflexionar<br />

lo que había <strong>de</strong> hacer. En su impaciencia<br />

por abandonar el campo <strong>de</strong> batalla no se


había ocupado <strong>de</strong> averiguar si Guiche estaba<br />

muerto.<br />

Dos hipótesis presentábanse al ánimo<br />

agitado <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

O Guiche estaba muerto, o no estaba<br />

más que herido.<br />

Si lo primero, ¿era conveniente <strong>de</strong>jar su<br />

cadáver expuesto a los lobos? Sería una crueldad<br />

inútil, puesto que si Guiche estaba muerto,<br />

no hablaría.<br />

Si estaba herido, ¿a qué conducía el <strong>de</strong>jarle<br />

sin auxilio, sino a que le tuviesen a él por<br />

un salvaje incapaz <strong>de</strong> generosidad?<br />

Esta última consi<strong>de</strong>ración triunfó. War<strong>de</strong>s<br />

preguntó por Manicamp, y supo que éste,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber preguntado por Guiche y no<br />

sabiendo dón<strong>de</strong> ir a buscarle, se fue a acostar.<br />

War<strong>de</strong>s fue a <strong>de</strong>spertarle, y le informó<br />

<strong>de</strong>l lance, que Manicamp escuchó sin <strong>de</strong>cir palabra,<br />

pero con una expresión <strong>de</strong> energía creciente,<br />

<strong>de</strong> que su rostro no parecía capaz.


Luego que War<strong>de</strong>s concluyó <strong>de</strong> hablar,<br />

pronunció Manicamp esta palabra<br />

-Vamos.<br />

Por el camino fue enar<strong>de</strong>ciéndose la<br />

imaginación <strong>de</strong> Manicamp; y, conforme War<strong>de</strong>s<br />

le refería el suceso, su rostro se obscurecía<br />

más y más.<br />

-De modo -dijo luego que concluyó<br />

War<strong>de</strong>s-, ¿que le suponéis muerto?<br />

-¡Ay, sí!<br />

-¿Y vos os habéis batido sin testigos?<br />

-Así lo quiso él<br />

-¡Es particular!<br />

-¿Cómo que es particular?<br />

-Sí, el carácter <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />

<strong>de</strong> esa especie.<br />

-¿Supongo que no dudaréis <strong>de</strong> mi palabra?<br />

-¡Eh, eh!<br />

-¿Dudáis?<br />

-Algo... Pero dudaré mucho más, os lo<br />

prevengo, si veo muerto al pobre joven.


-¡Señor Manicamp!<br />

-¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />

-¡Me parece que me insultáis!<br />

-Tomadlo como queráis. Nunca me han<br />

gustado las personas que vienen a <strong>de</strong>cir: "¡He<br />

matado al señor <strong>de</strong> tal en un rincón; ha sido<br />

una gran <strong>de</strong>sgracia; pero le he matado noblemente!"<br />

¡Es la noche muy obscura para que se<br />

crea este adverbio, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />

-Silencio; ya estamos en el sitio.<br />

En efecto, principiábase ya a divisar el<br />

claro, y en el espacio vacío la masa inmóvil <strong>de</strong><br />

un caballo muerto.<br />

A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l caballo, y sobre la hierba,<br />

yacía boca abajo el pobre con<strong>de</strong>, bañado en<br />

su sangre.<br />

Permanecía en el mismo sitio, y no parecía<br />

que hubiera hecho el menor movimiento.<br />

Manicamp se hincó <strong>de</strong> rodillas, levantó<br />

al con<strong>de</strong>, y le encontró frío y bañado en sangre.


Le volvió a <strong>de</strong>jar en el suelo. Extendiendo<br />

luego el cuerpo y el brazo, anduvo tentando,<br />

hasta que tropezó con la pistola <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Pardiez! -dijo entonces levantándose,<br />

pálido como un espectro, y con la pistola en la<br />

mano-. ¡Pardiez, no os engañábais! ¡Esta muerto!<br />

-¿Muerto? -repitió War<strong>de</strong>s.<br />

-Sí; y su pistola está cargada -repuso<br />

Manicamp examinando con los <strong>de</strong>dos la cazoleta.<br />

-¿Pues no os he dicho que le apunté<br />

cuando se dirigía hacia mí, y disparé en el momento<br />

en que él me estaba apuntando?<br />

-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> haberos batido<br />

con él, caballero War<strong>de</strong>s? Yo, lo confieso, sospecho<br />

que le habéis asesinado. ¡Oh, no gritéis!<br />

¡Habéis disparado vuestros tres tiros, y su pistola<br />

está cargada! ¡Habéis muerto su caballo, y<br />

él, Guiche, uno <strong>de</strong> los más excelentes tiradores<br />

<strong>de</strong> Francia, no os ha tocado ni a vos ni a vuestro<br />

caballo! Francamente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, habéis


hecho muy mal en traerme aquí; toda esa sangre<br />

se me ha subido a la cabeza, estoy algo<br />

ebrio, y creo, por mi honor, que voy a saltaros<br />

la tapa <strong>de</strong> los sesos. : ¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, encomendad<br />

a Dios vuestra alma!<br />

-No creo que penséis en cometer tal<br />

atentado, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />

-Al contrario, pienso en ello muy <strong>de</strong><br />

veras.<br />

-¿Seríais capaz <strong>de</strong> asesinarme? -Sin remordimiento,<br />

por ahora al menos.<br />

-¿Sois hidalgo?<br />

-He sido paje, y por tanto he tenido que<br />

hacer mis pruebas.<br />

-Dejadme entonces <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la vida.<br />

-Para que hagáis conmigo lo que habéis<br />

hecho con el pobre Guiche.<br />

Y, levantando Manicamp la pistola, la<br />

<strong>de</strong>tuvo con el brazo extendido y el ceño fruncido<br />

a la altura <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

War<strong>de</strong>s no intentó ni ponerse en fuga,<br />

pues estaba enteramente aterrado.


Entonces, en medio <strong>de</strong> aquel espantoso<br />

silencio <strong>de</strong> un instante, que a War<strong>de</strong>s le pareció<br />

un siglo, se oyó un suspiro.<br />

-¡Oh! -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-. ¡Vive,<br />

vive! ¡Señor <strong>de</strong> Guiche, que quieren asesinarme!<br />

Manicamp retrocedió, y el con<strong>de</strong> se incorporó<br />

con gran trabajo sobre una mano entre<br />

ambos jóvenes. Manicamp arrojó la pistola a<br />

diez pasos, y cogió a su amigo lanzando un<br />

grito <strong>de</strong> alegría.<br />

War<strong>de</strong>s enjugóse la frente, bañada en<br />

sudor frío.<br />

-Ya era tiempo -murmuró.<br />

-¿Qué tenéis? -preguntó Manicamp a<br />

Guiche-. ¿Dón<strong>de</strong> estáis herido?<br />

Guiche mostró su mano mutilada y su<br />

pecho ensangrentado.<br />

-Con<strong>de</strong> -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-;<br />

me acusan <strong>de</strong> que os he asesinado: ¡por Dios,<br />

<strong>de</strong>cir que he combatido lealmente.


-Así es -dijo con angustia el herido-; el<br />

señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s ha combatido noblemente, y<br />

el que dijera lo contrario tendría en mí un enemigo.<br />

-¡Eh, señor! -dijo Manicamp-. Ayudadme<br />

primero a transportar a este pobre mozo, y<br />

<strong>de</strong>spués os daré cuantas satisfacciones queráis,<br />

o si os corre <strong>de</strong>masiada prisa, hagamos otra<br />

cosa mejor; curemos aquí al con<strong>de</strong> con vuestro<br />

pañuelo y el mío, y ya que aún quedan dos balas<br />

por tirar, disparémoslas.<br />

-Gracias -dijo War<strong>de</strong>s-. En una hora he<br />

visto por dos veces la muerte muy <strong>de</strong> cerca; es<br />

<strong>de</strong>masiado fea la muerte, y prefiero vuestras<br />

excusas.<br />

Ambos jóvenes quisieron transportarlo;<br />

pero dijo que se sentía bastante fuerte para caminar<br />

por su pie. La bala le había roto el <strong>de</strong>do<br />

anular y el pequeño, y se había <strong>de</strong>slizado <strong>de</strong>spués<br />

sobre una costilla, pero sin interesar el<br />

pecho. De consiguiente, lo que había aniquilado


a Guiche era más bien el dolor que la gravedad<br />

<strong>de</strong> la herida.<br />

Manicamp pasóle su brazo por <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> un hombre, y War<strong>de</strong>s el suyo por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

otro, y lo condujeron así a Fontainebleau, a casa<br />

<strong>de</strong>l médico que había asistido en su lecho <strong>de</strong><br />

muerte al franciscano pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> Aramis.<br />

XX<br />

LA CENA DEL REY<br />

<strong>El</strong> rey, entretanto, se había sentado a la<br />

mesa, y la reunión poco numerosa <strong>de</strong> los convidados<br />

había tomado asiento a sus dos lados,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l a<strong>de</strong>mán acostumbrado para que se<br />

sentasen.<br />

En aquella época, si bien no estaba or<strong>de</strong>nada<br />

todavía la etiqueta como lo estuvo <strong>de</strong>spués,<br />

la Corte <strong>de</strong> Francia había roto ya con las<br />

tradiciones <strong>de</strong> naturalidad y afabilidad patriarcal<br />

que se observaban aún en tiempo <strong>de</strong> Enri-


que IV, y que el carácter receloso <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I<br />

había ido <strong>de</strong>sterrando paulatinamente, para<br />

reemplazarlos con maneras fastuosas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za,<br />

<strong>de</strong> que sentía en el alma no po<strong>de</strong>rse revestir.<br />

<strong>El</strong> rey comía, por tanto, en una mesita<br />

separada, que dominaba como la <strong>de</strong> un presi<strong>de</strong>nte<br />

las mesas inmediatas; hemos dicho mesita,<br />

y nos apresuramos a añadir que esa mesa<br />

era la mayor <strong>de</strong> todas.<br />

A<strong>de</strong>más, era la mesa en que se amontonaba<br />

mayor número <strong>de</strong> manjares distintos, pescados,<br />

caza, carnes, frutas, legumbres y conservas.<br />

<strong>El</strong> rey, joven y vigoroso, gran cazador,<br />

aficionado a toda clase <strong>de</strong> ejercicios violentos,<br />

tenía a<strong>de</strong>más ese calor natural <strong>de</strong> la sangre común<br />

a todos los Borbones, que hace perfectamente<br />

las digestiones y renueva el apetito.<br />

Luis XIV era un temible convidado,<br />

complacíase en criticar a sus cocineros; pero


cuando les hacía honor, ese honor era gigantesco.<br />

<strong>El</strong> rey principiaba por muchas clases <strong>de</strong><br />

sopa, sea reunidas en una especie <strong>de</strong> potaje, sea<br />

separadas; y solía entremezclar, o más bien separar<br />

cada una <strong>de</strong> estas sopas con un vaso <strong>de</strong><br />

vino añejo. Comía <strong>de</strong> prisa y con avi<strong>de</strong>z.<br />

Porthos, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio había<br />

aguardado por respeto a que Artagnan le hiciese<br />

una seña con el codo, viendo que el rey engullía<br />

con tan buen apetito, se volvió hacia el<br />

mosquetero, y, a media voz:<br />

-Me parece que po<strong>de</strong>mos comenzar dijo-;<br />

Su Majestad anima: mirad.<br />

-<strong>El</strong> rey come -dijo Artagnan-, pero habla<br />

al mismo tiempo; componeos <strong>de</strong> suerte que, si<br />

por casualidad os dirige la palabra, no os pille<br />

con la boca llena, porque sería <strong>de</strong>sgraciado.<br />

-Entonces, el mejor medio es no comer -<br />

contestó Porthos-; sin embargo, os confieso que<br />

tengo hambre, y todo esto <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> un olor tan<br />

rico, que halaga a la vez mi olfato y mi apetito.


-No vayáis a estaros sin comer -repuso<br />

Artagnan-, pues se incomodaría Su Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey acostumbra a <strong>de</strong>cir que el que come bien<br />

es señal <strong>de</strong> que trabaja bien, y no le place que<br />

an<strong>de</strong>n con repulgos a su mesa.<br />

-Pues si uno come, ¿cómo ha <strong>de</strong> evitar<br />

tener la boca llena? -dijo Porthos.<br />

-Tratáse simplemente -replicó el capitán<br />

<strong>de</strong> mosqueteros-, <strong>de</strong> engullir cuando el rey os<br />

haga el honor <strong>de</strong> dirigiros la palabra.<br />

-Muy bien.<br />

Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento, Porthos se<br />

puso a comer con un entusiasmo cortés.<br />

<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong> vez en cuando, dirigía una<br />

mirada al grupo, y, como inteligente, apreciaba<br />

las disposiciones <strong>de</strong> su convidado.<br />

-¡Señor Du-Vallon! -dijo. Porthos se<br />

hallaba a la sazón ocupado con un salmonejo<br />

<strong>de</strong> liebre, <strong>de</strong> la cual engullía media rabadilla.<br />

Su nombre, dicho <strong>de</strong> aquel modo, le cogió <strong>de</strong><br />

improviso, y con un vigoroso esfuerzo <strong>de</strong> gaznate,<br />

se tragó cuanto tenía en la boca.


-¡Majestad! -dijo Porthos con voz apagada,<br />

pero bastante inteligible.<br />

-Que pasen al señor Du-Vallon estos<br />

solomillos <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro. ¿Os gustan los bocados<br />

tiernos, señor Du-Vallon?<br />

-Señor, a mí me gusta todo -contestó<br />

Porthos.<br />

Y Artagnan le dijo al oído: -Todo lo que<br />

me envía Vuestra Majestad.<br />

Porthos repitió:<br />

-Todo lo que me envíe Vuestra Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey hizo con la cabeza una señal <strong>de</strong><br />

satisfacción.<br />

-Cuando se come bien, es señal <strong>de</strong> que<br />

se trabaja bien -repuso el rey, asombrado <strong>de</strong><br />

tener frente a sí un gastrónomo <strong>de</strong> la fuerza <strong>de</strong><br />

Porthos.<br />

Porthos recibió la fuente <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro, y<br />

se echó una parte en su plato.<br />

-¿Qué tal? -preguntó el rey.


-¡Exquisito! -dijo Porthos tranquilamente.<br />

-¿Hay carneros tan finos en vuestra<br />

provincia, señor Du-Vallon? -prosiguió el rey.<br />

-Majestad -dijo Porthos-, creo que en mi<br />

provincia, como en todas partes, lo mejor que<br />

hay es <strong>de</strong>l rey; pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no como el<br />

cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la manera que lo come Vuestra Majestad.<br />

-¡Ah, ah! ¿Pues cómo lo coméis?<br />

-Ordinariamente me hago a<strong>de</strong>rezar un<br />

cor<strong>de</strong>ro entero.<br />

-¡Entero!<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Y <strong>de</strong> qué modo?<br />

-Del siguiente: mi cocinero, que es un<br />

bergante alemán, Majestad; mi cocinero rellena<br />

el cor<strong>de</strong>ro en cuestión <strong>de</strong> pequeñas salchichas,<br />

que hace venir <strong>de</strong> Estrasburgo, <strong>de</strong> albondiguillas,<br />

que se hace traer <strong>de</strong> Troyes, y <strong>de</strong><br />

cogujadas, que hace venir <strong>de</strong> Pithiviers; <strong>de</strong>spués,<br />

no sé por qué medio, <strong>de</strong>shuesa el cor<strong>de</strong>ro,


como podría hacerlo con un ave, <strong>de</strong>jándole el<br />

pellejo, que forma alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l animal una<br />

costra tostada. Cuando se le corta en gran<strong>de</strong>s<br />

lonja como pudiera hacerse con un gran salchichón,<br />

suelta un jugo <strong>de</strong> color <strong>de</strong> rosa, que es a<br />

la vez agradable a la vista y exquisito al paladar.<br />

Y Porthos hizo chascar su lengua. <strong>El</strong> rey<br />

abrió enormemente sus ojos, haciéndose plato<br />

con unos faisanes en adobo que le presentaron.<br />

-Es bocado que querría comer, señor<br />

Du-Vallon –dijo-. ¿Conque el cor<strong>de</strong>ro entero?<br />

-Entero, sí, Majestad.<br />

-Estos faisanes al señor Du-Vallon; veo<br />

que es un buen aficionado. La or<strong>de</strong>n fue cumplida.<br />

Volviendo en seguida al cor<strong>de</strong>ro:<br />

-¿Y no tiene <strong>de</strong>masiada grasa? -dijo.<br />

-No, Majestad; las grasas caen al mismo<br />

tiempo que el jugo, y sobrenadan; entonces, mi<br />

trinchante las recoge con una cuchara <strong>de</strong> plata<br />

que he mandado hacer a propósito.


-¿Y residís ... ? -preguntó el<br />

rey.<br />

-En Pierrefonds, Majestad.<br />

-¿En Pierrefonds? ¿Hacia dón<strong>de</strong> está,<br />

señor Du-Vallon? ¿Del lado <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />

-¡Ah! No, Majestad; Pierrefonds está en<br />

el Soissons.<br />

-Creía que me hablabais <strong>de</strong> esos cor<strong>de</strong>ros<br />

a causa <strong>de</strong> los prados salados.<br />

-No, Majestad; tengo prados que no son<br />

salados, mas no por eso son peores.<br />

<strong>El</strong> rey acometió a los entremeses, pero<br />

sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista a Porthos, que continuaba<br />

engullendo -a más y mejor.<br />

-Tenéis buen apetito, señor Du-Vallon -<br />

repuso-, y hacéis un excelente convidado.<br />

-¡Oh! A fe mía, si Vuestra Majestad viniese<br />

alguna vez a Pierrefonds, nos comeríamos<br />

muy bien un carnero mano a mano, pues tampoco<br />

os falta el apetito.


Artagnan le arrimó a Porthos un buen<br />

pisotón por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mesa. Porthos se puso<br />

encarnado.<br />

-En la edad feliz <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />

dijo Porthos para reparar su torpeza-, era yo<br />

mosquetero, y nadie podía conseguir hartarme.<br />

Vuestra Majestad tiene un excelente apetito,<br />

como tenía el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir hace poco, pero<br />

elige con <strong>de</strong>masiada <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za para que se le<br />

pueda llamar un comilón.<br />

<strong>El</strong> rey pareció encantado <strong>de</strong> la cortesanía<br />

<strong>de</strong> su antagonista.<br />

-¿Cataréis estas cremas? -preguntó a<br />

Porthos.<br />

-Vuestra Majestad me trata <strong>de</strong>masiado<br />

bien para que no le diga francamente lo que<br />

siento.<br />

-Decid, señor Du-Vallon.<br />

-Pues bien, Majestad, en materia <strong>de</strong> repostería,<br />

estoy por los pasteles, y aun esos los<br />

quiero que estén bien compactos; todas esas golosinas<br />

me hinchan el estómago, y llenan un


lugar que consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>masiado preciso para<br />

ocuparlo tan mal.<br />

-¡Ah, señores! -dijo el rey señalando a<br />

Porthos-. Ahí tenéis al verda<strong>de</strong>ro mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong><br />

gastronomía. Así comían nuestros antepasados,<br />

que sabían lo que era comer, mientras que nosotros<br />

no hacemos más que pellizcar.<br />

Y, diciendo esto, tomó un plato <strong>de</strong> pechugas<br />

<strong>de</strong> ave mezcladas con jamón.<br />

Porthos, por su parte, embistió a una<br />

tartera <strong>de</strong> perdigones y codornices.<br />

<strong>El</strong> copero llenó el vaso <strong>de</strong> Su Majestad.<br />

-Echa <strong>de</strong> mi vino al señor Du-Vallon -<br />

dijo el rey.<br />

Era aquél uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s honores <strong>de</strong><br />

la mesa real.<br />

Artagnan dio con la rodilla a su amigo.<br />

-Si podéis comer la mitad sólo <strong>de</strong> esa<br />

cabeza <strong>de</strong> jabalí que veo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí -dijo a<br />

Porthos-, os presagio que seréis duque y par<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un año.


-Probaré hacerlo -contestó Porthos con<br />

la mayor calma.<br />

No tardó en tocarle el turno a la cabeza<br />

<strong>de</strong> jabalí, pues el rey experimentaba placer en<br />

alentar a su magnífico convidado, y no enviaba<br />

manjar a Porthos que no hubiese probado antes<br />

él mismo: así, pues, probó la cabeza <strong>de</strong> jabalí.<br />

Porthos mostróse buen jugador; en vez <strong>de</strong> comerse<br />

la mitad <strong>de</strong> la cabeza, como había dicho<br />

Artagnan se comió las tres cuartas partes.<br />

-Es imposible -dijo el rey en voz baja-,<br />

que un caballero que come tan bien todos los<br />

días y con tan buenos dientes, no sea el hombre<br />

más honrado <strong>de</strong> mi reino.<br />

-¿Oís? -preguntó Artagnan a su amigo al<br />

oído.<br />

-Sí, creo que gozo <strong>de</strong> algún favor -dijo<br />

Porthos balanceándose en su silla.<br />

-¡Oh! ¡Tenéis el viento en popa! ¡Sí, sí!<br />

<strong>El</strong> rey y Porthos continuaron comiendo<br />

<strong>de</strong> aquella suerte con gran satisfacción <strong>de</strong> los<br />

convidados, algunos <strong>de</strong> los cuales habían inten-


tado seguirles por emulación, pero tuvieron<br />

que renunciar a ello a lo mejor.<br />

<strong>El</strong> rey se iba poniendo encarnado, y la<br />

reacción <strong>de</strong> la sangre al rostro manifestaba ya el<br />

principio <strong>de</strong> la plenitud.<br />

Entonces era cuando Luis XIV, en vez<br />

<strong>de</strong> cobrar alegría, como suce<strong>de</strong> a todos los bebedores,<br />

fruncía el ceño y poníase taciturno.<br />

Porthos, por el contrario, se volvía alegre<br />

y expansivo.<br />

<strong>El</strong> pie <strong>de</strong> Artagnan hubo <strong>de</strong> recordarle<br />

más <strong>de</strong> una vez aquella particularidad.<br />

Sirviéronse los postres.<br />

<strong>El</strong> rey no pensaba ya en Porthos. Dirigía<br />

sus ojos hacia la puerta <strong>de</strong> entrada, y se le oyó<br />

preguntar más <strong>de</strong> una vez por qué tardaba tanto<br />

en venir el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan. Al fin, en<br />

el instante en que Su Majestad terminaba un<br />

tarro <strong>de</strong> dulce <strong>de</strong> ciruela, con gran suspiro, se<br />

presentó el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan. De pronto<br />

brillaron los ojos <strong>de</strong> Su Majestad, que se habían<br />

ido apagando poco a poco.


<strong>El</strong> con<strong>de</strong> dirigióse a la mesa <strong>de</strong>l rey, y al<br />

acercarse se levantó Luis XIV.<br />

Todo el mundo se puso en pie, hasta el mismo<br />

Porthos, que daba fin a un almendrado capaz<br />

<strong>de</strong> pegar una contra otra las dos quijadas <strong>de</strong> un<br />

cocodrilo.<br />

La cena había terminado.<br />

XXI<br />

DESPUÉS DE CENAR<br />

<strong>El</strong> rey tomó <strong>de</strong>l brazo a Saint Aignan, y<br />

pasó a la cámara inmediata.<br />

-¡Cuánto has tardado, con<strong>de</strong>! -dijo el<br />

rey.<br />

-Traigo la contestación, Majestad -<br />

respondió el con<strong>de</strong>.<br />

-¿Pues tanto tiempo ha sido preciso para<br />

contestar a lo que le escribí?<br />

-Vuestra Majestad tuvo a bien escribirle<br />

unos versos; la señorita <strong>de</strong> La Valliére ha que-


ido pagar al rey en la misma moneda, esto es,<br />

en oro!<br />

-¡Versos, Saint-Aignan!. .. -exclamó el<br />

rey-. Dame, dame.<br />

Y Luis rompió el sobre <strong>de</strong> una cartita<br />

que contenía efectivamente unos versos, que la<br />

historia nos ha conservado, y que son mejores<br />

en intención que <strong>de</strong> estructura.<br />

Tales como eran, sin embargo. entusiasmaron<br />

al rey, el cual manifestó su alegría<br />

con transportes nada equívocos; pero el silencio<br />

general advirtió a Luis, tan escrupuloso en<br />

punto al bien parecer, que su contento podría<br />

dar lugar a interpretaciones.<br />

Volvióse entonces y se puso el billete en<br />

el bolsillo. Dando en seguida un paso que le<br />

acercó al umbral <strong>de</strong> la puerta que comunicaba<br />

con la sala don<strong>de</strong> permanecían los convidados:<br />

-Señor Du-Vallon -dijo-, os he visto con<br />

el mayor placer y os volveré a ver con el mismo.


Porthos se inclinó, como hubiera hecho<br />

el coloso <strong>de</strong> Rodas, y salió a reculones.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan -prosiguió el rey-,<br />

esperaréis mis ór<strong>de</strong>nes en la galería; os agra<strong>de</strong>zco<br />

que me hayáis dado a conocer al señor<br />

Du-Vallón... Señores, mañana vuelvo a París<br />

por la salida <strong>de</strong> los embajadores <strong>de</strong> España y<br />

Holanda. De modo que hasta mañana.<br />

La sala quedó al punto vacía.<br />

<strong>El</strong> rey cogió <strong>de</strong>l brazo a Saint Aignan, y<br />

le hizo volver a leer los versos <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére.<br />

-¿Qué te parecen? -le preguntó.<br />

-¡Encantadores, Majestad!<br />

-Me encantan, en efecto, y si fuesen conocidos...<br />

-¡Oh! Sentirían envidia los poetas; pero<br />

no los conocerán.<br />

-¿Le diste los míos?<br />

-¡Oh! ¡Majestad, parecía <strong>de</strong>vorarlos con<br />

los ojos!<br />

-Temo que fueran flojos.


-No ha dicho eso la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¿Crees que hayan sido <strong>de</strong> su gusto?<br />

-Estoy cierto <strong>de</strong> ello, Majestad.<br />

-Entonces, tendré que contestar.<br />

-¡Cómo, Majestad!<br />

-¿Ahora?... ¿Después <strong>de</strong> comer?... Vuestra<br />

Majestad se fatigará <strong>de</strong>masiado.<br />

-Creo que tienes razón; es nocivo el estudio<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar.<br />

-Y sobre todo el trabajo <strong>de</strong>l poeta; luego,<br />

en este momento se hallan muy ocupados los<br />

ánimos en la habitación <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére, como en la <strong>de</strong> todas esas damas.<br />

-¿Con qué motivo?<br />

-A causa <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>sgraciado<br />

Guiche.<br />

-¡Ah, Dios mío! ¿Le ha sucedido alguna<br />

<strong>de</strong>sgracia?<br />

-Sí, Majestad; le han llevado una mano,<br />

tiene atravesado el pecho, y está agonizando.<br />

-¡Dios mío! ¿Y quién te ha dicho eso?


-Manicamp lo ha traído hace poco a casa<br />

<strong>de</strong> un médico <strong>de</strong> Fontainebleau, y se ha esparcido<br />

la noticia.<br />

-¡De modo que lo han tenido que traer!<br />

¡Pobre Guiche! ¿Y cómo le ha sucedido eso?<br />

-Ahí está, Majestad. ¿Cómo le ha sucedido?<br />

-Dices eso con un aire singular, Saint-<br />

Aignan. Dame <strong>de</strong>talles. ¿Qué dice él?<br />

-Guiche no dice nada, Majestad, sino los<br />

otros.<br />

-¿Qué otros?<br />

-Los que le han traído, Majestad.<br />

-¿Y quiénes son?<br />

-Lo ignoro, Majestad, pero el señor <strong>de</strong><br />

Manicamp lo sabe. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Manicamp es<br />

amigo suyo.<br />

-Como todo el mundo -dijo el rey.<br />

-¡Oh, no! -replicó Saint-Aignan-. Estáis<br />

en un error, Majestad, porque no todo el mundo<br />

es amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¿Cómo lo sabes?


-¿Quiere Vuestra Majestad que me explique?<br />

-Lo quiero.<br />

-Pues bien, Majestad, creo haber oído<br />

hablar <strong>de</strong> una contienda entre dos gentileshombres.<br />

-¿Cuándo?<br />

-Esta misma noche, antes <strong>de</strong> cenar Vuestra<br />

Majestad.<br />

-Eso no prueba nada. He hecho publicar<br />

or<strong>de</strong>nanzas tan severas contra el duelo, que<br />

creo nadie se ; habrá atrevido a contravenirlas.<br />

-¡Por eso, Dios me libre <strong>de</strong> acusar a nadie!<br />

-exclamó Saint-Aignan-. Pero como Vuestra<br />

Majestad me ha or<strong>de</strong>nado hablar, he hablado.<br />

-Dime, pues, cómo ha sido herido el<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Majestad, dicen que estando al acecho.<br />

-¿Esta noche?<br />

-Esta noche.


-Cercenada una mano y el pecho atravesado.<br />

. . ¿Quién estaba al acecho con el señor <strong>de</strong><br />

Guiche?<br />

-No sé, Majestad... Mas, el señor <strong>de</strong> Manicamp<br />

lo sabe, o <strong>de</strong>be saberlo.<br />

-Algo me ocultas, Saint-Aignan.<br />

-Nada, Majestad, nada.<br />

-Entonces, explícame cómo ha sucedido<br />

el acci<strong>de</strong>nte. ¿Ha reventado algún mosquete?<br />

-Muy bien pudiera ser. Aunque, reflexionándolo<br />

bien, no, Majestad, porque se ha<br />

encontrado al lado <strong>de</strong> Guiche su pistola todavía<br />

cargada.<br />

-¡Su pistola! Pues me parece que no se<br />

va al acecho con pistola.<br />

-También dicen que han matado el caballo<br />

<strong>de</strong> Guiche, y que está todavía su cadáver en<br />

el claro <strong>de</strong>l bosque.<br />

-Pues qué, ¿va Guiche al acecho a caballo?<br />

Saint-Aignan, no comprendo nada <strong>de</strong> lo<br />

que me dices. ¿Dón<strong>de</strong> ha sucedido eso?<br />

-En el bosque Rochin, en la rotonda.


-Bien. Llama al señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

Obe<strong>de</strong>ció Saint-Aignan, y entró el mosquetero.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el rey-. Saldréis<br />

ahora mismo por la portecilla <strong>de</strong> la escalera<br />

particular.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-Montaréis a caballo.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-E iréis a la rotonda <strong>de</strong>l bosque Rochin.<br />

¿Conocéis el sitio?<br />

-Me he batido allí dos veces, Majestad.<br />

-¡Cómo! -exclamó el rey aturdido con<br />

aquella respuesta.<br />

-Majestad, en tiempo <strong>de</strong> los edictos <strong>de</strong>l<br />

señor car<strong>de</strong>nal <strong>de</strong> Richelieu -repuso Artagnan<br />

con su calma ordinaria.<br />

-Eso es diferente, señor. Iréis, pues, allá,<br />

y examinaréis <strong>de</strong>tenidamente el sitio. Allí ha<br />

sido herido un hombre, y encontraréis un caballo<br />

muerto. Vendréis a <strong>de</strong>cirme lo que pensáis<br />

<strong>de</strong> ese suceso.


-Bien, Majestad.<br />

-Excuso <strong>de</strong>ciros que quiero saber vuestra<br />

opinión particular, y no la <strong>de</strong> los otros.<br />

-La tendréis <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una hora, Majestad.<br />

-Os prohíbo terminantemente hablar<br />

con nadie.<br />

-¿Excepto con el que me haya <strong>de</strong> proveer<br />

<strong>de</strong> una linterna -dijo Artagnan.<br />

-Se entien<strong>de</strong> -contestó el rey, riendo <strong>de</strong><br />

aquella libertad, que sólo toleraba a su capitán<br />

<strong>de</strong> mosqueteros.<br />

Artagnan salió por la escalerilla. -Ahora,<br />

que llamen a mi médico -añadió Luis.<br />

Diez minutos <strong>de</strong>spués llegaba <strong>de</strong>salado<br />

el médico <strong>de</strong>l rey.<br />

-Señor -le dijo el rey-, vais a trasladaros<br />

con el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan adon<strong>de</strong> éste os<br />

conduzca, y me daréis cuenta <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong>l herido<br />

que veréis en la casa adon<strong>de</strong> vais.


<strong>El</strong> médico obe<strong>de</strong>ció sin replicar, como se<br />

principiaba ya en aquella época a obe<strong>de</strong>cer a<br />

Luis XIV, y salió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-Vos, Saint-Aignan, enviadme a Manicamp<br />

antes <strong>de</strong> que el médico haya podido<br />

hablarle.<br />

Saint-Aignan salió a su vez.<br />

XX<strong>II</strong><br />

CÓMO DESEMPEÑÓ ARTAGNAN LA MI-<br />

SIÓN QUE EL REY LE CONFIARA<br />

En tanto que el rey tomaba. estas últimas<br />

disposiciones para averiguar la verdad,<br />

Artagnan, sin per<strong>de</strong>r un instante, corría a las<br />

caballerizas, <strong>de</strong>scolgaba la linterna, ensillaba<br />

por sí mismo el caballo, y encaminábase al sitio<br />

indicado por Su Majestad.<br />

En cumplimiento <strong>de</strong> su .promesa, no<br />

había visto ni encontrado a nadie y, como<br />

hemos dicho, había llegado su escrúpulo hasta


hacer, sin ayuda <strong>de</strong> los mozos <strong>de</strong> cuadra y <strong>de</strong><br />

los palafreneros, lo que tenía que hacer.<br />

Nuestro hombre era <strong>de</strong> aquellos que en los<br />

momentos difíciles se jactan <strong>de</strong> redoblar su<br />

propio valor.<br />

En cinco minutos <strong>de</strong> galope llegó al<br />

bosque, ató el caballo al primer árbol que encontró,-<br />

y penetró a pie hasta el claro.<br />

Principió entonces a recorrer a pie, y la<br />

linterna en mano, toda la superficie <strong>de</strong> la rotonda;<br />

fue, vino, midió, examinó, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

media hora <strong>de</strong> exploración, volvió a tomar en<br />

silencio su caballo, y regresó reflexionando y al<br />

paso a Fontainebleau.<br />

Luis esperaba en su gabinete. Hallábase<br />

solo, y trazaba sobre un papel varios renglones,<br />

que Artagnan vio al primer golpe que eran <strong>de</strong>siguales<br />

y tenían muchos tachones.<br />

Dedujo, por lo tanto, que <strong>de</strong>bían ser<br />

versos.<br />

Levantó Luis la cabeza y vio a Artagnan.


-¡Hola, señor! -le dijo-. ¿Me traéis noticias?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Qué habéis visto?<br />

-Os diré lo probable, Majestad -contestó<br />

Artagnan.<br />

-Es que lo que os pedí era lo cierto.<br />

-Procuraré aproximarme a ello cuanto<br />

pueda: el tiempo era a propósito para investigaciones<br />

<strong>de</strong> la clase <strong>de</strong> las que acabo <strong>de</strong> hacer;<br />

esta noche ha llovido, y los caminos se hallan<br />

húmedos.<br />

-Al hecho, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-Vuestra Majestad me dijo que había un<br />

caballo muerto en la encrucijada <strong>de</strong>l bosque<br />

Rochin, y <strong>de</strong> consiguiente, principié por examinar<br />

los caminos. Digo les caminos, porque son<br />

cuatro los que conducen a la encrucijada. <strong>El</strong> que<br />

seguí era el único que presentaba huellas recientes,<br />

y vi que habían pasado por él dos caballos,<br />

uno al lado <strong>de</strong>l otro, porque las ocho patas<br />

estaban claramente marcadas en el lodo. Uno


<strong>de</strong> los jinetes llevaba más prisa que el otro,<br />

pues las pisadas <strong>de</strong> su caballo llevan a las <strong>de</strong>l<br />

otro una distancia <strong>de</strong> medio cuerpo <strong>de</strong> caballo.<br />

-Entonces, ¿estáis seguro <strong>de</strong> que son dos<br />

los que han ido? -dijo el rey.<br />

-Sí, Majestad; los caballos son dos excelentes<br />

animales, <strong>de</strong> paso igual, acostumbrados<br />

a la maniobra, porque han vuelto en perfecta<br />

oblicua la palizada <strong>de</strong> la rotonda.<br />

-¿Y qué más, señor?<br />

-Allí han <strong>de</strong>bido estar los jinetes un<br />

momento para arreglar sin duda las condiciones<br />

<strong>de</strong>l combate; los caballos se impacientaban.<br />

Uno <strong>de</strong> los jinetes hablaba, el otro escuchaba,<br />

contentándose sólo con respon<strong>de</strong>r. Su caballo<br />

piafaba, lo cual prueba que absorto el jinete en<br />

escuchar, le tuvo suelta la brida.<br />

-¿Conque hubo combate?<br />

-Indudablemente.<br />

-Continuad, que sois buen observador.<br />

-Uno <strong>de</strong> los jinetes quedóse en su sitio,<br />

el que escuchaba; el otro atravesó el claro y fue


a colocarse primero enfrente <strong>de</strong> su adversario.<br />

Entonces, el que se quedó en el puesto atravesó<br />

a galope la rotonda hasta dos tercios <strong>de</strong> su longitud,<br />

creyendo marchar contra su enemigo;<br />

pero éste había seguido la circunferencia <strong>de</strong>l<br />

bosque.<br />

-Los nombres los ignoráis, ¿no es así?<br />

-Enteramente, Majestad. Únicamente<br />

puedo afirmar que el que siguió la circunferencia<br />

<strong>de</strong>l espeso bosque montaba un caballo negro.<br />

-¿Cómo sabéis eso?<br />

-Porque se han quedado algunas crines<br />

<strong>de</strong> su cola entre los espinos que guarnecen las<br />

orillas <strong>de</strong>l foso.<br />

-Continuad.<br />

-En cuanto al otro caballo, poco trabajo<br />

me costó tomar sus señas, puesto que quedó<br />

muerto en el campo <strong>de</strong> batalla.<br />

-¿Y cómo han muerto ese caballo?<br />

-De un balazo que le atraviesa la cabeza.


-¿Y era esa bala <strong>de</strong> pistola o <strong>de</strong> escopeta?<br />

-De pistola, Majestad. Por lo <strong>de</strong>más, la<br />

herida <strong>de</strong>l caballo me ha hecho saber la táctica<br />

<strong>de</strong>l que lo mató. Este había seguido la circunferencia<br />

<strong>de</strong>l bosque, a fin <strong>de</strong> tener a su adversario<br />

<strong>de</strong> costado. A<strong>de</strong>más, he seguido sus<br />

pisadas sobre la hierba.<br />

-¿Las pisadas <strong>de</strong>l caballo negro?<br />

-<strong>El</strong> mismo, Majestad. -Seguid, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan.<br />

-Ya que conoce Vuestra Majestad la posición<br />

<strong>de</strong> los dos adversarios, <strong>de</strong>jaré al jinete<br />

que se mantuvo estacionario para ocuparme<br />

<strong>de</strong>l que partió al galope.<br />

-Corriente.<br />

-<strong>El</strong> caballo <strong>de</strong>l jinete que daba la carga<br />

quedó muerto en el acto. -¿Y cómo lo sabéis?<br />

-<strong>El</strong> jinete no tuvo tiempo <strong>de</strong> echar pie a<br />

tierra, y cayó con él. He visto la huella <strong>de</strong> su<br />

pierna, que hubo <strong>de</strong> sacar con bastante esfuerzo


<strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l caballo. La espuela, oprimida con<br />

el peso <strong>de</strong>l animal, hizo un surco en la tierra.<br />

-Bien. ¿Y qué hizo al incorporarse?<br />

-Ir <strong>de</strong>recho a su adversario.<br />

-¿Qué continuaba colocado en la lin<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>l bosque?<br />

-Sí, Majestad. Luego que llegó a distancia<br />

conveniente... paróse sólidamente ... Sus<br />

dos talones están marcados uno junto al otro...<br />

Disparó, y erró el tiro.<br />

-¿Y cómo sabéis que fue herido?<br />

-Porque hallé el sombrero agujereado<br />

por una bala.<br />

-¡ Ah, una prueba! -exclamó el rey.<br />

-Insuficiente. Majestad -repuso con<br />

frialdad Artagnan-: es un sombrero sin letras y<br />

sin armas: una pluma encarnada, como la <strong>de</strong> un<br />

sombrero cualquiera, y ni aun el galón tiene<br />

nada <strong>de</strong> particular.<br />

-¿Y el hombre <strong>de</strong>l sombrero agujereado<br />

disparó un segundo tiro?


-¡Oh Majestad! Ya había disparado sus<br />

dos tiros.<br />

-¿Cómo lo sabéis?<br />

-He encontrado los tacos <strong>de</strong> la pistola.<br />

-Y la bala que no mató al animal,<br />

¿adón<strong>de</strong> fue a parar?<br />

-Cortó la pluma <strong>de</strong>l sombrero <strong>de</strong> la persona<br />

a quien iba dirigida, y fue a dar en un pequeño<br />

álamo blanco al otro lado <strong>de</strong>l claro.<br />

-Entonces, el hombre <strong>de</strong>l animal negro<br />

quedó <strong>de</strong>sarmado, mientras que a su adversario<br />

le quedaba un tiro todavía.<br />

-Majestad, en tanto que el jinete <strong>de</strong>smontado<br />

se levantaba, el otro volvió a cargar su<br />

arma, sólo que <strong>de</strong>bía hallarse muy turbado al<br />

hacer esta operación, pues le temblaba la mano.<br />

-¿Cómo sabéis eso?<br />

-La mitad <strong>de</strong> la carga cayó al suelo, y el<br />

que cargaba tiró la baqueta para no per<strong>de</strong>r<br />

tiempo en volverla a poner en su sitio.<br />

-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan, es maravilloso<br />

cuanto me estáis diciendo!


-No es más que efecto <strong>de</strong> la observación;<br />

cualquier explorador habría hecho lo ,propio.<br />

-Se ve la escena sólo con oíros. -La he<br />

reconstruido en mi espíritu con muy cortas<br />

variaciones.<br />

-Ahora, volvamos al jinete <strong>de</strong>smontado.<br />

¿Decíais que marchaba contra su enemigo,<br />

mientras que éste volvía a cargar su pistola?<br />

-Sí, pero en el momento mismo que estaba<br />

apuntando, disparó el otro.<br />

-¡Oh! -murmuró el rey-. ¿Y el tiro?<br />

-<strong>El</strong> tiro hizo un estrago terrible, señor: el<br />

caballero <strong>de</strong>smontado cayó boca abajo, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber dado tres pasos mal seguros.<br />

-¿En qué parte fue herido?<br />

-En dos partes: primero en la mano <strong>de</strong>recha,<br />

y luego, <strong>de</strong>l mismo tiro, en el pecho.<br />

-¿Pero cómo podéis adivinar eso? -<br />

preguntó asombrado el rey.<br />

-¡Oh! Muy sencillamente: la culata <strong>de</strong> la<br />

pistola estaba ensangrentada, y se veía en ella<br />

la señal <strong>de</strong> la bala con los fragmentos <strong>de</strong> una


sortija rota. Por tanto, al herido le han <strong>de</strong> haber<br />

cercenado, según toda probabilidad, el <strong>de</strong>do<br />

anular y el pequeño.<br />

-En cuanto a la mano lo comprendo:<br />

pero, ¿y el pecho?<br />

-Majestad, había dos manchas <strong>de</strong> sangre<br />

a distancia <strong>de</strong> dos pies y medio una <strong>de</strong> otra. En<br />

una <strong>de</strong> las manchas estaba arrancada la hierba<br />

por la mano crispada, y en la otra sólo se hallaba<br />

la hierba aplastada por el peso <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

-¡Pobre Guiche! -exclamó el rey.<br />

-¡Ah! ¿Era el señor <strong>de</strong> Guiche? -dijo<br />

tranquilamente el mosquetero-. Ya me lo había<br />

sospechado yo, mas no me atrevía a <strong>de</strong>círselo a<br />

Vuestra Majestad.<br />

-¿Y por qué lo habéis sospechado?<br />

-Porque reconocí las armas <strong>de</strong> los<br />

Grammont en las pistoleras <strong>de</strong>l animal muerto.<br />

-¿Y creéis que la herida haya sido <strong>de</strong><br />

gravedad?


-De mucha, puesto que cayó casi en el<br />

mismo sitio; no obstante, ha podido retirarse<br />

andando sostenido por dos amigos.<br />

-¿Según eso le habéis hallado al volver?<br />

-No; pero he observado las pisadas <strong>de</strong><br />

tres hombres; el hombre <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha y el <strong>de</strong> la<br />

izquierda caminaban fácilmente; pero el <strong>de</strong> en<br />

medio tenía el paso pesado, y a<strong>de</strong>más iba <strong>de</strong>jando<br />

un rastro <strong>de</strong> sangre.<br />

-Ya que habéis visto el combate en términos<br />

<strong>de</strong> no habérseos escapado ninguna circunstancia,<br />

<strong>de</strong>cidme dos palabras <strong>de</strong>l adversario<br />

<strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Ah! Majestad, no le conozco.<br />

-¿Vos que habéis mostrado tan maravillosa<br />

perspicacia?<br />

-Sí, Majestad -dijo Artagnan-; todo lo he<br />

visto, pero no digo todo lo que veo, y puesto<br />

que el pobre diablo ha conseguido escapar, permítame<br />

Vuestra Majestad <strong>de</strong>cirle que no seré<br />

yo quien lo <strong>de</strong>nuncie.


-Sin embargo, caballero, el que se bate<br />

en duelo es un culpable. -No para mí, Majestad<br />

-dijo fríamente Artagnan.<br />

-¡Señor! -gritó el rey-. ¿Sabéis lo que<br />

estáis diciendo?<br />

-Perfectamente, Majestad. ¡Pero qué<br />

quiere Vuestra Majestad! Para mí, un hombre<br />

que se bate bien es un valiente. Esa es mi opinión.<br />

Vos podéis tener otra; es natural, pues,<br />

sois el amo.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan, he or<strong>de</strong>nado, sin<br />

embargo...<br />

Artagnan interrumpió al rey con un<br />

a<strong>de</strong>mán respetuoso.<br />

-Me habéis or<strong>de</strong>nado ir a tomar informes<br />

sobre un combate, señor; y os los he traído.<br />

Si me mandáis que prenda al adversario <strong>de</strong>l<br />

señor <strong>de</strong> Guiche, obe<strong>de</strong>ceré; mas no me mandéis<br />

que le <strong>de</strong>nuncie, porque entonces me veré<br />

en la precisión <strong>de</strong> no obe<strong>de</strong>ceros.<br />

-Pues bien, pren<strong>de</strong>dle. -Nombrádmelo,<br />

Majestad. Luis hirió el suelo con el pie.


Luego, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> reflexión:<br />

-Tenéis diez... veinte... cien veces razón -<br />

dijo.<br />

-Tal creo, Majestad; y me alegro en el<br />

alma que sea esa también vuestra opinión.<br />

-Una palabra tan sólo... ¿Quién ha prestado<br />

auxilio a Guiche?<br />

-Lo ignoro.<br />

-Me habéis hablado <strong>de</strong> dos hombres; <strong>de</strong><br />

consiguiente, habría testigos.<br />

-No ha habido testigo ninguno... Hay<br />

más aún, pues así que cayó el señor <strong>de</strong> Guiche,<br />

su adversario huyó sin darle siquiera auxilio.<br />

-¡Miserable!<br />

-¡Toma! Ese es el efecto <strong>de</strong> vuestras or<strong>de</strong>nanzas.<br />

<strong>El</strong> hombre que se ha batido bien y<br />

logra escapar <strong>de</strong> una muerte, hará cuanto sea<br />

posible por librarse <strong>de</strong> otra. Está muy presente<br />

el ejemplo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Boutteville... ¡Caray!<br />

-Y entonces se convierte en cobar<strong>de</strong>.<br />

-No; se convierte en pru<strong>de</strong>nte.


-¿Y <strong>de</strong>cís que huyó?<br />

-Sí; y tan aprisa como le pudo llevar su<br />

caballo.<br />

-¿Hacia dón<strong>de</strong>?<br />

-Hacia el Palacio.<br />

-¿Y luego?<br />

-Luego, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

a Vuestra Majestad, llegaron dos hombres a<br />

pie, los cuales lleváronse al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¿Qué prueba tenéis <strong>de</strong> que esos hombres<br />

hayan llegado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l combate?<br />

-¡Ah! Una prueba manifiesta; en el momento<br />

<strong>de</strong>l combate acababa <strong>de</strong> cesar la lluvia, y<br />

el terreno, que no había tenido tiempo <strong>de</strong> absorberla,<br />

estaba bastante húmedo. Las huellas<br />

<strong>de</strong> los pies son profundas; pero terminado el<br />

combate, durante el tiempo que permaneció<br />

<strong>de</strong>smayado el señor <strong>de</strong> Guiche, la tierra se endureció,<br />

y las huellas habían <strong>de</strong> ser menos profundas.<br />

Luis dio una palmada en señal <strong>de</strong> admiración.


-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo-, sois en verdad<br />

el hombre más hábil <strong>de</strong> mi reino.<br />

-Eso mismo pensaba el señor <strong>de</strong> Richelieu,<br />

y lo <strong>de</strong>cía también el señor Mazarino, Majestad.<br />

-Ahora, nos falta ver si vuestra sagacidad<br />

se ha engañado.<br />

-¡Oh Majestad! <strong>El</strong> hombre se engaña:<br />

errare humanum est! -dijo filosóficamente el<br />

mosquetero.<br />

-Entonces, no pertenecéis a la humanidad,<br />

señor <strong>de</strong> Artagnan, porque creo que jamás<br />

os engañáis.<br />

-¿Vuestra Majestad <strong>de</strong>cía que lo veríamos?<br />

-Sí.<br />

-¿Y cómo?<br />

-He mandado llamar al señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />

y no tardará en llegar.<br />

-¿Y sabe el señor <strong>de</strong> Manicamp el secreto?


-Guiche no tiene secretos para el señor<br />

<strong>de</strong> Manicamp.<br />

Artagnan movió la cabeza.<br />

-Repito que nadie asistió al combate, y a<br />

menos que el señor <strong>de</strong> Manicamp sea alguno <strong>de</strong><br />

los hombres que le trajeron...<br />

-Silencio -or<strong>de</strong>nó el rey-, que ahí viene:<br />

quedaos ahí, y prestad oído.<br />

-Muy bien, Majestad -dijo el mosquetero.<br />

Casi al mismo tiempo vieron a Manicamp<br />

y a Saint-Aignan en el umbral <strong>de</strong> la puerta.<br />

XX<strong>II</strong>I<br />

AL ACECHO<br />

<strong>El</strong> rey hizo una señal al mosquetero y<br />

otra a Saint-Aignan.<br />

La señal era imperiosa y significativa:<br />

"¡Cuidado con hablar"! Artagnan se retiró, co-


mo soldado, a un rincón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho. Saint-<br />

Aignan, como favorito, se apoyó en el respaldo<br />

<strong>de</strong>l sillón <strong>de</strong>l rey.<br />

Manicamp, con la pierna <strong>de</strong>recha algo<br />

a<strong>de</strong>lante, la sonrisa en los labios, las manos<br />

blancas y finas, avanzó para hacer su reverencia<br />

al rey.<br />

<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>volvió el saludo con la cabeza.<br />

-Buenas noches, señor <strong>de</strong> Manicamp -le<br />

dijo.<br />

-¿Vuestra Majestad me ha hecho el<br />

honor <strong>de</strong> llamarme? -dijo Manicamp.<br />

-Os he llamado para que me refiráis<br />

todas las circunstancias <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado acci<strong>de</strong>nte<br />

ocurrido a Guiche.<br />

-¡Oh Majestad, qué doloroso!<br />

-¿Estábais allí?<br />

-Cuando ocurrió, no.<br />

-¿Pero llegasteis al lugar <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte<br />

algunos minutos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ocurrido éste?<br />

-Eso es, Majestad; una media hora <strong>de</strong>spués.


-¿Y dón<strong>de</strong> sucedió?<br />

-Me parece, Majestad, que el sitio se<br />

llama la rotonda <strong>de</strong>l bosque Rochin.<br />

-Si, el punto <strong>de</strong> cita para los cazadores.<br />

-Ese mismo, Majestad.<br />

-Pues bien, contadme lo que sepáis sobre<br />

ese acci<strong>de</strong>nte, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />

-Es que quizá esté ya enterado <strong>de</strong> él<br />

Vuestra Majestad, y temería molestarle con<br />

repeticiones.<br />

-No lo temáis.<br />

Manicamp echó una ojeada en torno<br />

suyo; no vio más que a Artagnan arrimado a la<br />

entabladura, sereno, benévolo, pacífico, y a<br />

Saint-Aignan, con quien había venido, y que<br />

seguía apoyado en el sillón <strong>de</strong>l rey con rostro<br />

igualmente afable.<br />

Así, pues, se <strong>de</strong>cidió a hablar.<br />

-Vuestra Majestad sabe -dijo- que en las<br />

cacerías son muy comunes los acci<strong>de</strong>ntes.<br />

-¿En las cacerías?


-Sí, en las cacerías; quiero <strong>de</strong>cir, cuando<br />

se caza al acecho.<br />

-¡Ah! ¿Ha sido estando <strong>de</strong> acecho cuando<br />

ocurrió el acci<strong>de</strong>nte?<br />

-Sí, Majestad -contestó Manicamp-. ¿Lo<br />

ignoraba acaso Vuestra Majestad?<br />

-Poco menos -dijo el rey con presteza,<br />

pues le repugnaba siempre mentir-. Y ¿<strong>de</strong>cís<br />

que el acci<strong>de</strong>nte ocurrió estando al acecho?<br />

-¡Ay! Sí, <strong>de</strong>sgraciadamente, Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey hizo una pausa.<br />

-¿Al acecho <strong>de</strong> qué animal? -preguntó.<br />

-Del jabalí, Majestad.<br />

-¿Y qué ocurrencia tuvo Guiche <strong>de</strong> irse<br />

solo al acecho <strong>de</strong> jabalíes? Ese es un ejercicio <strong>de</strong><br />

campesinos, y bueno, a lo más, para el que no<br />

tiene perros ni picadores para cazar, cosa que<br />

no le suce<strong>de</strong> al mariscal Grammont.<br />

Manicamp encogióse <strong>de</strong> hombros.<br />

-La juventud es temeraria -dijo sentenciosamente.<br />

-En fin... proseguid -dijo el rey.


-<strong>El</strong>lo fue -continuó Manicamp, no atreviéndose<br />

a aventurarse y poniendo una palabra<br />

tras otra, como hace con sus pies un salinero en<br />

un pantano-; ello fue que el <strong>de</strong>sgraciado Guiche<br />

se marchó solo al acecho.<br />

-¿Conque solo? ¡Vaya el osado cazador!<br />

¿Pues no sabe el señor <strong>de</strong> Guiche que el jabalí<br />

acu<strong>de</strong> siempre?<br />

-Eso es cabalmente lo que aconteció,<br />

Majestad.<br />

-¿Sabía que estaba allí el animal?<br />

-Sí. Majestad; unos labradores lo habían<br />

visto en sus tierras.<br />

-¿Y qué clase <strong>de</strong> animal era? -Un jabato.<br />

-Debían haberme advertido que Guiche<br />

tenía i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> suicidio; porque en fin, le he visto<br />

cazar, y es un montero muy experto. Cuando<br />

tira al animal acorralado y conteniendo a los<br />

perros, toma sus precauciones y dispara con<br />

carabina; y ahora se va solo a la caza <strong>de</strong>l jabalí<br />

con simples pistolas.<br />

Manicamp se estremeció.


-Y pistolas <strong>de</strong> lujo, excelentes para batirse<br />

en duelo con un hombre, y no con un jabalí,<br />

¡qué diantre!<br />

-Majestad, hay cosas que no se explican.<br />

-Tenéis razón; y la que me estáis refiriendo<br />

es una <strong>de</strong> ellas. Continuad.<br />

Durante aquel relato, Saint-Aignan, que<br />

habría querido hacer tal vez seña a Manicamp,<br />

para que no se metiese en honduras estaba acechado<br />

por la mirada obstinada <strong>de</strong>l rey.<br />

De consiguiente, no había posibilidad<br />

<strong>de</strong> comunicación entre él y Manicamp.<br />

En cuanto a Artagnan, la estatua <strong>de</strong>l<br />

Silencio, en Atenas, era más ruidosa y más expresiva<br />

que él.<br />

Manicamp continuó, pues, por la escabrosa<br />

senda en que se había metido hasta hundirse<br />

en el pantano.<br />

-Majestad -dijo-, la cosa habrá sucedido<br />

probablemente <strong>de</strong> la manera siguiente: Guiche<br />

esperaba al jabalí.<br />

-¿A caballo o a pie? -preguntó el rey.


-A caballo. Tiró al animal, y erró el tiro.<br />

-¡Torpe!<br />

-<strong>El</strong> jabalí arremetió contra él.<br />

-Y quedó el caballo muerto.<br />

-¡Ah! ¿Sabía eso Vuestra Majestad?<br />

-Me han dicho que se han encontrado<br />

un caballo muerto en la encrucijada <strong>de</strong>l bosque<br />

Rochin, y he presumido que fuese el <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Era efectivamente el suyo, Majestad.<br />

-¿Y qué le sucedió a Guiche?<br />

-Luego que cayó al suelo, fue acometido<br />

por el jabalí, y herido en la mano y en el pecho.<br />

-Horrible acci<strong>de</strong>nte fue; pero hay que<br />

convenir en que la culpa la tuvo Guiche.<br />

¿Quién va al acecho <strong>de</strong> semejante animal con<br />

pistolas? ¿Había olvidado la fábula <strong>de</strong> Adonis?<br />

Manicamp se rascó la oreja.<br />

-Es verdad -dijo-; fue una gran impru<strong>de</strong>ncia.<br />

-¿Acertáis a explicarnos eso, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp?


-Majestad, lo que está escrito, escrito<br />

está.<br />

-¡Ah!<br />

- ¿Sois fatalista?<br />

Manicamp se sentía <strong>de</strong>sasosegado.<br />

-No os habéis portado bien, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp -prosiguió el rey.<br />

-¿Yo, Majestad?<br />

-Sí. ¿Cómo es que siendo tan amigo <strong>de</strong><br />

Guiche, y sabiendo que está sujeto a tales locuras,<br />

no habéis procurado contenerle?<br />

Manicamp no sabía a qué atenerse; el<br />

tono <strong>de</strong>l rey no era precisamente el <strong>de</strong> un hombre<br />

crédulo.<br />

Por otra parte, aquel tono no tenía ni la<br />

severidad <strong>de</strong>l drama ni la insistencia <strong>de</strong>l interrogatorio.<br />

Había en él más sarcasmo que amenaza.<br />

-¿Y <strong>de</strong>cís -continuó el rey-, que el caballo<br />

que se ha encontrado muerto es el <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Sí, Majestad.


-¿Y eso os ha sorprendido?<br />

-No, Majestad. Ya recordaréis que en la<br />

última cacería fue muerto <strong>de</strong> igual modo el<br />

caballo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Maure.<br />

-Sí, pero tenía abierto el vientre.<br />

-Ciertamente, Majestad.<br />

-¡Si el caballo <strong>de</strong> Guiche tuviese abierto<br />

el vientre, como el <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Maure,<br />

eso no me extrañaría, pardiez!<br />

Manicamp abrió unos ojos tamaños.<br />

-Pero lo que me choca -continuó el rey-,<br />

es que el caballo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche tenga rota<br />

la cabeza en lugar <strong>de</strong> tener el vientre abierto.<br />

Manicamp se turbó.<br />

-¿Me equivoco acaso? -replicó el rey-.<br />

¿No ha sido herido en la sien el caballo <strong>de</strong> Guiche?<br />

Confesad, señor <strong>de</strong> Manicamp, que el golpe<br />

ha sido singular.<br />

-Majestad, no ignoráis que el caballo es<br />

un animal muy inteligente, y habrá tratado <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.


-Pero un caballo se <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> con las patas<br />

traseras, no con la cabeza.<br />

-Entonces, el animal, asustado, habrá<br />

perdido el tino, y el jabalí, ya podéis figuraros,<br />

señor, el jabalí...<br />

-Sí, comprendo en cuanto al caballo,<br />

pero, ¿y el jinete?<br />

-Majestad, es cosa muy sencilla; el jabalí<br />

pasaría <strong>de</strong>l caballo al jinete, y como he tenido el<br />

honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, le cogería la mano a Guiche en<br />

el momento en que iba a dispararle el segundo<br />

pistoletazo; luego, con brusco ataque, le <strong>de</strong>bió<br />

agujerear el pecho.<br />

-La cosa no pue<strong>de</strong> ser más verosímil, en<br />

verdad, señor <strong>de</strong> Manicamp; hacéis mal en <strong>de</strong>sconfiar<br />

<strong>de</strong> vuestra elocuencia, porque contáis<br />

maravillosamente.<br />

-Es mucha vuestra bondad -dijo Manicamp<br />

haciendo un saludo <strong>de</strong> los más cohibidos.<br />

-Pero quiero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy mismo prohibir<br />

a mis gentileshombres que vayan al acecho.<br />

¡Caray! ¡Tanto valdría permitirles el duelo! Ma-


nicamp temblaba, e hizo un movimiento para<br />

retirarse.<br />

-¿Está satisfecho Vuestra Majestad? -<br />

preguntó.<br />

-Encantado; pero no os retiréis todavía,<br />

señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo Luis-, porque os necesito.<br />

"Vamos, vamos -pensó Artagnan-, tampoco<br />

es éste <strong>de</strong> mi temple."<br />

Y exhaló un suspiro que podía significar:<br />

-¡Oh! Los hombres <strong>de</strong> mi temple, ¿dón<strong>de</strong><br />

se han ido?"<br />

En aquel momento levantó un ujier la<br />

cortina, y anunció al médico <strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Ah! -exclamó Luis-. Aquí tenemos justamente<br />

al señor Valot, que viene <strong>de</strong> visitar al<br />

señor <strong>de</strong> Guiche. Vamos a tener noticias <strong>de</strong>l<br />

herido.<br />

Manicamp sintióse más turbado que<br />

nunca.<br />

-Al menos <strong>de</strong> este modo -añadió el reytendremos<br />

la conciencia tranquila.


XXIV<br />

EL MÉDICO<br />

Y miró a Artagnan, quien no pestañeó.<br />

<strong>El</strong> señor Valot entró.<br />

La posición <strong>de</strong> los personajes era la<br />

misma: el rey sentado, Saint-Aignan apoyado<br />

en su sillón, Artagnan arrimado a la pared,<br />

Manicamp <strong>de</strong> pie.<br />

-Ea, señor Valot -dijo el rey-, ¿habéis<br />

hecho lo que os dije?<br />

-Puntualmente, Majestad.<br />

-¿Fuisteis a casa <strong>de</strong> vuestro compañero<br />

<strong>de</strong> Fontainebleau?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Y habéis encontrado allí al señor <strong>de</strong><br />

Guiche?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿En qué estado? Hablad francamente.<br />

-En un estado muy lastimoso, Majestad.


-Con todo, no creo que el jabalí lo haya<br />

<strong>de</strong>vorado.<br />

-¿Devorado a quién?<br />

-A Guiche.<br />

-¿Qué jabalí?<br />

-<strong>El</strong> jabalí que le hirió.<br />

-¡Cómo! ¿Ha sido herido el señor <strong>de</strong><br />

Guiche por un jabalí?<br />

-Así dicen al menos.<br />

-Algún cazador furtivo...<br />

-¿Qué es eso <strong>de</strong> cazador furtivo?<br />

-Algún marido celoso, algún amante<br />

maltratado, que le habrá disparado un tiro por<br />

vengarse.<br />

-¿Pero qué <strong>de</strong>cís, señor Valot? ¿No han<br />

sido acaso producidas las heridas <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

Guiche por los dientes <strong>de</strong> un jabalí?<br />

-Las heridas <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche han<br />

sido ocasionadas por una bala <strong>de</strong> pistola que le<br />

ha arrancado el <strong>de</strong>do pequeño y el anular <strong>de</strong> la<br />

mano <strong>de</strong>recha, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual pasó a los<br />

músculos intercostales <strong>de</strong>l pecho.


-¡Una bala!... ¿Estáis seguro <strong>de</strong> que el<br />

señor <strong>de</strong> Guiche ha sido herido por una bala? -<br />

preguntó el rey aparentando sorpresa.<br />

-A fe mía -dijo Valot-, estoy tan seguro<br />

<strong>de</strong> ello, que aquí la tenéis, Majestad.<br />

Y entregó al rey una bala algo aplastada.<br />

<strong>El</strong> rey la miró sin tocarla.<br />

-¿Conque el pobre mozo tenía eso en el<br />

pecho? -preguntó.<br />

-No precisamente en el pecho. La bala<br />

no llegó a penetrar, sino que <strong>de</strong>bió aplastarse,<br />

como podéis ver, o contra el seguro <strong>de</strong> la pistola<br />

o contra el lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l esternón.<br />

-¡Dios santo! -exclamó el rey seriamente-<br />

. Pues nada <strong>de</strong> eso me habíais dicho, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp.<br />

-Majestad ...<br />

-¿Para qué esa invención <strong>de</strong> jabalí, <strong>de</strong><br />

acecho, <strong>de</strong> cacería por la noche? Hablad.<br />

-¡Ah, Majestad! ...


-Creo que tenéis razón -dijo el rey volviéndose<br />

hacia su capitán <strong>de</strong> mosqueteros-, y<br />

que ha habido combate.<br />

<strong>El</strong> rey poseía, como nadie, la facultad<br />

concedida a los po<strong>de</strong>rosos <strong>de</strong> comprometer y<br />

dividir a los inferiores.<br />

Manicamp lanzó al mosquetero una<br />

mirada <strong>de</strong> reconvención. Comprendió Artagnan<br />

aquella mirada, y no quiso quedar confundido<br />

bajo el peso <strong>de</strong> la acusación. Dio un paso.<br />

-Vuestra Majestad me mandó que fuese<br />

a explorar la encrucijada <strong>de</strong>l bosque Rochin -<br />

dijo-, y que le dijese, según mi juicio, lo que allí<br />

habrá sucedido. He puesto mis observaciones<br />

en conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad, pero sin<br />

<strong>de</strong>nunciar a nadie. Vuestra Majestad ha sido el<br />

que nombró primero al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Bien, bien señor! -dijo el rey con altivez-.<br />

Habéis cumplido con vuestro <strong>de</strong>ber y estoy<br />

satisfecho <strong>de</strong> vos; esto <strong>de</strong>be bastaros. Pero<br />

vos, señor <strong>de</strong> Manicamp, no habéis cumplido<br />

con el vuestro, porque me habéis mentido.


-¡Mentido, Majestad! La palabra es dura.<br />

-Buscad otra.<br />

-Majestad; no me cansaré e buscarla. He<br />

tenido ya la mal suerte <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar a Vuestra<br />

Majestad, y lo mejor que puedo hacer es aceptar<br />

humil<strong>de</strong>mente las reconvenciones que tenga<br />

a bien dirigirme.<br />

-Tenéis razón, señor; quien me oculta la<br />

verdad, me <strong>de</strong>sagrada siempre.<br />

-A veces, Majestad, no lo sabe uno todo.<br />

-No mintáis más, o doblo la pena.<br />

Manicamp se inclinó, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

Artagnan dio un paso más todavía, resuelto<br />

a intervenir si la cólera, cada vez mayor,,<br />

<strong>de</strong>l rey llegaba a ciertos límites.<br />

-Señor -prosiguió el rey-, ya veis que es<br />

inútil negar la cosa por más tiempo. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong><br />

Guiche se ha batido.<br />

-No diré que no; mas Vuestra Majestad<br />

hubiera podido mostrarse generoso no forzando<br />

a un caballero a <strong>de</strong>cir una mentira.<br />

-¡Forzado! ¿Quién os forzaba?


-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche es amigo mío, y<br />

Vuestra Majestad ha prohibido el duelo con<br />

pena <strong>de</strong> muerte.<br />

Una mentira podía salvar a mi amigo, y<br />

he mentido.<br />

-¡Bien! -murmuró Artagnan-. ¡Me gusta<br />

ese mozo, pardiez!<br />

-Señor -repuso el rey-; en vez <strong>de</strong> mentir<br />

habríais hecho mejor en impedir que se batiese.<br />

-¡Oh! Vuestra Majestad, que es el caballero<br />

más cumplido <strong>de</strong> Francia, sabe muy bien<br />

que nosotros, los que llevamos espada, no<br />

hemos mirado jamás como <strong>de</strong>shonrado al señor<br />

<strong>de</strong> Boutteville por haber muerto en la Gréve. Lo<br />

que <strong>de</strong>shonra es huir <strong>de</strong>l enemigo, no encontrarse<br />

con el verdugo.<br />

-Pues bien -dijo Luis XIV-; aun quiero<br />

abriros camino para repararlo todo.<br />

-Si es <strong>de</strong> esos que convienen a un hidalgo,<br />

me apresuraré a seguirlo, señor.<br />

-¿<strong>El</strong> nombre <strong>de</strong>l enemigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

Guiche?


-¡Oh, oh! -murmuró Artagnan-. ¿Estamos<br />

todavía en tiempo <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I?<br />

-¡Majestad!... -murmuró Manicamp con<br />

acento <strong>de</strong> reconvención.<br />

-¿No queréis nombrarle, a lo que parece?<br />

-dijo el rey.<br />

-No le conozco, Majestad.<br />

-¡Bravo! -dijo Artagnan.<br />

-Señor <strong>de</strong> Manicamp, entregad vuestra<br />

espada al capitán. Manicamp inclinóse con la<br />

mayor gracia; se quitó sonriendo la espada, y la<br />

presentó al mosquetero.<br />

Pero Saint-Aignan se interpuso entre<br />

Artagnan y él.<br />

-Con el permiso <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />

dijo.<br />

-Hablad -dijo el rey, alegrándose quizá<br />

en el fondo <strong>de</strong>: su corazón <strong>de</strong> que se interpusiera<br />

alguien entre él y la cólera <strong>de</strong> que se había<br />

<strong>de</strong>jado llevar.<br />

-Manicamp, sois un intrépido, y el rey apreciará<br />

vuestro comportamiento; pero querer servir


<strong>de</strong>masiado a los amigos es perjudicarles. Manicamp,<br />

indudablemente sabéis el nombre que<br />

pi<strong>de</strong> el rey.<br />

-Es verdad, lo sé.<br />

-Entonces, lo diréis.<br />

-Si hubiera <strong>de</strong>bido <strong>de</strong>cirlo, ya lo habría<br />

hecho.<br />

-Entonces, lo diré yo, que no estoy interesado,<br />

como vos, en esa probidad.<br />

-Sois libre en hacerlo; pero me parece,<br />

no obstante...<br />

-¡Oh! Basta <strong>de</strong> magnanimidad; no quiero<br />

que vayáis a la Bastilla <strong>de</strong> ese modo. Hablad,<br />

o hablo yo.<br />

Manicamp era hombre <strong>de</strong> talento, y<br />

comprendió que había hecho lo bastante para<br />

hacer formar <strong>de</strong> él una buena opinión. Lo que<br />

restaba hacer era perseverar en captarse otra<br />

vez la buena voluntad <strong>de</strong>l rey.<br />

-Hablad, señor -dijo a Saint-Aignan-. He<br />

hecho por mi parte cuanto me dictaba mi conciencia,<br />

y preciso es que me hablase bien alto -


añadió dirigiéndose al rey-, cuando he contrariado<br />

las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Majestad; espero, sin<br />

embargo, que Su Majestad me perdonará cuando<br />

sepa que tenía que guardar el honor <strong>de</strong> una<br />

dama.<br />

-¿De una dama? -preguntó el rey, inquieto.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Fue una dama la causa <strong>de</strong>l combate?<br />

Manicamp se inclinó.<br />

<strong>El</strong> rey se levantó y acercóse a Manicamp.<br />

-Si la persona es digna <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración<br />

-dijo-, no me quejaré <strong>de</strong> que hayáis procedido<br />

<strong>de</strong> ese modo, al contrario.<br />

-Majestad, todo cuanto tiene relación<br />

con la casa <strong>de</strong>l rey o la <strong>de</strong> su hermano es digno<br />

<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración a mis ojos.<br />

-¿A la casa <strong>de</strong> mi hermano? -repitió Luis<br />

XIV como titubeando-. ¿Ha sido causa <strong>de</strong>l<br />

combate alguna dama <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> mi hermano?


-O <strong>de</strong> Madame.<br />

-¡Ah! ¿De Madame?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-De suerte que esa dama... -Es una <strong>de</strong> las<br />

camaristas <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Su Alteza Real la señora<br />

duquesa <strong>de</strong> Orleáns.<br />

-¿Por quien aseguráis que se ha batido<br />

el señor <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Sí; y lo que es ahora no miento. Luis<br />

hizo un movimiento lleno <strong>de</strong> turbación.<br />

-Señores -dijo volviéndose a los espectadores<br />

<strong>de</strong> aquella escena-, tened a bien retiraros<br />

por un momento; necesito conferenciar a<br />

solas con el señor <strong>de</strong> Manicamp. Sé que tiene<br />

muchas cosas que manifestarme en justificación<br />

suya, y que no se atreve a hacerlo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

testigos. .. Volveos a poner vuestra espada, señor<br />

<strong>de</strong> Manicamp.<br />

Manicamp colocó su acero en el cinturón.


-No le falta presencia <strong>de</strong> ánimo a ese<br />

perillán -murmuró el mosquetero, cogiendo el<br />

brazo <strong>de</strong> Saint-Aignan y retirándose con él.<br />

-Él saldrá <strong>de</strong>l aprieto -dijo este último al<br />

oído <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-Y honrosamente, con<strong>de</strong>.<br />

Manicamp dirigió a Saint-Aignan y al<br />

capitán una mirada <strong>de</strong> reconocimiento, que<br />

pasó inadvertida para el rey.<br />

-Vamos -dijo Artagnan al atravesar el<br />

umbral <strong>de</strong> la puerta-; mala opinión tenía formada<br />

<strong>de</strong> la nueva generación, pero veo que me<br />

engañaba, porque estos jóvenes todavía valen<br />

algo.<br />

Valot precedía al favorito y al capitán.<br />

<strong>El</strong> rey y Manicamp quedaron solos en el<br />

gabinete.<br />

XXV


ARTAGNAN RECONOCE QUE SE EQUI-<br />

VOCÓ Y QUE ERA MANICAMP QUIEN<br />

TENÍA RAZÓN<br />

<strong>El</strong> rey aseguróse, acercándose hasta la<br />

puerta, <strong>de</strong> que nadie escuchaba, y volvió a situarse<br />

precipitadamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su interlocutor.<br />

-Ea -dijo-, señor <strong>de</strong> Manicamp, ahora<br />

que estamos solos, explicaos.<br />

-Con la mayor franqueza, Majestad -<br />

contestó el joven.<br />

-Y ante todo -añadió el rey-, sabed que<br />

lo que más me interesa es el honor <strong>de</strong> las damas.<br />

-Por eso, precisamente, rehuía herir<br />

vuestra <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, Majestad.<br />

-Bien; ahora lo comprendo todo. Conque<br />

afirmás que se trataba <strong>de</strong> una doncella <strong>de</strong><br />

mi cuñada, y que la persona en cuestión, el adversario<br />

<strong>de</strong> Guiche, el hombre, en fin, que os<br />

resistías a nombrar...


-Pero que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan os<br />

dirá, Majestad.<br />

-Sí, ese hombre, digo, ¿ha ofendido a<br />

alguien <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Madame?<br />

-A la señorita <strong>de</strong> La Valliére, sí, Majestad.<br />

-¡Ah! -exclamó el rey, como si hubiese<br />

esperado aquello, y como si la noticia le hubiese,<br />

no obstante, atravesado el corazón-. ¡Ah!<br />

¿Conque era la señorita <strong>de</strong> La Valliére a quien<br />

se ultrajaba?<br />

-No aseguro precisamente que se la ultrajase,<br />

Majestad.<br />

-Pero, al fin...<br />

-Afirmo que se hablaba <strong>de</strong> ella en términos<br />

poco convenientes. -¡Hablaban en términos<br />

poco convenientes <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére!<br />

¿Y os obstináis en no <strong>de</strong>cirme quién era<br />

el insolente? -Majestad, creía que eso era ya<br />

cosa convenida, y que habíais <strong>de</strong>sistido <strong>de</strong><br />

hacer <strong>de</strong> mí un <strong>de</strong>lator. -Es verdad -dijo el rey


mo<strong>de</strong>rándose-; por otra parte, no tardaré en<br />

saber el nombre <strong>de</strong>l que he <strong>de</strong> castigar.<br />

Manicamp comprendió que la cuestión<br />

había cambiado.<br />

En cuanto al rey, vio que se había <strong>de</strong>jado<br />

arrastrar <strong>de</strong>masiado lejos.<br />

Así es que continuó:<br />

-Y lo castigaré, no porque se trate <strong>de</strong> la<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére, aunque le profeso particular<br />

aprecio, sino porque el objeto <strong>de</strong> la contienda<br />

ha sido una mujer. Quiero que en mi<br />

Corte se respete a las damas y no haya disputas.<br />

Manicamp se inclinó.<br />

-Vamos a ver, señor <strong>de</strong> Manicamp -<br />

continuó el rey-, ¿qué se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére?<br />

-¿No lo adivina Vuestra Majestad?<br />

-¿Yo?<br />

-Vuestra Majestad conoce bien la clase<br />

<strong>de</strong> chanzas que pue<strong>de</strong>n permitirse los jóvenes.


-Se diría tal vez que amaba a alguien -<br />

aventuró el rey.<br />

-Es probable.<br />

-Pues la señorita <strong>de</strong> La Valliére tiene<br />

<strong>de</strong>recho a amar a quien bien le parezca.<br />

-Eso es justamente lo que sostenía Guiche.<br />

-¿Y por eso se ha batido?<br />

-Por esa sola causa, Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey se ruborizó.<br />

-¿Y no sabéis más? -dijo.<br />

-¿Sobre qué punto?<br />

-Sobre el punto mas culminante que me<br />

estáis refiriendo.<br />

-¿Y qué <strong>de</strong>sea Vuestra Majestad que yo<br />

sepa?<br />

-<strong>El</strong> nombre, por ejemplo, <strong>de</strong> la persona a<br />

quien ama La Valliére, y a quien el enemigo <strong>de</strong><br />

Guiche le disputaba el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> amar.<br />

-Majestad, nada sé, nada he oído, ni he<br />

sorprendido nada; pero tengo a Guiche por<br />

hombre <strong>de</strong> gran corazón, y, si se ha sustituido


momentáneamente al protector <strong>de</strong> La Valliére,<br />

eso es porque el protector está <strong>de</strong>masiado alto<br />

para tomar él mismo su <strong>de</strong>fensa.<br />

Estas palabras eran más que transparentes;<br />

así fue que hicieron ruborizar al rey, pero,<br />

esta vez, <strong>de</strong> satisfacción.<br />

Luis dio un golpecito en el hombro a<br />

Manicamp.<br />

-Vamos, señor <strong>de</strong> Manicamp -le dijo-,<br />

veo que no sólo sois un mozo espiritual, sino<br />

también un cumplido hidalgo, y vuestro amigo<br />

Guiche es un paladín completamente <strong>de</strong> mi<br />

gusto; así se lo diréis, ¿no es verdad?<br />

-Así mismo, señor. ¿Vuestra Majestad<br />

me perdona?<br />

-Completamente.<br />

-¿Estoy ya en libertad?<br />

<strong>El</strong> rey sonrió y tendió la mano a Manicamp.<br />

Manicamp cogió aquella ruano y la besó.


-Y luego -añadió el rey-, sabéis contar<br />

perfectamente las cosas.<br />

-¿Yo, Majestad?<br />

-Me habéis hecho una relación animadísima<br />

<strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte ocurrido a Guiche. Me imagino<br />

estar viendo al jabalí, que sale <strong>de</strong>l bosque,<br />

al caballo, herido <strong>de</strong> muerte, a la fiera arremetiendo<br />

al jinete <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> matar al caballo. No<br />

contáis, señor, pintáis.<br />

-Creo que Vuestra Majestad se digna<br />

mofarse <strong>de</strong> mí -dijo Manicamp.<br />

-Al contrario -replicó Luis con la mayor<br />

serenidad-; estoy tan lejos <strong>de</strong> reírme, que quiero<br />

que contéis a todo el mundo esa aventura.<br />

-¿La aventura <strong>de</strong>l acecho?<br />

-Sí, tal como me la habéis referido, sin<br />

cambiar una palabra. ¿Estáis?<br />

-Perfectamente, Majestad.<br />

-¿La contaréis?<br />

-Sin per<strong>de</strong>r un minuto.


-Pues bien, ahora, llamad vos mismo al<br />

señor <strong>de</strong> Artagnan: Supongo que no le tendréis<br />

ya miedo.<br />

-¡Ah, Majestad! Nada temo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

estoy seguro <strong>de</strong> las bonda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi rey.<br />

-Pues llamad -dijo Luis. Manicamp<br />

abrió la puerta.<br />

-Señores -dijo-, el rey os llama.<br />

Artagnan, Saint-Aignan y Valot entraron.<br />

-Señores -dijo el rey-, os he hecho llamar<br />

para manifestaros que la explicación <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> Manicamp me ha <strong>de</strong>jado enteramente satisfecho.<br />

Artagnan lanzó a Valot, por un lado, y a<br />

Saint-Aignan, por otro, una mirada que significaba:<br />

"¿Qué os <strong>de</strong>cía yo?"<br />

<strong>El</strong> rey se llevó a Manicamp hasta la<br />

puerta, y le dijo en voz baja:<br />

-Que el señor <strong>de</strong> Guiche se cui<strong>de</strong>, y sobre<br />

todo que se cure pronto; quiero darle las


gracias en nombre <strong>de</strong> todas las damas; pero<br />

cuidado que no vuelva a las andadas.<br />

-¡Oh Majestad! Aun cuando tuviera que<br />

morir mil veces, volverá siempre que se trate<br />

<strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

La frase no podía ser más directa. Pero,<br />

como ya hemos dicho, Luis XIV gustaba <strong>de</strong>l<br />

incienso, y, con tal que se le diese, no era muy<br />

exigente en punto a la calidad.<br />

-Está bien -dijo <strong>de</strong>spidiendo a Manicamp-.<br />

Veré yo mismo a Guiche y le haré entrar<br />

en razón. Manicamp salió <strong>de</strong> espaldas.<br />

Entonces, el rey, volviéndose hacia los<br />

tres espectadores <strong>de</strong> aquella escena:<br />

-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan! -dijo.<br />

-Majestad.<br />

-¿Cómo se explica que hayáis visto tan<br />

turbio, vos, que tenéis tan buenos ojos?<br />

-¿Yo he visto mal, Majestad?<br />

-Sí, por cierto.<br />

-Así será, puesto que Vuestra Majestad<br />

lo dice. Pero, ¿en qué he visto turbio?


-En todo lo relativo al suceso <strong>de</strong>l bosque<br />

Rochin.<br />

-¡Ah, ah!<br />

-Habéis visto el rastro <strong>de</strong> los caballos,<br />

las pisadas <strong>de</strong> dos personas, los indicios <strong>de</strong> un<br />

combate, y nada <strong>de</strong> eso ha existido. Todo ha<br />

sido una pura ilusión.<br />

-¡Ah, ah! -volvió a murmurar Artagnan.<br />

-Lo mismo que el manoteo <strong>de</strong>l caballo, y<br />

esas señales <strong>de</strong> lucha. La<br />

lucha ha sido <strong>de</strong> Guiche contra un jabalí, y nada<br />

más. Eso, sí, parece que la lucha ha sido larga<br />

y terrible.<br />

-¡Ah, ah! -repitió Artagnan.<br />

-¡Y cuando pienso que he dado crédito<br />

por un momento a semejante error! ... ¡Pero, ya<br />

se ve, habláis con tal aplomo!<br />

-En efecto, Majestad; preciso es que estuviese<br />

ofuscado -dijo Artagnan con una gracia<br />

que agradó sobremanera al rey.<br />

-¿Conque convenís en ello?<br />

-¡Diantre, Majestad, ya lo creo!


-¿De suerte que ahora veis claramente la<br />

cosa?<br />

-La veo <strong>de</strong> modo muy distinto que la<br />

veía hace media hora.<br />

-¿Y a qué atribuís esa diferencia, en opinión<br />

vuestra?<br />

-¡Oh! A una cosa muy sencilla; hace media<br />

hora volvía <strong>de</strong>l bosque Rochin, don<strong>de</strong> no<br />

tenía más luz que la que <strong>de</strong>spedía un pobre<br />

farol <strong>de</strong> cuadra...<br />

-¿Y ahora?<br />

-Ahora tengo todas las luces <strong>de</strong> vuestro<br />

gabinete, y, a<strong>de</strong>más, los ojos <strong>de</strong>l rey que iluminan<br />

como dos soles.<br />

<strong>El</strong> rey se echó a reír, y Saint-Aignan a<br />

carcajear.<br />

-Lo mismo que el señor Valot -continuó<br />

Artagnan recogiendo la palabra <strong>de</strong> labios <strong>de</strong>l<br />

rey-, que se ha figurado, no sólo que el señor <strong>de</strong><br />

Guiche había sido herido con bala, sino haber<br />

extraído la bala <strong>de</strong>l pecho.<br />

-A fe mía -dijo Valot-, -confieso...


-¿No es verdad que lo habéis creído? -<br />

repuso Artagnan.<br />

-No sólo lo he creído -contestó Valot-,<br />

sino que no tendría inconveniente en jurarlo<br />

ahora mismo.<br />

-Pues bien, mi querido doctor, todo eso<br />

lo habéis soñado.<br />

-¿Lo he soñado?<br />

-¡La herida <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche, un sueño!<br />

¡La bala, sueño también! ... Así, pues,<br />

creedme, no se hable más <strong>de</strong> ello.<br />

-Bien dicho -dijo el rey-; tomad el consejo<br />

que os da Artagnan. No habléis a nadie <strong>de</strong><br />

vuestro sueño, señor Valot; por mi honor que<br />

no os pesará. Buenas noches, señores. ¡Oh! ¡Qué<br />

triste es ir al acecho <strong>de</strong> jabalíes!<br />

-¡Qué triste cosa -repitió Artagnan en<br />

voz alta- es ir al acecho <strong>de</strong> jabalíes!<br />

Y fue repitiendo esa frase por todos los<br />

cuartos que atravesaba, hasta que salió <strong>de</strong>l palacio,<br />

llevándose consigo al señor Valot.


-Ahora que permanecemos solos -dijo el<br />

rey a Saint-Aignan-, ¿cómo se llama el adversario<br />

<strong>de</strong> Guiche?<br />

Saint-Aignan miró al rey. -¡Oh! No tengáis<br />

reparo -añadió el rey-; ya sabéis que <strong>de</strong>bo<br />

perdonar.<br />

-War<strong>de</strong>s -dijo Saint-Aignan.<br />

-Bien.<br />

Y, al momento, entrando con precipitación<br />

en su cuarto:<br />

-Perdonar no es olvidar -dijo Luis XIV.<br />

XXVI<br />

CONVENIENCIA DE TENER DOS CUER-<br />

DAS PARA UN ARCO<br />

Salía Manicamp <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>l rey<br />

muy gozoso <strong>de</strong> haber salido tan bien <strong>de</strong> su<br />

apuro, cuando al llegar al pie <strong>de</strong> la escalera y al<br />

pasar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una puerta, advirtió que le<br />

tiraban <strong>de</strong> una manga.


Volvióse y reconoció a Montalais, que le<br />

aguardaba y que con voz misteriosa y el cuerpo<br />

inclinado hacia a<strong>de</strong>lante, le dijo:<br />

-Señor, haced el favor <strong>de</strong> venir pronto.<br />

-¿Y adón<strong>de</strong>, señorita? -preguntó Manicamp.<br />

-Un verda<strong>de</strong>ro caballero no me habría<br />

hecho tal pregunta, sino que me habría seguido<br />

sin necesidad <strong>de</strong><br />

explicación alguna.<br />

-Pues bien, señorita -repuso Manicamp-,<br />

estoy resuelto a conducirme como un verda<strong>de</strong>ro<br />

caballero.<br />

-Ya es tar<strong>de</strong>, y habéis perdido todo el<br />

mérito. Vamos al aposento <strong>de</strong> Madame; venid.<br />

-¡Ah, ah! -dijo Manicamp-. Vamos al<br />

aposento <strong>de</strong> Madame.<br />

Y siguió a Montalais, que corría <strong>de</strong>lante,<br />

ligera como Galatea.<br />

"Lo que es ahora -<strong>de</strong>cíase Manicamp<br />

conforme seguía a Montalais-, no creo que sean<br />

<strong>de</strong>l caso las historias <strong>de</strong> caza. Veremos, no obs-


tante; y si fuese necesario... ¡Oh! Si fuese preciso,<br />

ya hallaremos otra cosa."<br />

Montalais no aflojaba el paso. "¡Qué<br />

cosa tan molesta es tener necesidad al mismo<br />

tiempo <strong>de</strong> la imaginación y <strong>de</strong> las piernas!",<br />

pensó Manicamp.<br />

Llegaron al fin.<br />

Madame había terminado su tocado <strong>de</strong><br />

noche; estaba en elegante traje <strong>de</strong> casa, pero ya<br />

se compren<strong>de</strong>rá que aquel tocado lo había hecho<br />

antes <strong>de</strong> sufrir las emociones que a la sazón<br />

la agitaban.<br />

La princesa esperaba con visible impaciencia.<br />

Así fue que Montalais y Manicamp la<br />

encontraron <strong>de</strong> pie junto a la puerta.<br />

Al ruido <strong>de</strong> sus pasos salió Madame al<br />

encuentro.<br />

-¡Ah! -exclamó-. ¡Al fin!<br />

-Aquí está el señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo<br />

Montalais. Manicamp inclinóse respetuosamente.


Madame hizo seña a Montalais <strong>de</strong> que<br />

se retirase. La joven obe<strong>de</strong>ció.<br />

La princesa la siguió con la vista en silencio<br />

hasta que cerró tras ella la puerta, y, volviéndose<br />

luego a Manicamp:<br />

-¿Qué es eso que me han dicho, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp? ¿Hay algún herido en palacio?<br />

-Sí, señora, <strong>de</strong>sgraciadamente... <strong>El</strong> señor<br />

<strong>de</strong> Guiche.<br />

-Sí, el señor <strong>de</strong> Guiche -repitió la princesa-;<br />

lo había oído <strong>de</strong>cir, pero no afirmar. ¿De<br />

modo que ha sido realmente al señor <strong>de</strong> Guiche<br />

a quien le ha sucedido esa <strong>de</strong>sgracia?<br />

-Al mismo en persona, señora.<br />

-¿Sabéis, señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo vivamente<br />

la princesa-, que los duelos le son antipáticos<br />

al rey?<br />

-Sí que lo sé, señora; pero no creo que<br />

tengan nada que ver los duelos con una fiera.<br />

-¡Oh! Creo que no me haréis el agravio<br />

<strong>de</strong> creer que dé crédito a esa absurda fábula,<br />

esparcida con no sé qué objeto, <strong>de</strong> haber sido


herido el señor <strong>de</strong> Guiche por un jabalí. No, no,<br />

caballero; la verdad se sabe, y en este momento<br />

el señor <strong>de</strong> Guiche, sobre el disgusto <strong>de</strong> verse<br />

herido, corre el riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la libertad.<br />

-¡Ay, señora! -exclamó Manicamp-. Bien<br />

lo sé; ¡pero qué se le ha <strong>de</strong> hacer!<br />

-¿Habéis visto a Su Majestad?<br />

-Sí, señora.<br />

-¿Y qué le habéis dicho?<br />

-Le he dicho que el señor <strong>de</strong> Guiche fue<br />

al acecho; que salió un jabalí <strong>de</strong>l bosque Rochin;<br />

que el señor <strong>de</strong> Guiche le disparó un tiro,<br />

y que, finalmente, el animal, furioso, se volvió<br />

contra él, le mató el caballo y le hirió a él mismo<br />

gravemente.<br />

-¿Y el rey ha creído todo eso?<br />

-Enteramente.<br />

-¡Me <strong>de</strong>jáis muy sorprendida, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp!<br />

Y madame comenzó a pasearse a lo largo<br />

<strong>de</strong> la habitación, echando <strong>de</strong> vez en cuando<br />

una mirada investigadora a Manicamp, el cual


estaba impasible y sin moverse en el sitio que<br />

había elegido al entrar. Al fin se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-No obstante -dijo-, aquí todos están<br />

unánimes en dar otra causa a esa herida.<br />

-¿Qué causa, señora? ... Si no es<br />

indiscreto hacer esta pregunta a Vuestra Alteza.<br />

-¿Eso preguntáis, siendo vos el amigo<br />

íntimo y el confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />

-¡Oh señora! Amigo íntimo, sí; confi<strong>de</strong>nte,<br />

no. Guiche es uno <strong>de</strong> esos hombres que<br />

pue<strong>de</strong>n tener secretos, y todavía podré añadir<br />

que los tienen, pero que no los dicen. Guiche es<br />

discreto, señora.<br />

-Pues bien, esos secretos que el señor <strong>de</strong><br />

Guiche guarda para sí, seré yo la que tenga el<br />

placer <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubríroslos -dijo la princesa con<br />

<strong>de</strong>specho-, porque, en verdad, podría el rey<br />

interrogaros por segunda vez, y si le hacíais el<br />

mismo relato, podría no quedar muy satisfecho.<br />

-Creo que Vuestra Alteza está en un<br />

error. Puedo juraros que Su Majestad ha quedado<br />

muy satisfecho <strong>de</strong> mí.


-Entonces, permitid que os diga, señor<br />

<strong>de</strong> Manicamp, que eso no <strong>de</strong>muestra más que<br />

una cosa, y es que Su Majestad es muy fácil <strong>de</strong><br />

contentar.<br />

-Creo que Vuestra Alteza hace mal en<br />

abrigar esa opinión. Todo el mundo sabe que el<br />

rey no se paga sino <strong>de</strong> muy buenas razones.<br />

-¿Y suponéis que os agra<strong>de</strong>zca vuestra<br />

oficiosa mentira cuando sepa mañana que el<br />

señor <strong>de</strong> Guiche ha tenido por su amigo, el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, una querella que ha terminado<br />

en duelo?<br />

-¡Una querella por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-exclamó Manicamp con el aire más ingenuo<br />

<strong>de</strong>l mundo-. ¿Qué me dice Vuestra Alteza?<br />

-¿Qué tiene eso <strong>de</strong> extraño? <strong>El</strong> señor <strong>de</strong><br />

Guiche es susceptible, irritable, y se acalora<br />

fácilmente.<br />

-Pues yo, señora. tengo al señor <strong>de</strong> Guiche<br />

por hombre <strong>de</strong> mucha calma, y no le creo<br />

susceptible ni irritable sino cuando tiene motivos<br />

muy justos.


-¿Y no creéis que la amistad sea un motivo<br />

justo? -dijo la princesa.<br />

-¡Oh! Sin duda, señora, y sobre todo<br />

para un corazón como el suyo.<br />

-Pues bien, el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es<br />

amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche; creo que eso no lo<br />

negaréis.<br />

-¡Oh! ¡No por cierto!<br />

-Pues bien, el señor <strong>de</strong> Guiche ha tomado<br />

la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y como<br />

éste se hallaba ausente y no podía batirse, se ha<br />

batido por él.<br />

Manicamp <strong>de</strong>jó entrever cierta sonrisa, e<br />

hizo dos o tres movimientos <strong>de</strong> cabeza y <strong>de</strong><br />

hombros, que significaban: "¡Bueno! Si así lo<br />

queréis. . . ".<br />

-¡Pero, en fin -dijo impaciente la princesa-,<br />

hablad!<br />

-¿Yo?<br />

-Sí; conozco que no sois <strong>de</strong> mi parecer y<br />

tenéis algo que <strong>de</strong>cirme.<br />

-Sólo tengo que <strong>de</strong>cir una cosa, señora.


-¡Decidla!<br />

-Que no comprendo una palabra <strong>de</strong> lo<br />

que me hacéis el honor <strong>de</strong> referir.<br />

-¡Cómo! ¿No comprendéis una palabra<br />

<strong>de</strong> la contienda entre el señor <strong>de</strong> Guiche y el<br />

señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -exclamó la princesa, casi<br />

irritada.<br />

Manicamp calló.<br />

-Contienda -prosiguió Madame- nacida<br />

<strong>de</strong> una frase más o menos fundada, acerca <strong>de</strong> la<br />

virtud <strong>de</strong> cierta dama.<br />

-¡Ah! ¿De cierta dama? Eso es distinto -<br />

dijo Manicamp.<br />

-Ya principiáis a enten<strong>de</strong>r, ¿no es cierto?<br />

-Vuestra Alteza me perdonará, mas no<br />

me atrevo...<br />

-¿No os atrevéis? -dijo exasperada Madame-.<br />

Pues bien, yo me atreveré.<br />

-¡Señora, señora! -exclamó Manicamp<br />

como si le asustara aquella amenaza-. Poned<br />

atención a lo que vais a <strong>de</strong>cir.


-¡Ah! Parece que si yo fuese hombre os<br />

batiríais conmigo, a pesar <strong>de</strong> los edictos <strong>de</strong> Su<br />

Majestad, como el señor <strong>de</strong> Guiche se ha batido<br />

con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s por la virtud <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¡De la señorita <strong>de</strong> La Valliére! -dijo Manicamp<br />

con súbito sobresalto, como si estuviera<br />

muy distante <strong>de</strong> esperar que fuese pronunciado<br />

aquel nombre.<br />

-¡Oh! ¿Qué tenéis señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />

para sobresaltaros así? -dijo Madame con ironía-.<br />

¿Cometeréis la impertinencia <strong>de</strong> dudar <strong>de</strong><br />

esa virtud?<br />

-¡Pero si no juega aquí para nada la virtud<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, señora!<br />

-¡Cómo! ¿Después que dos hombres se<br />

han batido a muerte por una mujer, venís afirmando<br />

que esa mujer no tiene nada que ver en<br />

eso, y que no se trata <strong>de</strong> ella? En verdad, señor<br />

<strong>de</strong> Manicamp, no os creía tan buen cortesano.<br />

-Perdón, perdón, señora -contestó el<br />

joven-, pero creo que no acertamos a compren-


<strong>de</strong>rnos. Vos me hacéis el honor <strong>de</strong> hablarme en<br />

un idioma, y yo, a lo que parece, hablo en otro.<br />

-¿De veras?<br />

-Perdón; pero he creído compren<strong>de</strong>r que<br />

Vuestra Alteza había dicho que los señores <strong>de</strong><br />

Guiche y <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s habíanse batido por la<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-Eso he dicho.<br />

-Por la señorita <strong>de</strong> La Valliére, ¿no es<br />

cierto? -repitió Manicamp.<br />

-¡Eh! No he dicho que el señor <strong>de</strong> Guiche<br />

se ocupase personalmente <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére, sino en nombre <strong>de</strong> otro.<br />

-¡En nombre <strong>de</strong> otro!<br />

-¡Ea, no vengáis haciéndoos el <strong>de</strong>sentendido!<br />

Todo el mundo sabe aquí que el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> está para casarse con la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére, y que, al marcharse a cumplir la<br />

comisión que Su Majestad le ha confiado en<br />

Londres, ha encargado a su amigo el señor <strong>de</strong><br />

Guiche velar por, esa joven. -¡Ah! Nada digo,


ya que Vuestra Alteza está perfectamente enterada.<br />

-De todo; os lo prevengo. Manicamp se<br />

echó a reír, salida que estuvo a punto <strong>de</strong> exasperar<br />

a la princesa, quien, como es sabido, no<br />

tenía carácter muy sufrido.<br />

-Señora -replicó el discreto Manicamp,<br />

saludando a la princesa-, echemos tierra a este<br />

asunto, que jamás llegará a ponerse en claro.<br />

-¡Oh! En cuanto a eso, nada hay que<br />

hacer, pues los datos son completísimos. <strong>El</strong> rey<br />

sabrá que el señor <strong>de</strong> Guiche ha salido a la <strong>de</strong>fensa<br />

<strong>de</strong> esa aventurerilla que quiere echársela<br />

<strong>de</strong> gran señora; sabrá que habiendo nombrado<br />

el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> por guardián ordinario<br />

<strong>de</strong>l jardín <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s a su amigo el señor<br />

<strong>de</strong> Guiche, éste ha dado la <strong>de</strong>ntellada correspondiente<br />

al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que osó poner la<br />

mano en la manzana <strong>de</strong> oro. Ahora bien, no<br />

<strong>de</strong>jaréis <strong>de</strong> saber, señor <strong>de</strong> Manicamp, vos, que<br />

estáis tan bien informado, que el rey codicia<br />

por su parte ese famoso tesoro, y que tal vez no


llevará a bien que el señor <strong>de</strong> Guiche se haya<br />

constituido en <strong>de</strong>fensor suyo. ¿Estáis ya bien<br />

enterado, o necesitáis alguna otra aclaración?<br />

Decid, preguntad.<br />

-No, señora; no <strong>de</strong>seo saber nada.<br />

-Tened, no obstante, entendido, porque<br />

es necesario que lo sepáis, que la indignación<br />

<strong>de</strong>l rey tendrá resultados terribles: en los príncipes<br />

<strong>de</strong> un carácter como el <strong>de</strong>l rey, la cólera<br />

amorosa es un huracán.<br />

-Que vos apaciguáis, señora.<br />

-¡Yo! -exclamó la princesa con a<strong>de</strong>mán<br />

<strong>de</strong> violenta ironía-. ¿Y a título <strong>de</strong> qué?<br />

-Porque os repugnan las injusticias, señora.<br />

-¿Y sería una injusticia, a vuestros ojos,<br />

el impedir al rey que manejase sus asuntos <strong>de</strong><br />

amor?<br />

-Sin embargo, espero que interce<strong>de</strong>réis<br />

en favor <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Oh! Sin duda estáis loco, caballero -<br />

dijo la princesa en tono altanero.


-Al contrario, señora, estoy en mi cabal<br />

juicio, y lo repito, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>réis al señor <strong>de</strong> Guiche<br />

ante el rey.<br />

-¿Yo? -Sí.<br />

-¿Y a santo <strong>de</strong> qué?<br />

-Porque la causa <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche es<br />

la vuestra, señora -dijo en voz baja y con ardor<br />

Manicamp, cuyos ojos se inflamaron a la sazón.<br />

-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Digo, señora, que me extraña mucho<br />

que, en el nombre <strong>de</strong> La Valliére, mezclado en<br />

esa <strong>de</strong>fensa que ha tomado el señor <strong>de</strong> Guiche<br />

por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ausente, no haya<br />

adivinado Vuestra Alteza un pretexto.<br />

-¿Un pretexto?<br />

-Sí.<br />

-Pero un pretexto, ¿<strong>de</strong> qué? - repitió<br />

balbuciente la princesa, a quien las miradas <strong>de</strong><br />

Manicamp habían hecho ver claro.<br />

-Ahora, señora -añadió el joven-, creo<br />

haber dicho lo bastante para <strong>de</strong>terminar a<br />

Vuestra Alteza a no acriminar ante el rey a ese


pobre Guiche, sobre quien van a recaer todas<br />

las enemista<strong>de</strong>s fomentadas por cierto partido<br />

muy contrario al vuestro.<br />

-¿Queréis <strong>de</strong>cir que todos los que no<br />

quieren a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y tal vez<br />

algunos <strong>de</strong> los que la quieren, mirarán con malos<br />

ojos al con<strong>de</strong>?<br />

-¡Oh señora! ¿Es posible que llevéis a tal<br />

punto vuestra obstinación, que no atendáis a<br />

las palabras <strong>de</strong> un amigo leal? ¿Tendré que exponerme<br />

a incurrir en vuestro <strong>de</strong>sagrado?<br />

¿Tendré que nombraros, a pesar mío, la persona<br />

que ha sido la causa verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la contienda?<br />

-¡La persona! -repitió Madame sonrojándose.<br />

-¿Será preciso -continuó Manicamp- que<br />

os muestre al pobre Guiche irritado, furioso,<br />

exasperado por todos esos rumores que corren<br />

acerca <strong>de</strong> esa persona? ¿Será preciso, si os obstináis<br />

en no reconocerla, y si el respeto continúa<br />

impidiéndome nombrarla, que os traiga a la


memoria las escenas <strong>de</strong> Monsieur con el señor<br />

<strong>de</strong> Buckingham, las insinuaciones propaladas a<br />

consecuencia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stierro <strong>de</strong>l duque? ¿Será<br />

preciso que os pinte los esfuerzos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> por<br />

agradar, contemplar y proteger a esa persona<br />

por quien solamente vive, por quien únicamente<br />

respira? Pues bien, lo haré; y cuando os haya<br />

recordado todo eso, tal vez comprendáis que el<br />

con<strong>de</strong>, apurada su paciencia, provocado hace<br />

mucho tiempo por War<strong>de</strong>s; a la primera palabra<br />

poco conveniente que éste haya soltado<br />

respecto <strong>de</strong> esa persona se haya acalorado y<br />

respirado venganza.<br />

La princesa ocultó su rostro entre las<br />

manos.<br />

-¡Señor, señor! -exclamó-. ¿Qué estáis<br />

diciendo y a quién lo <strong>de</strong>cís?<br />

-Entonces, señora -prosiguió Manicamp<br />

como si no hubiese oído las exclamaciones <strong>de</strong> la<br />

princesa-, nada os extrañará ya, ni el ardor <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> en buscar esa contienda, ni su maravillosa<br />

<strong>de</strong>streza en conducirla a un terreno extraño a


vuestros intereses. No cabe mayor habilidad ni<br />

sangre fría; y, si la persona por quien el con<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> Guiche se ha batido y ha <strong>de</strong>rramado su sangre,<br />

<strong>de</strong>be, verda<strong>de</strong>ramente, algún reconocimiento<br />

al pobre herido, no es seguramente por<br />

la sangre que ha perdido ni por los dolores que<br />

ha sufrido, sino por su miramiento a una honra<br />

que aprecia más que la suya propia.<br />

-¡Oh! -exclamó Madame como si hubiese<br />

estado sola-. ¡Oh! ¡Sería sin duda mi causa!<br />

Manicamp pudo respirar; había ganado bravamente<br />

aquel reposo, y respiró.<br />

Madame quedó, por su parte, sumida en<br />

dolorosos pensamientos. Adivinábase su<br />

agitación en los movimientos acelerados <strong>de</strong> su<br />

seno, en la langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus ojos, y en las frecuentes<br />

presiones <strong>de</strong> la mano contra su corazón.<br />

Pero, en ella, no era la coquetería una<br />

pasión inerte, sino antes bien, un fuego que<br />

buscaba alimento y sabía hallarlo.


-Entonces -dijo-, el con<strong>de</strong> habrá <strong>de</strong>jado<br />

obligadas a dos personas a la vez, porque el<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> <strong>de</strong>be también al señor <strong>de</strong><br />

Guiche profundo reconocimiento, tanto mayor,<br />

cuanto que siempre y en todas partes pasará<br />

por haber sido el generoso campeón <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Manicamp conoció que aún quedaba un<br />

resto <strong>de</strong> duda en el corazón <strong>de</strong> la princesa, y su<br />

ánimo acaloróse con la resistencia.<br />

-¡Vaya un servicio -dijo- que ha prestado<br />

a la señorita <strong>de</strong> La Valliére y al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>!<br />

<strong>El</strong> duelo ha producido un escándalo que<br />

<strong>de</strong>shonra en gran parte a esa joven; un escándalo<br />

que la malquista necesariamente con el vizcon<strong>de</strong>.<br />

De ello resulta que el pistoletazo <strong>de</strong>l <strong>de</strong><br />

War<strong>de</strong>s ha causado tres efectos en lugar <strong>de</strong><br />

uno; matar el honor <strong>de</strong> una mujer, la felicidad<br />

<strong>de</strong> un hombre, y quizá también herir <strong>de</strong> muerte<br />

a uno <strong>de</strong> los mejores hidalgos <strong>de</strong> Francia. ¡Ah,<br />

señora! Vuestra lógica es muy severa: con<strong>de</strong>na<br />

siempre, y nunca absuelve.


Las últimas palabras <strong>de</strong> Manicamp batieron<br />

en brecha la última duda que había quedado,<br />

no en el corazón, sino en el ánimo <strong>de</strong> Madame.<br />

No era ya ni una princesa con sus escrúpulos,<br />

ni una mujer con sus recelos suspicaces,<br />

sino un corazón que acababa <strong>de</strong> sentir el frío<br />

profundo <strong>de</strong> una herida.<br />

-¡Herido <strong>de</strong> muerte! -exclamó con voz<br />

angustiosa-. ¡Ah, señor <strong>de</strong> Manicamp! ¿No<br />

habéis dicho herido <strong>de</strong> muerte?<br />

Manicamp sólo contestó con un profundo<br />

suspiro.<br />

-¿Conque el con<strong>de</strong> está gravemente<br />

herido? -añadió la princesa.<br />

-¡Ay, señora! Le han <strong>de</strong>strozado una<br />

mano y tiene una bala en el pecho.<br />

-¡Dios mío, Dios mío! -exclamó la princesa,<br />

con la excitación <strong>de</strong> la fiebre-. ¡Es terrible,<br />

señor <strong>de</strong> Manicamp! ¡Una mano <strong>de</strong>strozada y<br />

una bala en el pecho! ¡Dios mío! ¿Y ha sido ese<br />

miserable, ese asesino <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s quien ha<br />

hecho eso?... ¡Oh, no hay justicia en el cielo!


Manicamp parecía entregado a una violenta<br />

emoción. Verdad es que había <strong>de</strong>splegado<br />

gran energía en la última parte <strong>de</strong> su alegato.<br />

En cuanto a Madame, no se hallaba en<br />

estado <strong>de</strong> guardar miramientos; cuando la pasión<br />

<strong>de</strong>sarrollaba en ella ira o simpatía, nada<br />

había que pudiese contener su impulso. Y acercóse<br />

a Manicamp, que se había <strong>de</strong>jado caer sobre<br />

un sillón, como si el dolor fuese una excusa<br />

bastante po<strong>de</strong>rosa para infringir las leyes <strong>de</strong> la<br />

etiqueta.<br />

-Señor -le dijo, tomándole una mano-,<br />

sed franco.<br />

Manicamp levantó la cabeza.<br />

-¿Está el señor <strong>de</strong> Guiche en peligro <strong>de</strong><br />

muerte? -añadió Madame.<br />

-Con doble motivo, señora -dijo Manicamp-:<br />

primero, a causa <strong>de</strong> la hemorragia que<br />

se ha <strong>de</strong>clarado por haberle roto la bala una<br />

arteria en la mano, y <strong>de</strong>spués, a causa <strong>de</strong> la<br />

herida <strong>de</strong>l pecho, que, a juicio <strong>de</strong>l médico, es<br />

fácil que haya interesado algún órgano esencial.


