El Vizconde de Bragelonne. Tomo II. Parte Primera.pdf - Ataun
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Obra reproducida sin responsabilidad editorial<br />
<strong>El</strong> <strong>Vizcon<strong>de</strong></strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>.<br />
<strong>Tomo</strong> <strong>II</strong>. <strong>Parte</strong> <strong>Primera</strong><br />
Alejandro Dumas
Advertencia <strong>de</strong> Luarna Ediciones<br />
Este es un libro <strong>de</strong> dominio público en tanto<br />
que los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> autor, según la legislación<br />
española han caducado.<br />
Luarna lo presenta aquí como un obsequio a<br />
sus clientes, <strong>de</strong>jando claro que:<br />
1) La edición no está supervisada por<br />
nuestro <strong>de</strong>partamento editorial, <strong>de</strong> forma<br />
que no nos responsabilizamos <strong>de</strong> la<br />
fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l contenido <strong>de</strong>l mismo.<br />
2) Luarna sólo ha adaptado la obra para<br />
que pueda ser fácilmente visible en los<br />
habituales rea<strong>de</strong>rs <strong>de</strong> seis pulgadas.<br />
3) A todos los efectos no <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rarse<br />
como un libro editado por Luarna.<br />
www.luarna.com
I<br />
EL NUEVO GENERAL DE LOS JESUITAS<br />
En tanto que La Valliére y el rey confundían<br />
en su primera <strong>de</strong>claración todas las<br />
penas pasadas, toda la dicha presente y todas<br />
las esperanzas futuras, Fouquet, <strong>de</strong> vuelta a la<br />
habitación que se le había señalado en Palacio,<br />
conversaba con Aramis sobre todo aquello que<br />
precisamente el rey olvidaba.<br />
-Decidme ahora -preguntó Fouquet-, a<br />
qué altura estamos en el asunto <strong>de</strong> Belle-Isle, y<br />
si tenéis noticias <strong>de</strong> allá.<br />
- Señor superinten<strong>de</strong>nte -contestó Aramis-,<br />
todo va por ese lado conforme a nuestro<br />
<strong>de</strong>seo; los gastos han sido pagados y nada se ha<br />
traslucido <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>signios.<br />
-Pero, ¿y la guarnición que el rey quería<br />
poner allí?<br />
-Esta mañana he sabido que llegó hace<br />
quince días.<br />
-¿Y cómo se la ha tratado?
-¡Oh! Muy bien.<br />
-¿Y qué se ha hecho <strong>de</strong> la antigua guarnición?<br />
-Fue trasladada a Sarzeal, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí la<br />
han enviado inmediatamente a Quimper.<br />
-¿Y la nueva guarnición?<br />
-Es nuestra ya.<br />
-¿Estáis seguro <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cís, señor <strong>de</strong><br />
Vannes?<br />
-Absolutamente; y ahora veréis cómo ha<br />
pasado la cosa.<br />
-Ya sabéis que <strong>de</strong> todos los puntos <strong>de</strong><br />
guarnición, Belle-Isle es el peor.<br />
-No lo ignoro, y ya está esto tenido en<br />
cuenta; ni allí hay espacio, ni comunicaciones,<br />
ni mujeres, ni juego; y es una lástima -repuso<br />
Aramis, con una <strong>de</strong> esas sonrisas que sólo á él<br />
eran peculiares- ver el ansia con que los jóvenes<br />
buscan hoy las diversiones y se inclinan hacia<br />
aquel que las paga.<br />
-Pues procuraremos que se diviertan en<br />
Belle-Isle.
-Es que si se divierten por cuenta <strong>de</strong>l<br />
rey, amarán al rey; en cambio, si se aburren por<br />
cuenta <strong>de</strong> Su Majestad y se divierten por cuenta<br />
<strong>de</strong>l señor Fouquet, amarán al señor Fouquet.<br />
-¿Y habéis avisado a mi inten<strong>de</strong>nte para<br />
inmediatamente que llegasen...?<br />
-No; se les ha <strong>de</strong>jado aburrirse a su sabor<br />
durante ocho días; pero al cabo <strong>de</strong> este<br />
tiempo han reclamado, diciendo que los antecesores<br />
suyos divertíanse más que ellos. Contestóseles<br />
entonces que los antiguos oficiales<br />
habían sabido atraerse la amistad <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet, y que éste, teniéndolos por amigos,<br />
procuró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces que no se aburrieran en<br />
sus tierras. Esto les hizo reflexionar. Pero, acto<br />
continuo, añadió el inten<strong>de</strong>nte que, sin prejuzgar<br />
las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l señor Fouquet, conocía lo<br />
suficiente a su amo para saber que se interesaba<br />
por cualquier gentilhombre que estuviese al<br />
servicio <strong>de</strong>l rey, y que, a pesar <strong>de</strong> no conocer<br />
todavía a los nuevos oficiales, haría por ellos<br />
tanto como hiciera por los anteriores.
-Perfectamente. Supongo que a las promesas<br />
habrán seguido los efectos; ya sabéis que<br />
no permito que se prometa nunca en mi nombre<br />
sin cumplir.<br />
-En seguida púsose a disposición <strong>de</strong> los<br />
oficiales nuestros dos corsarios y vuestros caballos,<br />
y se les dio la llave <strong>de</strong> la casa principal, <strong>de</strong><br />
suerte que forman partidas <strong>de</strong> caza, y <strong>de</strong>liciosos<br />
paseos con cuantas mujeres hay en Belle-Isle.<br />
Más las que han podido reclutar en las inmediaciones<br />
y no han temido marearse.<br />
-Y hay buena colección en Sarzeau y<br />
Vannes, ¿no es cierto?<br />
-¡Oh! En toda la costa -respondió tranquilamente<br />
Aramis.<br />
-¿Y para los soldados?<br />
-Para éstos, vino, excelentes víveres y<br />
buena paga.<br />
-Muy bien; <strong>de</strong> modo...<br />
-Que po<strong>de</strong>mos contar con la actual<br />
guarnición, más, si es posible, que con la anterior.
-Bien.<br />
-De lo cual se <strong>de</strong>duce que, si Dios quiere<br />
que nos renueven la guarnición cada dos meses,<br />
al cabo <strong>de</strong> tres años habrá pasado por Belle-<br />
Isle, todo el ejército, y en vez <strong>de</strong> tener un regimiento<br />
a nuestra disposición, tendremos cincuenta<br />
mil hombres.<br />
-Bien suponía yo -dijo Fouquet- que no<br />
había en el mundo un amigo más precioso e<br />
inestimable que vos, señor <strong>de</strong> Herblay; pero<br />
con todas estas cosas -repuso, riendo- nos<br />
hemos olvidado <strong>de</strong> nuestro amigo Du-Vallon.<br />
¿Qué es <strong>de</strong> él? Declaro que en esos tres días que<br />
he pasado en Saint-Mandé todo lo he olvidado.<br />
-¡Oh! Pues yo..., no -replicó Aramis-.<br />
Porthos se encuentra en Saint-Mandé untado en<br />
todas sus articulaciones, atestado <strong>de</strong> alimentos<br />
y con vinos a todo pasto; he dispuesto que le<br />
franqueen él paseo <strong>de</strong>l pequeño parque, paseo<br />
que os habéis reservado para vos solo, y usa <strong>de</strong><br />
él. Ya comienza a po<strong>de</strong>r andar, y ejercita sus<br />
fuerzas doblando olmos jóvenes, o haciendo
saltar añejas encinas, como otro Milón <strong>de</strong> Crotona.<br />
Ahora bien, como no hay . leones en el<br />
parque, es probable que le encontremos entero.<br />
Es todo un intrépido nuestro Porthos.<br />
-Sí; pero, entretanto, va a aburrirse.<br />
-¡Oh! No lo creáis.<br />
-Hará preguntas.<br />
-No, porque no ve a nadie.<br />
-De todos modos, ¿espera alguna cosa?<br />
-Le he dado una esperanza que realizaremos<br />
algún día, y con eso vive satisfecho.<br />
-¿Qué esperanza?<br />
-La <strong>de</strong> ser presentado al rey.<br />
-¡Oh! ¿Y con qué carácter?<br />
-Con el <strong>de</strong> ingeniero <strong>de</strong> Belle-Isle.<br />
-Tenéis razón.<br />
-¿Es cosa que pue<strong>de</strong> hacerse?<br />
-Sí, ciertamente. ¿Y no creéis conveniente<br />
que vuelva a Belle-Isle cuanto antes?<br />
-Lo creo indispensable, y pienso enviarle<br />
lo más pronto posible. Porthos tiene mucha<br />
apariencia, y sólo conocemos su flaco Artag-
nan, Athos y yo. Porthos nunca se ven<strong>de</strong>, pues<br />
está dotado <strong>de</strong> gran dignidad; en presencia <strong>de</strong><br />
los oficiales hará el efecto <strong>de</strong> un paladín <strong>de</strong>l<br />
tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong> las Cruzadas. Es bien seguro que<br />
emborrachará al Estado Mayor sin emborracharse<br />
él, y será para todos objeto digno <strong>de</strong><br />
admiración y simpatía, aparte <strong>de</strong> que, si tuviésemos<br />
que ejecutar alguna or<strong>de</strong>n, Porthos es<br />
una consigna viviente, y tendremos qué pasar<br />
por lo que él diga.<br />
-Pues enviadle.<br />
-Ese es también mi proyecto, pero <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> algunos días, pues habéis <strong>de</strong> saber una<br />
cosa.<br />
-¿Qué?<br />
-Que temo a Artagnan. Ya habréis advertido<br />
que no se encuentra en Fontainebleau, y<br />
Artagnan no es hombre que esté ausente u<br />
ocioso impunemente. Ya que he terminado mis<br />
asuntos, procuraré averiguar en qué se ocupa<br />
Artagnan.
-¿Decís que habéis terminado vuestros<br />
asuntos?<br />
-Sí.<br />
-En tal caso sois feliz, y por mi parte<br />
quisiera <strong>de</strong>cir lo propio.<br />
-Creo que no tengáis que temer.<br />
-¡Hum!<br />
-<strong>El</strong> rey os recibe perfectamente, ¿no es<br />
verdad?<br />
-Sí.<br />
-¿Y Colbert os <strong>de</strong>ja en paz? Casi, casi.<br />
-Así, pues -dijo Aramis-, po<strong>de</strong>mos pensar<br />
en lo que os manifestaba ayer respecto <strong>de</strong> la<br />
pequeña.<br />
-¿Qué pequeña?<br />
-¿Ya la habéis olvidado?<br />
-Sí.<br />
-Respecto <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¡Ah! Tenéis razón.<br />
-¿Os repugna conquistar a esa joven?<br />
-Por un solo motivo.<br />
-¿Por qué?
-Porque ocupa otra mi corazón, y nada<br />
siento absolutamente hacia esa joven.<br />
-¡Oh, oh! -exclamó Aramis-. ¿Decís que<br />
tenéis ocupado el corazón?<br />
-Sí.<br />
-¡Pardiez! ¡Hay que tener cuidado con<br />
eso!<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque sería cosa terrible tener ocupado<br />
el corazón cuando tanto necesitáis <strong>de</strong> la cabeza.<br />
-Es verdad. Pero ya visteis que apenas<br />
me habéis llamado he acudido. Mas, volviendo<br />
a la pequeña. ¿Qué provecho veis en que le<br />
haga la corte?<br />
-Dicen que el rey ha concebido un capricho<br />
por esa pequeña, por lo menos según se<br />
cree.<br />
-Y vos, que todo lo sabéis, ¿tenéis noticias<br />
<strong>de</strong> algo más?<br />
-Sé que el rey ha cambiado casi repentinamente;<br />
que anteayer el rey era todo fuego
por Madame; que hace algunos días se quejó<br />
Monsieur <strong>de</strong> ese fuego a la reina madre; y que<br />
ha habido disgustos matrimoniales y reprimendas<br />
maternales.<br />
-¿Cómo habéis sabido todo eso?<br />
-Lo cierto es que lo sé.<br />
-¿Y qué?<br />
-A consecuencia <strong>de</strong> tales disgustos y<br />
reprimendas, el rey no ha dirigido la palabra ni<br />
ha hecho el menor caso <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />
-¿Y qué más?<br />
-Después, se ha dirigido a la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére. La señorita <strong>de</strong> La Valliére es camarista<br />
<strong>de</strong> Madame. ¿Sabéis lo que, en amor, se<br />
llama una pantalla?<br />
-Lo sé.<br />
-Pues bien: la señorita <strong>de</strong> La Valliére es<br />
la pantalla <strong>de</strong> Madame. Aprovechaos <strong>de</strong> esa<br />
posición; bien que, para vos, esa circunstancia<br />
la creo innecesaria. No obstante, el amor propio<br />
herido hará la conquista más fácil; la pequeña<br />
sabrá el secreto <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> Madame. Ya sabéis
el partido que un hombre inteligente pue<strong>de</strong><br />
sacar <strong>de</strong> un secreto.<br />
-Pero, ¿cómo he <strong>de</strong> abrirme paso hasta<br />
ella?<br />
-¿Eso me preguntáis? -repuso Aramis.<br />
-Sí, pues no tengo tiempo <strong>de</strong> ocuparme<br />
en tal cosa.<br />
-<strong>El</strong>la es pobre, humil<strong>de</strong>, y bastará con<br />
que le creéis una posición. Entonces, ya subyugue<br />
al rey como amante, ya llegue a ser sólo su<br />
confi<strong>de</strong>nte, siempre habréis ganado un nuevo<br />
a<strong>de</strong>pto.<br />
-Esta bien. ¿Y qué hemos <strong>de</strong> hacer en<br />
cuanto a esa pequeña?<br />
-Cuando <strong>de</strong>seáis a una mujer, ¿qué<br />
hacéis, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-Le escribo, hago mil protestas <strong>de</strong> amor<br />
y mis ofrecimientos correspondientes, y firmo:<br />
Fouquet.<br />
-¿Y ninguna ha resistido hasta ahora?<br />
-Sólo una -contestó Fouquet-; pero hace<br />
cuatro días que ha cedido como las otras.
-¿Queréis tomaros la molestia <strong>de</strong> escribir?<br />
-preguntó Aramis a Fouquet, presentándole<br />
una pluma. Fouquet la cogió.<br />
-Dictad -le dijo-; tengo <strong>de</strong> tal modo ocupada<br />
la imaginación en otra parte,. que no acertaría<br />
a trazar dos líneas.<br />
-Vaya, pues -dijo Aramis-; escribid.<br />
Y dictó lo que sigue:<br />
"Señorita: Os he visto, y no os sorpren<strong>de</strong>rá<br />
que os haya encontrado hermosa.<br />
"Pero, faltándoos una posición digna <strong>de</strong> vos,<br />
no podéis hacer otra cosa que vegetar en la Corte.<br />
"<strong>El</strong> amor <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> bien, en el caso <strong>de</strong><br />
que tengáis alguna ambición, podría servir <strong>de</strong> ayuda<br />
a vuestro talento y a vuestras gracias.<br />
"Pongo mi amor a vuestros pies; pero, como<br />
un amor, por humil<strong>de</strong> y pru<strong>de</strong>nte que sea, pue<strong>de</strong><br />
comprometer al objeto <strong>de</strong> su culto, no conviene que<br />
una persona <strong>de</strong> vuestro mérito se arriesgue a quedar<br />
comprometida sin resultado para su porvenir.
"Si os dignáis correspon<strong>de</strong>r a mi cariño, os<br />
probará mi amor su reconocimiento haciéndoos libre<br />
para siempre."<br />
Después <strong>de</strong> escribir Fouquet lo que antece<strong>de</strong>,<br />
miró a Aramis.<br />
-Firmad -dijo éste.<br />
-¿Es cosa necesaria?<br />
-Vuestra firma al pie <strong>de</strong> esa carta vale<br />
un millón; sin duda lo habéis olvidado, mi<br />
amado superinten<strong>de</strong>nte.<br />
Fouquet firmó.<br />
-¿Y por quién vais a remitir esa carta? -<br />
dijo Aramis.<br />
-Por un criado excelente.<br />
-¿Estáis seguro <strong>de</strong> él?<br />
-Es mi correveidile ordinario.<br />
-Perfectamente.<br />
-Por lo <strong>de</strong>más, ¿no es pesado el juego<br />
que llevamos por este lado?<br />
-¿En qué sentido?
-Si es verdad lo que <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> las complacencias<br />
<strong>de</strong> la pequeña por el rey y por Madame,<br />
le dará el rey cuanto dinero <strong>de</strong>see.<br />
-¿Conque el rey tiene dinero? -preguntó<br />
Aramis.<br />
-¡Cáscaras! Preciso es que así sea, cuando<br />
no pi<strong>de</strong>.<br />
-¡Oh! ¡Ya pedirá, estad seguro!<br />
-Hay más aún, y es que yo creía que me<br />
hubiera hablado <strong>de</strong> esas fiestas <strong>de</strong> Vaux.<br />
-¿Y qué?<br />
-Nada ha dicho <strong>de</strong> eso.<br />
-Ya hablará.<br />
-Muy cruel creéis al rey, amigo Herblay.<br />
-Al rey, no.<br />
-Es joven, y, por lo tanto, bueno.<br />
-Es joven, y, por lo tanto, débil o apasionado;<br />
y el señor Colbert tiene en sus villanas<br />
manos su <strong>de</strong>bilidad o sus vicios.<br />
-Ya véis cómo le teméis.<br />
-No lo niego.<br />
-Pues estoy perdido. ¿Por qué?
-Porque mi fuerza con el rey consistía<br />
sólo en el dinero.<br />
-¿Y qué?<br />
-Y estoy arruinado.<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no? ¿Estáis acaso mejor<br />
enterado que yo <strong>de</strong> mis asuntos?<br />
-Quizá.<br />
-¿Y si pi<strong>de</strong> que se celebren las fiestas?<br />
-Las daréis.<br />
-Pero, ¿y dinero?<br />
-¿Os ha faltado acaso alguna vez?<br />
-¡Ah! ¡Si supierais a qué precio me he<br />
procurado el último!<br />
-<strong>El</strong> próximo nada os costará.<br />
-¿Y quién me lo dará?<br />
-Yo.<br />
-¿Vos, seis millones?<br />
-Diez, si fuese necesario.<br />
-En verdad, amigo Herblay -dijo Fouquet-,<br />
vuestra confianza me asusta más aún que<br />
la cólera <strong>de</strong>l rey.
-¡Bah!<br />
-Pero, ¿quién sois?<br />
-Creo que ya me conocéis.<br />
-Tenéis razón; ¿y qué queréis?<br />
-Quiero en el trono <strong>de</strong> Francia un soberano<br />
que dé su entera confianza al señor Fouquet,<br />
y que el señor Fouquet me sea fiel.<br />
-¡Oh! -murmuró Fouquet estrechándole<br />
la mano-. En cuanto a seros fiel, podéis contar<br />
siempre con ello; mas, creedme, señor <strong>de</strong> Herblay,<br />
os hacéis ilusiones.<br />
-¿En qué?<br />
-Jamás me dará el rey su entera confianza.<br />
-No he afirmado que el rey os dé su entera<br />
confianza.<br />
-Pues eso es lo que habéis dicho.<br />
-No he dicho el rey; te dicho un soberano.<br />
-¿Y no es igual?<br />
-No, por cierto, que hay mucha diferencia.
-No os comprendo.<br />
-Ahora me compren<strong>de</strong>réis; supongamos<br />
que ese soberano fuera otra persona que Luis<br />
XIV.<br />
-¿Otra persona?<br />
-Sí, que todo lo <strong>de</strong>ba a vos.<br />
-Imposible.<br />
-Hasta su trono.<br />
-¡Oh! ¡Estáis loco! No hay más hombre<br />
que Luis XIV que pueda ocupar el trono <strong>de</strong><br />
Francia. No veo ni uno solo.<br />
-Pues yo, sí.<br />
-A menos que sea Monsieur -repuso<br />
Fouquet, mirando a Aramis con ansiedad...<br />
- Pero Monsieur...<br />
-No es Monsieur …<br />
-¿Y cómo queréis que un príncipe que<br />
no sea <strong>de</strong> la sangre, que no tenga <strong>de</strong>recho alguno...?<br />
-<strong>El</strong> rey que yo me doy, es <strong>de</strong>cir, el que<br />
os daréis vos mismo, será cuanto tenga que ser,<br />
no os preocupéis.
-Cuidado, señor <strong>de</strong> Herblay, qué me<br />
hacéis estremecer. Aramis sonrió.<br />
-Así como así, ese estremecimiento os<br />
cuesta muy poco -dijo.<br />
-Repito que me asustáis.<br />
Aramis volvió a sonreír.<br />
-¿Y os reís con esa calma? -dijo Fouquet.<br />
-Y cuando llegue el día reiréis vos como<br />
yo; pero, por ahora, <strong>de</strong>bo ser sólo yo el que ría.<br />
-No comprendo.<br />
-Cuando llegue el día, ya me explicaré,<br />
no tengáis miedo. Ni vos sois san Pedro ni yo<br />
Jesús, y, sin embargo, os diré: "Hombre <strong>de</strong> poca<br />
fe, ¿por qué dudas?"<br />
-¡Diantre! Dudo..., dudo porque no veo.<br />
-Es que entonces estáis ciego, y os trataré,<br />
no ya como a San Pedro, sino como a San<br />
Pablo, y os diré: "Llegará día en que se abrirán<br />
tus ojos."<br />
-¡Oh! -murmuró Fouquet-. ¡Cuánto <strong>de</strong>searía<br />
creer!
-¿Y no creéis aún vos, a quien tantas<br />
veces he hecho atravesar el abismo en que os<br />
hubieseis sepultado sin remedio si hubierais<br />
caminado solo; vos, que <strong>de</strong> procurador general<br />
habéis ascendido al cargo <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>l<br />
puesto <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte al <strong>de</strong> primer ministro, y<br />
que <strong>de</strong> primer ministro pasaréis a ser mayordomo<br />
mayor <strong>de</strong> Palacio? Pero, no -añadió con<br />
su habitual sonrisa-; no, no, vos no podéis ver,<br />
y, por consiguiente, tampoco podéis creer eso.<br />
Y Aramis se levantó para ausentarse.<br />
-Una palabra no más -dijo Fouquet-;<br />
nunca habéis hablado así; nunca os habéis mostrado<br />
tan confiado, o mejor dicho, tan temerario.<br />
-Porque para hablar alto es preciso tener<br />
la voz libre.<br />
-¿De modo que vos la tenéis?<br />
-Sí.<br />
-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte.<br />
-Des<strong>de</strong> ayer.
-¡Oh! Señor <strong>de</strong> Herblay, ¡pensad bien lo<br />
que hacéis, pues lleváis la seguridad hasta la<br />
audacia!<br />
-Porque uno pue<strong>de</strong> ser audaz cuando es<br />
po<strong>de</strong>roso.<br />
-¿Y lo sois?<br />
-Os he ofrecido diez millones, y os los<br />
ofrezco <strong>de</strong> nuevo.<br />
Fouquet levantóse turbado.<br />
-Veamos -dijo-; hace poco hablabais <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>rribar reyes y reemplazarlos por otros reyes.<br />
¡Dios me perdone, pero, si no estoy loco, eso es<br />
lo que habéis dicho no hace mucho!<br />
-No estáis loco, y es realmente lo que he<br />
dicho no hace mucho.<br />
-¿Y por qué lo habéis dicho?<br />
-Porque a uno le es dado hablar <strong>de</strong> tronos<br />
<strong>de</strong>rribados y <strong>de</strong> reyes creados, cuando es<br />
superior a los reyes y a los tronos ... <strong>de</strong> este<br />
mundo.<br />
-¡Entonces, sois omnipotente! -exclamó<br />
Fouquet.
-Ya os lo he dicho y os lo repito -<br />
contestó Aramis con ojos encendidos y labio<br />
trémulo.<br />
Fouquet se arrojó sobre su sillón y <strong>de</strong>jó<br />
caer su cabeza entre las manos.<br />
Aramis lo contempló por un instante<br />
como hubiera hecho el ángel <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos<br />
humanos con cualquier sencillo mortal.<br />
-Adiós -le dijo-, estad tranquilo, y enviad<br />
vuestra carta a La Valliére. Mañana sin<br />
falta nos volveremos a ver, ¿no es verdad?<br />
-Sí, mañana -dijo Fouquet moviendo la<br />
cabeza como hombre que vuelve en sí; pero,<br />
¿dón<strong>de</strong> nos veremos?<br />
-En el paseo <strong>de</strong>l rey, si os place.<br />
-Muy bien.<br />
Y los dos se separaron.<br />
<strong>II</strong><br />
LA TEMPESTAD
<strong>El</strong> día siguiente amaneció sombrío y<br />
nebuloso, y como todos co<br />
nocían el paseo dispuesto en el rea¡ programa,<br />
las primeras miradas <strong>de</strong> todos al abrir los ojos<br />
se dirigieron al cielo.<br />
Sobre los árboles flotaba un vapor <strong>de</strong>nso,<br />
ardiente, que apenas tenía fuerza para levantarse<br />
a treinta pies <strong>de</strong>l suelo, bajo los rayos<br />
<strong>de</strong>l sol que sólo podía distinguirse a través <strong>de</strong>l<br />
velo <strong>de</strong> una pesada y espesa nube.<br />
Aquel día no había rocío. Los céspe<strong>de</strong>s<br />
estaban secos, las flores mustias. Los pájaros<br />
cantaban con más reserva que <strong>de</strong> costumbre<br />
entre el ramaje inmóvil, como si estuviera<br />
muerto. No se oían aquellos murmullos extraños,<br />
confusos, llenos <strong>de</strong> vida, que parecen nacer<br />
y existir por influjo <strong>de</strong>l sol, ni aquella respiración<br />
<strong>de</strong> la Naturaleza, que habla sin cesar en<br />
medio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más ruidos: nunca había<br />
sido tan gran<strong>de</strong> el silencio.
Aquella melancolía <strong>de</strong>l cielo hirió los<br />
ojos <strong>de</strong>l rey cuando se asomó a la ventana al<br />
levantarse.<br />
Mas como hallábanse dadas las ór<strong>de</strong>nes<br />
para el paseo, como estaban hechos todos los<br />
preparativos, y como, lo que era aún más perentorio<br />
e importante, contaba Luis con aquel<br />
paseo para respon<strong>de</strong>r a las promesas <strong>de</strong> su<br />
imaginación, y hasta po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir a las necesida<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> su corazón, <strong>de</strong>cidió el rey, sin vacilaciones,<br />
que el estado <strong>de</strong>l cielo nada tenía que<br />
ver con todo aquello, que el paseo estaba resuelto,<br />
y que hiciera el tiempo que quisiese, se<br />
llevaría a cabo.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, hay en algunos reinados<br />
terrenales, privilegiados <strong>de</strong>l cielo, horas en que<br />
se creería que la voluntad <strong>de</strong> los soberanos <strong>de</strong><br />
la tierra tiene su influencia sobre la voluntad<br />
divina. Augusto tenía a Virgilio para <strong>de</strong>cirle:<br />
Nocte placet tota re<strong>de</strong>unt spectacula mane. Luis<br />
XIV tenía a Boileau, que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle otra<br />
cosa, y a Dios, que <strong>de</strong>bía mostrarse casi tan
complaciente con él como lo había sido Júpiter<br />
con Augusto. .<br />
Luis oyó misa según costumbre; pero,<br />
hay que <strong>de</strong>cirlo, algo distraído <strong>de</strong> la presencia<br />
<strong>de</strong>l Creador por el recuerdo <strong>de</strong> la criatura. Durante<br />
el oficio divino púsose a calcular más <strong>de</strong><br />
una vez el número <strong>de</strong> minutos, y <strong>de</strong>spués el <strong>de</strong><br />
segundos que le separaba <strong>de</strong>l bienhadado momento<br />
en que Madame se pondría en camino<br />
con sus camaristas.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, excusado es manifestar<br />
que todos en Palacio ignoraban la entrevista<br />
que se había verificado el día anterior entre La<br />
Valliére y el rey. Tal vez Montalais, con su habitual<br />
charlatanería, la hubiera revelado; pero<br />
Montalais se hallaba en esta ocasión contenida<br />
por Malicorne, quien le había cerrado los labios<br />
con -la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l interés común.<br />
Respecto a Luis XIV, se contemplaba tan<br />
dichoso, que había perdonado casi enteramente<br />
a Madame su jugarreta <strong>de</strong> la víspera; y, en efecto,<br />
más motivo tenía para alegrarse que para
entristecerse <strong>de</strong> ello. Sin aquella intriga, no<br />
hubiese recibido la carta <strong>de</strong> La Valliére; sin<br />
aquella carta, no hubiese habido audiencia; y<br />
sin aquella audiencia, habría permanecido el<br />
rey en la in<strong>de</strong>cisión. Había <strong>de</strong>masiada dicha en<br />
su corazón para dar entrada al rencor, al menos<br />
por aquel momento.<br />
Así fue, que, en lugar <strong>de</strong> fruncir el ceño<br />
al ver a su cuñada, se propuso mostrarle más<br />
afabilidad y benevolencia que <strong>de</strong> costumbre.<br />
Era, sin embargo, con una condición:<br />
que estuviese lista muy pronto.<br />
Tales eran las cosas en que pensaba Luis<br />
durante la misa, y que, digámoslo, le hacían<br />
olvidar durante el santo ejercicio aquellas en<br />
que hubiera <strong>de</strong>bido pensar por su carácter <strong>de</strong><br />
soberano cristianísimo y <strong>de</strong> hijo primogénito <strong>de</strong><br />
la Iglesia.<br />
Sin embargo, es Dios tan bondadoso con<br />
los errores juveniles, y todo lo que es amor, aun<br />
cuando no sea <strong>de</strong> los más legítimos, halla tan<br />
fácilmente perdón a sus miradas paternales,
que al salir <strong>de</strong> la misa miró Luis al cielo, y pudo<br />
ver por entre los claros <strong>de</strong> una nube un rincón<br />
<strong>de</strong> ese manto azul que huella el Señor con su<br />
planta.<br />
Volvió a Palacio, y, como el paseo no<br />
<strong>de</strong>bía verificarse hasta las doce, y no eran todavía<br />
más que las diez, se puso a trabajar tenazmente<br />
con Colbert y Lyonne.<br />
Mas, como en algunos intervalos <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scanso fuese Luis <strong>de</strong> la mesa a la ventana, en<br />
atención a que esa ventana daba al pabellón <strong>de</strong><br />
Madame, pudo divisar en el patio al señor Fouquet,<br />
<strong>de</strong> quien hacían sus cortesanos más caso<br />
que nunca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vieran la predilección que<br />
el rey habíale mostrado el día antes, y que venía<br />
por su parte con aire bondadoso y placentero<br />
a hacer la corte al rey.<br />
Instintivamente, al ver a Fouquet, el rey<br />
se volvió hacia Colbert. Colbert parecía estar<br />
contento y mostraba su semblante risueño y<br />
hasta gozoso. Dejóse ver ese gozo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
momento en que, habiendo entrado uno <strong>de</strong> sus
secretarios, le entregó una cartera que puso<br />
Colbert, sin abrirla, en el vasto bolsillo <strong>de</strong> sus<br />
calzas.<br />
Pero como siempre había algo <strong>de</strong> siniestro<br />
en el fondo <strong>de</strong> la satisfacción <strong>de</strong> Colbert,<br />
optó Luis, entre las dos sonrisas, por la <strong>de</strong> Fouquet.<br />
Hizo seña al superinten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que<br />
subiese, y, volviéndose <strong>de</strong>spués hacia Lyonne y<br />
Colbert.<br />
-Terminad -dijo- esos trabajos y ponedlos<br />
sobre mi mesa, que luego los examinaré<br />
<strong>de</strong>spacio.<br />
Y salió.<br />
A la señal <strong>de</strong>l rey, Fouquet se apresuró a<br />
subir. En cuanto a Aramis, que acompañaba al<br />
superinten<strong>de</strong>nte, se había replegado gravemente<br />
entre el grupo <strong>de</strong> cortesanos vulgares,<br />
confundiéndose en él sin ser visto por el rey.<br />
<strong>El</strong> rey y Fouquet encontráronse en lo alto <strong>de</strong> la<br />
escalera.
-Señor -dijo Fouquet al observar la graciosa<br />
acogida que le preparaba Luis-, señor,<br />
hace algunos días que Vuestra Majestad me colma<br />
<strong>de</strong> bonda<strong>de</strong>s. No es un rey joven, sino un<br />
joven dios el que reina en Francia, el dios <strong>de</strong> los<br />
<strong>de</strong>leites, <strong>de</strong> la felicidad y <strong>de</strong>l amor.<br />
<strong>El</strong> rey se ruborizó. A pesar <strong>de</strong> lo lisonjero<br />
<strong>de</strong>l cumplimiento, no por eso <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> envolver<br />
alguna reticencia.<br />
<strong>El</strong> rey condujo a Fouquet a una salita<br />
que separaba su <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l dormitorio.<br />
-¿Sabéis por qué os llamo? -dijo el rey<br />
sentándose al lado <strong>de</strong> la ventana, <strong>de</strong> modo que<br />
no pudiese per<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> lo que pasase en los<br />
jardines, adon<strong>de</strong> daba la segunda entrada <strong>de</strong>l<br />
pabellón <strong>de</strong> Madame.<br />
-No, Majestad; pero estoy persuadido<br />
<strong>de</strong> que será para algo bueno, según me lo indica<br />
la graciosa sonrisa <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¡Ah! ¿Prejuzgáis?<br />
-No, Majestad; miro y veo.<br />
-Entonces, os habéis equivocado.
-¿Yo, Majestad?<br />
-Porque os llamo, por el contrario, a fin<br />
<strong>de</strong> daros una queja.<br />
-¿A mí, Majestad?<br />
-Sí, y <strong>de</strong> las más serias.<br />
-En verdad, Vuestra Majestad me hace<br />
temblar... y no obstante, espero lleno <strong>de</strong> confianza<br />
en su justicia y en su bondad.<br />
-Tengo entendido, señor Fouquet, que<br />
preparáis una gran fiesta en Vaux.<br />
Fouquet sonrió como hace el enfermo al<br />
primer ataque <strong>de</strong> una calentura olvidada que le<br />
vuelve.<br />
-¿Y no me invitáis? -prosiguió el rey.<br />
-Majestad -respondió Fouquet , no me<br />
acordaba ya <strong>de</strong> semejante fiesta, hasta que anoche,<br />
uno <strong>de</strong> mis amigos (y Fouquet acentuó<br />
noblemente esta expresión) quiso hacerme pensar<br />
en ella.<br />
-Pero anoche os vi, y nada me dijisteis,<br />
señor Fouquet.
-¿Cómo podía suponer que Vuestra Majestad<br />
quisiese <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las altas regiones<br />
en que vive, hasta dignarse honrar mi morada<br />
con su real presencia?<br />
-Eso es una excusa, señor Fouquet; nunca<br />
me habéis hablado <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />
-No he hablado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego al rey <strong>de</strong><br />
esta fiesta, primero porque nada había resuelto<br />
aún acerca <strong>de</strong> ella, y luego porque temía una<br />
negativa.<br />
-¿Y qué os hacía temer esa negativa,<br />
señor Fouquet? Mirad, estoy <strong>de</strong>cidido a apuraros<br />
hasta lo último.<br />
-Majestad, el ardiente <strong>de</strong>seo que tenía<br />
<strong>de</strong> ver al rey aceptar mi invitación.<br />
-Pues bien, señor Fouquet, nada más<br />
que enten<strong>de</strong>rnos, ya lo veo. Vos tenéis <strong>de</strong>seos<br />
<strong>de</strong> invitarme a vuestra fiesta, y yo <strong>de</strong> ir a ella;<br />
conque invitadme e iré.<br />
-¡Cómo! ¿Se dignaría aceptar Vuestra<br />
Majestad? -exclamó el superinten<strong>de</strong>nte.
-Creo que hago más que aceptar -dijo el<br />
rey riendo-, puesto que me convido a mí mismo.<br />
-¡Vuestra Majestad me colma <strong>de</strong> honor y<br />
alegría! -exclamó Fouquet-. Y me veo en el caso<br />
<strong>de</strong> tener que repetir lo que el señor <strong>de</strong> la Vieuville<br />
<strong>de</strong>cía a vuestro abuelo Enrique IV: Domine,<br />
non sum dignus.<br />
-Mi contestación a eso es que, si dais<br />
alguna fiesta, invitado o no, asistiré a ella.<br />
-¡Oh! ¡Gracias, gracias, rey mío! -dijo<br />
Fouquet, levantando la cabeza en vista <strong>de</strong> aquel<br />
favor, que a su juicio era su ruina-. Pero, ¿cómo<br />
ha llegado a conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />
-Por el rumor público, señor Fouquet,<br />
que refiere maravillas <strong>de</strong> vos y milagros <strong>de</strong><br />
vuestra casa. ¿No os enorgullece, caballero, que<br />
el rey esté celoso <strong>de</strong> vos?<br />
-Eso, Majestad, me hará el hombre más<br />
dichoso <strong>de</strong>l mundo, puesto que el día en que el
ey esté envidioso <strong>de</strong> Vaux tendré algo digno<br />
que ofrecer a mi rey.<br />
-Pues bien, señor Fouquet, preparad<br />
vuestra fiesta, y abrid las puertas <strong>de</strong> vuestra<br />
morada.<br />
-Y vos, Majestad -dijo Fouquet-, <strong>de</strong>terminad<br />
el día.<br />
-De hoy en un mes.<br />
-¿Vuestra Majestad no tiene otra cosa<br />
que <strong>de</strong>sear?<br />
-Nada, señor superinten<strong>de</strong>nte, sino veros<br />
a mi lado cuanto os sea posible <strong>de</strong> aquí a<br />
entonces.<br />
-Tengo el honor <strong>de</strong> acompañar a Vuestra<br />
Majestad en su paseo.<br />
-Perfectamente; salgo, en efecto, señor<br />
Fouquet, y he aquí las damas que van a la cita.<br />
<strong>El</strong> rey, al <strong>de</strong>cir estas palabras, con todo<br />
el ardor no sólo <strong>de</strong> un joven, sino <strong>de</strong> un enamorado,<br />
retiróse <strong>de</strong> la ventana para tomar los<br />
guantes y el bastón, que le presentaba su ayuda<br />
<strong>de</strong> cámara.
Oíanse fuera las pisadas <strong>de</strong> los caballos<br />
y el rodar <strong>de</strong> los carruajes sobre la arena <strong>de</strong>l<br />
patio.<br />
<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>scendió. Todo el mundo se <strong>de</strong>tuvo<br />
al aparecer en el pórtico. <strong>El</strong> rey se dirigió<br />
<strong>de</strong>recho a la joven reina. - En cuanto a la reina<br />
madre, siempre pa<strong>de</strong>ciendo con la enfermedad<br />
<strong>de</strong> que estaba atacada, no había querido salir.<br />
María Teresa subió a la carroza con Madame,<br />
y preguntó al rey hacia qué lado <strong>de</strong>seaba<br />
se dirigiese el paseo.<br />
<strong>El</strong> rey, que acababa <strong>de</strong> ver a La Valliére,<br />
pálida aún por los acontecimientos <strong>de</strong> la víspera,<br />
subir en una carretela con tres <strong>de</strong> sus compañeras,<br />
respondió a la reina que no tenía preferencia<br />
por ninguno y que .iría satisfecho don<strong>de</strong><br />
se dirigiesen.<br />
La reina mandó entonces que los batidores<br />
se dirigiesen hacia Apremont.<br />
Los batidores marcharon inmediatamente.
<strong>El</strong> rey montó a caballo. Durante algunos<br />
minutos siguió al carruaje <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />
manteniéndose al lado <strong>de</strong> la portezuela.<br />
<strong>El</strong> tiempo se había aclarado, a pesar <strong>de</strong><br />
que una especie <strong>de</strong> velo polvoroso, semejante a<br />
una gasa sucia, se extendía sobre la superficie<br />
<strong>de</strong>l cielo; el sol hacía relucir los átomos micáceos<br />
en el periplo <strong>de</strong> sus rayos.<br />
<strong>El</strong> calor era asfixiante.<br />
Pero, como el rey no parecía fijar su<br />
atención en el estado <strong>de</strong>l cielo, nadie pareció<br />
inquietarse, y el paseo, según la or<strong>de</strong>n dada por<br />
la reina, partió hacia Apremont.<br />
<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> cortesanos iba alegre y ruidoso;<br />
veíase que cada cual tendía a olvidar y á<br />
hacer olvidar a los <strong>de</strong>más las agrias discusiones<br />
<strong>de</strong> la víspera.<br />
Madame, especialmente, estaba lindísima.<br />
En efecto, Madame veía al rey a su estribo,<br />
y como suponía que no estaría allí por la
eina, esperaba que habría vuelto a caer en sus<br />
re<strong>de</strong>s.<br />
Pero, al cabo <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua, o<br />
poco menos, el rey, tras una grandiosa sonrisa,<br />
saludó y volvió grupas, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>sfilar la carroza<br />
<strong>de</strong> la reina, <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong> las primeras<br />
camaristas, luego todas las <strong>de</strong>más sucesivamente,<br />
que, viéndole <strong>de</strong>tenerse, querían <strong>de</strong>tenerse a<br />
su vez. Pero el rey, haciéndoles seña con la mano,<br />
les <strong>de</strong>cía que continuasen su camino.<br />
Cuando pasó la carroza <strong>de</strong> La Valliére,<br />
el rey se le aproximó. Saludó a las damas, y se<br />
disponía a seguir la carroza <strong>de</strong> las camaristas<br />
<strong>de</strong> la reina como había seguida a las <strong>de</strong> Madame,<br />
cuando- la hilera <strong>de</strong> carrozas se paró <strong>de</strong><br />
pronto.<br />
Sin duda, la reina, inquieta por el alejamiento<br />
<strong>de</strong>l rey, acababa <strong>de</strong> dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> consumar<br />
aquella evolución.<br />
Téngase presente que la dirección <strong>de</strong>l<br />
paseo le había sido concedida. <strong>El</strong> rey le
hizo preguntar cuál era su <strong>de</strong>seo al parar los<br />
carruajes.<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> marchar a pie -contestó ella.<br />
Sin duda esperaba que el rey, que seguía<br />
a caballo la carroza <strong>de</strong> las camaristas, no se<br />
atrevería a seguirlas a pie.<br />
Encontrábanse en medio <strong>de</strong>l bosque.<br />
<strong>El</strong> paseo, en efecto, se anunciaba hermoso,<br />
hermoso sobre todo para poetas o amantes.<br />
Tres bellas alamedas largas, umbrosas y<br />
acci<strong>de</strong>ntadas, partían <strong>de</strong> la pequeña encrucijada<br />
en que acababan <strong>de</strong> hacer alto.<br />
Aquellas alamedas, ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> musgo,<br />
festoneadas <strong>de</strong> follaje, teniendo cada una un<br />
pequeño horizonte <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> cielo columbrado<br />
bajo el entrelazamiento <strong>de</strong> los árboles,<br />
presentaban bellísima vista.<br />
En el fondo <strong>de</strong> aquellas alamedas pasaban<br />
y volvían a pasar, con patentes señales <strong>de</strong><br />
temor, los cervatillos perdidos o asustados que,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse parado un instante en mitad<br />
<strong>de</strong>l camino y haber levantado la cabeza,
huían como flechas, entrando nuevamente y <strong>de</strong><br />
un solo salto en lo espeso <strong>de</strong> los bosques, don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>saparecían, mientras que, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />
se distinguía un conejo filósofo, sentado<br />
sobre sus patas traseras, rascándose el hocico<br />
con las <strong>de</strong>lanteras e interrogando al aire para<br />
reconocer si todas aquellas gentes que se<br />
aproximaban y venían a turbar sus meditaciones,<br />
sus comidas y sus amores, no iban seguidas<br />
por algún perro <strong>de</strong> piernas torcidas, o llevaban<br />
alguna escopeta al hombro.<br />
Toda la cabalgata habíase apeado <strong>de</strong> las<br />
carrozas al ver bajar a la reina.<br />
María Teresa tomó el brazo <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />
sus camaristas, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una oblicua mirada<br />
dirigida al rey, quien no pareció advertir<br />
que fuese en manera alguna objeto <strong>de</strong> la atención<br />
<strong>de</strong> la reina, se introdujo en el bosque por la<br />
primera senda que se abrió ante ella.<br />
Dos batidores iban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Su Majestad<br />
con bastones, <strong>de</strong> que se servían para levan-
tar las ramas o apartar las zarzas que podían<br />
embarazar el camino.<br />
Al poner pie en tierra, Madame vio a su<br />
lado al señor <strong>de</strong> Guiche, que se inclinó ante ella<br />
y se puso a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />
<strong>El</strong> príncipe, encantado con su baño <strong>de</strong> la<br />
víspera, había <strong>de</strong>clarado que optaba por el río,<br />
y, dando licencia a Guiche, había permanecido<br />
en palacio con el caballero <strong>de</strong> Lorena y Manicamp.<br />
No sentía ya ni sombra <strong>de</strong> celos.<br />
Habíanlo buscado inútilmente entre la<br />
comitiva; pero, como Monsieur era un príncipe<br />
muy personal, y que pocas veces concurría a los<br />
placeres generales, su ausencia había sido un<br />
motivo <strong>de</strong> satisfacción más bien que <strong>de</strong> pesar.<br />
Cada cual había imitado el ejemplo dado<br />
por la reina y por Madame, acomodándose a<br />
su manera según la casualidad o según su gusto.<br />
<strong>El</strong> rey, como hemos dicho, había permanecido<br />
cerca <strong>de</strong> La Valliére, y, apeándose en
el momento en que abrían la portezuela <strong>de</strong> la<br />
carroza, le había ofrecido la mano.<br />
Inmediatamente Montalais y Tonnay-<br />
Charente habíanse alejado, la primera por cálculo,<br />
la segunda por discreción.<br />
Únicamente que había esta diferencia<br />
entre las dos: la una se alejaba con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />
ser agradable al rey, y la otra con el <strong>de</strong> serle<br />
<strong>de</strong>sagradable.<br />
Durante la última media hora, el tiempo<br />
también había tomado sus disposiciones: todo<br />
aquel velo, como movido por un viento caluroso,<br />
se había reunido en Occi<strong>de</strong>nte; <strong>de</strong>spués,<br />
rechazado por una corriente contraria, avanzaba<br />
lenta, pausadamente.<br />
Sentíase acercar la tempestad; pero, como<br />
el rey no la veía, nadie se creía con el <strong>de</strong>recho<br />
<strong>de</strong> verla.<br />
Continuó, por tanto, el paseo; algunos<br />
espíritus inquietos levantaban, sin embargo,<br />
alguna que otra vez sus ojos hacia el cielo.
Otros, más tímidos aún, se paseaban sin<br />
apartarse <strong>de</strong> los carruajes, don<strong>de</strong> pensaban ir a<br />
buscar un abrigo, caso <strong>de</strong> tempestad.<br />
Pero la mayor parte <strong>de</strong> la comitiva,<br />
viendo al rey entrar resueltamente en el bosque<br />
con La Valliére, le siguió.<br />
Lo cual, advertido por el rey, tomó la<br />
mano <strong>de</strong> La Valliére y la condujo a una avenida<br />
lateral, don<strong>de</strong> nadie se atrevió a seguirlos.<br />
<strong>II</strong>I<br />
LA LLUVIA<br />
En aquel instante, y en la misma dirección<br />
que acababan <strong>de</strong> tomar el rey y La Valliére,<br />
iban también dos hombres, sin cuidarse poco<br />
ni mucho <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la atmósfera, sólo<br />
que en vez <strong>de</strong> seguir la calle <strong>de</strong> árboles, caminaban<br />
bajo los árboles.<br />
Llevaban inclinada la cabeza, como personas<br />
que piensan en graves negocios. Ninguno
<strong>de</strong> ellos había visto a Guiche ni a Madame, ni al<br />
rey y a La Valliére.<br />
De pronto pasó por el aire algo así como<br />
una llamarada, seguido <strong>de</strong> un rugido sordo y<br />
lejano.<br />
-¡Ah! -exclamó uno <strong>de</strong> ellos levantando<br />
la cabeza-. Ya tenemos encima la tempestad.<br />
¿Volvemos a las carrozas, mi querido Herblay?<br />
Aramis levantó los ojos y examinó la<br />
atmósfera.<br />
-¡Oh! -dijo-. No hay prisa todavía.<br />
Luego, prosiguiendo la conversación en<br />
el punto en que sin duda la había <strong>de</strong>jado:<br />
-¿Conque <strong>de</strong>cís -añadió- que la carta que<br />
escribimos anoche <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar a estas horas<br />
en manos <strong>de</strong> la persona a quien iba dirigida?<br />
-Digo que la tiene ya <strong>de</strong> seguro.<br />
-¿Por quién la habéis remitido?<br />
-Por mi correveidile, como ya tuve el<br />
honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />
-¿Y ha traído contestación?
-No le he vuelto a ver: indudablemente<br />
la pequeña estaría <strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong><br />
Madame, o vistiéndose en el suyo, y le habrá<br />
hecho aguardar. En esto llegó la hora <strong>de</strong> partir<br />
y salimos, por lo cual no he podido saber lo que<br />
habrá ocurrido.<br />
-¿Habéis visto al rey antes <strong>de</strong> marchar?<br />
-Sí.<br />
-¿Y qué tal se ha mostrado.?<br />
-Bondadosísimo.... o infame, según haya<br />
sido veraz o hipócrita.<br />
-¿Y las fiestas?<br />
-Se verificarán <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mes.<br />
-¿Y se ha convidado él mismo?<br />
-Con una tenacidad en que he reconocido<br />
a Colbert.<br />
-Perfectamente.<br />
-¿No os ha <strong>de</strong>svanecido la noche vuestras<br />
ilusiones?<br />
-¿Acerca <strong>de</strong> qué?<br />
-Acerca <strong>de</strong>l auxilio que podéis proporcionarme<br />
en esta ocasión.
-No; he pasado la noche escribiendo, y<br />
ya están las ór<strong>de</strong>nes dadas para ello.<br />
-Tened presente que la fiesta costará<br />
algunos millones.<br />
-Yo contribuiré con seis... Agenciaos dos<br />
o tres, por vuestra parte, para todo evento.<br />
-Sois un hombre admirable, querido<br />
Herblay.<br />
-Pero -preguntó Fouquet con un resto<br />
<strong>de</strong> inquietud-, ¿cómo es que manejando millones<br />
<strong>de</strong> esa manera no disteis <strong>de</strong> vuestro bolsillo<br />
a Baisemeaux los cincuenta mil francos?<br />
-Porque entonces me hallaba tan pobre<br />
como Job.<br />
-¿Y ahora?<br />
-Ahora soy más rico que el rey -dijo<br />
Aramis.<br />
-Estoy contento -dijo Fouquet-, pues me<br />
precio <strong>de</strong> conocer a los hombres y sé que sois<br />
incapaz <strong>de</strong> faltar a vuestra palabra. No quiero<br />
arrancaron vuestro secreto, y así no hablemos<br />
más <strong>de</strong> ello.
En aquel momento oyóse un sordo fragor<br />
que estalló <strong>de</strong> repente en un fuerte trueno.<br />
-¡Oh, oh! -murmuró Fouquet-. ¿Qué os<br />
<strong>de</strong>cía yo?<br />
-Volvamos a las carrozas -dijo Aramis.<br />
-No tendremos tiempo -dijo Fouquet-,<br />
pues comienza a llover con fuerza.<br />
En efecto, como si el cielo se hubiera<br />
abierto, un diluvio <strong>de</strong> gruesas gotas hizo resonar<br />
casi al mismo tiempo la cima <strong>de</strong> los árboles.<br />
-¡Oh! -dijo Aramis-. Aún tenemos tiempo<br />
<strong>de</strong> llegar a los carruajes antes <strong>de</strong> que las<br />
hojas se impregnen <strong>de</strong>. agua.<br />
-Mejor sería -observó Fouquet- retirarnos<br />
a una gruta.<br />
-¿Hay alguna por aquí? -preguntó Aramis.<br />
-Conozco una a pocos pasos <strong>de</strong> aquí -<br />
dijo Fouquet con una sonrisa.<br />
Luego, como quien procura orientarse:<br />
-Sí -añadió-, porque aquí es.
