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El Vizconde de Bragelonne. Tomo II. Parte Primera.pdf - Ataun

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Obra reproducida sin responsabilidad editorial<br />

<strong>El</strong> <strong>Vizcon<strong>de</strong></strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong>.<br />

<strong>Tomo</strong> <strong>II</strong>. <strong>Parte</strong> <strong>Primera</strong><br />

Alejandro Dumas


Advertencia <strong>de</strong> Luarna Ediciones<br />

Este es un libro <strong>de</strong> dominio público en tanto<br />

que los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> autor, según la legislación<br />

española han caducado.<br />

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a<br />

sus clientes, <strong>de</strong>jando claro que:<br />

1) La edición no está supervisada por<br />

nuestro <strong>de</strong>partamento editorial, <strong>de</strong> forma<br />

que no nos responsabilizamos <strong>de</strong> la<br />

fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l contenido <strong>de</strong>l mismo.<br />

2) Luarna sólo ha adaptado la obra para<br />

que pueda ser fácilmente visible en los<br />

habituales rea<strong>de</strong>rs <strong>de</strong> seis pulgadas.<br />

3) A todos los efectos no <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rarse<br />

como un libro editado por Luarna.<br />

www.luarna.com


I<br />

EL NUEVO GENERAL DE LOS JESUITAS<br />

En tanto que La Valliére y el rey confundían<br />

en su primera <strong>de</strong>claración todas las<br />

penas pasadas, toda la dicha presente y todas<br />

las esperanzas futuras, Fouquet, <strong>de</strong> vuelta a la<br />

habitación que se le había señalado en Palacio,<br />

conversaba con Aramis sobre todo aquello que<br />

precisamente el rey olvidaba.<br />

-Decidme ahora -preguntó Fouquet-, a<br />

qué altura estamos en el asunto <strong>de</strong> Belle-Isle, y<br />

si tenéis noticias <strong>de</strong> allá.<br />

- Señor superinten<strong>de</strong>nte -contestó Aramis-,<br />

todo va por ese lado conforme a nuestro<br />

<strong>de</strong>seo; los gastos han sido pagados y nada se ha<br />

traslucido <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>signios.<br />

-Pero, ¿y la guarnición que el rey quería<br />

poner allí?<br />

-Esta mañana he sabido que llegó hace<br />

quince días.<br />

-¿Y cómo se la ha tratado?


-¡Oh! Muy bien.<br />

-¿Y qué se ha hecho <strong>de</strong> la antigua guarnición?<br />

-Fue trasladada a Sarzeal, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí la<br />

han enviado inmediatamente a Quimper.<br />

-¿Y la nueva guarnición?<br />

-Es nuestra ya.<br />

-¿Estáis seguro <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cís, señor <strong>de</strong><br />

Vannes?<br />

-Absolutamente; y ahora veréis cómo ha<br />

pasado la cosa.<br />

-Ya sabéis que <strong>de</strong> todos los puntos <strong>de</strong><br />

guarnición, Belle-Isle es el peor.<br />

-No lo ignoro, y ya está esto tenido en<br />

cuenta; ni allí hay espacio, ni comunicaciones,<br />

ni mujeres, ni juego; y es una lástima -repuso<br />

Aramis, con una <strong>de</strong> esas sonrisas que sólo á él<br />

eran peculiares- ver el ansia con que los jóvenes<br />

buscan hoy las diversiones y se inclinan hacia<br />

aquel que las paga.<br />

-Pues procuraremos que se diviertan en<br />

Belle-Isle.


-Es que si se divierten por cuenta <strong>de</strong>l<br />

rey, amarán al rey; en cambio, si se aburren por<br />

cuenta <strong>de</strong> Su Majestad y se divierten por cuenta<br />

<strong>de</strong>l señor Fouquet, amarán al señor Fouquet.<br />

-¿Y habéis avisado a mi inten<strong>de</strong>nte para<br />

inmediatamente que llegasen...?<br />

-No; se les ha <strong>de</strong>jado aburrirse a su sabor<br />

durante ocho días; pero al cabo <strong>de</strong> este<br />

tiempo han reclamado, diciendo que los antecesores<br />

suyos divertíanse más que ellos. Contestóseles<br />

entonces que los antiguos oficiales<br />

habían sabido atraerse la amistad <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet, y que éste, teniéndolos por amigos,<br />

procuró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces que no se aburrieran en<br />

sus tierras. Esto les hizo reflexionar. Pero, acto<br />

continuo, añadió el inten<strong>de</strong>nte que, sin prejuzgar<br />

las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l señor Fouquet, conocía lo<br />

suficiente a su amo para saber que se interesaba<br />

por cualquier gentilhombre que estuviese al<br />

servicio <strong>de</strong>l rey, y que, a pesar <strong>de</strong> no conocer<br />

todavía a los nuevos oficiales, haría por ellos<br />

tanto como hiciera por los anteriores.


-Perfectamente. Supongo que a las promesas<br />

habrán seguido los efectos; ya sabéis que<br />

no permito que se prometa nunca en mi nombre<br />

sin cumplir.<br />

-En seguida púsose a disposición <strong>de</strong> los<br />

oficiales nuestros dos corsarios y vuestros caballos,<br />

y se les dio la llave <strong>de</strong> la casa principal, <strong>de</strong><br />

suerte que forman partidas <strong>de</strong> caza, y <strong>de</strong>liciosos<br />

paseos con cuantas mujeres hay en Belle-Isle.<br />

Más las que han podido reclutar en las inmediaciones<br />

y no han temido marearse.<br />

-Y hay buena colección en Sarzeau y<br />

Vannes, ¿no es cierto?<br />

-¡Oh! En toda la costa -respondió tranquilamente<br />

Aramis.<br />

-¿Y para los soldados?<br />

-Para éstos, vino, excelentes víveres y<br />

buena paga.<br />

-Muy bien; <strong>de</strong> modo...<br />

-Que po<strong>de</strong>mos contar con la actual<br />

guarnición, más, si es posible, que con la anterior.


-Bien.<br />

-De lo cual se <strong>de</strong>duce que, si Dios quiere<br />

que nos renueven la guarnición cada dos meses,<br />

al cabo <strong>de</strong> tres años habrá pasado por Belle-<br />

Isle, todo el ejército, y en vez <strong>de</strong> tener un regimiento<br />

a nuestra disposición, tendremos cincuenta<br />

mil hombres.<br />

-Bien suponía yo -dijo Fouquet- que no<br />

había en el mundo un amigo más precioso e<br />

inestimable que vos, señor <strong>de</strong> Herblay; pero<br />

con todas estas cosas -repuso, riendo- nos<br />

hemos olvidado <strong>de</strong> nuestro amigo Du-Vallon.<br />

¿Qué es <strong>de</strong> él? Declaro que en esos tres días que<br />

he pasado en Saint-Mandé todo lo he olvidado.<br />

-¡Oh! Pues yo..., no -replicó Aramis-.<br />

Porthos se encuentra en Saint-Mandé untado en<br />

todas sus articulaciones, atestado <strong>de</strong> alimentos<br />

y con vinos a todo pasto; he dispuesto que le<br />

franqueen él paseo <strong>de</strong>l pequeño parque, paseo<br />

que os habéis reservado para vos solo, y usa <strong>de</strong><br />

él. Ya comienza a po<strong>de</strong>r andar, y ejercita sus<br />

fuerzas doblando olmos jóvenes, o haciendo


saltar añejas encinas, como otro Milón <strong>de</strong> Crotona.<br />

Ahora bien, como no hay . leones en el<br />

parque, es probable que le encontremos entero.<br />

Es todo un intrépido nuestro Porthos.<br />

-Sí; pero, entretanto, va a aburrirse.<br />

-¡Oh! No lo creáis.<br />

-Hará preguntas.<br />

-No, porque no ve a nadie.<br />

-De todos modos, ¿espera alguna cosa?<br />

-Le he dado una esperanza que realizaremos<br />

algún día, y con eso vive satisfecho.<br />

-¿Qué esperanza?<br />

-La <strong>de</strong> ser presentado al rey.<br />

-¡Oh! ¿Y con qué carácter?<br />

-Con el <strong>de</strong> ingeniero <strong>de</strong> Belle-Isle.<br />

-Tenéis razón.<br />

-¿Es cosa que pue<strong>de</strong> hacerse?<br />

-Sí, ciertamente. ¿Y no creéis conveniente<br />

que vuelva a Belle-Isle cuanto antes?<br />

-Lo creo indispensable, y pienso enviarle<br />

lo más pronto posible. Porthos tiene mucha<br />

apariencia, y sólo conocemos su flaco Artag-


nan, Athos y yo. Porthos nunca se ven<strong>de</strong>, pues<br />

está dotado <strong>de</strong> gran dignidad; en presencia <strong>de</strong><br />

los oficiales hará el efecto <strong>de</strong> un paladín <strong>de</strong>l<br />

tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong> las Cruzadas. Es bien seguro que<br />

emborrachará al Estado Mayor sin emborracharse<br />

él, y será para todos objeto digno <strong>de</strong><br />

admiración y simpatía, aparte <strong>de</strong> que, si tuviésemos<br />

que ejecutar alguna or<strong>de</strong>n, Porthos es<br />

una consigna viviente, y tendremos qué pasar<br />

por lo que él diga.<br />

-Pues enviadle.<br />

-Ese es también mi proyecto, pero <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> algunos días, pues habéis <strong>de</strong> saber una<br />

cosa.<br />

-¿Qué?<br />

-Que temo a Artagnan. Ya habréis advertido<br />

que no se encuentra en Fontainebleau, y<br />

Artagnan no es hombre que esté ausente u<br />

ocioso impunemente. Ya que he terminado mis<br />

asuntos, procuraré averiguar en qué se ocupa<br />

Artagnan.


-¿Decís que habéis terminado vuestros<br />

asuntos?<br />

-Sí.<br />

-En tal caso sois feliz, y por mi parte<br />

quisiera <strong>de</strong>cir lo propio.<br />

-Creo que no tengáis que temer.<br />

-¡Hum!<br />

-<strong>El</strong> rey os recibe perfectamente, ¿no es<br />

verdad?<br />

-Sí.<br />

-¿Y Colbert os <strong>de</strong>ja en paz? Casi, casi.<br />

-Así, pues -dijo Aramis-, po<strong>de</strong>mos pensar<br />

en lo que os manifestaba ayer respecto <strong>de</strong> la<br />

pequeña.<br />

-¿Qué pequeña?<br />

-¿Ya la habéis olvidado?<br />

-Sí.<br />

-Respecto <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¡Ah! Tenéis razón.<br />

-¿Os repugna conquistar a esa joven?<br />

-Por un solo motivo.<br />

-¿Por qué?


-Porque ocupa otra mi corazón, y nada<br />

siento absolutamente hacia esa joven.<br />

-¡Oh, oh! -exclamó Aramis-. ¿Decís que<br />

tenéis ocupado el corazón?<br />

-Sí.<br />

-¡Pardiez! ¡Hay que tener cuidado con<br />

eso!<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque sería cosa terrible tener ocupado<br />

el corazón cuando tanto necesitáis <strong>de</strong> la cabeza.<br />

-Es verdad. Pero ya visteis que apenas<br />

me habéis llamado he acudido. Mas, volviendo<br />

a la pequeña. ¿Qué provecho veis en que le<br />

haga la corte?<br />

-Dicen que el rey ha concebido un capricho<br />

por esa pequeña, por lo menos según se<br />

cree.<br />

-Y vos, que todo lo sabéis, ¿tenéis noticias<br />

<strong>de</strong> algo más?<br />

-Sé que el rey ha cambiado casi repentinamente;<br />

que anteayer el rey era todo fuego


por Madame; que hace algunos días se quejó<br />

Monsieur <strong>de</strong> ese fuego a la reina madre; y que<br />

ha habido disgustos matrimoniales y reprimendas<br />

maternales.<br />

-¿Cómo habéis sabido todo eso?<br />

-Lo cierto es que lo sé.<br />

-¿Y qué?<br />

-A consecuencia <strong>de</strong> tales disgustos y<br />

reprimendas, el rey no ha dirigido la palabra ni<br />

ha hecho el menor caso <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />

-¿Y qué más?<br />

-Después, se ha dirigido a la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére. La señorita <strong>de</strong> La Valliére es camarista<br />

<strong>de</strong> Madame. ¿Sabéis lo que, en amor, se<br />

llama una pantalla?<br />

-Lo sé.<br />

-Pues bien: la señorita <strong>de</strong> La Valliére es<br />

la pantalla <strong>de</strong> Madame. Aprovechaos <strong>de</strong> esa<br />

posición; bien que, para vos, esa circunstancia<br />

la creo innecesaria. No obstante, el amor propio<br />

herido hará la conquista más fácil; la pequeña<br />

sabrá el secreto <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> Madame. Ya sabéis


el partido que un hombre inteligente pue<strong>de</strong><br />

sacar <strong>de</strong> un secreto.<br />

-Pero, ¿cómo he <strong>de</strong> abrirme paso hasta<br />

ella?<br />

-¿Eso me preguntáis? -repuso Aramis.<br />

-Sí, pues no tengo tiempo <strong>de</strong> ocuparme<br />

en tal cosa.<br />

-<strong>El</strong>la es pobre, humil<strong>de</strong>, y bastará con<br />

que le creéis una posición. Entonces, ya subyugue<br />

al rey como amante, ya llegue a ser sólo su<br />

confi<strong>de</strong>nte, siempre habréis ganado un nuevo<br />

a<strong>de</strong>pto.<br />

-Esta bien. ¿Y qué hemos <strong>de</strong> hacer en<br />

cuanto a esa pequeña?<br />

-Cuando <strong>de</strong>seáis a una mujer, ¿qué<br />

hacéis, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-Le escribo, hago mil protestas <strong>de</strong> amor<br />

y mis ofrecimientos correspondientes, y firmo:<br />

Fouquet.<br />

-¿Y ninguna ha resistido hasta ahora?<br />

-Sólo una -contestó Fouquet-; pero hace<br />

cuatro días que ha cedido como las otras.