-Según eso, ¿pue<strong>de</strong> morir?<br />

-¡Oh! Sí, señora; y sin el con suelo <strong>de</strong><br />

saber que habéis conocido su abnegación.<br />

-Pues <strong>de</strong>cídselo.<br />

-¿Yo?<br />

-Sí, ¿no sois su amigo?<br />

-¿Yo? ¡Oh, no, señora! Yo no diré al señor<br />

<strong>de</strong> Guiche, si el <strong>de</strong>sgraciado está todavía en<br />

disposición <strong>de</strong> oírme, sino lo que he visto por<br />

mis propios ojos, vuestra crueldad para con él.<br />

-¡Señor! ¡Oh! ¡No cometeréis esa barbarie!<br />

-Sí tal, señora; diré esa verdad, porque<br />

al fin la naturaleza pue<strong>de</strong> mucho en un hombre<br />

<strong>de</strong> sus años. Los médicos son hábiles, y si, por<br />

casualidad, el pobre con<strong>de</strong> sobreviviese a su<br />

herida, no querría que quedase expuesto a morir<br />

<strong>de</strong> la herida <strong>de</strong>l corazón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

sanado <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

Al pronunciar estas palabras se levantó<br />

Manicamp y, con una profunda reverencia,<br />

hizo como que iba a retirarse.


-A lo menos, señor -dijo Madame <strong>de</strong>teniéndole<br />

con aire <strong>de</strong> ruego-, no os iréis sin <strong>de</strong>cirme<br />

el estado en que se halla el herido, y<br />

quién es el médico que lo asiste.<br />

-Está muy mal, señora; esto en cuanto a<br />

su estado. Respecto a su médico, es el <strong>de</strong> Su<br />

Majestad, el señor Valot, auxiliado <strong>de</strong> otro médico,<br />

a cuya casa fue transportado el señor <strong>de</strong><br />

Guiche.<br />

-¿Pues que, no se halla en Palacio? -<br />

preguntó Madame.<br />

-¡Ay, señora! <strong>El</strong> pobre joven se encontraba<br />

en tan mal estado, que no ha podido ser<br />

conducido hasta aquí.<br />

-Dadme las señas, caballero -dijo vivamente<br />

la princesa-, y enviaré a saber <strong>de</strong> él.<br />

-Calle <strong>de</strong> la Paja, señora; una casa <strong>de</strong><br />

ladrillos con postigos blancos. En la puerta<br />

está escrito el nombre <strong>de</strong>l doctor.<br />

-¿Vais ahora a ver al herido, señor <strong>de</strong><br />

Manicamp?<br />

-Sí, señora.


-Entonces <strong>de</strong>searía que me hiciérais un<br />

favor.<br />

-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Vuestra Alteza.<br />

-Haced lo que pensábais; id a ver a Guiche;<br />

haced que se marchen los que tenga al lado<br />

suyo, y <strong>de</strong>spués alejaos vos también.<br />

-Señora...<br />

-No perdamos el tiempo en explicaciones<br />

inútiles. Este es el hecho, y no queráis<br />

ver en él otra cosa que la que hay, ni saber<br />

más <strong>de</strong> lo que yo os digo. Voy a enviar una <strong>de</strong><br />

mis damas, quizá dos, a causa <strong>de</strong> lo avanzado<br />

<strong>de</strong> la hora, y no quisiera que os viesen, o mejor<br />

dicho, quisiera que no las vieseis a ellas; son<br />

escrúpulos que <strong>de</strong>béis compren<strong>de</strong>r mejor que<br />

nadie, vos, que siempre lo adivináis todo.<br />

-Señora, perfectamente; aún puedo<br />

hacer algo mejor, y es ir <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> vuestras<br />

mensajeras, lo cual será a la vez un modo <strong>de</strong><br />

indicarles con seguridad el camino, y <strong>de</strong> ampararlas<br />

en caso <strong>de</strong> que la casualidad hiciese que,


contra toda probabilidad, tuvieran necesidad<br />

<strong>de</strong> protección.<br />

-Y luego, por ese medio, podrán entrar<br />

sin dificultad alguna, ¿no es verdad?<br />

-Seguramente, señora; porque, pasando<br />

yo el primero, quitaré cualquier dificultad, en<br />

caso <strong>de</strong> que la hubiese.<br />

-Pues bien, señor <strong>de</strong> Manicamp, esperad<br />

al pie <strong>de</strong> la escalera.<br />

-Allá voy, señora.<br />

-Aguardad.<br />

Manicamp se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-Cuando oigáis las pisadas <strong>de</strong> las dos<br />

mujeres que van a bajar, echaréis a andar, y<br />

seguiréis sin volveros el camino que conduce a<br />

casa <strong>de</strong>l pobre con<strong>de</strong>.<br />

-Pero, ¿y si la casualidad hiciera que<br />

bajasen otras dos personas y yo me equivocase?<br />

-La señal serán tres palmadas.<br />

-Corriente.<br />

-Id, pues.


Manicamp se volvió, saludó y salió con<br />

el corazón lleno <strong>de</strong> alegría. No ignoraba, con<br />

efecto, que la presencia <strong>de</strong> Madame era el mejor<br />

bálsamo que podía aplicarse a las llagas <strong>de</strong>l<br />

herido.<br />

No había transcurrido un cuarto <strong>de</strong> hora<br />

todavía cuando llegó a sus oídos el ruido <strong>de</strong><br />

una puerta que abrían y cerraban con precaución.<br />

Luego oyó unas pisadas ligeras en la escalera,<br />

y por fin las tres palmadas, que era la señal<br />

convenida.<br />

Echó a andar al punto, y, fiel a su palabra,<br />

se dirigió sin volver la cabeza por las calles<br />

<strong>de</strong> Fontainebleau hacia la morada <strong>de</strong>l doctor.<br />

XXV<strong>II</strong><br />

EL SEÑOR MALICORNE, ARCHIVERO DEL<br />

REINO DE FRANCIA<br />

Dos mujeres, envueltas en mantos y con<br />

la cara velada por una media careta <strong>de</strong> tercio-


pelo negro, seguían tímidamente los pasos <strong>de</strong><br />

Manicamp.<br />

En el piso principal, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las cortinas<br />

<strong>de</strong> damasco encarnado, brillaba la suave<br />

luz <strong>de</strong> una lámpara puesta sobre un aparador.<br />

Al otro extremo <strong>de</strong>l mismo cuarto, en<br />

un lecho <strong>de</strong> columnas salomónicas, cerrado por<br />

cortinas iguales a las que amortiguaban el fuego<br />

<strong>de</strong> la lámpara, <strong>de</strong>scansaba Guiche con la<br />

cabeza reclinada sobre dos almohadas, y los<br />

ojos anegados en espesa niebla. Largos cabellos<br />

negros, ensortijados, esparcidos por la almohada,<br />

adornaban con su <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n las sienes pálidas<br />

<strong>de</strong>l joven.<br />

Notábase en seguida que la fiebre era la<br />

huésped principal <strong>de</strong> aquella habitación.<br />

Guiche soñaba. Su espíritu seguía, a<br />

través <strong>de</strong> las tinieblas, uno <strong>de</strong> esos ensueños <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>lirio que el cielo envía por el camino <strong>de</strong> la<br />

muerte a los que van a caer en el universo <strong>de</strong> la<br />

eternidad.


En el suelo veíanse dos o tres manchas<br />

<strong>de</strong> sangre líquida aún. Manicamp subió los<br />

escalones con precipitación; pero al llegar al<br />

umbral se <strong>de</strong>tuvo, empujó suavemente la puerta,<br />

introdujo la cabeza en la habitación, y, viendo<br />

que todo estaba tranquilo, se acercó <strong>de</strong> puntillas<br />

al gran sillón <strong>de</strong> cuero, muestra mobiliaria<br />

<strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong> Enrique IV. Se acercó a la enfermera,<br />

que, como es natural, estaba dormida,<br />

la <strong>de</strong>spertó, y le rogó que pasase al cuarto inmediato.<br />

Después, <strong>de</strong> pie junto a la cama, se puso<br />

a reflexionar si convendría <strong>de</strong>spertar a Guiche<br />

para hacerle saber la buena nueva que le traía.<br />

Pero, como <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cortina <strong>de</strong> la<br />

puerta, oyera el sedoso crujir <strong>de</strong> unos vestidos<br />

y la respiración angustiosa <strong>de</strong> sus dos compañeras<br />

<strong>de</strong> camino, y como viera ya levantarse<br />

impaciente la cortina <strong>de</strong> aquella puerta, se escurrió<br />

a lo largo <strong>de</strong> la cama, y siguió a la enfermera<br />

a la habitación contigua.


Entonces, en el momento mismo en que<br />

<strong>de</strong>saparecía, levantóse la colgadura y entraron<br />

las mujeres en la habitación que Manicamp acababa<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar.<br />

La que entró primero hizo a su compañera<br />

un a<strong>de</strong>mán imperioso que la clavó en un<br />

escabel al lado <strong>de</strong> la puerta.<br />

En seguida se a<strong>de</strong>lantó resueltamente<br />

hacia el lecho, <strong>de</strong>scorrió las cortinas y recogió<br />

sus pliegues flotantes <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabecera.<br />

Entonces vio el rostro pálido <strong>de</strong>l con<strong>de</strong><br />

y su mano envuelta en un lienzo blanquísimo,<br />

que se <strong>de</strong>slizaba sobre la colcha <strong>de</strong> sombrío<br />

ramaje que cubría una parte <strong>de</strong>l lecho. Viendo<br />

una gota <strong>de</strong> sangre que iba ensanchándose sobre<br />

aquel lienzo, se estremeció.<br />

<strong>El</strong> blanco pecho <strong>de</strong>l joven estaba <strong>de</strong>scubierto,<br />

como si el fresco <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>biese<br />

facilitar su respiración. Una venda sujetaba el<br />

apósito a la herida, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cual se extendía<br />

un círculo azulado <strong>de</strong> sangre extravasada.


Un suspiro profundo brotó <strong>de</strong> la boca<br />

<strong>de</strong> la joven. Apoyóse sobre la columna <strong>de</strong>l lecho,<br />

y contempló por los agujeros <strong>de</strong> su careta<br />

aquel doloroso espectáculo.<br />

Un hálito ronco y angustioso pasaba<br />

como el hipo <strong>de</strong> la muerte por los dientes apretados<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado con<strong>de</strong>.<br />

La dama enmascarada cogió la mano<br />

izquierda <strong>de</strong>l herido.<br />

Aquella mano quemaba como el carbón<br />

ardiendo.<br />

Pero, en el momento <strong>de</strong> posarse encima<br />

!la mano helada <strong>de</strong> la dama, la acción <strong>de</strong> aquel<br />

frío fue tal, que Guiche abrió los ojos y se esforzó<br />

por volver a la vida animando su mirada.<br />

Lo primero que vio fue el fantasma inmóvil<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la columna <strong>de</strong> su cama.<br />

A aquella vista dilatáronse sus pupilas,<br />

pero sin que la inteligencia encendiese en él<br />

todavía su pura llama.<br />

La dama hizo una seña a su compañera,<br />

que se había quedado al lado <strong>de</strong> la puerta. Sin


duda, tenía ésta aprendida su lección, pues con<br />

voz clara y sin titubear en lo más mínimo, pronunció<br />

estas palabras:<br />

-Señor con<strong>de</strong>, Su Alteza Real Madame<br />

<strong>de</strong>sea enterarse <strong>de</strong> cómo van vuestras heridas,<br />

y manifestaros por mi boca lo mucho que siente<br />

veros pa<strong>de</strong>cer.<br />

A1 oír Guiche la palabra Madame hizo<br />

un movimiento. Aún no había advertido a la<br />

persona a quien pertenecía aquella voz.<br />

Volvióse, pues, hacia el punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

salía dicha voz, y, como la mano helada no le<br />

había abandonado todavía, empezó a contemplar<br />

aquel fantasma inmóvil.<br />

-¿Sois vos la que me habláis, señora -<br />

preguntó con voz débil-,<br />

o hay con vos alguna otra persona en el cuarto?<br />

-respondió el fantasma con voz casi ininteligible,<br />

bajando la cabeza.<br />

-¡Gracias! -murmuró el herido haciendo<br />

un esfuerzo-. Decid a Madame que no siento ya


morir, puesto que ha tenido la bondad <strong>de</strong> acordarse<br />

<strong>de</strong> mí.<br />

Al oír la palabra morir, pronunciada por<br />

un agonizante, la dama enmascarada no pudo<br />

contener las lágrimas, que corrieron bajo su antifaz<br />

y aparecieron sobre las mejillas don<strong>de</strong> la<br />

careta <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ocultarlas.<br />

Si Guiche se hubiera hallado en el uso<br />

<strong>de</strong> sus sentidos, habríalas visto rodar como<br />

brillantes perlas y caer sobre' su cama.<br />

La dama, olvidando que llevaba antifaz,<br />

se llevó la mano a los ojos para enjugarlos, y,<br />

tropezando su mano con el terciopelo suave y<br />

frío, se lo arrancó con enojo y lo tiró al suelo.<br />

A aquella aparición inesperada, que<br />

parecía salir <strong>de</strong> una nube, Guiche lanzó un grito<br />

y tendió los brazos.<br />

Mas toda palabra expiró en sus labios,<br />

como toda fuerza en sus venas.<br />

Su mano <strong>de</strong>recha, que había seguido el impulso<br />

<strong>de</strong> la voluntad sin calcular su grado <strong>de</strong> energía,<br />

volvió a caer sobre la cama, y al punto aquel


lanco lienzo, enrojecióse con una mancha más<br />

extensa.<br />

Y durante aquel tiempo, los ojos <strong>de</strong>l<br />

joven se abrían y se cerraban, como si hubiesen<br />

comenzado a luchar con el ángel inflexible <strong>de</strong> la<br />

muerte.<br />

Luego, tras <strong>de</strong> algunos movimientos sin<br />

voluntad, su cabeza quedó inmóvil sobre la<br />

almohada. De pálida que estaba, se había vuelto<br />

lívida.<br />

La dama tuvo miedo; pero aquella vez,<br />

contra lo que ordinariamente acontece, el miedo<br />

fue para ella<br />

un atractivo.<br />

Se inclinó hacia el joven, <strong>de</strong>vorando con<br />

su aliento aquel rostro frío y <strong>de</strong>scolorido, que<br />

casi llegó a tocar, y <strong>de</strong>positó un rápido beso en<br />

la mano izquierda <strong>de</strong> Guiche, quien, sacudido<br />

como por una <strong>de</strong>scarga eléctrica, se <strong>de</strong>spertó<br />

por segunda vez, abrió sus ojos sin pensamiento,<br />

y volvió a caer en profundo <strong>de</strong>svanecimiento.


-Vámonos -dijo la dama a su compañera-,<br />

pues si estamos aquí más tiempo, me temo<br />

que voy a cometer alguna locura.<br />

-¡Señora, señora! Vuestra Alteza olvida<br />

el antifaz -dijo la vigilante compañera.<br />

-Recogedlo -le dijo su ama <strong>de</strong>slizándose<br />

veloz por la escalera. Y como la puerta <strong>de</strong> la<br />

calle había quedado entreabierta, los dos ligeros<br />

pájaros pasaron por aquella abertura y en<br />

una carrera se pusieron en palacio.<br />

Una <strong>de</strong> las damas subió hasta las habitaciones<br />

<strong>de</strong> Madame, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>sapareció.<br />

La otra entró en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />

camaristas, o sea, en el entresuelo.<br />

Cuando llegó a su habitación se sentó<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una mesa, y, sin tomarse tiempo<br />

para respirar, se puso a escribir el siguiente<br />

billete:<br />

"Esta noche ha ido Madame a visitar al<br />

señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

"Por este lado todo va maravillosamente.


"Cuidad <strong>de</strong> que suceda lo mismo por el<br />

vuestro, y, sobre todo, quemad este papel."<br />

Luego dobló la carta en forma prolongada,<br />

y saliendo <strong>de</strong> su cuarto con precaución<br />

atravesó un corredor que conducía al <strong>de</strong>partamento<br />

<strong>de</strong> los gentileshombres <strong>de</strong> Monsieur.<br />

Allí <strong>de</strong>túvose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una puerta, por<br />

bajo <strong>de</strong> la cual <strong>de</strong>slizó el papel, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar<br />

dos golpecitos con la mano. En seguida se marchó.<br />

Cuando volvió a su habitación hizo <strong>de</strong>saparecer<br />

todo rastro <strong>de</strong> su salida y <strong>de</strong>l billete<br />

escrito.<br />

En medio <strong>de</strong> las investigaciones a que se<br />

entregaba con el objeto que <strong>de</strong>jamos indicado,<br />

vio en la mesa el antifaz <strong>de</strong> Madame, que se<br />

había traído según las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su ama, pero<br />

que se le olvidó entregar.<br />

-¡Oh! -dijo-. No volví<br />

-¡Oh, - <strong>de</strong>mos <strong>de</strong> hacer mañana lo que<br />

olvidé hacer hoy.


Cogió el antifaz por la mejilla <strong>de</strong> terciopelo,<br />

y, sintiendo húmedo su <strong>de</strong>do, fue a ver lo<br />

que era.<br />

<strong>El</strong> <strong>de</strong>do no sólo estaba húmedo, sino<br />

rojo.<br />

<strong>El</strong> antifaz había caído en una <strong>de</strong> las<br />

manchas <strong>de</strong> sangre que, como hemos dicho,<br />

había esparcidas por el suelo, y <strong>de</strong>l exterior<br />

negro que por casualidad había tocado la sangre<br />

pasó a lo interior, manchando la batista<br />

blanca.<br />

-¡Oh, oh! -exclamó Montalais, pues<br />

nuestros lectores la habrán reconocido sin duda<br />

en todos esos manejos que hemos <strong>de</strong>scrito-.<br />

¡Oh, oh! No le <strong>de</strong>volveré el antifaz, pues éste es<br />

ya un objeto <strong>de</strong>masiado precioso.<br />

Y levantándose luego, se acercó a un<br />

cofrecillo <strong>de</strong> arce que contenía diferentes objetos<br />

<strong>de</strong> tocador.<br />

-No, aquí no -dijo-; semejante <strong>de</strong>pósito,<br />

no es <strong>de</strong> los que se abandonan a la ventura.


Luego, tras un momento <strong>de</strong> silencio, y<br />

con la sonrisa que le era peculiar:<br />

-Bella máscara teñida con la sangre <strong>de</strong><br />

ese valiente caballero -añadió Montalais-, irás a<br />

reunirte en el almacén <strong>de</strong> las maravillas con las<br />

cartas <strong>de</strong> La Valliére, con las <strong>de</strong> Raúl, con toda<br />

esa amorosa colección que formará la historia<br />

<strong>de</strong> Francia y la historia <strong>de</strong> la Corona. Irás á po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>l señor Malicorne -añadió riendo la loquilla,<br />

mientras principiaba a <strong>de</strong>snudarse-, <strong>de</strong><br />

ese digno Malicorne -continuó, soplando la<br />

bujía-, que cree no ser mas que mayordomo <strong>de</strong><br />

sala <strong>de</strong> Monseñor, y a quien le hago yo archivero<br />

e historiógrafo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Borbón y<br />

<strong>de</strong> las mejores casas <strong>de</strong>l reino. ¡Que se queje<br />

todavía ese avinagrado <strong>de</strong> Malicorne!<br />

Y corriendo sus cortinas, durmióse.<br />

XXV<strong>II</strong>I<br />

EL VIAJE


Al día siguiente, el señalado para la<br />

marcha, el rey, a las once sonadas, <strong>de</strong>scendió,<br />

con las reinas y Madame, por la escalera principal<br />

para ir a tomar su carroza tirada por seis<br />

caballos piafantes al pie <strong>de</strong> la escalera.<br />

Toda la Corte aguardaba en la Fer-á-<br />

Cheval en traje <strong>de</strong> viaje, y aquella multitud <strong>de</strong><br />

caballos ensillados, <strong>de</strong> carrozas enganchadas,<br />

<strong>de</strong> hombres y mujeres ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> sus oficiales,<br />

<strong>de</strong> sus criados y <strong>de</strong> sus pajes, ofrecía un<br />

brillante espectáculo.<br />

<strong>El</strong> rey subió a su carroza con las dos<br />

reinas.<br />

Madame hizo lo propio con Monsieur.<br />

Las camaristas siguieron el ejemplo, y<br />

tomaron asiento, dos a dos, en los carruajes que<br />

les estaban <strong>de</strong>stinados.<br />

La carroza <strong>de</strong>l rey iba <strong>de</strong>lante; <strong>de</strong>spués<br />

seguía la <strong>de</strong> Madame, y <strong>de</strong>trás las otras, según<br />

la etiqueta.<br />

<strong>El</strong> tiempo estaba caluroso; un ligero<br />

soplo <strong>de</strong> viento, que por la mañana hubiérase


podido creer bastante fuerte para refrescar la<br />

atmósfera, fue abrasado muy pronto por el sol,<br />

oculto tras <strong>de</strong> las nubes, y sólo se infiltraba ya a<br />

través <strong>de</strong> aquel cálido vapor que emanaba <strong>de</strong>l<br />

suelo, como un viento abrasador que levantaba<br />

un polvo fino y azotaba el rostro <strong>de</strong> los viajeros,<br />

ansiosos por llegar.<br />

Madame fue la primera que se quejó <strong>de</strong>l<br />

calor.<br />

Monsieur le contestó recostándose en la<br />

carroza como quien está a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse,<br />

y se inundó <strong>de</strong> esencias y aguas <strong>de</strong> olor,<br />

exhalando suspiros profundos.<br />

Entonces Madame le dijo, con su mejor<br />

talante:<br />

-En verdad, señor, creía que hubieseis<br />

sido bastante galante, atendiendo al calor que<br />

hace, para <strong>de</strong>jarme mi carroza a mí sola y hacer<br />

el viaje a caballo.<br />

-¡A caballo! -gritó el príncipe con acento<br />

<strong>de</strong> espanto, que manifestó cuan lejos se hallaba<br />

<strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a tan extraño proyecto-. ¡A caballo!


¿Pues no comprendéis, señora, que todo mi<br />

cutis se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>ría a pedazos al contacto <strong>de</strong><br />

ese viento <strong>de</strong> fuego?<br />

Madame se echó a reír.<br />

-Podéis llevar mi quitasol -dijo.<br />

-¿Y la molestia <strong>de</strong> llevarlo? -contestó<br />

Monsieur con la mayor sangre fría-. A<strong>de</strong>más<br />

que no tengo caballo.<br />

-¡Cómo! ¿No tenéis caballo? -replicó la<br />

princesa, la cual, ya que no lograba quedar aislada,<br />

quiso, por lo menos, llevar a<strong>de</strong>lante su<br />

terquedad-. ¿No tenéis caballo? Estáis en un<br />

error, pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí estoy viendo vuestro<br />

bayo favorito.<br />

-¿Mi caballo bayo? -exclamó el príncipe<br />

procurando hacer hacia la portezuela un movimiento<br />

que le causo tanta incomodidad, que<br />

sólo pudo hacerlo a medias, apresurándose a<br />

recobrar su anterior inmovilidad.<br />

-Sí -dijo Madame-, vuestro caballo conducido<br />

<strong>de</strong> la mano por el señor <strong>de</strong> Malicorne.


-¡Pobre animal! -repuso el príncipe-.<br />

¡Cuánto calor sentirá!<br />

Y, al <strong>de</strong>cir estas palabras, cerró los ojos,<br />

como un moribundo que expira.<br />

Madame, por su parte, se recostó perezosamente<br />

en el otro rincón <strong>de</strong>l carruaje, y cerró<br />

también los ojos, no para dormir, sino para<br />

pensar a su gusto.<br />

Entretanto, el rey, sentado en la <strong>de</strong>lantera<br />

<strong>de</strong>l carruaje, cuyo testero había cedido a las<br />

dos reinas, experimentaba esa viva contrariedad<br />

<strong>de</strong> los amantes inquietos, que <strong>de</strong>sean continuamente<br />

la vista <strong>de</strong>l objeto amado, sin saciar<br />

nunca esa sed ardiente, y se alejan <strong>de</strong>spués medio<br />

contentos, sin echar <strong>de</strong> ver que lo que han<br />

hecho ha sido avivar más su sed.<br />

<strong>El</strong> rey, que, como hemos dicho, iba <strong>de</strong>lante,<br />

no podía ver <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento las carrozas<br />

<strong>de</strong> las camaristas, que iban las últimas.<br />

Tenía, a<strong>de</strong>más, que contestar a las íntimas<br />

interpretaciones <strong>de</strong> la joven reina, quien,<br />

feliz con poseer a su caro marido, como <strong>de</strong>cía,


olvidando la etiqueta real, le prodigaba los cuidados<br />

y atenciones más cariñosos, por miedo<br />

<strong>de</strong> que vinieran a llevárselo, o le ocurriese la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarla.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria, que no se ocupaba ya a<br />

la sazón <strong>de</strong> otra cosa que <strong>de</strong> los dolores sordos<br />

que <strong>de</strong> vez en cuando sentía en su seno, mostraba<br />

buen semblante; y, aunque adivinaba la<br />

impaciencia <strong>de</strong>l rey, se complacía en prolongar<br />

su suplicio con mil salidas inesperadas en los<br />

momentos en que Su Majestad, entregado a sí<br />

mismo, principiaba a acariciar sus secretos<br />

amores.<br />

Las solícitas atenciones <strong>de</strong> la reina y la<br />

terquedad <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria, concluyeron por<br />

hacérsele insoportables al rey, que no sabía dominar<br />

los impulsos <strong>de</strong> su corazón.<br />

De modo que primero se quejó <strong>de</strong>l calor,<br />

abriéndose <strong>de</strong> este modo el camino para formular<br />

otras quejas.


Hizolo, no obstante con gran habilidad<br />

para que María Teresa no adivinase su intención.<br />

Tomando al pie <strong>de</strong> la letra lo, que <strong>de</strong>cía<br />

el rey, se puso a abanicar a Luis con sus plumas<br />

<strong>de</strong> avestruz.<br />

Pero, pasado el calor, se quejó el rey <strong>de</strong><br />

calambres en las piernas, y, como a la sazón<br />

parase la carroza para cambiar <strong>de</strong> tiro:<br />

-¡Queréis que baje con vos? -preguntó la<br />

reina-. También tengo yo las piernas entumecidas.<br />

Iremos un rato a pie, y <strong>de</strong>spués que nos<br />

alcancen las carrozas, volveremos a ocupar<br />

nuestros asientos.<br />

<strong>El</strong> rey frunció el ceño; ruda prueba es la<br />

que hace sufrir a un esposo infiel la mujer celosa,<br />

que, a pesar <strong>de</strong> sus celos, se muestra con<br />

bastante fortaleza para no dar a pretexto a la<br />

cólera.<br />

Sin embargo, el rey no podía negarse a<br />

ello; así fue que baló, ofreció el brazo a la reina,


y caminó largo trecho con ella, mientras que<br />

cambiaban los caballos.<br />

Conforme iba andando, dirigía miradas<br />

envidiosas a los cortesanos que tenían la fortuna<br />

<strong>de</strong> hacer el viaje a caballo.<br />

La reina no tardó en conocer que el paseo<br />

a pie disgustaba tanto al rey como el viaje<br />

en carruaje. Por tanto, le invitó a volver a él otra<br />

vez.<br />

<strong>El</strong> rey la condujo hasta el estribo, pero<br />

no subió con ella; se hizo tres pasos atrás, y<br />

trató <strong>de</strong> reconocer en la fila <strong>de</strong> carruajes el que<br />

tanto le interesaba.<br />

A la portezuela <strong>de</strong>l sexto, aparecía la<br />

blanca figura <strong>de</strong> La Valliére.<br />

Como el rey, inmóvil en su sitio, permaneciera<br />

absorto en sus pensamientos, sin<br />

echar <strong>de</strong> ver que todo estaba dispuesto y no se<br />

esperaba más que a él, oyó a tres pasos <strong>de</strong> distancia<br />

una voz que le interpelaba con gran respeto.<br />

Era el señor <strong>de</strong> Malicorne, en traje com-


pleto <strong>de</strong> escu<strong>de</strong>ro, llevando bajo su brazo izquierdo<br />

las bridas <strong>de</strong> dos caballos.<br />

-¿Ha pedido Vuestra Majestad un caballo?<br />

-preguntó.<br />

-¡Un caballo! ¿Lleváis acaso algún caballo<br />

mío? -preguntó el rey, procurando reconocer<br />

a aquel gentilhombre, cuyo semblante no le<br />

era todavía familiar.<br />

-Señor -respondió Malicorne-, tengo por<br />

lo menos un caballo a disposición <strong>de</strong> Vuestra<br />

Majestad.<br />

Y Malicorne señaló el caballo bayo <strong>de</strong> Monsieur,<br />

<strong>de</strong> que había hablado Madame. <strong>El</strong> animal<br />

estaba perfectamente enjaezado.<br />

-Ese caballo no es mío, señor -dijo el rey.<br />

-Es <strong>de</strong> las caballerizas <strong>de</strong> Su Alteza Real;<br />

pero su Alteza, Real no monta jamás a caballo<br />

cuando hace tanto calor.<br />

<strong>El</strong> rey no respondió nada, pero se acercó<br />

vivamente a aquel caballo que removía la tierra<br />

con sus pies.


Malicorne hizo un movimiento, para<br />

tenerle el estribo; pero, cuando quiso recordar,<br />

ya estaba montado.<br />

Vuelto a la alegría por aquella buena<br />

suerte, el rey corrió todo sonriente a la carroza<br />

<strong>de</strong> las reinas que le esperaban, y a pesar <strong>de</strong>l aire<br />

<strong>de</strong>sconcertado <strong>de</strong> María Teresa:<br />

-Como veis -dijo-, he hallado este caballo<br />

y <strong>de</strong>seo aprovechar la ocasión. En la carroza<br />

el calor me asfixiaba. Así, pues, hasta luego,<br />

señoras.<br />

E, inclinándose graciosamente sobre el<br />

bien formado cuello <strong>de</strong>l corcel, <strong>de</strong>sapareció al<br />

momento.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria se asomó para seguirle<br />

con la vista. No anduvo mucho el rey, pues al<br />

llegar a la sexta carroza hizo acortar el paso a<br />

su caballo, y quitóse el sombrero.<br />

Saludaba a La Valliére, la cual al verle<br />

lanzó un gritito <strong>de</strong> sorpresa, ruborizándose al<br />

mismo tiempo <strong>de</strong> satisfacción.


Montalais, que ocupaba el otro rincón <strong>de</strong> la<br />

carroza, hizo al rey un profundo saludo.<br />

Luego, como mujer <strong>de</strong> talento, fingió<br />

que el paisaje le llamaba la<br />

atención y se retiró al rincón <strong>de</strong> la izquierda.<br />

La conversación <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> La Valliére<br />

empezó, como todas las conversaciones <strong>de</strong><br />

amantes, con miradas expresivas y con palabras<br />

al principio vacías <strong>de</strong> sentido.<br />

<strong>El</strong> rey manifestó que tenía tanto calor en<br />

la carroza, que el haberse encontrado con aquel<br />

caballo le parecía un beneficio celestial.<br />

Y el bienhechor -añadió- <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser<br />

hombre <strong>de</strong> mucha inteligencia, porque me ha<br />

adivinado. Sólo me resta saber quién es el gentilhombre<br />

que ha servido con tanta habilidad a<br />

su rey, libertándole <strong>de</strong>l profundo fastidio que le<br />

abrumaba.<br />

Durante el coloquio, Montalais, que<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las primeras palabras había puesto gran<br />

atención, se fue acercando <strong>de</strong> manera que al


concluir el rey su última frase se encontraba su<br />

mirada con la suya.<br />

De ahí resultó que, como el rey miraba<br />

tanto a ella como a La Valliére al preguntar,<br />

pudo creer Montalais que era ella la preguntada,<br />

y que, por consiguiente, podía respon<strong>de</strong>r.<br />

Así fue que contestó:<br />

-Señor, el caballo que monta Vuestra<br />

Majestad es uno <strong>de</strong> los caballos <strong>de</strong> Monsieur<br />

que llevaba <strong>de</strong> la mano uno <strong>de</strong> los gentiles<br />

hombres <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />

-¿Y cómo se llama ese gentilhombre,<br />

señorita?<br />

-Señor <strong>de</strong> Malicorne.<br />

<strong>El</strong> nombre causó su efecto ordinario.<br />

-¿Malicorne? -repetía el rey sonriendo.<br />

-Sí, señor -replicó Aura-. Mirad, es ese<br />

caballero que galopa a mi izquierda.<br />

Y señalaba, en efecto, a nuestro Malicorne,<br />

el cual, con aire hipócrita, galopaba al<br />

lado <strong>de</strong> la portezuela izquierda, y aunque comprendió<br />

que se hablaba <strong>de</strong> él en aquel momen-


to, no se movió <strong>de</strong> su silla, como si fuese sordo<br />

y mudo.<br />

-Sí, ése es el caballero -dijo el rey-; recuerdo<br />

su fisonomía, y me acordaré <strong>de</strong> su<br />

nombre.<br />

Y el rey miró tiernamente a La Valliére.<br />

Aura nada tenía ya que hacer. Había <strong>de</strong>jado<br />

caer el nombre <strong>de</strong> Malicorne; el terreno era<br />

bueno; ahora no había más que <strong>de</strong>jar que el<br />

nombre brotara, y que el suceso causara sus<br />

frutos.<br />

En consecuencia, volvió a acomodarse<br />

en su rincón, con el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> hacer al señor<br />

<strong>de</strong> Malicorne todas las señas cariñosas que se le<br />

antojase, va que el señor <strong>de</strong> Malicorne había<br />

tenido la dicha <strong>de</strong> agradar al rey. Como es <strong>de</strong><br />

suponer, Montalais no las escaseó. Y Malicorne,<br />

con su fino oído y su mirada astuta, recogió las<br />

palabras:<br />

-Todo va bien.<br />

Estas palabras fueron acompañadas <strong>de</strong><br />

una pantomima muy semejante a un beso.


-¡Ay, señorita! -dijo al fin el rey-. Pronto<br />

cesará la libertad <strong>de</strong>l campo; vuestro servicio a<br />

Madame será más riguroso, y no nos volveremos<br />

a ver.<br />

-Vuestra Majestad ama <strong>de</strong>masiado a<br />

Madame -contestó Luisa-, para que no vaya a<br />

verla con frecuencia, y cuando Vuestra Majestad<br />

atraviese la cámara ...<br />

-¡Ah! -dijo el rey con voz tierna, que<br />

bajaba por grados-. Divisarse no es verse, y, sin<br />

embargo, parece que eso es bastante para vos.<br />

Luisa no respondió; pero ahogó un suspiro<br />

que quiso salírsele <strong>de</strong>l pecho.<br />

-Gran dominio tenéis sobre vos -dijo el<br />

rey.<br />

La Valliére sonrió con melancolía.<br />

-Emplead esa energía en amar -continuó<br />

él-, y ben<strong>de</strong>ciré a Dios por habérosla dado.<br />

La Valliére guardó silencio, pero dirigió al rey<br />

una mirada llena <strong>de</strong> amor.<br />

Entonces Luis, como si se sintiera abrasado<br />

por aquella ardiente mirada, se pasó In


mano por la frente, y oprimiendo su corcel con<br />

las rodillas, le hizo a<strong>de</strong>lantar algunos pasos.<br />

<strong>El</strong>la, recostada hacia atrás, con los ojos<br />

medio cerrados, cobijaba con su mirada a aquel<br />

gallardo jinete, cuyas plumas on<strong>de</strong>aban al viento.<br />

Agradábanle en extremo sus brazos<br />

arqueados con gracia; su pierna, fina y nerviosa,<br />

apretando los flancos <strong>de</strong>l caballo, y aquel<br />

<strong>de</strong>licado corte <strong>de</strong>l perfil, <strong>de</strong>lineado por hermosos<br />

cabellos ensortijados, que se levantaban a<br />

veces para <strong>de</strong>scubrir una oreja rosada y encantadora.<br />

En una palabra, la pobre niña amaba, y<br />

se embriagaba con su amor. Un instante <strong>de</strong>spués,<br />

el rey volvió al lado <strong>de</strong> ella.<br />

-¡Ay! -exclamó-. ¿No veis que vuestro<br />

silencio me atraviesa el corazón? ¡Oh señorita!<br />

¡Qué inflexible <strong>de</strong>béis ser cuando os resolvéis a<br />

un rompimiento! Y luego os creo mudable... En<br />

fin, en fin, temo este amor profundo que me<br />

habéis hecho concebir.


-¡Oh señor! Os equivocáis -dijo La Valliére-;<br />

cuando yo ame, será para toda la vida.<br />

-¡Cuando améis! -exclamó el rey con<br />

dolor-. ¿De modo que no amáis?<br />

La Valliére se tapó la cara con las manos.<br />

-¿Lo veis? -dijo el rey-. ¿Veis cómo tengo<br />

razón en acusaros? ¿Veis cómo sois mudable,<br />

caprichosa y quizá coqueta? ¿Lo veis? ¡Oh!<br />

¡Dios mío, Dios mío!<br />

-¡Oh, no! -dijo La Valliére-. Tranquilizaos, señor.<br />

¡No, no! -Pues prometedme que seréis<br />

siempre la misma para mí.<br />

-¡Oh! Siempre, señor.<br />

-Que no tendréis conmigo esas cruelda<strong>de</strong>s<br />

que <strong>de</strong>strozan el corazón, ni esas mudanzas<br />

que me darían la muerte.<br />

-¡Oh! ¡No, no!<br />

-Pues bien, oíd: me. gustan las promesas,<br />

me gusta poner bajo la garantía <strong>de</strong>l juramento,<br />

es <strong>de</strong>cir, bajo la salvaguardia <strong>de</strong> Dios,<br />

todo lo que interesa a mi corazón y a mi amor.


Prometedme, o mejor, juradme que si, en esta<br />

vida que vamos a principiar, vida toda <strong>de</strong> sacrificios,<br />

<strong>de</strong> misterios, <strong>de</strong> dolores, vida toda <strong>de</strong><br />

contratiempos y <strong>de</strong> sinsabores; juradme que si<br />

nos hemos engañado, si no nos hemos comprendido,<br />

si nos hemos hecho algún agravio,<br />

que en amor es un crimen, juradme, Luisa...<br />

La joven tembló hasta el fondo <strong>de</strong>l alma;<br />

era aquella la vez primera que oía pronunciar<br />

así su nombre a su regio amante.<br />

Luis, quitándose su guante, extendió la<br />

mano hasta la carroza.<br />

-Juradme -continuó-, que en todas nuestras<br />

<strong>de</strong>savenencias, si estamos lejos uno <strong>de</strong> otro,<br />

jamás <strong>de</strong>jaremos pasar una noche <strong>de</strong> por medio<br />

sin que una visita, o por lo menos algún mensaje<br />

<strong>de</strong>l uno lleve al otro el consuelo y la tranquilidad.<br />

La Valliére cogió con sus dos manos<br />

frías la mano abrasadora <strong>de</strong> su amante, y la<br />

oprimió dulcemente, hasta que un movimiento<br />

<strong>de</strong>l caballo, asustado por la rotación y la


proximidad <strong>de</strong> la rueda, arrancóla aquella felicidad.<br />

La joven había jurado.<br />

-Volved, señor -dijo-, volved al lado <strong>de</strong><br />

las reinas; presiento allá una tormenta que<br />

amenaza a mi corazón.<br />

Luis obe<strong>de</strong>ció, y, saludando a la señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais, marchó a galope a fin <strong>de</strong> alcanzar<br />

la carroza <strong>de</strong> las reinas.<br />

Al pasar vio a Monsieur que dormía.<br />

Madame no dormía, no. A su paso, dijo al rey:<br />

-¡Qué buen caballo, señor! ¿No es el <strong>de</strong> Monsieur?<br />

En cuanto a la reina joven, no dijo más que estas<br />

palabras:<br />

-¿Estáis mejor, mi amado señor?<br />

XXIX<br />

EL TRIUNFEMINATO


Luego que llegó el rey a París, se fue al<br />

Consejo y estuvo trabajando parte <strong>de</strong>l día. La<br />

joven reina permaneció en su cuarto con la reina<br />

madre, y prorrumpió en amargo llanto <strong>de</strong>spués<br />

que se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Ay, madre mía -dijo-, el rey no me ama<br />

ya! ¿Qué será <strong>de</strong> mí, Dios mío?<br />

-Un marido siempre ama a una mujer<br />

como vos -respondió Ana <strong>de</strong> Austria.<br />

-Pue<strong>de</strong> llegar el momento, madre mía,<br />

en que ame a otra que no sea yo.<br />

-¿Y a qué llamáis amar?<br />

-¡Oh! ¡A pensar siempre en alguien, y<br />

buscar continuamente a esa persona!<br />

-¿Habéis advertido, acaso -dijo Ana <strong>de</strong><br />

Austria-, que el rey haga eso?<br />

-No, señora -dijo la reina titubeando.<br />

-¡Pues ya lo veis, María!<br />

-Y, no obstante, madre mía, confesad<br />

que el rey me abandona.<br />

-<strong>El</strong> rey, hija mía, pertenece a todo su<br />

reino.


-Ésa es la razón por la que no me pertenece<br />

ya a mí, y por la que me veré, como se han<br />

visto tantas otras reinas, abandonada y olvidada,<br />

en tanto que el amor, la gloria y los honores<br />

serán para otros. ¡Ay, madre mía, es tan gallardo<br />

el rey, y habrá tantas que le amen y se lo<br />

digan!<br />

-Extraño es que las mujeres amen a un<br />

hombre en el rey. Pero si eso sucediese, lo cual<br />

dudo mucho, <strong>de</strong>sead más bien, María, que esas<br />

mujeres amen realmente a vuestro marido. En<br />

primer lugar, e1 amor profundo <strong>de</strong> la querida<br />

es un elemento <strong>de</strong> disolución rápida para el<br />

amor <strong>de</strong>l amante; y <strong>de</strong>spués, la querida, a fuerza<br />

<strong>de</strong> amar, pier<strong>de</strong> todo su dominio sobre el<br />

amante, <strong>de</strong> quien no <strong>de</strong>sea el po<strong>de</strong>r ni las riquezas,<br />

sino el amor. ¡Desead, por tanto, que el<br />

rey no ame, y que su querida ame mucho!<br />

-¡Ay, madre mía, qué po<strong>de</strong>r tan gran<strong>de</strong><br />

el <strong>de</strong> un amor profundo!<br />

-¿Y afirmáis que estáis abandonada?


-¡Es cierto, es cierto, <strong>de</strong>svarío! Hay, sin<br />

embargo, un suplicio al cual no podría resistir.<br />

-¿Cuál?<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> una feliz elección, el <strong>de</strong> que se<br />

formasen otras relaciones junto a las nuestras,<br />

el <strong>de</strong> que el rey encontrase una familia en otra<br />

mujer. ¡Oh! Si viese que el rey llegaba a tener<br />

hijos...; me moriría.<br />

-¡María, María! -replicó la. reina madre<br />

con una sonrisa, cogiendo la mano <strong>de</strong> la joven<br />

reina-. Tened presente lo que os voy a <strong>de</strong>cir, y<br />

recordadlo siempre para vuestro consuelo: el<br />

rey no pue<strong>de</strong> tener <strong>de</strong>lfín sin vos, y vos podéis<br />

tenerlo sin él.<br />

A estas palabras, que acompañó con una<br />

expresiva carcajada, apartóse <strong>de</strong> su nuera para<br />

salir a recibir a Madame, cuya visita había<br />

anunciado un paje.<br />

Madame apenas se había tomado el<br />

tiempo preciso para cambiarse. Llegaba con<br />

una <strong>de</strong> esas fisonomías agitadas que revelan un


plan, cuya ejecución se trae entre manos y cuyo<br />

resultado pone en cuidado.<br />

-Venía a saber -dijo- si Vuestras Majesta<strong>de</strong>s<br />

estaban fatigadas <strong>de</strong>l viajecito.<br />

-No -dijo la reina madre.<br />

-Algo -dijo María Teresa.<br />

-Yo, señoras, por lo que más he sufrido<br />

ha sido por ir violenta.<br />

-¡Violenta! ¿Y por qué? -dijo Ana <strong>de</strong><br />

Austria.<br />

-Por la fatiga que ha <strong>de</strong>bido experimentar<br />

el rey con tanto como ha corrido a caballo.<br />

-¡Bah! Eso le sienta bien.<br />

-Y yo misma se lo aconsejé - dijo María<br />

Teresa pali<strong>de</strong>ciendo. Madame no contestó nada;<br />

únicamente se <strong>de</strong>lineó en sus labios una<br />

sonrisa, que sólo era peculiar a ella, y que no<br />

pasó al resto <strong>de</strong> su fisonomía. Luego, mudando<br />

<strong>de</strong> conversación:<br />

-Volvemos a hallar a París -dijo- muy<br />

semejante al París que <strong>de</strong>jamos: siempre intrigas,<br />

enredos, coqueterías.


-¡Intrigas! ¿Qué intrigas? -preguntó la<br />

reina madre.<br />

-Se habla mucho <strong>de</strong>l señor Fouquet y <strong>de</strong><br />

la señora <strong>de</strong> Plessis-Bellliére.<br />

-¿Que se ha inscrito en el número diez<br />

mil? -repuso la reina madre-. Pero, ¿y los enredos,<br />

cuáles son?<br />

-Tenemos, al parecer, algunas disensiones<br />

con Holanda.<br />

-¿Con qué motivos?<br />

-Monsieur me ha referido esa historia <strong>de</strong><br />

las medallas.<br />

-¡Ah! -exclamó la joven reina-. ¿Esas<br />

medallas acuñadas en Holanda. . . en que se ve<br />

pasar una nube por el sol <strong>de</strong>l rey?... Hacéis mal<br />

en llamar a eso enredos; es cosa que no merece<br />

la pena <strong>de</strong> ocuparse <strong>de</strong> ello; es una injuria.<br />

-Y que el rey <strong>de</strong>spreciará -respondió la<br />

reina madre-. ¿Pero qué hablábais <strong>de</strong> coqueterías?<br />

Aludíais quizá a la señora <strong>de</strong> Olonne?<br />

-No, no; hay que buscar más cerca <strong>de</strong><br />

nosotras.


-En nuestra casa -murmuró en español<br />

la reina madre al oído <strong>de</strong> su nuera, sin mover<br />

los labios.<br />

Madame nada oyó, y prosiguió:<br />

-¿Sabéis la infausta noticia?<br />

-¡Oh, sí! La herida <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¿Y la atribuís, como todo el mundo, a<br />

un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> caza?<br />

-Ciertamente -dijeron las dos reinas excitado<br />

ya su interés. Madame se acercó.<br />

-Un duelo -dijo por lo bajo.<br />

-¡Ah! -exclamó gravemente Ana <strong>de</strong> Austria,<br />

a quien le sonaba mal la palabra duelo,<br />

proscrita en Francia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que reinaba en ella.<br />

-Un <strong>de</strong>plorable duelo, que ha estado a<br />

punto <strong>de</strong> privar a Monsieur <strong>de</strong> dos <strong>de</strong> sus mejores<br />

amigos, y al rey <strong>de</strong> dos buenos servidores.<br />

-¿Y por qué ha sido ese duelo? -dijo la<br />

reina animada por un secreto instinto.<br />

-Coqueterías -repitió victoriosamente<br />

Madame-. Esos señores pusiéronse a disertar<br />

sobre la virtud <strong>de</strong> cierta dama: al uno le parecía


que Palas era poca cosa al lado <strong>de</strong> ella; el otro<br />

sostenía que esa dama imitaba a Venus festejando<br />

a Marte; y a fe mía que los dos caballeros<br />

han peleado como Héctor y Aquiles.<br />

-¿Venus cortejando a Marte? -dijo para<br />

sí la joven reina, sin atreverse a profundizar la<br />

alegoría.<br />

-¿Quién es esa dama? -inquirió claramente<br />

Ana <strong>de</strong> Austria-. Me parece que habéis<br />

dicho que es una camarista.<br />

-¿He dicho eso? -preguntó Madame.<br />

-Sí. Y hasta creo que os la he oído nombrar.<br />

-¿Sabéis que una mujer <strong>de</strong> esa especie es<br />

funesta en una casa real?<br />

-¿Es la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -<br />

preguntó la reina madre.<br />

-Dios mío, sí, esa feílla.<br />

-Yo creía que estaba prometida a un<br />

gentilhombre que no es ni el señor <strong>de</strong> Guiche ni<br />

el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

-Es posible, señora.


La reina joven cogió un cañamazo que<br />

se puso a <strong>de</strong>shilachar con afectada tranquilidad<br />

que <strong>de</strong>smentía el temblor <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> Venus y <strong>de</strong> Marte? -<br />

continuó la reina madre-. ¿Hay quizá algún<br />

Marte <strong>de</strong> por medio?<br />

-De eso se alaba ella.<br />

-¿Afirmáis que se precia <strong>de</strong> ello?<br />

-Esa ha sido da causa <strong>de</strong>l combate.<br />

-Y el señor <strong>de</strong> Guiche, ¿ha sostenido da<br />

causa <strong>de</strong> Marte?<br />

-Sí, por cierto, como buen servidor.<br />

-¡Como buen servidor! -murmuró da<br />

joven reina olvidando toda reserva para <strong>de</strong>jar<br />

traslucir sus celos-. ¿Servidor <strong>de</strong> quién?<br />

-No pudiendo Marte -contestó Madameser<br />

<strong>de</strong>fendido sino a expensas <strong>de</strong> esa Venus, el<br />

señor <strong>de</strong> Guiche ha sostenido da inocencia<br />

completa <strong>de</strong> Marte, afirmando que Venus era<br />

da que se preciaba <strong>de</strong> ello.


-Y el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-,<br />

¿propagaba da voz <strong>de</strong> que Venus tenía<br />

razón?<br />

"¡Ah, War<strong>de</strong>s! -pensó Madame-, cara os<br />

va a costar da herida que habéis hecho al más<br />

noble <strong>de</strong> dos hombres."<br />

Y empezó a acusar a War<strong>de</strong>s con todo el<br />

encarnizamiento que pudo, pagando así da<br />

<strong>de</strong>uda <strong>de</strong>l herido y da suya, con da certeza <strong>de</strong><br />

que labraba para do sucesivo da ruina <strong>de</strong> su<br />

enemigo. Tanto dijo, que si Manicamp hubiera<br />

estado allí, habría sentido haber servido tan<br />

bien a su amigo, puesto que <strong>de</strong> ahí iba a provenir<br />

la ruina <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sgraciado enemigo.<br />

-En todo eso -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-, no<br />

veo más que un mal, y es La Valliére.<br />

La reina joven volvió a continuar su<br />

labor con frialdad absoluta. Madame escuchó.<br />

-¿No es ésa vuestra opinión? -<strong>de</strong> preguntó<br />

Ana <strong>de</strong> Austria-. ¿No será ella da causa<br />

<strong>de</strong> esa disputa y <strong>de</strong>l combate?


Madame contestó con un gesto que no<br />

era afirmativo ni negativo. -No comprendo<br />

entonces muy bien do que habéis dicho relativo<br />

ad peligro <strong>de</strong> da coquetería -replicó Ana <strong>de</strong><br />

Austria.<br />

-Es certísimo -se apresuró a <strong>de</strong>cir Madame-<br />

que si da joven no hubiese sido coqueta,<br />

Marte no habría reparado en ella.<br />

La palabra Marte hizo que se tiñeran <strong>de</strong><br />

fugitivo rubor das mejillas <strong>de</strong> da joven reina;<br />

pero no por eso <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> continuar su obra comenzada.<br />

-No quiero que en mi Corte se arme así<br />

a los hombres unos contra otros -dijo con da<br />

mayor calma Ana <strong>de</strong> Austria-. Esas costumbres<br />

pudieron tal vez ser útiles en tiempos en que da<br />

nobleza, dividida-, no tenía otro lazo común<br />

que el <strong>de</strong> da galantería. Entonces, das mujeres,<br />

que eran das únicas que reinaban, tenían el<br />

privilegio <strong>de</strong> estimular el valor <strong>de</strong> dos caballeros<br />

con frecuentes pruebas. Mas hoy, a Dios<br />

gracias, no hay más que un solo amo en Fran-


cia. A ese amo se <strong>de</strong> <strong>de</strong>be el concurso <strong>de</strong> toda<br />

fuerza y <strong>de</strong> todo pensamiento. Nunca toleraré<br />

que a mi hijo se <strong>de</strong> arrebate uno solo <strong>de</strong> sus<br />

servidores.<br />

Volviéndose entonces a da joven reina.<br />

-¿Qué haremos con esa La Valliére? -<br />

preguntó.<br />

-¿La Valliére? -dijo da reina aparentando<br />

sorpresa-. No conozco ese nombre.<br />

Y aquella respuesta fue acompañada<br />

con una <strong>de</strong> esas sonrisas frías que sólo se ven<br />

en das bocas reales.<br />

Madame era toda una gran princesa,<br />

gran<strong>de</strong> por el talento, el nacimiento y el orgullo;<br />

no obstante, se sintió abrumada por el peso<br />

<strong>de</strong> aquella réplica, y tuvo que esperar algunos<br />

instantes para reponerse.<br />

-Es una <strong>de</strong> mis camaristas -repuso<br />

haciendo un saludo.<br />

-Entonces -objetó María Teresa en el<br />

mismo tono-, es asunto vuestro, hermana mía. .<br />

. , no nuestro.


-Perdón -prosiguió Ana <strong>de</strong> Austria-, es<br />

asunto mío; y comprendo perfectamente -<br />

añadió, dirigiendo a Madame una mirada <strong>de</strong><br />

inteligencia- por qué me ha dicho Madame do<br />

que me acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />

-Cuanto proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> vos -dijo da princesa-,<br />

sale <strong>de</strong> da boca <strong>de</strong> da Provi<strong>de</strong>ncia.<br />

-Al enviar a esa joven a su país -dijo<br />

María Teresa con dulzura-, se <strong>de</strong> podrá señalar<br />

una pensión.<br />

-Sobre mis fondos -exclamó vivamente<br />

Madame.<br />

-No, no, señora -interrumpió Ana <strong>de</strong><br />

Austria-; nada <strong>de</strong> ruido. Ad rey no <strong>de</strong> es grato<br />

que se dé margen a que hablen mal <strong>de</strong> das damas.<br />

Es preciso que todo esto que<strong>de</strong> en la familia.<br />

-Señora, espero que tengáis da amabilidad<br />

<strong>de</strong> enviarme aquí a esa joven.<br />

-Vos, hija mía, hacedme el favor <strong>de</strong> volver<br />

por un momento a vuestro cuarto.


Las súplicas <strong>de</strong> da reina madre eran<br />

ór<strong>de</strong>nes. María Teresa se levantó para irse a su<br />

cuarto, y Madame para llamar a La Valliére por<br />

medio <strong>de</strong> un paje.<br />

XXX<br />

PRIMERA DISCORDIA<br />

La Valliére entró en la cámara <strong>de</strong> la reina<br />

madre, sin sospechar siquiera que se hubiese<br />

tramado en contra suya una conspiración peligrosa.<br />

Suponía qué se trataba <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong>l servicio, y<br />

nunca se había conducido mal con ella la reina<br />

madre en este punto. Por otra parte, no <strong>de</strong>pendiendo<br />

inmediatamente <strong>de</strong> la autoridad <strong>de</strong> Ana<br />

<strong>de</strong> Austria, sólo podía tener con ésta relaciones<br />

oficiosas, a las que le hacían prestarse <strong>de</strong> buen<br />

grado su natural complacencia y la posición <strong>de</strong><br />

la augusta princesa.


A<strong>de</strong>lantóse, pues, hacia la reina madre,<br />

con aquella sonrisa placentera y dulce que<br />

constituía su principal belleza.<br />

Como no se acercara lo bastante, Ana <strong>de</strong> Austria<br />

le hizo seña <strong>de</strong> que se a<strong>de</strong>lantara hasta su<br />

asiento. Entonces entró Madame, y con aire<br />

tranquilo sentóse junto a su madre política,<br />

tomando la labor principiada por María Teresa.<br />

La Valliére advirtió aquellos preámbulos<br />

en vez <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n que esperaba le diesen, y<br />

examinó con curiosidad, si no con inquietud, el<br />

rostro <strong>de</strong> las dos princesas.<br />

Ana reflexionaba.<br />

Madame conservaba una indiferencia<br />

afectada, que habría alarmado a personas menos<br />

tímidas.<br />

-Señorita -dijo <strong>de</strong> súbito la reina madre<br />

sin tratar <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rar su acento español, cosa<br />

que nunca <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> hacer, a menos que estuviese<br />

encolerizada-, acercaos y hablemos <strong>de</strong><br />

vos, puesto que todo el mundo habla.


-¿De mí? -exclamó La Valliére pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

-Haceos la <strong>de</strong>sentendida: ¿ignoráis el<br />

duelo <strong>de</strong>l señor Guiche con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />

-¡Dios mío, señora! Ayer llegó esa noticia<br />

a mis oídos -dijo La Valliére juntando sus<br />

manos.<br />

-¿Y no lo habíais presentido antes?<br />

-¿De dón<strong>de</strong> lo había yo <strong>de</strong> presentir,<br />

señora?<br />

-Porque jamás se baten dos hombres sin<br />

motivo, y <strong>de</strong>bíais conocer el <strong>de</strong> la animosidad<br />

<strong>de</strong> esos dos adversarios.<br />

-Lo ignoro por completo, señora.<br />

-Es ya un sistema <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa muy gastado<br />

el <strong>de</strong> la negativa tenaz, y vos, señorita, que<br />

tenéis talento, <strong>de</strong>béis huir <strong>de</strong> las trivialida<strong>de</strong>s.<br />

Conque a otra cosa.<br />

-¡Dios mío, señora! Vuestra Majestad me<br />

asusta con ese aire glacial. ¿Habré tenido la


<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> incurrir en el <strong>de</strong>sagrado <strong>de</strong> Vuestra<br />

Majestad?<br />

Madame echóse a reír. La Valliére la miró con<br />

aire estupefacto. Ana replicó:<br />

-¡En mi <strong>de</strong>sagrado! ... ¡Incurrir en mi<br />

<strong>de</strong>sagrado! No os imaginéis eso, señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére; necesito pensar en las personas para<br />

mostrarles mi <strong>de</strong>sagrado. Solamente pienso en<br />

vos porque habéis dado que hablar <strong>de</strong>masiado,<br />

y no me gusta que se hable <strong>de</strong> las doncellas <strong>de</strong><br />

mi Corte.<br />

-Vuestra Majestad me hace el honor <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>círmelo -repuso asustada La Valliére-; pero<br />

no comprendo en qué pue<strong>de</strong>n hablar <strong>de</strong> mí.<br />

-Yo os lo diré. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ha<br />

salido a vuestra <strong>de</strong>fensa.<br />

-¿A mi <strong>de</strong>fensa?<br />

-Sí, por cierto. Eso es <strong>de</strong> caballero, y las<br />

bellas aventureras gustan <strong>de</strong> que los caballeros<br />

enristren la lanza por su causa. Yo, <strong>de</strong>testo los<br />

combates, y por consiguiente aborrezco las<br />

aventuras, y... ya podéis compren<strong>de</strong>r lo <strong>de</strong>más.


La Valliére dobló sus rodillas a los pies<br />

dé la reina, la cual le volvió la espalda. Entonces<br />

extendió los brazos a Madame, y ésta se le<br />

echó a reír.<br />

Un sentimiento <strong>de</strong> orgullo la levantó.<br />

-Señoras -dijo-, he preguntado cuál es<br />

mi crimen; Vuestra Majestad <strong>de</strong>be <strong>de</strong>círmelo, y<br />

veo que Vuestra Majestad me con<strong>de</strong>na antes <strong>de</strong><br />

admitirme una justificación.<br />

-¿Oís, señora, qué bellas frases y qué<br />

hermosos sentimientos? ... Necesariamente<br />

esta joven es una infanta, una <strong>de</strong> las aspirantes<br />

<strong>de</strong>l gran Ciro... un pozo <strong>de</strong> ternura y <strong>de</strong> fórmulas<br />

heroicas. Bien se ve, querida mía, que alimentáis<br />

vuestra imaginación en el comercio <strong>de</strong><br />

las testas coronadas..<br />

La Valliére se sintió herida en el corazón,<br />

y poniéndose más blanca que una azucena,<br />

perdió todas sus fuerzas.<br />

-Quería <strong>de</strong>ciros -prosiguió <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente<br />

Ana <strong>de</strong> Austria- que si continuáis<br />

alimentando sentimientos <strong>de</strong> esa clase, nos


humillaréis <strong>de</strong> tal suerte, que nosotras las mujeres<br />

llegaremos a avergonzarnos <strong>de</strong> figurar a<br />

vuestro lado. Sed más sencilla, señorita... Ahora<br />

que recuerdo; ¡me han asegurado que estáis<br />

prometida!<br />

La Valliére comprimió su corazón <strong>de</strong>sgarrado<br />

por un nuevo dolor.<br />

-Contestad cuando os hablan.<br />

-Sí, señora.<br />

-A un gentilhombre.<br />

-Sí, señora.<br />

-¿Qué se llama?<br />

-<strong>El</strong> señor vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¿Sabéis que es una dicha muy gran<strong>de</strong><br />

para vos, señorita, y que hallándoos sin bienes<br />

<strong>de</strong> fortuna, sin posición... sin gran<strong>de</strong>s atractivos<br />

personales, <strong>de</strong>beríais ben<strong>de</strong>cir a Dios que os<br />

procura un porvenir como ése?<br />

La señorita <strong>de</strong> La Valliére no replicó.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-continuó la reina.


-En Inglaterra -dijo Madame-, adon<strong>de</strong><br />

no tardará en llegar la noticia <strong>de</strong> los triunfos <strong>de</strong><br />

esta señorita.<br />

-¡Oh cielos! -murmuró consternada La<br />

Valliére.<br />

-Pues bien, señorita -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-,<br />

se hará volver a ese joven, y. se os <strong>de</strong>stinará<br />

a algún punto con él. Si sois <strong>de</strong> otra opinión,<br />

pues las jóvenes suelen tener i<strong>de</strong>as extrañas,<br />

poned vuestra confianza en mí, que yo os guiaré<br />

por buen camino; ya lo he hecho con jóvenes<br />

que no valían más.<br />

La Valliére ya no oía. La inflexible reina<br />

continuó:<br />

-Os enviaré sola a alguna parte don<strong>de</strong><br />

podáis reflexionar con madurez. La reflexión<br />

domina el ardor <strong>de</strong> la sangre y <strong>de</strong>vora todas las<br />

ilusiones <strong>de</strong> la juventud. Supongo que me<br />

habréis comprendido.<br />

-¡Señora, señora!<br />

-Ni una palabra.


-Señora, soy inocente <strong>de</strong> todo cuanto<br />

Vuestra Majestad pueda suponer. ¡Señora, ved<br />

mi <strong>de</strong>sesperación! ¡Amo y respeto tanto a Vuestra<br />

Majestad!<br />

-Más valdría que no me respetaseis -dijo<br />

la reina con glacial ironía-. Más valdría que no<br />

fueseis inocente. ¿Creéis que me contentaría<br />

con lo dicho si hubiéseis incurrido en falta?<br />

-Pero, señora, ¿no veis que me matáis?<br />

-Basta <strong>de</strong> comedia, o me encargo yo <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>senlace. Volved a vuestro cuarto, y que os<br />

aproveche mi lección.<br />

-¡Señora -dijo La Valliére a la duquesa<br />

<strong>de</strong> Orleáns, asiéndola las manos-, mediad por<br />

mí, vos que sois tan buena!<br />

-¡Yo! -replicó Madame con un gozo insultante-.<br />

¿Yo buena?... ¡Ah, señorita, no creo<br />

que lo sintáis así!<br />

Y separó bruscamente la mano <strong>de</strong> la<br />

joven.<br />

Ésta, en vez <strong>de</strong> doblegarse, como podían<br />

esperarlo ambas princesas <strong>de</strong> su pali<strong>de</strong>z y <strong>de</strong>


sus lágrimas, recobró <strong>de</strong> pronto su calma y<br />

dignidad, y, haciendo una profunda reverencia,<br />

salió.<br />

-Y bien -dijo Ana <strong>de</strong> Austria a Madame-,<br />

¿creéis que vuelva a las andadas?<br />

-Desconfío <strong>de</strong> los caracteres dulces y<br />

sufridos -replicó Madame-. Nada hay con más<br />

valor que un corazón paciente, nada hay más<br />

seguro <strong>de</strong> sí que un carácter dulce.<br />

-Yo os aseguro que lo pensará más <strong>de</strong><br />

una vez antes <strong>de</strong> mirar al dios Marte.<br />

-Como no sea que se sirva <strong>de</strong> su escudo<br />

-contestó Madame.<br />

Una altiva mirada <strong>de</strong> la reina madre<br />

sirvió <strong>de</strong> respuesta a aquella objeción, que no<br />

carecía <strong>de</strong> finura, y las dos damas, seguras casi<br />

<strong>de</strong> su victoria, fueron a buscar a María Teresa,<br />

que las aguardaba disimulando su impaciencia.<br />

Eran a la sazón las seis y media <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> y el rey acababa <strong>de</strong> tomar la merienda.<br />

Aprovechó el tiempo, y terminado el refrigerio<br />

y <strong>de</strong>spachados los asuntos, cogió <strong>de</strong>l brazo a


Saint-Aignan, y le mandó que le condujese al<br />

cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />

<strong>El</strong> cortesano <strong>de</strong>jó escapar una exclamación.<br />

-¿Qué hay? -dijo el rey-. Es costumbre<br />

que se ha <strong>de</strong> tomar, y para tomar una costumbre,<br />

preciso es comenzar alguna vez.<br />

-Pero, señor, el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />

doncellas es una. linterna: todo el mundo ve<br />

quién entra y quién sale. Creo que un pretexto...<br />

Este, por ejemplo...<br />

-¿Cuál?<br />

-Si vuestra Majestad quisiera esperar a<br />

que Madame volviese a su cuarto...<br />

-¡Nada <strong>de</strong> pretextos! ¡Nada <strong>de</strong> esperas!<br />

Ya estoy harto <strong>de</strong> contratiempos y <strong>de</strong> misterios;<br />

no veo en qué pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>shonrarse el rey <strong>de</strong><br />

Francia por tener relaciones con una joven <strong>de</strong><br />

talento... Homni soit qui mal y pense!<br />

-Señor, señor, Vuestra Majestad me perdonará<br />

un exceso <strong>de</strong> celo...<br />

-¡Habla!


-¿Y la reina?<br />

-¡Tienes razón! Quiero que la reina sea<br />

respetada siempre. Por esta noche iré <strong>de</strong> todos<br />

modos a ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y en lo<br />

sucesivo tomaré todos los pretextos que quieras.<br />

Mañana ya buscaremos; hoy no hay tiempo.<br />

Saint-Aignan no replicó; bajó la escalera<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey y atravesó los patios con una<br />

vergüenza que no compensaba el insigne honor<br />

<strong>de</strong> servir <strong>de</strong> apoyo al rey.<br />

Y eso nacía <strong>de</strong> que Saint-Aignan, que<br />

<strong>de</strong>seaba conservarse en buen lugar con Madame<br />

y las dos reinas, quería al mismo tiempo no<br />

disgustar a la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y para<br />

hacer tantas cosas, era muy difícil que no tropezase<br />

con alguna dificultad.<br />

Ahora bien, las ventanas <strong>de</strong> la joven<br />

reina, las <strong>de</strong> la reina madre y las <strong>de</strong> Madame<br />

caían al patio <strong>de</strong> las doncellas. Ser visto acompañando<br />

al rey, era romper con tres gran<strong>de</strong>s


princesas, con tres mujeres <strong>de</strong> valimiento inamovible,<br />

por el débil atractivo <strong>de</strong> un efímero<br />

valimiento <strong>de</strong> querida.<br />

Aquel infeliz <strong>de</strong> Saint-Aignan, que se<br />

sentía con tanto valor para proteger a La Valliére,<br />

bajo los tresbolillos o en el parque <strong>de</strong> Fontainebleau,<br />

no se sentía ya tan atrevido a la luz<br />

primaria; hallaba a aquella joven mil <strong>de</strong>fectos<br />

que ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> participar al rey.<br />

Pero su suplicio terminó. Atravesaron<br />

los patios, y ni una cortina se levantó, ni se<br />

abrió ventana alguna. <strong>El</strong> rey iba <strong>de</strong> prisa, primero<br />

a causa <strong>de</strong> la impaciencia, y luego a causa<br />

<strong>de</strong> las largas piernas <strong>de</strong> Saint-Aignan, que iba<br />

<strong>de</strong>lante.<br />

Al llegar a la puerta, quiso Saint-Aignan<br />

eclipsarse, pero el rey le <strong>de</strong>tuvo.<br />

Era aquélla una <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za que el cortesano<br />

habría perdonado <strong>de</strong> buen grado.<br />

Pero no tuvo más remedio que seguir a<br />

Luis al cuarto <strong>de</strong> La Valliére.


Al entrar el monarca, la joven acababa<br />

<strong>de</strong> enjugarse los ojos, y lo hizo con tal precipitación,<br />

que él rey lo advirtió. Inquirió como<br />

amante interesado, la apremió.<br />

-Nada tengo, señor -dijo ella.<br />

-Al fin y al cabo, llorábais.<br />

-¡Oh, no, señor!<br />

-Mirad, Saint-Aignan, ¿me equivoco?<br />

Saint-Aignan <strong>de</strong>bió contestar, pero se<br />

veía muy apurado.<br />

-Tenéis los ojos encarnados, señorita -<br />

dijo el rey.<br />

-<strong>El</strong> polvo <strong>de</strong>l camino, señor. -No, no; no<br />

tenéis ese aire <strong>de</strong> satisfacción que os hace tan<br />

bella y seductora. No me miráis.<br />

-¡Señor!<br />

-¡Qué digo! Rehuís mis miradas.<br />

La joven se volvió, en efecto.<br />

-En nombre <strong>de</strong>l Cielo, ¿qué pasa? -<br />

preguntó Luis, cuya sangre hervía.


-Nada, señor, y estoy pronta a <strong>de</strong>mostrar<br />

a Vuestra Majestad que mi espíritu está tan<br />

libre como podáis <strong>de</strong>sear.<br />

-¡Vuestro espíritu libre, cuando mi presencia<br />

os turba <strong>de</strong> una manera tan visible! ¿Os<br />

han lastimado o injuriado?<br />

-No, no, señor.<br />

-¡Oh! ¡Es que sería preciso que yo lo<br />

supiese! -exclamó el joven príncipe con ojos que<br />

<strong>de</strong>spedían llamas.<br />

-Señor, nadie, me ha injuriado. -Vamos,<br />

pues, recobrad esa apacible alegría o esa encantadora<br />

melancolía que tanto me agradaba en<br />

vos esta mañana... ¡Vamos! -Bien, señor; bien.<br />

<strong>El</strong> monarca hirió el suelo con el pie, y<br />

dijo:<br />

-¡Es inexplicable un cambio semejante!<br />

Y miró a Saint-Aignan, el cual advertía<br />

también la triste langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> La Valliére y la<br />

impaciencia <strong>de</strong>l rey.<br />

Por más ruegos que hizo Luis, por más<br />

que trató <strong>de</strong> combatir aquella fatal disposición


<strong>de</strong> ánimo, la joven estaba anonadada, y el aspecto<br />

mismo <strong>de</strong> la muerte no la habría hecho<br />

salir <strong>de</strong> su entorpecimiento.<br />

<strong>El</strong> rey vio en aquella negativa un misterio<br />

que le contrariaba, y se puso a mirar alre<strong>de</strong>dor<br />

suyo con aire receloso.<br />

Justamente había en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére<br />

un retrato en miniatura <strong>de</strong> Athos.<br />

<strong>El</strong> rey vio aquel retrato, que se asemejaba<br />

mucho a <strong>Bragelonne</strong> por haber sido hecho<br />

cuando el con<strong>de</strong> era joven, y fijó en él miradas<br />

amenazadoras.<br />

La Valliére, en el estado <strong>de</strong> opresión en<br />

que se hallaba, y muy distante por otra parte <strong>de</strong><br />

pensar en aquella pintura, no pudo adivinar la<br />

preocupación <strong>de</strong>l rey.<br />

Y, no obstante, éste luchaba con un recuerdo<br />

terrible que, más <strong>de</strong> una vez, se había<br />

presentado a su memoria y siempre se había<br />

esforzado por apartar.


Recordaba la intimidad <strong>de</strong> ambos jóvenes<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia. Recordaba los esponsales<br />

que iban a ser su consecuencia.<br />

Y recordaba que Athos había venido a<br />

pedirle la mano <strong>de</strong> La Valliére para Raúl.<br />

Figuróse que a su regreso a París, La<br />

Valliére había sabido noticias <strong>de</strong> Londres, y que<br />

esas noticias habían contrapesado la influencia<br />

que él pudiese haber adquirido sobre ella.<br />

Casi en el mismo instante sintióse picado<br />

en las sienes por el tábano cruel <strong>de</strong> los celos,<br />

y volvió a preguntar con amargura.<br />

La Valliére no podía contestar; hubiera tenido<br />

que <strong>de</strong>cirlo todo, y acusar a la reina y a Madame.<br />

Aquello era sostener una lucha abierta<br />

contra dos princesas po<strong>de</strong>rosas.<br />

Parecíale que no haciendo nada para<br />

ocultar al rey lo que pasaba en su interior, <strong>de</strong>bía<br />

el rey leer en su corazón a través <strong>de</strong> su silencio,<br />

y que si amaba en verdad, <strong>de</strong>bía compren<strong>de</strong>rlo<br />

y adivinarlo todo.


¿Qué otra cosa es la simpatía sino la<br />

llama divina que ilumina el corazón y dispensa<br />

a los verda<strong>de</strong>ros amantes <strong>de</strong> la palabra?<br />

La Valliére calló, por tanto, contentándose<br />

con suspirar, llorar y ocultar su cabeza<br />

entre las manos.<br />

Aquellos suspiros y lágrimas, que en un<br />

principio habían emocionado y luego asustado<br />

a Luis XIV, le irritaban ahora. No podía tolerar<br />

la oposición, tanto la <strong>de</strong> los suspiros y lágrimas<br />

como otra cualquiera, y prorrumpió en palabras<br />

agrias, apremiantes, incisivas.<br />

Era aquél un nuevo dolor que aumentaba<br />

los <strong>de</strong>más dolores <strong>de</strong> la<br />

joven; pero trató <strong>de</strong> sacar, <strong>de</strong> lo que consi<strong>de</strong>raba<br />

como una injusticia <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> su amante,<br />

fuerza para resistir, no sólo a los dolores antiguos,<br />

sino también al nuevo.<br />

<strong>El</strong> rey empezó a acusar directamente.<br />

La Valliére no intentó siquiera <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse;<br />

soportó todas las acusaciones sin contestar<br />

<strong>de</strong> otro modo que con un movimiento <strong>de</strong>


cabeza, sin pronunciar más palabras que esta<br />

exclamación que el pesar arranca a los corazones<br />

hondamente afligidos:<br />

-¡Dios mío, Dios mío!<br />

Pero, en vez <strong>de</strong> calmar la irritación <strong>de</strong>l<br />

monarca, este grito <strong>de</strong> dolor no hacía mas que<br />

aumentarla,, pues veía en él la apelación a un<br />

po<strong>de</strong>r superior al suyo, a un ser que podía <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />

a La Valliére contra él.<br />

A<strong>de</strong>más, se veía secundado por Saint-<br />

Aignan. Éste, según hemos dicho, veía aproximarse<br />

la tempestad; no conocía el grado <strong>de</strong><br />

amor que Luis XIV podía experimentar; preveía<br />

que la pobre La Valliére tendría que sucumbir<br />

necesariamente a los tiros <strong>de</strong> las tres princesas,<br />

y no era bastante caballero para no temer quedar<br />

envuelto en su ruina.<br />

Saint-Aignan, por lo tanto, sólo respondía<br />

a las interpelaciones <strong>de</strong>l rey con palabras<br />

dichas a media voz, y con a<strong>de</strong>manes marcados<br />

que tenían por objeto envenenar las cosas y<br />

causar un rompimiento, cuyo resultado <strong>de</strong>bía


libertarle <strong>de</strong>l compromiso <strong>de</strong> atravesar los patios<br />

<strong>de</strong> un modo tan público para acompañar a<br />

su digno compañero al cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />

Entretanto, el rey se iba exaltando más y<br />

más; dio tres pasos para salir, y volvió otra vez.<br />

La joven no había levantado aún su cabeza,<br />

aunque el ruido <strong>de</strong> los pisos le <strong>de</strong>bió advertir<br />

que su amante se alejaba.<br />

<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>tuvo un instante <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

ella con los brazos cruzados.<br />

-Por última vez,. señorita -dijo-, ¿queréis<br />

hablar? ¿Queréis explicar <strong>de</strong> algún modo ese<br />

cambio, esa veleidad, ese capricho?<br />

-¿Y qué queréis que os diga, Dios mío? -<br />

murmuró La Valliére-. Bien veis, señor, que en<br />

este momento me encuentro anonadada, y no<br />

puedo hacer uso ni <strong>de</strong> la voluntad, ni <strong>de</strong>l pensamiento,<br />

ni <strong>de</strong> la palabra.<br />

-¿Tan difícil es <strong>de</strong>cir la verdad? En menos<br />

palabras <strong>de</strong> las que habéis pronunciado,<br />

hubiérais podido haberla dicho.<br />

-Pero, la verdad, ¿sobre qué?


-Sobre todo.<br />

Subió, en efecto, la verdad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el corazón<br />

a los labios <strong>de</strong> La Valliére. Sus brazos<br />

hicieron un movimiento para abrirse; pero su<br />

boca, permaneció muda, y aquéllos volvieron a<br />

caer inertes. La pobre joven no había sido aún<br />

bastante <strong>de</strong>sgraciada para aventurar semejante<br />

revelación.<br />

-No sé nada -tartamu<strong>de</strong>ó.<br />

-¡Oh! Esto es ya más que coquetería más<br />

que capricho -prorrumpió el rey-: ¡es traición!<br />

Y aquella vez, sin que nada le contuviese<br />

sin que los :impulsos <strong>de</strong> su corazón lograsen<br />

hacerle volver atrás, lanzóse fuera <strong>de</strong>l cuarto<br />

con gesto <strong>de</strong>sesperado.<br />

Saint-Aignan, que no <strong>de</strong>seaba otra cosa<br />

que marcharse, se apresuró a seguirle.<br />

<strong>El</strong> rey no paró hasta la escalera, y agarrándose<br />

a la barandilla.<br />

-¿Ves? -dijo-. He sido indignamente<br />

engañado.<br />

-¿En qué, señor? -preguntó el favorito.


-Guiche se ha batido Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>. Y ese <strong>Bragelonne</strong>...<br />

-¿Qué? .<br />

-¡Es a quien ella ama! Sin duda alguna,<br />

Saint-Aignan, moriría <strong>de</strong> vergüenza si <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> tres días me quedase un átomo <strong>de</strong> ese amor<br />

en el corazón.<br />

Y Luis XIV echó a andar otra, vez precipitadamente<br />

hacia su cámara.<br />

-¡Ah! Ya se lo tenía yo dicho a Vuestra<br />

Majestad -murmure Saint-Aignan, siguiendo a<br />

Luis y acechando tímidamente todas las ventanas.<br />

Por <strong>de</strong>sgracia, no sucedió lo mismo a la<br />

salida que la entrada. Levantóse una cortina;<br />

<strong>de</strong>trás estaba Madame.<br />

Madame había visto salir al rey <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />

<strong>de</strong> las camaristas. Levantóse<br />

en cuanto pasó Luis, salió apresuradamente <strong>de</strong><br />

su habitación, y subió <strong>de</strong> dos en dos los escalones<br />

que conducían a la cámara <strong>de</strong> don<strong>de</strong> acababa<br />

<strong>de</strong> salir el rey.


XXXI<br />

DESESPERACIÓN<br />

Luego que se marchó el rey, se había<br />

levantado La Valliére con los brazos extendidos<br />

como para seguirle o <strong>de</strong>tenerle ;mas, cuando se<br />

cerraron las puertas y el ruido <strong>de</strong> sus pasos se<br />

perdió en la distancia, no tuvo más que la fuerza<br />

precisa para <strong>de</strong>jarse caer a los pies <strong>de</strong> un<br />

crucifijo.<br />

Allí permaneció consternada y abismada<br />

en su dolor, sin po<strong>de</strong>rse dar cuenta más que<br />

<strong>de</strong> su dolor mismo; dolor que sólo comprendía<br />

instintivamente y por la sensación.<br />

En medio <strong>de</strong> aquel tumulto <strong>de</strong> sus pensamientos<br />

oyó La Valliére abrir la puerta, y<br />

tembló. Se volvió, creyendo que era el rey que<br />

volvía.<br />

Engañóse la joven, porque era Madame,<br />

irritada, furiosa, amenazadora. Pero, ¿qué le


importaba Madame ni su cólera? Y volvió a<br />

<strong>de</strong>jar caer la cabeza sobre el reclinatorio.<br />

-Señorita -dijo la princesa <strong>de</strong> teniéndose<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> La Valliére-, cosa muy buena es<br />

arrodillarse, orar y aparentar sentimientos religiosos;<br />

pero, por sumisa que seáis con el rey<br />

<strong>de</strong>l cielo, conviene a<strong>de</strong>más que prestéis alguna<br />

obediencia a los príncipes <strong>de</strong> la tierra.<br />

La Valliére levantó penosamente la cabeza<br />

en señal <strong>de</strong> respeto.<br />

-Creo -prosiguió Madame que hace muy<br />

poco se os encargó una cosa.<br />

La mirada fija, extraviada a la vez, <strong>de</strong> La<br />

Valliére, reveló su ignorancia y su olvido.<br />

-La reina os recomendó -continuó Madame-<br />

que os comportaseis <strong>de</strong> modo que nadie<br />

tuviese que <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> vos.<br />

La mirada <strong>de</strong> La Valliére hízose interrogadora.<br />

-Pues bien, alguien acaba <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />

aquí; alguien cuya presencia es una acusación.<br />

La Valliére calló.


-No quiero -continuó Madame- que mi<br />

casa, que es la <strong>de</strong> la primera princesa <strong>de</strong> la sangre,<br />

dé mal ejemplo a la Corte, y vos seríais la<br />

causa <strong>de</strong> ese mal ejemplo. Os anuncio, pues,<br />

señorita, fuera <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> todo testigo,<br />

pues no trato <strong>de</strong> humillaros, que sois libre <strong>de</strong><br />

marchar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento, y que podéis<br />

volveros al lado <strong>de</strong> vuestra madre, a Blois.<br />

La Valliére no podía caer más bajo; no<br />

podía sufrir más <strong>de</strong> lo que había sufrido.<br />

No cambió <strong>de</strong> postura, y sus manos estuvieron<br />

juntas sobre sus rodillas como las <strong>de</strong> la<br />

divina Magdalena.<br />

-¿Me habéis oído? -dijo Madame.<br />

Un simple calofrío que recorrió todo el<br />

cuerpo <strong>de</strong> La Valliére contestó por ella.<br />

Y, como la víctima no daba otra señal <strong>de</strong><br />

existencia, Madame salió. Entonces, La Valliére<br />

sintió que, a la suspensión <strong>de</strong> los latidos <strong>de</strong> su<br />

corazón y a la paralización <strong>de</strong> su sangre, sucedieron<br />

paulatinamente pulsaciones más rápidas<br />

en las muñecas, en el cuello y en las sienes.


Aquellas pulsaciones, aumentándose progresivamente,<br />

cambiáronse muy pronto en una fiebre<br />

vertiginosa, que le hizo ver en su <strong>de</strong>lirio las<br />

sombras <strong>de</strong> sus amigos en lucha con sus enemigos.<br />

Oía confundirse al mismo tiempo en sus<br />

oídos ensor<strong>de</strong>cidos palabras amenazadoras y<br />

palabras <strong>de</strong> amor; no recordaba que fuese ella<br />

misma; sentíase como levantada fuera <strong>de</strong> su<br />

primera existencia, en alas <strong>de</strong> una temible tempestad,<br />

y, en el horizonte <strong>de</strong>l camino adon<strong>de</strong> la<br />

empujaba el vértigo, veía levantarse la piedra<br />

<strong>de</strong>l sepulcro, mostrándole el interior formidable<br />

<strong>de</strong> la noche eterna.<br />

Pero aquella dolorosa invasión <strong>de</strong> ensueños<br />

concluyó por fin por calmarse, para<br />

hacer lugar a la resignación habitual <strong>de</strong> su carácter.<br />

Un rayo <strong>de</strong> esperanza penetró en su corazón,<br />

como un rayo <strong>de</strong> luz en el calabozo <strong>de</strong><br />

un <strong>de</strong>sgraciado preso.<br />

Trasladóse con el pensamiento al camino<br />

<strong>de</strong> Fontainebleau; vio al rey a caballo a la


portezuela <strong>de</strong> su carroza, diciéndole que la<br />

amaba, pidiéndole su amor, haciéndole jurar y<br />

jurando que nunca pasaría una noche <strong>de</strong> por<br />

medio, en cualquier <strong>de</strong>savenencia, sin que una<br />

visita, una carta o una seña viniese a substituir<br />

el reposo <strong>de</strong> la noche a la agitación <strong>de</strong>l día. Era<br />

el rey quien había propuesto aquello, el que lo<br />

había jurado. Era, pues, imposible que el rey<br />

faltase a la promesa que él mismo había exigido,<br />

a no ser que el rey fuese un déspota que<br />

exigiese el amor como exigía la obediencia, o<br />

fuese un indiferente que el primer obstáculo le<br />

basta para <strong>de</strong>tenerle en el camino.<br />

<strong>El</strong> monarca, aquel dulce protector, que<br />

con una palabra, con una sola palabra, podía<br />

hacer cesar todas sus penas, iba a asociarse a<br />

sus perseguidores.<br />

¡Oh! Su cólera podía durar. Ahora que<br />

estaba solo, <strong>de</strong>bía sufrir todo lo que sufría ella<br />

misma. Pero él no estaba enca<strong>de</strong>nado como<br />

ella; podía obrar, moverse, venir; ella, ella no<br />

podía hacer más que esperar.


Y ella esperaba con toda su alma, porque<br />

creía imposible que el rey no viniera.<br />

Eran apenas las diez y media <strong>de</strong> la noche.<br />

Vendría, o escribiría, o enviaría a <strong>de</strong>cir<br />

algunas palabras <strong>de</strong> consuelo por medio <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan.<br />

Si venía, ¡oh!, cómo se apresuraría a<br />

salirle al encuentro! ¡Cómo <strong>de</strong>secharía aquella<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za que encontraba a la sazón mal entendida!<br />

¡Cómo se apresuraría a <strong>de</strong>cirle: "No es<br />

que yo no os ame; ellas son las que quieren que<br />

no os ame"!<br />

Y entonces, preciso es <strong>de</strong>cirlo, a medida<br />

que más reflexionaba, consi<strong>de</strong>raba a Luis menos<br />

culpable. En efecto, ignorándolo todo, ¿qué<br />

<strong>de</strong>bía pensar <strong>de</strong> su obstinación en guardar silencio?<br />

Siendo, como todo el mundo, sabía,<br />

impaciente e irritable por naturaleza, hasta era<br />

<strong>de</strong> extrañar que hubiese conservado tanto<br />

tiempo su sangre fría. ¡Oh! Indudablemente, no<br />

se habría conducido ella <strong>de</strong> aquella manera:


todo lo habría comprendido y adivinado. Pero<br />

ella era una infeliz muchacha, y no un gran rey.<br />

¡Oh! ¡Si llegase a venir! ... ¡Cómo le<br />

perdonaría todo lo que le había hecho sufrir!<br />

¡Cuánto más le amaría por haber sufrido!<br />

Y con la cabeza extendida hacia la puerta,<br />

los labios entreabiertos, aguardaba, ¡Dios le<br />

perdone su profana i<strong>de</strong>a!, el beso que los labios<br />

<strong>de</strong>l rey <strong>de</strong>stilaban tan suavemente la mañana<br />

en que pronunciara la palabra amor.<br />

Si Luis no iba, escribiría por lo menos. esta era<br />

la segunda probabilidad, probabilidad menos<br />

grata y menos feliz que la anterior, pero que<br />

probaría igual su amor, aunque amor más tímido.<br />

¡Oh! ¡Cómo <strong>de</strong>voraría ella su carta! ¡Cómo<br />

se apresuraría a contestarle! ¡Cómo, <strong>de</strong>spués<br />

que marchara el mensajero, besaría, releería<br />

y estrecharía contra su corazón el bienhadado<br />

papel que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>volverle la tranquilidad,<br />

la dicha!<br />

Por último, si el rey no iba; si el rey no<br />

escribía, era imposible que no enviara por lo


menos a Saint-Aignan, o que el mismo Saint-<br />

Aignan no fuese. A una tercera persona<br />

podría <strong>de</strong>círselo todo, porque no estaría allí la<br />

majestad real que le helara la palabra en los<br />

labios, y entonces no quedaría la menor duda<br />

en el corazón <strong>de</strong>l rey.<br />

Todo en La Valliére, corazón y mirada,<br />

espíritu y materia, se consagró a esperar.<br />

Decíase a sí misma que todavía le quedaba<br />

una hora <strong>de</strong> esperanza; que hasta media<br />

noche, podía el rey venir, escribir o enviar a<br />

alguien; y que transcurrida la medianoche sería<br />

cuando tendría que renunciar a toda esperanza.<br />

En cuanto oía algún ruido en el palacio,<br />

la pobre joven se creía la causa <strong>de</strong> él; cuantas<br />

personas pasaban por el patio, creía que eran<br />

mensajeros enviados por el rey.<br />

Dieron las once, luego las once 3 cuarto;<br />

<strong>de</strong>spués las once y media. Corrían lentamente<br />

los minutos en aquella ansiedad, y, no obstante.<br />

todavía huían con <strong>de</strong>masiada precipitación.<br />

Sonaron los tres cuartos.


¡Las doce, las doce! La última, la suprema<br />

esperanza llegaba. Con la última campanada,<br />

se extinguió la última luz; con la última luz,<br />

la última esperanza.<br />

Así, pues, el rey mismo la había engañado;<br />

era el primero en faltar al juramento<br />

hecho en el mismo día. ¡Doce horas entre el<br />

juramento y el perjurio! No era haber guardado<br />

mucho tiempo la ilusión.<br />

Por tanto, el rey, no sólo no amaba, sino<br />

que <strong>de</strong>spreciaba a la que todos miraban ya con<br />

malos ojos, y la <strong>de</strong>spreciaba hasta abandonarla<br />

a la vergüenza <strong>de</strong> la expulsión, que equivalía a<br />

una sentencia ignominiosa y, sin embargo, era<br />

él, él, el rey, quien era la causa primera <strong>de</strong> tal<br />

ignominia.<br />

Una amarga sonrisa, único síntoma <strong>de</strong><br />

cólera que durante aquella larga lucha pasó por<br />

el semblante angelical <strong>de</strong> la víctima, entreabrió<br />

sus labios.<br />

En efecto, ¿qué le quedaba en la tierra<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l rey? Nada. Sólo Dios en el cielo.


Y pensó en Dios.<br />

-¡Dios mío! -exclamó-. Dictadme lo que<br />

tengo que hacer. De vos es <strong>de</strong> quien espero todo,<br />

y <strong>de</strong> quien <strong>de</strong>bo esperarlo.<br />

Y miró a su crucifijo, cuyos pies besó<br />

con amor.<br />

-Tú eres un amo -continuó- que nunca<br />

olvidas ni abandonas a los que no te abandonan<br />

ni olvidan; tú eres el único a quien <strong>de</strong>bo<br />

sacrificarme.<br />

Entonces, si alguno hubiera podido mirar<br />

lo que pasaba en aquella habitación, habría<br />

podido notar que la pobre <strong>de</strong>sesperada tomaba<br />

una postrera resolución, fijaba un plan supremo<br />

en su ánimo, subía, en fin, la gran<strong>de</strong> escala<br />

<strong>de</strong> Jacob, que conduce a las almas <strong>de</strong> la tierra al<br />

cielo.<br />

Entonces, también, y como sus rodillas<br />

no tuviesen fuerzas para sostenerla, <strong>de</strong>jóse caer<br />

poco a poco sobre la tarima <strong>de</strong>l reclinatorio, pegando<br />

su frente al ma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la cruz, y, con la<br />

mirada fija y la respiración angustiosa, esperó a


que apareciesen en los vidrios los primeros<br />

albores <strong>de</strong> la mañana.<br />

Las dos <strong>de</strong> la madrugada sorprendiéronle<br />

en aquel <strong>de</strong>lirio, o más bien en aquel<br />

éxtasis. No se pertenecía ya.<br />

Así que vio <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r sobre los tejados<br />

<strong>de</strong>l palacio' el tinte violado <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong>linear<br />

vagamente los contornos <strong>de</strong>l crucifijo <strong>de</strong><br />

marfil, que tenía abrazado, se levantó con cierta<br />

energía, besó los pies <strong>de</strong>l divino mártir, y bajó<br />

la escalera <strong>de</strong> su cámara, envolviéndose la cabeza<br />

con un velo.<br />

Llegó al postigo en el momento en que<br />

la ronda <strong>de</strong> mosqueteros abría la puerta para<br />

recibir la primera guardia <strong>de</strong> los suizos.<br />

Entonces, <strong>de</strong>slizándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />

hombres <strong>de</strong> la guardia, salió a la calle, antes <strong>de</strong><br />

que el jefe <strong>de</strong> la patrulla pensara siquiera en<br />

averiguar quién era aquella mujer que tan <strong>de</strong><br />

mañana abandonaba el palacio.


XXX<strong>II</strong><br />

LA FUGA<br />

La Valliére salió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la patrulla.<br />

La patrulla dirigióse a la <strong>de</strong>recha por la calle <strong>de</strong><br />

San Honorato, y La Valliére tornó maquinalmente<br />

a la izquierda.<br />

Había hecho ya su resolución; quería ir<br />

a las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot, cuya superiora<br />

tenía una fama <strong>de</strong> austeridad que hacía temblar<br />

a las mundanas <strong>de</strong> la Corte.<br />

La Valliére no había visto a París, ni<br />

había salido nunca a pie, <strong>de</strong> suerte que no<br />

hubiera sabido su camino. aun cuando hubiese<br />

estado en una disposición más tranquila <strong>de</strong><br />

ánimo. Esto explica cómo subió la calle <strong>de</strong> San<br />

Honorato, en lugar <strong>de</strong> bajarla.<br />

Lo que <strong>de</strong>seaba era alejarse <strong>de</strong>l palacio<br />

real, y se alejaba.<br />

Había oído <strong>de</strong>cir que Chaillot daba al<br />

Sena, y se dirigía hacia el Sena.


Siguió la calle <strong>de</strong>l Gallo, y, no pudiendo<br />

atravesar el Louvre, pasó junto a la- iglesia <strong>de</strong><br />

Saint-German Auxerrois, costeando el sitio en<br />

que Perrault edificó <strong>de</strong>spués su columnata.<br />

Muy pronto llegó a los malecones.<br />

Su andar era rápido y agitado. Apenas<br />

sentía aquella <strong>de</strong>bilidad que, obligándola a cojear<br />

algo, le recordaba <strong>de</strong> vez en cuando la torcedura<br />

<strong>de</strong> pie que tuvo en sus primeros años.<br />

A cualquier hora <strong>de</strong>l día su porte habría<br />

llamado la atención <strong>de</strong> las personas menos<br />

perspicaces y atraído las miradas <strong>de</strong> los transeúntes<br />

menos curiosos; mas, a las dos y media<br />

<strong>de</strong> la mañana, las calles <strong>de</strong> París se hallan <strong>de</strong>siertas,<br />

o poco menos, y no se encuentran en<br />

ellas más que a los artesanos laboriosos que van<br />

a ganarse el pan cotidiano o a los ociosos que<br />

vuelven a sus casas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una noche <strong>de</strong><br />

agitación y <strong>de</strong> orgía.<br />

Para los primeros principiaba el día, y<br />

para los segundos terminaba. La Valliére sintió<br />

miedo <strong>de</strong> todos aquellos rostros, en los que su


ignorancia <strong>de</strong> los tipos parisienses no le permitía<br />

distinguir el tipo <strong>de</strong> la probidad <strong>de</strong>l que<br />

refleja el cinismo. La miseria le infundía espanto,<br />

y todos los que encontraba parecíanle gente<br />

miserable.<br />

Su vestido, que era el <strong>de</strong> la víspera,<br />

mostraba cierta elegancia, aun en medio <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>scuido, pues era el mismo con que se presentara<br />

a la reina madre. A<strong>de</strong>más, bajo su velo, que<br />

llevaba levantado para ver por dón<strong>de</strong> iba, su<br />

pali<strong>de</strong>z y su hermosos ojos hablaban un lenguaje<br />

<strong>de</strong>sconocido a aquella gente <strong>de</strong>l pueblo, y<br />

la <strong>de</strong>sgraciada fugitiva, excitaba, sin saberlo, la<br />

brutalidad <strong>de</strong> unos y la compasión <strong>de</strong> otros.<br />

La Valliére caminó <strong>de</strong> aquel modo, <strong>de</strong>salada<br />

y presurosa, hasta lo alto <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la<br />

Gréve.<br />

Alguna que otra vez se paraba, apoyaba<br />

su mano contra el corazón, se recostaba contra<br />

algún edificio para tomar aliento, y continuaba<br />

su camino con más rapi<strong>de</strong>z que antes.


Cuando llegó a la plaza <strong>de</strong> la Gréve, se<br />

halló frente a un grupo<br />

<strong>de</strong> tres hombres, <strong>de</strong>spechugados y medio<br />

ebrios, que salían <strong>de</strong> un barco amarrado al<br />

puerto.<br />

Aquel barco se hallaba cargado <strong>de</strong> vino,<br />

y se conocía que aquellos hombres habían<br />

hecho honor al cargamento.<br />

Venían cantando sus hazañas báquicas<br />

en tres tonos distintos, cuando, al llegar al final<br />

<strong>de</strong>l pretil que da al muelle, se hallaron frente a<br />

la joven.<br />

La Valliére se <strong>de</strong>tuvo.<br />

<strong>El</strong>los, por su parte, al ver aquella joven<br />

en traje <strong>de</strong> Corte, hicieron alto, y, <strong>de</strong> común<br />

acuerdo, se agarraron <strong>de</strong> las manos, y ro<strong>de</strong>aron<br />

a La Valliére, cantando:<br />

Paloma que vuelas sola,<br />

Vente a nuestro alegre nido.


La Valliére comprendió entonces que<br />

aquellos hombres se dirigían a ella y trataban<br />

<strong>de</strong> cerrarle el paso. Hizo varios esfuerzos para<br />

huir, pero fueron inútiles.<br />

Flaqueáronle las piernas, sintió que iba a<br />

caer, y exhaló un grito <strong>de</strong> terror.<br />

Pero, en el mismo instante, se abrió el<br />

círculo que la ro<strong>de</strong>aba a impulsos <strong>de</strong> una fuerte<br />

sacudida.<br />

Uno <strong>de</strong> los provocadores cayó <strong>de</strong>rrumbado<br />

a la izquierda; el otro rodó por .la <strong>de</strong>recha<br />

hasta la orilla <strong>de</strong>l agua; el tercero se bamboleó<br />

sobre sus pies.<br />

Enfrente <strong>de</strong> la niña apareció un oficial<br />

<strong>de</strong> mosqueteros, con el ceño fruncido, la amenaza<br />

en la boca y la mano levantada para continuar<br />

la amenaza.<br />

Los borrachos esquivaron el bulto a la<br />

vista <strong>de</strong>l uniforme y, sobre todo, ante la prueba<br />

<strong>de</strong> fuerza que acababa <strong>de</strong> dar el que lo llevaba.<br />

-¡Pardiez! -murmuró el oficial-. La señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére. La Valliére -aturdida con lo


que acababa <strong>de</strong> pasar, y sorprendida <strong>de</strong> oír su<br />

nombre, levantó la cabeza y reconoció a Artagnan.<br />

-Sí, señor -dijo-, yo soy, yo.<br />

Y, al mismo tiempo, se apoyó en el brazo<br />

<strong>de</strong>l mosquetero.<br />

-Vos me protegeréis, ¿no es así, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan? -añadió con voz suplicante.<br />

-¡Sí que os protegeré! ¿Pero adón<strong>de</strong> vais<br />

a estas horas?<br />

-Voy a Chaillot.<br />

-¿Y vais a Chaillot por la Rapeé? Precisamente<br />

lleváis camino contrario.<br />

-Entonces, señor, tened la amabilidad <strong>de</strong><br />

indicarme el camino, y acompañadme algún<br />

trecho.<br />

-Con mucho gusto.<br />

-Pero, ¿cómo es que os he hallado aquí?<br />

¿Por qué favor <strong>de</strong>l Cielo os habéis hallado a<br />

punto <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r acudir a mi <strong>de</strong>fensa? Paréceme<br />

que estoy soñando, o que he perdido el conocimiento.


-Me encuentro aquí, señorita, porque<br />

soy dueño <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la Gréve,<br />

en "La Imagen <strong>de</strong> Nuestra Señora", y habiendo<br />

ido ayer a cobrar los alquileres, he pasado en<br />

ella la noche. Me retire tan temprano, porque<br />

<strong>de</strong>seo estar a buena hora en Palacio para inspeccionar<br />

los puestos.<br />

Gracias -dijo La Valliére. "Eso es lo que yo hacía<br />

-pensó Artagnan-; pero ella, ¿qué hacía, y por<br />

qué va a estas horas a Chaillot?"<br />

Y le ofreció su brazo.<br />

La Valliére , lo tomó, y echó a andar<br />

apresuradamente.<br />

No obstante, aquella precipitación ocultaba<br />

una gran <strong>de</strong>bilidad. Artagnan lo conoció, y<br />

propuso a La Valliére que <strong>de</strong>scansase un rato;<br />

pero la joven se negó a ello.<br />

-¿Es qué ignoráis dón<strong>de</strong> está Chaillot? -<br />

preguntó Artagnan.<br />

-Sí, lo ignoro.<br />

-Está muy lejos. -¡No importa! -Media<br />

una legua por lo menos.


-Andaré esa legua.<br />

Artagnan no replicó; en el solo acento<br />

<strong>de</strong> la voz conocía las resoluciones irrevocables.<br />

Y llevó, más bien que acompañó, a La Valliére.<br />

Al fin se distinguieron las alturas.<br />

-¿A qué casa vais, señorita? -preguntó<br />

Artagnan.<br />

-A las Carmelitas, señor.<br />

-¡A las Carmelitas! -repitió asombrado<br />

Artagnan.<br />

-Sí; y ya que Dios os ha enviado a mí<br />

para que me sostengáis en mi camino, os doy<br />

las más expresivas gracias y me <strong>de</strong>spido <strong>de</strong> vos.<br />

-¿Vais a las Carmelitas y os <strong>de</strong>spedís?<br />

¡Es que vais a haceros religiosa! -preguntó Artagnan.<br />

-Sí, señor. -.i i ¡¡¡Vos!!!<br />

En este vos, a que hemos puesto tres<br />

admiraciones para darle toda la expresión posible,<br />

encerrábase todo un poema, pues traía a<br />

la memoria <strong>de</strong> La Valliére sus antiguos recuerdos<br />

<strong>de</strong> Blois y sus nuevos recuerdos <strong>de</strong> Fontai-


nebleau. Era como si le dijese: "Vos, que podíais<br />

ser feliz con Raúl; vos, que podíais alcanzar<br />

tanto valimiento con el rey, ¿vais a entrar en un<br />

convento?"<br />

-Sí, señor -repitió la joven-: quiero<br />

hacerme sierva <strong>de</strong>l Señor y renunciar al mundo.<br />

-¿Pero no os engañáis acerca <strong>de</strong> vuestra<br />

vocación? ¿No os engañáis sobre la voluntad <strong>de</strong><br />

Dios?<br />

-No, puesto que el mismo Dios ha querido<br />

que os encuentre, y a no ser por vos habría<br />

sucumbido seguramente a la fatiga. Cuando<br />

Dios os ha enviado en mi camino, es prueba <strong>de</strong><br />

que quiere que lleve a cabo mi propósito.<br />

-¡Oh! -exclamó Artagnan en tono <strong>de</strong><br />

duda-. Algo sutil me parece eso.<br />

-De todos modos -contestó la joven-, ya<br />

sabéis adón<strong>de</strong> voy y cuál es mi resolución.<br />

Ahora sólo me resta pediros un favor -añadió<br />

La Valliére.<br />

-Hablad, señorita.<br />

-<strong>El</strong> rey ignora mi fuga <strong>de</strong>l Palais Royal.


Artagnan hizo un movimiento.<br />

-<strong>El</strong> rey -continuó La Valliére ignora lo<br />

que voy a hacer.<br />

-¿Lo ignora el rey? -exclamó Artagnan-.<br />

Pero, señorita, mirad lo que hacéis; sin duda,<br />

no habéis meditado las consecuencias <strong>de</strong> vuestro<br />

paso. Nadie <strong>de</strong>be hacer cosa que el rey ignore,<br />

particularmente las personas <strong>de</strong> la Corte.<br />

-Yo no soy ya <strong>de</strong> la Corte, señor.<br />

Artagnan miró a la joven con sorpresa<br />

que iba en aumento.<br />

-¡Oh! No os alarméis, señor -prosiguió la<br />

joven-; todo está calculado, y, aun cuando no lo<br />

estuviese, seria ya <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> para volver<br />

atrás en mi resolución; el hecho está ya consumado.<br />

-Pues bien, señorita, ¿qué queréis?<br />

-Caballero,- por la compasión que se<br />

<strong>de</strong>be a la verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sgracia, por la generosidad<br />

<strong>de</strong> vuestra noble alma, y por vuestra fe <strong>de</strong><br />

caballero, os ruego que me juréis una cosa.<br />

-¡Que os jure una cosa! ¿Y el qué?


-Juradme, señor <strong>de</strong> Artagnan, que no<br />

diréis al rey que me habéis visto, ni que estoy<br />

en las Carmelitas. Artagnan meneó la cabeza.<br />

-No juraré eso -dijo. -¿Y por qué?<br />

-Porque conozco al rey, os conozco a<br />

vos, me conozco a mí mismo, y conozco a todo<br />

el género humano. No, yo no juraré eso.<br />

-Entonces -exclamó La Valliére con una<br />

energía <strong>de</strong> que no se hubiera creído capaz-, en<br />

vez <strong>de</strong> las bendiciones que os habría prodigado<br />

hasta el fin <strong>de</strong> mis días, caiga sobre vos la maldición<br />

<strong>de</strong>l Cielo, puesto que me hacéis la más<br />

miserable <strong>de</strong> todas las criaturas.<br />

Hemos dicho ya que Artagnan conocía<br />

los acentos que salían <strong>de</strong> lo íntimo <strong>de</strong>l corazón,<br />

y no pudo resistir al que la <strong>de</strong>sesperación había<br />

arrancado a La Valliére. Advirtió sus facciones<br />

<strong>de</strong>scompuestas, vio el temblor <strong>de</strong> sus labios, vio<br />

vacilar aquel cuerpo débil y <strong>de</strong>licado a impulsos<br />

<strong>de</strong>l sacudimiento, y comprendió que la resistencia<br />

la mataría.


-Sea como gustéis -dijo-. Estad tranquila,<br />

señorita, que nada diré al rey.<br />

-¡Oh! ¡Gracias, gracias! -exclamó La Valliére-.<br />

¡Sois el más generoso <strong>de</strong> los hombres.<br />

Y, en su transporte <strong>de</strong> alegría, cogió las<br />

manos <strong>de</strong> Artagnan y las estrechó entre las suyas.<br />

Éste se sintió enternecido. "¡Diantre! -se<br />

dijo-. He aquí una que principia por don<strong>de</strong><br />

otras acaban: es impresionante." Entonces La<br />

Valliére, que en el paroxismo <strong>de</strong> su dolor<br />

habíase <strong>de</strong>jado caer sobre una piedra, volvió a<br />

levantarse y se dirigió hacia el convento <strong>de</strong> las<br />

Carmelitas, que se <strong>de</strong>stacaba con mayor fuerza<br />

a medida que iba entrando el día. Artagnan la<br />

seguía <strong>de</strong> lejos.<br />

La puerta <strong>de</strong>l parlatorio estaba entreabierta;<br />

la joven se <strong>de</strong>slizó como pálida sombra,<br />

y, dando las gracias con un a<strong>de</strong>mán al mosquetero<br />

<strong>de</strong>sapareció.


Cuando Artagnan se vio solo, púsose a reflexionar<br />

profundamente sobre lo que acababa<br />

<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />

"Esto es, a fe mía -pensó-, lo que se llama<br />

una posición falsa... Conservar un secreto<br />

semejante, es guardar en el bolsillo un carbón<br />

encendido y confiar que no quemará la tela. No<br />

guardar el secreto, cuando uno ha jurado guardarlo,<br />

es <strong>de</strong> hombre sin honor. Generalmente,<br />

las buenas i<strong>de</strong>as las tengo cuando corro; pero<br />

esta vez, o mucho me engaño, o es preciso que<br />

corra mucho para encontrar la solución <strong>de</strong> este<br />

asunto. .. ¿Adón<strong>de</strong> correr? A fe mía y a fin <strong>de</strong><br />

cuentas, hacia el lado <strong>de</strong> París! Este es el bueno.<br />

. . Lo que importa es correr <strong>de</strong> prisa... Pero, para<br />

correr <strong>de</strong> prisa, valen más cuatro piernas que<br />

dos. Desgraciadamente, por el momento no<br />

tengo más que dos... ¡Un caballo! Como oí <strong>de</strong>cir<br />

en el teatro <strong>de</strong> Londres: ¡Mi reino por un caballo!...<br />

Y ahora que pienso, no es cosa tan difícil...<br />

En la barrera <strong>de</strong> la Conferencia hay un puesto


<strong>de</strong> mosqueteros, y, en vez <strong>de</strong> un caballo, podré<br />

tener diez, si quiero."<br />

En virtud <strong>de</strong> esta resolución, que tomó<br />

Artagnan con su rapi<strong>de</strong>z acostumbrada, bajó al<br />

punto las alturas, llegó al puesto <strong>de</strong> mosqueteros,<br />

tomó el mejor caballo que había, y se puso<br />

en palacio en diez minutos.<br />

Daban las cinco en el reloj <strong>de</strong>l Palais<br />

Royal.<br />

Artagnan preguntó por el rey. Luis<br />

habíase acostado a la hora <strong>de</strong> costumbre, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber <strong>de</strong>spachado con monsieur Colbert,<br />

y aún dormía, según toda probabilidad.<br />

"Vamos -pensó-, no me ha engañado la<br />

joven; el rey ignora todo, porque si supiese la<br />

mitad tan sólo <strong>de</strong> lo que ha pasado, el Palais<br />

Royal estaría a estas horas revuelto."<br />

XXX<strong>II</strong>I


CÓMO PASE LUIS EL TIEMPO DESDE LAS<br />

DIEZ Y MEDIA DE LA NOCHE HASTA LAS<br />

DOCE<br />

Al salir el rey <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />

camaristas, encontró en su cámara a Colbert,<br />

que le esperaba para recibir sus ór<strong>de</strong>nes con<br />

motivo <strong>de</strong> la ceremonia que <strong>de</strong>bía verificarse al<br />

día siguiente.<br />

Tratábase, como hemos dicho ya, <strong>de</strong> la<br />

recepción <strong>de</strong> los embajadores holandés y español.<br />

Luis XIV tenía gran<strong>de</strong>s motivos <strong>de</strong> queja<br />

contra Holanda. Los Estados se habían conducido<br />

mal en muchas ocasiones en sus relaciones<br />

con Francia y, sin cuidarse <strong>de</strong> un rompimiento,<br />

abandonaban <strong>de</strong> nuevo la alianza con el rey<br />

cristianísimo para lanzarse en toda clase <strong>de</strong><br />

intrigas con España.<br />

A su advenimiento al trono, es <strong>de</strong>cir,<br />

cuando falleció Mazarino, Luis XIV encontró<br />

planteada ya aquella cuestión política.