-¡Qué dichoso sois en tener tan buena<br />
memoria! -dijo Aramis sonriéndose a su vez-;<br />
¿pero no teméis que si vuestro cochero no nos<br />
ve regresar, crea que hayamos vuelto por otro<br />
camino y siga los carruajes <strong>de</strong> la corte?<br />
-¡Oh! -dijo Fouquet-. No hay tal peligro;<br />
cuando <strong>de</strong>jo apostados mi cochero y mi carruaje<br />
en un sitio cualquiera, sólo una or<strong>de</strong>n expresa<br />
<strong>de</strong>l rey es capaz <strong>de</strong> hacerlos mover <strong>de</strong> allí; y,<br />
a<strong>de</strong>más, creo que no somos los únicos que nos<br />
hayamos alejado tanto, pues si no me engaño<br />
oigo pasos y ruido <strong>de</strong> voces.<br />
Y al pronunciar estas palabras, se volvió<br />
Fouquet, separando con su bastón un espeso<br />
ramaje que le ocultaba el camino.<br />
Aramis miró por la abertura al mismo<br />
tiempo que Fouquet.<br />
-¡Una mujer! -exclamó Aramis.<br />
-¡Un hombre! dijo Fouquet.<br />
-¡La Valliére!<br />
-¡<strong>El</strong> rey!
-¡Oh, oh! ¿Será que el rey conoce también<br />
vuestra caverna? No me extrañaría, porque<br />
me parece que está en buenas relaciones<br />
con las ninfas <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />
-No importa -replicó Fouquet-; <strong>de</strong> todos<br />
modos, vamos a la gruta; si no la conoce, veremos<br />
lo que hace; y si la conoce, como tiene dos<br />
aberturas, en tanto que entra el rey por una,<br />
saldremos nosotros por la otra.<br />
-¿Está lejos? -preguntó Aramis-. Pues<br />
gotean ya las hojas.<br />
-Vedla aquí.<br />
Fouquet separó algunas ramas, y <strong>de</strong>jó al<br />
<strong>de</strong>scubierto una excavación <strong>de</strong> roca, oculta<br />
completamente con brezos, hiedra y espesa<br />
bellotera. Fouquet mostró el camino. Aramis le<br />
siguió.<br />
En el momento <strong>de</strong> entrar en la gruta,<br />
Aramis se volvió.<br />
-¡Oh! -exclamó éste-. Pues entran en el<br />
bosque y se dirigen hacia este lado.
-Cedámosle entonces el puesto -dijo<br />
Fouquet sonriéndose-.; pero no creo que el rey<br />
conozca esta gruta.<br />
-En efecto -repuso Aramis-; veo que lo<br />
que andan buscando es un árbol más espeso.<br />
No se equivocaba Aramís, pues el rey<br />
miraba a lo alto y no en torno suyo.<br />
Luis llevaba <strong>de</strong>l brazo a La Valliére y le<br />
tenía cogida la mano con la suya.<br />
La Valliére comenzaba a insinuarse en<br />
la hierba húmeda.<br />
Luis miró con mayor atención en <strong>de</strong>rredor<br />
<strong>de</strong> sí, y, viendo una enorme encina <strong>de</strong> espeso<br />
ramaje, llevó a La Valliére bajo aquel árbol.<br />
La pobre muchacha miraba a su alre<strong>de</strong>dor,<br />
y parecía que <strong>de</strong>seaba y temía al mismo<br />
tiempo que la siguiesen.<br />
<strong>El</strong> rey la hizo recostar en el tronco <strong>de</strong>l<br />
árbol, cuya circunferencia, protegida por las<br />
ramas, estaba tan seca como si en aquel momento<br />
no cayese la lluvia a torrentes; él mismo
púsose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />
Al cabo <strong>de</strong> un instante, algunas gotas<br />
que filtraron por entre las ramas <strong>de</strong>l árbol le<br />
cayeron al rey en la frente, sin que hiciera éste<br />
el menor caso.<br />
-¡Oh, Majestad!-murmuró La Valliére,<br />
llevando su mano al sombrero <strong>de</strong>l rey.<br />
Mas Luis se inclinó y se negó obstinadamente<br />
a cubrirse la cabeza.<br />
-Esta es la ocasión <strong>de</strong> ofrecer nuestro<br />
sitio -dijo Fouquet a Aramis.<br />
-Esta es la ocasión <strong>de</strong> escuchar y no per<strong>de</strong>r<br />
una palabra <strong>de</strong> lo que se digan -respondió<br />
Aramis al oído do Fouquet.<br />
En efecto, callaron ambos y pudieron<br />
percibir la voz <strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Ay, Dios mío! Señorita -dijo el rey-,<br />
adivino vuestra inquietud; creed que siento <strong>de</strong><br />
corazón haberos aislado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la comitiva,<br />
y, lo que es peor, para traeros a un sitio
don<strong>de</strong> estáis expuesta a la lluvia. Ya os han<br />
caído algunas gotas. ¿Sentís frío?<br />
-No, Majestad.<br />
-Sin embargo, veo que tembláis.<br />
-Majestad, es que temo que se interprete<br />
torcidamente mi ausencia en momentos en que<br />
estarán ya todos reunidos.<br />
-Os propondría que volviésemos a tomar<br />
los carruajes, señorita; pero, mirad y escuchad;<br />
<strong>de</strong>cidme si es posible marchar con un<br />
aguacero como éste.<br />
En efecto, el trueno retumbaba y la lluvia<br />
caía a torrentes.<br />
-A<strong>de</strong>más -prosiguió el rey-, no hay interpretación<br />
posible en perjuicio vuestro. ¿No<br />
estáis con el rey <strong>de</strong> Francia, es <strong>de</strong>cir, con el primer<br />
caballero <strong>de</strong>l reino?<br />
-Ciertamente, Majestad -respondió La<br />
Valliére-, y me hacéis en ello un honor grandísimo;<br />
por eso no es por mí por quien temo las<br />
interpretaciones.<br />
-¿Pues por quién?
-Por vos, Majestad.<br />
-¿Por mí, señorita? -dijo el rey sonriéndose-.<br />
No os comprendo.<br />
-¿Ha olvidado ya Vuestra Majestad lo<br />
que pasó anoche en el cuarto <strong>de</strong> Su Alteza Real?<br />
-¡Oh! Os suplico que olvi<strong>de</strong>mos eso, o<br />
más bien permitidme que sólo lo recuer<strong>de</strong> para<br />
agra<strong>de</strong>ceros una vez más vuestra carta y...<br />
-Majestad -dijo La Valliére-, el agua penetra<br />
hasta aquí, y seguís con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />
-Os suplico que sólo nos ocupemos <strong>de</strong><br />
vos, señorita.<br />
-¡Oh! Yo -dijo sonriendo La Valliére- soy<br />
una provinciana habitauada a correr por las<br />
pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l Loira y por los jardines <strong>de</strong> Blois,<br />
haga el tiempo que quiera. En cuanto a mis<br />
vestidos -añadió, mirando su pobre traje <strong>de</strong><br />
muselina-, bien ve Vuestra Majestad que no<br />
pierdo gran cosa.
-En efecto, señorita; más <strong>de</strong> una vez he<br />
notado que casi todo lo <strong>de</strong>béis a vos misma y<br />
nada a vuestro traje. No sois coqueta, y eso es<br />
para mí una gran cualidad.<br />
-Majestad, no me hagáis mejor <strong>de</strong> lo que<br />
soy, y <strong>de</strong>cid sólo que no puedo ser coqueta.<br />
-¿Por qué?<br />
-Pues -dijo sonriendo La Valliére- porque<br />
no soy rica.<br />
-¡Entonces confesáis que os gustan las<br />
cosas hermosas! -exclamó vivamente el rey.<br />
-Majestad, sólo encuentro hermoso lo<br />
que está al alcance <strong>de</strong> mis faculta<strong>de</strong>s, y todo<br />
cuanto es superior a mí...<br />
-¿Os es indiferente?<br />
-No, lo juzgo extraño, como cosa que me<br />
está prohibida.<br />
-Y yo, señorita -dijo el rey-, advierto que<br />
no estáis en la Corte bajo el pie en que <strong>de</strong>béis<br />
estar. Sin duda no me han hablado lo suficiente<br />
acerca <strong>de</strong> los servicios <strong>de</strong> vuestra familia, y creo
que mi tío ha <strong>de</strong>scuidado <strong>de</strong> un modo poco<br />
conveniente la fortuna <strong>de</strong> vuestra casa.<br />
-¡Oh! ¡No, Majestad! Su Alteza Real, el<br />
señor duque -<strong>de</strong> Orléans, ha sido siempre muy<br />
bondadoso con mi padrastro, el señor <strong>de</strong> Saint-<br />
Remy. Los servicios han sido humil<strong>de</strong>s, y po<strong>de</strong>mos<br />
afirmar que hemos sido recompensados<br />
según sus obras. No todos tienen la fortuna <strong>de</strong><br />
hallar ocasiones en que po<strong>de</strong>r servir a su rey<br />
con brillo. De lo que estoy cierta es <strong>de</strong> que, si se<br />
hubiesen presentado esas ocasiones, habría<br />
tenido mi familia el corazón tan gran<strong>de</strong> como<br />
su <strong>de</strong>seo; pero no hemos tenido esa suerte.<br />
-Pues bien, señorita, a los soberanos toca<br />
enmendar el <strong>de</strong>stino, y me encargo con el mayor<br />
placer <strong>de</strong> reparar inmediatamente, con respecto<br />
a vos, los agravios <strong>de</strong> la fortuna.<br />
-¡No, Majestad, no! -exclamó con viveza<br />
La Valliére-. Os ruego que <strong>de</strong>jéis las cosas en el<br />
estado en que se hallan.<br />
-¡Cómo, señorita! ¿Rehusáis lo que <strong>de</strong>bo,<br />
lo que quiero hacer por vos?
-Todos mis <strong>de</strong>seos están cumplidos,<br />
señor, con habérseme concedido formar parte<br />
<strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> Madame.<br />
-Mas, si rehusáis para vos, aceptad al<br />
menos para los vuestros.<br />
-Majestad, vuestras generosas intenciones<br />
me <strong>de</strong>slumbran y me asustan, pues al<br />
hacer por mi casa lo que vuestra bondad os<br />
impulsa a hacer, Vuestra Majestad nos creará<br />
envidiosos, y a ella enemigos. Dejadme, señor,<br />
en mi medianía; <strong>de</strong>jad a todos los sentimientos<br />
que yo pueda abrigar ¡a grata <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>sinterés.<br />
-¡Admirable es vuestro lenguaje, señorita!<br />
-exclamó el rey.<br />
-Tiene razón -murmuró Aramis al oído<br />
<strong>de</strong> Fouquet-, pues es cosa a la que no <strong>de</strong>be estar<br />
habituado.<br />
-Pero -replicó Fouquet-, ¿y si da igual<br />
contestación a mi billete?<br />
-¡Bien! -dijo Aramis-. No prejuzguemos<br />
y esperemos el fin.
-Y luego, querido Herblay -añadió el<br />
superinten<strong>de</strong>nte dando poca fe a los sentimientos<br />
que había manifestado La Valliére-, no pocas<br />
veces es un cálculo muy hábil el echarla <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>sinteresado con los reyes.<br />
-Eso es justamente lo que me <strong>de</strong>cía yo a<br />
mí mismo -repuso Aramis -. Escuchemos.<br />
<strong>El</strong> rey se acercó a La Valliére, y, como el<br />
agua filtrase cada vez más a través <strong>de</strong>l ramaje<br />
<strong>de</strong> la encina, sostuvo su sombrero suspenso por<br />
encima <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> la joven.<br />
La joven levantó sus encantadores ojos<br />
azules hacia el sombrero que la resguardaba <strong>de</strong>l<br />
agua, y meneó la cabeza exhalando un suspiro.<br />
-¡Oh Dios mío! -dijo el rey-. ¿Qué triste<br />
pensamiento pue<strong>de</strong> llegar a vuestro corazón,<br />
cuando le formo un escudo con el mío?<br />
-Majestad, voy a <strong>de</strong>círoslo. Ya había<br />
tocado esta cuestión, no fácil <strong>de</strong> discutir por<br />
una joven <strong>de</strong> mi edad; pero Vuestra Majestad<br />
me ha impuesto silencio. Vuestra Majestad no<br />
se pertenece; Vuestra Majestad es casado; todo
sentimiento que alejase a Vuestra Majestad <strong>de</strong><br />
la reina, impulsándole a ocuparse <strong>de</strong> mí, sería<br />
para la reina origen <strong>de</strong> profundo pesar.<br />
<strong>El</strong> rey quiso interrumpir a la joven, pero<br />
ella continuó en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> súplica.<br />
-La reina ama a Vuestra Majestad con<br />
un afecto fácil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, y sigue con ansiedad<br />
cada uno <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />
que le separan <strong>de</strong> ella. Habiendo tenido la<br />
dicha <strong>de</strong> encontrar un marido semejante, pi<strong>de</strong><br />
al Cielo con lágrimas que le conserve la posesión<br />
<strong>de</strong> él, y está celosa <strong>de</strong>l menor movimiento<br />
<strong>de</strong> vuestro corazón.<br />
<strong>El</strong> rey quiso <strong>de</strong> nuevo hablar, pero La<br />
Valliére volvió a interrumpirle.<br />
-¿No será una acción muy culpable -le<br />
dijo- que viendo Vuestra Majestad una ternura<br />
tan intensa y tan noble, diese a la reina motivo<br />
<strong>de</strong> celos? ¡Oh! ¡Perdonadme esta palabra, Majestad!<br />
¡Dios mío! Bien sé que es imposible, o<br />
mejor dicho, que <strong>de</strong>bería ser imposible que la<br />
reina mas gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mundo llegara a tener
celos <strong>de</strong> una pobre muchacha como yo. Pero<br />
esa reina es mujer, y su corazón, lo mismo que<br />
el <strong>de</strong> otra cualquiera, pue<strong>de</strong> dar entrada a sospechas<br />
que los perversos no <strong>de</strong>scuidarían <strong>de</strong><br />
envenenar. ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, señor, no nos<br />
ocupéis <strong>de</strong> mí, pues no lo merezco!<br />
-¡Ay, señorita! -exclamó el rey-. ¡Sin duda<br />
no observáis que al hablar <strong>de</strong> esa manera<br />
cambiáis mi estimación en admiración!<br />
-Majestad, tomáis mis palabras por lo<br />
que no son; me veis mejor <strong>de</strong> lo que soy; me<br />
hacéis más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que Dios me ha hecho.<br />
Gracias por mí, Majestad; porque si no estuviera<br />
cierta <strong>de</strong> que el rey es el hombre más generoso<br />
<strong>de</strong> su reino, creería que quiere burlarse <strong>de</strong><br />
mí.<br />
-¡Oh! ¡Seguramente no creéis semejante<br />
cosa! -exclamó Luis.<br />
-Majestad, me vería precisada a creerlo<br />
si el rey continuara empleando el mismo lenguaje.
-Soy entonces un príncipe bien <strong>de</strong>sgraciado<br />
-dijo el rey con una tristeza en que no<br />
había la menor afectación-; el príncipe más <strong>de</strong>sgraciado<br />
<strong>de</strong> la cristiandad, puesto que no puedo<br />
conseguir que mis palabras merezcan crédito<br />
a la persona que más aprecio en este mundo,<br />
y que me <strong>de</strong>stroza el corazón negándose a creer<br />
en mi amor.<br />
-¡Oh, Majestad! -dijo La Valliére, apartando<br />
dulcemente al rey, que se había acercado<br />
a ella cada vez más-. Me parece que la tempestad<br />
va cediendo, y cesa <strong>de</strong> llover.<br />
Pero, en el momento en que la pobre<br />
niña, por huir <strong>de</strong> su corazón, indudablemente<br />
muy <strong>de</strong> acuerdo con el <strong>de</strong>l rey, pronunciaba<br />
aquellas palabras, se encargaba la tempestad <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>smentirla. Un relámpago azulado iluminó el<br />
bosque <strong>de</strong> un modo fantástico, y un trueno semejante<br />
a una <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> artillería estalló sobre<br />
la cabeza <strong>de</strong> los dos jóvenes, como si la elevación<br />
<strong>de</strong> la encina que los resguardaba hubiese<br />
provocado el trueno.
La joven no pudo contener un grito <strong>de</strong><br />
espanto.<br />
<strong>El</strong> rey la aproximó con una mano a su<br />
corazón, y extendió la otra por encima <strong>de</strong> su<br />
cabeza como para protegerla <strong>de</strong>l rayo.<br />
Hubo un instante <strong>de</strong> silencio, en que aquel<br />
grupo, encantador como todo lo que es joven,<br />
permaneció inmóvil, mientras que Fouquet y<br />
Aramis lo contemplaban, no menos inmóviles<br />
que La Valliére y el rey.<br />
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -exclamó La<br />
Valliére-. ¿Oís?<br />
Y <strong>de</strong>jó caer la cabeza sobre su hombro.<br />
-Sí -dijo el rey-; ya veis como no cesa la<br />
tempestad.<br />
-Majestad, eso es un aviso. <strong>El</strong> rey sonrió.<br />
-Majestad, es la voz <strong>de</strong> Dios que amenaza.<br />
-Pues bien -repuso el rey-,acepto realmente<br />
ese trueno como un aviso, y hasta como<br />
una amenaza, si <strong>de</strong> aquí a cinco minutos se renueva<br />
con la misma fuerza y con igual violen-
cia; mas si así no suce<strong>de</strong>, permitidme creer que<br />
la tempestad es la tempestad, y no otra cosa.<br />
Y al mismo tiempo levantó el rey la cabeza<br />
como para examinar el cielo.<br />
Pero, como si el cielo fuese cómplice <strong>de</strong><br />
Luis, durante los cinco minutos <strong>de</strong> silencio que<br />
siguieron a la explosión que tanto había atemorizado<br />
a los dos amantes, no se <strong>de</strong>jó oír el menor<br />
ruido, y, cuando se repitió el trueno fue ya<br />
alejándose <strong>de</strong> una manera visible, como si en<br />
aquellos cinco minutos la 'tempestad, puesta en<br />
fuga, hubiera recorrido diez leguas, azotada<br />
por las alas <strong>de</strong>l viento.<br />
-Y ahora, Luisa -dijo el rey por lo bajo-,<br />
¿me amenazaréis aún con la cólera celeste? Ya<br />
que habéis querido hacer <strong>de</strong>l rayo un presentimiento,<br />
¿dudaréis todavía que al menos no<br />
es un presentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia?<br />
La Valliére levantó la cabeza: en aquel<br />
intervalo el agua había filtrado la bóveda <strong>de</strong><br />
ramaje y le corría al rey por el rostro.
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -dijo La Valliére<br />
con acento <strong>de</strong> temor irresistible, que conmovió<br />
al rey hasta el extremo-. ¡Y por mí permanece<br />
el rey <strong>de</strong>scubierto <strong>de</strong> ese modo y expuesto<br />
a la lluvia! . . . ¿Pues quién soy yo?<br />
-Bien lo veis -dijo Luis-; sois la divinidad<br />
que hace huir la tempestad; la diosa que<br />
vuelve a traernos el buen tiempo.<br />
En efecto, un rayo <strong>de</strong> sol pasaba a la<br />
sazón a través <strong>de</strong>l bosque, haciendo caer como<br />
otros tantos diamantes las gotas <strong>de</strong> agua, que<br />
rodaban sobre las hojas o caían verticalmente<br />
por los intersticios <strong>de</strong>l ramaje.<br />
-Majestad -dijo la joven casi vencida,<br />
pero haciendo un último esfuerzo-; reflexionad<br />
en los sinsabores que vais a tener que sufrir por<br />
mi causa. En este momento. ¡Dios santo!, os<br />
andarán buscando por todas partes. La reina<br />
<strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar alarmada, y Madame... ¡oh, Madame!<br />
-exclamó la joven con un sentimiento<br />
que se asemejaba al espanto.
Este nombre produjo algún efecto en el<br />
rey, el cual se estremeció y soltó a La Valliére, a<br />
quien había tenido abrazada hasta entonces.<br />
Después se a<strong>de</strong>lantó hacia el paseo para<br />
mirar, y volvió casi con ceño adon<strong>de</strong> estaba La<br />
Valliére.<br />
-¿Madame habéis dicho? -dijo el rey.<br />
-Sí, Madame... Madame, que está celosa<br />
también -repuso La Valliére con acento profundo.<br />
Y sus ojos, tan tímidos, tan castamente<br />
fugitivos, atreviéronse por un momento a interrogar<br />
los ojos <strong>de</strong>l rey.<br />
-Pero -replicó Luis haciendo un esfuerzo<br />
sobre sí mismo- me parece que Madame no<br />
tiene por qué estar celosa <strong>de</strong> mí; Madame no<br />
tiene <strong>de</strong>recho alguno . . .<br />
-¡Ay! -exclamó La Valliére.<br />
-¡Señorita! -dijo el rey con acento casi <strong>de</strong><br />
reconvención-. ¿Seríais vos también <strong>de</strong> las que<br />
piensan que la hermana tiene <strong>de</strong>recho a estar<br />
celosa <strong>de</strong>l hermano?
-No me correspon<strong>de</strong> penetrar los secretos<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¡Oh! También lo creéis como los <strong>de</strong>más<br />
-exclamó el rey.<br />
-Creo que Madame está celosa, sí, señor<br />
-respondió firmemente La Valliére.<br />
-¡Dios mío! -exclamó el rey con inquietud-.<br />
¿Lo habéis echado <strong>de</strong> ver acaso en su modo<br />
<strong>de</strong> portarse con vos? ¿Os ha hecho algo que<br />
podáis atribuir a semejantes celos?<br />
-¡De ningún modo, Majestad! ¡Soy yo<br />
tan poca cosa!<br />
-¡Oh! Es que si así fuese... -exclamó Luis<br />
con singular energía.<br />
-Majestad -interrumpió La Valliére-, ya<br />
no llueve, y creo que alguien se acerca.<br />
Y, olvidando toda etiqueta, se apoyó en<br />
el brazo <strong>de</strong>l rey.<br />
-Bien, señorita -replicó Luis-; <strong>de</strong>jemos<br />
que vengan. ¿Quién osaría llevar a mal que<br />
haya hecho compañía a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?
-¡Por favor, Majestad! Van a extrañar<br />
que os hayáis mojado <strong>de</strong> ese modo, que os<br />
hayáis sacrificado por mí.<br />
-No he hecho más que cumplir con mi<br />
<strong>de</strong>ber <strong>de</strong> caballero -contestó el rey-; y ¡ay <strong>de</strong><br />
aquel que no cumpla con el suyo y critique la<br />
conducta <strong>de</strong> su rey!<br />
En efecto, en aquel momento veíanse<br />
asomar por el paseo algunas cabezas, solícitas,<br />
curiosas, como si buscaran algo, y que, habiendo<br />
divisado al rey y a la joven, parecieron<br />
haber hallado lo que buscaban.<br />
Eran los enviados <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />
los cuales se quitaron el sombrero en<br />
señal <strong>de</strong> haber visto a Su Majestad.<br />
Pero Luis, a pesar <strong>de</strong> la confusión <strong>de</strong> La<br />
Valliére, no <strong>de</strong>jó por eso su actitud respetuosa y<br />
tierna.<br />
En seguida, <strong>de</strong>spués que todos los cortesanos<br />
estuvieron reunidos en la avenida,<br />
cuando todo el mundo pudo ver la muestra <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>ferencia que había dado a la joven permane-
ciendo <strong>de</strong> pie y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> ella durante la tempestad, le ofreció el<br />
brazo, la llevó hacia el grupo que esperaba,<br />
respondió con la cabeza a los saludos que cada<br />
cual le hacía, y, sin <strong>de</strong>jar el sombrero <strong>de</strong> la mano,<br />
la condujo hasta su carroza.<br />
Y, como la lluvia continuara todavía, último<br />
adiós <strong>de</strong> la tempestad que se alejaba, las <strong>de</strong>más<br />
damas, que por respeto no habían subido a su<br />
carruaje antes que -el rey, recibían sin capa ni<br />
capotillo aquella lluvia <strong>de</strong> la que el rey resguardaba<br />
con su sombrero, en lo que era posible,<br />
a la más humil<strong>de</strong> <strong>de</strong> entre ellas.<br />
La reina y Madame <strong>de</strong>bieron ver, como<br />
las otras, aquella exagerada cortesanía <strong>de</strong>l rey;<br />
Madame perdió la continencia hasta el punto<br />
<strong>de</strong> dar con el codo a la joven reina, diciéndole:<br />
-¡Pero mirad, mirad!<br />
La reina cerró los ojos como si hubiese<br />
sentido un vértigo; se llevó la mano al rostro, y<br />
subió a la carroza.
Madame subió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. <strong>El</strong> rey<br />
montó a caballo, y, sin inclinarse con preferencia<br />
a ninguna portezuela, volvió a Fontainebleau,<br />
con las riendas sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo,<br />
pensativo y todo absorto.<br />
Cuando la multitud estuvo alejada,<br />
cuando oyeron que iba extinguiéndose el ruido<br />
<strong>de</strong> caballos y carruajes, cuando se hubieron asegurado<br />
<strong>de</strong> que nadie podía verlos, Aramis y<br />
Fouquet salieron <strong>de</strong> su gruta.<br />
Luego, en silencio, pasaron a la avenida.<br />
Aramis echó una mirada, no sólo en<br />
toda la extensión, que tenía <strong>de</strong>trás y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
sí, sino en la espesura <strong>de</strong>l bosque.<br />
-Señor Fouquet -dijo, cuando se hubo<br />
asegurado <strong>de</strong> que todo estaba solitario-, es preciso<br />
a toda costa hacernos con la carta que habéis<br />
escrito a La Valliére.<br />
-Será cosa fácil -repuso Fouquet- si mi<br />
sirviente no la ha entregado.<br />
-Es preciso; en cualquier caso, que sea<br />
cosa posible, ¿entendéis?
-Sí; el rey ama a esa joven; ¿no es cierto?<br />
-Mucho; y lo peor es que ella ama al rey<br />
con pasión.<br />
-Lo cual quiere <strong>de</strong>cir que mudamos <strong>de</strong><br />
táctica, ¿no es verdad?<br />
-Sin duda alguna; no tenéis tiempo que<br />
per<strong>de</strong>r. Es preciso que veáis a La Valliére, y<br />
que, sin pensar más en haceros amante suyo, lo<br />
que es imposible, os <strong>de</strong>claréis su más celoso<br />
amigo y su más humil<strong>de</strong> servidor.<br />
-Así lo haré -contestó Fouquet-, y sin<br />
repugnancia; esa muchacha me parece plena <strong>de</strong><br />
corazón.<br />
-O <strong>de</strong> astucia -lijo Aramis-; pero, en ese<br />
caso, razón <strong>de</strong> más. Y añadió, tras una breve<br />
pausa: -O mucho me engaño, o esa jovencita<br />
será la gran pasión <strong>de</strong>l rey. Subamos al carruaje,<br />
y a galope tendido a Palacio.<br />
IV<br />
TOBIAS
Dos horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber partido el<br />
carruaje <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />
Aramis, conduciendo a ambos hacia Fontainebleau<br />
con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las nubes que corrían<br />
en el cielo bajo el último soplo <strong>de</strong> la tempestad,<br />
estaba La Valliére en su cuarto con un sencillo<br />
peinador <strong>de</strong> muselina, terminando su almuerzo<br />
junto a una mesita <strong>de</strong> mármol.<br />
De pronto se abrió la puerta y entró un<br />
ayuda <strong>de</strong> cámara a avisar que el señor Fouquet<br />
pedía permiso para ofrecerle sus respetos.<br />
La Valliére se hizo repetir dos veces el<br />
recado; la pobre niña no conocía al señor Fouquet<br />
más que <strong>de</strong> nombre, y no acertaba a adivinar<br />
qué podía tener ella <strong>de</strong> común con un superinten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda.<br />
No obstante, como éste podía venir <strong>de</strong><br />
parte <strong>de</strong>l rey, y, en vista <strong>de</strong> la conversación que<br />
hemos referido, la cosa era muy posible, echó<br />
una ojeada al espejo, prolongó algo más todavía<br />
los largos bucles <strong>de</strong> sus
cabellos, y or<strong>de</strong>nó que se le hiciese entrar.<br />
No obstante, La Valliére no podía menos<br />
<strong>de</strong> experimentar cierta turbación. La visita<br />
<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte no era un suceso vulgar en<br />
la vida <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la corte. Fouquet, tan<br />
célebre por su generosidad, su galantería y su<br />
<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za con las mujeres, había recibido más<br />
invitaciones que pedido audiencias.<br />
En no pocas casas la presencia <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte<br />
había significado fortuna. En no<br />
pocos corazones había significado amor.<br />
Fouquet entró respetuosamente en el<br />
cuarto <strong>de</strong> La Valliére, presentándose con aquella<br />
gracia que era el carácter distintivo <strong>de</strong> los<br />
hombres eminentes <strong>de</strong>l siglo, y que hoy no se<br />
compren<strong>de</strong> ni aun en los retratos <strong>de</strong> la época,<br />
don<strong>de</strong> el pintor trató <strong>de</strong> hacerlos vivir.<br />
La Valliére correspondió al respetuoso<br />
saludo <strong>de</strong> Fouquet con una reverencia <strong>de</strong> colegiala,<br />
y le indicó una silla.<br />
-No me sentaré, señorita -dijo-, hasta<br />
tanto que me hayáis perdonado.
-¿Yo? -preguntó La Valliére.<br />
-Sí, vos.<br />
-¿Y qué os he <strong>de</strong> perdonar, Dios mío?<br />
Fouquet fijó una mirada penetrante en<br />
la joven, y no creyó ver en su rostro más que<br />
ingenua extrañeza.<br />
-Veo, señorita -dijo-, que tenéis tanta<br />
generosidad como talento, y leo en vuestros<br />
ojos el perdón que solicitaba. Pero no me basta<br />
el perdón <strong>de</strong> los labios, os lo prevengo, porque<br />
necesito sobre todo el perdón <strong>de</strong>l corazón y <strong>de</strong>l<br />
alma.<br />
-A fe mía, señor -dijo La Valliére-, os<br />
juro que no os comprendo.<br />
-Esa es aún mayor <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za -replicó<br />
Fouquet-, y veo que no queréis que tenga que<br />
avergonzarme en vuestra presencia.<br />
-¡Avergonzaros en mi presencia! Pero,<br />
por favor, caballero, ¿<strong>de</strong> qué os tenéis que<br />
avergonzar?<br />
-¿Sería tal mi suerte -exclamó Fouquetque<br />
mi modo <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r no os haya ofendido?
La Valliére se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />
-Veo, caballero -replicó-, que estáis<br />
hablando en enigmas, y soy, a lo que parece,<br />
<strong>de</strong>masiado ignorante para compren<strong>de</strong>ros.<br />
-Sea -dijo Fouquet-; no insistiré más.<br />
Decidme únicamente que puedo contar con<br />
vuestro perdón, y quedaré tranquilo.<br />
-Señor -dijo La Valliére con cierto asomo<br />
<strong>de</strong> impaciencia-, no puedo daros más que una<br />
respuesta, y espero que os <strong>de</strong>je satisfecho. Si<br />
supiese la ofensa que <strong>de</strong>cís haberme hecho, os<br />
la perdonaría; con mucha más razón lo haré no<br />
conociéndola...<br />
Fouquet mordióse los labios, como lo<br />
habría hecho Aramis.<br />
-Entonces -dijo-, puedo esperar que, a<br />
pesar <strong>de</strong> lo ocurrido, quedaremos en buena<br />
inteligencia, y me haréis el favor <strong>de</strong> creer en mi<br />
respetuosa amistad.<br />
La Valliére creyó que principiaba ya a<br />
compren<strong>de</strong>r.
"¡Oh! dijo para sí-. No hubiera creído al<br />
señor Fouquet tan solícito en buscar la fuente<br />
<strong>de</strong> un favor tan reciente."<br />
Y luego; en alta voz:<br />
-¿Vuestra amistad, señor? -dijo-. Creo<br />
que en el ofrecimiento que me hacéis <strong>de</strong> vuestra<br />
amistad sea para mí todo el honor.<br />
-Conozco, señorita -repuso Fouquet-,<br />
que la amistad <strong>de</strong>l amo pue<strong>de</strong> parecer más brillante<br />
y <strong>de</strong>seable que la <strong>de</strong>l servidor; pero os<br />
garantizo que esta última será por lo menos tan<br />
fiel y <strong>de</strong>sinteresada como la que más.<br />
La Valliére se inclinó; había, en efecto,<br />
mucha convicción y rendimiento en la voz <strong>de</strong>l<br />
superinten<strong>de</strong>nte.<br />
Así fue que le alargó la mano.<br />
-Os creo -dijo.<br />
Fouquet tomó la mano que le alargaba<br />
la joven.<br />
-Entonces -añadió-, ¿no tendréis inconveniente<br />
en <strong>de</strong>volverme esa <strong>de</strong>sdichada carta?
-¿Cuál? -preguntó La Valliére. Fouquet<br />
volvió a examinarla, como había hecho antes,<br />
con toda la penetración <strong>de</strong> su mirada.<br />
Igual ingenuidad <strong>de</strong> fisonomía, igual<br />
candor <strong>de</strong> semblante.<br />
-Ea, señorita -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella<br />
negativa-, me veo obligado a confesar que<br />
vuestro proce<strong>de</strong>r es el más <strong>de</strong>licado <strong>de</strong>l mundo,<br />
y no me tendría por hombre honrado si temiera<br />
algo <strong>de</strong> una joven tan generosa como vos.<br />
-En verdad, señor Fouquet -respondió<br />
La Valliére, con profundo sentimiento me veo<br />
precisada a repetiros que no acierto a compren<strong>de</strong>r<br />
vuestras palabras.<br />
-Pero, en fin, señorita, ¿no habéis recibido<br />
ninguna carta mía?<br />
-Ninguna, os lo aseguro -respondió con<br />
firmeza La Valliére.<br />
-Bien, eso me basta; y ahora, señorita,<br />
permitidme que os renueve la seguridad <strong>de</strong><br />
todo mi aprecio y respeto.
E, inclinándose, se retiró para ir a reunirse<br />
con Aramis, que le aguardaba en su casa,<br />
<strong>de</strong>jando a La Valliére con la duda <strong>de</strong> si se<br />
habría vuelto loco el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Qué tal? -preguntó Aramis, que esperaba<br />
a Fouquet con impaciencia-. ¿Habéis quedado<br />
satisfecho <strong>de</strong> da favorita?<br />
-Encantado -respondió Fouquet-: es mujer<br />
<strong>de</strong> talento y <strong>de</strong> corazón.<br />
-¿No se ha encontrado resentida?<br />
-Lejos <strong>de</strong> eso, ni aun ha dado a enten<strong>de</strong>r<br />
que comprendiese.<br />
-¿Que comprendiese qué?<br />
-Que yo le hubiese escrito.<br />
-Con todo, por fuerza habrá <strong>de</strong>bido<br />
compren<strong>de</strong>ros para <strong>de</strong>volveros<br />
la epístola, porque supongo que os la habrá<br />
<strong>de</strong>vuelto.<br />
-¡Ni pensarlo!<br />
-Por lo menos os habréis asegurado <strong>de</strong><br />
que la ha quemado.
-Mi querido señor <strong>de</strong> Herblay, hace una<br />
hora ya que estoy hablando a medias palabras,<br />
y por divertido que sea ese juego, comienza a<br />
cansarme. Oídme bien: la pequeña ha fingido<br />
no compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía, y ha negado que<br />
haya recibido carta alguna; por consiguiente, es<br />
claro que no ha podido ni <strong>de</strong>volvérmela ni<br />
quemarla.<br />
-¡Oh, oh! -dijo Aramis con inquietud-.<br />
¿Qué me <strong>de</strong>cís?<br />
-Digo que ha jurado formalmente no<br />
haber recibido carta alguna.<br />
-Pues no lo comprendo... ¿Y no habéis<br />
insistido?<br />
-He insistido hasta la impertinencia.<br />
-¿Y ha negado siempre?<br />
-Siempre.<br />
-¿Y no se ha <strong>de</strong>smentido ni una sola<br />
vez?<br />
-No.<br />
-¿Entonces, querido, le habéis <strong>de</strong>jado<br />
nuestra carta en sus manos?
lugar?<br />
-No ha habido otro remedio.<br />
-Pues es una gran falta.<br />
-¿Y qué diantres habríais hecho en mi<br />
-Verda<strong>de</strong>ramente, no se le podía obligar,<br />
pero es cosa que me inquieta: semejante<br />
carta no pue<strong>de</strong> quedar en sus manos.<br />
-¡Oh! Esa joven es generosa.<br />
-Si lo fuese os habría <strong>de</strong>vuelto la carta.<br />
-Os aseguro que es generosa; he leído en<br />
sus ojos, y me precio <strong>de</strong> tener algún conocimiento<br />
en eso.<br />
-Entonces, la creéis <strong>de</strong> buena fe.<br />
-Con todo mi corazón.<br />
-Pues yo entiendo que estamos en un<br />
error.<br />
-¿Cómo en un error?<br />
-Creo que, efectivamente, como ella os<br />
ha dicho, no ha recibido ninguna carta.<br />
-¡Cómo! ¿Ninguna carta?<br />
-Lo que digo.<br />
-Supondríais...
-Supongo que, por algún motivo que<br />
ignoramos, vuestro hombre no ha entregado la<br />
carta.<br />
Fouquet dio un golpe en el timbre.<br />
Un sirviente se presentó.<br />
-Que venga Tobías -dijo.<br />
Un momento <strong>de</strong>spués entraba un hombre<br />
<strong>de</strong> mirar inquieto, labios <strong>de</strong>lgados, brazos<br />
cortos y cargado <strong>de</strong> espaldas.<br />
Aramis clavó en él su mirada penetrante.<br />
-¿Me permitís que le interrogue yo<br />
mismo? -preguntó Aramis.<br />
-Hacedlo -dijo Fouquet.<br />
Aramis hizo un a<strong>de</strong>mán para dirigir la<br />
palabra al lacayo, pero se <strong>de</strong>tuvo.<br />
-No -dijo-, porque vería que dábamos<br />
<strong>de</strong>masiada importancia a sus respuestas; interrogadle<br />
vos; entretanto haré yo como que escribo.
Aramis se sentó en efecto a una mesa,<br />
con la espalda vuelta al lacayo, cuyos gestos y<br />
miradas examinaba en un espejo paralelo.<br />
-Ven aquí, Tobías -dijo Fouquet.<br />
<strong>El</strong> lacayo acercóse con paso bastante<br />
seguro.<br />
-¿Cómo has <strong>de</strong>sempeñado mi comisión?<br />
-le preguntó Fouquet.<br />
-Como siempre, monseñor -replicó Tobías.<br />
-Vamos a ver.<br />
-Penetré en el aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére, que estaba en misa, y puse el billete<br />
encima <strong>de</strong> su tocador. ¿No es eso lo que me<br />
encargasteis?<br />
-Sí; ¿y no ha habido más?<br />
-Nada más, monseñor.<br />
-¿No había nadie allí?<br />
-Absolutamente nadie.<br />
-¿Te ocultaste como te encargué?<br />
-Sí.<br />
-¿Volvió ella?
-Diez minutos <strong>de</strong>spués.<br />
-¿Y nadie pudo coger la carta?<br />
-Nadie, porque nadie entró.<br />
-De fuera, bien, pero, ¿y <strong>de</strong>l interior?<br />
-Des<strong>de</strong> el lugar en que estaba escondido<br />
podía ver hasta el fondo <strong>de</strong> la cámara.<br />
-Escucha -dijo Fouquet, mirando fijamente<br />
al lacayo-. Si esa carta ha ido casualmente<br />
a otro <strong>de</strong>stino, confiésalo; porque, sí se ha<br />
cometido algún error, lo pagarás con tu cabeza.<br />
Tobías se estremeció, pero se recobró al<br />
punto.<br />
-Monseñor -dijo-, he puesto la carta en<br />
el sitio que he dicho, y no pido más que media<br />
hora para probaron que la carta se halla en po<strong>de</strong>r<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o para traeros<br />
la carta misma.<br />
Aramis observaba con gran atención al<br />
lacayo.<br />
Fouquet no <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> él, pues<br />
aquel hombre le había servido bien por espacio<br />
<strong>de</strong> veinte años.
-Anda -dijo-; está bien; mas tráeme la<br />
prueba <strong>de</strong> lo que dices. <strong>El</strong> lacayo salió.<br />
-Veamos, ¿qué pensáis? -preguntó Fouquet<br />
a Aramis.<br />
-Pienso que es preciso, por un medio u<br />
otro, averiguar la verdad. La carta habrá llegado<br />
o no a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> La Valliére; en el primer<br />
caso, es necesario que La Valliére os la <strong>de</strong>vuelva,<br />
o que os dé la satisfacción <strong>de</strong> quemarla en<br />
vuestra presencia; en el segundo, es necesario<br />
recobrar la carta, aunque tengamos que gastar<br />
para ello un millón. ¿No es ése vuestro parecer?<br />
-Sí; pero, a <strong>de</strong>cir verdad, querido obispo,<br />
creo que exageráis la situación.<br />
-¡Qué ciego sois! -murmuró Aramis.<br />
-La Valliére, a quien tomamos por una<br />
política consumada, no es más que una coqueta<br />
que aguarda que yo le haga la corte, porque he<br />
principiado a hacérsela, y que habiéndose asegurado<br />
ya <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l rey, querrá tenerme<br />
sujeto con la carta. Nada encuentro en eso <strong>de</strong><br />
particular.
Aramis movió la cabeza.<br />
-¿No es ésa vuestra opinión? -preguntó<br />
Fouquet.<br />
-Esa mujer no es coqueta -dijo Aramis.<br />
-Permitidme <strong>de</strong>ciros...<br />
-¡Oh! Conozco a las mujeres coquetas -<br />
dijo Aramis.<br />
-¡Amigo mío, amigo mío!<br />
-¿Queréis <strong>de</strong>cir que ha transcurrido mucho<br />
tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hice mis estudios? No<br />
importa; las mujeres no varían.<br />
-Sí; pero los hombres cambian, y hoy día<br />
sois más suspicaz que en otro tiempo.<br />
Luego, echándose a reír:<br />
-Vamos a ver -dijo-; si La Valliére quiere<br />
darme una tercera parte <strong>de</strong> su amor, y al rey las<br />
otras dos terceras partes, ¿no encontraréis aceptable<br />
la condición?<br />
Aramis se levantó con impaciencia.<br />
-La Valliére -dijo- ni ha amado ni amará<br />
a nadie más que al rey.
-Pero, en último resultado -dijo Fouquet-,<br />
¿qué haríais vos?<br />
-Preguntadme mejor qué hubiera hecho.<br />
-Bien, ¿y qué habríais hecho.<br />
-En primer lugar, no hubiese <strong>de</strong>jado<br />
salir a ese hombre.<br />
-¿A Tobías?<br />
-¡Sí, a Tobías, que es un traidor!<br />
-¡Oh!<br />
-¡Estoy seguro! No le hubiera <strong>de</strong>jado<br />
salir sin que me hubiese dicho la verdad.<br />
-Aún es tiempo.<br />
-¿De veras?<br />
-Llamémosle, e interrogadle vos mismo.<br />
-¡Corriente!<br />
-Pero os aseguro que será inútil. Lo tengo<br />
hace veinte años, y jamás ha incurrido en<br />
torpeza alguna, lo cual -añadió riendo Fouquetno<br />
hubiera tenido nada <strong>de</strong> extraño.
-Llamadle, sin embargo. Creo haber<br />
visto esta mañana esa cara muy en conversación<br />
con uno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>?<br />
-Delante <strong>de</strong> las caballerizas.<br />
-¡Bah! Todos mis sirvientes están a matar<br />
con los <strong>de</strong> ese pedante.<br />
- Digo que le he visto, y su rostro, que<br />
me <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>sconocido cuando entró hace<br />
poco, me ha chocado <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>sagradable.<br />
-¿Por qué no <strong>de</strong>spegasteis los labios<br />
mientras permaneció aquí?<br />
-Porque en este momento es cuando veo<br />
claro en mis recuerdos.<br />
-¡Oh! -dijo Fouquet-. Empezáis a asustarme.<br />
Y dio un golpe en el timbre.<br />
-Quiera el Cielo que no sea tar<strong>de</strong> -dijo<br />
Aramis.<br />
Fouquet llamó otra vez. <strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong><br />
cámara ordinario se presentó.
-Pronto, que venga Tobías -or<strong>de</strong>nó Fouquet.<br />
<strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong> cámara volvió a cerrar la<br />
puerta.<br />
-Supongo que me dais carta blanca, ¿no?<br />
-Entera.<br />
-¿Puedo usar todos los medios para averiguar<br />
la verdad?<br />
-Sí.<br />
-¿Hasta la intimidación?<br />
-Os constituyo procurador general en<br />
mi lugar.<br />
Esperaros diez minutos, pero inútilmente.<br />
Fouquet, impaciente, llamó <strong>de</strong> nuevo en<br />
el timbre.<br />
-¡Tobías! -gritó.<br />
-Monseñor -dijo el criado-, le están buscando.<br />
-No <strong>de</strong>be estar lejos, pues no le he encargado<br />
ningún mensaje.<br />
-Voy a ver, monseñor.
Y el ayuda <strong>de</strong> cámara cerró la puerta.<br />
Entretanto se paseaba Aramis impaciente, pero<br />
en silencio, por el gabinete.<br />
Pasaron diez minutos más. Fouquet volvió a<br />
llamar <strong>de</strong> manera capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar a toda<br />
una necrópolis.<br />
<strong>El</strong> criado volvió bastante trémulo para<br />
hacer sospechar alguna mala noticia.<br />
-Monseñor <strong>de</strong>be <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer alguna<br />
equivocación -dijo antes <strong>de</strong> que Fouquet le preguntase-;<br />
por fuerza ha dado monseñor alguna<br />
comisión a Tobías, pues ha ido a las caballerizas,<br />
y ha ensillado por sí mismo el mejor corredor<br />
<strong>de</strong> monseñor.<br />
-¿Y qué?<br />
-Ha partido.<br />
-¡Se. fue! -exclamó Fouquet-. ¡Que corran<br />
tras él y me lo traigan!<br />
-¡Bah, bah! -dijo Aramis cogiéndole <strong>de</strong> la<br />
mano-. Un poco <strong>de</strong> calma, ya que el mal está<br />
hecho.<br />
-¿Cómo que está hecho el mal?
- Yo estaba cierto <strong>de</strong> ello. Ahora procuraremos<br />
evitar la alarma; calculemos el resultado<br />
<strong>de</strong>l golpe, y veamos <strong>de</strong> remediarlo, si es<br />
posible.<br />
-De todos modos-replicó Fouquet-, no<br />
creo el mal tan grave.<br />
-¿Os parece así? -dijo Aramis.<br />
-Sin duda. Es muy natural que un hombre<br />
escriba un billete amoroso a una mujer.<br />
-Un hombre, sí; un súbdito, no; especialmente<br />
cuando esa mujer es la que ama el<br />
rey.<br />
-Es que, amigo mío, el rey no amaba a<br />
La Valliére hace ocho días; no la amaba ayer, y<br />
la carta es <strong>de</strong> ayer. Era difícil que adivinara yo<br />
el amor <strong>de</strong>l rey cuando no existía ese amor.<br />
-Está bien -replicó Aramis-, pero, por<br />
<strong>de</strong>sgracia, la carta no estaba fechada. Eso es lo<br />
que me atormenta, sobre todo. ¡Ah! Si llevara<br />
fecha <strong>de</strong> ayer, no tendría el menor asomo <strong>de</strong><br />
inquietud por vos. Fouquet se encogió <strong>de</strong> hombros.
-¿Estoy por ventura en tutela -repuso-,<br />
hasta el punto <strong>de</strong> que el rey sea rey <strong>de</strong> mi cerebro<br />
y <strong>de</strong> mi carne?<br />
-Tenéis razón -dijo Aramis-; no <strong>de</strong>mos a<br />
las cosas más importancia <strong>de</strong> la que conviene;<br />
a<strong>de</strong>más... si nos vemos amenazados, medios<br />
tenemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa.<br />
-¡Amenazados! -exclamó Fouquet-. Supongo<br />
que no contaréis esa picadura <strong>de</strong> hormiga<br />
en el número <strong>de</strong> las amenazas que puedan<br />
comprometer mi fortuna y mi vida, ¿no es eso?<br />
-Cuidado, señor Fouquet, que la picadura<br />
<strong>de</strong> una hormiga pue<strong>de</strong> matar a un gigante, si<br />
la hormiga es venenosa.<br />
-Pero esa omnipotencia <strong>de</strong> que habláis,<br />
¿<strong>de</strong>sapareció ya?<br />
-No; soy omnipotente, pero no inmortal.<br />
-Veamos; lo que más urge por ahora es<br />
encontrar a Tobías. ¿No opináis lo mismo?<br />
-¡Oh! Fin cuanto a eso, no le hallaréis -<br />
dijo Aramis-; y si lo consi<strong>de</strong>ráis necesario, dadlo<br />
por perdido.