-¿Queréis tomaros la molestia <strong>de</strong> escribir?<br />

-preguntó Aramis a Fouquet, presentándole<br />

una pluma. Fouquet la cogió.<br />

-Dictad -le dijo-; tengo <strong>de</strong> tal modo ocupada<br />

la imaginación en otra parte,. que no acertaría<br />

a trazar dos líneas.<br />

-Vaya, pues -dijo Aramis-; escribid.<br />

Y dictó lo que sigue:<br />

"Señorita: Os he visto, y no os sorpren<strong>de</strong>rá<br />

que os haya encontrado hermosa.<br />

"Pero, faltándoos una posición digna <strong>de</strong> vos,<br />

no podéis hacer otra cosa que vegetar en la Corte.<br />

"<strong>El</strong> amor <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> bien, en el caso <strong>de</strong><br />

que tengáis alguna ambición, podría servir <strong>de</strong> ayuda<br />

a vuestro talento y a vuestras gracias.<br />

"Pongo mi amor a vuestros pies; pero, como<br />

un amor, por humil<strong>de</strong> y pru<strong>de</strong>nte que sea, pue<strong>de</strong><br />

comprometer al objeto <strong>de</strong> su culto, no conviene que<br />

una persona <strong>de</strong> vuestro mérito se arriesgue a quedar<br />

comprometida sin resultado para su porvenir.


"Si os dignáis correspon<strong>de</strong>r a mi cariño, os<br />

probará mi amor su reconocimiento haciéndoos libre<br />

para siempre."<br />

Después <strong>de</strong> escribir Fouquet lo que antece<strong>de</strong>,<br />

miró a Aramis.<br />

-Firmad -dijo éste.<br />

-¿Es cosa necesaria?<br />

-Vuestra firma al pie <strong>de</strong> esa carta vale<br />

un millón; sin duda lo habéis olvidado, mi<br />

amado superinten<strong>de</strong>nte.<br />

Fouquet firmó.<br />

-¿Y por quién vais a remitir esa carta? -<br />

dijo Aramis.<br />

-Por un criado excelente.<br />

-¿Estáis seguro <strong>de</strong> él?<br />

-Es mi correveidile ordinario.<br />

-Perfectamente.<br />

-Por lo <strong>de</strong>más, ¿no es pesado el juego<br />

que llevamos por este lado?<br />

-¿En qué sentido?


-Si es verdad lo que <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> las complacencias<br />

<strong>de</strong> la pequeña por el rey y por Madame,<br />

le dará el rey cuanto dinero <strong>de</strong>see.<br />

-¿Conque el rey tiene dinero? -preguntó<br />

Aramis.<br />

-¡Cáscaras! Preciso es que así sea, cuando<br />

no pi<strong>de</strong>.<br />

-¡Oh! ¡Ya pedirá, estad seguro!<br />

-Hay más aún, y es que yo creía que me<br />

hubiera hablado <strong>de</strong> esas fiestas <strong>de</strong> Vaux.<br />

-¿Y qué?<br />

-Nada ha dicho <strong>de</strong> eso.<br />

-Ya hablará.<br />

-Muy cruel creéis al rey, amigo Herblay.<br />

-Al rey, no.<br />

-Es joven, y, por lo tanto, bueno.<br />

-Es joven, y, por lo tanto, débil o apasionado;<br />

y el señor Colbert tiene en sus villanas<br />

manos su <strong>de</strong>bilidad o sus vicios.<br />

-Ya véis cómo le teméis.<br />

-No lo niego.<br />

-Pues estoy perdido. ¿Por qué?


-Porque mi fuerza con el rey consistía<br />

sólo en el dinero.<br />

-¿Y qué?<br />

-Y estoy arruinado.<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no? ¿Estáis acaso mejor<br />

enterado que yo <strong>de</strong> mis asuntos?<br />

-Quizá.<br />

-¿Y si pi<strong>de</strong> que se celebren las fiestas?<br />

-Las daréis.<br />

-Pero, ¿y dinero?<br />

-¿Os ha faltado acaso alguna vez?<br />

-¡Ah! ¡Si supierais a qué precio me he<br />

procurado el último!<br />

-<strong>El</strong> próximo nada os costará.<br />

-¿Y quién me lo dará?<br />

-Yo.<br />

-¿Vos, seis millones?<br />

-Diez, si fuese necesario.<br />

-En verdad, amigo Herblay -dijo Fouquet-,<br />

vuestra confianza me asusta más aún que<br />

la cólera <strong>de</strong>l rey.


-¡Bah!<br />

-Pero, ¿quién sois?<br />

-Creo que ya me conocéis.<br />

-Tenéis razón; ¿y qué queréis?<br />

-Quiero en el trono <strong>de</strong> Francia un soberano<br />

que dé su entera confianza al señor Fouquet,<br />

y que el señor Fouquet me sea fiel.<br />

-¡Oh! -murmuró Fouquet estrechándole<br />

la mano-. En cuanto a seros fiel, podéis contar<br />

siempre con ello; mas, creedme, señor <strong>de</strong> Herblay,<br />

os hacéis ilusiones.<br />

-¿En qué?<br />

-Jamás me dará el rey su entera confianza.<br />

-No he afirmado que el rey os dé su entera<br />

confianza.<br />

-Pues eso es lo que habéis dicho.<br />

-No he dicho el rey; te dicho un soberano.<br />

-¿Y no es igual?<br />

-No, por cierto, que hay mucha diferencia.


-No os comprendo.<br />

-Ahora me compren<strong>de</strong>réis; supongamos<br />

que ese soberano fuera otra persona que Luis<br />

XIV.<br />

-¿Otra persona?<br />

-Sí, que todo lo <strong>de</strong>ba a vos.<br />

-Imposible.<br />

-Hasta su trono.<br />

-¡Oh! ¡Estáis loco! No hay más hombre<br />

que Luis XIV que pueda ocupar el trono <strong>de</strong><br />

Francia. No veo ni uno solo.<br />

-Pues yo, sí.<br />

-A menos que sea Monsieur -repuso<br />

Fouquet, mirando a Aramis con ansiedad...<br />

- Pero Monsieur...<br />

-No es Monsieur …<br />

-¿Y cómo queréis que un príncipe que<br />

no sea <strong>de</strong> la sangre, que no tenga <strong>de</strong>recho alguno...?<br />

-<strong>El</strong> rey que yo me doy, es <strong>de</strong>cir, el que<br />

os daréis vos mismo, será cuanto tenga que ser,<br />

no os preocupéis.


-Cuidado, señor <strong>de</strong> Herblay, qué me<br />

hacéis estremecer. Aramis sonrió.<br />

-Así como así, ese estremecimiento os<br />

cuesta muy poco -dijo.<br />

-Repito que me asustáis.<br />

Aramis volvió a sonreír.<br />

-¿Y os reís con esa calma? -dijo Fouquet.<br />

-Y cuando llegue el día reiréis vos como<br />

yo; pero, por ahora, <strong>de</strong>bo ser sólo yo el que ría.<br />

-No comprendo.<br />

-Cuando llegue el día, ya me explicaré,<br />

no tengáis miedo. Ni vos sois san Pedro ni yo<br />

Jesús, y, sin embargo, os diré: "Hombre <strong>de</strong> poca<br />

fe, ¿por qué dudas?"<br />

-¡Diantre! Dudo..., dudo porque no veo.<br />

-Es que entonces estáis ciego, y os trataré,<br />

no ya como a San Pedro, sino como a San<br />

Pablo, y os diré: "Llegará día en que se abrirán<br />

tus ojos."<br />

-¡Oh! -murmuró Fouquet-. ¡Cuánto <strong>de</strong>searía<br />

creer!


-¿Y no creéis aún vos, a quien tantas<br />

veces he hecho atravesar el abismo en que os<br />

hubieseis sepultado sin remedio si hubierais<br />

caminado solo; vos, que <strong>de</strong> procurador general<br />

habéis ascendido al cargo <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>l<br />

puesto <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte al <strong>de</strong> primer ministro, y<br />

que <strong>de</strong> primer ministro pasaréis a ser mayordomo<br />

mayor <strong>de</strong> Palacio? Pero, no -añadió con<br />

su habitual sonrisa-; no, no, vos no podéis ver,<br />

y, por consiguiente, tampoco podéis creer eso.<br />

Y Aramis se levantó para ausentarse.<br />

-Una palabra no más -dijo Fouquet-;<br />

nunca habéis hablado así; nunca os habéis mostrado<br />

tan confiado, o mejor dicho, tan temerario.<br />

-Porque para hablar alto es preciso tener<br />

la voz libre.<br />

-¿De modo que vos la tenéis?<br />

-Sí.<br />

-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte.<br />

-Des<strong>de</strong> ayer.


-¡Oh! Señor <strong>de</strong> Herblay, ¡pensad bien lo<br />

que hacéis, pues lleváis la seguridad hasta la<br />

audacia!<br />

-Porque uno pue<strong>de</strong> ser audaz cuando es<br />

po<strong>de</strong>roso.<br />

-¿Y lo sois?<br />

-Os he ofrecido diez millones, y os los<br />

ofrezco <strong>de</strong> nuevo.<br />

Fouquet levantóse turbado.<br />

-Veamos -dijo-; hace poco hablabais <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>rribar reyes y reemplazarlos por otros reyes.<br />

¡Dios me perdone, pero, si no estoy loco, eso es<br />

lo que habéis dicho no hace mucho!<br />

-No estáis loco, y es realmente lo que he<br />

dicho no hace mucho.<br />

-¿Y por qué lo habéis dicho?<br />

-Porque a uno le es dado hablar <strong>de</strong> tronos<br />

<strong>de</strong>rribados y <strong>de</strong> reyes creados, cuando es<br />

superior a los reyes y a los tronos ... <strong>de</strong> este<br />

mundo.<br />

-¡Entonces, sois omnipotente! -exclamó<br />

Fouquet.


-Ya os lo he dicho y os lo repito -<br />

contestó Aramis con ojos encendidos y labio<br />

trémulo.<br />

Fouquet se arrojó sobre su sillón y <strong>de</strong>jó<br />

caer su cabeza entre las manos.<br />

Aramis lo contempló por un instante<br />

como hubiera hecho el ángel <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos<br />

humanos con cualquier sencillo mortal.<br />

-Adiós -le dijo-, estad tranquilo, y enviad<br />

vuestra carta a La Valliére. Mañana sin<br />

falta nos volveremos a ver, ¿no es verdad?<br />

-Sí, mañana -dijo Fouquet moviendo la<br />

cabeza como hombre que vuelve en sí; pero,<br />

¿dón<strong>de</strong> nos veremos?<br />

-En el paseo <strong>de</strong>l rey, si os place.<br />

-Muy bien.<br />

Y los dos se separaron.<br />

<strong>II</strong><br />

LA TEMPESTAD


<strong>El</strong> día siguiente amaneció sombrío y<br />

nebuloso, y como todos co<br />

nocían el paseo dispuesto en el rea¡ programa,<br />

las primeras miradas <strong>de</strong> todos al abrir los ojos<br />

se dirigieron al cielo.<br />

Sobre los árboles flotaba un vapor <strong>de</strong>nso,<br />

ardiente, que apenas tenía fuerza para levantarse<br />

a treinta pies <strong>de</strong>l suelo, bajo los rayos<br />

<strong>de</strong>l sol que sólo podía distinguirse a través <strong>de</strong>l<br />

velo <strong>de</strong> una pesada y espesa nube.<br />

Aquel día no había rocío. Los céspe<strong>de</strong>s<br />

estaban secos, las flores mustias. Los pájaros<br />

cantaban con más reserva que <strong>de</strong> costumbre<br />

entre el ramaje inmóvil, como si estuviera<br />

muerto. No se oían aquellos murmullos extraños,<br />

confusos, llenos <strong>de</strong> vida, que parecen nacer<br />

y existir por influjo <strong>de</strong>l sol, ni aquella respiración<br />

<strong>de</strong> la Naturaleza, que habla sin cesar en<br />

medio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más ruidos: nunca había<br />

sido tan gran<strong>de</strong> el silencio.


Aquella melancolía <strong>de</strong>l cielo hirió los<br />

ojos <strong>de</strong>l rey cuando se asomó a la ventana al<br />

levantarse.<br />

Mas como hallábanse dadas las ór<strong>de</strong>nes<br />

para el paseo, como estaban hechos todos los<br />

preparativos, y como, lo que era aún más perentorio<br />

e importante, contaba Luis con aquel<br />

paseo para respon<strong>de</strong>r a las promesas <strong>de</strong> su<br />

imaginación, y hasta po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir a las necesida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> su corazón, <strong>de</strong>cidió el rey, sin vacilaciones,<br />

que el estado <strong>de</strong>l cielo nada tenía que<br />

ver con todo aquello, que el paseo estaba resuelto,<br />

y que hiciera el tiempo que quisiese, se<br />

llevaría a cabo.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, hay en algunos reinados<br />

terrenales, privilegiados <strong>de</strong>l cielo, horas en que<br />

se creería que la voluntad <strong>de</strong> los soberanos <strong>de</strong><br />

la tierra tiene su influencia sobre la voluntad<br />

divina. Augusto tenía a Virgilio para <strong>de</strong>cirle:<br />

Nocte placet tota re<strong>de</strong>unt spectacula mane. Luis<br />

XIV tenía a Boileau, que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle otra<br />

cosa, y a Dios, que <strong>de</strong>bía mostrarse casi tan


complaciente con él como lo había sido Júpiter<br />

con Augusto. .<br />

Luis oyó misa según costumbre; pero,<br />

hay que <strong>de</strong>cirlo, algo distraído <strong>de</strong> la presencia<br />

<strong>de</strong>l Creador por el recuerdo <strong>de</strong> la criatura. Durante<br />

el oficio divino púsose a calcular más <strong>de</strong><br />

una vez el número <strong>de</strong> minutos, y <strong>de</strong>spués el <strong>de</strong><br />

segundos que le separaba <strong>de</strong>l bienhadado momento<br />

en que Madame se pondría en camino<br />

con sus camaristas.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, excusado es manifestar<br />

que todos en Palacio ignoraban la entrevista<br />

que se había verificado el día anterior entre La<br />

Valliére y el rey. Tal vez Montalais, con su habitual<br />

charlatanería, la hubiera revelado; pero<br />

Montalais se hallaba en esta ocasión contenida<br />

por Malicorne, quien le había cerrado los labios<br />

con -la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l interés común.<br />