No era su solución fácil para un joven;<br />

pero como entonces toda la nación era el rey,<br />

todo cuanto resolvía la cabeza estaba dispuesto<br />

el cuerpo a ejecutarlo.<br />

Alguna dosis <strong>de</strong> cólera, la reacción <strong>de</strong><br />

una sangre juvenil y vivaz en el cerebro, era lo<br />

suficiente para cambiar la antigua línea <strong>de</strong> política<br />

y crear otro sistema.<br />

<strong>El</strong> papel <strong>de</strong> los diplomáticos <strong>de</strong> la época<br />

limitábase a arreglar entre sí los golpes <strong>de</strong> Estado<br />

<strong>de</strong> que sus monarcas podían tener necesidad.<br />

Luis no se hallaba en una disposición <strong>de</strong><br />

ánimo propia para dictarle una política sabia.<br />

Conmovido aún, <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la escena<br />

que acababa <strong>de</strong> tener con La Valliére,<br />

empezó a dar paseos por su <strong>de</strong>spacho, <strong>de</strong>seando<br />

encontrar una ocasión a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogarse,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse contenido por tanto tiempo.<br />

En cuanto Colbert vio entrar al rey, juzgó<br />

al primer vistazo la situación, y comprendió


las intenciones <strong>de</strong>l monarca. Por consiguiente,<br />

procuró bor<strong>de</strong>arle.<br />

Cuando Luis le preguntó lo que <strong>de</strong>bía<br />

<strong>de</strong>cir al día siguiente, empezó Colbert por mostrarse<br />

admirado <strong>de</strong> que el señor Fouquet no le<br />

hubiese puesto al corriente <strong>de</strong>l asunto.<br />

-<strong>El</strong> señor Fouquet -dijo- sabe todo ese<br />

asunto <strong>de</strong> Holanda, puesto que recibe directamente<br />

la correspon<strong>de</strong>ncia.<br />

Acostumbrado el rey a oír al señor Colbert<br />

plagiar al señor Fouquet, <strong>de</strong>jó pasar aquella<br />

indirecta sin contestar y se contentó en oír.<br />

Colbert vio el efecto producido y se<br />

apresuró a volverse atrás, diciendo que el señor<br />

Fouquet no era tan culpable como pudiera parecer<br />

a primera vista, porque tenía a la sazón<br />

gran<strong>de</strong>s preocupaciones.<br />

<strong>El</strong> rey levantó la cabeza.<br />

-¿Qué preocupaciones son ésas? -dijo.<br />

-Majestad, los hombres al fin son hombres<br />

y el señor Fouquet tiene sus <strong>de</strong>fectos no<br />

obstante sus gran<strong>de</strong>s cualida<strong>de</strong>s.


-¡Ah! ¿quién no tiene <strong>de</strong>fectos, señor<br />

Colbert?<br />

-Vuestra Majestad tiene muchos <strong>de</strong> ésos<br />

-contestó osadamente Colbert, que sabía injerir<br />

una gran lisonja en una ligera censura, como la<br />

flecha que hien<strong>de</strong> el aire, no obstante su peso, a<br />

favor <strong>de</strong> las débiles plumas que la sostienen.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>fecto tiene el señor Fouquet? -<br />

dijo el rey sonriendo.<br />

-Siempre el mismo, Majestad; aseguran<br />

que está enamorado.<br />

-¡Enamorado! ¿Y <strong>de</strong> quién? -No lo sé a<br />

punto fijo, Majestad; me mezclo poco en las<br />

galanterías.<br />

-Algo sabréis, cuando habláis. -He oído<br />

pronunciar...<br />

-¿Qué?<br />

-Un nombre.<br />

-¿Cuál?<br />

-No lo recuerdo bien.<br />

-Vamos a ver.


-Me parece que es el <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las camaristas<br />

<strong>de</strong> Madame.<br />

<strong>El</strong> rey se sobresaltó.<br />

-Algo más sabréis <strong>de</strong> lo que habéis dicho,<br />

señor Colbert -repuso.<br />

-Majestad, os aseguro que no.<br />

-De todos modos, conocidas son las camaristas<br />

<strong>de</strong> Madame, y si se os dicen sus nombres<br />

tal vez encontraréis el <strong>de</strong> la que no recordáis<br />

en este momento.<br />

-No, Majestad. -Probad-<br />

-Sería inútil. Majestad. Cuando se trata<br />

<strong>de</strong> nombres <strong>de</strong> damas comprometidas, mi memoria<br />

es un cofre <strong>de</strong> hierro cuya llave he perdido.<br />

Por el ánimo y la frente <strong>de</strong> Luis cruzó<br />

una nube; pero, queriendo mostrarse dueño <strong>de</strong><br />

sí mismo, dijo sacudiendo la cabeza:<br />

-Hablemos <strong>de</strong>l asunto <strong>de</strong> Holanda.<br />

-<strong>Primera</strong>mente, ¿a qué hora quiere<br />

Vuestra Majestad recibir a los embajadores?<br />

-Por la mañana temprano.


-¿A las once?<br />

-Demasiado tar<strong>de</strong>... A las nueve.<br />

-Muy temprano es.<br />

-Para los amigos, eso no tiene importancia;<br />

se hace con ellos todo lo que se quiere; mas<br />

para los enemigos, tanto mejor si se incomodan.<br />

Confieso que no veré con disgusto acabar <strong>de</strong><br />

una vez con todos esos pájaros <strong>de</strong> pantano, que<br />

me molestan con sus gritos.<br />

-Se hará como Vuestra Majestad <strong>de</strong>sea...<br />

A las nueve, pues... Daré las ór<strong>de</strong>nes para ello.<br />

¿Será audiencia solemne?<br />

-No. Quiero explicarme con ellos y no<br />

envenenar las cosas, como acontece siempre en<br />

presencia <strong>de</strong> mucha gente; pero, al mismo<br />

tiempo, quiero hablarles claro, para no tener<br />

que volver a empezar.<br />

-Vuestra Majestad <strong>de</strong>signará a las personas<br />

que han <strong>de</strong> asistir a la recepción.<br />

-Ya haré la lista ... Hablemos <strong>de</strong> esos<br />

embajadores, ¿qué quieren?


-Aliándose con España, nada ganan;<br />

aliándose con Francia, pier<strong>de</strong>n mucho.<br />

-Explicaos.<br />

-Aliándose con España, se encuentran<br />

cercados y protegidos por las posesiones <strong>de</strong> su<br />

aliada, y no pue<strong>de</strong>n hincar en ellas el diente a<br />

pesar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos. De Amberes a Rotterdam<br />

sólo hay un paso por el Escalda y el Mosa ... Si<br />

quieren mor<strong>de</strong>r el pastelito español, vos, Majestad,<br />

yerno <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> España, podéis poneros<br />

en dos días en Bruselas con la caballería. Se<br />

trata, pues, <strong>de</strong> romper lo bastante con Vuestra<br />

Majestad y haceros recelar <strong>de</strong> España para que<br />

no os mezcléis en sus asuntos.<br />

-Más sencillo es entonces -respondió el<br />

rey- hacer conmigo una alianza po<strong>de</strong>rosa, en la<br />

que yo ganaría algo, al paso que ellos lo ganarían<br />

todo.<br />

-No; pues si llegasen, por casualidad, a<br />

teneros por limítrofe, Vuestra Majestad no es<br />

vecino cómodo; joven, ardiente y belicoso, el


ey <strong>de</strong> Francia pue<strong>de</strong> dar fuertes golpes a<br />

Holanda, sobre todo si se acerca a ella.<br />

-Comprendo perfectamente, señor Colbert,<br />

pues os habéis explicado muy bien; pero<br />

vamos a la conclusión.<br />

-Jamás falta la sabiduría en las <strong>de</strong>cisiones<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¿Qué me dirán esos embajadores?<br />

-Dirán a Vuestra Majestad que <strong>de</strong>sean<br />

cordialmente su alianza, y será una mentira;<br />

dirán a los españoles que las tres potencias <strong>de</strong>ben<br />

unirse contra la prosperidad <strong>de</strong> Inglaterra,<br />

y será también mentira; porque la aliada natural<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad es en la actualidad Inglaterra,<br />

que tiene buques, y Vuestra Majestad<br />

no los tiene. Inglaterra es la que pue<strong>de</strong> tener a<br />

raya el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los holan<strong>de</strong>ses en la India, y<br />

es, en fin, un país monárquico, don<strong>de</strong> Vuestra<br />

Majestad tiene relaciones <strong>de</strong> consanguinidad.<br />

-Bien, ¿pero qué respon<strong>de</strong>ríais?<br />

-Respon<strong>de</strong>ría, Majestad, con gran mo<strong>de</strong>ración,<br />

que Holanda no está en las mejores dis-


posiciones hacia el rey <strong>de</strong> Francia; que los síntomas<br />

<strong>de</strong>l espíritu público en los holan<strong>de</strong>ses<br />

son alarmantes para Vuestra Majestad; que se<br />

han acuñado ciertas medallas con emblemas<br />

ofensivos.<br />

-¿Para mí? -exclamó exaltado el joven<br />

rey.<br />

-¡Oh! No, Majestad, no; ofensivos no es<br />

la palabra propia; quise <strong>de</strong>cir extremadamente<br />

lisonjeros para los bátavos.<br />

-¡Oh! Si es así, poco me importa el orgullo<br />

<strong>de</strong> los bátavos -dijo suspirando el monarca.<br />

-Vuestra Majestad tiene muchísima razón;<br />

pero, con todo, nunca es malo en política,<br />

y el rey lo sabe mejor que yo, ser injusto para<br />

obtener una concesión. Si Vuestra Majestad se<br />

queja con susceptibilidad <strong>de</strong> los bátavos, les<br />

impondrá mucho más.<br />

-¿Y qué eso <strong>de</strong> las medallas? -preguntó-.<br />

Porque si hablo <strong>de</strong> ello, necesario es que sepa lo<br />

que tengo que <strong>de</strong>cir.


-¡A fe mía, Majestad, no lo sé bien!. . .<br />

Algún emblema presuntuoso... ése es todo el<br />

sentido: las palabras nada hacen al asunto.<br />

-Bueno; pronunciaré, la palabra medalla,<br />

y ya me compren<strong>de</strong>rán si quieren.<br />

-¡Oh! Sí que lo compren<strong>de</strong>rán. También<br />

podrá Vuestra Majestad <strong>de</strong>slizar algunas palabras<br />

sobre ciertos libelos que corren.<br />

-¡Nunca! Los libelos <strong>de</strong>nigran más a los<br />

que los escriben que a aquellos contra quienes<br />

van dirigidos. Os doy las gracias, señor Colbert,<br />

y podéis ya retiraros.<br />

-¡Majestad!<br />

-¡Adiós! No olvidéis la hora y estad allí.<br />

-Espero la lista <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-Es cierto.<br />

<strong>El</strong> rey se puso a reflexionar; pero en lo<br />

que menos pensaba era en aquella lista. <strong>El</strong> reloj<br />

daba las once y media.<br />

En el rostro <strong>de</strong>l monarca notábase la<br />

lucha terrible <strong>de</strong>l orgullo y <strong>de</strong>l amor.


La conversación política había calmado<br />

mucho la irritación <strong>de</strong>l rey, y el semblante pálido<br />

y <strong>de</strong>scompuesto <strong>de</strong> La Valliére hablaba a su<br />

imaginación un lenguaje muy distinto <strong>de</strong>l <strong>de</strong><br />

las medallas holan<strong>de</strong>sas o el <strong>de</strong> los libelos bátavos.<br />

Estuvo algunos minutos vacilando entre<br />

si <strong>de</strong>bía o no volver a la habitación <strong>de</strong> La Valliére;<br />

pero, habiendo insistido Colbert respetuosamente<br />

para que le diese la lista, se Artagnan<br />

se hacía informar por las mañanas <strong>de</strong> lo<br />

que no había podido ver o saber el día anterior,<br />

pues al fin no era ubicuo; <strong>de</strong> suerte se -<br />

avergonzó el rey <strong>de</strong> pensar en el amor cuando<br />

los negocios reclamaban su atención.<br />

Por tanto, se puso a dictar:<br />

La reina madre; la reina; Madame; señorita<br />

<strong>de</strong> Motteville; señorita <strong>de</strong> Châtillon; señorita<br />

<strong>de</strong> Navailles. Y respecto a hombres:<br />

Monsieur; el 'príncipe <strong>de</strong> Condé; señor<br />

<strong>de</strong> Grammont; señor <strong>de</strong> Manicamp; señor <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan; y los oficiales <strong>de</strong> servicio.


-¿Los ministros? -dijo Colbert.<br />

-Eso por <strong>de</strong> contado, y los secretarios.<br />

-Majestad, voy a disponerlo todo: mañana<br />

se comunicarán las ór<strong>de</strong>nes a domicilio.<br />

-Decid hoy -replicó melancólicamente<br />

Luis.<br />

Daban las doce.<br />

Aquélla era la hora en que la pobre La<br />

Valliére se moría <strong>de</strong> tristeza y <strong>de</strong> dolor.<br />

Entraron a la sazón los encargados <strong>de</strong><br />

servir al rey para el acto <strong>de</strong> recogerse. La reina<br />

esperaba hacía una hora.<br />

Luis pasó al cuarto <strong>de</strong> su esposa, exhalando<br />

un suspiro; pero al propio tiempo que<br />

suspiraba, se felicitaba por su valor. Complacíase<br />

<strong>de</strong> ser tan íntegro en amor como en política.<br />

XXXIV<br />

LOS EMBAJADORES


Artagnan sabía todo lo que acabamos <strong>de</strong><br />

relatar, <strong>de</strong>bido a tener entre sus amigos a todas<br />

las personas útiles <strong>de</strong> la casa, servidores oficiosos,<br />

orgullosos <strong>de</strong>. ser saludados por el capitán<br />

<strong>de</strong> mosqueteros, porque el capitán era una potencia;<br />

y luego, aparte <strong>de</strong> la ambición, se complacían<br />

en ser tenidos en algo por un hombre<br />

tan valiente como Artagnan.<br />

De que, <strong>de</strong> lo que él había visto <strong>de</strong> por sí<br />

por el día y <strong>de</strong> lo que le referían los <strong>de</strong>más,<br />

formaba una especie <strong>de</strong> arsenal, adon<strong>de</strong> acudía<br />

en caso necesario para sacar el arma que le parecía<br />

más a propósito.<br />

De esta suerte los dos ojos <strong>de</strong> Artagnan<br />

le prestaban igual servicio que los ciento <strong>de</strong><br />

Argos.<br />

Secretos políticos, secretos <strong>de</strong> callejuela,<br />

palabras escapadas a los cortesanos al salir <strong>de</strong><br />

la antecámara, todo lo sabía Artagnan y lo encerraba<br />

en el impenetrable sepulcro <strong>de</strong> su memoria,<br />

junto a los secretos reales, tan caramente<br />

comprados y tan fielmente guardados.


Supo, pues, la entrevista con Colbert, la<br />

cita dada a los embajadores, el inci<strong>de</strong>nte a que<br />

darían lugar ciertas medallas, y, arreglando a<br />

su modo la conferencia con aquellas pocas palabras<br />

que habían llegado a sus oídos; se fue a<br />

ocupar su puesto en las habitaciones para estar<br />

allí cuando Luis se <strong>de</strong>spertara.<br />

<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>spertó muy temprano. lo<br />

cual probaba que también él había dormido<br />

mal. A eso <strong>de</strong> las siete entreabrió suavemente la<br />

puerta.<br />

Artagnan estaba ya en su puesto. Luis<br />

tenía mal color y parecía fatigado. Cuando apareció,<br />

no había acabado <strong>de</strong> vestirse.<br />

-Que llamen al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan -<br />

or<strong>de</strong>nó.<br />

Saint-Aignan aguardaba sin duda que le<br />

llamasen, porque cuando se presentaron en su<br />

aposento ya estaba vestido.<br />

Saint-Aignan apresuróse a obe<strong>de</strong>cer, y<br />

pasó a la cámara <strong>de</strong>l rey. Un momento <strong>de</strong>spués


salieron el rey y Saint-Aignan; el rey iba <strong>de</strong>lante.<br />

Artagnan permanecía asomado a la ventana<br />

que caía a los patios, <strong>de</strong> modo que no tuvo<br />

necesidad <strong>de</strong> incomodarse para seguir con la<br />

vista<br />

al rey. No parecía sino que había adivinado <strong>de</strong><br />

antemano adón<strong>de</strong> iba. <strong>El</strong> rey iba al <strong>de</strong>partamento<br />

<strong>de</strong> las camaristas.<br />

Aquello no le sorprendió a Artagnan.<br />

Aunque La Valliére no le había dicho nada,<br />

sospechó que el rey tendría que reparar algún<br />

agravio.<br />

Saint-Aignan le seguía como el día anterior,<br />

algo menos inquieto, en la confianza <strong>de</strong><br />

que a las siete <strong>de</strong> la mañana no habría más personas<br />

<strong>de</strong>spiertas entre los augustos moradores<br />

<strong>de</strong>l palacio que el rey y él.<br />

Artagnan permanecía en la ventana,<br />

tranquilo e indiferente. Nadie habría sospechado<br />

que viese nada, ni que supiese quiénes eran


aquellos dos corredores <strong>de</strong> aventuras que atravesaban<br />

los patios envueltos en sus capas.<br />

Y, sin embargo, Artagnan, aunque aparentaba<br />

no mirarlos, no los perdía <strong>de</strong> vista, y al paso<br />

que silbaba aquella famosa marcha <strong>de</strong> los mosqueteros,<br />

que recordaba sólo en las gran<strong>de</strong>s<br />

ocasiones, adivinaba y presagiaba toda la tempestad<br />

<strong>de</strong> gritos y <strong>de</strong> enojos que iba a suscitarse<br />

a la vuelta.<br />

En efecto, cuando entró el rey en la<br />

habitación <strong>de</strong> La Valliére, encontróla vacía, y<br />

vio el lecho intacto, el rey comenzó a asustarse<br />

y llamó a Montalais.<br />

Montalais acudió al momento, pero su<br />

sorpresa fue igual a la <strong>de</strong>l rey.<br />

Lo único que pudo <strong>de</strong>cir a Su Majestad fue que<br />

le había parecido oír llorar a La Valliére parte<br />

<strong>de</strong> la noche; mas, sabiendo que Su Majestad<br />

había venido, no se había atrevido a informarse.<br />

-Pero, ¿adón<strong>de</strong> suponéis que haya ido? -<br />

preguntó el rey.


-Majestad -respondió Montalais-, Luisa<br />

tiene un carácter muy sentimental, y a menudo<br />

la he visto levantarse con el día y marcharse al<br />

jardín; quizá esté allí.<br />

Parecióle al rey aquello probable, y bajó<br />

inmediatamente en busca <strong>de</strong> la fugitiva.<br />

Artagnan le vio aparecer, pálido y<br />

hablando vivamente con su acompañante.<br />

Se dirigía hacia los jardines. Saint-<br />

Aignan seguíale sofocado. Artagnan no se movió<br />

<strong>de</strong> la ventana, y continuó silbando su marcha,<br />

aparentando que nada veía y viéndolo<br />

todo.<br />

-Vamos, vamos -murmuró luego que<br />

<strong>de</strong>sapareció el rey-, la pasión <strong>de</strong> Su Majestad es<br />

más fuerte <strong>de</strong> lo que yo creía; creo que hace por<br />

ésta lo que nunca hizo por la señorita Mancini.<br />

Luis volvió a aparecer un cuarto <strong>de</strong> hora<br />

.<strong>de</strong>spués; todo lo había registrado y estaba casi<br />

sin aliento.<br />

Excusamos <strong>de</strong>cir que el rey nada había<br />

hallado.


Saint-Aignan le seguía, abanicándose<br />

con el sombrero y solicitando, con voz alterada,<br />

informes <strong>de</strong> los primeros servidores que llegaban<br />

y <strong>de</strong> todos a los que se encontraban.<br />

Manicamp fue uno <strong>de</strong> ellos. Manicamp<br />

llegaba <strong>de</strong> Fontainebleau a pequeñas jornadas;<br />

pues en lo que otros habrían invertido seis<br />

horas, empleaba él veinticuatro.<br />

-¿Habréis visto a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-le preguntó Saint - Aignan.<br />

A lo que Manicamp, distraído y pensativo<br />

siempre, contestó. creyendo que le hablaban<br />

<strong>de</strong> Guiche:<br />

-Gracias; el con<strong>de</strong> sigue aleo mejor.<br />

Y continuó su camino hasta la antecámara,<br />

don<strong>de</strong> encontró a Artagnan, al cual pidió<br />

explicaciones acerca <strong>de</strong>l aire azorado que había<br />

creído notar en el rey.<br />

Artagnan le dijo que se había equivocado,<br />

y que el rey estaba. por el contrario, <strong>de</strong> muy<br />

buen humor.


En el entretanto dieron las ocho. Era<br />

ésta la hora en que el rey acostumbraba a <strong>de</strong>sayunar,<br />

pues estaba prevenido en el código <strong>de</strong><br />

la etiqueta que el rey siempre tendría hambre a<br />

las ocho.<br />

Hízose servir en una mesita que había<br />

en su dormitorio, y <strong>de</strong>spachó el <strong>de</strong>sayuno a<br />

toda prisa.<br />

Saint-Aignan, <strong>de</strong> quien no quiso separarse,<br />

le tuvo la servilleta. Luego dio audiencia<br />

a algunos militares.<br />

Mientras duraban las audiencias, envió<br />

a Saint-Aignan en <strong>de</strong>scubierta. Después, con la<br />

misma preocupación y ansiedad, y acechando<br />

siempre el regreso <strong>de</strong> Saint-Aignan, oyó dar las<br />

nueve.<br />

A las nueve en punto pasó a su <strong>de</strong>spacho<br />

principal.<br />

Los embajadores entraban a la primer<br />

campanada <strong>de</strong> las nueve. Al dar la última campanada,<br />

las reinas y Madame aparecieron.


Los embajadores eran tres por Holanda<br />

y dos por España.<br />

<strong>El</strong> rey les dirigió una mirada y saludó.<br />

En aquel instante entraba también Saint-<br />

Aignan.<br />

Aquella entrada era mucho más importante<br />

para el rey que la <strong>de</strong> los embajadores,<br />

cualesquiera que fuese el número <strong>de</strong> éstos y el<br />

país <strong>de</strong> don<strong>de</strong> viniesen.<br />

Así fue que, ante todas las cosas, el rey<br />

hizo a Saint-Aignan un signo interrogativo, al<br />

que contestó éste con una negativa absoluta.<br />

<strong>El</strong> rey estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r todo su<br />

valor; pero, como las reinas, los gran<strong>de</strong>s y los<br />

embajadores tenían fijos en él sus ojos, hizo un<br />

esfuerzo sobre sí mismo e invitó a los últimos a<br />

hablar.<br />

Entonces, uno <strong>de</strong> los diputados españoles<br />

pronunció un largo discurso, en que pon<strong>de</strong>raba<br />

las ventajas <strong>de</strong> la alianza española.<br />

<strong>El</strong> rey le interrumpió, diciendo:


-Señor, creo que lo que es bueno para<br />

Francia, <strong>de</strong>be ser bueno para apaña.<br />

Esta frase, y especialmente el modo perentorio<br />

en que fue dicha, hizo<br />

pali<strong>de</strong>cer al embajador y enrojecer a las reinas,<br />

que, siendo ambas españolas, se sintieron lastimadas<br />

con aquella respuesta en su orgullo <strong>de</strong><br />

parentesco y nacionalidad.<br />

<strong>El</strong> <strong>de</strong>legado holandés tomó a su vez la<br />

palabra, y se quejó <strong>de</strong> la prevención que el rey<br />

mostraba con el Gobierno <strong>de</strong> su país.<br />

<strong>El</strong> rey le interrumpió:<br />

-Señor, es extraño que vengáis a quejaros,<br />

cuando soy yo quien pue<strong>de</strong> tener motivos<br />

<strong>de</strong> queja; y, sin embargo, veis que no me quejo.<br />

-¡Quejaros, Majestad! -murmuró el<br />

holandés-. ¿Y <strong>de</strong> qué agravio?<br />

<strong>El</strong> rey sonrió con amargura.<br />

-¿Podéis echarme en cara, señor, que<br />

tenga prevenciones contra un Gobierno que<br />

autoriza y protege a los que me insultan públicamente.


-¡Majestad!<br />

Holanda -prosiguió el rey irritándose<br />

más con sus propios pesares que con la cuestión<br />

política es una tierra <strong>de</strong> asilo para todo el<br />

que me quiere mal, y especialmente para el que<br />

me ofen<strong>de</strong>.<br />

-¡Oh Majestad! ...<br />

-¿Queréis pruebas, no es verdad?... Pues<br />

bien, las tendréis <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego. ¿De dón<strong>de</strong> salen<br />

esos libelos insultantes que me representan<br />

como un monarca sin gloria y sin autoridad?<br />

Vuestras prensas los vomitan. Si tuviera aquí a<br />

mis secretarios, os citaría los títulos <strong>de</strong> las obras<br />

con los nombres <strong>de</strong> los impresores.<br />

-Majestad -contestó el embajador-, un<br />

libelo no pue<strong>de</strong> ser obra <strong>de</strong> una nación. ¿Es<br />

justo que un gran rey, como Vuestra Majestad,<br />

haga responsable a un gran pueblo <strong>de</strong>l crimen<br />

<strong>de</strong> unos cuantos malvados hambrientos?<br />

-Bueno, concedo esto, señor. Pero cuando<br />

la casa <strong>de</strong> moneda <strong>de</strong> Amsterdam acuña


medallas ofensivas para mí, ¿es también crimen<br />

<strong>de</strong> unos cuantos malvados hambrientos?<br />

-¿Medallas? -murmuró el embajador.<br />

-Medallas -repitió el rey mirando a Colbert.<br />

-Sería preciso -se aventuró a <strong>de</strong>cir el<br />

holandés- que Vuestra Majestad estuviera bien<br />

seguro...<br />

<strong>El</strong> rey no apartaba los ojos <strong>de</strong> Colbert,<br />

pero éste aparentaba no compren<strong>de</strong>r, y callaba,<br />

no obstante las provocaciones <strong>de</strong>l rey.<br />

Entonces acercóse Artagnan, y sacando <strong>de</strong>l bolsillo<br />

una moneda, que puso en manos <strong>de</strong>l rey:<br />

-Aquí está -dijo- la moneda que busca<br />

Vuestra Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey la cogió.<br />

Y entonces pudo ver, con aquella mirada<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era verda<strong>de</strong>ramente el amo<br />

no había hecho más que abarcar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto,<br />

una imagen insolente, que representaba a<br />

Holanda parando el sol, como Josué, con esta<br />

divisa: In conspectu meo, stetit sol.


-¡En mi presencia <strong>de</strong>túvose el sol! -<br />

exclamó furioso el rey-. ¡Oh! Espero que ahora<br />

no lo negaréis.<br />

-Y el sol -dijo Artagnan- es éste.<br />

Y señaló, en todos los lienzos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho,<br />

al sol, emblema multiplicado y resplan<strong>de</strong>ciente,<br />

que ostentaba por todas partes su soberbia<br />

divisa: Nec pluribus impar.<br />

La cólera <strong>de</strong> Luis, alimentada por los<br />

impulsos <strong>de</strong> su dolor particular, no' necesitaba<br />

<strong>de</strong> aquel alimento para <strong>de</strong>vorarlo todo. Notábase<br />

en sus ojos el ardor <strong>de</strong> una queja pronta a<br />

estallar.<br />

Una mirada <strong>de</strong> Colbert contuvo la tempestad.<br />

<strong>El</strong> embajador aventuró algunas excusas.<br />

Dijo que la vanidad <strong>de</strong> los pueblos no era cosa<br />

que <strong>de</strong>biera tomarse en cuenta; que Holanda<br />

estaba orgullosa <strong>de</strong> haber sostenido con tan<br />

escasos recursos su reputación <strong>de</strong> gran nación,<br />

aun contra reyes po<strong>de</strong>rosos, y que si sus com-


patriotas se habían ensoberbecido con un poco<br />

<strong>de</strong> humo, rogaba al rey que los disculpase.<br />

<strong>El</strong> rey parecía buscar consejo. Miró a<br />

Colbert, el cual permaneció impasible.<br />

Luego dirigió su mirada a Artagnan.<br />

Éste encogióse <strong>de</strong> hombros. Este movimiento<br />

fue una esclusa levantada, por la cual se<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó la cólera <strong>de</strong>l rey, contenida hacía<br />

mucho tiempo.<br />

Como nadie sabía adón<strong>de</strong> le impulsaba<br />

al rey aquella cólera, todos permanecieron en<br />

triste silencio.<br />

<strong>El</strong> segundo embajador se aprovechó <strong>de</strong><br />

él para alegar también sus excusas.<br />

En tanto que hablaba, y el rey, absorbiéndose<br />

otra vez poco a poco en sus pensamientos<br />

personales, escuchaba aquella voz turbada<br />

como una persona distraída escucha el<br />

ruido <strong>de</strong> una cascada, Artagnan, que tenía a su<br />

izquierda a Saint-Aignan, se acercó a éste y con<br />

voz calculada para que llegase a oídos <strong>de</strong>l rey:


-¿Sabéis la noticia <strong>de</strong>l día, con<strong>de</strong>? -le<br />

dijo.<br />

-¿Qué noticia? -dijo Saint-Aignan.<br />

-La <strong>de</strong> La Valliére.<br />

<strong>El</strong> rey se estremeció, y dio involuntariamente<br />

un paso hacia ambos interlocutores.<br />

-¿Pues qué ha sucedido a La Valliére? -<br />

preguntó Saint-Aignan con tono que fácilmente<br />

pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rse.<br />

-¡Ah, pobre muchacha! -dijo Artagnan-.<br />

Ha entrado en religión.<br />

-¿En religión? -exclamó Saint-Aignan.<br />

-¿En religión? -exclamó el rey en medio<br />

<strong>de</strong>l discurso <strong>de</strong>l embajador.<br />

Luego, bajo el imperio <strong>de</strong> la etiqueta, se<br />

repuso; pero continuó escuchando.<br />

-¿En qué convento? -preguntó Saint-<br />

Aignan.<br />

-En las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot.<br />

-¡En las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot! ¿Y por<br />

dón<strong>de</strong> diantres sabéis eso?


litas.<br />

-Por ella misma.<br />

-¿La habéis visto?<br />

-Yo mismo la he conducido a las Carme-<br />

<strong>El</strong> rey no perdió una sola palabra; la<br />

sangre le bullía en las venas y principiaba a<br />

ruborizarse.<br />

-¿Pero por qué esa fuga? -dijo Saint-<br />

Aignan.<br />

-Porque la pobre muchacha fue ayer<br />

expulsada <strong>de</strong> la Corte -dijo Artagnan.<br />

Apenas soltó esta palabra, hizo el rey un<br />

gesto <strong>de</strong> autoridad.<br />

-¡Basta, señor -dijo al embajador-, basta!<br />

Y luego, acercándose a Saint-Aignan:<br />

-¿Quién ha dicho -exclamó que La Valliére<br />

ha entrado en religión?<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el favorito.<br />

-¿Y es verda<strong>de</strong>ro lo que <strong>de</strong>cís? -<br />

preguntó el rey volviéndose al mosquetero.<br />

-Tan verda<strong>de</strong>ro como la verdad.<br />

<strong>El</strong> rey apretó los puños y pali<strong>de</strong>ció.


-Todavía añadísteis otra cosa, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan -dijo.<br />

-Señor, no sé más.<br />

-Añadísteis que la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />

había sido expulsada <strong>de</strong> la Corte.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-Y eso, ¿es también verda<strong>de</strong>ro?<br />

-Informaos, Majestad.<br />

-¿Y por quién?<br />

-¡Oh! -exclamó Artagnan como quien se<br />

recusa.<br />

<strong>El</strong> rey dio un brinco, <strong>de</strong>jando a un lado<br />

embajadores, ministros y cortesanos.<br />

La reina madre se levantó. Todo lo<br />

había oído, y lo que no oyó, lo había adivinado.<br />

Madame, <strong>de</strong>sfallecida <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong><br />

miedo, trató <strong>de</strong> levantarse también como la<br />

reina madre; pero volvió a caer otra vez en su<br />

sillón, al cual, por un movimiento instintivo,<br />

hizo rodar hacia atrás.


-Señores -dijo el rey-, la audiencia ha<br />

terminado; haré saber mi respuesta, o mejor, mi<br />

voluntad, a España y Holanda.<br />

Y con gesto imperioso, <strong>de</strong>spidió a los<br />

embajadores.<br />

-Cuidado, hijo mío -dijo la reina madre<br />

con indignación-, cuidado, que se me figura<br />

que no sois dueño <strong>de</strong> vos.<br />

-¡Oh señora! -rugió el joven león con<br />

gesto amenazador-, si no soy dueño <strong>de</strong> mí, os<br />

aseguro que lo seré <strong>de</strong> los que me ultrajen. Venid<br />

conmigo, señor <strong>de</strong> Artagnan, venid conmigo.<br />

Y salió <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho, <strong>de</strong>jando a todos<br />

aterrados.<br />

<strong>El</strong> rey bajó la escalera y se dispuso a<br />

atravesar el patio.<br />

-Majestad -dijo Artagnan-, equivocáis el<br />

camino.<br />

-No, que voy a las caballerizas.<br />

-Es inútil; tengo caballos dispuestos para<br />

Vuestra Majestad.


<strong>El</strong> rey contestó a su servidor con una<br />

mirada; pero aquella mirada prometía más <strong>de</strong><br />

lo que se hubiera atrevido a esperar la ambición<br />

<strong>de</strong> tres Artagnanes.<br />

XXXV<br />

CHAILLOT<br />

Manicamp y Malicorne, a pesar <strong>de</strong> no<br />

haber sido llamados, siguieron al rey y a Artagnan.<br />

Eran dos hombres muy inteligentes; no<br />

había sino que Malicorne llegaba a veces <strong>de</strong>masiado<br />

pronto por ambición, y Manicamp <strong>de</strong>masiado<br />

tar<strong>de</strong> por pereza.<br />

Esta vez llegaron a punto.<br />

Había preparados cinco caballos. <strong>El</strong> rey<br />

y Artagnan tomaron dos; Manicamp y Malicorne<br />

otros dos, y un paje <strong>de</strong> las caballerizas montó<br />

el quinto.


La cabalgata marchó al galope. Artagnan<br />

había sabido elegir muy bien los caballos,<br />

verda<strong>de</strong>ros caballos <strong>de</strong> amantes angustiados,<br />

caballos que más bien que correr volaban. Diez<br />

minutos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su marcha llegaba a Chaillot<br />

la cabalgata en forma <strong>de</strong> un torbellino <strong>de</strong><br />

polvo. <strong>El</strong> rey arrojóse <strong>de</strong>l caballo, pero por<br />

gran<strong>de</strong> que fue la velocidad con que practicó<br />

aquella maniobra, ya estaba Artagnan teniendo<br />

las bridas <strong>de</strong> su corcel.<br />

Luis hizo al mosquetero un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong><br />

agra<strong>de</strong>cimiento, y arrojó las bridas en los brazos<br />

<strong>de</strong>l paje.<br />

Luego se lanzó al vestíbulo, y, empujando<br />

con violencia la puerta, entró en el parlatorio.<br />

Manicamp, Malicorne y el paje se quedaron<br />

a la parte <strong>de</strong> afuera. Artagnan siguió a su<br />

amo.<br />

Al penetrar en el parlatorio, lo primero<br />

con que tropezaron los ojos <strong>de</strong>l rey fue con Lui-


sa, no arrodillada, sino acostada al pie <strong>de</strong> un<br />

gran crucifijo <strong>de</strong> piedra.<br />

La joven permanecía echada sobre la<br />

losa húmeda, y era apenas visible en la sombra<br />

<strong>de</strong> aquella sala, que sólo recibía luz por una<br />

ventana enrejada y cubierta <strong>de</strong> enreda<strong>de</strong>ras.<br />

Se hallaba sola, inanimada, fría como la<br />

piedra sobre la cual reposaba su cuerpo.<br />

Al verla el rey en aquella actitud, la creyó<br />

muerta, y exhaló un grito terrible que hizo<br />

acudir a Artagnan.<br />

<strong>El</strong> rey había pasado ya un brazo alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> su cuerpo. Artagnan ayudó al rey a levantar<br />

a la infeliz joven, sobre la cual parecía<br />

exten<strong>de</strong>r sus alas el genio <strong>de</strong> la muerte.<br />

<strong>El</strong> rey la cogió entonces por entero en<br />

sus brazos, y calentó a besos sus manos y sus<br />

mejillas heladas.<br />

Artagnan agarró la cuerda <strong>de</strong> la campana.<br />

Al momento acudieron las hermanas<br />

carmelitas.


Las santas hijas prorrumpieron en<br />

gritos <strong>de</strong> escándalo al ver aquellos hombres que<br />

tenían en sus brazos a una mujer.<br />

La superiora acudió también. Esta persona,<br />

<strong>de</strong> más mundo que las damas mismas <strong>de</strong><br />

la Corte, no obstante su austeridad, reconoció<br />

al primer golpe <strong>de</strong> vista al rey en el respeto que<br />

le manifestaban los asistentes y en el aire con<br />

que imponía a toda la comunidad.<br />

Así fue que al ver al rey se retiró otra<br />

vez a su habitación, como medio <strong>de</strong> no comprometer<br />

su dignidad; pero envió por medio <strong>de</strong><br />

las religiosas toda especie <strong>de</strong> cordiales, aguas<br />

<strong>de</strong> la reina <strong>de</strong> Hungría, <strong>de</strong> melisa, etc., etc., or<strong>de</strong>nando<br />

al mismo tiempo que cerrasen las<br />

puertas.<br />

Tiempo era ya <strong>de</strong> hacerlo, pues el dolor<br />

<strong>de</strong>l rey se iba haciendo cada vez más ruidoso y<br />

<strong>de</strong>sesperado.<br />

<strong>El</strong> rey parecía <strong>de</strong>cidido a enviar a llamar<br />

a su médico, cuando La Valliére principió a dar<br />

señales <strong>de</strong> vida.


Al volver en sí, lo primero que vio fue a<br />

Luis a sus pies. Sin duda, no <strong>de</strong>bió reconocerle,<br />

puesto que no hizo mas que exhalar un doloroso<br />

suspiro.<br />

<strong>El</strong> rey mirábala con la mayor ansiedad.<br />

Al fin sus ojos errantes se fijaron en el<br />

rey.<br />

Reconociólo la joven, e hizo un tenue<br />

esfuerzo para arrancarse <strong>de</strong> sus brazos.<br />

-Pues qué -murmuró ella-, ¿no está todavía<br />

consumado el sacrificio?<br />

-¡Oh! ¡No, no! -murmuró el rey-. Ni se<br />

consumará; yo os lo juro.<br />

La joven se levantó, a pesar <strong>de</strong> lo débil y<br />

quebrantada que estaba.<br />

-¡Ay! Es necesario -dijo-; no me <strong>de</strong>tengáis.<br />

-¿Y había yo <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar sacrificaros? -<br />

exclamó Luis-. ¡Jamás! ¡Jamás!<br />

-¡Bien! -murmuró Artagnan-. Vayámonos<br />

fuera. Puesto que principian a hablarse,<br />

están <strong>de</strong> mas oídos extraños.


Artagnan salió, y quedaron solos los dos<br />

amantes.<br />

-Majestad -prosiguió La Valliére-, ni<br />

una. palabra más; no <strong>de</strong>struyáis mi único porvenir,<br />

que es mi salvación, y todo el vuestro,<br />

que es vuestra gloria, por un capricho.<br />

-¿Un capricho? -exclamó el rey.<br />

-¡Oh! Ahora -dijo la joven- leo claro en<br />

vuestro corazón, Majestad.<br />

-¿Vos, Luisa?<br />

-¡Sí, yo!<br />

-Hablad.<br />

-Un arrebato incomprensible, irreflexivo,<br />

pue<strong>de</strong> pareceros momentáneamente una<br />

excusa suficiente; pero tenéis <strong>de</strong>beres que son<br />

incompatibles con vuestro amor hacia una pobre<br />

muchacha. ¡Olvidadme!<br />

-¡Olvidaros yo!<br />

-Ya lo habéis hecho.<br />

-¡Antes morir!


-Majestad, no es posible que améis a la<br />

que habéis consentido en matar esta noche tan<br />

cruelmente como lo habéis hecho.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís, Luisa? Explicaos.<br />

-¿Qué me pedísteis ayer mañana? Que<br />

os amara. ¿Qué me prometisteis en cambio?<br />

Que no <strong>de</strong>jaríais pasar una noche <strong>de</strong> por medio<br />

sin ofrecerme una reconciliación cuando os<br />

hubieseis enojado contra mí.<br />

-¡Oh! ¡Perdonadme, perdonadme, Luisa!<br />

Los celos me tenían loco.<br />

-Majestad, los celos son un mal pensamiento<br />

que renacen, como la cizaña, <strong>de</strong>spués<br />

que se la corta. Tendríais celos otra vez, y acabaríais<br />

<strong>de</strong> matarme. Tened la misericordia <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>jarme morir.<br />

-Otra palabra como esa, señorita, y me<br />

veréis morir a vuestros pies.<br />

-¡No, Majestad! Conozco bien lo que<br />

valgo. Creedme, y no queráis per<strong>de</strong>ros por una<br />

<strong>de</strong>sventurada, a quien todo el mundo <strong>de</strong>spre-


cia. -¡Oh! ¡Nombradme a los que acusáis <strong>de</strong> ese<br />

modo, nombrádmelos!<br />

-No tengo queja ninguna contra nadie,<br />

Majestad;. sólo me acuso a mí misma. ¡Adiós!<br />

Os comprometéis hablando así.<br />

-¡Cuidado, Luisa; al hablarme <strong>de</strong> ese<br />

modo, me reducís a la <strong>de</strong>sesperación! ¡Cuidado!<br />

-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! ¡Dejadme<br />

con Dios, os lo suplico!<br />

-¡Os arrancaré hasta <strong>de</strong> Dios mismo!<br />

-¡Pues antes -exclamó la pobre niña-,<br />

arrancadme <strong>de</strong> esos enemigos feroces que atentan<br />

contra mi vida y mi honor! Si tenéis bastante<br />

fuerza para amar, tened también bastante<br />

energía para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme. Pero no, la que <strong>de</strong>cís<br />

que amáis se ve injuriada, mofada, expulsada.<br />

Y la inofensiva niña, obligada por el<br />

dolor a acusar, se retorcía los brazos sollozando.<br />

-¡Os han expulsado!- -exclamó el rey-.<br />

Esta es la segunda vez que oigo esa palabra.


-Ignominiosamente, Majestad; y ya lo<br />

veis, no tengo más amparo que Dios, más consuelo<br />

que la oración, más auxilio que el <strong>de</strong> un<br />

claustro.<br />

-Tendréis mi palacio y mi corte. i ¡Ah!<br />

No temáis nada; los que ayer, o mejor, las que<br />

ayer os expulsaron, temblarán mañana en vuestra<br />

presencia. ¿Qué digo mañana? Hoy mismo<br />

he amenazado, y nada me es más fácil que lanzar<br />

el rayo que todavía retengo en mi mano.<br />

¡Luisa, Luisa! ¡Seréis cruelmente vengada! Lágrimas<br />

<strong>de</strong> sangre pagarán vuestras lágrimas.<br />

Nombradme a vuestros enemigos.<br />

-¡Jamás, jamás!<br />

-Entonces, ¿cómo queréis que castigue?<br />

-Majestad, a los que habríais <strong>de</strong> castigar,<br />

harían retroce<strong>de</strong>r vuestra mano.<br />

-¡Oh! ¡No me conocéis! -exclamó Luis<br />

exasperado-. Antes qué retroce<strong>de</strong>r, abrasaría a<br />

mi reino y mal<strong>de</strong>ciría a mi familia. Sí, sería capaz<br />

<strong>de</strong> arrancarme hasta mi mismo brazo, si<br />

fuese bastante cobar<strong>de</strong> para no pulverizar a


cuantos se hayan hecho enemigos <strong>de</strong> la más<br />

dulce <strong>de</strong> las criaturas.<br />

Y al <strong>de</strong>cir Luis estas palabras, <strong>de</strong>scargó<br />

un fuerte golpe sobre el tabique <strong>de</strong> roble, que<br />

produjo un sonido lúgubre.<br />

La Valliére se asustó. La cólera <strong>de</strong> aquel<br />

joven tan po<strong>de</strong>roso tenía algo <strong>de</strong> imponente y<br />

siniestro, porque, como la <strong>de</strong> la tempestad, podía<br />

ser mortal.<br />

<strong>El</strong>la, cuyo dolor creía no tener igual, quedó<br />

vencida por aquel dolor que se abría paso por<br />

la amenaza y la violencia.<br />

-Majestad -dijo-, por última vez, alejaos;<br />

os lo suplico; la calma <strong>de</strong> este retiro me ha fortalecido<br />

ya; me siento más tranquila bajo el amparo<br />

<strong>de</strong> Dios. Dios es un protector ante quien<br />

<strong>de</strong>saparecen todas las miserias humanas. Majestad,<br />

por última vez, <strong>de</strong>jadme con Dios.<br />

-Entonces -exclamó Luis-, <strong>de</strong>cid francamente<br />

que no me habéis amado nunca, <strong>de</strong>cid<br />

que mi humildad, <strong>de</strong>cid que mi arrepentimiento<br />

halagan vuestro orgullo, pero que no os afli-


ge mi dolor; <strong>de</strong>cid que el rey <strong>de</strong> Francia no es<br />

ya para vos un amante, cuya ternura pueda hacer<br />

vuestra felicidad, sino un déspota cuyo capricho<br />

ha roto en vuestro espíritu hasta la última<br />

fibra <strong>de</strong> la sensibilidad. No digáis que buscáis<br />

a Dios, <strong>de</strong>cid que huís <strong>de</strong>l rey. No, Dios no<br />

es cómplice <strong>de</strong> las resoluciones inflexibles; Dios<br />

admite la penitencia y el remordimiento, y absuelve,<br />

porque quiere que se ame.<br />

Luisa se retorcía <strong>de</strong> sufrimiento oyendo<br />

aquellas palabras, que hacían correr la llama<br />

hasta lo más profundo <strong>de</strong> sus venas.<br />

-¿Pero no me habéis oído? - exclamó.<br />

-¿Qué?<br />

-¿No habéis oído que he sido expulsada,<br />

<strong>de</strong>spreciada e injuriada?<br />

-Pues yo haré que seáis la más respetada,<br />

la más adorada, la más envidiada <strong>de</strong> mi<br />

corte.<br />

-Probadme que no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

amarme.<br />

-¿Cómo?


-Alejándoos <strong>de</strong> mí.<br />

-Yo os lo probaré no abandonándoos ya.<br />

-¿Pero creéis, Majestad, que pueda yo<br />

permitir eso? ¿Creéis que pueda consentir en<br />

ver lastimada por mi causa a vuestra madre, a<br />

vuestra esposa y a vuestra hermana?<br />

-¡Ah! ¡Por fin las habéis nombrado!<br />

¿Conque han sido ellas las causantes <strong>de</strong>l mal?<br />

¡Pues por Dios que nos oye, serán castigadas!<br />

-¡Ahí tenéis por qué el porvenir me espanta,<br />

por qué lo rehúso todo, por qué no quiero<br />

que me venguéis! ¡Oh Dios mío! ¡No más<br />

lágrimas, no más dolores, no más quejas <strong>de</strong> ese<br />

género! ¡Harto he pa<strong>de</strong>cido y llorado ya!<br />

-¿Y mis lágrimas, y mis dolores y mis<br />

quejas, las tenéis en nada?<br />

-¡No me habléis así, Majestad, en nombre<br />

<strong>de</strong>l Cielo! ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, no me<br />

habléis así! Necesito <strong>de</strong> todo mi valor para llevar<br />

a cabo el sacrificio.


-¡Luisa, Luisa! ¡Te lo suplico encarecidamente!<br />

¡Manda, or<strong>de</strong>na, véngate o perdona;<br />

pero no me abandones!<br />

-¡Ay! ¡Es preciso separarnos, Majestad!<br />

-Es <strong>de</strong>cir, ¿no me amas?<br />

-¡Oh! ¡Dios lo sabe!<br />

-¡Mentira! ¡Mentira!<br />

-¡Oh! Si no os amara, Majestad, <strong>de</strong>jaría<br />

que hicieseis vuestra voluntad, me <strong>de</strong>jaría vengar<br />

y aceptaría, en cambio <strong>de</strong>l insulto que me<br />

han hecho, ese grato triunfo <strong>de</strong>l orgullo que me<br />

proponéis ... Y, ya lo veis, hasta rechazo la dulce<br />

compensación <strong>de</strong> vuestro amor, <strong>de</strong> vuestro<br />

amor que es mi vida, no obstante, ya que he<br />

querido morir creyendo que no me amábais.<br />

-Pues bien, sí, sí, ahora reconozco que<br />

sois la más santa, la más venerable <strong>de</strong> las mujeres.<br />

Nadie es más digna que vos, no ya <strong>de</strong> mi<br />

amor y respeto, sino <strong>de</strong>l amor y respeto <strong>de</strong> todos;<br />

por eso nadie será amada como vos, Luisa,<br />

nadie ejercerá sobre mí el imperio que tenéis.<br />

Sí, os lo juro, rompería en este momento el


mundo entero como vidrio, si el mundo me<br />

incomodase. ¿Me mandáis que me calme, que<br />

perdone? Sea, me calmaré. ¿Queréis reinar por<br />

la dulzura y la clemencia? Seré clemente y dulce.<br />

Dictadme mi conducta y obe<strong>de</strong>ceré.<br />

-¡Dios Santo! ¡Y quién soy yo, pobre <strong>de</strong><br />

mí, para dictar una sílaba a un rey como vos?<br />

-¡Sois mi vida y mi alma! ¿No es el alma<br />

la que gobierna el cuerpo?<br />

-Según eso, ¿me amáis, mi querido señor?<br />

-De rodillas, con las manos juntas, con<br />

todas las fuerzas <strong>de</strong> que Dios me ha dotado.<br />

¡Os amo bastante para entregaros mi vida sonriendo<br />

si pronunciáis una palabra!<br />

-¿Me amáis?<br />

-¡Oh, sí!<br />

-Entonces, nada me queda que <strong>de</strong>sear<br />

en el mundo. ¡Vuestra mano, Majestad, y <strong>de</strong>spidámonos!<br />

Ya he disfrutado en esta vida toda<br />

la dicha que me había tocado en suerte.


-¡Oh, no! ¡Di que tu vida comienza! ¡Tu<br />

felicidad no es ayer, es hoy, es mañana, es<br />

siempre! ¡Para ti el porvenir! ¡Para ti todo lo<br />

que sea mío! ¡No más i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> separación, no<br />

más separaciones sombrías! <strong>El</strong> amor es nuestro<br />

dios, la necesidad <strong>de</strong> nuestras almas. Tú vivirás<br />

para mí, como viviré yo para ti.<br />

Y, prosternándose ante ella, besó sus<br />

rodillas con inexpresables transportes <strong>de</strong> alegría<br />

y <strong>de</strong> reconocimiento.<br />

-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! Todo esto es<br />

un sueño.<br />

-¿Por qué un sueño?<br />

-Porque no puedo regresar a la Corte.<br />

Desterrada, ¿cómo os he <strong>de</strong> volver a ver? ¿No<br />

vale más entrar en el claustro para enterrar en<br />

él, en el bálsamo <strong>de</strong> vuestro amor, los postreros<br />

impulsos <strong>de</strong> vuestro corazón y vuestra última<br />

confesión?<br />

-¡Desterrada, vos! -exclamó Luis XIV-.<br />

¿Y quién se atreve a <strong>de</strong>sterrar cuando yo llamo?


-¡Oh Majestad! Algo que es superior a<br />

los monarcas: el mundo y la opinión; reflexionad<br />

que no podéis amar a una mujer expulsada,<br />

a la que vuestra madre ha mancillado con<br />

una sospecha, a la que vuestra hermana ha infligido<br />

un castigo. Esa mujer es indigna <strong>de</strong> vos.<br />

-¿Indigna una mujer que me pertenece?<br />

-Sí, y por eso, precisamente, señor; <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el momento que ella os pertenece, vuestra<br />

querida es indigna.<br />

-¡Ah! Tenéis razón, Luisa; sois la misma<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za. Pues bien, no seréis <strong>de</strong>sterrada.<br />

-¡Oh! Bien se ve que no habéis oído<br />

hablar a Madame.<br />

-Hablaré a mi madre. -¡Tampoco habéis<br />

visto a vuestra madre!<br />

-¿También ella? ¡Pobre Luisa!... ¿Conque<br />

todo el mundo estaba contra vos?<br />

-Sí, sí, pobre Luisa, que cedía ya a la<br />

tempestad, cuando vos habéis venido, cuando<br />

vos habéis acabado <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozarla.<br />

-¡Oh, perdón!


-No lograréis aplacar a ninguna <strong>de</strong> las<br />

dos, creedme; el mal no tiene remedio, porque<br />

jamás os permitiré emplear la violencia ni la<br />

autoridad.<br />

-Pues bien, Luisa, para <strong>de</strong>mostraros<br />

cuánto os amo, quiero hacer una cosa: iré a ver<br />

a Madame.<br />

-¿Vos?<br />

-Le haré revocar la sentencia; la obligaré.<br />

-¡Obligar! ¡Oh! ¡No, no!<br />

-Es verdad; la aplacaré. Luisa meneó la<br />

cabeza. -Suplicaré, si es necesario -dijo Luis-.<br />

¿Creeréis entonces en mi amor?<br />

-¡Oh! Jamás os humilléis por mí, Majestad;<br />

<strong>de</strong>jadme antes morir...<br />

<strong>El</strong> rey reflexionaba, sus facciones tomaron<br />

una expresión sombría. -Amaré tanto como<br />

habéis amado -dijo-; sufriré tanto como habéis<br />

sufrido; ésa será mi expiación a vuestros ojos.<br />

Ea, señorita, <strong>de</strong>jemos mezquinas consi<strong>de</strong>racio-


nes; seamos gran<strong>de</strong>s como nuestro dolor, seamos<br />

fuertes como nuestro amor.<br />

Y, al <strong>de</strong>cir estas palabras, la cogió en sus<br />

brazos y le formó un cinturón con sus dos manos.<br />

-¡Mi único bien, mi vida, seguidme! -<br />

exclamó.<br />

La joven hizo un último esfuerzo, en el<br />

que concentró, no toda su voluntad, porque su<br />

voluntad estaba ya vencida, sino todas sus fuerzas.<br />

-¡No! -contestó débilmente-. ¡No, no!<br />

¡Me moriría <strong>de</strong> vergüenza!<br />

-¡No, porque entraréis como reina! Nadie<br />

sabe vuestra salida... Sólo Artagnan...<br />

-¿También él me ha vendido?<br />

-¿Cómo es eso?<br />

-Había jurado...<br />

-Había jurado no <strong>de</strong>cir nada al rey -dijo<br />

Artagnan asomando su fina cabeza por la puerta<br />

entornada-, y he cumplido mi palabra. Se lo<br />

dije al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, y no ha sido cul-


pa mía que el rey lo oyese. ¿No es cierto, Majestad?<br />

-Así es; perdonadle -dijo el rey. La joven<br />

sonrió, y tendió al mosquetero su <strong>de</strong>licada y<br />

blanca mano.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el rey, gozoso<br />

en extremo-, buscad una carroza para la señorita.<br />

-Majestad -contestó el capitán-, la carroza<br />

espera.<br />

-¡Oh! ¡Sois mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> servido res! -<br />

exclamó el rey.<br />

-Tiempo ha costado advertirlo -dijo Artagnan,<br />

complacido, no obstante, con la lisonja.<br />

La Valliére estaba vencida, y, aunque<br />

todavía opuso alguna ligera resistencia, se <strong>de</strong>jó<br />

llevar medio <strong>de</strong>sfallecida por su regio amante.<br />

Pero, al llegar a la puerta <strong>de</strong>l parlatorio, en el<br />

momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo, se arrancó <strong>de</strong> los brazos<br />

<strong>de</strong>l rey, y, aproximándose al crucifijo <strong>de</strong> piedra,<br />

lo besó diciendo:


-¡Dios mío! Me habéis llamado, y me<br />

separo <strong>de</strong> vos; pero vuestra bondad es infinita.<br />

Sólo os ruego que cuando vuelva olvidéis que<br />

me he alejado; porque cuando vuelva a vos,<br />

será para no separarme ya nunca.<br />

<strong>El</strong> rey exhaló un sollozo. Artagnan enjugó<br />

una lágrima. Luis arrastró a la joven, la<br />

llevó hasta la carroza, y puso a Artagnan a su<br />

lado.<br />

Y él mismo, montando a caballo, se dirigió<br />

al Palais Roya¡, don<strong>de</strong>, así que llegó, hizo<br />

avisar a Madame que le concediese un momento<br />

<strong>de</strong> audiencia.<br />

XXXVI<br />

EN EL APOSENTO DE MADAME<br />

En el modo como el rey había <strong>de</strong>spedido<br />

a los embajadores adivinaron los menos<br />

perspicaces una guerra.


Los mismos embajadores, poco enterados<br />

<strong>de</strong> la crónica íntima, habían interpretado<br />

contra ellos el célebre dicho: "Si no soy dueño<br />

<strong>de</strong> mí, lo seré <strong>de</strong> los que me ultrajan".<br />

Afortunadamente para los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong><br />

Francia y Holanda, Colbert los siguió para darles<br />

algunas explicaciones; pero las reinas y Madame,<br />

muy inteligentes en todo lo que concernía<br />

a sus casas, así que oyeron aquella frase<br />

llena <strong>de</strong> amenazas, se retiraron con tanto temor<br />

como <strong>de</strong>specho.<br />

Por su parte, Madame conocía que la<br />

cólera <strong>de</strong>l rey recaería principalmente sobre<br />

ella, y como era mujer <strong>de</strong> valor, altiva con exceso,<br />

en lugar <strong>de</strong> buscar apoyo en la reina madre,<br />

se retiró a su habitación, si no <strong>de</strong>l todo tranquila,<br />

al menos sin intención <strong>de</strong> evitar el combate.<br />

De tiempo en tiempo enviaba Ana <strong>de</strong> Austria<br />

mensajeros para saber si el rey había regresado.<br />

<strong>El</strong> silencio que guardaba el palacio sobre<br />

aquel asunto y la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Luisa, eran


presagio <strong>de</strong> multitud <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias para el que<br />

conocía el carácter irritable <strong>de</strong> Luis.<br />

Pero Madame, haciendo frente a todos<br />

aquellos rumores, se encerró en su habitación,<br />

llamó a Montalais, y con toda la serenidad <strong>de</strong><br />

que fue capaz, hizo hablar a la joven sobre el<br />

suceso <strong>de</strong>l día. En el instante en que la elocuente<br />

Montalais concluía con toda especie <strong>de</strong> precauciones<br />

oratorias, y recordaba a Madame la<br />

tolerancia a beneficio <strong>de</strong> reciprocidad, se presentó<br />

el señor Malicorne, pidiendo a la princesa<br />

una audiencia.<br />

<strong>El</strong> digno amigo <strong>de</strong> Montalais tenía impresas<br />

en su semblante las señales <strong>de</strong> la más<br />

viva emoción. Imposible equivocarse acerca <strong>de</strong><br />

ello: la entrevista pedida por el rey <strong>de</strong>bía ser<br />

uno <strong>de</strong> los capítulos más interesantes <strong>de</strong> aquella<br />

historia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> los reyes y <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

Madame turbóse con la noticia <strong>de</strong> la<br />

visita <strong>de</strong> su cuñado, la cual no esperaba tan


pronto, y menos sobre todo, una gestión directa<br />

<strong>de</strong> Luis.<br />

Ahora bien, las mujeres, que hacen tan bien la<br />

guerra indirectamente, son siempre menos<br />

hábiles y menos fuertes cuando se trata <strong>de</strong><br />

aceptar una batalla <strong>de</strong> frente.<br />

Hemos dicho ya que Madame no era<br />

persona capaz <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r, pues, antes bien,<br />

tenía el <strong>de</strong>fecto o la cualidad contraria.<br />

Hacía gala <strong>de</strong> valor, y así fue que el recado<br />

<strong>de</strong> Su Majestad, que le transmitía Malicorne,<br />

le causó el efecto <strong>de</strong> la trompeta que da<br />

la señal <strong>de</strong> las hostilida<strong>de</strong>s. Madame recogió el<br />

guante con altivez.<br />

Cinco minutos <strong>de</strong>spués, el rey subía la<br />

escalera.<br />

Estaba colorado <strong>de</strong> haber corrido a caballo.<br />

Su traje, polvoriento y en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, contrastaba<br />

con el atavío elegante y ajustado <strong>de</strong> Madame,<br />

la cual se ponía pálida bajo su colorete.<br />

<strong>El</strong> rey no gastó preámbulo alguno, y se<br />

sentó. Montalais <strong>de</strong>sapareció.


Madame se sentó enfrente <strong>de</strong>l rey.<br />

-Hermana mía -dijo el rey-, ¿sabéis que<br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére se ha fugado esta mañana,<br />

y ha ido a sepultar su dolor y su <strong>de</strong>sesperación<br />

en un claustro?<br />

Al <strong>de</strong>cir estas palabras, la voz <strong>de</strong>l rey<br />

apareció singularmente conmovida.<br />

-Vuestra Majestad es quien me da la<br />

noticia -replicó Madame.<br />

-Suponía que la hubieseis sabido esta<br />

mañana en la recepción <strong>de</strong> los embajadores -<br />

dijo el rey.<br />

-En vuestra emoción, Majestad, adiviné<br />

que pasaba algo extraordinario, mas sin saber<br />

qué.<br />

<strong>El</strong> rey, que era franco, e iba al objeto:<br />

-Hermana mía -dijo-, ¿por qué habéis<br />

<strong>de</strong>spedido a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-Porque me disgustaba su servicio -<br />

replicó secamente Madame. Luis se puso <strong>de</strong><br />

color <strong>de</strong> púrpura, y en sus ojos brilló un fuego


que todo el valor <strong>de</strong> Madame pudo apenas sostener.<br />

Contúvose, no obstante, y añadió:<br />

Necesario es, hermana mía, que una<br />

mujer tan buena como vos haya tenido un motivo<br />

po<strong>de</strong>rosísimo para expulsar y <strong>de</strong>shonrar,<br />

no sólo a una joven, sino a toda su familia. No<br />

ignoráis que la ciudad tiene fijos sus ojos en la<br />

conducta <strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> la Corte. Despedir a<br />

una camarista, es atribuirle un crimen, o por lo<br />

menos una falta. ¿Cuál es, por tanto, el crimen<br />

o la falta <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-Puesto que os constituís en protector <strong>de</strong><br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére -replicó fríamente<br />

Madame-, voy a datos explicaciones que me<br />

creo con <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> no dar a nadie.<br />

-¿Ni aun al rey? -murmuró Luis revistiéndose<br />

<strong>de</strong> una expresión <strong>de</strong> cólera.<br />

-Me habéis llamado hermana vuestra -<br />

dijo Madame- y estoy en mi aposento.<br />

-¡No importa! -repuso el joven monarca<br />

avergonzado <strong>de</strong> su arrebato-. Ni vos, señora, ni


nadie, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir en mi reino que tenga <strong>de</strong>recho<br />

para no explicarse en mi presencia.<br />

-Puesto que así lo tomáis -dijo Madame<br />

con sombrío enojo-, no me queda sino inclinarme<br />

ante Vuestra Majestad y sellar mis labios.<br />

-No, nada <strong>de</strong> equívocos.<br />

-La protección que Vuestra Majestad<br />

dispensa a la señorita <strong>de</strong> La Valliére me impone<br />

respeto.<br />

-Nada <strong>de</strong> equívocos, digo; bien sabéis<br />

que, siendo yo el jefe <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> Francia,<br />

<strong>de</strong>bo cuenta a todos <strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> las familias.<br />

Expulsáis a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o a otra<br />

cualquiera...<br />

Madame encogióse <strong>de</strong> hombros. -O a<br />

otra cualquiera, lo repito -continuó el rey-, y<br />

como al proce<strong>de</strong>r así <strong>de</strong>shonráis a esa persona,<br />

os pido una explicación para confirmar o revocar<br />

esa sentencia.<br />

-¿Revocar mi sentencia? -exclamó Madame<br />

con altivez-. ¡Pues qué! Cuando <strong>de</strong>spido


<strong>de</strong> mi casa a cualquiera <strong>de</strong> mi servidumbre,<br />

¿me obligaríais a volverle a recibir? <strong>El</strong> rey calló.<br />

-Eso no sería ya abuso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r, señor,<br />

sino inconveniencia.<br />

-¡Madame!<br />

-¡Oh! Me rebelaría, como mujer, contra<br />

un abuso que ultrajaría toda dignidad; no sería<br />

ya una princesa <strong>de</strong> vuestra sangre, una hija <strong>de</strong>l<br />

rey, sino la última <strong>de</strong> las criaturas, más humil<strong>de</strong><br />

aún que la criada <strong>de</strong>spedida.<br />

<strong>El</strong> rey brincó <strong>de</strong> furor.<br />

-No es un corazón -exclamó- lo que late<br />

en vuestro pecho; si os portáis conmigo <strong>de</strong> ese<br />

modo, <strong>de</strong>jadme proce<strong>de</strong>r con igual rigor.<br />

A veces, en una batalla, una bala extraviada<br />

suele causar un estrago. Aquella frase<br />

que Luis pronunció sin intención, hirió a Madame<br />

y la sobrecogió por un momento: podía,<br />

un día u otro, tener represalias.<br />

-En fin -dijo-, explicaos, Majestad.<br />

-Os pregunto, señora, en qué ha podido<br />

agraviaros la señorita <strong>de</strong> La Valliére.


-Es la más artificiosa zurcidora <strong>de</strong> intrigas<br />

que conozco; ha hecho batirse a dos amigos<br />

y ha dado que hablar en términos tan vergonzosos,<br />

que toda la Corte arruga el ceño con sólo<br />

oír su nombre.<br />

-¿<strong>El</strong>la? ¿ella? -exclamó el rey. -Bajo ese<br />

aspecto tan dulce como hipócrita -continuó<br />

Madame-, oculta un alma llena <strong>de</strong> astucia y <strong>de</strong><br />

perfidia.<br />

-¿<strong>El</strong>la?<br />

-Podréis tener formado un juicio equivocado,<br />

Majestad; mas yo la conozco: es capaz<br />

<strong>de</strong> excitar a la guerra a los mejores parientes y a<br />

los más íntimos amigos. Ya veis la cizaña que<br />

ha sembrado entre nosotros.<br />

-Protesto -dijo el rey. -Majestad, haceos<br />

cargo <strong>de</strong> una cosa: nosotros vivíamos en la mejor<br />

armonía, y esa joven, con sus intrigas y sus<br />

quejas, os ha indispuesto contra mí.<br />

-Os juro -dijo el rey- que jamás ha salido<br />

<strong>de</strong> sus labios una palabra amarga, y que hasta<br />

en mis arrebatos no me ha permitido amenazar


a nadie. Os aseguro que no tenéis amiga más<br />

leal ni más respetuosa que esa joven.<br />

-¿Amiga? -dijo Madame con marcada<br />

expresión <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio.<br />

-Cuidado, señora -replicó el rey-; olvidáis<br />

haberme comprendido, y que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese<br />

momento, cesa toda <strong>de</strong>sigualdad. La señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére será todo lo que yo quiera que<br />

sea, y mañana, si me place, podrá sentarse sobre<br />

un trono.<br />

-Por lo menos no habrá nacido en él, y<br />

cuanto podáis hacer será para lo futuro; pero<br />

nunca haréis cambiar lo pasado.<br />

-Señora, os he tratado con urbanidad y<br />

cortesía; no me hagáis recordar que soy el amo.<br />

-Majestad, ya me lo habéis dicho dos<br />

veces. He tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros que ante<br />

eso me inclino.<br />

-¿Me concedéis entonces que la señorita<br />

Luisa <strong>de</strong> La Valliére vuelva a vuestra casa?


-¿Para qué, Majestad, cuando tenéis un<br />

trono que ofrecerle? Soy yo muy poca cosa para<br />

proteger a una potencia como ésa.<br />

-Basta ya <strong>de</strong> salidas maliciosas y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosas.<br />

Conce<strong>de</strong>dme su perdón.<br />

-¡Nunca!<br />

-Me lanzáis a la guerra entre mi familia.<br />

-También tengo yo familia don<strong>de</strong> refugiarme.<br />

-¿Hasta ese punto os olvidáis <strong>de</strong> vos<br />

misma? ¿Creéis que si llevaseis la ofensa hasta<br />

ahí os sostendrían vuestros parientes?<br />

-Espero, Majestad, que no me obligaréis<br />

a hacer nada contrario a mi jerarquía.<br />

-Esperaba que os acordaríais <strong>de</strong> nuestra<br />

amistad, que me trataríais como a hermano.<br />

Madame se <strong>de</strong>tuvo un momento.<br />

-No es <strong>de</strong>sconoceros por hermano -dijorehusar<br />

una injusticia a Vuestra Majestad.<br />

-¿Una, injusticia?<br />

-¡Oh Majestad! Si supiese el mundo la<br />

conducta <strong>de</strong> La Valliére, si las reinas supiesen...


-Vamos, vamos, Enriqueta; <strong>de</strong>jad hablar a vuestro<br />

corazón; recordad que me habéis amado; recordad<br />

que el corazón humano <strong>de</strong>be ser tan<br />

misericordioso como el <strong>de</strong>l amo soberano. No<br />

seáis inflexible para los <strong>de</strong>más; perdonad a Luisa.<br />

-No puedo; me ha ofendido.<br />

-¿Pero yo?<br />

-Majestad, todo lo haré en el mundo por<br />

vos, menos eso. -Entonces me aconsejáis la <strong>de</strong>sesperación...<br />

Arrastrándome a ese último recurso<br />

<strong>de</strong> las personas débiles, ¿me aconsejáis la<br />

ira y el escándalo?<br />

-Os aconsejo la razón, Majestad.<br />

-¿La razón?... Hermana mía, me falta ya<br />

la razón.<br />

-¡Majestad, por favor! -Hermana mía,<br />

por piedad, ésta es la primera vez que suplico;<br />

hermana mía, no tengo más esperanza que en<br />

vos.<br />

-¡Oh Majestad! ¿Lloráis?


-De cólera, sí; <strong>de</strong> humillación. ¡Haberme<br />

visto precisado a rebajarme hasta suplicar, yo,<br />

el rey! Toda mi vida <strong>de</strong>testaré este momento.<br />

Hermana mía, me habéis hecho sufrir en un<br />

segundo más pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> los que había<br />

previsto en las más duras extremida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

vida.<br />

Y el rey, levantándose, dio libre curso a<br />

sus lágrimas, que eran en efecto lágrimas <strong>de</strong><br />

cólera y <strong>de</strong> vergüenza.<br />

Madame no se enterneció, pues las mujeres,<br />

aun las mejores, no conocen la piedad en<br />

el orgullo; pero tuvo miedo <strong>de</strong> que aquellas<br />

lagrimas arrastrasen consigo todo lo que había<br />

<strong>de</strong> humano en el corazón <strong>de</strong>l rey.<br />

-Mandad, Majestad -dijo-; ya que preferís<br />

mi humillación a la vuestra no obstante ser<br />

pública la mía, cuando la vuestra sólo me tiene<br />

a mí por testigo, hablad y obe<strong>de</strong>ceré al rey.<br />

-¡No, no, Enriqueta! -murmuró Luis<br />

transportado <strong>de</strong> reconocimiento-. Habéis cedido<br />

al hermano.


-No tengo ya hermano, cuando me veo<br />

precisada a obe<strong>de</strong>cer.<br />

-¿Queréis en reconocimiento todo el<br />

reino?<br />

-¡Cómo amáis -dijo ella- cuando amáis!<br />

Luis no replicó. No hacía más que cubrir<br />

<strong>de</strong> besos la mano <strong>de</strong> Madame.<br />

-De suerte -dijo-, que admitiréis a esa<br />

pobre muchacha y la perdonaréis, reconociendo<br />

la dulzura y rectitud <strong>de</strong> su corazón.<br />

-La mantendré en mi casa.<br />

-No, hermana querida; 1e <strong>de</strong>volveréis<br />

vuestra amistad.<br />

-Nunca la quise.<br />

-Pues bien, por amor a mí, la trataréis<br />

con bondad, ¿no es así, Enriqueta?<br />

-¡Bien! La trataré como a una hija vuestra.<br />

<strong>El</strong> rey se levantó. Con aquella palabra<br />

que tan funestamente se le escapara a Madame,<br />

<strong>de</strong>struyó todo el mérito <strong>de</strong> su sacrificio. <strong>El</strong> rey<br />

no le <strong>de</strong>bía ya nada.


Lastimado, mortalmente herido, replicó:<br />

-Gracias, señora; me acordaré siempre<br />

<strong>de</strong>l servicio que me habéis hecho.<br />

Y, saludando con ceremoniosa afectación,<br />

se <strong>de</strong>spidió.<br />

Al pasar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un espejo notó<br />

que tenía los ojos encarnados, y la cólera le hizo<br />

herir el suelo con el pie.<br />

Pero era ya <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, porque<br />

Malicorne y Artagnan, colocados a la puerta,<br />

habían visto sus ojos.<br />

"<strong>El</strong> rey ha llorado", pensó Malicorne.<br />

Artagnan acercóse respetuosamente al<br />

rey.<br />

-Señor -le dijo por lo bajo-; tomad la<br />

escalerilla secreta para ir a vuestra cámara.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque el polvo <strong>de</strong>l camino ha <strong>de</strong>jado<br />

huellas en vuestro rostro -contestó Artagnan-.<br />

Id, señor, id.<br />

Y cuando el rey hubo cedido como un<br />

niño, pensó:


"¡Pardiez! ¡Ay <strong>de</strong> aquellos que hagan<br />

llorar a la que ha hecho llorar al rey."<br />

XXXV<strong>II</strong><br />

EL PAÑUELO DE LA SEÑORITA DE LA<br />

VALLIÉRE<br />

Madame no era mala: era irritable.<br />

<strong>El</strong> rey no era impru<strong>de</strong>nte: era un enamorado.<br />

Apenas hicieron los dos esa especie <strong>de</strong><br />

pacto, cuyo resultado era volver a llamar a La<br />

Valliére, cuando uno y otro trataron <strong>de</strong> sacar el<br />

mejor partido posible.<br />

<strong>El</strong> rey quería ver a La Valliére a cada<br />

momento.<br />

Madame, que conocía el <strong>de</strong>specho <strong>de</strong>l<br />

rey, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escena <strong>de</strong> las súplicas, no quería<br />

abandonarle a Luisa sin combatir.


Por consiguiente, sembraba las dificulta<strong>de</strong>s<br />

bajo los pasos <strong>de</strong>l rey. En efecto,<br />

si el rey quería ver a su querida, tenía que hacer<br />

la corte a su cuñada.<br />

De tal plan procedía toda la política <strong>de</strong><br />

Madame.<br />

Como ésta había elegido a una persona<br />

para secundarla, y esa persona era Montalais, el<br />

rey se veía asediado cada vez que iba al aposento<br />

<strong>de</strong> Madame. Ro<strong>de</strong>ábanle por todas partes,<br />

y jamás se apartaban <strong>de</strong> él. Madame <strong>de</strong>splegaba<br />

en su conversación una gracia y un talento<br />

que todo lo eclipsaba.<br />

Montalais iba <strong>de</strong>spués, y no tardó en<br />

hacerse insoportable al rey. Eso era lo que ella<br />

esperaba. Entonces, lanzó a Malicorne; éste<br />

halló ocasión <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir al rey que había una joven<br />

muy <strong>de</strong>sgraciada en la Corte.<br />

Luis preguntó quién era esa persona.<br />

Malicorne contestó que era la señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais.


Entonces el rey <strong>de</strong>claró que era muy<br />

justo que una persona fuese <strong>de</strong>sgraciada cuando<br />

hacía <strong>de</strong>sgraciados a los <strong>de</strong>más.<br />

Malicorne explicóse diciendo que la<br />

señorita <strong>de</strong> Montalais tenía sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

<strong>El</strong> rey abrió los ojos y advirtió que Madame,<br />

tan pronto como Su Majestad aparecía,<br />

presentábase también; que ella estaba en los<br />

corredores hasta que él sé marchaba, y que iba<br />

acompañándole por miedo <strong>de</strong> que hablase en<br />

las antecámaras a alguna <strong>de</strong> las doncellas..<br />

Una noche, fue Madame aún más lejos.<br />

<strong>El</strong> rey estaba sentado en medio <strong>de</strong> las<br />

damas, y tenía en la mano, bajo los puños <strong>de</strong><br />

encaje, un billete, que <strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>slizan en manos<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Madame adivinó aquella intención, y la<br />

existencia <strong>de</strong>l billete. Cosa muy difícil era impedir<br />

al rey dirigirse a quien mejor le pareciese.<br />

No obstante, era preciso evitar que se<br />

dirigiese a La Valliére, la saludase y <strong>de</strong>jase caer


el billete en sus rodillas, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su abanico o<br />

en su pañuelo.<br />

Luis, que también observaba, sospechó<br />

que le tendían un lazo. Levantóse, pues, y, sin<br />

la menor afectación, trasladó su silla al lado <strong>de</strong><br />

la señorita <strong>de</strong> Chátillon, con la cual estuvo<br />

bromeando.<br />

Jugábase a hacer versos con pie forzado; <strong>de</strong> la<br />

señorita <strong>de</strong> Chatillon pasó el rey a la Montalais,<br />

y <strong>de</strong> ésta a la señorita <strong>de</strong> Tonay-Charente.<br />

Entonces, por efecto <strong>de</strong> aquella diestra<br />

maniobra, se encontró sentado enfrente <strong>de</strong> La<br />

Valliére, a quien ocultaba enteramente con su<br />

cuerpo.<br />

Madame simulaba estar ocupada rectificando<br />

un dibujo <strong>de</strong> flores sobre cañamazo.<br />

Luis enseñó la blanca punta <strong>de</strong>l billete a<br />

La Valliére, y ésta le alargó su pañuelo con una<br />

mirada que quería <strong>de</strong>cir: "Ponedlo <strong>de</strong>ntro".<br />

Después, como el rey hubiese puesto su<br />

propio pañuelo en su sillón, fue bastante diestro<br />

para <strong>de</strong>jarlo caer al suelo.


De suerte que La Valliére <strong>de</strong>slizó su<br />

pañuelo en el sillón.<br />

<strong>El</strong> rey lo cogió haciéndose el distraído,<br />

puso el billete en el pañuelo y volvió a <strong>de</strong>jar<br />

éste sobre el sillón.<br />

Quedábale a Luisa el tiempo preciso<br />

para exten<strong>de</strong>r la mano y cogen el pañuelo con<br />

su precioso <strong>de</strong>pósito. Peno Madame lo había<br />

visto todo. Y dijo a Chátillon:<br />

-Chátillon, recoged <strong>de</strong> la alfombra el<br />

pañuelo <strong>de</strong>l rey.<br />

Y, habiendo obe<strong>de</strong>cido la joven precipitadamente,<br />

el rey se sintió contrariado, La Valliére<br />

turbada, y se vio el otro pañuelo en el<br />

sillón.<br />

-¡Ah, perdón! -dijo la princesa-. Vuestra<br />

Majestad tiene dos pañuelos.<br />

Y el rey tuvo que meterse en el bolsillo el pañuelo<br />

<strong>de</strong> La Valliére con el suyo. Ganaba en<br />

ello aquel recuerdo <strong>de</strong> la amante; pero la amante<br />

perdía una cuarteta cuya composición le


había costado a Luis diez horas, y que valía<br />

quizá pon sí sola un largo poema.<br />

De allí la cólera <strong>de</strong>l rey y la <strong>de</strong>sesperación<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Pero entonces ocurrió un suceso extraño.<br />

Cuando salió el rey para volver a su<br />

habitación, Malicorne, avisado sin saber cómo,<br />

se hallaba en la antecámara.<br />

Las antecámaras <strong>de</strong>l Palais-Royal son obscuras,<br />

y <strong>de</strong> noche, merced a la poca ceremonia que se<br />

observaba en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Madame,<br />

estaban mal alumbradas.<br />

AI rey le gustaba aquella media luz.<br />

Regla general: el amor que brilla <strong>de</strong> por sí en el<br />

alma y el corazón, no quiere la luz más que en<br />

el corazón y en el alma.<br />

Decíamos, pues, que la antecámara era<br />

obscura; un solo paje llevaba un hachón <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> Su Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey caminaba a paso lento, <strong>de</strong>vorando<br />

su enojo.


Malicorne pasó junto al rey, le tropezó<br />

ligeramente, y le pidió perdón, con gran<br />

humildad; peno el rey, que estaba <strong>de</strong> muy mal<br />

humor, trató con dureza a Malicorne, y éste se<br />

escurrió sin ruido.<br />

Luis se acostó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber tenido<br />

aquella noche una pequeña reyerta con la reina;<br />

y al día siguiente, en el momento <strong>de</strong> pasar a su<br />

<strong>de</strong>spacho, ocurrióle la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> besan el pañuelo<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Y llamó al ayuda <strong>de</strong> cámara.<br />

-Traedme -or<strong>de</strong>nó- el traje que llevaba<br />

ayer; pero cuidado con tocar nada <strong>de</strong> lo que<br />

pueda haber en él.<br />

Ejecutóse la or<strong>de</strong>n, y el rey registró los<br />

bolsillos.<br />

No halló en ellos más que un solo pañuelo;<br />

el suyo. <strong>El</strong> <strong>de</strong> La Valliére había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Perdíase ya su imaginación en conjeturas<br />

y sospechas, cuando 1e entregaron una car-


ta <strong>de</strong> La Valliére. Estaba concebida en estos<br />

términos:<br />

"¡Cuánta bondad la vuestra, mi querido<br />

señor, en enviarme unos versos tan hermosos!<br />

¡Cuán ingenioso y perseverante vuestro amor! i<br />

Cómo no os han <strong>de</strong> amar! . . . "<br />

"¿Qué significa esto? -pensó el rey-. Necesariamente<br />

hay aquí alguna equivocación..."<br />

Y dijo al ayuda <strong>de</strong> cámara:<br />

-Buscad bien en mis bolsillos un pañuelo<br />

que <strong>de</strong>be haber en ellos, y si no lo encontráis,<br />

si lo habéis tocado...<br />

Repúsose pronto. Hacer asunto <strong>de</strong> Estado<br />

la pérdida <strong>de</strong> aquel pañuelo, sería abrir toda<br />

una crónica, y añadió:<br />

-Tenía en ese pañuelo cierta nota importante<br />

que <strong>de</strong>bía estar entre los pliegues.<br />

-Vuestra Majestad -dijo el ayuda <strong>de</strong> cámara-<br />

sólo llevaba un pañuelo, y es éste.<br />

-Es verdad -replicó el rey entre dientes-.<br />

¡Oh, pobreza, cómo te envidio! Dichoso <strong>de</strong>


aquel que coge por sí mismo y saca <strong>de</strong> sus bolsillos<br />

los pañuelos y los billetes.<br />

Y releyó la canta <strong>de</strong> La Valliére, procurando<br />

adivinar por qué casualidad había podido<br />

llegar la cuarteta a su po<strong>de</strong>r, cuando advirtió<br />

una postdata.<br />

“'Os envía por vuestro mensajero esta<br />

contestación, tan poco digna <strong>de</strong> los <strong>de</strong>licados<br />

conceptos que me habéis dirigido.”<br />

-¡Vamos! -dijo con satisfacción-. ¡Al fin<br />

voy a saben algol. . . ¿Quién trae este billete?<br />

-<strong>El</strong> señor Malicorne -contestó el ayuda<br />

<strong>de</strong> cámara con timi<strong>de</strong>z.<br />

-Que entre.<br />

Malicorne entró.<br />

-¿Venís <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére? -dijo el rey con un suspiro.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Y habéis llevado a la señorita Luisa <strong>de</strong><br />

La Valliére algo <strong>de</strong> mi parte?<br />

-¿Yo, Majestad?<br />

-Sí, vos.


-No. Majestad, no.<br />

-La señorita <strong>de</strong> La Valliére lo dice formalmente.<br />

-Majestad, la señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére<br />

se equivoca.<br />

<strong>El</strong> rey frunció el ceño.<br />

-¿Qué juego es éste? -dijo-. Hablad. ¿Por<br />

qué la señorita <strong>de</strong> La Valliére os llama mi mensajero?<br />

¿Qué habéis llevado a esa dama?<br />

¡Hablad pronto!<br />

-Majestad, lo único que he hecho ha sido<br />

entregar a la señorita <strong>de</strong> La Valliére un pañuelo.<br />

-¡Un pañuelo! ...¿Cuál?<br />

-En el momento en que tuve ayer la<br />

<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> tropezar con la persona <strong>de</strong> Vuestra<br />

Majestad, <strong>de</strong>sgracia que lloraré toda mi vida,<br />

especialmente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sagrado que<br />

me mostrasteis, quedé inmóvil <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />

Vuestra Majestad estaba ya <strong>de</strong>masiado<br />

lejos para po<strong>de</strong>r oír mis disculpas, y entonces<br />

advertí en el suelo una cosa blanca.<br />

-¡Ah! -exclamó el rey.


-Me agaché, y vi que era un pañuelo.<br />

Tuve la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que al tropezar con Vuestra<br />

Majestad habría hecho caer aquel pañuelo <strong>de</strong><br />

su bolsillo; pero, tentándolo con el mayor respeto,<br />

advertí que tenía una cifra, y esa cifra era<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére. Pensé entonces<br />

que se le habría caído a dicha señorita al entrar,<br />

y me apresuré a <strong>de</strong>volvérselo a la salida. Eso es<br />

cuanto he entregado a la señorita <strong>de</strong> La Valliére;<br />

suplico a Vuestra Majestad que lo crea.<br />

Malicorne se mostraba tan candoroso,<br />

tan <strong>de</strong>sconsolado y tan humil<strong>de</strong>; que el rey tuvo<br />

gran placer en escucharle, y le agra<strong>de</strong>ció<br />

aquella casualidad, como si hubiese prestado el<br />

mayor servicio.<br />

-Éste es ya el segundo encuentro feliz<br />

que he tenido con vos, señor -le dijo-; podéis<br />

contar con mi amistad.<br />

<strong>El</strong> hecho es, pura y simplemente, que<br />

Malicorne había robado el pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo<br />

<strong>de</strong>l rey, tan finamente como lo hubiera podido<br />

hacer el más hábil ratero <strong>de</strong> París.


Madame ignoró siempre aquella historia.<br />

Pero Montalais se la hizo sospechar a La<br />

Valliére, y La Valliére se la contó más a<strong>de</strong>lante<br />

al rey, el cual se rió mucho con ella y proclamó<br />

a Malicorne un gran político.<br />

Luis XIV tenía razón, y sabido es que<br />

conocía a los hombres.<br />

XXXV<strong>II</strong>I<br />

QUE TRATA DE LOS JARDINEROS, DE<br />

LAS ESCALAS Y DE LAS CAMARISTAS<br />

Desgraciadamente, los milagros no podían durar<br />

siempre, mientras que el mal humor <strong>de</strong><br />

Madame no cesaba nunca.<br />

Al cabo <strong>de</strong> ocho días, había llegado el<br />

rey al estado <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r mirar a La Valliére<br />

sin que una mirada <strong>de</strong> sospecha cruzase la suya.<br />

Cuando disponíase algún paseo, Madame,<br />

para evitar que se renovase la escena <strong>de</strong>


la lluvia o <strong>de</strong> la encina real, tenía siempre a<br />

mano las indisposiciones, merced a las cuales<br />

no salía y sus camaristas permanecían en casa.<br />

En cuanto a visitas nocturnas, no había<br />

que pensar en ellas, pues era punto menos que<br />

imposible.<br />

Y fue que en este particular, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los<br />

primeros días, había sufrido el rey un doloroso<br />

contratiempo.<br />

Pasó que, como en Fontainebleau, hizo<br />

que Saint-Aignan le acompañase, y quiso ir al<br />

cuarto <strong>de</strong> La Valliére. Pero no encontró más<br />

que a la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente, la cual<br />

empezó a gritar con todas sus fuerzas, <strong>de</strong> cuyas<br />

resultas acudió una legión <strong>de</strong> doncellas, criadas<br />

y pajes, y Saint-Aignan, por salvar el honor <strong>de</strong><br />

su amo, que se había escapado precipitadamente,<br />

tuvo que aguantar una severa reprimenda<br />

<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> la reina madre y <strong>de</strong> Madame.<br />

A<strong>de</strong>más, al día siguiente recibió dos<br />

carteles <strong>de</strong> <strong>de</strong>safío <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Morteramt,<br />

y fue necesario que el rey interviniese.


Aquella equivocación había provenido<br />

<strong>de</strong> que Madame había dispuesto súbitamente<br />

que sus damas mudasen <strong>de</strong> cuarto, haciendo<br />

que La Valliére y Montalais, durmiesen en la<br />

habitación misma <strong>de</strong> su ama.<br />

No era posible, <strong>de</strong> consiguiente, hacer<br />

nada, ni aun escribir; escribir<br />

a la vista <strong>de</strong> un Argos tan implacable como<br />

Madame, era exponerse a los mayores riesgos.<br />

Fácil es conocer el estado <strong>de</strong> irritación<br />

continua y <strong>de</strong> cólera creciente en que todos<br />

aquellos pinchazos ponían al león.<br />

<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>vanaba los sesos en buscar<br />

medios, y, como no se confiaba a Malicorne, ni<br />

a Artagnan, no hallaba ninguno.<br />

Malicorne soltaba <strong>de</strong> vez en cuando algunas<br />

indirectas a fin <strong>de</strong> estimular al rey a que se<br />

franqueara enteramente.<br />

Pero fuese vergüenza o <strong>de</strong>sconfianza, el<br />

rey empezaba a picar en el anzuelo, y concluía<br />

al fin por abandonarlo.


Así, por ejemplo, una tar<strong>de</strong> en que el rey<br />

atravesaba el jardín y miraba tristemente las<br />

ventanas <strong>de</strong> Madame, tropezó Malicorne en<br />

una escala que había bajo un arriate <strong>de</strong> boj, y<br />

dijo a Manicamp, que iba a su lado en pos <strong>de</strong>l<br />

rey, y que ni había tropezado ni visto nada:<br />

-¿No habéis visto que he tropezado en<br />

una escala, y que por poco caigo?<br />

-No -contestó Manicamp distraído como<br />

<strong>de</strong> costumbre-; pero a lo que parece no habéis<br />

llegado a caer.<br />

-¡No importa! No por eso es menos peligroso<br />

el <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> este modo las escalas.<br />

-Sí que pue<strong>de</strong> uno hacerse daño, sobre<br />

todo cuando va distraído.<br />

-No lo digo por eso, sino porque es peligroso<br />

el <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> este modo las escaleras junto a<br />

las ventanas <strong>de</strong> las camaristas.<br />

Luis se estremeció imperceptiblemente.<br />

-¿Cómo es eso? -preguntó Manicamp.<br />

-Hablad más alto -díjole en voz baja<br />

Malicorne, tocándole con el codo.


-¿Cómo es eso? -repitió en voz más alta<br />

Manicamp.<br />

Luis puso atención.<br />

-Aquí tenéis, por ejemplo -dijo Malicorne-,<br />

una escala <strong>de</strong> diecinueve pies, exactamente<br />

la altura <strong>de</strong> la cornisa <strong>de</strong> las ventanas.<br />

Manicamp, en vez <strong>de</strong> contestar, seguía<br />

distraído con sus pensamientos.<br />

-Preguntadme <strong>de</strong> qué ventanas -le sopló<br />

Malicorne.<br />

-¿De qué ventanas habláis? - preguntó<br />

en voz alta Manicamp.<br />

-De las <strong>de</strong> Madame.<br />

-¡Eh!<br />

-No digo que haya subido nadie al aposento<br />

<strong>de</strong> Madame; pero en la pieza inmediata,<br />

que está separada por un sencillo tabique,<br />

duermen las señoritas <strong>de</strong> La Valliére y Montalais,<br />

que son dos hermosas muchachas.<br />

-¿Por un sencillo tabique? -dijo Manicamp.


-Mirad la brillante claridad que sale <strong>de</strong><br />

las habitaciones <strong>de</strong> Madame. ¿Veis aquellas dos<br />

ventanas?<br />

-Sí.<br />

-¿Y aquella otra ventana inmediata,<br />

iluminada con luz menos viva?<br />

-Perfectamente.<br />

-Pues ésa es la ventana <strong>de</strong> las camaristas.<br />

Mirad cómo, por efecto <strong>de</strong>l calor que hace,<br />

abre la señorita <strong>de</strong> La Valliére su ventana. ¡Oh,<br />

cuántas cosas podría <strong>de</strong>cirle un amante atrevido,<br />

si tuviera noticia <strong>de</strong> esa escala <strong>de</strong> diecinueve<br />

pies, que llega justamente hasta la cornisa!<br />

-Pero creo haberos oído <strong>de</strong>cir que no<br />

permanecía sola, sino con la señorita <strong>de</strong> Montalais.<br />

-La señorita <strong>de</strong> Montalais no pue<strong>de</strong> inspirar<br />

recelo; es una amiga <strong>de</strong> la infancia, fiel<br />

como ella sola, un verda<strong>de</strong>ro pozo don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong>n<br />

echarse sin cuidado todos los secretos que<br />

se quieran hacer <strong>de</strong>saparecer.


Ni una palabra <strong>de</strong> la conversación había<br />

escapado al rey; y aun Malicorne observó que<br />

Luis había<br />

acortado el paso para darle tiempo <strong>de</strong> acabar.<br />

Así fue, que, cuando llegó a la puerta,<br />

<strong>de</strong>spidió a todos, a excepción <strong>de</strong> Malicorne.<br />

Aquello no sorprendió a nadie, pues se<br />

sabía que el rey estaba enamorado, y se le suponía<br />

aficionado a componer versos a la claridad<br />

<strong>de</strong> la luna.<br />

Aun cuando aquella noche no hacía<br />

luna, podía el rey, sin embargo, querer componer<br />

versos.<br />

Marchóse todo el mundo. Entonces el<br />

rey se volvió hacia Malicorne, el cual esperaba<br />

con el mayor respeto a que Luis le dirigiese la<br />

palabra.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cíais hace poco <strong>de</strong> escalas,<br />

señor Malicorne? -preguntó Luis.<br />

-¿Yo, Majestad, <strong>de</strong> escalas? ... Y<br />

Malicorne levantó los ojos al cielo, como para<br />

recoger las palabras escapadas.


-Sí, <strong>de</strong> una escalera <strong>de</strong> diecinueve pies -<br />

añadió Luis.<br />

-¡Ah! En efecto, Majestad, ahora me<br />

acuerdo; pero hablaba con el señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />

y habría callado si hubiese sabido que<br />

Vuestra Majestad podía oírnos.<br />

-¿Y por qué os habríais callado? -<br />

Porque no hubiera querido que riñesen por mi<br />

culpa al jardinero que la <strong>de</strong>jó olvidada.. . ¡pobre<br />

diablo! ...<br />

-No tengáis cuidado por eso.. . Decidme,<br />

¿qué escala es ésa?<br />

-¿Quiere verla Vuestra Majestad?<br />

-Sí.<br />

-Nada más fácil; está allí, Majestad.<br />

-¿Entre el boj?<br />

-Precisamente.<br />

-Enseñádmela.<br />

Malicorne volvió pasos atrás, y llevó al<br />

rey hasta la escala.<br />

-Aquí está, Majestad.<br />

-Sacadla <strong>de</strong> ahí.


Malicorne puso la escala en la alameda.<br />

Luis caminó longitudinalmente en dirección<br />

<strong>de</strong> la escala.<br />

-¡Hum! -murmuró-. ¿Decís que tiene<br />

diecinueve pies?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-Mucho es eso: no la creo tan Jarga.<br />

-Así no se ve bien. Majestad. Si se pusiera<br />

la escala en pie contra un árbol o contra una<br />

pared, por ejemplo, se vería mejor, en atención<br />

a que la comparación podía servir <strong>de</strong> mucho.<br />

-Con todo, señor Malicorne, no creo que<br />

la escala tenga diecinueve pies.<br />

-Conozco el buen golpe <strong>de</strong> vista que<br />

tiene Vuestra Majestad; no obstante, en esta<br />

ocasión no tendría reparo en apostar.<br />

<strong>El</strong> rey meneó la cabeza.<br />

-Hay un medio seguro <strong>de</strong> comprobarlo -<br />

dijo Malicorne.<br />

-¿Cuál?<br />

-Sabido es que el piso bajo <strong>de</strong>l palacio<br />

tiene dieciocho pies <strong>de</strong> altura.


-Es verdad.<br />

-Pues bien, poniendo la escala contra la<br />

pared, se pue<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la duda.<br />

-Cierto.<br />

Malicorne levantó la escala como si fuera<br />

una pluma, y la puso contra la pared, si bien<br />

eligió, o mejor dicho, la casualidad eligió, la<br />

ventana <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> La Valliére para hacer su<br />

experimento.<br />

La escala llegó justamente a la esquina<br />

<strong>de</strong> la cornisa, esto es, casi al antepecho <strong>de</strong> la<br />

ventana; <strong>de</strong> suerte que un hombre colocado en<br />

el penúltimo peldaño, un hombre <strong>de</strong> mediana<br />

estatura, como era, por ejemplo, el rey, podía<br />

comunicar con los habitantes <strong>de</strong> la cámara.<br />

Apenas estuvo colocada la escalera,<br />

cuando el rey, <strong>de</strong>jando a un lado la especie <strong>de</strong><br />

comedia que representaba, empezó a subir los<br />

peldaños, teniéndole Malicorne la escalera. Pero<br />

no bien había hecho la mitad <strong>de</strong> su ascención<br />

aérea, aparecía en el jardín una patrulla <strong>de</strong> suizos,<br />

que se encaminó hacia la escalera.


<strong>El</strong> rey bajó apresuradamente, y se ocultó<br />

en un macizo.<br />

Malicorne vio que era preciso sacrificarse.<br />

Si se ocultaba también, los suizos<br />

registrarían hasta encontrar a él o al rey, y tal<br />

vez a ambos.<br />

Más valía que lo encontraran sólo a él.<br />

Por consiguiente, Malicorne se escondió<br />

tan torpemente, que muy pronto dieron con él.<br />

Una vez <strong>de</strong>tenido, Malicorne fue llevado<br />

al cuerpo <strong>de</strong> guardia, y en cuanto dijo quién<br />

era, reconociéronlo.<br />

Entretanto, <strong>de</strong> mata en mata, llegaba el<br />

rey a la puerta excusada <strong>de</strong> su cuarto muy<br />

humillado, y sobre todo enteramente <strong>de</strong>sconcertado.<br />

Y esto con tanto mayor motivo, cuanto<br />

que el ruido <strong>de</strong>l arresto había hecho asomarse a<br />

la ventana a La Valliére y a Montalais, y la<br />

princesa misma había aparecido en la suya con<br />

una luz, preguntando qué era aquello.


Mientras esto sucedía, Malicorne hacía<br />

llamar a Artagnan, el cual acudió al momento.<br />

Pero en vano trató <strong>de</strong> hacerle compren<strong>de</strong>r<br />

sus razones, en vano las comprendió Artagnan,<br />

y en vano también aquellos espíritus<br />

tan sutiles procuraron dar un giro diferente a la<br />

aventura. No le quedó a Malicorne otro recurso<br />

que pasar por haber querido entrar en el cuarto<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais, como Saint-Aignan<br />

tuvo que pasar por haber intentado forzar la<br />

puerta <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente.<br />

Madame era inflexible por dos razones:<br />

si el señor Malicorne había querido entrar nocturnamente<br />

en su habitación por la ventana y<br />

por medio <strong>de</strong> una escala para ver a Montalais,<br />

era un atetado punible, que <strong>de</strong>bía ser castigado.<br />

Y si, Por el contrario, Malicorne, en vez <strong>de</strong><br />

obrar por cuenta propia, había hecho . aquello<br />

como intermediario entre La Valliére y otra<br />

persona que no quería nombrar, su crimen era<br />

mucho mayor aún, puesto que no tenía a su<br />

favor la pasión, que pue<strong>de</strong> excusarlo todo.


Madame puso, pues, el grito en el cielo,<br />

e hizo <strong>de</strong>spedir a Malicorne <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Monsieur,<br />

sin advertir la infeliz ciega que Malicorne<br />

y Montalais la tenían entre sus garras por la<br />

visita al señor <strong>de</strong> Guiche, y por otros muchos<br />

puntos no menos <strong>de</strong>licados.<br />

Montalais, furiosa, quería vengarse inmediatamente;<br />

pero Malicorne le hizo ver que<br />

con el apoyo <strong>de</strong>l rey podían arrostrarse todas<br />

las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong>l mundo, y que era gran-cosa<br />

el sufrir por el rey.<br />

Malicorne tenía razón, y aunque Montalais<br />

era mujer, consiguió convencerla.<br />

Luego, hay que <strong>de</strong>cirlo, el rey se apresuró<br />

a consolar a su víctima. En primer lugar,<br />

hizo entregar a Malicorne cincuenta mil libras,<br />

como in<strong>de</strong>mnización <strong>de</strong>l cargo que perdiera. ,,<br />

Luego, lo colocó en su servidumbre,<br />

aprovechando con placer aquella ocasión <strong>de</strong><br />

vengarse <strong>de</strong> todo lo que la princesa le había<br />

hecho sufrir a él y a La Valliére.


Mas, el pobre amante, no teniendo ya a<br />

Malicorne para que le robase los pañuelos ni le<br />

midiese las escalas, no sabía qué hacer. Ninguna<br />

esperanza quedábale <strong>de</strong> acercarse a La<br />

Valliére, en tanto que ésta permaneciese en el<br />

Palais-Royal.<br />

Ni las dignida<strong>de</strong>s ni todo el oro <strong>de</strong>l<br />

mundo podían facilitárselo. Por fortuna, Malicorne<br />

estaba al cuidado, y se compuso tan bien<br />

que llegó a avistarse con Montalais. Verdad es<br />

que Montalais ponía cuanto estaba <strong>de</strong> su parte<br />

por ver a Malicorne.<br />

-¿Qué hacéis durante la noche en el<br />

cuarto <strong>de</strong> Madame? -preguntó éste a la joven.<br />

-¿Por la noche? Dormir -replicó Montalais.<br />

-¿De modo que dormís por la noche?<br />

-Sí por cierto.<br />

-Hacéis muy mal; no conviene que una<br />

joven duerma con un dolor como el que <strong>de</strong>béis<br />

tener.<br />

-¿Y qué dolor es ése que yo tengo?


-¿No estáis <strong>de</strong>sesperada por mi ausencia?<br />

-No por cierto, puesto que habéis recibido<br />

cincuenta mil libras, y os han dado a<strong>de</strong>más<br />

un empleo en la servidumbre <strong>de</strong>l rey.<br />

-No importa; eso no quita para que estéis<br />

afligidísima <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>rme ver como antes,<br />

y sobre todo <strong>de</strong> que yo haya perdido la confianza<br />

<strong>de</strong> Madame. ¿No es verdad?<br />

-¡Oh! Sí que lo es.<br />

-Pues bien, esa aflicción no pue<strong>de</strong> menos<br />

<strong>de</strong> impediros dormir por la noche, y entonces<br />

sollozáis y os quejáis diez veces por minuto.<br />

-Pero, mi querido Malicorne, Madame<br />

no pue<strong>de</strong> tolerar el menor ruido en sus habitaciones.<br />

-¡Bien sé que no lo pue<strong>de</strong> tolerar, cáscaras!<br />

Y por eso estoy seguro <strong>de</strong> que al ver un<br />

dolor tan profundo, no tardará en haceros <strong>de</strong>socupar<br />

el cuarto.<br />

-Ahora comprendo.<br />

-Me alegro mucho.


-Pero, ¿qué suce<strong>de</strong>rá entonces?<br />

-Suce<strong>de</strong>rá que La Valliére, viéndose<br />

separada <strong>de</strong> vos, prorrumpirá por la noche en<br />

tales gemidos y lamentos, que su <strong>de</strong>sesperación<br />

equivaldrá por sí sola a dos juntas.<br />

-Entonces, la pondrán en otro cuarto.<br />

-Ciertamente.<br />

- Sí, pero, ¿en cuál?<br />

-¿En cuál? Esa es la dificultad, señor <strong>de</strong><br />

los Inventos.<br />

-No por cierto: cualquiera que sea el<br />

cuarto, siempre valdrá más que el <strong>de</strong> Madame.<br />

-Verdad es.<br />

-Conque a ver si principiáis ya esta noche<br />

con las jeremíadas.<br />

-Per<strong>de</strong>r cuidado.<br />

-Y que ponga también algo <strong>de</strong> su parte<br />

La Valliére.<br />

-¡Oh! En cuanto a eso, casi siempre se<br />

está lamentando, aunque por lo bajo.<br />

-Pues que se queje en voz alta. Y con<br />

esto se separaron.


XXXIX<br />

QUE TRATA DE LA CARPINTERIA, CON<br />

ALGUNAS NOCIONES ACERCA DE LA<br />

INSTALACIÓN DE ESCALERAS<br />

<strong>El</strong> consejo dado a Montalais fue comunicado<br />

a La Valliére, la cual reconoció que no<br />

carecía <strong>de</strong> cordura, y tras <strong>de</strong> alguna resistencia,<br />

proce<strong>de</strong>nte más bien <strong>de</strong> su timi<strong>de</strong>z que <strong>de</strong><br />

frialdad, se <strong>de</strong>cidió a ponerlo en ejecución.<br />

Aquel lance <strong>de</strong> dos mujeres llorando y<br />

atronando con sus gemidos lastimeros el cuarto<br />

<strong>de</strong> Madame, fue la obra maestra <strong>de</strong> Malicorne.<br />

Como no hay nada tan cierto como la<br />

inverosimilitud, ni tan natural como lo novelesco,<br />

salió perfectamente aquella especie <strong>de</strong> cuento<br />

<strong>de</strong> Las mil y una noches.<br />

Madame alejó primero a Montalais.<br />

Tres días, o mejor, tres noches <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber alejado a Montalais, alejó a La Valliére.


Señalóse a esta última un cuarto en los<br />

<strong>de</strong>partamentos abuhardillados, encima <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong>partamentos <strong>de</strong> los gentileshombres.<br />

Un piso, o lo que es lo mismo, un pavimento,<br />

separaba a las camaristas <strong>de</strong> los oficiales<br />

y <strong>de</strong> los gentileshombres.<br />

Una escalera secreta, cuya inspección<br />

estaba confinada a la señora <strong>de</strong> Navailles, conducía<br />

a las habitaciones <strong>de</strong> ellas.<br />

La señora <strong>de</strong> Navailles, que había oído<br />

hablar <strong>de</strong> las tentativas anteriores <strong>de</strong>l rey, había<br />

hecho poner rejas a las ventanas <strong>de</strong> los cuartos<br />

y a las aberturas <strong>de</strong> las chimeneas.<br />

Había, por tanto, la mayor seguridad<br />

para la honra <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, cuyo<br />

cuarto se asemejaba más bien a una jaula que a<br />

otra cosa.<br />

Cuando la señorita <strong>de</strong> La Valliére estaba en su<br />

cuarto, cosa que sucedía con frecuencia, en<br />

atención a que Madame había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> utilizar<br />

sus servicios <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que sabía que se hallaba<br />

segura- bajo la vigilancia <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong>


Navailles, no tenía más distracción que mirar a<br />

través <strong>de</strong> las rejas <strong>de</strong> su ventana.<br />

Una mañana que estaba mirando, como<br />

<strong>de</strong> costumbre, vio a Malicorne en una ventana<br />

paralela a la suya. Tenía en la mano un triángulo<br />

<strong>de</strong> carpintero, examinaba los edificios y<br />

hacía fórmulas algebraicas en un papel. No<br />

<strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> asemejarse bastante bien a aquellos<br />

ingenieros que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el extremo <strong>de</strong> una trinchera,<br />

toman los ángulos <strong>de</strong> un baluarte, o la<br />

altura <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong> una fortaleza.<br />

La Valliére reconoció a Malicorne, y le<br />

saludó.<br />

Malicorne correspondió con otro saludo,<br />

y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la ventana. Sorprendióse. La<br />

Valliére <strong>de</strong> aquella especie <strong>de</strong> frialdad, poco<br />

común en el carácter siempre igual <strong>de</strong> Malicorne;<br />

pero recordó que aquel infeliz joven<br />

había perdido su empleo por causa suya, y no<br />

<strong>de</strong>bía tenerle la mejor voluntad, puesto que,<br />

según todas las probabilida<strong>de</strong>s, jamás se vería


ella en estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverle lo que había perdido.<br />

La Valliére sabía perdonar las ofensas, y<br />

con mucho más motivo compa<strong>de</strong>cer la <strong>de</strong>sgracia.<br />

Sin duda habría pedido consejo a Montalais,<br />

si ésta hubiese estado allí; pero se hallaba<br />

ausente.<br />

Era la hora en que Montalais acostumbraba<br />

<strong>de</strong>spachar su correspon<strong>de</strong>ncia.<br />

De repente, vio La Valliére un objeto,<br />

que, arrojado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana en que había<br />

aparecido Malicorne, atravesaba el espacio,<br />

pasaba por entre los hierros <strong>de</strong> sus rejas, e iba a<br />

caer dando vueltas por el suelo.<br />

Acercóse con curiosidad a aquel objeto,<br />

y lo cogió. Era un <strong>de</strong>vanador; sólo que en lugar<br />

<strong>de</strong> estar envuelto con seda, había arrollado en<br />

él un papelito.<br />

La Valliére lo <strong>de</strong>sdobló y leyó:


"Señorita: Deseo vivamente saber dos<br />

cosas:<br />

"La primera, si el piso <strong>de</strong> vuestro cuarto<br />

es <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra o <strong>de</strong> ladrillo. "La segunda, a qué<br />

distancia <strong>de</strong> la ventana está vuestra cama.<br />

"Disimulad esta importunidad, y dignaos<br />

contestarme por el mismo medio que he<br />

puesto mi carta en vuestras manos, esto es, por<br />

el <strong>de</strong>vanador.<br />

"Sólo que, en lugar <strong>de</strong> arrojarle a mi<br />

cuarto, como yo lo he hecho en el vuestro, cosa<br />

que os sería más difícil que a mí, no hagáis más<br />

que <strong>de</strong>jarlo caer.<br />

"Confiad, principalmente, señorita, en<br />

vuestro más humil<strong>de</strong> y respetuoso servidor.<br />

"MALICORNE.<br />

"Si lo tenéis a bien, podéis escribir la<br />

contestación en esta misma carta."<br />

-¡Ah! ¡Pobre muchacho! -exclamó La<br />

Valliére-. ¡Preciso es que se haya vuelto loco!