-Mas en alguna parte estará -dijo Fouquet.<br />
-Tenéis razón; <strong>de</strong>jadme obrar -respondió<br />
Aramis.<br />
V<br />
LAS CUATRO PROBABILIDADES DE MA-<br />
DAME<br />
Ana <strong>de</strong> Austria había suplicado a la<br />
reina que fuese a verla. Enferma hacía algún<br />
tiempo, y cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> su hermosura<br />
y <strong>de</strong> su juventud con aquella rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scenso que marca la <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> las mujeres<br />
que han luchado mucho, la reina Ana veía<br />
unirse al pa<strong>de</strong>cimiento físico el dolor <strong>de</strong> no<br />
figurar ya sino como recuerdo vivo en medio<br />
<strong>de</strong> los jóvenes ingenios y potentados <strong>de</strong> su corte.<br />
Las advertencias <strong>de</strong> su médico y las <strong>de</strong> su<br />
espejo la <strong>de</strong>sconsolaban mucho menos que los<br />
avisos inexorables <strong>de</strong> la sociedad <strong>de</strong> los corte-
sanos, que, semejantes a las ratas <strong>de</strong> los barcos,<br />
abandonan la cala don<strong>de</strong> va a penetrar el agua<br />
a causa <strong>de</strong> las averías <strong>de</strong>l tiempo.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria no se hallaba satisfecha<br />
con las horas que le consagraba su primogénito.<br />
<strong>El</strong> rey, buen hijo, pero con más afectación<br />
que cariño, <strong>de</strong>dicaba en un principio a su<br />
madre una hora por la mañana y otra por la<br />
noche; pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se encargó <strong>de</strong> los. asuntos<br />
<strong>de</strong>l Estado, las visitas <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong> la<br />
noche se redujeron sólo a media hora, y poco a<br />
poco quedó suprimida la <strong>de</strong> la mañana.<br />
Veíanse en misa, y hasta la visita nocturna<br />
era a veces reemplazada por una entrevista,<br />
bien en el aposento <strong>de</strong>l rey en tertulia, o<br />
bien en el <strong>de</strong> Madame, adon<strong>de</strong> corría gustosa la<br />
reina por miramiento a sus dos hijos.<br />
De ahí nacía el inmenso ascendiente <strong>de</strong><br />
Madame sobre la Corte, que hacía <strong>de</strong> su sala la<br />
verda<strong>de</strong>ra tertulia real.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria lo comprendió. Viéndose<br />
enferma y con<strong>de</strong>nada por sus pa<strong>de</strong>cimientos
a hacer una vida retirada, se <strong>de</strong>sconsoló al prever<br />
que la mayor parte <strong>de</strong> sus días y sus noches<br />
transcurrirían solitarios, inútiles, <strong>de</strong>sesperados.<br />
Recordaba con terror el aislamiento en<br />
que la tenía en otro tiempo el car<strong>de</strong>nal Richelieu;<br />
noches fatales e insoportables, en las cuales<br />
le quedaba, no obstante, todavía el consuelo<br />
<strong>de</strong> la juventud y <strong>de</strong> la belleza, que van siempre<br />
acompañadas <strong>de</strong> la esperanza.<br />
Entonces formó el proyecto <strong>de</strong> trasladar<br />
la Corte a su habitación y <strong>de</strong> atraer a Madame<br />
con su brillante escolta a la morada, triste ya y<br />
sombría, don<strong>de</strong> la que era viuda y madre <strong>de</strong> un<br />
rey <strong>de</strong> Francia se veía reducida a consolar <strong>de</strong> su<br />
viu<strong>de</strong>z anticipada a la esposa, siempre llorosa,<br />
<strong>de</strong> un rey <strong>de</strong> Francia.<br />
Ana reflexionó.<br />
Mucho había intrigado durante su vida.<br />
En los buenos tiempos, cuando su juvenil cabeza<br />
concebía proyectos siempre felices, tenía a su<br />
lado, para estimular su ambición y su amor,<br />
una amiga más ardiente y ambiciosa que ella
misma, una amiga que la había amado, cosa<br />
rara en la Corte, y que, por mezquinas consi<strong>de</strong>raciones,<br />
habían alejado <strong>de</strong> ella.<br />
Mas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años, si se exceptúan<br />
a las señoras <strong>de</strong> Motteville y la Molena,<br />
nodriza española, confi<strong>de</strong>nte suya por el doble<br />
carácter <strong>de</strong> compatriota y <strong>de</strong> mujer, ¿quién podía<br />
lisonjearse <strong>de</strong> haber dado un excelente consejo<br />
a la reina?<br />
¿Quién, asimismo, entre aquellas cabezas<br />
juveniles, podría recordarle el pasado, por<br />
el cual vivía solamente?<br />
Ana <strong>de</strong> Austria acordóse <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> Chevreuse, <strong>de</strong>sterrada primero, más bien<br />
por su voluntad que por la voluntad <strong>de</strong>l rey, y<br />
muerta <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>stierro siendo mujer <strong>de</strong><br />
un obscuro hidalgo.<br />
Se preguntó lo que en tal caso le habría<br />
aconsejado la señora <strong>de</strong> Chevreuse en otro<br />
tiempo, cuando estaban metidas en sus intrigas<br />
comunes; y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una seria meditación,<br />
le pareció que aquella mujer astuta, llena <strong>de</strong>
experiencia y sagacidad, le respondía con su<br />
tono irónico:<br />
-Toda esa juventud es pobre y ambiciosa.<br />
Necesita oro y rentas para alimentar sus<br />
placeres: sujetadla por medio <strong>de</strong>l interés.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria adoptó ese plan. Su bolsa<br />
estaba bien provista; disponía <strong>de</strong> una suma<br />
consi<strong>de</strong>rable que Mazarino había reunido para<br />
ella y<br />
colocado en sitio seguro. Poseía, a<strong>de</strong>más, las<br />
más hermosas pedrerías <strong>de</strong> Francia, especialmente<br />
unas perlas <strong>de</strong> tal magnitud, que hacían<br />
suspirar al rey cada vez que las veía, porque las<br />
perlas <strong>de</strong> su corona no eran más que granos <strong>de</strong><br />
mijo al lado <strong>de</strong> las otras.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria no tenía ya belleza ni<br />
encantos <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>r disponer. Se hizo rica y<br />
presentó como cebo a los que viniesen a hacerle<br />
la corte, ya buenos escudos que po<strong>de</strong>r ganar en<br />
el juego, ya buenos regalos hábilmente hechos<br />
los días <strong>de</strong> buen humor, así como algunas concesiones<br />
<strong>de</strong> rentas que solicitase <strong>de</strong>l rey, y que
se había <strong>de</strong>cidido a hacer para sostener su crédito.<br />
Des<strong>de</strong> luego ensayó este medio con<br />
Madame, cuya posesión era la que más tenía en<br />
estima <strong>de</strong> todas.<br />
Madame, no obstante la intrépida confianza<br />
<strong>de</strong> su carácter y <strong>de</strong> su juventud, se <strong>de</strong>jó<br />
llevar por completo, y, enriquecida paulatinamente<br />
con donativos y cesiones, fue tomando<br />
gusto a aquellas herencias anticipadas.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria empleó igual medio con<br />
Monsieur y con el rey mismo, y estableció loterías<br />
en su habitación.<br />
<strong>El</strong> día <strong>de</strong> que hablamos se trataba <strong>de</strong><br />
una reunión en el cuarto <strong>de</strong> la reina madre, y<br />
esta princesa rifaba dos brazaletes <strong>de</strong> hermosísimos<br />
brillantes y <strong>de</strong> un trabajo <strong>de</strong>licado.<br />
Los medallones eran unos camafeos<br />
antiguos <strong>de</strong>l mayor valor. Consi<strong>de</strong>rados como<br />
renta, no representaban los diamantes una cantidad<br />
consi<strong>de</strong>rable, pero la originalidad y rareza<br />
<strong>de</strong> aquel trabajo eran tales, que se <strong>de</strong>seaba
en la Corte, no sólo poseer, sino ver aquellos<br />
brazaletes en los brazos <strong>de</strong> la reina, y los días<br />
en que los llevaba puestos consi<strong>de</strong>rábase como<br />
un favor el ser admitido a admirarlos besándole<br />
las manos.<br />
Hasta los cortesanos habían dado rienda<br />
suelta a su imaginación para establecer el aforismo<br />
<strong>de</strong> que los brazaletes no habrían tenido<br />
precio si no les hubiera cabido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />
hallarse en contacto con unos brazos como los<br />
<strong>de</strong> la reina.<br />
Este cumplimiento había tenido el honor <strong>de</strong> ser<br />
traducido a todos los idiomas <strong>de</strong> Europa, y circulaban<br />
sobre el particular más <strong>de</strong> mil dísticos<br />
latinos y franceses.<br />
<strong>El</strong> día en que Ana <strong>de</strong> Austria se <strong>de</strong>cidió<br />
por la rifa, era un día <strong>de</strong>cisivo: hacía dos días<br />
que el rey no iba al cuarto <strong>de</strong> su madre.<br />
Madame estaba <strong>de</strong> mal humor <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
célebre escena <strong>de</strong> las dríadas y <strong>de</strong> las náya<strong>de</strong>s.<br />
<strong>El</strong> rey no estaba enojado, pero una distracción<br />
po<strong>de</strong>rosísima le tenía completamente
apartado <strong>de</strong>l torbellino y <strong>de</strong> las diversiones <strong>de</strong><br />
la Corte.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria llamó la atención <strong>de</strong> la<br />
concurrencia anunciando su proyectada rifa<br />
para la noche siguiente.<br />
Al efecto, quiso ver a la reina joven, a<br />
quien, como hemos dicho, había pedido una<br />
entrevista por la mañana.<br />
-Hija mía -le dijo-, tengo que anunciaros<br />
una buena nueva. <strong>El</strong> rey me ha dicho <strong>de</strong> vos las<br />
cosas más afectuosas. <strong>El</strong> rey es joven y fácil <strong>de</strong><br />
distraer; pero, en tanto que permanezcáis a mi<br />
lado, no se atreverá a separarse <strong>de</strong> vos, a quien<br />
por otra parte profesa el más vivo cariño. Esta<br />
noche hay rifa en mi habitación. ¿Vendréis?<br />
-Me han dicho -repuso la reina con cierto<br />
asomo <strong>de</strong> tímida reconvención- que Vuestra<br />
Majestad iba a rifar sus valiosos brazaletes,<br />
cuyo mérito es tal, que no hubiéramos <strong>de</strong>bido<br />
consentir que saliesen <strong>de</strong>l guardajoyas <strong>de</strong> la<br />
Corona, aun cuando no fuese más que porque<br />
os han pertenecido.
-Hija mía -dijo entonces Ana <strong>de</strong> Austria<br />
conociendo todo el pensamiento <strong>de</strong> su nuera y<br />
procurando consolarla <strong>de</strong> no haberle hecho<br />
aquel regalo-, era preciso atraer para siempre a<br />
mi tertulia a Madame.<br />
-¿A Madame? -murmuró ruborizándose<br />
la reina.<br />
-Sí, por cierto: ¿no os parece mejor tener<br />
en vuestro cuarto a una rival para vigilarla y<br />
dominarla, que saber que el rey está siempre en<br />
su cuarto dispuesto a galantearla y a <strong>de</strong>jarse<br />
galantear? Esa rifa es el cebo <strong>de</strong> que me valgo<br />
para ello. ¿Me lo censuráis todavía?<br />
-¡Oh, no! -murmuró María Teresa dando<br />
una mano con otra, con ese impulso propio <strong>de</strong><br />
la alegría española.<br />
-¿Ni sentiréis ya tampoco, querida mía,<br />
que no os haya dado esos brazaletes, como era<br />
mi intención?<br />
-¡Oh! ¡No, no, querida madre! ...<br />
-Pues bien, hija mía, tratad <strong>de</strong> poneros<br />
guapa, y que sea brillante nuestra tertulia:
cuanta más alegría manifestéis, pareceréis más<br />
encantadora y eclipsaréis a todas las damas en<br />
esplendor y dignidad.<br />
María Teresa se retiró entusiasmada.<br />
Una hora más tar<strong>de</strong> recibía Ana <strong>de</strong> Austria<br />
a Madame, y, llenándola <strong>de</strong> caricias:<br />
-¡Buenas noticias! -le dijo-. Al rey le ha<br />
agradado sobremanera la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> mi rifa.<br />
-Pues a mí no tanto, señora -repuso Madame-;<br />
ver unos brazaletes tan hermosos como<br />
ésos en otros brazos que los vuestros o los míos,<br />
es cosa a que no me puedo acostumbrar.<br />
-¡Vaya! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria ocultando<br />
bajo una sonrisa un agudo dolor que le acometió<br />
en aquel momento-. No toméis las cosas tan<br />
a pechos, ni vayáis a mirarlas por el lado peor.<br />
-Señora, la suerte es loca, y según me ha<br />
dicho, habéis puesto doscientos billetes.<br />
-Así es; pero no ignoráis que sólo ha <strong>de</strong><br />
haber un ganancioso.
-Indudablemente. Pero, ¿quién será?...<br />
¿Podéis <strong>de</strong>círmelo? -preguntó <strong>de</strong>sesperada<br />
Madame.<br />
-Ahora me recordáis que he tenido un<br />
sueño esta noche... ¡Oh! ¡Mis sueños son buenos!...<br />
¡Duermo tan poco!<br />
-¿Qué sueño?... ¿Estáis mala?<br />
-No -dijo la reina ahogando con una<br />
constancia admirable el tormento <strong>de</strong> otra punzada<br />
en el seno-. He soñado que le tocaban los<br />
brazaletes al rey.<br />
-¿Al rey?<br />
-Vais a preguntarme qué es lo que el rey<br />
pue<strong>de</strong> hacer con los brazaletes, ¿no es cierto?<br />
-Así es.<br />
-Y pensáis que sería una fortuna que el<br />
rey obtuviese los brazaletes..., porque entonces<br />
se vería obligado a regalarlos a alguien.<br />
-A vos, por ejemplo.<br />
-En cuyo caso los regalaré yo a mi vez,<br />
porque no iréis a suponer -dijo riendo la reinaque<br />
ponga esos brazaletes en rifa por gusto <strong>de</strong>
ganar, y sí sólo por regalarlos sin causar envidias.<br />
Pero si la suerte no quisiera sacarme <strong>de</strong>l<br />
apuro, entonces corregiré a la suerte, y ya tengo<br />
pensado a quién he <strong>de</strong> ofrecer los brazaletes.<br />
Estas palabras fueron pronunciadas con<br />
una sonrisa tan expresiva, que Madame <strong>de</strong>bió<br />
correspon<strong>de</strong>r a ella con un beso en señal <strong>de</strong><br />
gracias.<br />
-Pero -repuso Ana <strong>de</strong> Austria-, ¿no sabéis<br />
tan bien como yo que si el rey obtuviese los<br />
brazaletes no me los <strong>de</strong>volvería?<br />
-Entonces se los daría a la reina. No, por<br />
la misma razón que tiene para no <strong>de</strong>volvérmelos<br />
a mí, pues si hubiese querido dárselos a la<br />
reina, no tenía necesidad <strong>de</strong> valerme <strong>de</strong> él para<br />
hacerlo.<br />
Madame lanzó una mirada oblicua a los<br />
brazaletes, que resplan<strong>de</strong>cían en su estuche<br />
sobre una consola inmediata.<br />
-¡Qué hermosos son! Pero olvidamos -<br />
añadió- que el sueño <strong>de</strong> Vuestra Majestad no es<br />
más que un sueño.
-Mucho extrañaría -replicó Ana <strong>de</strong> Austria-<br />
que mi sueño me engañase, porque rara<br />
vez me ha sucedido.<br />
-Entonces, podéis ser profeta.<br />
-Ya os he dicho, hija mía, que casi nunca<br />
sueño; ¡pero es una coinci<strong>de</strong>ncia tan rara la <strong>de</strong><br />
ese sueño con mis i<strong>de</strong>as! ¡Se ajusta tan perfectamente<br />
a mis combinaciones!<br />
-¿Qué combinaciones?<br />
-Por ejemplo, la <strong>de</strong> que los brazaletes<br />
fuesen para vos.<br />
-Entonces no le tocarán al rey.<br />
-¡Oh! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-. No hay tanta<br />
distancia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Su Majestad al vuestro<br />
... a vos, que sois su hermana amada ... No<br />
hay tanta distancia, repito, que pueda <strong>de</strong>cirse<br />
que el sueño sea engañoso. Examinad y pensad<br />
bien las probabilida<strong>de</strong>s que tenéis a vuestro<br />
favor.<br />
-Veamos.<br />
-En primer lugar, la <strong>de</strong>l sueño. Si el rey<br />
gana, <strong>de</strong> seguro son para vos los brazaletes.
-Admito esa probabilidad.<br />
-Si la suerte os es propicia, entonces no<br />
hay que dudar que son vuestros ...<br />
-Naturalmente; también es admisible.<br />
-Luego si la suerte se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> por Monsieur.<br />
. .<br />
-¡Oh! -exclamó Madame prorrumpiendo<br />
en una carcajada-. Se los daría al caballero <strong>de</strong><br />
Lorena.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria se echó a reír como su<br />
nuera, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> tan buena gana, que le repitió<br />
el dolor y se puso lívida en medio <strong>de</strong> aquel<br />
acceso <strong>de</strong> hilaridad.<br />
-¿Qué tenéis? -dijo asustada Madame.<br />
-Nada, nada; el dolor <strong>de</strong> costado... He<br />
reído mucho... Estábamos en la cuarta probabilidad.<br />
-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />
-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />
-Perdonad, que no estoy excluida <strong>de</strong><br />
entrar en suerte, y, si me tocan los brazaletes,<br />
estáis segura <strong>de</strong> mí.
-¡Gracias, gracias! -exclamó Madame.<br />
-Espero que os consi<strong>de</strong>réis como favorecida,<br />
y que ahora empiece a tomar mi sueño a<br />
vuestros ojos aspecto <strong>de</strong> realidad.<br />
-Me dais realmente esperanza y confianza<br />
-dijo Madame-, y los brazaletes ganados<br />
<strong>de</strong> este modo serán mucho más valiosos para<br />
mí.<br />
-¿Conque hasta la noche? -¡Hasta la noche!<br />
Y ambas princesas se separaron. Ana <strong>de</strong><br />
Austria, <strong>de</strong>spués que se marchó su nuera, dijo<br />
entre sí, examinando los brazaletes:<br />
-Preciosos son, efectivamente, puesto<br />
que por ellos me conciliaré esta noche un corazón,<br />
al paso que habré adivinado un secreto.<br />
Y, volviendo luego hasta su <strong>de</strong>sierta<br />
alcoba:<br />
-¿Es <strong>de</strong> este modo como te habrías manejado<br />
tú, pobre Chevreuse? -dijo lanzando al<br />
aire su voz-. Sí, ¿no es verdad?
Y, con el eco <strong>de</strong> aquella invocación, se<br />
reanimó en ella, como un perfume <strong>de</strong> otro<br />
tiempo, toda su juventud, toda su loca imaginación,<br />
toda su felicidad.<br />
VI<br />
EL SORTEO<br />
A las ocho <strong>de</strong> la noche hallábanse todos<br />
reunidos con la reina madre. Ana <strong>de</strong> Austria,<br />
en traje <strong>de</strong> ceremonia y engalanada con los restos<br />
<strong>de</strong> su hermosura y todos los recursos que la<br />
coquetería pue<strong>de</strong> poner en manos hábiles, disimulaba,<br />
o procuraba más bien disimular, a la<br />
turba <strong>de</strong> jóvenes cortesanos que la ro<strong>de</strong>aban y<br />
admiraban todavía, merced a las combinaciones<br />
que <strong>de</strong>jamos expuestas en el capítulo anterior,<br />
los estragos ya visibles <strong>de</strong> aquella enfermedad<br />
que <strong>de</strong>bía llevarla al sepulcro algunos<br />
años <strong>de</strong>spués.<br />
Madame, casi tan coqueta como Ana <strong>de</strong><br />
Austria, y la reina, sencilla y natural como
siempre, estaban sentadas a sus lados y se disputaban<br />
sus agasajos.<br />
Las camaristas, reunidas en cuerpo <strong>de</strong><br />
ejército para resistir con más fuerza, y, <strong>de</strong> consiguiente,<br />
con mejor éxito, a los maliciosos dichos<br />
que los cortesanos les dirigían, prestábanse,<br />
como un batallón en cuadro, el mutuo<br />
auxilio <strong>de</strong> un buen ataque y <strong>de</strong> una buena <strong>de</strong>fensa.<br />
Montalais, hábil en semejante guerra <strong>de</strong><br />
tiradores, protegía toda la línea con el fuego<br />
incesante que dirigía contra el enemigo.<br />
Saint-Aignan, <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong>l rigor,<br />
insolente a fuerza <strong>de</strong> ser obstinado, <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> Tonnay-Charente, procuraba volverle la<br />
espalda; pero, vencido por el irresistible resplandor<br />
<strong>de</strong> los dos gran<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> la hermosura,<br />
volvía a cada paso a consagrar su <strong>de</strong>rrota<br />
con nuevas sumisiones, a las que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />
contestar la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente con<br />
nuevas impertinencias.
Saint-Aignan no sabía a qué santo encomendarse.<br />
La Valliére tenía, no una corte, sino un<br />
principio <strong>de</strong> cortesanos. Saint-Aignan, con la<br />
esperanza <strong>de</strong> a raerse por medio <strong>de</strong> su maniobra<br />
las miradas <strong>de</strong> Atenaida, fue a saludar a la<br />
joven con un respeto que a ciertos espíritus<br />
miopes les había hecho creer en la voluntad <strong>de</strong><br />
contrapesar a Atenaida con Luisa.<br />
Pero éstos eran solamente los que no<br />
habían visto ni oído referir la escena <strong>de</strong> la lluvia.<br />
Sólo que, como la mayoría estaba ya informada,<br />
y bien informada, su favor <strong>de</strong>clarado<br />
había atraído hacia ella a los más hábiles como<br />
a los más imbéciles <strong>de</strong> la Corte.<br />
Los primeros, porque <strong>de</strong>cían, unos como<br />
Montaige: "¡Qué sabemos!"; y otros, como<br />
Rabelais: "Pue<strong>de</strong> se?'.<br />
<strong>El</strong> mayor número siguió a aquéllos, como<br />
en las cacerías cinco o seis po<strong>de</strong>ncos hábiles<br />
siguen solos la pista <strong>de</strong> la presa, en tanto que el
esto <strong>de</strong> la traílla no sigue más que la pista <strong>de</strong><br />
los po<strong>de</strong>ncos.<br />
Las reinas y Madame examinaban los<br />
trajes <strong>de</strong> sus camaristas, así como los <strong>de</strong> otras<br />
damas, dignándose olvidar por un instante que<br />
eran reinas, para acordarse <strong>de</strong> que eran mujeres.<br />
Lo cual equivale a <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>strozaban<br />
sin piedad a las pobres víctimas.<br />
Las miradas <strong>de</strong> ambas princesas recayeron<br />
simultáneamente sobre La Valliére, la cual,<br />
según hemos dicho, se hallaba a la sazón ro<strong>de</strong>ada<br />
<strong>de</strong> mucha gente.<br />
Madame no tuvo piedad.<br />
-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo inclinándose<br />
hacia la reina madre-, si la suerte fuese justa,<br />
<strong>de</strong>bería favorecer a la pobre La Valliére.<br />
-Eso no es posible -repuso la reina madre,<br />
sonriendo.<br />
-¿Por qué?<br />
-No hay más que doscientos billetes, y<br />
no todos han podido ser puestos en lista.
-¿Conque no entra en suerte?<br />
-No.<br />
-¡Qué lástima! Pues hubiese podido ganarlos<br />
y ven<strong>de</strong>rlos. -¡Ven<strong>de</strong>rlos! -exclamó la<br />
reina. -Sí; con eso hubiera podido formarse una<br />
dote, y no se vería obligada a casarse sin llevar<br />
nada, como le suce<strong>de</strong>rá probablemente.<br />
-¡Oh! ¡Bah! ¡Pobre niña! -dijo la reina<br />
madre-. Pues qué, ¿no tiene vestidos?<br />
Y pronunció estas palabras como mujer<br />
que nunca ha podido saber lo que era medianía.<br />
-¡Caramba! Dios me perdone, pero me<br />
parece que trae el mismo vestido que llevaba<br />
esta mañana en el paseo, y que habrá podido<br />
conservar, gracias al cuidado que se tomó el rey<br />
<strong>de</strong> ponerla a cubierto <strong>de</strong> la lluvia.<br />
En el mismo instante en que pronunciaba<br />
Madame estas palabras, entraba el<br />
rey.<br />
Las dos princesas no hubieran advertido<br />
quizá esta llegada, tan ocupadas como se halla-
an en murmurar, si Madame no viera <strong>de</strong> pronto<br />
turbarse a La Valliére, <strong>de</strong> pie frente a la galería,<br />
y <strong>de</strong>cir algunas palabras a los cortesanos<br />
que la ro<strong>de</strong>aban, los cuales se apartaron al punto.<br />
Este movimiento hizo que Madame mirase<br />
hacia la puerta, mientras el capitán <strong>de</strong> los guardias<br />
anunciaba al rey.<br />
A aquel anuncio, La Valliére, que hasta<br />
entonces había tenido los ojos fijos en la galería,<br />
los bajó <strong>de</strong> pronto.<br />
<strong>El</strong> rey entró.<br />
Presentóse con una magnificencia llena<br />
<strong>de</strong> gusto, y conversaba con Monsieur y el duque<br />
<strong>de</strong> Roquelaure, los cuales iban, el primero a<br />
la <strong>de</strong>recha, y el segundo a la izquierda <strong>de</strong>l rey.<br />
<strong>El</strong> rey se a<strong>de</strong>lantó primero hacia las reinas,<br />
a quienes saludó con gracioso respeto.<br />
Cogió la mano <strong>de</strong> su madre, la besó, dirigió<br />
algunos cumplidos a Madame sobre la elegancia<br />
<strong>de</strong> su traje, y principió a dar la vuelta a la<br />
asamblea.
La Valliére fue saludada lo mismo que<br />
las <strong>de</strong>más.<br />
Luego volvió Su Majestad adon<strong>de</strong> estaban<br />
su madre y su mujer. Cuando los cortesanos<br />
notaron que el rey no había dirigido más<br />
que una frase trivial a aquella joven tan solicitada<br />
por la mañana, sacaron al momento una<br />
conclusión <strong>de</strong> aquella frialdad.<br />
La conclusión fue que el rey había atenido<br />
un capricho, pero que el capricho había<br />
pasado ya.<br />
Sin embargo, una cosa era <strong>de</strong> advertir, y<br />
es, que junto a La Valliére, y en el número <strong>de</strong><br />
los cortesanos, se hallaba el señor Fouquet, cuya<br />
respetuosa urbanidad servía <strong>de</strong> escudo a la<br />
joven en medio <strong>de</strong> las distintas emociones que<br />
la agitaban visiblemente.<br />
Disponíase el señor Fouquet a hablar<br />
más íntimamente con la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />
cuando se aproximó el señor Colbert, y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> hacer una reverencia a Fouquet con todas las<br />
reglas <strong>de</strong> la más respetuosa cortesanía, pareció
esuelto a instalarse al lado <strong>de</strong> La Valliére para<br />
trabar conversación con ella.<br />
Fouquet <strong>de</strong>jó al punto el puesto. Montalais<br />
y Malicorne <strong>de</strong>voraban con los ojos toda<br />
aquella maniobra y enviábanse mutuamente<br />
sus observaciones.<br />
Guiche, colocado en el hueco <strong>de</strong> una<br />
ventana, no veía más que a Madame. Mas como<br />
ésta, por su parte, fijaba con frecuencia su mirada<br />
en La Valliére; los ojos <strong>de</strong> Guiche, guiados<br />
por los <strong>de</strong> Madame, se encaminaban también<br />
alguna que otra vez hacia la joven.<br />
La Valliére sentía como por instinto que<br />
le abrumaba cada vez más el peso <strong>de</strong> todas<br />
aquellas miradas, cargadas unas <strong>de</strong> interés y<br />
otras <strong>de</strong> envidia; pero no tenía para compensar<br />
su pa<strong>de</strong>cimiento ni una palabra <strong>de</strong> interés <strong>de</strong><br />
parte <strong>de</strong> sus compañeras, ni una mirada amorosa<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
De manera que nadie podría <strong>de</strong>cir lo<br />
que pa<strong>de</strong>cía la pobre muchacha.
La reina madre hizo acercar entonces el velador<br />
don<strong>de</strong> estaban los billetes <strong>de</strong> la rifa, en numero<br />
<strong>de</strong> doscientos, y rogó a madame <strong>de</strong> Motteville<br />
que leyese la lista <strong>de</strong> los elegidos.<br />
Excusado es <strong>de</strong>cir que esa lista estaba<br />
formada con sujeción a las reglas <strong>de</strong> la etiqueta:<br />
primero figuraba el rey, luego la reina madre,<br />
la reina, Monsieur, Madame, y por este or<strong>de</strong>n<br />
los <strong>de</strong>más.<br />
Latían los corazones al escuchar aquella<br />
lectura. Bien habría trescientos convidados en<br />
la habitación <strong>de</strong> la reina. Cada cual se preguntaba<br />
si su nombre figuraría en el número <strong>de</strong> los<br />
privilegiados.<br />
<strong>El</strong> rey escuchaba con tanta atención como<br />
los <strong>de</strong>más. Pronunciado el último nombre,<br />
vio que La Valliére no estaba incluida en la lista.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, todos pudieron advertir<br />
aquella omisión.<br />
<strong>El</strong> rey se puso encendido, como siempre<br />
que sufría alguna contrariedad.
La Valliére, apacible y resignada, no<br />
manifestó la menor emoción. Durante toda la<br />
lectura no había el rey apartado <strong>de</strong> ella los ojos;<br />
la joven mostrábase en extremo complacida<br />
bajo aquella feliz influencia que sentía exten<strong>de</strong>rse<br />
en re<strong>de</strong>dor suyo, sin que su alegría y su<br />
pureza le permitieran abrigar en su alma y en<br />
su ánimo otro pensamiento que no fuese amor.<br />
<strong>El</strong> rey pagaba con la duración <strong>de</strong> su mirada<br />
aquella profunda abnegación, mostrando<br />
<strong>de</strong> este modo a su amante que comprendía toda<br />
la extensión y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ella.<br />
Cerrada la lista, todos los semblantes <strong>de</strong><br />
las mujeres omitidas u olvidadas no pudieron<br />
menos <strong>de</strong> manifestar su <strong>de</strong>scontento.<br />
Malicorne quedó olvidado también en el<br />
número <strong>de</strong> los hombres, y su gesto dijo claramente<br />
a Montalais, a quien le había cabido<br />
igual olvido:<br />
-¿Será cosa <strong>de</strong> que nos compongamos<br />
con la fortuna, <strong>de</strong> modo que no nos <strong>de</strong>je olvidados?
-¡Oh! ¡Sí tal! -respondió la sonrisa inteligente<br />
<strong>de</strong> la señorita Aura.<br />
Distribuyéronse los billetes entre todos<br />
los incluidos, por su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> numeración.<br />
<strong>El</strong> rey recibió primero el suyo, luego la<br />
reina madre, la reina, Monsieur, Madame, y así<br />
los otros.<br />
Entonces abrió Ana <strong>de</strong> Austria un saquito<br />
<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> España que contenía doscientos<br />
números grabados en otras tantas bolas <strong>de</strong> nácar,<br />
y lo presentó abierto a la más joven <strong>de</strong> sus<br />
camaristas, a fin <strong>de</strong> que sacase una bola.<br />
La ansiedad general, en medio <strong>de</strong> todos<br />
aquellos preparativos hechos lentamente, era<br />
más bien <strong>de</strong> codicia que <strong>de</strong> curiosidad.<br />
Saint-Aignan se inclinó al oído <strong>de</strong> la<br />
señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente:<br />
-Ya que cada uno <strong>de</strong> nosotros tiene su<br />
número, unamos nuestra suerte, señorita -le<br />
dijo-: Si gano, son para vos los brazaletes; si<br />
ganáis, me contentaré con una sola mirada <strong>de</strong><br />
vuestros encantadores ojos.
-No -repuso Atenaida-; si ganáis, serán<br />
vuestros los brazaletes. A cada cual lo suyo.<br />
-Sois inexorable -exclamó Saint-Aignan-,<br />
y os contestaré con esta redondilla; Iris bella<br />
que a mis penas Os manifestáis esquiva . . .<br />
-¡Silencio! -dijo Atenaida-. Que vais a<br />
impedirme oír el número premiado.<br />
-¡Número uno! -gritó la joven que había<br />
sacado la bola <strong>de</strong> nácar <strong>de</strong>l saquito <strong>de</strong> piel <strong>de</strong><br />
España.<br />
-¡<strong>El</strong> rey! -exclamó la reina madre.<br />
-¡<strong>El</strong> rey ha ganado! -repitió la reina, gozosa.<br />
-¡Oh! ¡<strong>El</strong> rey! ¡Vuestro sueño! -exclamó<br />
Madame, gozosa también, acercándose al oído<br />
<strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria.<br />
<strong>El</strong> rey fue el único que no dio señal alguna<br />
<strong>de</strong> satisfacción. Únicamente dio gracias a<br />
la fortuna <strong>de</strong> lo que había hecho en su favor<br />
dirigiendo un ligero saludo a la joven que había<br />
sido elegida como mandataria <strong>de</strong> fugaz diosa.<br />
Luego, recibiendo <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria,
en medio <strong>de</strong> los murmullos codiciosos <strong>de</strong> toda<br />
la asamblea, el estuche que contenía los brazaletes:<br />
-¿Son realmente preciosos estos brazaletes?<br />
-preguntó.<br />
-Examinadlos -repuso Ana <strong>de</strong> Austria- y<br />
juzgad por vos mismo.<br />
<strong>El</strong> rey los miró atentamente.<br />
-Sí -dijo-. ¡Admirable es, en efecto, este<br />
medallón! ¡Qué bien acabado!<br />
- Sí que lo está -añadió Madame.<br />
La reina María Teresa conoció fácilmente,<br />
y a la primera ojeada, que el rey no le ofrecería<br />
los brazaletes, pero, como tampoco parecía<br />
pensar siquiera en ofrecerlos a Madame, se dio<br />
por satisfecha, o poco menos.<br />
<strong>El</strong> rey tomó asiento.<br />
Los cortesanos que gozaban <strong>de</strong> mayor<br />
familiaridad vinieron entonces sucesivamente a<br />
admirar <strong>de</strong> cerca la alhaja, que muy luego, con<br />
la venia <strong>de</strong>l rey, fue pasando <strong>de</strong> mano en mano.
Seguidamente, todos, entendidos o no,<br />
lanzaron exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa y abrumarán<br />
al rey a felicitaciones.<br />
Había motivo, en efecto, para que todo<br />
el mundo admirase, unos los diamantes, otros<br />
el grabado.<br />
Las damas mostraban patentemente su<br />
impaciencia por ver aquel tesoro monopolizado<br />
por los caballeros.<br />
-Señores, señores -dijo el rey, a quien<br />
nada pasaba inadvertido-; nadie diría sino que<br />
lleváis brazaletes como los sabinos; <strong>de</strong>jad que<br />
los vean las damas, que me parece son en este<br />
punto más inteligentes que vosotros.<br />
Semejantes palabras le parecieron a Madame<br />
el principio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión que se esperaba.<br />
Leía , a<strong>de</strong>más, esa bienhadada creencia<br />
en los ojos <strong>de</strong> la reina madre.<br />
<strong>El</strong> cortesano que los tenía en el instante<br />
<strong>de</strong> lanzar el rey aquella observación en medio<br />
<strong>de</strong> la agitación general, se apresuró a poner los
azaletes en manos <strong>de</strong> la reina María Teresa, la<br />
cual, sabiendo que no le estaban <strong>de</strong>stinados, los<br />
miró muy por encima y los pasó a manos <strong>de</strong><br />
Madame.<br />
Esta, y, más -particularmente todavía,<br />
Monsieur, fijó en los brazaletes una <strong>de</strong>tenida<br />
mirada <strong>de</strong> codicia.<br />
Luego pasó la alhaja a las damas inmediatas,<br />
pronunciando una sola palabra, pero<br />
con acento que equivalía a una larga frase:<br />
-¡Magníficos!<br />
Las damas que recibieron los brazaletes<br />
<strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Madame emplearon el tiempo que<br />
les pareció conveniente en examinarlos, y en<br />
seguida los hicieron circular por su <strong>de</strong>recha.<br />
Mientras tanto conversaba el rey tranquilamente<br />
con Guiche y Fouquet. Dejaba<br />
hablar, más bien que escuchaba.<br />
Acostumbrados a 'ciertos giros <strong>de</strong> frases,<br />
su oído, como el <strong>de</strong> todos los hombres que<br />
ejercen sobre otros una superioridad incontestable,<br />
no recogía <strong>de</strong> los discursos pronunciados
en torno suyo más que la palabra indispensable<br />
que merece una contestación.<br />
En cuanto a su atención, estaba en otra<br />
parte. Vagaba con sus ojos. La señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente<br />
era la última <strong>de</strong> las damas inscritas<br />
para los billetes, y, como si hubiera tomado<br />
jerarquía según su inscripción, no tenía <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> ella más que a Montalais y a La Valliére.<br />
Al llegar los brazaletes a estas últimas,<br />
nadie pareció hacer alto en ello.<br />
La humildad <strong>de</strong> las manos en que momentáneamente<br />
estaban aquellas joyas, les quitaba<br />
toda su importancia.<br />
Lo cual no impidió, sin embargo, que a<br />
Montalais le brincase el corazón <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong><br />
envidia y <strong>de</strong> codicia a la vista <strong>de</strong>. aquellas hermosas<br />
piedras, más todavía que por aquel exquisito<br />
trabajo.<br />
Era indudable que si a Montalais le<br />
hubiesen dado a elegir entre el valor pecuniario
y la belleza artística, habría preferido sin titubear<br />
los diamantes a los camafeos.<br />
De suerte que le costó gran trabajo<br />
hacerlos pasar a manos <strong>de</strong> su compañera La<br />
Valliére.<br />
La Valliére fijó en las alhajas una mirada<br />
casi indiferente.<br />
-¡Oh! ¡Qué preciosos son estos brazaletes<br />
y qué magníficos! -exclamó Montalais-. ¿Y<br />
no te extasías en ellos, Luisa? ¿Has <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
ser mujer?<br />
-No -respondió la joven con un tono <strong>de</strong><br />
encantadora melancolía-. ¿A qué <strong>de</strong>sear lo que<br />
no pue<strong>de</strong> pertenecernos?<br />
<strong>El</strong> rey, con la cabeza inclinada hacia<br />
a<strong>de</strong>lante, escuchaba lo que la joven iba a <strong>de</strong>cir.<br />
Apenas la vibración <strong>de</strong> aquella voz llegó<br />
a herir su oído, se levantó lleno <strong>de</strong> satisfacción,<br />
y, atravesando todo el círculo para ir adon<strong>de</strong><br />
estaba La Valliére:
-Os equivocáis, señorita -dijo-; sois mujer,<br />
y toda mujer tiene <strong>de</strong>recho a las alhajas <strong>de</strong><br />
mujer.<br />
-¡Oh! -exclamó La Valliére-. ¿Vuestra<br />
Majestad no quiere creer en m¡ mo<strong>de</strong>stia?<br />
-Creo, señorita, que tenéis todas las virtu<strong>de</strong>s,<br />
tanto la franqueza como las <strong>de</strong>más; por<br />
consiguiente, os conjuro que digáis francamente<br />
lo que pensáis <strong>de</strong> estos brazaletes.<br />
-Que son tan hermosos, Majestad, que<br />
sólo pue<strong>de</strong>n ser ofrecidos a una reina.<br />
-Celebro mucho que sea ésa vuestra<br />
opinión, señorita; los brazaletes son vuestros, y<br />
el rey os ruega que los aceptéis.<br />
Y como La Valliére, con un movimiento<br />
parecido al espanto, alargase vivamente el estuche<br />
al rey, el rey rechazó dulcemente con su<br />
mano la mano trémula <strong>de</strong> La Valliére.<br />
Un silencio <strong>de</strong> sorpresa, más fúnebre<br />
aún que un silencio sepulcral, reinaba en toda<br />
la asamblea Y, sin . embargo, por el lado don<strong>de</strong>
estaban las reinas, nadie había oído lo que el<br />
rey dijera, ni comprendido lo que había hecho.<br />
Una caritativa amiga se encargó <strong>de</strong> esparcir<br />
la noticia. Fue la señorita <strong>de</strong> Tonnay-<br />
Charente, a quien Madame había hecho seña<br />
que se aproximase.<br />
-¡Dios mío! -exclamó Tonnay-Charente-.<br />
¡Qué afortunada es esa La Valliére! ¡<strong>El</strong> rey le ha<br />
regalado los brazaletes!<br />
Madame se mordió los labios con tal<br />
coraje, que la sangre brotó en la superficie <strong>de</strong> la<br />
piel.<br />
La reina joven miraba sucesivamente a<br />
La Valliére y a Madame, y se echó a reír.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria apoyó su barba en su<br />
hermosa y blanca mano, y permaneció largo<br />
rato absorta por una sospecha que le roía el<br />
ánimo, y por un dolor terrible que le roía el<br />
corazón.<br />
Guiche, viendo pali<strong>de</strong>cer a Madame,<br />
adivinando la causa <strong>de</strong> aquella pali<strong>de</strong>z, aban-
donó precipitadamente la asamblea y <strong>de</strong>sapareció.<br />
Malicorne pudo <strong>de</strong>slizarse entonces<br />
hasta don<strong>de</strong> se hallaba Montalais, y, a favor <strong>de</strong>l<br />
tumulto general <strong>de</strong> las conversaciones:<br />
-Aura -le dijo-, tienes cerca <strong>de</strong> ti nuestra<br />
fortuna y nuestro porvenir.<br />
-Sí -contestó aquélla.<br />
Y abrazó tiernamente a La Valliére, a<br />
quien en su interior estaba tentada <strong>de</strong> estrangular.<br />
V<strong>II</strong><br />
MALAGA<br />
Durante todo aquel largo y violento<br />
<strong>de</strong>bate entre- las ambiciones <strong>de</strong> la Corte y los<br />
amores <strong>de</strong>l corazón, uno <strong>de</strong> nuestros personajes,<br />
el que menos <strong>de</strong>satendido <strong>de</strong>bía ser tal vez,<br />
se hallaba olvidado completamente y reducido<br />
a una posición poco lisonjera.<br />
En efecto, Artagnan, Artagnan, porque<br />
es preciso llamarle por su nombre para que se
ecuer<strong>de</strong> que ha existido. Artagnan no tenía nada<br />
que hacer en aquel mundo brillante y frívolo.<br />
Después <strong>de</strong> haber seguido al rey a Fontainebleau,<br />
y <strong>de</strong> haber visto todas las diversiones<br />
pastoriles y todos los disfraces cómico-heroicos<br />
<strong>de</strong> su soberano, el mosquetero había llegado a<br />
persuadirse <strong>de</strong> que aquello no bastaba a tenerle<br />
satisfecho.<br />
Acometido a cada paso por personas<br />
que le <strong>de</strong>cían:<br />
-¿Cómo os parece que me cae este traje,<br />
señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />
Les respondía con su voz placentera y<br />
socarrona:<br />
-Os hallo tan bien vestido como el mono<br />
más hermoso <strong>de</strong> la feria <strong>de</strong> San Lorenzo.<br />
Era éste uno <strong>de</strong> aquellos cumplimientos<br />
que acostumbraba a hacer Artagnan cuando no<br />
quería hacer otro: <strong>de</strong> consiguiente, no había<br />
más remedio que contentarse con él <strong>de</strong> grado o<br />
por fuerza.<br />
Y cuando le preguntaban:
-Señor Artagnan, ¿cómo os vestís esta<br />
noche?<br />
Respondía:<br />
-Lo que haré será <strong>de</strong>snudarme. Lo cual<br />
hacía reír hasta a las damas.<br />
Pero <strong>de</strong>spués que el mosquetero pasó<br />
dos días <strong>de</strong> aquel modo, y conoció que ningún<br />
asunto serio se ventilaba, y que el rey había<br />
olvidado o parecía haber olvidado completamente<br />
a París, Saint-Mandé y Belle-Isle;<br />
que el señor Colbert soñaba con morteretes y<br />
fuegos artificiales; Que las damas tenían un<br />
mes, por lo menos, para dar y recibir miradas;<br />
Artagnan solicitó al rey una licencia para asuntos<br />
<strong>de</strong> familia. En el momento en que Artagnan<br />
hacía aquella petición, el rey se acostaba, cansado<br />
<strong>de</strong> tanto bailar.<br />
-¿Conque queréis <strong>de</strong>jarme, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan? -preguntó con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />
Luis XIV no llegaba a compren<strong>de</strong>r nunca<br />
que se separase nadie <strong>de</strong> su lado cuando
podía tener el insigne honor <strong>de</strong> permanecer<br />
cerca <strong>de</strong> su persona.<br />
-Señor -dijo Artagnan-, os <strong>de</strong>jo porque<br />
no os sirvo <strong>de</strong> nada. Si al menos pudiera tener<br />
yo el balancín mientras vos bailáis, entonces<br />
sería otra cosa.<br />
-¿No sabéis, mi apreciado señor <strong>de</strong> Artagnan<br />
-replicó gravemente el rey-, que se baila<br />
sin balancín?<br />
-¡Ah! -repuso el mosquetero sin <strong>de</strong>jar su<br />
imperceptible ironía-. No lo sabía, en efecto.<br />
-¿No me habéis visto bailar? -preguntó<br />
el rey.<br />
-Sí, más creo que las dificulta<strong>de</strong>s irían<br />
en aumento. Me he engañado; razón <strong>de</strong> más<br />
para retirarme. Señor, lo siento; pero Vuestra<br />
Majestad no necesita <strong>de</strong> mí, y <strong>de</strong>más, si me necesitase,<br />
ya sabría dón<strong>de</strong> hallarme.<br />
Está bien -dijo el rey. Y le concedió la<br />
licencia.<br />
o buscaremos, pues, a Artagnan en Fontainebleau,<br />
porque sería cosa inútil; pero, con la
venia <strong>de</strong> nuestros lectores, lo hallaremos en la<br />
calle <strong>de</strong> los Lombardos, en "<strong>El</strong> Pilón <strong>de</strong> Oro", en<br />
casa <strong>de</strong> nuestro distinguido amigo Planchet.<br />
Son las ocho <strong>de</strong> la noche, hace calor, y<br />
sólo se ve abierta una ventana en un cuarto<br />
entresuelo.<br />
Un olor <strong>de</strong> especias, unido al olor menos<br />
exótico <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> la calle, subía a las<br />
narices <strong>de</strong>l mosquetero.<br />
Artagnan, recostado en un sillón <strong>de</strong> respaldo<br />
plano, con las piernas no estiradas, sino<br />
colocadas sobre un escabel, formaba el ángulo<br />
más obtuso que pue<strong>de</strong> suponerse.<br />
Sus ojos, tan astutos y movibles ordinariamente,<br />
estaban fijos y casi velados, y habían<br />
tomado por punto <strong>de</strong> mira invariable el trocito<br />
<strong>de</strong> cielo azul que se ve <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sgarrones<br />
<strong>de</strong> las chimeneas, porción justa y precisa <strong>de</strong><br />
azul que se necesitaría para remendar uno <strong>de</strong><br />
los sacos <strong>de</strong> lentejas o <strong>de</strong> judías que formaban<br />
el principal mueblaje <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l piso bajo.
Así tendido, así abismado en sus observaciones<br />
ultrafenestrales, no era ya el hombre<br />
<strong>de</strong> guerra ni el oficial <strong>de</strong> Palacio, sino un pechero<br />
bostezando entre la comida y la cena, y entre<br />
la cena y la hora <strong>de</strong> acostarse; uno <strong>de</strong> esos cerebros<br />
osificados, que no tienen sitito para la menor<br />
i<strong>de</strong>a, merced a la tenacidad con que la materia<br />
acecha en los puestos <strong>de</strong> la inteligencia, y<br />
vigila el contrabando que pudiera hacerse, introduciendo<br />
en el cerebro un síntoma <strong>de</strong> pensamiento.<br />
Hemos dicho que era <strong>de</strong> noche; las tiendas<br />
se iban iluminando, al paso que se cerraban<br />
las ventanas <strong>de</strong> los cuartos superiores; una patrulla<br />
<strong>de</strong> la ronda <strong>de</strong>jaba oír el ruido <strong>de</strong>sigual<br />
<strong>de</strong> sus pasos.<br />
Artagnan continuaba sin oír cosa alguna<br />
ni divisar más que el trocito azul <strong>de</strong> su cielo.<br />
A dos pasos <strong>de</strong> él, enteramente en la<br />
sombra, se hallaba acostado Planchet sobre un<br />
saco <strong>de</strong> maíz, con el vientre sobre el saco y los
azos bajo la barba, mirando a Artagnan pensar,<br />
soñar o dormir con los ojos abiertos.<br />
La observación duraba ya largo tiempo.<br />
Planchet principió por hacer:<br />
-¡Hum! ¡Hum!<br />
Artagnan no se movió.<br />
Planchet conoció entonces que era necesario<br />
apelar a un medio más eficaz, y, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> maduras reflexiones, lo que halló más ingenioso<br />
en las circunstancias <strong>de</strong>l momento fue<br />
<strong>de</strong>jarse rodar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el saco al suelo, murmurando<br />
contra él mismo la palabra:<br />
-¡Imbécil!<br />
Pero, a pesar <strong>de</strong>l ruido ocasionado por<br />
la caída <strong>de</strong> Planchet, Artagnan, que en el transcurso<br />
<strong>de</strong> su vida había oído ruidos mucho más<br />
extraños, no hizo el menor caso <strong>de</strong> aquél.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, una enorme carreta, cargada<br />
dé piedras, <strong>de</strong>sembocaba por la calle <strong>de</strong><br />
Saint-Médéric y embebía en el ruido <strong>de</strong> sus<br />
ruedas el ruido <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> Planchet.
Sin embargo, éste creyó ver sonreírse<br />
imperceptiblemente a Artagnan como en señal<br />
<strong>de</strong> aprobación tácita a la palabra imbécil.<br />
Por lo que, haciéndole cobrar algún<br />
ánimo, se aventuró á <strong>de</strong>cir:<br />
-¿Dormís acaso, señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />
-No, Planchet; ni siquiera duermo -<br />
respondió el mosquetero.<br />
-Mucho siento -dijo Planchet- haber oído<br />
la palabra siquiera.<br />
-¿Y por qué? ¿No es palabra inteligible?<br />
-Sí tal, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¿Pues qué?<br />
-Es que esa palabra me aflige.<br />
-Desarróllame tu aflicción, Planchet -<br />
dijo Artagnan.<br />
-Si no dormís siquiera, según vuestra<br />
expresión, tanto vale a no tener el consuelo <strong>de</strong><br />
dormir. O mejor, es como si dijerais en otros<br />
términos: "Planchet, me aburro hasta no po<strong>de</strong>r<br />
más."
-Planchet, ya sabes que no me aburro<br />
jamás.<br />
-Excepto hoy, ayer y anteayer.<br />
-¡Bah!<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan, hace ocho días que<br />
habéis venido <strong>de</strong> Fontainebleau; hace ocho días<br />
que no tenéis nada que or<strong>de</strong>nar, ni podéis hacer<br />
maniobrar a vuestra compañía. Os falta el ruido<br />
<strong>de</strong> los mosquetes, <strong>de</strong> los tambores y <strong>de</strong> todo el<br />
aparato real; y yo, que también he llevado<br />
mosquete, sé perfectamente lo que es eso.<br />
-Planchet -respondió Artagnan-; te aseguro<br />
que no me aburro lo más mínimo.<br />
-Entonces, ¿qué hacéis ahí echado como<br />
un muerto?<br />
-Amigo Planchet, en el sitio <strong>de</strong> La Rochela,<br />
cuando yo permanecía allí, cuando tú<br />
estabas, cuando estábamos nosotros, en fin,<br />
había un árabe que tenía adquirida cierta celebridad<br />
por la <strong>de</strong>streza con que apuntaba las<br />
culebrinas. Era un mozo <strong>de</strong> talento, aunque <strong>de</strong><br />
color extraño, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> aceituna. Pues bien,
ese árabe, luego que había comido o trabajado,<br />
se tumbaba como yo lo estoy en este momento,<br />
y fumaba ciertas hojas mágicas en un gran tubo<br />
con boquilla <strong>de</strong> ámbar, y si acertaba a pasar<br />
algún jefe y le echaba en cara que estuviese<br />
durmiendo siempre, le respondía tranquilamente:<br />
"Más vale estar sentado que <strong>de</strong> pie,<br />
acostado que sentado, muerto que acostado."<br />
-Ese árabe era tan lúgubre por su valor<br />
como por sus sentencias -dijo Planchet-; me<br />
acuerdo <strong>de</strong> él muy bien, y también <strong>de</strong> que cortaba<br />
cabezas <strong>de</strong> protestantes con mucha satisfacción.<br />
-Precisamente; y por cierto que las embalsamaba<br />
cuando valían la pena.<br />
-Sí, y cuando se hallaba en esa operación,<br />
con todas sus hierbas y todas sus gran<strong>de</strong>s<br />
plantas, tenía las trazas <strong>de</strong> un cestero haciendo<br />
azafates.<br />
-Sí, Planchet; así era en efecto.<br />
-¡Oh! También yo tengo memoria.
-Lo creo; más, ¿qué me dices <strong>de</strong> su razonamiento?<br />
-Señor, lo encuentro exacto en parte,<br />
pero estúpido en otra.<br />
-Explícate, Planchet, explícate. -Pues<br />
bien, señor, en efecto, más vale estar sentado<br />
que <strong>de</strong> pie; eso es incontestable, sobre todo<br />
cuando se halla uno fatigado, en ciertas circunstancias...<br />
(y Planchet sonrió con aire picaresco).<br />
Más vale estar acostado que sentado; pero, en<br />
cuanto a la última proposición <strong>de</strong> que más vale<br />
estar muerto que acostado, <strong>de</strong>claro que la encuentro<br />
absurda; que mi preferencia absoluta<br />
está por la cama, ' y que, si no sois vos <strong>de</strong> mi<br />
opinión, es porque, como he tenido el honor <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>ciros hace poco, os aburrís soberanamente.<br />
-Planchet, ¿conoces al señor <strong>de</strong> La Fontaine?<br />
-¿<strong>El</strong> farmacéutico <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la<br />
calle Saint-Médéric?<br />
-No, el fabulista.
-¡Ah! Maese Cuervo. -Exactamente; pues<br />
bien, yo soy su liebre.<br />
-¿Tiene también una liebre?<br />
-Y toda especie <strong>de</strong> animales.<br />
-¿Y qué hace su liebre?<br />
-Piensa.<br />
-¡Ah!<br />
-Planchet ,yo soy como la liebre <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> La Fontaine, y pienso.<br />
-¿Conque piensa ? -preguntó inquieto<br />
Planchet.<br />
-Sí, Planchet; tu habitación es bastante<br />
triste para inclinar a uno a la meditación; me p<br />
que no podrás menos <strong>de</strong> convenir en ello.<br />
Sin embargo, tenéis vistas a la calle.<br />
-¡Pardiez! Hay que ver lo recreativo que<br />
es, ¿eh?<br />
-No por eso es menos cierto, señor, que<br />
si habitáis la parte <strong>de</strong> atrás os aburriríais<br />
igualmente... No, quiero <strong>de</strong>cir que pensaríais<br />
más todavía.<br />
-No lo sé, a fe mía. Planchet.
-Si a lo menos -repuso el abacero- fuesen<br />
vuestros pensamientos <strong>de</strong> la especie <strong>de</strong>l que os<br />
condujo a la restauración <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>.<br />
Y Planchet hizo asomar a sus labios una<br />
sonrisita que no carecía <strong>de</strong> significación.<br />
-¡Hola, hola! ¿Eres ambicioso, Planchet?<br />
-¿No hay por ahí algún otro rey a quien<br />
restaurar, señor <strong>de</strong> Artagnan, u otro Monk a<br />
quien meter en algún cajón?<br />
-No, mi querido Planchet, todos los reyes<br />
están en sus tronos... quizá no tan bien como<br />
yo en esta silla, pero al fin mantiénense en<br />
ellos.<br />
Y Artagnan exhaló un suspiro.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo Planchet-, me<br />
estáis dando pena.<br />
-Tienes excelente corazón, Planchet.<br />
-¡Una sospecha me asalta, Dios me perdone!<br />
-¿Cuál?<br />
-Que os vais poniendo flaco, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan.