Respecto a Luis XIV, se contemplaba tan<br />

dichoso, que había perdonado casi enteramente<br />

a Madame su jugarreta <strong>de</strong> la víspera; y, en efecto,<br />

más motivo tenía para alegrarse que para


entristecerse <strong>de</strong> ello. Sin aquella intriga, no<br />

hubiese recibido la carta <strong>de</strong> La Valliére; sin<br />

aquella carta, no hubiese habido audiencia; y<br />

sin aquella audiencia, habría permanecido el<br />

rey en la in<strong>de</strong>cisión. Había <strong>de</strong>masiada dicha en<br />

su corazón para dar entrada al rencor, al menos<br />

por aquel momento.<br />

Así fue, que, en lugar <strong>de</strong> fruncir el ceño<br />

al ver a su cuñada, se propuso mostrarle más<br />

afabilidad y benevolencia que <strong>de</strong> costumbre.<br />

Era, sin embargo, con una condición:<br />

que estuviese lista muy pronto.<br />

Tales eran las cosas en que pensaba Luis<br />

durante la misa, y que, digámoslo, le hacían<br />

olvidar durante el santo ejercicio aquellas en<br />

que hubiera <strong>de</strong>bido pensar por su carácter <strong>de</strong><br />

soberano cristianísimo y <strong>de</strong> hijo primogénito <strong>de</strong><br />

la Iglesia.<br />

Sin embargo, es Dios tan bondadoso con<br />

los errores juveniles, y todo lo que es amor, aun<br />

cuando no sea <strong>de</strong> los más legítimos, halla tan<br />

fácilmente perdón a sus miradas paternales,


que al salir <strong>de</strong> la misa miró Luis al cielo, y pudo<br />

ver por entre los claros <strong>de</strong> una nube un rincón<br />

<strong>de</strong> ese manto azul que huella el Señor con su<br />

planta.<br />

Volvió a Palacio, y, como el paseo no<br />

<strong>de</strong>bía verificarse hasta las doce, y no eran todavía<br />

más que las diez, se puso a trabajar tenazmente<br />

con Colbert y Lyonne.<br />

Mas, como en algunos intervalos <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scanso fuese Luis <strong>de</strong> la mesa a la ventana, en<br />

atención a que esa ventana daba al pabellón <strong>de</strong><br />

Madame, pudo divisar en el patio al señor Fouquet,<br />

<strong>de</strong> quien hacían sus cortesanos más caso<br />

que nunca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vieran la predilección que<br />

el rey habíale mostrado el día antes, y que venía<br />

por su parte con aire bondadoso y placentero<br />

a hacer la corte al rey.<br />

Instintivamente, al ver a Fouquet, el rey<br />

se volvió hacia Colbert. Colbert parecía estar<br />

contento y mostraba su semblante risueño y<br />

hasta gozoso. Dejóse ver ese gozo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

momento en que, habiendo entrado uno <strong>de</strong> sus


secretarios, le entregó una cartera que puso<br />

Colbert, sin abrirla, en el vasto bolsillo <strong>de</strong> sus<br />

calzas.<br />

Pero como siempre había algo <strong>de</strong> siniestro<br />

en el fondo <strong>de</strong> la satisfacción <strong>de</strong> Colbert,<br />

optó Luis, entre las dos sonrisas, por la <strong>de</strong> Fouquet.<br />

Hizo seña al superinten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que<br />

subiese, y, volviéndose <strong>de</strong>spués hacia Lyonne y<br />

Colbert.<br />

-Terminad -dijo- esos trabajos y ponedlos<br />

sobre mi mesa, que luego los examinaré<br />

<strong>de</strong>spacio.<br />

Y salió.<br />

A la señal <strong>de</strong>l rey, Fouquet se apresuró a<br />

subir. En cuanto a Aramis, que acompañaba al<br />

superinten<strong>de</strong>nte, se había replegado gravemente<br />

entre el grupo <strong>de</strong> cortesanos vulgares,<br />

confundiéndose en él sin ser visto por el rey.<br />

<strong>El</strong> rey y Fouquet encontráronse en lo alto <strong>de</strong> la<br />

escalera.


-Señor -dijo Fouquet al observar la graciosa<br />

acogida que le preparaba Luis-, señor,<br />

hace algunos días que Vuestra Majestad me colma<br />

<strong>de</strong> bonda<strong>de</strong>s. No es un rey joven, sino un<br />

joven dios el que reina en Francia, el dios <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>leites, <strong>de</strong> la felicidad y <strong>de</strong>l amor.<br />

<strong>El</strong> rey se ruborizó. A pesar <strong>de</strong> lo lisonjero<br />

<strong>de</strong>l cumplimiento, no por eso <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> envolver<br />

alguna reticencia.<br />

<strong>El</strong> rey condujo a Fouquet a una salita<br />

que separaba su <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

-¿Sabéis por qué os llamo? -dijo el rey<br />

sentándose al lado <strong>de</strong> la ventana, <strong>de</strong> modo que<br />

no pudiese per<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> lo que pasase en los<br />

jardines, adon<strong>de</strong> daba la segunda entrada <strong>de</strong>l<br />

pabellón <strong>de</strong> Madame.<br />

-No, Majestad; pero estoy persuadido<br />

<strong>de</strong> que será para algo bueno, según me lo indica<br />

la graciosa sonrisa <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¡Ah! ¿Prejuzgáis?<br />

-No, Majestad; miro y veo.<br />

-Entonces, os habéis equivocado.


-¿Yo, Majestad?<br />

-Porque os llamo, por el contrario, a fin<br />

<strong>de</strong> daros una queja.<br />

-¿A mí, Majestad?<br />

-Sí, y <strong>de</strong> las más serias.<br />

-En verdad, Vuestra Majestad me hace<br />

temblar... y no obstante, espero lleno <strong>de</strong> confianza<br />

en su justicia y en su bondad.<br />

-Tengo entendido, señor Fouquet, que<br />

preparáis una gran fiesta en Vaux.<br />

Fouquet sonrió como hace el enfermo al<br />

primer ataque <strong>de</strong> una calentura olvidada que le<br />

vuelve.<br />

-¿Y no me invitáis? -prosiguió el rey.<br />

-Majestad -respondió Fouquet , no me<br />

acordaba ya <strong>de</strong> semejante fiesta, hasta que anoche,<br />

uno <strong>de</strong> mis amigos (y Fouquet acentuó<br />

noblemente esta expresión) quiso hacerme pensar<br />

en ella.<br />

-Pero anoche os vi, y nada me dijisteis,<br />

señor Fouquet.


-¿Cómo podía suponer que Vuestra Majestad<br />

quisiese <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las altas regiones<br />

en que vive, hasta dignarse honrar mi morada<br />

con su real presencia?<br />

-Eso es una excusa, señor Fouquet; nunca<br />

me habéis hablado <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />

-No he hablado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego al rey <strong>de</strong><br />

esta fiesta, primero porque nada había resuelto<br />

aún acerca <strong>de</strong> ella, y luego porque temía una<br />

negativa.<br />

-¿Y qué os hacía temer esa negativa,<br />

señor Fouquet? Mirad, estoy <strong>de</strong>cidido a apuraros<br />

hasta lo último.<br />

-Majestad, el ardiente <strong>de</strong>seo que tenía<br />

<strong>de</strong> ver al rey aceptar mi invitación.<br />

-Pues bien, señor Fouquet, nada más<br />

que enten<strong>de</strong>rnos, ya lo veo. Vos tenéis <strong>de</strong>seos<br />

<strong>de</strong> invitarme a vuestra fiesta, y yo <strong>de</strong> ir a ella;<br />

conque invitadme e iré.<br />

-¡Cómo! ¿Se dignaría aceptar Vuestra<br />

Majestad? -exclamó el superinten<strong>de</strong>nte.


-Creo que hago más que aceptar -dijo el<br />

rey riendo-, puesto que me convido a mí mismo.<br />

-¡Vuestra Majestad me colma <strong>de</strong> honor y<br />

alegría! -exclamó Fouquet-. Y me veo en el caso<br />

<strong>de</strong> tener que repetir lo que el señor <strong>de</strong> la Vieuville<br />

<strong>de</strong>cía a vuestro abuelo Enrique IV: Domine,<br />

non sum dignus.<br />

-Mi contestación a eso es que, si dais<br />

alguna fiesta, invitado o no, asistiré a ella.<br />

-¡Oh! ¡Gracias, gracias, rey mío! -dijo<br />

Fouquet, levantando la cabeza en vista <strong>de</strong> aquel<br />

favor, que a su juicio era su ruina-. Pero, ¿cómo<br />

ha llegado a conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />

-Por el rumor público, señor Fouquet,<br />

que refiere maravillas <strong>de</strong> vos y milagros <strong>de</strong><br />

vuestra casa. ¿No os enorgullece, caballero, que<br />

el rey esté celoso <strong>de</strong> vos?<br />

-Eso, Majestad, me hará el hombre más<br />

dichoso <strong>de</strong>l mundo, puesto que el día en que el


ey esté envidioso <strong>de</strong> Vaux tendré algo digno<br />

que ofrecer a mi rey.<br />

-Pues bien, señor Fouquet, preparad<br />

vuestra fiesta, y abrid las puertas <strong>de</strong> vuestra<br />

morada.<br />

-Y vos, Majestad -dijo Fouquet-, <strong>de</strong>terminad<br />

el día.<br />

-De hoy en un mes.<br />

-¿Vuestra Majestad no tiene otra cosa<br />

que <strong>de</strong>sear?<br />

-Nada, señor superinten<strong>de</strong>nte, sino veros<br />

a mi lado cuanto os sea posible <strong>de</strong> aquí a<br />

entonces.<br />

-Tengo el honor <strong>de</strong> acompañar a Vuestra<br />

Majestad en su paseo.<br />

-Perfectamente; salgo, en efecto, señor<br />

Fouquet, y he aquí las damas que van a la cita.<br />

<strong>El</strong> rey, al <strong>de</strong>cir estas palabras, con todo<br />

el ardor no sólo <strong>de</strong> un joven, sino <strong>de</strong> un enamorado,<br />

retiróse <strong>de</strong> la ventana para tomar los<br />

guantes y el bastón, que le presentaba su ayuda<br />

<strong>de</strong> cámara.


Oíanse fuera las pisadas <strong>de</strong> los caballos<br />

y el rodar <strong>de</strong> los carruajes sobre la arena <strong>de</strong>l<br />

patio.<br />

<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>scendió. Todo el mundo se <strong>de</strong>tuvo<br />

al aparecer en el pórtico. <strong>El</strong> rey se dirigió<br />

<strong>de</strong>recho a la joven reina. - En cuanto a la reina<br />

madre, siempre pa<strong>de</strong>ciendo con la enfermedad<br />

<strong>de</strong> que estaba atacada, no había querido salir.<br />

María Teresa subió a la carroza con Madame,<br />

y preguntó al rey hacia qué lado <strong>de</strong>seaba<br />

se dirigiese el paseo.<br />

<strong>El</strong> rey, que acababa <strong>de</strong> ver a La Valliére,<br />

pálida aún por los acontecimientos <strong>de</strong> la víspera,<br />

subir en una carretela con tres <strong>de</strong> sus compañeras,<br />

respondió a la reina que no tenía preferencia<br />

por ninguno y que .iría satisfecho don<strong>de</strong><br />

se dirigiesen.<br />

La reina mandó entonces que los batidores<br />

se dirigiesen hacia Apremont.<br />

Los batidores marcharon inmediatamente.


<strong>El</strong> rey montó a caballo. Durante algunos<br />

minutos siguió al carruaje <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />

manteniéndose al lado <strong>de</strong> la portezuela.<br />

<strong>El</strong> tiempo se había aclarado, a pesar <strong>de</strong><br />

que una especie <strong>de</strong> velo polvoroso, semejante a<br />

una gasa sucia, se extendía sobre la superficie<br />

<strong>de</strong>l cielo; el sol hacía relucir los átomos micáceos<br />

en el periplo <strong>de</strong> sus rayos.<br />

<strong>El</strong> calor era asfixiante.<br />

Pero, como el rey no parecía fijar su<br />

atención en el estado <strong>de</strong>l cielo, nadie pareció<br />

inquietarse, y el paseo, según la or<strong>de</strong>n dada por<br />

la reina, partió hacia Apremont.<br />

<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> cortesanos iba alegre y ruidoso;<br />

veíase que cada cual tendía a olvidar y á<br />

hacer olvidar a los <strong>de</strong>más las agrias discusiones<br />

<strong>de</strong> la víspera.<br />

Madame, especialmente, estaba lindísima.<br />

En efecto, Madame veía al rey a su estribo,<br />

y como suponía que no estaría allí por la


eina, esperaba que habría vuelto a caer en sus<br />

re<strong>de</strong>s.<br />

Pero, al cabo <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua, o<br />

poco menos, el rey, tras una grandiosa sonrisa,<br />

saludó y volvió grupas, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>sfilar la carroza<br />

<strong>de</strong> la reina, <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong> las primeras<br />

camaristas, luego todas las <strong>de</strong>más sucesivamente,<br />

que, viéndole <strong>de</strong>tenerse, querían <strong>de</strong>tenerse a<br />

su vez. Pero el rey, haciéndoles seña con la mano,<br />

les <strong>de</strong>cía que continuasen su camino.<br />

Cuando pasó la carroza <strong>de</strong> La Valliére,<br />

el rey se le aproximó. Saludó a las damas, y se<br />

disponía a seguir la carroza <strong>de</strong> las camaristas<br />

<strong>de</strong> la reina como había seguida a las <strong>de</strong> Madame,<br />

cuando- la hilera <strong>de</strong> carrozas se paró <strong>de</strong><br />

pronto.<br />

Sin duda, la reina, inquieta por el alejamiento<br />

<strong>de</strong>l rey, acababa <strong>de</strong> dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> consumar<br />

aquella evolución.<br />

Téngase presente que la dirección <strong>de</strong>l<br />

paseo le había sido concedida. <strong>El</strong> rey le


hizo preguntar cuál era su <strong>de</strong>seo al parar los<br />

carruajes.<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> marchar a pie -contestó ella.<br />