Y, al <strong>de</strong>cir esto, dirigió a Malicorne, a<br />

quien se columbraba en la penumbra <strong>de</strong>l cuarto,<br />

una mirada preñada <strong>de</strong> afectuosa compasión.<br />

Malicorne comprendió, y sacudió la<br />

cabeza como para contestarle:<br />

"No, no; no estoy loco, fiaos <strong>de</strong> mí."<br />

La Valliére sonrió con aire <strong>de</strong> duda.<br />

No, no -repitió Malicorne con el gesto-;<br />

mi cabeza está firme. Y mostró la cabeza.<br />

Luego, agitando la mano como quien<br />

escribe rápidamente:<br />

-Vamos, escribid -dijo con aire <strong>de</strong> súplica.<br />

La Valliére, aun cuando lo creyese loco,<br />

no veía inconveniente en hacer lo que le pedía<br />

Malicorne. Por tanto, tomó un lápiz y escribió:<br />

Ma<strong>de</strong>ra.<br />

Después, contó diez pasos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana a<br />

su cama, y escribió <strong>de</strong>bajo: Diez pasos.<br />

Hecho aquello, miró a Malicorne, quien la saludó,<br />

y le hizo una señal <strong>de</strong> que iba a bajar.


La Valliére comprendió que era para<br />

recoger el <strong>de</strong>vanador. Aproximóse a la ventana,<br />

y, <strong>de</strong> conformidad con las instrucciones Malicorne,<br />

lo <strong>de</strong>jó caer.<br />

Aún estaba corriendo el <strong>de</strong>vanador por<br />

las losas, cuando Malicorne se precipitó tras él;<br />

lo alcanzó, lo <strong>de</strong>sdobló como hace un mono con<br />

una nuez, y se fue en seguida a la habitación<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

Saint-Aignan había elegido, o solicitado,<br />

por mejor <strong>de</strong>cir, la habitación más próxima al<br />

rey, pareciéndose a aquellas plantas que buscan<br />

los rayos <strong>de</strong>l sol para <strong>de</strong>sarrollarse con más<br />

fruto.<br />

Su alojamiento se componía <strong>de</strong> dos piezas,<br />

en la parte misma <strong>de</strong>l edificio ocupada por<br />

Luis XIV.<br />

<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Saint-Aignan estaba orgulloso<br />

con aquella proximidad que le daba un acceso<br />

fácil a la cámara <strong>de</strong>l rey, y le proporcionaba<br />

a<strong>de</strong>más el favor <strong>de</strong> algunos encuentros inesperados.


En el momento en que hacemos mención<br />

<strong>de</strong> él, se hallaba ocupado en hacer entapizar<br />

magníficamente aquellas dos piezas, contando<br />

con el honor <strong>de</strong> recibir algunas visitas <strong>de</strong>l<br />

rey, porque Su Majestad, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estaba<br />

enamorado <strong>de</strong> La Valliére, había elegido a<br />

Saint-Aignan<br />

por confi<strong>de</strong>nte suyo, y no podía pasarse sin él<br />

ni <strong>de</strong> noche ni <strong>de</strong> día. Malicorne hízose<br />

introducir en los aposentos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y no<br />

halló dificultad para entrar, porque era bien<br />

mirado <strong>de</strong>l rey, y el crédito <strong>de</strong> uno es siempre<br />

un cebo para otro.<br />

Saint-Aignan preguntó al recién venido<br />

si traía alguna noticia. -Una y gran<strong>de</strong> -<br />

respondió éste.<br />

-¡Hola, hola! -murmuró Saint-Aignan,<br />

curioso como un favorito-. ¿Y cuál es?<br />

-La señorita <strong>de</strong> La Valliére ha cambiado<br />

<strong>de</strong> habitación.<br />

-¿De veras? -preguntó sorprendido<br />

Saint-Aignan.


-Sí.<br />

-Madame la tenía en sus mismas habitaciones.<br />

-Precisamente; mas, cansada sin duda<br />

<strong>de</strong> semejante vecindad, la ha instalado en un<br />

cuarto que se halla encima <strong>de</strong> vuestra futura<br />

habitación.<br />

-¡Cómo! ¿Arriba? -exclamó Saint-Aignan<br />

con sorpresa, e indicando con el <strong>de</strong>do el piso<br />

superior.<br />

-No -dijo Malicorne-, abajo. Y le mostró<br />

la parte <strong>de</strong>l edificio situada enfrente.<br />

-¿Por qué <strong>de</strong>cís, pues, que su cuarto está<br />

encima <strong>de</strong>l mío?<br />

-Porque estoy cierto <strong>de</strong> que vuestra<br />

habitación <strong>de</strong>be estar naturalmente <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />

A tales palabras dirigió Saint-Aignan al<br />

pobre Malicorne una mirada como la que La<br />

Valliére le había dirigido un cuarto <strong>de</strong> hora<br />

antes.


Esto es, creyó que estaba loco. -Señor -le<br />

dijo Malicorne-, permitidme contestar a vuestro<br />

pensamiento.<br />

-¿Cómo a mi pensamiento?<br />

-Me parece que no habéis comprendido<br />

muy bien lo que he querido <strong>de</strong>cir.<br />

-Lo confieso.<br />

Pues bien, ya sabéis que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las<br />

habitaciones <strong>de</strong> las camaristas <strong>de</strong> Madame se<br />

hallan alojados los gentileshombres <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong><br />

Monsieur.<br />

-Sí, puesto que allí habitan Manicamp,<br />

War<strong>de</strong>s y otros.<br />

-Precisamente. Pues bien, señor, mirad<br />

ahora la singularidad <strong>de</strong> la coinci<strong>de</strong>ncia: las dos<br />

cámaras <strong>de</strong>stinadas al señor <strong>de</strong> Guiche son,<br />

precisamente, las que se hallan situadas <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> las <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais y la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¿Y qué hay con eso?<br />

-Pues que esas dos cámaras están <strong>de</strong>socupadas<br />

con motivo <strong>de</strong> hallarse el señor <strong>de</strong>


Guiche en Fontainebleau curándose <strong>de</strong> sus<br />

heridas.<br />

-Os juro, mi querido señor, que no adivino<br />

nada.<br />

-¡Oh! Si tuviese yo la dicha <strong>de</strong> llamarme<br />

Saint-Aignan, pronto lo adivinaría.<br />

-¿Y qué haríais?<br />

-Cambiar al punto esta habitación por la<br />

que el señor <strong>de</strong> Guiche tiene <strong>de</strong>socupada abajo.<br />

-¡Pues! -exclamó Saint-Aignan-. ¿Y querríais<br />

que abandonase el primer sitio <strong>de</strong> honor,<br />

la proximidad <strong>de</strong>l rey, un privilegio concedido<br />

solamente a los príncipes <strong>de</strong> la sangre, a los<br />

duques y pares?... Perdonadme que os diga,<br />

señor <strong>de</strong> Malicorne, que estáis loco.<br />

-Señor -replicó gravemente el joven-,<br />

habéis sufrido dos equivocaciones... En primer<br />

lugar, me llamo Malicorne a secas, y en segundo,<br />

os aseguro que estoy en mi cabal juicio.<br />

Después, sacando un papel <strong>de</strong>l bolsillo:<br />

-Escuchad esto -dijo-; <strong>de</strong>spués os enseñaré<br />

aquello.


-Escucho.<br />

-Ya sabéis que Madame vigila a La Valliére,<br />

como Argos a la ninfa lo.<br />

-Lo sé.<br />

-Ya sabéis que el rey ha intentado en<br />

vano hablar a la prisionera, y que ni vos ni yo<br />

hemos sido bastante felices para proporcionarle<br />

esa fortuna.<br />

-Algo podéis contar <strong>de</strong> eso, mi . pobre<br />

Malicorne.<br />

-Pues bien, ¿qué os parece que ganaría<br />

el que tuviese la maña <strong>de</strong> procurar una entrevista<br />

a los dos amantes?<br />

-¡Oh! No limitaría el rey a poca cosa su<br />

reconocimiento.<br />

-¡Señor <strong>de</strong> Saint-Aignan!. . .<br />

-¿Qué?<br />

-¿No <strong>de</strong>seáis granjearos el reconocimiento<br />

real?<br />

-Seguramente -respondió Saint-Aignan-;<br />

mucho me halagaría un favor <strong>de</strong>l ame por<br />

haber llenado mis <strong>de</strong>beres.


-Pues mirad este papel, señor con<strong>de</strong>.<br />

-¿Qué es? ¿Un plano?<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> las dos cámaras <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche,<br />

que, según todas las probabilida<strong>de</strong>s, serán<br />

las vuestras.<br />

-¡Oh, no! De ningún modo.<br />

-¿Y por qué no?<br />

-Porque mis dos habitaciones son codiciadas<br />

por muchos gentileshombres, a quienes<br />

no pienso <strong>de</strong>járselas, como son el señor <strong>de</strong> Roquelaure,<br />

el señor <strong>de</strong> La Ferté y el señor Dangeau.<br />

-Entonces, adiós, señor con<strong>de</strong>, y voy a<br />

ofrecer a uno <strong>de</strong> esos señores el plano que os<br />

presentaba hace poco y las ventajas a él anejas.<br />

-¿Y por qué no las guardáis para vos? -<br />

dijo Saint-Aignan con <strong>de</strong>sconfianza.<br />

-Porque el rey no me hará jamás el<br />

honor <strong>de</strong> venir ostensiblemente a mi cuarto, al<br />

paso que no tendrá el menor escrúpulo en ir al<br />

<strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> esos señores.


-Y qué, ¿iría el rey al cuarto <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />

esos señores?<br />

-¡Ya lo creo que iría! Y con mucha frecuencia.<br />

¿Creéis que no iría el rey a un cuarto<br />

que está tan próximo al <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére?<br />

-¡Vaya una proximidad!.. . Con un techo<br />

<strong>de</strong> por medio. Malicorne <strong>de</strong>splegó el papelito<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>vanador.<br />

-Notad, señor con<strong>de</strong> -le dijo-, que el pavimento<br />

<strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />

es un entarimado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

-¿Y qué hay con eso?<br />

-No hay más que tomar un obrero carpintero,<br />

quien, encerrado en vuestro cuarto, sin<br />

que nadie sepa adon<strong>de</strong> le han conducido, abrirá<br />

vuestro techo, y por lo tanto, el entarimado <strong>de</strong><br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¡Ah, Dios mío! -exclamó Saint-Aignan<br />

como <strong>de</strong>slumbrado.<br />

-¿Qué tal? -dijo Malicorne.<br />

-La i<strong>de</strong>a me parece muy audaz, señor.


-Pues yo os aseguro que al rey le parecerá<br />

bien trivial.<br />

-Los enamorados jamás reflexionan en<br />

el peligro.<br />

-¿Y qué peligro teméis, señor con<strong>de</strong>?<br />

-Que semejante perforación haga un<br />

ruido enorme que resuene en todo el palacio.<br />

-¡Oh señor con<strong>de</strong>! Estoy seguro <strong>de</strong> que<br />

el obrero que puedo enviaros hará la obra sin<br />

ruido. Aserrará un cuadrilátero <strong>de</strong> seis pies con<br />

una sierra guarnecido <strong>de</strong> estopa, y nadie sospechará<br />

que esté trabajando.<br />

-¿Sabéis, señor Malicorne, que me <strong>de</strong>jáis<br />

atónito con vuestro proyecto?<br />

-Pues escuchad todavía -prosiguió tranquilamente<br />

Malicorne-: en el cuarto cuyo techo<br />

habéis perforado... ¿estáis?...<br />

-Sí.<br />

-Colocaréis una escalera que permita a<br />

la señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére bajar a vuestro<br />

cuarto, o al rey subir al <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére.


-Pero se verá esa escalera.<br />

-No, pues podrá ocultarse por medio <strong>de</strong><br />

un tabique, en el que pondréis una tapicería<br />

igual a la <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la habitación, y en el<br />

cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére <strong>de</strong>saparecerá<br />

bajo una trampa, que será el suelo mismo, y<br />

se abrirá <strong>de</strong> bajo <strong>de</strong> la cama.<br />

-En efecto -dijo Saint-Aignan, cuyos ojos<br />

principiaban ya a animarse.<br />

-Ahora, señor con<strong>de</strong>, no necesito <strong>de</strong>cir<br />

que el rey irá con frecuencia a un cuarto que<br />

tenga semejante escalera. Creo que al señor<br />

Dangeau le agradará mi i<strong>de</strong>a, y voy a proponérsela.<br />

-¡Ah, querido señor Malicorne! -exclamó<br />

Saint-Aignan-. Olvidáis que es a mí a quien<br />

habéis hablado primero, y que, por consiguiente,<br />

tengo <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> prioridad.<br />

-¿Queréis la preferencia?<br />

-¡Vaya si la quiero! ¡Ya lo creo!


-<strong>El</strong> hecho es, señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, que<br />

os doy en este plano un cordón para la primera<br />

promoción, y quizá, quizá algún buen ducado.<br />

-A lo menos -contestó Saint-Aignan rebosando<br />

<strong>de</strong> gozo-, es ésta una ocasión <strong>de</strong> manifestar<br />

al rey que pue<strong>de</strong> llamarme con razón su<br />

amigo, ocasión que os <strong>de</strong>beré a vos, mi estimado<br />

señor Malicorne.<br />

-¿No me olvidaréis? -preguntó Malicorne<br />

sonriendo.<br />

-Me gloriaré siempre <strong>de</strong> ello, señor.<br />

-Yo, señor, no soy el amigo <strong>de</strong>l rey, soy<br />

su servidor.<br />

-Sí, y, si pensáis que esa escalera pue<strong>de</strong><br />

proporcionarme un cordón azul, también yo<br />

creo que os pueda valer un título <strong>de</strong> nobleza.<br />

Malicorne se inclinó.<br />

-Conque ahora sólo falta hacer la mudanza<br />

-añadió Saint-Aignan.<br />

-No creo que el rey ponga ningún obstáculo;<br />

pedidle el permiso.<br />

-Ahora mismo voy a su habitación.


-Y yo a buscar al obrero que necesitamos.<br />

-¿Cuándo vendrá?<br />

-Esta noche.<br />

-No olvidéis las precauciones.<br />

-Os lo enviaré con los ojos vendados.<br />

-Y yo, os enviaré una <strong>de</strong> mis carrozas.<br />

-Sin escudo <strong>de</strong> armas.<br />

-Y con un lacayo sin librea.<br />

-Muy bien, señor con<strong>de</strong>.<br />

-¿Y La Valliére?<br />

-¿Cómo?<br />

-¿Qué dirá La Valliére, al ver la obra?<br />

-Os aseguro que le interesará mucho.<br />

-Lo creo.<br />

-Y hasta me atrevo a <strong>de</strong>cir que, si el rey<br />

no tiene la audacia <strong>de</strong> subir a su cuarto, tendrá<br />

ella la curiosidad <strong>de</strong> bajar.<br />

-Esperemos -dijo Saint-Aignan.<br />

-Sí, esperemos, señor con<strong>de</strong> - repitió<br />

Malicorne.<br />

-Me voy a ver al rey.


-Hacéis muy bien.<br />

-¿A qué hora vendrá el carpintero?<br />

-A las ocho.<br />

-¿Y cuánto tiempo suponéis que necesite<br />

para perforar su cuadrilátero?<br />

-Dos horas, poco más o menos; pero es<br />

necesario conce<strong>de</strong>rle tiempo para dar la última<br />

mano, y que todo que<strong>de</strong> bien. Una noche y parte<br />

<strong>de</strong> la mañana siguiente: hay que contar dos<br />

días con la colocación <strong>de</strong> la escalera.<br />

-Dos días es mucho tiempo.<br />

-¡Pardiez! Cuando se trata <strong>de</strong> abrir una<br />

puerta al paraíso, es preciso, por lo menos, que<br />

esa puerta sea <strong>de</strong>cente.<br />

-Tenéis razón; <strong>de</strong> modo que hasta luego,<br />

señor Malicorne. Para pasado mañana por la<br />

tar<strong>de</strong> tendré dispuesta la mudanza.<br />

XL<br />

EL PASEO A LA LUZ DE LAS ANTORCHAS


Entusiasmado Saint-Aignan con lo que<br />

acababa <strong>de</strong> oír, y encantado<br />

<strong>de</strong> lo que columbraba, se encaminó a las dos<br />

cámaras <strong>de</strong> Guiche. <strong>El</strong> favorito, que un cuarto<br />

<strong>de</strong> hora antes no hubiese dado sus dos aposentos<br />

por un millón, se hallaba dispuesto a comprar<br />

por un millón, si se le hubiesen pedido, las<br />

dos bienaventuradas cámaras que ahora ambicionaba.<br />

Pero no encontró gran<strong>de</strong>s exigencias. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Guiche no sabía aún cuál sería su alojamiento,<br />

y se hallaba a<strong>de</strong>más en bastante mal<br />

estado para ocuparse <strong>de</strong> semejante cosa.<br />

Saint-Aignan se quedó, pues, con las<br />

dos habitaciones <strong>de</strong> Guiche. <strong>El</strong> señor Dangeau,<br />

por su parte, obtuvo los dos aposentos <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan, mediante un alboroque <strong>de</strong> seis mil<br />

libras al inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y le pareció<br />

haber hecho un gran negocio.<br />

Las dos cámaras <strong>de</strong> Dangeau quedaron<br />

<strong>de</strong>stinadas para Guiche, sin que podamos asegurar<br />

que en aquella mudanza general fueran


ésas las habitaciones que habría <strong>de</strong> ocupar Guiche<br />

<strong>de</strong>finitivamente.<br />

Respecto al señor Dangeau, su alegría<br />

era tal, que ni siquiera se le ocurrió sospechar<br />

que Saint-Aignan tuviese un interés particular<br />

en mudarse.<br />

Una hora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber tomado<br />

Saint-Aignan tal resolución, se hallaba ya en<br />

posesión <strong>de</strong> su nueva morada. Diez minutos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estar Saint-Aignan en posesión <strong>de</strong><br />

su nueva morada, Malicorne entraba en ella<br />

escoltado <strong>de</strong> los tapiceros.<br />

Mientras esto pasaba, Luis preguntaba<br />

por Saint-Aignan; iban al aposento <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan, y hallaban a Dangeau; enviaba Dangeau<br />

a los emisarios al cuarto <strong>de</strong> Guiche, y<br />

hallaban al fin a Saint-Aignan.<br />

Pero esto no pudo evitar cierto retraso;<br />

<strong>de</strong> suerte que el rey había hecho ya dos o tres<br />

movimientos <strong>de</strong> impaciencia cuando Saint-<br />

Aignan<br />

entró <strong>de</strong>solado en la cámara <strong>de</strong> su amo.


-¿Conque tú también me abandonas? -<br />

dijo el rey en el mismo tono lastimero con que<br />

dieciocho siglos antes <strong>de</strong>bió César <strong>de</strong>cir el Tuquoque.<br />

-Majestad -contestó Saint-Aignan-; no<br />

abandono al rey; no hago más que ocuparme<br />

<strong>de</strong> mi mudanza.<br />

-¿De qué mudanza? Yo creía que la<br />

habíais concluido hace tres días.<br />

-Sí, Majestad; pero me encuentro mal<br />

don<strong>de</strong> estoy, y me mudo enfrente.<br />

-¡Cuando yo <strong>de</strong>cía que tú también me<br />

abandonabas! -exclamó el rey-. Esto pasa ya <strong>de</strong><br />

la raya. Encuentro una mujer por quien se interesa<br />

mi corazón, y toda mi familia se conjura<br />

para arrancármela, y el único amigo a quien<br />

confiaba mis penas y me ayudaba a sufrirlas, se<br />

cansa <strong>de</strong> mis lamentaciones, y me abandona sin<br />

pedirme siquiera permiso.<br />

Saint-Aignan se echó a reír. Luis adivinó<br />

que se ocultaba algún misterio en aquella falta<br />

<strong>de</strong> respeto.


-¿Qué suce<strong>de</strong>? -preguntó lleno <strong>de</strong> esperanza.<br />

-Suce<strong>de</strong>, Majestad, que ese amigo, tan<br />

calumniado por el rey, va a tratar <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverle<br />

la dicha que ha perdido.<br />

-¿Vas a proporcionarme el ver a La Valliére?<br />

-murmuró Luis XIV.<br />

-Majestad, no respondo todavía <strong>de</strong> ello,<br />

pero...<br />

-Pero ¿qué?<br />

-Pero confío en que sí.<br />

-¡Oh! ¿Y cómo?... Dímelo, Saint-Aignan.<br />

Quiero conocer tu proyecto, ayudarte en él con<br />

todas mis fuerzas.<br />

-Majestad -contestó Saint-Aignan-: ni<br />

aun yo mismo sé todavía cómo me compondré<br />

para conseguir el objeto; pero todo me hace<br />

creer que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana...<br />

-¿Dices mañana?<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¡Qué felicidad, Saint-Aignan! ¿Pero<br />

para qué te mudas?


-A fin <strong>de</strong> serviros mejor. -¿Y en qué<br />

pue<strong>de</strong>s servirme mejor mudando <strong>de</strong> habitación?<br />

-¿Sabéis dón<strong>de</strong> están situadas las dos<br />

cámaras que se le <strong>de</strong>stinan al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Sí.<br />

-Entonces, ya sabéis adon<strong>de</strong> voy.<br />

-Bien; pero eso nada me dice.<br />

-¡Cómo! ¿No comprendéis, Majestad,<br />

que encima <strong>de</strong> ese alojamiento hay dos cuartos?<br />

-¿Cuáles?<br />

-Uno el <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais, y<br />

otro...<br />

-¡Otro el <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />

Saint-Aignan!<br />

-Así es, Majestad.<br />

-¡Oh Saint-Aignan, es verdad, sí, es verdad!<br />

Ha sido una i<strong>de</strong>a feliz, una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> amigo,<br />

<strong>de</strong> poeta, y al acercarme a ella cuando todo el<br />

mundo se empeña en separarnos, vales para mí<br />

mas que Pila<strong>de</strong>s para Orestes, más que Patroclo<br />

para Aquiles.


-Si Vuestra Majestad conociese mis proyectos<br />

en toda su extensión -dijo Saint-Aignan<br />

con una sonrisa-, dudo que continuara dándome<br />

calificaciones tan pomposas. ¡Ah, Majestad!<br />

Conozco otras mucho más triviales que algunos<br />

puritanos <strong>de</strong> la Corte no harán escrúpulo en<br />

aplicarme cuando sepan lo que pienso hacer<br />

por Vuestra Majestad.<br />

-Saint-Aignan, mira que muero <strong>de</strong> impaciencia;<br />

Saint-Aignan, mira que me consumo;<br />

Saint-Aignan, mira que no podré esperar hasta<br />

mañana... ¡Mañana! ¡Pero si mañana es una<br />

eternidad!<br />

-Con todo, Majestad, si lo tenéis a bien,<br />

vais a salir ahora mismo y a distraer esa impaciencia<br />

con un buen paseo.<br />

-Contigo, bueno; hablaremos <strong>de</strong> tus<br />

proyectos; hablaremos <strong>de</strong> ella.<br />

-No, Majestad; yo me quedo.<br />

-¿Con quién, pues, he <strong>de</strong> salir?<br />

-Con las damas.<br />

-¡Ah, no, Saint-Aignan!


-Majestad, es necesario.<br />

-¡No, no! ¡Repito que no! No quiero exponerme<br />

más a ese horrible suplicio <strong>de</strong> estar a<br />

dos pasos <strong>de</strong> ella, verla, rozar su vestido al pasar<br />

y no <strong>de</strong>cirle una palabra. No, renuncio a<br />

este suplicio que tú crees una dicha y que no es<br />

más que un tormento que me abrasa los ojos,<br />

<strong>de</strong>vora mis manos y me <strong>de</strong>spedaza el corazón;<br />

verla en presencia <strong>de</strong> todos los extraños, y no<br />

<strong>de</strong>cirle que la amo, cuando todo mi ser le manifiesta<br />

ese amor y me ven<strong>de</strong> a los ojos <strong>de</strong> todos.<br />

No, me he jurado a mí mismo que no lo<br />

volvería a hacer, y cumpliré mi juramento.<br />

-No obstante, Majestad, escuchad lo que<br />

os voy a <strong>de</strong>cir. -Nada quiero, oír, Saint-Aignan.<br />

-En ese caso, continuaré. Es urgente,<br />

señor, compren<strong>de</strong>dlo bien, es urgente, <strong>de</strong> toda<br />

urgencia, que Madame y sus camaristas se ausenten<br />

dos horas <strong>de</strong> vuestro domicilio.<br />

-Me tienes confuso, Saint-Aignan.


-Muy duro me es mandar a mi rey; mas,<br />

en esta ocasión, mando, Majestad; es preciso<br />

una cacería o un paseo.<br />

-¡Pero. esa cacería, ese paseó, sería un<br />

capricho, una extravagancia! Al manifestar<br />

semejantes impaciencias no hago otra<br />

cosa que <strong>de</strong>scubrir a toda mi Corte un corazón<br />

que no es dueño <strong>de</strong> sí propio.<br />

-¿No dicen ya que sueño con la conquista<br />

<strong>de</strong>l mundo, pero que antes habré <strong>de</strong><br />

principiar por hacer la <strong>de</strong> mí mismo?<br />

-Los que dicen eso, Majestad, son unos<br />

impertinentes y unos facciosos; pero sean quienes<br />

sean, si Vuestra Majestad prefiere escucharlos,<br />

nada tengo que <strong>de</strong>cir. Así, el día <strong>de</strong> mañana<br />

queda aplazado para época in<strong>de</strong>terminada.<br />

-Saint-Aignan, saldré esta no che... Iré a<br />

dormir a Saint-Germain a la luz <strong>de</strong> las antorchas;<br />

almorzaré allí mañana, y regresaré a París<br />

a cosa <strong>de</strong> las tres. ¿Está así bien?<br />

-Perfectamente.<br />

-Entonces, saldré a las ocho <strong>de</strong> la noche.


-Esa es la hora que más conviene.<br />

-¿Y no quieres <strong>de</strong>cirme nada?<br />

-Es que no puedo <strong>de</strong>cirlo. La maña sirve<br />

para algo en este mundo, señor; sin embargo, la<br />

casualidad representa en ella tan gran papel,<br />

que tengo por costumbre <strong>de</strong>jarle siempre la<br />

parte más estrecha, en la seguridad <strong>de</strong> que ya<br />

hará por tomar la más ancha.<br />

-Sea lo que quiera, a ti me entrego.<br />

-Y hacéis bien.<br />

Confortado con su suerte, el rey se fue a<br />

ver a Madame, a quien anunció el paseo proyectado.<br />

Madame creyó al punto ver, en aquel<br />

paseo improvisado, una conspiración <strong>de</strong>l rey<br />

para hablar con La Valliére, ya fuese en el camino,<br />

a favor <strong>de</strong> la obscuridad, ya <strong>de</strong> cualquier<br />

otro modo; pero se guardó muy bien <strong>de</strong> manifestar<br />

nada a su cuñado, y aceptó la invitación<br />

con la sonrisa en los labios.<br />

En seguida, dio, en voz alta, ór<strong>de</strong>nes<br />

para que la acompañasen sus camaristas, reser-


vándose hacer por la noche lo que pareciese<br />

más propio para contrariar los amores <strong>de</strong> Su<br />

Majestad...<br />

Luego que se vio sola, y que el pobre<br />

amante que dio aquella or<strong>de</strong>n pudo creer que<br />

La Valliére sería <strong>de</strong> la partida, en el momento<br />

quizá en que se <strong>de</strong>leitaba en su interior con esa<br />

triste felicidad <strong>de</strong> los amantes perseguidos, que<br />

consiste en realizar por medio <strong>de</strong> la vista todos<br />

los goces <strong>de</strong> la posesión vedada, en aquel instante<br />

mismo <strong>de</strong>cía Madame a sus camaristas:<br />

-Con dos señoritas tendré bastante esta<br />

noche: la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente y la señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais.<br />

La Valliére había previsto el golpe, y, <strong>de</strong><br />

consiguiente, no le cogió <strong>de</strong> sorpresa. La persecución<br />

la había hecho fuerte, y no dio a Madame<br />

el placer <strong>de</strong> ver en su rostro la impresión<br />

<strong>de</strong>l golpe que recibía en el corazón.<br />

Por el contrario, sonriendo con aquella<br />

inefable dulzura que daba un carácter angelical<br />

a su fisonomía, preguntó:


-Así, señora, ¿esta noche estoy libre?<br />

-Sí.<br />

-Me aprovecharé <strong>de</strong> ello para a<strong>de</strong>lantar<br />

el bordado que llamó la atención <strong>de</strong> Vuestra<br />

Alteza Real, y que tuve el honor <strong>de</strong> ofrecerle.<br />

Y, haciendo una respetuosa reverencia,<br />

se retiró a su cuarto. Las señoritas <strong>de</strong> Montalais<br />

y <strong>de</strong> Tonnay-Charente hicieron otro tanto.<br />

La noticia <strong>de</strong>l paseo salió con ellas <strong>de</strong> la habitación<br />

<strong>de</strong> Madame y se difundió por todo el palacio.<br />

Diez minutos <strong>de</strong>spués sabía Malicorne la<br />

resolución <strong>de</strong> Madame, y hacía pasar por <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Montalais un billete concebido<br />

en estos términos:<br />

"Es preciso que L. V. pase la noche con<br />

Madame."<br />

Montalais, según lo acordado, principió<br />

por quemar el papel, y se puso <strong>de</strong>spués a reflexionar.<br />

Montalais era muchacha <strong>de</strong> recursos, y<br />

no tardó en fijarse su plan. A la hora en que<br />

<strong>de</strong>bía ir a reunirse con Madame, es <strong>de</strong>cir, a cosa


<strong>de</strong> las cinco, atravesó el patio a todo correr, y al<br />

llegar a diez pasos <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> oficiales dio<br />

un grito, cayó graciosamente sobre una rodilla,<br />

se levantó, y continuó su camino, pero cojeando.<br />

Los gentileshombres corrieron hacia ella<br />

para sostenerla. Montalais se había torcido un<br />

pie, pero no por eso <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> subir al cuarto <strong>de</strong><br />

Madame, en cumplimiento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>ber.<br />

-¿Qué os ha pasado, que venís cojeando?<br />

-le preguntó aquélla-. Os había tomado por<br />

La Valliére.<br />

Montalais refirió que, habiendo echado<br />

a correr por llegar más pronto, habíase torcido<br />

un pie.<br />

Madame manifestó un gran sentimiento<br />

y quiso que se llamara al punto a un cirujano.<br />

Pero Montalais, asegurando que el acci<strong>de</strong>nte<br />

no ofrecía la menor gravedad:<br />

-Señora -prosiguió-, lo que siento es<br />

tener que faltar al servicio, y habría rogado a la


señorita <strong>de</strong> La Valliére que me reemplazase<br />

cerca <strong>de</strong> Vuestra Alteza...<br />

Madame frunció el ceño.<br />

-Pero no lo he hecho -repuso Montalais.<br />

-¿Y por qué? -preguntó Madame.<br />

-Porque la pobre La Valliére parecía tan<br />

satisfecha <strong>de</strong> tener toda una noche libre, que no<br />

me sentí con valor para invitarle a que me reemplazase<br />

en el servicio.<br />

-¿Conque tan alegre está? -dijo Madame,<br />

a quien sorprendieron aquellas palabras.<br />

-¡Oh, en extremo! Figuráos que, a pesar<br />

<strong>de</strong> su melancolía habitual, la encontré cantando.<br />

A<strong>de</strong>más, Vuestra Alteza no ignora que La<br />

Valliére <strong>de</strong>testa el mundo, y que su carácter es<br />

algo agreste.<br />

"¡Oh, oh! -pensó Madame-. Esa gran<br />

alegría no la consi<strong>de</strong>ro natural."<br />

-Ya ha hecho sus preparativos -continuó<br />

Montalais-, para comer en su cuarto a solas con<br />

uno <strong>de</strong> sus libros favoritos. A<strong>de</strong>más, Vuestra<br />

Alteza tiene otras seis señoritas que se tendrán


por muy felices en acompañarla, así es que ni<br />

siquiera he hecho mi proposición a la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Madame calló.<br />

-¿He hecho bien? -prosiguió<br />

Montalais con una ligera opresión <strong>de</strong><br />

corazón, viendo lo mal que le salía aquella estratagema<br />

<strong>de</strong> guerra, con cuyo éxito había contado<br />

tan completamente que no había creído<br />

preciso buscar otra-. ¿Aprueba Madame? -<br />

añadió.<br />

Madame pensaba que, durante la noche,<br />

podría muy bien el rey salir <strong>de</strong> Saint-Germain,<br />

y que, como no hay más que cuatro leguas y<br />

media <strong>de</strong> París a dicho punto, podría ponerse<br />

en París en una hora.<br />

-Decidme -dijo al fin-, y al veros La Valliére<br />

lastimada, ¿os ha brindado al menos con<br />

su compañía?<br />

-Todavía no sabe mi acci<strong>de</strong>nte, pero aun<br />

cuando lo supiera, es bien cierto que no le pediría<br />

nada que la pudiera incomodar en sus pro-


yectos. Me parece que quiere realizar esta noche,<br />

por sí sola, la misma diversión que el difunto<br />

rey, cuando <strong>de</strong>cía al señor <strong>de</strong> Saint-Mars:<br />

"Aburrámonos bien, señor <strong>de</strong> Saint-Mars; aburrámonos<br />

bien".<br />

Madame llegó a persuadirse <strong>de</strong> que<br />

aquel ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> soledad encubría algún<br />

misterio amoroso, y ese misterio no podía ser<br />

otro que el regreso nocturno <strong>de</strong> Luis. Sin duda,<br />

La Valliére <strong>de</strong>bía estar avisada ya <strong>de</strong> este regreso,<br />

y <strong>de</strong> ahí nacía su alegría por quedarse en el<br />

Palais-Royal aquella noche.<br />

Era todo un plan combinado <strong>de</strong> antemano.<br />

"No me <strong>de</strong>jaré engañar", se dijo. Y tomó<br />

una <strong>de</strong>cisión.<br />

-Señorita <strong>de</strong> Montalais -dijo-, id a avisar<br />

a vuestra amiga, la señorita <strong>de</strong> La Valliére, que<br />

siento mucho turbar sus proyectos <strong>de</strong> soledad;<br />

pero que, en lugar <strong>de</strong> aburrirse sola en su cuarto,<br />

como <strong>de</strong>seaba, vendrá a aburrirse con nosotras<br />

en Saint-Germain.


-¡Pobre La Valliére! -murmuró Montalais<br />

con aire compungido, pero gozosa interiormente-.<br />

¿No habría medio, señora, <strong>de</strong> que<br />

Vuestra Alteza...?<br />

-Silencio -or<strong>de</strong>nó Madame-; así lo quiero.<br />

Prefiero la compañía <strong>de</strong> la señorita La Baume<br />

Le Blanc a la <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>más. Id a <strong>de</strong>cirle<br />

que venga, y no <strong>de</strong>scuidés vuestra pierna.<br />

Montalais no se hizo repetir la or<strong>de</strong>n.<br />

Volvió a su cuarto, escribió su respuesta a Malicorne,<br />

y la <strong>de</strong>slizó por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra.<br />

Irá, <strong>de</strong>cía esa respuesta.<br />

Una espartana no hubiese escrito con<br />

mayor laconismo.<br />

"De ese modo -pensaba Madame-, por el<br />

camino no la pierdo <strong>de</strong> vista; durante la noche<br />

dormirá a mi lado, y bien astuto ha <strong>de</strong> ser Su<br />

Majestad si consigue cambiar la menor palabra<br />

con la señorita <strong>de</strong> La Valliére."<br />

La Valliére recibió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marchar<br />

con la misma dulzura indiferente con que había<br />

recibido la <strong>de</strong> quedarse.


Muy viva fue, sin embargo, su alegría<br />

interior, y miró aquel cambio <strong>de</strong> resolución <strong>de</strong><br />

la princesa como un consuelo que la enviaba la<br />

Provi<strong>de</strong>ncia.<br />

Su penetración, muy inferior a la <strong>de</strong><br />

Madame, le hacía atribuirlo todo a la casualidad.<br />

En tanto que todo el mundo, a excepción<br />

<strong>de</strong> los que estaban en <strong>de</strong>sgracia, enfermos<br />

o con torceduras <strong>de</strong> pie, se dirigía a Saint-Germain,<br />

hacía Malicorne subir a su obrero en la<br />

carroza <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Germain, y conducíale<br />

a la cámara correspondiente a la <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Aquel hombre se <strong>de</strong>dicó al trabajo, espoleado<br />

por la espléndida recompensa prometida.<br />

Como que se habían tomado <strong>de</strong>l taller<br />

<strong>de</strong> los ingenieros <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey las mejores<br />

herramientas, y, entre otras, una <strong>de</strong> esas sierras<br />

finísimas que cortan en el agua los ma<strong>de</strong>ros <strong>de</strong><br />

encina, duros como el hierro, la obra a<strong>de</strong>lantó


ápidamente, y muy pronto un trozo cuadrado<br />

<strong>de</strong>l techo, elegido entre dos viguetas, cayó en<br />

los brazos <strong>de</strong> Saint-Aignan, <strong>de</strong> Malicorne, <strong>de</strong>l<br />

obrero y <strong>de</strong> un criado <strong>de</strong> confianza, personaje<br />

venido al mundo para ver y oír todo, y no repetir<br />

nada.<br />

En virtud <strong>de</strong> un nuevo plan indicado<br />

por Malicorne, se practicó la abertura en uno <strong>de</strong><br />

los ángulos.<br />

La razón era ésta.<br />

Como en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére no<br />

había gabinete tocador, había pedido y obtenido,<br />

aquella misma mañana, un gran biombo<br />

<strong>de</strong>stinado a hacer las veces dé tabique, el cual<br />

era más que suficiente para ocultar la abertura.<br />

A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bía disimularse ésta por todos los<br />

medios que suministrara el arte <strong>de</strong> la ebanistería.<br />

Hecha la abertura, se <strong>de</strong>slizó el obrero<br />

entre las vigas y se halló en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére.


Luego que estuvo allí, aserró el entarimado<br />

en forma <strong>de</strong> cuadrilátero, y con las tablas<br />

mismas <strong>de</strong> él hizo una trampa, tan perfectamente<br />

adaptada a la abertura, que el ojo más<br />

experimentado no podía ver allí más que los<br />

intersticios naturales <strong>de</strong> la soldadura <strong>de</strong>l suelo.<br />

Malicorne todo lo había previsto, y así<br />

fue que a aquella tabla acomodáronse un botón<br />

y dos bisagras, comprados <strong>de</strong> antemano.<br />

También había comprado el industrioso<br />

Malicorne, por dos libras, una <strong>de</strong> esas escaleritas<br />

<strong>de</strong> caracol; que principiaban ya a ponerse en<br />

los entresuelos.<br />

Era más alta <strong>de</strong> lo necesario, pero el<br />

carpintero le quitó algunos escalones y la <strong>de</strong>jó a<br />

la medida exacta.<br />

Aquella escalera, <strong>de</strong>stinada a recibir un<br />

peso tan ilustre, fue fijada a la pared con dos<br />

escarpias.<br />

En cuanto a su base, quedó sujeta sobre<br />

el suelo mismo <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> con dos<br />

tornillos; <strong>de</strong> modo que el rey y todo su consejo


habría podido subir y bajar aquella escalera sin<br />

ningún temor.<br />

Los martillazos que se daban caían sobre<br />

una almohadilla <strong>de</strong> estopas, y las limas que<br />

se empleaban tenían el mango envuelto en lana<br />

y la hoja mojada en aceite.<br />

A<strong>de</strong>más, el trabajo que exigía más ruido<br />

había sido hecho durante la noche y la madrugada;<br />

esto es, durante la ausencia <strong>de</strong> La Valliére<br />

y <strong>de</strong> Madame.<br />

Cuando a eso <strong>de</strong> las dos volvió la Corte<br />

al Palais-Royal, La Valliére entró en su cuarto.<br />

Todo estaba en su sitio, y no había la menor<br />

partícula <strong>de</strong> serrín, ni la más pequeña viruta<br />

que pudiera revelar la violación <strong>de</strong> domicilio.<br />

Solamente Saint-Aignan, que había querido<br />

auxiliar la operación, tenía <strong>de</strong>strozados sus<br />

<strong>de</strong>dos y la camisa, y había sudado mucho por<br />

servir a su rey.<br />

La palma <strong>de</strong> la mano, especialmente, la<br />

tenía cubierta <strong>de</strong> ampollas, y esas ampollas


habían provenido <strong>de</strong> tener la escalera a Malicorne.<br />

Por otra parte, había ido llevando uno a<br />

uno los cinco trozos <strong>de</strong> que se componía la escalera,<br />

formado cada cual <strong>de</strong> dos escalones. En<br />

fin, preciso es <strong>de</strong>cirlo, si el rey le hubiese visto<br />

trabajar con tanto afán en aquella operación,<br />

hubiérale jurado un reconocimiento eterno.<br />

Según había previsto Malicorne, el<br />

hombre <strong>de</strong> las medidas exactas, el obrero concluyó<br />

sus operaciones en veinticuatro horas,<br />

recibió veinticuatro luises, y se marchó lleno <strong>de</strong><br />

júbilo. Era tanto como lo que solía ganar en seis<br />

meses.<br />

Nadie tuvo la menor sospecha <strong>de</strong> lo que<br />

había pasado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

Pero, en la noche <strong>de</strong>l segundo día, en el<br />

instante en que ésta se retiraba <strong>de</strong> la tertulia <strong>de</strong><br />

Madame y entraba en su cuarto, oyó un ligero<br />

ruido.


Detúvose sobresaltada y se puso a mirar<br />

<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salía. <strong>El</strong> ruido se oyó <strong>de</strong> nuevo.<br />

-¿Quién está ahí? -preguntó con ligero<br />

acento <strong>de</strong> espanto.<br />

-Yo contestó la voz tan conocida <strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Vos, vos! -exclamó la joven, que se<br />

creyó por un momento bajo el imperio <strong>de</strong> un<br />

sueño-. ¿Pero en dón<strong>de</strong> estáis, Majestad!<br />

-Aquí -respondió el rey, apartando una<br />

<strong>de</strong> las hojas <strong>de</strong>l biombo y apareciendo como<br />

una sombra en el fondo <strong>de</strong>l cuarto.<br />

La Valliére lanzó un grito y se <strong>de</strong>jó caer<br />

toda trémula sobre un sillón.<br />

XLI<br />

LA APARICIÓN<br />

La Valliére se recobró muy pronto <strong>de</strong> su<br />

sorpresa; a fuerza <strong>de</strong>, mostrarse respetuoso, el<br />

rey le inspiraba con su presencia más confianza<br />

<strong>de</strong> la que su aparición le había hecho per<strong>de</strong>r.


Pero, viendo que lo que principalmente<br />

alarmaba a La Valliére era el modo como había<br />

penetrado en su cuarto, le explicó el sistema <strong>de</strong><br />

la escalera oculta por el biombo procurando<br />

persuadirla sobre todo <strong>de</strong> que su aparición no<br />

tenía nada <strong>de</strong> sobrenatural.<br />

-¡Oh Majestad! -le dijo La Valliére meneando<br />

su hermosa cabeza con una encantadora<br />

sonrisa-. Presente o ausente, vuestra imagen<br />

no se aparta nunca <strong>de</strong> mi imaginación.<br />

-¿Eso qué quiere <strong>de</strong>cir, Luisa?<br />

-¡Oh! Lo que sabéis perfectamente, Majestad;<br />

que no hay momento en que la pobre<br />

muchacha, cuyo secreto sorprendisteis en Fontainebleau,<br />

y a quien arrancasteis <strong>de</strong>l pie <strong>de</strong> la<br />

cruz, no piense en vos.<br />

-Luisa, me colmáis <strong>de</strong> alegría y <strong>de</strong> felicidad.<br />

La Valliére sonrió tristemente, y continuó:


-¿Pero habéis meditado, Majestad, que<br />

vuestra ingeniosa invención no pue<strong>de</strong> sernos<br />

<strong>de</strong> ninguna utilidad?<br />

-¿Y por qué, Luisa?...<br />

-Porque este cuarto no está al abrigo <strong>de</strong><br />

miradas extrañas. Madame pue<strong>de</strong> venir por<br />

casualidad, y a cada paso entran aquí mis compañeras.<br />

Cerrar la puerta por <strong>de</strong>ntro es<br />

<strong>de</strong>nunciarme tan claramente como si escribiese<br />

encima: "No entréis, que se halla aquí el rey." Y,<br />

aun ahora mismo, es muy fácil que se abra la<br />

puerta y sorprendan a Vuestra Majestad a mi<br />

lado.<br />

-Entonces -prosiguió riendo Luis-, sí que<br />

me tomarían por un verda<strong>de</strong>ro fantasma; porque<br />

nadie pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir por dón<strong>de</strong> he entrado en<br />

este cuarto, y sólo a los fantasmas les es concedido<br />

pasar a través <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s o <strong>de</strong> los techos.<br />

-¡Oh, qué aventura, Majestad! ¡Meditad<br />

bien el escándalo que se armaría! Nunca se<br />

habría dicho una cosa semejante respecto <strong>de</strong> las


camaristas, pobres criaturas, a quienes la maledicencia<br />

no perdona la menor cosa.<br />

-¿Y qué <strong>de</strong>ducís <strong>de</strong> todo eso, querida<br />

Luisa?... Vamos, explicaos.<br />

-Que es preciso... ¡ay!... perdonad, Majestad,<br />

la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la palabra...<br />

<strong>El</strong> rey sonrió.<br />

-Continuad -dijo.<br />

-Que es preciso que Vuestra Majestad<br />

suprima escalera, trampa y visitas; porque el<br />

mal <strong>de</strong> que nos sorprendan, sería mayor que la<br />

felicidad <strong>de</strong> vernos aquí.<br />

-Pues bien, querida Luisa -replicó el rey<br />

amorosamente-; en lugar <strong>de</strong> suprimir la escalera<br />

por la que he subido, hay un medio más sencillo<br />

en que no habéis pensado.<br />

-¿Un medio?<br />

-Sí... ¡Oh Luisa! no me amáis como yo os<br />

amo, puesto que se me<br />

ocurren a mí más recursos que a vos.<br />

La Valliére le miró, y Luis le tendió una<br />

mano, que ella estrechó dulcemente.


-Decís -prosiguió el rey- que pue<strong>de</strong>n<br />

sorpren<strong>de</strong>rme viniendo aquí adon<strong>de</strong> cualquiera<br />

pue<strong>de</strong> entrar.<br />

-Sólo el oírlo me hace estremecer.<br />

-Pues bien, nadie podrá sorpren<strong>de</strong>rnos<br />

si queréis bajar a la habitación que cae <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> ésta.<br />

-¡Majestad! ¡Majestad! ¿Qué estáis diciendo?<br />

-exclamó La Valliére asustada.<br />

-Me habéis comprendido mal, Luisa,<br />

puesto que a la primera palabra estáis ya asustada.<br />

En primer lugar, ¿sabéis a quién pertenece<br />

la habitación <strong>de</strong> abajo?<br />

-Al señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. -No; al señor<br />

<strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-¡De veras! -exclamó La Valliére.<br />

Y esta palabra, escapada <strong>de</strong>l corazón<br />

alborozado <strong>de</strong> la joven, hizo brillar como una<br />

especie <strong>de</strong> relámpago <strong>de</strong> dulce presagio en el<br />

corazón <strong>de</strong> Luis.<br />

-Sí, a Saint-Aignan, a nuestro amigo.


-Pero, Majestad -prosiguió La Valliére-,<br />

tan vedado me está ir al cuarto <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan como al <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche<br />

aventuró el ángel convertido en mujer.<br />

-¿Por qué no podéis, Luisa?<br />

-¡Imposible! ¡Imposible!<br />

-Me parece, Luisa, que con la salvaguardia<br />

<strong>de</strong>l rey todo se pue<strong>de</strong>.<br />

-¿Con la salvaguardia <strong>de</strong>l rey? -dijo Luisa<br />

con una mirada llena <strong>de</strong> amor.<br />

-Supongo que creeréis en mi palabra,<br />

¿no es así?<br />

-Creo en ella cuando estáis lejos <strong>de</strong> mí;<br />

pero, cuando estáis en mi presencia, cuando me<br />

habláis, cuando os veo, no creo ya en nada.<br />

-¿Qué es necesario, pues. para tranquilizaros?<br />

-Conozco que es poco respetuoso el dudar<br />

así <strong>de</strong>l rey; pero vos no sois para mí el rey.<br />

-¡Oh! A Dios gracias, eso es lo que espero,<br />

y eso es lo que busco.


-Escuchad: ¿os tranquilizará la presencia<br />

<strong>de</strong> una tercera persona?¿La presencia <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> Saint-Aignan?<br />

-Sí.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, Luisa, me <strong>de</strong>sgarráis<br />

el corazón con semejantes recelos.<br />

La Valliére no replicó; pero dirigió al rey<br />

una <strong>de</strong> esas miradas que penetran hasta el fondo<br />

<strong>de</strong> los corazones, y dijo muy bajo:<br />

-¡Ay! ¡Ay <strong>de</strong> mí! No es <strong>de</strong> vos <strong>de</strong> quien<br />

yo <strong>de</strong>sconfío; no es <strong>de</strong> vos <strong>de</strong> quien recelo.<br />

-Acepto, pues -dijo suspirando Luis-, y<br />

os prometo que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, que<br />

tiene el feliz privilegio <strong>de</strong> tranquilizaros, estará<br />

presente siempre en nuestras entrevistas.<br />

-¿De veras, Majestad?<br />

-¡Palabra <strong>de</strong> hidalgo! Y vos, por vuestra<br />

parte...<br />

-Aguardar, aún no está dicho todo.<br />

-¿Aún más, Luisa?<br />

-¡Oh! Sí, Majestad; no os canséis tan<br />

pronto, pues aún no hemos terminado.


-Vamos, acabad <strong>de</strong> traspasarme el corazón.<br />

-Ya comprendéis, Majestad, que tales<br />

entrevistas <strong>de</strong>ben tener una especie <strong>de</strong> motivo<br />

razonable a los ojos mismos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan.<br />

-¡Motivo razonable! -repitió el rey con<br />

tono <strong>de</strong> dulce reconvención.<br />

-Sin duda; reflexionadlo bien, Majestad.<br />

-¡Oh! Sois <strong>de</strong>licada en extremo, y podéis<br />

estar cierta <strong>de</strong> que mi único <strong>de</strong>seo es igualaros<br />

en este punto... Bien, Luisa, se hará como <strong>de</strong>seáis.<br />

Nuestras entrevistas tendrán un objeto<br />

razonable, y ya he encontrado ese objeto.<br />

-De modo, Majestad... -dijo sonriendo<br />

La Valliére.<br />

-Que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana, si queréis...<br />

-¿Des<strong>de</strong> mañana?<br />

-¿Queréis <strong>de</strong>cir que es <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>?<br />

-exclamó el rey estrechando entre las suyas la<br />

mano ardorosa <strong>de</strong> La Valliére.


En aquel momento oyóse ruido <strong>de</strong> pasos<br />

en el corredor.<br />

-Majestad, Majestad -exclamó La Valliére-,<br />

alguien se acerca, alguien viene. ¿Lo oís?<br />

Majestad, Majestad, os ruego que os marchéis.<br />

<strong>El</strong> rey no hizo más que dar un salto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

asiento para quedar oculto <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l biombo.<br />

Tiempo era ya <strong>de</strong> hacerlo, porque no<br />

bien el rey acababa <strong>de</strong> tirar hacia sí una <strong>de</strong> las<br />

hojas, cuando giró el botón <strong>de</strong> la puerta, y se<br />

presentó Montalais en el umbral.<br />

Excusamos <strong>de</strong>cir que entró tranquilamente<br />

y sin la menor ceremonia.<br />

La muy ladina sabía perfectamente que llamar<br />

con precaución a aquella puerta, en vez <strong>de</strong> empujarla,<br />

era manifestar a la joven una <strong>de</strong>sconfianza<br />

que le haría poco favor.<br />

Entró, pues, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una rápida<br />

mirada que le permitió ver dos sillas muy juntas,<br />

invirtió tanto tiempo en volver a cerrar la<br />

puerta, que se resistía sin saberse por qué, que


el rey tuvo lugar para levantar la trampa y bajar<br />

a la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

Un ruido, imperceptible para cualquiera<br />

otro oído no tan fino como el suyo, le advirtió<br />

que el príncipe había <strong>de</strong>saparecido; logró entonces<br />

cerrar la rebel<strong>de</strong> puerta, y se acercó a La<br />

Valliére.<br />

-Luisa -le dijo-; hablemos un momento<br />

seriamente.<br />

Luisa, entregada a su emoción, no oyó<br />

sin cierto terror aquel seriamente, pronunciado<br />

por Montalais con marcada intención.<br />

-¡Dios mío, querida Aura! -exclamó-.<br />

¿Qué novedad ha ocurrido?<br />

-Suce<strong>de</strong>, querida mía, que Madame sospecha<br />

<strong>de</strong> todo.<br />

-¿De todo qué?<br />

-¿Habrá necesidad <strong>de</strong> explicarnos aún,<br />

Luisa? ¿No compren<strong>de</strong>s lo que quiero <strong>de</strong>cir?<br />

Vamos, ya habrás observado la irresolución que<br />

manifiesta Madame hace algunos días, y no<br />

pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> haberte chocado que te haya


traído a su lado y <strong>de</strong>spués te haya <strong>de</strong>spedido, y<br />

luego te haya vuelto a admitir.<br />

-Extraño, es, en efecto, pero ya estoy<br />

acostumbrada a estas rarezas.<br />

-Oye, todavía: también te habrá extrañado<br />

que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte excluido<br />

<strong>de</strong>l paseo <strong>de</strong> ayer, te mandara luego que le<br />

acompañases.<br />

-También me ha extrañado. -Pues bien,<br />

parece que Madame ha logrado adquirir datos<br />

suficientes, pues ha ido directamente al objeto,<br />

conociendo que nada pue<strong>de</strong> oponer en Francia<br />

a ese torrente que todo lo arrolla; ya compren<strong>de</strong>rás<br />

lo que quiero <strong>de</strong>cir con la palabra torrente.<br />

La Valliére ocultó el rostro entre las manos.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir -continuó la inflexible<br />

Montalais-, ese torrente que ha <strong>de</strong>rribado las<br />

puertas <strong>de</strong> las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot, y echado<br />

por tierra todos los miramientos <strong>de</strong> la Corte, así<br />

en Fontainebleau como en París.


-¡Ay! ¡Ay <strong>de</strong> mí! -murmuró La Valliére,<br />

<strong>de</strong>rramando abundantes lágrimas.<br />

-No te aflijas <strong>de</strong> ese modo, cuando sólo<br />

te hallas todavía a la mitad <strong>de</strong> tus penas.<br />

-¡Dios santo! -exclamó la joven con ansiedad-.<br />

¿Hay más? -Oye y lo sabrás. Viéndose<br />

Madame sin auxiliares en Francia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber puesto inútilmente en juego el influjo <strong>de</strong><br />

las dos reinas, <strong>de</strong> Monsieur y <strong>de</strong> toda la Corte,<br />

acordóse <strong>de</strong> cierta persona que parece tener<br />

sobre ti algunos <strong>de</strong>rechos.<br />

La Valliére se puso blanca como una<br />

estatua <strong>de</strong> cera.<br />

-Esa persona -prosiguió Montalais- no<br />

se halla en París en este momento.<br />

-¡Oh Dios mío! -murmuró Luisa.<br />

-Y si no me equivoco, <strong>de</strong>be estar en Inglaterra.<br />

-Sí -suspiró Luisa medio <strong>de</strong>sfallecida.<br />

-¿No está actualmente esa persona en la<br />

corte <strong>de</strong>l rey Carlos <strong>II</strong>?<br />

-Sí.


-Pues bien, esta tar<strong>de</strong> ha salido <strong>de</strong>l gabinete<br />

<strong>de</strong> Madame una carta para Saint-James,<br />

con or<strong>de</strong>n al correo <strong>de</strong> marchar sin hacer parada<br />

alguna hasta Hampton-Corrt, que es, al parecer,<br />

un palacio real situado a doce millas <strong>de</strong><br />

Londres.<br />

-¿Y qué más?<br />

-Ahora bien, como Madame acostumbra<br />

escribir cada quince días, y el correo ordinario<br />

marchó hace tres, he creído que sólo una grave<br />

circunstancia podía haberle hecho tomar la<br />

pluma. Ya sabes que Madame es <strong>de</strong>masiado<br />

perezosa para escribir.<br />

-¡Oh! Sí.<br />

-Pues bien, tengo motivos para creer<br />

que el objeto <strong>de</strong> esa carta es Luisa <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¡Luisa <strong>de</strong> La Valliére! -repitió la infeliz<br />

joven con la docilidad <strong>de</strong> un autómata.<br />

-Pu<strong>de</strong> ver esa carta sobre la mesa <strong>de</strong><br />

Madame antes <strong>de</strong> que la cerrase, y me pareció<br />

leer en ella. . .


-¿Te pareció leer?<br />

-Quizá me haya engañado.<br />

-¿Qué?. .. Vamos...<br />

-<strong>El</strong> nombre <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>. La joven se<br />

levantó, dominada por la más dolorosa agitación.<br />

-Montalais -dijo con voz interrumpida<br />

por los sollozos-, todas las gratas ilusiones <strong>de</strong> la<br />

juventud y <strong>de</strong> la inocencia han huido ya. Nada<br />

tengo que ocultar ni a ti ni a nadie, y mi vida se<br />

halla al <strong>de</strong>scubierto, como un libro don<strong>de</strong> todo<br />

el mundo pue<strong>de</strong> leer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el soberano hasta el<br />

último súbdito. Aura, mi querida Aura, ¿qué<br />

me aconsejas que haga?<br />

Montalais se acercó a la joven.<br />

-¿Qué quieres que te aconseje? -le dijo-.<br />

Consúltalo contigo misma.<br />

-Pues bien, no amo al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />

y no quiero <strong>de</strong>cir con esto que no le ame<br />

como la hermana más tierna pue<strong>de</strong> amar a un<br />

buen hermano; mas no es ese cariño el que él<br />

me pi<strong>de</strong>, ni el que le he prometido.


-En fin, amas al rey -dijo Montalais-, y<br />

es disculpa bastante buena.<br />

-Sí, amo al rey -dijo con sorda voz la<br />

joven-, y bien caro he pagado el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

pronunciar estas palabras. Ahora habla tú,<br />

Montalais, ¿qué pue<strong>de</strong>s hacer en mi .provecho,<br />

o contra mí en la posición en que me hallo?<br />

-Habla con más claridad, Luisa.<br />

-¿Y qué quieres que te diga?<br />

-¿Nada tienes que <strong>de</strong>cirme <strong>de</strong> particular?<br />

-No -replicó Luisa con extrañeza.<br />

-¿Y no me pi<strong>de</strong>s otra cosa más que un<br />

simple consejo?<br />

-Nada más.<br />

-¿Respecto al señor Raúl?<br />

-Sí.<br />

-Asunto <strong>de</strong>licado es ése -dijo Montalais.<br />

-No hay tal, querida Aura. ¿Deberé casarme<br />

con él para cumplirle la promesa que le<br />

tengo hecha? ¿He <strong>de</strong> seguir dando oídos al rey?


-¿Sabes que me pones en situación muy<br />

difícil? -exclamó sonriendo Montalais-. Me preguntas<br />

si <strong>de</strong>bes casarte con Raúl, <strong>de</strong> quien soy<br />

amiga, y a quien causaré un mortal disgusto si<br />

me <strong>de</strong>claro en contra suya, y <strong>de</strong>spués me<br />

hablas <strong>de</strong> no escuchar al rey, cuya súbdita soy,<br />

y a quien ofen<strong>de</strong>ría aconsejándote <strong>de</strong> cierto<br />

modo. ¡Ay, Luisa! ¡Excelente partido sabes sacar<br />

<strong>de</strong> una posición dificilísima!<br />

-No me has comprendido, amiga -dijo<br />

La Valliére, molesta por el tono burlón <strong>de</strong> Montalais-.<br />

Cuando hablo <strong>de</strong> casarme con el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, es porque consi<strong>de</strong>ro po<strong>de</strong>r<br />

hacerlo; pero, por la misma razón, si doy oídos<br />

al rey, ¿<strong>de</strong>beré hacerle usurpador <strong>de</strong> un bien,<br />

muy mediano realmente, pero al que presta el<br />

amor cierta apariencia <strong>de</strong> valor? Lo que te pido,<br />

pues, es que me indiques un medio <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />

compromisos, ya con uno, ya con otro; o más<br />

bien, que me digas cuál <strong>de</strong> ambos compromisos<br />

podré esquivar más honrosamente...


-Querida Luisa -contestó Montalais <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> silencio-, no soy ninguno<br />

<strong>de</strong> los siete sabios <strong>de</strong> Grecia, y no tengo<br />

reglas <strong>de</strong> conducta absolutamente invariables;<br />

pero, en cambio, tengo alguna experiencia, y<br />

puedo <strong>de</strong>cirte que jamás pi<strong>de</strong> una mujer un<br />

consejo <strong>de</strong> la clase <strong>de</strong>l tuyo sino en el caso <strong>de</strong><br />

hallarse en gran apuro. Tú has hecho una promesa<br />

solemne, y tienes honor; <strong>de</strong> consiguiente,<br />

si, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber contraído un compromiso<br />

semejante, estás tan perpleja, no será el consejo<br />

<strong>de</strong> una persona extraña pues todo es extraño<br />

para un corazón lleno <strong>de</strong> amor), no será, digo,<br />

mi consejo el que te saque <strong>de</strong> tal apuro. No te lo<br />

daré, con tanto más motivo, cuanto que yo en<br />

tu lugar me hallaría más in<strong>de</strong>cisa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

consejo que antes. Lo que puedo hacer es repetir<br />

lo que ya te he dicho: ¿Quieres que te ayu<strong>de</strong>?<br />

-¡Sí, sí!<br />

-Pues bien, ni una palabra más. Dime en<br />

lo que quieres que te ayu<strong>de</strong>; dime en favor <strong>de</strong>


quién y contra quién te he <strong>de</strong> ayudar. De este<br />

modo sabremos lo que se ha <strong>de</strong> hacer.<br />

-Pero tú -dijo La Valliére, estrechando la<br />

mano <strong>de</strong> su compañera-, ¿en favor <strong>de</strong> quién te<br />

<strong>de</strong>claras?<br />

-En tu favor, si eres verda<strong>de</strong>ramente mi<br />

amiga...<br />

-¿No eres la confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Madame?<br />

-Razón <strong>de</strong> más para po<strong>de</strong>rte ser provechosa;<br />

si nada supiese por este lado, mal podría<br />

auxiliarte; <strong>de</strong> consiguiente, poco provecho podrías<br />

sacar <strong>de</strong> mi conocimiento. Las amista<strong>de</strong>s<br />

viven <strong>de</strong> esa especie <strong>de</strong> servicios mutuos.<br />

-¿Y seguirás siendo amiga <strong>de</strong> Madame?<br />

-Evi<strong>de</strong>ntemente; ¿lo lamentas? -No -<br />

contestó pensativa La Valliére, porque aquella<br />

cínica franqueza le parecía una ofensa a la mujer<br />

y un agravio a la amiga.<br />

-Me alegro -dijo Montalais-, pues <strong>de</strong> lo<br />

contrario serías muy necia.


-Así, pues, ¿me auxiliarás? -Con todo mi<br />

corazón, sobre todo si tú me sirves <strong>de</strong>l mismo<br />

modo.<br />

-No parece sino que no conozcas mi<br />

corazón -dijo La Valliére, mirando a Montalais<br />

con ojos en que estaba retratada la sorpresa.<br />

-No lo extrañes, querida Luisa; <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que estamos en la Corte hemos cambiado mucho.<br />

-¿Por qué?<br />

-Es muy sencillo: ¿eras tú la segunda<br />

reina <strong>de</strong> Francia, allá en Blois?<br />

La Valliére bajó la cabeza y se echó a llorar.<br />

Montalais la miró <strong>de</strong> un modo in<strong>de</strong>finible,<br />

y sus labios murmuraron:<br />

-¡Pobre chica! Pero, recobrándose:<br />

-¡Pobre rey! -dijo.<br />

Y, besando a Luisa en la frente, volvió a<br />

su cuarto don<strong>de</strong> la aguardaba Malicorne.<br />

XL<strong>II</strong>


EL RETRATO<br />

En esa enfermedad que llaman amor los<br />

accesos se suce<strong>de</strong>n con más frecuencia unos a<br />

otros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el mal principia.<br />

Más tar<strong>de</strong>, los accesos se van haciendo<br />

menos frecuentes a medida que se acerca la<br />

curación.<br />

Supuesto esto como axioma en general,<br />

y como comienzo <strong>de</strong> capítulo en particular,<br />

sigamos nuestro relato.<br />

Al día siguiente, que era el fijado por el<br />

rey para la primera entrevista en el cuarto <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan, al abrir La Valliére el biombo halló<br />

en el suelo un billete <strong>de</strong> puño y letra <strong>de</strong>l rey.<br />

Este billete había pasado <strong>de</strong>l piso inferior<br />

al superior, por la rendija <strong>de</strong>l entarimado.<br />

Ninguna mano indiscreta, ninguna mirada curiosa<br />

podía penetrar adon<strong>de</strong> penetraba aquel<br />

simple papel.<br />

Era ésa una <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Malicorne.<br />

Conociendo lo útil que Saint-Aignan iba a ser al


ey con su habitación, no había querido que el<br />

cortesano llegara a serle también indispensable<br />

como mensajero, y por su autoridad privada<br />

habíase reservado aquel puesto.<br />

La Valliére leyó ávidamente aquel billete,<br />

que le señalaba las dos <strong>de</strong> la madrugada<br />

para el momento <strong>de</strong> la cita, y le señalaba el modo<br />

<strong>de</strong> levantar la trampa abierta en el suelo.<br />

"Mostraos linda" -añadía la postdata.<br />

Estas últimas palabras sorprendieron a<br />

la joven, pero la calmaron al mismo tiempo.<br />

<strong>El</strong> tiempo caminaba lentamente, pero al<br />

fin llegó la hora.<br />

Luisa, tan puntual como la sacerdotisa<br />

Hero, levantó la trampa al sonar la última campanada<br />

<strong>de</strong> las dos, y encontró en los primeros<br />

escalones al rey, que la esperaba respetuosamente<br />

para darle la mano.<br />

Aquella fina <strong>de</strong>ferencia la enterneció<br />

visiblemente.<br />

Al pie <strong>de</strong> la escalera encontraron ambos<br />

amantes al con<strong>de</strong>, el cual, con una sonrisa y una


everencia <strong>de</strong>l mejor gusto, dio las gracias a La<br />

Valliére por el honor que le hacía.<br />

Después, volviéndose hacia el rey: -<br />

Majestad -dijo-, ahí está nuestro hombre.<br />

La Valliére miró a Luis con inquietud.<br />

-Señorita -dijo éste-, si os he suplicado<br />

que me hicieseis el honor <strong>de</strong> bajar, ha sido por<br />

interés mío particular. He hecho llamar a un<br />

pintor notable, que saca perfectamente el parecido,<br />

y <strong>de</strong>searía que le autorizaseis para retrataros.<br />

Esto no obsta para que, si lo exigís, que<strong>de</strong><br />

el retrato en vuestro po<strong>de</strong>r.<br />

La Valliére se ruborizó.<br />

-Ya lo veis -dijo el rey-; no seremos ya<br />

sólo tres, sino cuatro. ¡Ay! Des<strong>de</strong> el momento<br />

en que no estemos solos, vendrán cuantas personas<br />

queráis.<br />

La Valliére apretó dulcemente la punta<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos a su regio amante.<br />

-Pasemos a la pieza inmediata, si Vuestra<br />

Majestad lo tiene a bien -dijo Saint-Aignan.


Éste abrió la puerta, y <strong>de</strong>jó pasar a sus<br />

huéspe<strong>de</strong>s.<br />

<strong>El</strong> rey seguía a La Valliére y <strong>de</strong>voraba<br />

con los ojos su cuello, blanco como el nácar,<br />

sobre el cual flotaban los sedosos rizos <strong>de</strong> la joven.<br />

La Valliére llevaba un vestido <strong>de</strong> seda,<br />

<strong>de</strong> color gris perla con visos <strong>de</strong> rosa; un adorno<br />

<strong>de</strong> azabache realzaba la blancura <strong>de</strong> su cutis;<br />

sus manos, finas y diáfanas, ostentaban un ramillete<br />

<strong>de</strong> pensamientos, rosas <strong>de</strong> Bengala y<br />

ciemáti<strong>de</strong>s artísticamente enlazados, sobre los<br />

cuales se elevaba, como una copa <strong>de</strong>rramando<br />

perfumes, un tulipán <strong>de</strong> Harlem <strong>de</strong> tonos grises<br />

y morados, maravillosa especie que había costado<br />

cinco años <strong>de</strong> combinaciones al jardinero y<br />

cinco mil libras al rey.<br />

Aquel ramillete lo había puesto Luis en<br />

manos <strong>de</strong> La Valliére al tiempo <strong>de</strong> saludarla.<br />

En la pieza, cuya puerta acababa <strong>de</strong><br />

abrir Saint-Aignan, permanecía <strong>de</strong> pie un joven,


<strong>de</strong> ojos negros y largos cabellos castaños, vestido<br />

con un sencillo traje <strong>de</strong> terciopelo.<br />

Era el pintor, el cual tenía ya preparados<br />

el lienzo y la paleta. Inclinóse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére con esa grave curiosidad<br />

<strong>de</strong>l artista que estudia su mo<strong>de</strong>lo, y saludó al<br />

rey discretamente, como si no le conociera, y,<br />

por lo, tanto, como hubiera saludado a cualquiera<br />

otro gentilhombre.<br />

Luego, conduciendo a la señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére hasta el sillón preparado para ella, la<br />

invitó a sentarse.<br />

La joven colocóse con gracia y abandono,<br />

teniendo en la mano el ramillete, y con las<br />

piernas extendidas sobre almohadones; y a fin<br />

<strong>de</strong> que sus miradas no apareciesen vagas o<br />

afectadas, le suplicó el pintor que las fijase en<br />

algún otro objeto.<br />

Entonces Luis XIV, sonriendo, fue a sentarse<br />

sobre los almohadones, a los pies <strong>de</strong> su<br />

amante.


De modo que ella, inclinada hacia atrás,<br />

recostada en el sillón y con las flores en la mano,<br />

y él, con los ojos fijos en ella y <strong>de</strong>vorándola<br />

con la mirada, formaban un grupo encantador<br />

que el pintor contempló unos minutos con satisfacción,<br />

mientras que, por su parte, Saint-<br />

Aignan lo contemplaba con envidia.<br />

<strong>El</strong> artista bosquejó rápidamente; luego,<br />

a las primeras pinceladas, se vio resaltar <strong>de</strong>l<br />

fondo gris aquel suave y poético rostro <strong>de</strong> ojos<br />

dulces y sonrojadas mejillas aprisionadas en su<br />

blonda cabellera.<br />

Entretanto, los dos amantes hablaban<br />

poco y se miraban mucho; sus ojos a veces mostraban<br />

tal langui<strong>de</strong>z, que el pintor se veía precisado<br />

a interrumpir su obra, a fin <strong>de</strong> no representar<br />

una Ericina en vez <strong>de</strong> una La Valliére.<br />

Entonces acostumbraba intervenir Saint-<br />

Aignan, y recitaba versos o contaba historietas,<br />

cómo las que solía contar Patru, o como las que<br />

escribía con tanta habilidad Tallemant <strong>de</strong>s<br />

Réaux.


O bien La Valliére mostraba hallarse<br />

fatigada, y había entonces un rato <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso.<br />

Unas veces una fuente <strong>de</strong> porcelana,<br />

cubierta <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>licados frutos que se<br />

habían podido hallar, otras el vino <strong>de</strong> Jerez,<br />

<strong>de</strong>stilando sus topacios en la plata cincelada,<br />

servían <strong>de</strong> accesorios a aquel cuadro, <strong>de</strong>l que el<br />

pintor sólo <strong>de</strong>bía reproducir la figura más efímera.<br />

Luis se embriagaba <strong>de</strong> amor; La Valliére<br />

<strong>de</strong> felicidad; Saint-Aignan <strong>de</strong> ambición.<br />

<strong>El</strong> artista atesoraba recuerdos para su<br />

vejez.<br />

Pasáronse así dos horas, y cuando dieron<br />

las cuatro, se levantó el pintor e hizo una<br />

seña al rey.<br />

<strong>El</strong> rey levantóse, se acercó al lienzo y<br />

dirigió algunas frases lisonjeras al artista.<br />

Saint-Aignan alababa el parecido, que,<br />

según <strong>de</strong>cía, estaba asegurado ya.<br />

La Valliére dio las gracias al pintor, ruborizándose,<br />

y pasó a la pieza inmediata,


adon<strong>de</strong> la siguió el rey <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> llamar a<br />

Saint-Aignan.<br />

-Hasta mañana, ¿no es cierto? -dijo el<br />

rey a La Valliére.<br />

-Pero, Majestad, ¿no pensáis que pue<strong>de</strong>n<br />

venir a mi cuarto y no hallarme en él?<br />

-¿Y qué?<br />

-¿Qué será <strong>de</strong> mí entonces? -Sois muy<br />

medrosa, Luisa.<br />

-Pero, ¿y si Madame me envía a buscar?<br />

-¡Oh! -contestó el rey-. ¿No ha <strong>de</strong> llegar<br />

un día en que me digáis vos misma que lo<br />

arrostre todo por no separarme <strong>de</strong> vos?<br />

-Ese día, Majestad, seré una insensata, y<br />

<strong>de</strong>beríais no creerme.<br />

-Luisa, hasta mañana.<br />

La Valliére dio un suspiro, y luego, sintiéndose<br />

sin fuerzas para oponerse al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l<br />

rey:<br />

-¡Ya que así lo queréis, Majestad... hasta<br />

mañana! -repitió. Y a estas palabras subió lige-


amente la escalera, y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong><br />

su amante.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís, Majestad? -dijo Saint-<br />

Aignan, luego que se marchó la joven.<br />

-Digo,. Saint-Aignan, que ayer me creía<br />

el más dichoso <strong>de</strong> los hombres.<br />

-¿Y se creería hoy, por ventura, Vuestra<br />

Majestad, el mas <strong>de</strong>sgraciado? -replicó sonriendo<br />

el con<strong>de</strong>.<br />

-No, pero este amor es una sed insaciable:<br />

cuanto más bebo, cuanto más <strong>de</strong>voro las<br />

gotas <strong>de</strong> agua que tu industria me procura, más<br />

sed tengo.<br />

-<strong>Parte</strong> <strong>de</strong> la culpa es <strong>de</strong> Vuestra Majestad,<br />

porque se ha creado la situación tal como<br />

es.<br />

-Tienes razón.<br />

-Por tanto, Majestad, el mejor medio <strong>de</strong><br />

ser dichoso en semejante caso, es creerse satisfecho<br />

y esperar.<br />

-¡Esperar! ¿Y conoces tú la palabra esperar?


-Ea, Majestad, no os <strong>de</strong>sconsoléis; ya he<br />

buscado y buscaré todavía.<br />

<strong>El</strong> rey meneó la cabeza con aire <strong>de</strong>sesperado.<br />

-¡Qué, Majestad! ¿No estáis ya satisfecho?<br />

-Sí, querido Saint-Aignan, pero es necesario<br />

que e halles alguna cosa más.<br />

-Majestad, lo único que puedo hacer es<br />

comprometerme a buscar. <strong>El</strong> rey quiso ver el<br />

retrato, ya que no podía ver el original, e indicando<br />

al pintor algunas ligeras variaciones se<br />

marchó.<br />

En seguida, Saint-Aignan <strong>de</strong>spidió al<br />

artista.<br />

Apenas habían <strong>de</strong>saparecido caballete,<br />

colores y pintor, cuando Malicorne asomó la<br />

cabeza entre las cortinas.<br />

Saint-Aignan le recibió con los brazos<br />

abiertos, pero con cierta tristeza, no obstante.<br />

La nube que había pasado por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l sol<br />

real, velaba a su vez al fiel satélite. Malicorne


advirtió al primer golpe <strong>de</strong> vista el crespón que<br />

cubría el rostro <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-¡Ay, señor con<strong>de</strong>! -exclamó-. ¡No parece<br />

que estéis muy satisfecho!<br />

-Mis motivos tengo, señor Malicorne.<br />

¿Creeréis que el rey no está contento?<br />

-¿No está contento con la escalera?<br />

-¡Oh, no! Al contrario, la escalera le<br />

agrada muchísimo.<br />

-Entonces, no habrá sido <strong>de</strong> su gusto la<br />

<strong>de</strong>coración <strong>de</strong> las cámaras.<br />

-¡Ah! En cuanto a eso, ni siquiera ha<br />

reparado. No, lo que ha disgustado al rey...<br />

-Yo os lo diré, señor con<strong>de</strong>: es haber<br />

asistido el cuarto a una cita amorosa. ¿Es posible<br />

que no lo hayáis comprendido, señor con<strong>de</strong>?<br />

-¿Y cómo lo había <strong>de</strong> haber adivinado,<br />

señor Malicorne, cuando no he hecho más que<br />

seguir al pie <strong>de</strong> la letra las instrucciones <strong>de</strong>l<br />

rey?


-¿Ha exigido absolutamente el rey que<br />

estuvieseis a su lado?<br />

-Positivamente.<br />

-¿Y quiso, a<strong>de</strong>más, que viniera el pintor<br />

que he encontrado abajo?<br />

-Lo exigió, señor Malicorne, lo exigió.<br />

-Entonces, comprendo, ¡pardiez!, que Su<br />

Majestad no haya estado contento.<br />

-¿Cómo, <strong>de</strong>spués que se han obe<strong>de</strong>cido<br />

puntualmente sus ór<strong>de</strong>nes? -No os entiendo.<br />

Malicorne se rascó la cabeza.<br />

-¿A qué hora -preguntó- dijo el rey que<br />

vendría a vuestra habitación?<br />

-A las dos.<br />

-¿Y estuvisteis esperando al rey?<br />

-Des<strong>de</strong> la una y media.<br />

-¿De veras?<br />

-¡Pardiez! ¡Bueno fuera ser inexacto con<br />

el rey!<br />

Malicorne, no obstante el respeto que<br />

profesaba al con<strong>de</strong>, no pudo menos <strong>de</strong> encogerse<br />

<strong>de</strong> hombros.


-¿Y había citado Su Majestad también a<br />

ese pintor para las dos? -preguntó.<br />

-No; pero yo le tenía aquí <strong>de</strong>s <strong>de</strong> medianoche,<br />

por que más vale que un pintor espere<br />

dos horas que el rey un minuto.<br />

Malicorne echóse a reír silenciosamente.<br />

-Vamos, querido señor Malicorne -dijo<br />

Saint-Aignan-, no os riáis tanto <strong>de</strong> mí, y hablad<br />

más.<br />

-¿Lo exigís?<br />

-Os lo ruego.<br />

-Pues bien, señor con<strong>de</strong>, si queréis que<br />

el rey esté algo más contento la primera vez<br />

que venga...<br />

-Que será mañana.<br />

-Pues bien, si <strong>de</strong>seáis que el rey esté algo<br />

más contento mañana...<br />

-Vientre <strong>de</strong> San Gris!, como <strong>de</strong>cía su<br />

abuelo. ¿Si lo quiero? ¡Ya lo creo!<br />

-Pues mañana, en el momento <strong>de</strong> llegar<br />

el rey, procurad tener algo que hacer fuera, que


sea cosa que no pueda aplazarse, que sea indispensable.<br />

-¡Oh, oh!<br />

-Por veinte minutos solamente.<br />

-¡Dejar al rey solo veinte minutos! -<br />

exclamó asustado Saint-Aignan.<br />

-Pues hacer cuenta <strong>de</strong> que nada os he<br />

dicho -replicó Malicorne encaminándose hacia<br />

la puerta.<br />

-No tal, no tal, querido señor Malicorne;<br />

al contrario, acabad, que ya empiezo a compren<strong>de</strong>r.<br />

¿Y el pintor, y el pintor?<br />

-¡Oh! <strong>El</strong> pintor es necesario que se retrase<br />

media hora.<br />

-Conque media hora, ¿eh?<br />

-Sí.<br />

-Mi querido señor, lo haré como <strong>de</strong>cís.<br />

-Yo creo que lo acertaréis, señor con<strong>de</strong>.<br />

¿Me concedéis que venga a informarme mañana?<br />

-Claro.


-Tengo el honor <strong>de</strong> ser vuestro respetuoso<br />

servidor, señor <strong>de</strong> SaintAignan.<br />

Y Malicorne salió <strong>de</strong> espaldas. "Decididamente,<br />

ese mozo tiene más ingenio que yo",<br />

dijo para sí Saint-Aignan, arrastrado por su<br />

convicción.<br />

XL<strong>II</strong>I<br />

HAMPTON-COURT<br />

La revelación que, como hemos visto en<br />

el penúltimo capítulo, hizo Montalais a La Valliére,<br />

nos conduce naturalmente a hablar <strong>de</strong>l<br />

héroe principal <strong>de</strong> esta historia, infeliz caballero<br />

errante a merced <strong>de</strong>l capricho <strong>de</strong>l rey.<br />

Si el lector quiere seguirnos, pasaremos<br />

con él ese estrecho más borrascoso que el Euripo,<br />

que separa a Calais <strong>de</strong> Douvres, atravesaremos<br />

la ver<strong>de</strong> y poblada campiña <strong>de</strong> mil arroyuelos<br />

que ro<strong>de</strong>a a Charing, Maidstone y otras


ciuda<strong>de</strong>s a cual más pintoresca, y llegaremos<br />

por fin a Londres.<br />

De allí, como sabuesos que siguen una<br />

pista, <strong>de</strong>spués que hayamos sabido que Raúl<br />

había estado primero en White-Hall y luego en<br />

Saint-James, que había sido recibido por Monk<br />

e introducido en las mejores reuniones <strong>de</strong> la<br />

corte <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>, le seguiremos a uno <strong>de</strong> los<br />

palacios <strong>de</strong> verano <strong>de</strong>l rey Carlos <strong>II</strong>, junto a la<br />

ciudad <strong>de</strong> Kingston, a Hampton-Court, palacio<br />

que baña el río Támesis.<br />

Los paisajes extién<strong>de</strong>nse a su alre<strong>de</strong>dor<br />

tranquilos y ricos <strong>de</strong> vegetación; las casas <strong>de</strong><br />

ladrillo arrojan por sus chimeneas azuladas<br />

humaredas que atraviesan las copas espesas y<br />

apiñadas <strong>de</strong> los abetos amarillos y ver<strong>de</strong>s; los<br />

muchachos aparecen y <strong>de</strong>saparecen en las pra<strong>de</strong>ras<br />

como amapolas que se doblan al soplo<br />

<strong>de</strong>l viento.<br />

Los gran<strong>de</strong>s carneros rumian cerrando<br />

los ojos a la sombra <strong>de</strong> los álamos blancos, y <strong>de</strong><br />

trecho en trecho, el martín pescador, <strong>de</strong> flancos


<strong>de</strong> esmeralda y oro, corta como bala mágica la<br />

superficie <strong>de</strong>l agua, rozando aturdidamente el<br />

hilo <strong>de</strong> su cofra<strong>de</strong>, el hombre pescador, que<br />

acecha, sentado sobre su batel, el paso <strong>de</strong> la<br />

tenca y <strong>de</strong>l sábalo.<br />

Sobre aquel paraíso, formado <strong>de</strong> negra<br />

sombra y <strong>de</strong> dulce luz, se levanta el palacio <strong>de</strong><br />

Hampton Court, construido por Wolsey, mansión<br />

que el orgulloso car<strong>de</strong>nal había creído <strong>de</strong>seable<br />

hasta para un soberano, y que, como<br />

cortesano tímido, tuvo que dar a su amo Enrique<br />

V<strong>II</strong>I, el cual había fruncido el ceño <strong>de</strong> envidia<br />

y codicia con sólo ver el aspecto <strong>de</strong>l nuevo<br />

palacio.<br />

Hampton-Court, <strong>de</strong> murallas <strong>de</strong> ladrillo,<br />

<strong>de</strong> enormes ventanas y <strong>de</strong> hermosas verjas <strong>de</strong><br />

hierro; Hampton-Court, con sus mil torrecillas,<br />

sus extraños campanarios, sus discretos paseos<br />

y sus fuentes interiores, semejantes a las <strong>de</strong> la<br />

Alhambra; Hamton-Court, lecho <strong>de</strong> rosas, jazmines<br />

y clemátidas. . . era alegría <strong>de</strong> la vista y<br />

<strong>de</strong>l olfato, el realce más encantador <strong>de</strong> aquel


cuadro <strong>de</strong> amor que ofreció Carlos <strong>II</strong>, entre las<br />

voluptuosas pinturas <strong>de</strong>l Ticiano, <strong>de</strong>l Por<strong>de</strong>done,<br />

<strong>de</strong> Van-Dyck, no obstante tener en su galería<br />

el retrato <strong>de</strong> Carlos 1, rey mártir, y taladradas<br />

sus puertas y ventanas por las balas puritanas<br />

que arrojaron los soldados <strong>de</strong> Cromwell, el<br />

24 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1648, cuando llevaron allí preso<br />

a Carlos I.<br />

Allí tenía su corte aquel rey ansioso<br />

siempre <strong>de</strong> placeres; aquel rey poeta por el <strong>de</strong>seo;<br />

aquel <strong>de</strong>sventurado <strong>de</strong> otro tiempo, que se<br />

pagaba, con un día <strong>de</strong> voluptuosidad, cada<br />

minuto apenas pasado <strong>de</strong> agonía y <strong>de</strong> miseria.<br />

Ni el suave césped <strong>de</strong> Hampton-Court,<br />

césped que al pisarlo parece terciopelo; ni el<br />

círculo <strong>de</strong> flores que se ciñe al pie <strong>de</strong> cada árbol,<br />

formando un lecho a los rosales <strong>de</strong> veinte<br />

pies que se abren al aire libre como gavillas<br />

artificiales; ni los gran<strong>de</strong>s tilos cuyas ramas<br />

bajan hasta el suelo como sauces, y velan el<br />

amor y las ilusiones a su sombra, o más bien<br />

bajo su cabellera; nada <strong>de</strong> eso era lo que amaba


Carlos <strong>II</strong> en su hermoso palacio <strong>de</strong> Hampton -<br />

Court.<br />

Tal vez serían entonces aquellas hermosas<br />

aguas, semejantes a las <strong>de</strong>l mar Caspio;<br />

aquellas aguas inmensas, rizadas por un viento<br />

fresco, como las ondulaciones <strong>de</strong> la cabellera <strong>de</strong><br />

Cleopatra; aquellas aguas tapizadas <strong>de</strong> berros,<br />

<strong>de</strong> nenúfares bancos, <strong>de</strong> bulbos vigorosos, que<br />

se entreabren para <strong>de</strong>jar ver como el huevo el<br />

germen <strong>de</strong> oro rutilante en el fondo <strong>de</strong> la envoltura<br />

lechosa; aquellas aguas llenas <strong>de</strong> murmullos,<br />

sobre las cuales navegan los cisnes negros<br />

y los pequeños ána<strong>de</strong>s, que persiguen a la mosca<br />

ver<strong>de</strong> en las espadañas, y a la rana en su<br />

madriguera <strong>de</strong> musgo.<br />

¿Serían acaso los enormes acebos <strong>de</strong><br />

ramaje bicolor, los risueños puentes echados<br />

sobre los canales, las ciervas que braman en los<br />

paseos interminables, y las aguzanieves que<br />

revolotean en los arriates <strong>de</strong> boj y <strong>de</strong> trébol?<br />

Porque <strong>de</strong> todo eso hay en Hampton-<br />

Court, más las espal<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> rosas blancas que


eptan a lo largo <strong>de</strong> los altos enrejados para<br />

<strong>de</strong>jar caer sobre el suelo su odorífera nieve;<br />

como se ven en el parque los vetustos sicómoros<br />

<strong>de</strong> troncos ver<strong>de</strong>gueantes que bañan sus<br />

pies en un poético y lujuriante moho.<br />

No, lo que Carlos <strong>II</strong> amaba en Hampton-Court<br />

eran las sombras sorpren<strong>de</strong>ntes que<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l mediodía se corrían sobre sus terrazas,<br />

cuando, como Luis XIV, había hecho<br />

pintar a las belda<strong>de</strong>s en su gabinete por uno <strong>de</strong><br />

los pincelas más hábiles <strong>de</strong> su tiempo, pinceles<br />

que sabían fijar en el lienzo un rayo escapado<br />

<strong>de</strong> tantos hermosos ojos que <strong>de</strong>spedían amor.<br />

<strong>El</strong> día en que llegamos a Hampton-Court, el<br />

cielo estaba apacible y sereno, como en un día<br />

<strong>de</strong> Francia; la temperatura era <strong>de</strong> una tibieza<br />

húmeda, y los geranios, los crecidos guisantes<br />

<strong>de</strong> olor, las jeringuillas y los heliotropos, sembrados<br />

a centenares en los jardines, exhalaban<br />

sus aromas embriagadores.<br />

Era la una. <strong>El</strong> rey, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> volver <strong>de</strong><br />

caza, había comido y visitado a la duquesa <strong>de</strong>


Castelmaine, su querida <strong>de</strong> nombre, cuya<br />

prueba <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad le permitía ya entregarse a<br />

su gusto a mil infi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s hasta la noche.<br />

Toda la Corte estaba entregada a las<br />

locuras <strong>de</strong> amor. Era aquella la época en que las<br />

damas preguntaban seriamente a los caballeros<br />

su opinión sobre tal o cual pie, más o menos<br />

gracioso, según estuviera calzado con media <strong>de</strong><br />

seda color <strong>de</strong> rosa o ver<strong>de</strong>.<br />

Era la época en que Carlos 11 <strong>de</strong>cía que<br />

no había salvación para una mujer que no llevase<br />

medias <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>, porque la señorita<br />

Lucy Stewart las gastaba <strong>de</strong> ese color.<br />

En tanto que el rey se entretenía en dar<br />

a conocer sus preferencias, pasemos nosotros a<br />

la arboleda <strong>de</strong> hayas que daba frente al terrado,<br />

y por la que iba una joven dama, en traje <strong>de</strong><br />

color severo, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otra vestida <strong>de</strong> color lila<br />

y azul obscuro.<br />

Atravesaron la terraza <strong>de</strong>l jardín, en<br />

medio <strong>de</strong> la cual se elevaba una hermosa fuente<br />

con sirenas <strong>de</strong> bronce, y siguieron más allá


conversando a lo largo <strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong> ladrillo,<br />

<strong>de</strong> la que resaltaban en el parque varios gabinetes<br />

<strong>de</strong> diversas formas; pero, como aquellos<br />

gabinetes estaban en su mayor parte ocupados,<br />

las jóvenes pasaron a<strong>de</strong>lante: la una ruborizada,<br />

la otra meditando.<br />

Llegaron, por último, al término <strong>de</strong><br />

aquella terraza que dominaba todo el Támesis,<br />

y hallando un sitio cómodo se sentaron una al<br />

lado <strong>de</strong><br />

otra.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> vamos, Stewart? - preguntó la<br />

más joven <strong>de</strong> las dos a su compañera.<br />

-Mi querida Graffon, vamos, ya lo ves, a<br />

don<strong>de</strong> tú nos llevas.<br />

-¿Yo?<br />

-Sí, tú; al extremo <strong>de</strong>l palacio, hacia el<br />

banco don<strong>de</strong> el joven francés espera y suspira.<br />

Miss Mary Graffon se <strong>de</strong>tuvo. -No -dijo<br />

a su compañera-; no voy allá.<br />

-¿Por qué? -Regresemos, Stewart.


-Al contrario, sigamos a<strong>de</strong>lante, y expliquémonos.<br />

-¿Sobre qué?<br />

-Sobre eso <strong>de</strong> ir el señor vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> a todos los paseos a que tú vas, y tú<br />

a los que va él.<br />

-Y <strong>de</strong>duces <strong>de</strong> ahí que me ama, o que yo<br />

le amo.<br />

-¿Por qué no? Es un joven muy gallardo...<br />

Creo que nadie nos oye -añadió miss Lucy<br />

Stewart, volviéndose con una sonrisa que indicaba<br />

no ser gran<strong>de</strong> su inquietud.<br />

-No, no -dijo Mary-; el rey se halla en su<br />

gabinete oval con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />

-A propósito <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />

Mary...<br />

-¿Qué?<br />

-Me parece que se ha <strong>de</strong>clarado caballero<br />

tuyo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su regreso <strong>de</strong> Francia. ¿Cómo va<br />

tu corazón por este lado?<br />

Mary Graffton se encogió <strong>de</strong> hombros.


-¡Bueno, bueno! Ya se lo preguntaré al<br />

gallardo <strong>Bragelonne</strong> -dijo Stewart riendo-; vámonos<br />

a buscarle cuanto antes.<br />

-¿Para qué?<br />

-Tengo que hablarle.<br />

-Aún no; escucha antes una palabra. Tú,<br />

Stewart, que sabes los secretillos <strong>de</strong>l rey...<br />

-¿Crees que los sepa?<br />

-Si tú no los sabes, ignoro quién pueda<br />

saberlos. Dime, ¿a qué ha<br />

venido el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a Inglaterra?<br />

¿Qué hace aquí?<br />

-Lo que todo gentilhombre enviado por<br />

su rey á otro rey.<br />

-Bien; pero, hablando seriamente, aunque<br />

la política no sea nuestro fuerte, sabemos lo<br />

bastante para compren<strong>de</strong>r que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

no ha traído misión importante.<br />

-Oye -dijo Stewart con afectada gravedad-;<br />

voy a ven<strong>de</strong>r en tu obsequio un secreto<br />

<strong>de</strong> Estado. ¿Quieres que te recite la carta <strong>de</strong><br />

recomendación dada por el rey Luis XIV al se-


ñor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y dirigida a Su Majestad el<br />

rey Carlos <strong>II</strong>?<br />

-Sí, por cierto.<br />

-Pues dice así: "Hermano mío, os envío a<br />

un gentilhombre <strong>de</strong> mi Corte, hijo <strong>de</strong> una persona<br />

a quien apreciáis. Tratadle bien, os lo ruego,<br />

y hacedle aficionarse a Inglaterra."<br />

-¿Eso <strong>de</strong>cía?<br />

-En los mismos términos u otros parecidos.<br />

No respondo <strong>de</strong> la forma, pero sí <strong>de</strong>l fondo.<br />

-Bien: ¿y qué has inferido <strong>de</strong> ahí, o más<br />

bien qué ha inferido el rey?<br />

-Que el rey <strong>de</strong> Francia tenía motivos<br />

para alejar al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y casarlo ...<br />

en otra parte que no sea Francia.<br />

-De modo que a consecuencia <strong>de</strong> esa<br />

carta...<br />

-<strong>El</strong> rey Carlos 11 ha recibido al señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>, según ya sabes, espléndida y amistosamente,<br />

dándole la mejor habitación <strong>de</strong> White-Hall,<br />

y, como tú eres la dama más preciosa


<strong>de</strong> su Corte, en atención a que has rehusado su<br />

corazón... ea, no hay por qué ruborizarse... ha<br />

querido inspirarte afición hacia el francés, y<br />

hacerle ese hermoso obsequio. Ahí tienes por lo<br />

que Su Majestad te ha hecho tornar parte en<br />

todos los paseos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>: a ti,<br />

here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> trescientas mil libras, futura duquesa,<br />

y joven tan buena como hermosa. En<br />

una palabra, eso ha sido un complot, una especie<br />

<strong>de</strong> conspiración, a la cual tú verás si quieres<br />

poner fuego, pues yo te entrego la mecha.<br />

Miss Mary sonrió con la expresión encantadora<br />

que le era familiar, y apretando el<br />

brazo <strong>de</strong> su compañera:<br />

-Dale las gracias al rey -dijo. -Sí, sí; pero<br />

el señor <strong>de</strong> Buckingham está celoso; mira lo que<br />

haces -replicó Lucy Stewart.<br />

Apenas habían sido dichas estas palabras,<br />

cuando salió el señor <strong>de</strong> Buckingham <strong>de</strong><br />

uno <strong>de</strong> los pabellones <strong>de</strong> la terraza, y, acercándose<br />

a las dos jóvenes con una sonrisa:


-Os equivocáis, miss Lucy -replicó-, no,<br />

no estoy celoso, y en prueba <strong>de</strong> ello, miss Mary,<br />

allá abajo tenéis al que <strong>de</strong>bería ser la causa <strong>de</strong><br />

mis celos, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que está<br />

allí solo, absorto en sus meditaciones. ¡Pobre<br />

muchacho! Permitidme que le <strong>de</strong>je vuestra<br />

agradable compañía por algunos momentos,<br />

pues tengo que hablar a miss Lucy Stewart.<br />

Entonces, inclinándose hacia miss Lucy:<br />

-¿Me haréis -le preguntó el honor <strong>de</strong><br />

aceptar mi brazo para ir a saludar al rey, que<br />

nos espera?<br />

Y, al pronunciar estas palabras, Buckingham,<br />

con amable sonrisa tomó la mano <strong>de</strong><br />

miss Lucy, y se llevó a ésta.<br />

Mary Graffton, luego que quedó sola,<br />

inclinando la cabeza sobre el hombro con aquel<br />

gracioso abandono peculiar <strong>de</strong> las jóvenes inglesas,<br />

permaneció por un momento inmóvil,<br />

con los ojos fijos en Raúl, pero como in<strong>de</strong>cisa<br />

sobre lo que había <strong>de</strong> hacer. Al fin, luego que<br />

sus mejillas, perdiendo y recobrando al-


ternativamente el color, revelaron el combate<br />

que tenía lugar en su corazón, la joven pareció<br />

tomar una resolución, y se aproximó con paso<br />

bastante firme hacia el banco en que estaba<br />

Raúl entregado a sus reflexiones.<br />

Por ligero que fuera el ruido <strong>de</strong> los pasos<br />

<strong>de</strong> miss Mary sobre el menudo césped, llamó<br />

la atención <strong>de</strong> Raúl; volvió la cabeza, vio a<br />

la joven y se a<strong>de</strong>lantó a recibir a la compañera<br />

que su buena fortuna le <strong>de</strong>paraba.<br />

-Me envían a vuestro lado, señor -dijo<br />

Mary Craffton-. ¿Me aceptáis?<br />

-¿Y a quién <strong>de</strong>bo tan marcado favor,<br />

señorita? -preguntó Raúl.<br />

-Al señor <strong>de</strong> Buckingham -replicó Mary<br />

afectando alegría.<br />

-¿Al señor <strong>de</strong> Buckingham, que con tanto<br />

anhelo busca siempre vuestra preciosa compañía?<br />

Señorita, ¿<strong>de</strong>bo creerlo?<br />

-En efecto, señor, ya lo veis; todo conspira<br />

a que pasemos juntos la mejor, o más bien,<br />

la mayor parte <strong>de</strong> los días. Ayer fue el rey el


que me mandó que os hiciese sentar en la mesa<br />

a mi lado; hoy, es el señor <strong>de</strong> Buckingham<br />

quien me ruega que venga a sentarme al lado<br />

vuestro en este banco.<br />

-¿Y se ha alejado a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme libre<br />

la plaza? -preguntó Raúl con embarazo.<br />

-Miradle allí, que va a <strong>de</strong>saparecer con<br />

miss Stewart por el recodo que forma la arboleda.<br />

¿Se gastan complacencias <strong>de</strong> esta clase en<br />

Francia, señor vizcon<strong>de</strong>?<br />

-Señorita, apenas os puedo <strong>de</strong>cir lo que<br />

se acostumbra en Francia, pues casi no soy<br />

francés. He vivido en muchos países, casi siempre<br />

como soldado, y a<strong>de</strong>más he pasado gran<br />

parte <strong>de</strong> mi vida en el campo, <strong>de</strong> suerte que soy<br />

bastante agreste.<br />

-¿No estáis contento en Inglaterra?<br />

-No sé -dijo Raúl distraídamente y exhalando<br />

un suspiro.<br />

-¿Cómo que no sabéis? -Perdonad -<br />

apresuróse a <strong>de</strong>cir Raúl, sacudiendo la cabeza,


como para salir <strong>de</strong> su distracción-, perdonad,<br />

no os había oído.<br />

-¡Ay! -exclamó la joven suspirando a su<br />

vez-. ¡Mal ha hecho el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />

en enviarme aquí!<br />

-¿Ha hecho mal? -dijo con viveza Raúl-.<br />

Tenéis razón; mi compañía es fastidiosa, y os<br />

aburrís conmigo. Mal ha hecho el señor <strong>de</strong><br />

Buckingham en enviaros aquí.<br />

-Precisamente -replicó la joven con su<br />

voz grave y armoniosa-, por no aburrirme con<br />

vos, ha hecho mal el señor <strong>de</strong> Buckingham en<br />

enviarme al lado vuestro.<br />

Raúl se sonrojó <strong>de</strong> nuevo.<br />

-¿Pero cómo es -dijo que el señor <strong>de</strong><br />

Buckingham os haya enviado a mi lado, y que<br />

vos hayáis venido? <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Buckingham os<br />

ama, y vos le amáis.<br />

-No -respondió gravemente Mary-, no.<br />

<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Buckingham no me ama, puesto<br />

que-ama a la duquesa <strong>de</strong> Orleáns; y, en cuanto<br />

a mí, no profeso amor al duque.


Raúl miró a la joven, sorprendido.<br />

-¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />

vizcon<strong>de</strong>? -continuó ésta.<br />

-<strong>El</strong> duque me hace el honor <strong>de</strong> llamarme<br />

amigo suyo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nos vimos en Francia.<br />

-¿No sois entonces más que simples<br />

conocidos?<br />

-No; porque el señor <strong>de</strong> Buckingham es<br />

amigo íntimo <strong>de</strong> un gentilhombre a quien amo<br />

como a un hermano.<br />

-¿Del señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Sí, señorita.<br />

-¿Que ama a la señora duquesa <strong>de</strong> Orleáns?<br />

-¡Oh! ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />

-Y que es amado por ella -prosiguió<br />

tranquilamente la joven. Raúl bajo la cabeza.<br />

Mis Mary Graffton prosiguió con un suspiro:<br />

-¡Qué dichosos son! ... Vamos, señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>, no hagáis caso <strong>de</strong> mí, pues el señor<br />

<strong>de</strong> Buckingham os ha dado un encargo bien<br />

enojoso con ofrecerme a vos para compañera <strong>de</strong>


paseo. Vuestro corazón está en otra parte, y a<br />

duras penas me concedéis un poco <strong>de</strong> atención<br />

... Confesad, confesad... Haríais mal en negarlo,<br />

vizcon<strong>de</strong>.<br />

-Señorita, no lo niego. Miss Mary le<br />

miró.<br />

Mostrábase Raúl tan sincero y hermoso,<br />

su mirada revelaba tan amable franqueza y tal<br />

resolución, que no pudo ocurrírsele a una mujer<br />

tan distinguida como miss Mary la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

que el joven fuese un <strong>de</strong>scortés o un necio.<br />

Lo que vio fue que amaba a otra mujer<br />

que no era ella con toda la franqueza <strong>de</strong> su corazón.<br />

-Os comprendo -dijo-; estáis enamorado<br />

en Francia.<br />

Raúl se inclinó.<br />

-¿Sabe el duque ese amor? -Nadie lo<br />

sabe -contestó Raúl.<br />

-¿Y por qué no me lo confesáis a mí?<br />

-Señorita... . . .<br />

-Vamos, explicaos.


-No puedo.<br />

-Entonces, me toca a mí abriros el camino:<br />

no queréis <strong>de</strong>cirme nada porque estáis persuadido,<br />

ahora, <strong>de</strong> que no amo al duque, porque<br />

veis que quizá yo os habría amado, porque<br />

sois un gentilhombre todo corazón y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za,<br />

que en lugar <strong>de</strong> tomar, aun cuando sólo<br />

fuera por distraeros un momento, una mano<br />

que se arrima a la vuestra, en lugar <strong>de</strong> sonreír a<br />

mi boca que os sonreía, habéis preferido, vos,<br />

que sois joven, <strong>de</strong>cirme, a mí que soy hermosa:<br />

"¡Amo en Francia!" Pues bien, gracias, señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>; sois un noble gentilhombre, y por<br />

eso os amo más... en amistad. No hablemos ya<br />

<strong>de</strong> mí, por tanto, sino <strong>de</strong> vos. Olvidad que miss<br />

Graffton os ha hablado <strong>de</strong> ella; <strong>de</strong>cidme por<br />

qué estáis triste, por qué lo estáis más aún <strong>de</strong><br />

algunos días a esta parte.<br />

Raúl conmovióse hasta lo íntimo <strong>de</strong> su<br />

corazón al oír el acento dulce y melancólico <strong>de</strong><br />

aquella voz, y no


pudo hallar palabras para contestar. La joven<br />

acudió otra vez en su ayuda.<br />

-Compa<strong>de</strong>cedme -le dijo-. Mi madre era<br />

francesa; <strong>de</strong> consiguiente, puedo <strong>de</strong>cir que soy<br />

francesa por la sangre y el alma. Pero sobre este<br />

ardor pesan incesantemente las nieblas y la<br />

tristeza <strong>de</strong> Inglaterra. A veces tengo mis sueños<br />

<strong>de</strong> oro y <strong>de</strong> mágicas felicida<strong>de</strong>s; pero <strong>de</strong> repente<br />

viene la bruma y los hace <strong>de</strong>saparecer.<br />

Así me ha pasado ahora también. Perdonad, no<br />

hablemos más <strong>de</strong> esto; dadme vuestra mano, y<br />

confiad vuestros pesares a una amiga.<br />

-¡Decís que sois francesa, francesa <strong>de</strong><br />

alma y <strong>de</strong> sangre!<br />

-Sí, lo repito; no sólo mi madre era francesa,<br />

sino que también, como mi padre, amigo<br />

<strong>de</strong> Carlos I, se <strong>de</strong>sterró a Francia, y en tanto<br />

duró el proceso <strong>de</strong>l príncipe y la vida <strong>de</strong>l Protector,<br />

fui educada en París; a la restauración<br />

<strong>de</strong>l rey Carlos 11, mi padre volvió a Inglaterra,<br />

don<strong>de</strong> murió poco <strong>de</strong>spués... ¡pobre padre!


Entonces, el rey Carlos me hizo duquesa y<br />

completó mis rentas.<br />

-¿Tenéis algún pariente en Francia? -<br />

preguntó Raúl con señalado interés.<br />

-Tengo una hermana, siete u ocho años<br />

mayor que yo, que casó en Francia y enviudó<br />

<strong>de</strong>spués. Se llama madame <strong>de</strong> Belliére.<br />

Raúl hizo un movimiento.<br />

-¿La conocéis?<br />

-La he oído nombrar. -También ama, y<br />

sus últimas cartas me anuncian que es dichosa:<br />

<strong>de</strong> consiguiente, es correspondida. Yo, como os<br />

<strong>de</strong>cía, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, tengo la mitad <strong>de</strong><br />

su alma, aunque no la mitad <strong>de</strong> su felicidad.<br />

Pero hablemos <strong>de</strong> vos. ¿A quién amáis en Francia?<br />

-A una joven, dulce y blanca como un<br />

lirio.<br />

-Pero, si ella os ama, ¿por qué estáis<br />

melancólico?<br />

-Me han dicho que ya no me ama.<br />

-No lo creeréis, supongo.


-<strong>El</strong> que me lo ha escrito no firma su carta.<br />

-¡Una <strong>de</strong>nuncia anónima! ¡Oh! ¡Eso es<br />

alguna traición! -dijo miss Graffton.<br />

-Mirad -dijo Raúl enseñando a la joven<br />

un billete que había leído cien veces.<br />

Mary Graffton cogió el billete, y leyó:<br />

"<strong>Vizcon<strong>de</strong></strong>, hacéis muy bien en divertiros<br />

ahí con las hermosas damas <strong>de</strong>l rey Carlos<br />

<strong>II</strong>; porque, en !a corte <strong>de</strong>l rey Luis XIV, os sitian<br />

en el palacio <strong>de</strong> vuestros amores. Permaneced,<br />

pues, para siempre en Londres, pobre vizcon<strong>de</strong>,<br />

o regresad cuanto antes a París."<br />

-No hay firma -dijo miss Mary.<br />

-No.<br />

-De consiguiente, no daréis fe a eso.<br />

-No; pero ved esta otra carta.<br />

-¿De quién?<br />

-Del señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Oh! ¡Eso es otra cosa! Y esa carta, ¿qué<br />

os dice?<br />

-Leed.


"Amigo mío, estoy herido y enfermo.<br />

¡Volved, Raúl, volved!<br />

"GUICHE."<br />

-¿Y qué vais a hacer? -preguntó la joven<br />

con el corazón oprimido.<br />

-Al recibir la carta, lo primero que hice<br />

fue pedir permiso al rey.<br />

-¿Y la recibisteis?...<br />

-Anteayer.<br />

-Está fechada en Fontainebleau.<br />

-Y es extraño, ¿no?, estando la Corte en<br />

París. Y al fin me hubiera ido. Pero, cuando<br />

hablé al rey <strong>de</strong> mi marcha, se echó a reír y me<br />

dijo: "Señor embajador, ¿a qué viene ahora esa<br />

marcha? ¿Os llama por ventura vuestro amo?"<br />

Quedéme sonrojado y <strong>de</strong>sconcertado, pues, en<br />

efecto, el rey me ha enviado aquí y no he recibido<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> regresar. Mary frunció el ceño,<br />

pensativa.<br />

-¿Y os quedáis? -preguntó.<br />

-Es necesario, señorita.<br />

-¿Y la que amáis?


-¿Qué?<br />

-¿Os escribe?<br />

-Jamás.<br />

-¡Jamás! ¡Oh! ¿Conque no os ama?<br />

-A lo menos no me ha escrito <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

me marché.<br />

-¿Os escribía antes?<br />

-A veces ... ¡Oh! Creo que no habrá<br />

podido.<br />

-Aquí viene el duque: silencio. En efecto,<br />

por el extremo <strong>de</strong>l paseo aparecía Buckingham,<br />

solo y risueño. Luego que llegó, tendió la<br />

mano a los dos interlocutores.<br />

-¿Os habéis entendido? -dijo.<br />

-¿Sobre qué? -preguntó Mary Graffton.<br />

-Sobre lo que pueda haceros a vos dichosa,<br />

querida Mary, y a Raúl menos <strong>de</strong>sgraciado.<br />

-No os comprendo, milord - contestó<br />

Raúl.<br />

-Lo siento, miss Mary. ¿Queréis que me<br />

explique <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l señor?