-¡Oh! -murmuró Artagnan dándose una<br />
puñada en el tórax, que resonó como una coraza<br />
hueca-; no pue<strong>de</strong> ser, Planchet.<br />
-Es que -dijo Planchet con efusión- si<br />
enflaquecieseis en mi casa...<br />
-¿Qué?<br />
-Sería capaz <strong>de</strong> cometer un atentado.<br />
-¿Cómo?<br />
-Sí.<br />
-Veamos: ¿qué harías?<br />
-Buscar al que es causa <strong>de</strong> vuestra pena.<br />
-¿Conque tengo una pena?<br />
-Sí, una tenéis.<br />
-No, Planchet.<br />
-Os digo que sí. Tenéis una pena, y eso<br />
es lo que os pone flaco.<br />
-¿Estás cierto <strong>de</strong> que voy enflaqueciendo?<br />
-A ojos vistas... ¡Málaga! Si continuáis<br />
enflaqueciendo, cojo mi tizona y me voy a cortar<br />
la cabeza al señor <strong>de</strong> Herblay.
-¡Cómo! -dijo Artagnan dando un brinco<br />
en su silla-. ¿Qué estás diciendo, Planchet, ni<br />
qué tiene que ver con vuestra abacería el nombre<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay?<br />
-¡Bien, bien! Enojaos cuanto queráis,<br />
ofen<strong>de</strong>dme, si os agrada; pero ¡pardiez! que sé<br />
muy bien lo que me sé.<br />
Durante esta segunda salida <strong>de</strong> Planchet,<br />
se había colocado Artagnan <strong>de</strong> modo que<br />
no se le escapase una sola <strong>de</strong> las miradas <strong>de</strong><br />
aquél; es <strong>de</strong>cir, que se hallaba sentado, con las<br />
manos apoyadas sobre las rodillas y el cuello<br />
estirado en la dirección <strong>de</strong>l digno abacero.<br />
-Veamos -dijo-, explícate, y dime cómo<br />
has podido proferir semejante blasfemia. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Herblay, tu antiguo jefe, amigo mío,<br />
un eclesiástico, un mosquetero transformado en<br />
obispo... ¿Te atreverías a levantar tu acero contra<br />
él, Planchet?<br />
-Sería capaz <strong>de</strong> levantarlo contra mi<br />
padre, cuando os veo en ese estado.<br />
-¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, un gentilhombre!
-Poco me importa que sea un gentilhombre<br />
o no. Lo que sé es que os hace estar<br />
triste, y <strong>de</strong> estar triste se pone uno flaco. ¡Málaga!<br />
No quiero que el señor <strong>de</strong> Artagnan salga<br />
<strong>de</strong> mi casa más flaco que entró.<br />
-¿Y por qué me hace estar triste? Explícate.<br />
-Hace tres noches que tenéis pesadillas.<br />
-¿Yo?<br />
-Sí, y en ellas no hacéis más que repetir:<br />
"¡Aramis, solapado Aramis!"<br />
-¿Eso he dicho? -preguntó Artagnan.<br />
-Sí por cierto, a fe <strong>de</strong> Planchet.<br />
-Bien, ¿y qué? Ya sabes el proverbio que<br />
dice: "Quimeras son los sueños".<br />
-No, porque en estos tres días, siempre<br />
que habéis salido no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> preguntarme<br />
al volver: "¿Has visto al señor <strong>de</strong> Herblay?"<br />
O bien: "¿Has recibido alguna carta <strong>de</strong>l<br />
señor <strong>de</strong> Herblay para mí?"
-Pero creo que nada tenga <strong>de</strong> particular<br />
que me interese por ese querido amigo -dijo<br />
Artagnan.<br />
-Sí, por cierto, mas no hasta el punto <strong>de</strong><br />
enflaquecer.<br />
-Planchet, ya engordaré, te doy mi palabra<br />
<strong>de</strong> honor.<br />
-Bien, señor; la acepto, pues sé que<br />
cuando dais vuestra palabra, eso es sagrado...<br />
-No soñaré más con Aramis.<br />
-¡Muy bien!<br />
-No te preguntaré tampoco si hay carta<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay.<br />
-¡Perfectamente!<br />
-Pero vas a explicarme una cosa.<br />
-Hablad, señor.<br />
-Ya sabes que soy naturalmente observador.<br />
-Lo sé muy bien...<br />
-Y hace poco has pronunciado un juramento<br />
singular...
-Sí.<br />
-Que no te había oído jamás.<br />
-¿Malagá, queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Precisamente.<br />
-Es el juramento que empleo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
soy abacero.<br />
-Lo encuentro muy natural; ése es el<br />
nombre <strong>de</strong> unas pasas.<br />
-Es mi juramento <strong>de</strong> ferocidad; cuando<br />
llego a <strong>de</strong>cir ¡malagá!, ya no soy un hombre.<br />
-Pero es el caso que no te conocía ese<br />
juramento.<br />
-Así es, señor; me lo han dado. Y, al<br />
pronunciar Planchet estas palabras, guiñó el ojo<br />
con cierto aire <strong>de</strong> truhanería que llamó la atención<br />
<strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¡Je, je! -dijo.<br />
-¡Je, je! -repitió Planchet.<br />
-¡Hola, hola, señor Planchet!<br />
Qué diantre, señor! –dijo Planchet-. Yo<br />
no soy como vos, ni me paso la vida en pensar.<br />
-No haces bien.
-Quiero <strong>de</strong>cir, en aburrirme, señor: ya<br />
que la vida es corta, ¿por qué no aprovecharla?<br />
-Por lo que veo, eres filósofo epicúreo,<br />
Planchet.<br />
-¿Y por qué no? La mano está buena, y<br />
escribe y pesa azúcar y especias; el pie está seguro,<br />
se baila y se pasea; el estómago tiene<br />
dientes, se <strong>de</strong>vora y se digiere; el corazón no<br />
está aún muy encallecido... Pues bien, señor...<br />
-¿Qué? Veamos.<br />
-¡Ahí está!. . . -dijo el abacero restregándose<br />
las manos. Artagnan cruzó una pierna<br />
sobre otra.<br />
-Planchet, amigo mío -dijo-, ¿sabes que<br />
me <strong>de</strong>jas estupefacto <strong>de</strong> sorpresa?<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque te revelas a mí bajo un aspecto<br />
<strong>de</strong>l todo nuevo. Lisonjeado Planchet en alto<br />
grado, continuó restregándose las manos hasta<br />
arrancarse la epi<strong>de</strong>rmis.<br />
-¡Ah! ¡ah! -dijo-. ¿Creéis que porque sea<br />
un bestia, soy un imbécil?
-Bien, Planchet; eso ya es un razonamiento.<br />
-Seguid bien mi i<strong>de</strong>a, señor. Yo he dicho<br />
para mí -prosiguió Planchet-: sin placer, no hay<br />
felicidad sobre 1ª tierra.<br />
-¡Qué verdad es eso que has icho, Planchet!<br />
-interrumpió Artagnan.<br />
-Pues procurémonos, si no placer, por lo<br />
menos consuelos.<br />
-¿Y consigues consolarte?<br />
-Sí, por cierto.<br />
-¿Y a ver cómo?<br />
-Armándose <strong>de</strong> un broquel para ir a<br />
combatir el fastidio. Arreglo mi tiempo <strong>de</strong> paciencia,<br />
y la víspera, precisamente, <strong>de</strong>l día en<br />
que veo que voy a aburrirme, me divierto.<br />
-¿Y no es más difícil que eso?<br />
-No.<br />
-¿Y has hallado eso tú solo?<br />
-Yo solo.<br />
-¡Pues es prodigioso!<br />
-¿Qué os parece?
-Afirmo que tu filosofía no tiene igual<br />
en el mundo.<br />
-Entonces seguid mi ejemplo.<br />
-No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser tentador.<br />
-Haced lo que yo.<br />
-No <strong>de</strong>searía otra cosa; pero no todas las<br />
almas tienen un mismo temple, y quizá si tuviese<br />
que divertirme como tú, me aburriría terriblemente.<br />
-¡Bah! Probad.<br />
-Vamos a ver, ¿qué haces tú?<br />
-¿Habéis notado que suelo ausentarme<br />
<strong>de</strong> vez en cuando?<br />
-Sí.<br />
-¿Y <strong>de</strong> cierta manera?<br />
-Periódicamente.<br />
-Así es; ¿conque lo habéis notado?<br />
-Amigo Planchet, ya conocerás que<br />
cuando dos se están viendo todos los días, si<br />
uno <strong>de</strong> ellos se ausenta, le falta al otro. ¿No te<br />
falto yo a ti, cuando estoy en campaña?
-¡Inmensamente! Soy como cuerpo sin<br />
alma.<br />
-Esto supuesto, continuemos.<br />
-¿Y a qué épocas suelo ausentarme?<br />
-Los días 15 y 30 <strong>de</strong> cada mes.<br />
-¿Y estoy fuera?<br />
-Unas veces dos días, otras tres, otras<br />
cuatro... según.<br />
-¿Y qué suponéis que voy a hacer?<br />
-Compras.<br />
-Y al volver me encontráis con el semblante...<br />
-Muy satisfecho.<br />
-Ya veis que vos mismo <strong>de</strong>cís que vengo<br />
siempre satisfecho. ¿Y a qué habéis atribuido<br />
esa satisfacción?<br />
-A que marchaba bien tu comercio; a<br />
que las compras <strong>de</strong> arroz, <strong>de</strong> ciruelas, <strong>de</strong> cogucho,<br />
<strong>de</strong> peras en conserva y <strong>de</strong> melaza, te salían<br />
a pedir <strong>de</strong> boca. Tú has tenido siempre un carácter<br />
muy pintoresco, y así es que jamás he<br />
extrañado verte optar por ese ramo, que es uno
<strong>de</strong> los comercios más variados y más dulce al<br />
carácter, en cuanto a que casi todas las cosas<br />
que en él se manejan son naturales y aromáticas.<br />
-Perfectamente, señor; pero ¡qué equivocado<br />
estáis!<br />
-¡Yo equivocado¡ ¿En qué?<br />
-En creer que-voy cada quince días a<br />
compras o a ventas. ¡Oh señor! ¿Cómo diablos<br />
habéis podido figuraros semejante cosa? ¡Jo, jo,<br />
jo!<br />
Y Planchet comenzó a reír en términos<br />
<strong>de</strong> inspirar a Artagnan las dudas más injuriosas<br />
acerca <strong>de</strong> su propia inteligencia.<br />
-Declaro -dijo el mosquetero que no<br />
llegan a tanto mis alcances.<br />
-Así es, señor.<br />
-¿Cómo que así es?<br />
-Necesario es que así sea, cuando vos lo<br />
<strong>de</strong>cís; pero advertid que eso no os hace per<strong>de</strong>r<br />
nada en mi concepto.
-¡Vamos, no es poca fortuna! No, sois<br />
hombre <strong>de</strong> ingenio, y, cuando se trata <strong>de</strong> guerra,<br />
<strong>de</strong> táctica y <strong>de</strong> golpes <strong>de</strong> mano, ¡diantre!,<br />
los reyes valen muy poco a vuestro lado; mas<br />
en punto a <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>l alma, a regalos <strong>de</strong>l<br />
cuerpo, a dulzuras <strong>de</strong> la vida, no me habléis <strong>de</strong><br />
los hombres <strong>de</strong> genio, señor, porque son sus<br />
propios verdugos.<br />
-Querido Planchet -dijo Artagnan con<br />
viva curiosidad-; llegas a interesarme en el más<br />
alto grado.<br />
-A que os aburrís ahora menos que antes,<br />
¿no es verdad?<br />
-No me aburría; no obstante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
has empezado a hablarme, estoy más divertido.<br />
-Vamos, vamos, ¡excelente principio!<br />
Respondo <strong>de</strong> llegar a curaros.<br />
-No <strong>de</strong>seo otra cosa.<br />
-¿Queréis que haga la prueba?<br />
-Al instante.<br />
-Está bien. ¿Tenéis aquí caballos?<br />
-Sí; diez, veinte, treinta.
-No hay necesidad <strong>de</strong> tantos: con dos,<br />
basta.<br />
-Están a tu disposición, Planchet.<br />
-¡Bueno! Vendréis conmigo.<br />
-¿Cuándo?<br />
-Mañana.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>?<br />
-Esto es preguntar ya <strong>de</strong>masiado.<br />
-Sin embargo, no podrás menos <strong>de</strong> convenir<br />
en que es importante que sepa a dón<strong>de</strong><br />
voy.<br />
-¿Os agrada el campo?<br />
-Medianamente, Planchet.<br />
-Entonces, ¿preferís la ciudad?<br />
-Según y cómo.<br />
-Pues bien, os llevo a un sitio mitad ciudad,<br />
mitad campo.<br />
-Sea enhorabuena.<br />
-A un punto en que estoy seguro que os<br />
divertiréis.<br />
-Muy bien.
-¡Y cosa extraña! A un punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
habéis venido por aburriros en él.<br />
-¿Yo?<br />
-Terriblemente.<br />
-¿De modo que es a Fontainebleau<br />
adon<strong>de</strong> vas?<br />
-A Fontainebleau, sí, señor.<br />
-¿Tú a Fontainebleau?<br />
-Yo en persona.<br />
-¿Y qué vas a hacer allí, Dios santo?<br />
Planchet contestó a Artagnan con un<br />
guiño <strong>de</strong> malicia.<br />
-¿Tienes allí tierras, pícaro?<br />
-¡Oh! Una miseria, una bicoca.<br />
-¿Y para eso vamos?<br />
-Es que es cosa buena, palabra <strong>de</strong> honor.<br />
-¿Conque voy a la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong><br />
Planchet? -dijo Artagnan.<br />
-Cuando gustéis.<br />
-¿No hemos dicho mañana?
-Pues bien, mañana; así como así, mañana<br />
estamos a 14, víspera <strong>de</strong>l día en que temo<br />
aburrirme; así, pues, convenido.<br />
-Convenido.<br />
-¿Me prestáis uno <strong>de</strong> vuestros caballos?<br />
-<strong>El</strong> mejor.<br />
-No; prefiero el más dócil, porque ya<br />
sabéis que nunca he sido buen jinete, y en la<br />
abacería he acabado <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la costumbre.<br />
Luego...<br />
-¿Qué?<br />
-Luego -repuso con otro guiño-, no<br />
quiero fatigarme.<br />
-¿Y por qué? -se aventuró a preguntar<br />
Artagnan.<br />
-Porque entonces no me divertiría -<br />
contestó Planchet.<br />
Y en seguida se levantó <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> maíz,<br />
estirándose y haciendo crujir todos sus huesos,<br />
unos tras otros, con cierta armonía.<br />
-¡Planchet, Planchet! -exclamó Artagnan-.<br />
Declaro que no hay sobre la tierra sibarita
que se te pueda comparar. ¡Ay, Planchet! Ya se<br />
conoce que no hemos comido juntos todavía un<br />
tonel <strong>de</strong> sal.<br />
-¿Por qué, señor?<br />
-Porque no te conozco aún -dijo Artagnan-;<br />
y vuelvo <strong>de</strong> hecho a creer <strong>de</strong>finitivamente<br />
lo que pensé <strong>de</strong> ti el día en que en Boulogne<br />
estrangulaste, o poco menos, a Lubin, el criado<br />
<strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s; quiero <strong>de</strong>cir que eres hombre<br />
<strong>de</strong> recursos.<br />
Planchet prorrumpió en una risa llena<br />
<strong>de</strong> fatuidad, dio las buenas noches al mosquetero<br />
y bajó a su trastienda, que le servía <strong>de</strong><br />
dormitorio.<br />
Artagnan recobró su primera posición<br />
?h la silla, y su frente, <strong>de</strong>sarru gada por un<br />
momento, tomó una expresión más meditabunda<br />
que nunca.<br />
Había olvidado ya las locuras y los sueños <strong>de</strong><br />
Planchet.<br />
"Sí -se dijo reanudando el hilo <strong>de</strong> sus<br />
i<strong>de</strong>as, interrumpidas por el grato coloquio que
hemos puesto en conocimiento <strong>de</strong> nuestros<br />
lectores-, sí, todo está en esto:<br />
"1° Saber lo que Baisemeaux quería <strong>de</strong><br />
Aramis;<br />
'2° Saber por qué Aramis no me comunica<br />
noticias suyas;<br />
"3° Saber dón<strong>de</strong> está Porthos. "En estos<br />
tres puntos está el misterio.<br />
Ahora bien; puesto qué nuestros amigos<br />
nada nos dicen, valgámonos <strong>de</strong> nuestra pobre<br />
inteligencia. Uno hace lo que pue<strong>de</strong>, ¡pardiez!,<br />
o ¡malagá!, como dice Planchet."<br />
V<strong>II</strong>I<br />
LA CARTA DEL SEÑOR BAISEMEAUX<br />
Artagnan, fiel a su plan, iba al día siguiente<br />
a visitar al señor Baisemeaux.<br />
Era día <strong>de</strong> limpieza en la Bastilla; los<br />
cañones estaban bruñidos, relucientes, las escaleras<br />
raídas; los llaveros parecían ocupados en<br />
pulir hasta sus mismas, llaves.
Respecto a los soldados <strong>de</strong> la guarnición,<br />
se paseaban en los patios, bajo pretexto <strong>de</strong><br />
que se hallaban asaz limpios.<br />
<strong>El</strong> comandante Baisemeaux recibió a<br />
Artagnan muy políticamente; pero estuvo con<br />
él tan reservado, que toda la sutileza <strong>de</strong> Artagnan<br />
no pudo sacarle una sola palabra.<br />
Cuanto más se contenía, más crecía la<br />
<strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> Artagnan. Este creyó observar<br />
que el comandante obraba así en virtud <strong>de</strong><br />
una recomendación reciente. Baisemeaux no<br />
fue en el Palais Royal, con Artagnan, el hombre<br />
frío e impenetrable que éste hallara en el Baisemeaux<br />
<strong>de</strong> la Bastilla. Cuando Artagnan quiso<br />
hacerle hablar sobre la necesidad urgentísima<br />
<strong>de</strong> dinero que había conducido a Baisemeaux<br />
en busca <strong>de</strong> Aramis, y lo hizo expansivo aquella<br />
noche, Baisemeaux pretextó que había <strong>de</strong><br />
dar ór<strong>de</strong>nes en la prisión, y <strong>de</strong>jó a Artagnan<br />
fastidiarse tanto esperándole, que nuestro mosquetero,<br />
seguro <strong>de</strong> no obtener una palabra más,
partió <strong>de</strong> la Bastilla sin que Baisemeaux hubiera<br />
regresado <strong>de</strong> su inspección.<br />
Pero tenía una sospecha, y Artagnan,<br />
una vez <strong>de</strong>spertadas sus sospechas, no podía<br />
dormir.<br />
Era con relación a los hombres lo que el<br />
gato respecto a los cuadrúpedos; el emblema <strong>de</strong><br />
la inquietud y <strong>de</strong> la impaciencia a un mismo<br />
tiempo.<br />
Un gato inquieto no está en un mismo<br />
sitio más tiempo que el copó <strong>de</strong> seda que se<br />
mece al soplo <strong>de</strong>l viento. Un gato que acecha<br />
muere en su puesto <strong>de</strong> observación, y ni el<br />
hambre ni la sed pue<strong>de</strong>n sacarlo <strong>de</strong> su meditación.<br />
Artagnan, que se abrasaba <strong>de</strong> impaciencia,<br />
sacudió <strong>de</strong> pronto aquel sentimiento<br />
como un manto asaz pesado. Díjose a sí mismo<br />
que lo que le ocultaban era cabalmente lo que<br />
más le importaba saber.<br />
En consecuencia, reflexionó que Baisemeaux<br />
no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> avisar a Aramis, si Aramis
le había hecho alguna recomendación. Así sucedió.<br />
Apenas Baisemeaux había tenido tiempo para<br />
regresar <strong>de</strong>l torreón cuando ya Artagnan se<br />
había colocado <strong>de</strong> emboscada cerca <strong>de</strong> la calle<br />
<strong>de</strong>l Petit-Musc, <strong>de</strong> manera que pudiese ver a<br />
cuantos salieran <strong>de</strong> la Bastilla.<br />
Después <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong> plantón en el<br />
Rastrillo <strong>de</strong> Oro, bajo el colgadizo que le daba<br />
algo <strong>de</strong> sombra, Artagnan vio salir a un soldado<br />
<strong>de</strong> la guardia.<br />
Era éste el mejor indicio que pudiera<br />
<strong>de</strong>searse. Todo guardián o llavero tiene sus<br />
días <strong>de</strong> salida y sus horas <strong>de</strong> servicio en la Bastilla,<br />
puesto que todos están obligados a no<br />
tener ni mujer ni habitación en la fortaleza, y<br />
pue<strong>de</strong>n salir por consiguiente sin excitar la curiosidad.<br />
Pero un soldado acuartelado está encerrado<br />
veinticuatro horas cuando está <strong>de</strong> guardia,<br />
y Artagnan sabía esto mejor que nadie.
Aquel soldado no podía <strong>de</strong>jar el servicio sino<br />
por or<strong>de</strong>n expresa y urgente.<br />
<strong>El</strong> soldado, hemos dicho, partió <strong>de</strong> la<br />
Bastilla, y lentamente, como un dichoso mortal<br />
a quien, en vez <strong>de</strong> una facción ante un aburrido<br />
cuerpo <strong>de</strong> guardia, o en un baluarte no menos<br />
fastidioso, le llega la buena ganga <strong>de</strong> una libertad<br />
unida a un paseo, a cuenta <strong>de</strong> un servicio<br />
que son dos placeres. Dirigióse hacia el arrabal<br />
San Antonio, aspirando el aire, el sol, y mirando<br />
a las mujeres.<br />
Artagnan lo siguió <strong>de</strong> lejos, pues aún no<br />
había fijado sus i<strong>de</strong>as sobre lo que había <strong>de</strong><br />
hacer.<br />
"Es preciso, ante todas las cosas -pensó-,<br />
que vea la cara <strong>de</strong> esa buena pieza. Un hombre<br />
visto es un hombre juzgado."<br />
Artagnan dobló el paso, y, lo que no era<br />
difícil, alcanzó al soldado.<br />
No sólo vio su rostro, que era bastante<br />
inteligente y resuelto, sino también su nariz,<br />
que era un poco colorada.
"Al tunante le gusta el aguardiente" -se<br />
dijo.<br />
Al mismo tiempo que veía la nariz encarnada,<br />
veía en el cinturón <strong>de</strong>l soldado un<br />
papel blanco.<br />
"Bueno, carta tenemos -añadió para sí<br />
Artagnan-. Ahora bien, un hombre que se siente<br />
satisfecho <strong>de</strong> ser elegido por el Señor Baisemeaux<br />
para estafeta, no ven<strong>de</strong> el mensaje."<br />
En tanto que Artagnan se mordía los<br />
puños, el soldado avanzaba siempre por el<br />
arrabal <strong>de</strong> San Antonio.<br />
"De fijo va a Saint-Mandé -se dijo-, y no<br />
sabré lo que esa carta contiene."<br />
Era para per<strong>de</strong>r la cabeza.<br />
"Si estuviese <strong>de</strong> uniforme -se dijo Artagnan-,<br />
haría arrestar a ese pillastre y a su carta<br />
con él. <strong>El</strong> primer cuerpo <strong>de</strong> guardia me ayudaría<br />
a ello. Pero al <strong>de</strong>monio si doy mi nombre<br />
para asunto <strong>de</strong> esta clase. Hacerlo beber... <strong>de</strong>sconfiará,<br />
y <strong>de</strong>spués tal vez me emborrache...<br />
¡Cáscaras! Ya no tengo talento, y para nada
sirvo... Atacar a ese <strong>de</strong>sgraciado, matarlo para<br />
obtener su carta... eso estaría bien si se tratase<br />
<strong>de</strong> una misiva <strong>de</strong> la reina o <strong>de</strong> un lord, o <strong>de</strong> una<br />
carta <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal a la reina. ¡Pero, Dios mío,<br />
qué miseria las intrigas <strong>de</strong> los señores Aramis y<br />
Fouquet con Colbert! La vida <strong>de</strong> un hombre<br />
para eso... ¡Ah! Ni diez escudos siquiera."<br />
Filosofando así, y mordiéndose las uñas<br />
y el bigote, distinguió a un pequeño grupo <strong>de</strong><br />
arqueros y un comisario.<br />
Aquellas gentes llevaban a un hombre<br />
<strong>de</strong> buena presencia, que luchaba por escapar.<br />
Los arqueros habíanle <strong>de</strong>sgarrado sus<br />
vestidos y casi lo arrastraban. Pedía lo<br />
condujesen con miramientos, pues se tenía por<br />
hidalgo y soldado.<br />
Vio a nuestro soldado marchar por su camino y<br />
gritó:<br />
- ¡Soldado, a mí!<br />
<strong>El</strong> soldado partió con el mismo paso<br />
hacia aquel que lo interpelaba, y la multitud los<br />
siguió.
Una i<strong>de</strong>a le ocurrió entonces a Artagnan.<br />
Era la primera, y ya se verá luego que no<br />
era mala.<br />
Mientras el hidalgo refería al soldado<br />
que acababa <strong>de</strong> ser cogido en cierta casa cono<br />
ladrón, cuando sólo era amante, y el soldado le<br />
compa<strong>de</strong>cía y le daba consuelos y consejos con<br />
esa seriedad que el soldado francés trata el espíritu<br />
<strong>de</strong> cuerpo, Artagnan se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />
soldado, apretado por la multitud, y le sacó<br />
limpia y prontamente el papel <strong>de</strong> su cinturón.<br />
Como en aquel momento el hidalgo<br />
<strong>de</strong>sgarrado tiraba hacia sí al soldado; como el<br />
comisario tiraba <strong>de</strong>l hidalgo, Artagnan pudo<br />
realizar su captura sin el menor obstáculo.<br />
Colocóse a diez pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />
<strong>de</strong> una portada, y leyó el sobre:<br />
"Al señor Du-Vallón, en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />
en Saint-Mandé." -¡Bueno! -dijo.<br />
Y la abrió sin <strong>de</strong>sgarrarla; <strong>de</strong>spués sacó<br />
el papel, doblado en cuatro dobleces, y el cual<br />
sólo contenía estas palabras:
"Querido señor Du-Vallón: Dignaos <strong>de</strong>cir al<br />
señor <strong>de</strong> Herblay que ha venido a la Bastilla y<br />
que me ha interrogado.<br />
"Vuestro afectísimo. "BAISEMEAUX."<br />
-¡Muy bien! -exclamó Artagnan-. He<br />
aquí una cosa clara. Porthos está allí. Seguro <strong>de</strong><br />
lo que quería saber: "¡Diablo! -pensó el mosquetero-.<br />
Ved ahí a un pobre soldado, a quien ese<br />
en<strong>de</strong>moniado <strong>de</strong> Baisemeaux va a hacer pagar<br />
cara mi superchería... Si regresa sin la carta...<br />
¿qué le harán? En verdad, yo no la necesito,<br />
pues sabido lo que contiene, nada me importa."<br />
Artagnan conoció que el comisario y los<br />
arqueros habían convencido al soldado, y se<br />
llevaban su prisionero.<br />
Éste permanecía ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> la multitud,<br />
prosiguiendo sus quejas. Artagnan llegó en<br />
medio <strong>de</strong> todos, <strong>de</strong>jó caer la carta sin que nadie<br />
lo viese, alejándose luego con rapi<strong>de</strong>z.
<strong>El</strong> soldado continuaba su camino hacia<br />
Saint-Mandé, pensando mucho en aquel caballero<br />
que había implorado su protección.<br />
De pronto pensó un poco en su carta, y,<br />
mirando en su cinturón, vio que no estaba en<br />
él. Su grito <strong>de</strong> espanto produjo placer a Artagnan.<br />
Aquel pobre soldado miró en torno suyo<br />
con angustia, y al fin, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él, a veinte<br />
pasos, vio el dichoso sobre. Cayó sobre él como<br />
el milano sobre su presa.<br />
<strong>El</strong> sobre estaba un poco empolvado, un<br />
poco arrugado; pero al fin había encontrado su<br />
carta.<br />
Artagnan advirtió que el sello roto preocupaba<br />
mucho al soldado; pero al fin el buen<br />
hombre acabó por consolarse, y volvió a colocar<br />
la carta en su cinturón.<br />
-<strong>Parte</strong> -dijo Artagnan-; ya me queda<br />
tiempo suficiente y no importa que te a<strong>de</strong>lantes.<br />
Parece que Aramis no está en París, puesto<br />
que Baisemeaux escribe a Porthos. <strong>El</strong> querido
Porthos, ¡qué alegría volverlo a ver... y hablar<br />
con él!<br />
Y, regulando su paso por el <strong>de</strong>l soldado,<br />
se prometió llegar un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> él a casa <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
IX<br />
DONDE EL LECTOR VERA CON PLACER<br />
QUE PORTHOS CONSERVA TODA<br />
SU FUERZA<br />
Artagnan, según acostumbraba, había<br />
calculado que cada hora vale sesenta minutos,<br />
y cada minuto sesenta segundos.<br />
Por este cálculo exacto, llegó a la puerta<br />
<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte en el momento mismo en<br />
que el soldado salía con el cinturón <strong>de</strong>spejado.<br />
Un conserje asomóse a la puerta. Artagnan<br />
hubiera querido entrar sin nombrarse, pero<br />
no había otro medio, y se nombró.
A pesar <strong>de</strong> esta concesión, que <strong>de</strong>bía<br />
alzar toda dificultad, al menos en el sentir <strong>de</strong><br />
Artagnan, el conserje vaciló; pero al título, por<br />
segunda vez repetido, <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong> los guardias<br />
<strong>de</strong>l rey, sin <strong>de</strong>jar completamente paso, el<br />
conserje <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oponerse.<br />
Artagnan comprendió que se había dado<br />
una consigna formidable. Y se <strong>de</strong>cidió a<br />
mentir, lo cual no le costaba mucho, cuando<br />
veía sobre la mentira el bien <strong>de</strong>l Estado, o pura<br />
y simplemente su interés personal.<br />
Añadió, por tanto, a las <strong>de</strong>claraciones ya<br />
hechas, que el soldado que acababa <strong>de</strong> llevar<br />
una carta al señor Du-Vallon no era otro que su<br />
mensajero, y que la tal carta tenía por objeto<br />
comunicarle su llegada.<br />
Des<strong>de</strong> entonces nadie se opuso a la entrada<br />
<strong>de</strong> Artagnan, y Artagnan entró.<br />
Un sirviente quiso acompañarle, pero él<br />
respondió que era inútil, pues sabía perfectamente<br />
dón<strong>de</strong> estaba el señor Du-Vallon.
Nada había que contestar a un hombre<br />
tan completamente instruido. Escalinatas, salones,<br />
jardines, todo lo revisó el mosquetero. Un<br />
cuarto <strong>de</strong> hora anduvo por aquella casa más<br />
que regia, que contaba tantas maravillas como<br />
muebles y tantos servidores como columnas y<br />
puertas.<br />
"Indudablemeente -dijo par a sí-, esta<br />
casa no tiene más límites que los <strong>de</strong> la tierra. ¿Si<br />
habrá tenido Porthos el capricho <strong>de</strong> volver a<br />
Pierrefondos, sin salir <strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l señor Fouquet?"<br />
Por fin, llegó a una parte remota <strong>de</strong>l<br />
palacio, ceñida con un muro <strong>de</strong> piedras, sobre<br />
el cual, <strong>de</strong> distancia en distancia, se alzaban<br />
estatuas en posiciones tímidas o misteriosas.<br />
Eran vestales con peplos a gran<strong>de</strong>s pliegues,<br />
ágiles custodias con sus largos velos <strong>de</strong> mármol<br />
que abrigaban el palacio con sus furtivas. miradas.<br />
Un Hermes, con el <strong>de</strong>do sobre la boca, un<br />
Iris <strong>de</strong> alas <strong>de</strong>splegadas, una Noche toda rociada<br />
<strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras dominaban los jardines, y
los edificios que se entreveían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />
árboles; todas aquellas estatuas se perfilaban en<br />
blanco sobre los cipreses que lanzaban sus negras<br />
copas hacia el cielo. Estos encantos parecieron<br />
al mosquetero el esfuerzo supremo <strong>de</strong> la<br />
inteligencia humana. Encontrábase en una disposición<br />
<strong>de</strong> ánimo propia para poetizar, y .la<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Porthos habitaba en semejante<br />
edén, le dio <strong>de</strong> Porthos una i<strong>de</strong>a más alta; tan<br />
cierto es que los ánimos más elevados no están<br />
libres <strong>de</strong> la influencia <strong>de</strong> lo que les ro<strong>de</strong>a.<br />
Artagnan encontró la puerta, y en la<br />
puerta una especie <strong>de</strong> resorte que <strong>de</strong>scubrió y<br />
oprimió. La puerta se abrió.<br />
Entró, cerró la puerta y penetró en un pabellón<br />
construido en rotonda, y en el cual no se oía<br />
otro ruido que el dé las cascadas y el canto <strong>de</strong><br />
los pájaros.<br />
A la puerta <strong>de</strong>l pabellón encontró un lacayo.<br />
-¿Es aquí -preguntó Artagnan sin vacilar-<br />
don<strong>de</strong> habita el señor barón Du-Vallon, no<br />
es verdad?
-Sí, señor -contestó el lacayo.<br />
-Pues avisadle que el .señor caballero <strong>de</strong><br />
Artagnan, capitán <strong>de</strong> los mosqueteros <strong>de</strong>l rey,<br />
le espera.<br />
Artagnan fue conducido a un salón, y no esperó<br />
mucho tiempo: un paso muy conocido estremeció<br />
el pavimento <strong>de</strong> la sala inmediata, una<br />
puerta se abrió, o más bien se <strong>de</strong>rribó, y Porthos<br />
echóse en brazos <strong>de</strong> su amigo con una cortedad<br />
que no le sentaba mal.<br />
-¿Vos aquí? -exclamó.<br />
-¿Y vos? -contestó Artagnan-. ¡Ah, socarrón!<br />
-Sí -dijo Porthos, sonriente y cortado-;<br />
me encontráis en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet, y eso<br />
os sorpren<strong>de</strong> un poco, ¿no es verdad?<br />
-No; ¿por qué no habéis <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> los<br />
íntimos <strong>de</strong>l señor Fouquet? <strong>El</strong> señor Fouquet<br />
tiene un gran número <strong>de</strong> ellos, y, especialmente,<br />
entre los hombres <strong>de</strong> talento.<br />
Porthos tuvo la mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> no consi<strong>de</strong>rar<br />
el cumplido por él.
-Y luego -añadió-, ya me habéis visto en<br />
Bulle-Isle.<br />
-Motivo <strong>de</strong> más para que me incline a<br />
creer que sois <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-<strong>El</strong> hecho es que lo conozco -dijo Porthos<br />
con cierto embarazo.<br />
-¡Muy culpable sois para conmigo! -<br />
exclamó Artagnan.<br />
-¿Cómo es eso? -contestó Porthos.<br />
-¡Cómo! ¡Lleváis a cabo una obra tan<br />
admirable como las fortificaciones <strong>de</strong> Bulle-Isle,<br />
y nada me <strong>de</strong>cís!<br />
Porthos se sonrojó.<br />
-Hay más -continuó Artagnan-, me veis<br />
allá, y no adivináis que el rey, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> saber<br />
quién es el hombre <strong>de</strong> mérito que realiza una<br />
obra, <strong>de</strong> la cual le han hecho las relaciones más<br />
magníficas, me envía para averiguar quién es<br />
ese hombre.<br />
-¡Cómo! <strong>El</strong> rey os ha enviado para saber...<br />
-¡Diantre! No hablemos <strong>de</strong> eso.
-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! -dijo Porthos-.<br />
Hablemos <strong>de</strong> ello, por el contrario. ¿Conque el<br />
rey sabía que se fortificaba a Bulle-Isle?<br />
-¡Bueno! ¿Es que el rey no lo sabe todo?<br />
-¿Pero no sabía quién la fortificaba?<br />
-No; pero lo sospechaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le<br />
dijeron que dirigía los trabajos un ilustre hombre<br />
<strong>de</strong> guerra.<br />
-¡Pardiez! -dijo Porthos-. Si yo hubiera<br />
sabido eso . . .<br />
-No os hubiérais escapado <strong>de</strong> Vannes,<br />
¿eh?<br />
-No. ¿Qué dijisteis cuando no me encontrasteis?<br />
-Amigo, reflexioné.<br />
-¡Ah, sí! Vos reflexionáis. . . ¿Y a qué os<br />
condujo el reflexionar?<br />
-A adivinar toda la verdad.<br />
-¡Ah! ¿Habéis adivinado?<br />
-¿Qué habéis adivinado? Veamos -dijo<br />
Porthos arrellanándose en un sillón y adoptando<br />
aspecto <strong>de</strong> esfinge.
-Adiviné, en primer lugar, que fortificábais<br />
a Belle-Isle.<br />
-Eso no era muy difícil, pues me habéis<br />
visto manos a la obra.<br />
-Pero adiviné otra cosa, y es que fortificábais<br />
a Belle-Isle por mandato <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-Es verdad.<br />
-No es eso todo; cuando me pongo a<br />
adivinar, no me <strong>de</strong>tengo en el camino.<br />
-¡Este querido Artagnan!<br />
-He adivinado que el señor Fouquet<br />
quería guardar el más profundo secreto sobre<br />
las fortificaciones.<br />
-Esa era su intención, en efecto, según<br />
creo -dijo Porthos.<br />
-Sí. ¿Y sabéis por qué <strong>de</strong>seaba guardar<br />
el secreto?<br />
-¡Toma! Para que la cosa no fuera sabida<br />
-dijo Porthos.<br />
-Eso en primer lugar; mas ese <strong>de</strong>seo<br />
estaba sometido a las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> una galantería...
-En efecto -dijo Porthos-; he oído <strong>de</strong>cir<br />
que el señor Fouquet era muy galante.<br />
-A la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una galantería que quería<br />
hacer al rey.<br />
-¡Oh, oh!<br />
-¿Os sorpren<strong>de</strong> eso?<br />
-Mucho.<br />
-¿No lo sabíais?<br />
-No.<br />
-Pues yo sí lo sé.<br />
-¿Sois por ventura brujo?<br />
-Nada <strong>de</strong> eso.<br />
-¿Cómo lo sabéis entonces?<br />
-¡Ah! Por un medio sencillísimo; se lo he<br />
oído <strong>de</strong>cir al mismo señor Fouquet al rey.<br />
-¿Decirle qué?<br />
-Que había hecho fortificar a Belle-Isle, y<br />
que se la regalaba.<br />
-¡Ah! ¿Eso habéis oído que le <strong>de</strong>cía al<br />
rey?<br />
-Con todas sus letras. Y hasta añadió:<br />
Belle-Isle ha sido fortificada por un ingeniero
amigo mío, hombre <strong>de</strong> mucho mérito, a quien<br />
pediré la venia <strong>de</strong> presentar al rey.<br />
-¿Su nombre? -preguntó el rey-. <strong>El</strong> barón<br />
Du-Vallon -respondió Fouquet-. Perfectamente<br />
-contestó el rey-; me lo presentaréis."<br />
-¿Eso respondió el rey?<br />
-A fe <strong>de</strong> Artagnan!<br />
-¡Oh! -murmuró Porthos-. Pero, ¿por<br />
qué no se me ha presentado entonces?<br />
-¿No se os ha hablado <strong>de</strong> esa presentación?<br />
-Sí tal; pero siempre la estoy esperando.<br />
-Estad tranquilo, ya llegará.<br />
-¡Hum! ¡Hum! -gruñó Porthos.<br />
Artagnan fingió no oír, y cambió <strong>de</strong><br />
conversación.<br />
-Pero creo que habitáis un lugar muy<br />
solitario, querido amigo -le dijo.<br />
-Siempre he amado el aislamiento, porque<br />
soy melancólico -respondió Porthos con un<br />
suspiro.
-Pues es raro -dijo Artagnan-, no había<br />
caído en éso.<br />
-Eso me suce<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy entregado<br />
a los estudios -repuso Porthos..<br />
-Pero los trabajos <strong>de</strong>l espíritu no habrán<br />
dañado al cuerpo, ¿eh?<br />
-¡Oh! De ningún modo.<br />
-¿Conque las fuerzas siguen bien?<br />
-Demasiado bien, amigo.<br />
-Es que he oído <strong>de</strong>cir que en los primeros<br />
días <strong>de</strong> vuestra llegada.<br />
-No podía moverme, ¿no es así?<br />
-¿Y por qué causa no podíais moveros? -<br />
preguntó Artagnan con una sonrisa.<br />
Porthos comprendió que había dicho<br />
una tontería, y quiso componerla.<br />
-Sí, he venido <strong>de</strong> Belle-Isle en malos<br />
caballos, y eso me cansó mucho.<br />
-No me sorpren<strong>de</strong>, pues yo, que venía<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> vos, me he encontrado en el camino<br />
siete u ocho reventados.<br />
-Ya veis que peso mucho -dijo Porthos.
-¿De modo que estabais molido.<br />
-La grasa me ha <strong>de</strong>rretido, y ese <strong>de</strong>rretimiento<br />
me ha puesto enfermo.<br />
-¡Ah, pobre Porthos! Y Aramis, ¿cómo se<br />
ha portado en esta ocasión?<br />
-Muy bien... Me hizo sangrar por el<br />
propio médico <strong>de</strong>l señor Fouquet. Pero figuraos<br />
que al cabo <strong>de</strong> ocho días ya no respiraba.<br />
-¿Pues cómo?<br />
-<strong>El</strong> cuarto era <strong>de</strong>masiado chico, y yo<br />
absorbía <strong>de</strong>masiado aire.<br />
-¿De veras?<br />
-Así me lo han dicho, al menos... Y entonces<br />
me trasladaron a otro aposento.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> ya respiráis?<br />
-Más... libremente, sí; pero nada <strong>de</strong> ejercicio.<br />
<strong>El</strong> médico preten<strong>de</strong> que no <strong>de</strong>bía moverme,<br />
pero yo me encuentro más fuerte que nunca.<br />
Esto ocasionó un grave acci<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Qué acci<strong>de</strong>nte?<br />
-Imaginaos, amigo, que yo me rebelé<br />
contra los preceptos <strong>de</strong> ese médico imbécil, le
conviniese o no, y en consecuencia pedí al criado<br />
que me servía que me trajera vestidos.<br />
-¿Pues qué, estabais <strong>de</strong>snudo?<br />
-Por el contrario, tenía una bata hermosa.<br />
<strong>El</strong> lacayo obe<strong>de</strong>ció; me puse mi vestido, que<br />
se me había quedado <strong>de</strong>masiado ancho; pero,<br />
¡cosa rara!, mis pies también se habían puesto<br />
muy anchos, y las botas les venían muy estrechas.<br />
-¿Continuaban los pies hinchados?<br />
-Lo habéis adivinado.<br />
-¿Y es ese el acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que queríais<br />
hablarme?<br />
-Sí tal; yo hice la misma reflexión que<br />
vos, y dije: ya que mis pies han entrado diez<br />
veces en las botas, no hay razón para que no<br />
entren la undécima.<br />
-Permitidme os diga, amigo Porthos,<br />
que esta vez faltáis a la lógica.<br />
do frente a un tabique, y empecé a meterme la<br />
bota <strong>de</strong>recha, tirando con las manos, empujando<br />
con el talón, y haciendo esfuerzos tre-
mendos,' <strong>de</strong> pronto se quedaron entre mis manos<br />
los tirantes <strong>de</strong> la bota, y mi pie salió como<br />
una catapulta.<br />
-¡Catapulta! ¡Qué fuerte estáis en fortificaciones,<br />
amigo Porthos! -exclamó sorprendido<br />
Artagnan.<br />
-Mi pie salió, pues, como una catapulta,<br />
que dio contra el tabique y lo <strong>de</strong>rribó. Amigo,<br />
creí que, como Sansón, había <strong>de</strong>rribado el templo.<br />
Los cuadros, las porcelanas, los vasos <strong>de</strong><br />
flores, las barras <strong>de</strong>l cortinaje, y no sé qué más,<br />
se cayeron; fue cosa estupenda.<br />
-¡De veras!<br />
-Sin contar con que al otro lado <strong>de</strong>l tabique<br />
había un armario lleno <strong>de</strong> porcelanas.<br />
-¿Que echásteis por tierra? -Que arrojé<br />
al otro extremo <strong>de</strong> la otra habitación.<br />
Porthos se echó a reír.<br />
-¡En verdad, como <strong>de</strong>cís, es inaudito!<br />
Y Artagnan se puso a reír como Porthos.<br />
Porthos, inmediatamente, se puso a reír<br />
más fuerte que Artagnan.
-Rompí -dijo Porthos con voz entrecortada<br />
por aquella hilaridad creciente- más <strong>de</strong><br />
tres mil francos <strong>de</strong> porcelanas. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¡Bueno! -dijo Artagnan.<br />
-Destrocé más <strong>de</strong> cuatro mil francos <strong>de</strong><br />
espejos. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¡Excelente!<br />
-Sin contar una araña que me cayó justamente<br />
sobre la cabeza, y que se rompió en mil<br />
pedazos. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¿Sobre la cabeza? -dijo Artagnan sin<br />
po<strong>de</strong>rse tener <strong>de</strong> risa.<br />
-¡De lleno!<br />
-¡Pero os hubierais roto la cabeza!<br />
-No, porque ya os he dicho, al contrario,<br />
que la araña fue la que se rompió, como cristal<br />
que era.<br />
-¡Ah! ¿La araña era <strong>de</strong> cristal.<br />
-De cristal <strong>de</strong> Venecia; una curiosidad<br />
sin igual; una pieza que pesaba doscientas libras.<br />
-¿Y que os cayó sobre la cabeza?
-¡Sobre... la ... cabeza! Figuraos un globo<br />
<strong>de</strong> cristal dorado, con incrustaciones que ardían<br />
<strong>de</strong>ntro, y unos mecheros que <strong>de</strong>spedían llamas<br />
cuando estaba encendida.<br />
-Se entien<strong>de</strong>, pero no lo estaría.<br />
-Felizmente; si no, me hubiese incendiado.<br />
-Y sólo os ha aplastado, ¿eh?<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no?<br />
-Porque la araña me cayó sobre el cráneo.<br />
Aquí tenemos, según parece, una corteza<br />
excesivamente sólida.<br />
-¿Quién os ha dicho eso?<br />
-<strong>El</strong> médico. Una especie <strong>de</strong> cúpula que<br />
soportaría a Nuestra Señora <strong>de</strong> París.<br />
-¡Bah!<br />
-Sí, parece que tenemos hecho el cráneo<br />
<strong>de</strong> ese modo.<br />
-Hablad por vos, querido amigo, que los<br />
cráneos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más no están hechos <strong>de</strong> ese<br />
modo.
-Es posible -dijo Porthos con fatuidad-.<br />
Pues cuando cayó la araña sobre esta cúpula<br />
que tenemos en lo alto <strong>de</strong> la cabeza, hubo una<br />
<strong>de</strong>tonación igual a la <strong>de</strong> una pieza <strong>de</strong> artillería;<br />
el globo se rompió y yo caí todo inundado...<br />
-¡De sangre! ¡Infeliz Porthos! -No, <strong>de</strong><br />
perfumes, que olían a cremas y que me aturdieron<br />
un poco; habréis experimentado eso alguna<br />
vez, ¿no es verdad, Artagnan? -Sí, con el muguete;<br />
<strong>de</strong> suerte, mi pobre amigo, que fuisteis<br />
<strong>de</strong>rribado por el choque y aturdido por el olor.<br />
-Pero lo más particular, y que el médico<br />
me ha asegurado no haber visto cosa semejante...<br />
-¿Que sacáisteis algún chichón? -<br />
preguntó Artagnan.<br />
-Saqué cinco.<br />
-¿Y por qué cinco?<br />
-Porque la araña tenía en su extremidad<br />
inferior cinco adornos muy puntiagudos..<br />
-¡Ay!
-Esos cinco ornamentos penetraron en<br />
mis cabellos, que, según veis, tengo muy espesos.<br />
-Felizmente!<br />
-Y se imprimieron en mi piel. Pero, advertid<br />
la singularidad, estas cosas no suce<strong>de</strong>n a<br />
nadie más que a mí. En lugar <strong>de</strong> hacerme agujeros<br />
me hicieron chichones, lo cual no ha podido<br />
jamás explicarme el médico <strong>de</strong> una manera<br />
satisfactoria.<br />
-Pues breen, yo os lo explicaré. -Me<br />
haréis un servicio -dijo Porthos guiñando los<br />
ojos, que era en él el signo <strong>de</strong> atención llevado a<br />
su más alto grado.<br />
-Des<strong>de</strong> que hacéis funcionar vuestro<br />
cerebro en profundos estudios y cálculos importantes,<br />
la cabeza ha medrado; <strong>de</strong> modo que<br />
tenéis ahora la cabeza <strong>de</strong>masiado llena <strong>de</strong> ciencia.<br />
-¿Eso creéis?<br />
-Estoy cierto <strong>de</strong> ello. De aquí resultó<br />
que, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar penetrar nada extraño en el
interior <strong>de</strong> la cabeza, ésta se aprovechó <strong>de</strong> todas<br />
las aberturas para <strong>de</strong>jar salir una poca <strong>de</strong><br />
aquélla.<br />
-¡Ah! -murmuró Porthos, a quien parecía<br />
más clara esta explicación que la <strong>de</strong>l médico.<br />
-Las cinco protuberancias causadas por<br />
los cinco ornamentos, fueron ciertamente cúmulos<br />
científicos, llevados exteriormente por la<br />
fuerza <strong>de</strong> las cosas.<br />
-En efecto -dijo Porthos-; y la prueba es<br />
que eso me hacía más daño por fuera que por<br />
<strong>de</strong>ntro; <strong>de</strong> modo que, cuando me ponía el sombrero<br />
<strong>de</strong> una puñada, con esa graciosa energía<br />
que nosotros los hidalgos <strong>de</strong> espada poseemos,<br />
si no iba muy mesurado el puñetazo, sentía<br />
dolores terribles.<br />
-Os creo, Porthos.<br />
-Por eso -continuó el gigante-, el señor<br />
Fouquet se <strong>de</strong>cidió, viendo la poca soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la<br />
casa, a darme otro aposento, y roe condujeron<br />
aquí.
-Este es el parque reservado, ¿no?<br />
-Sí.<br />
-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong> las citas? ¿<strong>El</strong> que se ha hecho tan<br />
famoso en las historias misteriosas <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-Yo no sé; no tengo aquí ni citas ni historias<br />
misteriosas; pero me han autorizado para<br />
que ejercite mis músculos, y me aprovecho <strong>de</strong>l<br />
permiso <strong>de</strong>sarraigando árboles.<br />
-¿Para qué?<br />
Para ocupar las manos y para coger nidos<br />
<strong>de</strong> pájaros; esto lo encuentro más fácil que<br />
trepar por ellos.<br />
-Estáis pastoral como Tirsis, amigo<br />
Porthos.<br />
-Sí; me gustan mucho más los huevos<br />
pequeñitos que los gordos. No tenéis. una i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>licado que es una tortilla <strong>de</strong> cuatrocientos<br />
o quinientos huevos <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>rol, <strong>de</strong> pinzón,<br />
<strong>de</strong> estornino, <strong>de</strong> mirlo y <strong>de</strong> todo.<br />
-¡Pero quinientos huevos monstruoso!
-¡Ca! Todo cabe en un salero. Artagnan<br />
contempló cinco minutos a Porthos, como si lo<br />
viese por primera vez.<br />
Y Porthos quedó muy satisfecho <strong>de</strong> la<br />
mirada <strong>de</strong> su amigo.<br />
Así permanecieron algunos momentos;<br />
Artagnan mirando a Porthos, y Porthos lleno<br />
<strong>de</strong> satisfacción.<br />
Artagnan intentaba evi<strong>de</strong>ntemente dar<br />
un nuevo, giro a la conversación.<br />
-¿Os divertís mucho aquí? -le preguntó<br />
por fin, sin duda <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encontrado<br />
lo que buscaba.<br />
-No siempre.<br />
-Lo concibo; y cuando os aburris <strong>de</strong>masiado,<br />
¿qué haréis?<br />
-Como no estoy aquí por mucho tiempo,<br />
Aramis aguarda que <strong>de</strong>saparezca mi último<br />
chichón para presentarme al rey, que no pue<strong>de</strong><br />
sufrir los chichones, según él me ha dicho.<br />
-¿Pero Aramis continúa en París?<br />
-No.