Sin duda esperaba que el rey, que seguía<br />

a caballo la carroza <strong>de</strong> las camaristas, no se<br />

atrevería a seguirlas a pie.<br />

Encontrábanse en medio <strong>de</strong>l bosque.<br />

<strong>El</strong> paseo, en efecto, se anunciaba hermoso,<br />

hermoso sobre todo para poetas o amantes.<br />

Tres bellas alamedas largas, umbrosas y<br />

acci<strong>de</strong>ntadas, partían <strong>de</strong> la pequeña encrucijada<br />

en que acababan <strong>de</strong> hacer alto.<br />

Aquellas alamedas, ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> musgo,<br />

festoneadas <strong>de</strong> follaje, teniendo cada una un<br />

pequeño horizonte <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> cielo columbrado<br />

bajo el entrelazamiento <strong>de</strong> los árboles,<br />

presentaban bellísima vista.<br />

En el fondo <strong>de</strong> aquellas alamedas pasaban<br />

y volvían a pasar, con patentes señales <strong>de</strong><br />

temor, los cervatillos perdidos o asustados que,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse parado un instante en mitad<br />

<strong>de</strong>l camino y haber levantado la cabeza,


huían como flechas, entrando nuevamente y <strong>de</strong><br />

un solo salto en lo espeso <strong>de</strong> los bosques, don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>saparecían, mientras que, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />

se distinguía un conejo filósofo, sentado<br />

sobre sus patas traseras, rascándose el hocico<br />

con las <strong>de</strong>lanteras e interrogando al aire para<br />

reconocer si todas aquellas gentes que se<br />

aproximaban y venían a turbar sus meditaciones,<br />

sus comidas y sus amores, no iban seguidas<br />

por algún perro <strong>de</strong> piernas torcidas, o llevaban<br />

alguna escopeta al hombro.<br />

Toda la cabalgata habíase apeado <strong>de</strong> las<br />

carrozas al ver bajar a la reina.<br />

María Teresa tomó el brazo <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />

sus camaristas, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una oblicua mirada<br />

dirigida al rey, quien no pareció advertir<br />

que fuese en manera alguna objeto <strong>de</strong> la atención<br />

<strong>de</strong> la reina, se introdujo en el bosque por la<br />

primera senda que se abrió ante ella.<br />

Dos batidores iban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Su Majestad<br />

con bastones, <strong>de</strong> que se servían para levan-


tar las ramas o apartar las zarzas que podían<br />

embarazar el camino.<br />

Al poner pie en tierra, Madame vio a su<br />

lado al señor <strong>de</strong> Guiche, que se inclinó ante ella<br />

y se puso a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />

<strong>El</strong> príncipe, encantado con su baño <strong>de</strong> la<br />

víspera, había <strong>de</strong>clarado que optaba por el río,<br />

y, dando licencia a Guiche, había permanecido<br />

en palacio con el caballero <strong>de</strong> Lorena y Manicamp.<br />

No sentía ya ni sombra <strong>de</strong> celos.<br />

Habíanlo buscado inútilmente entre la<br />

comitiva; pero, como Monsieur era un príncipe<br />

muy personal, y que pocas veces concurría a los<br />

placeres generales, su ausencia había sido un<br />

motivo <strong>de</strong> satisfacción más bien que <strong>de</strong> pesar.<br />

Cada cual había imitado el ejemplo dado<br />

por la reina y por Madame, acomodándose a<br />

su manera según la casualidad o según su gusto.<br />

<strong>El</strong> rey, como hemos dicho, había permanecido<br />

cerca <strong>de</strong> La Valliére, y, apeándose en


el momento en que abrían la portezuela <strong>de</strong> la<br />

carroza, le había ofrecido la mano.<br />

Inmediatamente Montalais y Tonnay-<br />

Charente habíanse alejado, la primera por cálculo,<br />

la segunda por discreción.<br />

Únicamente que había esta diferencia<br />

entre las dos: la una se alejaba con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

ser agradable al rey, y la otra con el <strong>de</strong> serle<br />

<strong>de</strong>sagradable.<br />

Durante la última media hora, el tiempo<br />

también había tomado sus disposiciones: todo<br />

aquel velo, como movido por un viento caluroso,<br />

se había reunido en Occi<strong>de</strong>nte; <strong>de</strong>spués,<br />

rechazado por una corriente contraria, avanzaba<br />

lenta, pausadamente.<br />

Sentíase acercar la tempestad; pero, como<br />

el rey no la veía, nadie se creía con el <strong>de</strong>recho<br />

<strong>de</strong> verla.<br />

Continuó, por tanto, el paseo; algunos<br />

espíritus inquietos levantaban, sin embargo,<br />

alguna que otra vez sus ojos hacia el cielo.


Otros, más tímidos aún, se paseaban sin<br />

apartarse <strong>de</strong> los carruajes, don<strong>de</strong> pensaban ir a<br />

buscar un abrigo, caso <strong>de</strong> tempestad.<br />

Pero la mayor parte <strong>de</strong> la comitiva,<br />

viendo al rey entrar resueltamente en el bosque<br />

con La Valliére, le siguió.<br />

Lo cual, advertido por el rey, tomó la<br />

mano <strong>de</strong> La Valliére y la condujo a una avenida<br />

lateral, don<strong>de</strong> nadie se atrevió a seguirlos.<br />

<strong>II</strong>I<br />

LA LLUVIA<br />

En aquel instante, y en la misma dirección<br />

que acababan <strong>de</strong> tomar el rey y La Valliére,<br />

iban también dos hombres, sin cuidarse poco<br />

ni mucho <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la atmósfera, sólo<br />

que en vez <strong>de</strong> seguir la calle <strong>de</strong> árboles, caminaban<br />

bajo los árboles.<br />

Llevaban inclinada la cabeza, como personas<br />

que piensan en graves negocios. Ninguno


<strong>de</strong> ellos había visto a Guiche ni a Madame, ni al<br />

rey y a La Valliére.<br />

De pronto pasó por el aire algo así como<br />

una llamarada, seguido <strong>de</strong> un rugido sordo y<br />

lejano.<br />

-¡Ah! -exclamó uno <strong>de</strong> ellos levantando<br />

la cabeza-. Ya tenemos encima la tempestad.<br />

¿Volvemos a las carrozas, mi querido Herblay?<br />

Aramis levantó los ojos y examinó la<br />

atmósfera.<br />

-¡Oh! -dijo-. No hay prisa todavía.<br />

Luego, prosiguiendo la conversación en<br />

el punto en que sin duda la había <strong>de</strong>jado:<br />

-¿Conque <strong>de</strong>cís -añadió- que la carta que<br />

escribimos anoche <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar a estas horas<br />

en manos <strong>de</strong> la persona a quien iba dirigida?<br />

-Digo que la tiene ya <strong>de</strong> seguro.<br />

-¿Por quién la habéis remitido?<br />

-Por mi correveidile, como ya tuve el<br />

honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />

-¿Y ha traído contestación?


-No le he vuelto a ver: indudablemente<br />

la pequeña estaría <strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong><br />

Madame, o vistiéndose en el suyo, y le habrá<br />

hecho aguardar. En esto llegó la hora <strong>de</strong> partir<br />

y salimos, por lo cual no he podido saber lo que<br />

habrá ocurrido.<br />

-¿Habéis visto al rey antes <strong>de</strong> marchar?<br />

-Sí.<br />

-¿Y qué tal se ha mostrado.?<br />

-Bondadosísimo.... o infame, según haya<br />

sido veraz o hipócrita.<br />

-¿Y las fiestas?<br />

-Se verificarán <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mes.<br />

-¿Y se ha convidado él mismo?<br />

-Con una tenacidad en que he reconocido<br />

a Colbert.<br />

-Perfectamente.<br />

-¿No os ha <strong>de</strong>svanecido la noche vuestras<br />

ilusiones?<br />

-¿Acerca <strong>de</strong> qué?<br />

-Acerca <strong>de</strong>l auxilio que podéis proporcionarme<br />

en esta ocasión.


-No; he pasado la noche escribiendo, y<br />

ya están las ór<strong>de</strong>nes dadas para ello.<br />

-Tened presente que la fiesta costará<br />

algunos millones.<br />

-Yo contribuiré con seis... Agenciaos dos<br />

o tres, por vuestra parte, para todo evento.<br />

-Sois un hombre admirable, querido<br />

Herblay.<br />

-Pero -preguntó Fouquet con un resto<br />

<strong>de</strong> inquietud-, ¿cómo es que manejando millones<br />

<strong>de</strong> esa manera no disteis <strong>de</strong> vuestro bolsillo<br />

a Baisemeaux los cincuenta mil francos?<br />

-Porque entonces me hallaba tan pobre<br />

como Job.<br />

-¿Y ahora?<br />

-Ahora soy más rico que el rey -dijo<br />

Aramis.<br />

-Estoy contento -dijo Fouquet-, pues me<br />

precio <strong>de</strong> conocer a los hombres y sé que sois<br />

incapaz <strong>de</strong> faltar a vuestra palabra. No quiero<br />

arrancaron vuestro secreto, y así no hablemos<br />

más <strong>de</strong> ello.


En aquel momento oyóse un sordo fragor<br />

que estalló <strong>de</strong> repente en un fuerte trueno.<br />

-¡Oh, oh! -murmuró Fouquet-. ¿Qué os<br />

<strong>de</strong>cía yo?<br />

-Volvamos a las carrozas -dijo Aramis.<br />

-No tendremos tiempo -dijo Fouquet-,<br />

pues comienza a llover con fuerza.<br />

En efecto, como si el cielo se hubiera<br />

abierto, un diluvio <strong>de</strong> gruesas gotas hizo resonar<br />

casi al mismo tiempo la cima <strong>de</strong> los árboles.<br />

-¡Oh! -dijo Aramis-. Aún tenemos tiempo<br />

<strong>de</strong> llegar a los carruajes antes <strong>de</strong> que las<br />

hojas se impregnen <strong>de</strong>. agua.<br />

-Mejor sería -observó Fouquet- retirarnos<br />

a una gruta.<br />

-¿Hay alguna por aquí? -preguntó Aramis.<br />

-Conozco una a pocos pasos <strong>de</strong> aquí -<br />

dijo Fouquet con una sonrisa.<br />

Luego, como quien procura orientarse:<br />

-Sí -añadió-, porque aquí es.


-¡Qué dichoso sois en tener tan buena<br />

memoria! -dijo Aramis sonriéndose a su vez-;<br />

¿pero no teméis que si vuestro cochero no nos<br />

ve regresar, crea que hayamos vuelto por otro<br />

camino y siga los carruajes <strong>de</strong> la corte?<br />

-¡Oh! -dijo Fouquet-. No hay tal peligro;<br />

cuando <strong>de</strong>jo apostados mi cochero y mi carruaje<br />

en un sitio cualquiera, sólo una or<strong>de</strong>n expresa<br />

<strong>de</strong>l rey es capaz <strong>de</strong> hacerlos mover <strong>de</strong> allí; y,<br />

a<strong>de</strong>más, creo que no somos los únicos que nos<br />

hayamos alejado tanto, pues si no me engaño<br />

oigo pasos y ruido <strong>de</strong> voces.<br />

Y al pronunciar estas palabras, se volvió<br />

Fouquet, separando con su bastón un espeso<br />

ramaje que le ocultaba el camino.<br />

Aramis miró por la abertura al mismo<br />

tiempo que Fouquet.<br />

-¡Una mujer! -exclamó Aramis.<br />

-¡Un hombre! dijo Fouquet.<br />

-¡La Valliére!<br />

-¡<strong>El</strong> rey!


-¡Oh, oh! ¿Será que el rey conoce también<br />

vuestra caverna? No me extrañaría, porque<br />

me parece que está en buenas relaciones<br />

con las ninfas <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />

-No importa -replicó Fouquet-; <strong>de</strong> todos<br />

modos, vamos a la gruta; si no la conoce, veremos<br />

lo que hace; y si la conoce, como tiene dos<br />

aberturas, en tanto que entra el rey por una,<br />

saldremos nosotros por la otra.<br />

-¿Está lejos? -preguntó Aramis-. Pues<br />

gotean ya las hojas.<br />

-Vedla aquí.<br />

Fouquet separó algunas ramas, y <strong>de</strong>jó al<br />

<strong>de</strong>scubierto una excavación <strong>de</strong> roca, oculta<br />

completamente con brezos, hiedra y espesa<br />

bellotera. Fouquet mostró el camino. Aramis le<br />

siguió.<br />

En el momento <strong>de</strong> entrar en la gruta,<br />

Aramis se volvió.<br />

-¡Oh! -exclamó éste-. Pues entran en el<br />

bosque y se dirigen hacia este lado.