Y sonrió.<br />

-Si queréis <strong>de</strong>cir -repuso la joven con<br />

orgullo- que estaba dispuesta a amar al señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, es inútil, pues ya se lo he dicho.<br />

Buckingham reflexionaba y, sin <strong>de</strong>sconcertarse,<br />

como ella esperaba:<br />

-Por lo mismo -dijo-, que sé que tenéis<br />

un <strong>de</strong>licado espíritu y sobre todo un alma leal,<br />

os he <strong>de</strong>jado con el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, cuyo<br />

corazón enfermo pue<strong>de</strong> curar en manos <strong>de</strong> un<br />

médico como vos.<br />

-Pero, milord, antes <strong>de</strong> hablarme <strong>de</strong>l<br />

corazón <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, me hablasteis<br />

<strong>de</strong>l vuestro. ¿Queréis que cure dos corazones al<br />

mismo tiempo?<br />

-Es cierto, miss Mary; pero me haréis la<br />

justicia <strong>de</strong> creer que he abandonado una pretensión<br />

inútil, reconociendo que mi herida era<br />

incurable.<br />

Mary se recogió un instante. -Milord -<br />

dijo-, el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es feliz. Ama y es


amado. Por consiguiente, no necesita <strong>de</strong> ningún<br />

médico como yo.<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo Buckingham-,<br />

está en vísperas <strong>de</strong> contraer una grave<br />

enfermedad, y ahora más que nunca necesita<br />

que su corazón se ponga en cura.<br />

-¡Explicaos, milord! -requirió vivamente<br />

Raúl.<br />

-No, me explicaré poco a poco; mas si lo<br />

<strong>de</strong>seáis, puedo <strong>de</strong>cir a miss Mary lo que vos no<br />

podéis oír.<br />

-¡Milord, me tenéis en un cruel tormento;<br />

milord, algo sabéis por fuerza!<br />

-Sé que miss Mary es el objeto más encantador<br />

que un Corazón enfermo pue<strong>de</strong> apetecer.<br />

-Milord, ya os he dicho que el vizcon<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ama en otra parte -dijo la joven.<br />

-Hace mal.<br />

-¿Lo sabéis, señor duque? ¿Sabéis que<br />

hago mal?<br />

-Sí.


-¿Pero a quién ama? -exclamó la joven.<br />

-A una mujer indigna <strong>de</strong> él -dijo tranquilamente<br />

Buckingham, con la flema que sólo<br />

un inglés pue<strong>de</strong> hallar en su cabeza y en su<br />

corazón.<br />

Miss Mary Graffton lanzó un grito que,<br />

no menos que as palabras pronunciadas por<br />

Buckingham hizo pintarse en las mejillas <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l sobrecogimiento y la<br />

imagen <strong>de</strong>l terror.<br />

-¡Duque -murmuró-, habéis pronunciado<br />

palabras tales, que, sin tardar ni un segundo,<br />

voy a buscar su explicación a París!<br />

-Os quedaréis aquí -dijo Buckingham.<br />

-¿Yo? -Sí, vos.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque no tenéis <strong>de</strong>recho a marcharos,<br />

y no se <strong>de</strong>ja el servicio <strong>de</strong> un rey por el <strong>de</strong> una<br />

mujer, aunque sea tan digna <strong>de</strong> ser amada como<br />

miss Mary Graffton.<br />

-Entonces, informadme.<br />

-Lo haré. ¿Pero os quedaréis?


-Sí, con tal que seáis sincero conmigo.<br />

En esto estaban, y sin duda Buckingham<br />

iba a <strong>de</strong>cir no todo lo que había, sino todo lo<br />

que sabía, cuando por el extremo <strong>de</strong> la terraza<br />

apareció un lacayo <strong>de</strong>l rey, y se a<strong>de</strong>lantó hacia<br />

el gabinete don<strong>de</strong> estaba el rey con miss Lucy<br />

Stewart.<br />

Aquel hombre precedía a un correo lleno<br />

<strong>de</strong> polvo, que parecía haber echado pie a<br />

tierra momentos antes.<br />

-¡<strong>El</strong> correo <strong>de</strong> Francia! ¡<strong>El</strong> correo <strong>de</strong> Madame!<br />

-exclamó Raúl viendo la librea <strong>de</strong> la duquesa.<br />

<strong>El</strong> hombre y el correo hicieron avisar al<br />

rey, mientras el duque y miss Graffton cambiaban<br />

una mirada <strong>de</strong> inteligencia.<br />

XLIV<br />

EL CORREO DE MADAME<br />

Carlos <strong>II</strong> se había propuesto <strong>de</strong>mostrar a<br />

miss Stewart que no pensaba más que en ella;


en consecuencia, le prometió un amor igual al<br />

que su abuelo Enrique IV había profesado a<br />

Gabriela. Desgraciadamente para Carlos <strong>II</strong>,<br />

eligió mal día, porque fue precisamente uno en<br />

que a miss Stewart se le puso en la cabeza dar<br />

celos al rey. De modo que en vez <strong>de</strong> enternecerse<br />

al oír aquella promesa, como esperaba<br />

Carlos <strong>II</strong>, se echó a reír.<br />

-¡Oh, señor, señor! -exclamó sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

reír-. Si tuviera la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> pediros una<br />

prueba <strong>de</strong> ese amor, ¡cuán fácilmente se vería<br />

que mentís!<br />

-Escuchad -le dijo Carlos-; ya conocéis<br />

mis cartones <strong>de</strong> Rafael y el aprecio en que los<br />

tengo; el mundo me los envidia. Mi padre los<br />

hizo comprar por Van-Dyck. ¿Queréis que los<br />

trasla<strong>de</strong> hoy mismo a vuestra casa?<br />

-¡Oh, no! -replicó la joven-. No hagáis tal<br />

cosa, señor; mi casa es muy reducida para hospedar<br />

tales huéspe<strong>de</strong>s.<br />

-Entonces, os donaré Hampton Court<br />

para que coloquéis los cartones.


-Sed menos generoso, señor, y amad<br />

más tiempo: esto es cuanto <strong>de</strong>seo.<br />

-Os amaré eternamente; ¿creéis que sea<br />

bastante?<br />

-Veo que os reís, señor. ¿Quisierais que<br />

llorase?<br />

-No; pero quisiera veros algo más melancólico.<br />

-¡A Dios gracias, hermosa mía, lo he<br />

estado bastante tiempo! Catorce años <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro,<br />

<strong>de</strong> pobreza y <strong>de</strong> miseria, me parece que ya<br />

es <strong>de</strong>uda satisfecha; a<strong>de</strong>más, la melancolía afea.<br />

-¡Ca! Ved, si no, al joven francés.<br />

-¡Oh! ¡<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>!...<br />

¿Vos también? Dios me perdone, pero creo que,<br />

unas tras otras, todas se van a volver locas... <strong>El</strong><br />

vizcon<strong>de</strong> tiene motivos para estar melancólico.<br />

-¿Cuáles?<br />

-¡Ah, caramba! ¿Será preciso también<br />

que os revele los secretos <strong>de</strong> Estado?


-Sí lo será, si yo quiero, ya que habéis<br />

dicho que estábais dispuesto a hacer todo lo<br />

que yo quisiera.<br />

-Pues bien, se aburre en este país. ¿Estáis<br />

contenta?<br />

-¿Se aburre?<br />

-Si; prueba <strong>de</strong> que es un necio.<br />

-¿Cómo un necio?<br />

-¡Claro! ¿No comprendéis? ¡Le permito<br />

amar a miss Lucy Stewart, Y él se aburre!<br />

-¡Bueno! Eso significa que si no os amase<br />

miss Lucy Stewart, os consolaríais amando a<br />

miss Mary Graffton.<br />

-No he dicho eso: en primer lugar, sabéis<br />

perfectamente que miss Mary Graffton no<br />

me ama, y para consolarse uno <strong>de</strong> un amor<br />

perdido, es preciso que halle otro. Y, a<strong>de</strong>más,<br />

aquí no se trata <strong>de</strong> mí, sino <strong>de</strong> ese joven. No<br />

parece sino que la que <strong>de</strong>ja allá es una <strong>El</strong>ena,<br />

por supuesto, antes <strong>de</strong> que conociera a París.<br />

-¿Pero <strong>de</strong>ja alguien allá ese gentilhombre?


-Más bien le <strong>de</strong>jan.<br />

-¡Pobre joven! Le está bien empleado.<br />

-¿Y por qué?<br />

-Sí: porque se va.<br />

-¿Suponéis que se ha ido por gusto?<br />

-¿Se ha ido obligado?<br />

-Por or<strong>de</strong>n, querida Stewart, <strong>de</strong> quien<br />

pue<strong>de</strong> or<strong>de</strong>nar en París.<br />

-¿Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> quién?<br />

-¿A ver si lo acertáis?<br />

-¿Del rey?<br />

-Exacto.<br />

-¡Ah! Me abrís los ojos.<br />

-No digáis nada, ¿eh?<br />

-Ya sabéis que, en cuanto a discreción,<br />

valgo como un hombre. De modo, ¿qué el rey<br />

es quien le aleja? -Sí.<br />

-Y, durante su ausencia, le birla la dama.<br />

-Sí, y el pobre muchacho, en vez <strong>de</strong> dar<br />

las gracias al rey, no hace más que lamentarse.<br />

-¿Dar las gracias al rey, porque le birla a<br />

su amada? En verdad, señor, que lo que estáis


diciendo no es nada galante para las mujeres en<br />

general, y particularmente para las amantes.<br />

-¡Compren<strong>de</strong>d bien lo que os digo, pardiez!<br />

Si esa mujer que el rey le roba fuera una<br />

miss Graffton o una miss Stewart, sería <strong>de</strong> su<br />

opinión, y hasta lo encontraría poco <strong>de</strong>sesperado;<br />

pero se trata <strong>de</strong> una chiquilla flaca y coja...<br />

¡Al diablo la fi<strong>de</strong>lidad!, como dicen en Francia.<br />

Rehusar una rica por otra pobre, a una que le<br />

ama por otra que le engaña, ¿se ha visto cosa<br />

igual?<br />

-¿Creéis que Mary <strong>de</strong>see en serio agradar<br />

al vizcon<strong>de</strong>, señor?<br />

-Sí, lo creo.<br />

-Pues bien, el vizcon<strong>de</strong> se acostumbrará<br />

a Inglaterra. Mary tiene buena cabeza, y cuando<br />

quiere, quiere bien.<br />

-Mi querida miss Stewart, si el vizcon<strong>de</strong><br />

ha <strong>de</strong> aclimatarse en este país, no hay tiempo<br />

que per<strong>de</strong>r; anteayer vino ya a pedirme permiso<br />

para partir.


-¿Y se lo habéis negado? -¡Ya lo creo! <strong>El</strong><br />

rey, mi hermano, toma muy a pechos que ese<br />

joven esté ausente, y respecto a mí, tengo interesado<br />

en ello mi amor propio; no quiero que se<br />

diga que he presentado a ese young man el<br />

cebo más noble y más dulce <strong>de</strong> Inglaterra...<br />

-Galante estáis, señor -contestó miss<br />

Stewart con encantador mohín.<br />

No hablo <strong>de</strong> miss Stewart -dijo el rey-; ése es un<br />

regio cebo, y puesto que yo he picado en él, no<br />

quiero que otro pique; en fin, no es justo que<br />

ese joven <strong>de</strong>saire mis obsequios; se quedará<br />

entre nosotros, y se casará aquí, o Dios me con<strong>de</strong>ne.<br />

-Y espero que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casado, en<br />

vez <strong>de</strong> inculpar a Vuestra Majestad, le estará<br />

agra<strong>de</strong>cido; todo el mundo se apresura a complacerle,<br />

hasta el señor <strong>de</strong> Buckingham, que, a<br />

pesar <strong>de</strong> su orgullo, parece reconocerle alguna<br />

superioridad.<br />

-Y hasta miss Stewart, que le llama caballero<br />

encantador. Escuchad, señor: bastante me


habéis elogiado a miss Graffton, conque permitidme<br />

que me <strong>de</strong>squite en algo con <strong>Bragelonne</strong>.<br />

Noto que, <strong>de</strong> algún tiempo a esta parte, manifestáis<br />

una bondad que me sorpren<strong>de</strong>: pensáis<br />

en los ausentes; perdonáis injurias; sois casi<br />

perfecto...<br />

-¿De qué proviene eso?<br />

Carlos <strong>II</strong> se echó a reír.<br />

-Es porque os <strong>de</strong>jáis amar -dijo.<br />

-¡Oh! Alguna otra razón habrá.<br />

-¡Vaya! La <strong>de</strong> que así obligo a mi hermano<br />

Luis XIV.<br />

-Otra <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber aún.<br />

-Pues bien, el verda<strong>de</strong>ro motivo es que<br />

Buckingham me recomendó a ese joven, y me<br />

dijo: "Señor, principio por renunciar en favor<br />

<strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a miss Graffton;<br />

haced vos lo propio".<br />

-¡Oh, el duque es todo un caballero!<br />

-¡Vaya; calentaos ahora los cascos por<br />

Buckingham! Parece que os habéis empeñado<br />

hoy en hacerme con<strong>de</strong>nar.


En aquel momento llamaron a la puerta.<br />

-¿Quién se permite incomodarnos? -dijo<br />

Carlos con impaciencia.<br />

-En verdad, señor -dijo Stewart-, he ahí<br />

un quién se permite <strong>de</strong> la más suprema fatuidad;<br />

y, para castigaros. . .<br />

Y fue ella misma a abrir la puerta.<br />

-¡Ah! Es un mensajero <strong>de</strong> Francia -<br />

exclamó miss Stewart.<br />

-¡Un mensajero <strong>de</strong> Francia! -exclamó<br />

Carlos-. ¿De mi hermana tal vez?<br />

-Sí, señor -dijo el ujier <strong>de</strong> cámara-, y<br />

mensajero especial.<br />

-¡Entrad, entrad! -dijo Carlos.<br />

<strong>El</strong> correo entró.<br />

-¿Traéis carta <strong>de</strong> la señora duquesa <strong>de</strong><br />

Orleáns? -preguntó el rey.<br />

-Sí, señor -respondió el correo-; y con tal<br />

urgencia, que no he empleado más que veintiséis<br />

horas en traerla a Vuestra Majestad, no<br />

obstante haber perdido tres cuartos <strong>de</strong> hora en<br />

Calais.


-Se os recompensará ese celo -dijo el rey.<br />

Y abrió la carta.<br />

Luego, echándose a reír a carcajadas:<br />

-En verdad -exclamó- que no comprendo<br />

nada.<br />

Y leyó la carta nuevamente. Miss Stewart<br />

aparentaba la mayor reserva, procurando<br />

reprimir su ardiente curiosidad.<br />

-Francisco -dijo el rey a su lacayo-, cuida<br />

<strong>de</strong> que traten bien a ese valiente mozo, y que,<br />

mañana al <strong>de</strong>spertar, encuentre a la cabecera <strong>de</strong><br />

su cama un saquito <strong>de</strong> cincuenta luises.<br />

-¡Señor!<br />

-¡Anda, amigo, anda! Razón sobrada<br />

tenía mi hermana en encargarte actividad; es<br />

cosa urgente en efecto.<br />

Y se echó a reír con más ganas que antes.<br />

<strong>El</strong> mensajero, el sirviente y la misma<br />

miss Stewart no sabían qué aire tomar.


-¡Vaya! -continuó el rey, echándose sobre<br />

el respaldo <strong>de</strong>l sillón-. Y cuando consi<strong>de</strong>ro<br />

que has reventado... ¿cuántos caballos?<br />

-Dos.<br />

-¡Dos caballos para traer esta noticia!<br />

Muy bien, amigo, muy bien. <strong>El</strong> correo salió con<br />

el criado. Carlos <strong>II</strong> se fue a abrir la ventana, y,<br />

asomándose:<br />

-¡Duque -prorrumpió-, duque <strong>de</strong> Buckingham,<br />

mi querido Buckingham, venid!<br />

<strong>El</strong> duque se apresuró *a obe<strong>de</strong>cer; Pero,<br />

cuando llegó al umbral <strong>de</strong> la puerta y vio a<br />

miss Stewart, titubeó en entrar.<br />

-Entra y cierra la puerta, duque.<br />

<strong>El</strong> duque obe<strong>de</strong>ció, y, viendo al rey <strong>de</strong><br />

tan buen humor, se aproximó sonriendo.<br />

-Vamos a ver, querido duque, ¿a qué<br />

altura te hallas con tu francés?<br />

-Desesperado hasta no po<strong>de</strong>r más.<br />

-¿Y por qué?<br />

-Porque la adorable miss Graffton quiere<br />

casarse con él, y el no quiere.


-¡Pero ese francés no es más que un beocio!<br />

-exclamó miss Stewart-. Que diga sí o no, y<br />

concluya <strong>de</strong> una vez.<br />

-Supongo, señor -dijo seriamente Buckingham-,<br />

que sabéis o <strong>de</strong>béis saber que el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ama en otra parte.<br />

-Entonces -dijo el rey acudiendo en<br />

ayuda <strong>de</strong> miss Stewart-, no hay cosa más sencilla:<br />

que diga que no.<br />

-¡Oh, es que le he <strong>de</strong>mostrado lo mal<br />

que hacía en no <strong>de</strong>cir que sí!<br />

-¿Le has dicho, pues, que su La Valliére<br />

le engaña?<br />

-Se lo he dicho, sin andarme con ro<strong>de</strong>os.<br />

-¿Y qué ha hecho?<br />

-Dar un brinco como si quisiese salvar el<br />

estrecho.<br />

-Al fin -dijo miss Stewart-, ya ha hecho<br />

algo: no es poca suerte.<br />

-Pero pu<strong>de</strong> contenerle -continuó Buckingham-,<br />

se lo entregué a miss Mary, y espero<br />

que no tendrá ya tanta prisa por partir.


-¿Pensaba irse? -exclamó el rey.<br />

-Por un momento llegué a creer que no<br />

había fuerzas humanas que bastasen a contenerle;<br />

pero los ojos <strong>de</strong> miss Mary taladran: se<br />

quedará.<br />

-Pues bien, estás en un error, Buckingham<br />

-dijo el rey estallando <strong>de</strong> risa-; ese <strong>de</strong>sgraciado<br />

está pre<strong>de</strong>stinado.<br />

-¿Pre<strong>de</strong>stinado a qué?<br />

-A ser engañado, lo cual es poca cosa;<br />

pero, por lo que se ve, ya es algo.<br />

-A distancia, y con el auxilio <strong>de</strong> miss<br />

Graffton, podrá pararse el golpe<br />

-Pues bien, nada <strong>de</strong> eso; ni habrá<br />

distancia ni ayuda <strong>de</strong> miss Graffton. <strong>Bragelonne</strong><br />

partirá para París <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una hora.<br />

Buckingham tembló, y miss Stewart<br />

abrió ojos tamaños.<br />

-Pero, señor -replicó el duque-, Vuestra<br />

Majestad sabe que eso es imposible.<br />

-Lo imposible, mi querido Buckingham,<br />

es lo contrario.


-Señor, figuraos que ese joven es un<br />

león.<br />

-Y aun cuando así sea, Villiers.<br />

-Y su cólera es terrible.<br />

-No digo que no, querido amigo.<br />

-Si ve su <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> cerca, tanto peor<br />

para el autor <strong>de</strong> ella.<br />

-Bien; ¿pero qué quieres que le haga?<br />

-¡Aun cuando fuese el rey -exclamó<br />

Buckingham gravemente-, no respon<strong>de</strong>ría yo<br />

<strong>de</strong> él!<br />

-¡Oh! <strong>El</strong> rey tiene mosqueteros que le<br />

guar<strong>de</strong>n -dijo Carlos tranquilamente-, tengo<br />

motivos para saberlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me vi precisado<br />

a hacer antesala en su casa en Blois. Está a<br />

su lado el señor <strong>de</strong> Artagnan. ¡Diantre! ¡Vaya<br />

un guardián! No temería yo veinte cóleras como<br />

las <strong>de</strong> tu <strong>Bragelonne</strong> si tuviese cuatro guardias<br />

como el señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¡Oh! Pero Vuestra Majestad, que es tan<br />

bondadoso, lo reflexionará bien -dijo Buckingham.


-Toma -dijo Carlos <strong>II</strong> presentando la<br />

carta al duque-; lee y contesta tú mismo. ¿Qué<br />

harías en mi lugar?<br />

Buckingham cogió lentamente la carta<br />

<strong>de</strong> Madame, y leyó estas palabras temblando<br />

<strong>de</strong> emoción:<br />

"Por vos, por mí, por el honor y la salvación <strong>de</strong><br />

todos, enviad inmediatamente a Francia al señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

"Vuestra afectísima hermana. "ENRIQUETA."<br />

-¿Qué dices eso, Villiers?<br />

-A fe mía, señor, que ignoro qué <strong>de</strong>cir -<br />

respondió estupefacto el duque.<br />

-¿Me aconsejas todavía -dijo el rey con<br />

afectación-, que <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>zca a mi hermana<br />

cuando me habla con tales instancias?<br />

-¡Oh! No, no, señor; y sin embargo...<br />

-Pues no has leído todavía la postdata;<br />

que está en un doblez, y se me había escapado<br />

a mí mismo: lee.


<strong>El</strong> duque <strong>de</strong>shizo el doblez don<strong>de</strong> estaba<br />

aquella línea.<br />

"Mil recuerdos a los que me aman."<br />

<strong>El</strong> duque inclinó al suelo su frente <strong>de</strong>scolorida,<br />

y la carta tembló en sus manos, como<br />

si el papel se hubiese convertido en plomo.<br />

<strong>El</strong> rey aguardó un momento, y, viendo<br />

que Buckingham permanecía mudo:<br />

-Que siga su <strong>de</strong>stino, como nosotros el<br />

nuestro -prosiguió-; cada cual tiene que sufrir<br />

su pasión en este mundo; yo he sufrido ya la<br />

mía y la <strong>de</strong> los míos, que ha sido para mí una<br />

doble cruz. ¡Vayan ahora al <strong>de</strong>monio los cuidados!<br />

Anda, Villiers, y búscame a ese gentilhombre.<br />

<strong>El</strong> duque abrió la puerta enrejada <strong>de</strong>l<br />

gabinete, y, mostrando a Raúl y Mary, que iban<br />

al lado uno <strong>de</strong> otro:<br />

-¡Ay, señor -dijo-, qué crueldad para esa<br />

pobre miss Graffton! -Vamos, vamos, llámale -<br />

dijo Carlos <strong>II</strong> frunciendo sus negras cejas-. ¿Es<br />

que todo el mundo se encuentra aquí en estado


sentimental? ¡Vaya! ¿También miss Stewart se<br />

enjuga las lágrimas? ¡Con<strong>de</strong>nado francés! ...<br />

Anda.<br />

<strong>El</strong> duque llamó a Raúl, y, acercándose a<br />

tomar la mano <strong>de</strong> miss Graffton, la condujo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l gabinete <strong>de</strong>l rey.<br />

-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo Carlos <strong>II</strong>-,<br />

¿no me solicitábais anteayer permiso para volver<br />

a París?<br />

-Sí, señor -respondió Raúl, a quien aquella<br />

salida <strong>de</strong>sconcertó algún tanto.<br />

-Me parece, querido vizcon<strong>de</strong>, que os lo<br />

negué. ¿No es así?<br />

-Sí, señor.<br />

-¿Y os habéis incomodado por<br />

-No, señor; Vuestra Majestad habrá tenido<br />

excelentes motivos para ello; Vuestra Majestad<br />

tiene <strong>de</strong>masiada bondad y cordura para<br />

que no haga bien todo lo que hace.<br />

-Alegué, según creo, esta razón: que el<br />

rey <strong>de</strong> Francia no os había llamado.<br />

-Sí, señor; eso me dijo Vuestra Majestad.


-Pues bien, he reflexionado, señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>, que si bien el rey no os fijó la fecha<br />

<strong>de</strong> regreso, me recomendó que procurara haceros<br />

grata la permanencia en Inglaterra; ahora<br />

ahora bien, puesto que me habéis pedido permiso<br />

para marchar, es señal <strong>de</strong> que no estáis<br />

aquí contento.<br />

-Señor, no he dicho eso.<br />

-No -dijo el rey-, pero vuestra petición<br />

significaba por lo menos que estaríais con más<br />

gusto en otra parte que aquí.<br />

En aquel instante volvió Raúl la cabeza<br />

hacia la puerta, contra el quicio <strong>de</strong> la cual estaba<br />

recostada miss Graffton acongojada.<br />

<strong>El</strong> otro brazo lo tenía apoyado en el brazo<br />

<strong>de</strong> Buckingham.<br />

-¿No respondéis? -continuó Carlos-. Me<br />

atendré entonces al proverbio que dice: "Quien<br />

calla otorga". Pues bien, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>;<br />

estoy en el caso <strong>de</strong> satisfacer vuestros <strong>de</strong>seos, y<br />

os autorizo para que marchéis a Francia cuando<br />

queráis.


-¡Señor! -exclamó Raúl.<br />

-¡Ay! -exclamó Mary apretando el brazo<br />

a Buckingham. -Esta noche podéis estar en<br />

Douvres; la marea sube a las dos <strong>de</strong> la madrugada.<br />

Raúl, estupefacto, balbucía palabras que<br />

tanto participaban <strong>de</strong>l reconocimiento como <strong>de</strong><br />

la disculpa...<br />

-Me <strong>de</strong>spido, pues, <strong>de</strong> vos, señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>, y os <strong>de</strong>seo toda suerte <strong>de</strong> prosperida<strong>de</strong>s<br />

-dijo el rey levantándose-: hacedme el<br />

favor <strong>de</strong> conservar, como recuerdo mío, este<br />

diamante que <strong>de</strong>stinaba a formar parte <strong>de</strong> un<br />

regalo <strong>de</strong> boda. Miss Graffton parecía próxima<br />

al <strong>de</strong>sfallecimiento.<br />

Raúl recibió el diamante; al recibirlo, le<br />

temblaban :las rodillas. Dirigió algunas frases<br />

atentas al rey y a miss Stewart, y buscó a Buckingham<br />

para <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> él. <strong>El</strong> rey aprovechó<br />

aquel momento para ausentarse.<br />

Raúl encontró al duque ocupado en<br />

animar a miss Graffton.


-Decidle que se que<strong>de</strong>, señorita -<br />

exclamaba Buckingham.<br />

-Yo le digo que se marche -replicó miss<br />

Graffton, reanimándose-; no soy <strong>de</strong> esas mujeres<br />

que tienen más orgullo que corazón. Si le<br />

aman en Francia, que regrese a Francia, y que<br />

me bendiga a mí que le habré aconsejado que<br />

fuese a buscar su dicha; si, por el contrario, no<br />

le aman, que vuelva y le amaré siempre, porque<br />

su infortunio no le habrá rebajado ni un<br />

ápice a mis ojos. Hay en las armas <strong>de</strong> mi casa lo<br />

que Dios ha grabado en mi corazón: Habenti<br />

parus, egenti cuneta. "A los ricos poco, a los.<br />

pobres todo."<br />

-Dudo, amigo querido -dijo Buckingham-,<br />

que encontréis allá el equivalente <strong>de</strong> lo<br />

que <strong>de</strong>jáis aquí.<br />

-Creo, o espero por lo menos -dijo Raúl-<br />

, que la mujer que amo sea digna <strong>de</strong> mí; pero si<br />

es cierto que mi amor es indigno, como habéis<br />

querido darme a enten<strong>de</strong>r, señor duque, lo


arrancaré <strong>de</strong> mi corazón, aun cuando tuviera<br />

que arrancarme el corazón con él.<br />

Mary Graffton fijó en él los ojos con una<br />

expresión <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible piedad.<br />

Raúl sonrió melancólicamente.<br />

-Señorita -dijo-, el diamante que el rey<br />

me ha regalado estaba <strong>de</strong>stinado a vos: permitidme<br />

que os lo ofrezca; si me caso en Francia,<br />

podéis enviármelo; si no me caso, conservadlo.<br />

Y, saludando, se alejó,<br />

-¿Qué pensará hacer? -se había dicho<br />

Buckingham, mientras Raúl estrechaba respetuosamente<br />

la mano <strong>de</strong> miss Mary.<br />

Miss Mary comprendió la mirada que le<br />

dirigía Buckingham.<br />

-Si fuera una sortija <strong>de</strong> boda -dijo-, no la<br />

habría aceptado.<br />

-Sin embargo, le habéis ofrecido que<br />

vuelva a vos.<br />

-¡Ay, duque! -murmuró la joven suspirando-.<br />

Jamás un hombre como él tomará para<br />

consolarse una mujer como yo.


cada.<br />

-¿Pensáis, entonces, que no volverá?<br />

-Jamás -dijo miss Graffton con voz sofo-<br />

-Pues bien, yo os digo que encontrará<br />

allí su felicidad <strong>de</strong>struida, a su novia perdida ...<br />

y su honor lastimado... ¿Qué podrá quedarle<br />

que equivalga a vuestro amor? ¡Oh! ¡Decidlo,<br />

Mary, vos que tenéis el don <strong>de</strong> conoceros tan<br />

bien!<br />

Miss Graffton puso su blanca mano sobre<br />

el brazo <strong>de</strong> Buckingham, y, en tanto que<br />

Raúl huía por la arboleda <strong>de</strong> los tilos con una<br />

rapi<strong>de</strong>z febril, cantó con voz moribunda estos<br />

dos versos <strong>de</strong> Romeo y Julieta: Hay que partir y<br />

vivir o bien quedar y morir. Cuando acabó la<br />

última palabra, Raúl había ya <strong>de</strong>saparecido.<br />

Miss Graffton retiróse a su casa, más<br />

pálida silenciosa que una sombra.<br />

Buckingham aprovechó el correo que,<br />

había traído la carta <strong>de</strong>l rey, a fin <strong>de</strong> escribir a<br />

Madame y al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.


<strong>El</strong> rey había . dicho bien. A las dos <strong>de</strong> la<br />

madrugada estaba alta la marea, y Raúl se embarcaba<br />

para Francia.<br />

XLV<br />

SAINT-AIGNAN SIGUE EL CONSEJO DE<br />

MALICORNE<br />

<strong>El</strong> rey inspeccionaba el retrato <strong>de</strong> La<br />

Valliére con un cuidado que provenía, tanto <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que saliese parecida, como <strong>de</strong>l <strong>de</strong>signio<br />

<strong>de</strong> hacer durar el retrato mucho tiempo.<br />

Era curioso observarle cómo seguía el<br />

pincel o esperaba la conclusión <strong>de</strong> un trozo o el<br />

resultado <strong>de</strong> una tinta, aconsejando al pintor<br />

distintas modificaciones, a las que se prestaba<br />

éste con respetuosa docilidad.<br />

Luego, cuando el pintor, siguiendo el<br />

consejo <strong>de</strong> Malicorne, se había retrasado algo,<br />

cuando Saint-Aignan tenía una corta ausencia,<br />

eran <strong>de</strong> ver, y nadie los veía, aquellos silencios


preñados <strong>de</strong> expresión, que confundían en un<br />

suspiro dos almas fuertes dispuestas a enten<strong>de</strong>rse,<br />

y muy <strong>de</strong>seosas <strong>de</strong> calma y meditación.<br />

Entonces pasaban los minutos como por<br />

magia. <strong>El</strong> rey, acercándose a su amante, la abrasaba<br />

con el fuego <strong>de</strong> su mirada, con el contacto<br />

<strong>de</strong> su aliento.<br />

Un ruido que se oyera en la habitación<br />

inmediata: el pintor que llegaba; Saint-Aignan<br />

que volvía disculpándose, se ponía el rey a<br />

hablar, y La Valliére a contestarle con precipitación;<br />

y sus ojos manifestaban a Saint-Aignan<br />

que, durante su ausencia, habían vivido un<br />

siglo.<br />

En fin, Malicorne, filósofo sin saberlo,<br />

había acertado a dar al rey el apetito en la<br />

abundancia, y el <strong>de</strong>seo en la certidumbre <strong>de</strong> la<br />

Posesión.<br />

No pasó lo que La Valliére se temía.<br />

Nadie supo que, por el día, salía por dos<br />

o tres horas <strong>de</strong> su cuarto; a<strong>de</strong>más simuló una


salud irregular. Los que iban a verla, llamaban<br />

antes <strong>de</strong> entrar. Malicorne, el hombre <strong>de</strong> las<br />

invenciones ingeniosas, había imaginado un<br />

mecanismo acústico, por cuyo medio La Valliére<br />

era avisada en la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan<br />

<strong>de</strong> las visitas que iban a hacerle en el cuarto que<br />

habitaba <strong>de</strong> ordinario.<br />

Así, pues, sin salir ni tener confi<strong>de</strong>ntes,<br />

La Valliére volvía a su habitación, presentándose<br />

como una aparición, algo tardía si se quiere,<br />

pero que combatía victoriosamente todas las<br />

sospechas, hasta <strong>de</strong> los escépticos más extremados.<br />

Malicorne había tenido buen cuidado <strong>de</strong><br />

pedir noticias a Saint-Aignan, y éste se vio obligado<br />

a confesar que aquel cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong><br />

libertad ponía al rey <strong>de</strong>l mejor humor <strong>de</strong>l mundo.<br />

-Será necesario doblar la dosis -replicó<br />

Malicorne-, pero insensiblemente; aguardad a<br />

que lo <strong>de</strong>seen.


No tardó en revelarse ese <strong>de</strong>seo, pues<br />

una noche, al cuarto día, en el momento en que<br />

el pintor recogía sus pinceles sin que Saint-Aignan<br />

hubiera vuelto, entró Saint-Aignan y advirtió<br />

en el rostro <strong>de</strong> La Valliére una sombra, <strong>de</strong><br />

contrariedad que aquélla no pudo reprimir. <strong>El</strong><br />

rey fue menos secreto y manifestó su <strong>de</strong>specho<br />

con un movimiento <strong>de</strong> hombros muy significativo.<br />

La Valliére se puso encarnada. "¡Bueno! -dijo<br />

para sí Saint-Aignan-, el señor Malicorne quedará<br />

satisfecho esta noche."<br />

En efecto, Malicorne quedó encantado.<br />

-Es cosa clara -dijo al con<strong>de</strong> que la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére esperaba que tardaseis por lo<br />

menos diez minutos.<br />

-Y el rey media, hora, querido señor<br />

Malicorne.<br />

-Seríais un mal servidor <strong>de</strong>l rey -replicó<br />

éste-, si rehusaseis esa media hora <strong>de</strong> satisfacción<br />

a Su Majestad.<br />

-Pero, ¿y el pintor? -objetó Saint-Aignan.


-Yo me encargo <strong>de</strong> él -dijo Malicorne-; lo<br />

único que os 'pido es que me <strong>de</strong>jéis tomar consejo<br />

<strong>de</strong> los semblantes y <strong>de</strong> las circunstancias;<br />

éstas son mis operaciones <strong>de</strong> magia, y mientras<br />

que los hechiceros toman con el astrolabio la<br />

altura <strong>de</strong>l sol, <strong>de</strong> la luna y <strong>de</strong> sus constelaciones,<br />

yo me contento con ver si los ojos<br />

tienen algún círculo negro, o si la boca <strong>de</strong>scribe<br />

el arco convexo o cóncavo.<br />

-¡Pues observad!<br />

-Así lo haré.<br />

Y el astuto Malicorne pudo observar<br />

muy a sus anchas.<br />

Porque, aquella misma noche, fue el rey<br />

a la habitación <strong>de</strong> Madame con las reinas, y<br />

traía un semblante tan triste, lanzó tan hondos<br />

suspiros, miró a La Valliére con ojos tan melancólicos,<br />

que Malicorne dijo a Montalais:<br />

-¡Hasta mañana!<br />

Y fue a buscar al artista a su casa <strong>de</strong> la<br />

calle <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> San Pablo, para rogarle<br />

que aplazase la sesión dos días.


Saint-Aignan no estaba en su cuarto<br />

cuando La Valliére, familiarizada ya con el piso<br />

inferior, levantó la trampa y bajó.<br />

<strong>El</strong> rey, como <strong>de</strong> costumbre, la esperaba<br />

en la escalera con un ramillete en la mano. Al<br />

verla, la cogió en sus brazos.<br />

La Valliére, toda emocionada, miró en<br />

torno suyo, y, no viendo más que al rey, no lo<br />

llevó a mal. Se sentaron.<br />

Luis, recostado junto a los almohadones<br />

sobre que ella <strong>de</strong>scansaba, con la cabeza inclinada<br />

sobre las rodillas <strong>de</strong> su amada, clavado<br />

allí como en un asilo <strong>de</strong> don<strong>de</strong> nadie pudiera<br />

arrancarle, la miraba fijamente, y, como si<br />

hubiera llegado el momento en que nada pudiera<br />

ya interponerse entre aquellas dos almas,<br />

se puso ella por su parte a <strong>de</strong>vorarle con la mirada.<br />

De sus ojos tan dulces, tan puros, brotaba<br />

una llama continua, cuyos rayos iban a buscar<br />

el corazón <strong>de</strong> su regio amante para calentarle<br />

primero y <strong>de</strong>vorarle <strong>de</strong>spués.


Abrasado por el contacto <strong>de</strong> las trémulas<br />

rodillas, estremecido <strong>de</strong> placer cuando la<br />

mano <strong>de</strong> Luisa se <strong>de</strong>slizaba por sus cabellos, el<br />

rey se extasiaba en aquella felicidad turbada<br />

por el temor <strong>de</strong> ver entrar al pintor o a Saint-<br />

Aignan.<br />

Con esta previsión dolorosa, se esforzaba<br />

a veces en dominar la seducción que se infiltraba<br />

en sus venas, invocaba el sueño <strong>de</strong>l corazón<br />

y <strong>de</strong> los sentidos, y rechazaba la realidad<br />

inminente para correr tras una sombra.<br />

Mas la puerta no se abrió ni para Saint-Aignan<br />

ni para el pintor, y ni se movieron siquiera las<br />

cortinas. Un silencio impregnado <strong>de</strong> misterio y<br />

<strong>de</strong> voluptuosidad aletargó hasta a los pájaros<br />

en su dorada jaula.<br />

EL rey, vencido, volvió la cabeza y pegó<br />

su boca. enar<strong>de</strong>cida a las dos manos <strong>de</strong> La Valliére.<br />

Ésta, sin saber ya lo que hacía, oprimió<br />

con sus temblorosas manos los labios <strong>de</strong> su<br />

regio amante.


Luis se <strong>de</strong>jó caer vacilante <strong>de</strong> rodillas, y,<br />

como La Valliére no moviera la cabeza, la frente<br />

<strong>de</strong>l rey se halló junto a los labios <strong>de</strong> la joven, la<br />

cual, en medio <strong>de</strong> su éxtasis, rozó con un furtivo<br />

y moribundo beso los cabellos perfumados<br />

que le acariciaban las mejillas.<br />

<strong>El</strong> rey la cogió en sus brazos, y, sin que<br />

ella opusiera resistencia, cambiaron los dos ese<br />

beso ardiente que trueca el amor en <strong>de</strong>lirio.<br />

Ni el pintor ni Saint-Aignan entraron<br />

aquel día.<br />

Una especie <strong>de</strong> embriaguez pesada y<br />

dulce que refresca los sentidos y <strong>de</strong>ja circular<br />

como un lento veneno el sueño en las venas, ese<br />

sueño impalpable, lánguido como una vida<br />

dichosa, se interpuso, como una nube, entre la<br />

vida pasada y futura <strong>de</strong> los dos amantes.<br />

En medio <strong>de</strong> aquel sueño preñado, <strong>de</strong><br />

ilusiones, un ruido continuo que se oía en el<br />

piso superior alarmó primero a La Valliére,<br />

pero sin <strong>de</strong>spertarla <strong>de</strong>l todo.


No obstante, como el ruido continuaba<br />

y se oía cada vez con más claridad, recordando<br />

la realidad a la pobre joven embriagada <strong>de</strong> ilusión,<br />

se levantó asustada, bella en su <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />

diciendo:<br />

-¡Alguien me aguarda arriba! ¡Luis,<br />

Luis! ¿No oís?<br />

-¿No os espero yo a vos? -dijo el rey con<br />

ternura-. ¡Que en a<strong>de</strong>lante os esperen los <strong>de</strong>más!<br />

Pero ella movió la cabeza.<br />

-¡Felicidad oculta! -dijo asomando a sus<br />

ojos dos gruesas lágrimas-. Po<strong>de</strong>r oculto... Mi<br />

orgullo <strong>de</strong>be callarse como mi corazón. <strong>El</strong> ruido<br />

volvió a oírse.<br />

-Oigo la voz <strong>de</strong> Montalais -dijo La Valliére.<br />

Y subió precipitadamente la escalera.<br />

<strong>El</strong> rey subía con ella, no acertando a<br />

separarse <strong>de</strong> su lado, y cubría <strong>de</strong> besos su mano<br />

y la fimbria <strong>de</strong> su vestido.


-Sí, sí -repitió la joven asomando medio<br />

cuerpo por la trampa-, sí, es la voz <strong>de</strong> Montalais<br />

que llama; por fuerza ha ocurrido alguna<br />

novedad importante.<br />

-Pues id, vida mía -dijo el rey-, y volved<br />

pronto.<br />

-¡Oh! Hoy no. ¡Adiós, adiós! Y, bajándose<br />

otra vez para abrazar a su amante, entró en<br />

la habitación. Montalais la aguarda, en efecto,<br />

pálida y agitada.<br />

-¡Pronto, pronto, que sube! ¿Quién?<br />

¿Quién sube?<br />

-¡Él! ¡Ya me lo temía!<br />

-Pero, ¿quién es él? ¡Me matas!<br />

-¡Raúl! -murmuró Montalais.<br />

-Yo, sí, yo -contestó una voz gozosa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las últimas gradas <strong>de</strong> la escalera.<br />

La Valliére lanzó un grito terrible, y<br />

retrocedió, espantada.<br />

-Aquí estoy, aquí estoy, amada Luisa -<br />

dijo Raúl acudiendo presuroso-. ¡Oh! ¡Bien sabía<br />

que me amabais siempre!


Luisa hizo un movimiento <strong>de</strong> terror y<br />

otro <strong>de</strong> maldición, y, aunque se esforzó por<br />

hablar, sólo pudo pronunciar esta palabra:<br />

-¡No! ¡no!<br />

Y cayó en brazos <strong>de</strong> Montalais, murmurando:<br />

-¡No os aproximéis!<br />

Montalais hizo una seña a Raúl, que,<br />

petrificado en el umbral, ni trató <strong>de</strong> dar un paso<br />

más en la habitación.<br />

Después, dirigiendo su vista hacia el biombo:<br />

-¡Impru<strong>de</strong>nte! -dijo ella-. ¡La trampa no está<br />

cerrada!<br />

Y fue hacia el ángulo <strong>de</strong> la pieza para cerrar<br />

primero el biombo; <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> éste, la<br />

trampa.<br />

Pero al mismo tiempo lanzábase por ella el rey,<br />

que había oído el grito <strong>de</strong> La Valliére y acudía a<br />

socorrerla.<br />

Luis se arrodilló ante ella, redoblando sus preguntas<br />

a Montalais, que iba ya perdiendo la<br />

cabeza.


Pero en el instante en que el rey se hincaba <strong>de</strong><br />

rodillas, se oyó un grito <strong>de</strong> dolor en la puerta, y<br />

ruido <strong>de</strong> pasos en el corredor. <strong>El</strong> rey quiso correr<br />

a fin <strong>de</strong> ver quién había dado aquel grito y<br />

producía el ruido <strong>de</strong> pasos.<br />

Montalais procuró retenerle, pero no lo consiguió.<br />

<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong>jando a La Valliére, se acercó a la<br />

puerta; pero Raúl estaba ya lejos, <strong>de</strong> modo que<br />

el rey no vio más que una especie <strong>de</strong> sombra<br />

que volvía la esquina <strong>de</strong>l corredor.<br />

XLVI<br />

DOS ANTIGUOS AMIGOS<br />

En tanto que en la Corte pensaba cada<br />

cual en sus asuntos, un hombre se dirigía misteriosamente<br />

<strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la Gréve, a una casa<br />

que ya conocemos por haberla visto sitiada un<br />

día <strong>de</strong> revuelta por Artagnan.


Esta casa tenía su entrada principal por<br />

la plaza <strong>de</strong> Baudoyer. De bastante capacidad,<br />

cercada <strong>de</strong> jardines y ro<strong>de</strong>ada por la calle <strong>de</strong><br />

San Juan <strong>de</strong> herrerías que la mantenían al abrigo<br />

<strong>de</strong> miradas indiscretas, se. hallaba encerrada<br />

en aquel triple baluarte <strong>de</strong> piedras, <strong>de</strong> ruido y<br />

<strong>de</strong> verdor, como una momia perfumada en su<br />

triple caja.<br />

<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> que hablamos andaba con<br />

paso seguro a pesar <strong>de</strong> no hallarse en su primera<br />

juventud. Al ver su capa <strong>de</strong> color obscuro y<br />

su larga espada que mantenía levantada la capa,<br />

cualquiera habría reconocido en él a un<br />

buscador <strong>de</strong> aventuras; y si examinaba aquellos<br />

bigotes retorcidos y aquel cutis fino que aparecía<br />

bajo el sombrero, calcularía con razón que<br />

esas aventuras <strong>de</strong>bían ser galantes.<br />

Apenas entró el caballero en la casa,<br />

sonaron las ocho en San Gervasio.<br />

Y diez minutos <strong>de</strong>spués, una dama, seguida<br />

<strong>de</strong> un lacayo armado, fue a llamar a la


misma puerta, que una sirvienta anciana abrió<br />

al punto.<br />

La dama se levantó el velo al entrar. No era ya<br />

una belleza, pero era todavía una mujer; no era<br />

ya joven, pero se hallaba ágil y no tenía mal<br />

ver. Bajo un prendido rico y <strong>de</strong> buen gusto,<br />

disimulaba una edad que sólo Ninón <strong>de</strong> Lenclos<br />

pudo arrostrar con la sonrisa en los labios.<br />

Apenas entró en el zaguán, cuando el<br />

caballero, <strong>de</strong>l que no hemos hecho más que<br />

bosquejar los rasgos, a<strong>de</strong>lantóse a recibirla<br />

dándole la mano.<br />

-Querida duquesa -dijo-, buenas noches.<br />

-Felices, mi querido Aramis - replicó la<br />

duquesa.<br />

Aramis la condujo a un salón amueblado<br />

elegantemente, cuyas ventanas elevadas se<br />

teñían con los últimos resplandores <strong>de</strong>l día, que<br />

se filtraban por las cimas negras <strong>de</strong> algunos<br />

abetos.<br />

Los dos se sentaron al lado uno <strong>de</strong> otro,<br />

sin que a ninguno le pasase por la imaginación


la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> pedir luz, sepultándose <strong>de</strong> este modo<br />

en la sombra, como hubieran querido sepultarse<br />

mutuamente en el olvido.<br />

-Caballero -dijo la duquesa-, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

nuestra entrevista en Fontainebleau no me<br />

habéis comunicado noticias vuestras, y confieso<br />

que vuestra presencia, el día <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l<br />

franciscano, y vuestra iniciación en ciertos secretos,<br />

me han causado la mayor sorpresa que<br />

he tenido en mi vida.<br />

-Puedo datos explicaciones respecto <strong>de</strong><br />

mi presencia en Fonlainebleau y <strong>de</strong> mi iniciación<br />

-dijo Aramis.<br />

-Pero, antes <strong>de</strong> nada -repuso con viveza<br />

la duquesa-, hablemos algo <strong>de</strong> nosotros. Hace<br />

mucho tiempo que somos buenos amigos.<br />

-Sí, señora, y si Dios lo permite, lo seremos,<br />

si no por mucho, tiempo, a lo menos<br />

siempre.<br />

-Así es, caballero, y mi visita es una<br />

prueba <strong>de</strong> ello.


-Ahora, señora, no tenemos el mismo<br />

interés que en otro tiempo -dijo Aramis, sonriendo<br />

sin temor en la penumbra, porque la<br />

falta <strong>de</strong> luz hacía que no pudiera adivinarse si<br />

su sonrisa era menos agradable y menos fresca<br />

que en otros tiempos.<br />

-Hoy, caballero, tenemos otros intereses;<br />

cada edad trae consigo los suyos; y como hoy<br />

nos enten<strong>de</strong>mos hablando, como en otra época<br />

nos entendíamos sin hablar, hablemos, si os<br />

parece.<br />

-Duquesa, a vuestras ór<strong>de</strong>nes. ¡Ah, perdonad!<br />

¿Cómo habéis encontrado mi dirección?<br />

¿Para qué me llamáis?<br />

-¿Para qué? Ya os lo he ficho.<br />

La curiosidad me ha movido a ello. Deseaba<br />

saber qué teníais que ver con el franciscano,<br />

a quien yo conocía, y que murió <strong>de</strong> un<br />

modo tan particular. Ya sabéis que cuando nos<br />

encontramos en Fontainebleau, en aquel cementerio,<br />

al pie <strong>de</strong> aquella sepultura recientemente<br />

cerrada, nos emocionamos uno y otro


hasta el punto <strong>de</strong> no acertar a confiarnos cosa<br />

alguna.<br />

-Sí, señora.<br />

-Pues bien, apenas os <strong>de</strong>jé, me arrepentí<br />

<strong>de</strong> ello. Siempre me ha sido grato saber, en lo<br />

cual se me parece algo madame <strong>de</strong> Longueville.<br />

¿No es cierto?<br />

-No sé -dijo Aramis discretamente.<br />

-Recordé, pues -prosiguió la duquesa-,<br />

que nada nos habíamos dicho en aquel cementerio,<br />

ni vos <strong>de</strong> lo que teníais que ver con aquel<br />

franciscano, cuya inhumación vigilábais, ni yo<br />

<strong>de</strong> las relaciones que con él tenía. Todo eso me<br />

ha parecido impropio <strong>de</strong> dos buenos amigos<br />

como nosotros, y he buscado ocasión <strong>de</strong> que<br />

nos veamos para darnos una prueba más <strong>de</strong><br />

que María Michón, la pobre difunta, ha <strong>de</strong>jado<br />

sobre la tierra una sombra <strong>de</strong> buenos recuerdos.<br />

Aramis inclinóse hacia la mano <strong>de</strong> la<br />

duquesa y estampó en ella un beso galante.


-Algún trabajo os habrá costado hallarme<br />

-dijo.<br />

-Sí -repuso la dama, sintiendo volver a<br />

lo que <strong>de</strong>seaba indagar Aramis-; pero como<br />

sabía que sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet, me he<br />

informado por los allegados a éste.<br />

-¿Amigo? -dijo el caballero-.Mucho <strong>de</strong>cís,<br />

señora. No soy más que un pobre cura favorecido<br />

por tan generoso protector; un corazón<br />

lleno <strong>de</strong> reconocimiento y fi<strong>de</strong>lidad. He ahí<br />

lo que soy respecto al señor Fouquet.<br />

-¿Es verdad que os ha hecho obispo? -<br />

replicó la dama.<br />

-Sí, duquesa.<br />

-Este es vuestro retiro, gallardo mosquetero.<br />

"Como el tuyo las intrigas políticas" -<br />

dijo entre sí Aramis.<br />

Y añadió:<br />

-¿De modo que os informasteis en el<br />

círculo <strong>de</strong> relaciones <strong>de</strong>l señor Fouquet?


-Fácilmente. Estuvisteis en Fontainebleau<br />

con él, y habéis hecho un viajecito a<br />

vuestra diócesis, que es Belle-Isle-en-Mer, según<br />

creo.<br />

-No, no, señora -dijo Aramis-. Mi diócesis<br />

es Vannes.<br />

-Eso quise <strong>de</strong>cir; sólo que me parecía<br />

que Belle-Isle-en-Mer...<br />

-Es una posesión <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />

nada más.<br />

-Sí, mas me habían dicho que estaba<br />

fortificada, y recordaba que sois militar, amigo<br />

mío.<br />

-Des<strong>de</strong> que abracé el estado eclesiástico,<br />

todo lo he olvidado - dijo picado Aramis.<br />

-Claro... Supe, <strong>de</strong>cía, que habíais vuelto<br />

<strong>de</strong> Vannes, y envié a preguntar a un amigo<br />

vuestro, al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> La Fére.<br />

-¡Ah! -murmuró Aramis.<br />

-Ése es discreto, y me contestó que ignoraba<br />

vuestra dirección. "¡Siempre Athos! -pensó<br />

el obispo-. Lo bueno, siempre es bueno.


-Entonces ... Ya sabéis que no puedo<br />

presentarme aquí, porque la reina madre siempre<br />

tiene algo contra mí.<br />

-Sí, y por eso me asombro <strong>de</strong> veros.<br />

-He tenido muchos motivos para venir...<br />

-Pero continúo... Tuve, pues, que escon<strong>de</strong>rme;<br />

pero, por suerte, encontré al señor <strong>de</strong><br />

Artagnan, uno <strong>de</strong> vuestros antiguos amigos,<br />

¿no es cierto?<br />

-De mis amigos actuales, duquesa.<br />

-Bien; pues él me informó, enviándome<br />

al señor Baisemeaux, alcai<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Bastilla.<br />

Aramis estremecióse, y sus ojos <strong>de</strong>spidieron<br />

en la sombra una llama<br />

que no pudo escapar a su perspicaz amiga.<br />

-¡<strong>El</strong> señor Baisemeaux! -exclamó-. ¿Y<br />

por qué os envió Artagnan al señor Baisemeaux?<br />

-¡Ah! No sé.<br />

-¿Qué quiere <strong>de</strong>cir eso? -dijo el obispo,<br />

reuniendo todas las fuerzas intelectuales a fin<br />

<strong>de</strong> sostener dignamente el combate.


-<strong>El</strong> señor Baisemeaux os está obligado,<br />

según me ha dicho Artagnan.<br />

-Es verdad.<br />

-Pues bien, sabiéndose dón<strong>de</strong> para un<br />

<strong>de</strong>udor, es fácil saber dón<strong>de</strong> hallar al acreedor.<br />

-También eso es verdad... Y Baisemeaux<br />

entonces os indicó...<br />

-Saint-Mandé, don<strong>de</strong> os hice entregar<br />

una carta.<br />

-Que tengo aquí y me es muy preciosa -<br />

dijo Aramis-, puesto que me ha proporcionado<br />

el placer <strong>de</strong> veros.<br />

Contenta la duquesa <strong>de</strong> haber orillado<br />

sin contratiempo todas las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquella<br />

exposición <strong>de</strong>licada, respiró.<br />

Aramis no respiró.<br />

-Estábamos -dijo- en vuestra visita a<br />

Baisemeaux.<br />

-No -dijo ella riendo-, más lejos.<br />

-Entonces, en vuestro rencor contra la<br />

reina madre.


-Más allá todavía -dijo la dama-, más<br />

allá; estábamos en las relaciones... Es sencillo -<br />

prosiguió la duquesa tomando su partido-. Ya<br />

sabéis que vivo con el señor <strong>de</strong> Laicques.<br />

-Sí, señora. -Un casi marido. -Así dicen.<br />

-¿En Bruselas?<br />

-Sí.<br />

-Ya sabéis que mis hijos me han arruinado<br />

y <strong>de</strong>spojado.<br />

-¡Oh, qué miseria, duquesa!<br />

-¡Es horrible! He tenido que ingeniarme<br />

para vivir, y principalmente para no vegetar.<br />

-Lo concibo.<br />

Tenía odios que explotar, amista<strong>de</strong>s que<br />

favorecer, y me encontraba sin crédito ni protectores.<br />

-¡Vos, que habéis protegido a tantos! -<br />

dijo suavemente Aramis. Así pasa siempre,<br />

caballero. Entonces vi al rey <strong>de</strong> España, que<br />

acababa <strong>de</strong> nombrar un general <strong>de</strong> los jesuitas,<br />

como <strong>de</strong> costumbre.<br />

-¡Ah! ¿Es eso costumbre?


-¿Lo ignorabais?<br />

-Perdonad; estaba distraído.<br />

-En efecto, no podíais ignorarlo, estando<br />

en una intimidad tan gran<strong>de</strong> con el franciscano.<br />

-¿Con el general <strong>de</strong> los jesuitas, queréis<br />

<strong>de</strong>cir?<br />

-Precisamente... Vi, pues, al rey <strong>de</strong> España.<br />

Quiso favorecerme, pero no podía. Sin<br />

embargo, me recomendó en Flan<strong>de</strong>s, a mí y a<br />

Laicques, e hízome dar una pensión <strong>de</strong> los fondos<br />

<strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n.<br />

-¿De los jesuitas?<br />

<strong>El</strong> general, quiero <strong>de</strong>cir el franciscano,<br />

vino a verme. -Muy bien.<br />

-Y como, para regularizar la situación,<br />

según los estatutos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n, <strong>de</strong>bía ser consi<strong>de</strong>rado<br />

como prestando servicios... Ya sabéis<br />

que ésa es la regla.<br />

-Lo ignoraba.<br />

Madame <strong>de</strong> Chevreuse <strong>de</strong>túvose para<br />

mirar a Aramis; pero reinaba una gran obscuridad.


-Pues bien, ésa es la regla -añadió-. Debía,<br />

pues, aparecer que yo prestaba alguna utilidad.<br />

Propuse viajar para la Or<strong>de</strong>n, y se me<br />

inscribió entre los afiliados viajeros. Ya comprendéis<br />

que eso no era más que apariencia y<br />

una formalidad.<br />

-Perfectamente.<br />

-Así cobraba yo mi pensión, que era<br />

muy <strong>de</strong>cente.<br />

-¡Dios mío, duquesa, es para mí una<br />

puñalada lo que estáis diciendo! ¡Vos precisada<br />

a recibir una pensión <strong>de</strong> los jesuitas!<br />

-No, caballero, <strong>de</strong> España. -¡Oh! Salvo el<br />

caso <strong>de</strong> conciencia, duquesa, no podréis menos<br />

<strong>de</strong> convenir en que es lo mismo.<br />

-No, no; <strong>de</strong> ninguna manera. -De modo,<br />

que <strong>de</strong> toda aquella pingüe fortuna, queda...<br />

-Dampierre, y nada más. -Vamos, todavía<br />

es una bicoca! -Sí, pero Dampierre hipotecado<br />

y algo arruinado, como la propietaria.


-¿Y la reina madre ve todo eso con ojos<br />

enjutos? -preguntó Ara. mis con mirada curiosa,<br />

que sólo encontró tinieblas.<br />

-Sí, todo lo ha olvidado.<br />

-Me parece, duquesa, que habéis intentado<br />

volver a su gracia.<br />

-Sí; pero, por una singularidad que no<br />

tiene nombre, me encuentro con que el joven<br />

rey ha heredado la antipatía que su querido<br />

padre me profesaba. Bien podéis <strong>de</strong>cir que pertenezco<br />

a la especie <strong>de</strong> mujeres a quienes se<br />

odia, no a la <strong>de</strong> aquellas a quienes se ama.<br />

-Querida duquesa, os suplico que vengamos<br />

al objeto que os trae, porque se me figura<br />

que podremos servirnos recíprocamente.<br />

-Eso mismo he pensado. Fui, por tanto,<br />

a Fontainebleau con un doble objeto. En primer<br />

lugar, me llamó allí el franciscano <strong>de</strong> que ya<br />

tenéis noticia... A propósito, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> le conocíais?...<br />

Porque yo he referido mi historia, y vos<br />

no me habéis hablado <strong>de</strong> la vuestra.


-Lo conocí <strong>de</strong> una manera muy natural,<br />

duquesa. Estudié teología con él en Parma, nos<br />

hicimos íntimos, y unas veces los negocios,<br />

otras los viajes, otras las guerras, nos tenían<br />

apartados.<br />

-Sabíais que fuese general <strong>de</strong> los jesuitas?<br />

-Lo presumía.<br />

-¿Y por qué extraña casualidad fuisteis,<br />

vos también, a la hostería don<strong>de</strong> se reunían los<br />

afiliados viajeros?<br />

-¡Oh! -dijo Aramis con voz tranquila-.<br />

Pura casualidad. Iba a Fontainebleau a casa <strong>de</strong>l<br />

señor<br />

Fouquet, para obtener una audiencia <strong>de</strong><br />

rey, cuando encontré en el camino a aquel <strong>de</strong>sgraciado<br />

moribundo y le reconocí. Ya sabéis lo<br />

<strong>de</strong>más el pobre expiró en mis brazos.<br />

-Sí, pero <strong>de</strong>jándoos en el cielo y sobre la<br />

tierra un po<strong>de</strong>r tan gran<strong>de</strong>, que disteis en su<br />

nombre ór<strong>de</strong>nes soberanas.<br />

-En efecto, me hizo varios encargos


-¿Y qué os dijo para mí?<br />

-Ya os lo he dicho: que se os entregase<br />

una suma <strong>de</strong> doce mil libras. Me parece haberos<br />

dado la firma necesaria para cobrar. ¿No lo<br />

habéis hecho?<br />

-Sí, mi amado prelado; pero me han<br />

dicho que dabais esas ór<strong>de</strong>nes con tal misterio<br />

y con tan soberana majestad, que generalmente<br />

os han creído sucesor <strong>de</strong>l querido difunto.<br />

Aramis púsose encarnado <strong>de</strong> impaciencia.<br />

La duquesa continuó: -Procuré informarme<br />

cerca <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> España, y se disiparon<br />

mis dudas sobre el particular. <strong>El</strong> general <strong>de</strong><br />

los jesuitas es <strong>de</strong> nombramiento suyo, y <strong>de</strong>be<br />

ser español, conforme a los estatutos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n.<br />

Vos no sois español, ni habéis sido nombrado<br />

por el rey <strong>de</strong> España.<br />

Aramis sólo contestó:<br />

-Ya a veis, duquesa, que estábais en un<br />

error, puesto que el rey <strong>de</strong> España os ha dicho<br />

eso.


-Amigo Aramis; pero hay otra cosa, en<br />

la cual he pensado.<br />

-.¿Qué es?<br />

-Ya sabéis que suelo pensar algo en todo.<br />

-Sí, duquesa.<br />

- Conocéis el español?<br />

-Todo francés que ha entrado en la<br />

Fronda lo sabe.<br />

Habéis residido en Flan<strong>de</strong>s?<br />

-Tres años.<br />

-¿Y habéis estado en Madrid?<br />

-Quince meses.<br />

-Entonces, os halláis en estado <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

ser naturalizado español.<br />

-¿De veras? -dijo Aramis con candor que<br />

engañó a la duquesa.<br />

-Sin duda... Dos años <strong>de</strong> permanencia y<br />

el conocimiento <strong>de</strong> la lengua son las condiciones<br />

indispensables. Habéis estado más <strong>de</strong> cuatro<br />

años ... más <strong>de</strong>l doble.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> vais a parar, querida dama?


-A esto: estoy en buenas relaciones con<br />

el rey <strong>de</strong> España. "Tampoco estoy yo en malas",<br />

pensó Aramis.<br />

-¿Queréis -continuó la duquesa- que<br />

solicite <strong>de</strong>l rey la sucesión <strong>de</strong>l franciscano para<br />

vos?<br />

-¡Oh duquesa!<br />

-¿Tal vez la tengáis ya?<br />

-¡No, a fe mía!<br />

-Pues bien, puedo haberos ese servicio.<br />

-¿Por qué no se lo habéis hecho al señor<br />

<strong>de</strong> Laicques, duquesa? Es hombre <strong>de</strong> talento, y<br />

le amáis.<br />

-Cierto que sí; pero no conviene eso. En<br />

fin, respon<strong>de</strong>d, Laicques o no Laicques, ¿aceptáis?<br />

-¡No, duquesa, gracias! La duquesa calló.<br />

"Nombrado está", pensó.<br />

-Ya que <strong>de</strong> ese modo rehusáis mi oferta<br />

-replicó la señora <strong>de</strong> Chevreuse-, no creo exce<strong>de</strong>rme<br />

pidiéndoos algo para mí.


-Pedid, duquesa, pedid. -¡Pedir! ... Inútil<br />

sería, si no tenéis la facultad <strong>de</strong><br />

conce<strong>de</strong>r. -Por poco que pueda, no <strong>de</strong>jéis <strong>de</strong><br />

pedir.<br />

-Necesito algún dinero a fin <strong>de</strong> hacer<br />

reparar Dampierre.<br />

-¡Ah! -replicó Aramis fríamente-. ¿Dinero?...<br />

Veamos, duquesa, ¿cómo cuánto?<br />

-Una suma regular.<br />

-¡Malo! Ya sabéis que no soy rico.<br />

-Vos, no; pero la Or<strong>de</strong>n, sí. Si fuerais<br />

general...<br />

-Pero ya sabéis que no lo soy.<br />

-Entonces, tenéis un amigo que <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

ser rico; el señor Fouquet.<br />

-¿<strong>El</strong> señor Fouquet? ¡Señora, si está medio<br />

arruinado!<br />

-Así lo he oído, pero no lo quise creer.<br />

-¿Por qué, duquesa?<br />

-Porque tengo <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal Mazarino<br />

algunas cartas, es <strong>de</strong>cir, las tiene Laicques, en<br />

que se <strong>de</strong>tallan cuentas muy extrañas.


-¿Qué cuentas?<br />

-Son rentas vendidas, empréstitos<br />

hechos... no me acuerdo bien. Pero sea come<br />

quiera, <strong>de</strong> ellas resulta que el superinten<strong>de</strong>nte,<br />

en, virtud <strong>de</strong> cartas firmadas por Mazarino, ha<br />

sacado <strong>de</strong> las arcas <strong>de</strong>l Estado unos treinta millones.<br />

<strong>El</strong> caso es grave.<br />

Aramis clavóse las uñas en la mano.<br />

-¡Bah! ¿Y cómo es que teniendo cartas<br />

<strong>de</strong> esa naturaleza no le habéis hablado <strong>de</strong> ella al<br />

señor Fouquet?<br />

-¡Oh! -replicó la duquesa-. Semejantes<br />

cosas se tienen siempre reservadas, para sacarlas<br />

<strong>de</strong>l armario el día que se necesiten.<br />

-¿Y ha llegado ese día? -dijo Aramis.<br />

-Sí, amigo.<br />

-¿Y vais a enseñar esas cartas al señor<br />

Fouquet?<br />

-Prefiero enten<strong>de</strong>rme con vos.<br />

-Muy necesitada <strong>de</strong>béis estar <strong>de</strong> dinero,<br />

pobre amiga, para pensar en tales cosas, pues


ecuerdo la poca estima en que teníais la prosa<br />

<strong>de</strong>l señor Mazarino.<br />

-En efecto, necesito dinero.<br />

-A<strong>de</strong>más -prosiguió Aramis con la mayor<br />

frialdad-, habréis tenido que hacer un esfuerzo<br />

para echar mano <strong>de</strong> ese recurso. Es<br />

cruel.<br />

-¡Oh! Si hubiera querido hacer mal y no<br />

bien -dijo la señora <strong>de</strong> Chevreuse-, , en vez <strong>de</strong><br />

pedir al general <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n o al señor Fouquet<br />

las quinientas mil libras que necesito...<br />

-¡Quinientas mil libras! -Nada más. ¿Os<br />

parece mucho?<br />

Es lo menos que necesito para reparar<br />

Dampierre.<br />

-Sí, señora.<br />

-Decía, pues, que en lugar <strong>de</strong> pedir esa<br />

cantidad, hubiera buscado a mi antigua amiga,<br />

la reina madre. Las cartas <strong>de</strong> su esposo, el signor<br />

Mazarini, habrían servido para introducirme<br />

hasta ella, y le habría pedido aquella<br />

bagatela, diciéndole: “Señora, quiero tener el


honor <strong>de</strong> recibir a Vuestra Majestad en Dampierre;<br />

permitidme que lo ponga en estado <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>rlo hacer dignamente”.<br />

Aramis no replicó una palabra.<br />

-Vamos -preguntó la dama-, ¿en qué<br />

pensáis?<br />

-Hago sumas -dijo Aramis.<br />

-Y el señor Fouquet substracciones. Pero<br />

yo quiero multiplicar. ¡Qué excelentes matemáticos<br />

somos! ¡Qué bien podríamos enten<strong>de</strong>mos!<br />

-¿Me concedéis algún tiempo para reflexionar?<br />

-dijo Aramis.<br />

-No... Para tal negociación, entre personas<br />

como nosotros, es preciso <strong>de</strong>cir sí o no en el<br />

acto. "Este es un lazo -pensó el obispo-; es imposible<br />

que Ana <strong>de</strong> Austria dé oídos a semejante<br />

mujer."<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís? -insistió la duquesa.<br />

-Digo, señora, que extrañaría mucho<br />

que el señor Fouquet pudiese disponer en estos<br />

momentos <strong>de</strong> quinientas mil libras.


-No hablemos más, pues, <strong>de</strong>l asunto, y<br />

Dampierre se reparará como se pueda.<br />

-¡Oh! Supongo que no llegarán vuestros<br />

apuros hasta ese punto.<br />

-No, yo no me apuro nunca.<br />

-Y la reina -continuó el obispo- hará en<br />

vuestro favor lo que no pue<strong>de</strong> hacer el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-Así lo creo... Mas, <strong>de</strong>cidme, ¿no os pare<br />

bien que hable yo misma al señor Fouquet <strong>de</strong><br />

esas cartas?<br />

-En este punto, duquesa, podéis hacer lo<br />

que mejor os plazca; pero una <strong>de</strong> dos: o el señor<br />

Fouquet se reconoce culpable o no; en el primer<br />

caso, le creo bastante orgulloso para no confesarlo;<br />

en el segundo, no podrá menos <strong>de</strong> mostrarse<br />

altamente ofendido por tal amenaza.<br />

-Discurrís siempre como un ángel.<br />

La duquesa se levantó.<br />

-¿De consiguiente, vais a <strong>de</strong>nunciar a la<br />

reina al señor Fouquet? -dijo Aramis.


-¿Denunciar?... ¡Vaya una palabra! No<br />

creáis que yo <strong>de</strong>nuncie, querido amigo; conocéis<br />

sobrado bien la política para ignorar cómo<br />

se hacen semejantes cosas; tomaré partido contra<br />

el señor Fouquet.<br />

-Tenéis razón.<br />

-Y, en una guerra <strong>de</strong> partido, un arma es<br />

un arma.<br />

-Sin duda.<br />

-Una vez reconciliada con la reina, puedo<br />

ser peligrosa.<br />

-Y estaréis en vuestro <strong>de</strong>recho, duquesa.<br />

-De que pienso usar, mi querido amigo.<br />

-¿Ya sabéis que el señor Fouquet está en<br />

la mejor armonía con el rey <strong>de</strong> España, duquesa?<br />

-¡Oh! Lo presumo.<br />

-Y el señor Fouquet, si le hacéis una<br />

guerra <strong>de</strong> partido, como habéis dicho, os <strong>de</strong>clarará<br />

otra por su parte.<br />

-¡Cómo ha <strong>de</strong> ser!<br />

-También estará en su <strong>de</strong>recho, ¿no?


-Indudablemente.<br />

-Y, como está en buenas relaciones con<br />

España, hará un arma <strong>de</strong> su amistad.<br />

-Queréis <strong>de</strong>cir que tendrá también a su<br />

favor al general <strong>de</strong> los jesuitas, mi querido<br />

Aramis.<br />

-Pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r, duquesa.<br />

-Y entonces me suprimirán la pensión<br />

que percibo <strong>de</strong> ese lado. . .<br />

-Mucho me lo temo.<br />

-Ya veremos <strong>de</strong> consolarnos... ¡Ay, amigo<br />

mío! Después <strong>de</strong> Richelieu, <strong>de</strong> la Fronda y<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>stierro, ¿qué pue<strong>de</strong> temer madame <strong>de</strong><br />

Chevreuse?<br />

-La pensión, como sabéis, es <strong>de</strong> cuarenta<br />

y ocho mil libras.<br />

-¡Ay! Bien lo sé.<br />

-A<strong>de</strong>más, en las guerras <strong>de</strong> partido, no<br />

lo ignoráis, se persigue a los amigos <strong>de</strong>l enemigo.<br />

-¡Ah! ¿Lo <strong>de</strong>cís por el pobre Laicques?


-Es casi inevitable, duquesa. -No percibe<br />

más que doce mil libras <strong>de</strong> pensión.<br />

-Sí; pero el rey <strong>de</strong> España tiene crédito;<br />

aconsejado por el señor Fouquet, podría hacer<br />

encerrar al señor Laicques en alguna fortaleza.<br />

-No me causa eso gran miedo, mi buen<br />

amigo, porque a favor <strong>de</strong> la reconciliación con<br />

Ana <strong>de</strong> Austria, conseguiré que Francia pida la<br />

libertad <strong>de</strong> Laicques.<br />

-Es verdad. Entonces tendréis que temer<br />

otra cosa.<br />

-¿Cuál? -preguntó la duquesa aparentando<br />

sorpresa y temor.<br />

-Ya sabéis que el que llega a ingresar en<br />

la Or<strong>de</strong>n, no pue<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> ella sin gran dificultad.<br />

Los secretos que se penetran son muy peligrosos,<br />

y llevan consigo gérmenes <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia<br />

para el indiscreto que los revela.<br />

La duquesa reflexionó un momento.<br />

-¡Eso es cosa más seria! -dijo-. Lo reflexionaré.


Y, no obstante la obscuridad profunda,<br />

sintió Aramis una mirada abrasadora como un<br />

hierro can<strong>de</strong>nte, escapar <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> su amiga<br />

para ir a hundirse en su corazón.<br />

-Recapitulemos -dijo Aramis, que estaba<br />

prevenido y <strong>de</strong>slizando la mano bajo la ropilla,<br />

en don<strong>de</strong> ocultaba un estilete.<br />

-Eso es, recapitulemos: las buenas cuentas<br />

hacen los buenos amigos...<br />

-La supresión <strong>de</strong> vuestra pensión...<br />

-Cuarenta y ocho mil libras, y las <strong>de</strong><br />

Laicques, doce mil, hacen sesenta mil libras. ¿Es<br />

eso lo que queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Exactamente, y busco lo que ganáis en<br />

cambio.<br />

-Quinientas mil libras que obtendré <strong>de</strong><br />

la reina.<br />

-O no.<br />

-Sé el medio <strong>de</strong> conseguirlas -dijo aturdidamente<br />

la duquesa. Estas palabras hicieron<br />

aguzar el oído a Aramis. A partir <strong>de</strong> aquella<br />

falta <strong>de</strong>l adversario, estuvo su inteligencia tan


alerta, que fue ganando siempre ventaja sobre<br />

ella.<br />

-Admito que saquéis ese dinero -repuso-<br />

; aún per<strong>de</strong>réis el dobles, puesto que podéis<br />

cobrar cien mil francos <strong>de</strong> pensión en vez <strong>de</strong> los<br />

sesenta mil, y por espacio <strong>de</strong> diez años.<br />

-No, porque sólo tendré esa disminución<br />

<strong>de</strong> renta mientras dure el Ministerio<br />

<strong>de</strong>l señor Fouquet, y no le doy <strong>de</strong> vida arriba <strong>de</strong><br />

dos meses.<br />

-¡Ah! -exclamó Aramis.<br />

-Ya veis que soy sincera.<br />

-Os doy las gracias, duquesa; pero haríais<br />

mal en suponer que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l<br />

señor Fouquet siguiera la Or<strong>de</strong>n pagándoos la<br />

pensión.<br />

-Sé los medios <strong>de</strong> obligar a ello a la Or<strong>de</strong>n,<br />

como sé también los <strong>de</strong> hacer contribuir a<br />

la reina madre.<br />

-Entonces, duquesa, no nos queda otro<br />

remedio que arriar ban<strong>de</strong>ra ante vuestro po<strong>de</strong>-


ío. ¡Sea vuestra la victoria! ¡Para vos el triunfo!<br />

Sed clemente, os lo ruego. ¡Sonad, clarines!<br />

-¿Cómo es posible -replicó la duquesa<br />

sin hacer caso <strong>de</strong> la ironía- que retrocedáis ante<br />

quinientas mil miserables libras, cuando se trata<br />

<strong>de</strong> evitaros, quiero <strong>de</strong>cir a vuestro amigo,<br />

perdón, a vuestro protector, los disgustos que<br />

lleva consigo una guerra <strong>de</strong> partido?<br />

-Os lo diré, duquesa: porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

esas quinientas mil libras, el señor Laicques<br />

reclamará su parte, que será también <strong>de</strong> otras<br />

quinientas mil libras, ¿no es así?<br />

Así es que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong>l señor<br />

Laicques y la vuestra, vendrá la <strong>de</strong> vuestros<br />

hijos, la <strong>de</strong> vuestros , pobres, la <strong>de</strong> todo el<br />

mundo, y unas cartas, por mucho que comprometan,<br />

no valen tres o cuatro millones.<br />

¡Caray, duquesa! Los herretes <strong>de</strong> la reina<br />

<strong>de</strong> Francia valían más que esos pedazos <strong>de</strong><br />

papel firmados por el señor Mazarino, y no<br />

costó . adquirirlos la cuarta parte <strong>de</strong> lo que pedís<br />

para vos.


-¡Ah, verdad es, verdad es! Pero el comerciante<br />

pone a su mercancía el precio que le<br />

da la gana, y el comprador queda en libertad <strong>de</strong><br />

tomarlo o rehusarlo.<br />

-Escuchad, duquesa: ¿queréis que os<br />

diga por qué no compro vuestras cartas?<br />

-Decid.<br />

-Vuestras cartas <strong>de</strong> Mazarino son falsas.<br />

-¡De veras!<br />

-Sí; porque sería por lo menos extraño<br />

que, enemistada con la reina por Mazarino,<br />

hubiérais mantenido con éste un trato íntimo;<br />

eso olería a pasión, a espionaje, a ... perdonad;<br />

no quiero <strong>de</strong>cir la palabra.<br />

-Hablad sin reparo.<br />

-A complacencia.<br />

-Todo eso es verda<strong>de</strong>ro; pero no lo es<br />

menos lo que contienen las cartas.<br />

-Os juro, duquesa, que no podréis serviros<br />

<strong>de</strong> ellas para con la reina.<br />

-¡Oh! Sí tal: <strong>de</strong> todo puedo servirme<br />

para con ella.


"¡Bueno! -pensó Aramis-. ¡Canta, pues,<br />

arpía! ¡Silba lo que quieras, víbora!"<br />

Pero la duquesa había dicho ya bastante,<br />

y dio dos pasos hacia la puerta.<br />

Aramis le reservaba una <strong>de</strong>sgracia... la<br />

imprecación que <strong>de</strong>ja oír el vencido tras el carro<br />

<strong>de</strong>l triunfador. Llamó.<br />

En el salón aparecieron luces. Aramis<br />

clavó una mirada irónica<br />

en aquellas mejillas pálidas y <strong>de</strong>scarnadas, en<br />

aquellos ojos, cuyo fuego escapaba <strong>de</strong> los párpados<br />

<strong>de</strong>snudos, y en aquella boca, cuyos labios<br />

ocultaban con cuidado unos dientes ennegrecidos<br />

y raros.<br />

En seguida se cuadró graciosamente,<br />

<strong>de</strong>jando ver su nerviosa y bien formada pierna,<br />

su cabeza luminosa y altiva, y sonrió para enseñar<br />

unos dientes que, a la luz, <strong>de</strong>spedían aun<br />

cierto brillo. La envejecida coqueta comprendió<br />

al galante mofador, hallándose colocada casualmente<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un gran espejo que refle-


jaba toda su <strong>de</strong>crepitud, tan cuidadosamente<br />

disimulada.<br />

Entonces, sin saludar siquiera a Aramis,<br />

que se inclinaba con flexibilidad y donaire, como<br />

el mosquetero <strong>de</strong> otro tiempo, se marchó<br />

con paso vacilante y entorpecido por la precipitación.<br />

Aramis se <strong>de</strong>slizó como un céfiro por el<br />

piso para acompañarla hasta la puerta.<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse hizo un a<strong>de</strong>mán<br />

a su lacayo, que volvió a coger el mosquete,<br />

y abandonó aquella casa en que dos amigos<br />

tan tiernos no se habían entendido por compren<strong>de</strong>rse<br />

<strong>de</strong>masiado bien.<br />

XLV<strong>II</strong><br />

DONDE SE VE QUE EL TRATO QUE NO<br />

PUEDE HACERSE CON UNA PERSONA SE<br />

HACE CON OTRA


Aramis no se había engañado; así que<br />

salió la señora <strong>de</strong> Chevreuse <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> la<br />

plaza <strong>de</strong> Baudoyer, se hizo conducir a la suya.<br />

Indudablemente temía que la siguiesen,<br />

y trataba con eso <strong>de</strong> burlar a los espías, caso<br />

que los hubiese. Pero, apenas entró en su casa y<br />

se cercioró <strong>de</strong> que nadie la seguía para inquietarla,<br />

hizo abrir la puerta <strong>de</strong>l<br />

jardín que daba a otra calle, y se dirigió a la<br />

Croix-<strong>de</strong>s-Petits-Champs, don<strong>de</strong> vivía el señor<br />

Colbert.<br />

Como hemos dicho, era <strong>de</strong> noche, y <strong>de</strong><br />

las más obscuras; París, ya en calma, escondía<br />

en su indulgente sombra a la noble duquesa<br />

conduciendo su intriga política, y a la sencilla<br />

menestrala que, retrasada por un convite, tomaba,<br />

<strong>de</strong> bracero con su amante, el camino más<br />

largo para dirigirse a la morada conyugal.<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse tenía <strong>de</strong>masiada<br />

práctica en la política nocturna para<br />

que ignorase que un ministro jamás se niega,<br />

aun cuando sea en su casa, a las damas jóvenes


y bellas que temen el polvo <strong>de</strong> las oficinas, ni a<br />

las viejas instruidas que temen el eco <strong>de</strong> los<br />

ministerios.<br />

Un sirviente recibió a la duquesa en el<br />

pórtico, y preciso es <strong>de</strong>cir que la recibió bastante<br />

mal. Aquel hombre le significó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber visto su cara, que ni aquella hora ni aquella<br />

edad eran a propósito para distraer <strong>de</strong> sus<br />

ocupaciones al señor Colbert.<br />

Pero la señora <strong>de</strong> Chevreuse, sin inmutarse,<br />

escribió en una hoja <strong>de</strong> su libro <strong>de</strong> memorias<br />

su nombre, nombre ruidoso, que había resonado<br />

tantas veces <strong>de</strong>sagradablemente en los<br />

oídos <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I y <strong>de</strong>l gran car<strong>de</strong>nal.<br />

Escribió, pues, su nombre con aquella<br />

letra gorda y <strong>de</strong>sigual, digna <strong>de</strong> los elevados<br />

personajes <strong>de</strong> aquella época; dobló el papel <strong>de</strong><br />

un modo peculiar suyo, y lo entregó al criado<br />

sin hablar palabra, pero con a<strong>de</strong>mán tan imperioso,<br />

que el gran tuno, habituado a olfatear a la<br />

gente, olió a la princesa, y bajando la cabeza,<br />

corrió al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor Colbert.


No hay que <strong>de</strong>cir que el ministro <strong>de</strong>jó<br />

escapar un pequeño grito al abrir el papel, y<br />

que aquel grito, informando suficientemente al<br />

criado <strong>de</strong>l interés <strong>de</strong> la visita misteriosa, bastó<br />

para que éste volviese corriendo a buscar a la<br />

duquesa.<br />

Subió, pues, con bastante lentitud al<br />

piso principal <strong>de</strong> la linda casa nueva, se <strong>de</strong>tuvo<br />

en el <strong>de</strong>scansillo para no entrar sofocada, y<br />

apareció luego ante el señor Colbert, que abría<br />

él mismo las hojas <strong>de</strong> la puerta.<br />

La duquesa se <strong>de</strong>tuvo en el umbral para<br />

mirar al hombre con quien tenía que habérselas.<br />

A primera vista, el conjunto <strong>de</strong> aquella<br />

cabeza redonda, pesada, maciza, las espesas<br />

cejas, la jeta <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> aquella figura<br />

aplastada bajo un casquete semejante a un soli<strong>de</strong>o,<br />

prometía a la duquesa pocas dificulta<strong>de</strong>s<br />

en las negociaciones, pero también poco interés<br />

en el <strong>de</strong>bate <strong>de</strong> los artículos.


Porque no había la menor apariencia <strong>de</strong><br />

que aquella naturaleza grosera fuera sensible a<br />

los encantos <strong>de</strong> una venganza refinada o <strong>de</strong><br />

una ambición sedienta.<br />

Pero, cuando la duquesa vio más <strong>de</strong><br />

cerca los ojillos penetrantes, la arruga longitudinal<br />

<strong>de</strong> aquella frente protuberante, severa, la<br />

crispación imperceptible <strong>de</strong> aquellos labios, en<br />

los que pocas veces se revelaba la campechanía,<br />

la señora <strong>de</strong> Chevreuse mudó <strong>de</strong> parecer y pudo<br />

<strong>de</strong>cir: "Hallé mi hombre".<br />

-¿A qué <strong>de</strong>bo el honor <strong>de</strong> vuestra visita,<br />

señora? -preguntó el inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda.<br />

-A la necesidad que tengo <strong>de</strong> vos, señor<br />

-contestó la duquesa-, y a la que vos tenéis <strong>de</strong><br />

mí.<br />

-A dicha tengo, señora, la primera parte<br />

<strong>de</strong> vuestra frase; respecto a la segunda...<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse se sentó en un<br />

sillón que le aproximó Colbert. -Señor<br />

Colbert, ¿sois inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda?<br />

-Sí, señora.


-¿Y aspiráis a ser superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-¡Señora!<br />

-No lo neguéis; eso no haría más que<br />

alargar nuestra conversación: es inútil.<br />

-Sin embargo, señora, por muy buena<br />

voluntad y cortesía que tenga hacia una señora<br />

<strong>de</strong> vuestro mérito, nada en el mundo me hará<br />

confesar que trate <strong>de</strong> suplantar a mi superior.<br />

-Es que yo no he hablado <strong>de</strong> suplantar,<br />

señor Colbert. ¿He dicho eso, acaso?... Creo que<br />

no. La palabra reemplazar es menos agresiva y<br />

más conveniente gramaticalmente, como <strong>de</strong>cía<br />

el señor <strong>de</strong> Voiture. Me parece, pues, que aspiráis<br />

a reemplazar al señor Fouquet.<br />

-Señora, la fortuna <strong>de</strong>l señor Fouquet es<br />

<strong>de</strong> aquellas que resisten. <strong>El</strong> señor superinten<strong>de</strong>nte<br />

hace en este siglo el papel <strong>de</strong>l coloso <strong>de</strong><br />

Rodas: los barcos pasan por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él sin<br />

<strong>de</strong>rribarle.<br />

-Esa misma comparación habría ' usado<br />

yo. En efecto, el señor Fouquet hace el papel <strong>de</strong>l<br />

coloso <strong>de</strong> Rodas: pero recuerdo haber oído con-


tar al señor Conrart… un académico, según<br />

creo... que, habiendo caído el coloso <strong>de</strong> Rodas,<br />

el comerciante que lo hizo <strong>de</strong>rribar... un simple<br />

comerciante, señor Colbert... cargó cuatrocientos<br />

camellos con sus restos. Y, no obstante, un<br />

comerciante es mucho menos que un inten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda.<br />

-Señora, puedo aseguraros que nunca<br />

<strong>de</strong>rribaré al señor Fouquet. -Bien, señor Colbert;<br />

puesto que os obstináis en haceros el sensible<br />

conmigo, como si ignoráseis que me llamo<br />

Chevreuse, y que soy vieja, es <strong>de</strong>cir, que estáis<br />

hablando con una mujer hecha a la política <strong>de</strong>l<br />

señor Richelieu, y que no tiene tiempo que per<strong>de</strong>r;<br />

ya que cometéis esa impru<strong>de</strong>ncia, voy a<br />

buscar a otras personas más inteligentes y más<br />

solícitas en hacer fortuna.<br />

-¡Pero explicaos, señora!<br />

-Me estáis dando una pobre i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las<br />

negociaciones <strong>de</strong> hoy día. Os<br />

juro que si en mi tiempo hubiera ido una mujer<br />

en busca <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Cinq-Mara, que no era un


gran talento, y le hubiese dicho sobre el car<strong>de</strong>nal<br />

lo que yo acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />

el señor <strong>de</strong> Cinq-Mars se habría <strong>de</strong>cidido<br />

al momento.<br />

-Vamos, señora, un poco <strong>de</strong> indulgencia.<br />

-Por tanto, ¿consentís en reemplazar al<br />

señor Fouquet?<br />

-Si el rey lo <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>, sí, ciertamente.<br />

-Una palabra más; es evi<strong>de</strong>ntísimo que<br />

si aún no habéis logrado echar al señor Fouquet,<br />

es porque no habéis podido hacerlo. Así<br />

es que yo sena una necia pécora si, viniendo a<br />

vos, no os trajera lo que os falta.<br />

-Ya estoy cansado <strong>de</strong> tanto insistir, señora<br />

-dijo Colbert <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio que<br />

había permitido a la duquesa son<strong>de</strong>ar toda la<br />

profundidad <strong>de</strong> su disimulo-; pero <strong>de</strong>bo participaros<br />

que hace seis meses que se suce<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>nuncias sobre <strong>de</strong>nuncias contra el señor Fouquet,<br />

sin que jamás haya sido <strong>de</strong>socupado el<br />

asiento <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte.


-Hay tiempo para todo, señor Colbert;<br />

los que han hecho esas <strong>de</strong>nuncias no se llamaban<br />

Chevreuse, ni tenían pruebas equivalente a<br />

seis cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino probando el <strong>de</strong>lito<br />

<strong>de</strong>, que se trata.<br />

-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong>lito?<br />

-<strong>El</strong> crimen, si os parece mejor.<br />

-¡Un crimen! ¿Cometido por el señor<br />

Fouquet?<br />

-Nada más que eso... Y es extraño, señor<br />

Colbert; vos, que tenéis el rostro frío y poco<br />

significativo, os veo ahora todo entusiasmado.<br />

-¿Un crimen?<br />

-Me encanta que eso os produzca algún<br />

efecto.<br />

-¡Oh, es que esa palabra encierra tantas<br />

cosas, señora!<br />

-Encierra un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda para vos,<br />

y una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro o <strong>de</strong> Bastilla para el<br />

señor Fouquet.


-Perdonadme, señora duquesa; es casi<br />

imposible que el señor Fouquet sea <strong>de</strong>sterrado.<br />

¡Preso, en <strong>de</strong>sgracia, es <strong>de</strong>masiado!<br />

-¡Oh! Yo sé lo que digo -repuso fríamente<br />

la señora <strong>de</strong> Chevreuse-. No vivo tan alejada<br />

<strong>de</strong> París que no sepa lo que suce<strong>de</strong> aquí. <strong>El</strong> rey<br />

no quiere al señor Fouquet, y lo per<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />

buen grado si se le da la ocasión.<br />

-Preciso es que la ocasión sea buena.<br />

-Bastante buena; y por eso evalúo a ésta<br />

en quinientas mil libras.<br />

-¿Cómo? -exclamó Colbert.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir que, teniendo esta ocasión<br />

en mis manos, no la <strong>de</strong>jaré pasar a las vuestras<br />

sino mediante el cambio <strong>de</strong> quinientas mil libras.<br />

-Perfectamente, señora, comprendo;<br />

pero ya que acabáis <strong>de</strong> fijar un precio a la venta,<br />

veamos el valor vendido.<br />

-¡Oh, no es cosa mayor! Seis cartas, ya os<br />

lo he dicho, <strong>de</strong>l señor Mazarino; autógrafos que<br />

no serán <strong>de</strong>masiado caros, ciertamente, si


prueban <strong>de</strong> manera irrecusable que el señor<br />

Fouquet ha distraído gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

Tesoro para apropiárselas.<br />

-¡De manera irrecusable! -dijo Colbert<br />

con los ojos brillantes <strong>de</strong> alegría.<br />

-¡Irrecusables! ¿Queréis leer las cartas?<br />

-Con mucho gusto. Se entien<strong>de</strong>, la copia.<br />

-La copia, sí.<br />

La señora duquesa sacó <strong>de</strong> su seno un<br />

legajito aplastado por el corpiño <strong>de</strong> terciopelo.<br />

-Leed -dijo.<br />

Colbert <strong>de</strong>voró ávidamente todos los<br />

papeles.<br />

-¡Magnífico! -dijo.<br />

-Es bastante claro, ¿no es cierto?<br />

-Sí, señora, sí, el señor Mazarino entregó<br />

dinero al señor Foubastó para que éste volviese<br />

corriendo a buscar a la duquesa.<br />

Subió, pues, con bastante lentitud al<br />

piso principal <strong>de</strong> la linda casa nueva, se <strong>de</strong>tuvo<br />

en el <strong>de</strong>scansillo para no entrar sofocada, y


apareció luego ante el señor Colbert, que abría<br />

él mismo las hojas <strong>de</strong> la puerta.<br />

La duquesa se <strong>de</strong>tuvo en el umbral para<br />

mirar al hombre con quien tenía que habérselas.<br />

A primera vista, el, conjunto <strong>de</strong> aquella<br />

cabeza redonda, pesada, maciza, las espesas<br />

cejas, la jeta <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> aquella figura<br />

aplastada bajo un casquete semejante a un soli<strong>de</strong>o,<br />

prometía a la duquesa pocas dificulta<strong>de</strong>s<br />

en las negociaciones, pero también poco interés<br />

en el <strong>de</strong>bate <strong>de</strong> los artículos.<br />

Porque no había la menor apariencia <strong>de</strong><br />

que aquella naturaleza grosera fuera sensible a<br />

los encantos <strong>de</strong> una venganza refinada o <strong>de</strong><br />

una ambición sedienta.<br />

Pero, cuando la duquesa vio más <strong>de</strong><br />

cerca los ojillos penetrantes, la arruga longitudinal<br />

<strong>de</strong> aquella frente protuberante, severa, la<br />

crispación imperceptible <strong>de</strong> aquellos labios, en<br />

los que pocas veces se revelaba la campechanía,


la señora <strong>de</strong> Chevreuse mudó <strong>de</strong> parecer y pudo<br />

<strong>de</strong>cir: "Hallé mi hombre".<br />

-¿A qué <strong>de</strong>bo el honor <strong>de</strong> vuestra visita,<br />

señora? -preguntó el inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda.<br />

-A la necesidad que tengo <strong>de</strong> vos, señor<br />

-contestó la duquesa-, y a la que vos tenéis <strong>de</strong><br />

mí.<br />

-A dicha tengo, señora, la primera parte<br />

<strong>de</strong> vuestra frase; respecto a la segunda...<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse se sentó en un<br />

sillón que le aproximó Colbert.<br />

-Señor Colbert, ¿sois inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong><br />

Hacienda?<br />

-Sí, señora.<br />

-¿Y aspiráis a ser superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-¡Señora!<br />

-No lo neguéis; eso no haría más que<br />

alargar nuestra conversación: es inútil.<br />

-Sin embargo, señora, por muy buena<br />

voluntad y cortesía que tenga hacia una señora<br />

<strong>de</strong> vuestro mérito, nada en el mundo me hará<br />

confesar que trate <strong>de</strong> suplantar a mi superior.


-Es que yo no he hablado <strong>de</strong> suplantar,<br />

señor Colbert. ¿He dicho eso, acaso?... Creo que<br />

no. La palabra reemplazar es menos agresiva y<br />

más conveniente gramaticalmente, como <strong>de</strong>cía<br />

el señor <strong>de</strong> Voiture. Me parece, pues, que aspiráis<br />

a reemplazar al señor Fouquet.<br />

-Señora, la fortuna <strong>de</strong>l señor Fouquet es<br />

<strong>de</strong> aquellas que resisten. <strong>El</strong> señor superinten<strong>de</strong>nte<br />

hace en este siglo el papel <strong>de</strong>l coloso <strong>de</strong><br />

Rodas: los barcos pasan por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él sin<br />

<strong>de</strong>rribarle.<br />

-Esa misma comparación habría usado<br />

yo. En efecto, el señor Fouquet hace el papel <strong>de</strong>l<br />

coloso <strong>de</strong> Rodas: pero recuerdo haber oído contar<br />

al señor Conrart... un académico, según creo<br />

... que, habiendo caído el coloso <strong>de</strong> Rodas, el comerciante<br />

que lo hizo <strong>de</strong>rribar... un simple comerciante,<br />

señor Colbert... cargó cuatrocientos<br />

camellos con sus restos. Y, no obstante,. un comerciante<br />

es mucho menos que un inten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda.


-Señora, puedo aseguraros que nunca<br />

<strong>de</strong>rribaré al señor Fouquet.<br />

-Bien, señor Colbert; puesto que os obstináis<br />

en haceros el sensible conmigo, como si<br />

ignoráseis que me llamo Chevreuse, y que soy<br />

vieja, es <strong>de</strong>cir, que estáis hablando con una mujer<br />

hecha a la política <strong>de</strong>l señor Richelieu, y que<br />

no tiene tiempo que per<strong>de</strong>r; ya que cometéis<br />

esa impru<strong>de</strong>ncia, voy a buscar a otras personas<br />

más inteligentes y más solícitas en hacer fortuna.<br />

-¡Pero explicaos, señora!<br />

-Me estáis dando una pobre i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las<br />

negociaciones <strong>de</strong> hoy día. Os<br />

juro que si en mi tiempo hubiera ido una mujer<br />

en busca <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, que no era un<br />

gran talento, y le hubiese dicho sobre el car<strong>de</strong>nal<br />

lo que yo acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />

el señor <strong>de</strong> Cinq-Mars se habría <strong>de</strong>cidido<br />

al momento.<br />

-Vamos, señora, un poco <strong>de</strong> indulgencia.


-Por tanto, ¿consentís en reemplazar al<br />

señor Fouquet?<br />

-Si el rey lo <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>, sí, ciertamente.<br />

-Una palabra más; es evi<strong>de</strong>ntísimo que<br />

sí aún no habéis logrado echar al señor Fouquet,<br />

es porque no habéis podido hacerlo. Así<br />

es que yo sena una necia pécora si, viniendo a<br />

vos, no os trajera lo que os falta.<br />

-Ya estoy cansado <strong>de</strong> tanto insistir, señora<br />

-dijo Colbert <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio que<br />

había permitido a la duquesa son<strong>de</strong>ar toda la<br />

profundidad <strong>de</strong> su disimulo-; pero <strong>de</strong>bo participaros<br />

que hace seis meses que se suce<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong>nuncias sobre <strong>de</strong>nuncias contra el señor Fouquet,<br />

sin que jamás haya sido <strong>de</strong>socupado el<br />

asiento <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-Hay tiempo para todo, señor Colbert;<br />

los que han hecho esas <strong>de</strong>nuncias no se llamaban<br />

Chevreuse, ni tenían pruebas equivalente a<br />

seis cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino probando el <strong>de</strong>lito<br />

<strong>de</strong> que se trata.<br />

-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong>lito?


-<strong>El</strong> crimen, si os parece mejor.<br />

-¡Un crimen! ¿Cometido por el señor<br />

Fouquet?<br />

-Nada más que eso ... Y es extraño, señor<br />

Colbert; vos, que tenéis el rostro frío y poco<br />

significativo, os veo ahora todo entusiasmado.<br />

-¿Un crimen?<br />

-Me encanta que eso os produzca algún<br />

efecto.<br />

-¡Oh, es que esa palabra encierra tantas<br />

cosas, señora!<br />

-Encierra un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda para vos, y una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>stierro o <strong>de</strong> Bastilla para el señor Fouquet.<br />

-Perdonadme, señora duquesa; es casi<br />

imposible que el señor Fouquet sea <strong>de</strong>sterrado.<br />

¡Preso, en <strong>de</strong>sgracia, es <strong>de</strong>masiado!<br />

-¡Oh! Yo sé lo que digo -repuso fríamente<br />

la señora <strong>de</strong> Chevreuse-. No vivo tan alejada<br />

<strong>de</strong> París que no sepa lo que suce<strong>de</strong> aquí. <strong>El</strong> rey<br />

no quiere al señor Fouquet, y lo per<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />

buen grado si se le da la ocasión.


-Preciso es que la ocasión sea buena.<br />

-Bastante buena; y por eso evalúo a ésta<br />

en quinientas mil libras.<br />

-¿Cómo? -exclamó Colbert.<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir que, teniendo esta ocasión<br />

en mis manos, no la <strong>de</strong>jaré pasar a las vuestras<br />

sino mediante el cambio <strong>de</strong> quinientas mil libras.<br />

-Perfectamente, señora, comprendo;<br />

pero ya que acabáis <strong>de</strong> fijar un precio a la venta,<br />

veamos el valor vendido.<br />

-¡Oh, no es cosa mayor! Seis cartas, ya os<br />

lo he dicho, <strong>de</strong>l señor Mazarino; autógrafos que<br />

no serán <strong>de</strong>masiado caros, ciertamente, si<br />

prueban <strong>de</strong> manera irrecusable que el señor<br />

Fouquet ha distraído gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

Tesoro para apropiárselas.<br />

-¡De manera irrecusable! -dijo Colbert<br />

con los ojos brillantes <strong>de</strong> alegría.<br />

-¡Irrecusables! ¿Queréis leer las cartas?<br />

-Con mucho gusto. Se entien<strong>de</strong>, la copia.<br />

-La copia, sí.


La señora duquesa sacó <strong>de</strong> su seno un<br />

legajito aplastado por el corpiño <strong>de</strong> terciopelo.<br />

-Leed -dijo.<br />

Colbert <strong>de</strong>voró ávidamente todos los<br />

papeles.<br />

-¡Magnífico! -dijo.<br />

-Es bastante claro, ¿no es cierto?<br />

-Sí, señora, sí, el señor Mazarino entregó<br />

dinero al señor Fouquet, el cual se lo guardó;<br />

pero, ¿qué dinero?<br />

-¡Oh! Si tratamos <strong>de</strong> eso, añadiré a esas<br />

seis cartas una séptima que os dará los últimos<br />

<strong>de</strong>talles. Colbert reflexionó.<br />

-¿Y los originales <strong>de</strong> las cartas? -<br />

Pregunta inútil. Es como si yo os preguntase:<br />

"Señor Colbert, los talegos que me daréis, ¿estarán<br />

llenos o vacíos?"<br />

-Muy bien, señora.<br />

-¿Concluido?<br />

-No.<br />

-¡Cómo!


-Hay una cosa en que ni uno ni otro<br />

hemos pensado.<br />

-Decídmela.<br />

-<strong>El</strong> señor Fouquet no pue<strong>de</strong> ser perdido<br />

en esta ocasión sino por un proceso.<br />

-Bien.<br />

-Un escándalo público.<br />

-Sí. ¿Y qué?<br />

-Que no pue<strong>de</strong> formársele ni un proceso<br />

ni un escándalo...<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque es fiscal general en el Parlamento;<br />

porque todo, en Francia, administración,<br />

ejército, justicia, comercio, se liga. a él por una<br />

ca<strong>de</strong>na que se llama espíritu <strong>de</strong> cuerpo. Así es,<br />

señora, que nunca sufrirá el Parlamento que su<br />

jefe sea arrastrado ante un tribunal. Jamás será<br />

con<strong>de</strong>nado, si es llevado a él por la autoridad<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

-A fe mía, señor Colbert, que eso no me<br />

concierne.


-Ya lo sé, señora; pero me concierne a<br />

mí, y disminuye el valor <strong>de</strong> lo que me traéis.<br />

¿De qué pue<strong>de</strong> aprovecharme una prueba <strong>de</strong><br />

crimen sin posibilidad <strong>de</strong> con<strong>de</strong>na?<br />

-Sólo con la sospecha per<strong>de</strong>rá el señor<br />

Fouquet su empleo <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-He aquí una gran cosa -dijo Colbert,<br />

cuyas facciones sombrías brillaron <strong>de</strong> repente<br />

con expresión luminosa <strong>de</strong> odio y <strong>de</strong> venganza.<br />

-¡Ah. señor Colbert! -exclamó la duquesa-.<br />

¡Perdonadme; no sabía que fueseis tan impresionable:!<br />

¡Muy bien, muy bien! Puesto que<br />

os hace falta más <strong>de</strong> lo que yo tengo, no hablemos<br />

más <strong>de</strong>l asunto.<br />

-Sí tal, señora, hablemos; mas ya que<br />

vuestros valores han bajada, rebajad también<br />

vuestras pretensiones.<br />

-¿Regateáis?<br />

-Es una necesidad para quien <strong>de</strong>sea pagar<br />

lealmente.<br />

-¿Cuánto me ofrecéis?<br />

-Doscientas mil libras.


La duquesa se rió y repuso al instante:<br />

-Esperad.<br />

-¿Consentís?<br />

-Aún no. Tengo otra combinación.<br />

-Decidla.<br />

-Me daréis trescientas mil libras.<br />

-¡No, no!<br />

-¡Oh! ¡Es cuestión <strong>de</strong> tornarlo o <strong>de</strong>jarlo!<br />

... A<strong>de</strong>más, no es esto todo.<br />

-¿Todavía? Os hacéis imposible, señora<br />

duquesa.<br />

-Menos <strong>de</strong> lo que creéis, pues no es dinero<br />

lo que os solicito.<br />

-¿Pues qué?<br />

-Un favor; sabéis que siempre he amado<br />

a la reina.<br />

-¿Y qué?<br />

-Que quiero tener una entrevista con Su<br />

Majestad.<br />

-¿Con la reina?<br />

-Sí, señor Colbert, con la reina, que ya<br />

no es amiga, verdad es, hace mucho tiempo,


pero que pue<strong>de</strong> volver a serlo si se le da una<br />

ocasión.<br />

-Su Majestad no recibe ya a nadie, señora.<br />

Sufre mucho. No ignoráis que los accesos <strong>de</strong><br />

su enfermedad se repiten más a menudo.<br />

-Cabalmente por eso <strong>de</strong>seo tener una<br />

entrevista con Su Majestad. Figuraos que en<br />

Flan<strong>de</strong>s tenemos muchas <strong>de</strong> esas enfermeda<strong>de</strong>s.<br />

-¿De cánceres? Enfermedad terrible,<br />

incurable.<br />

-No creáis eso, señor Colbert.<br />

<strong>El</strong> campesino flamenco es un hombre<br />

casi en estado <strong>de</strong> naturaleza; no tiene precisamente<br />

una mujer, sino una hembra.<br />

-¿Y qué, señora?<br />

-Que en tanto que él fuma su pipa, la<br />

mujer trabaja; saca agua <strong>de</strong> los pozos, carga la<br />

mula o el jumento, y hasta se carga a sí propia.<br />

No llevando cuidado, se da golpes en todas<br />

partes, y es azotada muchas veces. Un cáncer<br />

viene <strong>de</strong> una contusión.


-Verdad es.<br />

-Pues las flamencas no se mueren por<br />

eso. Cuando pa<strong>de</strong>cen mucho van en busca <strong>de</strong>l<br />

remedio. Las beguinas <strong>de</strong> Brujas son médicos<br />

notables para todas las enfermeda<strong>de</strong>s. Tienen<br />

aguas preciosas, tópicos, específicos; dan a la<br />

enferma un botecito y un cirio, benefician al<br />

cura y sirven a Dios explotando sus dos mercancías.<br />

Yo traeré a la reina agua <strong>de</strong>l beaterio<br />

<strong>de</strong> Brujas. Curará Su Majestad y quemará tantos<br />

cirios como juzgue conveniente. Ya veis,<br />

señor Colbert, que impedirme ver a la reina es<br />

casi un crimen <strong>de</strong> regicidio.<br />

-Señora duquesa, sois una mujer <strong>de</strong> mucho<br />

talento, me confundís; sin embargo, veo<br />

que esa gran<strong>de</strong> caridad hacia la reina envuelve<br />

algún pequeño interés personal.<br />

-¿Me tomo la molestia <strong>de</strong> ocultarlo, señor<br />

Colbert? Me parece que habéis dicho un<br />

pequeño interés personal. Pues sabed que es<br />

uno muy gran<strong>de</strong>, y os lo probaré. Si me hacéis<br />

entrar en la habitación <strong>de</strong> Su Majestad, me con-


tento con las trescientas mil libras reclamadas;<br />

si no, guardo mis cartas, a menos que me <strong>de</strong>is<br />

en el acto quinientas mil libras.<br />

Y, levantándose al pronunciar estas palabras<br />

<strong>de</strong>cisivas, la vieja duquesa <strong>de</strong>jó al señor<br />

Colbert en una <strong>de</strong>sagradable perplejidad.<br />

Regatear todavía era ya imposible, y no<br />

regatear, per<strong>de</strong>r infinitamente mucho.<br />

-Señora -dijo-, voy a tener el gusto <strong>de</strong><br />

contaros cien mil escudos.<br />

-¡Oh! -dijo la duquesa.<br />

-¿Pero cómo tendré las cartas verda<strong>de</strong>ras?<br />

-De la manera más sencilla, mi querido<br />

señor Colbert. . . ¿De quién os fiáis?<br />

<strong>El</strong> grave financiero se echó a reír silenciosamente,<br />

<strong>de</strong> suerte que sus enormes cejas negras bajaban<br />

y subían como las alas <strong>de</strong> un murciélago<br />

sobre la línea profunda <strong>de</strong> su amarilla frente.<br />

-De nadie -dijo.<br />

-¡Oh! Indudablemente haréis una excepción<br />

en favor vuestro, señor Colbert.


-¿Cómo es eso, señora duquesa?<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir que si os tomáis el trabajo<br />

<strong>de</strong> venir conmigo al sitio don<strong>de</strong> se hallan las<br />

cartas, se os entregarán a vos mismo y entonces<br />

podréis confrontarlas y averiguar su verdad.<br />

-Es cierto.<br />

-Y vos iréis provisto <strong>de</strong> cien mil escudos,<br />

porque yo tampoco me fío <strong>de</strong> nadie.<br />

<strong>El</strong> señor inten<strong>de</strong>nte Colbert ruborizóse<br />

hasta las cejas. Era, como todos los hombres<br />

superiores en el arte <strong>de</strong> los guarismos, <strong>de</strong> una<br />

probidad insolente y matemática.<br />

-Llevaré la cantidad prometida en dos<br />

bonos paga<strong>de</strong>ros en mi Caja. ¿Os satisface?<br />

-¡Que no sean dos millones vuestros<br />

bonos; señor inten<strong>de</strong>nte! ... Voy a tener el honor<br />

<strong>de</strong> indicaron el camino.<br />

-Permitid que haga enganchar mis caballos.<br />

-Tengo una carroza a la puerta, señor.<br />

Colbert tosió como hombre irresoluto.<br />

Figuróse un momento que la proposición <strong>de</strong> la


duquesa era un lazo; que tal vez esperaban a la<br />

puerta, y que aquella cuyo secreto acababa <strong>de</strong><br />

ven<strong>de</strong>r en cien mil escudos a Colbert, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong><br />

haberlo propuesto a Fouquet por la misma cantidad.<br />

Como vacilaba mucho, la duquesa lo<br />

miró fijamente y le dijo:<br />

-¿Queréis mejor vuestra carroza?<br />

-Confieso que sí.<br />

-¿Suponéis que os conduzco a alguna<br />

trampa?<br />

-Señora, tenéis un carácter alocado, y yo,<br />

revestido <strong>de</strong> uno bastante grave, puedo verme<br />

comprometido por una broma.<br />

-En fin, si sentís miedo, tomad vuestra<br />

carroza y tantos lacayos como gustéis ... Pero<br />

reflexionad bien en ello ... Sólo nosotros dos<br />

sabemos lo que hacemos, y lo que vea un tercero<br />

lo sabrá todo el mundo. Después <strong>de</strong> todo, a<br />

mí nada me importa: mi carroza seguirá a la<br />

vuestra, y yo me daré por satisfecha con subir<br />

en la vuestra para ir a visitar a la reina.