-¿Pues dón<strong>de</strong> se halla?<br />
-En Fontainebleau.<br />
-¿Solo?<br />
-Con el señor Fouquet.<br />
-¡Muy bien! Pero, ¿sabéis una cosa?<br />
-No. Decídmela y la sabré.<br />
-Que creo que Aramis os olvida.<br />
-¿Creéis?<br />
-¿Ignoráis que en Fontainebleau se ríe,<br />
se danza, se beben los vinos <strong>de</strong> Mazarino y que<br />
todas las noches hay baile?<br />
-¡Diablo! ¡Diablo!<br />
-Os aseguro, pues, que nuestro querido<br />
Aramis os olvida.<br />
-Pudiera muy bien ser, y lo he pensado<br />
a veces.<br />
-¡A menos que no os haga traición, el<br />
solapado!<br />
-¡Oh!<br />
-Ya sabéis que Aramis es un astuto zorro.<br />
-Sí, mas traicionarme...
-Mirad; en primer lugar os tiene secuestrado.<br />
- ¡Cómo que me tiene secuestrado! ¿Estoy<br />
secuestrado yo?<br />
-¡ Pardiez!<br />
-¡Quisiera que me lo probaseis!<br />
-Nada, más fácil. ¿Salís alguna vez?<br />
-Jamás.<br />
-¿Montáis a caballo?<br />
-Nunca.<br />
-¿Permiten que vuestros amigos se<br />
aproximen a vos?<br />
-No.<br />
-Pues bien, amigo mío, no salir nunca,<br />
no montar nunca a caballo, y no po<strong>de</strong>r ver a sus<br />
amigos, es lo que se llama estar un hombre secuestrado.<br />
-¿Y con qué fin me había <strong>de</strong> tener secuestrado<br />
Aramis? -preguntó Porthos.<br />
-Vamos a ver, Porthos -dijo Artagnan-;<br />
sed sincero.<br />
-Lo seré.
-Aramis ha sido el que ha formado el<br />
plano <strong>de</strong> las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle, ¿no es<br />
cierto? Porthos se sonrojó.<br />
-Sí -dijo-; pero no ha hecho más.<br />
-Precisamente, y a mi juicio no es gran<br />
trabajo.<br />
-Eso creo yo también.<br />
-Bien; me alegro <strong>de</strong> que seamos <strong>de</strong>l<br />
mismo parecer.<br />
-Ni ha ido siquiera una vez a Belle-Isle -<br />
dijo Porthos.<br />
-Ya lo veis.<br />
-Yo era el que iba a Vannes, como lo<br />
habréis podido ver.<br />
-Decid como lo he visto. Pues bien, ahí<br />
está el negocio, querido Porthos. Aramis, que<br />
no ha hecho más que los planos, quería hacerse<br />
pasar como el ingeniero, mientras que a vos,<br />
que habéis edificado piedra por piedra la muralla,<br />
la ciuda<strong>de</strong>la y los baluartes, quería relegaros<br />
a la clase <strong>de</strong> simple constructor.<br />
-De constructor, es <strong>de</strong>cir, ¿<strong>de</strong> albañil?
-De albañil, eso es.<br />
-¿De amasador <strong>de</strong> mortero?<br />
-Precisamente.<br />
-¿De peón?<br />
-Justo.<br />
-¡Vaya, vaya, con mi querido Aramis!<br />
¿Os creéis, sin duda, todavía <strong>de</strong> veinticinco<br />
años?<br />
-Y no es eso todo, sino que a vos os consi<strong>de</strong>ra<br />
<strong>de</strong> cincuenta. -Hubiera querido verle<br />
hincando el pico.<br />
-Sí.<br />
-Un hombre que pa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> gota.<br />
-Sí.<br />
-Y <strong>de</strong> mal <strong>de</strong> piedra.<br />
-También.<br />
-A quien faltan tres dientes.<br />
-Cuatro.<br />
-¡Mientras que yo, mirad!<br />
Y separando Porthos sus labios, enseñó<br />
dos hileras <strong>de</strong> dientes algo menos blancos que
la nieve, pero tan limpios, duros y sanos como<br />
el marfil.<br />
-No podéis figuraros, Porthos --dijo Artagnan-<br />
lo mucho que le place al rey una hermosa<br />
<strong>de</strong>ntadura. La vuestra me <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>, y quiero<br />
presentaros al rey.<br />
-¿Vos?<br />
-¿Por qué no? ¿Creéis que no tengo en la<br />
Corte tanto po<strong>de</strong>r como pueda tercer Aramis?<br />
-¡Oh, no!<br />
-¿Supondréis que tenga la menor pretensión<br />
<strong>de</strong> atribuirme las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />
-No, por cierto.<br />
-De modo que ya veis que sólo pue<strong>de</strong><br />
llevarme a ello vuestro interés.<br />
-No me queda la menor duda.<br />
-Pues bien, yo soy amigo íntimo <strong>de</strong>l rey,<br />
y la prueba es, que cuando hay que comunicarle<br />
alguna cosa <strong>de</strong>sagradable, siempre me encargo<br />
yo <strong>de</strong> hacerlo.<br />
-Pero, amigo mío, si vos me presentáis...
-¿Qué?<br />
-Se incomodará Aramis.<br />
-¿Contra mía?<br />
-No, contra mí.<br />
-¡Bah! Lo mismo da que os presente yo,<br />
que os presente él, ya que <strong>de</strong> todos modos <strong>de</strong>béis<br />
ser presentado.<br />
-Es que me tenían que hacer vestidos.<br />
-¡Si los tenéis espléndidos!<br />
-¡Oh! Los que tenía encargados eran<br />
mucho más hermosos.<br />
-Mirad que al rey le gusta la sencillez.<br />
-Entonces seré sencillo. Pero, ¿qué dirá<br />
el señor Fouquet cuando sepa que he marchado?<br />
-¿Estáis acaso prisionero bajo palabra?<br />
-No, por cierto. Mas le tengo prometido<br />
no alejarme sin avisarle antes.<br />
-Bueno; ahora iremos a eso. ¿Tenéis algo<br />
que hacer aquí?<br />
-¿Yo? Nada... Al menos nada importante.
-A menos que le sirváis a Aramis como<br />
intermediario para algo grave.<br />
-A fe que no.<br />
-Ya compren<strong>de</strong>réis que lo digo por interés<br />
vuestro. Quiero suponer, por ejemplo, que<br />
estuvieseis encargado <strong>de</strong> enviar a Aramis mensajes,<br />
cartas.<br />
-¡Ah!, Cartas, sí. Le envío ciertas cartas.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>?<br />
-A Fontainebleau.<br />
-¿Y tenéis esas cartas?<br />
-Pero...<br />
-Dejadme hablar. ¿Tenéis esas cartas?<br />
-Ahora precisamente acabo <strong>de</strong> recibir<br />
una.<br />
-¿Interesante?<br />
-Lo supongo.<br />
-¿No las leéis?<br />
-No soy curioso.<br />
Y Porthos sacó <strong>de</strong>l bolsillo la carta <strong>de</strong>l<br />
soldado que Porthos no había leído, pero sí<br />
Artagnan.
-¿Sabéis lo que <strong>de</strong>béis hacer? -preguntó<br />
Artagnan.<br />
-¡Pardiez! Lo que hago siempre: remitirla.<br />
-No.<br />
-Pues qué ... ¿guardarla?<br />
-Tampoco. ¿No os han asegurado que<br />
esa carta era interesante?<br />
-Y mucho.<br />
-Pues bien: lo que habréis <strong>de</strong> hacer es<br />
llevarla vos mismo a Fontainebleau Aramis?.<br />
-Sí.<br />
-Tenéis razón.<br />
-Y puesto que el rey está allí... -<br />
Aprovecharemos la oportunidad...<br />
-Para presentaros al rey.<br />
-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! Artagnan, sois el único<br />
para hallar expedientes.<br />
-Por tanto, en vez <strong>de</strong> mandar, a nuestro<br />
amigo mensajeros más o menos fieles, le llevamos<br />
la carta nosotros mismos.
-Pues no se me había ocurrido siquiera,<br />
a pesar <strong>de</strong> que la cosa no pue<strong>de</strong> ser más sencilla.<br />
-Por eso urge mucho, querido Porthos,<br />
que marchemos al momento.<br />
-En efecto -dijo Porthos-, cuanto antes<br />
salgamos, menos retraso sufrirá el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong><br />
Aramis.<br />
-Porthos, discurrís con mucha soli<strong>de</strong>z, y<br />
en vos la lógica favorece a la imaginación.<br />
-¿Os parece? -dijo Porthos.<br />
-Es resultado <strong>de</strong> los estudios sólidos -<br />
contestó Artagnan-. Conque vamos.<br />
-Pero, ¿y la promesa que he hecho al<br />
señor Fouquet? -preguntó Porthos.<br />
-¿Qué promesa?<br />
-La <strong>de</strong> no salir <strong>de</strong> Saint-Mandé sin avisarle.<br />
-¡Vaya, amigo Porthos -dijo Artagnanqué<br />
niño sois!<br />
-¿Por qué?<br />
-¿No vais a Fontainebleau?
-Iré.<br />
-¿No veréis allí al señor Fouquet?<br />
-Sí.<br />
-¿Probablemente en la cámara <strong>de</strong>l rey?<br />
-¡En la cámara <strong>de</strong>l rey! -repitió majestuosamente<br />
Porthos.<br />
-Pues os acercáis a él y le <strong>de</strong>cís: "Señor<br />
Fouquet, tengo la honra <strong>de</strong> avisaros que acabo<br />
<strong>de</strong> ausentarme <strong>de</strong> Saint-Mandé."<br />
-Y -dijo Porthos con igual majestadviéndome<br />
el señor Fouquet en Fontainebleau<br />
en la cámara <strong>de</strong>l rey, no podrá <strong>de</strong>cir que miento.<br />
-Justamente abría la boca para <strong>de</strong>ciros<br />
eso mismo, amigo Porthos; pero en todo me<br />
a<strong>de</strong>lantáis. ¡Qué naturaleza tan privilegiada la<br />
vuestra! La edad no ha hecho mella en vos.<br />
-No mucho.<br />
-De modo que no hay más que hablar.<br />
-Así es.<br />
-¿No tenéis ya más escrúpulos?<br />
-Creo qué no.
-Entonces partamos.<br />
-Voy a hacer que ensillen mis caballos.<br />
-Tengo cinco.<br />
-¿Qué habéis hecho traer <strong>de</strong> Pierrefonds?<br />
-Que me ha regalado el señor Fouquet.<br />
-Querido Porthos, no hay necesidad <strong>de</strong><br />
cinco caballos para dos personas; a<strong>de</strong>más, que<br />
tengo ya tres en París, y serían entre todos<br />
ocho, número que consi<strong>de</strong>ro excesivo.<br />
-No lo sería si tuviese aquí a mis criados;<br />
pero, ¡ay! no los tengo.<br />
-¿Echáis <strong>de</strong> menos a vuestros criados?<br />
-A Mosquetón; Mosquetón me hace falta.<br />
-¡Qué corazón tan excelente! -exclamó<br />
Artagnan-. Pero, creedme, <strong>de</strong>jad aquí vuestros<br />
caballos, como habéis <strong>de</strong>jado allá a Mosquetón.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque tal vez más a<strong>de</strong>lante...<br />
-¿Qué?
-Podrá resultar que el señor Fouquet no<br />
os haya dado nada. -No comprendo -dijo Porthos.<br />
-Ni hay necesidad.<br />
-Sin embargo...<br />
-Más a<strong>de</strong>lante os lo explicaré, Porthos.<br />
-Apuesto que es cuestión política.<br />
-Y <strong>de</strong> la más sutil.<br />
Porthos bajó la cabeza al oír la palabra:<br />
política; luego, tras un instante <strong>de</strong> reflexión,<br />
añadió:<br />
-Os confieso, Artagnan, que no soy político.<br />
-¡Bien lo sé, diantre!<br />
-¡Oh! Nadie sabe eso. Vos mismo me lo<br />
habéis dicho, vos, el valiente <strong>de</strong> los valientes.<br />
-¿Qué he dicho yo, Porthos?<br />
-Que cada uno tiene sus días.<br />
-Eso me habéis dicho, y yo lo he experimentado.<br />
Hay días en que se encuentra menos<br />
placer en recibir estocadas que en otros.<br />
-Esa es mi i<strong>de</strong>a.
-Y la mía, aunque no crea en los golpes<br />
que matan.<br />
-¡Diantre! Pues a algunos habéis muerto.<br />
-Sí, pero a mí nunca me han matado.<br />
-No es mala la razón.<br />
-De consiguiente, no creo que haya <strong>de</strong><br />
morir nunca por la hoja <strong>de</strong> una espada o la bala<br />
<strong>de</strong> un mosquete.<br />
-Entonces, ¿no tenéis miedo a nada?...<br />
¡Ah! ¿Al agua acaso?<br />
-No tal, que nado como una nutria.<br />
-¿A las cuartanas?<br />
-Nunca las he tenido ni creo haya <strong>de</strong><br />
tenerlas jamás; pero os manifestaré una cosa...<br />
Y Porthos bajó la voz.<br />
-¿Cuál? -preguntó Artagnan, acomodándose<br />
al diapasón <strong>de</strong> Porthos.<br />
-Que tengo un miedo horrible a la política<br />
-dijo Porthos.<br />
-¡Ah! ¡Bah! -exclamó Artagnan.<br />
-¡Poco a poco! -dijo Porthos con voz estentórea-.<br />
Yo he visto a Su Eminencia el car<strong>de</strong>-
nal Richelieu y a Su Eminencia el car<strong>de</strong>nal Mazarino;<br />
el uno seguía una política roja, y el otro<br />
una política negra. Yo nunca he estado más<br />
contento <strong>de</strong> la una que <strong>de</strong> la otra: la primera<br />
hizo cortar la cabeza al señor <strong>de</strong> Marcillac, al<br />
señor <strong>de</strong> Thou, al señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, al señor<br />
<strong>de</strong> Chalais, al señor <strong>de</strong> Boutteville y al señor <strong>de</strong><br />
Montmorency; la segunda ha hecho ahorcar a<br />
una multitud <strong>de</strong> frondistas, a cuyo partido pertenecíamos<br />
también nosotros, amigo.<br />
-No hay tal -dijo Artagnan.<br />
-¡Oh, sí! Porque si yo tiraba <strong>de</strong> la espada<br />
por el car<strong>de</strong>nal, daba tajos por el rey.<br />
-¡Querido Porthos!<br />
-Voy a terminar. Mi miedo a la política<br />
es tal, que si hay política en esto, prefiero volverme<br />
a Pierrefonds.<br />
-Tendríais razón para ello, si tal hubiera;<br />
pero conmigo, querido Porthos, no hay nada <strong>de</strong><br />
política. La cosa es clara; habéis trabajado en<br />
fortificar a Belle-Isle; el rey tuvo <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> conocer<br />
el nombre <strong>de</strong>l hábil ingeniero que ha
hecho esos trabajos; vos sois tímido, como todos<br />
los hombres <strong>de</strong> mérito; quizá Aramis trate<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaros en la obscuridad. Pero yo os tomo<br />
por m¡ cuenta, os hago salir a luz, os presento,<br />
y el rey os recompensa. Esta es toda mi política.<br />
-¡Esa es también la mía, pardiez! -dijo<br />
Porthos tendiendo la mano a Artagnan.<br />
Pero Artagnan conocía la mano <strong>de</strong> Porthos;<br />
sabía que aprisionada una mano común<br />
entre los cinco <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l barón, jamás salía <strong>de</strong><br />
ellos sin contusiones. Tendió, pues, a su amigo,<br />
no la mano, sino el puño. Porthos ni siquiera lo<br />
advirtió. Después <strong>de</strong> lo cual, salieron ambos <strong>de</strong><br />
Saint-Mandé.<br />
Los guardianes cuchichearon entre sí<br />
ciertas palabras, que Artagnan comprendió,<br />
pero que se guardó muy bien <strong>de</strong> hacer compren<strong>de</strong>r<br />
a Porthos.<br />
"Nuestro amigo -dijo para si no era más ni menos<br />
que un prisionero <strong>de</strong> Aramis. Veremos lo<br />
que resulta <strong>de</strong> la liberación <strong>de</strong> este conspirador."
X<br />
EL RATÓN Y EL QUESO<br />
Artagnan y Porthos regresaron a pie,<br />
como había ido Artagnan. Cuando Artagnan,<br />
que fue el primero que penetró en la tienda "<strong>El</strong><br />
Pilón <strong>de</strong> Oro" anunció a Planchet que el señor<br />
Du-Vallon sería uno <strong>de</strong> los viajeros privilegiados,<br />
y Porthos, al pasar a su vez, hizo crujir con<br />
la pluma <strong>de</strong> su sombrero los mecheros <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />
colgados <strong>de</strong>l cobertizo, algo parecido a un<br />
presentimiento doloroso turbó la alegría que<br />
Planchet prometíase para el día siguiente.<br />
Pero era un corazón <strong>de</strong> oro nuestro abacero,<br />
resto precioso <strong>de</strong> una época que es y ha<br />
sido siempre para los que envejecen la <strong>de</strong> su<br />
juventud, y para los jóvenes la vejez <strong>de</strong> sus antepasados.
Planchet, no obstante aquella conmoción<br />
interna, pronto reprimida, recibió a<br />
Porthos con un respeto mezclado <strong>de</strong> tierna cordialidad.<br />
Porthos, algo estirado' al principio, a<br />
causa <strong>de</strong> la distancia social que existía en aquella<br />
época entre un barón y un abacero, concluyó<br />
al fin por humanizarse al ver en Planchet tan<br />
buena voluntad y tanto agasajo.<br />
Principalmente, no pudo menos <strong>de</strong> mostrarse<br />
sensible a la libertad que se le dio, o más<br />
bien se le ofreció, <strong>de</strong> sumergir sus anchas manos<br />
en las cajas <strong>de</strong> frutos secos y confites, en los<br />
sacos <strong>de</strong> almendras y avellanas, y en los cajones<br />
llenos <strong>de</strong> dulces.<br />
De modo que a pesar <strong>de</strong> las invitaciones<br />
que le hizo Planchet para que subiese al entresuelo,<br />
eligió por habitación favorita, durante la<br />
noche que iba a pasar en casa <strong>de</strong> Planchet, la<br />
tienda, don<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos hallaban siempre lo<br />
que su nariz había olfateado.
Los hermosos higos <strong>de</strong> Provenza, las<br />
avellanas <strong>de</strong>l Forest, y las ciruelas <strong>de</strong> Turena,<br />
fueron para Porthos objeto <strong>de</strong> una distracción<br />
que saboreó por espacio <strong>de</strong> cinco horas sin interrupción.<br />
Entre sus dientes y muelas triturábanse<br />
los huesos, cuyos residuos sembraban luego el<br />
suelo y crujían bajo la suela <strong>de</strong> los que iban y<br />
venían; Porthos <strong>de</strong>sgranaba entre sus labios, <strong>de</strong><br />
una vez, los sabrosos racimos <strong>de</strong> moscatel secos,<br />
<strong>de</strong> violáceos colores, <strong>de</strong> los que hacía pasar<br />
media libra <strong>de</strong> su boca al estómago.<br />
En un rincón <strong>de</strong>l almacén, los mancebos,<br />
llenos <strong>de</strong> espanto, se miraban mutuamente sin<br />
atreverse a hablar.<br />
No sabían que tal Porthos existiese,<br />
pues jamás le habían visto. La raza <strong>de</strong> aquellos<br />
titanes que habían llevado las últimas corazas<br />
<strong>de</strong> Hugo Capeto, <strong>de</strong> Felipe Augusto y <strong>de</strong> Francisco<br />
I, principiaba a <strong>de</strong>saparecer. Así era que<br />
se preguntaban si sería aquél el duen<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />
cuentos <strong>de</strong> encantamientos que iban a sepultar
en su insondable estómago todo el almacén <strong>de</strong><br />
Planchet, sin mover <strong>de</strong> su sitio los barriles y cajones.<br />
Porthos, mascando, triturando, chupando<br />
y tragando, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> vez en cuando al abacero:<br />
-Tenéis un lindo comercio, querido<br />
Planchet.<br />
-Pronto <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> tenerlo, si esto sigue<br />
así -dijo el primer mancebo, a quien Planchet<br />
había prometido que le suce<strong>de</strong>ría en la tienda.<br />
Y, en su <strong>de</strong>sesperación, acercóse a Porthos,<br />
que ocupaba todo el sitio que conducía<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trastienda a la tienda, esperando que<br />
aquél se levantase y que ese movimiento le distrajese<br />
<strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>voradoras.<br />
-¿Qué queréis, querido mío? -preguntó<br />
Porthos con aire afable.<br />
-Quería pasar, señor, si no os sirve <strong>de</strong><br />
molestia.<br />
-De ningún modo, amigo -dijo Porthos.
Y, cogiendo al mismo tiempo al mancebo<br />
por la cintura, lo levantó en el aire y lo<br />
transportó al otro lado.<br />
Por supuesto, que todo esto lo hizo sonriendo,<br />
con el mismo aire <strong>de</strong> afabilidad.<br />
Al asustado mancebo faltáronle las<br />
piernas en el momento en que Porthos le <strong>de</strong>jaba<br />
en tierra, <strong>de</strong> modo que cayó <strong>de</strong> espaldas sobre<br />
los corchos.<br />
Sin embargo, viendo la dulzura <strong>de</strong> aquel gigante,<br />
se aventuró a <strong>de</strong>cir:<br />
-¡Ay, señor, pensad lo que hacéis!<br />
-¿Por qué <strong>de</strong>cís eso, querido? -preguntó<br />
Porthos.<br />
-Porque vais a quemaros el estómago.<br />
-¿Cómo es eso, mi buen amigo?<br />
-Todos esos alimentos son ardientes,<br />
señor.<br />
-¿Cuáles?<br />
Las pasas, las avellanas, las almendras ...<br />
-Sí; mas si las pasas, las avellanas y las<br />
almendras son ardientes...
-No hay la menor duda, señor.<br />
Y, alargando su mano hacia un barril <strong>de</strong><br />
miel abierto, don<strong>de</strong> estaba la espátula con que<br />
se servía a los compradores, tragó una buena<br />
media libra.<br />
-Querido -dijo Porthos-, ¿queréis traerme<br />
agua?<br />
-¿En un cubo, señor? -preguntó sencillamente<br />
el mancebo.<br />
-No; en una garrafa; con una garrafa<br />
tendré suficiente -respondió Porthos con la mayor<br />
naturalidad.<br />
Y, llevándose la garrafa a la boca, como<br />
hace un músico con su trompa, la vació <strong>de</strong> un<br />
solo trago.<br />
Planchet estremecíase entre todos los<br />
sentimientos que correspon<strong>de</strong>n a las fibras <strong>de</strong><br />
la propiedad y <strong>de</strong>l amor propio.<br />
Sin embargo, como digno dispensador<br />
<strong>de</strong> la hospitalidad antigua, simulaba conversar<br />
con la mayor' atención con Artagnan, y no<br />
hacía más que repetir:
-¡Ay, señor, qué placer!... ¡Ay, señor, qué<br />
honra para mi casa!<br />
-¿A qué hora cenaremos, Planchet? -<br />
preguntó Porthos-. Tengo apetito.<br />
<strong>El</strong> primer mancebo juntó sus manos.<br />
Los otros dos escurriéronse bajo el mostrador,<br />
temiendo que Porthos oliese la carne<br />
fresca.<br />
-Aquí tomaremos un bocado nada más -<br />
dijo Artagnan-, y cenaremos luego en la casa <strong>de</strong><br />
campo <strong>de</strong> Planchet.<br />
-¡Ah! ¿De modo que vamos a vuestra<br />
casa <strong>de</strong> campo, Planchet? -dijo Porthos-. Tanto<br />
mejor.<br />
-Me hacéis gran<strong>de</strong> honor, señor barón.<br />
Las palabras señor barón produjeron<br />
gran<strong>de</strong> efecto en los mancebos, los cuales vieron<br />
un hombre <strong>de</strong> la clase más distinguida en<br />
un apetito <strong>de</strong> aquella naturaleza.<br />
Por otra parte, aquel título les tranquilizó.<br />
Nunca habían oído <strong>de</strong>cir que a un duen<strong>de</strong><br />
se le llamase señor barón.
-Tomaré algunos bizcochos para el camino<br />
-dijo Porthos con indiferencia.<br />
Y diciendo esto vació un cajón <strong>de</strong> bizcochos<br />
en el bolsillo <strong>de</strong> su ropilla.<br />
-¡Salvóse mi tienda! -murmuró Planchet.<br />
-Sí, como el queso --dijo el primer mancebo.<br />
-¿Qué queso?<br />
-Aquel queso <strong>de</strong> Holanda en que entró<br />
un ratón y <strong>de</strong>l que sólo hallamos la corteza.<br />
Planchet echó una mirada por la tienda,<br />
y al ver lo que había escapado <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong><br />
Porthos, parecióle exagerada la comparación.<br />
<strong>El</strong> primer mancebo conoció lo que querían<br />
<strong>de</strong>cir los ojos <strong>de</strong> su amo.<br />
-¡Cuidado con la vuelta! -le dijo.<br />
-¿Tenéis frutos en vuestro cuarto? -<br />
preguntó Porthos subiendo al entresuelo, don<strong>de</strong><br />
acababan <strong>de</strong> anunciar que estaba servido el<br />
refrigerio. - -¡Ay! -exclamó el abacero, dirigiendo<br />
a Artagnan una mirada suplicante,<br />
que éste comprendió a medias.
Terminado el refrigerio pusiéronse en<br />
camino.<br />
Era ya tar<strong>de</strong> cuando los tres viajeros,<br />
que salieron <strong>de</strong> París a eso <strong>de</strong> las seis, llegaron<br />
a Fontainebleau.<br />
<strong>El</strong> viaje fue muy divertido, Porthos se<br />
complació con la compañía <strong>de</strong> Planchet, porque<br />
éste le manifestaba mucho respeto, y le hablaba<br />
con interés <strong>de</strong> sus prados, <strong>de</strong> sus bosques y <strong>de</strong><br />
sus conejares.<br />
Porthos tenía los gustos y el orgullo <strong>de</strong>l<br />
propietario.<br />
Artagnan, así que divisó a sus dos compañeros<br />
tan engolfados en la conversación, tomó<br />
la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l camino, y, echando la brida<br />
sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo, se aisló <strong>de</strong>l mundo<br />
entero, como también <strong>de</strong> Porthos y <strong>de</strong> Planchet.<br />
La luna penetraba dulcemente a través<br />
<strong>de</strong>l ramaje azulado <strong>de</strong>l bosque. Las emanaciones<br />
<strong>de</strong> la llanura subían, embalsamadas, a las<br />
narices <strong>de</strong> los caballos, que resoplaban con<br />
gran<strong>de</strong>s saltos <strong>de</strong> alegría.
Porthos y Planchet se pusieron a hablar<br />
aparte.<br />
Planchet manifestó a Porthos que, en la<br />
edad madura <strong>de</strong> su vida, había <strong>de</strong>scuidado la<br />
agricultura por el comercio; pero que su infancia<br />
había transcurrido en Picardía, entre las<br />
hermosas alfalfas que le subían hasta las rodillas<br />
y bajo los ver<strong>de</strong>s manzanos <strong>de</strong> frutos sonrosados;<br />
así es que había jurado, tan pronto<br />
como su fortuna estuviera hecha, volver a la<br />
naturaleza y terminar sus días como los había<br />
empezado, lo más próximo a la tierra, adon<strong>de</strong><br />
van a parar todos los hombres.<br />
-¡Hola, hola! -dijo Porthos-. Entonces,<br />
querido Planchet, vuestro retiro está próximo<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque me parece que estáis en camino<br />
<strong>de</strong> hacer una regular fortuna.<br />
-Sí -contestó Planchet-, se hace lo que se<br />
pue<strong>de</strong>.
-Vamos a ver, ¿cuánto es lo que ambicionáis,<br />
y con qué cantidad contáis po<strong>de</strong>r retiraros?<br />
-Señor -dijo Planchet sin respon<strong>de</strong>r a la<br />
pregunta, sin embargo <strong>de</strong> lo interesante que<br />
era-, señor, una cosa me causa mucha pena.<br />
-¿Qué? -preguntó Porthos mirando a sus<br />
espaldas, como para buscar esa otra cosa que<br />
apenaba a Planchet y librarle <strong>de</strong> ella.<br />
-En otro tiempo me llamabais simplemente<br />
Planchet, y me habríais dicho: "¿Cuánto<br />
ambicionas, Planchet, y con qué cantidad cuentas<br />
po<strong>de</strong>r retirarte?"<br />
-Seguramente, así es; en otro tiempo eso<br />
te habría dicho -replicó el buen Porthos con<br />
cierta perplejidad llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za-, pero en<br />
aquel tiempo...<br />
-En aquel tiempo era el lacayo <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> Artagnan, ¿no es eso lo que queríais <strong>de</strong>cir?<br />
-Sí.
-Pues bien, si no soy ahora lacayo suyo,<br />
soy todavía su servidor; y, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella<br />
época ...<br />
-¿Qué?<br />
-Des<strong>de</strong> aquella época he tenido la honra<br />
<strong>de</strong> ser su socio.<br />
-¡Oh, oh -exclamó Porthos-. ¡Cómo! ¿Artagnan<br />
ha tomado parte en el comercio <strong>de</strong> comestibles?<br />
-No, no -dijo Artagnan, a quien aquellas<br />
palabras sacaron <strong>de</strong> sus meditaciones y pusiéronle<br />
al corriente <strong>de</strong> la conversación con la<br />
habilidad y penetración que distinguía cada<br />
operación <strong>de</strong> su entendimiento y <strong>de</strong> su cuerpo-.<br />
No ha sido Artagnan el que entró en el comercio<br />
<strong>de</strong> comestibles, sino Planchet, que se ha<br />
<strong>de</strong>dicado a la política. ¡Eso es!<br />
-Sí -contestó Planchet con orgullo y satisfacción<br />
a la vez-; hemos hecho juntos un pequeño<br />
negocio que nos ha producido a mí cien<br />
mil libras, y al señor <strong>de</strong> Artagnan doscientas<br />
mil.
-¡Oh, oh! -exclamó Porthos con admiración.<br />
-De suerte, señor barón -contestó el abacero-,<br />
que os suplico <strong>de</strong> nuevo me llaméis Planchet<br />
como antiguamente, y continuéis tuteándome.<br />
No podéis suponeros el placer que<br />
eso me causará.<br />
-Si así es, lo haré como <strong>de</strong>seas, querido<br />
Planchet -replicó Porthos. Y, como al <strong>de</strong>cir esto<br />
se hallara cerca <strong>de</strong> Planchet, levantó la mano<br />
para darle un golpecito en el hombro, en señal<br />
<strong>de</strong> cordial amistad.<br />
Mas un movimiento provi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l<br />
caballo <strong>de</strong>jó frustrado el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>l jinete, <strong>de</strong><br />
suerte que su mano cayó sobre la grupa <strong>de</strong>l<br />
caballo <strong>de</strong> Planchet.<br />
<strong>El</strong> animal dobló los riñones. Artagnan<br />
empezó a reír, y dijo en voz alta:<br />
-Cuidado, Planchet, que si Porthos te<br />
llega a querer mucha, te acariciará; y si te acaricia,<br />
te aplasta el día menos pensado: ya ves que<br />
Porthos no ha perdido nada <strong>de</strong> su fuerza.
-¡Oh! -dijo Planchet- Mosquetón no ha<br />
muerto, y sin embargo, el señor barón lo aprecia<br />
mucho.<br />
-Así es -dijo Porthos con un suspiro que<br />
hizo encabritar simultáneamente a los tres caballos-;<br />
y aun <strong>de</strong>cía esta mañana a Artagnan lo<br />
mucho que le echaba <strong>de</strong> menos; pero dime,<br />
Planchet...<br />
-¡Gracias, señor barón, gracias! -¡Bien,<br />
Planchet, bien! ¿Cuántas arpentas tienes <strong>de</strong><br />
parque?<br />
-¿De parque?<br />
-Sí; luego contaremos los prados, y <strong>de</strong>spués<br />
los bosques.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>, señor?<br />
-En tu palacio.<br />
-Pero, señor barón, si no tengo palacio,<br />
ni parque, ni prados, ni bosque.<br />
-Entonces, ¿qué es lo que tienes, y por<br />
qué llamas a eso casa <strong>de</strong> campo?
-No he dicho casa <strong>de</strong> campo, señor barón<br />
-objetó Planchet algo humillado-, sino simple<br />
apea<strong>de</strong>ro.<br />
-¡Ah, ah! --dijo Porthos-. Ya entiendo; te<br />
reservas.<br />
-No, señor barón, digo la verdad pura:<br />
no tengo más que dos cuartos para amigos.<br />
-Entonces, ¿por dón<strong>de</strong> pasean tus amigos?<br />
-Por los bosque <strong>de</strong>l rey, que son encantadores.<br />
-<strong>El</strong> caso es que esos bosques son muy<br />
hermosos, casi tanto como los míos <strong>de</strong>l Berry.<br />
Planchet abrió <strong>de</strong>smesuradamente los<br />
ojos.<br />
-¿Tenéis bosques semejantes a los <strong>de</strong><br />
Fontainebleau, señor barón? -murmuró asombrado.<br />
-Sí, tengo dos; pero el <strong>de</strong>l Berry es el<br />
predilecto.<br />
-¿Por qué? -preguntó graciosamente<br />
Planchet.
-En primer lugar, porque no conozco<br />
sus límites; y, <strong>de</strong>spués, porque está poblado <strong>de</strong><br />
cazadores furtivos.<br />
-¿Y cómo pue<strong>de</strong> haceros tan grato el<br />
bosque esa profusión <strong>de</strong> cazadores furtivos?<br />
-Porque ellos cazan mis piezas, y yo los<br />
cazo a ellos, y esto es para mí, en tiempo <strong>de</strong><br />
paz, una imagen en pequeño <strong>de</strong> la guerra.<br />
A este punto llegaba la conversación,<br />
cuando Planchet, levantando la cabeza, divisó<br />
las primeras casas <strong>de</strong> Fontainebleau, que se<br />
diseñaban vigorosamente en el cielo, en tanto<br />
que por encima <strong>de</strong> la masa compacta e informe<br />
se elevaban las techumbres agudas <strong>de</strong>l palacio,<br />
cuyas pizarras relucían a la luna como las escamas<br />
<strong>de</strong> un pez enorme.<br />
-Señores -dijo Planchet-: tengo el honor<br />
<strong>de</strong> anunciaron que hemos llegado a Fontainebleau.
XI<br />
LA CASA DE CAMPO DE PLANCHET<br />
Levantaron la cabeza los jinetes, y vieron<br />
que el honrado Planchet <strong>de</strong>cía exactamente<br />
la verdad.<br />
Diez minutos más tar<strong>de</strong> se hallaban en<br />
la calle <strong>de</strong> Lyón, al otro<br />
lado <strong>de</strong> la posada "<strong>El</strong> Hermoso Pavo Real".<br />
Una inmensa cerca <strong>de</strong> espesos saúcos,<br />
espinos y lúpulos formaba un vallado impenetrable<br />
y negro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual se elevaba una<br />
casa blanca, con la techumbre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s tejas.<br />
Dos ventanas <strong>de</strong> aquella casa daban a la<br />
calle. Las dos eran sombrías.<br />
Entre ambas, una portecita, resguardada por un<br />
cobertizo sostenido sobre pilastras, daba entrada<br />
a ella.<br />
<strong>El</strong> umbral <strong>de</strong> esta puerta estaba bastante<br />
elevado.<br />
Planchet echó pie a tierra como para<br />
llamar a dicha puerta; pero, cambiando <strong>de</strong>s<strong>de</strong>
luego <strong>de</strong> parecer, cogió a su caballo <strong>de</strong> la brida<br />
y anduvo unos treinta pasos más.<br />
Sus dos compañeros siguiéronle. Llegó<br />
hasta una puerta cochera, situada treinta pasos<br />
más allá, y, levantando un picaporte <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />
única cerradura <strong>de</strong> aquella puerta, empujó<br />
una <strong>de</strong> sus hojas. Entonces penetró el primero,<br />
llevando el caballo por la brida, en un pequeño<br />
corral, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> estiércol, cuyo olor revelaba<br />
la proximidad <strong>de</strong> un establo.<br />
-Bien huele -dijo ruidosamente Porthos,<br />
echando al mismo tiempo pie a tierra-; no parece<br />
sino que estoy en mis vaquerías <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />
-No tengo más que una. vaca -se apresuró<br />
a <strong>de</strong>cir mo<strong>de</strong>stamente Planchet.<br />
-Pues yo tengo treinta -dijo Porthos-, y a<br />
<strong>de</strong>cir verdad, no sé el número <strong>de</strong> las vacas que<br />
tengo.<br />
Después que entraron los dos jinetes,<br />
Planchet cerró la puerta. Entretanto, Artagnan,<br />
que se había apeado con su ligereza acostum-
ada respiraba aquella saludable atmósfera, y<br />
alegre como un parisiense que sale al campo,<br />
cogía, ora un ramo <strong>de</strong> madreselvas, ora un agavanzo.<br />
Porthos echó mano a unos guisantes que<br />
subían a lo largo <strong>de</strong> los palos, y se comía, o más<br />
bien engullía, vainas y fruto a la vez.<br />
Planchet corrió a <strong>de</strong>spertar a cierto<br />
campesino, viejo y cascado, que dormía bajo un<br />
cobertizo sobre una cama <strong>de</strong> musgo, cubierto<br />
con una chamarreta.<br />
<strong>El</strong> campesino, que conoció a Planchet, le<br />
llamó nuestro amo, con gran placer <strong>de</strong>l abacero.<br />
-Llevad los caballos al pesebre, buen<br />
viejo, y dadles buena pitanza -dijo Planchet.<br />
-¡Oh! Hermosos animales -exclamó el<br />
campesino-, procuraré que se harten.<br />
-Poco a poco, poco a poco, amigo -dijo<br />
Artagnan-; no tanto ya: avena, y la paja correspondiente,<br />
nada más.
-Y agua <strong>de</strong> salvado para mi caballo -<br />
repuso Porthos-, porque se me figura que suda<br />
mucho.<br />
-¡Oh! Nada temáis, señores -contestó<br />
Planchet-: el tío Celestino es un antiguo gendarme<br />
<strong>de</strong>l Ivry, y sabe lo que es cuidar caballos.<br />
Pasemos a la casa.<br />
Y llevó a sus amigos por una alameda<br />
muy poblada que atravesaba una huerta, luego<br />
un campo <strong>de</strong> alfalfa, que, por ultimo, terminaba<br />
en un jardinito, tras <strong>de</strong>l cual se elevaba la casa,<br />
cuya fachada principal se había visto ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
la calle.<br />
A medida que se iban acercando, podía<br />
distinguirse por dos ventanas abiertas <strong>de</strong>l piso<br />
bajo el interior, el penetral <strong>de</strong> Planchet.<br />
Aquella habitación, suavemente iluminada<br />
por una lámpara situada sobre la mesa, se<br />
<strong>de</strong>stacaba en el fondo <strong>de</strong>l jardín como una risueña<br />
imagen <strong>de</strong> la paz, <strong>de</strong> la comodidad y <strong>de</strong><br />
la dicha.
Don<strong>de</strong> quiera que caía la lentejuela <strong>de</strong><br />
luz <strong>de</strong>sprendida <strong>de</strong>l centro luminoso sobre una<br />
antigua fayenza, sobre un mueble resplan<strong>de</strong>ciente<br />
<strong>de</strong> limpieza, sobre un arma colgada en la<br />
tapicería, la pura claridad encontraba un puro<br />
reflejo, y la gota <strong>de</strong> fuego iba a reposar sobre el<br />
objeto grato a la vista.<br />
Aquella lámpara, que iluminaba el cuarto,<br />
mientras que por el cerco <strong>de</strong> las ventanas<br />
caían las ramas <strong>de</strong> jazmín y <strong>de</strong> aristoloquia,<br />
daba luz a un mantel adamascado, blanco 1<br />
como la nieve.<br />
Había dos cubiertos sobre aquel mantel.<br />
Un vino clarete mecía sus rubíes en el cristal<br />
labrado <strong>de</strong> la larga botella, y una vasija <strong>de</strong> fayenza<br />
azul, con tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> plata, contenía una<br />
espumosa sidra.<br />
Al lado <strong>de</strong> la mesa, y en un sillón <strong>de</strong><br />
mucho respaldo, dormía una mujer <strong>de</strong> treinta<br />
años, cuyo rostro rebosaba salud y frescura.<br />
Sobre las rodillas <strong>de</strong> aquella fresca criatura,<br />
un gatazo manso, apelotonando su cuerpo
sobre sus patas dobladas, hacía oír ese ronquido<br />
característico que, con los ojos medio cerrados,<br />
significa en los hábitos felinos: "Soy enteramente<br />
feliz."<br />
Los dos amigos <strong>de</strong>tuviéronse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
aquella ventana, mudos <strong>de</strong> sorpresa.<br />
Al ver Planchet su admiración experimentó<br />
una dulce alegría. -¡Ah, pícaro Planchet!<br />
-exclamó Artagnan-. Ahora comprendo<br />
tus ausencias.<br />
-¡Oh, oh! Vaya un lienzo blanco -dijo a<br />
su vez Porthos con voz <strong>de</strong> trueno.<br />
Al ruido <strong>de</strong> aquella voz, el gato escapó,<br />
el ama se <strong>de</strong>spertó asustada, y Planchet, tomando<br />
un aire afable, introdujo a los dos compañeros<br />
en la habitación don<strong>de</strong> estaba puesta la<br />
mesa.<br />
-Permitidme, amiga mía, que os presente<br />
al señor caballero <strong>de</strong> Artagnan, mi protector.<br />
Artagnan cogió la mano <strong>de</strong> la dama como<br />
hombre cortesano, y con los mismos modales<br />
con que habría tomado la <strong>de</strong> Madame.
-<strong>El</strong> señor barón Du-Vallon <strong>de</strong> Bracieux<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds -añadió Planchet.<br />
Porthos hizo un saludo que hubiera<br />
<strong>de</strong>jado satisfecha a la misma Ana <strong>de</strong> Austria, so<br />
pena <strong>de</strong> ser tenida por muy exigente.<br />
Entonces le tocó su vez a Planchet, el<br />
cual abrazó con gran franqueza a la dama, no<br />
sin haber hecho antes un a<strong>de</strong>mán que parecía<br />
pedir su permiso a Artagnan y Porthos, permiso<br />
que le fue concedido en el acto.<br />
Artagnan hizo su cumplido a Planchet.<br />
-He aquí un hombre que sabe vivir.<br />
-Señor -contestó Planchet riendo-, la<br />
vida es un capital que el hombre <strong>de</strong>be tratar <strong>de</strong><br />
colocar lo más ingeniosamente que pueda ...<br />
-Y <strong>de</strong>l que obtienes gran<strong>de</strong>s intereses -<br />
dijo Porthos riendo como un trueno.<br />
Planchet se volvió hacia el ama <strong>de</strong> la<br />
casa.<br />
-Amiga mía -le dijo-, aquí tenéis a los<br />
dos hombres que han dirigido una parte <strong>de</strong> mi<br />
existencia, y que os he nombrado tantas veces.
-Con otros dos más -dijo la dama con<br />
acento flamenco <strong>de</strong> los más pronunciados<br />
-¿Sois holan<strong>de</strong>sa? -preguntó Artagnan.<br />
Porthos retorcióse el bigote, lo cual notó<br />
Artagnan, que todo lo observaba.<br />
-Soy <strong>de</strong> Amberes -respondió la dama.<br />
-Y se llama la señora Gechter -dijo Planchet.<br />
- Pero supongo que no la llamaré <strong>de</strong> ese<br />
modo -dijo Artagnan.<br />
-¿Por qué? -preguntó Planchet.<br />
-Porque sería envejecerla cada vez que<br />
la llamaseis.<br />
-No: la llamo Trüchen. -Bonito nombre -<br />
dijo Porthos.<br />
-Trüchen -replicó Planchet me ha venido<br />
<strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s con su virtud y dos mil florines,<br />
huyendo <strong>de</strong> un marido que le pegaba. Como<br />
natural <strong>de</strong> Picardía, me han gustado siempre<br />
las mujeres <strong>de</strong> Artois. Del Artois a Flan<strong>de</strong>s no<br />
hay más que un paso. La <strong>de</strong>sgraciada vino a<br />
llorar a casa <strong>de</strong> su padrino, mi pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> la
calle <strong>de</strong> los Lombardos, y colocó en mi casa sus<br />
dos mil florines, que en el día le rentan diez<br />
mil.<br />
-¡Bravo, Planchet!<br />
-Es libre, es rica; tiene una vaca; manda<br />
a una sirviente y al tío Celestino; me hace todas<br />
mis camisas y todas mis medias <strong>de</strong> invierno;<br />
sólo me ve <strong>de</strong> quince en quince días, y se consi<strong>de</strong>ra<br />
dichosa<br />
-y lo soy efectivamente -dijo Trüchen con<br />
abandono.<br />
Porthos se retorció el otro hemisferio <strong>de</strong>l<br />
bigote.<br />
-¡Diantre, diantre! -dijo para sí Artagnan-.<br />
Será que Porthos tenga intenciones.<br />
Entretanto, Trüchen, comprendiendo lo<br />
que había <strong>de</strong> hacer, dio prisa a la cocinera, añadió<br />
dos cubiertos, y puso sobre la mesa manjares<br />
<strong>de</strong>licados, capaces <strong>de</strong> convertir una cena<br />
en comida y una comida en festín.<br />
Manteca. fresca, cecina, anchoas y atún, todo lo<br />
mejor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong> Planchet.
Pollos, legumbres, ensalada, pescados<br />
<strong>de</strong> estanque y <strong>de</strong> río, caza <strong>de</strong>l monte, en fin,<br />
todos los recursos <strong>de</strong> la provincia.<br />
A<strong>de</strong>más, Planchet volvía <strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga cargado<br />
con diez botellas, cuyo vidrio <strong>de</strong>saparecía bajo<br />
una <strong>de</strong>nsa capa <strong>de</strong> polvo ceniciento.<br />
Aquello alegró el corazón <strong>de</strong> Porthos.<br />
-Tengo hambre -dijo.<br />
Y se sentó junto a la señora Trüchen con<br />
una mirada asesina. Artagnan se sentó al otro<br />
lado. Planchet, discreta y alegremente, se colocó<br />
enfrente.<br />
-No os extrañéis -dijo- si durante la comida<br />
abandona Trüchen la mesa frecuentemente,<br />
pues tiene que disponer vuestros dormitorios.<br />
En efecto, el ama hacía numerosos viajes y<br />
se oían crujir en el piso superior las armaduras<br />
<strong>de</strong> las camas y chillar las ro<strong>de</strong>zuelas sobre el<br />
pavimento.<br />
Entretanto, los tres hombres comían y<br />
bebían, especialmente Porthos.
Era maravilloso el verlos. Cuando Trüchen volvió<br />
con el queso, las diez botellas no eran más<br />
que diez sombras.<br />
Artagnan conservó toda su dignidad.<br />
Porthos, al contrario, perdió parte <strong>de</strong> la<br />
suya.<br />
Hubo brindis y canciones. Artagnan<br />
propuso otra nueva excursión a la bo<strong>de</strong>ga, y<br />
como Planchet no caminaba con la regularidad<br />
<strong>de</strong>bida, el capitán <strong>de</strong> mosqueteros se ofreció a<br />
acompañarle. Marcharon, pues, tarareando canciones<br />
capaces <strong>de</strong> asustar al mismo <strong>de</strong>monio.<br />
Trüchen se quedó en la mesa al lado <strong>de</strong><br />
Porthos.<br />
Mientras los dos golosos elegían <strong>de</strong>trás<br />
<strong>de</strong> loe haces <strong>de</strong> leña, <strong>de</strong>jóse oír ese ruido seco y<br />
sonoro que producen al hacer el vacío los labios<br />
sobre una mejilla.<br />
"Porthos se habrá creído estar en La Rochela",<br />
pensó Artagnan. Ambos subieron<br />
cargados <strong>de</strong> botellas.<br />
Planchet no veía ya <strong>de</strong> tanto cantar.
Artagnan, que todo lo observaba, notó<br />
que la mejilla izquierda <strong>de</strong> Trüchen estaba<br />
mucho más colorada que la <strong>de</strong>recha.<br />
Porthos sonreía a la izquierda <strong>de</strong> Trüchen,<br />
y se retorcía con sus dos manos las puntas<br />
<strong>de</strong> su bigote.<br />
Trüchen sonreía también al magnífico<br />
señor.<br />
<strong>El</strong> vino espumoso <strong>de</strong> Anjou hizo <strong>de</strong><br />
aquellos tres hombres, primero tres <strong>de</strong>monios,<br />
y luego tres leños.<br />
Artagnan no tuvo fuerzas más que para<br />
coger una luz y alumbrar, a Planchet.<br />
Planchet arrastró a Porthos, a quien empujaba<br />
Trüchen, muy contenta también.<br />
Artagnan fue el que halló los dormitorios<br />
y <strong>de</strong>scubrió las camas. Porthos se sumió<br />
en la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle <strong>de</strong>snudado<br />
su amigo el mosquetero.<br />
Artagnan se arrojó sobre la que le habían<br />
dispuesto, diciendo:
-¡Diantre! Y eso que había jurado no<br />
tocar a ese vino dorado que trascien<strong>de</strong> a piedra<br />
<strong>de</strong> chispa. ¡Si los mosqueteros viesen a su capitán<br />
en semejante estado!<br />
Y corriendo las cortinas <strong>de</strong>l lecho:<br />
-Por fortuna no me verán - añadió.<br />
Planchet fue trasladado en brazos <strong>de</strong><br />
Trüchen, la cual le <strong>de</strong>snudó, y cerró cortinas y<br />
puertas.<br />
-Es divertido el campo -observó Porthos<br />
estirando sus piernas que pasaron a través <strong>de</strong> la<br />
armadura <strong>de</strong> la cama, lo cual produjo un ruido<br />
enorme. Verdad es que nadie paró atención en<br />
ello, pues tanto era lo que se habían divertido<br />
en la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong> Planchet.<br />
A las dos <strong>de</strong> la madrugaba todo el<br />
mundo roncaba.<br />
X<strong>II</strong><br />
LO QUE SE VEÍA DESDE LA CASA DE<br />
PLANCHET
<strong>El</strong> siguiente día sorprendió a los<br />
tres héroes durmiendo a pierna suelta.<br />
Trüchen había cerrado los postigos <strong>de</strong><br />
las ventanas para que el sol no les diera en los<br />
ojos al salir por levante.<br />
De modo que reinaba noche obscura<br />
bajo las cortinas <strong>de</strong> Porthos, y bajo el baldaquino<br />
<strong>de</strong> Planchet,<br />
cuando Artagnan, <strong>de</strong>spertado el primero por<br />
un rayo indiscreto que penetraba por un intersticio<br />
<strong>de</strong> la ventana, saltó <strong>de</strong> la cama como para<br />
llegar el primero al asalto.<br />
Tomó en efecto por asalto el cuarto <strong>de</strong><br />
Porthos, que estaba inmediato al suyo.<br />
Porthos dormía lo mismo que zumba un<br />
trueno, y mostraba orgullosamente en la obscuridad<br />
su enorme cuerpo, <strong>de</strong>l que colgaba fuera<br />
<strong>de</strong> la cama hasta el suelo su nervudo brazo.<br />
Artagnan <strong>de</strong>spertó a Porthos, quien se<br />
restregó los ojos con bastante soltura.