-Cedámosle entonces el puesto -dijo<br />

Fouquet sonriéndose-.; pero no creo que el rey<br />

conozca esta gruta.<br />

-En efecto -repuso Aramis-; veo que lo<br />

que andan buscando es un árbol más espeso.<br />

No se equivocaba Aramís, pues el rey<br />

miraba a lo alto y no en torno suyo.<br />

Luis llevaba <strong>de</strong>l brazo a La Valliére y le<br />

tenía cogida la mano con la suya.<br />

La Valliére comenzaba a insinuarse en<br />

la hierba húmeda.<br />

Luis miró con mayor atención en <strong>de</strong>rredor<br />

<strong>de</strong> sí, y, viendo una enorme encina <strong>de</strong> espeso<br />

ramaje, llevó a La Valliére bajo aquel árbol.<br />

La pobre muchacha miraba a su alre<strong>de</strong>dor,<br />

y parecía que <strong>de</strong>seaba y temía al mismo<br />

tiempo que la siguiesen.<br />

<strong>El</strong> rey la hizo recostar en el tronco <strong>de</strong>l<br />

árbol, cuya circunferencia, protegida por las<br />

ramas, estaba tan seca como si en aquel momento<br />

no cayese la lluvia a torrentes; él mismo


púsose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un instante, algunas gotas<br />

que filtraron por entre las ramas <strong>de</strong>l árbol le<br />

cayeron al rey en la frente, sin que hiciera éste<br />

el menor caso.<br />

-¡Oh, Majestad!-murmuró La Valliére,<br />

llevando su mano al sombrero <strong>de</strong>l rey.<br />

Mas Luis se inclinó y se negó obstinadamente<br />

a cubrirse la cabeza.<br />

-Esta es la ocasión <strong>de</strong> ofrecer nuestro<br />

sitio -dijo Fouquet a Aramis.<br />

-Esta es la ocasión <strong>de</strong> escuchar y no per<strong>de</strong>r<br />

una palabra <strong>de</strong> lo que se digan -respondió<br />

Aramis al oído do Fouquet.<br />

En efecto, callaron ambos y pudieron<br />

percibir la voz <strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Ay, Dios mío! Señorita -dijo el rey-,<br />

adivino vuestra inquietud; creed que siento <strong>de</strong><br />

corazón haberos aislado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la comitiva,<br />

y, lo que es peor, para traeros a un sitio


don<strong>de</strong> estáis expuesta a la lluvia. Ya os han<br />

caído algunas gotas. ¿Sentís frío?<br />

-No, Majestad.<br />

-Sin embargo, veo que tembláis.<br />

-Majestad, es que temo que se interprete<br />

torcidamente mi ausencia en momentos en que<br />

estarán ya todos reunidos.<br />

-Os propondría que volviésemos a tomar<br />

los carruajes, señorita; pero, mirad y escuchad;<br />

<strong>de</strong>cidme si es posible marchar con un<br />

aguacero como éste.<br />

En efecto, el trueno retumbaba y la lluvia<br />

caía a torrentes.<br />

-A<strong>de</strong>más -prosiguió el rey-, no hay interpretación<br />

posible en perjuicio vuestro. ¿No<br />

estáis con el rey <strong>de</strong> Francia, es <strong>de</strong>cir, con el primer<br />

caballero <strong>de</strong>l reino?<br />

-Ciertamente, Majestad -respondió La<br />

Valliére-, y me hacéis en ello un honor grandísimo;<br />

por eso no es por mí por quien temo las<br />

interpretaciones.<br />

-¿Pues por quién?


-Por vos, Majestad.<br />

-¿Por mí, señorita? -dijo el rey sonriéndose-.<br />

No os comprendo.<br />

-¿Ha olvidado ya Vuestra Majestad lo<br />

que pasó anoche en el cuarto <strong>de</strong> Su Alteza Real?<br />

-¡Oh! Os suplico que olvi<strong>de</strong>mos eso, o<br />

más bien permitidme que sólo lo recuer<strong>de</strong> para<br />

agra<strong>de</strong>ceros una vez más vuestra carta y...<br />

-Majestad -dijo La Valliére-, el agua penetra<br />

hasta aquí, y seguís con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />

-Os suplico que sólo nos ocupemos <strong>de</strong><br />

vos, señorita.<br />

-¡Oh! Yo -dijo sonriendo La Valliére- soy<br />

una provinciana habitauada a correr por las<br />

pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l Loira y por los jardines <strong>de</strong> Blois,<br />

haga el tiempo que quiera. En cuanto a mis<br />

vestidos -añadió, mirando su pobre traje <strong>de</strong><br />

muselina-, bien ve Vuestra Majestad que no<br />

pierdo gran cosa.


-En efecto, señorita; más <strong>de</strong> una vez he<br />

notado que casi todo lo <strong>de</strong>béis a vos misma y<br />

nada a vuestro traje. No sois coqueta, y eso es<br />

para mí una gran cualidad.<br />

-Majestad, no me hagáis mejor <strong>de</strong> lo que<br />

soy, y <strong>de</strong>cid sólo que no puedo ser coqueta.<br />

-¿Por qué?<br />

-Pues -dijo sonriendo La Valliére- porque<br />

no soy rica.<br />

-¡Entonces confesáis que os gustan las<br />

cosas hermosas! -exclamó vivamente el rey.<br />

-Majestad, sólo encuentro hermoso lo<br />

que está al alcance <strong>de</strong> mis faculta<strong>de</strong>s, y todo<br />

cuanto es superior a mí...<br />

-¿Os es indiferente?<br />

-No, lo juzgo extraño, como cosa que me<br />

está prohibida.<br />

-Y yo, señorita -dijo el rey-, advierto que<br />

no estáis en la Corte bajo el pie en que <strong>de</strong>béis<br />

estar. Sin duda no me han hablado lo suficiente<br />

acerca <strong>de</strong> los servicios <strong>de</strong> vuestra familia, y creo


que mi tío ha <strong>de</strong>scuidado <strong>de</strong> un modo poco<br />

conveniente la fortuna <strong>de</strong> vuestra casa.<br />

-¡Oh! ¡No, Majestad! Su Alteza Real, el<br />

señor duque -<strong>de</strong> Orléans, ha sido siempre muy<br />

bondadoso con mi padrastro, el señor <strong>de</strong> Saint-<br />

Remy. Los servicios han sido humil<strong>de</strong>s, y po<strong>de</strong>mos<br />

afirmar que hemos sido recompensados<br />

según sus obras. No todos tienen la fortuna <strong>de</strong><br />

hallar ocasiones en que po<strong>de</strong>r servir a su rey<br />

con brillo. De lo que estoy cierta es <strong>de</strong> que, si se<br />

hubiesen presentado esas ocasiones, habría<br />

tenido mi familia el corazón tan gran<strong>de</strong> como<br />

su <strong>de</strong>seo; pero no hemos tenido esa suerte.<br />

-Pues bien, señorita, a los soberanos toca<br />

enmendar el <strong>de</strong>stino, y me encargo con el mayor<br />

placer <strong>de</strong> reparar inmediatamente, con respecto<br />

a vos, los agravios <strong>de</strong> la fortuna.<br />

-¡No, Majestad, no! -exclamó con viveza<br />

La Valliére-. Os ruego que <strong>de</strong>jéis las cosas en el<br />

estado en que se hallan.<br />

-¡Cómo, señorita! ¿Rehusáis lo que <strong>de</strong>bo,<br />

lo que quiero hacer por vos?


-Todos mis <strong>de</strong>seos están cumplidos,<br />

señor, con habérseme concedido formar parte<br />

<strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> Madame.<br />

-Mas, si rehusáis para vos, aceptad al<br />

menos para los vuestros.<br />

-Majestad, vuestras generosas intenciones<br />

me <strong>de</strong>slumbran y me asustan, pues al<br />

hacer por mi casa lo que vuestra bondad os<br />

impulsa a hacer, Vuestra Majestad nos creará<br />

envidiosos, y a ella enemigos. Dejadme, señor,<br />

en mi medianía; <strong>de</strong>jad a todos los sentimientos<br />

que yo pueda abrigar ¡a grata <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sinterés.<br />

-¡Admirable es vuestro lenguaje, señorita!<br />

-exclamó el rey.<br />

-Tiene razón -murmuró Aramis al oído<br />

<strong>de</strong> Fouquet-, pues es cosa a la que no <strong>de</strong>be estar<br />

habituado.<br />

-Pero -replicó Fouquet-, ¿y si da igual<br />

contestación a mi billete?<br />

-¡Bien! -dijo Aramis-. No prejuzguemos<br />

y esperemos el fin.


-Y luego, querido Herblay -añadió el<br />

superinten<strong>de</strong>nte dando poca fe a los sentimientos<br />

que había manifestado La Valliére-, no pocas<br />

veces es un cálculo muy hábil el echarla <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sinteresado con los reyes.<br />

-Eso es justamente lo que me <strong>de</strong>cía yo a<br />

mí mismo -repuso Aramis -. Escuchemos.<br />

<strong>El</strong> rey se acercó a La Valliére, y, como el<br />

agua filtrase cada vez más a través <strong>de</strong>l ramaje<br />

<strong>de</strong> la encina, sostuvo su sombrero suspenso por<br />

encima <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> la joven.<br />

La joven levantó sus encantadores ojos<br />

azules hacia el sombrero que la resguardaba <strong>de</strong>l<br />

agua, y meneó la cabeza exhalando un suspiro.<br />

-¡Oh Dios mío! -dijo el rey-. ¿Qué triste<br />

pensamiento pue<strong>de</strong> llegar a vuestro corazón,<br />

cuando le formo un escudo con el mío?<br />

-Majestad, voy a <strong>de</strong>círoslo. Ya había<br />

tocado esta cuestión, no fácil <strong>de</strong> discutir por<br />

una joven <strong>de</strong> mi edad; pero Vuestra Majestad<br />

me ha impuesto silencio. Vuestra Majestad no<br />

se pertenece; Vuestra Majestad es casado; todo


sentimiento que alejase a Vuestra Majestad <strong>de</strong><br />

la reina, impulsándole a ocuparse <strong>de</strong> mí, sería<br />

para la reina origen <strong>de</strong> profundo pesar.<br />

<strong>El</strong> rey quiso interrumpir a la joven, pero<br />

ella continuó en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> súplica.<br />

-La reina ama a Vuestra Majestad con<br />

un afecto fácil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, y sigue con ansiedad<br />

cada uno <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />

que le separan <strong>de</strong> ella. Habiendo tenido la<br />

dicha <strong>de</strong> encontrar un marido semejante, pi<strong>de</strong><br />

al Cielo con lágrimas que le conserve la posesión<br />

<strong>de</strong> él, y está celosa <strong>de</strong>l menor movimiento<br />

<strong>de</strong> vuestro corazón.<br />

<strong>El</strong> rey quiso <strong>de</strong> nuevo hablar, pero La<br />

Valliére volvió a interrumpirle.<br />

-¿No será una acción muy culpable -le<br />

dijo- que viendo Vuestra Majestad una ternura<br />

tan intensa y tan noble, diese a la reina motivo<br />

<strong>de</strong> celos? ¡Oh! ¡Perdonadme esta palabra, Majestad!<br />

¡Dios mío! Bien sé que es imposible, o<br />

mejor dicho, que <strong>de</strong>bería ser imposible que la<br />

reina mas gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mundo llegara a tener


celos <strong>de</strong> una pobre muchacha como yo. Pero<br />

esa reina es mujer, y su corazón, lo mismo que<br />

el <strong>de</strong> otra cualquiera, pue<strong>de</strong> dar entrada a sospechas<br />

que los perversos no <strong>de</strong>scuidarían <strong>de</strong><br />

envenenar. ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, señor, no nos<br />

ocupéis <strong>de</strong> mí, pues no lo merezco!<br />

-¡Ay, señorita! -exclamó el rey-. ¡Sin duda<br />

no observáis que al hablar <strong>de</strong> esa manera<br />

cambiáis mi estimación en admiración!<br />

-Majestad, tomáis mis palabras por lo<br />

que no son; me veis mejor <strong>de</strong> lo que soy; me<br />

hacéis más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que Dios me ha hecho.<br />

Gracias por mí, Majestad; porque si no estuviera<br />

cierta <strong>de</strong> que el rey es el hombre más generoso<br />

<strong>de</strong> su reino, creería que quiere burlarse <strong>de</strong><br />

mí.<br />

-¡Oh! ¡Seguramente no creéis semejante<br />

cosa! -exclamó Luis.<br />

-Majestad, me vería precisada a creerlo<br />

si el rey continuara empleando el mismo lenguaje.


-Soy entonces un príncipe bien <strong>de</strong>sgraciado<br />

-dijo el rey con una tristeza en que no<br />

había la menor afectación-; el príncipe más <strong>de</strong>sgraciado<br />

<strong>de</strong> la cristiandad, puesto que no puedo<br />

conseguir que mis palabras merezcan crédito<br />

a la persona que más aprecio en este mundo,<br />

y que me <strong>de</strong>stroza el corazón negándose a creer<br />

en mi amor.<br />

-¡Oh, Majestad! -dijo La Valliére, apartando<br />

dulcemente al rey, que se había acercado<br />

a ella cada vez más-. Me parece que la tempestad<br />

va cediendo, y cesa <strong>de</strong> llover.<br />

Pero, en el momento en que la pobre<br />

niña, por huir <strong>de</strong> su corazón, indudablemente<br />

muy <strong>de</strong> acuerdo con el <strong>de</strong>l rey, pronunciaba<br />

aquellas palabras, se encargaba la tempestad <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>smentirla. Un relámpago azulado iluminó el<br />

bosque <strong>de</strong> un modo fantástico, y un trueno semejante<br />

a una <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> artillería estalló sobre<br />

la cabeza <strong>de</strong> los dos jóvenes, como si la elevación<br />

<strong>de</strong> la encina que los resguardaba hubiese<br />

provocado el trueno.


La joven no pudo contener un grito <strong>de</strong><br />

espanto.<br />

<strong>El</strong> rey la aproximó con una mano a su<br />

corazón, y extendió la otra por encima <strong>de</strong> su<br />

cabeza como para protegerla <strong>de</strong>l rayo.<br />

Hubo un instante <strong>de</strong> silencio, en que aquel<br />

grupo, encantador como todo lo que es joven,<br />

permaneció inmóvil, mientras que Fouquet y<br />

Aramis lo contemplaban, no menos inmóviles<br />

que La Valliére y el rey.<br />

-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -exclamó La<br />

Valliére-. ¿Oís?<br />

Y <strong>de</strong>jó caer la cabeza sobre su hombro.<br />

-Sí -dijo el rey-; ya veis como no cesa la<br />

tempestad.<br />

-Majestad, eso es un aviso. <strong>El</strong> rey sonrió.<br />

-Majestad, es la voz <strong>de</strong> Dios que amenaza.<br />

-Pues bien -repuso el rey-,acepto realmente<br />

ese trueno como un aviso, y hasta como<br />

una amenaza, si <strong>de</strong> aquí a cinco minutos se renueva<br />

con la misma fuerza y con igual violen-


cia; mas si así no suce<strong>de</strong>, permitidme creer que<br />

la tempestad es la tempestad, y no otra cosa.<br />

Y al mismo tiempo levantó el rey la cabeza<br />

como para examinar el cielo.<br />

Pero, como si el cielo fuese cómplice <strong>de</strong><br />

Luis, durante los cinco minutos <strong>de</strong> silencio que<br />

siguieron a la explosión que tanto había atemorizado<br />

a los dos amantes, no se <strong>de</strong>jó oír el menor<br />

ruido, y, cuando se repitió el trueno fue ya<br />

alejándose <strong>de</strong> una manera visible, como si en<br />

aquellos cinco minutos la 'tempestad, puesta en<br />

fuga, hubiera recorrido diez leguas, azotada<br />

por las alas <strong>de</strong>l viento.<br />

-Y ahora, Luisa -dijo el rey por lo bajo-,<br />

¿me amenazaréis aún con la cólera celeste? Ya<br />

que habéis querido hacer <strong>de</strong>l rayo un presentimiento,<br />

¿dudaréis todavía que al menos no<br />

es un presentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia?<br />

La Valliére levantó la cabeza: en aquel<br />

intervalo el agua había filtrado la bóveda <strong>de</strong><br />

ramaje y le corría al rey por el rostro.