-¿A la reina?<br />

-¿Lo habíais ya olvidado?. ¡Qué! ¿Una<br />

cláusula <strong>de</strong> tal importancia para mí era tan poca<br />

cosa para vos? Si lo hubiese sabido hubiera<br />

pedido doble.<br />

-He reflexionado en ello, señora duquesa;<br />

no os acompañaré.<br />

-¡De veras!... ¿Por qué?<br />

-Porque tengo en vos una confianza<br />

ilimitada.<br />

-¡Me lisonjeáis!... Mas para tomar los<br />

cien mil escudos ...<br />

-Aquí los tenéis.<br />

<strong>El</strong> inten<strong>de</strong>nte garabateó unas palabras<br />

sobre un papel que entregó a la duquesa.<br />

-Estáis pagada -dijo.<br />

-La acción es hermosa, señor Colbert, y<br />

voy a recompensaros.<br />

Y, diciendo estas palabras, se echó a reír.<br />

La risa <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Chevreuse era un<br />

murmullo siniestro; cualquier hombre que sien-


te la juventud, la fe, el amor, la vida latir en su<br />

corazón, prefiere el llanto a esa risa lamentable.<br />

La duquesa abrió la parte superior <strong>de</strong> su<br />

casaca y extrajo <strong>de</strong>l seno un enrojecido legajillo<br />

<strong>de</strong> papeles atados con cinta color <strong>de</strong> fuego. Los<br />

broches habían cedido a la presión brutal <strong>de</strong><br />

sus nerviosas manos. La piel, arañada por la<br />

extracción y frotamiento <strong>de</strong> los papeles, aparecía<br />

sin pudor a los ojos <strong>de</strong>l inten<strong>de</strong>nte, muy<br />

inquieto con estos preliminares raros.<br />

La duquesa seguía riendo.<br />

-Aquí están -dijo- las verda<strong>de</strong>ras cartas<br />

<strong>de</strong>l señor Mazarino. Las tenéis, pues, y a<strong>de</strong>más,<br />

la duquesa <strong>de</strong> Chevreuse se ha medio <strong>de</strong>snudado<br />

ante vos, como si hubieseis sido ... No<br />

quiero <strong>de</strong>ciros nombres que os darían orgullo o<br />

envidia. Ahora, señor Colbert -añadió, abrochando<br />

con rapi<strong>de</strong>z el corpiño <strong>de</strong> su vestido-,<br />

vuestra fortuna está hecha; acompañadme a la<br />

habitación <strong>de</strong> la reina.<br />

-No, señora. Si vais a incurrir <strong>de</strong> nuevo<br />

en la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> Su Majestad, y se sabe en


Palacio que he sido vuestro introductor, la reina<br />

no me perdonaría jamás. Tengo personas<br />

adictas en Palacio, y os harán entrar sin comprometerme.<br />

-Como queráis, con tal que yo entre.<br />

-¿Cómo llamáis a las religiosas <strong>de</strong> Brujas<br />

que cuidan a las enfermas?<br />

-Beguinas.<br />

-Pues una beguina sois vos.<br />

-Bien; pero será preciso que <strong>de</strong>je <strong>de</strong> serlo.<br />

-Eso es cuenta vuestra.<br />

-¡Perdón! No quiero exponerme a que<br />

me nieguen la entrada.<br />

-También eso os concierne señora. Voy a<br />

or<strong>de</strong>nar al primer ayuda <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong>l gentilhombre<br />

<strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong> Su Majestad,<br />

que <strong>de</strong>je entrar a una beguina que lleva un remedio<br />

eficaz para mitigar los dolores <strong>de</strong> Su<br />

Majestad. Vos lleváis mi carta, y os encargáis<br />

<strong>de</strong>l remedio y <strong>de</strong> las explicaciones; así confieso<br />

a la beguina y niego a la señora <strong>de</strong> Chevreuse.


a.<br />

-Está bien.<br />

-He aquí la carta <strong>de</strong> introducción, seño-<br />

XLV<strong>II</strong>I<br />

LA PIEL DE OSO<br />

Dio Colbert la carta a la duquesa, y le<br />

retiró suavemente la silla, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cual se<br />

guarecía ella.<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse saludó muy<br />

ligeramente, y salió.<br />

Colbert, que había reconocido la letra <strong>de</strong><br />

Mazarino y contado las cartas, llamó a su secretario<br />

y le encargó fuese a buscar a su casa al<br />

señor Vanel, consejero <strong>de</strong>l Parlamento. Contestó<br />

el secretario que, fiel a sus costumbres, el<br />

señor consejero acababa <strong>de</strong> entrar en la casa a<br />

fin <strong>de</strong> dar cuenta al inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> los principales<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l trabajo terminado aquel mismo<br />

día en la sesión <strong>de</strong>l Parlamento.


Colbert se aproximó a las lámparas,<br />

volvió a leer las cartas <strong>de</strong>l difunto car<strong>de</strong>nal,<br />

sonrióse varias veces reconociendo en ellas todo<br />

el valor <strong>de</strong> los documentos que acababa <strong>de</strong><br />

entregarle la señora <strong>de</strong> Chevreuse, y, apoyando<br />

por espacio <strong>de</strong> bastantes minutos su enorme<br />

cabeza entre las manos, reflexionó profundamente.<br />

Mientras tanto, un hombre grueso y<br />

alto, <strong>de</strong> semblante huesudo, ojos fijos y nariz<br />

acaballada, había pasado al gabinete <strong>de</strong> Colbert<br />

con mo<strong>de</strong>sta resolución, que <strong>de</strong>nunciaba un<br />

carácter flexible y <strong>de</strong>cidido; flexible para con el<br />

amo que podía abandonarle una presa, firme<br />

para con los perros que hubiesen podido disputársela.<br />

<strong>El</strong> señor Vanel llevaba bajo el brazo una<br />

voluminosa cartera, que <strong>de</strong>jó sobre el mismo<br />

pupitre en que los codos <strong>de</strong> Colbert sostenían<br />

su cabeza.<br />

-Buenos días, señor Vanel -dijo saliendo<br />

<strong>de</strong> su meditación.


-Buenos días, monseñor -dijo naturalmente<br />

Vanel.<br />

-Eso es lo que hace falta <strong>de</strong>cir -replicó<br />

suavemente Colbert.<br />

-Yo llamo monseñor a los ministros -dijo<br />

Vanel con sangre fría imperturbable-. Y si vos<br />

no lo sois todavía, no por eso <strong>de</strong>jáis <strong>de</strong> ser mi<br />

señor.<br />

Colbert levantó la cabeza para leer en la<br />

fisonomía <strong>de</strong>l consejero la sinceridad <strong>de</strong> su adhesión.<br />

Pero nada <strong>de</strong>scubrió en el rostro <strong>de</strong> Vanel.<br />

Podía ser honrado. Colbert pensó que<br />

aquel inferior era para él superior, respecto a<br />

que tenía una mujer infiel.<br />

En el momento en que se apiadaba <strong>de</strong> la<br />

suerte <strong>de</strong> aquel hombre, Vanel sacó fríamente<br />

<strong>de</strong> su bolsillo un billete perfumado, sellado con<br />

cera, y lo tendió a Colbert.<br />

-¿Qué es esto, Vanel?<br />

-Una carta <strong>de</strong> mi mujer, monseñor.<br />

Colbert tosió. Cogió la carta, la abrió, la<br />

leyó y se la guardó en el bolsillo, mientras Va-


nel hojeaba impasiblemente su volumen <strong>de</strong><br />

procedimientos.<br />

-Vanel -dijo <strong>de</strong> repente el protector a su<br />

protegido-: ¿sois un hombre <strong>de</strong> trabajo?<br />

-Sí, monseñor.<br />

-¿No os asustan doce horas <strong>de</strong> estudio?<br />

-Quince trabajo al día.<br />

-¡Imposible! Un consejero no trabajaría<br />

jamás más <strong>de</strong> tres horas para el Parlamento.<br />

-¡Oh! Yo hago -estados para un amigo<br />

que tengo en el Tribunal <strong>de</strong> Cuentas, y, como<br />

me sobra tiempo, estudio el hebreo.<br />

-¿Sois muy consi<strong>de</strong>rado en el Parlamento,<br />

Vanel?<br />

-Creo que sí, monseñor.<br />

-Bueno sería no pudrirse en la silla <strong>de</strong><br />

consejero.<br />

-¿Qué hacer para eso?<br />

-Comprar un empleo.<br />

-¿Cuál?<br />

-Algo gran<strong>de</strong>. Las ambiciones pequeñas<br />

son las más difíciles <strong>de</strong> satisfacer.


-Y las bolsas pequeñas, monseñor, son<br />

las más difíciles <strong>de</strong> llenar.<br />

-¿Pero veis algún empleo bueno? -dijo<br />

Colbert.<br />

-Yo no veo ninguno, la verdad.<br />

-Yo sí veo uno, aunque sería preciso ser<br />

el rey para comprarlo cómodamente; pero creo<br />

que el rey no tendrá la fantasía <strong>de</strong> comprar un<br />

cargo <strong>de</strong> fiscal general.<br />

Al oír semejantes palabras, Vanel fijó en<br />

Colbert su mirada humil<strong>de</strong> y empañada a la<br />

vez.<br />

Colbert se preguntó si había sido adivinado<br />

o únicamente encontrado por el pensamiento<br />

<strong>de</strong> aquel hombre.<br />

-¿Me habláis, monseñor, <strong>de</strong>l oficio <strong>de</strong><br />

fiscal general en el Parlamento? -No conozco<br />

otro, como no sea el <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-Precisamente, mi querido consejero.<br />

-No vais con ro<strong>de</strong>os, monseñor; mas,<br />

antes <strong>de</strong> comprar la mercancía, ¿no hace falta<br />

que se halle en venta?


-Es que yo creo que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco estará<br />

en venta ese cargo.<br />

-¡En venta! ¿<strong>El</strong> empleo <strong>de</strong> fiscal <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet?<br />

-Eso se dice.<br />

-¡<strong>El</strong> empleo que le hace inviolable, en<br />

venta ¡Oh!... ¡Oh!... Y Vanel se echó a reír.<br />

-¿Tendríais miedo a ese empleo? -dijo<br />

seriamente Colbert.<br />

-¡Miedo! No.<br />

-¿Ni ganas?<br />

-Monseñor se burla <strong>de</strong> mí -contestó Vanel-.<br />

¿Cómo un consejero <strong>de</strong>l Parlamento no ha<br />

<strong>de</strong> tener ganas <strong>de</strong> ser fiscal general?<br />

-Entonces, señor Vanel. .. cuando yo os<br />

digo que el cargo se presenta en venta...<br />

-Monseñor lo dice.<br />

-Es el rumor que corre.<br />

-Repito que eso es imposible; nunca tira<br />

un hombre el escudo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual ha salvado<br />

su honor, su fortuna y su vida.


-A veces vense locos que se creen por<br />

encima <strong>de</strong> todas las malas eventualida<strong>de</strong>s, señor<br />

Vanel.<br />

-Sí, monseñor; pero las locuras <strong>de</strong> esos<br />

locos no aprovechan a los pobres Vanel que hay<br />

en el mundo.<br />

-¿Por qué no?<br />

-Porque esos Vanel son pobres.<br />

-Cierto es que el empleo <strong>de</strong>l señor Fouquet<br />

pue<strong>de</strong> costar caro. ¿Qué daríais por él?<br />

-Todo lo que poseo, monseñor. -Lo cual<br />

quiere <strong>de</strong>cir...<br />

-Trescientas o cuatrocientas mil libras.<br />

-¿Y cuánto vale el cargo?<br />

-Millón y medio lo menos. Sé <strong>de</strong> personas<br />

que han ofrecido un millón setecientas mil<br />

libras, sin <strong>de</strong>cidir al señor Fouquet. De modo<br />

que, si por casualidad quisiera el señor Fouquet<br />

ven<strong>de</strong>rlo, lo cual no creo yo, no obstante lo que<br />

me han dicho...<br />

-¡Ah, os han dicho algo! ¿Quién?


-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Gourville... Él señor Pellisson.<br />

. .<br />

-Pues bien, si el señor Fouquet quisiese<br />

ven<strong>de</strong>rlo...<br />

-No podría comprarlo, en atención a que<br />

el superinten<strong>de</strong>nte lo haría por tener dinero<br />

fresco, y no hay nadie que tenga millón y medio<br />

para poner sobre una mesa.<br />

Colbert interrumpió en aquel punto al<br />

consejero con una pantomima imperiosa. Había<br />

vuelto a reflexionar.<br />

Viendo la actitud grave <strong>de</strong>l amo, y su<br />

perseverancia en llevar la conversación hacia<br />

aquel tema, Vanel esperaba una solución, sin<br />

atreverse a provocarla.<br />

-Explicadme bien -dijo entonces Colbert-<br />

los privilegios <strong>de</strong>l cargo <strong>de</strong> fiscal general.<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> acusar a todo súbdito<br />

francés que no sea príncipe <strong>de</strong> la sangre; el <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>struir toda acusación dirigida contra todo<br />

francés que no sea rey o príncipe. Un fiscal general<br />

es el brazo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> Su Majestad para


herir al culpable, y también su brazo para apagar<br />

la antorcha <strong>de</strong> la justicia. Así es que el señor<br />

Fouquet se sostendrá contra el rey mismo, sublevando<br />

los parlamentos, y Su Majestad contemplará<br />

al señor Fouquet para que se registren<br />

sus edictos sin contestación. <strong>El</strong> fiscal general<br />

pue<strong>de</strong> ser un instrumento muy útil o muy peligroso.<br />

-¿Deseáis ser fiscal general, Vanel? -dijo<br />

<strong>de</strong> pronto Colbert, dulcificando su mirada y su<br />

voz.<br />

-¿Yo? -exclamó éste-. Pero ya he tenido<br />

la honra <strong>de</strong> manifestaros que faltan para eso en<br />

mi caja más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> libras.<br />

-Tomaréis prestada esa suma <strong>de</strong> vuestros<br />

amigos.<br />

-No tengo amigos más ricos que yo.<br />

-¡Un hombre <strong>de</strong> bien!<br />

-¡Si todo el mundo pensase como vos,<br />

monseñor!<br />

-Pues yo lo pienso, y basta; y si es preciso,<br />

yo respon<strong>de</strong>ré por vos.


-Tened presente el proverbio, monseñor.<br />

-¿Cuál?<br />

-"Quien respon<strong>de</strong> paga."<br />

-¿Qué importa eso?<br />

Vanel levantóse, conmovido por esta<br />

oferta tan súbita, hecha inopinadamente por un<br />

hombre a quien los más frívolos tomaban muy<br />

en serio.<br />

-No os burléis <strong>de</strong> mí, monseñor -dijo.<br />

Veamos, señor Vanel. Decís que el señor<br />

Gourville os ha hablado <strong>de</strong>l cargo <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet.<br />

Y el señor Pellisson también.<br />

-¿Oficial u oficiosamente?<br />

-He aquí sus palabras: "Esas gentes <strong>de</strong>l<br />

Parlamento son codiciosas y ricas; <strong>de</strong>berían<br />

hacer un escote para reunir dos o tres millones<br />

al señor Fouquet, su protector, su lumbrera."<br />

-¿Y vos qué dijisteis?<br />

-Dije que por mi parte daría diez mil<br />

libras si era preciso.


-¡Ah! ¿Conque estimáis al señor Fouquet?<br />

-murmuró Colbert con una mirada llena<br />

<strong>de</strong> odio. -No; pero el señor Fouquet es nuestro<br />

fiscal general, y como se llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>udas, nosotros<br />

<strong>de</strong>bemos salvar el honor <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

-He ahí lo que me explica por qué el<br />

señor Fouquet será siempre sano y salvo mientras<br />

ocupe su empleo -replicó Colbert.<br />

-Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esto -prosiguió Vanel-,<br />

dijo el señor Gourville: "Dar limosna al señor<br />

Fouquet es siempre un proce<strong>de</strong>r humillante, al<br />

cual respon<strong>de</strong>ría con una negativa; que el Parlamento,<br />

pues, haga un escote a fin <strong>de</strong> comprar<br />

dignamente el empleo <strong>de</strong> fiscal general, y entonces<br />

todo se salva, el honor <strong>de</strong>l cuerpo y el<br />

orgullo <strong>de</strong>l señor Fouquet."<br />

-Esa es una proposición.<br />

-Así la he consi<strong>de</strong>rado yo, monseñor.<br />

-Pues bien, Vanel, inmediatamente iréis<br />

en busca <strong>de</strong>l señor Gourville o <strong>de</strong>l señor Pellisson.<br />

¿Conocéis algún otro amigo <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet?


-Conozco bastante al señor <strong>de</strong> La Fontaine.<br />

-¿La Fontaine el poetastro?<br />

-Justamente; hacía versos a mi mujer<br />

cuando el señor Fouquet era <strong>de</strong> nuestros amigos.<br />

-Pues dirigíos a él para conseguir una<br />

entrevista con el señor superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-Con mucho gusto; ¿pero el dinero?...<br />

-No os impacientéis por eso, señor Vanel; en el<br />

día y a la hora que se fijen estaréis provisto <strong>de</strong><br />

la suma.<br />

-¡Monseñor, qué munificencia!... ¡Aventajáis<br />

al rey, sobrepujáis al señor Fouquet! ...<br />

-Un instante. . . no abuséis <strong>de</strong> las palabras.<br />

Yo no os doy ese millón y pico <strong>de</strong> libras,<br />

señor Vanel; tengo hijos.<br />

-Pero me las prestáis, señor, y eso basta.<br />

-Eso sí, os las presto.<br />

-Pedid interés, garantía, lo que gustéis,<br />

monseñor, a todo estoy dispuesto, y, satisfechos<br />

vuestros <strong>de</strong>seos, seguiré repitiendo que sobre-


pujáis a los reyes y al señor Fouquet en munificencia.<br />

¿Qué condiciones?<br />

-<strong>El</strong> reembolso en ocho años.<br />

-¡Oh! Muy bien.<br />

-Hipoteca sobre el cargo mismo.<br />

-Perfectamente; ¿es eso todo?<br />

-Aguardad. Me reservo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

compraros el empleo con ciento cincuenta mil<br />

libras <strong>de</strong> beneficio, si no seguís en su <strong>de</strong>sempeño<br />

una línea <strong>de</strong> conducta conforme a los intereses<br />

<strong>de</strong>l rey y a mis <strong>de</strong>signios.<br />

-¡Ah! ¡ah! -dijo Vanel algo emocionado.<br />

-¿Contiene esto algo que, pueda chocaros,<br />

señor Vanel? -dijo fríamente Colbert.<br />

-No, no -replicó Vanel vivamente.<br />

-Pues bien, firmaremos este contrato<br />

cuando gustéis. Corred a casa <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l<br />

señor Fouquet.<br />

-Voy volando ...<br />

-Y obtened <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte una<br />

entrevista.<br />

-Sí, monseñor.


-Sed fácil en concesiones.<br />

-Sí.<br />

-¿Y una vez hechos los arreglos?<br />

-Me apresuro a que se firmen.<br />

-¡Guardaos <strong>de</strong> ellos!... No habléis jamás<br />

<strong>de</strong> firmas con el señor Fouquet, pues lo per<strong>de</strong>rías<br />

todo, ¿entendéis?<br />

-¿Pues qué he <strong>de</strong> hacer entonces, señor?<br />

Es muy difícil...<br />

-Tratad solamente <strong>de</strong> que el señor Fouquet<br />

os dé la mano... ¡Corred!<br />

XLIX<br />

EN EL APOSENTO DE LA REINA MADRE<br />

La reina madre permanecía en su dormitorio<br />

en el Palais-Royal con la señora <strong>de</strong> Motteville<br />

y la señora Molina. <strong>El</strong> rey, a quien se<br />

aguardó hasta la noche, no había parecido; la<br />

reina, impaciente, había enviado a preguntar<br />

con frecuencia por él.


<strong>El</strong> tiempo estaba <strong>de</strong> borrasca. Los cortesanos<br />

y las damas evitábanse en las antecámaras<br />

y los corredores para no hablarse <strong>de</strong> asuntos<br />

<strong>de</strong> compromiso.<br />

Monsieur se había ido con el rey por la<br />

mañana a una partida <strong>de</strong> caza.<br />

Madame permanecía en su cuarto, poniendo<br />

mal gesto a todo el mundo. Respecto a la reina<br />

madre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber rezado sus oraciones<br />

en latín, hablaba <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> la casa con sus dos<br />

amigas en castellano puro.<br />

La señora <strong>de</strong> Motteville, que comprendía<br />

admirablemente aquella lengua, respondía<br />

en francés.<br />

Después que las tres damas agotaron<br />

todas las fórmulas <strong>de</strong>l disimulo y <strong>de</strong> la política,<br />

para venir a <strong>de</strong>cir que la conducta <strong>de</strong>l rey hacía<br />

morir <strong>de</strong> pena a la reina, a la reina madre y a<br />

todos sus parientes, y <strong>de</strong>spués que fulminaron<br />

en términos <strong>de</strong>centes todas las imprecaciones<br />

posibles contra la señorita <strong>de</strong> La Valliére, terminó<br />

la reina madre las recriminaciones con las


siguientes palabras, propias <strong>de</strong> su pensamiento<br />

y <strong>de</strong> su carácter:<br />

-¡Estos hijos! -exclamó dirigiéndose a<br />

Molina; expresión profunda en boca <strong>de</strong> una<br />

madre, y terrible en boca <strong>de</strong> una reina que, como<br />

Ana <strong>de</strong> Austria, ocultaba tan extraños secretos<br />

en su alma sombría.<br />

-¡Sí -repuso Molina-, estos hijos, por<br />

quienes se sacrifican las madres!<br />

-Por quienes -repuso la reina- una madre<br />

lo ha sacrificado todo...<br />

Y no concluyó su frase. Parecióle, cuando<br />

levantó los ojos hacia el retrato <strong>de</strong> cuerpo<br />

entero <strong>de</strong>l pálido Luis X<strong>II</strong>I, que los ojos <strong>de</strong> su<br />

esposo recobraban su brillo. <strong>El</strong> retrato animábase<br />

y amenazaba sin hablar. Profundo silencio<br />

sucedió a las últimas palabras <strong>de</strong> la reina madre.<br />

La Molina empezó a revolver las cintas y<br />

encajes <strong>de</strong> un gran cestillo. La señora <strong>de</strong> Motteville,<br />

sorprendida por aquel relámpago <strong>de</strong> inteligencia<br />

que iluminó simultáneamente la mirada<br />

<strong>de</strong> la confi<strong>de</strong>nte y la <strong>de</strong> su ama, bajó los ojos,


como mujer discreta, y, absteniéndose <strong>de</strong> ver,<br />

se hizo toda oídos; pero no sorprendió más que<br />

un ¡hum! expresivo <strong>de</strong> la dueña española, imagen<br />

<strong>de</strong> la circunspección, y un suspiro exhalado<br />

como un soplo <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> la reina.<br />

Inmediatamente levantó la cabeza.<br />

-¿Sufrís? -dijo.<br />

-No, Motteville, no. ¿Por qué dices eso?<br />

-Como Vuestra Majestad parecía quejarse.<br />

-Tienes razón, sí, sufro un poco.<br />

-<strong>El</strong> señor Valot está cerca <strong>de</strong> aquí; creo<br />

que se halla con Madame.<br />

-¿Con Madame? ¿Y por qué?<br />

-Los nervios.<br />

-¡Valiente enfermedad! Hace mal el señor<br />

Valot en visitar a Madame, cuando otro<br />

doctor la curaría ...<br />

La señora <strong>de</strong> Motteville volvió a, levantar<br />

sus ojos con sorpresa.<br />

-¿Otro doctor que el señor Valot? -dijo-.<br />

¿Cuál?


-<strong>El</strong> trabajo, Motteville, el trabajo. ¡Ay! Si<br />

alguien está enferma, es mi pobre hija.<br />

-Y también Vuestra Majestad.<br />

-Esta noche, no.<br />

-¡No estéis tan confiada, señora!<br />

Y, como para justificar esta amenaza <strong>de</strong><br />

la señora <strong>de</strong> Motteville, sintió la reina un dolor<br />

fuerte en el corazón que le hizo pali<strong>de</strong>cer y la<br />

<strong>de</strong>rribó sobre el sillón, con todos los síntomas<br />

<strong>de</strong> un <strong>de</strong>smayo repentino.<br />

-¡Las gotas! -murmuró.<br />

-¡Voy, voy! -replicó la Molina, quien, sin<br />

apresurar el paso, fue a sacar <strong>de</strong> un armario<br />

dorado un enorme frasco <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong> roca, y se<br />

lo presentó abierto a la reina. Esta respiró con<br />

frenesí repetidas veces, y exclamó:<br />

-Por aquí es por don<strong>de</strong> el Señor me ha<br />

<strong>de</strong> matar. ¡Hágase su santa voluntad!<br />

-No por estar mala se muere una -<br />

repuso la Molina, volviendo a colocar el frasco<br />

en el armario.


-¿Está mejor Vuestra Majestad? -<br />

preguntó la señora <strong>de</strong> Motteville.<br />

-Mejor.<br />

Y la reina se puso un <strong>de</strong>do en los labios,<br />

para encargar discreción a su favorita.<br />

-¡Es extraño! -dijo la señora <strong>de</strong> Motteville<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio.<br />

-¿Qué es extraño? -preguntó la reina.<br />

-¿Se acuerda Vuestra Majestad <strong>de</strong>l día<br />

que se le presentó ese dolor por primera vez?<br />

-Me acuerdo <strong>de</strong> que fue un día bien triste,<br />

Motteville.<br />

-Ese día no había sido siempre triste<br />

para Vuestra Majestad.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque veintitrés años antes nació a la<br />

misma hora el rey reinante, vuestro glorioso<br />

hijo.<br />

La reina dio un grito, inclinó la frente<br />

sobre sus manos, y permaneció abismada durante<br />

algunos segundos.


¿Era aquello recuerdo, meditación o<br />

efecto <strong>de</strong> dolor todavía?<br />

La Molina fijó en la señora <strong>de</strong> Motteville<br />

una mirada casi furiosa, según lo que se asemejaba<br />

a una reconvención, y la digna mujer, no<br />

comprendiendo nada <strong>de</strong> aquello, iba a preguntar<br />

a fin <strong>de</strong> tranquilizar su conciencia, cuando<br />

levantándose <strong>de</strong> repente Ana <strong>de</strong> Austria:<br />

-¡<strong>El</strong> 5 <strong>de</strong> septiembre! -exclamó-. Sí, el<br />

dolor se me presentó el 5 <strong>de</strong> septiembre. Inmensa<br />

alegría un día, y gran dolor otro. Gran<br />

dolor -añadió por lo bajo-; expiación <strong>de</strong> una<br />

alegría <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>.<br />

Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel instante, Ana <strong>de</strong> Austria,<br />

que parecía haber agotado toda su memoria y<br />

toda su razón, permaneció impenetrable, con<br />

los ojos tristes, vago el pensamiento y colgando<br />

las manos.<br />

-Vamos a recogernos -dijo la Molina.<br />

-Al momento, Molina.<br />

-Dejemos a la reina -añadió la tenaz española.


La señora <strong>de</strong> Motteville se levantó;<br />

gruesas y brillantes lágrimas como las <strong>de</strong> un<br />

niño, corrían por las mejillas blancas <strong>de</strong> la reina.<br />

Así que lo advirtió la Molina, clavó en<br />

Ana <strong>de</strong> Austria sus ojos negros y vigilantes.<br />

-Sí, sí -prosiguió <strong>de</strong> pronto la reina-;<br />

<strong>de</strong>jadnos, Motteville; podéis iros.<br />

La palabra <strong>de</strong>jadnos sonó muy mal a los<br />

oídos <strong>de</strong> la favorita francesa. Significaba que<br />

iba a seguir a su marcha un cambio <strong>de</strong> secretos<br />

o <strong>de</strong> recuerdos; significaba que había una persona<br />

<strong>de</strong> más en la conferencia, cuando estaba<br />

precisamente en la fase más interesante.<br />

-Señora -preguntó la francesa-, ¿bastará<br />

Molina para el servicio <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />

-Sí -respondió la española.<br />

Y la señora <strong>de</strong> Motteville se inclinó.<br />

De pronto, una anciana camarera, vestida<br />

como en la corte <strong>de</strong> España en 1620, abrió<br />

las cortinas, y sorprendió a la reina en medio <strong>de</strong>


sus lágrimas, a la señora <strong>de</strong> Motteville en su<br />

diestra retirada, y a la Molina en su diplomacia.<br />

-¡<strong>El</strong> remedio, el remedio! -gritó gozosamente<br />

a la reina aproximándose al grupo sin<br />

ceremonia.<br />

-¿Qué remedio, chica? -replicó Ana <strong>de</strong><br />

Austria.<br />

-Para el mal <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />

contestó ésta.<br />

-¿Quién lo trae? -preguntó con presteza<br />

la señora <strong>de</strong> Motteville-. ¿<strong>El</strong> señor Valot?<br />

-No, una dama <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s.<br />

-¿Una dama <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s? ¿Una española?<br />

-interrogó la reina. -No sé.<br />

-¿Quién la envía?<br />

-<strong>El</strong> señor Colbert.<br />

-¿Nombre?<br />

-No lo ha dicho.<br />

-¿Condición?<br />

-<strong>El</strong>la la dirá.<br />

-¿Su cara?<br />

-Está enmascarada.


-¡Anda a ver, Molina! -exclamó la reina.<br />

-Es inútil -respondió <strong>de</strong> pronto una voz<br />

firme y dulce a la vez, que salió <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong><br />

las colgaduras, voz que hizo estremecer a las<br />

otras damas y sobresaltar a la reina.<br />

Al mismo tiempo aparecía entre las cortinas<br />

una mujer enmascarada. Antes <strong>de</strong> que la<br />

reina hiciera ninguna pregunta:<br />

-Soy una hermana <strong>de</strong>l beaterio <strong>de</strong> Brujas<br />

-dijo la <strong>de</strong>sconocida-, y traigo, en efecto, el remedio<br />

que <strong>de</strong>be curar a Vuestra Majestad.<br />

Todos callaron. La beguina no dio un<br />

paso.<br />

-Hablad -dijo la reina.<br />

-Cuando estemos solas -añadió la beguina.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria dirigió una mirada a sus<br />

compañeras, y éstas se retiraron.<br />

La beguina dio entonces tres pasos hacia<br />

la reina, y se inclinó cortésmente.<br />

La reina miraba con <strong>de</strong>sconfianza a<br />

aquella mujer, la cual la miraba también con


ojos brillantes a través <strong>de</strong> los agujeros <strong>de</strong> su<br />

antifaz.<br />

-¿Tan grave está la reina <strong>de</strong> Francia -dijo<br />

Ana <strong>de</strong> Austria- que hasta en el beaterio <strong>de</strong><br />

Brujas se ha sabido que necesita curarse?<br />

-Vuestra Majestad, a Dios gracias, no se<br />

halla <strong>de</strong> tal modo enferma que no tenga remedio.<br />

-¿Pero cómo sabéis que pa<strong>de</strong>zco?<br />

-Vuestra Majestad tiene amigos en<br />

Flan<strong>de</strong>s.<br />

-¿Y esos amigos os han enviado?<br />

-Sí, señora.<br />

-Nombrádmelos.<br />

-Es ya inútil, señora, puesto que el corazón<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad no ha <strong>de</strong>spertado su<br />

memoria.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria levantó la cabeza, intentando<br />

<strong>de</strong>scubrir bajo la sombra <strong>de</strong> la careta y<br />

bajo el misterio <strong>de</strong> la palabra el nombre <strong>de</strong> la<br />

que se expresaba con tan familiar abandono.


Mas, cansada muy luego <strong>de</strong> una curiosidad<br />

que lastimaba todos sus hábitos <strong>de</strong> orgullo:<br />

-Señora -dijo-: sin duda ignoráis que no<br />

se habla a las personas reales con la cara cubierta.<br />

-Tened la bondad <strong>de</strong> disculparme, señora<br />

-contestó humil<strong>de</strong>mente la beguina.<br />

-No puedo disculparos; lo que puedo<br />

hacer es perdonaros si os quitáis la careta.<br />

-Señora, es voto que tengo hecho <strong>de</strong><br />

auxiliar á las personas afligidas o enfermas sin<br />

<strong>de</strong>jarles ver mi rostro. Había podido dar alivio<br />

a vuestro cuerpo y a vuestra alma; pero ya que<br />

Vuestra Majestad me lo prohíbe, me retiro.<br />

¡Adiós, señora, adiós!<br />

Estas palabras fueron pronunciadas con<br />

tal encanto <strong>de</strong> armonía y <strong>de</strong> respeto, que disiparon<br />

la ira y la <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> la reina, sin<br />

disminuir su curiosidad.<br />

-Tenéis razón -dijo-; no está bien que las<br />

personas que sufren <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñen los consuelos


que el Cielo les envía. Hablad, señora, y ojalá<br />

que, como acabáis <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, podáis dar alivio<br />

a mí cuerpo ... ¡Ay! Creo<br />

que Dios se prepara a probarme <strong>de</strong> una manera<br />

cruel.<br />

-Hablemos algo <strong>de</strong>l alma, si lo tenéis a<br />

bien -dijo la beata-; <strong>de</strong>l alma, que estoy cierta<br />

que sufrirá también.<br />

-¿Mi alma?. ..<br />

-Hay cánceres <strong>de</strong>voradores, cuya pulsación<br />

es invisible. Estos cánceres, reina, <strong>de</strong>jan a<br />

la piel su blancura <strong>de</strong> marfil, y no ensucian la<br />

carne con sus azulados humores; el médico que<br />

examina el pecho <strong>de</strong>l enfermo, no oye rechinar<br />

en los músculos, bajo las oleadas <strong>de</strong> sangre, el<br />

diente insaciable <strong>de</strong> esos monstruos; ni el hierro<br />

ni el fuego han podido matar ni <strong>de</strong>sarmar la<br />

rabia <strong>de</strong> esos azotes mortales, que habitan en el<br />

pensamiento y lo corrompen, que crecen en el<br />

corazón y lo <strong>de</strong>sgarran: ahí tenéis, señora, otros<br />

cánceres fatales a las reinas. ¿No sufrís <strong>de</strong> esa<br />

especie <strong>de</strong> males?


Ana levantó lentamente su brazo, brillante<br />

<strong>de</strong> blancura y puro <strong>de</strong> formas como en la<br />

época <strong>de</strong> su juventud.<br />

-Esos males <strong>de</strong> que habláis -dijo-, son la<br />

condición <strong>de</strong> nuestra vida, para nosotros, los<br />

gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la tierra, a quienes encomienda Dios<br />

la cura <strong>de</strong> las almas. Cuando esos males son<br />

<strong>de</strong>masiado pesados, el Señor nos alivia <strong>de</strong> ellos<br />

en el tribunal <strong>de</strong> la penitencia. Allí, <strong>de</strong>positamos<br />

el peso que nos agobia y los secretos. Mas<br />

no olvidéis que ese mismo Señor soberano proporciona<br />

las pruebas a las fuerzas <strong>de</strong> sus criaturas,<br />

y mis fuerzas no son inferiores al peso<br />

que sustentan. Respecto a los secretos <strong>de</strong> otros,<br />

me basta la discreción <strong>de</strong> Dios; respecto <strong>de</strong> los<br />

míos propios, no me fío <strong>de</strong> mi confesor.<br />

-Os veo animosa, como siempre, contra<br />

vuestros adversarios, y os consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>sconfiada<br />

respecto <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />

-Las reinas no tenemos amigos. Si no<br />

tenéis otra cosa que <strong>de</strong>cirme,


si os sentís inspirada <strong>de</strong> Dios, como una profetisa,<br />

retiraos, pues temo el porvenir.<br />

-Pues hubiera creído -dijo resueltamente<br />

la beguina- que temieseis más todavía el pasado.<br />

Apenas pronunció estas palabras, cuando<br />

la reina, levantándose:<br />

-¡Hablad! -exclamó en tono breve e imperioso-.<br />

¡Hablad! Explicaos claramente, vivamente,<br />

completamente; si no ...<br />

-No amenacéis, reina -dijo la beguina<br />

con dulzura-; he venido a vos llena <strong>de</strong> respeto y<br />

compasión; y he venido en nombre <strong>de</strong> una<br />

amiga.<br />

-¡Demostradlo! Consolad, en vez <strong>de</strong><br />

irritar.<br />

-Fácilmente; y Vuestra Majestad va a ver<br />

si es una amiga la que me envía.<br />

-Veamos.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>sgracia ha sucedido a Vuestra<br />

Majestad en estos últimos veintitrés años?


-Desgracias enormes ... ¿No he perdido<br />

al rey?<br />

-No hablo <strong>de</strong> esa clase <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias. Lo<br />

que os pregunto es si <strong>de</strong>s<strong>de</strong>... el nacimiento <strong>de</strong>l<br />

rey... ha tenido Vuestra Majestad alguna pena<br />

grave a causa <strong>de</strong> una indiscreción <strong>de</strong> amiga.<br />

-No os comprendo -contestó la reina<br />

apretando los dientes para ocultar su emoción.<br />

-Me explicaré más claramente. Vuestra<br />

Majestad recordará que el rey nació el 5 <strong>de</strong> mayo<br />

<strong>de</strong> 1638, a las once y cuarto.<br />

-Sí -balbució la reina.<br />

-A las doce y media -prosiguió la beguina-,<br />

el <strong>de</strong>lfín, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> bautizado con el agua<br />

<strong>de</strong> socorro por monseñor <strong>de</strong> Meaux a presencia<br />

<strong>de</strong>l rey y vuestra, era reconocido here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la<br />

corona <strong>de</strong> Francia. <strong>El</strong> rey se dirigió a la capilla<br />

<strong>de</strong>l antiguo palacio <strong>de</strong> Saint-Germain para asistir<br />

al Te Deum.<br />

Todo eso es muy cierto -murmuró la<br />

reina.


-<strong>El</strong> alumbramiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />

se había verificado en presencia <strong>de</strong>l difunto<br />

hermano <strong>de</strong> vuestro esposo, <strong>de</strong> los príncipes y<br />

<strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> la Corte. <strong>El</strong> médico <strong>de</strong>l rey,<br />

Bouvard, y el cirujano Honoré, se hallaban en la<br />

antecámara; Vuestra Majestad se durmió a eso<br />

<strong>de</strong> las tres hasta cerca <strong>de</strong> las siete, ¿no es así?<br />

-Sin duda; pero me estáis diciendo lo<br />

que todo el mundo sabe tan bien como vos y<br />

como yo.<br />

-Llego, señora, a lo que saben pocas personas;<br />

y digo pocas, <strong>de</strong>biendo <strong>de</strong>cir dos solamente,<br />

pues en otro tiempo no eran más que<br />

cinco, y <strong>de</strong> algunos años a esta parte, el secreto<br />

se ha ido asegurando con la muerte <strong>de</strong> los principales<br />

partícipes. <strong>El</strong> rey señor nuestro duerme<br />

con sus antepasados; la matrona Peronne le<br />

siguió poco <strong>de</strong>spués, y Laporte está ya olvidado.<br />

La reina abrió la boca para contestar;<br />

pero bajo su fría mano, con la cual se acariciaba


el rostro, se <strong>de</strong>slizaban las gotas <strong>de</strong> un sudor ardiente.<br />

-Eran las ocho -prosiguió la beguina- el<br />

rey almorzaba con apetito y en torno suyo no<br />

había más que alegría, gritos y algazara; el<br />

pueblo gritaba bajo los balcones; los suizos, los<br />

mosqueteros y los guardias eran conducidos en<br />

triunfo por los ciudadanos, ebrios <strong>de</strong> júbilo.<br />

Aquellos formidables ruidos <strong>de</strong> alegría general<br />

hacían gemir dulcemente en los brazos <strong>de</strong> la<br />

señora <strong>de</strong> Hausac, su aya, al <strong>de</strong>lfín, futuro rey<br />

<strong>de</strong> Francia, cuyos ojos, cuando se abriesen, <strong>de</strong>bían<br />

ver dos coronas en el fondo <strong>de</strong> su cuna. De<br />

pronto, Vuestra Majestad lanzó un grito agudo<br />

y acudió a la cabecera <strong>de</strong> vuestra cama la matrona<br />

Peronne. Los médicos se hallaban almorzando<br />

en una pieza lejana. <strong>El</strong> palacio, <strong>de</strong>sierto a<br />

fuerza <strong>de</strong> la mucha gente que lo invadía, no<br />

tenía consignas, ni guardias. La matrona, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> examinar el estado <strong>de</strong> Vuestra Majestad,<br />

lanzó una exclamación <strong>de</strong> sorpresa; y, cogiéndoos<br />

en brazos, <strong>de</strong>solada, loca <strong>de</strong> dolor, en-


vió a Laporte para avisar al rey que Su Majestad<br />

la reina quería verle en su cuarto. Laporte,<br />

como sabéis, era hombre <strong>de</strong> talento y serenidad.<br />

No se acercó al rey como servidor<br />

asustado que conoce su importancia y quiere<br />

asustar también. A<strong>de</strong>más, no era una mala noticia<br />

lo que esperaba al rey. De todos modos,<br />

Laporte se presentó con la sonrisa en los labios,<br />

junto a la silla <strong>de</strong>l rey, y le dijo:<br />

-"Señor, la reina es dichosa, y lo sería<br />

más todavía si viese a Vuestra Majestad.<br />

"Aquel día habría dado su corona a un<br />

pobre por un ¡Dios le bendiga! Alegre, ligero,<br />

vivo, el rey se levantó, diciendo, en el mismo<br />

tono que lo hubiera hecho Enrique IV.<br />

"Señores, voy a ver a mi mujer. "Llegó,<br />

señora, a vuestro cuarto en el momento en que<br />

la matrona Peronne le mostraba un segundo<br />

príncipe, lindo y robusto como el primero, diciéndole:<br />

-"Señor, el Cielo no quiere que el reino<br />

<strong>de</strong> Francia recaiga en hembras.


"<strong>El</strong> rey, en su primer impulso, abalanzóse al<br />

niño, gritando:<br />

-¡Gracias, Dios mío!<br />

La beguina se <strong>de</strong>tuvo en este punto,<br />

advirtiendo lo mucho que sufría la reina. Ana<br />

<strong>de</strong> Austria, metida en su sillón, con la cabeza<br />

inclinada y los ojos fijos, escuchaba sin oír, y<br />

sus labios se agitaban convulsivamente como si<br />

formularan un ruego a Dios o una imprecación<br />

contra aquella mujer.<br />

-¡Ah! No creáis que si no hay más que<br />

un <strong>de</strong>lfín en Francia -dijo la beguina-, no creáis<br />

que si la reina ha <strong>de</strong>jado vegetar a ese niño lejos<br />

<strong>de</strong>l trono, ha sido porque sea mala madre. ¡Oh!<br />

No... Hay personas que saben cuántas lágrimas<br />

ha vertido, que han podido contar los ardientes<br />

besos que daba a la infeliz criatura en cambio<br />

<strong>de</strong> aquella vida <strong>de</strong> miseria y <strong>de</strong> sombra a que la<br />

razón <strong>de</strong> Estado con<strong>de</strong>naba al hermano gemelo<br />

<strong>de</strong> Luis XIV.<br />

-¡Dios mío, Dios mío! -murmuró débilmente<br />

la reina.


-Se sabe -continuó con viveza la beguina-<br />

que el rey, viéndose con dos hijos <strong>de</strong> una<br />

misma edad. y con iguales pretensiones, tembló<br />

por la salvación <strong>de</strong> Francia, por la tranquilidad<br />

<strong>de</strong> su Estado. Se sabe que el señor car<strong>de</strong>nal Richelieu<br />

llamado <strong>de</strong> intento por Luis X<strong>II</strong>I, estuvo<br />

reflexionando más <strong>de</strong> una hora en el <strong>de</strong>spacho<br />

<strong>de</strong> Su Majestad, y pronunció esta sentencia: "Ha<br />

nacido un rey para suce<strong>de</strong>r a Su Majestad. Dios<br />

ha enviado otro para suce<strong>de</strong>r a ese primer rey;<br />

pero por ahora, no tenemos precisión más que<br />

<strong>de</strong>l que nació primero; ocultemos el segundo a<br />

Francia, como Dios lo había ocultado a sus<br />

mismos padres. Un príncipe es para el Estado<br />

el or<strong>de</strong>n y la seguridad; dos competidores, son<br />

la guerra y la anarquía."<br />

La reina se levantó bruscamente, pálida<br />

y con los puños crispados.<br />

-Sabéis <strong>de</strong>masiado -dijo con sorda voz-,<br />

puesto que os entrometéis en los secretos <strong>de</strong><br />

Estado. En cuanto a los amigos que os han revelado<br />

ese secreto, son amigos falsos y <strong>de</strong>slea-


les. Sois su cómplice en el crimen que hoy se<br />

está cometiendo. Ahora, abajo la máscara u os<br />

mando arrestar por mi capitán <strong>de</strong> guardias.<br />

¡Oh! ... ¡Ese secreto no me da miedo, y ya que lo<br />

habéis bebido, yo os lo haré <strong>de</strong>volver! Quedará<br />

ahogado en vuestro seno; ni ese secreto ni vuestra<br />

vida os pertenecen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este instante.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria, uniendo la acción a la<br />

amenaza dio dos pasos hacia la beguina.<br />

-Apren<strong>de</strong>r -dijo ésta- a conocer la lealtad,<br />

el honor y la discreción <strong>de</strong> vuestros amigos<br />

abandonados.<br />

-Y súbitamente se quitó la careta.<br />

-¡La señora <strong>de</strong> Chevreuse! - dijo la reina.<br />

-La única confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l secreto con<br />

Vuestra Majestad.<br />

-¡Ah! -murmuró Ana <strong>de</strong> Austria-.<br />

¡Abrazadme, duquesa! ¡Ay! Es matar a los amigos<br />

jugar <strong>de</strong> ese modo con sus mortales sufrimientos.


Y la reina, apoyando la cabeza en el<br />

hombro <strong>de</strong> la vieja duquesa, <strong>de</strong>jó escapar <strong>de</strong><br />

sus ojos un raudal <strong>de</strong> amargas lágrimas.<br />

-¡Qué joven estáis todavía! -exclamó ésta<br />

con voz sorda-. ¡Lloráis!<br />

L<br />

DOS AMIGAS<br />

La reina miró orgullosamente a la señora<br />

<strong>de</strong> Chevreuse.<br />

-Creo -dijo- que habéis pronunciado la<br />

palabra feliz hablando <strong>de</strong> mí. Hasta ahora,<br />

duquesa, había creído imposible que una<br />

criatura humana pudiera ser menos feliz que la<br />

reina <strong>de</strong> Francia.<br />

-Señora, habéis sido, efectivamente, una<br />

dolorosa; pero al lado <strong>de</strong> esas miserias ilustres<br />

<strong>de</strong> que hablábamos hace poco corno antiguas<br />

amigas, separadas por la perversidad <strong>de</strong> los<br />

hombres; al lado, digo, <strong>de</strong> esos regios infortu-


nios, tenéis alegrías poco sensibles, es cierto,<br />

pero muy envidiadas <strong>de</strong> este mundo.<br />

-¿Cuáles? -dijo tristemente Ana <strong>de</strong> Austria-.<br />

¿Cómo podéis pronunciar la palabra alegría,<br />

duquesa, vos, que ahora mismo reconocíais<br />

la precisión que tengo <strong>de</strong> remedios para mi<br />

cuerpo y para mi alma?<br />

La señora <strong>de</strong> Chevreuse se recogió un<br />

momento.<br />

-¡Qué lejos están los reyes <strong>de</strong> los otros<br />

hombres! -murmuró.<br />

-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Quiero <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong> tal suerte están<br />

alejados <strong>de</strong> lo vulgar, que olvidan todas las<br />

necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida en los otros. Como el<br />

habitante <strong>de</strong> la montaña africana que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus<br />

vertientes <strong>de</strong> esmeralda, bañadas por los riachuelos<br />

que forma el <strong>de</strong>shielo, no compren<strong>de</strong><br />

que el habitante <strong>de</strong> la llanura muera <strong>de</strong> sed y<br />

<strong>de</strong> hambre en las tierras calcinadas por el sol.<br />

La reina se sonrojó ligeramente; acababa<br />

<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r.


-¿Sabéis -dijo que ha sido mal hecho<br />

haberos abandonado?<br />

-¡Oh! Señora, se dice que el. rey ha<br />

heredado el odio que me profesaba su padre.<br />

Me <strong>de</strong>spediría . si supiese que estaba en Palacio.<br />

-No digo que Su Majestad esté bien dispuesto<br />

en vuestro favor, duquesa -contestó la<br />

reina-, pero yo ... podría ... secretamente. . .<br />

La duquesa <strong>de</strong>jó escapar una sonrisa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa, que inquietó a su interlocutora.<br />

-Por lo <strong>de</strong>más -añadió la reina-, habéis<br />

hecho muy bien en venir aquí.<br />

-¡Gracias, señora!<br />

-Aunque no sea más que para darnos la<br />

satisfacción <strong>de</strong> <strong>de</strong>smentir el rumor <strong>de</strong> vuestra<br />

muerte.<br />

-¿Llegó a <strong>de</strong>cirse, efectivamente, que<br />

había muerto?<br />

-Por todas partes.<br />

-No obstante, mis hijos no llevaban luto.


-¡Ah! Bien sabéis, duquesa, que la Corte<br />

viaja con frecuencia; vemos poco a los señores<br />

<strong>de</strong> Albert y <strong>de</strong> Luynes, y no pocas cosas escapan<br />

a las preocupaciones en medio <strong>de</strong> las cuales<br />

vivimos constantemente.<br />

-Vuestra Majestad no <strong>de</strong>bió creer en el<br />

rumor <strong>de</strong> mi muerte.<br />

-¿Por qué no? ¡Ay! Somos mortales. ¿No<br />

veis cómo yo, vuestra hermana segunda, según<br />

<strong>de</strong>cíamos en otro tiempo, me inclino ya hacia la<br />

sepultura?<br />

-Si Vuestra Majestad creía en mi muerte,<br />

<strong>de</strong>bió sorpren<strong>de</strong>rse entonces <strong>de</strong> no haber recibido<br />

noticias mías.<br />

-La muerte sorpren<strong>de</strong> a veces muy<br />

pronto, duquesa.<br />

-¡Oh señora! Las almas cargadas <strong>de</strong> secretos,<br />

como aquel <strong>de</strong> que hablábamos hace<br />

poco, siempre tienen una necesidad <strong>de</strong> expansión<br />

que es necesario satisfacer <strong>de</strong> antemano.<br />

En el número <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scansos preparados para


la eternidad, se cuenta el <strong>de</strong> poner en or<strong>de</strong>n sus<br />

papeles. La reina se estremeció.<br />

-Vuestra Majestad -dijo la duquesa- sabrá<br />

ciertamente el día <strong>de</strong> mi muerte.<br />

-¿Cómo?<br />

-Porque Vuestra Majestad recibirá al día<br />

siguiente, bajo cuádruple sobre, todo lo que se<br />

ha salvado <strong>de</strong> nuestras pequeñas correspon<strong>de</strong>ncias<br />

tan misteriosas <strong>de</strong> otro tiempo.<br />

-¡No lo habéis quemado! -exclamó Ana<br />

con terror.<br />

-¡Oh amada reina! -replicó la duquesa-.<br />

Sólo los traidores queman una correspon<strong>de</strong>ncia<br />

regia.<br />

-¿Los traidores?<br />

-Sin duda; o más bien, simulando que la<br />

queman, la guardan o la ven<strong>de</strong>n.<br />

-¡Dios mío!<br />

-Los fieles, por el contrario, sepultan<br />

preciosamente tales tesoros; luego, un día, llegan<br />

en busca <strong>de</strong> su reina, y le dicen: "Señora,<br />

me siento vieja y enferma; hay peligro <strong>de</strong> muer-


te para mí, peligro <strong>de</strong> revelación para el secreto<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad; así, por tanto, tomad ese<br />

papel peligroso, y quemadlo vos misma."<br />

-¡Un papel peligroso! ¿Cuál?<br />

-En cuanto a mí, es indudable que no<br />

tengo más que uno; -pero es muy peligroso.<br />

-¡Oh, duquesa, <strong>de</strong>cid cuál, <strong>de</strong>cid!<br />

-Este billete... fechado el 2 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong><br />

1644, en el que me recomendábais que fuese a<br />

Noisy-le-Sec para ver aquel amado y <strong>de</strong>sgraciado<br />

hijo. Señora, <strong>de</strong> vuestra mano está escrito:<br />

"Querido y <strong>de</strong>sgraciado hijo."<br />

Hubo entonces un momento <strong>de</strong> silencio profundo;<br />

la reina son<strong>de</strong>aba el abismo; la señora <strong>de</strong><br />

Chevreuse tendía su lazo.<br />

-¡Sí, <strong>de</strong>sgraciado, muy <strong>de</strong>sgraciado! -<br />

murmuró Ana <strong>de</strong> Austria-. ¡Qué triste existencia<br />

ha llevado ese pobre niño para llegar a un<br />

fin tan cruel!<br />

-¿Ha muerto? -exclamó vivamente la<br />

duquesa con curiosidad, <strong>de</strong> cuyo acento sincero<br />

se apo<strong>de</strong>ró con avi<strong>de</strong>z la reina.


-Muerto <strong>de</strong> consunción, muerto olvidado, marchito,<br />

muerto como esas flores dadas por un<br />

amante y que la amada <strong>de</strong>ja expirar en el cajón<br />

por ocultarlas a todo el mundo.<br />

-¡Muerto! -repitió la duquesa con un<br />

tono <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento que hubiése regocijado mucho<br />

a la reina, a no ir templado por una mezcla<br />

<strong>de</strong> duda-. ¿Muerto en Noisy-le-Sec?<br />

-Sí, en brazos <strong>de</strong> su ayo, honrado servidor<br />

que no ha sobrevivido largo tiempo.<br />

-Eso se concibe; ¡es tan pesado <strong>de</strong> llevar<br />

un luto y un secreto semejantes!<br />

La reina no se tomó el trabajo <strong>de</strong> observar<br />

la ironía <strong>de</strong> esta reflexión, y la señora <strong>de</strong><br />

Chevreuse continuó:<br />

-Pues bien, señora, hace algunos años<br />

que me informé en el mismo Noisy-le-Sec <strong>de</strong> la<br />

suerte <strong>de</strong> ese niño, y me dijeron que no pasaba<br />

por muerto; por eso no me afligí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio<br />

con Vuestra Majestad. ¡Oh! Si yo lo hubiera<br />

sabido, nunca una alusión mía a este <strong>de</strong>plo-


able suceso hubiera venido a <strong>de</strong>spertar los<br />

muy legítimos dolores <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¿Afirmáis que el niño no pasaba por<br />

muerto en Noisy?<br />

-No, señora.<br />

-¿Pues qué se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> él?<br />

-Decíase... pero sin duda se equivocaban.<br />

-Continuad.<br />

-Decíase que una tar<strong>de</strong>, hacia 1645, una<br />

bella y majestuosa dama, lo cual se notó no<br />

obstante la máscara y el manto que la cubrían,<br />

una dama <strong>de</strong> calidad, <strong>de</strong> alta calidad sin duda,<br />

había llegado en una carroza a la salida <strong>de</strong>l<br />

camino, el mismo en que yo aguardaba noticias<br />

<strong>de</strong>l joven príncipe cuando Vuestra Majestad se<br />

dignaba enviarme allí.<br />

-¿Y qué?<br />

-Y que el ayo había entregado el niño a<br />

la dama.<br />

-¿Qué más? .


-Al siguiente día, ayo y niño habían<br />

abandonado el país.<br />

-¡Ya lo veis! Algo <strong>de</strong> cierto hay en eso,<br />

puesto que, en efecto, el pobre niño murió<br />

herido <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos rayos que, según el <strong>de</strong>cir<br />

<strong>de</strong> los médicos, amenazan la vida <strong>de</strong> los niños<br />

hasta los siete años.<br />

-¡Oh! Lo que me dice Vuestra Majestad<br />

es lo cierto, pues nadie lo sabe mejor, ni nadie<br />

lo cree más que yo. ¡Pero admirad lo raro!.. .<br />

“¿Qué más habrá?”, pensó la reina.<br />

-La persona que me llevó esos <strong>de</strong>talles,<br />

que había ido a informarse <strong>de</strong> la salud <strong>de</strong>l niño,<br />

esa persona ...<br />

-¿Confiásteis tal cuidado a otro? ¡Oh,<br />

duquesa!<br />

-Otro que era mudo como vos, señora,<br />

como yo misma; pongamos que fui yo mismo;<br />

señora; ese otro digo, pasando algunos meses<br />

<strong>de</strong>spués por Turena...<br />

-¿Por Turena?


-Reconoció al ayo y al niño. ¡Perdón!<br />

Creyó reconocerlos. Vivían los dos, alegres y<br />

felices y floreciendo ambos, el uno en ver<strong>de</strong><br />

vejez, el otro en su lozana juventud. Juzgad,<br />

según esto, lo que son los rumores; tened fe en<br />

lo que pasa en este mundo. Pero observo que<br />

canso a Vuestra Majestad. ¡Oh! No es ésa mi<br />

intención, y pediré permiso para retirarme <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberle renovado la seguridad <strong>de</strong> mi<br />

respetuosa adhesión.<br />

-Deteneos, duquesa; hablemos algo <strong>de</strong><br />

vos.<br />

-¿De mí? ¡Oh señora! No bajéis hasta ahí<br />

vuestras miradas.<br />

-¿Por qué? ¿No sois vos mi más antigua<br />

amiga? ¿Me queréis mal, duquesa?<br />

-¡Yo, Dios mío! ¿Por qué motivo?<br />

¿Hubiera venido a ver a Vuestra Majestad si<br />

tuviese causa para quererla mal?<br />

-Duquesa, los años cargan sobre nosotras,<br />

y es necesario unirnos contra la muerte<br />

que nos amenaza.


-Señora, me abrumáis con esas dulces<br />

palabras.<br />

-Nadie me ha servido ni amado jamás<br />

como vos, duquesa.<br />

-¿Se acuerda <strong>de</strong> ello Vuestra Majestad?<br />

-Siempre. .. Duquesa, una prueba <strong>de</strong><br />

amistad.<br />

-¡Ah, señora! Todo mi ser pertenece a<br />

Vuestra Majestad…<br />

-Pues esa prueba...<br />

-¿Qué prueba?<br />

-Pedidme algo.<br />

-¿Pedir?<br />

-¡Oh! Ya sé que tenéis el alma más <strong>de</strong>sinteresada,<br />

la más gran<strong>de</strong>, la más regia.<br />

-No me elogiéis <strong>de</strong>masiado, señora -dijo<br />

la duquesa inquieta.<br />

-Jamás os elogiaré tanto como merecéis.<br />

-¡Con la edad, con las <strong>de</strong>sgracias, se<br />

cambia mucho, señora!<br />

-¡Dios os oye, duquesa!<br />

-¿Cómo?


-Sí; la duquesa <strong>de</strong> otra época, la bella, la<br />

orgullosa, la adorada Chevreuse, me hubiera<br />

respondido ingratamente: "No quiero nada <strong>de</strong><br />

vos." Benditas sean, pues, las <strong>de</strong>sgracias, si han<br />

venido, puesto que os habrán cambiado, y quizá<br />

me contestéis: "Acepto."<br />

La duquesa dulcificó su mirada y su<br />

sonrisa; estaba bajo un encanto y no lo ocultaba.<br />

-Hablad, duquesa -dijo la reina-; ¿qué<br />

queréis?<br />

-Luego es preciso explicarse...<br />

-Sin vacilar.<br />

-Pues bien, Vuestra Majestad pue<strong>de</strong><br />

proporcionarme una alegría in<strong>de</strong>cible, incomparable.<br />

-Vamos a ver -dijo la reina un poco más<br />

fría por la inquietud-. Pero ante todo, mi buena<br />

Chevreuse, acordaos que estoy en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un<br />

hijo, como estaba en otro tiempo en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

un marido.


-Lo tendré en cuenta, señora. -<br />

Llamadme Ana, como en otro tiempo; será un<br />

dulce eco <strong>de</strong> la hermosa juventud.<br />

-Pues bien, mi venerada dueña, Ana<br />

querida ...<br />

-¿Sabes aún el español?<br />

-Sí.<br />

-Pues pí<strong>de</strong>me en español. -Hacedme el<br />

favor <strong>de</strong> venir a pasar unos días en Dampierre.<br />

-¿Eso es todo? -murmuró la reina, estupefacta.<br />

-Sí.<br />

-¿Nada más que eso?<br />

-¡Santo Dios! ¿Tendríais la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />

no os pido en esto el más enorme beneficio? Si<br />

es así, no me conocéis. ¿Aceptáis?<br />

-Sí, <strong>de</strong> todo corazón.<br />

-¡Oh! Gracias.<br />

-Y seré muy feliz -continuó la reina con<br />

<strong>de</strong>sconfianza- si mi presencia pue<strong>de</strong> seros útil<br />

en alguna cosa.


-¿Útil? -exclamó la duquesa riendo-.<br />

¡Oh! No, no, agradable, grata, <strong>de</strong>liciosa, sí, mil<br />

veces <strong>de</strong>liciosa. ¿Queda, pues, prometido?<br />

-Jurado.<br />

La duquesa se abalanzó a la mano tan<br />

bella <strong>de</strong> la reina y la cubrió <strong>de</strong> besos.<br />

"Es una buena mujer en el fondo... -dijo para sí<br />

la reina-. Y... <strong>de</strong> espíritu generoso."<br />

-¿Consentiría Vuestra Majestad en darme<br />

quince días? -repuso la duquesa.<br />

-Indudablemente; ¿por qué?<br />

-Porque sabiendo que estoy en <strong>de</strong>sgracia,<br />

nadie quema prestarme los cien mil escudos<br />

que necesito para reparar la posesión <strong>de</strong><br />

Dampierre; mas cuando se sepa que son para<br />

recibir en ella a Vuestra Majestad, todos los<br />

fondos <strong>de</strong> París afluirán a mi casa.<br />

-¡Ah!. . . -contestó la reina moviendo<br />

dulcemente la cabeza con inteligencia-.<br />

¡Cien mil escudos! ¿Se necesitan cien mil escudos<br />

para las reparaciones <strong>de</strong> Dampierre?<br />

-Por lo menos.


-¿Y nadie quiere prestároslos?<br />

-Nadie.<br />

-Pues yo os los prestaré si lo <strong>de</strong>seáis,<br />

duquesa.<br />

-¡Oh! No me atrevería ...<br />

-Pues haríais mal.<br />

-¿De veras?<br />

-A fe <strong>de</strong> reina... Cien mil escudos no es<br />

realmente mucho.<br />

-¿Verdad que no?<br />

-No. ¡Oh! Bien sé que jamás habéis<br />

hecho pagar vuestra discreción en lo que vale.<br />

Duquesa, aproximadme aquel velador para que<br />

os extienda el bono contra el señor Colbert; no,<br />

para el señor Fouquet, , que es hombre mucho<br />

más galante.<br />

-¿Paga?<br />

-Si él no paga, pagaré yo; pero será la<br />

primera vez que se niegue a mi firma.<br />

La reina escribió, dio la cédula a la duquesa,<br />

y la <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberla abrazado<br />

alegremente.


LI<br />

DE COMO JUAN DE LA FONTAINE COM-<br />

PUSO SU PRIMER CUENTO<br />

Semejantes intrigas ya agotadas, el espíritu<br />

humano, tan múltiple en sus exhibiciones,<br />

ha podido <strong>de</strong>senvolverse a sus anchas en los<br />

tres cuadros que nuestro relato le ha proporcionado.<br />

Quizá se trate aún <strong>de</strong> política y <strong>de</strong> intrigas<br />

en el que ahora preparamos, pero los resortes<br />

están <strong>de</strong> tal modo ocultos, que no se verán<br />

más que las flores y las pinturas, absolutamente<br />

como en los teatros <strong>de</strong> feria en cuya escena aparece<br />

un coloso que anda movido por las piernecitas<br />

y los brazos raquíticos <strong>de</strong> un niño oculto<br />

en su armazón.<br />

Volvamos a Saint-Mandé, don<strong>de</strong> el superinten<strong>de</strong>nte<br />

recibe, como <strong>de</strong> costumbre, su<br />

escogida sociedad <strong>de</strong> epicúreos.


De algún tiempo a esta parte, el dueño<br />

ha sufrido duras pruebas. Todos se resienten <strong>de</strong><br />

la angustia <strong>de</strong>l ministro. Ya no hay aquellas<br />

magnas y locas reuniones. La Hacienda ha sido<br />

un pretexto para el señor Fouquet, y, como dice<br />

espiritualmente Gourville, jamás ha habido un<br />

pretexto más falaz.<br />

<strong>El</strong> señor Vatel ingéniase por sostener la reputación<br />

<strong>de</strong> la casa. Sin embargo, los jardineros se<br />

quejan <strong>de</strong> una tardanza ruinosa; los expedicionarios<br />

<strong>de</strong> vino <strong>de</strong> España envían con frecuencia<br />

remesas que nadie paga, y los pescadores<br />

que el superinten<strong>de</strong>nte tiene a salario en las<br />

costas <strong>de</strong> Normandía, esperan ser reembolsados<br />

para retirarse a su tierra. La marea<br />

que, más tar<strong>de</strong>, ha <strong>de</strong> hacer morir a Vatel, no<br />

llega <strong>de</strong>l todo.<br />

Sin embargo, para ser un día <strong>de</strong> recepción<br />

ordinaria, los amigos <strong>de</strong> Fouquet se presentan<br />

más numerosos que <strong>de</strong> costumbre.<br />

Gourville y el abate Fouquet hablan <strong>de</strong> cuestiones<br />

financieras, o sea, que el abate toma presta-


dos <strong>de</strong> Gourville algunos doblones. Pellisson,<br />

sentado con las piernas cruzadas, termina la peroración<br />

<strong>de</strong> un discurso, con el que <strong>de</strong>be abrir<br />

Fouquet el Parlamento.<br />

Y este discurso es una obra maestra,<br />

pues Pellisson lo hace para su amigo, es <strong>de</strong>cir,<br />

que mete en él todo lo que ciertamente no iría a<br />

buscar para sí propio. Y estando disputando<br />

sobre las más fáciles rimas, llegaron <strong>de</strong>l fondo<br />

<strong>de</strong>l jardín Loret y La Fontaine.<br />

Los pintores y los músicos se dirigen a<br />

su vez al comedor, y cuando <strong>de</strong>n las ocho cenarán.<br />

Jamás hace aguardar el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

Son las siete y media; el apetito se anuncia<br />

con bastante fuerza. Cuando todos los invitados<br />

están reunidos, Gourville se va <strong>de</strong>recho a<br />

Pellisson, le saca <strong>de</strong> su sueño, -y 1o lleva en<br />

medio <strong>de</strong> un salón, cuyas puertas ha cerrado.<br />

-¿Qué hay <strong>de</strong> nuevo? -dice.<br />

Levantando Pellisson su cabeza inteligente:


-Mi tía me ha prestado veinticinco mil<br />

libras. Aquí están en bonos <strong>de</strong> la Caja.<br />

-Bien -contestó Gourville-, ya no faltan<br />

más que ciento noventa y cinco mil libras para<br />

el primer pago.<br />

-¿<strong>El</strong> pago <strong>de</strong> qué? -dijo La Fontaine, con<br />

el mismo tono que usaba para <strong>de</strong>cir: "¿Habéis<br />

leído a Baruch?"<br />

-Otra vez aquí el que me distrae <strong>de</strong> todo<br />

-dijo Gourville-. ¡Cómo! ¿Vos, el que nos hizo<br />

saber que la tierra <strong>de</strong> Corbeil iba a ser vendida<br />

por un acreedor <strong>de</strong>l señor Fouquet; vos, el que<br />

nos propuso el escote entre todos los amigos <strong>de</strong><br />

Epicuro; vos, el que dijo que ven<strong>de</strong>ría un rincón<br />

<strong>de</strong> su casa <strong>de</strong> Cháteau-Tierry, para dar su contingente;<br />

vos venís a <strong>de</strong>cir hoy: "<strong>El</strong> pago <strong>de</strong><br />

qué"?<br />

Una risa universal acogió esta salida, e<br />

hizo ruborizar a La Fontaine.<br />

-Perdón -dijo-, es verdad; no lo había<br />

olvidado... Solamente que...


-Solamente que ya no te acordabas -<br />

replicó Loret.<br />

-Esa es la verdad. <strong>El</strong> hecho es que tiene<br />

razón. Entre olvidar y no acordarse hay una<br />

gran diferencia.<br />

-Entonces -añadió Pellisson-, ¿traéis ese<br />

óbolo, precio <strong>de</strong>l rincón <strong>de</strong> tierra vendido?<br />

-¿Vendido?<br />

-No.<br />

-¿No habéis vendido vuestra tierra? -<br />

preguntó Gourville sorprendido, porque conocía<br />

el <strong>de</strong>sinterés <strong>de</strong>l poeta.<br />

-Mi mujer no ha querido - contestó éste.<br />

Nuevas risas.<br />

-Sin embargo, habéis ido a Cháteau-<br />

Tierry para eso -le repusieron.<br />

-Ciertamente, y a caballo.<br />

-¡Pobre Juan!<br />

-Ocho caballos distintos; estaba molido.<br />

-¡Excelente amigo! ... ¿Y habéis <strong>de</strong>scansado<br />

allí?


-¿Descansado? ¡Ah, sí! Buen <strong>de</strong>scanso<br />

he tenido.<br />

-¿Cómo es eso?<br />

-Mi esposa había hecho coqueterías con<br />

aquel a quien yo quería ven<strong>de</strong>r la tierra; este<br />

hombre se <strong>de</strong>sdijo, y yo lo <strong>de</strong>safié.<br />

-¡Muy bien! ¿Y os habéis batido?<br />

-Parece que no.<br />

-¿No sabéis nada vos?<br />

-No; mi mujer y sus parientes se han<br />

mezclado en el asunto. He tenido la espada en<br />

la mano un cuarto <strong>de</strong> hora, pero no he sido herido.<br />

-¿Y el adversario?<br />

-<strong>El</strong> enemigo tampoco; no pareció en el<br />

terreno.<br />

-¡Es admirable! -exclamaron <strong>de</strong> todas<br />

partes-. Debisteis encolerizaros.<br />

-Furiosamente, porque me resfrié; volví<br />

a casa, y mi mujer me riñó.<br />

-¡Sin más ni más!


-Sin mas ni más me tiró a la cabeza un<br />

pan enorme.<br />

-¿Y vos?<br />

-Yo le volqué toda la mesa sobre el<br />

cuerpo y sobre el cuerpo <strong>de</strong> sus convidados;<br />

luego monté- a caballo, y aquí estoy.<br />

Nadie pudo guardar seriedad al oír esta<br />

exposición cómico-heroica. Cuando el huracán<br />

<strong>de</strong> risas se calmó un poco, dijeron a La Fontaine:<br />

-¿Y eso es todo lo que habéis traído?<br />

-¡Oh, no! Tengo una i<strong>de</strong>a excelente.<br />

-¡Decidla!<br />

-¿Habéis observado que se hacen en<br />

Francia muchas poesías jocosas?<br />

-¡Claro que sí! -contestó la asamblea.<br />

-¿Y que -continuó La Fontaine- se imprimen<br />

muy pocas?<br />

-Las leyes son duras, es verdad.<br />

-Pues bien, mercancía rara es mercancía<br />

cara, he pensado yo; y por eso me he puesto a


componer un poemita extremadamente licencioso...<br />

-¡Oh querido poeta! -Extremadamente<br />

picaresco.<br />

-¡Oh!<br />

-Extremadamente cínico.<br />

-¡Diablo, diablo!<br />

-Y he puesto en él -continuó fríamente el<br />

poeta- todas las palabras lúbricas que he podido<br />

encontrar.<br />

Todos agitábanse <strong>de</strong> risa, mientras que<br />

el buen poeta ponía <strong>de</strong> este modo la muestra a<br />

su mercancía.<br />

-Y me he aplicado –continuó a sobrepujar<br />

todo lo que Boccaccio, Aretino y otros maestros<br />

han hecho en este género.<br />

-¡Buen Dios! -exclamó Pellisson-. ¡Eso<br />

será con<strong>de</strong>nado!<br />

-¿Suponéis? -dijo cándidamente La Fontaine-.<br />

Os juro que no he hecho eso por mí, sino<br />

únicamente por el señor Fouquet.


Esta admirable conclusión colmó la satisfacción<br />

<strong>de</strong> los concurrentes. -Y he vendido el<br />

opúsculo en ochocientas libras la primera edición<br />

-añadió La Fontaine restregándose las manos-.<br />

Los libros piadosos se compran en menos<br />

<strong>de</strong> la mitad.<br />

-Pues más hubiese valido -dijo Gourville<br />

riendo- haber hecho dos libros piadosos.<br />

-Eso es <strong>de</strong>masiado largo y no tan divertido<br />

-replicó La Fontaine-; mis ochocientas libras<br />

están en este saquillo y las ofrezco. -Y, en<br />

efecto, puso su ofrenda en manos <strong>de</strong>l tesorero<br />

<strong>de</strong> los epicúreos.<br />

Después correspondió el turno a Loret,<br />

que dio ciento cincuenta libras; los otros hicieron<br />

lo mismo, y, hecha la cuenta, resultaron<br />

cuarenta mil libras en la escarcela.<br />

Jamás resonó más generoso dinero en<br />

las balanzas divinas, don<strong>de</strong> la caridad pesa los<br />

buenos corazones e intenciones contra las monedas<br />

falsas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>votos hipócritas.


Todavía resonaban los escudos cuando<br />

el superinten<strong>de</strong>nte entró, o más bien, se <strong>de</strong>slizó<br />

en la sala. Todo lo había oído.<br />

Se vio a este hombre que había removido<br />

tantos millones; a este rico, que había agotado<br />

todos los placeres y todos los honores; a este<br />

corazón inmenso y cerebro profundo, que había<br />

<strong>de</strong>vorado la substancia material y moral <strong>de</strong>l<br />

primer reino <strong>de</strong>l mundo; viose a Fouquet, <strong>de</strong>cimos,<br />

pasar el umbral con los ojos llenos <strong>de</strong><br />

lágrimas y meter sus <strong>de</strong>dos blancos y finos entre<br />

el oro y la plata.<br />

-¡Pobre limosna! -exclamó con voz tierna<br />

y conmovida-. Tú <strong>de</strong>saparecerás en el más<br />

pequeño pliegue <strong>de</strong> mi bolsa vacía; pero han<br />

llenado hasta el bor<strong>de</strong> lo que nadie agotará jamás:<br />

mi corazón. ¡Gracias, amigos queridos,<br />

gracias!<br />

Y, como no podía abrazar a todos los<br />

que allí se encontraban, y que también lloraban<br />

un poco, por más filósofos que fueran, abrazó a<br />

La Fontaine, diciéndole:


-¡Pobre mozo que se ha hecho pegar por<br />

su mujer a causa mía, y con<strong>de</strong>nar por su confesor!<br />

-¡Bien! Eso no es nada -respondió el poeta-;<br />

que vuestros acreedores esperen dos años y<br />

habré hecho otros cien cuentos que, a dos ediciones<br />

cada uno, satisfarán la <strong>de</strong>uda.<br />

L<strong>II</strong><br />

LA FONTAINE NEGOCIANTE<br />

Fouquet estrechó la mano a La Fontaine<br />

con efusión.<br />

-Mi amado poeta -le dijo-, hacednos<br />

otros cien cuentos, no sólo por los ochenta doblones<br />

que cada uno os producirán, sino para<br />

enriquecer también nuestra lengua con cien<br />

obras maestras.<br />

-¡Oh! -dijo La Fontaine, contoneándose-.<br />

No se crea que he traído sólo esa i<strong>de</strong>a y esos<br />

ochenta ! doblones al señor superinten<strong>de</strong>nte.


-¡Ea -exclamaron <strong>de</strong> todos lados-, hoy<br />

está en fondos el señor La Fontaine!<br />

-Bendita sea la i<strong>de</strong>a, si me trae uno o dos<br />

millones -dijo alegremente Fouquet.<br />

-Precisamente -contestó La Fontaine.<br />

-¡Pronto, pronto! -exclamó la asamblea.<br />

-¡Cuidado! -dijo Pellisson al oído <strong>de</strong> La<br />

Fontaine-. Hasta ahora habéis conseguido un<br />

gran triunfo. No vayáis a arrojar la flecha más<br />

allá <strong>de</strong>l blanco.<br />

-Necuácuam, señor Pellisson, y vos, que<br />

sois hombre <strong>de</strong> buen gusto, seréis el primero en<br />

aplaudir.<br />

-¿Se trata <strong>de</strong> millones? -dijo Gourville.<br />

-Tengo aquí un millón quinientas mil<br />

libras, señor Gourville. Y se golpeó el pecho.<br />

-¡Al diablo el gascón <strong>de</strong> Château-Tierry!<br />

-exclamó Loret.<br />

-No es el bolsillo lo que hay que golpear<br />

-dijo Fouquet-, sino el cerebro.<br />

-Veamos -añadió La Fontaine-; señor<br />

superinten<strong>de</strong>nte, vos no sois un fiscal general,


sino un poeta. -¡Eso es verdad! -exclamaron ;<br />

Loret, Conrart y todos los literatos que allí<br />

había.<br />

-Sois, digo, un poeta, un pintor, un escultor,<br />

un amigo <strong>de</strong> las artes y <strong>de</strong> las ciencias,<br />

pero confesad vos mismo que no sois curial.<br />

-Lo confieso -replicó sonriendo el señor<br />

Fouquet.<br />

-Aun cuando os nombrasen académico<br />

lo rehusaríais, ¿no es verdad?<br />

-Creo que sí, mal que les pese a los académicos.<br />

-Bien; y ¿por qué, no queriendo formar<br />

parte <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia, consentís en formarla <strong>de</strong>l<br />

Parlamento?<br />

-¡Hola! -exclamó Pellison-. Parece que<br />

entramos en política.<br />

-Pregunto -prosiguió La Fontaine- si la<br />

toga sienta o no sienta bien al señor Fouquet.<br />

-No se trata aquí <strong>de</strong> togas -dijo Pellisson,<br />

contrariado por la risa <strong>de</strong> la asamblea.


-Al contrario -dijo Loret-, <strong>de</strong> la toga es<br />

<strong>de</strong> lo que se trata.<br />

-Quítese la toga el fiscal general -dijo<br />

Conrart-, y tenemos al señor Fouquet, <strong>de</strong> lo<br />

cual no nos quejamos; pero, como hay fiscal general<br />

sin toga, <strong>de</strong>claremos, <strong>de</strong> conformidad con<br />

lo expuesto por el señor <strong>de</strong> La Fontaine, que<br />

seguramente la toga es un espantajo.<br />

-Fugiunt risus leporesque -dijo Loret.<br />

-Las risas y las gracias -añadió un filósofo.<br />

-Yo -prosiguió Pellisson con gravedadno<br />

es así como traduzco lepores.<br />

-¿Pues cómo lo traducís? -preguntó La<br />

Fontaine.<br />

-Así: "Las liebres huyen al ver al señor<br />

Fouquet".<br />

<strong>El</strong> auditorio prorrumpió en risas, <strong>de</strong> que<br />

también participó el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Y por qué las liebres? -arguyó Conrart,<br />

picado.


-Porque será liebre el que no se alegre<br />

<strong>de</strong> ver al señor Fouquet con los atributos <strong>de</strong> su<br />

fuerza parlamentaria.<br />

-¡Oh, oh! -exclamaron los poetas.<br />

-Quo non ascendant -dijo Conrart-, me<br />

parece imposible con toga <strong>de</strong> fiscal.<br />

-Y a mí sin toga -dijo el obstinado Pellisson-.<br />

¿Qué os parece, Gourville?<br />

-Me parece que la toga es buena -replicó<br />

éste-; pero opino también que millón y medio<br />

valdría más que la toga.<br />

-Y yo soy <strong>de</strong>l parecer <strong>de</strong> Gourville -dijo<br />

Fouquet cortando la discusión con su dictamen,<br />

que <strong>de</strong>bía dominar por necesidad a todos los<br />

otros.<br />

-¡Millón y medio! -suspiró Pellisson-.<br />

¡Diantre! Sé una fábula india . . .<br />

-Contádmela -dijo La Fontaine-; yo también<br />

<strong>de</strong>bo saberla. -¡Contadla,. contadla!<br />

-La tortuga tenía una concha -dijo Pellisson,<br />

en la que se ocultaba cuando se veía<br />

amenazada por sus enemigos. Un día le dijo


uno: "Mucho calor <strong>de</strong>béis tener en el verano en<br />

esa casa, que hasta os impi<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r mostrar<br />

vuestras gracias. Ahí tenéis la culebra, que os<br />

pagará por ella millón y medio."<br />

-¡Bien! -dijo riendo el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Y qué más? -preguntó La Fontaine,<br />

teniendo más interés por el apólogo que por la<br />

moraleja.<br />

-La tortuga vendió su concha y se quedó<br />

<strong>de</strong>snuda. Acertó a verla un buitre que tenía<br />

hambre, y, <strong>de</strong> un picotazo en los lomos, la <strong>de</strong>voró.<br />

-¿O mithos <strong>de</strong>loi?... -dijo Conrart.<br />

-Que el señor Fouquet hará bien en conservar<br />

su toga.<br />

La Fontaine tomó en serio el sentido<br />

moral <strong>de</strong> la fábula.<br />

-Olvidáis a Esquilo -dijo a su adversario.<br />

-¿A quién <strong>de</strong>cís?<br />

-A Esquilo el Calvo.<br />

-¿Y qué?


-A Esquilo, cuyo cráneo un buitre, bastante<br />

aficionado a tortugas,<br />

que sería probablemente el vuestro, tomó por<br />

una piedra y arrojó sobre él una tortuga muy<br />

envuelta en su concha.<br />

-La Fontaine tiene razón -replicó Fouquet<br />

pensativo-. Todo buitre, cuando tiene<br />

hambre <strong>de</strong> tortugas, sabe muy bien romperles<br />

gratis la concha. ¡Felices las tortugas que encuentran<br />

una culebra que se la compre en millón<br />

y medio! Que me <strong>de</strong>n una culebra generosa,<br />

como la <strong>de</strong> vuestra fábula, Pellisson, y le<br />

doy mi concha.<br />

-Rara avis in terris! -murmuró Conrart.<br />

-Y parecida a un cisne negro, ¿no es<br />

verdad? -añadió La Fontaine-. Pues bien, esa<br />

ave rara y negra la he encontrado yo.<br />

-¿Habéis encontrado quien quiera tomar<br />

mi cargo <strong>de</strong> fiscal? -preguntó Fouquet.<br />

-Sí, señor.


-Pero el señor superinten<strong>de</strong>nte no ha<br />

dicho nunca que quisiera ven<strong>de</strong>rlo -repuso Pellisson.<br />

-Perdonad; vos mismo habéis hablado<br />

<strong>de</strong> ello -dijo Conrart.<br />

-Yo soy testigo -dijo Gourville.<br />

-Se apasiona mucho con los excelentes<br />

sermones que me predica -dijo riendo Fouquet.<br />

-Y vamos a ver, La Fontaine, ¿quién es el<br />

comprador?<br />

-Un pájaro negro, un consejero <strong>de</strong>l Parlamento;<br />

una excelente persona.<br />

-¿Que se llama?<br />

-Vanel.<br />

-¡Vanel! -exclamó Fouquet-. ¡Vanel! ¿<strong>El</strong><br />

marido <strong>de</strong>…?<br />

-<strong>El</strong> mismo, su marido; sí, señor.<br />

-¡Pobre hombre! -dijo Fouquet con interés-.<br />

¿Y quiere ser fiscal general?<br />

-Quiere ser todo lo que sois -dijo Gourville-,<br />

y hacer lo mismo que habéis hecho.


-¡Oh. qué divertido! ¡Contadnos eso, La<br />

Fontaine!<br />

-Es sencillísimo. Como suelo encontrarle<br />

<strong>de</strong> vez en cuando, le vi el otro día paseando por<br />

la plaza <strong>de</strong> la Bastilla, en el momento precisamente<br />

en que iba yo a tomar el carruaje <strong>de</strong><br />

Saint-Mandé.<br />

-Estaría acechando a su mujer, <strong>de</strong> seguro<br />

-interrumpió Loret.<br />

-¡No, pardiez! -dijo sencillamente Fouquet-.<br />

No es celoso.<br />

-Me <strong>de</strong>tuvo, pues, me abrazó, me llevó a<br />

la taberna <strong>de</strong> la Image Saint-Fiacre, y me comunicó<br />

sus penas.<br />

-¿Tiene penas?<br />

-Sí; su mujer le inspira ambición.<br />

-¿Y os dijo...?<br />

-Que le habían hablado <strong>de</strong> un cargo en<br />

el Parlamento; que había sido pronunciado el<br />

nombre <strong>de</strong>l señor Fouquet, y que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces,<br />

la señora Vanel sueña con llamarse señora


fiscala general, y que se perece todas las noches<br />

soñando con eso.<br />

-¡Diantre!<br />

-¡Pobre mujer! -dijo Fouquet.<br />

-Esperad. Conrart me está diciendo continuamente<br />

que no sé manejar los asuntos: ahora<br />

veréis cómo me he conducido en éste.<br />

-Veamos.<br />

-¿Sabéis, le .dije a Vanel, que vale caro<br />

un cargo como el <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />

-¿Sobre cuánto, aproximadamente?, me<br />

preguntó.<br />

-<strong>El</strong> señor Fouquet ha rehusado ya un<br />

millón setecientas mil libras.<br />

-Mi mujer, replicó Vanel, había calculado<br />

dar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un millón cuatrocientas<br />

mil.<br />

-¿Al contado?, le hice observar.<br />

-Sí; ha vendido una posesión en Guinea,<br />

y tiene dinero."


-Es un bonito premio para recibirlo <strong>de</strong><br />

una vez -dijo sentenciosamente el abate Fouquet,<br />

que aún no había hablado.<br />

-¡Vaya con la pobre señora Vanel! -<br />

exclamó Fouquet.<br />

Pellisson se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

-¡Es el <strong>de</strong>monio! -dijo por lo bajo a Fouquet.<br />

-¡Precisamente! . . . Sería <strong>de</strong>licioso reparar<br />

con el dinero <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>monio el mal que por<br />

mí se ha causado un ángel.<br />

Pellisson miró con aire <strong>de</strong> sorpresa a<br />

Fouquet, cuyas i<strong>de</strong>as se fijaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces<br />

en un nuevo objeto.<br />

-¿Qué tal mi negociación? - preguntó La<br />

Fontaine.<br />

-¡Admirable, querido poeta!<br />

-Sí -dijo Gourville-; pero no hay cosa<br />

más frecuente que oír hablar <strong>de</strong> comprar caballo<br />

a quien no tiene ni con qué pagar la brida.<br />

-Vanel se <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ciría si le cogiesen la<br />

palabra -continuó el abate Fouquet.


-No lo creo -dijo La Fontaine.<br />

-¡Qué sabéis!<br />

-Es que aún ignoráis el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> mi<br />

historia.<br />

-¡Ah! Pues si hay ya <strong>de</strong>senlace, ¿a qué<br />

andar con ro<strong>de</strong>os?<br />

-Semper ad adventum. ¿No es cierto? -<br />

dijo Fouquet en el tono <strong>de</strong> un gran señor que se<br />

engolfa en barbarismos.<br />

Los latinistas aplaudieron.<br />

-Mi <strong>de</strong>senlace -dijo La Fontaine-, es que<br />

Vanel, ese temible pájaro negro, sabiendo que<br />

venía yo a Saint-Mandé, me suplicó que le<br />

permitiese acompañarme.<br />

-¡Hola, hola!<br />

-Y le presentase, si era posible, a monseñor.<br />

-¿Y qué?<br />

-De modo que está ahí en la cespe<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong> Bel-Air.<br />

-Como un escarabajo.


-Sin duda, <strong>de</strong>cís eso por las antenas, ¿no<br />

es así Gourville, chistoso, <strong>de</strong>sgraciado? ¿Y qué<br />

se hace, señor Fouquet?<br />

-No es justo que el esposo <strong>de</strong> la señora<br />

Vanel se resfríe fuera <strong>de</strong> mi casa; id a buscarle,<br />

La Fontaine, puesto que sabéis dón<strong>de</strong> está. -<br />

Ahora mismo voy.<br />

-Yo os acompañaré -dijo Gourville-, y<br />

traeré los sacos.<br />

-Nada <strong>de</strong> chocarrerías -dijo gravemente<br />

Fouquet-. Tratemos el negocio con seriedad, si<br />

es que hay negocio. Ante todo, seamos hospitalarios.<br />

-Disculpadme, La Fontaine,<br />

con ese buen hombre, y <strong>de</strong>cidle que siento<br />

en el alma haberle hecho esperar, pero que<br />

ignoraba que estuviese ahí.<br />

La Fontaine había salido ya, y no fue<br />

poca fortuna que Gourville le acompañase,<br />

pues el poeta, absorto <strong>de</strong>l todo en sus números,<br />

equivocaba ya el camino y corría hacia Saint-<br />

Maur.


Un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués fue introducido<br />

el señor Vanel en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor<br />

superinten<strong>de</strong>nte,. aquel mismo <strong>de</strong>spacho cuya<br />

<strong>de</strong>scripción y comunicaciones dimos al: principio<br />

<strong>de</strong> esta historia.<br />

Al verle pasar Fouquet, llamó a Pellisson<br />

y le habló unas palabras al oído.<br />

-Retened bien lo que os voy a encargar -<br />

le dijo-: que toda la plata, vajilla y alhajas sean<br />

empaquetadas en el carruaje. Tomad los caballos<br />

negros, y que os acompañe el platero; retrasad<br />

la comida hasta que llegue la señora <strong>de</strong><br />

Belliére.<br />

-Habrá que avisarle -dijo Pellisson.<br />

-Es inútil; yo me encargo <strong>de</strong> eso.<br />

-Está bien.<br />

-Id, amigo mío.<br />

Pellisson partió, augurando mal, pero<br />

confiando, como todos los amigos verda<strong>de</strong>ros,<br />

en la voluntad que lo dominaba. En esto está la<br />

fuerza <strong>de</strong> las almas gran<strong>de</strong>s; la <strong>de</strong>sconfianza es<br />

propia sólo <strong>de</strong> las naturalezas inferiores.


Vanel se inclinó, pues, en presencia <strong>de</strong>l<br />

superinten<strong>de</strong>nte. Iba a comenzar su arenga.<br />

-Sentáros, señor -le dijo cortésmente<br />

Fouquet-. Tengo entendido que <strong>de</strong>seáis obtener<br />

mi cargo.<br />

-Monseñor . . .<br />

-¿Cuánto podéis dar por él?<br />

-A vos toca fijar la suma, monseñor. Sé<br />

que os han hecho ya ofrecimientos.<br />

-Me han dicho que la señora Vanel lo<br />

aprecia en un millón cuatrocientas mil libras.<br />

-Es todo cuanto poseemos.<br />

-¿Podéis darme la suma inmediatamente?<br />

-No la traigo aquí -contestó ingenuamente<br />

Vanel, asustado <strong>de</strong> aquella naturalidad,<br />

<strong>de</strong> aquella gran<strong>de</strong>za, cuando esperaba entrar en<br />

luchas y regateos <strong>de</strong> traficante.<br />

-¿Cuándo los tendréis?<br />

-Cuando quiera, monseñor.<br />

Y temblaba <strong>de</strong> que Fouquet se burlara<br />

<strong>de</strong> él.


-Si no fuese por la molestia <strong>de</strong> tener que<br />

volver a París, os diría que ahora mismo.<br />

-¡Oh monseñor! ...<br />

-Pero -interrumpió el superinten<strong>de</strong>nte-,<br />

fijemos el pago y la firma para mañana por la<br />

mañana.<br />

-Sea -replicó Vanel, atónito <strong>de</strong> lo que<br />

oía.<br />

-¿A las seis? -dijo Fouquet.<br />

-A las seis -dijo Vanel. -¡Adiós, señor<br />

Vanel! Decid a la señora que soy su humil<strong>de</strong><br />

servidor.<br />

Y Fouquet se levantó. Entonces Vanel, a<br />

quien le afluía la sangre a los ojos y principiaba<br />

a per<strong>de</strong>r la cabeza:<br />

-¡Monseñor, monseñor! -dijo con seriedad-,<br />

¿me dais vuestra palabra?<br />

Fouquet volvió la cabeza.<br />

-¡Pardiez! -dijo-. ¿Y vos? Vanel vaciló,<br />

tembló, concluyó por alargar tímidamente su<br />

mano. Fouquet abrió y a<strong>de</strong>lantó noblemente la<br />

suya. Aquella mano leal se impregnó por un


segundo en el sudor <strong>de</strong> una mano hipócrita.<br />

Vanel apretó los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Fouquet para persuadirse<br />

mejor.<br />

<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte retiró dulcemente la<br />

suya.<br />

-¡Adiós! -dijo.<br />

Vanel retrocedió <strong>de</strong> espaldas hacia la<br />

puerta, precipitóse por las antesalas, y escapó.<br />

L<strong>II</strong>I<br />

LA VAJILLA Y LOS DIAMANTES DE LA<br />

SEÑORA DE BELLIPRE<br />

Cuando hubo Fouquet <strong>de</strong>spedido a Vanel,<br />

reflexionó un momento, y se dijo:<br />

"Nunca se podría hacer <strong>de</strong>masiado por<br />

la mujer a quien se amó. Margarita <strong>de</strong>sea ser<br />

fiscala, ¿por qué no satisfacerle ese gusto? Ahora<br />

que la conciencia más escrupulosa no podría<br />

echarme nada en cara, pensemos únicamente<br />

en la mujer que me ama. La señora <strong>de</strong> Belliére<br />

<strong>de</strong>be estar ahí."


Y mostraba con el <strong>de</strong>do la puerta secreta.<br />

Abrió el corredor subterráneo, y se dirigió<br />

rápidamente hacia la comunicación establecida<br />

entre la casa <strong>de</strong> Vincennes y la suya.<br />

Había olvidado advertir a su amiga con<br />

la campanilla, bien seguro <strong>de</strong> que ella nunca<br />

faltaba a la cita.<br />

Efectivamente, la marquesa había llegado<br />

y esperaba.<br />

<strong>El</strong> ruido que hizo el superinten<strong>de</strong>nte la advirtió,<br />

y corrió para recibir por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta<br />

el billete que pasó.<br />

"Venid, marquesa; os esperan para comer."<br />

Feliz y activa, la señora <strong>de</strong> Belliére se<br />

metió en su carroza en la avenida <strong>de</strong> Vincennes<br />

y llegó a ten<strong>de</strong>r su mano en la escalinata a<br />

Gourville, que, a fin <strong>de</strong> agradar más a su amo,<br />

acechaba su llegada en el patio.<br />

La dama no había visto entrar, humeantes<br />

y llenos <strong>de</strong> espuma, a los caballos negros <strong>de</strong>


Fouquet que traían a Saint-Mandé a Pellisson y<br />

al mismo platero a quien ella vendió su vajilla y<br />

sus joyas.<br />

Pellisson introdujo a este hombre en el<br />

<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> que aún no había salido Fouquet.<br />

<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte dio las gracias al<br />

platero por haberse dignado guardarle como<br />

un <strong>de</strong>pósito aquella riqueza que tenía <strong>de</strong>recho a<br />

ven<strong>de</strong>r, y echó una ojeada sobre el total <strong>de</strong> las<br />

cuentas, que ascendían a un millón trescientas<br />

mil libras.<br />

Sentándose <strong>de</strong>spués en su bufete, escribió<br />

un bono <strong>de</strong> un millón cuatrocientas mil<br />

libras, paga<strong>de</strong>ro a la vista en su Caja antes <strong>de</strong><br />

las doce <strong>de</strong>l día siguiente.<br />

-¡Cien mil libras <strong>de</strong> beneficio! -murmuró<br />

el platero-. ¡Ah, monseñor, qué generosidad.<br />

-No, no, señor -dijo Fouquet dándole un<br />

golpecito en el hombro-, hay atenciones que no<br />

se pagan nunca. <strong>El</strong> beneficio es poco más o menos<br />

el mismo que hubiérais podido sacar <strong>de</strong>


otro modo; pero queda el interés <strong>de</strong> vuestro<br />

dinero.<br />

Y, pronunciando estas palabras, <strong>de</strong>sprendió<br />

<strong>de</strong> su manga un botón <strong>de</strong> brillantes,<br />

que el mismo platero había apreciado muchas<br />

veces en tres mil doblones.<br />

-Tomad esto como recuerdo mío -dijo al<br />

platero-, y adiós; sois un hombre honrado.<br />

-Y vos -respondió el platero profundamente<br />

conmovido-, sois un gran señor.<br />

Fouquet hizo pasar al honrado platero<br />

por una puerta excusada; luego, fue a recibir a<br />

la señora <strong>de</strong> Belliére, a quién ya ro<strong>de</strong>aban todos<br />

los convidados.<br />

La marquesa estaba siempre hermosa;<br />

pero aquella vez resplan<strong>de</strong>cía.<br />

-¿No encontráis, señores -dijo Fouquet-,<br />

que la señora tiene esta tar<strong>de</strong> una hermosura<br />

incomparable? ¿Sabéis por qué?<br />

-Porque la señora es la más bella <strong>de</strong> las<br />

mujeres -dijo uno.


-No, sino porque es la mejor <strong>de</strong> todas<br />

ellas. Sin embargo...<br />

-¿Sin embargo?... -dijo la marquesa<br />

sonriendo.<br />

-Sin embargo, todas las joyas que trae la<br />

señora esta tar<strong>de</strong> son piedras falsas.<br />

La dama ruborizóse.<br />

-¡Oh, oh! -exclamaron' todos los convidados-.<br />

Eso pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse sin temor <strong>de</strong> una<br />

mujer que tiene los más hermosos diamantes <strong>de</strong><br />

París.<br />

-¿Qué tal? -dijo por lo bajo Fouquet a<br />

Pellisson.<br />

-Sí, he comprendido ya -repuso éste-, y<br />

habéis hecho bien.<br />

-¡Qué satisfacción siente uno! -dijo sonriendo<br />

el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-Monseñor está servido -exclamó majestuosamente<br />

Vatel.<br />

<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> convidados precipitóse menos<br />

lentamente <strong>de</strong> lo que se acostumbraba en


las fiestas ministeriales hacia el comedor, don<strong>de</strong><br />

les aguardaba un espectáculo magnífico.<br />

Sobre los armarios, sobre los aparadores,<br />

sobre la mesa, en medio <strong>de</strong> las flores y<br />

<strong>de</strong> las luces, brillaba hasta ofuscar la vista la<br />

vajilla <strong>de</strong> oro y plata más soberbia que pudiera<br />

verse; era un resto <strong>de</strong> aquellas antiguas magnificencias<br />

que los artistas florentinos, llevados<br />

por los Médicis, habían esculpido y fundido<br />

para los aparadores <strong>de</strong> los señores, cuando<br />

había oro en Francia; estas maravillas ocultas,<br />

sepultadas durante las guerras civiles, habían<br />

reaparecido tímidamente en las intermitencias<br />

<strong>de</strong> esa guerra <strong>de</strong> buen gusto, que se llamaba la<br />

Fronda, cuando los señores, batiéndose contra<br />

los señores, se mataban, pero no cometían pillaje.<br />

Toda aquella vajilla estaba marcada con las<br />

armas <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére.<br />

-¡Cómo! -exclamó La Fontaine-, una P y<br />

una B.<br />

Pero lo que había <strong>de</strong> más curioso, era el<br />

cubierto <strong>de</strong> la marquesa, en el sitio que le había


<strong>de</strong>signado Fouquet: junto a él, se elevaba una<br />

pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> diamantes, <strong>de</strong> zafiros, <strong>de</strong> esmeraldas,<br />

<strong>de</strong> camafeos antiguos: la sardónica grabada<br />

por los antiguos griegos <strong>de</strong>l Asia Menor con<br />

sus monturas <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> Misian, los curiosos<br />

mosaicos <strong>de</strong> la antigua Alejandría montados en<br />

plata, y los brazaletes macizos <strong>de</strong>l Egipto <strong>de</strong><br />

Cleopatra, llenaban un ancho plato <strong>de</strong> Palissy,<br />

sostenido por un trípo<strong>de</strong> <strong>de</strong> bronce dorado,<br />

esculpido por Benvenuto.<br />

La marquesa pali<strong>de</strong>ció al ver lo que no<br />

creía volver a ver jamás. Un profundo silencio,<br />

precursor <strong>de</strong> vivas emociones, ocupaba a la<br />

impaciente concurrencia.<br />

Fouquet no hizo ni una seña para alejar<br />

a todos los sirvientes llenos <strong>de</strong> bordados, que<br />

corrían como solícitas abejas en re<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los<br />

vastos aparadores y mesas <strong>de</strong> servicio.<br />

-Señores -dijo-, esta vajilla que veis pertenecía<br />

a la señora <strong>de</strong> Belliére, que cierto día,<br />

viendo apurado a uno <strong>de</strong> sus amigos, envió<br />

todo este oro y toda esta plata a casa <strong>de</strong>l orfe-


e, con toda esa masa <strong>de</strong> joyas agrupadas <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> ella. Esta hermosa acción <strong>de</strong> una amiga<br />

<strong>de</strong>be ser comprendida por amigos tales como<br />

vosotros. ¡Feliz el hombre que así se ve amado!<br />

Bebamos a la salud <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére.<br />

Una inmensa aclamación cubrió estas<br />

palabras e hizo caer sobre su asiento, muda y<br />

pasmada, a la pobre mujer, que acababa <strong>de</strong><br />

per<strong>de</strong>r el sentido, semejante a los pájaros <strong>de</strong><br />

Grecia, que atraviesan el cielo por encima <strong>de</strong> la<br />

arena <strong>de</strong> Olimpia.<br />

-Y ya que toda virtud conmueve, y toda<br />

belleza encanta -añadió Pellisson-, bebamos<br />

también un poco por aquel que inspiró la hermosa<br />

acción <strong>de</strong> la señora, pues semejante hombre<br />

<strong>de</strong>be ser digno <strong>de</strong> ser amado.<br />

La marquesa se levantó entonces, pálida<br />

y risueña, y alargó un vaso con <strong>de</strong>sfallecida<br />

mano, cuyos <strong>de</strong>dos trémulos rozaron los <strong>de</strong><br />

Fouquet, en tanto que sus ojos lánguidos buscaban<br />

todo el amor que ardía en aquel corazón<br />

generoso.


Comenzada <strong>de</strong> esta manera heroica,<br />

pronto convirtióse la comida en una fiesta, y<br />

nadie se ocupó ya <strong>de</strong> tener ingenio, pues a nadie<br />

le faltaba.<br />

La Fontaine olvidó su vino <strong>de</strong> Gorgoy, y<br />

permitió a Vatel que lo reconciliara con los vinos<br />

<strong>de</strong>l Ródano y <strong>de</strong> España.<br />

<strong>El</strong> abate Fouquet se hizo tan bueno, que<br />

Gourville le dijo: -Cuidado, señor abate, que si<br />

os hacéis tan tierno, os comerán. Las horas<br />

transcurrieron así gozosas y <strong>de</strong>rramando rosas<br />

sobre los convidados. Contra su costumbre, el<br />

señor superinten<strong>de</strong>nte no se levantó <strong>de</strong> la mesa<br />

antes <strong>de</strong> los últimos postres.<br />

Sonreía a la mayor parte <strong>de</strong> sus amigos,<br />

alegre como se está cuando se ha embriagado el<br />

corazón antes que la cabeza, y por vez primera<br />

miró entonces el reloj.<br />

De pronto rodó un carruaje en el patio,<br />

y ¡cosa extraña!, se le oyó en medio <strong>de</strong>l ruido y<br />

<strong>de</strong> las canciones.


Fouquet aplicó el oído, y <strong>de</strong>spués dirigió<br />

la vista hacia la antesala.<br />

Parecióle que un paso resonaba allí, y<br />

que este paso, en vez <strong>de</strong> hollar en el suelo, pesaba<br />

sobre su corazón.<br />

Instintivamente retiró su pie <strong>de</strong>l <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong><br />

Belliére que apoyaba contra el suyo hacía dos<br />

horas.<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, obispo <strong>de</strong> Vannes<br />

-exclamó el ujier.<br />

Y el rostro sombrío y pensativo <strong>de</strong><br />

Aramis apareció en el umbral, entre los restos<br />

<strong>de</strong> dos guirnaldas, cuyos hilos acababa <strong>de</strong><br />

romper la llama <strong>de</strong> una bujía.<br />

LIV<br />

EL RESGUARDO DEL SEÑOR MAZARINO<br />

Fouquet habría exhalado un grito <strong>de</strong><br />

alegría al divisar a un nuevo amigo, si el aire


glacial y la mirada distraída <strong>de</strong> Aramis no le<br />

hubieran hecho recobrar toda su reserva.<br />

-Venís a ayudarnos a tomar los postres -<br />

preguntó, sin embargo-. ¿No os asustaréis <strong>de</strong><br />

todo este ruido que armamos con nuestras locuras?<br />

-Monseñor -replicó respetuosamente<br />

Aramis-, principio por pediros me disculpéis<br />

<strong>de</strong> haber venido a turbar vuestra alegre reunión,<br />

y os suplicaré que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los placeres,<br />

me concedáis una breve audiencia para<br />

tratar <strong>de</strong> negocios.<br />

Como la palabra negocios hiciera aguzar<br />

el oído a algunos epicúreos, se levantó Fouquet.<br />

-Los negocios ante todo, señor <strong>de</strong> Herblay<br />

-le dijo-; felices nosotros cuando los negocios<br />

llegan sólo al fin <strong>de</strong> la comida.<br />

Y, diciendo esto, tomó <strong>de</strong> la mano a la<br />

señora <strong>de</strong> Belliére, que le miraba con una especie<br />

<strong>de</strong> inquietud, y la condujo al salón inmedia-


to, don<strong>de</strong> la <strong>de</strong>jó confiada a los más razonables<br />

<strong>de</strong> la reunión.<br />

Después, cogiendo a Aramis <strong>de</strong>l brazo,<br />

entraron ambos en el <strong>de</strong>spacho.<br />

Aramis, olvidando allí el respeto y la<br />

etiqueta, se sentó.<br />

-A ver si acertáis -dijo- a quién he visto<br />

esta tar<strong>de</strong>.<br />

-Mi querido caballero, siempre que empezáis<br />

<strong>de</strong> ese modo, estoy seguro <strong>de</strong> oír alguna<br />

cosa <strong>de</strong>sagradable.<br />

-Pues por esta vez tampoco os equivocáis,<br />

mi querido amigo -replicó Aramis.<br />

-No me hagáis langui<strong>de</strong>cer - añadió<br />

flemáticamente Fouquet.<br />

-Pues he visto a la señora <strong>de</strong> Chevreuse.<br />

-¿La vieja duquesa?<br />

-Sí.<br />

-O su sombra.<br />

-No; una vieja loba.<br />

-¿Sin dientes?<br />

-Es posible, pero no sin garras.


-¿Y por qué me ha <strong>de</strong> querer mal? No<br />

soy avaro con las mujeres que no se la echan <strong>de</strong><br />

mojigatas, y ésta es una cualidad que estiman<br />

hasta las que no se atreven ya a provocaros el<br />

amor.<br />

-Demasiado sabe la señora <strong>de</strong> Chevreuse<br />

que no sois avaro, supuesto que quiere sacaros<br />

dinero.<br />

-¡Hola! ¿Bajo que pretexto?<br />

-¡Oh! Jamás le faltan pretextos. Veréis lo<br />

que dice.<br />

-Ya escucho.<br />

-Parece que la duquesa posee muchas<br />

cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino. -No me extraña; el<br />

prelado era galante.<br />

-Sí; pero esas cartas nada tienen que ver,<br />

según dice, con los amores <strong>de</strong>l prelado. Tratan<br />

<strong>de</strong> asuntos <strong>de</strong> Hacienda.<br />

-Entonces es menor su interés.<br />

-¿No sospecháis algo <strong>de</strong> lo que quiere<br />

<strong>de</strong>cir?<br />

-Ni lo más mínimo.


-¿No habéis oído hablar jamás <strong>de</strong> una<br />

acusación <strong>de</strong> malversación <strong>de</strong> fondos?<br />

-Mil veces, querido Herblay: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

estoy mezclado en los negocios no he oído<br />

hablar <strong>de</strong> otra cosa. Pasa lo mismo que con vos,<br />

que, cuando obispo, os echan en cara vuestra<br />

impiedad; cuando mosquetero, vuestra cobardía;<br />

lo que se imputa siempre a un ministro <strong>de</strong><br />

Hacienda es que roba las rentas.<br />

-Bien, pero precisemos el hecho, porque<br />

el señor Mazarino lo precisa, como dice la duquesa.<br />

-Vamos a ver qué precisa.<br />

-Algo así como una cantidad <strong>de</strong> trece<br />

millones, cuya inversión no os sería fácil probar.<br />

-¡Trece millones! -dijo el superinten<strong>de</strong>nte<br />

estirándose en su sillón a fin <strong>de</strong><br />

levantar mejor la cabeza hacia el techo-. ¡Trece<br />

millones! ... Ya veis que los ando buscando entre<br />

todos los que me acusan <strong>de</strong> haberlos robado.


-No os riáis, mi querido señor, que el<br />

asunto es grave. Es positivo que la duquesa<br />

tiene cartas, y que esas cartas <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser buenas<br />

en atención a que quería ven<strong>de</strong>rlas en quinientas<br />

mil libras.<br />

-¡Menuda calumnia pue<strong>de</strong> conseguirse<br />

por ese precio!...-respondió Fouquet-. ¡Ay! Ya<br />

sé lo que queréis <strong>de</strong>cir.<br />

Fouquet se echó a reír <strong>de</strong> buena gana.<br />

-¡Tanto mejor! -dijo Aramis algo tranquilizado.<br />

-Ahora recuerdo esa historia <strong>de</strong> los trece<br />

millones...<br />

-Me alegro infinito, veamos.<br />

-Figuraos, amigo, que el signor Mazarino,<br />

que en paz <strong>de</strong>scanse, dio un día ese beneficio<br />

<strong>de</strong> trece millones sobre una concesión <strong>de</strong><br />

tierras que se litigaban en la Valtelina; los anuló<br />

en el registro <strong>de</strong> ingresos, me los envió, e hizo<br />

que se los diese para gastos <strong>de</strong> guerra.<br />

-Entonces está justificada su inversión.