Mientras tanto se vestía Planchet, y salía a recibir<br />
a la puerta <strong>de</strong> su cuarto a los dos huéspe<strong>de</strong>s,<br />
vacilantes todavía <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la cena última.<br />
Aunque aun era muy temprano, toda la casa<br />
estaba ya en pie. La cocinera <strong>de</strong>gollaba sin piedad<br />
en el corral, y el viejo Celestino cogía cerezas<br />
en el jardín.<br />
Porthos, satisfecho en extremo, tendió<br />
una mano a Planchet, y Artagnan pidió permiso<br />
para abrazar a la señora Trüchen.<br />
Esta, que no conservaba odio a los vencidos, se<br />
aproximó a Porthos, al cual le fue otorgado<br />
igual favor.<br />
Porthos abrazó a la señora Trüchen con<br />
un fuerte suspiro. Entonces Planchet cogió a<br />
los dos amigos <strong>de</strong> la mano.<br />
-Voy a enseñaros la casa -dijo-. Anoche<br />
entramos aquí como en un horno, y no hemos<br />
visto nada; pero <strong>de</strong> día todo cambia <strong>de</strong> aspecto,<br />
y espero que no quedaréis <strong>de</strong>scontentos.<br />
-Principiemos por las vistas -dijo Artagnan-:<br />
las vistas me gustan más que nada; yo he
vivido siempre en casas regias, y he observado<br />
que los príncipes no saben elegir mal sus puntos<br />
<strong>de</strong> vista.<br />
-Yo -observó Porthos- he sido siempre<br />
aficionado a. las vistas; así es que en mi posesión<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds he hecho abrir cuatro alamedas<br />
que dan vista a una perspectiva muy<br />
pintoresca.<br />
-Ahora veréis mi perspectiva -repuso<br />
Planchet.<br />
Y condujo a sus huéspe<strong>de</strong>s a una ventana.<br />
-¡Ah, sí! Es la calle <strong>de</strong> Lyón -dijo Artagnan.<br />
-Sí; por este lado hay dos ventanas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
las que nada se ve <strong>de</strong> particular si no es esa<br />
posada <strong>de</strong> enfrente, siempre bulliciosa y alborotada;<br />
es una vecindad muy incómoda. Antes<br />
tenía cuatro ventanas a ese lado, pero he quitado<br />
dos.<br />
-A<strong>de</strong>lante -dijo Artagnan.
Pasaron a un corredor que conducía a<br />
los dormitorios, y Planchet abrió los postigos.<br />
-¡Calla! -dijo Porthos-. ¿Qué es aquello<br />
que se ve allá abajo?<br />
-<strong>El</strong> bosque -dijo Planchet-. Ese es el<br />
horizonte; una <strong>de</strong>nsa faja amarilla en primavera,<br />
ver<strong>de</strong> en verano, rojiza en otoño y blanca en<br />
invierno.<br />
-Muy bien; pero es una cortina que impi<strong>de</strong><br />
ver más lejos.<br />
-Sí -dijo Planchet-; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí se<br />
ve...<br />
-¡Ah! Ese gran campo... -dijo Porthos-.<br />
¡Calla! ¿Qué es lo que diviso en él?... Cruces,<br />
piedras.<br />
-¡Vamos! ¡Pero si es el cementerio! -<br />
exclamó Artagnan. -Justamente -dijo Planchet-;<br />
y os aseguro que es muy curioso. No pasa<br />
día en que no entierren ahí a alguien. Fontainebleau<br />
tiene bastante gente. Unas veces son jóvenes<br />
vestidas <strong>de</strong> blanco, con pendones, otras<br />
regidores o vecinos pudientes, con los chantres
y la fábrica <strong>de</strong> la parroquia; a veces también<br />
oficiales <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey.<br />
-No me place eso mucho -dijo Porthos.<br />
-No es muy divertido que digamos -<br />
añadió Artagnan.<br />
-Os aseguro que eso inspira i<strong>de</strong>as santas<br />
-repuso Planchet.<br />
-¡Ah! No digo que no.<br />
-Pero -continuó Planchet-, algún día<br />
hemos <strong>de</strong> morir, y hay en no sé dón<strong>de</strong> una<br />
máxima que he retenido, y es la siguiente: "No<br />
hay pensamiento más saludable que el pensamiento<br />
<strong>de</strong> la muerte."<br />
-No afirmo lo contrario -dijo Porthos.<br />
-Pero -replicó Artagnan- también es un<br />
pensamiento saludable el <strong>de</strong>l verdor <strong>de</strong> los<br />
campos, <strong>de</strong> las flores, <strong>de</strong> los ríos, <strong>de</strong> los horizontes<br />
azules, <strong>de</strong> las vastas llanuras sin fin...<br />
-Si los tuviese no les haría ascos -<br />
contestó Planchet-; pero no teniendo más que<br />
ese pequeño cementerio, florido también, cubierto<br />
<strong>de</strong> musgo, sombrío y tranquilo, me con-
tento con él, y pienso en la gente <strong>de</strong> la ciudad<br />
que vive, pongo por caso, en la calle <strong>de</strong> los<br />
Lombardos, y oye rodar dos mil carruajes al<br />
día, y andar por el lodo a ciento cincuenta mil<br />
personas.<br />
-¡Pero vivas -exclamó Porthos-, vivas!<br />
-Eso es precisamente -dijo Planchet con<br />
timi<strong>de</strong>z- lo que me distrae <strong>de</strong> los muertos.<br />
-Este diablo <strong>de</strong> Planchet -repuso Artagnan-<br />
ha nacido para poeta tanto como para<br />
abacero.<br />
-Señor -dijo Planchet-, yo era una <strong>de</strong><br />
esas buenas pastas <strong>de</strong> hombre que Dios ha<br />
hecho para animarse durante cierto tiempo, y<br />
consi<strong>de</strong>rar bueno todo lo que acompaña su<br />
permanencia sobre la tierra.<br />
Artagnan se sentó junto a la ventana, y,<br />
habiéndole parecido sólida la filosofía <strong>de</strong> Planchet,<br />
se puso a reflexionar.<br />
-¡Cáscaras! -exclamó Porthos-. Si no me<br />
engaño, ya tenemos espectáculo, pues me parece<br />
que oigo cantar.
-Sí que cantan -dijo Artagnan.<br />
-¡Oh! ¡Es un entierro <strong>de</strong> última clase! -<br />
murmuró Planchet <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente-. No vienen<br />
más que el cura oficiante, el pertiguero y el<br />
niño <strong>de</strong> coro. Ya veis, señores, que el difunto o<br />
la difunta no <strong>de</strong>bían ser príncipes.<br />
-No, nadie sigue su féretro. -Sí -dijo<br />
Porthos-, veo a un hombre.<br />
-Sí, es verdad; un hombre embozado en<br />
una capa -añadió Artagnan.<br />
-No vale la pena mirarlo -observó Planchet.<br />
-Eso me interesa -dijo vivamente Artagnan<br />
acodándose sobre la ventana.<br />
-Vamos; veo que al fin caéis en la tentación<br />
-dijo gozoso Planchet-; os suce<strong>de</strong> lo que a<br />
mí: los primeros días me ponía triste <strong>de</strong> tanto<br />
persignarme, y los cánticos me penetraban como<br />
clavos en el cerebro; pero ahora me mezclo<br />
al son <strong>de</strong> ellos, y se me figura que no he visto<br />
nunca pájaros más hermosos que los <strong>de</strong>l cementerio.
-Pues yo -dijo Porthos- no me divierto<br />
aquí y prefiero bajar. Planchet dio un brinco, y<br />
ofreció su mano a Porthos para conducirle al<br />
jardín.<br />
-¿Y qué, os vais a quedar ahí? -preguntó<br />
Porthos volviéndose hacia Artagnan.<br />
-Sí, querido, sí; luego iré a reunirme a<br />
vos.<br />
-¡Je, je! ¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan no hace<br />
mal! ¿Están ya enterrando?<br />
-Todavía no.<br />
-En efecto; el sepulturero aguarda a que<br />
estén atadas las cuerdas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l ataúd.<br />
¡Mirad!. . . Por aquel lado <strong>de</strong>l cementerio entra<br />
una mujer.<br />
-Sí, sí, querido Planchet -dijo con viveza<br />
Artagnan-; pero déjame, déjame, que empiezo a<br />
engolfarme en meditaciones saludables, y no<br />
quiero que me interrumpan.<br />
Planchet se marchó, y Artagnan <strong>de</strong>voraba<br />
con los ojos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l postigo, medio cerrado,<br />
lo que pasaba enfrente.
Los dos sepultureros habían sacado los<br />
correones <strong>de</strong> las angarillas,<br />
y <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong>slizar su carga en la fosa.<br />
A pocos pasos, el hombre <strong>de</strong> la capa,<br />
único espectador <strong>de</strong> aquella escena lúgubre, se<br />
arrimaba a un gran ciprés y ocultaba enteramente<br />
su rostro a los sepultureros y al cura. <strong>El</strong><br />
cuerpo <strong>de</strong>l difunto quedó enterrado en cinco<br />
minutos.<br />
Rellenada ya la sepultura, se volvió el<br />
cura con la comitiva; el sepulturero le dirigió<br />
algunas palabras y luego echó a andar tras<br />
ellos.<br />
<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> la capa los saludó al pasar,<br />
y puso una moneda en la mano al sepulturero.<br />
-¡Pardiez! -exclamó Artagnan-. ¡Ese<br />
hombre es Aramis!<br />
Aramis, en efecto, quedó solo, al menos por<br />
aquel lado, pues apenas volvió la cabeza cuando<br />
oyéronse cerca <strong>de</strong> él en el camino los pasos<br />
<strong>de</strong> una mujer y el crujir <strong>de</strong> un vestido.
Volvióse al momento, y, quitándose el<br />
sombrero con mucho respeto cortesano, condujo<br />
a la dama bajo un grupo <strong>de</strong> castaños y <strong>de</strong><br />
tilos que daban sombra a una tumba fastuosa.<br />
-¡Tate! -dijo Artagnan-. ¡<strong>El</strong> obispo <strong>de</strong><br />
Vannes dando citas! Vamos, es el mismo abate<br />
Aramis, galanteando en Noisy-le-Sec... Sí -<br />
añadió el mosquetero-; mas, en un cementerio,<br />
la cita es sagrada.<br />
Y se echó a reír.<br />
La conversación duró una media hora.<br />
Artagnan no podía ver el semblante <strong>de</strong><br />
la dama, porque ésta le daba la espalda; pero<br />
conocía en la postura <strong>de</strong> los dos interlocutores,<br />
en la simetría <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes y en la manera<br />
acompasada, mañosa, con que se dirigían miradas,<br />
como <strong>de</strong> ataque o <strong>de</strong>fensa, que no hablaban<br />
<strong>de</strong> amor.<br />
Al fin <strong>de</strong> la conversación la dama se<br />
levantó, y fue ella la que hizo una profunda<br />
reverencia a Aramis.
-¡Oh, oh! -dijo Artagnan-. ¡Esto acaba<br />
como una cita amorosa!<br />
<strong>El</strong> caballero se arrodilla al principio, y<br />
luego la vencida y la que suplica es la dama...<br />
¿Quién será esa señorita?... Daría una uña por<br />
verla.<br />
Pero no pudo ser. Aramis se fue el primero, la<br />
dama se cubrió con sus chales y partió en seguida.<br />
Artagnan no guardó a más, y corrió a la<br />
ventana <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Lyón.<br />
Aramis acababa <strong>de</strong> entrar en la posada.<br />
La dama se dirigía en sentido contrario.<br />
Iba a reunirse a un carruaje <strong>de</strong> dos caballos <strong>de</strong><br />
mano y una carroza que se veían en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />
bosque.<br />
La dama caminaba <strong>de</strong>spacio, con la cabeza baja,<br />
absorta en profunda meditación.<br />
-¡Pardiez, pardiez! Es preciso que sepa<br />
quién es esa mujer -dijo el mosquetero.<br />
Y, sin más <strong>de</strong>liberaciones, empezó a<br />
andar tras ella.
Por el camino se iba preguntando cómo<br />
se compondría para hacerle alzar el velo.<br />
-<strong>El</strong>la no es joven -dijo-, es mujer <strong>de</strong>l<br />
gran mundo. Lléveme el <strong>de</strong>monio, o ese continente<br />
no me es <strong>de</strong>sconocido.<br />
Conforme corría, el ruido <strong>de</strong> sus botas y<br />
el traqueteo <strong>de</strong> sus espuelas sobre el suelo <strong>de</strong> la<br />
calle iba haciendo un sonsonete extraño; esto le<br />
proporcionó una feliz coyuntura, con la cual no<br />
contaba.<br />
Aquel ruido alarmó a la dama; creyendo<br />
que la seguían o perseguían, como así era, volvió<br />
la cabeza.<br />
Artagnan dio un brinco, como si hubiese<br />
recibido en las pantorrillas una carga <strong>de</strong> perdigones;<br />
<strong>de</strong>spués, dando un ro<strong>de</strong>o para volver<br />
atrás:<br />
-¡Madame <strong>de</strong> Chevreuse! -murmuró.<br />
Artagnan no se quiso quedar sin saberlo<br />
todo.<br />
Pidió al tío Celestino que se informara<br />
por el sepulturero quién era
el muerto que habían enterrado aquella misma<br />
mañana.<br />
-Un pobre franciscano mendicante -<br />
replicó éste-, que no tenía ni un perro que le<br />
amase en este mundo y le acompañase a su<br />
última morada.<br />
-Si así fuese -pensó Artagnan-, no habría<br />
asistido Aramis a su entierro... <strong>El</strong> señor obispo<br />
<strong>de</strong> Vannes no es un perro en cuanto al cariño;<br />
para el olfato no digo.<br />
X<strong>II</strong>I<br />
CóMO PORTHOS, TRÜCHEN Y PLANCHET<br />
SE SEPARARON AMIGOS, GRACIAS A<br />
ARTAGNAN<br />
Hiciéronse muchos aprestos .para el<br />
almuerzo en casa <strong>de</strong> Planchet. Porthos rompió<br />
una escalera <strong>de</strong> mano y dos cerezos, <strong>de</strong>spojó los<br />
frambuesos, y no le fue posible coger fresas, a<br />
causa, según <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> su cinturón.
Trüchen, que se había familiarizado ya<br />
con el gigante, le dijo:<br />
-No es por el cinturón; es por el fiendre.<br />
Y Porthos, radiante <strong>de</strong> alegría, abrazó a<br />
Trüchen, quien le cogió una almorzada <strong>de</strong> fresas<br />
y se las hizo comer en sus manos. Artagnan,<br />
que llegó en esto, riñó a Porthos por su pereza<br />
y compa<strong>de</strong>ció por lo bajo a Planchet.<br />
Porthos <strong>de</strong>sayunó bien; y cuando hubo<br />
concluido:<br />
-¡Qué bien lo pasaría aquí! -dijo mirando<br />
a Trüchen.<br />
Trüchen sonrió.<br />
Planchet hizo lo propio, no sin cierta<br />
<strong>de</strong>sazón.<br />
Entonces Artagnan dijo a Porthos:<br />
-Es necesario, amigo mío, que las <strong>de</strong>licias<br />
<strong>de</strong> Capua no os hagan olvidar el objeto<br />
primordial <strong>de</strong> nuestro viaje a Fontainebleau.<br />
-¿Mi presentación al rey?
-Justamente. Voy a dar una vuelta por la<br />
población para preparar lo conveniente. No<br />
salgáis <strong>de</strong> aquí, os lo ruego.<br />
-¡Oh, no! -exclamó Porthos. Planchet<br />
miró a Artagnan con temor.<br />
-¿Estaréis ausente mucho tiempo? -dijo.<br />
-No, amigo mío, pues esta misma noche<br />
quedarás <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> dos huéspe<strong>de</strong>s<br />
algo molestos.<br />
-¡Bah! Señor <strong>de</strong> Artagnan, ¿como podéis<br />
<strong>de</strong>cir?<br />
-No, mira, tu corazón es bondadoso;<br />
pero tu casa es pequeña. Hay quien no tiene<br />
dos arpentas <strong>de</strong> tierra y pue<strong>de</strong> alojar a un rey y<br />
hacerlo muy feliz; pero tú no has. nacido gran<br />
señor, Planchet.<br />
-Ni el señor Porthos tampoco -murmuró<br />
Planchet.<br />
-Mas lo ha llegado a ser, querido; en<br />
primer lugar, es dueño hace veinte años <strong>de</strong> cien<br />
mil libras <strong>de</strong> renta, y dueño también, hace cincuenta,<br />
<strong>de</strong> dos puños y un espinazo que no han
econocido rivales en este encantador reino <strong>de</strong><br />
Francia. Porthos es un gran señor al lado tuyo,<br />
hijo mío. . . y no te digo más creo que ya me<br />
enten<strong>de</strong>rás.<br />
-No, no, señor; explicadme...<br />
-Mira tu jardín <strong>de</strong>vastado, tu <strong>de</strong>spensa<br />
vacía, tu cama rota, tu bo<strong>de</strong>ga exhausta; mira...<br />
a la señora Trüchen...<br />
-¡Ah, Dios mío! -exclamó Planchet.<br />
-Porthos es señor <strong>de</strong> treinta pueblos, con<br />
trescientas vasallas muy <strong>de</strong>senvueltas, y Porthos<br />
es un buen mozo.<br />
-¡Ah, Dios mío! -repitió Planchet.<br />
-La señora Trüchen es una excelente<br />
persona -prosiguió Artagnan-; guárdala para ti,<br />
¿entien<strong>de</strong>s? . . .<br />
Y le dio un golpecito en el hombro.<br />
En aquel momento, el abacero vio a<br />
Trüchen y a Porthos guarecidos bajo un emparrado.<br />
Trüchen, con una gracia enteramente<br />
flamenca, ponía pendientes a Porthos con pares
<strong>de</strong> cervezas, y Porthos reía amorosamente como<br />
Sansón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dalila.<br />
Planchet apretó la mano <strong>de</strong> Artagnan, y<br />
corrió hacia el emparrado. Hagamos a Porthos<br />
la justicia <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no se movió... Indudablemente<br />
creía que no obraba mal. Trüchen<br />
tampoco se alteró, lo cual incomodó a Planchet;<br />
pero tenía éste bastante mundo para poner<br />
buen semblante ante un contratiempo.<br />
Planchet cogió el brazo <strong>de</strong> Porthos, y le<br />
propuso ir a ver los caballos.<br />
Porthos dijo que estaba fatigado. Planchet<br />
propuso al barón Du Vallon probar un<br />
noyó hecho por su mano, y que no tenía igual.<br />
<strong>El</strong> barón aceptó.<br />
De este modo pudo Planchet tener ocupado<br />
todo el día a su enemigo, sacrificando la<br />
<strong>de</strong>spensa a su amor propio.<br />
Artagnan volvió dos horas <strong>de</strong>spués.<br />
-Todo está preparado -dijo-; he visto a<br />
Su Majestad un momento cuando salía a cazar,<br />
y esta noche nos espera.
-¡<strong>El</strong> rey me espera! -murmuró Porthos<br />
engriéndose.<br />
Y, preciso es <strong>de</strong>cirlo, pues el corazón <strong>de</strong>l<br />
hombre es una ola en extremo movible: <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
aquel instante <strong>de</strong>jó Porthos <strong>de</strong> mirar a la señora<br />
Trüchen con aquella gracia impresionante que<br />
había ablandado el corazón <strong>de</strong> la flamenca.<br />
Planchet estimuló lo que pudo aquellas<br />
disposiciones ambiciosas. Refirió, o más bien<br />
recorrió, todos los esplendores <strong>de</strong>l último reinado,<br />
las batallas, los sitios, las ceremonias.<br />
Habló <strong>de</strong>l lujo <strong>de</strong> los ingleses Y <strong>de</strong> los beneficios<br />
reportados por los tres intrépidos camaradas,<br />
<strong>de</strong><br />
quienes Artagnan, el más humil<strong>de</strong> en un principio,<br />
había llegado a ser el jefe.<br />
Entusiasmó a Porthos mostrándole su<br />
juventud <strong>de</strong>svanecida; elogió la castidad <strong>de</strong><br />
aquel gran señor y su religioso respeto a la<br />
amistad; estuvo, en una palabra, elocuente y<br />
diestro, hasta el punto <strong>de</strong> tener embobado a
Porthos, hacer temblar a Trüchen, y hacer meditar<br />
a Artagnan.<br />
A las seis, el mosquetero mandó preparar<br />
los caballos, e hizo que Porthos se vistiese.<br />
Dio gracias a Planchet por su buena<br />
hospitalidad, lo <strong>de</strong>slizó algunas palabras vagas<br />
acerca <strong>de</strong> proporcionarle algún empleo en la<br />
Corte, lo cual hizo subir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego el concepto<br />
<strong>de</strong> Planchet en el ánimo <strong>de</strong> Trüchen,<br />
don<strong>de</strong> el pobre abacero, tan bueno, tan generoso,<br />
tan leal, había perdido mucho terreno con la<br />
aparición y el paralelo <strong>de</strong> dos gran<strong>de</strong>s señores.<br />
Porque las mujeres son así: ambicionan<br />
loa que no tienen, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñan lo que ambicionaban<br />
cuando ya lo tienen.<br />
Después que Artagnan hizo aquel servicio<br />
a Planchet, dijo en voz baja a Porthos:<br />
Tenéis en vuestro <strong>de</strong>do, amigo mío, una<br />
sortija muy bella.<br />
-Trescientos doblones -dijo. Porthos.
-La señora Trüchen conservará mucho<br />
mejor vuestro recuerdo si le <strong>de</strong>jáis esa sortija -<br />
replicó Artagnan. Porthos dudaba.<br />
-Creéis que no es bastante bueno, ¿no es<br />
verdad? -dijo el mosquetero- Os comprendo,<br />
un gran señor como vos jamás va a hospedarse<br />
a casa <strong>de</strong> un antiguo criado sin pagar liberalmente<br />
la hospitalidad; pero, creedme, Planchet<br />
tiene un corazón tan bueno, que no notará siquiera<br />
que tenéis cien mil libras <strong>de</strong> renta.<br />
-Si os parece -dijo Porthos engreído con<br />
aquellas palabras-, daré a la señora Trüchen mi<br />
alquería <strong>de</strong> Bracieux; es también una bonita<br />
sortija para el <strong>de</strong>do... <strong>de</strong> doce arpentas.<br />
-Es <strong>de</strong>masiado, mí buen Porthos, <strong>de</strong>masiado<br />
por ahora... Dejadlo para más a<strong>de</strong>lante.<br />
Le quitó el diamante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do, y.<br />
aproximándose a Trüchen:<br />
-Señora -dijo-, el señor barón no sabe<br />
cómo suplicaron que aceptéis por amor suyo<br />
esta sortijilla. <strong>El</strong> señor Du Vallon es uno <strong>de</strong> los<br />
hombres más generosos y discretos que conoz-
co. Quería regalaros una alquería que posee en<br />
Bracieux; pero le he disuadido <strong>de</strong> ello.<br />
-¡Oh! -murmuró Trüchen, <strong>de</strong>vorando.<br />
con los ojos el diamante.<br />
-¡Señor barón! -exclamó enternecido<br />
Planchet.<br />
-¡Mi buen amigo! -balbuceó Porthos<br />
encantado <strong>de</strong> haber sido tan bien interpretado<br />
por Artagnan.<br />
Todas aquellas exclamaciones, al cruzarse,<br />
dieron un <strong>de</strong>senlace patético al día que<br />
hubiese podido terminar <strong>de</strong> una manera grotesca.<br />
Pero Artagnan estaba allí, y don<strong>de</strong> quiera<br />
que Artagnan mandaba, terminaban las cosas<br />
siempre a medida <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo.<br />
Llegaron los abrazos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. Trüchen.<br />
colocada en su lugar por la munificiencia<br />
<strong>de</strong>l barón, sólo ofreció una frente tímida al gran<br />
señor, con quien tanta familiaridad había gastado<br />
el día antes.
<strong>El</strong> mismo Planchet sintióse penetrado <strong>de</strong><br />
humildad.<br />
<strong>El</strong> barón Porthos, suelta ya la vena <strong>de</strong> su<br />
generosidad, habría vaciado <strong>de</strong> buena gana sus<br />
bolsillos en manos <strong>de</strong> la cocinera y <strong>de</strong> Celestino.<br />
Pero Artagnan le contuvo.<br />
-Ahora me correspon<strong>de</strong> a mí -1e dijo.<br />
Y dio un doblón a la mujer y dos al<br />
hombre.<br />
Aquello era oír bendiciones, capaces <strong>de</strong><br />
alegrar el corazón <strong>de</strong> Harpagón, y <strong>de</strong> hacerlo<br />
pródigo.<br />
Artagnan se hizo acompañar por Planchet<br />
hasta Palacio, e introdujo a Porthos en su<br />
cuarto <strong>de</strong> capitán, don<strong>de</strong> entró sin ser visto <strong>de</strong><br />
las personas a quienes temía encontrar.<br />
XIV<br />
LA PRESENTACIÓN DE PORTHOS
Aquella misma noche, a las siete. concedía<br />
el rey audiencia a un embajador <strong>de</strong> las Provincias<br />
Unidas en el gran salón.<br />
La audiencia duró un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />
En seguida recibió el rey a los nuevos<br />
presentados y a algunas damas, que pasaron<br />
las primeras.<br />
En un ángulo <strong>de</strong>l salón, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una<br />
columna, conversaban Porthos y Artagnan,<br />
esperando que les llegase la vez.<br />
-¿Sabéis lo que suce<strong>de</strong>? -dijo el mosquetero<br />
a su amigo.<br />
-Pues bien, miradle.<br />
Porthos se puso <strong>de</strong> puntillas,<br />
y r vio el señor Fouquet en traje <strong>de</strong> ceremonia,<br />
que conducía a Aramis a la presencia<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Aramis! -dijo Porthos. -Presentado al<br />
rey por el señor Fouquet.<br />
-¡Ah! -exclamó Porthos. -Por haber fortificado<br />
a Belle-Isle -continuó Artagnan.<br />
-¿Y yo?
-Vos, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros,<br />
sois el buen Porthos, la bondad misma; por<br />
eso querían que' permanecieseis por algún<br />
tiempo en Saint-Mandé.<br />
-¡Ah! -repitió Porthos. -Pero, afortunadamente,<br />
estoy yo aquí -dijo Artagnan-, y me<br />
llegará el turno en seguida.<br />
En aquel momento dirigíase Fouquet al<br />
rey.<br />
-Señor -dijo-: tengo que pedir un favor a<br />
Vuestra Majestad. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay no es<br />
ambicioso, pero sabe que pue<strong>de</strong> ser útil. Vuestra<br />
Majestad necesita tener un agente en Roma,<br />
y un agente po<strong>de</strong>roso; creo que po<strong>de</strong>mos obtener<br />
un capelo para el señor <strong>de</strong> Herblay. <strong>El</strong> rey<br />
hizo un movimiento.<br />
-No suelo molestar a Vuestra Majestad<br />
con pretensiones -dijo Fouquet.<br />
-Ya veremos -contestó el rey, que empleaba<br />
siempre esa frase en los casos dudosos.<br />
A esa frase nada había que replicar.
Fouquet y Aramis se miraron. <strong>El</strong> rey<br />
continuó:<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay pue<strong>de</strong> servirnos<br />
también en Francia: algún arzobispado, pongo<br />
por caso.<br />
-Señor -objetó Fouquet con la gracia que<br />
le era peculiar-: Vuestra Majestad honra mucho<br />
al señor <strong>de</strong> Herblay: el arzobispado pue<strong>de</strong> servir<br />
<strong>de</strong> complemento al capelo; no excluye lo<br />
uno a lo otro.<br />
<strong>El</strong> rey admiró aquella presencia <strong>de</strong> ánimo<br />
y sonrió.<br />
-No hubiese respondido mejor Artagnan<br />
-dijo.<br />
Apenas pronunció este nombre, acudió<br />
presuroso Artagnan.<br />
-¿Vuestra Majestad me llama? -<br />
preguntó.<br />
Aramis y Fouquet dieron un paso para<br />
retirarse.<br />
-Permitid, señor -dijo vivamente Artagnan,<br />
haciendo acercarse a Porthos-, que presen-
te a Vuestra Majestad al señor barón Du-<br />
Vallon, uno <strong>de</strong> los más valientes hidalgos <strong>de</strong><br />
Francia.<br />
Aramis, al ver a Porthos, pali<strong>de</strong>ció, y<br />
Fouquet crispó los <strong>de</strong>dos bajo sus puños <strong>de</strong><br />
encaje.<br />
Artagnan dirigió a ambos una sonrisa,<br />
en tanto que Porthos se inclinaba visiblemente<br />
conmovido ante la majestad real.<br />
-¡Porthos aquí! -murmuró Fouquet al<br />
oído <strong>de</strong> Aramis.<br />
-¡Silencio! Es una traición -dijo éste.<br />
-Señor -dijo Artagnan-, hace seis años<br />
que <strong>de</strong>bería haber presentado al señor Du-<br />
Vallon a Vuestra Majestad; pero algunos hombres<br />
se asemejan a las estrellas: nunca van sin el<br />
séquito <strong>de</strong> sus amigos. Los pléya<strong>de</strong>s no se <strong>de</strong>sunen<br />
y por eso he elegido para presentaros al<br />
señor Du-Vallon el momento en que pudierais<br />
ver al lado suyo al señor <strong>de</strong> Herblay.<br />
Aramis estuvo a pique <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r los<br />
estribos, y miró a Artagnan con aire arrogante,
como aceptando el <strong>de</strong>safío que éste parecía<br />
proponerle.<br />
-¡Ah! ¿Estos señores son buenos amigos?<br />
-dijo el rey.<br />
-Excelentes, señor, y el uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />
otro. Preguntad al señor <strong>de</strong> Vannes cómo ha<br />
sido fortificada Belle-Isle.<br />
Fouquet alejóse un paso.<br />
-Belle-Isle -dijo fríamente Aramis-, ha<br />
sido fortificada por el señor.<br />
Y señaló a Porthos, que saludó por segunda<br />
vez.<br />
Luis admiraba y <strong>de</strong>sconfiaba.<br />
-Sí -dijo Artagnan-; pero preguntad al<br />
señor barón quién le ha ayudado en sus trabajos.<br />
-Aramis -dijo Porthos francamente.<br />
Y señaló al obispo.<br />
-¿Qué diablos significa todo esto? -<br />
pensó el prelado-, y ¿qué <strong>de</strong>senlace tendrá esta<br />
comedia?
-¡Cómo! -dijo el rey-. ¿<strong>El</strong> señor car<strong>de</strong>nal...<br />
quiero <strong>de</strong>cir, el señor obispo ... se llama<br />
Aramis?<br />
-Nombre <strong>de</strong> guerra -dijo Artagnan.<br />
-Nombre <strong>de</strong> amistad -repitió Aramis.<br />
-¡Mo<strong>de</strong>stia a un lado! -exclamó Artagnan-.<br />
Bajo ese traje <strong>de</strong> eclesiástico, señor, se<br />
oculta el militar más brillante, el caballero más<br />
intrépido y el teólogo más profundo <strong>de</strong> vuestro<br />
reino.<br />
Luis levantó la cabeza.<br />
-¡Y un ingeniero! -dijo admirando la<br />
fisonomía verda<strong>de</strong>ramente admirable entonces<br />
<strong>de</strong> Aramis.<br />
-Ingeniero por inci<strong>de</strong>ncia, señor -dijo<br />
éste.<br />
-Mi camarada en los mosqueteros, señor<br />
-dijo con calor Artagnan-, el hombre cuyos consejos<br />
han servido <strong>de</strong> mucho a los ministros <strong>de</strong><br />
vuestro padre. . . <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, en fin,<br />
que con el señor Du-Vallon, yo, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
Fére, conocido ya <strong>de</strong> Vuestra Majestad, forma-
a esa compañía <strong>de</strong> mosqueteros que tanto dio<br />
que hablar en tiempo <strong>de</strong>l difunto rey y durante<br />
la minoridad.<br />
-Y que ha fortificado Belle-Isle -dijo el<br />
rey con profundo acento. Aramis se a<strong>de</strong>lantó.<br />
-Para servir al hijo -dijo-, como serví al<br />
padre.<br />
Artagnan observó bien a Aramis mientras<br />
pronunciaba estas palabras: pero Aramis<br />
mostró en ellas un respeto tan verda<strong>de</strong>ro, una<br />
lealtad tan profunda, y una convicción tan incontestable,<br />
que el mismo Artagnan, que dudaba<br />
<strong>de</strong> todo, cayó en el lazo.<br />
"No miente el que habla con ese acento",<br />
se dijo.<br />
Luis quedó satisfecho.<br />
-En ese caso -dijo a Fouquet, que esperaba<br />
con ansiedad el resultado <strong>de</strong> aquella prueba-,<br />
está concedido el capelo. Señor <strong>de</strong> Herblay,<br />
os doy mi palabra para la primera promoción.<br />
Dad las gracias al señor Fouquet.
Estas palabras fueron escuchadas por el<br />
señor Colbert, a quien <strong>de</strong>sgarraron el corazón.<br />
Colbert salió apresuradamente <strong>de</strong> la<br />
sala.<br />
-Vos, señor Du-Vallon -dijo el rey-, pedid.<br />
Tengo gran placer en recompensar a los<br />
servidores <strong>de</strong> mi padre.<br />
-Señor... -dijo Porthos.<br />
Y no pudo añadir una palabra más.<br />
-Señor -exclamó Artagnan- este digno<br />
gentilhombre está turbado por la majestad <strong>de</strong><br />
vuestra persona, no obstante haber sostenido<br />
con orgullo la mirada y el fuego <strong>de</strong> mil enemigos.<br />
Pero yo sé lo que piensa, y yo, más habituado<br />
a mirar al sol... voy a <strong>de</strong>ciros su pensamiento:<br />
nada necesita, ni <strong>de</strong>sea otra cosa que<br />
la dicha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r contemplar a Vuestra Majestad<br />
por un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />
-Esta noche cenaréis conmigo -dijo el<br />
rey saludando a Porthos con una graciosa sonrisa.
Porthos se puso como el carmín , <strong>de</strong><br />
satisfacción y orgullo.<br />
<strong>El</strong> rey le <strong>de</strong>spidió, y Artagnan le empujó<br />
hacia la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle abrazado.<br />
-Sentaos a mi lado en la mesa -le dijo<br />
Porthos al oído.<br />
-Sí, amigo mío.<br />
-Aramis me mira con malos ojos, ¿no es<br />
cierto?<br />
-Antes bien, nunca os ha querido más.<br />
Tened presente que le he hecho obtener el capelo<br />
<strong>de</strong> car<strong>de</strong>nal.<br />
-Es verdad -dijo Porthos-.. Decid, ¿le<br />
gusta al rey que se coma mucho en su mesa?<br />
-Es halagarle -dijo Artagnan-, pues posee<br />
un apetito real.<br />
-¡Qué fortuna! -dijo Porthos.<br />
XV<br />
ACLARACIONES
Aramis había efectuado una hábil maniobra<br />
para encontrarse con Artagnan y Porthos.<br />
Acercóse a este último <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna,<br />
y, apretándole la mano:<br />
-¿Os habéis fugado <strong>de</strong> mi prisión? -le<br />
dijo.<br />
-No le riñáis -dijo Artagnan-, pues he<br />
sido yo, querido Aramis, quien le ha hecho salir.<br />
-¡Ah, amigo mío! -replicó Aramis mirando<br />
a Porthos-. ¿Es que<br />
habéis perdido la paciencia esperándome?<br />
Artagnan acudió en ayuda <strong>de</strong> Porthos,<br />
que no sabía qué <strong>de</strong>cir.<br />
-Vosotros, los eclesiásticos -dijo a Aramis-,<br />
sois gran<strong>de</strong>s políticos. Nosotros, los militares,<br />
vamos al bulto. He aquí el hecho. Fui a<br />
ver al buen Baisemeaux.<br />
Aramis aguzó el oído.<br />
-¡Ah! -exclamó Porthos-. Ahora me<br />
hacéis recordar que tengo una carta <strong>de</strong> Baisemeaux<br />
para vos, Aramis.
Y Porthos entregó al obispo la carta que<br />
ya conocemos.<br />
Aramis pidió permiso para leerla, y la<br />
leyó, sin que Artagnan pareciese contrariado en<br />
lo más mínimo por aquella circunstancia, que<br />
había previsto absolutamente.<br />
Por su parte, Aramis mostró tal serenidad,<br />
que Artagnan le admiró más que nunca.<br />
Leída la carta, guardósela Aramis en el bolsillo<br />
con la mayor indiferencia.<br />
-Decíais, querido capitán... -dijo.<br />
-Decía -prosiguió el mosquetero-, que<br />
fui a visitar a Baisemeaux para asuntos <strong>de</strong>l servicio.<br />
-¿Para asuntos <strong>de</strong>l servicio? - dijo Aramis.<br />
-Sí -contestó Artagnan-á y, naturalmente,<br />
hablamos <strong>de</strong> vos y <strong>de</strong> nuestros amigos. Por<br />
cierto que Baisemeaux me recibió con bastante<br />
frialdad. Me <strong>de</strong>spedí. Cuando volvía, acercóseme<br />
un soldado, y, reconociéndome sin duda,<br />
a pesar <strong>de</strong> ir vestido <strong>de</strong> paisano, me dijo: "Capi-
tán, ¿queréis tener la amabilidad <strong>de</strong> leer el<br />
nombre escrito en este sobre?"' Y leí: "Al señor<br />
Du Vallon, en Saint-Mandé, casa <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet. "¡Pardiez! -dije para mí-. Porthos no<br />
ha vuelto, como creía, a Pierrefondos o a Belle-<br />
Isle. Porthos está en Saint Mandé en casa <strong>de</strong>l<br />
señor Fouquet. <strong>El</strong> señor Fouquet no está en<br />
Saint Mandé. Luego Porthos está solo<br />
o con Aramis; vamos a ver a Porthos." Y fui a<br />
verle.<br />
-¡Muy bien! -dijo Aramis pensativo.<br />
-Pues no me habíais contado eso -repuso<br />
Porthos.<br />
-No tuvo tiempo para ello, amigo mío.<br />
-¿Y trajisteis a Porthos a Fontainebleau?<br />
-A casa <strong>de</strong> Planchet.<br />
-¿Resi<strong>de</strong> Planchet en Fontainebleau? -<br />
preguntó Aramis.<br />
-¡Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio! -exclamó<br />
Porthos con aturdimiento.<br />
-¿Cómo cerca <strong>de</strong>l cementerio? -preguntó<br />
Aramis receloso.
"¡Bueno! -pensó el mosquetero-. Aprovechémonos<br />
<strong>de</strong> la sorpresa, puesto que no parece<br />
floja."<br />
-Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio -con-testó<br />
Porthos-. Planchet es un excelente mozo, que<br />
hace excelentes confituras, pero tiene ventanas<br />
que dan al cementerio... ¡Es cosa que entristece!<br />
Así, esta mañana... -¿Esta mañana? -<br />
interrumpió Aramis cada vez más alarmado.<br />
Artagnan volvió la espalda, y se puso a tamborilear<br />
en un vidrio un aire <strong>de</strong> marcha.<br />
-Esta mañana -continuó Porthos- vimos<br />
enterrar un cristiano.<br />
-¡Ah, ah!<br />
-¡Es cosa que entristece! No viviría yo en<br />
una casa don<strong>de</strong> se están viendo continuamente<br />
muertos... Por el contrario, a Artagnan parece<br />
que le place mucho eso.<br />
-¡Ah! ¿También vio Artagnan?<br />
-No vio, sino que <strong>de</strong>voró con los ojos.
Aramis estremecióse y se volvió para<br />
mirar al mosquetero; pero éste se hallaba ya<br />
muy en conversación con Saint-Aignan.<br />
Aramis prosiguió interrogando a Porthos,<br />
y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> exprimir todo el jugo <strong>de</strong><br />
aquel limón gigantesco, arrojó la cáscara.<br />
Acercóse a su amigo Artagnan, y le tocó<br />
en el hombro.<br />
-Amigo -le dijo luego que se marchó<br />
Saint-Aignan, pues habían anunciado que iba a<br />
servirse la cena <strong>de</strong>l rey.<br />
-Querido amigo -replicó Artagnan.<br />
-Nosotros no cenamos con el rey.<br />
-Sí tal; yo, a lo menos.<br />
-¿Podéis conce<strong>de</strong>rme diez minutos <strong>de</strong><br />
conversación?<br />
-Veinte. Es el tiempo que falta todavía<br />
para que Su Majestad se siente a la mesa.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> queréis que hablemos?<br />
-Aquí, sobre estos bancos: habiéndose<br />
ausentado el rey, po<strong>de</strong>mos sentarnos, y el salón<br />
está <strong>de</strong>sierto.
-Sentémonos, pues.<br />
Sentáronse. Aramis cogió una <strong>de</strong> as manos<br />
<strong>de</strong> Artagnan.<br />
-Confesadme, querido amigo -dijo-, que<br />
habéis aconsejado a Porthos a que <strong>de</strong>sconfíe<br />
algo <strong>de</strong> mí. Lo confieso, pero no en el sentido<br />
en que lo tomáis. He visto que Porthos estaba<br />
aburrido en extremo, y he <strong>de</strong>seado, presentándole<br />
al rey, hacer por él y por vos lo que nunca<br />
hubiérais hecho vos mismo.<br />
-¿Qué?<br />
-Vuestro elogio.<br />
-¡Y lo habéis hecho noblemente; gracias!<br />
-Y os he acercado el capelo, que parecía<br />
aún bastante lejano.<br />
-¡Ah! ¡Lo confieso! -dijo Aramis con particular,<br />
sonrisa-. En verdad sois el único para<br />
hacer la fortuna <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />
-Ya veis que lo que he hecho la sido solamente<br />
por el bien <strong>de</strong> Porthos.
-¡Oh! Yo me había encargado <strong>de</strong> hacer<br />
su suerte, pero vos tenéis el brazo más largo<br />
que nosotros.<br />
Esta vez tocóle a Artagnan sonreír.<br />
-Vamos a ver -dijo Aramis-; <strong>de</strong>bemos<br />
hablarnos con confianza. ¡Me queréis todavía,<br />
mi querido Artagnan?<br />
-Lo mismo que antes -respondió Artagnan,<br />
sin comprometerse ¡gran cosa con esta<br />
respuesta!<br />
-Entonces, gracias, y franqueza por<br />
franqueza -dijo Aramis-, ¿fuísteis a Belle-Isle<br />
por el rey?<br />
-¡Diantre!<br />
-¿Queríais privarnos <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> ofrecer<br />
Belle-Isle completamente fortificada al rey?<br />
-Pero, amigo mío, para privaros <strong>de</strong> ese<br />
placer hubiera sido preciso que estuviese enterado<br />
<strong>de</strong> vuestra intención.<br />
-¿Fuisteis a Belle-Isle sin saber nada?<br />
-De vos, sí. ¿Cómo diantres queréis que<br />
me figurase encontrar a Aramis convertido en
ingeniero, hasta el punto <strong>de</strong> fortificar como<br />
Polibio o Arquíme<strong>de</strong>s?<br />
-Verdad es; no obstante, confesad que<br />
allá me adivinasteis.<br />
-¡Oh! Sí.<br />
-¿Y a Porthos también?<br />
-Amigo querido, yo no adiviné que<br />
Aramis fuese ingeniero. Tampoco pu<strong>de</strong> adivinar<br />
que Porthos lo fuese. Hay un proverbio<br />
latino que dice: "<strong>El</strong> poeta nace, el orador se<br />
hace". Pero jamás se ha dicho: "Se nace Porthos,<br />
y se hace ingeniero."<br />
-Siempre lucís vuestro ingenio -dijo con<br />
frialdad Aramis-. Prosigo.<br />
-Proseguid.<br />
-Cuando os hicisteis dueño <strong>de</strong> nuestro<br />
secreto, os apresurasteis a ponerlo en conocimiento<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
-Y corrí tanto más aprisa, mi buen amigo,<br />
cuanto mayor vi que era vuestra precipitación.<br />
Cuando un hombre, que como Porthos,<br />
pesa doscientas cincuenta y ocho libras, corre la
posta; cuando un prelado gotoso (dispensad,<br />
vos sois el que me lo ha dicho) cuando un prelado,<br />
repito, traga, por <strong>de</strong>cirlo así, el camino,<br />
nada tiene <strong>de</strong> extraño que pensara que esos dos<br />
amigos, que no quisieron avisarme, me ocultaban<br />
cosas <strong>de</strong> gran importancia, y a fe mía corrí<br />
con tanta celeridad como me lo permitían mis<br />
pocas carnes y el no tener gota.<br />
-¿Pero no reflexionásteis que pudisteis<br />
hacernos a Porthos y a mí un flaco servicio?<br />
-Sí que lo reflexioné; mas tanto Porthos<br />
como vos me obligásteis a hacer un papel bien<br />
triste en Belle-Isle.<br />
-Perdonadme -dijo Aramis.<br />
-Excusadme -dijo Artagnan.<br />
-¿De modo -prosiguió Aramis-, que en<br />
la actualidad lo sabéis todo?<br />
-No, a fe mía.<br />
-¿Sabéis que tuve que avisar al señor<br />
Fouquet a fin <strong>de</strong> que se anticipase a vos cerca<br />
<strong>de</strong>l rey?<br />
-Eso es lo que encuentro obscuro.
-No hay tal. ¿No sabéis que el señor<br />
Fouquet tiene enemigos?<br />
-¡Oh, sí!<br />
-Y especialmente tiene uno ...<br />
-¿Peligroso?<br />
-¡Mortal! Pues bien, para combatir la<br />
influencia <strong>de</strong> ese enemigo, quiso el señor Fouquet<br />
dar pruebas al rey <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> adhesión y<br />
<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sacrificios, y le preparó una sorpresa<br />
a Su Majestad con el ofrecimiento <strong>de</strong> Belle-<br />
Isle. Llegando vos a París el primero, la sorpresa<br />
quedaba frustrada... Podía parecer que cedíamos<br />
al temor.<br />
-Comprendo.<br />
-Ahí tenéis todo el misterio -dijo el obispo,<br />
satisfecho <strong>de</strong> haber convencido al mosquetero.<br />
-Sólo que lo más sencillo -dijo éstehubiera<br />
sido llamarme aparte en Belle-Isle y<br />
<strong>de</strong>cirme: "Querido amigo: estamos fortificando<br />
a Belle-Isle-en-Mer para ofrecérsela al rey.<br />
Hacednos el favor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos por cuenta <strong>de</strong>
quién venís. ¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet o<br />
<strong>de</strong>l señor Colbert?" Quizá no hubiera contestado<br />
nada; pero hubiérais añadido: "¿Sois amigo<br />
mío?' Y yo os hubiese dicho: "Sí." Aramis bajó<br />
la cabeza.<br />
-De esa manera -continuó Artagnan- me<br />
habríais atado las manos, y hubiera dicho al<br />
rey. "Señor, vuestro superinten<strong>de</strong>nte fortifica<br />
Belle-Isle, y muy bien; pero aquí tenemos este<br />
mensaje <strong>de</strong> que me ha encargado el gobernador<br />
<strong>de</strong> Belle-Isle para Vuestra Majestad." O bien:<br />
"Aquí tenéis una visita <strong>de</strong>l señor Fouquet relacionada<br />
con sus intenciones." Así no habría<br />
hecho yo un papel tonto, vosotros habríais gozado<br />
<strong>de</strong> vuestra sorpresa, y no tendríamos necesidad<br />
ahora <strong>de</strong> mirarnos <strong>de</strong> reojo al hablamos.<br />
-Mientras que en la actualidad -repuso<br />
Aramis-, habéis procedido como amigo <strong>de</strong>l<br />
señor Colbert. ¿Sois, en efecto, amigo suyo?
-¡No, a fe mía! -exclamó el capitán-. <strong>El</strong><br />
señor Colbert es un pedante, y le odio como<br />
odiaba a Mazarino, pero sin temerle.<br />
-Pues bien, yo -dijo Aramis- quiero al<br />
señor Fouquet, y soy completamente suyo. Ya<br />
conocéis mi posición... No tengo bienes... <strong>El</strong><br />
señor Fouquet me ha procurado beneficios, un<br />
obispado: el señor Fouquet me ha obligado<br />
como hombre muy cumplido, y me acuerdo<br />
todavía bastante <strong>de</strong>l mundo para saber apreciar<br />
un buen proce<strong>de</strong>r. De consiguiente, el señor<br />
Fouquet me ha ganado el corazón, y me he consagrado<br />
a su servicio.<br />
-Y habéis hecho muy bien: tenéis en él<br />
un buen amo.<br />
Aramis mordióse los labios.<br />
-Creo que el mejor <strong>de</strong> cuantos pue<strong>de</strong>n<br />
tenerse.<br />
Aquí hizo una pausa.<br />
Artagnan se guardó mucho <strong>de</strong> interrumpirle.
-Ya os habrá dicho Porthos cómo se ha<br />
visto mezclado en todo esto.<br />
-No -dijo Artagnan-; si bien es cierto que<br />
soy curioso, nunca pregunto a un amigo cuando<br />
conozco que éste quiere ocultarme su verda<strong>de</strong>ro<br />
secreto.<br />
-Pues voy a <strong>de</strong>círoslo.<br />
-No os molestéis, si esa confi<strong>de</strong>ncia me<br />
compromete a algo.<br />
-¡Oh! Nada temáis. Porthos es el hombre<br />
a quien más he querido, porque es sencillo y<br />
bueno; Porthos es un alma recta. Des<strong>de</strong> que soy<br />
obispo busco los caracteres sencillos, que me<br />
hacen amar la verdad, aborrecer la intriga.<br />
Artagnan se atusó el bigote. -Hice buscar<br />
a Porthos; estaba ocioso, y su presencia me<br />
recordaba mis bellos días <strong>de</strong> otra época, sin<br />
<strong>de</strong>sviarme por eso <strong>de</strong>l bien. Llamé a Porthos a<br />
Vannes. <strong>El</strong> señor Fouquet, que me quiere, sabiendo<br />
lo mucho que yo amaba a Porthos, le<br />
prometió la or<strong>de</strong>n para la primera promoción.<br />
Ahí tenéis todo el secreto.
-No abusaré <strong>de</strong> él.<br />
-Lo sé, pues nadie sabe mejor que vos lo<br />
que es el verda<strong>de</strong>ro honor.<br />
-Me precio <strong>de</strong> ello, Aramis.<br />
-Ahora...<br />
Y el obispo miró a su amigo hasta el<br />
fondo <strong>de</strong>l alma.<br />
-Ahora, hablemos <strong>de</strong> nosotros y por<br />
nosotros. ¿Queréis ser amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />
No me interrumpáis antes <strong>de</strong> saber lo que<br />
eso significa.<br />
-Escucho.<br />
-¿Queréis ser mariscal <strong>de</strong> Francia, par,<br />
duque, y poseer un ducado <strong>de</strong> un millón?<br />
-Pero, amigo mío -replicó Artagnan-,<br />
para obtener todo eso, ¿qué es necesario hacer?<br />
-Ser el hombre <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-Es que yo soy el hombre <strong>de</strong>l rey, querido<br />
amigo.<br />
-Pero presumo que no exclusivamente.<br />
-¡Oh! Artagnan no es más que uno.
-Es natural que tengáis una ambición<br />
correspondiente a vuestro gran corazón.<br />
-Sí que la tengo.<br />
-Entonces. . .<br />
-Sí, <strong>de</strong>seo ser mariscal <strong>de</strong> Francia; pero<br />
el rey me hará mariscal, duque, par; el rey me<br />
dará todo eso.<br />
Aramis fijó en Artagnan su mirada penetrante.<br />
-¿Pues no es el rey el amo? -añadió Artagnan.<br />
-Nadie lo duda; pero Luis X<strong>II</strong>I era también<br />
el amo.<br />
-¡Oh querido! Es que entre Richelieu y<br />
Luis X<strong>II</strong>I no había un Artagnan -dijo tranquilamente<br />
el mosquetero.<br />
-Mirad que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l rey hay innumerables<br />
piedras en que tropezar.<br />
-No para el rey.<br />
-Sin duda; pero...<br />
-Mirad, Aramis, observo que todo el<br />
mundo piensa en sí propio, y nunca en ese
principillo; pues yo quiero sostenerme, sosteniéndole<br />
a él.<br />
-¿Y la ingratitud?<br />
-¡Los débiles son quienes la temen!<br />
-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> vos?<br />
-Creo que sí.<br />
-Pero el rey pue<strong>de</strong> no necesitaros.<br />
-Creo que me necesita más que nunca. Y<br />
si no, en el caso <strong>de</strong> tener que pren<strong>de</strong>r a un nuevo<br />
Condé, ¿quién le pren<strong>de</strong>ría? Esta ... ésta sola<br />
en Francia.<br />
Y Artagnan golpeó su espada.<br />
-Tenéis razón -dijo Aramis, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />
Y se levantó y apretó la mano a Artagnan.<br />
-Están dando el último aviso para la<br />
cena -dijo el capitán <strong>de</strong> mosqueteros-; permitidme...<br />
Aramis ro<strong>de</strong>ó con su brazo el cuello <strong>de</strong>l<br />
mosquetero, y le dijo: -Un amigo como vos es la
más hermosa joya <strong>de</strong> la corona real. En seguida<br />
se separaron.<br />
"Bien <strong>de</strong>cía yo -dijo para sí Artagnanque<br />
aquí había algo." "Hay que apresurarse a<br />
dar fuego a la pólvora -dijo Aramis-, pues Artagnan<br />
ha <strong>de</strong>scubierto la mecha."<br />
XVI<br />
MADAME Y GUICHE<br />
Hemos visto que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche se<br />
había marchado <strong>de</strong>l salón el día en que Luis<br />
XIV ofreció con tanta galantería a La Valliére<br />
los maravillosos brazaletes ganados en la lotería.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> permaneció paseando por algún<br />
tiempo fuera <strong>de</strong> Palacio, <strong>de</strong>vorado su corazón<br />
por mil sospechas e inquietu<strong>de</strong>s.<br />
Después se le vio acechar en la terraza, frente a<br />
los tresbolillos, la salida <strong>de</strong> Madame.