-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -dijo La Valliére<br />

con acento <strong>de</strong> temor irresistible, que conmovió<br />

al rey hasta el extremo-. ¡Y por mí permanece<br />

el rey <strong>de</strong>scubierto <strong>de</strong> ese modo y expuesto<br />

a la lluvia! . . . ¿Pues quién soy yo?<br />

-Bien lo veis -dijo Luis-; sois la divinidad<br />

que hace huir la tempestad; la diosa que<br />

vuelve a traernos el buen tiempo.<br />

En efecto, un rayo <strong>de</strong> sol pasaba a la<br />

sazón a través <strong>de</strong>l bosque, haciendo caer como<br />

otros tantos diamantes las gotas <strong>de</strong> agua, que<br />

rodaban sobre las hojas o caían verticalmente<br />

por los intersticios <strong>de</strong>l ramaje.<br />

-Majestad -dijo la joven casi vencida,<br />

pero haciendo un último esfuerzo-; reflexionad<br />

en los sinsabores que vais a tener que sufrir por<br />

mi causa. En este momento. ¡Dios santo!, os<br />

andarán buscando por todas partes. La reina<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar alarmada, y Madame... ¡oh, Madame!<br />

-exclamó la joven con un sentimiento<br />

que se asemejaba al espanto.


Este nombre produjo algún efecto en el<br />

rey, el cual se estremeció y soltó a La Valliére, a<br />

quien había tenido abrazada hasta entonces.<br />

Después se a<strong>de</strong>lantó hacia el paseo para<br />

mirar, y volvió casi con ceño adon<strong>de</strong> estaba La<br />

Valliére.<br />

-¿Madame habéis dicho? -dijo el rey.<br />

-Sí, Madame... Madame, que está celosa<br />

también -repuso La Valliére con acento profundo.<br />

Y sus ojos, tan tímidos, tan castamente<br />

fugitivos, atreviéronse por un momento a interrogar<br />

los ojos <strong>de</strong>l rey.<br />

-Pero -replicó Luis haciendo un esfuerzo<br />

sobre sí mismo- me parece que Madame no<br />

tiene por qué estar celosa <strong>de</strong> mí; Madame no<br />

tiene <strong>de</strong>recho alguno . . .<br />

-¡Ay! -exclamó La Valliére.<br />

-¡Señorita! -dijo el rey con acento casi <strong>de</strong><br />

reconvención-. ¿Seríais vos también <strong>de</strong> las que<br />

piensan que la hermana tiene <strong>de</strong>recho a estar<br />

celosa <strong>de</strong>l hermano?


-No me correspon<strong>de</strong> penetrar los secretos<br />

<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />

-¡Oh! También lo creéis como los <strong>de</strong>más<br />

-exclamó el rey.<br />

-Creo que Madame está celosa, sí, señor<br />

-respondió firmemente La Valliére.<br />

-¡Dios mío! -exclamó el rey con inquietud-.<br />

¿Lo habéis echado <strong>de</strong> ver acaso en su modo<br />

<strong>de</strong> portarse con vos? ¿Os ha hecho algo que<br />

podáis atribuir a semejantes celos?<br />

-¡De ningún modo, Majestad! ¡Soy yo<br />

tan poca cosa!<br />

-¡Oh! Es que si así fuese... -exclamó Luis<br />

con singular energía.<br />

-Majestad -interrumpió La Valliére-, ya<br />

no llueve, y creo que alguien se acerca.<br />

Y, olvidando toda etiqueta, se apoyó en<br />

el brazo <strong>de</strong>l rey.<br />

-Bien, señorita -replicó Luis-; <strong>de</strong>jemos<br />

que vengan. ¿Quién osaría llevar a mal que<br />

haya hecho compañía a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?


-¡Por favor, Majestad! Van a extrañar<br />

que os hayáis mojado <strong>de</strong> ese modo, que os<br />

hayáis sacrificado por mí.<br />

-No he hecho más que cumplir con mi<br />

<strong>de</strong>ber <strong>de</strong> caballero -contestó el rey-; y ¡ay <strong>de</strong><br />

aquel que no cumpla con el suyo y critique la<br />

conducta <strong>de</strong> su rey!<br />

En efecto, en aquel momento veíanse<br />

asomar por el paseo algunas cabezas, solícitas,<br />

curiosas, como si buscaran algo, y que, habiendo<br />

divisado al rey y a la joven, parecieron<br />

haber hallado lo que buscaban.<br />

Eran los enviados <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />

los cuales se quitaron el sombrero en<br />

señal <strong>de</strong> haber visto a Su Majestad.<br />

Pero Luis, a pesar <strong>de</strong> la confusión <strong>de</strong> La<br />

Valliére, no <strong>de</strong>jó por eso su actitud respetuosa y<br />

tierna.<br />

En seguida, <strong>de</strong>spués que todos los cortesanos<br />

estuvieron reunidos en la avenida,<br />

cuando todo el mundo pudo ver la muestra <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>ferencia que había dado a la joven permane-


ciendo <strong>de</strong> pie y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> ella durante la tempestad, le ofreció el<br />

brazo, la llevó hacia el grupo que esperaba,<br />

respondió con la cabeza a los saludos que cada<br />

cual le hacía, y, sin <strong>de</strong>jar el sombrero <strong>de</strong> la mano,<br />

la condujo hasta su carroza.<br />

Y, como la lluvia continuara todavía, último<br />

adiós <strong>de</strong> la tempestad que se alejaba, las <strong>de</strong>más<br />

damas, que por respeto no habían subido a su<br />

carruaje antes que -el rey, recibían sin capa ni<br />

capotillo aquella lluvia <strong>de</strong> la que el rey resguardaba<br />

con su sombrero, en lo que era posible,<br />

a la más humil<strong>de</strong> <strong>de</strong> entre ellas.<br />

La reina y Madame <strong>de</strong>bieron ver, como<br />

las otras, aquella exagerada cortesanía <strong>de</strong>l rey;<br />

Madame perdió la continencia hasta el punto<br />

<strong>de</strong> dar con el codo a la joven reina, diciéndole:<br />

-¡Pero mirad, mirad!<br />

La reina cerró los ojos como si hubiese<br />

sentido un vértigo; se llevó la mano al rostro, y<br />

subió a la carroza.


Madame subió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. <strong>El</strong> rey<br />

montó a caballo, y, sin inclinarse con preferencia<br />

a ninguna portezuela, volvió a Fontainebleau,<br />

con las riendas sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo,<br />

pensativo y todo absorto.<br />

Cuando la multitud estuvo alejada,<br />

cuando oyeron que iba extinguiéndose el ruido<br />

<strong>de</strong> caballos y carruajes, cuando se hubieron asegurado<br />

<strong>de</strong> que nadie podía verlos, Aramis y<br />

Fouquet salieron <strong>de</strong> su gruta.<br />

Luego, en silencio, pasaron a la avenida.<br />

Aramis echó una mirada, no sólo en<br />

toda la extensión, que tenía <strong>de</strong>trás y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

sí, sino en la espesura <strong>de</strong>l bosque.<br />

-Señor Fouquet -dijo, cuando se hubo<br />

asegurado <strong>de</strong> que todo estaba solitario-, es preciso<br />

a toda costa hacernos con la carta que habéis<br />

escrito a La Valliére.<br />

-Será cosa fácil -repuso Fouquet- si mi<br />

sirviente no la ha entregado.<br />

-Es preciso; en cualquier caso, que sea<br />

cosa posible, ¿entendéis?


-Sí; el rey ama a esa joven; ¿no es cierto?<br />

-Mucho; y lo peor es que ella ama al rey<br />

con pasión.<br />

-Lo cual quiere <strong>de</strong>cir que mudamos <strong>de</strong><br />

táctica, ¿no es verdad?<br />

-Sin duda alguna; no tenéis tiempo que<br />

per<strong>de</strong>r. Es preciso que veáis a La Valliére, y<br />

que, sin pensar más en haceros amante suyo, lo<br />

que es imposible, os <strong>de</strong>claréis su más celoso<br />

amigo y su más humil<strong>de</strong> servidor.<br />

-Así lo haré -contestó Fouquet-, y sin<br />

repugnancia; esa muchacha me parece plena <strong>de</strong><br />

corazón.<br />

-O <strong>de</strong> astucia -lijo Aramis-; pero, en ese<br />

caso, razón <strong>de</strong> más. Y añadió, tras una breve<br />

pausa: -O mucho me engaño, o esa jovencita<br />

será la gran pasión <strong>de</strong>l rey. Subamos al carruaje,<br />

y a galope tendido a Palacio.<br />

IV<br />

TOBIAS


Dos horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber partido el<br />

carruaje <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

Aramis, conduciendo a ambos hacia Fontainebleau<br />

con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las nubes que corrían<br />

en el cielo bajo el último soplo <strong>de</strong> la tempestad,<br />

estaba La Valliére en su cuarto con un sencillo<br />

peinador <strong>de</strong> muselina, terminando su almuerzo<br />

junto a una mesita <strong>de</strong> mármol.<br />

De pronto se abrió la puerta y entró un<br />

ayuda <strong>de</strong> cámara a avisar que el señor Fouquet<br />

pedía permiso para ofrecerle sus respetos.<br />

La Valliére se hizo repetir dos veces el<br />

recado; la pobre niña no conocía al señor Fouquet<br />

más que <strong>de</strong> nombre, y no acertaba a adivinar<br />

qué podía tener ella <strong>de</strong> común con un superinten<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> Hacienda.<br />

No obstante, como éste podía venir <strong>de</strong><br />

parte <strong>de</strong>l rey, y, en vista <strong>de</strong> la conversación que<br />

hemos referido, la cosa era muy posible, echó<br />

una ojeada al espejo, prolongó algo más todavía<br />

los largos bucles <strong>de</strong> sus


cabellos, y or<strong>de</strong>nó que se le hiciese entrar.<br />

No obstante, La Valliére no podía menos<br />

<strong>de</strong> experimentar cierta turbación. La visita<br />

<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte no era un suceso vulgar en<br />

la vida <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la corte. Fouquet, tan<br />

célebre por su generosidad, su galantería y su<br />

<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za con las mujeres, había recibido más<br />

invitaciones que pedido audiencias.<br />

En no pocas casas la presencia <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte<br />

había significado fortuna. En no<br />

pocos corazones había significado amor.<br />

Fouquet entró respetuosamente en el<br />

cuarto <strong>de</strong> La Valliére, presentándose con aquella<br />

gracia que era el carácter distintivo <strong>de</strong> los<br />

hombres eminentes <strong>de</strong>l siglo, y que hoy no se<br />

compren<strong>de</strong> ni aun en los retratos <strong>de</strong> la época,<br />

don<strong>de</strong> el pintor trató <strong>de</strong> hacerlos vivir.<br />

La Valliére correspondió al respetuoso<br />

saludo <strong>de</strong> Fouquet con una reverencia <strong>de</strong> colegiala,<br />

y le indicó una silla.<br />

-No me sentaré, señorita -dijo-, hasta<br />

tanto que me hayáis perdonado.


-¿Yo? -preguntó La Valliére.<br />

-Sí, vos.<br />

-¿Y qué os he <strong>de</strong> perdonar, Dios mío?<br />

Fouquet fijó una mirada penetrante en<br />

la joven, y no creyó ver en su rostro más que<br />

ingenua extrañeza.<br />

-Veo, señorita -dijo-, que tenéis tanta<br />

generosidad como talento, y leo en vuestros<br />

ojos el perdón que solicitaba. Pero no me basta<br />

el perdón <strong>de</strong> los labios, os lo prevengo, porque<br />

necesito sobre todo el perdón <strong>de</strong>l corazón y <strong>de</strong>l<br />

alma.<br />

-A fe mía, señor -dijo La Valliére-, os<br />

juro que no os comprendo.<br />

-Esa es aún mayor <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za -replicó<br />

Fouquet-, y veo que no queréis que tenga que<br />

avergonzarme en vuestra presencia.<br />

-¡Avergonzaros en mi presencia! Pero,<br />

por favor, caballero, ¿<strong>de</strong> qué os tenéis que<br />

avergonzar?<br />

-¿Sería tal mi suerte -exclamó Fouquetque<br />

mi modo <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r no os haya ofendido?


La Valliére se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

-Veo, caballero -replicó-, que estáis<br />

hablando en enigmas, y soy, a lo que parece,<br />

<strong>de</strong>masiado ignorante para compren<strong>de</strong>ros.<br />

-Sea -dijo Fouquet-; no insistiré más.<br />

Decidme únicamente que puedo contar con<br />

vuestro perdón, y quedaré tranquilo.<br />

-Señor -dijo La Valliére con cierto asomo<br />

<strong>de</strong> impaciencia-, no puedo daros más que una<br />

respuesta, y espero que os <strong>de</strong>je satisfecho. Si<br />

supiese la ofensa que <strong>de</strong>cís haberme hecho, os<br />

la perdonaría; con mucha más razón lo haré no<br />

conociéndola...<br />

Fouquet mordióse los labios, como lo<br />

habría hecho Aramis.<br />

-Entonces -dijo-, puedo esperar que, a<br />

pesar <strong>de</strong> lo ocurrido, quedaremos en buena<br />

inteligencia, y me haréis el favor <strong>de</strong> creer en mi<br />

respetuosa amistad.<br />

La Valliére creyó que principiaba ya a<br />

compren<strong>de</strong>r.