-No; el car<strong>de</strong>nal los hizo colocar a mi<br />

nombre, y me envió el <strong>de</strong>scargo.<br />

-¿Y la conserváis?<br />

-Ya lo creo -dijo Fouquet levantándose<br />

para acercarse a los cajones <strong>de</strong> su vasta mesa <strong>de</strong><br />

ébano, incrustada <strong>de</strong> nácar y oro.<br />

-Lo que más me asombra en vos -dijo<br />

Aramis encantado-, es, en primer lugar, vuestra<br />

memoria, luego vuestra sangre fría, y por último,<br />

el or<strong>de</strong>n perfecto que reina en vuestra<br />

administración, siendo, como sois, verda<strong>de</strong>ramente<br />

el poeta por excelencia.<br />

-Sí -dijo Fouquet-; tengo or<strong>de</strong>n por efecto<br />

<strong>de</strong> la misma pereza, por ahorrarme <strong>de</strong> buscar.<br />

Así, pongo por caso, sé que el recibo <strong>de</strong><br />

Mazarino está en el tercer cajón, letra M, y no<br />

tengo más que abrirlo para poner la mano sobre<br />

el papel que necesito. A obscuras podría<br />

encontrarlo.<br />

Y tocó con mano segura el legajo <strong>de</strong> papeles<br />

amontonados en el cajón abierto.


-Hay más -prosiguió-, y es que me<br />

acuerdo <strong>de</strong> ese papel como si lo estuviera viendo;<br />

es fuerte, un poco arrugado y dorado por el<br />

canto. Mazarino había echado un borrón en el<br />

número <strong>de</strong> la fecha... ¡Vaya! -continuó-; parece<br />

que el papel ha conocido que se ocupan <strong>de</strong> él y<br />

le necesitan, según lo que se oculta y se rebela.<br />

Y el superinten<strong>de</strong>nte miró <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />

cajón.<br />

Aramis habíase levantado.<br />

-¡Es extraño! -dijo Fouquet.<br />

-Sin duda no es fiel vuestra memoria,<br />

señor Fouquet; buscad en otro legajo.<br />

Fouquet tomó el legajo y lo recorrió otra<br />

vez; luego, pali<strong>de</strong>ció.<br />

-No os obstinéis en registrar ese legajo;<br />

buscad otro.<br />

-Inútil, inútil; jamás me he equivocado,<br />

y nadie sino yo arregla esta clase <strong>de</strong> papeles ni<br />

abre este cajón, al que, como veis, he hecho poner<br />

a<strong>de</strong>más un secreto que sólo yo conozco.


-¿Y qué <strong>de</strong>ducís <strong>de</strong> eso? -preguntó<br />

alarmado Aramis.<br />

-Que me han robado el recibo <strong>de</strong> Mazarino.<br />

Razón tenía la señora <strong>de</strong> Chevreuse, caballero;<br />

he malgastado los fondos públicos; he robado<br />

trece millones a las arcas <strong>de</strong>l Estado; soy<br />

un ladrón, señor <strong>de</strong> Herblay.<br />

-No os incomodéis, señor Fouquet, no<br />

os exaltéis.<br />

-¿Por qué no exaltarme, caballero? <strong>El</strong><br />

motivo bien vale la pena. Un proceso, una buena<br />

sentencia, y vuestro amigo, el señor superinten<strong>de</strong>nte,<br />

pue<strong>de</strong> seguir a su colega Enguerrando<br />

<strong>de</strong> Maligny y a su pre<strong>de</strong>cesor Samblancay.<br />

-¡Oh! -repuso sonriendo Aramis-. No<br />

tan aprisa.<br />

-¿Cómo no tan aprisa? ¿Qué os parece<br />

que habrá hecho la señora <strong>de</strong> Chevreuyse <strong>de</strong><br />

esas cartas? Porque las habréis rehusado, ¿no es<br />

verdad?


-¡Oh! Sí que las he rehusado y categóricamente.<br />

Supongo que habrá ido a ven<strong>de</strong>rlas al<br />

señor Colbert.<br />

-Pues bien, ya lo veis.<br />

-He dicho que lo suponía, y <strong>de</strong>bía haber<br />

dicho que estaba seguro <strong>de</strong> ello, pues hice seguir<br />

a la señora <strong>de</strong> Chevreuse, y, al separarse<br />

<strong>de</strong> mí volvió a su casa, salió <strong>de</strong>spués por una<br />

puerta trasera y se fue a casa <strong>de</strong>l señor inten<strong>de</strong>nte,<br />

calle <strong>de</strong> Croix-<strong>de</strong>s-Petit-Champs.<br />

-Entonces, habrá proceso, escándalo,<br />

<strong>de</strong>shonra, que caerá como el rayo, ciega y brutalmente.<br />

Aramis se aproximó a Fouquet, que estaba trémulo<br />

en su sillón, al lado <strong>de</strong> los cajones, y, poniéndole<br />

la mano sobre el hombro, le dijo en<br />

tono afectuoso:<br />

-No olvidéis jamás que la posición <strong>de</strong>l<br />

señor Fouquet no pue<strong>de</strong> compararse a la <strong>de</strong><br />

Samblancay o Marigny.<br />

-¿Y por qué no?


-Porque el proceso contra esos ministros<br />

se instruyó completamente, y la sentencia fue<br />

ejecutada, mientras que respecto <strong>de</strong> vos no<br />

pue<strong>de</strong> eso tener lugar.<br />

-¿Y por qué, vuelvo a repetir: en todo<br />

tiempo, un concusionarie es un criminal.<br />

-Los criminales que saben hallar un lugar<br />

<strong>de</strong> asilo, no están nunca en peligro.<br />

-¿Y qué queréis, que huya? -No os hablo<br />

<strong>de</strong> tal cosa; indudablemente olvidáis que esa<br />

clase <strong>de</strong> procesos son evocados por el Parlamento,<br />

e instruidos por el fiscal general, y que<br />

vos sois fiscal general. Ya veis que a menos que<br />

os queráis con<strong>de</strong>nar a vos mismo...<br />

-¡Oh! -exclamó <strong>de</strong> pronto Fouquet, pegando<br />

con el puño en la mesa.<br />

-¿Qué hay? ¿Qué es eso?<br />

-Que no soy ya fiscal general. Aramis, a<br />

su vez, pali<strong>de</strong>ció hasta ponerse lívido, apretó<br />

con fuerza los puños, y con un mirar extraño,<br />

que aterró a Fouquet:


-¿No sois ya fiscal general? -exclamó<br />

acentuando cada sílaba.<br />

-No.<br />

-¿Des<strong>de</strong> cuándo?<br />

-Des<strong>de</strong> hace unas cinco horas.<br />

-Mirad lo que <strong>de</strong>cís -interrumpió con<br />

frialdad Aramis-, que creo que no estáis en el<br />

pleno uso <strong>de</strong> vuestra razón, querido; reponeos.<br />

-No hay más -replicó Fouquet-, sino que<br />

hace poco vino uno a ofrecerme <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> un<br />

amigo un millón cuatrocientas mil libras por mi<br />

cargo y lo he vendido.<br />

Aramis se quedó aturdido; su fisonomía<br />

inteligente y burlona tomó una expresión <strong>de</strong><br />

sombrío espanto que causó más efecto en el<br />

superinten<strong>de</strong>nte que todos los gritos y todos los<br />

discursos <strong>de</strong>l mundo.<br />

-¿Tanta era la precisión que teníais <strong>de</strong><br />

dinero? -dijo al fin.<br />

-Sí, para pagar una <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> honor.<br />

Y contó en pocas palabras a Aramis la<br />

generosidad <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére y el modo


como había creído correspon<strong>de</strong>r a esa generosidad.<br />

-¡Bellísima acción! -exclamó Aramis-. ¿Y<br />

cuánto os cuesta?<br />

-Exactamente el millón cuatro. cientas<br />

mil libras <strong>de</strong> mi cargo.<br />

-¿Que habréis recibido en el acto, sin<br />

reflexionar? Indiscreto amigo.<br />

-No las he recibido todavía, pero las<br />

recibiré mañana.<br />

-¡Ah! ¿No está hecha la venta aún?<br />

-Es lo mismo porque he dado al orfebre<br />

para las doce <strong>de</strong>l día una libranza sobre mi Caja,<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>berá entrar el dinero <strong>de</strong>l comprador<br />

esta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> seis a siete.<br />

-¡Alabado sea Dios! -exclamó Aramis<br />

dando una palmada-. Nada hay concluido,<br />

puesto que no os han pagado.<br />

-¿Pero y el orfebre?<br />

-Yo pondré en vuestras manos el millón.<br />

cuatrocientas mil libras a las doce menos cuarto.


-Es que no sabéis aún una cosa; que he<br />

<strong>de</strong> firmar esta mañana a las seis.<br />

-¡Oh! Yo os aseguro que no firmaréis.<br />

-He dado mi palabra, caballero. -Si la<br />

habéis dado, la recogeréis, y se acabó.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís? -exclamó Fouquet con aire<br />

<strong>de</strong> profunda lealtad-. ¡Recoger Fouquet una,<br />

palabra dada!<br />

Aramis respondió a la mirada casi severa<br />

<strong>de</strong>l ministro con otra preñada <strong>de</strong> enojo.<br />

-Señor -le dijo-, creo haber merecido el<br />

dictado <strong>de</strong> hombre honrado, ¿no es cierto? Bajo<br />

la casaca <strong>de</strong>l soldado he arriesgado quinientas<br />

veces mi vida; bajo el traje <strong>de</strong> eclesiástico he<br />

prestado todavía mayores servicios a Dios, al<br />

Estado o a mis amigos. Una palabra vale lo que<br />

el hombre que la da. Cuando la cumple, es oro<br />

puro; cuando no quiere cumplirla, un cortante<br />

acero. Entonces <strong>de</strong>fién<strong>de</strong>se con esa palabra como<br />

con una arma <strong>de</strong> honor, en atención a que,<br />

cuando ese hombre <strong>de</strong> honor no la cumple, es<br />

porque está amenazado <strong>de</strong> muerte, pues corre


más riesgos que beneficios pue<strong>de</strong> reponer su<br />

adversario. Entonces, caballero, apela uno a<br />

Dios y a su <strong>de</strong>recho.<br />

Fouquet bajó la cabeza.<br />

-Soy -dijo-, un pobre bretón, tenaz y<br />

humil<strong>de</strong>; mi entendimiento admira y teme el<br />

vuestro. No diré que cumpla mis palabras por<br />

virtud; las cumplo, si así lo queréis, por rutina;<br />

pero, como quiera que sea, los hombres vulgares<br />

son <strong>de</strong>masiado simples para admirar esa<br />

rutina. Esta es quizá mi única virtud; <strong>de</strong>jadme<br />

conservarla intacta.<br />

-¿Según eso, firmaréis mañana la venta<br />

<strong>de</strong> ese cargo, que os <strong>de</strong>fendía contra todos<br />

vuestros adversarios?<br />

-Firmaré.<br />

-¿Y os entregaréis atado <strong>de</strong> pies y manos<br />

por un falso punto <strong>de</strong> honor, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaría el<br />

casuista más escrupuloso?<br />

-Firmaré.


Aramis exhaló un profundo suspiro, y<br />

miró a su alre<strong>de</strong>dor con la impaciencia <strong>de</strong>l<br />

hombre que quisiera romper algo.<br />

-Aun nos queda un medio, y espero que<br />

no os negaréis a emplearlo.<br />

-No me negaré si es leal... como todo lo<br />

que proponéis, querido amigo.<br />

-No hay cosa más leal que una renuncia<br />

<strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l comprador. ¿Es amigo vuestro?<br />

-Sí... Pero…<br />

-Pues si me permitís manejar el negocio,<br />

no <strong>de</strong>sespero aún.<br />

-¡Oh! Sois enteramente dueño <strong>de</strong> hacerlo.<br />

-¿Con quién habéis hecho el trato? ¿Qué<br />

clase <strong>de</strong> persona es?<br />

-No sé si conocéis a los individuos <strong>de</strong>l<br />

Parlamento.<br />

-Conozco a muchos. ¿Es uno <strong>de</strong> los presi<strong>de</strong>ntes?<br />

-No, un simple consejero.<br />

-¡Ah! ¡Ah!


na.<br />

-Que se llama Vanel.<br />

Aramis se puso encendido como la gra-<br />

-¡Vanel! -exclamó levantándose-. ¡Vanel!<br />

¿<strong>El</strong> marido <strong>de</strong> Margarita Vanel?<br />

-Precisamente.<br />

-¿De vuestra antigua querida?<br />

-Sí, amigo mío, ha <strong>de</strong>seado ser fiscala<br />

general, y bien le <strong>de</strong>bo eso al pobre Vanel. Todavía<br />

salgo ganando, pues hago en ello un obsequio<br />

a su mujer.<br />

Aramis se aproximó a Fouquet, y le cogió<br />

la mano.<br />

-¿Sabéis -dijo con aparente sangre fríael<br />

nombre <strong>de</strong>l nuevo amante <strong>de</strong> la señora Vanel?<br />

-¡Ah! ¿Tiene un nuevo amante?... Pues<br />

no lo sabía, y por consiguiente ignoro su nombre.<br />

-Pues se llama Juan Bautista Colbert; es<br />

inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda; y habita en la calle <strong>de</strong><br />

Croix-<strong>de</strong>s-Petits-Champs, adon<strong>de</strong> ha ido la se-


ñora <strong>de</strong> Chevreuse a llevar las cartas <strong>de</strong><br />

Mazarino que quiere ven<strong>de</strong>r.<br />

-¡Dios mío! -exclamó Fouquet limpiándose<br />

su frente bañada en sudor-. ¡Dios mío!<br />

-Principiáis ya a compren<strong>de</strong>r, ¿no es<br />

verdad?<br />

-Que estoy perdido, sí.<br />

-¿Y os parece que eso valga la pena <strong>de</strong><br />

ser menos escrupuloso que Régulo en el cumplimiento<br />

<strong>de</strong> la palabra?<br />

-No -contestó Fouquet.<br />

-Estas gentes obstinadas -murmuró<br />

Aramis-, siempre hacen <strong>de</strong> modo que no se<br />

pueda por menos <strong>de</strong> admirarlas.<br />

Fouquet le tendió la mano.<br />

En aquel momento un rico reloj <strong>de</strong> concha,<br />

con figuras <strong>de</strong> oro, colocado sobre una<br />

consola frente a la chimenea, dio las seis <strong>de</strong> la<br />

mañana.<br />

En el vestíbulo rechinó una puerta.


-<strong>El</strong> señor Vanel -dijo Gourville aproximándose<br />

a la puerta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho- pregunta si<br />

monseñor pue<strong>de</strong> recibirle.<br />

Fouquet apartó sus ojos <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Aramis,<br />

y contestó:<br />

-Haced pasar al señor Vanel.<br />

LV<br />

LA MINUTA DEL SEÑOR COLBERT<br />

La entrada <strong>de</strong> Vanel en aquel instante,<br />

no fue otra cosa para Aramis y Fouquet que el<br />

punto que termina una frase.<br />

Mas para Vanel, que llegaba, la presencia<br />

<strong>de</strong> Aramis en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Fouquet <strong>de</strong>bía<br />

tener otra significación muy distinta.<br />

Así fue que el comprador, al primer<br />

paso que dio en la habitación, fijó en aquella<br />

fisonomía, a la vez tan fina y enérgica <strong>de</strong>l obispo<br />

<strong>de</strong> Vannes, una mirada <strong>de</strong> sorpresa, que<br />

muy pronto fue escrutadora. Respecto a Fou-


quet, verda<strong>de</strong>ro hombre político, o lo que es lo<br />

mismo, dueño <strong>de</strong> sí mismo, había hecho ya<br />

<strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su rostro, por la fuerza <strong>de</strong> su<br />

voluntad, las huellas <strong>de</strong> la emoción producida<br />

por la revelación <strong>de</strong> Ararais.<br />

No era ya el hombre abatido por la <strong>de</strong>sgracia<br />

y reducido a buscar expedientes. Antes<br />

bien, con la cabeza levantada, tendió una mano<br />

hacia Vanel para invitarle a entrar.<br />

Era el primer ministro, y se hallaba en<br />

su casa.<br />

Aramis conocía al superinten<strong>de</strong>nte. Toda<br />

la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> su corazón, toda su presencia<br />

<strong>de</strong> espíritu nada tenían que pudiera extrañarle.<br />

Limitóse, por tanto, momentáneamente,<br />

salvo el tomar <strong>de</strong>spués una parte muy activa en<br />

la conversación, al papel difícil <strong>de</strong>l hombre que<br />

observa y escucha para saber y compren<strong>de</strong>r.<br />

Vanel estaba notablemente conmovido.<br />

A<strong>de</strong>lantándose hasta el medio <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho<br />

saludando a todo y a todos:<br />

-Vengo... -dijo.


Fouquet hizo cierta inclinación <strong>de</strong> cabeza.<br />

-Sois exacto, señor Vanel ---dijo.<br />

-En los negocios, monseñor -replicó Vanel-,<br />

creo que la exactitud es una virtud.<br />

-Sí, señor.<br />

-Perdonad -interrumpió Aramis mostrando<br />

con el <strong>de</strong>do a Vanel, y dirigiéndose a<br />

Fouquet-: perdonad; este caballero es el que se<br />

presenta a comprar vuestro cargo, ¿no es así?<br />

-Yo soy -contestó Vanel, sorprendido<br />

<strong>de</strong>l tono <strong>de</strong> suprema altivez con que Aramis<br />

había hecho la pregunta-. Pero, ¿cómo <strong>de</strong>beré<br />

llamarle al que me hace el honor...?<br />

-Llamadme monseñor -respondió con<br />

sequedad Aramis.<br />

Vanel se inclinó.<br />

-Vamos, señores -dijo Fouquet-; basta <strong>de</strong><br />

ceremonias; vengamos al hecho.<br />

-Ya ve monseñor -dijo Vanel-, que estoy<br />

esperando sus ór<strong>de</strong>nes.


-Yo era, por el contrario, el que esperaba -<br />

replicó Fouquet.<br />

-¿Y qué esperaba monseñor? -Pensaba<br />

que tal vez tendríais que <strong>de</strong>cirme algo.<br />

"¡Oh, oh! -pensó-. <strong>El</strong> señor Fouquet ha<br />

reflexionado; estoy perdido."<br />

Pero, cobrando ánimo:<br />

-Nada, señor -dijo-, nada absolutamente,<br />

más que lo que os dije ayer, y estoy<br />

pronto a repetiros.<br />

-Vamos, hablad francamente, señor Vanel:<br />

¿no es el trato algo pesado para vos? Decid.<br />

-Cierto, monseñor; un millón quinientos<br />

mil libras es una cantidad consi<strong>de</strong>rable.<br />

-Tan consi<strong>de</strong>rable -dijo Fouquet-, que yo<br />

había reflexionado...<br />

-¿Habéis reflexionado, monseñor? -<br />

exclamó con viveza Vanel.<br />

-Sí; que quizá no estaríais todavía en<br />

disposición <strong>de</strong> comprar.


-¡Oh, monseñor! -Tranquilizaos, señor<br />

Vanel, nunca os echaré en cara una falta <strong>de</strong><br />

palabra, hija sólo <strong>de</strong> vuestra imposibilidad.<br />

-Sí tal, monseñor, me la echaríais en<br />

cara, y con razón -dijo Vanel-; porque es propio<br />

<strong>de</strong> un impru<strong>de</strong>nte o <strong>de</strong> un loco meterse en<br />

compromisos que no pue<strong>de</strong> cumplir, y yo he<br />

consi<strong>de</strong>rado siempre una cosa pactada como<br />

cosa hecha.<br />

Fouquet se sonrojó. Aramis <strong>de</strong>jó escapar<br />

un hum <strong>de</strong> impaciencia.<br />

-Preciso es, sin embargo, no exageraros<br />

esas i<strong>de</strong>as, señor -dijo el superinten<strong>de</strong>nte-, porque<br />

el espíritu <strong>de</strong>l hombre es variable y está<br />

lleno <strong>de</strong> caprichitos muy excusables, muy respetables<br />

a veces; y quien ayer <strong>de</strong>seó una cosa,<br />

mañana se arrepiente <strong>de</strong> ello.<br />

Vanel sintió correrle un sudor frío por la<br />

frente y las mejillas.<br />

-¡Monseñor! -balbució.<br />

En cuanto a Aramis, gozoso <strong>de</strong> ver al<br />

superinten<strong>de</strong>nte situarse con


tanta claridad en el <strong>de</strong>bate, se acodó en el<br />

mármol <strong>de</strong> una consola, y comenzó a jugar con<br />

un cuchillito <strong>de</strong> oro con mango <strong>de</strong> malaquita.<br />

Fouquet recapacitó por breve rato; y en<br />

seguida:<br />

-Venid, mi querido señor Vanel -dijo-;<br />

voy a explicaron la situación.<br />

Vanel se estremeció.<br />

-Sois hombre galante -prosiguió Fouquet-<br />

y, como yo, compren<strong>de</strong>réis.<br />

Vanel titubeó.<br />

-Ayer quería ven<strong>de</strong>r. -Monseñor hizo más que<br />

querer -interrumpió Vanel-; monseñor vendió.<br />

-Bien, sea así; pero hoy os pido como un<br />

obsequio que me <strong>de</strong>volváis la palabra que os di<br />

ayer.<br />

-Esa palabra me la disteis' ya -dijo Vanel<br />

como inflexible eco.<br />

-Lo sé, y por eso, señor Vanel, os ruego<br />

... ¿lo oís? os ruego que me la <strong>de</strong>volváis ...


Fouquet se <strong>de</strong>tuvo. La frase os ruego,<br />

cuyo efecto inmediato no veía, acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgarrarle<br />

la garganta a su paso.<br />

Aramis, jugando siempre con su cuchillo,<br />

fijaba en Vanel unas miradas que parecían<br />

penetrar hasta el fondo <strong>de</strong> su alma.<br />

Vanel se inclinó.<br />

-Monseñor -dijo-, mucho me conmueve<br />

el honor que me hacéis <strong>de</strong> consultarme sobre<br />

un hecho consumado; pero...<br />

-No añadáis pero alguno, mi estimado<br />

señor Vanel.<br />

-¡Ay! Monseñor, reflexionad que traigo<br />

el dinero, es <strong>de</strong>cir, la cantidad.<br />

Y abrió una gran cartera. -Mirad. monseñor:<br />

aquí tenéis el contrato <strong>de</strong> la venta que acabo <strong>de</strong><br />

hacer <strong>de</strong> unas tierras <strong>de</strong> mi mujer. La libranza<br />

está autorizada y revestida <strong>de</strong> todas las firmas<br />

precisas para ser pagada a la vista: es dinero<br />

contante; el negocio está hecho en una palabra.


-Mi estimado señor Vanel, no hay negocio<br />

en el mundo, por importante que sea, que<br />

no pueda <strong>de</strong>shacerse... en obsequio...<br />

-Ya lo sé -dijo con mal gesto Vanel.<br />

-En obsequio <strong>de</strong> un hombre que será así<br />

amigo vuestro -continuó Fouquet.<br />

-Lo sé, monseñor...<br />

-Con tanto más motivo, señor Vanel,<br />

cuanto más consi<strong>de</strong>rable sea el servicio. Conque<br />

vamos, caballero, ¿qué resolvéis?<br />

Vanel guardó silencio.<br />

Mientras tanto, Aramis había resumido<br />

sus observaciones.<br />

<strong>El</strong> rostro enjuto <strong>de</strong> Vanel, sus órbitas<br />

hundidas, sus cejas redondas como arcos, habían<br />

revelado a Aramis un tipo <strong>de</strong> avaro y ambicioso.<br />

Batir en brecha una pasión por medio <strong>de</strong><br />

otra, tal era el método <strong>de</strong> Aramis; vio a Fouquet<br />

vencido, <strong>de</strong>smoralizado, y se arrojó en la lucha<br />

con armas nuevas.<br />

-Perdonad, monseñor -dijo-, habéis olvidado<br />

hacer compren<strong>de</strong>r al señor Vanel que


sus intereses están en abierta oposición con la<br />

renuncia <strong>de</strong> la venta.<br />

Vanel miró al prelado con sorpresa, no<br />

esperando hallar en él un auxiliar. Fouquet se<br />

<strong>de</strong>tuvo también para escuchar al obispo.<br />

-Tenemos -prosiguió Aramis-, que el<br />

señor Vanel, para comprar vuestro cargo, monseñor,<br />

ha vendido unas tierras <strong>de</strong> su señora esposa.<br />

Está bien: ¡esto es un negocio! Y no se<br />

reúnen, como lo ha hecho, un millón quinientas<br />

mil libras sin notables pérdidas ni graves apuros.<br />

-Así es -dijo Vanel, a quien Aramis, con<br />

sus miradas, arrancaba la verdad <strong>de</strong> lo íntimo<br />

<strong>de</strong> su corazón.<br />

-Los apuros -prosiguió Aramis-, se resuelven<br />

en gastos, y cuando se hace un gasto <strong>de</strong><br />

dinero, los gastos <strong>de</strong> dinero colócanse en el<br />

número uno entre las cargas.<br />

-Sí, sí -dijo Fouquet, que empezaba a<br />

compren<strong>de</strong>r las intenciones <strong>de</strong> Aramis.


Vanel quedó mudo, había comprendido<br />

también.<br />

Aramis advirtió aquella frialdad y aquella<br />

reserva.<br />

"Bueno: mal gesto -dijo entre sí-; te<br />

haces el discreto hasta que conozcas la cantidad;<br />

pero no temas, que voy a echarte tal carretada<br />

<strong>de</strong> escudos, que no podrás menos <strong>de</strong> capitular."<br />

-Ofrezco, por consiguiente, en el acto, al<br />

señor Vanel, cien mil escudos -dijo Fouquet,<br />

arrastrado por su generosidad.<br />

La cantidad era bellísima. Hasta un<br />

príncipe se habría contentado con semejante<br />

in<strong>de</strong>mnización. Cien mil escudos en aquella<br />

época constituían el dote <strong>de</strong> una hija <strong>de</strong> rey.<br />

Vanel no pestañeó siquiera.<br />

"Es un pillo -pensó el obispo-; quiere las<br />

quinientas mil libras redondas."<br />

E hizo una seña a Fouquet.<br />

-Parece que habéis gastado más que eso,<br />

querido señor Vanel -dijo el superinten<strong>de</strong>nte-.


¡Oh! <strong>El</strong> dinero es lo <strong>de</strong> menos; sí, habréis hecho<br />

un sacrificio vendiendo esas tierras. ¿Dón<strong>de</strong><br />

tendría yo la cabeza? Voy a firmaros una libranza<br />

por quinientas mil libras, y aún os quedaré<br />

sumamente agra<strong>de</strong>cido.<br />

Vanel no <strong>de</strong>jó entrever ningún vislumbre<br />

<strong>de</strong> alegría o <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo. Su fisonomía permaneció<br />

impasible, y no movió ni siquiera un solo<br />

músculo <strong>de</strong> su rostro.<br />

Aramis envió a Fouquet una mirada <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sesperación, y luego, acercándose a Vanel, lo<br />

cogió por lo alto <strong>de</strong> la ropilla con el gesto familiar<br />

a los hombres <strong>de</strong> gran importancia.<br />

-Señor Vanel -díjole-, no es la incomodidad<br />

ni el empleo <strong>de</strong>l dinero, ni la venta <strong>de</strong><br />

vuestras tierras lo que os ocupa; es otra i<strong>de</strong>a<br />

más importante. Lo comprendo. Notad bien lo<br />

que os digo.<br />

-Sí, monseñor.<br />

Y el <strong>de</strong>sventurado empezó a temblar,<br />

<strong>de</strong>vorado por el fuego <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>l prelado.


-Os ofrezco, por tanto, yo, en nombre<br />

<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte, no trescientas mil libras,<br />

no quinientas mil libras, sino un millón. Un<br />

millón, ¿oís?<br />

Y le sacudió nerviosamente. -¡Un millón!<br />

-repitió Vanel pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

-Un millón, o lo que es lo mismo, en los<br />

tiempos que corren, sesenta y seis mil libras <strong>de</strong><br />

renta.<br />

-Vamos, señor -dijo Fouquet-; eso no se<br />

rehúsa. Respon<strong>de</strong>d, pues, ¿aceptáis?<br />

-Imposible... -murmuró Vanel.<br />

Aramis se mordió los labios, y algo como<br />

una nube blanca pasó por su fisonomía.<br />

Detrás <strong>de</strong> aquella nube adivinábase el<br />

rayo. Aramis no soltaba a Vanel.<br />

-Habéis comprado el cargo en un millón<br />

quinientas mil libras, ¿no es verdad? Pues bien,<br />

se os darán ese millón y quinientas mil libras, y<br />

habréis ganado millón y medio con venir a ver<br />

al señor Fouquet y apretarle la mano. Honra y<br />

provecho a la vez, señor Vanel.


-No puedo -respondió Vanel sordamente.<br />

-¡Bien! -respondió Aramis, que tenía <strong>de</strong><br />

tal suerte apretada la ropilla, que en el momento<br />

<strong>de</strong> soltarla, tuvo Vanel que dar unos cuantos<br />

pasos hacia atrás, empujado por la conmoción-.<br />

Claramente vemos ya lo que habéis venido a<br />

hacer aquí.<br />

-Sí, claro está que se ve --dijo Fouquet.<br />

-Pero... -dijo Vanel, tratando <strong>de</strong> sobreponerse<br />

a la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> aquellos dos hombres<br />

pundonorosos.<br />

-¡Parece que el tunante levanta la voz! -<br />

dijo Aramis en tono <strong>de</strong> emperador.<br />

-¿<strong>El</strong> tunante? -replicó Vanel.<br />

-Miserable, quise <strong>de</strong>cir -añadió Aramis<br />

recobrando su sangre fría-. Vamos, sacad pronto<br />

vuestra escritura <strong>de</strong> venta, caballero; <strong>de</strong>béis<br />

traerla preparada en cualquier bolsillo, como el<br />

asesino oculta su pistola o su puñal bajo la capa.<br />

Vanel refunfuñó.


-¡Basta! -gritó Fouquet-. ¡Veamos la escritura!<br />

Vanel registró temblequeando en su<br />

bolsillo; sacó <strong>de</strong> él su cartera, y <strong>de</strong> la cartera se<br />

<strong>de</strong>sprendió un papel, mientras que Vanel presentaba<br />

el otro a Fouquet.<br />

Aramis se echó encima <strong>de</strong>l papel caído,<br />

cuya letra había reconocido.<br />

-Perdonad, es la minuta <strong>de</strong> la escritura -<br />

dijo Vanel.<br />

-Bien lo veo -replicó Aramis con sonrisa<br />

más terrible, que si hubiese sido un latigazo-; y<br />

lo que más me sorpren<strong>de</strong> es que esa minuta<br />

esté escrita <strong>de</strong> puño y letra <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />

Mirad, monseñor, mirad.<br />

Y entregó la minuta a Fouquet, quien se<br />

convenció <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong>l hecho. Aquel escrito,<br />

lleno <strong>de</strong> tachones, <strong>de</strong> palabras adicionadas<br />

con las márgenes ennegrecidas, aquel escrito,<br />

testimonio contun<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la trama <strong>de</strong> Colbert,<br />

acababa <strong>de</strong> revelarlo todo a la víctima.<br />

-¿Y qué hacemos? -murmuró Fouquet.


Vanel, aterrado, parecía buscar un agujero<br />

para sumirse en él.<br />

-Si no os llamaseis Fouquet -dijo Aramis-,<br />

y si vuestro enemigo no se llamase Colbert;<br />

si no tuvieseis que habéroslas más que con<br />

este infame ladrón, os diría: negad... una prueba<br />

tal <strong>de</strong>struye toda palabra; pero esas gentes<br />

creerían que teníais miedo, y os temerían menos.<br />

Tomad, monseñor.<br />

Y le presentó la pluma. Fouquet apretó la mano<br />

a Aramis, mas, en vez <strong>de</strong> la escritura que le<br />

presentaban, cogió la minuta.<br />

-No; ese papel no -dijo vivamente Aramis-:<br />

éste. <strong>El</strong> otro es <strong>de</strong>masiado precioso para<br />

que no le guardéis.<br />

-¡Oh! No -dijo Fouquet-; firmaré en la<br />

minuta misma <strong>de</strong>l señor Colbert, y escribiré:<br />

"aprobada la escritura".<br />

Luego firmó.<br />

-Tomad, señor Vanel -dijo. Vanel cogió<br />

el documento, dio su dinero, y trató <strong>de</strong> escapar.


-¡Un momento! -dijo Aramis-. ¿Estás<br />

bien cierto <strong>de</strong> que viene todo el dinero? Eso se<br />

cuenta; sobre todo cuando es dinero que el señor<br />

Colbert da a las mujeres. ¡oh, no es tan<br />

bondadoso como el señor Fouquet, el digno<br />

señor Colbert.<br />

Y Aramis, <strong>de</strong>letreando cada sílaba <strong>de</strong> la<br />

libranza, <strong>de</strong>stiló toda su cólera y todo su <strong>de</strong>sprecio<br />

gota a gota sobre el miserable, que sufrió<br />

medio cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> suplicio. Luego le<br />

<strong>de</strong>spidió, no con palabras, sino con un gesto,<br />

como se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> a un palurdo o se echa a un<br />

lacayo.<br />

Luego que partió Vanel, el ministro y el<br />

prelado, mirándose fijamente uno a otro, permanecieron<br />

en silencio por un momento.<br />

-Vamos -dijo Aramis, rompiendo el silencio-<br />

¿a qué pue<strong>de</strong> compararse un hombre<br />

que teniendo que combatir a un enemigo pertrechado,<br />

armado y furioso, se entrega <strong>de</strong>snudo,<br />

arroja sus armas y envía graciosas sonrisas<br />

a su enemigo? La buena fe, señor Fouquet, es


un arma <strong>de</strong> que se sirven con frecuencia los<br />

malvados contra los hombres honrados, y con<br />

muy buen éxito. Los hombres honrados <strong>de</strong>berían<br />

servirse igualmente <strong>de</strong> la mala fe contra los<br />

bribones. Ya veríais cómo entonces serían fuertes<br />

sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser honrados.<br />

-Diríase que sus actos eran acciones <strong>de</strong><br />

pillos -replicó Fouquet.<br />

-No lo creáis; se llamaría a eso la coquetería<br />

<strong>de</strong> la probidad; en fin, supuesto que ya<br />

habéis terminado con ese Vanel; puesto que os<br />

habéis privado <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> con fundirle negándole<br />

vuestra palabra; puesto que habéis<br />

dado contra vos mismo la única arma que pue<strong>de</strong><br />

per<strong>de</strong>ros...<br />

-¡Ay, amigo mío -exclamó Fouquet con<br />

tristeza-; hacéis ni más ni menos lo que el preceptor<br />

filósofo <strong>de</strong> que nos hablaba La Fontaine<br />

el otro día, el cual se hallaba viendo a un niño<br />

que se ahogaba, y le dirigió un discurso en tres<br />

puntos.<br />

Aramis sonrió.


-Sabio preceptor, niño que se ahoga,<br />

todo eso está bien; pero niño que se salvará, ya<br />

lo veréis. Vamos ahora a hablar <strong>de</strong> negocios.<br />

Fouquet miróle con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-¿No me hablasteis hace días <strong>de</strong> cierto<br />

proyecto <strong>de</strong> dar una fiesta en Vaux?<br />

-¡Ay! -dijo Fouquet-. Eso era en mejores<br />

tiempos.<br />

-¿Una fiesta a la que creo se había convidado<br />

el rey a sí mismo?<br />

-No, mi amado prelado, una fiesta a la<br />

que el señor Colbert aconsejó al rey que se convidara.<br />

-¡Ah, sí! Contando con que la fiesta sería<br />

<strong>de</strong>masiado costosa para que quedarais arruinado.<br />

-Así es. En mejores tiempos, como os<br />

<strong>de</strong>cía, poco ha, tenía el orgullo <strong>de</strong> mostrar a mis<br />

enemigos la fecundidad <strong>de</strong> mis recursos, <strong>de</strong><br />

asustarlos creando millones don<strong>de</strong> ellos no<br />

veían más que bancarrotas posibles. Mas, hoy,<br />

cuento con el Estado, con el rey, conmigo mis-


mo; hoy voy a ser ya el hombre <strong>de</strong> la tacañería;<br />

verá el mundo que manejo las rentas <strong>de</strong>l Estado<br />

como si fueran sacos <strong>de</strong> doblones, y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana,<br />

mis trenes serán vendidos, mis casas embargadas,<br />

mis gastos reducidos. . .<br />

-Des<strong>de</strong> mañana -interrumpió Aramis<br />

tranquilamente-, vais, querido, a ocuparos sin<br />

<strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> esa hermosa fiesta <strong>de</strong> Vaux, que<br />

habrá <strong>de</strong> ser citada algún día entre las heroicas<br />

magnificencias <strong>de</strong> vuestros buenos tiempos.<br />

-Estáis loco, caballero <strong>de</strong> Herblay.<br />

-¿Yo? No hay tal cosa.<br />

-¿Pero sabéis lo que pue<strong>de</strong> costar una<br />

fiesta, por humil<strong>de</strong> que sea, en Vaux? ... De<br />

cuatro a cinco millones.<br />

-No os hablo <strong>de</strong> una fiesta sencilla, mi<br />

querido superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-Dándose la fiesta al rey -repuso Fouquet,<br />

que no comprendía el pensamiento <strong>de</strong><br />

Aramis-, no pue<strong>de</strong> ser sencilla.<br />

-Así es; por eso tiene que ser <strong>de</strong> la mayor<br />

gran<strong>de</strong>za.


-Entonces me costará <strong>de</strong> diez a doce<br />

millones.<br />

-Aun cuando os cueste veinte, si es necesario<br />

-dijo Aramis con la mayor calma.<br />

-¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> los he <strong>de</strong> sacar? -exclamó<br />

Fouquet.<br />

-Eso es cuenta mía, señor superinten<strong>de</strong>nte,<br />

y no tengáis el menor recelo.<br />

Tendréis el dinero a vuestra disposición antes<br />

<strong>de</strong> que hayáis arreglado el plan <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />

-¡Caballero, caballero! -exclamó Fouquet<br />

como poseído <strong>de</strong> un vértigo-. ¿Adón<strong>de</strong> queréis<br />

llevarme?<br />

-Al otro lado <strong>de</strong>l abismo en que íbais a<br />

caer -replicó el prelado <strong>de</strong> Vannes-. Agarraos a<br />

mi capa, y no tengáis miedo.<br />

-¿Por qué no me habéis dicho eso antes,<br />

Aramis? Hubo un día en que con un millón me<br />

habríais salvado.<br />

-Mientras que hoy... Mientras que hoy<br />

tendré que dar veinte -dijo el prelado-. ¡Pues


ien, sea! ... Pero la razón es clara, amigo mío:<br />

el día <strong>de</strong> que me habláis no tenía yo a mi disposición<br />

el millón que se necesitaba, y hoy puedo<br />

proporcionar fácilmente los veinte millones que<br />

hacen falta.<br />

-¡<strong>El</strong> Cielo os oiga y me salve! Aramis se<br />

sonrió <strong>de</strong> la manera particular que acostumbraba.<br />

-<strong>El</strong> Cielo me oye siempre -dijo-, y quizá<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> que le suelo hablar muy alto.<br />

-Me entrego a vos sin reserva -balbuceó<br />

Fouquet.<br />

-Al contrario, yo sí que soy vuestro sin<br />

reserva. Por eso vos, que tenéis tanta elegancia,<br />

ingenio y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, arreglaréis la fiesta hasta<br />

en sus menores <strong>de</strong>talles... únicamente...<br />

-¿Qué? -dijo Fouquet como hombre diestro<br />

en conocer el valor <strong>de</strong> los paréntesis.<br />

-Al <strong>de</strong>jaros toda la invención <strong>de</strong> los<br />

pormenores, me reservo la inspección <strong>de</strong> la<br />

ejecución.<br />

-Explicaos.


-Quiero <strong>de</strong>cir que ese día haréis <strong>de</strong> mí<br />

un mayordomo, un inten<strong>de</strong>nte superior; una<br />

especie <strong>de</strong> factótum que participe <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong><br />

guardias y <strong>de</strong> la economía; haré andar a la gente<br />

y guardaré las llaves <strong>de</strong> las puertas; vos daréis<br />

vuestras ór<strong>de</strong>nes, sí, peto las daréis a mí;<br />

pasarán por mi boca para llegar a su <strong>de</strong>stino.<br />

¿Comprendéis?<br />

-No, no comprendo nada.<br />

-Pero, ¿aceptáis?<br />

-¡Diantre! Sí, amigo mío.<br />

-Es cuanto se necesita. Gracias, pues, y<br />

exten<strong>de</strong>d vuestra lista <strong>de</strong> convidados.<br />

-¿Y a quién invitar?<br />

-¡A todo el mundo!<br />

LVI<br />

DONDE CREE EL AUTOR QUE YA ES<br />

HORA DE HABLAR NUEVAMENTE<br />

DEL VIZCONDE DE BRAGELONNE


<strong>El</strong> lector ha visto <strong>de</strong>sarrollarse paralelamente<br />

en esta historia las aventuras <strong>de</strong> la generación<br />

nueva y las <strong>de</strong> la generación pasada.<br />

Para éstos el reflejo <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> otra época, la<br />

experiencia <strong>de</strong> las cosas dolorosas <strong>de</strong> este<br />

mundo. Para éstos también la paz que se apo<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong>l corazón, y permite a la sangre adormecerse<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las cicatrices que fueron<br />

terribles heridas.<br />

Para aquéllos los combates <strong>de</strong> propia<br />

estimación y <strong>de</strong> amor; los pesares amargos y los<br />

goces inefables: la vida en vez <strong>de</strong> la memoria.<br />

Si en los episodios <strong>de</strong> este relato ha encontrado<br />

el lector alguna variedad, la causa <strong>de</strong>be atribuirse<br />

a los fecundos matices que brotan <strong>de</strong> esa<br />

doble paleta, don<strong>de</strong> se hallan pareados y mezclados<br />

dos cuadros armonizando el tono severo<br />

y el tono risueño.<br />

La quietud <strong>de</strong> las emociones <strong>de</strong>l uno se<br />

encuentra en el seno <strong>de</strong> las emociones <strong>de</strong>l otro.<br />

Después <strong>de</strong> razonar con los viejos, gusta <strong>de</strong>lirar<br />

con los jóvenes.


Así es que, aunque los hilos <strong>de</strong> esta historia<br />

no anudaran muy fuertemente el capítulo<br />

que escribimos al que acabamos <strong>de</strong> escribir, no<br />

nos dan a más cuidado que el que le daba a<br />

Ruisdael el pintar un celaje <strong>de</strong> otoño <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> terminar otro <strong>de</strong> primavera.<br />

Invitamos al lector a que haga otro tanto y a<br />

seguir a Raúl <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en el punto que le<br />

hemos <strong>de</strong>jado.<br />

Asustado, o mejor, falto <strong>de</strong> razón y <strong>de</strong><br />

voluntad, sin tomar partido alguno, huyó <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la escena cuyo final había presenciado<br />

en la habitación <strong>de</strong> La Valliére. <strong>El</strong> rey, Montalais,<br />

Luisa, aquel cuarto, aquella rara conclusión,<br />

aquel dolor <strong>de</strong> Luisa, aquel espanto <strong>de</strong><br />

Montalais, aquella cólera <strong>de</strong>l rey, todo le presagiaba<br />

una <strong>de</strong>sgracia. ¿Pero cuál?<br />

De regreso <strong>de</strong> Londres porque le anunciaban<br />

un peligro, hallaba al primer golpe la<br />

apariencia <strong>de</strong> ese peligro. ¿No es eso ya <strong>de</strong>masiado<br />

para un amante? Lo era, pero no para un


corazón noble, orgulloso <strong>de</strong> hacer gala <strong>de</strong> una<br />

rectitud igual a la suya.<br />

Raúl no intentó buscar explicaciones<br />

adon<strong>de</strong> van a buscarla siempre los amantes<br />

celosos o menos tímidos. No fue a <strong>de</strong>cir a su<br />

amada: "Luisa, ¿ya no me amáis? Luisa, ¿amáis<br />

a otro?" Raúl, lleno <strong>de</strong> valor y <strong>de</strong> amistad, como<br />

lo estaba <strong>de</strong> amor; escrupuloso observador <strong>de</strong><br />

su palabra, y creyendo en `. la palabra <strong>de</strong> otro,<br />

pensó: "Guiche me ha escrito para avisarme;<br />

Guiche sabe algo; voy a preguntar a Guiche lo<br />

que sepa, y a referirle lo que he visto."<br />

<strong>El</strong> trayecto no era largo. Trasladado<br />

Guiche hacía dos días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Fontainebleau a<br />

París, principiaba a reponerse <strong>de</strong> su herida, y<br />

daba algunos paseos por su cuarto.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> exhaló un grito <strong>de</strong> júbilo al ver<br />

entrar a Raúl con su fuego <strong>de</strong> amistad.<br />

Raúl <strong>de</strong>jó escapar un gritó <strong>de</strong> dolor al<br />

ver a Guiche tan flaco y triste. Dos palabras y el<br />

a<strong>de</strong>mán que hizo el herido para apartar el bra-


zo <strong>de</strong> Raúl, bastaron a éste para adivinar la<br />

verdad.<br />

-Ahí tenéis -dijo Raúl poniéndose al<br />

lado <strong>de</strong> su amigo-; amar es morir.<br />

-No -replicó Guiche-; no es morir, puesto<br />

que estoy en pie y os estrecho en mis brazos.<br />

-¡Oh, yo me entiendo!<br />

-Y yo también os entiendo. ¿Creéis que<br />

soy <strong>de</strong>sgraciado, Raúl?<br />

-¡Ay!<br />

-No; soy el más dichoso <strong>de</strong> los hombres.<br />

Mi cuerpo, es verdad que sufre, pero no mi<br />

corazón ni mi alma. ¡Si supieseis! ... ¡Oh! ¡Soy el<br />

más feliz <strong>de</strong> los hombres!<br />

-¡Oh, tanto mejor! -contestó Raúl-. Tanto<br />

mejor, con tal que eso dure.<br />

-Eso acabó; tengo ya para toda mi vida,<br />

Raúl.<br />

-Vos, lo creo; mas ella... -Escuchad, querido,<br />

la amo ... porque... Pero no me escucháis.<br />

-Perdón.<br />

-¿Estáis preocupado?


-Sí. Por vuestra salud, primero.<br />

-No es eso.<br />

-Querido, no creo que tengáis necesidad<br />

<strong>de</strong> interrogarme vos.<br />

Y acentuó aquel vos <strong>de</strong> modo que pudiese<br />

ilustrar a su amigo sobre la naturaleza <strong>de</strong>l<br />

mal y la dificultad <strong>de</strong>l remedio.<br />

-¿Me <strong>de</strong>cís eso por lo que os he escrito?<br />

-Sí; ¿<strong>de</strong>seáis que hablemos <strong>de</strong> ello <strong>de</strong>spués<br />

que hayáis terminado <strong>de</strong> manifestarme<br />

vuestras satisfacciones y vuestras penas?<br />

-Querido amigo, ahora mismo, antes<br />

que todo.<br />

-Gracias ... Tengo una impaciencia<br />

que me consume.,.. He llegado en menos tiempo<br />

que el que emplean los correos ordinariamente.<br />

Decidme, ¿qué queríais?<br />

-Nada más que haceros venir, amigo.<br />

-Pues ya estoy aquí.<br />

-Está bien, entonces.<br />

-Supongo que habrá algo más.<br />

-No, a fe mía.


-¡Guiche!<br />

-¡Por mi honor!<br />

-No me habríais arrancado violentamente<br />

a la esperanza; no me habríais expuesto<br />

a la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong>l rey con este regreso,<br />

que es una infracción <strong>de</strong> sus ór<strong>de</strong>nes; no habríais<br />

infiltrado los celos en mi alma, si no<br />

hubieseis tenido que <strong>de</strong>cirme algo más que:<br />

"Está bien, dormid tranquilo tilo."<br />

-Yo no os digo: "dormid tranquilo", Raúl;<br />

pero, compren<strong>de</strong>dme bien, no quiero ni<br />

puedo <strong>de</strong>ciros otra cosa.<br />

-¡Oh amigo mío! ¿Por quién me tomáis?<br />

-¿Cómo?<br />

-Si sabéis algo, ¿por qué me lo ocultáis?<br />

Y si nada sabéis, ¿por qué me habéis avisado?<br />

-Es verdad, hice mal. ¡Oh, bien me pesa,<br />

Raúl! Poco cuesta escribir a un amigo: venid.<br />

Mas tener a ese amigo enfrente, verle estremecerse<br />

con la esperanza <strong>de</strong> una palabra que<br />

no se atreve uno a pronunciar...


-¡Pronunciadla! ¡Tengo corazón, si a vos<br />

os falta! -exclamó Raúl <strong>de</strong>sesperado.<br />

-¡Cuán injusto sois, y cómo olvidáis que<br />

estáis hablando con un pobre herido, que es la<br />

mitad <strong>de</strong> . vuestro corazón! Tranquilizaos. Yo<br />

os he dicho: "Venid." Vos habéis venido, y ahora<br />

os ruego que no preguntéis más a vuestro<br />

<strong>de</strong>sventurado Guiche.<br />

-Me habéis dicho que venga con la esperanza<br />

<strong>de</strong> que yo vería por mi mismo, ¿no es<br />

cierto?<br />

-Pero...<br />

-¡No titubeéis! ... He visto.<br />

-¡Ah! -murmuró. Guiche.<br />

-O a lo menos, he creído.. .<br />

-Ya veis que abrigáis dudas. Y si vos<br />

dudáis, mi buen amigo, ¿qué me queda que<br />

hacer?<br />

-He visto a La Valliére turbada... a Montalais<br />

asustada ... al rey...<br />

-¿Al rey?


-Sí... Volvéis la cabeza... Ahí está el peligro,<br />

el mal: el rey es, ¿no es así?<br />

-Nada digo.<br />

-¡Oh! ¡Decís mil y mil veces más!<br />

¡Hechos, por favor, por caridad, hechos! ¡Amigo<br />

mío, mi único amigo, hablad! Tengo el corazón<br />

traspasado, vertiendo sangre, y la <strong>de</strong>sesperación<br />

me mata.<br />

-Si así es, amigo Raúl -replicó Guiche-,<br />

me animáis a hablar, en la persuasión <strong>de</strong> que os<br />

diré cosas consoladoras en comparación <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sesperación que veo pintada en vuestro rostro.<br />

-¡Ya os escucho!<br />

-Pues bien -repuso el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche-;<br />

puedo <strong>de</strong>ciros lo que oiríais a cualquiera a<br />

quien preguntárais.<br />

-¡A cualquiera! -exclamó Raúl-. ¿Pues<br />

qué, tanto se habla?<br />

-Antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir eso, amigo mío, procurad<br />

saber primero <strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong>n hablar. Os


juro que no se trata <strong>de</strong> cosa alguna que en el<br />

fondo no sea muy inocente: quizá un paseo<br />

-¡Ah! ¿Un paseo con el rey?<br />

-Sí, con el rey; pero me parece que el rey<br />

ha paseado ya muchas veces con damas, sin<br />

que por eso...<br />

-Repito que no me hubiérais escrito si<br />

ese paseo no hubiese tenido algo extraño.<br />

-Conozco que durante la tempestad<br />

habría sido mejor para el rey buscar un abrigo<br />

que permanecer <strong>de</strong> pie con la cabeza <strong>de</strong>scubierta<br />

en presencia <strong>de</strong> La Valliére... pero...<br />

-¿Pero qué?<br />

-¡<strong>El</strong> rey es tan cortés!<br />

-¡Oh! ¡Guiche, Guiche, me estáis matando!<br />

-Pues callaré.<br />

-No, continuad. ¿Ha habido otros paseos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ése?<br />

-No... es <strong>de</strong>cir, sí; la aventura <strong>de</strong> la encina.<br />

. . pero no sé a punto fijo lo que ocurrió.


Raúl se levantó, y Guiche trató <strong>de</strong> hacer<br />

lo mismo, a pesar <strong>de</strong> su <strong>de</strong>bilidad.<br />

-Ya lo veis -dijo-; no añadiré ni una palabra<br />

más; quizá haya dicho <strong>de</strong>masiado, o <strong>de</strong>masiado<br />

poco. Otros os informarán, si pue<strong>de</strong>n<br />

y quieren: mi <strong>de</strong>ber era avisaros, y lo he hecho.<br />

Ahora, cuidad <strong>de</strong> vuestros negocios vos mismo.<br />

-¿Preguntar? ¡Ay! no sois amigo mío<br />

cuando me habláis <strong>de</strong> ese: modo -dijo el joven,<br />

<strong>de</strong>solado. <strong>El</strong> primero a quien pregunte será tal<br />

vez un malvado o un necio; si lo primero, me<br />

mentirá para atormentarme; si lo segundo, peor<br />

aún.. ¡Ay, Guiche! Antes <strong>de</strong> dos horas habré<br />

tropezado con diez mentiras y diez duelos.<br />

¡Salvadme! ¿No es mejor que sepa uno su mal?<br />

-¡Pero si no sé nada, os digo? Yo estaba<br />

herido, con fiebre, sin conocimiento, y no tengo<br />

más que una i<strong>de</strong>a vaga <strong>de</strong> todo eso. ¿Pera a qué<br />

andamos titubeando cuando tenemos ahí al<br />

hombre que necesitáis? ¿No sois amigo <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> Artagnan?<br />

-¡Oh! ¡Es verdad, es verdad!


-Pues avistaos con él. Sabrá daros luz, y<br />

no buscará el herir vuestros ojos.<br />

Un lacayo entró.<br />

-¿Qué hay? -preguntó Guiche.<br />

-Una persona aguarda al señor con<strong>de</strong> en<br />

el gabinete <strong>de</strong> las Porcelanas.<br />

-Bien. Con vuestro permiso, querido<br />

Raúl. ¡Des<strong>de</strong> que ando, me siento tan animoso!<br />

-Os ofrecería mi brazo, Guiche, si no<br />

adivinara que la persona es una mujer.<br />

-Creo que sí -replicó Guiche sonriendo.<br />

Y separóse <strong>de</strong> Raúl.<br />

Este permaneció inmóvil, absorto,<br />

abrumado, como el minero sobre quien se <strong>de</strong>sploma<br />

una bóveda, el cual, viéndose herido y<br />

vertiendo sangre, siente interrumpírsele el pensamiento<br />

e intenta recobrarse y salvar su vida<br />

con su razón. Algunos minutos bastaron a Raúl<br />

para disipar el <strong>de</strong>slumbramiento <strong>de</strong> aquellas<br />

dos revelaciones. Había ya reanudado el hilo <strong>de</strong><br />

sus i<strong>de</strong>as, cuando, súbitamente, a través <strong>de</strong> la


puerta, creyó reconocer la voz <strong>de</strong> Montalais en<br />

el gabinete <strong>de</strong> las Porcelanas.<br />

-¡<strong>El</strong>la! -exclamó-. Sí, es su voz. Esa mujer<br />

podrá <strong>de</strong>cirme la verdad; pero, ¿la interrogaré<br />

aquí? Procura recatarse <strong>de</strong> mí; sin duda viene<br />

<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> Madame. La veré en su habitación.<br />

<strong>El</strong>la me explicará su espanto, su huida, los torpes<br />

manejos con que me han suplantado; ella<br />

me dirá todo eso... Luego que el señor <strong>de</strong> Artagnan,<br />

que lo sabe todo, me haya fortalecido el<br />

corazón. Madame... una coqueta... Sí, pero coqueta<br />

que ama en sus buenos momentos; coqueta<br />

que, como la muerte o la vida, tiene sus<br />

caprichos, pero que hace <strong>de</strong>clarar a Guiche que<br />

es el más feliz <strong>de</strong> los hombres. Este, a lo menos,<br />

camina sobre rosas. ¡Vamos! Marchóse el joven<br />

<strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y fue a la <strong>de</strong> Artagnan,<br />

echándose en cara por el camino el no haber<br />

hablado a Guiche más que <strong>de</strong> sí propio.<br />

LV<strong>II</strong>


BRAGELONNE CONTINUA SUS INTER-<br />

ROGACIONES<br />

<strong>El</strong> capitán se hallaba <strong>de</strong> servicio; cumplía<br />

su semana, hundido en el sillón <strong>de</strong> cuero,<br />

la espuela hincada en el entarimado, la espada<br />

entre las piernas, leyendo una porción <strong>de</strong> cartas<br />

y retorciéndose el bigote.<br />

Artagnan lanzó un gruñido <strong>de</strong> alegría al<br />

ver al hijo <strong>de</strong> su amigo.<br />

-¡Raúl, hijo querido! -le dijo-. ¿Por qué<br />

casualidad te ha llamado el rey?<br />

Estas palabras sonaron mal a! oído <strong>de</strong>l<br />

joven, que, sentándose, replicó:<br />

-A fe que no lo sé. Lo que sé es que he<br />

venido.<br />

-¡Hum! -dijo Artagnan doblando las<br />

cartas con una mirada llena <strong>de</strong> intención dirigida<br />

a su interlocutor-. ¿Qué estás diciendo, muchacho?<br />

¿Que el rey no te ha llamado, y, sin<br />

embargo, has vuelto? No entiendo bien eso.


Raúl pali<strong>de</strong>ció, y no hacía más que dar vueltas<br />

a su sombrero con aire cortado.<br />

-¿Qué diablo <strong>de</strong> rostro es ése que pones<br />

y a qué viene la conversación fúnebre que<br />

traes? -exclamó el capitán-. ¿Es que en Inglaterra<br />

se adquieren esas maneras? ¡Diantre!<br />

También he estado yo allí, y he vuelto alegre<br />

como un pinzón. ¿Hablarás?<br />

-Tengo mucho que <strong>de</strong>cir.<br />

-Vamos, bien. ¿Cómo se halla tu padre?<br />

-Perdonad, querido amigo; eso mismo<br />

os iba a preguntar. Artagnan aumentó la intención<br />

<strong>de</strong> su mirada, a la que ningún secreto resistía.<br />

-¿Tienes penas? -dijo. -¡Caramba! Bien lo<br />

sabéis, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¿Yo?<br />

-Sí, por cierto; no os hagáis <strong>de</strong> nuevas.<br />

-No me hago <strong>de</strong> nuevas, amigo.<br />

-Querido capitán, sé muy bien que me<br />

vencéis, tanto en talento como en fuerza. En<br />

este momento, ya lo veis, soy un tonto, nada.


No tengo entendimiento ni brazo; no me <strong>de</strong>spreciéis,<br />

ayudadme. En fin, soy el más miserable<br />

<strong>de</strong> los seres vivientes.<br />

-¡Oh, oh! ¿Y por qué? -preguntó Artagnan<br />

<strong>de</strong>sabrochándose el cinturón y dulcificando<br />

su sonrisa.<br />

-Porque la señorita <strong>de</strong> La Valliére me<br />

engaña.<br />

Artagnan no cambió <strong>de</strong> fisonomía.<br />

-¡Te engaña!... ¡Esas son palabras mayores!<br />

¿Quién te las ha dicho?<br />

-Todo el mundo.<br />

-¡Ah! Si todo el mundo lo ha dicho, necesario<br />

es que haya algo <strong>de</strong> verdad. Pero yo<br />

creo en el fuego cuando veo el humo. Esto es<br />

ridículo, pero así es.<br />

-¡Según eso creéis! -exclamó vivamente<br />

<strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¡Ah! Si me coges por tu cuenta...<br />

-De eso trato.<br />

-Yo jamás me mezclo en esos asuntos;<br />

ya lo sabes.


-¡Cómo! ¡Con un amigo, con un hijo!<br />

-Precisamente por eso; si fueses un extraño,<br />

te diría... no te diría nada<br />

- ¿Cómo se halla Porthos, lo sabes?<br />

-¡Señor -exclamó Raúl, estrechando la<br />

mano <strong>de</strong> Artagnan-, en nombre <strong>de</strong> la amistad<br />

que profesáis a mi padre! . . .<br />

-¡Diablo! Estáis muy enfermo... <strong>de</strong> curiosidad.<br />

-No <strong>de</strong> curiosidad, sino <strong>de</strong> amor.<br />

-¡Bueno! Otra gran frase. Si estuvieses<br />

realmente enamorado, mi querido Raúl, sería<br />

ya otra cosa.<br />

-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Digo, que si estuvieseis poseído <strong>de</strong> un<br />

amor tan serio que me hiciese creer que podía<br />

dirigirme a tu corazón... Mas no es posible.<br />

-Os digo que amo <strong>de</strong>satinadamente a<br />

Luisa.<br />

Artagnan leyó con sus ojos en el fondo<br />

<strong>de</strong>l corazón d <strong>de</strong> Raúl.


-Imposible, repito... Tú eres como todos<br />

los jóvenes, y no estás enamorado, sino loco.<br />

-Bien; y aun cuando eso fuese...<br />

-Nunca hombre cuerdo ha logrado volver<br />

el juicio a un cerebro que lo haya perdido.<br />

En mil ocasiones <strong>de</strong> mi vida he visto estrellarse<br />

mis esfuerzos ante tal empresa. Me escucharías,<br />

y no me oirías; me oirías, y no me enten<strong>de</strong>rías;<br />

me enten<strong>de</strong>rías, y no me obe<strong>de</strong>cerías.<br />

-¡Oh! Probad a ver.<br />

-Todavía digo más: si fuese bastante<br />

<strong>de</strong>sventurado para saber alguna cosa, y bastante<br />

necio para comunicártela... ¿Dices que eres<br />

mi amigo, no es cierto?<br />

-¡Oh, sí!<br />

-Pues bien, me malquistaría contigo,<br />

porque no me perdonarías el haber <strong>de</strong>struido<br />

tu ilusión, según se dice en amor.<br />

-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan, todo lo sabéis, y<br />

me <strong>de</strong>jáis en la ansiedad, en la <strong>de</strong>sesperación,<br />

en la muerte! ¡Eso es horrible!<br />

-¡Hola!


-Bien sabéis que nunca acostumbro a<br />

gritar. Pero como mi padre y Dios no me perdonarían<br />

jamás que me saltase la tapa <strong>de</strong> los<br />

sesos <strong>de</strong> un pistoletazo, voy a hacerme contar<br />

por el primero a quien encuentre a mano lo que<br />

os negáis a <strong>de</strong>cirme: 1e daré un mentís.<br />

-Y le matarás. ¡Buen negocio!<br />

-¡Tanto mejor! ¿A mí qué se me importa?<br />

Anda, hijo; mata, si encuentras placer en<br />

ello. Lo mismo me suce<strong>de</strong> contigo que con los<br />

que sufren dolor <strong>de</strong> muelas. Cuando éstos me<br />

dicen: "¡Cuánto sufro; <strong>de</strong> buena gana mor<strong>de</strong>ría<br />

hierro!", yo les contesto: "Pues mor<strong>de</strong>d, amigos,<br />

mor<strong>de</strong>d, que el diente allí quedará."<br />

-Es que no mataré, señor -replicó Raul;<br />

con aire sombrío.<br />

-¡Oh, sí! Ahora está en moda ese estribillo:<br />

te harás matar, ¿no es cierto? ¡Vaya una<br />

linda salida! ¡Y por cierto que te echaré mucho<br />

<strong>de</strong> menos! Es bien seguro que no <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

en todo el día: ¡Buen necio era el joven <strong>Bragelonne</strong>!<br />

¡Bestia por los cuatro costados! Des-


pués <strong>de</strong> haberme esforzado en enseñarle a llevar<br />

convenientemente una espada, ese necio ha<br />

ido a <strong>de</strong>jarse ensartar como un ave." Anda; Raúl,<br />

ve a hacerte matar, amigo mío. No sé<br />

quién te habrá enseñado la lógica; pero, ¡Dios<br />

me perdone! (como dicen los ingleses), sea<br />

quien sea, no ha hecho más que robar el dinero<br />

a tu padre.<br />

Raúl, silencioso, <strong>de</strong>jó caer la cabeza entre<br />

las manos, y murmuró:<br />

-¡No hay amigos, no!<br />

-¡Bah! -dijo Artagnan.<br />

No hay más que burlones o indiferentes.<br />

-¡Chilindrinas! No soy burlón, por muy<br />

gascón que sea. En cuanto a indiferente, si lo<br />

fuese, hace ya un cuarto <strong>de</strong> hora que te habría<br />

enviado a todos los diablos; porque eres capaz<br />

<strong>de</strong> poner triste al hombre más jovial <strong>de</strong>l mundo,<br />

y <strong>de</strong> matar al triste. ¿Pues qué, joven, quieres<br />

que vaya ahora a malquistarte con tu adorado<br />

tormento, y a execrar a las mujeres, que<br />

son el honor y la dicha <strong>de</strong> la vida humana?


-¡Señor, hablad, hablad, y os ben<strong>de</strong>ciré!<br />

-Pero, amigo, ¿crees que haya ido a meterme<br />

en la cabeza todas esas aventuras <strong>de</strong>l<br />

carpintero y <strong>de</strong>l pintor, <strong>de</strong> la escalera y <strong>de</strong>l retrato,<br />

y cien mil cuentos más capaces <strong>de</strong> hacer<br />

dormir a un hombre <strong>de</strong> pie?<br />

-¡Un carpintero! ¿Qué significa ese carpintero?<br />

-No lo sé, a fe mía; he oído que ha habido<br />

<strong>de</strong> por medio un carpintero que ha taladrado<br />

un suelo.<br />

-En el cuarta <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-No sé dón<strong>de</strong>.<br />

-¿En el <strong>de</strong>l rey?<br />

-¡Bueno! Si fuese en la habitación <strong>de</strong>l<br />

rey, ahora te lo iba a <strong>de</strong>cir, ¿no es verdad?<br />

-¿En el cuarto <strong>de</strong> quién, entonces?<br />

-Llevo una hora repitiéndote que lo ignoro.<br />

-Pero, entonces, el pintor... y ese retrato .<br />

. .


-Parece que el rey ha mandado hacer el<br />

retrato <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la Corte.<br />

-¿De La Valliére?<br />

-¡Siempre con el mismo nombre en la<br />

boca! ¿Quién te habla <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-Pues si no es ella, ¿cómo queréis que<br />

eso tenga para mí importancia alguna?<br />

-Yo no afirmo que tenga o no importancia<br />

para ti. Pero me preguntas, y yo te respondo.<br />

Quieres saber la crónica escandalosa, y te<br />

doy cuenta <strong>de</strong> ella. Ahora, aprovéchate.<br />

Raúl dióse una palmada <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación<br />

en la frente.<br />

-¡Esto es para morir! -dijo.<br />

-Ya lo has dicho.<br />

-Sí, es verdad.<br />

Y dio un paso para alejarse.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> vas? -dijo Artagnan. -A buscar<br />

a alguien que me diga la verdad.<br />

-¿A quién?<br />

-A una mujer.


-A la misma señorita <strong>de</strong> La Valliére, ¿no<br />

es así? -dijo Artagnan con una sonrisa-. ¡Famosa<br />

i<strong>de</strong>a es ésa! Buscabas quien te consolase, y<br />

vas a serlo inmediatamente. Lo que es ella, no<br />

te hablará mal <strong>de</strong> sí propia: anda.<br />

-Os engañáis, señor -replicó Raúl-; la<br />

mujer a quien pienso dirigirme me dirá mucho<br />

malo.<br />

-Apuesto a que es Montalais.<br />

-Sí, Montalais.<br />

-¡Ah, su amiga! ¡Una mujer que, por esa<br />

misma razón, exagerará con pasión el bien o el<br />

mal! No hables a Montalais, mi buen Raúl.<br />

-No es ésa la razón que os mueve a alejarme<br />

<strong>de</strong> Montalais.<br />

-Pues bien, lo confieso. Y, en verdad,<br />

¿por qué he <strong>de</strong> jugar contigo como el gato con<br />

un ratón? Me das pena, <strong>de</strong> veras. Si <strong>de</strong>seo que,<br />

en este momento, no hables a Montalais, es<br />

porque vas a entregar tu secreto y abusarán <strong>de</strong><br />

él. Espera, si pue<strong>de</strong>s.<br />

-No puedo.


-¡Tanto peor! Mira, Raúl, si se me ocurriese<br />

alguna i<strong>de</strong>a . . . Mas el caso es que no se<br />

me ocurre . . .<br />

-Prometedme tener compasión, amigo<br />

mío, y eso me basta; por lo <strong>de</strong>más, <strong>de</strong>jadme<br />

salir <strong>de</strong>l paso por mí solo.<br />

-¡Ah, bien! ¿Que te <strong>de</strong>je en el pantano?<br />

Corriente; siéntate a esa mesa, y coge la pluma.<br />

-¿Para qué?<br />

-Para escribir a Montalais, y solicitarle<br />

una entrevista.<br />

-¡Ah! -dijo Raúl abalanzándose a la<br />

pluma que le alargaba el capitán.<br />

En aquel instante se abrió la puerta, y<br />

acercándose un mosquetero a Artagnan:<br />

-Mi capitán -le dijo-, ahí está la señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais, que <strong>de</strong>sea hablaros.<br />

-¿A mí? -murmuró Artagnan-. Que entre,<br />

y veré si es a mí a quien <strong>de</strong>sea hablar.<br />

<strong>El</strong> astuto capitán olfateaba con acierto.<br />

Montalais, al entrar, vio a Raúl, y exclamó:


-¡Señor! Señor... Perdón, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-Estáis perdonada, señorita -dijo el capitán-;<br />

sé que a mi edad, los que me buscan tienen<br />

necesidad <strong>de</strong> mí.<br />

-Buscaba al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo<br />

Montalais.<br />

-¡Cómo! También yo os buscaba. Raúl,<br />

¿no queríais ir con la señorita?<br />

-Lo <strong>de</strong>seaba ardientemente.<br />

-Pues andad.<br />

Y empujó dulcemente a Raúl fuera <strong>de</strong>l<br />

gabinete. Luego, tomando la mano a Montalais:<br />

-Sed buena -le dijo en voz baja-: mirad<br />

por él y por ella.<br />

-¡Ay! replicó la joven con el mismo<br />

tono-. No soy yo quien le ha <strong>de</strong> hablar.<br />

-¿Pues cómo?<br />

-Es Madame quien le hace buscar.<br />

-¡Ah, bien! -exclamó Artagnan-. ¡Es Madame!<br />

. . . Antes <strong>de</strong> una hora, el pobre mozo<br />

quedará curado.


-¡O muerto! -repuso Montalais con<br />

compasión-. ¡Adiós, señor <strong>de</strong> Artagnan!<br />

Y corrió a reunirse con Raúl, que la esperaba<br />

lejos <strong>de</strong> la puerta, muy inquieto e intrigado<br />

por aquel diálogo que nada bueno presagiaba.<br />

LV<strong>II</strong>I<br />

DOS QUE SIENTEN CELOS<br />

Los amantes son tiernos para todo lo<br />

que concierne a la bien amada. Apenas vio Raúl<br />

cerca <strong>de</strong> sí a Montalais, se apresuró a besarle la<br />

mano con ardor.<br />

-¡Ay! -dijo tristemente la joven-. Colocáis<br />

muy al aire vuestros besos, mi amado caballero<br />

Raúl; os garantizo que no os producirán<br />

interés.<br />

-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?... ¿Me lo explicaréis,<br />

querida Aura?


-Madame os lo explicará todo. Tengo<br />

encargo <strong>de</strong> conduciros a su habitación.<br />

-¡Pues qué! ...<br />

-Silencio, y no echéis esas miradas. Aquí<br />

las ventanas ven, y las pare<strong>de</strong>s oyen. Hacedme<br />

el obsequio <strong>de</strong> no mirarme y <strong>de</strong> hablarme en<br />

voz alta <strong>de</strong> la lluvia, <strong>de</strong>l buen tiempo y <strong>de</strong> las<br />

diversiones <strong>de</strong> Inglaterra.<br />

-Pero ...<br />

-¡Ah! ... Os aviso que en alguna parte, no<br />

sé dón<strong>de</strong>, <strong>de</strong>be estar Madame con los ojos<br />

abiertos y el oído alerta. Ya compren<strong>de</strong>réis que<br />

no es cosa <strong>de</strong> querer yo que me <strong>de</strong>spidan o me<br />

recluyan en la Bastilla. Hablemos, pues, o mejor,<br />

no hablemos.<br />

Raúl apretó los puños, aceleró el paso, y<br />

tomó el aire <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> valor, pero que<br />

marcha al suplicio.<br />

Montalais, ojo alerta, ligero el paso y<br />

volviendo la cabeza en todas direcciones, le<br />

precedía.


Raúl fue introducido inmediatamente<br />

en el gabinete <strong>de</strong> Madame. "¡Vamos! -pensó-.<br />

Al fin se pasará el día <strong>de</strong> hoy sin llegar a saber<br />

nada. Guiche ha tenido <strong>de</strong>masiada compasión<br />

conmigo; se ha puesto <strong>de</strong> acuerdo con Madame,<br />

y los dos, por medio <strong>de</strong> una conspiración<br />

amistosa, alejarán la solución <strong>de</strong>l problema.<br />

¡Que falta me hace aquí un buen enemigo! ...<br />

Esa serpiente <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, por ejemplo. Cierto es<br />

que mor<strong>de</strong>ría, pero al menos saldría yo <strong>de</strong> dudas...<br />

Dudar. . . dudar... ¡Más vale morir!"<br />

Raúl estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Madame. Enriqueta,<br />

más encantadora que nunca, se hallaba<br />

medio recostada en un sillón, con sus lindos<br />

pies en un almohadón <strong>de</strong> terciopelo bordado;<br />

jugueteaba con un gatito <strong>de</strong> fino pelo, que le<br />

mordía los <strong>de</strong>dos y le arañaba las blondas <strong>de</strong> su<br />

cuello.<br />

Madame meditaba; meditaba profundamente;<br />

<strong>de</strong> suerte que fue preciso la voz <strong>de</strong><br />

Montalais y la <strong>de</strong> Raúl para sacarla <strong>de</strong> su ensimismamiento.


-¿Vuestra Alteza me ha hecho llamar? -<br />

repetía <strong>de</strong> nuevo Raúl. Madame sacudió la cabeza,<br />

como si <strong>de</strong>spertara.<br />

-Buenos días, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo-<br />

; sí, os he hecho llamar.<br />

-Conque ¿habéis llegado <strong>de</strong> Inglaterra?<br />

-Para servir a Vuestra Alteza Real.<br />

-¡Gracias! Déjanos, Montalais. Montalais<br />

salió.<br />

-Podréis conce<strong>de</strong>rme algunos minutos,<br />

¿no es cierto, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Toda mi vida pertenece a Vuestra Alteza<br />

Real -replicó cortésmente Raúl, que adivinaba<br />

algo sombrío a través <strong>de</strong> toda aquella cortesía<br />

<strong>de</strong> Madame, y encontraba cierto atractivo en<br />

ello, persuadido <strong>de</strong> que había alguna afinidad<br />

entre los sentimientos <strong>de</strong> Madame y los propios.<br />

En efecto, todas las personas inteligentes<br />

<strong>de</strong> la Corte conocían el extraño carácter<br />

<strong>de</strong> la princesa, su caprichosa voluntad y su<br />

fantástico <strong>de</strong>spotismo.


Madame se había visto en extremo lisonjeada<br />

con los homenajes <strong>de</strong>l rey; Madame<br />

había hecho hablar <strong>de</strong> sí propia e inspirado a la<br />

reina esos celos terribles que son el gusano roedor<br />

<strong>de</strong> todas las felicida<strong>de</strong>s femeninas; Madame,<br />

en una palabra, a fin <strong>de</strong> curar su orgullo<br />

herido, había abierto su corazón al amor.<br />

Sabemos ya lo que Madame había hecho<br />

para que regresase Raúl, alejado por Luis XIV.<br />

Raúl no tenía noticia <strong>de</strong> su carta a Carlos <strong>II</strong>,<br />

pero Artagnan la había adivinado.<br />

¿Quién podría explicar esa incomprensible<br />

mezcla <strong>de</strong> amor y vanidad, esas ternezas<br />

inauditas, esas perfidias enormes? Nadie,<br />

ni siquiera el ángel malo que encien<strong>de</strong> la coquetería<br />

en el corazón <strong>de</strong> las mujeres.<br />

-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo la princesa<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa-, ¿habéis vuelto contento?<br />

<strong>Bragelonne</strong> miró a madame Enriqueta,<br />

y, viéndola pálida por lo que ocultaba, por lo<br />

que omitía, por lo que ardía en <strong>de</strong>cir:


-¿Contento? -exclamó-. ¿Y <strong>de</strong> qué queréis<br />

que esté contento o <strong>de</strong>scontento, señora?<br />

-¿De qué pue<strong>de</strong> estarlo un hombre <strong>de</strong><br />

vuestra edad y presencia? "¡De prisa camina! -<br />

dijo para sí asustado Raúl-. ¿Qué irá a inspirar<br />

en mi corazón?"<br />

Temiendo al propio tiempo lo que iba a<br />

saber, y con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> retrasar el instante tan<br />

<strong>de</strong>seado como terrible en que, llegara a saberlo<br />

todo:<br />

-Señora -dijo-, había <strong>de</strong>jado a un amigo<br />

muy querido en completa salud, y le he encontrado<br />

a mi vuelta en mal estado.<br />

-¿Habláis <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />

preguntó madame Enriqueta con tranquilidad<br />

imperturbable-: dicen que es amigo a quien<br />

queréis mucho.<br />

-Sí, señora.<br />

-Pues bien, ha sido herido; pero ya se<br />

encuentra mejor. ¡Oh, el señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />

digno <strong>de</strong> lástima! -dijo la princesa con precipitación.


Pero, recobrándose al punto:<br />

-¿Creéis que sea digno <strong>de</strong> lástima? -<br />

añadió-. ¿Se queja acaso? ¿Tiene algún pesar<br />

que no sepamos?<br />

-Sólo hablo <strong>de</strong> su herida, señora.<br />

-Eso es otra cosa, pues en cuanto a lo<br />

<strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> Guiche parece ser muy dichoso,<br />

a juzgar al menos por su buen humor.<br />

Estoy cierta, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, <strong>de</strong> que preferiríais,<br />

como él, una herida en el cuerpo... Porque<br />

al fin, ¿qué es una herida en el cuerpo?<br />

Raúl se estremeció.<br />

"Ya vuelve al asunto -pensó-. ¡Ay <strong>de</strong><br />

mí!"<br />

Y no replicó nada.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />

-Nada tengo que <strong>de</strong>cir, señora.<br />

-¿Conque, según eso, no opináis como<br />

yo? ¿Os sentís satisfecho? Raúl se acercó un<br />

poco más.<br />

-Señora -dijo-, Vuestra Alteza Real <strong>de</strong>sea<br />

<strong>de</strong>cirme algo y su generosidad natural le im-


pulsa a dar ciertos ro<strong>de</strong>os. Dígnese Vuestra<br />

Alteza hablar con franqueza. Soy fuerte y escucho.<br />

-¡Ah! -replicó Enriqueta-. ¿Qué habéis<br />

comprendido?<br />

-Lo que Vuestra Alteza <strong>de</strong>sea hacerme<br />

compren<strong>de</strong>r.<br />

Y Raúl tembló, a pesar suyo, al pronunciar<br />

estas palabras.<br />

-En efecto -murmuró la princesa-, es<br />

cruel, pero ya que he principiado...<br />

-Sí, señora; ya que Vuestra Alteza se ha<br />

dignado principiar, dígnese concluir.<br />

Enriqueta levantóse precipitadamente, y<br />

dio algunos pasos por la habitación.<br />

-¿Qué os ha dicho el señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />

preguntó súbitamente.<br />

-¡Nada, señora!<br />

-¡Nada! ¿Nada os ha dicho?... ¡Oh, le<br />

conozco en eso!<br />

-Sin duda no ha querido lastimarme.


-¡He ahí lo que los amigos llaman amistad!<br />

Pero el señor <strong>de</strong> Artagnan, <strong>de</strong> quien os<br />

acabáis <strong>de</strong> separar, os habrá dicho algo.<br />

-Lo mismo que el señor <strong>de</strong> Guiche, señora.<br />

-Por lo menos -dijo la princesa-, sabréis<br />

lo que sabe toda la Corte.<br />

-Nada sé, señora.<br />

-¿Ni la escena <strong>de</strong> la tempestad?<br />

-Ni la escena <strong>de</strong> la tempestad.<br />

-¿Ni las conferencias en el bosque?<br />

-Ni las conferencias en el bosque.<br />

-¿Ni la escapada <strong>de</strong> Chaillot?<br />

Raúl, que se doblaba como la flor tronchada<br />

por la hoz, hizo un po<strong>de</strong>roso. esfuerzo<br />

sobre sí mismo para 'sonreír, y respondió con<br />

dulzura:<br />

-Ya he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra<br />

Alteza Real que no sé absolutamente nada.<br />

Soy un pobre olvidado que llega <strong>de</strong> Inglaterra;<br />

entre la gente <strong>de</strong> aquí y yo había olas tan atronadoras,<br />

que no ha podido llegar a mis oídos el


umor <strong>de</strong> todas esas cosas <strong>de</strong> que me habla<br />

Vuestra Alteza.<br />

Enriqueta se impresionó al ver aquella<br />

pali<strong>de</strong>z, aquella mansedumbre, aquel dolor.<br />

<strong>El</strong> sentimiento dominante <strong>de</strong> su corazón,<br />

en aquel instante, era un vivo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> oír<br />

en el pobre amante el recuerdo <strong>de</strong> la que así le<br />

hacía sufrir.<br />

-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo-, lo que vuestros<br />

amigos no os han querido <strong>de</strong>cir, yo voy a<br />

<strong>de</strong>círoslo, porque os estimo y aprecio. Quiero<br />

danos una prueba <strong>de</strong> que soy vuestra amiga.<br />

Hasta ahora, podéis llevar muy alta vuestra<br />

frente, como hombre honrado, y no quiero que<br />

la tengáis que bajar ante el ridículo, y antes <strong>de</strong><br />

ocho días ante el <strong>de</strong>sprecio.<br />

-¡Ah! -dijo Raúl pali<strong>de</strong>ciendo-. ¿En ese<br />

caso estamos?<br />

-Si nada sabéis -dijo la princesa-, veo<br />

que adivináis. Erais el novio <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére, ¿no es verdad?<br />

-Sí, señora.


-En tal concepto, <strong>de</strong>bo daros un aviso.<br />

Como <strong>de</strong> un día a otro quiero <strong>de</strong>spedir <strong>de</strong> mi<br />

casa a la señorita <strong>de</strong> La Valliére...<br />

-¡Despedir a La Valliére! -exclamó <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-Sí, ciertamente. ¿Creéis que he <strong>de</strong> tener<br />

siempre miramiento a las lágrimas y a las jeremiadas<br />

<strong>de</strong>l rey? No, no; mi casa no servirá mucho<br />

más tiempo <strong>de</strong> lugar apropiado para semejantes<br />

usos... Mas, ¿qué es eso? ¡Se os va la cabeza!<br />

-No, señora; perdonad -dijo <strong>Bragelonne</strong><br />

haciendo un esfuerzo-. Creí que iba a morir,<br />

nada más... Vuestra Alteza me hacía el honor<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que el rey había llorado y suplicado.<br />

-Sí, pero inútilmente.<br />

Y en seguida refirió a Raúl la escena <strong>de</strong><br />

Chaillot y la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l rey a su regreso;<br />

habló <strong>de</strong> la indulgencia que ella había mostrado,<br />

y manifestó la horrible frase conque la<br />

princesa ultrajada, la coqueta humillada, había<br />

<strong>de</strong>safiado la cólera real.


ama.<br />

Raúl bajó la cabeza.<br />

-¿Qué pensáis <strong>de</strong> todo eso? - dijo ella.<br />

-¡<strong>El</strong> rey la ama! -respondió Raúl.<br />

-Pero casi dais a enten<strong>de</strong>r que ella no le<br />

-¡Ay! Pienso todavía en el tiempo en que<br />

me amó a mí. Enriqueta admiró por un momento<br />

aquella incredulidad sublime; luego,<br />

encogiéndose <strong>de</strong> hombros:<br />

-¿No me creéis? -dijo-. ¡Oh! ¡Cuánto la<br />

amáis, y cómo dudáis que ella ame al rey!<br />

-Hasta que tenga alguna prueba, perdonad.<br />

Tengo su palabra, y ella es noble.<br />

-¿Una prueba?... ¡Pues bien, venid!<br />

LIX<br />

VISITA DOMICILIARIA<br />

La princesa, precediendo a Raúl, lo condujo<br />

a través <strong>de</strong>l patio hacia el cuerpo <strong>de</strong>l edificio<br />

en que habitaba La Valliére, y, tomando la


escalera que había subido Raúl en aquella misma<br />

mañana, se <strong>de</strong>tuvo a la puerta <strong>de</strong> la habitación<br />

don<strong>de</strong> el joven, a su regreso, había sido tan<br />

extrañamente recibido por Montalais.<br />

La ocasión no podía ser más propicia<br />

para el proyecto concebido por madame Enriqueta:<br />

el palacio<br />

estaba sin gente; el rey, los cortesanos y las damas<br />

habían marchado a Saint-Germain; madame<br />

Enriqueta, única persona que sabía el regreso<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que veía el partido que <strong>de</strong><br />

él podía sacar, pretextando una indisposición,<br />

se había quedado.<br />

Estaba, por tanto, segura Madame <strong>de</strong><br />

encontrar sin gente el cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére y el <strong>de</strong> Saint-Aignan. Sacó una doble<br />

llave, y abrió la puerta <strong>de</strong> su camarista.<br />

<strong>Bragelonne</strong> lanzó su mirada a aquella<br />

habitación, que reconoció al punto, y la impresión<br />

que le causó fue uno <strong>de</strong> los primeros tormentos<br />

que le aguardaban.


La princesa le miró, y sus ojos experimentados<br />

comprendieron lo que pasaba en el<br />

corazón <strong>de</strong>l joven.<br />

-Me habéis pedido pruebas -díjole-, y <strong>de</strong><br />

consiguiente no <strong>de</strong>béis extrañar que os las dé.<br />

Ahora, si no os creéis con fuerzas suficientes<br />

para soportarlas, aún estamos a tiempo <strong>de</strong> retirarnos.<br />

-Gracias, señora -dijo <strong>Bragelonne</strong>-; he<br />

venido aquí para convencerme, y ya que os<br />

habéis dignado prometerme ese convencimiento,<br />

tratad <strong>de</strong> convencerme.<br />

-Pues entrad -dijo Madame-, y cerrad la<br />

puerta.<br />

<strong>Bragelonne</strong> obe<strong>de</strong>ció, y se volvió hacia<br />

la princesa, interrogándola con su mirada.<br />

-¿Sabéis dón<strong>de</strong> os halláis? -preguntó<br />

madame Enriqueta. Todo me hace creer, señora,<br />

que estoy en la habitación <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére.<br />

-Así es, efectivamente.


-Pero, me permitiréis observar que esta<br />

habitación es una habitación, no una prueba.<br />

-Esperad.<br />

La princesa se dirigió al pie <strong>de</strong> la cama,<br />

dobló el biombo, e inclinándose hacia el suelo:<br />

-Ea -dijo-; bajaos vos mismo y levantad<br />

esa trampa.<br />

-¿Qué trampa? preguntó Raúl sorprendido,<br />

porque principiaba a recordar las palabras<br />

<strong>de</strong> Artagnan, y se le figuraba que Artagnan<br />

había pronunciado también aquella palabra.<br />

Y Raúl buscó, aunque inútilmente, una<br />

hendidura que pudiese indicar la existencia <strong>de</strong><br />

alguna abertura, o algún anillo que le ayudase<br />

a levantar una parte cualquiera <strong>de</strong>l suelo.<br />

-¡Ah! Es cierto -dijo riendo madame<br />

Enriqueta-. Me olvidaba <strong>de</strong>l resorte oculto; hay<br />

que apretar en la cuarta tabla, en el lugar en<br />

que la ma<strong>de</strong>ra forma un nudo. Esas son las,<br />

señas: apretad vos mismo, vizcon<strong>de</strong>... así.


Raúl, pálido como la muerte, apoyó el<br />

<strong>de</strong>do pulgar en el lugar indicado, oprimió el<br />

resorte, y la trampa se levantó por sí sola.<br />

-¡Una escalera! -murmuró Raúl.<br />

-Sí, y muy elegante -dijo madame Enriqueta-.<br />

Mirad, vizcon<strong>de</strong>, y la escalera tiene un<br />

pasamanos <strong>de</strong>stinado a preservar <strong>de</strong> una caída<br />

a las personas <strong>de</strong>licadas que se atreven a bajarla,<br />

lo cual hace que tampoco tenga yo miedo <strong>de</strong><br />

bajar. Vamos; seguidme, vizcon<strong>de</strong>, seguidme.<br />

-Mas antes <strong>de</strong> seguiros, señora, ¿adón<strong>de</strong><br />

conduce esta escalera?<br />

-¡Ah, es verdad! Se me olvidaba <strong>de</strong>círoslo.<br />

-Ya os escucho, señora -dijo Raúl respirando<br />

difícilmente.<br />

-Quizá sabréis que el señor <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan vivía antes pared casi por medio, con el<br />

rey.<br />

-Sí, señora; lo sé; así era antes <strong>de</strong> marcharme,<br />

y no pocas veces tuve el honor <strong>de</strong> visitarle<br />

en su antigua habitación.


-Pues bien, obtuvo <strong>de</strong>l rey permiso para<br />

cambiar el hermoso cuarto que ya conocéis, por<br />

las dos piececitas a que conduce esta escalera, Y<br />

que forman una habitación la mitad más pequeña,<br />

y diez veces más distante <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l rey,<br />

cuya proximidad no suelen <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar en general<br />

los señores <strong>de</strong> la Corte.<br />

-Muy bien, señora -replicó Raúl-; pero<br />

os suplico que continuéis, porque todavía no<br />

comprendo.<br />

-Pues bien, da la casualidad prosiguió la<br />

princesa-, <strong>de</strong> que esta habitación <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan está situada <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las <strong>de</strong> mis<br />

doncellas, y, especialmente, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la <strong>de</strong> La<br />

Valliére.<br />

-Pero, ¿qué objeto tienen esta trampa y<br />

la escalera?<br />

-¡Qué sé yo! ¿Queréis que bajemos al<br />

cuarto <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> SaintAignan? Tal vez hallaremos<br />

allí la explicación <strong>de</strong>l enigma.<br />

Y Madame dio el ejemplo bajando ella<br />

misma.


Raúl la siguió suspirando.<br />

Cada escalón que rechinaba bajo los pies<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, le hacía avanzar un paso en<br />

aquel cuarto misterioso, que encerraba aún los<br />

suspiros <strong>de</strong> La Valliére y los más suaves perfumes<br />

<strong>de</strong> su cuerpo.<br />

<strong>Bragelonne</strong> reconoció, absorbiendo el<br />

aire con sus angustiosas aspiraciones, que la<br />

joven había pasado por allí.<br />

Después, tras <strong>de</strong> aquellas emanaciones,<br />

pruebas invisibles, pero ciertas, vinieron las<br />

flores que ella amaba, los libros que prefería. Si<br />

a Raúl le hubiese quedado la menor duda, la<br />

habría visto disipada en aquella secreta armonía<br />

<strong>de</strong> los gustos e inclinaciones <strong>de</strong>l ánimo con<br />

el uso <strong>de</strong> los objetos que acompañan la vida.<br />

<strong>Bragelonne</strong> veía a La Valliére en los muebles,<br />

en la elección <strong>de</strong> las telas, en los reflejos mismos<br />

<strong>de</strong>l suelo.<br />

Mudo y anonadado, nada más le quedaba<br />

que saber, y no seguía a su implacable


conductora más que como el reo sigue al verdugo.<br />

Madame, cruel como una mujer <strong>de</strong>licada y nerviosa,<br />

no le perdonaba el más mínimo <strong>de</strong>talle.<br />

Pero, preciso es <strong>de</strong>cirlo, a pesar <strong>de</strong> la<br />

especie <strong>de</strong> apatía en que Raúl<br />

hallábase sumido, ninguno <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>talles<br />

se le habría escapado, aunque hubiese estado<br />

solo. La dicha <strong>de</strong> la mujer a quien ama un celoso,<br />

cuando esa felicidad proviene <strong>de</strong> un rival, es<br />

para aquél un suplicio. Pero, para un celoso<br />

como Raúl, para aquel corazón que por vez<br />

primera albergaba hiel, la felicidad <strong>de</strong> Luisa era<br />

una muerte ignominiosa, la muerte <strong>de</strong>l cuerpo<br />

y <strong>de</strong>l alma.<br />

Todo lo comprendió: las manos que se<br />

habían estrechado, los rostros que se habían<br />

mirado juntos a los espejos, especie <strong>de</strong> juramento<br />

tan dulce para los amantes que se ven dos<br />

veces para grabar mejor su imagen en sus recuerdos.


Adivinó el beso encubierto por las cortinas<br />

<strong>de</strong> la puerta, y convirtió en febriles dolores<br />

la elocuencia <strong>de</strong> los muebles <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso,<br />

sepultados en su sombra.<br />

Aquel lujo, aquel refinamiento lleno <strong>de</strong><br />

embriaguez, aquel cuidado minucioso en evitar<br />

todo disgusto al objeto amado, o en procurarle<br />

una agradable sorpresa; aquel po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l amor<br />

aumentado por el po<strong>de</strong>río regio, hirió a Raúl<br />

mortalmente. ¡Ay! Si algo pue<strong>de</strong> templar los<br />

punzantes tormentos <strong>de</strong> los celos, es la inferioridad<br />

<strong>de</strong>l hombre preferido, cuando, por el contrario,<br />

si pue<strong>de</strong> haber otro infierno en el infierno,<br />

otro tormento sin nombre en el idioma,<br />

es el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un dios, puesto a disposición <strong>de</strong><br />

un rival con la juventud, la belleza y la gracia.<br />

En estos instantes, hasta parece que Dios mismo<br />

se conjura contra el amante <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñado.<br />

Todavía quedaba un último dolor para<br />

el infeliz Raúl: madame Enriqueta levantó una<br />

cortina <strong>de</strong> seda, y <strong>de</strong>scubrió el retrato <strong>de</strong> La<br />

Valliére.


No sólo el retrato <strong>de</strong> La Valliére, sin¿ <strong>de</strong> La<br />

Valliére joven, bella, radiante, aspirando la vida<br />

por todos sus poros, por que, a los dieciocho<br />

años la vida es el amor.<br />

-¡Luisa! -murmuró <strong>Bragelonne</strong>-. ¡Luisa-!<br />

¿Conque es cierto?... ¡Ay! ¡Jamás me has amado,<br />

porque nunca me has mirado así!<br />

Y parecióle que el corazón se le <strong>de</strong>sgarraba<br />

en el pecho.<br />

Madame Enriqueta le miraba, envidiando<br />

casi aquel dolor, a pesar <strong>de</strong> que sabía<br />

que nada tenía que envidiar, y que era amada<br />

por Guiche como La Valliére por <strong>Bragelonne</strong>.<br />

Raúl sorprendió aquella mirada <strong>de</strong> madame<br />

Enriqueta.<br />

-¡Oh! ¡Perdón! ¡perdón! -dijo-. Conozco<br />

que <strong>de</strong>bía ser más dueño <strong>de</strong> mí en presencia <strong>de</strong><br />

vos, señora; pero, haga el Cielo que jamás os<br />

veáis herida con el golpe que recibo en este<br />

momento. Porque sois mujer, e indudablemente<br />

no podríais soportar tan cruel dolor. Perdonadme,<br />

porque yo no soy más que un <strong>de</strong>sgra-


ciado joven, al paso que vos pertenecéis a la<br />

clase <strong>de</strong> esos afortunados, <strong>de</strong> esos omnipotentes,<br />

<strong>de</strong> esos elegidos.<br />

-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -contestó Enriqueta-:<br />

un corazón como el vuestro merece los miramientos<br />

<strong>de</strong> un corazón <strong>de</strong> reina. Soy amiga<br />

vuestra, y por eso no he querido que toda vuestra<br />

vida esté emponzoñada por la perfidia y<br />

mancillada por el ridículo. Yo he sido quien con<br />

más valor que todos vuestros supuestos amigos,<br />

a excepción <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche, os he<br />

hecho venir <strong>de</strong> Londres; yo soy quien os suministro<br />

las pruebas dolorosas, pero necesarias,<br />

que serán vuestro remedio, si sois amante animoso<br />

y no un Amadis llorón. No me <strong>de</strong>is las<br />

gracias; compa<strong>de</strong>cedme a mí misma, y no <strong>de</strong>jéis<br />

por eso <strong>de</strong> servir bien al rey.<br />

Raúl sonrió con amargura.<br />

-.¡Ah, es verdad! -dijo-. Olvidaba que el<br />

rey es mi amo.<br />

-Están interesados en ello vuestra libertad<br />

y vuestra vida.


Una mirada clara y penetrante <strong>de</strong> Raúl<br />

dio a conocer a madame Enriqueta que se engañaba,<br />

y que su último argumento no era <strong>de</strong><br />

los que pudiesen conmover al joven.<br />

-Pensad lo que hacéis, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

-dijo la princesa-; porque si no meditáis<br />

bien vuestras acciones, vais a irritar a un príncipe<br />

que en sus arrebatos no conoce los límites<br />

<strong>de</strong> la razón, y a sumergir a vuestros íntimos y a<br />

vuestra familia en el más profundo dolor; conformaos,<br />

pues: haceos superior a vos mismo, y<br />

tratad <strong>de</strong> curaros.<br />

-Gracias, señora -dijo el joven-; agra<strong>de</strong>zco<br />

el consejo que me dais y procuraré seguirlo;<br />

pero antes dignaos <strong>de</strong>cirme una cosa.<br />

-Decid.<br />

-¿Sería una indiscreción preguntar cómo<br />

habéis <strong>de</strong>scubierto el secreto <strong>de</strong> esa escalera,<br />

esa trampa y ese retrato?<br />

-Del modo más sencillo: para mejor vigilancia,<br />

tengo en mi po<strong>de</strong>r otra llave <strong>de</strong> las habitaciones<br />

<strong>de</strong> mis doncellas. Extrañé mucho que


La Valliére se encerrara con tanta frecuencia;<br />

que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan mudase <strong>de</strong> habitación;<br />

que el rey viniese a ver tan a menudo a<br />

Saint-Aignan, aun antes <strong>de</strong> que éste llegase a<br />

poseer toda su amistad; que se hubiesen hecho<br />

tantas cosas mientras duró vuestra ausencia;<br />

que se hubiesen cambiado, en fin, <strong>de</strong> una manera<br />

tan completa, los hábitos <strong>de</strong> la Corte. Yo<br />

no quiero que el rey se burle <strong>de</strong> mí, ni servir <strong>de</strong><br />

capa a sus amores: porque, tras <strong>de</strong> La Valliére<br />

que llora; vendrá Montalais, que ríe, y Tonnay-<br />

Charente que canta: semejante papel no es digno<br />

<strong>de</strong> mí. Arranqué, por tanto, los escrúpulos<br />

<strong>de</strong> mi amistad y <strong>de</strong>scubrí el secreto ... Conozco<br />

que os estoy lastimando <strong>de</strong> nuevo; perdonadme.<br />

pero tenía que cumplir un <strong>de</strong>ber; lo he<br />

cumplido ya avisándoos; <strong>de</strong> modo que ahora<br />

podéis ya ver venir la tempestad, y guareceros.<br />

-Algún objeto <strong>de</strong>béis proponeros, no<br />

obstante -repuso con firmeza <strong>Bragelonne</strong>-: porque<br />

no supondréis que vaya a aceptar, sin <strong>de</strong>s-


pegar mis labios, la vergüenza que han hecho<br />

sobre mí, y la traición <strong>de</strong> que soy víctima.<br />

-Tomaréis en ese punto el partido que<br />

mejor os parezca, caballero Raúl. Lo único que<br />

os pido es que no <strong>de</strong>scubráis el conducto por<br />

don<strong>de</strong> habéis sabido la verdad. Es el único precio<br />

que pongo al servicio que os he prestado.<br />

-Nada temáis, señora -dijo <strong>Bragelonne</strong><br />

con triste sonrisa.<br />

-Yo he ganado al cerrajero en quien los<br />

amantes han tenido que <strong>de</strong>positar parte <strong>de</strong> su<br />

confianza, y es claro que vos podéis hacer otro<br />

tanto, ¿no es verdad?<br />

-Sí, señora. De modo que Vuestra Alteza<br />

Real no me da consejo alguno, ni me impone<br />

otra reserva que la <strong>de</strong> no comprometerla.<br />

-Ninguna más.<br />

-Entonces, voy a rogar a Vuestra Alteza<br />

que me conceda permanecer aquí un minuto.<br />

-¿Sin mí?<br />

-¡Oh, no señora! Lo que voy a hacer<br />

puedo hacerlo en vuestra presencia. Sólo os


pido un minuto para escribir algunas letras a<br />

una persona.<br />

-Mirad que es aventurado, señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>.<br />

-Nadie pue<strong>de</strong> saber que Vuestra Alteza<br />

me haya conducido aquí, y a<strong>de</strong>más firmaré el<br />

billete.<br />

-Haced lo que gustéis, señor. Raúl había<br />

sacado ya su libro <strong>de</strong> memorias, y trazado con<br />

rapi<strong>de</strong>z estas palabras en una hoja blanca: "Señor<br />

con<strong>de</strong>: No os sorprenda encontrar aquí este<br />

papel firmado por mí, antes que un amigo, a<br />

quien enviaré muy luego a veros en mi nombre,<br />

haya tenido el honor <strong>de</strong> explicaros el objeto <strong>de</strong><br />

mi visita. "VIZCONDE RAÚL DE BRAGE-<br />

LONNE." Raúl arrolló el papel, lo metió en la<br />

cerradura <strong>de</strong> la puerta que comunicaba con la<br />

habitación <strong>de</strong> los dos amantes, y, bien seguro<br />

<strong>de</strong> qué Saint-Aignan no podía menos <strong>de</strong> ver el<br />

papel al entrar, fue a reunirse con la princesa<br />

que estaba ya en lo alto <strong>de</strong> la escalera.


En seguida se separaron los dos: Raúl<br />

aparentando dar las gracias a Su Alteza y Enriqueta<br />

compa<strong>de</strong>ciendo o aparentando compa<strong>de</strong>cer<br />

<strong>de</strong> todo corazón al <strong>de</strong>sventurado a quien<br />

acababa <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nar a tan terrible tormento.<br />

"¡Oh! -se dijo, viéndole alejarse, pálido y<br />

con los ojos inyectados en sangre-. ¡Oh! Si lo<br />

hubiera sabido, habría ocultado la verdad a ese<br />

<strong>de</strong>sgraciado joven."<br />

LX<br />

EL SISTEMA DE PORTHOS<br />

La multiplicidad <strong>de</strong> personajes introducidos<br />

en esta larga historia hace que cada<br />

cual sólo aparezca a su vez y según lo exijan las<br />

circunstancias <strong>de</strong> la narración. De ahí resulta<br />

que nuestros lectores no hayan tenido ocasión<br />

<strong>de</strong> volver a encontrarse con nuestro amigos<br />

Porthos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su regreso <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />

Los honores que recibiera <strong>de</strong>l rey no<br />

habían cambiado el carácter plácido y afectuoso


<strong>de</strong>l respetable barón; únicamente se advertía<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que recibió el favor <strong>de</strong> comer a la<br />

mesa <strong>de</strong>l rey, levantaba más la cabeza y ostentaba<br />

en su persona ciertos humos <strong>de</strong> majestad.<br />

<strong>El</strong> comedor <strong>de</strong> Su Majestad había producido<br />

cierto efecto a Porthos. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Bracieux y<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds recordaba con placer que, mientras<br />

duró aquella memorable comida, los innumerables<br />

servidores daban cierto aire <strong>de</strong><br />

suntuosidad al acto.<br />

Porthos hizo propósito <strong>de</strong> conferir al<br />

señor Mosquetón una dignidad cualquiera, <strong>de</strong><br />

establecer una jerarquía en el resto <strong>de</strong> sus sirvientes,<br />

y <strong>de</strong> crearse una cava militar, cosa que<br />

no era insólita entre los gran<strong>de</strong>s capitanes, pues<br />

ya en el siglo anterior viose ese loa en Tréville,<br />

Schomberg <strong>de</strong> la Vieuville, sin hablar <strong>de</strong> los<br />

señores <strong>de</strong> Richelieu, Condé, y Bouillon-<br />

Turenne.<br />

¿Por qué causa Porthos, siendo amigo<br />

<strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong>l señor Fouquet, barón, ingeniero,<br />

etc., no había gozado <strong>de</strong> todas las preeminen-


cias que acompaña a la fortuna y a los altos<br />

merecimientos?<br />

Abandonado Porthos en cierto modo <strong>de</strong><br />

Aramis, que, según sabemos, se ocupaba mucho<br />

<strong>de</strong>l señor Fouquet, un tanto <strong>de</strong>scuidado por<br />

Artagnan a causa <strong>de</strong> su servicio, y un si es no es<br />

fastidiado <strong>de</strong> Trüchen y Planchet, nuestro barón<br />

se puso meditabundo; sin saber la causa,<br />

pues si cualquiera le hubiera dicho: "¿Echáis <strong>de</strong><br />

menos alguna cosa, Porthos?". <strong>de</strong> seguro había<br />

respondido: "Sí."<br />

Después <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas comidas en que<br />

Porthos procuraba acordarse <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong>l real convite, medio alegre a causa <strong>de</strong>l<br />

buen vino, y medio triste a causa <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as<br />

<strong>de</strong> ambición, íbase <strong>de</strong>jando sorpren<strong>de</strong>r por un<br />

grato sueño, cuando su ayuda <strong>de</strong> cámara vino a<br />

anunciarle que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> quería<br />

hablarle.<br />

Porthos pasó a la pieza próxima y halló a su<br />

joven amigo en las disposiciones que ya conocemos.


Raúl se a<strong>de</strong>lantó a estrechar la mano a Porthos,<br />

quien, sorprendido <strong>de</strong> la gravedad <strong>de</strong> aquél, le<br />

ofreció una silla.<br />

-Querido señor Du-Vallon -dijo Raúl-,<br />

tengo que suplicaros un favor.<br />

-A tiempo venís, querido -replicó Porthos-.<br />

Esta mañana he recibido ocho mil libras<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds, y si es dinero lo que necesitáis<br />

...<br />

-No, no es dinero; gracias, mi buen amigo.<br />

-¡Tanto peor! Siempre he oído <strong>de</strong>cir que<br />

es servicio que rara vez se hace; pero el más<br />

fácil <strong>de</strong> hacer. Este dicho me ha llamado la<br />

atención, y me gusta citar los dichos que me<br />

chocan.<br />

-Tenéis un corazón tan bondadoso como<br />

sano es vuestro juicio.<br />

-Es favor que me hacéis... Presumo que<br />

comeréis bien.<br />

-¡Oh! No tengo apetito.


-¡Eh! ¿Cómo es eso? ¡Qué horrible tierra<br />

es Inglaterra!<br />

-No mucho; pero...<br />

-Si no fuese por el sabroso pescado y la<br />

exquisita carne que allí hay, sería cosa <strong>de</strong> no<br />

po<strong>de</strong>r vivir. -Sí; venía a <strong>de</strong>ciros...<br />

-Ya os escucho; mas antes permitid que<br />

me refresque... En París todo se come salado...<br />

¡Puah!<br />

Y Porthos se hizo traer una botella <strong>de</strong><br />

vino <strong>de</strong> Champaña. Después, llenando el vaso<br />

<strong>de</strong> Raúl antes que el suyo, se echó un buen trago,<br />

y, sintiéndose satisfecho, continuó:<br />

-Necesitaba esto para oíros sin distraerme.<br />

Ahora soy todo vuestro. ¿En qué os<br />

puedo servir, amigo Raúl? ¿Qué <strong>de</strong>seáis?<br />

-Decidme vuestra opinión sobre las discordias,<br />

querido amigo.<br />

-¿Mi opinión? Hacedme el obsequio <strong>de</strong><br />

explanar un poco vuestra i<strong>de</strong>a -replicó Porthos<br />

rascándose la frente.


-Quiero <strong>de</strong>cir si sois <strong>de</strong> buen natural<br />

cuando existen altercados entre nuestros amigos<br />

y personas extrañas.<br />

-¡Oh! De un natural excelente, como<br />

siempre.<br />

-Corriente: ¿pero qué hacéis en ese caso?<br />

-Cuando mis amigos tienen contiendas,<br />

sigo un principio.<br />

-¿Cuál?<br />

-Que el tiempo perdido es irreparable,<br />

que jamás se arregla mejor un negocio que<br />

cuando dura todavía el calor <strong>de</strong> la disputa.<br />

-¡Ah! ¿De modo que es ése vuestro principio?<br />

-Ni más ni menos. Así es que cuando<br />

está trabada la contienda, pongo a las partes en<br />

presencia una <strong>de</strong> otra.<br />

-¡Cómo!<br />

-Ya compren<strong>de</strong>réis que así es imposible<br />

que no se arregle un negocio.<br />

-Antes creía yo, por el contrario, que un<br />

negocio conducido <strong>de</strong> tal modo no podría...


-No lo creáis. Figuraos que en lo que<br />

llevo <strong>de</strong> vida, habré tenido unos ciento ochenta<br />

a ciento noventa duelos en regla, sin contar los<br />

encuentros fortuitos.<br />

-No es mal número -dijo Raúl sonriendo<br />

a pesar suyo.<br />

-¡Oh, eso no es nada! ¡Es tan dulce mi<br />

carácter! Artagnan cuenta los duelos por centenares:<br />

cierto que es duro y quisquilloso, cosa<br />

que le he dicho muchas veces.<br />

-¿De modo que arregláis así ordinariamente<br />

los asuntos que vuestros amigos<br />

os confían?<br />

-No hay ejemplo <strong>de</strong> que haya <strong>de</strong>jado<br />

uno por arreglar -contestó Porthos con mansedumbre<br />

y una confianza tal, que hicieron saltar<br />

a Raúl.<br />

-¿Pero los arreglos -preguntó-, supongo<br />

que serán honrosos?<br />

-¡Oh! De eso yo respondo; y, con este<br />

motivo, voy a explicares mi otro principio.<br />

Luego que mi amigo ha puesto su contienda en


mis manos, veréis cómo procedo. Sin per<strong>de</strong>r<br />

tiempo, voy a buscar a su adversario, y me presento<br />

a él con la cortesanía y la sangre fría que<br />

en semejantes casos son <strong>de</strong> rigor.<br />

-A eso -dijo Raúl tristemente-, es a lo<br />

que <strong>de</strong>béis el arreglar tan bien y con tanta seguridad<br />

los negocios.<br />

-Lo creo. Voy, pues, a buscar al enemigo,<br />

y le digo: "Señor, es imposible que no conozcáis<br />

hasta<br />

qué punto habéis ultrajado a mi amigo."<br />

Raúl frunció el ceño.<br />

-A veces, tal vez muchas, mi amigo no<br />

ha sido ofendido, o tal vez ha sido el que ofendió<br />

primero; pero, <strong>de</strong> todos modos, ya conoceréis<br />

la habilidad <strong>de</strong> mi modo <strong>de</strong> plantear la<br />

cuestión.<br />

Y Porthos prorrumpió en una carcajada.<br />

"Decididamente -pensó Raúl mientras<br />

resonaba el formidable trueno <strong>de</strong> aquella hilaridad-,<br />

<strong>de</strong>cididamente estoy en <strong>de</strong>sgracia. Guiche<br />

se muestra frío, Artagnan se burla <strong>de</strong> mí,


Porthos es blando: nadie quiere arreglar este<br />

asunto a mi manera. ¡Y yo que me había dirigido<br />

a Porthos para hallar una espada en vez<br />

<strong>de</strong> un razonamiento! ¡Ah! ¡Que mala suerte!<br />

Porthos se tranquilizó algún tanto, y continuó:<br />

-De ese modo, con una sola palabra<br />

hago recaer la culpa en el adversario.<br />

-Eso, según -replicó distraídamente Raúl.<br />

-No, seguro. Hago recaer en él la culpa,<br />

y entonces es cuando <strong>de</strong>spliego toda mi cortesía<br />

para dar feliz término a mi proyecto. Me<br />

a<strong>de</strong>lanto, pues, con rostro afable, y tomándole<br />

la mano al adversario...<br />

-¡Oh! -exclamó Raúl, impaciente.<br />

-"Señor -le digo-, ya que estáis convencido<br />

<strong>de</strong> la ofensa, nos creemos seguros <strong>de</strong> la<br />

reparación. Entre mi amigo y vos sólo <strong>de</strong>be<br />

mediar ya un cambio recíproco <strong>de</strong> acciones <strong>de</strong><br />

caballero. Por tanto, estoy encargado <strong>de</strong> traeros<br />

la medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong> mi amigo."