Pasó una media hora larga. Sólo enteramente,<br />
no podía tener pensamientos más<br />
halagüeños.<br />
Sacó su librito <strong>de</strong> memorias <strong>de</strong>l bolsillo,<br />
y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas dudas, se <strong>de</strong>cidió a escribir<br />
estas palabras:<br />
"Señora: Os suplico que me concedáis<br />
un minuto <strong>de</strong> conversación. No os alarméis por<br />
esta petición, que nada ajena es al profundo<br />
respeto con que, etc., etc."<br />
Firmaba esta rara súplica, doblada en<br />
forma <strong>de</strong> billete amoroso, cuando vio salir <strong>de</strong>l<br />
palacio varias mujeres, luego algunos hombres,<br />
y en una palabra, casi toda la tertulia <strong>de</strong> la reina.<br />
Vio a la misma La Valliére, y también a<br />
Montalais, hablando con Malicorne.<br />
Distinguió hasta el último <strong>de</strong> los convidados<br />
que poco antes poblaban el gabinete <strong>de</strong><br />
la reina madre.
Madame no había pasado; pero por<br />
fuerza tenía que atravesar aquel patio para volver<br />
a su cuarto, y<br />
Guiche espiaba el patio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la terraza.<br />
Por último, vio salir a Madame con dos<br />
pajes que llevaban los hachones.<br />
Caminaba <strong>de</strong> prisa, y cuando llegó a su<br />
puerta gritó:<br />
-Pajes, que vayan a informarse dón<strong>de</strong><br />
está el señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. Tiene que darme<br />
cuenta <strong>de</strong> una comisión. Si está <strong>de</strong>socupado,<br />
<strong>de</strong>cidle que haga el favor <strong>de</strong> venir a verme.<br />
Guiche permaneció mudo y ocultó en la<br />
sombra; pero apenas entró Madame, se lanzó<br />
<strong>de</strong> la terraza, bajando aprisa los escalones, y<br />
tomó el aire más indiferente para hacerse encontrar<br />
por los pajes, que corrían ya hacia su<br />
cuarto.<br />
"¡Ah! ¡Madame me manda buscar!", se<br />
dijo, todo emocionado. Y guardóse el billete,<br />
qué había llegado a ser inútil.
-Con<strong>de</strong> -dijo uno <strong>de</strong> los pajes divisándole-,<br />
fortuna ha sido encontraros.<br />
-¿Qué hay señores?<br />
-Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame.<br />
-¿Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame? -dijo Guiche<br />
con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />
-Sí, con<strong>de</strong>, Su Alteza Real <strong>de</strong>sea veros;<br />
según nos ha dicho, tenéis que darle cuenta <strong>de</strong><br />
una comisión. ¿Estáis libre?<br />
-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />
-Pues tened a bien seguirnos. Cuando<br />
Guiche subió a la habitación <strong>de</strong> la princesa,<br />
encontró a ésta pálida y agitada.<br />
Montalais permanecía a la puerta, algo<br />
quieta por lo que pasaría con el anillo <strong>de</strong> Madame.<br />
Guiche se presentó.<br />
-¡Ah! ¿Sois vos señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />
preguntó Madame-. Tened a bien entrar... Señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais, a terminado vuestro servicio.
Montalais, más alarmada aún, saludó y<br />
salió.<br />
Los dos interlocutores quedaron solos.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> tenía toda la ventaja <strong>de</strong> su parte,<br />
pues Madame era la que le había dado la<br />
cita. ¿Mas cómo podía el con<strong>de</strong> aprovecharse<br />
<strong>de</strong> aquella ventaja? ¡Era tan fantástica Madame!<br />
¡Tenía un carácter tan veleidoso Su Alteza Real!<br />
Bien lo manifestó, porque, abordando al<br />
punto la conversación:<br />
-Con<strong>de</strong> -le dijo-, ¿no tenéis nada que<br />
<strong>de</strong>cirme?<br />
Supuso Guiche que Madame había adivinado<br />
su pensamiento, y, como los que aman<br />
son crédulos y ciegos, como poetas o profetas,<br />
creyó que ella sabía los <strong>de</strong>seos que tenía <strong>de</strong><br />
verla y la causa <strong>de</strong> esos <strong>de</strong>seos.<br />
-Sí, señora -dijo-, y encuentro eso muy<br />
extraño.<br />
-¡<strong>El</strong> asunto <strong>de</strong> los brazaletes! -exclamó<br />
Madame con viveza-. ¿No es eso?<br />
-Sí, señora.
-¿Creéis que el rey esté enamorado?<br />
Decid.<br />
Guiche miróla con <strong>de</strong>tención; ella bajó<br />
los ojos ante aquella mirada que penetraba hasta<br />
el corazón.<br />
-Creo -dijo- que el rey pue<strong>de</strong> haber tenido<br />
el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> atormentar a alguien; <strong>de</strong> no<br />
ser así, no se habría mostrado tan solícito como<br />
le vimos, ni se habría arriesgado a comprometer,<br />
por capricho, a una joven hasta ahora inaccesible.<br />
-¡Bien! ¿Esa <strong>de</strong>scarada? -dijo altivamente<br />
la princesa.<br />
-Puedo asegurar a Vuestra Alteza Real -<br />
dijo Guiche con respetuosa firmeza- que la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére es amada por un joven<br />
dignísimo porque es un cumplido caballero.<br />
-¡Oh! ¿Habláis <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Mi amigo, sí, señora.<br />
-Y bien, aun cuándo sea amigo vuestro,<br />
¿qué le importa al rey?
-<strong>El</strong> rey sabe que <strong>Bragelonne</strong> está comprometido<br />
con la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y,<br />
como Raúl ha servido al rey valerosamente, no<br />
es <strong>de</strong> presumir que el rey vaya a causar una<br />
<strong>de</strong>sgracia irreparable.<br />
Madame prorrumpió en carcajadas que<br />
hirieron a Guiche dolorosamente.<br />
-Os repito, señora, que no consi<strong>de</strong>ro al<br />
rey enamorado <strong>de</strong> La Valliére, y la prueba <strong>de</strong><br />
que no lo creo, es que quería preguntaros a<br />
quién pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear Su Majestad herir el amor<br />
propio en esta circunstancia. Vos, que conocéis<br />
la Corte, me ayudaréis a encontrar esa persona,<br />
con tanto mas vivo motivo, cuanto que, según<br />
todos dicen, Vuestra Alteza Real está en gran<br />
intimidad con el rey.<br />
Madame se mordió los labios, y, a falta<br />
<strong>de</strong> buenas razones, cambió <strong>de</strong> conversación.<br />
-Probadme -dijo, fijando en él una <strong>de</strong><br />
esas miradas en las que el alma parece pasar<br />
toda entera-, probadme que <strong>de</strong>seábais hablarme<br />
a mí, que os he llamado.
Guiche sacó <strong>de</strong> su librito <strong>de</strong> memorias lo<br />
que había escrito, y se lo enseñó.<br />
-Simpatía -dijo Madame.<br />
-Sí -repuso el con<strong>de</strong> con insuperable<br />
ternura-, sí, simpatía; pero yo os he explicado<br />
cómo y por qué os buscaba; vos, señora, aún no<br />
me habéis dicho para qué me habéis hecho llamar.<br />
-Es verdad.<br />
Y pareció vacilar.<br />
-Esos brazaletes me harán per<strong>de</strong>r la cabeza<br />
-añadió <strong>de</strong> repente.<br />
-¿Esperábais vos que el rey os los ofreciese?<br />
-replicó Guiche.<br />
-¿Por qué no?<br />
-Pero antes que a vos, señora, antes que<br />
a su cuñada, ¿no tenía el rey a la reina?<br />
-Y antes que a La Valliére -exclamó la<br />
princesa, resentida-, ¿no me tenía a mí, no tenía<br />
a toda la Corte?<br />
-Os aseguro, señora -dijo respetuosamente<br />
el con<strong>de</strong>-, que si os oyesen
hablar <strong>de</strong> esa manera, si viesen vuestros ojos<br />
enrojecidos, y, Dios me perdone, esa lágrima,<br />
que asoma por vuestras pestañas... ¡oh, sí todo<br />
el mundo diría que Vuestra Alteza Real está<br />
celosa!<br />
-¡Celosa! -murmuró la princesa con altivez-.<br />
¿Celosa yo <strong>de</strong> La Valliére?<br />
Madame esperaba sojuzgar a Guiche<br />
con aquel a<strong>de</strong>mán altivo y aquel tono orgulloso.<br />
-Celosa <strong>de</strong> La Valliére, sí, señora -repitió<br />
el con<strong>de</strong> con energía.<br />
-Creo, señor -balbució la princesa-, que<br />
os permitís insultarme.<br />
-Yo no lo creo, señora -dijo el con<strong>de</strong> algo<br />
agitado, pero resuelto a domar aquella fogosa<br />
cólera.<br />
-¡Salid! -gritó la con<strong>de</strong>sa en el colmo <strong>de</strong><br />
la exasperación, pues tanta era la rabia que le<br />
causaban la sangre fría y el respeto mudo <strong>de</strong><br />
Guiche.
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> retrocedió un paso, hizo un<br />
saludo con lentitud, se irguió, blanco como los<br />
encajes <strong>de</strong> sus puños, y con voz ligeramente<br />
alterada:<br />
-No valía la pena -dijo- <strong>de</strong> que me apresurase<br />
para sufrir esta injusta <strong>de</strong>sgracia.<br />
Y le volvió la espalda sin precipitación.<br />
No había aún dado cinco pasos, cuando<br />
corrió a él Madame como un tigre, y cogiéndole<br />
<strong>de</strong> una manga le hizo volver.<br />
-<strong>El</strong> respeto que me afectáis -repuso trémula<br />
<strong>de</strong> rabia-, es más insultante que el insulto.<br />
¡Vamos, insultadme, pero, al menos, hablad!<br />
-Y vos, señora -dijo afablemente el con<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>senvainando su espada-, atravesadme el<br />
corazón, pero no me hagáis morir a fuego lento.<br />
Madame conoció en la mirada que Guiche<br />
fijó sobre ella, mirada llena <strong>de</strong> amor, <strong>de</strong><br />
resolución y hasta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, que un<br />
hombre tan tranquilo en apariencia se atravesaría<br />
el pecho con la espada, si ella añadía<br />
una palabra.
Arrancóle el acero <strong>de</strong> las manos, y, apretándole<br />
el brazo con un <strong>de</strong>lirio que podía pasar<br />
por ternura.<br />
-Con<strong>de</strong> -dijo-, excusadme. Veis lo que<br />
sufro, y no tenéis misericordia <strong>de</strong> mí.<br />
Las lágrimas, última crisis <strong>de</strong> aquel acceso,<br />
ahogaron su voz. Guiche, viéndola llorar,<br />
tomóla en sus brazos y la llevó hasta el sillón,<br />
oprimido todavía su corazón.<br />
-¿Por qué -murmuró a sus pies-, por qué<br />
no me contáis vuestras penas? ¿Amáis a alguien?<br />
¡Decídmelo! Yo moriré, pero será <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haberos aliviado, consolado y hasta<br />
servido.<br />
-¡Oh! ¿Tanto me amáis? -replicó ella<br />
vencida.<br />
-Os amo hasta ese extremo; sí señora.<br />
<strong>El</strong>la le abandonó sus manos. -Amo, efectivamente<br />
-murmuró la princesa en voz tan<br />
baja que nadie hubiera podido oírla. Guiche la<br />
oyó.<br />
-¿Al rey? -dijo.
La princesa movió la cabeza, y su sonrisa<br />
fue como esos claros que forman las nubes,<br />
por entre los cuales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tempestad,<br />
cree uno ver abrirse el paraíso.<br />
-Pero -repuso-, hay otras pasiones en un<br />
corazón bien nacido. <strong>El</strong> amor, es la poesía; pero<br />
la vida <strong>de</strong> ese corazón, es el orgullo. Con<strong>de</strong>, yo<br />
he nacido sobre el trono, y tengo el orgullo y<br />
dignidad propios <strong>de</strong> mi jerarquía. ¿Por qué el<br />
rey trata <strong>de</strong> acercar al su lado a personas indignas<br />
<strong>de</strong> él?<br />
-¡Todavía, señora! -exclamó el con<strong>de</strong>-.<br />
¿No reparáis que estáis maltratan o a esa infeliz<br />
muchacha que va a se esposa <strong>de</strong> mi amigo?<br />
-¿Y sois tan simple para creer eso?<br />
-Si no creyera -dijo Guiche muy pálido-,<br />
haría avisar inmediatamente a <strong>Bragelonne</strong>; sí, si<br />
creyese que esa pobre La Valliére había olvidado<br />
los juramentos que ha hecho a Raúl...<br />
Pero, no, sería una infamia ven<strong>de</strong>r el secreto <strong>de</strong><br />
una mujer; sería un gran crimen turbar la tranquilidad<br />
<strong>de</strong> un amigo.
-¿Creéis, según eso -repuso la princesa,<br />
con un salvaje estallido <strong>de</strong> risa-, que la ignorancia<br />
sea una dicha?<br />
-Lo creo -replicó él.<br />
-¡Pues probadlo, probadlo! -dijo Madame<br />
con viveza.<br />
-Nada mas fácil; señora, la Corte toda ha<br />
dicho que el rey os amaba, y que amabais al<br />
rey.<br />
-¿Y qué? -dijo la princesa respirando<br />
penosamente.<br />
-Suponed que Raúl, mi amigo, hubiese<br />
venido a <strong>de</strong>cirme: "¡Sí, el rey ama a Madame; sí,<br />
el rey ha logrado ganarse el corazón <strong>de</strong> Madame!..."<br />
¡Tal vez habría matado a Raúl!<br />
-Hubiera sido preciso -dijo la princesa<br />
con esa obstinación <strong>de</strong> las mujeres que se consi<strong>de</strong>ran<br />
inexpugnables-, que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
hubiera tenido pruebas para hablaros así.<br />
-De todos modos -respondió Guiche<br />
suspirando-, ello es que, no habiendo sido ad-
vertido, nada he profundizado, y hoy mi ignorancia<br />
me ha salvado la vida.<br />
-Veo que lléváis hasta tal extremo el<br />
egoísmo y la frialdad -dijo Madame-, que <strong>de</strong>jaréis<br />
a ese <strong>de</strong>sgraciado joven continuar amando<br />
a La Valliére.<br />
-Hasta el día en que sepa que La Valliére<br />
es culpable, sí, señora.<br />
-¡Pero, ¿y los brazaletes?<br />
-¡Ay, señora! Ya que vos esperabais recibirlos<br />
<strong>de</strong>l rey, ¿qué hubiera yo podido <strong>de</strong>cir?<br />
<strong>El</strong> argumento era po<strong>de</strong>roso; la princesa<br />
se sintió vencida, hasta el punto <strong>de</strong> no volver a<br />
recobrarse más.<br />
Pero, como tenía el alma llena <strong>de</strong> nobleza<br />
y un entendimiento claro, comprendió toda<br />
la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Guiche.<br />
Leyó evi<strong>de</strong>ntemente en. su corazón que<br />
sospechaba que el rey amaba a La Valliére, y no<br />
quiso valerse <strong>de</strong> ese expediente vulgar, que<br />
consiste en arruinar a un rival en el ánimo <strong>de</strong>
una mujer, dando a ésta la certeza <strong>de</strong> que ese<br />
rival corteja a otra mujer.<br />
Adivinó que sospechaba <strong>de</strong> La Valliére,<br />
y que, para darle tiempo a convertirse, a fin <strong>de</strong><br />
que no se perdiese para siempre, se reservaba<br />
alguna gestión directa o algunas observaciones<br />
más claras.<br />
Leyó, en fin, tanta gran<strong>de</strong>za real, tanta<br />
generosidad en el corazón <strong>de</strong> su amante, que<br />
sintió abrasarse el suyo al contacto <strong>de</strong> una llama<br />
tan pura.<br />
Guiche, conservándose, aun a riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar,<br />
hombre <strong>de</strong> lealtad, se elevaba a clase<br />
<strong>de</strong> héroes, . y la reducía al estado <strong>de</strong> mujer celosa<br />
y mezquina.<br />
Y le amó tan intensamente, que no pudo<br />
menos <strong>de</strong> darle un testimonio <strong>de</strong> ello.<br />
-He ahí una porción <strong>de</strong> palabras perdidas<br />
-dijo tomándole una mano-: sospechas,<br />
inquietu<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>sconfianzas, dolores... creo que<br />
todos esos nombres hemos pronunciado.<br />
-¡Ay! Sí, señora.
-Borradlas <strong>de</strong> vuestro corazón, como yo<br />
lo hago <strong>de</strong>l mío. Con<strong>de</strong>, que La Valliére ame o<br />
no al rey, que el rey ame o no a La Valliére,<br />
hagamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento una distinción en<br />
nuestros dos papeles... ¿Por qué abrís tanto los<br />
ojos? Apuesto a que no me comprendéis.<br />
-Sois tan viva, señora, que temo siempre<br />
<strong>de</strong>sagradaros.<br />
-¡No tembléis así bello asustado! -dijo<br />
ella con encantadora jovialidad- Sí, señor, tengo<br />
que <strong>de</strong>sempeñar dos papeles ... Soy la hermana<br />
<strong>de</strong>l rey, y la cuñada <strong>de</strong> su esposa. Con este título,<br />
¿no es lógico que me mezcle en las intrigas<br />
<strong>de</strong>l matrimonio?... ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />
-Lo menos posible, señora.<br />
-Convengo en ello, mas ésta es una<br />
cuestión <strong>de</strong> dignidad; a<strong>de</strong>más, soy la esposa <strong>de</strong><br />
Monsieur.<br />
Guiche suspiró.<br />
-Lo cual -repuso la princesa con ternura<strong>de</strong>be<br />
induciros a hablarme siempre con el más<br />
soberano respeto.
-¡Oh! -murmuró el con<strong>de</strong>, cayendo a sus<br />
pies, que besó como si fueran los <strong>de</strong> una divinidad.<br />
-En verdad -murmuró la princesa-, creo<br />
que tengo todavía otro papel... Ya lo olvidaba.<br />
-¿Cuál, cuál?<br />
-Soy mujer -dijo más bajo todavía-.<br />
Amo.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> se incorporó. <strong>El</strong>la le abrió los<br />
brazos; sus labios se tocaron.<br />
Oyéronse pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapicería.<br />
Montalais llamó.<br />
-¿Qué hay, señorita? -preguntó Madame.<br />
-Buscan al señor <strong>de</strong> Guiche -respondió<br />
Montalais, la cual tuvo tiempo `<strong>de</strong> observar<br />
todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los actores <strong>de</strong> aquellos cuatro<br />
papeles, pues Guiche había constantemente<br />
<strong>de</strong>sempeñado el suyo con la mayor heroicidad.<br />
XV<strong>II</strong>
MONTALAIS Y MALICORNE<br />
Montalais tenía razón. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche,<br />
llamado por todas partes, estaba muy ex<br />
pues , por la multiplicidad misma <strong>de</strong> os asuntos,<br />
a no contestar en ninguna.<br />
Así sucedió que Madame, tal es la fuerza<br />
<strong>de</strong> las situaciones débiles, no obstante su<br />
orgullo ofendido, a pesar <strong>de</strong> su cólera interior,<br />
nada pudo <strong>de</strong>cir, al menos por aquel instante, a<br />
Montalais, que acababa <strong>de</strong> infringir con tan<br />
osadía la consigna casi real que la había alejado.<br />
Guiche perdió también la cabeza, o mejor<br />
dicho, la había perdido ya antes <strong>de</strong> la llegada<br />
dé Montalais: porque, no bien oyó la voz <strong>de</strong><br />
la joven, sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> Madame, como exigía<br />
la más elemental cortesía, aun entre iguales,<br />
huyó, con el corazón encendido y la cabeza<br />
loca, <strong>de</strong>jando a la princesa con una mano levantada<br />
y haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.
Y era que Guiche podía <strong>de</strong>cir, como dijo<br />
Querubín cien años <strong>de</strong>spués, que llevaba en los<br />
labios dicha para una eternidad.<br />
Montalais halló, pues, a los dos amantes<br />
en gran <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n; <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en el que huía y<br />
<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en la que quedaba.<br />
La joven murmuró entonces, echando<br />
en torno suyo una mirada investigadora:<br />
-Creo que por ahora sé cuanto podía<br />
<strong>de</strong>sear saber la mujer más curiosa.<br />
Madame se quedó tan turbada con aquella mirada<br />
inquiridora, que, como si hubiera oído el<br />
aparte <strong>de</strong> Montalais, no dijo una palabra a su<br />
camarista, y, bajando la cabeza, pasó a su alcoba.<br />
Viendo lo cual Montalais, se puso a escuchar.<br />
Entonces oyó que Madame corría los<br />
cerrojos <strong>de</strong> su habitación. Comprendió por ese<br />
ruido que tenía la noche por suya, y, haciendo<br />
en dirección a la puerta que acababa <strong>de</strong> cerrarse<br />
un a<strong>de</strong>mán bastante irreverente que quería <strong>de</strong>-
cir: "¡Buenas noches, princesa!" bajó a reunirse<br />
otra vez con Malicorne, que se hallaba a la sazón<br />
muy ocupado en seguir con la vista un correo<br />
polvoriento que salía <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong>l<br />
con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />
Montalais conoció que Malicorne tenía<br />
entre manos alguna obra <strong>de</strong> importancia, y le<br />
<strong>de</strong>jó ten<strong>de</strong>r la vista y alargar el cuello. Después<br />
que Malicorne volvió a tomar su posición natural,<br />
le dio un golpecito en el hombro.<br />
-¡Hola! -preguntó Montalais-. ¿Qué hay<br />
<strong>de</strong> nuevo?<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ama a Madame -<br />
dijo Malicorne.<br />
-¡Noticias frescas! Yo sé algo más nuevo.<br />
-¿Y qué sabéis?<br />
-Que Madame ama al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Lo uno es consecuencia <strong>de</strong> lo otro.<br />
-No siempre, mi buen señor.<br />
-¿Decís eso por mí?<br />
-Las personas presentes quedan siempre<br />
exceptuadas.
-Gracias -contestó Malicorne-. ¿Y por la<br />
otra parte?<br />
-<strong>El</strong> rey quiso esta noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />
lotería, ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¿Y la ha visto?<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no?<br />
-La puerta estaba cerrada.<br />
-De modo que...<br />
-De modo que el rey se volvió todo corrido,<br />
como ladrón que ha olvidado sus instrumentos.<br />
-Bien.<br />
-¿Y por la otra parte? -dijo Montalais.<br />
-<strong>El</strong> correo que acaba <strong>de</strong> llegar para el<br />
señor <strong>de</strong> Guiche es enviado por el señor <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¡Bueno! -dijo Montalais dando una<br />
palmada.<br />
-¿Por qué bueno?<br />
-Porque tenemos ocupación. Si ahora<br />
nos aburrimos, gran<strong>de</strong> será nuestra <strong>de</strong>sgracia.
-Importa dividirnos el trabajo -dijo Malicorne-,<br />
a fin <strong>de</strong> evitar confusión.<br />
-Nada más sencillo -replicó Montalais-.<br />
Tres intrigas un poco animadas, manejadas con<br />
cierta cautela, dan una con otra, echándolo por<br />
lo corto, tres billetes por día.<br />
-¡Oh! -exclamó Malicorne encogiéndose<br />
<strong>de</strong> hombros-. No tenéis en cuenta, amigo, que<br />
tres billetes al día es propio <strong>de</strong> gente vulgar. Un<br />
mosquetero <strong>de</strong> servicio, una muchacha en el<br />
convento, cambian su billete cotidiano por encima<br />
<strong>de</strong> la escala o por el agujero hecho en la<br />
pared. En un billete se encierra toda la poesía<br />
<strong>de</strong> esos pobres corazoncitos. Pero, entre nosotros...<br />
¡Oh! ¡Qué poco conocéis la ternura real,<br />
amiga mía!<br />
-Vamos, concluid -dijo impacientemente<br />
Montalais-. Mirad que pue<strong>de</strong> venir alguien.<br />
-¡Concluir! No estoy más que en la narración.<br />
Me quedan aún tres puntos que tocar.<br />
-¡Me haréis morir con vuestra cachaza<br />
<strong>de</strong> flamenco! -murmuró Montalais.
-Y vos me haréis per<strong>de</strong>r la cabeza con<br />
vuestras vivacida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> italiana. Os <strong>de</strong>cía,<br />
pues, que nuestros enamorados se escribirán<br />
volúmenes. ¿Pero adón<strong>de</strong> vais a parar?<br />
-A esto: que ninguna <strong>de</strong> nuestras damas<br />
pue<strong>de</strong> conservar las cartas que reciba.<br />
-Está claro.<br />
-Que el señor <strong>de</strong> Guiche no se atreverá<br />
tampoco a guardar las suyas.<br />
-Es probable.<br />
-Pues bien, yo guardaré todo eso.<br />
-Ved ahí lo que es imposible -dijo Malicorne.<br />
-¿Y por qué?<br />
-Porque no estáis en casa propia; porque<br />
vuestra habitación es común a La Valliére y a<br />
vos; porque se hacen con frecuencia visitas y<br />
registros en el cuarto <strong>de</strong> una camarista, y porque<br />
temo mucho a la reina, celosa como una<br />
española, a la reina madre celosa como dos<br />
españolas, y, finalmente, a Madame celosa como<br />
diez españolas.
-Me parece que olvidáis a alguien.<br />
-¿A quién?<br />
-A Monsieur.<br />
-Solamente hablaba <strong>de</strong> las mujeres. Clasifiquemos,<br />
pues, a Monsieur con el número 1.<br />
-Nº 2, Guiche.<br />
-Nº 3, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-Nº 4, el rey.<br />
-¿<strong>El</strong> rey?<br />
-Ciertamente, el rey, que será no sólo<br />
mas celoso, sino más po<strong>de</strong>roso que todos. ¡Ay,<br />
querida!<br />
-¿Qué más?<br />
-¡En qué avispero os habéis metido!<br />
-No mucho todavía, si queréis seguirme...<br />
-Sí que lo quiero. No obstante...<br />
-No obstante...<br />
-Puesto que aún es tiempo, creo que lo<br />
más pru<strong>de</strong>nte sería retroce<strong>de</strong>r.
-Y yo, antes bien, creo que lo más pru<strong>de</strong>nte<br />
será ponernos <strong>de</strong> golpe frente <strong>de</strong> todas<br />
esas intrigas.<br />
-No creo que podáis manejarlas.<br />
-Con vos sería capaz <strong>de</strong> manejar diez.<br />
Ese es mi elemento, pues he nacido para vivir<br />
en la Corte, como la salamandra en el fuego.<br />
-Vuestra comparación no me calma,<br />
querida amiga. He oído <strong>de</strong>cir a sabios muy sabios,<br />
en primer lugar que no hay tales salamandras,<br />
y que si las hubiese, quedarían perfectamente<br />
asadas al salir <strong>de</strong>l fuego.<br />
-Vuestros sabios podrán ser muy sabios<br />
en materia <strong>de</strong> salamandras, pero vuestros sabios<br />
no os dirán lo que yo voy a <strong>de</strong>cir ahora<br />
mismo, y es que Aura <strong>de</strong> Montalais está llamada<br />
a ser, antes <strong>de</strong> un mes, el primer diplomático<br />
<strong>de</strong> la corte francesa.<br />
-Bien, o a condición <strong>de</strong> que yo sea el<br />
segundo.<br />
-Esta dicho: alianza ofensiva y <strong>de</strong>fensiva,<br />
entiéndase.
-Lo que os aconsejo es que <strong>de</strong>sconfiéis<br />
<strong>de</strong> las cartas.<br />
-Os las entregaré conforme me las vayan<br />
dando.<br />
-¿Qué diremos al rey <strong>de</strong> Madame?<br />
-Que Madame sigue amando al rey.<br />
-¿Qué diremos a Madame <strong>de</strong>l rey?<br />
-Que haría mal en no contemplarle.<br />
-¿Qué diremos a La Valliére <strong>de</strong> Madame?<br />
-Todo cuanto queramos, pues es nuestra.<br />
-¿Nuestra?<br />
-Doblemente.<br />
-¿Cómo es eso?<br />
-Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, primero.<br />
-Explicaos.<br />
-Supongo no habréis olvidado que el<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ha escrito muchas cartas a<br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-Yo no olvido nada.
-Esas cartas era yo quien las recibía y<br />
quien las guardaba.<br />
-¿Y por consiguiente las tendréis?<br />
-Las tengo.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>? ¿Aquí?<br />
-¡Oh, no! Las tengo en Blois, en el cuartito<br />
que ya sabéis.<br />
-Cuartito querido, cuartito amoroso,<br />
antecámara <strong>de</strong>l palacio que os haré habitar un<br />
día. Pero, perdón; ¿<strong>de</strong>cís que todas esas cartas<br />
están en ese cuartito?<br />
-Sí.<br />
-¿No las guardábais en un cofre.<br />
-Sí, por cierto; en el mismo cofre en que<br />
guardaba las que vos me remitíais, y don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>positaba las mías cuando vuestros asuntos os<br />
impedían acudir a la cita.<br />
-¡Ah! Perfectamente -dijo Malicorne.<br />
-¿Qué significa esa satisfacción?<br />
-Significa que nos ahorramos ir a Blois<br />
por las cartas. Las tengo aquí.<br />
-¿Habéis traído el cofre?
-Lo apreciaba mucho viniendo <strong>de</strong> vos.<br />
-Pues tened cuidado; el cofre guarda<br />
originales que tendrán gran precio más a<strong>de</strong>lante.<br />
-Lo sé muy bien, ¡diantre!, y por eso<br />
mismo me río, y con toda mi alma.<br />
-Ahora, una última palabra.<br />
-¿Por qué una última?<br />
-¿Necesitamos auxiliares?<br />
-Ninguno.<br />
-Criados, criadas...<br />
-¡Malo, <strong>de</strong>testable! Vos misma daréis y<br />
recibiréis las cartas. ¡Oh! Nada <strong>de</strong> orgullo: sin lo<br />
cual, no haciendo sus negocios por sí mismo, el<br />
señor Malicorne y la señorita Aura se verán<br />
reducidos a verlos hacer por otros.<br />
-Tenéis razón; pero, ¿qué pasa en el<br />
aposento <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Nada; el con<strong>de</strong> abre su ventana.<br />
-Marchémonos.<br />
Y los dos <strong>de</strong>saparecieron; la conjuración<br />
estaba anudada.
La ventana que acababa <strong>de</strong> abrirse era,<br />
en efecto, la <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />
Pero, como podrían pensar tal vez los<br />
que no están en antece<strong>de</strong>ntes, no era sólo por<br />
ver la sombra <strong>de</strong>, Madame a través <strong>de</strong> las cortinas<br />
por lo que el con<strong>de</strong> asomábase a la ventana;<br />
su preocupación no era <strong>de</strong>l todo amorosa.<br />
Según hemos dicho, acababa <strong>de</strong> recibir un correo,<br />
el cual le había sido enviado por <strong>Bragelonne</strong>.<br />
<strong>Bragelonne</strong> había escrito a Guiche.<br />
Este había leído y releído la carta; carta<br />
que le había hecho gran impresión.<br />
-¡Extraño! ¡Muy extraño! -murmuraba-.<br />
¡Por qué medios tan po<strong>de</strong>rosos lleva el <strong>de</strong>stino<br />
a los hombres a sus fines!<br />
Y, apartándose <strong>de</strong> la ventana para<br />
aproximarse a la luz, leyó por tercera vez aquella<br />
carta, cuyas líneas abrasaban a la vez su<br />
mente y sus ojos.<br />
"Calais.
"Mi estimado con<strong>de</strong>: He encontrado en<br />
Calais al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que salió herido<br />
gravemente en un lance con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />
"No ignoráis que War<strong>de</strong>s es hombre<br />
valiente, pero rencoroso y <strong>de</strong> mala índole.<br />
"Me ha hablado <strong>de</strong> vos, hacia quien dice<br />
siente gran inclinación, y <strong>de</strong> Madame, que encuentra<br />
hermosa y amable.<br />
"Ha adivinado vuestro amor por la persona<br />
que sabéis.<br />
"También me ha hablado <strong>de</strong> una persona<br />
a quien amo, y me ha manifestado el más<br />
vivo interés, compa<strong>de</strong>ciéndome mucho, pero<br />
todo ello con ro<strong>de</strong>os, que me asustaron en un<br />
principio, y que concluí luego por tomar como<br />
resultado <strong>de</strong> sus hábitos <strong>de</strong> misterio.<br />
"<strong>El</strong> hecho es éste:<br />
"Parece que ha recibido noticias <strong>de</strong> la<br />
Corte. Ya compren<strong>de</strong>réis que no ha podido ser<br />
sino por conducto <strong>de</strong>l caballero <strong>de</strong> Lorena.<br />
"Se habla, dicen esas noticias, <strong>de</strong> un<br />
cambio efectuado en los sentimientos <strong>de</strong>l rey.
“Ya sabéis a lo que eso hace relación.<br />
"A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>cían las noticias, se habla<br />
<strong>de</strong> una camarista que da pábulo a la maledicencia.<br />
"Estas frases vagas no me han permitido<br />
dormir. He <strong>de</strong>plorado mucho que mi carácter,<br />
recto y débil, a pesar <strong>de</strong> cierta obstinación, me<br />
haya <strong>de</strong>jado sin réplica a esas insinuaciones.<br />
En una palabra, el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s<br />
marcha a París y no he querido retrasar su partida<br />
con explicaciones. A<strong>de</strong>más, confieso que<br />
me parecía duro atormentar a un hombre cuyas<br />
heridas apenas están cerradas.<br />
"Viaja, pues, a jornadas cortas. y va para<br />
asistir, según dice, al curioso espectáculo que<br />
no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> ofrecer la Corte <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
poco tiempo.<br />
"Añadió a estas palabras algunas felicitaciones,<br />
y luego ciertas condolencias. Ni unas<br />
ni otros he podido compren<strong>de</strong>r. Hallábame<br />
aturdido por mis pensamientos y por mi <strong>de</strong>sconfianza<br />
hacia ese hombre: <strong>de</strong>sconfianza que,
como sabéis mejor que nadie, jamás he podido<br />
vencer.<br />
"Pero, luego que se marchó, mi espíritu<br />
se calmó algún tanto.<br />
"Es imposible que un carácter como el<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s no haya infiltrado algo <strong>de</strong> su malignidad<br />
en las relaciones que hemos tenido juntos.<br />
"Es imposible, por consiguiente, que en<br />
todas las palabras misteriosas que me ha dicho<br />
el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, no haya un sentido misterioso<br />
que pueda aplicarme a mí mismo o a<br />
quien sabéis.<br />
"Precisado a marchar con toda la prontitud<br />
para obe<strong>de</strong>cer al rey, no he pensado en ir<br />
tras <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s para obtener la explicación <strong>de</strong><br />
sus reticencias; pero os envío un correo con esta<br />
carta que os expondrá todas mis dudas. Vos, a<br />
quien consi<strong>de</strong>ro como otro yo, haréis lo que os<br />
parezca mejor.
<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s llegará <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
poco; procurad saber lo que ha <strong>de</strong>seado <strong>de</strong>cir,<br />
si es que no lo sabéis ya.<br />
"Por lo <strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s ha<br />
sostenido que el señor <strong>de</strong> Buckingham había<br />
salido <strong>de</strong> París muy satisfecho <strong>de</strong> Madame;<br />
asunto es éste que me habría hecho tirar inmediatamente<br />
<strong>de</strong> 1 espada, a no ser por la obligación<br />
en que me consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> antepone ante<br />
todo el servicio <strong>de</strong>l rey.<br />
"Quemad esta carta, que os entregará<br />
Olivain.<br />
"Quien dice Olivain, dice la seguridad.<br />
"Tened a bien, apreciado con<strong>de</strong>, hacer<br />
presente mis afectuosos recuerdos a la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére, cuyas manos beso respetuosamente.<br />
"Recibid un abrazo <strong>de</strong> vuestro afectísimo<br />
"VIZCONDE DE<br />
BRAGELONNE.
"P. D. Si ocurriera alguna cosa grave,<br />
pues todo <strong>de</strong>be preverse, querido amigo, enviadme<br />
un correo con esta sola palabra: Venid,<br />
y me hallaré en París treinta y seis horas <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haber recibido vuestra carta."<br />
Guiche suspiró, dobló la carta por tercera<br />
vez, y, en vez <strong>de</strong> quemarla como le encargaba<br />
Raúl, se la puso en el bolsillo.<br />
Necesitaba leerla y releerla todavía.<br />
-¡Qué confusión y qué confianza a la<br />
vez! -murmuró el con<strong>de</strong>-. Toda el alma <strong>de</strong> Raúl<br />
está en esta carta. ¡Olvida en ella al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
Fére, y habla <strong>de</strong> su respeto hacia Luisa! ¡Me da<br />
a mí un aviso y me suplica por él! ... ¡Ah! -prosiguió<br />
Guiche con un gesto amenazador-. ¿Os<br />
mezcláis en mis asuntos, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />
Pues bien, yo me ocuparé <strong>de</strong> los vuestros. En<br />
cuanto a ti, pobre Raúl, tu corazón me <strong>de</strong>ja un<br />
<strong>de</strong>pósito sobre el cual yo velaré, pier<strong>de</strong> cuidado.
Hecha esta promesa, pasó Guiche recado<br />
a Malicorne para que fuese a verle sin tardanza,<br />
si era posible.<br />
Malicorne acudió con una actividad que<br />
era el primer resultado <strong>de</strong> su conversación con<br />
Montalais.<br />
Cuanto más preguntó Guiche, que creíase<br />
a cubierto, Malicorne, que trabajaba a la<br />
sombra, más comprendió a su interlocutor.<br />
De aquí resultó que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />
cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> conversación, durante la cual<br />
creyó Guiche haber <strong>de</strong>scubierto toda la verdad<br />
acerca <strong>de</strong> La Valliére y <strong>de</strong>l rey, no supo nada<br />
más que lo que había visto por sus propios ojos,<br />
mientras que Malicorne supo o adivinó que<br />
Raúl <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, y que Guiche iba<br />
a velar sobre el tesoro <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s.<br />
Malicorne aceptó el papel <strong>de</strong> dragón.<br />
Guiche creyó haber hecho cuanto había<br />
que hacer en favor <strong>de</strong> su amigo, y no se ocupó<br />
más que <strong>de</strong> sí propio.
Anunciáse en la noche siguiente la vuelta<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, y su primera aparición en el aposento<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
Después <strong>de</strong> su visita <strong>de</strong>bía el convaleciente ir a<br />
la habitación <strong>de</strong> Monsieur.<br />
Guiche fue a ver a Monsieur una hora antes.<br />
XV<strong>II</strong>I<br />
RECIBIMIENTO DE WARDES EN LA COR-<br />
TE<br />
Monsieur acogió a War<strong>de</strong>s con aquel<br />
favor particular que la necesidad <strong>de</strong> esparcir el<br />
ánimo aconseja a todo carácter ligero hacia<br />
cualquier novedad que se presenta. War<strong>de</strong>s, a<br />
quien hacía más <strong>de</strong> un mes no se le veía en la<br />
Corte, era fruta nueva. Agasajarle, era cometer<br />
una infi<strong>de</strong>lidad con los antiguos, y una infi<strong>de</strong>lidad<br />
tiene siempre su encanto; a<strong>de</strong>más, aquello<br />
era hacerle una reparación. Monsieur le trató,<br />
pues, <strong>de</strong>l modo más favorable.
<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena, que temía mucho<br />
a aquel rival, pero que respetaba aquella<br />
segunda naturaleza en todo semejante a la suya,<br />
más el valor, prodigó a War<strong>de</strong>s atenciones<br />
aún más exageradas que las que le había mostrado<br />
Monsieur.<br />
Guiche estaba allí, como hemos dicho,<br />
pero se mantenía algo apartado, aguardando<br />
con impaciencia que terminasen todos aquellos<br />
abrazos.<br />
War<strong>de</strong>s, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> conversar con los<br />
<strong>de</strong>más, y hasta con Monsieur mismo, no había<br />
perdido <strong>de</strong> vista a Guiche; su instinto le <strong>de</strong>cía<br />
que estaba allí por él.<br />
Así fue, que se dirigió a Guiche inmediatamente<br />
que terminó con los <strong>de</strong>más.<br />
Los dos cambiaron entre sí los cumplidos<br />
más corteses; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual, War<strong>de</strong>s<br />
volvió a acercarse <strong>de</strong> nuevo a Monsieur y a<br />
otros gentileshombres.
En medio <strong>de</strong> todas aquellas felicitaciones<br />
<strong>de</strong> bienvenida, anunciaron a Madame.<br />
Madame había sabido la llegada <strong>de</strong><br />
War<strong>de</strong>s y estaba enterada <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong><br />
su viaje, y <strong>de</strong> su duelo con Buckingham. Por<br />
eso no le disgustó estar presente a las primeras<br />
palabras que pronunciara el que sabía era enemigo<br />
suyo.<br />
Acompañábanla dos o tres camaristas.<br />
War<strong>de</strong>s hizo a Madame los más corteses<br />
saludos, y anunció, <strong>de</strong> buenas a primeras para<br />
empezar las hostilida<strong>de</strong>s, que estaba pronto a<br />
dar noticias <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham a sus<br />
íntimos.<br />
Era aquélla una respuesta directa a la<br />
frialdad con que Madame le había recibido.<br />
<strong>El</strong> ataque era vivo; Madame sintió el<br />
golpe sin aparentar haberla recibido, y dirigió<br />
rápidamente sus ojos a Monsieur y a Guiche.<br />
Monsieur enrojeció, Guiche pali<strong>de</strong>ció.
Madame fue la única que no cambió <strong>de</strong><br />
fisonomía; pero, comprendiendo los muchos<br />
disgustos que podía ocasionarle aquel enemigo<br />
con las dos personas que le oían, se inclinó sonriendo<br />
hacia el viajero.<br />
<strong>El</strong> viajero hablaba <strong>de</strong> otra cosa. Madame<br />
era valiente hasta la impru<strong>de</strong>ncia: toda retirada<br />
hacíale avanzar más. Después <strong>de</strong> la primera<br />
opresión <strong>de</strong>l corazón, volvió a la carga.<br />
-¿Habéis pa<strong>de</strong>cido mucho con vuestras<br />
heridas, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -preguntó-. Porque<br />
hemos sabido que habíais tenido la mala suerte<br />
<strong>de</strong> salir herido.<br />
Aquella vez tocó a War<strong>de</strong>s resentirse; y<br />
se mordió los labios.<br />
-No, señora -contestó-; casi nada.<br />
-Sin embargo, con este horrible calor...<br />
-<strong>El</strong> aire <strong>de</strong> mar es fresco, señora, y a<strong>de</strong>más<br />
tenía un consuelo.<br />
-¡Oh! ¡Tanto mejor! ... ¿Cuál?<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> saber que mi adversario sufría<br />
más que yo.
-¡Ah! ¿Salió herido más gravemente que<br />
vos?... Ignoraba eso -dijo la princesa con una<br />
completa insensibilidad.<br />
-¡Oh señora! Estáis equivocada, o mejor,<br />
aparentáis <strong>de</strong>jaros engañar por mis palabras.<br />
No digo que su cuerpo haya sufrido más que<br />
yo; pero su corazón estaba ya profundamente<br />
lastimado.<br />
Guiche vio adon<strong>de</strong> se dirigía la lucha, y<br />
se aventuró a hacer a Madame una seña, suplicándole<br />
que abandonara la partida.<br />
Pero ella, sin contestar a Guiche, sin<br />
aparentar verlo, y siempre sonriente:<br />
-Pues qué -dijo-, ¿fue herido el señor <strong>de</strong><br />
Buckingham en el corazón, no creía que una<br />
herida en el corazón tuviese cura.<br />
-¡Ay, señora! -contestó graciosamente<br />
War<strong>de</strong>s-. ¡Las mujeres están siempre en esa<br />
persuasión y eso es lo que les da sobre nosotros<br />
la superioridad <strong>de</strong> la confianza!<br />
-Amiga mía, comprendéis mal -repuso<br />
el príncipe con impaciencia-. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War-
<strong>de</strong>s quiere <strong>de</strong>cir que el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />
fue herid en el corazón por otra cosa que n era<br />
una espada.<br />
-¡Ah! ¡en, bien! -exclamó Madame-.<br />
¡Ah! Es un chiste <strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s.', Muy bien.<br />
Quisiera saber, no obstante, si le haría gracia al<br />
señor <strong>de</strong> Buckingham. En verdad, es una lástima<br />
que no esté presente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
Un relámpago pasó por los ojos <strong>de</strong>l joven.<br />
-¡Oh! -dijo apretando los dientes-. También<br />
yo lo quisiera. Guiche ni pestañeaba.<br />
Madame parecía esperar que viniese en<br />
su auxilio.<br />
Monsieur vacilaba.<br />
<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena a<strong>de</strong>lantóse, y<br />
tomó la palabra.<br />
-Señora -dijo-, War<strong>de</strong>s sabe muy bien<br />
que para Buckingham no es cosa nueva ser<br />
herido en el corazón, y lo que ha dicho se ha<br />
visto ya otras veces.
-En vez <strong>de</strong> un aliado, dos enemigos -<br />
murmuró Madame-. ¡Y dos enemigos coligados,<br />
encarnizados!<br />
Y mudó <strong>de</strong> conversación. Cambiar <strong>de</strong><br />
conversación es, ya se sabe, un <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los<br />
príncipes, que la etiqueta manda respetar. <strong>El</strong><br />
resto <strong>de</strong> la conversación fue, pues, mo<strong>de</strong>rado;<br />
los principales actores habían terminado sus<br />
papeles. Madame se retiró temprano, y Monsieur,<br />
que quería interrogarla, le ofreció la mano.<br />
<strong>El</strong> caballero temía mucho que se estableciese<br />
la buena inteligencia entre los dos esposos<br />
para <strong>de</strong>jarlos tranquilamente juntos.<br />
Encaminóse, pues, hacia la habitación<br />
<strong>de</strong> Monsieur para sorpren<strong>de</strong>rle a su vuelta, y<br />
<strong>de</strong>struir con tres palabras todas las buenas impresiones<br />
que Madame hubiese podido sembrar<br />
en su corazón.<br />
Guiche dio un paso hacia War<strong>de</strong>s, a<br />
quien ro<strong>de</strong>aba una porción <strong>de</strong> gentes.
Mostróle así el <strong>de</strong>seo que tenía <strong>de</strong> hablar<br />
con él. War<strong>de</strong>s le hizo, con los ojos y la cabeza,<br />
una seña <strong>de</strong> haber comprendido.<br />
Aquella seña, para las personas extrañas,<br />
nada hostil significaba. Entonces Guiche<br />
pudo volverse y esperar.<br />
No esperó mucho tiempo. Desembarazado<br />
War<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus interlocutores, se<br />
aproximó a Guiche, y ambos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />
nuevo saludo, echaron a andar juntos.<br />
-Habéis tenido un feliz regreso, mi querido<br />
War<strong>de</strong>s -dijo el con<strong>de</strong>.<br />
-Excelente, como veis.<br />
-¿Y tenéis siempre el genio tan alegre?<br />
-Ahora mas que nunca.<br />
-Es una gran felicidad.<br />
-¿Qué queréis? ¡Todo cuanto en este<br />
mundo nos ro<strong>de</strong>a es tan ridículo y tan grotesco!<br />
-¡Tenéis razón.<br />
-¡Ah! ¿Opináis como yo?<br />
-¡Cómo no! ¿Y traéis noticias <strong>de</strong> allá?<br />
-No; más bien vengo a buscarlas aquí.
-Perdonad; sé que habéis visto gente en<br />
Boulogne, a un amigo nuestro, y no hace mucho<br />
tiempo.<br />
-¡Gente! ... ¿A un amigo nuestro?<br />
-Tenéis mala memoria.<br />
-¡Ah! Es verdad. ¿<strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Justamente.<br />
-¿Que iba con una misión cerca <strong>de</strong>l rey<br />
Carlos?<br />
-Eso es. ¿Y no le habéis dicho ni os ha<br />
dicho nada?<br />
-No recuerdo bien lo que le he dicho, os<br />
lo aseguro; pero sí sé lo que no le he dicho.<br />
War<strong>de</strong>s era la sagacidad misma, y conocía<br />
en la actitud <strong>de</strong> Guiche, actitud llena <strong>de</strong><br />
frialdad y dignidad, que la conversación tomaba<br />
mal giro. Resolvió, por tanto, <strong>de</strong>jarse llevar<br />
<strong>de</strong> la conversación y estar sobre si.<br />
-¿Y qué es, si no lo lleváis a mal, eso que<br />
no le habéis dicho? -preguntó Guiche.<br />
-¿Qué queréis que sea? Lo concerniente<br />
a La Valliére.
-La Valliére... ¿Qué es ello? ¿Y qué extraña<br />
cosa es ésa que habéis sabido allá, mientras<br />
que <strong>Bragelonne</strong>, que estaba aquí, no la ha<br />
sabido?<br />
-¿Me hacéis seriamente la pregunta?<br />
-No pue<strong>de</strong> ser más seriamente.<br />
-¡Cómo! ¿Vos, cortesano, que vivís en<br />
las habitaciones <strong>de</strong> Madame, que sois comensal<br />
<strong>de</strong> la casa, amigo <strong>de</strong> Monsieur y favorito <strong>de</strong><br />
nuestra linda princesa?<br />
Guiche se encendió en cólera.<br />
-¿De qué princesa habláis? - preguntó.<br />
-No conozco más que una, querido.<br />
Hablo <strong>de</strong> Madame. ¿Tendríais por casualidad,<br />
alguna otra princesa en el corazón? Veamos.<br />
Guiche iba a precipitarse; pero vio la<br />
finta.<br />
Era inminente una lucha entre ambos<br />
jóvenes. War<strong>de</strong>s quería la contienda sólo en<br />
nombre <strong>de</strong> Madame, mientras que Guiche sólo<br />
la aceptaba en nombre <strong>de</strong> La Valliére. Des<strong>de</strong><br />
aquel momento empezó, pues, un juego <strong>de</strong> fin-
tas, que <strong>de</strong>bía durar hasta que uno <strong>de</strong> los dos<br />
fuese tocado.<br />
Guiche recobró toda su sangre fría.<br />
-Para nada hay que mezclar a Madame<br />
en todo esto, amigo War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-; <strong>de</strong> lo<br />
que se trata es <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cíais poco ha.<br />
-¿Y qué <strong>de</strong>cía?<br />
-Que habíais ocultado a <strong>Bragelonne</strong> ciertas<br />
cosas.<br />
-Que sabéis vos tan bien como yo -<br />
replicó War<strong>de</strong>s.<br />
-No, a fe mía.<br />
-¡Vaya!<br />
-Si me las <strong>de</strong>cís las sabré; pero no <strong>de</strong><br />
otro modo, os lo juro.<br />
-¡Cómo! ¡Llego <strong>de</strong> fuera, <strong>de</strong> sesenta leguas<br />
<strong>de</strong> distancia; no os habéis movido <strong>de</strong> aquí,<br />
habéis visto con vuestros propios ojos, conocéis<br />
lo que, según el rumor público, me ha llevado<br />
allá, ¿y os oigo <strong>de</strong>cir seriamente que nada sabéis?<br />
¡Oh con<strong>de</strong>, no tenéis caridad!