"¡Oh! dijo para sí-. No hubiera creído al<br />

señor Fouquet tan solícito en buscar la fuente<br />

<strong>de</strong> un favor tan reciente."<br />

Y luego; en alta voz:<br />

-¿Vuestra amistad, señor? -dijo-. Creo<br />

que en el ofrecimiento que me hacéis <strong>de</strong> vuestra<br />

amistad sea para mí todo el honor.<br />

-Conozco, señorita -repuso Fouquet-,<br />

que la amistad <strong>de</strong>l amo pue<strong>de</strong> parecer más brillante<br />

y <strong>de</strong>seable que la <strong>de</strong>l servidor; pero os<br />

garantizo que esta última será por lo menos tan<br />

fiel y <strong>de</strong>sinteresada como la que más.<br />

La Valliére se inclinó; había, en efecto,<br />

mucha convicción y rendimiento en la voz <strong>de</strong>l<br />

superinten<strong>de</strong>nte.<br />

Así fue que le alargó la mano.<br />

-Os creo -dijo.<br />

Fouquet tomó la mano que le alargaba<br />

la joven.<br />

-Entonces -añadió-, ¿no tendréis inconveniente<br />

en <strong>de</strong>volverme esa <strong>de</strong>sdichada carta?


-¿Cuál? -preguntó La Valliére. Fouquet<br />

volvió a examinarla, como había hecho antes,<br />

con toda la penetración <strong>de</strong> su mirada.<br />

Igual ingenuidad <strong>de</strong> fisonomía, igual<br />

candor <strong>de</strong> semblante.<br />

-Ea, señorita -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella<br />

negativa-, me veo obligado a confesar que<br />

vuestro proce<strong>de</strong>r es el más <strong>de</strong>licado <strong>de</strong>l mundo,<br />

y no me tendría por hombre honrado si temiera<br />

algo <strong>de</strong> una joven tan generosa como vos.<br />

-En verdad, señor Fouquet -respondió<br />

La Valliére, con profundo sentimiento me veo<br />

precisada a repetiros que no acierto a compren<strong>de</strong>r<br />

vuestras palabras.<br />

-Pero, en fin, señorita, ¿no habéis recibido<br />

ninguna carta mía?<br />

-Ninguna, os lo aseguro -respondió con<br />

firmeza La Valliére.<br />

-Bien, eso me basta; y ahora, señorita,<br />

permitidme que os renueve la seguridad <strong>de</strong><br />

todo mi aprecio y respeto.


E, inclinándose, se retiró para ir a reunirse<br />

con Aramis, que le aguardaba en su casa,<br />

<strong>de</strong>jando a La Valliére con la duda <strong>de</strong> si se<br />

habría vuelto loco el superinten<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Qué tal? -preguntó Aramis, que esperaba<br />

a Fouquet con impaciencia-. ¿Habéis quedado<br />

satisfecho <strong>de</strong> da favorita?<br />

-Encantado -respondió Fouquet-: es mujer<br />

<strong>de</strong> talento y <strong>de</strong> corazón.<br />

-¿No se ha encontrado resentida?<br />

-Lejos <strong>de</strong> eso, ni aun ha dado a enten<strong>de</strong>r<br />

que comprendiese.<br />

-¿Que comprendiese qué?<br />

-Que yo le hubiese escrito.<br />

-Con todo, por fuerza habrá <strong>de</strong>bido<br />

compren<strong>de</strong>ros para <strong>de</strong>volveros<br />

la epístola, porque supongo que os la habrá<br />

<strong>de</strong>vuelto.<br />

-¡Ni pensarlo!<br />

-Por lo menos os habréis asegurado <strong>de</strong><br />

que la ha quemado.


-Mi querido señor <strong>de</strong> Herblay, hace una<br />

hora ya que estoy hablando a medias palabras,<br />

y por divertido que sea ese juego, comienza a<br />

cansarme. Oídme bien: la pequeña ha fingido<br />

no compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía, y ha negado que<br />

haya recibido carta alguna; por consiguiente, es<br />

claro que no ha podido ni <strong>de</strong>volvérmela ni<br />

quemarla.<br />

-¡Oh, oh! -dijo Aramis con inquietud-.<br />

¿Qué me <strong>de</strong>cís?<br />

-Digo que ha jurado formalmente no<br />

haber recibido carta alguna.<br />

-Pues no lo comprendo... ¿Y no habéis<br />

insistido?<br />

-He insistido hasta la impertinencia.<br />

-¿Y ha negado siempre?<br />

-Siempre.<br />

-¿Y no se ha <strong>de</strong>smentido ni una sola<br />

vez?<br />

-No.<br />

-¿Entonces, querido, le habéis <strong>de</strong>jado<br />

nuestra carta en sus manos?


lugar?<br />

-No ha habido otro remedio.<br />

-Pues es una gran falta.<br />

-¿Y qué diantres habríais hecho en mi<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente, no se le podía obligar,<br />

pero es cosa que me inquieta: semejante<br />

carta no pue<strong>de</strong> quedar en sus manos.<br />

-¡Oh! Esa joven es generosa.<br />

-Si lo fuese os habría <strong>de</strong>vuelto la carta.<br />

-Os aseguro que es generosa; he leído en<br />

sus ojos, y me precio <strong>de</strong> tener algún conocimiento<br />

en eso.<br />

-Entonces, la creéis <strong>de</strong> buena fe.<br />

-Con todo mi corazón.<br />

-Pues yo entiendo que estamos en un<br />

error.<br />

-¿Cómo en un error?<br />

-Creo que, efectivamente, como ella os<br />

ha dicho, no ha recibido ninguna carta.<br />

-¡Cómo! ¿Ninguna carta?<br />

-Lo que digo.<br />

-Supondríais...


-Supongo que, por algún motivo que<br />

ignoramos, vuestro hombre no ha entregado la<br />

carta.<br />

Fouquet dio un golpe en el timbre.<br />

Un sirviente se presentó.<br />

-Que venga Tobías -dijo.<br />

Un momento <strong>de</strong>spués entraba un hombre<br />

<strong>de</strong> mirar inquieto, labios <strong>de</strong>lgados, brazos<br />

cortos y cargado <strong>de</strong> espaldas.<br />

Aramis clavó en él su mirada penetrante.<br />

-¿Me permitís que le interrogue yo<br />

mismo? -preguntó Aramis.<br />

-Hacedlo -dijo Fouquet.<br />

Aramis hizo un a<strong>de</strong>mán para dirigir la<br />

palabra al lacayo, pero se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-No -dijo-, porque vería que dábamos<br />

<strong>de</strong>masiada importancia a sus respuestas; interrogadle<br />

vos; entretanto haré yo como que escribo.


Aramis se sentó en efecto a una mesa,<br />

con la espalda vuelta al lacayo, cuyos gestos y<br />

miradas examinaba en un espejo paralelo.<br />

-Ven aquí, Tobías -dijo Fouquet.<br />

<strong>El</strong> lacayo acercóse con paso bastante<br />

seguro.<br />

-¿Cómo has <strong>de</strong>sempeñado mi comisión?<br />

-le preguntó Fouquet.<br />

-Como siempre, monseñor -replicó Tobías.<br />

-Vamos a ver.<br />

-Penetré en el aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />

La Valliére, que estaba en misa, y puse el billete<br />

encima <strong>de</strong> su tocador. ¿No es eso lo que me<br />

encargasteis?<br />

-Sí; ¿y no ha habido más?<br />

-Nada más, monseñor.<br />

-¿No había nadie allí?<br />

-Absolutamente nadie.<br />

-¿Te ocultaste como te encargué?<br />

-Sí.<br />

-¿Volvió ella?


-Diez minutos <strong>de</strong>spués.<br />

-¿Y nadie pudo coger la carta?<br />

-Nadie, porque nadie entró.<br />

-De fuera, bien, pero, ¿y <strong>de</strong>l interior?<br />

-Des<strong>de</strong> el lugar en que estaba escondido<br />

podía ver hasta el fondo <strong>de</strong> la cámara.<br />

-Escucha -dijo Fouquet, mirando fijamente<br />

al lacayo-. Si esa carta ha ido casualmente<br />

a otro <strong>de</strong>stino, confiésalo; porque, sí se ha<br />

cometido algún error, lo pagarás con tu cabeza.<br />

Tobías se estremeció, pero se recobró al<br />

punto.<br />

-Monseñor -dijo-, he puesto la carta en<br />

el sitio que he dicho, y no pido más que media<br />

hora para probaron que la carta se halla en po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o para traeros<br />

la carta misma.<br />

Aramis observaba con gran atención al<br />

lacayo.<br />

Fouquet no <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> él, pues<br />

aquel hombre le había servido bien por espacio<br />

<strong>de</strong> veinte años.


-Anda -dijo-; está bien; mas tráeme la<br />

prueba <strong>de</strong> lo que dices. <strong>El</strong> lacayo salió.<br />

-Veamos, ¿qué pensáis? -preguntó Fouquet<br />

a Aramis.<br />

-Pienso que es preciso, por un medio u<br />

otro, averiguar la verdad. La carta habrá llegado<br />

o no a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> La Valliére; en el primer<br />

caso, es necesario que La Valliére os la <strong>de</strong>vuelva,<br />

o que os dé la satisfacción <strong>de</strong> quemarla en<br />

vuestra presencia; en el segundo, es necesario<br />

recobrar la carta, aunque tengamos que gastar<br />

para ello un millón. ¿No es ése vuestro parecer?<br />

-Sí; pero, a <strong>de</strong>cir verdad, querido obispo,<br />

creo que exageráis la situación.<br />

-¡Qué ciego sois! -murmuró Aramis.<br />

-La Valliére, a quien tomamos por una<br />

política consumada, no es más que una coqueta<br />

que aguarda que yo le haga la corte, porque he<br />

principiado a hacérsela, y que habiéndose asegurado<br />

ya <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l rey, querrá tenerme<br />

sujeto con la carta. Nada encuentro en eso <strong>de</strong><br />

particular.


Aramis movió la cabeza.<br />

-¿No es ésa vuestra opinión? -preguntó<br />

Fouquet.<br />

-Esa mujer no es coqueta -dijo Aramis.<br />

-Permitidme <strong>de</strong>ciros...<br />

-¡Oh! Conozco a las mujeres coquetas -<br />

dijo Aramis.<br />

-¡Amigo mío, amigo mío!<br />

-¿Queréis <strong>de</strong>cir que ha transcurrido mucho<br />

tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hice mis estudios? No<br />

importa; las mujeres no varían.<br />

-Sí; pero los hombres cambian, y hoy día<br />

sois más suspicaz que en otro tiempo.<br />

Luego, echándose a reír:<br />

-Vamos a ver -dijo-; si La Valliére quiere<br />

darme una tercera parte <strong>de</strong> su amor, y al rey las<br />

otras dos terceras partes, ¿no encontraréis aceptable<br />

la condición?<br />

Aramis se levantó con impaciencia.<br />

-La Valliére -dijo- ni ha amado ni amará<br />

a nadie más que al rey.


-Pero, en último resultado -dijo Fouquet-,<br />

¿qué haríais vos?<br />

-Preguntadme mejor qué hubiera hecho.<br />

-Bien, ¿y qué habríais hecho.<br />

-En primer lugar, no hubiese <strong>de</strong>jado<br />

salir a ese hombre.<br />

-¿A Tobías?<br />

-¡Sí, a Tobías, que es un traidor!<br />

-¡Oh!<br />

-¡Estoy seguro! No le hubiera <strong>de</strong>jado<br />

salir sin que me hubiese dicho la verdad.<br />

-Aún es tiempo.<br />

-¿De veras?<br />

-Llamémosle, e interrogadle vos mismo.<br />

-¡Corriente!<br />

-Pero os aseguro que será inútil. Lo tengo<br />

hace veinte años, y jamás ha incurrido en<br />

torpeza alguna, lo cual -añadió riendo Fouquetno<br />

hubiera tenido nada <strong>de</strong> extraño.


-Llamadle, sin embargo. Creo haber<br />

visto esta mañana esa cara muy en conversación<br />

con uno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>?<br />

-Delante <strong>de</strong> las caballerizas.<br />

-¡Bah! Todos mis sirvientes están a matar<br />

con los <strong>de</strong> ese pedante.<br />

- Digo que le he visto, y su rostro, que<br />

me <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>sconocido cuando entró hace<br />

poco, me ha chocado <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>sagradable.<br />

-¿Por qué no <strong>de</strong>spegasteis los labios<br />

mientras permaneció aquí?<br />

-Porque en este momento es cuando veo<br />

claro en mis recuerdos.<br />

-¡Oh! -dijo Fouquet-. Empezáis a asustarme.<br />

Y dio un golpe en el timbre.<br />

-Quiera el Cielo que no sea tar<strong>de</strong> -dijo<br />

Aramis.<br />

Fouquet llamó otra vez. <strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong><br />

cámara ordinario se presentó.


-Pronto, que venga Tobías -or<strong>de</strong>nó Fouquet.<br />

<strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong> cámara volvió a cerrar la<br />

puerta.<br />

-Supongo que me dais carta blanca, ¿no?<br />

-Entera.<br />

-¿Puedo usar todos los medios para averiguar<br />

la verdad?<br />

-Sí.<br />

-¿Hasta la intimidación?<br />

-Os constituyo procurador general en<br />

mi lugar.<br />

Esperaros diez minutos, pero inútilmente.<br />

Fouquet, impaciente, llamó <strong>de</strong> nuevo en<br />

el timbre.<br />

-¡Tobías! -gritó.<br />

-Monseñor -dijo el criado-, le están buscando.<br />

-No <strong>de</strong>be estar lejos, pues no le he encargado<br />

ningún mensaje.<br />

-Voy a ver, monseñor.