-¡Basta! -dijo Raúl. -¡Aguardad!. . . "La<br />

medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong> mi amigo. Tengo abajo<br />

un caballo; mi amigo está en tal punto, don<strong>de</strong><br />

aguarda con impaciencia que os dignéis acudir;<br />

tomaremos <strong>de</strong> paso a vuestro. padrino, y asunto<br />

arreglado..."<br />

-¿Reconciliáis a los dos adversarios sobre<br />

el campo? -preguntó Raúl pálido <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho.<br />

-¡Reconciliar! -dijo Porthos-: ¿y a santo<br />

<strong>de</strong> qué?<br />

-Como <strong>de</strong>cís asunto arreglado...<br />

-Y he dicho bien, puesto que espera mi<br />

amigo.<br />

-Bien; pero si vuestro amigo espera...<br />

-Si espera, es por <strong>de</strong>sentumecerse las<br />

piernas. <strong>El</strong> adversario llega, por el contrario,<br />

fatigado <strong>de</strong>l caballo: pónense frente a frente, .y<br />

mi amigo mata a su adversario. Se acabó.<br />

-¡Ah! ¿Le mata? -exclamó Raúl.<br />

-¡Pardiez! -dijo Porthos-. ¿Es que tengo<br />

por amigos personas que se <strong>de</strong>jan matar? Cuen-


to ciento y un amigos, al frente <strong>de</strong> los cuales se<br />

hallan vuestro padre, Aramis y Artagnan, personas<br />

todas que gozan <strong>de</strong> muy buena salud.<br />

-¡Ay, mi querido barón! -murmuró Raúl<br />

en un acceso <strong>de</strong> alegría. Y abrazó a Porthos.<br />

-¿Aprobáis mi sistema? -preguntó el<br />

gigante.<br />

-Tanto lo apruebo, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este mismo<br />

instante quiero ponerme en vuestras manos.<br />

Sois el hombre que buscaba.<br />

-¡Bueno! Pues aquí estoy. ¿Queréis batiros?<br />

-Decididamente.<br />

-Es muy natural... ¿Con quién?<br />

-Con el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-Le conozco ... un apuesto mozo, que<br />

estuvo muy cortés conmigo el día que tuve el<br />

honor <strong>de</strong> comer con el rey. Sabré correspon<strong>de</strong>r<br />

a su urbanidad, aun cuando no fuese esa mi<br />

costumbre. ¿Conque os ha ofendido?<br />

-¡Mortalmente!<br />

-¡Diablo! ¿Podré <strong>de</strong>cirle mortalmente?


-Más aún, si queréis.<br />

-Eso es muy cómodo.<br />

-Está el negocio arreglado, ¿no es así? -<br />

dijo Raúl sonriendo.<br />

-Marcha por sí solo ... ¿Dón<strong>de</strong> le aguardáis?<br />

-Perdonad, que el asunto es <strong>de</strong>licado. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Saint-Aignan es muy amigo <strong>de</strong>l rey.<br />

-Así -he oído <strong>de</strong>cir.<br />

-Y si le mato...<br />

-Le mataréis, sin duda. A vos os toca<br />

tomar las precauciones convenientes. Ahora<br />

esas cosas no ofrecen gran dificultad. Si hubieseis<br />

vivido en nuestros tiempos, sería otra cosa.<br />

-Querido amigo, no me habéis comprendido.<br />

Quiero <strong>de</strong>cir que, siendo el señor <strong>de</strong><br />

Saint-Aignan, muy amigo <strong>de</strong>l rey, no podrá<br />

empeñarse el negocio tan fácilmente, en atención<br />

a que el rey sabrá <strong>de</strong> antemano...<br />

-No; ya conocéis mi sistema: "Señor,<br />

habéis ofendido a mi amigo, y..."<br />

-Sí, lo sé.


-Y luego: "Señor, el caballo está abajo."<br />

De consiguiente, me lo llevo antes <strong>de</strong> que pueda<br />

hablar con nadie.<br />

-¿Y se <strong>de</strong>jará llevar así como así?<br />

-¡Diantre! ¡Quisiera ver lo contrario!<br />

Sería el primero. Verdad es que los jóvenes <strong>de</strong><br />

hoy día... ¡Bah! Si se resiste me lo llevo en brazos.<br />

Y, uniendo Porthos la acción a la palabra,<br />

levantó a Raúl con silla y todo.<br />

-Muy bien -dijo el joven riendo-. No nos<br />

queda más remedio que proponer la cuestión a<br />

Saint-Aignan.<br />

-¿Qué cuestión? -La <strong>de</strong> la ofensa.<br />

-Pues eso ya está hecho, me parece.<br />

-No, mi querido señor Du-Vallon; la<br />

costumbre entre nosotros, los jóvenes <strong>de</strong> hoy<br />

día, como nos llamáis, pi<strong>de</strong> que se expliquen<br />

las causas <strong>de</strong> la ofensa.<br />

-Por vuestro nuevo sistema ya lo veo.<br />

Pues vamos, ponedme al tanto <strong>de</strong>l asunto.<br />

-Es que...


-¡Ah, caramba! ¡He ahí lo enojoso! Antiguamente,<br />

no teníamos necesidad <strong>de</strong> explicar<br />

nada. Se batía uno porque se batía. No encuentro<br />

una razón mejor.<br />

-Estáis en lo cierto, amigo mío.<br />

-Escucho vuestros motivos. -Mucho os<br />

podría <strong>de</strong>cir; pero, como hay que precisar...<br />

-¡Sí, sí, diantre! Por vuestro nuevo sistema.<br />

-Como hay que precisar, digo; como,<br />

por otra parte, el asunto está erizado <strong>de</strong> dificulta<strong>de</strong>s<br />

y exige un secreto absoluto ...<br />

-¡Oh, oh!<br />

-Me haréis el obsequio <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir solamente<br />

al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, y ya lo enten<strong>de</strong>rá,<br />

que me ha ofendido: primero, mudándose.<br />

-¿Mudándose? Bien -dijo Porthos poniéndose<br />

a recapitular con los <strong>de</strong>dos-. ¿Y luego?<br />

-Luego, haciendo construir una trampa<br />

en su nueva habitación.


-Comprendo -dijo Porthos-; una trampa.<br />

¡Pardiez! ¡Es grave! ¿Cómo no habéis <strong>de</strong> estar<br />

furioso con eso? ¡Permitirse mandar hacer<br />

trampas sin haberos consultado! ... ¡Diantre! Yo<br />

no las tengo sino en mi calabozo <strong>de</strong> Bracieux.<br />

-Añadiréis -dijo Raúl-, que mi último<br />

motivo <strong>de</strong> queja es el retrato que sabe el señor<br />

<strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-¡Eh! ¿También un retrato?... ¡Casi nada!<br />

¡Una mudanza, una trampa y un retrato! Díros,<br />

amigo mío -añadió Porthos-, que cualquiera <strong>de</strong><br />

esos motivos es más que suficiente para que se<br />

exterminase entre sí toda la nobleza <strong>de</strong> Francia<br />

y <strong>de</strong> España, lo cual no es poco <strong>de</strong>cir.<br />

-Así, querido, ¿os consi<strong>de</strong>ráis suficientemente<br />

pertrechado?<br />

-Llevaré un segundo caballo. <strong>El</strong>egid el<br />

punto <strong>de</strong> cita, y, mientras esperáis, ejercitaos en<br />

dar tajos y mandobles, que es el medio mejor<br />

<strong>de</strong> adquirir una gran elasticidad.<br />

-Gracias; aguardaré en el bosque <strong>de</strong><br />

Vincennes, junto a los Mínimos.


-Perfectamente. ¿Dón<strong>de</strong> podré hallar al<br />

señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />

-En el Palais-Royal.<br />

Porthos agitó su campanilla. Su criado<br />

apareció.<br />

-Mi traje <strong>de</strong> ceremonia -dijo-, mi caballo<br />

y un caballo <strong>de</strong> mano.<br />

<strong>El</strong> sirviente se inclinó, y salió.<br />

-¿Sabe esto vuestro padre? -dijo Porthos.<br />

-No; voy a escribirle.<br />

-¿Y Artagnan?<br />

-Tampoco. Es pru<strong>de</strong>nte y me habría<br />

disuadido.<br />

-Sin embargo, Artagnan es hombre que<br />

sabe aconsejar -dijo Porthos, admirado en su<br />

leal mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> que hubiesen pensado en él<br />

cuando había un Artagnan en el mundo.<br />

-Querido señor Du-Vallon -replicó Raúl-<br />

, os suplico que no me hagáis más preguntas.<br />

He dicho ya todo cuanto tenía que <strong>de</strong>cir.<br />

Aguardo el acto y lo aguardo rudo y <strong>de</strong>cisivo,


tal como lo soléis vos preparar. Por eso os he<br />

elegido.<br />

-Quedaréis satisfecho <strong>de</strong> mí - replicó<br />

Porthos.<br />

-Y tened presente, querido amigo, que,<br />

fuera <strong>de</strong> nosotros, todo el mundo <strong>de</strong>be ignorar<br />

este encuentro.<br />

-Siempre se adivinan esas cosas cuando<br />

se halla un cadáver en los bosques. Ahora bien,<br />

amigo mío, todo os lo prometo menos ocultad<br />

el cadáver, pues es inevitable que que<strong>de</strong> allí.<br />

Tengo por principio no enterrar. Eso huele a<br />

asesinato. A riesgo <strong>de</strong> riesgo, como dice el normando.<br />

-¡Bravo y querido amigo, manos a la<br />

obra! -dijo Raúl.<br />

-Descansad en mí -contestó el gigante<br />

apurando la botella, mientras su criado extendía<br />

sobre un mueble el suntuoso traje y los encajes.<br />

En cuanto a Raúl, salió pensando con<br />

secreta alegría:


"¡Oh rey pérfido! ¡Rey traidor! ¡No puedo<br />

herirte... ni quiero... ¡Los reyes son personas<br />

sagradas; pero tu cómplice, tu alcahuete, el que<br />

te presenta, ese miserable pagará tu crimen! ¡Le<br />

mataré en tu nombre, y, <strong>de</strong>spués, pensaremos<br />

en Luisa.<br />

LXI<br />

LA MUDANZA, LA TRAMPA Y EL RETRA-<br />

TO<br />

Encargado Porthos con gran contento<br />

suyo <strong>de</strong> aquella comisión que le recordaba sus<br />

años juveniles, economizó media hora <strong>de</strong>l<br />

tiempo que solía gastar ordinariamente en vestirse<br />

<strong>de</strong> ceremonia.<br />

Como hombre que no ignora los usos<br />

<strong>de</strong>l mundo, empezó por enviar a su lacayo a<br />

informarse <strong>de</strong> si el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan estaba<br />

en casa.


Contestáronle que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan había tenido el honor <strong>de</strong> acompañar al<br />

rey a Saint-Germain, así como toda la Corte,<br />

pero que el señor con<strong>de</strong> acababa <strong>de</strong> volver.<br />

Al oír esta respuesta, se dio prisa Porthos<br />

y llegó a la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan al<br />

tiempo que éste se hacía quitar las botas.<br />

<strong>El</strong> paseo había sido magnífico. <strong>El</strong> rey,<br />

cada día más enamorado, y cada día más dichoso,<br />

mostraba el mejor humor a todo el<br />

mundo; dispensaba bonda<strong>de</strong>s a ninguna otra<br />

parecidas, como <strong>de</strong>cían los poetas <strong>de</strong> la época.<br />

<strong>El</strong> señor Saint-Aignan, como se recordará,<br />

era poeta, y pensaba haberlo probado en<br />

bastantes circunstancias memorables, para que<br />

nadie le disputase ese título.<br />

Como un infatigable <strong>de</strong>vorador <strong>de</strong> consonantes,<br />

había, durante todo el camino, salpimentado<br />

<strong>de</strong> cuartetas, <strong>de</strong> sextillas y <strong>de</strong> madrigales,<br />

primero al rey, y luego a La Valliére.<br />

Por su parte, el rey estaba <strong>de</strong> vena, y<br />

había compuesto un dístico. En cuanto a La


Valliére, como las mujeres que aman, había<br />

compuesto dos sonetos.<br />

Como se ve, la jornada no había sido<br />

mala para Apolo. Saint-Aignan, que sabía <strong>de</strong><br />

antemano que sus versos correrían <strong>de</strong> boca en<br />

boca, en cuanto regresó a París se ocupó en<br />

limar sus composiciones algo más que durante<br />

el paseo.<br />

Por tanto, cual un tierno padre <strong>de</strong> familia<br />

que se dispone a presentar a sus hijos en el<br />

mundo, se preguntaba a sí mismo si el público<br />

hallaba fáciles, correctos, e ingeniosos aquellos<br />

hijos <strong>de</strong> su imaginación.<br />

Así, pues, Saint-Aignan, a fin <strong>de</strong> aquietar<br />

sus escrúpulos, recitábase a sí propio el siguiente<br />

madrigal que había dicho <strong>de</strong> memoria<br />

al rey, prometiendo escribírselo luego que volviese:<br />

No siempre dicen tus malignos ojos,<br />

cuanto tu mente al corazón se atreve a confiar:<br />

¿por qué mi pecho <strong>de</strong>be amar ojos que dan tales<br />

enojos?


Este madrigal, por ingenioso que fuese, no le<br />

parecía perfecto a Saint-Aignan, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento<br />

en que lo pasaba <strong>de</strong> la tradición oral a la<br />

poesía manuscrita. Muchos lo habían encontrado<br />

hermoso, y su autor el primero: pero, al<br />

examinarlo algo más <strong>de</strong>tenidamente, no fueron<br />

ya las mismas ilusiones. Así fue que, Saint-<br />

Aignan, sentado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su mesa, con una<br />

pierna sobre la otra, repetía arañándose la sien:<br />

-No siempre dicen tus malignos ojos...<br />

-¡Oh! ¡En cuanto a este verso -murmuró<br />

Saint-Aignan-, nada hay que pedir! ¡Hasta me<br />

parece que tiene cierto sabor a Ronsard o Malherbe,<br />

cosa que me complace. Por <strong>de</strong>sgracia, no<br />

suce<strong>de</strong> así con el segundo. Bien dicen que el<br />

verso más fácil <strong>de</strong> hacer es el primero.<br />

Y prosiguió.<br />

- cuanto tu mente al corazón se atreve a<br />

confiar...<br />

-Aquí tenemos que la mente confía al<br />

corazón. ¿Por qué el corazón no había <strong>de</strong> ser el<br />

que confiase a la mente? Confieso que por mi


parte no encuentro en ello la menor dificultad.<br />

¿Dón<strong>de</strong> diablo estaba yo para asociar esos dos<br />

hemistiquios? Vamos con el tercer verso:<br />

-a confiar, ¿por qué mi pecho <strong>de</strong>be...<br />

A pesar <strong>de</strong> que el consonante no es muy<br />

exacto (atreve y <strong>de</strong>be), hay muchos ejemplos en<br />

autores célebres <strong>de</strong> haber empleado una rima<br />

semejante. Conque pasen el atreve y <strong>de</strong>be... Lo<br />

peor es que el verso lo encuentro impertinente,<br />

y recuerdo ahora que el rey se mordió las uñas<br />

al llegar a este punto. En efecto, el sentido viene<br />

a ser como si el rey dijese a la señorita <strong>de</strong> La<br />

Valliére: "¿De dón<strong>de</strong> diantres proviene que me<br />

tengáis hechizado?" Mejor sería <strong>de</strong>cir:<br />

-... Loado quien me mueve a amar ojos<br />

que dan tales enojos. No está así mal, porque<br />

aunque el <strong>de</strong>cir loado quien me mueve sea una<br />

i<strong>de</strong>a floja, no <strong>de</strong>be en conciencia exigirse más<br />

<strong>de</strong> una cuarteta... A amar ojos... ¿Amar a quién<br />

y el qué?... Esto está obscuro, pero la obscuridad<br />

es lo <strong>de</strong> menos, porque habiéndolo comprendido<br />

el rey y La Valliére, también lo com-


pren<strong>de</strong>rán los <strong>de</strong>más. Lo más triste es el último<br />

hemistiquio: que dan tales enojos. No había<br />

más remedio que poner enojos para que concierte<br />

con ojos. ¡<strong>El</strong> plural obligado por el consonante!<br />

¡Y luego, llamar enojo al pudor <strong>de</strong> La<br />

Valliére! . . ¡No es i<strong>de</strong>a muy feliz! . . . Voy<br />

a pasar por boca <strong>de</strong> todos los emborronadores<br />

<strong>de</strong> papel cofra<strong>de</strong>s míos. Llamarán a mis poesías<br />

versos <strong>de</strong> gran señor; y, si el rey oye <strong>de</strong>cir que<br />

soy un mal poeta, pue<strong>de</strong> que llegue a creerlo.<br />

Y, mientras el con<strong>de</strong> confiaba estas palabras<br />

a su corazón, y su corazón a su entendimiento,<br />

concluía <strong>de</strong> <strong>de</strong>snudarse. Acabábase <strong>de</strong><br />

quitar la casaca para ponerse en bata, cuando le<br />

anunciaron la visita <strong>de</strong>l barón Du-Vallon <strong>de</strong><br />

Bracieux <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />

-¡Cómo! -dijo-. ¿Qué racimo <strong>de</strong> nombres<br />

es ése? No conozco ninguno.<br />

-Es -contestó un lacayo- un gentilhombre<br />

que tuvo el honor <strong>de</strong> comer con el señor<br />

con<strong>de</strong>, a la mesa <strong>de</strong>l rey, durante la permanencia<br />

<strong>de</strong> Su Majestad en Fontainebleau.


-¿A la mesa <strong>de</strong>l rey en Fontainebleau?<br />

¡Pues que entre, que pase! <strong>El</strong> lacayo se apresuró<br />

a obe<strong>de</strong>cer. Porthos entró.<br />

<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Saint-Aignan tenía memoria<br />

<strong>de</strong> cortesano; a primera vista reconoció al señor<br />

<strong>de</strong> provincia, <strong>de</strong> extraña .reputación, a quien el<br />

rey había recibido tan bien en Fontainebleau, a<br />

pesar <strong>de</strong> algunas sonrisas <strong>de</strong> los oficiales presentes.<br />

A<strong>de</strong>lantóse, pues, con todas las señales<br />

<strong>de</strong> una benevolencia que Porthos halló muy<br />

natural, puesto que él mismo, al entrar en casa<br />

<strong>de</strong> un adversario, enarbolaba la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la<br />

más refinada cortesanía.<br />

Saint-Aignan mandó aproximar una<br />

silla al lacayo que había anunciado a Porthos.<br />

Este, que no veía exageración ninguna en aquellos<br />

cumplimientos, se sentó y tosió. Cambiaron<br />

ambos caballeros las frases usuales, y, <strong>de</strong>spués,<br />

como el con<strong>de</strong> era quien recibía la visita:<br />

-Señor barón -dijo-, ¿a qué dichosa circunstancia<br />

<strong>de</strong>bo el favor <strong>de</strong> vuestra visita?


-Eso es precisamente lo que voy a tener<br />

el honor <strong>de</strong> explicaron, señor con<strong>de</strong> -contestó<br />

Porthos-; pero, perdonad...<br />

-¿Qué os suce<strong>de</strong>, señor? -preguntó<br />

Saint-Aignan.<br />

-Noto que rompo vuestra silla.<br />

-No, caballero, no -dijo Saint-Aignan.<br />

-Sí tal, señor con<strong>de</strong>; la silla se <strong>de</strong>squicia<br />

<strong>de</strong> tal suerte, que si permanezca sentado en ella<br />

más tiempo, me voy a caer, posición nada <strong>de</strong>corosa<br />

para la gravedad <strong>de</strong>l paso que aquí me<br />

trae.<br />

Porthos se levantó. Ya era hora, porque<br />

la silla estaba casi <strong>de</strong>svencijada. Saint-Aignan<br />

se puso a buscar un recipiente más sólido para<br />

su huésped.<br />

-Los muebles mo<strong>de</strong>rnos -dijo Porthos en<br />

tanto que Saint-Aignan buscaba-, los muebles<br />

mo<strong>de</strong>rnos son <strong>de</strong> una ligereza ridícula. En mi<br />

juventud, época en que me sentaba con mucha<br />

más energía que ahora, no me acuerdo <strong>de</strong> haber


oto nunca ninguna silla, sino en las posadas<br />

con mis brazos.<br />

Saint-Aignan sonrió agradablemente <strong>de</strong><br />

aquella chanza.<br />

-Pero -continuó Porthos instalándose en<br />

un confi<strong>de</strong>nte que rechinó, pero resistió su peso-,<br />

no es <strong>de</strong> eso por <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> lo que se trata.<br />

-¿Cómo, por <strong>de</strong>sgracia? ¿Seríais por<br />

ventura portador <strong>de</strong> un mensaje <strong>de</strong> mal agüero,<br />

señor barón?<br />

-¿De mal agüera para un gentilhombre?<br />

¡Oh! No, señor con<strong>de</strong> -respondió Porthos con<br />

dignidad-: Vengo a anunciaros solamente que<br />

habéis ofendido <strong>de</strong> un modo muy cruel a un<br />

amigo mío.<br />

-¡Yo, señor! -murmuró Saint-Aignan-.<br />

¿Yo he ofendido a un amigo vuestro? ¿Y a<br />

quién. si tenéis la bondad <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo?<br />

-Al caballero Raúl <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¿Yo he ofendido al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-dijo Saint-Aignan-. ¡Ah! En verdad, señor,


eso no es posible; porque el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />

a quien apenas conozca, está en Inglaterra:<br />

no habiéndole visto hace mucho tiempo, no<br />

creo que pueda haberle ofendido.<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> está en París,<br />

señor con<strong>de</strong> -dijo impasible Porthos-; y, en<br />

cuanto a que le habéis ofendido, respondo <strong>de</strong><br />

que es cierto, porque él mismo me lo ha dicho.<br />

Sí, con<strong>de</strong>; le habéis ofendido cruel, mortalmente:<br />

es su misma expresión.<br />

-Imposible, señor barón, os juro que es<br />

imposible.<br />

-A<strong>de</strong>más -repuso Porthos-, no podéis<br />

ignorar esta circunstancia, puesto que el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> me ha manifestado haberos prevenido<br />

por medio <strong>de</strong> un billete.<br />

-No he recibido billete ninguno; os lo<br />

aseguro bajo palabra <strong>de</strong> honor.<br />

-¡Pues es extraño! -replicó Porthos-. Y lo<br />

que dice Raúl...<br />

-Voy a convenceros <strong>de</strong> que no he recibido<br />

nada -replicó Saint-Aignan.


Y llamó.<br />

-Basque -dijo al criado que se presentó-<br />

¿cuántas cartas billetes han venido durante mi<br />

ausencia? -Tres, señor con<strong>de</strong>. -Que son...<br />

-<strong>El</strong> billete <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Fiesque, el <strong>de</strong> La<br />

Ferté, y la carta <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Las Fuentes.<br />

-¿Ninguna más?<br />

-Ninguna, señor con<strong>de</strong>.<br />

-Di la verdad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> este señor;<br />

¿oyes? Di la verdad, porque respondo <strong>de</strong> ti.<br />

-Señor, también había un billete <strong>de</strong>...<br />

-¿De quién?... Pronto.<br />

-De la señorita <strong>de</strong> La Val...<br />

-Basta -interrumpió discretamente Porthos-.<br />

Muy bien; os creo, señor con<strong>de</strong>.<br />

Saint-Aignan <strong>de</strong>spidió al criado, y fue a<br />

cerrar por sí mismo la puerta; pero al tiempo <strong>de</strong><br />

volver vio casualmente que por la cerradura <strong>de</strong><br />

la pieza próxima asomaba el famoso papel que<br />

<strong>Bragelonne</strong> había <strong>de</strong>slizado al marcharse. .<br />

-¿Qué es eso? -dijo.


Porthos que se hallaba <strong>de</strong> espaldas hacia<br />

la pieza contigua, se volvió.<br />

-¡Oh, oh! -exclamó Porthos. -¡Un billete<br />

en esta cerradura! -exclamó Saint-Aignan.<br />

-Bien podría ser el nuestro, señor con<strong>de</strong><br />

-dijo Porthos-. Mirad a ver.<br />

Saint-Aignan cogió el papel.<br />

-¡Un billete <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>! -<br />

murmuró.<br />

-Bien veis que tenía razón. ¡Oh, cuando<br />

yo digo una cosa! . . .<br />

-¡Traído aquí por el mismo caballero <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> -exclamó el con<strong>de</strong> perdiendo el<br />

color-. ¡Esto es una indignidad! ¿Cómo ha podido<br />

penetrar hasta aquí? Saint-Aignan volvió<br />

a llamar. Basque reapareció.<br />

-¿Quién ha venido mientras he acompañado<br />

al rey a paseo? Nadie, señor.<br />

-¡Es imposible! Necesariamente ha <strong>de</strong><br />

haber venido alguien.<br />

-Señor, nadie ha podido entrar, puesto<br />

que tenía las llaves en mi bolsillo.


-No obstante, este billete estaba en la<br />

cerradura. Alguien lo ha puesto allí; no habrá<br />

venido sólo.<br />

Basque abrió los brazos en señal <strong>de</strong><br />

completa ignorancia.<br />

-Probablemente será el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

quien lo ha puesto -dijo Porthos.<br />

-Entonces ¿ha entrado aquí?<br />

-Sin duda, señor.<br />

-Pero si yo tenía la llave en el bolsillo -<br />

replicó Basque con perseverancia.<br />

Saint-Aignan estrujó el billete <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberlo leído.<br />

-Algún misterio existe en esto -<br />

murmuró absorto el con<strong>de</strong>.<br />

Porthos le <strong>de</strong>jó por un momento entregado a<br />

sus reflexiones, y luego volvió a su mensaje.<br />

-¿Me permitís que os hable <strong>de</strong> nuestro<br />

asunto? -preguntó dirigiéndose a Saint-Aignan,<br />

luego que se marchó el criado.


-Me parece compren<strong>de</strong>rlo ya por este<br />

billete que recibo <strong>de</strong> un modo tan extraño. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> me anuncia un amigo...<br />

-Yo soy amigo suyo; por consiguiente, a<br />

mí es a quien anuncia.<br />

-¿Para dirigirme una. provocación?<br />

-Precisamente.<br />

-¿Y se queja <strong>de</strong> que yo le he ofendido?<br />

-¡Terriblemente, mortalmente!<br />

-¿De qué modo, si queréis <strong>de</strong>círmelo?<br />

Porque el paso que da es bastante misterioso<br />

para que yo encuentre en él algún sentido.<br />

-Señor -contestó Porthos-, mi amigo<br />

<strong>de</strong>be tener razón; y en cuanto al paso que da, si<br />

es misterioso, no echéis la culpa a nadie mas<br />

que a vos.<br />

Porthos dijo estas palabras con tal convicción,<br />

que para un hombre poco acostumbrado<br />

a sus maneras, <strong>de</strong>bían revelar una multitud<br />

<strong>de</strong> sentidos.<br />

-Bueno: veamos el misterio - dijo Saint-<br />

Aignan.


Pero Porthos se inclinó.<br />

-Espero -dijo- que aprobéis que no penetre<br />

en el fondo <strong>de</strong>l asunto, señor; y por motivos<br />

muy po<strong>de</strong>rosos.<br />

-Que comprendo perfectamente. Pues<br />

bien, en ese caso no hagamos más que tocarlo<br />

por encima. Hablad, que yo escucho.<br />

-Hay, en primer lugar, caballero -dijo<br />

Porthos-, el haberos mudado.<br />

-Eso es cierto, me he mudado -dijo<br />

Saint-Aignan.<br />

-¿Lo confesáis? -dijo Porthos con aspecto<br />

<strong>de</strong> visible satisfacción.<br />

-¿Si lo confieso?... ¡Pues ya lo creo! ¿Por<br />

qué no lo he <strong>de</strong> confesar?<br />

-Habéis confesado. Bien -observó Porthos<br />

levantando en el aire un solo <strong>de</strong>do.<br />

Pero, caballero, ¿en qué ha podido producir<br />

perjuicio mi mudanza al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

Respon<strong>de</strong>d, porque no entiendo una<br />

sola palabra <strong>de</strong> lo que me <strong>de</strong>cís.<br />

Porthos le <strong>de</strong>tuvo.


-Señor -dijo gravemente-, ese es el primer<br />

agravio que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> articula<br />

contra vos, y cuando lo articula, está claro<br />

que es porque se ha sentido lastimado.<br />

Saint-Aignan golpeó el suelo con el pie.<br />

Eso equivale a una contienda <strong>de</strong> mala<br />

ley -dijo.<br />

-No pue<strong>de</strong> haber contienda <strong>de</strong> mala ley<br />

con un caballero tan cumplido como el vizcon<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -repuso Porthos-. Conque ello<br />

es que nada tenéis que añadir al punto <strong>de</strong> la<br />

mudanza, ¿no es así?<br />

-Nada. ¿Qué más?<br />

-Después... Pero, tened presente, señor,<br />

que va ya articulado un agravio abominable, al<br />

cual no contestáis, es <strong>de</strong>cir, contestáis mal. Os<br />

mudáis, ofendéis con ello al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />

y no os excusáis. ¡Muy bien!<br />

-¡Cómo! -murmuró Saint-Aignan, irritado<br />

con la cachaza <strong>de</strong> aquel personaje-. ¿Es que<br />

tengo obligación <strong>de</strong> consultar al señor <strong>de</strong> Bra-


gelonne sobre si me he <strong>de</strong> mudar o no? ¡Vaya,<br />

caballero!<br />

-Tenéis obligación, sí, señor. Con todo,<br />

ya veréis que eso no es nada en comparación<br />

<strong>de</strong>l segundo agravio.<br />

Porthos tomó un aire <strong>de</strong> gravedad.<br />

-¿Y la trampa, señor -dijo-, y la trampa?<br />

Saint-Aignan se puso intensamente pálido.<br />

Empujó hacia atrás su silla tan bruscamente,<br />

que Porthos, a pesar <strong>de</strong> que nada sabía, conoció<br />

que el golpe había ido <strong>de</strong>recho al blanco.<br />

-¿La trampa? -murmuró Saint-Aignan.<br />

-Sí, señor; explicadla, si podéis -dijo<br />

Porthos moviendo la cabeza. Saint-Aignan inclinó<br />

la frente.<br />

-¡Oh, me han vendido! --murmuró-.<br />

¡Todo se sabe!<br />

-Todo se sabe al fin -repuso Porthos, que<br />

nada sabía.<br />

-¡Me habéis anonadado -prosiguió<br />

Saint-Aignan-, y anonadado hasta el extremo<br />

<strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el juicio!


-¡Conciencia culpable, señor. ¡Oh! Vuestra<br />

causa no es buena.<br />

-¡Señor!<br />

-Y cuando el público lo sepa y juzgue...<br />

-¡Oh señor! -exclamó vivamente el con<strong>de</strong>-.<br />

Un secreto como éste <strong>de</strong>be ser ignorado<br />

hasta <strong>de</strong>l confesor.<br />

-Ya lo procuraremos -contestó Porthos-,<br />

y no se divulgará el secreto.<br />

-Pero, señor -dijo Saint-Aignan-, al penetrar<br />

el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ese secreto, ¿conoce<br />

bien el peligro a que se expone y expone a<br />

otros?<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> no corre peligro<br />

alguno ni lo teme, y muy pronto lo experimentaréis,<br />

con la ayuda <strong>de</strong> Dios.<br />

"Este hombre está <strong>de</strong>mente -dijo entre sí<br />

Saint-Aignan-. ¿Qué <strong>de</strong>sea?"<br />

Y luego, repuso en voz alta: -Vamos,<br />

señor, echemos tierra al asunto.


-¡Es que olvidáis el retrato! - exclamó<br />

Porthos con voz <strong>de</strong> trueno que heló la sangre<br />

<strong>de</strong>l con<strong>de</strong>.<br />

Como el retrato era <strong>de</strong> La Valliére, y no<br />

había en ello lugar a equivocación, quedó para<br />

Saint-Aignan absolutamente <strong>de</strong>scorrido el velo<br />

<strong>de</strong>l misterio.<br />

-¡Ah! -exclamó-. ¡Ah, señor, ahora recuerdo<br />

que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> era novio<br />

suyo.<br />

Porthos tomó aire imponente, la majestad<br />

<strong>de</strong> la ignorancia.<br />

-Nada me importa – dijo - ni a vos tampoco,<br />

que mi amigo sea o no el novio <strong>de</strong> quien<br />

me <strong>de</strong>cís. Hasta me sorpren<strong>de</strong> que hayáis pronunciado<br />

esa palabra indiscreta. Pudiera muy<br />

bien perjudicar vuestra causa.<br />

-Señor, sois el talento, la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y la<br />

lealtad personificados. Veo ya <strong>de</strong> lo que se trata.<br />

-¡Me alegro infinito! -dijo Porthos.


-Y me lo habéis hecho enten<strong>de</strong>r -<br />

continuó Saint-Aignan-, <strong>de</strong> la manera más ingeniosa<br />

y <strong>de</strong>licada. Gracias, señor, gracias.<br />

Porthos se contoneó lleno <strong>de</strong> satisfacción.<br />

-Ahora, ya que todo lo sé, permitidme<br />

que os explique... Porthos meneó la cabeza como<br />

hombre que no quiere oír; pero Saint-<br />

Aignan continuó:<br />

Ya veis que no pue<strong>de</strong> ser más profundo<br />

mi sentimiento en todo lo que pasa por el pobre<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>; pero, ¿qué habríais hecho<br />

en mi lugar? Aquí, para ínter nos, <strong>de</strong>cidme lo<br />

que hubiérais hecho.<br />

Porthos levantó la cabeza. No se trata<br />

ahora <strong>de</strong> lo que yo hubiera hecho, joven; ello es<br />

que ya tenéis noticia <strong>de</strong> los tres agravios, ¿no es<br />

cierto?<br />

-Respecto al primero, el <strong>de</strong> la mudanza<br />

(y aquí me dirijo al hombre <strong>de</strong> talento y <strong>de</strong><br />

honor), cuando una voluntad augusta me invitaba<br />

a mudarme, ¿podía ni <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer?


Porthos hizo cierto movimiento, que<br />

Saint-Aignan no le dio tiempo para concluir.<br />

-¡Ah! Mi franqueza os conmueve -dijo<br />

interpretando el movimiento a su manera-, y<br />

conocéis que tengo razón.<br />

Porthos no replicó.<br />

-Paso a ocuparme <strong>de</strong> esa malhadada<br />

trampa -continuó Saint-Aignan, apoyándose en<br />

el brazo <strong>de</strong> Porthos-, <strong>de</strong> esa trampa, causa y<br />

medio <strong>de</strong>l mal, <strong>de</strong> esa trampa, construida para<br />

lo que ya sabéis. ¿Y podréis suponer <strong>de</strong> buena<br />

fe que haya sido yo quien por mi gusto haya<br />

mandado. abrir en semejante sitio una trampa<br />

<strong>de</strong>stinada. ..? ¡Oh! Indudablemente, no lo<br />

creéis, y en esto conoceréis, adivinaréis y compren<strong>de</strong>réis<br />

una voluntad superior a la mía. Sin<br />

duda, os haréis cargo <strong>de</strong> lo que es un arrebato<br />

... Y no hablo <strong>de</strong>l amor, esa locura irresistible...<br />

¡Dios mío!... Por fortuna, me oye un hombre<br />

dotado <strong>de</strong> corazón y <strong>de</strong> sensibilidad, sin lo cual<br />

¡cuánta <strong>de</strong>sgracia y escándalo recaería sobre la


infeliz niña... ¡y sobre quien… no quiero nombrar!<br />

Aturdido y abrumado Porthos con la<br />

elocuencia y, los a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> Saint-Aignan,<br />

hacía gran<strong>de</strong>s esfuerzos para recibir aquel torrente<br />

<strong>de</strong> palabras, <strong>de</strong> las cuales no entendía ni<br />

la más mínima expresión, <strong>de</strong>recho e inmóvil en<br />

su asiento.<br />

Lanzado Saint-Aignan en su peroración,<br />

prosiguió dando un impulsa nuevo a su voz, y<br />

una vehemencia creciente a su a<strong>de</strong>mán.<br />

-En cuanto al retrato, pues comprendo<br />

que el retrato es el agravio principal, en cuanto<br />

al retrato, ¿se podrá afirmar que sea yo el culpable?<br />

¿Quién <strong>de</strong>seó tener su retrato? ¿He sido<br />

yo? ¿Quién la ama? ¿Soy yo? ¿Quién la codicia?<br />

¿Soy yo? ¿Quién la ha seducido? ¿He sido yo?...<br />

¡No, mil veces no! Conozco que el señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> <strong>de</strong>berá estar <strong>de</strong>sesperado; que su<br />

dolor será enorme... También yo sufro; pero no<br />

hay resistencia posible. ¿Se empeñará en luchar?<br />

Se le reirán. Con sólo que se obstine, se


pier<strong>de</strong>. Me objetaréis que la <strong>de</strong>sesperación es<br />

una locura; pero vos, sois razonable, vos me<br />

habéis comprendido. Veo en vuestro aire grave,<br />

reflexivo y hasta turbado, que os hace fuerza la<br />

importancia <strong>de</strong> la situación. Volved, pues, al<br />

lado <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>; dadle las gracias,<br />

como se las doy yo, por haber elegido <strong>de</strong> intermediario<br />

a un hombre <strong>de</strong> vuestro mérito. No<br />

dudéis <strong>de</strong> que, por mi parte, conservaré eterno<br />

agra<strong>de</strong>cimiento al que con tanto ingenio, con<br />

tanta inteligencia, ha sabido arreglar nuestro<br />

<strong>de</strong>savenencia. Y ya que la <strong>de</strong>sgracia ha hecho<br />

que este secreto, que pue<strong>de</strong> hacer la fortuna <strong>de</strong>l<br />

más codicioso, sea sabido por cuatro personas<br />

en vez <strong>de</strong> tres, me alegro en lo íntimo <strong>de</strong>l alma<br />

<strong>de</strong> que. seáis vos el partícipe, señor. Por lo tanto,<br />

disponed <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora <strong>de</strong> mí, pues me pongo<br />

enteramente a vuestras ór<strong>de</strong>nes. ¿Qué queréis<br />

que haga por vos? Hablad, señor, hablad.<br />

Y, según la costumbre, familiarmente<br />

amistosa <strong>de</strong> los cortesanos <strong>de</strong> aquella época,


Saint-Aignan se aproximó a Porthos y le estrechó<br />

entre sus brazos.<br />

Porthos <strong>de</strong>jó hacer con manifiesta flema.<br />

-Hablad -respondió Saint-Aignan-. ¿Qué<br />

pedís?<br />

-Señor -dijo Porthos-, abajo tengo un<br />

caballo: hacedme el favor <strong>de</strong> montar en él; es<br />

excelente y no os hará ninguna mala pasada.<br />

-¡Montar a caballo! ¿Para qué? -<br />

preguntó Saint-Aignan con curiosidad.<br />

-Para que vengáis conmigo don<strong>de</strong> nos<br />

espera el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¡Ah! ¿Quiere hablarme? Lo concibo.<br />

¡Ah! ¡<strong>El</strong> asunto es muy <strong>de</strong>licado! Pero en este<br />

momento no puedo ir, el rey me espera.<br />

-<strong>El</strong> rey esperará -dijo Porthos. -Pero,<br />

¿dón<strong>de</strong> me espera el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-En los Mínimos, en Vincennes.<br />

-¡Vaya, señor! ¿Es cosa <strong>de</strong> chanceamos?<br />

-Creo que no; al menos por mi parte.<br />

-Pero los Mínimos es punto <strong>de</strong> cita para<br />

un duelo.


-¿Y qué?<br />

-¿Qué he <strong>de</strong> hacer yo en los Mínimos?<br />

Porthos <strong>de</strong>senvainó su espada.<br />

-Aquí tenéis la medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong><br />

mi amigo -dijo.<br />

-¡Vive Dios! ¡Este hombre está loco! -<br />

exclamó Saint-Aignan.<br />

Porthos enrojeció basta las orejas.<br />

-Señor -dijo-, si no tuviera el honor <strong>de</strong><br />

estar en vuestra casa, y <strong>de</strong> servir los intereses<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, os habría arrojado ya<br />

por la ventana. Pero quedará aplazada la cuestión,<br />

y no per<strong>de</strong>réis nada en aguardar. ¿Venís,<br />

pues, a los Mínimos, señor?<br />

-¿Eh?<br />

-¿Venís <strong>de</strong> buen grado?<br />

-Pero...<br />

-Mirad que si no venís os llevo yo.<br />

-¡Basque! -exclamó Saint-Aignan.<br />

Basque entró.<br />

-<strong>El</strong> rey llama al señor con<strong>de</strong> -dijo Basque.


-Eso es otra cosa -dijo Porthos-; el servicio<br />

<strong>de</strong>l rey es antes que todo. Esperaremos allá<br />

hasta la noche, señor.<br />

Y, saludando a Saint-Aignan con su cortesanía<br />

habitual, salió enteramente satisfecho<br />

<strong>de</strong> haber arreglado tan bien este negocio.<br />

Saint-Aignan le miró al salir y vistiéndose<br />

otra vez a toda prisa, corrió arreglándose<br />

el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su traje, y gritando:<br />

-¡A los Mínimos!... ¡A los Mínimos! ...<br />

Veremos cómo toma el rey ese cartel <strong>de</strong> <strong>de</strong>safío.<br />

Porque para él es, ¡pardiez!<br />

LX<strong>II</strong><br />

ADVERSARIOS POLITICOS<br />

<strong>El</strong> rey, terminado aquel paseo tan fértil<br />

para Apolo, y en el que cada cual había pagado<br />

su tributo a las musas, como <strong>de</strong>cían los poetas<br />

<strong>de</strong> la. época, encontró en su cuarto al señor<br />

Fouquet, que le aguardaba.


Detrás <strong>de</strong>l rey venía el señor Colbert,<br />

que le había alcanzado en un corredor como si<br />

le hubiera estado acechando, y que lo seguía<br />

como su sombra, celosa y vigilante; el señor<br />

Colbert, con su cabeza cuadrada y su grosero<br />

lujo <strong>de</strong> vestimenta <strong>de</strong>saliñada, que le hacía<br />

asemejarse algún tanto a un señor flamenco<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> beber cerveza.<br />

Cuando vio Fouquet a su enemigo,<br />

permaneció sereno, procurando tomar en toda<br />

la escena que iba a seguir la actitud difícil <strong>de</strong>l<br />

hombre superior en cuyo corazón rebosa el<br />

<strong>de</strong>sprecio; pero que no quiere manifestarlo por<br />

temor <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong>masiado honor a su adversario.<br />

Colbert no ocultaba una alegría insultante.<br />

Para él, lo <strong>de</strong> Fouquet era una partida<br />

mal jugada y perdida irremisiblemente, aunque<br />

no estuviese todavía terminada. Colbert pertenecía<br />

a esa escuela <strong>de</strong> hombres políticos que<br />

sólo admiran la habilidad, y no estimaban más<br />

que el triunfo.


Por otra parte, Colbert, que no sólo era<br />

envidioso y celoso, sino que tomaba a<strong>de</strong>más a<br />

pechos los intereses <strong>de</strong>l rey, pues estaba dotado<br />

en el fondo <strong>de</strong> la suprema probidad <strong>de</strong> los números,<br />

podía lisonjearse so pretexto, tan oportuno<br />

cuando se aborrece, <strong>de</strong> obrar, odiando y<br />

hundiendo a Fouquet, en interés <strong>de</strong>l Estado y<br />

<strong>de</strong> la dignidad real.<br />

Ninguno <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>talles escapó a Fouquet.<br />

A través <strong>de</strong> las espesas cejas <strong>de</strong> su adversario,<br />

y a pesar <strong>de</strong>l continuo movimiento <strong>de</strong> sus<br />

párpados, leía con los ojos hasta en el fondo <strong>de</strong>l<br />

corazón <strong>de</strong> Colbert, y vio todo lo que había en<br />

aquel corazón: aborrecimiento y triunfo.<br />

Sólo que, como, al paso que quería profundizar,<br />

<strong>de</strong>seaba permanecer impenetrable,<br />

presentó una fisonomía tranquila, sonrió con la<br />

sonrisa simpática que le era peculiar, y, dando<br />

a su saludo la elasticidad más noble y flexible a<br />

la vez:<br />

-Majestad -dijo-, veo en vuestro rostro<br />

gozoso que el paseo os ha complacido.


-Así es, efectivamente, señor superinten<strong>de</strong>nte;<br />

y habéis hecho mal en no venir<br />

con nosotros, como os había invitado.<br />

-Majestad -respondió el superinten<strong>de</strong>nte-<br />

trabajaba.<br />

Fouquet no tuvo necesidad siquiera <strong>de</strong><br />

volver la cabeza; no miraba hacia el lado <strong>de</strong>l<br />

señor Colbert.<br />

-¡Ah, el campo, señor Fouquet! -exclamó<br />

el rey-. ¡Cuánto daría por vivir siempre en el<br />

campo, al aire libre, bajo los árboles!<br />

-Supongo -dijo Fouquet-, que Vuestra<br />

Majestad no estará todavía cansado <strong>de</strong>l trono.<br />

-No, pero son muy gratos los tronos <strong>de</strong><br />

hierba.<br />

-En verdad, Vuestra Majestad colma<br />

todos mis <strong>de</strong>seos al expresarse <strong>de</strong> ese modo.<br />

Cabalmente venía a presentaros una petición.<br />

-¿De parte <strong>de</strong> quién, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-De parte <strong>de</strong> las ninfas <strong>de</strong> Vaux.<br />

-¡Ah, ah! -exclamó Luis XIV.


-Vuestra Majestad se dignó hacerme<br />

una promesa -dijo Fouquet.<br />

-Sí, la recuerdo.<br />

-La famosa fiesta <strong>de</strong> Vaux, ¿no es verdad,<br />

señor? -dijo Colbert mezclándose en la<br />

conversación para tantear el crédito que gozaba.<br />

Fouquet, con profundo <strong>de</strong>sprecio, no<br />

recogió la expresión, y continuó como si Colbert<br />

no hubiese pensado ni hablado.<br />

-Vuestra Majestad sabe -dijo-, que <strong>de</strong>stino<br />

mi posesión <strong>de</strong> Vaux a recibir al más amable<br />

<strong>de</strong> los príncipes, al más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> los reyes.<br />

-He prometido, señor -dijo Luis XIV<br />

sonriendo-, y un rey sólo tiene una palabra.<br />

-Y yo vengo a <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad<br />

que estoy a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

-¿Me prometéis muchas maravillas, señor<br />

superinten<strong>de</strong>nte?<br />

Y Luis XIV miró a Colbert.<br />

-¿Maravillas? ¡Oh, no, Majestad! No me<br />

comprometo a tanto. Lo único que me atrevo a


prometer a Vuestra Majestad es un poco <strong>de</strong><br />

placer, y tal vez algunos momentos <strong>de</strong> olvido.<br />

-No, no, señor Fouquet -dijo el rey-; insisto<br />

en la palabra maravillas. ¡Oh! Sabemos<br />

que sois mágico; conocemos vuestro po<strong>de</strong>r, y<br />

tendríais maña para sacar oro hasta <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

no lo hubiese. Así es que el pueblo dice que lo<br />

fabricáis.<br />

Fouquet conoció que el golpe partía <strong>de</strong><br />

una doble aljaba, y que Luis le disparaba a la<br />

vez una saeta <strong>de</strong> su arco y otra <strong>de</strong>l arco <strong>de</strong> Colbert.<br />

Y se echó a reír.<br />

-¡Oh! -dijo-. <strong>El</strong> pueblo sabe muy bien la<br />

mina <strong>de</strong> don<strong>de</strong> saco ese oro. Quizá lo sabe <strong>de</strong>masiado;<br />

pero lo que puedo asegurar a Vuestra<br />

Majestad -añadió con orgullo-, es que el oro<br />

<strong>de</strong>stinado a costear las fiestas <strong>de</strong> Vaux no hará<br />

<strong>de</strong>rramar sangre ni lágrimas. Sudores tal vez.<br />

Pero se pagarán.<br />

Luis quedó cortado. Quiso mirar a Colbert<br />

y Colbert quiso también replicar; mas una<br />

mirada <strong>de</strong> águila, una mirada leal y hasta regia,


fulminada por Fouquet, <strong>de</strong>tuvo la palabra en<br />

sus labios.<br />

<strong>El</strong> rey se recobró entretanto, y, volviéndose<br />

a Fouquet, le dijo:<br />

-¿Conque formuláis vuestra invitación?<br />

-Sí, Majestad, si os place.<br />

-¿Para qué día?<br />

Para el que gustéis, Majestad.<br />

-Eso es hablar como encantador que<br />

improvisa, señor Fouquet. No me atrevería a<br />

<strong>de</strong>cir yo otro tanto.<br />

-Vuestra Majestad hará cuanto quiera,<br />

todo lo que un soberano pue<strong>de</strong> y <strong>de</strong>be hacer.<br />

<strong>El</strong> rey <strong>de</strong> Francia tiene servidores capaces todo<br />

por servirle y proporcionarle placeres.<br />

Colbert trató <strong>de</strong> mirar al superinten<strong>de</strong>nte<br />

a fin <strong>de</strong> ver si aquella frase revelaba<br />

un cambio a sentimientos menos hostiles; pero<br />

Fouquet ni aun había mirado siquiera a su<br />

enemigo. Colbert no existía para él.<br />

-Entonces, para <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho días, ¿os<br />

parece bien? -preguntó el rey.


-Para <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho días, Majestad.<br />

-Estamos a martes; ¿queréis <strong>de</strong>jarlo hasta<br />

el domingo que viene? La dilación que Vuestra<br />

majestad se digne conce<strong>de</strong>rme, contribuirá<br />

po<strong>de</strong>rosamente al mejor éxito <strong>de</strong> las obras que<br />

mis arquitectos van a empren<strong>de</strong>r a fin <strong>de</strong> agradar<br />

al rey y a sus amigos.<br />

-Y a propósito <strong>de</strong> mis amigos -replicó<br />

Luis-, ¿cómo pensáis tratarlos?<br />

-<strong>El</strong> rey es amo en todas partes, Majestad;<br />

el rey forma su lista y da sus ór<strong>de</strong>nes. Todas las<br />

personas a quienes se digne invitar, serán para<br />

mí huéspe<strong>de</strong>s muy respetados.<br />

-¡Gracias! -replicó el rey, encantado <strong>de</strong><br />

aquel noble pensamiento, manifestado con noble<br />

acento.<br />

Fouquet se <strong>de</strong>spidió entonces <strong>de</strong> Luis<br />

XIV, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> consagrar algunas palabras a<br />

varios asuntos.<br />

Conoció que Colbert se quedaba sólo<br />

con el rey, y que ambos hablarían <strong>de</strong> él sin la<br />

menor compasión. La satisfacción <strong>de</strong> dar un úl-


timo golpe, un golpe terrible a su enemigo, le<br />

pareció una compensación suficiente <strong>de</strong> todo lo<br />

que iban a hacerle sufrir.<br />

Volvió, pues, así que llegó a la puerta, y,<br />

dirigiéndose al rey:<br />

-Perdón, Majestad -dijo-, perdón.<br />

-¿Perdón <strong>de</strong> qué? -preguntó Luis con<br />

agrado.<br />

-De una falta grave que cometía involuntariamente.<br />

-¿Una falta vos?. . . ¡Ah, señor Fouquet,<br />

preciso será que os perdone! ¿Contra qué, o<br />

contra quién habéis pecado?<br />

-Contra lo que exige el bien parecer.<br />

Olvidaba participar a Vuestra Majestad una<br />

circunstancia importante.<br />

-¿Cuál?<br />

Colbert estremecióse, temiendo una<br />

<strong>de</strong>nuncia. Su conducta había sido <strong>de</strong>scubierta.<br />

Una palabra <strong>de</strong> Fouquet, una prueba articulada,<br />

y, ante la juvenil lealtad <strong>de</strong> Luis XIV podía<br />

<strong>de</strong>svanecerse todo el favor <strong>de</strong> Colbert. Colbert


temió, pues, que un golpe tan atrevido viniese a<br />

echar por tierra todos sus manejos, y, en realidad,<br />

el golpe era tan oportuno, que el diestro<br />

Aramis no le hubiese <strong>de</strong>jado pasar por alto.<br />

-Majestad -dijo Fouquet con <strong>de</strong>sembarazo-,<br />

puesto que tenéis la bondad <strong>de</strong> perdonarme,<br />

seré breve en mi confesión. Esta mañana he<br />

vendido uno <strong>de</strong> mis cargos.<br />

-¡Uno <strong>de</strong> vuestros cargos! -repitió el rey-<br />

. ¿Y cuál?<br />

Colbert se puso lívido.<br />

-<strong>El</strong> que me daba una ropa talar y un aire<br />

severo, Majestad; el <strong>de</strong> fiscal general.<br />

<strong>El</strong> rey exhaló un grito involuntario, y<br />

miró a Colbert.<br />

Este, con la frente bañada en sudor, se<br />

sintió a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfallecer.<br />

-¿A quién habéis vendido ese cargo,<br />

señor Fouquet? -dijo el rey. Colbert se apoyó<br />

en el jambaje <strong>de</strong> la chimenea.<br />

-A cierto consejero <strong>de</strong>l Parlamento, señor,<br />

que se llama Vanel.


-¿Vanel?<br />

-Un amigo <strong>de</strong>l señor inten<strong>de</strong>nte Colbert<br />

-continuó Fouquet <strong>de</strong>jando caer estas palabras<br />

con indiferencia inimitable, con una expresión<br />

<strong>de</strong> olvido y <strong>de</strong> ignorancia, que el pintor, el actor<br />

y el poeta <strong>de</strong>ben renunciar a reproducir con el<br />

pincel, el gesto o la pluma.<br />

<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte, luego que terminó,<br />

<strong>de</strong>jando confundido a Colbert bajo el peso <strong>de</strong><br />

aquella superioridad, saludó <strong>de</strong> nuevo al rey y<br />

marchóse, medio vengado por el pudor <strong>de</strong>l<br />

príncipe y la humillación <strong>de</strong>l favorito,<br />

-¿Es posible? -exclamó el rey luego que<br />

<strong>de</strong>sapareció Fouquet-, ¿ha vendido ese cargo?<br />

-Sí, Majestad -contestó Colbert con intención.<br />

-¡Está loco! -aventuró el rey. Colbert no<br />

replicó esta vez; creyó entrever el pensamiento<br />

<strong>de</strong>l amo. Ese pensamiento le vengaba también.<br />

A su odio venía a unirse la envidia; a su plan <strong>de</strong><br />

ruina venía a aliarse una amenaza <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia.<br />

Colbert conoció que, en lo sucesivo, entre Luis


XIV y él no encontrarían obstáculos las i<strong>de</strong>as<br />

hostiles, y que la primera falta <strong>de</strong> Fouquet que<br />

pudiera servir <strong>de</strong> pretexto, apresuraría el castigo.<br />

Fouquet había <strong>de</strong>jado caer su arma. <strong>El</strong><br />

odio y la envidia acababan <strong>de</strong> recogerla.<br />

Colbert fue invitado por el rey a la fiesta<br />

<strong>de</strong> Vaux, y saludó como hombre pagado <strong>de</strong> sí<br />

mismo, que cree hacer un servicio con aceptar.<br />

Hallábase el rey en el nombre <strong>de</strong> Saint-<br />

Aignan <strong>de</strong> la lista <strong>de</strong> los invitados, cuando el<br />

ujier anunció al con<strong>de</strong>.<br />

Colbert se retiró discretamente al llegar<br />

el Mercurio real.<br />

LX<strong>II</strong>I<br />

RIVALES EN AMORES<br />

Hacía apenas dos horas que Saint-<br />

Aignan se había separado <strong>de</strong> Luis XIV; pero, en<br />

aquella primera efervescencia <strong>de</strong> su amor,


cuando Luis no veía a La Valliére, necesitaba<br />

hablar <strong>de</strong> ella. Ahora bien, la única persona con<br />

quien podía hablar a su gusto era Saint-Aignan;<br />

Saint-Aignan había llegado a serle indispensable.<br />

-¡Ah! ¿Eres tú, con<strong>de</strong> -exclamó al divisarle,<br />

doblemente satisfecho <strong>de</strong> ver a Saint-<br />

Aignan y ¿e no ver a Colbert, cuyo sobrecejo le<br />

entristecía siempre-. Mucho me alegro. Presumo<br />

que serás <strong>de</strong> la partida.<br />

-¿De la partida, Majestad? -preguntó<br />

Saint-Aignan-. ¿Y <strong>de</strong> qué partida?<br />

-Del viaje que vamos a hacer para gozar<br />

<strong>de</strong> la fiesta que nos prepara en Vaux el señor<br />

superinten<strong>de</strong>nte. ¡Ah! Saint-Aignan, ras a ver<br />

una fiesta en comparación <strong>de</strong> la cual nuestras<br />

diversiones <strong>de</strong> Fontainebleau son juegos <strong>de</strong><br />

botarates.<br />

-¡En Vaux! ¿<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte da una<br />

fiesta a Vuestra Majestad, y en Vaux, nada<br />

más?


-¡Nada más! ¡Te encuentro encantador<br />

haciendo <strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso! ¿Sabes, tú que te haces<br />

el <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso, que cuando se sepa que el señor<br />

Fouquet me recibe en Vaux <strong>de</strong>l domingo en<br />

ocho días, se <strong>de</strong>spepitará todo el mundo por ser<br />

convidado a dicha fiesta? Te repito, Saint-Aignan,<br />

que serás <strong>de</strong> la partid.<br />

-Sí, con tal que <strong>de</strong> aquí a entonces no<br />

haya hecho otro viaje más largo y menos grato.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

-A la Estigia, Majestad.<br />

-¡Quita allá! -dijo Luis XIV riendo.<br />

-No, seriamente, Majestad. Estoy invitado<br />

a él, y <strong>de</strong> tal modo, que no sé, en verdad,<br />

cómo me he <strong>de</strong> componer para evitarlo.<br />

-No te comprendo, querido. Sé que estas<br />

en vena poética, pero procura no caer <strong>de</strong> Apolo<br />

en Febo.<br />

-Pues bien, si Vuestra Majestad tiene a<br />

bien escucharme, <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> poner en prensa su<br />

entendimiento.<br />

-Habla.


-¿Conoce Vuestra Majestad al barón Du-<br />

Vallon?<br />

-¡Sí, pardiez! ¡Un buen servidor <strong>de</strong>l rey<br />

mi padre, y un excelente convidado, a fe mía!<br />

¿No es <strong>de</strong> aquel que comió con nosotros en<br />

Fontainebleau <strong>de</strong> quien hablas?<br />

-<strong>El</strong> mismo. Pero Vuestra Majestad ha<br />

olvidado añadir a sus cualida<strong>de</strong>s, la <strong>de</strong> un afable<br />

matador <strong>de</strong> personas.<br />

-¡Pues qué! ¿Quiere matarte el señor Du-<br />

Vallon?<br />

-O hacerme matar, que viene a ser lo<br />

mismo.<br />

-¡Vaya una ocurrencia!<br />

-No os riáis, Majestad, que lo que estoy<br />

diciendo es la pura verdad.<br />

-¿Y dices que quiere hacerte matar?<br />

-Esta es la i<strong>de</strong>a que tiene, por ahora, ese<br />

digno hidalgo.<br />

-Pier<strong>de</strong> cuidado, que yo te <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré si<br />

no tiene razón.


-¡Ah! Me prestáis vuestra ayuda condicionalmente.<br />

-Sin duda. Veamos; respón<strong>de</strong>me como<br />

si se tratase <strong>de</strong> otra persona, mi pobre Saint-<br />

Aignan: ¿tiene razón o no?<br />

-Vuestra Majestad juzgará.<br />

-¿Qué le has hecho?<br />

-¡Oh! A él nada; pero parece que he<br />

ofendido a un amigo suyo.<br />

-Lo mismo da. Y su amigo, ¿es alguno<br />

<strong>de</strong>-los cuatro famosos?<br />

-No; es hijo <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos cuatro famosos.<br />

-¿Y qué has hecho a ese hijo? Veamos.<br />

-¡Casi nada! Ayudar a otro para birlarle<br />

la amada.<br />

-¡Y confiesas eso!<br />

-Necesario es que lo confiese, puesto<br />

que es verdad.<br />

-Entonces, has obrado mal.<br />

-¡Ah! ¿He obrado mal?<br />

-Sí; y a fe mía que si te mata...


-¿Qué?<br />

-Tendrá razón.<br />

-¿Y es así como juzgáis, Majestad?<br />

-¿Acaso es malo el método?<br />

-Lo encuentro expeditivo.<br />

-Justicia buena y pronto, <strong>de</strong>cía mi abuelo<br />

Enrique IV.<br />

-Entonces, dígnese Vuestra Majestad<br />

firmar inmediatamente el perdón <strong>de</strong> mi adversario,<br />

que me está esperando en los Mínimos<br />

para enviarme al otro mundo.<br />

-Su nombre y un pergamino.<br />

-Majestad, ahí tenéis un pergamino en la<br />

mesa, y en cuanto a su nombre...<br />

-En cuanto a su nombre ...<br />

-Es el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, Majestad.<br />

-¿<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>? -exclamó<br />

el rey, pasando <strong>de</strong> la risa al más profundo estupor.


Luego, tras <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> silencio,<br />

durante el cual enjugóse el sudor que le corría<br />

por la frente:<br />

-¡<strong>Bragelonne</strong>! -murmuró.<br />

-Ni más ni menos, Majestad -dijo Saint-<br />

Aignan.<br />

-<strong>Bragelonne</strong>, el novio <strong>de</strong>...<br />

-¡Oh Dios santo! Sí; <strong>Bragelonne</strong>,. el novio<br />

<strong>de</strong>.. .<br />

-¡Sin embargo, estaba en Londres!<br />

-Sí; pero puedo aseguraros que no está<br />

ya allí, Majestad.<br />

-¿Está en París?<br />

-En los Mínimos, don<strong>de</strong> me espera, como<br />

he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad.<br />

-¿Enterado <strong>de</strong> todo?<br />

-¡Y <strong>de</strong> otras muchas cosas! ¿Si el rey quiere ver<br />

el billete que me ha hecho llegar...<br />

Y Saint-Aignan sacó <strong>de</strong>l bolsillo el billete<br />

que ya conocemos.


-Cuando Vuestra Majestad haya leído el<br />

billete -dijo-, tendré el honor <strong>de</strong> referirle cómo<br />

ha llegado a mi po<strong>de</strong>r.<br />

<strong>El</strong> rey leyó con agitación, y en seguida:<br />

-¿Qué? -preguntó.<br />

-¿Recuerda Vuestra Majestad una cerradura<br />

cincelada que cierra una puerta <strong>de</strong> ébano,<br />

que separa cierto aposento <strong>de</strong> cierto santuario<br />

azul y blanco.<br />

-Sí, el gabinete <strong>de</strong> Luisa.<br />

-Bien, Majestad; pues en el agujero <strong>de</strong><br />

esa cerradura he encontrado ese billete. ¿Quién<br />

lo ha puesto allí? ¿<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> o el<br />

diablo? Como el billete huele a ámbar y no a<br />

azufre, <strong>de</strong>duzco que no habrá sido el diablo,<br />

sino el señor vizcon<strong>de</strong>.<br />

Luis inclinó la cabeza y pareció quedarse<br />

absorto tristemente. Quizá en aquel momento<br />

cruzaba por su corazón algo parecido al remordimiento.<br />

-¡Descubierto el secreto! -murmuró.


-Señor, voy a hacer cuanto esté <strong>de</strong> mi<br />

parte para que ese secreto muera en el pecho<br />

que lo encierra -dijo Saint-Aignan en un tono<br />

<strong>de</strong> bravura muy bien simulado.<br />

E hizo un movimiento hacia la puerta;<br />

pero el rey le <strong>de</strong>tuvo.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> vas? -preguntó. -Adon<strong>de</strong> me<br />

esperan, Majestad. -¿Para qué?<br />

-Para batirme.<br />

-¿Batirte? -exclamó Luis-. ¡Un momento,<br />

con<strong>de</strong>!<br />

Saint-Aignan movió la cabeza, como un<br />

niño que se rebela cuando le quieren impedir<br />

que se tire a un pozo o que juegue con un cuchillo.<br />

-Con todo, Majestad... -dijo.<br />

-En primer lugar -dijo el rey-, no estoy<br />

aún bien informado.<br />

-¡Oh! En cuanto a eso, pregunte Vuestra<br />

Majestad, que yo le contestaré.


-¿Quién te ha dicho que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

haya penetrado en el aposento en cuestión?<br />

-<strong>El</strong> billete que hallé en la cerradura, como<br />

he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad.<br />

-¿Y quién te ha dicho que haya sido él<br />

quien lo ha puesto?<br />

-¿Pues quién se habría atrevido a encargarse<br />

<strong>de</strong> semejante comisión? Tienes razón.<br />

¿Cómo ha entrado en tu aposento?<br />

-¡Oh! Eso es algo más grave, en atención<br />

a que estaban cerradas todas las puertas, y mi<br />

lacayo, Basque, tenía las llaves en el bolsillo.<br />

-Entonces habrán ganado a tu lacayo.<br />

-Imposible, Majestad.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque si lo hubiesen ganado, no<br />

habrían perdido al pobre muchacho, <strong>de</strong> quien<br />

podían tener necesidad más a<strong>de</strong>lante, manifestando<br />

<strong>de</strong> un modo tan claro que se habían servido<br />

<strong>de</strong> él.


-Es cierto; no nos queda, pues, otro remedio<br />

que apelar a una conjetura.<br />

-Veamos, Majestad, si esa conjetura es la<br />

misma que a mí se me ha ocurrido.<br />

-Que se habrán introducido por la escalera.<br />

-Ah, Majestad! Eso me parece más que<br />

probable.<br />

-Preciso es, entonces, que alguien haya<br />

vendido el secreto <strong>de</strong> la trampa.<br />

-Vendido o dado.<br />

-¿Por qué tal distinción? -Porque ciertas<br />

personas, Majestad, que se hallan fuera <strong>de</strong>l caso<br />

<strong>de</strong> aceptar el precio <strong>de</strong> una traición, facilitan y<br />

no ven<strong>de</strong>n.<br />

-¿Qué quieres significar con eso?<br />

-¡Oh Majestad! Sois <strong>de</strong>masiado perspicaz<br />

para no evitarme, adivinando, el disgusto<br />

<strong>de</strong> citar nombres.<br />

-Es verdad: ¡Madame!<br />

-¡Ah! -exclamó Saint-Aignan.<br />

-Madame, que receló <strong>de</strong> la mudanza.


Madame, que dispone <strong>de</strong> las llaves <strong>de</strong><br />

las habitaciones <strong>de</strong> sus doncellas, y que es bastante<br />

po<strong>de</strong>rosa para <strong>de</strong>scubrir lo que nadie, excepto<br />

Vuestra Majestad y ella, podría <strong>de</strong>scubrir.<br />

-¿Y tú crees que mi hermana haya hecho<br />

alianza con <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-¡Eh, eh! Majestad.<br />

-¿Hasta el punto <strong>de</strong> informarle <strong>de</strong> todos<br />

esos pormenores?<br />

-Tal vez más, todavía.<br />

-¿Cómo más?. .. Acaba.<br />

-Quizá hasta el punto <strong>de</strong> acompañarle.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>? ¿Abajo, a tu cuarto?<br />

-Majestad, ¿tan difícil os parece?<br />

-¡Oh!<br />

-Escuchad. <strong>El</strong> rey sabe lo aficionada que<br />

es Madame a los perfumes.<br />

-Sí, es costumbre que ha tomado <strong>de</strong> mi<br />

madre.<br />

-Al <strong>de</strong> verbena sobre todo.<br />

-Es su favorito.


-Pues bien, mi habitación está embalsamada<br />

<strong>de</strong> verbena.<br />

<strong>El</strong> rey quedó pensativo.<br />

-Pero, ¿por qué -replicó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

momento <strong>de</strong> silencio-, por qué ha <strong>de</strong> abrazar<br />

Madame el partido <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en contra<br />

mía?<br />

Y al pronunciar estas palabras, a las que<br />

Saint-Aignan podía haber contestado fácilmente<br />

con estas palabras: "¡Celos <strong>de</strong> mujer!", el rey<br />

son<strong>de</strong>aba a su amigo hasta el fondo <strong>de</strong> su corazón,<br />

para indagar si había penetrado el secreto<br />

<strong>de</strong> su galantería con su cuñada. Mas Saint-<br />

Aignan no era un cortesano vulgar para arriesgarse<br />

a la ligera en el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> los<br />

secretos <strong>de</strong> familia; era <strong>de</strong>masiado amigo <strong>de</strong> las<br />

musas para no pensar con frecuencia en aquel<br />

pobre Ovidio Nasón, cuyos ojos <strong>de</strong>rramaron<br />

tantas lágrimas para expiar el crimen <strong>de</strong> haber<br />

visto ciertas cosas en casa <strong>de</strong> Augusto. Por tanto,<br />

<strong>de</strong>jó a un lado con <strong>de</strong>streza el secreto <strong>de</strong><br />

Madame. Pero, como había dado pruebas <strong>de</strong>


sagacidad, indicando que Madame había<br />

acompañado a su cuarto a <strong>Bragelonne</strong>, no había<br />

más remedio que satisfacer la usura <strong>de</strong> ese<br />

amor propio y contestar categóricamente a esta<br />

pregunta: "¿Por qué ha <strong>de</strong> abrazar Madame en<br />

contra mía el partido <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?"<br />

-¿Por qué? -dijo Saint-Aignan-: ¿Olvida<br />

acaso Vuestra Majestad que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche<br />

es amigo íntimo <strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-No veo la relación -respondió el rey.<br />

-Perdonad, Majestad -repuso Saint-<br />

Aignan-; yo creía que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche era<br />

muy amigo <strong>de</strong> Madame.<br />

-Es verdad -replicó el rey-; no hay que<br />

averiguar mas; el golpe ha venido <strong>de</strong> ahí.<br />

-¿Y no cree Vuestra Majestad que para<br />

pararlo sea preciso dar otro?<br />

-Ciertamente, pero no <strong>de</strong> la clase <strong>de</strong> los<br />

que se dan en el bosque <strong>de</strong> Vincennes.<br />

-Vuestra Majestad olvida -dijo Saint-<br />

Aignan- que soy hidalgo, y que me han provocado.


-Este asunto nada tiene que ver contigo.<br />

-Pero a mí es a quien están aguardando<br />

en los Mínimos, Majestad, hace más <strong>de</strong> una<br />

hora; a mí, que estoy citado, y quedaré <strong>de</strong>shonrado<br />

si no voy a la cita.<br />

-<strong>El</strong> principal honor <strong>de</strong> un gentilhombre,<br />

es la obediencia al rey.<br />

-Majestad...<br />

-¡Or<strong>de</strong>no que te que<strong>de</strong>s! -Majestad. . .<br />

-Obe<strong>de</strong>ce.<br />

-Como Vuestra Majestad guste. -<br />

A<strong>de</strong>más, quiero averiguar todo este asunto;<br />

quiero saber quién se ha burlado <strong>de</strong> mí con<br />

bastante audacia para penetrar en el santuario<br />

<strong>de</strong> mis predilecciones. A los que <strong>de</strong> este modo<br />

me han ultrajado, no eres tú, Saint-Aignan,<br />

quien <strong>de</strong>be castigarlos, pues no es tu honor el<br />

que han lastimado, sino el mío.<br />

-Suplico a Vuestra Majestad no <strong>de</strong>scargue<br />

su cólera sobre el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, el<br />

cual, en todo este asunto, podrá haber andado<br />

falto <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia, pero no <strong>de</strong> lealtad.


-¡Basta! Sabré separar lo justo <strong>de</strong> lo injusto,<br />

aun en medio <strong>de</strong> mi ira. Sobre todo, ni<br />

una palabra <strong>de</strong> esto a Madame.<br />

-Mas, ¿qué <strong>de</strong>be hacerse respecto <strong>de</strong>l<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>? Me buscará, y..<br />

-Yo le hablaré, o haré que le hablen esta<br />

misma tar<strong>de</strong>.<br />

-Todavía, Majestad, os ruego que uséis<br />

indulgencia.<br />

-Bastante indulgente he sido por mucho<br />

tiempo, con<strong>de</strong> -dijo el rey frunciendo el ceño-;<br />

ya es hora <strong>de</strong> que se enseñe a ciertas personas<br />

que soy el amo en mi casa. Apenas acababa<br />

Luis <strong>de</strong> pronunciar estas palabras, que anunciaban<br />

que al nuevo resentimiento se asociaba<br />

el recuerdo <strong>de</strong> otro antiguo, cuando se presentó<br />

el ujier a la puerta <strong>de</strong>l gabinete.<br />

-¿Qué suce<strong>de</strong>? -preguntó el rey-. ¿Quién<br />

se atreve a penetrar aquí cuando no llamo?<br />

-Vuestra Majestad me ha mandado, <strong>de</strong><br />

una vez para siempre -dijo el ujier-, permita


pasar al señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére siempre que<br />

<strong>de</strong>see hablar a Vuestra Majestad.<br />

-¿Y qué?<br />

-<strong>El</strong> señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére aguarda ahí<br />

fuera.<br />

<strong>El</strong> rey y Saint-Aignan cambiaron a estas<br />

palabras una mirada, en que había más alarma<br />

que sorpresa. Luis vaciló un momento. Pero,<br />

casi al punto, tomando una resolución:<br />

-Anda -dijo a Saint-Aignan-, ve a buscar<br />

a Luisa, y entérala <strong>de</strong> lo que se trama contra<br />

nosotros, trata <strong>de</strong> hacerle enten<strong>de</strong>r que Madame<br />

vuelve a sus persecuciones, y que ha<br />

hecho poner en campaña a personas que habrían<br />

hecho mejor en mostrarse neutrales.<br />

-Majestad ...<br />

-Si Luisa se asusta, tranquilízala -<br />

continuó el rey-, y dile que el amor <strong>de</strong>l rey es<br />

un escudo impenetrable. Si, contra mis <strong>de</strong>seos,<br />

lo supiese ya todo, o hubiese sufrido alguna<br />

molestia, dile positivamente -continuó el rey<br />

poseído <strong>de</strong> nerviosa cólera-, dile positivamente


que, esta vez, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla, la vengaré,<br />

y con tal severidad, que nadie en lo sucesivo<br />

se atreverá a levantar los ojos hasta ella.<br />

-¿Tenéis algo más que mandar, Majestad?<br />

-No; anda pronto, y permanece fiel, tú,<br />

que vives en medio <strong>de</strong> ese infierno, sin tener<br />

como yo, la esperanza <strong>de</strong>l paraíso.<br />

Saint-Aignan <strong>de</strong>shízose en protestas <strong>de</strong><br />

adhesión, y salió radiante <strong>de</strong> alegría <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

besar la mano <strong>de</strong>l rey.<br />

LXIV<br />

EL REY Y LA NOBLEZA<br />

Luis púsose inmediatamente sobre sí<br />

para recibir con buen semblante al señor <strong>de</strong> la<br />

Fére. Preveía que el con<strong>de</strong> no llegaba por casualidad.<br />

Comprendía vagamente la importancia<br />

<strong>de</strong> aquella visita; pero, a un hombre <strong>de</strong>l mérito<br />

<strong>de</strong> Athos, a un alma tan elevada, no <strong>de</strong>bía ofre-


cer el primer aspecto nada que fuera <strong>de</strong>sagradable<br />

o mal or<strong>de</strong>nado.<br />

Apenas el joven rey se aseguró <strong>de</strong> que<br />

presentaba un aire tranquilo, dio or<strong>de</strong>n a los<br />

ujieres <strong>de</strong> introducir al con<strong>de</strong>.<br />

Pocos minutos más tar<strong>de</strong>, Athos, en<br />

traje <strong>de</strong> ceremonia, ostentando las insignias que<br />

él sólo tenía <strong>de</strong>recho a llevar en la Corte <strong>de</strong><br />

Francia, se presentó con aire tan grave y solemne,<br />

que el rey pudo juzgar, al primer vistazo, si<br />

se había equivocado o no en sus presentimientos.<br />

Luis dio un paso hacia el con<strong>de</strong> y le tendió<br />

risueño una mano, sobre la cual se inclinó<br />

Athos respetuosamente.<br />

-Señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére -dijo el rey apresuradamente-.<br />

Vendéis tan cara vuestra presencia<br />

en mi casa, que tengo a fortuna el veros.<br />

Athos se inclinó y respondió:<br />

-Quisiera tener la dicha <strong>de</strong> estar siempre<br />

al lado <strong>de</strong> Vuestra Majestad.


Semejante respuesta, dada en aquel tono, significaba<br />

manifiestamente: "Quisiera po<strong>de</strong>r ser<br />

uno <strong>de</strong> los consejeros <strong>de</strong>l rey para ahorrarle<br />

errores."<br />

Luis lo conoció, y, resuelto a conservar ante<br />

aquel hombre la ventaja <strong>de</strong> la calma con la <strong>de</strong> la<br />

dignidad:<br />

-Veo -repuso- que tenéis algo que <strong>de</strong>cirme.<br />

-A no ser por eso, no me habría permitido<br />

presentarme a Vuestra Majestad.<br />

-Explicaos pronto, señor, porque <strong>de</strong>seo<br />

con ansia satisfaceros. <strong>El</strong> rey se sentó.<br />

-Estoy persuadido -dijo Athos en tono<br />

ligeramente conmovido-, <strong>de</strong> que Vuestra Majestad<br />

me dará plena satisfacción.<br />

-¡Ah! -dijo Luis con cierta altivez-. ¿Es<br />

una queja la que venís a formular aquí?<br />

-No sería una queja -replicó Athos-, a<br />

menos que Vuestra Majestad... Pero, perdonadme,<br />

Majestad, que tome las cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

principio.


-Espero.<br />

-Vuestra Majestad d recordará que, por<br />

la época en que se marchó el señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />

tuve el honor <strong>de</strong> (recibir una audiencia<br />

vuestra.<br />

-Por esa época, poco más o menos... Sí,<br />

me acuerdo. Pero el objeto <strong>de</strong> la audiencia, . . lo<br />

he olvidado.<br />

Athos tembló.<br />

-Tendré el honor <strong>de</strong> recordarlo al rey -<br />

dijo-. Tratábase <strong>de</strong> un permiso que vine a solicitar<br />

a Vuestra Majestad, tocante al matrimonio<br />

que quería contraer el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> con<br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-Me acuerdo -dijo el rey en voz alta,<br />

mientras pensaba: "Henos ya en el fondo <strong>de</strong> la<br />

cuestión."<br />

-En aquella época -continuó Athos-, fue<br />

el rey tan bueno y generoso conmigo y con el<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que ni una sola <strong>de</strong> las<br />

palabras pronunciadas por Vuestra Majestad se<br />

me ha borrado <strong>de</strong> la memoria.


-¿Y qué? -replicó el rey.<br />

-<strong>El</strong> rey, a quien pedí la mano <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére para el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />

me la negó.<br />

-Es verdad -dijo Luis con sequedad.<br />

-Alegando -se apresuró a añadir Athos-,<br />

que la novia no tenía posición en la sociedad.<br />

Luis se violentó para escuchar con paciencia.<br />

-Que. . . -añadió Athos-, estaba escasa <strong>de</strong><br />

bienes <strong>de</strong> fortuna. <strong>El</strong> rey se hundió en su sillón.<br />

-No muy buena cuna.<br />

Nueva impaciencia <strong>de</strong>l rey.<br />

-Y poca belleza -dijo inflexible Athos.<br />

Este último dardo, clavado en el corazón<br />

<strong>de</strong>l amante, acabó <strong>de</strong> apurar su paciencia.<br />

-Señor -dijo-, ¡tenéis una memoria admirable!<br />

-Siempre me suce<strong>de</strong> lo mismo cuando<br />

me cabe el alto honor <strong>de</strong> ser recibido en audiencia<br />

por el rey -replicó el con<strong>de</strong> sin alterarse.<br />

-Bien; todo eso he dicho: ¿y qué?


-Y di las más expresivas gracias a Vuestra<br />

Majestad, porque esas palabras manifestaban<br />

un interés que hacía mucho honor al señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-También recordaréis -dijo el rey recalcando<br />

sus palabras-, que manifestasteis gran<br />

repugnancia por ese casamiento.<br />

-Verdad es, Majestad.<br />

-Y que hicisteis la solicitud contra vuestro<br />

gusto.<br />

-Sí, Majestad.<br />

-Por último, recuerdo también, pues<br />

tengo una memoria casi tan buena como la<br />

vuestra, que pronunciásteis estas palabras: "No<br />

creo en el amor <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére por<br />

el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>." ¿Es verdad?<br />

Athos sintió el golpe, pero no retrocedió.<br />

-Majestad -dijo- ya os he pedido perdón,<br />

mas hay ciertas cosas, en aquella entrevista,<br />

que sólo serán inteligibles en el <strong>de</strong>senlace.<br />

-Veamos, entonces, el <strong>de</strong>senlace.


-Vuestra Majestad dijo que difería el<br />

matrimonio por el bien mismo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>.<br />

<strong>El</strong> rey calló.<br />

-Hoy el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es tan<br />

<strong>de</strong>sgraciado, que no pue<strong>de</strong> diferir por más<br />

tiempo el pedir una resolución a Vuestra Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey pali<strong>de</strong>ció. Athos le miró fijamente.<br />

-¿Y qué... solicita... el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-preguntó titubeando el rey.<br />

-Lo mismo que vine a pedir al rey en mi<br />

anterior audiencia: el consentimiento <strong>de</strong> Vuestra<br />

Majestad para su matrimonio.<br />

<strong>El</strong> rey calló.<br />

-Las cuestiones relativas a los obstáculos<br />

se han allanado para nosotros -continuó Athos-<br />

.. La señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére, sin bienes <strong>de</strong><br />

fortuna, sin ilustre nacimiento y sin belleza, no<br />

<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser el mejor y único partido para el señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, puesto que éste la ama.


<strong>El</strong> rey apretó sus manos una con otra.<br />

-¿Vacila el rey? -preguntó el con<strong>de</strong> sin<br />

per<strong>de</strong>r su firmeza ni su política.<br />

-No vacilo... rehúso -contestó el rey.<br />

Athos se recogió un momento.<br />

-Ya he tenido el honor -dijo dulcemente-<br />

, <strong>de</strong> hacer presente al rey que ningún obstáculo<br />

haría cambiar los sentimientos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>, y que su <strong>de</strong>terminación parecía<br />

irrevocable.<br />

-¡Hay <strong>de</strong> por medio mi voluntad, y presumo<br />

que eso sea un obstáculo!<br />

-Es el más serio <strong>de</strong> todos -replicó Athos.<br />

-¡Ah!<br />

-Ahora, séanos concedido preguntar<br />

humil<strong>de</strong>mente a Vuestra Majestad la razón <strong>de</strong><br />

esa negativa.<br />

-¿La razón?... ¿Una pregunta? -exclamó<br />

el rey.<br />

-Una petición, Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey, apoyándose en la mesa con los<br />

dos puños:


-Habéis olvidado los usos <strong>de</strong> la Corte,<br />

señor con<strong>de</strong> -dijo con voz concentrada-. En la<br />

Corte no se dirigen preguntas al rey.<br />

-Verdad es, Majestad; pero si no se pregunta,<br />

se hacen suposiciones.<br />

-¿Suposiciones?... ¿Y qué queréis <strong>de</strong>cir<br />

con eso?<br />

-Ordinariamente, Majestad, la suposición<br />

<strong>de</strong>l súbdito implica la franqueza <strong>de</strong>l rey...<br />

-¡Señor!<br />

-Y la falta <strong>de</strong> confianza en el súbdito -<br />

continuó Athos con intrepi<strong>de</strong>z.<br />

-Paréceme que estáis en un error dijo el<br />

monarca <strong>de</strong>jándose llevar a pesar suyo <strong>de</strong> la<br />

cólera.<br />

-Me veo precisado a buscar en otra parte<br />

lo que creía hallar en Vuestra Majestad. En vez<br />

<strong>de</strong> obtener una respuesta, me veo en el caso <strong>de</strong><br />

tener que dármela a mí mismo.<br />

<strong>El</strong> rey se levantó.<br />

-Señor con<strong>de</strong> -dijo-, os he consagrado<br />

todo el tiempo <strong>de</strong> que podía disponer.


Eso era <strong>de</strong>spedirle.<br />

-No he tenido tiempo para <strong>de</strong>cir a Vuestra<br />

Majestad todo lo que tenía que manifestarle<br />

-contestó el con<strong>de</strong>-, y veo tan pocas veces al<br />

rey, que es necesario aprovechar la ocasión.<br />

-Estabais en las suposiciones, e íbais a<br />

pasar a las ofensas.<br />

-¡Oh Majestad! ¿Ofen<strong>de</strong>r yo al rey? ¡Jamás!<br />

Toda mi vida he sostenido que los reyes<br />

están por encima <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más hombres, no<br />

sólo por su posición y su po<strong>de</strong>r, sino por la nobleza<br />

<strong>de</strong>l corazón y la superioridad <strong>de</strong>l alma.<br />

Jamás me harán creer que mi rey, cuando me<br />

ha dicho una palabra, oculta bajo esa palabra<br />

una segunda intención.<br />

-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir? ¿De qué segunda<br />

intención habláis?<br />

-Me explicaré -dijo fríamente Athos-. Si<br />

al rehusar la mano <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />

al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, llevara Vuestra Majestad<br />

otro objeto que la felicidad <strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong>...


-Bien veis, señor, que me estáis ofendiendo.<br />

-Si, al exigir una dilatación al vizcon<strong>de</strong>,<br />

Vuestra Majestad hubiese querido únicamente<br />

alejar al novio <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére...<br />

-¡Señor! ¡Señor!<br />

-Es que eso he oído en todas partes. Todos<br />

hablan <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Vuestra Majestad por la<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>sgarró sus guantes, que, por<br />

continencia, mordisqueaba hacía unos minutos.<br />

-Desgraciados <strong>de</strong> aquellos que se mezclan<br />

en mis asuntos! -exclamó-. He tomado ya<br />

mi partido: romperé todos los obstáculos.<br />

-¿Qué obstáculos? -preguntó Athos.<br />

<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>tuvo cortado, como el caballo<br />

que en su furiosa carrera siente lacerado el<br />

paladar por el bocado.<br />

-Amo a la señorita <strong>de</strong> La Valliére -dijo<br />

<strong>de</strong> pronto con tanta nobleza como resolución.<br />

-Pero -interrumpió Athos-, eso no impi<strong>de</strong><br />

a Vuestra Majestad casar al vizcon<strong>de</strong> con la


señorita <strong>de</strong> La Valliére. <strong>El</strong> sacrificio es digno <strong>de</strong><br />

un rey, y merecido por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />

que ha prestado ya servicios y pue<strong>de</strong> pasar por<br />

un bravo hombre. Así, pues, renunciando el rey<br />

a su amor, dará una prueba a la vez <strong>de</strong> generosidad,<br />

<strong>de</strong> reconocimiento y <strong>de</strong> buena política.<br />

-La señorita <strong>de</strong> La Valliére -dijo sordamente<br />

el rey-, no ama al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¿Lo sabe el rey? -dijo Athos con mirada<br />

profunda.<br />

-Lo sé.<br />

-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte, pues<br />

si el rey lo hubiese sabido cuando vine a solicitar<br />

el permiso la primera vez, Vuestra Majestad<br />

me habría hecho el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo.<br />

-Des<strong>de</strong> hace poco.<br />

Athos guardó silencio un momento.<br />

-Entonces, no comprendo -dijo- que el<br />

rey haya enviado al vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a<br />

Londres. Semejante <strong>de</strong>stierro no pue<strong>de</strong> menos<br />

<strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>r a los que aman el honor <strong>de</strong>l rey.


-¿Quién habla <strong>de</strong>l honor <strong>de</strong>l rey, señor<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére?<br />

-<strong>El</strong> honor <strong>de</strong>l rey, Majestad, se compone<br />

<strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> toda su nobleza, y cuando el rey<br />

ofen<strong>de</strong> a uno <strong>de</strong> sus nobles, es <strong>de</strong>cir, cuando le<br />

roba una parte <strong>de</strong> su honor, es al mismo rey a<br />

quien se roba esa parte <strong>de</strong> honor.<br />

-¡Señor <strong>de</strong> la Fére!<br />

Irritado el rey, principalmente porque se<br />

sentía dominado, trató <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedir a Athos con<br />

un a<strong>de</strong>mán.<br />

-Majestad, os lo diré todo -replicó el<br />

con<strong>de</strong>-, y no saldré <strong>de</strong> aquí sino <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

quedar satisfecho, bien por vos o bien por mí<br />

mismo. Satisfecho, si me <strong>de</strong>mostráis que la razón<br />

está <strong>de</strong> vuestra parte; satisfecho, si os <strong>de</strong>muestro<br />

que no habéis procedido <strong>de</strong>bidamente.<br />

¡Oh, ya me escucharéis, Majestad! Soy viejo, y<br />

estoy muy apegado a todo lo que hay <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ramente<br />

gran<strong>de</strong> y fuerte en el reino. Soy<br />

un gentilhombre que ha vertido su sangre por<br />

vuestro padre y por vos, sin haber pedido ja-


más ni a vos ni a vuestro padre. A nadie he<br />

ofendido en este mundo, y me he hecho acreedor<br />

al agra<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> los reyes. ¡Vos me<br />

escucharéis! Vengo a pediros cuenta <strong>de</strong>l honor<br />

<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> vuestros servidores, a quien habéis<br />

engañado con una mentira o vendido por una<br />

<strong>de</strong>bilidad. Sé que estas palabras irritan a Vuestra<br />

Majestad; pero los hechos nos matan a nosotros.<br />

Sé que estáis buscando el castigo que<br />

habéis <strong>de</strong> dar a mi franqueza; más también sé el<br />

castigo que he <strong>de</strong> pedir a Dios que os imponga,<br />

cuando le refiera vuestro perjurio y la <strong>de</strong>sgracia<br />

<strong>de</strong> mi hijo.<br />

<strong>El</strong> rey se paseaba a gran<strong>de</strong>s pasos, con la<br />

mano en el pecho, la cabeza levantada y los ojos<br />

echando llamas.<br />

-¡Señor! -exclamó <strong>de</strong> pronto-. Si fuese<br />

para vos el rey, ya estaríais castigado, pero no<br />

soy más que un hombre, y tengo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

amar en la tierra a los que me aman. ¡Dicha<br />

bien rara!


-No tenéis ese <strong>de</strong>recho como rey más<br />

que como hombre; o si quería Vuestra Majestad<br />

tomárselo lealmente, era preciso avisar al señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>sterrarle.<br />

-Paréceme que esto es entrar en discusiones<br />

-interrumpió Luis XIV con aquella majestad<br />

que sólo él sabía hallar hasta un punto<br />

tan notable en la mirada y en la voz.<br />

-Esperaba que me respondiéseis -dijo el<br />

con<strong>de</strong>.<br />

-¡Sabréis mi contestación, señor! -Sabéis<br />

mi pensamiento -replicó el señor <strong>de</strong> la Fére.<br />

-Habéis olvidado que habláis al rey,<br />

señor, eso es un crimen.<br />

-Habéis olvidado que <strong>de</strong>sgarrábais la<br />

vida <strong>de</strong> dos hombres. ¡Eso es un pecado mortal,<br />

Majestad! -¡Ahora, salid!<br />

-No antes <strong>de</strong> haber dicho: ¡Hijo <strong>de</strong> Luis<br />

X<strong>II</strong>I, mal empezáis vuestro reinado, pues lo<br />

inauguráis con el rapto y la <strong>de</strong>slealtad! Mi <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia<br />

y yo nos consi<strong>de</strong>ramos libres hacia<br />

vos <strong>de</strong> todo el afecto y todo el respeto que hice


jurar a mi hijo en las bóvedas <strong>de</strong> San Dionisio,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los restos <strong>de</strong> vuestros nobles antepasados.<br />

Os habéis hecho enemigo nuestro, Majestad,<br />

y en lo sucesivo sólo tendremos a Dios<br />

por juez, nuestro único amo. ¡Reflexionadlo<br />

bien!<br />

-¿Amenazáis?<br />

-¡Oh, no! -dijo Athos tristemente-. No<br />

hay más baladronadas que temor en ¡ni alma.<br />

Dios, <strong>de</strong> quien os hablo, me oye hablar, y sabe<br />

que, por la integridad y el honor <strong>de</strong> vuestra<br />

corona, <strong>de</strong>rramaría aún en estos instantes toda<br />

la sangre que me han <strong>de</strong>jado veinte años <strong>de</strong><br />

guerras civiles y extranjeras. Puedo aseguraros,<br />

por lo tanto, que no amenazo al rey; como no<br />

amenazo al hombre; mas sí os digo: Perdéis dos<br />

servidores por haber matado la fe en el corazón<br />

<strong>de</strong>l padre y el amor en el corazón <strong>de</strong>l hijo. <strong>El</strong><br />

uno no cree ya en la regia palabra, el otro no<br />

cree ya en la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> los hombres ni en la<br />

pureza <strong>de</strong> las mujeres. <strong>El</strong> uno ha muerto para el<br />

respeto, el otro para la obediencia. ¡Adiós!


Y, diciendo esto, rompió Athos su acero<br />

contra su rodilla; puso lentamente los dos pedazos<br />

en el suelo, y, saludando al rey, a quien<br />

ahogaban la cólera y la vergüenza, salió <strong>de</strong>l<br />

gabinete.<br />

<strong>El</strong> rey, abismado sobre su mesa, pasó<br />

algunos minutos en reponerse y, levantándose<br />

<strong>de</strong> repente, llamó con violencia.<br />

-¡Que llamen al señor <strong>de</strong> Artagnan! -dijo<br />

a los ujieres asustados.<br />

LXV<br />

CONTINÚA LA TEMPESTAD<br />

Seguramente se habrán preguntado ya<br />

nuestros lectores cómo Athos se había hallado<br />

tan a punto en el cuarto <strong>de</strong>l rey, cuando no<br />

habían oído hablar <strong>de</strong> él en tanto tiempo. Siendo<br />

nuestro <strong>de</strong>ber, como novelistas, enca<strong>de</strong>nar<br />

los acontecimientos los unos a los otros con una


lógica casi fatal, nos hallamos dispuestos a respon<strong>de</strong>r,<br />

y respon<strong>de</strong>mos a esa pregunta.<br />

Porthos, fiel a su papel <strong>de</strong> arreglador <strong>de</strong><br />

asuntos al salir <strong>de</strong>l palacio real había ido a reunirse<br />

con Raúl en los Mínimos <strong>de</strong>l bosque <strong>de</strong><br />

Vincennes, contándole en sus menores <strong>de</strong>talles<br />

su conferencia con Saint-Aignan; luego, había<br />

terminado diciendo que el mensaje <strong>de</strong>l rey a su<br />

favorito no ocasionaría, probablemente, más<br />

que un retraso breve, y que así que Saint-<br />

Aignan se separase <strong>de</strong>l rey, se apresuraría a<br />

acudir a la cita que le había dado Raúl.<br />

Mas Raúl, menos crédulo que su viejo<br />

amigo, <strong>de</strong>dujo <strong>de</strong>l relato <strong>de</strong> Porthos, que, si<br />

Saint-Aignan fue a ver al rey, se lo contaría todo,<br />

y que, contándoselo todo, el rey prohibiría a<br />

Saint-Aignan ir al terreno. A consecuencia <strong>de</strong><br />

esta reflexión, <strong>de</strong>jó a Porthos que guardase el<br />

puesto, para el caso, poco probable, <strong>de</strong> que<br />

Saint-Aignan llegase a ir, y le exigió al mismo<br />

tiempo que no estuviese en el sitio más que una<br />

ora u hora y media. Porthos se negó ó a ello


formalmente, instalándose, por el contrario, en<br />

los Mínimos, como si quisiera echar allí raíces,<br />

haciendo prometer a Raúl que volvería <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

casa <strong>de</strong> su padre a la suya, a fin <strong>de</strong> que el lacayo<br />

<strong>de</strong> Porthos supiese dón<strong>de</strong> hallarle, en el caso<br />

<strong>de</strong> que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan acudiese a la<br />

cita.<br />

<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong>jó a Vincennes y se encaminó<br />

directamente a casa <strong>de</strong> Athos, que se hallaba en<br />

París hacía dos días.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> había sido ya avisado por una<br />

carta <strong>de</strong> Artagnan.<br />

Raúl, pues, llegó a casa <strong>de</strong> su padre,<br />

quien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle tendido la mano y<br />

haberle abrazado, le hizo seña <strong>de</strong> que se sentara.<br />

-Sé que venís a mí, como se acu<strong>de</strong> a un<br />

amigo cuando se llora y se sufre; <strong>de</strong>cidme el<br />

motivo que os trae.<br />

<strong>El</strong> joven inclinóse y dio principio a su<br />

relato. Más <strong>de</strong> una vez, en el curso <strong>de</strong> él, cortaron<br />

las lágrimas su voz, y un sollozo estrangu-


lado en la garganta suspendió la narración. No<br />

obstante, la pudo terminar.<br />

Athos sabía ya probablemente a qué<br />

atenerse, pues, como hemos dicho, Artagnan le<br />

había escrito; pero, resuelto a conservar hasta el<br />

fin aquella calma que formaba el lado casi sobrehumano<br />

<strong>de</strong> su carácter, replicó<br />

-Raúl, no creo nada <strong>de</strong> lo que se dice; no<br />

creo nada <strong>de</strong> lo que teméis, y no porque no me<br />

hayan hablado ya <strong>de</strong> semejante aventura personas<br />

dignas <strong>de</strong> fe, sino porque en mi alma y<br />

mi conciencia creo imposible que el rey haya<br />

ultrajado a un noble. Fío, por lo tanto, en el rey,<br />

y voy a traeros la prueba <strong>de</strong> lo que os digo.<br />

Raúl, como un hombre ebrio, vacilante<br />

entre lo que había visto con sus propios ojos y<br />

la imperturbable fe que tenía en un hombre que<br />

nunca había mentido, se inclinó y se contentó<br />

con respon<strong>de</strong>r:<br />

-Id, pues, señor con<strong>de</strong>; esperaré. Y se<br />

sentó, ocultando la cabeza entre sus manos;<br />

Athos se vistió y salió. En su entrevista con el


ey hizo lo que ya saben nuestros lectores, qué<br />

le han visto entrar en la cámara <strong>de</strong>l rey y salir<br />

<strong>de</strong> ella.<br />

Cuando regresó a su casa, Raúl, pálido y<br />

sombrío, no había abandonado aún su posición<br />

<strong>de</strong>sesperada. No obstante, al ruido <strong>de</strong> las puertas<br />

que se abrían y al ruido <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> su<br />

padre que se acercaba, levantó el joven la cabeza.<br />

Athos entró pálido, grave y <strong>de</strong>scubierta<br />

la cabeza: entregó al lacayo su capa y el sombrero,<br />

<strong>de</strong>spidiéndole con un gesto, y se sentó<br />

junto a Raúl.<br />

-Y bien, señor -preguntó el joven moviendo<br />

la cabeza <strong>de</strong> arriba abajo-, ¿estáis ya<br />

convencido?<br />

-Lo estoy, . Raúl; el rey ama a la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére.<br />

- ¿Y lo confiesa? -exclamó Raúl.<br />

-Plenamente -dijo Athos.<br />

-¿Y ella?<br />

-No la he visto.


-No; pero el rey os habrá hablado <strong>de</strong><br />

ella. ¿Qué dice <strong>de</strong> ella? Dice que ella le ama.<br />

-¡Oh! ¿Lo veis? ¿Lo veis, señor?<br />

Y el joven hizo un gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />

-Raúl -prosiguió el con<strong>de</strong>-, he dicho al<br />

rey, y podéis creerme, todo cuanto hubierais<br />

podido <strong>de</strong>cirle vos mismo, y creo habérselo dicho<br />

en términos convenientes, pero enérgicos.<br />

-¿Y qué le habéis dicho, señor?<br />

-Que todo había concluido entre él y<br />

nosotros, que no contase ya con vuestro servicio,<br />

y que hasta yo mismo me mantendré apartado.<br />

Sólo me queda saber una cosa.<br />

-¿Cuál, señor?<br />

-Si habéis tomado vuestro partido.<br />

-¡Mi partido! ¿Sobre qué?<br />

-Sobre el amor y...<br />

-Acabad, señor.<br />

-La venganza; porque temo que penséis<br />

en vengaros.


-¡Oh señor! <strong>El</strong> amor… tal vez algún<br />

día... más a<strong>de</strong>lante, logre arrancarlo <strong>de</strong> mi corazón,<br />

pues para ello cuento con la ayuda <strong>de</strong> los y<br />

el auxilio <strong>de</strong> vuestras pru<strong>de</strong>ntes exhortaciones.<br />

Respecto a la venganza, sólo he pensado en ella<br />

bajo el imperio <strong>de</strong> un mal pensamiento; porque<br />

no es <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro culpable <strong>de</strong> quien yo podría<br />

vengarme; por lo tanto, renuncio a la venganza.<br />

-¿De suerte que no trataréis <strong>de</strong> buscar<br />

pen<strong>de</strong>ncia al señor <strong>de</strong> SaintAignan?<br />

-No, señor. Ya ha mediado un <strong>de</strong>safío; si<br />

el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan lo acepta, lo sostendré;<br />

pero, en el caso contrario, me <strong>de</strong>senten<strong>de</strong>ré <strong>de</strong><br />

él.<br />

-¿Y <strong>de</strong> La Valliére?<br />

-No creo que podáis suponer seriamente<br />

que piense en vengarme <strong>de</strong> una mujer -<br />

respondió Raúl con sonrisa tan triste que hizo<br />

asomar las lágrimas a los ojos <strong>de</strong> aquel hombre<br />

que tantas veces se había inclinado sobre sus<br />

dolores y los dolores ajenos.


Tendió su mano a Raúl, y Raúl la cogió<br />

vivamente.<br />

-Así, señor con<strong>de</strong>, ¿estáis bien seguro <strong>de</strong><br />

que el mal no tiene remedio? -preguntó el joven.<br />

Athos movió a su vez la cabeza.<br />

-¡Pobre hijo! -murmuró. -Pensáis que<br />

todavía tengo esperanzas -dijo Raúl-, y me<br />

compa<strong>de</strong>céis. ¡Ay, es que me cuesta terriblemente<br />

<strong>de</strong>spreciar como <strong>de</strong>bo a la que he amado<br />

tanto! Si al menos tuviese que acusarme <strong>de</strong> algún<br />

agravio hacia ella, me tendría por feliz y la<br />

perdonaría.<br />

Athos miró tristemente a su hijo. Las<br />

pocas palabras que acababa <strong>de</strong> pronunciar Raúl<br />

parecían arrancadas <strong>de</strong> su propio corazón.<br />

En aquel instante el lacayo anunció al<br />

señor <strong>de</strong> Artagnan. Este nombre resonó, <strong>de</strong><br />

manera bien diferente en los oídos <strong>de</strong> Athos y<br />

<strong>de</strong> Raúl. <strong>El</strong> mosquetero anunciado hizo su entrada<br />

con una vaga sonrisa en los labios. Raúl<br />

se <strong>de</strong>tuvo; Athos marchó hacia su amigo con


una expresión <strong>de</strong> rostro que no escapó a <strong>Bragelonne</strong>.<br />

Artagnan respondió a Athos con un<br />

simple parpa<strong>de</strong>o; luego, acercándose a Raúl y<br />

tomándole la mano:<br />

-¡Vamos -exclamó hablando a la vez al<br />

padre y al hijo-, a lo que parece consolamos al<br />

mozo!<br />

-Y vos, tan bueno como siempre, venís a<br />

auxiliarme en tarea tan difícil.<br />

Y, al pronunciar Athos estas palabras, estrechó<br />

entre sus manos la mano <strong>de</strong> Artagnan. Raúl<br />

creyó advertir que aquella presión tenía un<br />

sentido particular, diferente <strong>de</strong>l <strong>de</strong> las palabras.<br />

-Sí -contestó el mosquetero atusándose<br />

el bigote con la mano que Athos le <strong>de</strong>jaba libre-;<br />

sí, también yo vengo.<br />

-Bien venido seáis, señor caballero -dijo<br />

Raúl-, no por el consuelo que traéis, sino por<br />

vos mismo. Estoy consolado.<br />

Y esbozó una sonrisa más triste que<br />

ninguna <strong>de</strong> las lágrimas que Artagnan había<br />

visto <strong>de</strong>rramar jamás.


-¡Enhorabuena! -dijo Artagnan.<br />

-Habéis llegado, cabalmente -prosiguió<br />

Raúl-, cuando el señor con<strong>de</strong> iba a referirme las<br />

circunstancias <strong>de</strong> su entrevista con el rey. Sin<br />

duda llevaréis a bien que el señor con<strong>de</strong> continúe,<br />

¿no es así?<br />

Y los ojos <strong>de</strong>l joven parecían querer leer<br />

hasta el fondo <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong>l mosquetero.<br />

-¿Su entrevista con el rey? -dijo Artagnan<br />

en un tono tan natural que no había medio<br />

<strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> su extrañeza-. ¿Habéis visto al rey,<br />

Athos?<br />

Athos sonrió.<br />

-Sí -dijo-, le he visto. -¡Ah! ¿De veras<br />

ignoráis que el con<strong>de</strong> haya visto al rey? -preguntó<br />

Raúl algo más tranquilo.<br />

-¡A fe que sí! Completamente -<br />

respondió Artagnan.<br />

-Entonces, estoy más tranquilo -dijo<br />

Raúl.<br />

-¡Tranquilo! ¿Y sobre qué? - preguntó<br />

Athos.


-Señor -dijo Raúl-, perdonad; pero, conociendo<br />

el cariño que me profesáis, temía que<br />

hubieseis expresado con <strong>de</strong>masiada viveza al<br />

rey mi dolor y vuestra indignación, y que entonces<br />

el rey...<br />

-¿Qué? -interrumpió Artagnan-. Vamos,<br />

acabad, Raúl. -Perdonadme, señor <strong>de</strong> Artagnan<br />

-dijo Raúl-. Por un instante temblé, lo confieso,<br />

que no hubieseis venido como el señor <strong>de</strong> Artagnan,<br />

sino como capitán <strong>de</strong> mosqueteros.<br />

-¡Estáis loco, mi pobre Raúl! -exclamó<br />

Artagnan con una carcajada, en la que un buen<br />

observador habría <strong>de</strong>seado tal vez mayor franqueza.<br />

-¡Tanto mejor! -contestó Raúl. -Sí, loco;<br />

¿y sabéis lo que os aconsejo?<br />

-Decídmelo, señor; viniendo <strong>de</strong> vos, el<br />

consejo será bueno.<br />

-Pues bien, os aconsejo que, terminado<br />

vuestro viaje, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vuestras visitas al<br />

señor <strong>de</strong> Guiche, a Madame y a Porthos; <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> vuestro viaje a Vincennes, toméis algún


<strong>de</strong>scanso; acostaos, dormid doce horas seguidas,<br />

y cuando <strong>de</strong>spertéis, fatigadme un buen<br />

caballo.<br />

Y, atrayéndole hacia sí, le abrazó como<br />

hubiera hecho con su propio hijo. Athos hizo lo<br />

mismo; sólo que era evi<strong>de</strong>nte que el beso era<br />

más tierno y el abrazo más apretado en el padre<br />

que en el amigo.<br />

<strong>El</strong> joven miró una vez todavía a aquellos<br />

dos hombres, empleando para adivinarlos todas<br />

las fuerzas <strong>de</strong> su inteligencia. Pero su mirada<br />

embotóse en la fisonomía risueña <strong>de</strong>l<br />

mosquetero y, en el semblante tranquilo y dulce<br />

<strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére.<br />

-¿Y adón<strong>de</strong> vais, Raúl? -dijo este último,<br />

viendo que <strong>Bragelonne</strong> se disponía a salir.<br />

-A mi casa, señor -contestó el joven con<br />

su acento dulce y melancólico.<br />

-¿Es allí don<strong>de</strong> os encontrarán, vizcon<strong>de</strong>,<br />

si hay que <strong>de</strong>ciros algo?<br />

-Sí señor. ¿Es que prevéis tener algo que<br />

<strong>de</strong>cirme?


-¡Qué sé yo! -dijo Athos.<br />

-Sí; nuevos consuelos -dijo Artagnan<br />

empujando levemente a Raúl hacia la misma<br />

puerta.<br />

Viendo Raúl una serenidad tan gran<strong>de</strong><br />

en cada gesto <strong>de</strong> los dos amigos, salió <strong>de</strong> casa<br />

<strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, no llevando consigo otro sentimiento<br />

que el <strong>de</strong> su dolor particular.<br />

-¡Alabado sea Dios! -dijo-. Al fin sólo<br />

tengo que pensar en mí. Y, embozándose en su<br />

capa, para ocultar a los transeúntes su rostro<br />

entristecido, se dirigió a su casa, como lo había<br />

prometido a Porthos. Ambos amigos habían<br />

visto alejarse al joven con igual sentimiento <strong>de</strong><br />

conmiseración.<br />

No había más sino que cada cual lo expresó<br />

<strong>de</strong> un modo distinto.<br />

-¡Pobre Raúl! -dijo Athos, <strong>de</strong>jando escapar<br />

un suspiro.<br />

-¡Pobre Raúl! -murmuró Artagnan encogiéndose<br />

<strong>de</strong> hombros.<br />

FIN PRIMERA PARTE TOMO <strong>II</strong>

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