-Será como gustéis, War<strong>de</strong>s; pero, os lo<br />
repito, no sé nada.<br />
-Os hacéis el discreto, y eso es pru<strong>de</strong>nte.<br />
-¿De suerte que no me <strong>de</strong>cís nada, así<br />
como tampoco lo habéis dicho a <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Hacéis oídos <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>r. Estoy seguro<br />
<strong>de</strong> que Madame no sería tan dueña <strong>de</strong> sí misma<br />
como vos.<br />
"¡Ah, gran hipócrita! -murmuró Guiche-.<br />
Ya has vuelto a tu terreno."<br />
-Pues bien -continuó War<strong>de</strong>s-, ya que es<br />
tan difícil enten<strong>de</strong>rnos acerca <strong>de</strong> La Valliére y<br />
<strong>Bragelonne</strong>, hablemos <strong>de</strong> vuestros asuntos personales.<br />
-¡Si yo no tengo asuntos personales! -<br />
exclamó Guiche-. Supongo que no habréis dicho<br />
<strong>de</strong> mí a <strong>Bragelonne</strong> nada que no podáis<br />
repetírmelo a sí.<br />
-No; pero tened entendido, Guiche, que<br />
cuanto más ignorante soy en algunas cosas,<br />
más obstinado soy en otras. Si se tratara, por<br />
ejemplo, <strong>de</strong> hablaros <strong>de</strong> las relaciones <strong>de</strong>l señor
<strong>de</strong> Buckingham en París, cómo he hecho el viaje<br />
con el duque, podría <strong>de</strong>ciros cosas muy interesantes.<br />
¿Queréis que os las diga?<br />
Guiche se pasó la mano por la frente,<br />
bañada en sudor.<br />
-No dijo-, cien veces no, porque no tengo<br />
curiosidad <strong>de</strong> saber lo que no me toca. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Buckingham no es para mí más que<br />
un simple conocido, mientras que Raúl es un<br />
amigo íntimo. No tengo, por tanto, la menor<br />
curiosidad <strong>de</strong> saber lo que haya sucedido al<br />
señor <strong>de</strong> Buckingham, y tengo el mayor interés<br />
en conocer lo que le ha sucedido a Raúl.<br />
-¿En París?<br />
- En París o en Boulogne. Ya veis que<br />
estoy aquí, y si sobreviene algún acontecimiento<br />
puedo hacer frente a él, mientras que Raúl<br />
está ausente y no tiene más que a mí que pueda<br />
representarle; <strong>de</strong> consiguiente, los asuntos <strong>de</strong><br />
Raúl son antes que los míos.<br />
-Pero Raúl volverá.
-Sí, una vez terminada su misión. Entretanto,<br />
ya compren<strong>de</strong>réis que no puedo <strong>de</strong>jar<br />
correr rumores <strong>de</strong>sfavorables a él, sin que yo<br />
los examine.<br />
-Con tanto más motivo, cuanto que estará<br />
en Londres bastante tiempo -dijo War<strong>de</strong>s con<br />
socarronería.<br />
-¿Lo creéis así? -preguntó Guiche ingenuamente.<br />
-¡Diantre! ¿Creéis que lo hayan enviado<br />
a Londres para no hacer más que ir y volver?...<br />
No: lo han enviado a Londres para que se que<strong>de</strong><br />
allí.<br />
-¡Ah, con<strong>de</strong>! -exclamó Guiche apretando<br />
con fuerza la mano a War<strong>de</strong>s- Esa es una sospecha<br />
en extremo injuriosa para <strong>Bragelonne</strong>, y<br />
que justifica perfectamente lo que me ha escrito<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Boulogne.<br />
War<strong>de</strong>s quedó helado; la afición a las<br />
chanzonetas le había llevado <strong>de</strong>masiado lejos, y<br />
con su impru<strong>de</strong>ncia dio la ventaja a su antagonista.
-¿Y qué es lo que ha escrito? -preguntó.<br />
-Que le habíais <strong>de</strong>slizado algunas insinuaciones<br />
pérfidas contra La Valliére, y que os<br />
burlábais al parecer <strong>de</strong> su gran confianza en esa<br />
joven.<br />
-Sí, todo eso hice -dijo War<strong>de</strong>s-, y al<br />
hacerlo, estaba dispuesto a que el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> me replicase lo que dice un hombre<br />
a otro cuando éste le ha disgustado. Así, por<br />
ejemplo, si se tratara <strong>de</strong> buscar contienda con<br />
vos, os diría que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />
distinguido al señor <strong>de</strong> Buckingham, pasa en la<br />
actualidad por haber <strong>de</strong>spedido al gallardo<br />
duque sólo en beneficio vuestro.<br />
-¡Oh! Eso no me lastimaría en lo mas<br />
mínimo, querido War<strong>de</strong>s -dijo Guiche sonriendo,<br />
a pesar <strong>de</strong>l escalofrío que corrió por sus venas<br />
como una inyección <strong>de</strong> fuego...-. ¡Diantre!<br />
Semejante favor sería miel.<br />
-De acuerdo; pero si quisiera absolutamente<br />
romper con vos, buscaría un mentís, y os<br />
hablaría <strong>de</strong> cierto bosquecillo en don<strong>de</strong> os en-
contrásteis con aquella princesa, <strong>de</strong> ciertas genuflexiones,<br />
<strong>de</strong> ciertos besamanos. . . Y vos, que<br />
sois hombre discreto, vivo y pundonoroso. . .<br />
-Pues bien, no, os lo juro -replicó Guiche<br />
interrumpiéndole con una sonrisa en los labios,<br />
aunque se creía próximo a morir-, tampoco eso<br />
me haría saltar, ni os daría mentís ninguno.<br />
¿Qué queréis, amigo con<strong>de</strong>? Yo soy así; en las<br />
cosas que me atañen soy <strong>de</strong> hielo. ¡Ah! Otra<br />
cosa es cuando se trata <strong>de</strong> un amigo ausente, <strong>de</strong><br />
un amigo que, al marcharse, me ha confiado<br />
sus intereses. ¡Oh! ¡Para éste, ya lo veis, War<strong>de</strong>s,<br />
soy todo fuego!<br />
-Os comprendo, señor <strong>de</strong> Guiche; pero<br />
por más que digáis, no pue<strong>de</strong> en este instante<br />
haber cuestión entre nosotros, ni por <strong>Bragelonne</strong>,<br />
ni por esa muchacha sin importancia a<br />
quien llaman La Valliére.<br />
En aquel momento atravesaban por el<br />
salón algunos cortesanos, quienes, habiendo<br />
oído ya las palabras que acababan <strong>de</strong> pronunciarse,<br />
podían oír también las que iban a seguir.
War<strong>de</strong>s lo conoció, y prosiguió en voz<br />
alta:<br />
-¡Oh! Si la Valliére fuese una coqueta<br />
como Madame, cuyos arrumacos, supongo que<br />
en extremo inocentes, han hecho enviar primero<br />
al señor <strong>de</strong> Buckingham a Inglaterra, y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong>sterrado a vos mismo. . . porque ello es<br />
que os <strong>de</strong>jásteis coger por sus arrumacos, ¿no<br />
es verdad, señor?<br />
Los cortesanos acercáronse, yendo a su<br />
frente Saint-Aignan, y <strong>de</strong>trás Manicamp.<br />
-¿Y qué queréis, amigo? -dijo Guiche<br />
riendo-. Todos saben que soy un fatuo. Tomé<br />
por lo serio una chanza, y eso me ocasionó el<br />
<strong>de</strong>stierro. Pero conocí mi error, puse mi vanidad<br />
a los pies <strong>de</strong> quien correspondía, y conseguí<br />
que me llamaran, reconociendo mi falta y<br />
haciendo propósito <strong>de</strong> enmienda. Y ya lo veis,<br />
hasta tal punto me he enmendado, que me río<br />
ahora <strong>de</strong> lo que hace cuatro días me <strong>de</strong>strozaba<br />
el corazón. Pero Raúl' ama y es amado, y no se<br />
ríe <strong>de</strong> los rumores que pue<strong>de</strong>n turbar su felici-
dad, <strong>de</strong> los rumores <strong>de</strong> que os habéis hecho<br />
intérprete, no obstante saber, como yo, como<br />
estos caballeros, y como todo el mundo sabe,<br />
que esos rumores no eran más que una calumnia.<br />
-¡Una calumnia! -murmuró War<strong>de</strong>s furioso<br />
<strong>de</strong> verse cogido en el lazo por la sangre<br />
fría <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Sí, una calumnia. ¡Pardiez! Aquí está su<br />
carta, en que me dice que habéis hablado mal<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y me pregunta si<br />
lo que habéis dicho <strong>de</strong> esa joven es verdad.<br />
¿Queréis que haga jueces a estos señores, War<strong>de</strong>s?<br />
Y Guiche, con la mayor sangre fría, leyó<br />
en voz alta el párrafo <strong>de</strong> la carta relativo a La<br />
Valliére.<br />
-Y ahora -prosiguió Guiche-, estoy bien<br />
convencido <strong>de</strong> que habéis querido turbar el<br />
reposo <strong>de</strong> mi amigo <strong>Bragelonne</strong>, y <strong>de</strong> que vuestros<br />
dichos eran maliciosos.
War<strong>de</strong>s miró en torno suyo a fin <strong>de</strong> ver<br />
si encontraría apoyo en alguna parte; pero la<br />
sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que había insultado, ya fuese directa<br />
o indirectamente, a la q e era el ídolo <strong>de</strong>l<br />
día, hizo a todos mover la cabeza, y Guiche sólo<br />
vio hombres dispuestos a darle la razón.<br />
-Señores -dijo Guiche conociendo por<br />
instinto el sentimiento general-, nuestra discusión<br />
con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s versa sobre un<br />
punto tan <strong>de</strong>licado, que importa sobremanera<br />
que nadie oiga más <strong>de</strong> lo que vosotros habéis<br />
oído. Os suplico, pues, que guardéis las puertas<br />
y nos <strong>de</strong>jéis terminar nuestra conversación,<br />
como conviene a hidalgos, uno <strong>de</strong> los cuales ha<br />
dado al otro un mentís.<br />
-¡Señores, señores! -exclamaron todos.<br />
-¿Creéis que haya hecho mal en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />
a la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -dijo Guiche-.<br />
En ese caso, me con<strong>de</strong>no y retiro las palabras<br />
hirientes que haya podido <strong>de</strong>cir contra el señor<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.
-¡Ca! -dijo Saint-Aignan-. ¡No! . . . La<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére es un ángel.<br />
-La virtud, la pureza en persona. -Ya<br />
veis, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-, que no soy<br />
el único que toma la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> esa pobre niña.<br />
Señores, por- segunda vez, os suplico que nos<br />
<strong>de</strong>jéis. Ya veis que nadie pue<strong>de</strong> estar más sereno<br />
<strong>de</strong> lo que estamos.<br />
Los cortesanos no <strong>de</strong>seaban otra cosa<br />
que alejarse, y unos se dirigieron a una puerta y<br />
otros a otra. Ambos jóvenes quedaron solos.<br />
-¡Bien representado! -dijo War<strong>de</strong>s al<br />
con<strong>de</strong>.<br />
-¿No es cierto? -replicó éste.<br />
-¿Qué queréis? Me he embrutecido en<br />
provincia, querido, mientras que vos me confundís<br />
con el dominio que habéis adquirido sobre<br />
vos mismo, con<strong>de</strong>; siempre se gana algo en<br />
las relaciones con las mujeres, y os doy por ello<br />
la más sincera enhorabuena.<br />
-La acepto.<br />
-Y se la daré también a Madame.
-¡Oh! Ahora, mi querido señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s,<br />
hablemos tan alto como queráis.<br />
-No me provoquéis.<br />
-¡Oh, sí! ¡Quiero provocaros! Ya sois<br />
conocido como un mal hombre; si hacéis eso,<br />
pasaréis por un cobar<strong>de</strong>, y Monsieur os hará<br />
ahorcar esta noche <strong>de</strong> la falleba <strong>de</strong> su ventana.<br />
Hablad, mi querido War<strong>de</strong>s, hablad.<br />
-Estoy <strong>de</strong>rrotado.<br />
-Sí, mas no tanto como conviene.<br />
-Veo que no os disgustaría molerme<br />
bien los huesos.<br />
-Ni mucho menos.<br />
-¡Diantre! Es que por ahora, mi querido<br />
con<strong>de</strong>, me viene mal; no es cosa que pueda<br />
convenirme una partida, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la que he<br />
jugado en Boulogne; he perdido allá mucha<br />
sangre, y al menor esfuerzo volverían a abrirse<br />
mis heridas- ¡Pronto daríais cuenta <strong>de</strong> mí!<br />
-Es verdad -dijo Guiche-, y sin embargo,<br />
hace poco habéis hecho alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> vuestro buen<br />
aspecto y <strong>de</strong> vuestro buen brazo.
-Sí, los brazos se mantienen bien, pero<br />
tengo débiles las piernas, y luego, no he vuelto<br />
a tomar en la mano el florete <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel maldito<br />
duelo, cuando vos, por el contrario, estoy<br />
cierto <strong>de</strong> que os ejercitaréis en la esgrima todos<br />
los días para poner buen término a vuestra<br />
añagaza.<br />
-Por mi -honor, señor -contestó Guiche-,<br />
hace medio año que no me ejercito.<br />
-No, con<strong>de</strong>; bien meditado todo, no me<br />
batiré, a lo menos con vos. Esperaré a <strong>Bragelonne</strong>,<br />
puesto que <strong>de</strong>cís que <strong>Bragelonne</strong> es<br />
quien me tiene ganas.<br />
-¡Ah! ¡No; no esperaréis a <strong>Bragelonne</strong>! -<br />
exclamó Guiche fuera <strong>de</strong> sí-. Porque, según<br />
habéis dicho vos mismo, <strong>Bragelonne</strong> pue<strong>de</strong><br />
tardar en volver, y entretanto vuestro carácter<br />
perverso llevará a cabo su obra.<br />
-Sin embargo, tendré una excusa. ¡Cuidado!<br />
-Os doy ocho días para acabar <strong>de</strong> restableceros.
-Eso ya es otra cosa- En ocho días, ya<br />
veremos.<br />
-Sí, ya comprendo. En ocho días hay<br />
tiempo para huir <strong>de</strong>l enemigo. Pues no, ni uno<br />
solo.<br />
-Estáis loco, señor -dijo War<strong>de</strong>s, dando<br />
un paso como para retirarse.<br />
-¡Y vos sois miserable, si no os batís <strong>de</strong><br />
buen grado!<br />
-¿Y qué?<br />
-Os <strong>de</strong>nunciaré al rey por haber rehusado<br />
batiros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber insultado a La<br />
Valliére.<br />
-¡Ah! --exclamó War<strong>de</strong>s-. Sois peligrosamente<br />
pérfido, señor hombre honrado.<br />
-Nada más peligroso que la perfidia <strong>de</strong>l<br />
que marcha siempre lealmente.<br />
-Devolvedme entonces mis piernas, o<br />
haceos sangrar para equilibrar todas las probabilida<strong>de</strong>s.<br />
-No; aún po<strong>de</strong>mos hacer otra cosa mejor.
-¿Qué?<br />
-Montaremos los dos a caballo, y cambiaremos<br />
tres pistoletazos. Sois gran tirador,<br />
pues os he visto matar golondrinas a galope y<br />
con bala. No digáis que no, porque yo lo he<br />
visto.<br />
-Creo que tenéis razón -dijo que tenéis<br />
razón -dijo War<strong>de</strong>s-, y es posible que os mate<br />
<strong>de</strong>l mismo modo.<br />
-Ciertamente, me haríais un favor.<br />
-Pondré lo que esté <strong>de</strong> mi parte.<br />
-¿Queda convenido?<br />
-Convenido.<br />
-Vuestra mano.<br />
-Aquí está... pero, con una condición.<br />
-¿Cuál?<br />
-Que me juréis no <strong>de</strong>cir ni hacer <strong>de</strong>cir<br />
nada al rey.<br />
-Os lo juro.<br />
-Voy a buscar mi caballo.<br />
-Y yo el mío.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> iremos?
-A la llanura; conozco un sitio excelente.<br />
-¿Iremos juntos?<br />
-¿Por qué no?<br />
Y dirigiéndose ambos hacia las caballerizas,<br />
pasaron por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong><br />
Madame, suavemente iluminadas. Detrás <strong>de</strong> las<br />
cortinas <strong>de</strong> encaje <strong>de</strong>slizábase una sombra.<br />
-He ahí una mujer -dijo War<strong>de</strong>s sonriendo-<br />
que no sospecha que vamos a matarnos<br />
por ella.<br />
XIX<br />
EL COMBATE<br />
War<strong>de</strong>s eligió su caballo y Guiche el<br />
suyo.<br />
Después los ensillaron por sí mismos<br />
con sillas <strong>de</strong> pistoleras. War<strong>de</strong>s no llevaba pistolas,<br />
pero Guiche tenía dos pares. Fue a buscarlas<br />
a su aposento, las cargó y dio a elegir a<br />
War<strong>de</strong>s.<br />
Éste eligió unas pistolas <strong>de</strong> que se había<br />
servido más <strong>de</strong> veinte veces, las mismas con
que Guiche le había visto matar golondrinas al<br />
vuelo.<br />
-No os admirará -dijo-, que tome todas<br />
mis precauciones. Conocéis muy bien vuestras<br />
armas, y, <strong>de</strong> consiguiente, no hago más que<br />
equilibrar las probabilida<strong>de</strong>s.<br />
-La observación era inútil -contestó Guiche-,<br />
pues estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />
-Ahora -dijo War<strong>de</strong>s-, os ruego que me<br />
ayudéis a montar, pues experimento todavía<br />
alguna dificultad.<br />
-Será mejor entonces que vayamos al<br />
sitio a pie.<br />
-No; puesto ya a caballo me siento enteramente<br />
fuerte.<br />
-Como queráis.<br />
Y Guiche ayudó a War<strong>de</strong>s a montar.<br />
-Me ocurre -continuó el joven-, que con<br />
el ardor que tenemos para exterminamos, no<br />
hemos reparado en otra cosa.<br />
-¿En qué?
-En que es <strong>de</strong> noche, y será preciso matarnos<br />
a obscuras.<br />
-Bien, el resultado será el mismo.<br />
-Con todo, es preciso tener en cuenta<br />
otra circunstancia, y es que las personas <strong>de</strong><br />
honor jamás se baten sin testigos.<br />
-¡Oh! -exclamó Guiche-. Veo que <strong>de</strong>seáis<br />
tanto como yo hacer las cosas en regla.<br />
-No <strong>de</strong>seo que puedan <strong>de</strong>cir que me<br />
habéis asesinado, así como en el caso <strong>de</strong> que yo<br />
os mate tampoco quiero verme acusado <strong>de</strong> un<br />
crimen.<br />
-¿Se ha dicho acaso semejante cosa <strong>de</strong><br />
vuestro duelo con el señor <strong>de</strong> Buckingham? -<br />
replicó Guiche-. Y, sin embargo, se efectuó bajo<br />
las mismas condiciones en que el nuestro va a<br />
verificarse.<br />
-Es que era <strong>de</strong> día aun y estábamos con<br />
agua a las rodillas; por otra parte, había en la<br />
ribera una porción <strong>de</strong> gente que nos estaba mirando.
Guiche reflexionó por un instante, y se<br />
afirmó más y más en la i<strong>de</strong>a que se le había ya<br />
ocurrido <strong>de</strong> que War<strong>de</strong>s quería tener testigos<br />
para hacer recaer la conversación sobre Madame,<br />
y dar un nuevo giro al combate.<br />
Nada replicó, pues, y como War<strong>de</strong>s le<br />
interrogase por ultima vez, con una mirada, le<br />
contestó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza que<br />
significaba que lo mejor era atenerse a lo hecho.<br />
En su consecuencia, pusiéronse en camino<br />
ambos adversarios, y salieron <strong>de</strong>l palacio<br />
por aquella puerta que ya conocemos por haber<br />
visto muy cerca <strong>de</strong> ella a Montalais y Malicorne.<br />
La noche, como para combatir el calor<br />
<strong>de</strong>l día, había acumulado todas sus nubes, que<br />
empujaban lenta y silenciosamente <strong>de</strong> Poniente<br />
a Oriente. Aquella cúpula, sin relámpagos<br />
y sin truenos aparentes, pesaba con todo su<br />
peso sobre la tierra y empezaba a horadarse a<br />
impulsos <strong>de</strong>l viento, como un inmenso lienzo<br />
<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> un artesonado.
La lluvia, que caía en gotas gruesas sobre<br />
la tierra, aglomeraba el polvo en glóbulos<br />
que. corrían en todas direcciones.<br />
Al mismo tiempo, <strong>de</strong> los vallados que<br />
aspiraban la tempestad, <strong>de</strong> las flores sedientas,<br />
<strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong>smelenados, exhalábanse mil<br />
aromas que traían al ánimo los recuerdos dulces,<br />
las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> juventud, <strong>de</strong> vida eterna, <strong>de</strong><br />
felicidad y <strong>de</strong> amor.<br />
-Muy grato aroma <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> la tierra -<br />
observó War<strong>de</strong>s-; es una coquetería <strong>de</strong> su parte<br />
para atraernos hacia sí.<br />
-Muchas i<strong>de</strong>as me han ocurrido -dijo<br />
Guiche-; y ahora que <strong>de</strong>cís eso, quiero someterlas<br />
a vuestro juicio.<br />
-¿A qué son relativas esas i<strong>de</strong>as?<br />
-A nuestro combate.<br />
-En efecto, me parece que ya es tiempo<br />
<strong>de</strong> que nos ocupemos en eso.<br />
-¿Será un combate ordinario, conforme<br />
las reglas <strong>de</strong> costumbre?<br />
-Sepamos cuál es vuestra costumbre.
-Echaremos pie a tierra en una buena<br />
llanura, ataremos los caballos al primer objeto<br />
que encontremos a mano, nos reuniremos primero<br />
sin armas, y luego nos alejaremos cada<br />
cual ciento cincuenta pasos para volver a encontrarnos<br />
frente a frente.<br />
-Perfectamente; así maté al pobre Follivent,<br />
hace tres meses, en Saint-Denis.<br />
-Perdonad; olvidáis una circunstancia.<br />
-¿Cuál?<br />
-En vuestro duelo con Follivent, marchasteis<br />
a pie uno contra otro, con la espada en<br />
los dientes y las pistolas en la mano.<br />
-Así es. Esta vez, en cambio, como no<br />
puedo andar, según habéis confesado vos mismo,<br />
volveremos a montar a caballo, nos vendremos<br />
a buscar a cierta distancia, y el que<br />
primero quiera disparar, dispara.<br />
-Esto es lo mejor que po<strong>de</strong>mos hacer;<br />
pero es <strong>de</strong> noche, y hay que contar con más<br />
tiros perdidos que los que pudiese haber por el<br />
día.
-Bien, pues podremos disparar cada<br />
cual tres tiros: los dos que tienen ya las pistolas,<br />
y otro para el cual volveremos a cargar.<br />
-Muy bien. ¿Dón<strong>de</strong> tendrá lugar nuestro<br />
combate?<br />
-¿Tenéis preferencia por algún sitio?<br />
-No.<br />
-¿Divisáis aquel bosquecillo que se extien<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros?<br />
-¿<strong>El</strong> bosque <strong>de</strong> Rochin? Muy bien.<br />
-¿Le conocéis?<br />
-Sí.<br />
-¿Entonces sabréis que tiene un claro en<br />
su centro?<br />
-Perfectamente.<br />
-Pues vamos a ese claro.<br />
-Vamos allá.<br />
-Es una especie <strong>de</strong> palenque natural, con<br />
toda clase <strong>de</strong> caminos, salidas, sen<strong>de</strong>ros, fosos<br />
y revueltas, y creo que el sitio no pue<strong>de</strong> ser<br />
mejor.
-Me parece bien, si os place. Pero creo<br />
que hemos llegado.<br />
-Sí. Ved que terreno tan hermoso. La<br />
poca claridad que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> las estrellas,<br />
como dice Comeille, encuéntrase en este sitio,<br />
cuyos límites naturales son el bosque que lo<br />
ro<strong>de</strong>a por todas partes.<br />
-Sí que es muy excelente.<br />
-Pues terminemos las condiciones.<br />
-He aquí las mías; si se os ocurre algo en<br />
contra, me lo diréis.<br />
-Escucho.<br />
-Caballo muerto, obliga a su jinete a<br />
combatir a pies.<br />
-Es muy justo, puesto que no tenemos<br />
caballos <strong>de</strong> reserva.<br />
-Pero no obliga al adversario a apearse<br />
<strong>de</strong> su caballo.<br />
-<strong>El</strong> adversario quedará en libertad <strong>de</strong><br />
obrar como bien le parezca.<br />
-Reunidos ya una vez los adversarios,<br />
no tendrán obligación <strong>de</strong> volverse a separar y
podrán, por tanto, dispararse mutuamente a<br />
boca <strong>de</strong> jarro.<br />
-Aceptado.<br />
-Nada más tres cargas, ¿estamos?<br />
-Me parecen suficientes. Aquí tenéis<br />
pólvora y balas para vuestras pistolas; apartad<br />
tres cargas, y tomad tres balas; yo haré otro<br />
tanto, y luego <strong>de</strong>rramaremos la pólvora que<br />
que<strong>de</strong> y arrojaremos las balas restantes.<br />
-Y juraremos por Cristo -repuso War<strong>de</strong>s-,<br />
que no tenemos sobre nosotros más pólvora<br />
ni más balas.<br />
-Por mi parte, lo juro.<br />
Y Guiche extendió su mano hacía el cielo.<br />
War<strong>de</strong>s le imitó.<br />
-Y ahora, querido con<strong>de</strong> -dijo-, permitidme<br />
manifestaros que no se me engaña tan<br />
fácilmente. Sois o seréis el amante <strong>de</strong> Madame.<br />
He penetrado el secreto, y como teméis que se<br />
difunda, queréis matarme para aseguraros el<br />
silencio; es cosa muy natural y en vuestro lugar<br />
hubiera hecho lo propio.
Guiche bajó la cabeza.<br />
-Ahora, <strong>de</strong>cidme -continuó War<strong>de</strong>s<br />
triunfante-: ¿os parece bien echarme encima<br />
todavía ese <strong>de</strong>sagradable asunto <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
Cuidado, amigo, que acosando al jabalí se<br />
le irrita, y acorralando a la zorra se le da la ferocidad<br />
<strong>de</strong>! jaguar. De lo cual resulta, que estando<br />
reducido al extremo por vos, me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré<br />
hasta morir.<br />
-Estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />
-Sí; pero tened entendido que no <strong>de</strong>jaré<br />
<strong>de</strong> hacer todo el mal que pueda, y así es que<br />
para principiar ya adivinaréis que no habré<br />
cometido la torpeza <strong>de</strong> enca<strong>de</strong>nar mi secreto, o<br />
mejor dicho, el vuestro, en mi corazón. Hay un<br />
amigo, y un amigo <strong>de</strong>spejado, a quien ya conocéis,<br />
que es partícipe <strong>de</strong> mi secreto, y <strong>de</strong> consiguiente<br />
ya compren<strong>de</strong>réis que si me vencéis, mi<br />
muerte no servirá <strong>de</strong> gran cosa. mientras que si<br />
yo os mato.. . ¡Qué diantre! Todo pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />
Guiche se estremeció.
-Si yo os mato -prosiguió War<strong>de</strong>s-, le<br />
habréis suscitado a Madame dos enemigos, que<br />
trabajarán cuanto puedan por per<strong>de</strong>rla.<br />
-¡Oh, caballero! -exclamó furioso Guiche-.<br />
No contéis <strong>de</strong> esa manera con mi muerte.<br />
De esos dos adversarios, espero matar al uno<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> breves momentos, y al otro a la primera<br />
ocasión.<br />
War<strong>de</strong>s sólo contestó con una carcajada<br />
tan diabólica que habría asustado a un hombre<br />
supersticioso.<br />
Pero Guiche no se <strong>de</strong>jaba intimidar fácilmente.<br />
-Creo -dijo-, que todo esté arreglado,<br />
señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s; por tanto, tomad campo, si no<br />
preferís que sea yo quien lo tome.<br />
-No -replicó War<strong>de</strong>s-; tengo una satisfacción<br />
en ahorraros esa molestia.<br />
Y, poniendo su caballo a galope, atravesó<br />
el claro en toda su extensión, y fue a situarse<br />
en el punto <strong>de</strong> la circunferencia <strong>de</strong> la encruci-
jada que daba frente a aquel don<strong>de</strong> Guiche se<br />
había parado.<br />
Guiche permaneció inmóvil.<br />
A la distancia <strong>de</strong> cien pasos, poco más o<br />
menos, no podían ya divisarse los dos adversarios,<br />
ocultos en la <strong>de</strong>nsa sombra <strong>de</strong> los olmos y<br />
<strong>de</strong> los castaños.<br />
Transcurrió un minuto en medio <strong>de</strong>l<br />
silencio más completo.<br />
Al cabo <strong>de</strong> ese minuto, oyó cada cuál,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sombra don<strong>de</strong> estaba oculto, el doble<br />
ruido que hicieron las pistolas al montarlas.<br />
Guiche, según la táctica acostumbrada,<br />
puso su caballo al galope, en la persuasión <strong>de</strong><br />
tener una doble garantía <strong>de</strong> seguridad en la<br />
ondulación <strong>de</strong>l movimiento y en la velocidad<br />
<strong>de</strong> la carrera.<br />
Dirigió esa carrera en línea recta, al punto<br />
que a su parecer <strong>de</strong>bía ocupar su adversario.<br />
Creía encontrar a War<strong>de</strong>s a la mitad <strong>de</strong>l<br />
camino, pero se engañó. Continuó entonces su
carrera, presumiendo que War<strong>de</strong>s le aguardaba<br />
inmóvil.<br />
Pero, apenas había recorrido las dos<br />
terceras partes <strong>de</strong>l claro, cuando advirtió que<br />
éste se iluminaba <strong>de</strong> repente, y una bala le llevó<br />
silbando la pluma que flotaba sobre su sombrero.<br />
Casi al mismo tiempo, y como si el resplandor<br />
<strong>de</strong>l primer tiro hubiese servido para<br />
alumbrar al segundo, resonó otro tiro, y una segunda<br />
bala atravesó la cabeza <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong><br />
Guiche, algo más abajo <strong>de</strong> la oreja.<br />
<strong>El</strong> animal cayó.<br />
Aquellos dos tiros, que venían en dirección<br />
contraria a aquella en que suponía Guiche<br />
estaría War<strong>de</strong>s, le causaron gran sorpresa; pero,<br />
como era hombre <strong>de</strong> mucha sangre fría, calculó<br />
su caída, aunque no tan exactamente que no<br />
quedara cogido bajo el caballo el extremo <strong>de</strong> su<br />
bota.
Afortunadamente, el animal hizo en su<br />
agonía un movimiento que permitió a Guiche<br />
po<strong>de</strong>r sacar la pierna.<br />
Guiche se incorporó, se palpó y vio que<br />
no estaba herido.<br />
Así que sintió <strong>de</strong>sfallecer al animal, puso<br />
sus dos pistolas en las pistoleras, por miedo<br />
<strong>de</strong> que la caída hiciera disparar alguna <strong>de</strong> ellas,<br />
o quizá ambas, lo cual le habría <strong>de</strong>sarmado<br />
inútilmente.<br />
Luego que se vio en pie, sacó las pistolas<br />
<strong>de</strong> las pistoleras, y a<strong>de</strong>lantóse hacia el sitio<br />
don<strong>de</strong>, a la luz <strong>de</strong> los fogonazos, había visto<br />
aparecer a War<strong>de</strong>s.<br />
Guiche <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer tiro hízose cargo<br />
<strong>de</strong> la maniobra <strong>de</strong> aquél, que no podía ser más<br />
sencilla.<br />
War<strong>de</strong>s, en lugar <strong>de</strong> correr contra Guiche<br />
o <strong>de</strong> permanecer aguardándole en su puesto,<br />
había seguido unos quince pasos el círculo<br />
<strong>de</strong> sombra que le ocultaba a la vista <strong>de</strong> su enemigo,<br />
y, en el momento en que éste le presenta-
a el costado <strong>de</strong> su carrera, le había disparado<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su sitio, apuntando a su placer, para lo<br />
cual le sirvió más bien que le estorbó—el galope<br />
<strong>de</strong>l caballo.<br />
Ya se vio que, a pesar <strong>de</strong> la obscuridad,<br />
la primera bala había pasado a una pulgada<br />
escasa <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Guiche.<br />
War<strong>de</strong>s estaba tan seguro <strong>de</strong> su puntería,<br />
que creyó ver caer a Guiche. Así fue que<br />
quedó en extremo sorprendido cuando vio al<br />
jinete seguir en la silla.<br />
Apresuróse a disparar el segundo tiro, <strong>de</strong>svió<br />
un poco la puntería, y mató al caballo.<br />
Era un acci<strong>de</strong>nte afortunado el que Guiche<br />
permaneciese enredado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l animal.<br />
De modo que War<strong>de</strong>s, antes <strong>de</strong> que aquél pudiera<br />
<strong>de</strong>senredarse, cargaba su pistola y tenía a<br />
Guiche a merced suya.<br />
Pero, por el contrario, Guiche estaba en<br />
pie, y quedábanle aún tres tiros que disparar.<br />
Guiche comprendió la posición... Tratábase<br />
<strong>de</strong> ganar a War<strong>de</strong>s en celeridad. Y echó a
correr para acercarse a él antes <strong>de</strong> que concluyese<br />
<strong>de</strong> cargar la pistola.<br />
War<strong>de</strong>s le veía llegar como una tempestad.<br />
La bala venía bastante justa, y se resistía a<br />
la baqueta. Cargar mal era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />
el último tiro; cargar bien era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />
tiempo, o mejor dicho a per<strong>de</strong>r la vida.<br />
Entonces obligó al caballo a ponerse <strong>de</strong><br />
manos.<br />
Guiche practicó un giro sobre sí mismo,<br />
y en el instante en' que volvió a caer el caballo,<br />
disparó el tiro, que le llevó el sombrero a War<strong>de</strong>s.<br />
War<strong>de</strong>s comprendió que tenía un instante<br />
por suyo, y aprovechóse <strong>de</strong> él para acabar<br />
<strong>de</strong> cargar su pistola.<br />
Viendo Guiche que su adversario no<br />
había caído, arrojó' la primera pistola que le era<br />
ya inútil, y se dirigió hacia War<strong>de</strong>s apuntando<br />
con la segunda.<br />
Pero al tercer paso que dio le apuntó<br />
War<strong>de</strong>s y disparó.
Un rugido <strong>de</strong> rabia respondió a aquella<br />
<strong>de</strong>tonación; el brazo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> se crispó y se<br />
abatió. Cayó la pistola.<br />
War<strong>de</strong>s vio al con<strong>de</strong> bajarse, coger la<br />
pistola con la mano izquierda y dar otro paso<br />
hacia él.<br />
<strong>El</strong> momento era supremo. -Soy perdido<br />
-murmuró War<strong>de</strong>s-; no está herido <strong>de</strong> muerte.<br />
Pero en el momento en que Guiche levantaba la<br />
pistola apuntando a War<strong>de</strong>s, la cabeza, los<br />
hombros y las corvas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> perdieron su<br />
fuerza a la vez. Guiche exhaló un suspiro doloroso,<br />
y fue a caer a los pies <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
-Vamos, vamos -murmuró éste-, eso es<br />
distinto.<br />
Y cogiendo las riendas, metió espuelas<br />
al caballo.<br />
<strong>El</strong> caballo saltó por sobre el cuerpo inerte,<br />
y condujo rápidamente a War<strong>de</strong>s a Palacio.<br />
Cuando llegó War<strong>de</strong>s se puso a reflexionar<br />
lo que había <strong>de</strong> hacer. En su impaciencia<br />
por abandonar el campo <strong>de</strong> batalla no se
había ocupado <strong>de</strong> averiguar si Guiche estaba<br />
muerto.<br />
Dos hipótesis presentábanse al ánimo<br />
agitado <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
O Guiche estaba muerto, o no estaba<br />
más que herido.<br />
Si lo primero, ¿era conveniente <strong>de</strong>jar su<br />
cadáver expuesto a los lobos? Sería una crueldad<br />
inútil, puesto que si Guiche estaba muerto,<br />
no hablaría.<br />
Si estaba herido, ¿a qué conducía el <strong>de</strong>jarle<br />
sin auxilio, sino a que le tuviesen a él por<br />
un salvaje incapaz <strong>de</strong> generosidad?<br />
Esta última consi<strong>de</strong>ración triunfó. War<strong>de</strong>s<br />
preguntó por Manicamp, y supo que éste,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber preguntado por Guiche y no<br />
sabiendo dón<strong>de</strong> ir a buscarle, se fue a acostar.<br />
War<strong>de</strong>s fue a <strong>de</strong>spertarle, y le informó<br />
<strong>de</strong>l lance, que Manicamp escuchó sin <strong>de</strong>cir palabra,<br />
pero con una expresión <strong>de</strong> energía creciente,<br />
<strong>de</strong> que su rostro no parecía capaz.
Luego que War<strong>de</strong>s concluyó <strong>de</strong> hablar,<br />
pronunció Manicamp esta palabra<br />
-Vamos.<br />
Por el camino fue enar<strong>de</strong>ciéndose la<br />
imaginación <strong>de</strong> Manicamp; y, conforme War<strong>de</strong>s<br />
le refería el suceso, su rostro se obscurecía<br />
más y más.<br />
-De modo -dijo luego que concluyó<br />
War<strong>de</strong>s-, ¿que le suponéis muerto?<br />
-¡Ay, sí!<br />
-¿Y vos os habéis batido sin testigos?<br />
-Así lo quiso él<br />
-¡Es particular!<br />
-¿Cómo que es particular?<br />
-Sí, el carácter <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />
<strong>de</strong> esa especie.<br />
-¿Supongo que no dudaréis <strong>de</strong> mi palabra?<br />
-¡Eh, eh!<br />
-¿Dudáis?<br />
-Algo... Pero dudaré mucho más, os lo<br />
prevengo, si veo muerto al pobre joven.
-¡Señor Manicamp!<br />
-¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />
-¡Me parece que me insultáis!<br />
-Tomadlo como queráis. Nunca me han<br />
gustado las personas que vienen a <strong>de</strong>cir: "¡He<br />
matado al señor <strong>de</strong> tal en un rincón; ha sido<br />
una gran <strong>de</strong>sgracia; pero le he matado noblemente!"<br />
¡Es la noche muy obscura para que se<br />
crea este adverbio, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />
-Silencio; ya estamos en el sitio.<br />
En efecto, principiábase ya a divisar el<br />
claro, y en el espacio vacío la masa inmóvil <strong>de</strong><br />
un caballo muerto.<br />
A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l caballo, y sobre la hierba,<br />
yacía boca abajo el pobre con<strong>de</strong>, bañado en<br />
su sangre.<br />
Permanecía en el mismo sitio, y no parecía<br />
que hubiera hecho el menor movimiento.<br />
Manicamp se hincó <strong>de</strong> rodillas, levantó<br />
al con<strong>de</strong>, y le encontró frío y bañado en sangre.
Le volvió a <strong>de</strong>jar en el suelo. Extendiendo<br />
luego el cuerpo y el brazo, anduvo tentando,<br />
hasta que tropezó con la pistola <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Pardiez! -dijo entonces levantándose,<br />
pálido como un espectro, y con la pistola en la<br />
mano-. ¡Pardiez, no os engañábais! ¡Esta muerto!<br />
-¿Muerto? -repitió War<strong>de</strong>s.<br />
-Sí; y su pistola está cargada -repuso<br />
Manicamp examinando con los <strong>de</strong>dos la cazoleta.<br />
-¿Pues no os he dicho que le apunté<br />
cuando se dirigía hacia mí, y disparé en el momento<br />
en que él me estaba apuntando?<br />
-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> haberos batido<br />
con él, caballero War<strong>de</strong>s? Yo, lo confieso, sospecho<br />
que le habéis asesinado. ¡Oh, no gritéis!<br />
¡Habéis disparado vuestros tres tiros, y su pistola<br />
está cargada! ¡Habéis muerto su caballo, y<br />
él, Guiche, uno <strong>de</strong> los más excelentes tiradores<br />
<strong>de</strong> Francia, no os ha tocado ni a vos ni a vuestro<br />
caballo! Francamente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, habéis
hecho muy mal en traerme aquí; toda esa sangre<br />
se me ha subido a la cabeza, estoy algo<br />
ebrio, y creo, por mi honor, que voy a saltaros<br />
la tapa <strong>de</strong> los sesos. : ¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, encomendad<br />
a Dios vuestra alma!<br />
-No creo que penséis en cometer tal<br />
atentado, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />
-Al contrario, pienso en ello muy <strong>de</strong><br />
veras.<br />
-¿Seríais capaz <strong>de</strong> asesinarme? -Sin remordimiento,<br />
por ahora al menos.<br />
-¿Sois hidalgo?<br />
-He sido paje, y por tanto he tenido que<br />
hacer mis pruebas.<br />
-Dejadme entonces <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la vida.<br />
-Para que hagáis conmigo lo que habéis<br />
hecho con el pobre Guiche.<br />
Y, levantando Manicamp la pistola, la<br />
<strong>de</strong>tuvo con el brazo extendido y el ceño fruncido<br />
a la altura <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
War<strong>de</strong>s no intentó ni ponerse en fuga,<br />
pues estaba enteramente aterrado.
Entonces, en medio <strong>de</strong> aquel espantoso<br />
silencio <strong>de</strong> un instante, que a War<strong>de</strong>s le pareció<br />
un siglo, se oyó un suspiro.<br />
-¡Oh! -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-. ¡Vive,<br />
vive! ¡Señor <strong>de</strong> Guiche, que quieren asesinarme!<br />
Manicamp retrocedió, y el con<strong>de</strong> se incorporó<br />
con gran trabajo sobre una mano entre<br />
ambos jóvenes. Manicamp arrojó la pistola a<br />
diez pasos, y cogió a su amigo lanzando un<br />
grito <strong>de</strong> alegría.<br />
War<strong>de</strong>s enjugóse la frente, bañada en<br />
sudor frío.<br />
-Ya era tiempo -murmuró.<br />
-¿Qué tenéis? -preguntó Manicamp a<br />
Guiche-. ¿Dón<strong>de</strong> estáis herido?<br />
Guiche mostró su mano mutilada y su<br />
pecho ensangrentado.<br />
-Con<strong>de</strong> -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-;<br />
me acusan <strong>de</strong> que os he asesinado: ¡por Dios,<br />
<strong>de</strong>cir que he combatido lealmente.
-Así es -dijo con angustia el herido-; el<br />
señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s ha combatido noblemente, y<br />
el que dijera lo contrario tendría en mí un enemigo.<br />
-¡Eh, señor! -dijo Manicamp-. Ayudadme<br />
primero a transportar a este pobre mozo, y<br />
<strong>de</strong>spués os daré cuantas satisfacciones queráis,<br />
o si os corre <strong>de</strong>masiada prisa, hagamos otra<br />
cosa mejor; curemos aquí al con<strong>de</strong> con vuestro<br />
pañuelo y el mío, y ya que aún quedan dos balas<br />
por tirar, disparémoslas.<br />
-Gracias -dijo War<strong>de</strong>s-. En una hora he<br />
visto por dos veces la muerte muy <strong>de</strong> cerca; es<br />
<strong>de</strong>masiado fea la muerte, y prefiero vuestras<br />
excusas.<br />
Ambos jóvenes quisieron transportarlo;<br />
pero dijo que se sentía bastante fuerte para caminar<br />
por su pie. La bala le había roto el <strong>de</strong>do<br />
anular y el pequeño, y se había <strong>de</strong>slizado <strong>de</strong>spués<br />
sobre una costilla, pero sin interesar el<br />
pecho. De consiguiente, lo que había aniquilado
a Guiche era más bien el dolor que la gravedad<br />
<strong>de</strong> la herida.<br />
Manicamp pasóle su brazo por <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> un hombre, y War<strong>de</strong>s el suyo por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />
otro, y lo condujeron así a Fontainebleau, a casa<br />
<strong>de</strong>l médico que había asistido en su lecho <strong>de</strong><br />
muerte al franciscano pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> Aramis.<br />
XX<br />
LA CENA DEL REY<br />
<strong>El</strong> rey, entretanto, se había sentado a la<br />
mesa, y la reunión poco numerosa <strong>de</strong> los convidados<br />
había tomado asiento a sus dos lados,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l a<strong>de</strong>mán acostumbrado para que se<br />
sentasen.<br />
En aquella época, si bien no estaba or<strong>de</strong>nada<br />
todavía la etiqueta como lo estuvo <strong>de</strong>spués,<br />
la Corte <strong>de</strong> Francia había roto ya con las<br />
tradiciones <strong>de</strong> naturalidad y afabilidad patriarcal<br />
que se observaban aún en tiempo <strong>de</strong> Enri-
que IV, y que el carácter receloso <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I<br />
había ido <strong>de</strong>sterrando paulatinamente, para<br />
reemplazarlos con maneras fastuosas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za,<br />
<strong>de</strong> que sentía en el alma no po<strong>de</strong>rse revestir.<br />
<strong>El</strong> rey comía, por tanto, en una mesita<br />
separada, que dominaba como la <strong>de</strong> un presi<strong>de</strong>nte<br />
las mesas inmediatas; hemos dicho mesita,<br />
y nos apresuramos a añadir que esa mesa<br />
era la mayor <strong>de</strong> todas.<br />
A<strong>de</strong>más, era la mesa en que se amontonaba<br />
mayor número <strong>de</strong> manjares distintos, pescados,<br />
caza, carnes, frutas, legumbres y conservas.<br />
<strong>El</strong> rey, joven y vigoroso, gran cazador,<br />
aficionado a toda clase <strong>de</strong> ejercicios violentos,<br />
tenía a<strong>de</strong>más ese calor natural <strong>de</strong> la sangre común<br />
a todos los Borbones, que hace perfectamente<br />
las digestiones y renueva el apetito.<br />
Luis XIV era un temible convidado,<br />
complacíase en criticar a sus cocineros; pero
cuando les hacía honor, ese honor era gigantesco.<br />
<strong>El</strong> rey principiaba por muchas clases <strong>de</strong><br />
sopa, sea reunidas en una especie <strong>de</strong> potaje, sea<br />
separadas; y solía entremezclar, o más bien separar<br />
cada una <strong>de</strong> estas sopas con un vaso <strong>de</strong><br />
vino añejo. Comía <strong>de</strong> prisa y con avi<strong>de</strong>z.<br />
Porthos, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio había<br />
aguardado por respeto a que Artagnan le hiciese<br />
una seña con el codo, viendo que el rey engullía<br />
con tan buen apetito, se volvió hacia el<br />
mosquetero, y, a media voz:<br />
-Me parece que po<strong>de</strong>mos comenzar dijo-;<br />
Su Majestad anima: mirad.<br />
-<strong>El</strong> rey come -dijo Artagnan-, pero habla<br />
al mismo tiempo; componeos <strong>de</strong> suerte que, si<br />
por casualidad os dirige la palabra, no os pille<br />
con la boca llena, porque sería <strong>de</strong>sgraciado.<br />
-Entonces, el mejor medio es no comer -<br />
contestó Porthos-; sin embargo, os confieso que<br />
tengo hambre, y todo esto <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> un olor tan<br />
rico, que halaga a la vez mi olfato y mi apetito.
-No vayáis a estaros sin comer -repuso<br />
Artagnan-, pues se incomodaría Su Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey acostumbra a <strong>de</strong>cir que el que come bien<br />
es señal <strong>de</strong> que trabaja bien, y no le place que<br />
an<strong>de</strong>n con repulgos a su mesa.<br />
-Pues si uno come, ¿cómo ha <strong>de</strong> evitar<br />
tener la boca llena? -dijo Porthos.<br />
-Tratáse simplemente -replicó el capitán<br />
<strong>de</strong> mosqueteros-, <strong>de</strong> engullir cuando el rey os<br />
haga el honor <strong>de</strong> dirigiros la palabra.<br />
-Muy bien.<br />
Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento, Porthos se<br />
puso a comer con un entusiasmo cortés.<br />
<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong> vez en cuando, dirigía una<br />
mirada al grupo, y, como inteligente, apreciaba<br />
las disposiciones <strong>de</strong> su convidado.<br />
-¡Señor Du-Vallon! -dijo. Porthos se<br />
hallaba a la sazón ocupado con un salmonejo<br />
<strong>de</strong> liebre, <strong>de</strong> la cual engullía media rabadilla.<br />
Su nombre, dicho <strong>de</strong> aquel modo, le cogió <strong>de</strong><br />
improviso, y con un vigoroso esfuerzo <strong>de</strong> gaznate,<br />
se tragó cuanto tenía en la boca.
-¡Majestad! -dijo Porthos con voz apagada,<br />
pero bastante inteligible.<br />
-Que pasen al señor Du-Vallon estos<br />
solomillos <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro. ¿Os gustan los bocados<br />
tiernos, señor Du-Vallon?<br />
-Señor, a mí me gusta todo -contestó<br />
Porthos.<br />
Y Artagnan le dijo al oído: -Todo lo que<br />
me envía Vuestra Majestad.<br />
Porthos repitió:<br />
-Todo lo que me envíe Vuestra Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey hizo con la cabeza una señal <strong>de</strong><br />
satisfacción.<br />
-Cuando se come bien, es señal <strong>de</strong> que<br />
se trabaja bien -repuso el rey, asombrado <strong>de</strong><br />
tener frente a sí un gastrónomo <strong>de</strong> la fuerza <strong>de</strong><br />
Porthos.<br />
Porthos recibió la fuente <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro, y<br />
se echó una parte en su plato.<br />
-¿Qué tal? -preguntó el rey.
-¡Exquisito! -dijo Porthos tranquilamente.<br />
-¿Hay carneros tan finos en vuestra<br />
provincia, señor Du-Vallon? -prosiguió el rey.<br />
-Majestad -dijo Porthos-, creo que en mi<br />
provincia, como en todas partes, lo mejor que<br />
hay es <strong>de</strong>l rey; pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no como el<br />
cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la manera que lo come Vuestra Majestad.<br />
-¡Ah, ah! ¿Pues cómo lo coméis?<br />
-Ordinariamente me hago a<strong>de</strong>rezar un<br />
cor<strong>de</strong>ro entero.<br />
-¡Entero!<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Y <strong>de</strong> qué modo?<br />
-Del siguiente: mi cocinero, que es un<br />
bergante alemán, Majestad; mi cocinero rellena<br />
el cor<strong>de</strong>ro en cuestión <strong>de</strong> pequeñas salchichas,<br />
que hace venir <strong>de</strong> Estrasburgo, <strong>de</strong> albondiguillas,<br />
que se hace traer <strong>de</strong> Troyes, y <strong>de</strong><br />
cogujadas, que hace venir <strong>de</strong> Pithiviers; <strong>de</strong>spués,<br />
no sé por qué medio, <strong>de</strong>shuesa el cor<strong>de</strong>ro,
como podría hacerlo con un ave, <strong>de</strong>jándole el<br />
pellejo, que forma alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l animal una<br />
costra tostada. Cuando se le corta en gran<strong>de</strong>s<br />
lonja como pudiera hacerse con un gran salchichón,<br />
suelta un jugo <strong>de</strong> color <strong>de</strong> rosa, que es a<br />
la vez agradable a la vista y exquisito al paladar.<br />
Y Porthos hizo chascar su lengua. <strong>El</strong> rey<br />
abrió enormemente sus ojos, haciéndose plato<br />
con unos faisanes en adobo que le presentaron.<br />
-Es bocado que querría comer, señor<br />
Du-Vallon –dijo-. ¿Conque el cor<strong>de</strong>ro entero?<br />
-Entero, sí, Majestad.<br />
-Estos faisanes al señor Du-Vallon; veo<br />
que es un buen aficionado. La or<strong>de</strong>n fue cumplida.<br />
Volviendo en seguida al cor<strong>de</strong>ro:<br />
-¿Y no tiene <strong>de</strong>masiada grasa? -dijo.<br />
-No, Majestad; las grasas caen al mismo<br />
tiempo que el jugo, y sobrenadan; entonces, mi<br />
trinchante las recoge con una cuchara <strong>de</strong> plata<br />
que he mandado hacer a propósito.
-¿Y residís ... ? -preguntó el<br />
rey.<br />
-En Pierrefonds, Majestad.<br />
-¿En Pierrefonds? ¿Hacia dón<strong>de</strong> está,<br />
señor Du-Vallon? ¿Del lado <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />
-¡Ah! No, Majestad; Pierrefonds está en<br />
el Soissons.<br />
-Creía que me hablabais <strong>de</strong> esos cor<strong>de</strong>ros<br />
a causa <strong>de</strong> los prados salados.<br />