Y el ayuda <strong>de</strong> cámara cerró la puerta.<br />

Entretanto se paseaba Aramis impaciente, pero<br />

en silencio, por el gabinete.<br />

Pasaron diez minutos más. Fouquet volvió a<br />

llamar <strong>de</strong> manera capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar a toda<br />

una necrópolis.<br />

<strong>El</strong> criado volvió bastante trémulo para<br />

hacer sospechar alguna mala noticia.<br />

-Monseñor <strong>de</strong>be <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer alguna<br />

equivocación -dijo antes <strong>de</strong> que Fouquet le preguntase-;<br />

por fuerza ha dado monseñor alguna<br />

comisión a Tobías, pues ha ido a las caballerizas,<br />

y ha ensillado por sí mismo el mejor corredor<br />

<strong>de</strong> monseñor.<br />

-¿Y qué?<br />

-Ha partido.<br />

-¡Se. fue! -exclamó Fouquet-. ¡Que corran<br />

tras él y me lo traigan!<br />

-¡Bah, bah! -dijo Aramis cogiéndole <strong>de</strong> la<br />

mano-. Un poco <strong>de</strong> calma, ya que el mal está<br />

hecho.<br />

-¿Cómo que está hecho el mal?


- Yo estaba cierto <strong>de</strong> ello. Ahora procuraremos<br />

evitar la alarma; calculemos el resultado<br />

<strong>de</strong>l golpe, y veamos <strong>de</strong> remediarlo, si es<br />

posible.<br />

-De todos modos-replicó Fouquet-, no<br />

creo el mal tan grave.<br />

-¿Os parece así? -dijo Aramis.<br />

-Sin duda. Es muy natural que un hombre<br />

escriba un billete amoroso a una mujer.<br />

-Un hombre, sí; un súbdito, no; especialmente<br />

cuando esa mujer es la que ama el<br />

rey.<br />

-Es que, amigo mío, el rey no amaba a<br />

La Valliére hace ocho días; no la amaba ayer, y<br />

la carta es <strong>de</strong> ayer. Era difícil que adivinara yo<br />

el amor <strong>de</strong>l rey cuando no existía ese amor.<br />

-Está bien -replicó Aramis-, pero, por<br />

<strong>de</strong>sgracia, la carta no estaba fechada. Eso es lo<br />

que me atormenta, sobre todo. ¡Ah! Si llevara<br />

fecha <strong>de</strong> ayer, no tendría el menor asomo <strong>de</strong><br />

inquietud por vos. Fouquet se encogió <strong>de</strong> hombros.


-¿Estoy por ventura en tutela -repuso-,<br />

hasta el punto <strong>de</strong> que el rey sea rey <strong>de</strong> mi cerebro<br />

y <strong>de</strong> mi carne?<br />

-Tenéis razón -dijo Aramis-; no <strong>de</strong>mos a<br />

las cosas más importancia <strong>de</strong> la que conviene;<br />

a<strong>de</strong>más... si nos vemos amenazados, medios<br />

tenemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa.<br />

-¡Amenazados! -exclamó Fouquet-. Supongo<br />

que no contaréis esa picadura <strong>de</strong> hormiga<br />

en el número <strong>de</strong> las amenazas que puedan<br />

comprometer mi fortuna y mi vida, ¿no es eso?<br />

-Cuidado, señor Fouquet, que la picadura<br />

<strong>de</strong> una hormiga pue<strong>de</strong> matar a un gigante, si<br />

la hormiga es venenosa.<br />

-Pero esa omnipotencia <strong>de</strong> que habláis,<br />

¿<strong>de</strong>sapareció ya?<br />

-No; soy omnipotente, pero no inmortal.<br />

-Veamos; lo que más urge por ahora es<br />

encontrar a Tobías. ¿No opináis lo mismo?<br />

-¡Oh! Fin cuanto a eso, no le hallaréis -<br />

dijo Aramis-; y si lo consi<strong>de</strong>ráis necesario, dadlo<br />

por perdido.


-Mas en alguna parte estará -dijo Fouquet.<br />

-Tenéis razón; <strong>de</strong>jadme obrar -respondió<br />

Aramis.<br />

V<br />

LAS CUATRO PROBABILIDADES DE MA-<br />

DAME<br />

Ana <strong>de</strong> Austria había suplicado a la<br />

reina que fuese a verla. Enferma hacía algún<br />

tiempo, y cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> su hermosura<br />

y <strong>de</strong> su juventud con aquella rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scenso que marca la <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> las mujeres<br />

que han luchado mucho, la reina Ana veía<br />

unirse al pa<strong>de</strong>cimiento físico el dolor <strong>de</strong> no<br />

figurar ya sino como recuerdo vivo en medio<br />

<strong>de</strong> los jóvenes ingenios y potentados <strong>de</strong> su corte.<br />

Las advertencias <strong>de</strong> su médico y las <strong>de</strong> su<br />

espejo la <strong>de</strong>sconsolaban mucho menos que los<br />

avisos inexorables <strong>de</strong> la sociedad <strong>de</strong> los corte-


sanos, que, semejantes a las ratas <strong>de</strong> los barcos,<br />

abandonan la cala don<strong>de</strong> va a penetrar el agua<br />

a causa <strong>de</strong> las averías <strong>de</strong>l tiempo.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria no se hallaba satisfecha<br />

con las horas que le consagraba su primogénito.<br />

<strong>El</strong> rey, buen hijo, pero con más afectación<br />

que cariño, <strong>de</strong>dicaba en un principio a su<br />

madre una hora por la mañana y otra por la<br />

noche; pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se encargó <strong>de</strong> los. asuntos<br />

<strong>de</strong>l Estado, las visitas <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong> la<br />

noche se redujeron sólo a media hora, y poco a<br />

poco quedó suprimida la <strong>de</strong> la mañana.<br />

Veíanse en misa, y hasta la visita nocturna<br />

era a veces reemplazada por una entrevista,<br />

bien en el aposento <strong>de</strong>l rey en tertulia, o<br />

bien en el <strong>de</strong> Madame, adon<strong>de</strong> corría gustosa la<br />

reina por miramiento a sus dos hijos.<br />

De ahí nacía el inmenso ascendiente <strong>de</strong><br />

Madame sobre la Corte, que hacía <strong>de</strong> su sala la<br />

verda<strong>de</strong>ra tertulia real.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria lo comprendió. Viéndose<br />

enferma y con<strong>de</strong>nada por sus pa<strong>de</strong>cimientos


a hacer una vida retirada, se <strong>de</strong>sconsoló al prever<br />

que la mayor parte <strong>de</strong> sus días y sus noches<br />

transcurrirían solitarios, inútiles, <strong>de</strong>sesperados.<br />

Recordaba con terror el aislamiento en<br />

que la tenía en otro tiempo el car<strong>de</strong>nal Richelieu;<br />

noches fatales e insoportables, en las cuales<br />

le quedaba, no obstante, todavía el consuelo<br />

<strong>de</strong> la juventud y <strong>de</strong> la belleza, que van siempre<br />

acompañadas <strong>de</strong> la esperanza.<br />

Entonces formó el proyecto <strong>de</strong> trasladar<br />

la Corte a su habitación y <strong>de</strong> atraer a Madame<br />

con su brillante escolta a la morada, triste ya y<br />

sombría, don<strong>de</strong> la que era viuda y madre <strong>de</strong> un<br />

rey <strong>de</strong> Francia se veía reducida a consolar <strong>de</strong> su<br />

viu<strong>de</strong>z anticipada a la esposa, siempre llorosa,<br />

<strong>de</strong> un rey <strong>de</strong> Francia.<br />

Ana reflexionó.<br />

Mucho había intrigado durante su vida.<br />

En los buenos tiempos, cuando su juvenil cabeza<br />

concebía proyectos siempre felices, tenía a su<br />

lado, para estimular su ambición y su amor,<br />

una amiga más ardiente y ambiciosa que ella


misma, una amiga que la había amado, cosa<br />

rara en la Corte, y que, por mezquinas consi<strong>de</strong>raciones,<br />

habían alejado <strong>de</strong> ella.<br />

Mas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años, si se exceptúan<br />

a las señoras <strong>de</strong> Motteville y la Molena,<br />

nodriza española, confi<strong>de</strong>nte suya por el doble<br />

carácter <strong>de</strong> compatriota y <strong>de</strong> mujer, ¿quién podía<br />

lisonjearse <strong>de</strong> haber dado un excelente consejo<br />

a la reina?<br />

¿Quién, asimismo, entre aquellas cabezas<br />

juveniles, podría recordarle el pasado, por<br />

el cual vivía solamente?<br />

Ana <strong>de</strong> Austria acordóse <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> Chevreuse, <strong>de</strong>sterrada primero, más bien<br />

por su voluntad que por la voluntad <strong>de</strong>l rey, y<br />

muerta <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>stierro siendo mujer <strong>de</strong><br />

un obscuro hidalgo.<br />

Se preguntó lo que en tal caso le habría<br />

aconsejado la señora <strong>de</strong> Chevreuse en otro<br />

tiempo, cuando estaban metidas en sus intrigas<br />

comunes; y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una seria meditación,<br />

le pareció que aquella mujer astuta, llena <strong>de</strong>


experiencia y sagacidad, le respondía con su<br />

tono irónico:<br />

-Toda esa juventud es pobre y ambiciosa.<br />

Necesita oro y rentas para alimentar sus<br />

placeres: sujetadla por medio <strong>de</strong>l interés.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria adoptó ese plan. Su bolsa<br />

estaba bien provista; disponía <strong>de</strong> una suma<br />

consi<strong>de</strong>rable que Mazarino había reunido para<br />

ella y<br />

colocado en sitio seguro. Poseía, a<strong>de</strong>más, las<br />

más hermosas pedrerías <strong>de</strong> Francia, especialmente<br />

unas perlas <strong>de</strong> tal magnitud, que hacían<br />

suspirar al rey cada vez que las veía, porque las<br />

perlas <strong>de</strong> su corona no eran más que granos <strong>de</strong><br />

mijo al lado <strong>de</strong> las otras.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria no tenía ya belleza ni<br />

encantos <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>r disponer. Se hizo rica y<br />

presentó como cebo a los que viniesen a hacerle<br />

la corte, ya buenos escudos que po<strong>de</strong>r ganar en<br />

el juego, ya buenos regalos hábilmente hechos<br />

los días <strong>de</strong> buen humor, así como algunas concesiones<br />

<strong>de</strong> rentas que solicitase <strong>de</strong>l rey, y que


se había <strong>de</strong>cidido a hacer para sostener su crédito.<br />

Des<strong>de</strong> luego ensayó este medio con<br />

Madame, cuya posesión era la que más tenía en<br />

estima <strong>de</strong> todas.<br />

Madame, no obstante la intrépida confianza<br />

<strong>de</strong> su carácter y <strong>de</strong> su juventud, se <strong>de</strong>jó<br />

llevar por completo, y, enriquecida paulatinamente<br />

con donativos y cesiones, fue tomando<br />

gusto a aquellas herencias anticipadas.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria empleó igual medio con<br />

Monsieur y con el rey mismo, y estableció loterías<br />

en su habitación.<br />

<strong>El</strong> día <strong>de</strong> que hablamos se trataba <strong>de</strong><br />

una reunión en el cuarto <strong>de</strong> la reina madre, y<br />

esta princesa rifaba dos brazaletes <strong>de</strong> hermosísimos<br />

brillantes y <strong>de</strong> un trabajo <strong>de</strong>licado.<br />

Los medallones eran unos camafeos<br />

antiguos <strong>de</strong>l mayor valor. Consi<strong>de</strong>rados como<br />

renta, no representaban los diamantes una cantidad<br />

consi<strong>de</strong>rable, pero la originalidad y rareza<br />

<strong>de</strong> aquel trabajo eran tales, que se <strong>de</strong>seaba


en la Corte, no sólo poseer, sino ver aquellos<br />

brazaletes en los brazos <strong>de</strong> la reina, y los días<br />

en que los llevaba puestos consi<strong>de</strong>rábase como<br />

un favor el ser admitido a admirarlos besándole<br />

las manos.<br />

Hasta los cortesanos habían dado rienda<br />

suelta a su imaginación para establecer el aforismo<br />

<strong>de</strong> que los brazaletes no habrían tenido<br />

precio si no les hubiera cabido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />

hallarse en contacto con unos brazos como los<br />

<strong>de</strong> la reina.<br />

Este cumplimiento había tenido el honor <strong>de</strong> ser<br />

traducido a todos los idiomas <strong>de</strong> Europa, y circulaban<br />

sobre el particular más <strong>de</strong> mil dísticos<br />

latinos y franceses.<br />

<strong>El</strong> día en que Ana <strong>de</strong> Austria se <strong>de</strong>cidió<br />

por la rifa, era un día <strong>de</strong>cisivo: hacía dos días<br />

que el rey no iba al cuarto <strong>de</strong> su madre.<br />

Madame estaba <strong>de</strong> mal humor <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

célebre escena <strong>de</strong> las dríadas y <strong>de</strong> las náya<strong>de</strong>s.<br />

<strong>El</strong> rey no estaba enojado, pero una distracción<br />

po<strong>de</strong>rosísima le tenía completamente


apartado <strong>de</strong>l torbellino y <strong>de</strong> las diversiones <strong>de</strong><br />

la Corte.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria llamó la atención <strong>de</strong> la<br />

concurrencia anunciando su proyectada rifa<br />

para la noche siguiente.<br />

Al efecto, quiso ver a la reina joven, a<br />

quien, como hemos dicho, había pedido una<br />

entrevista por la mañana.<br />

-Hija mía -le dijo-, tengo que anunciaros<br />

una buena nueva. <strong>El</strong> rey me ha dicho <strong>de</strong> vos las<br />

cosas más afectuosas. <strong>El</strong> rey es joven y fácil <strong>de</strong><br />

distraer; pero, en tanto que permanezcáis a mi<br />

lado, no se atreverá a separarse <strong>de</strong> vos, a quien<br />

por otra parte profesa el más vivo cariño. Esta<br />

noche hay rifa en mi habitación. ¿Vendréis?<br />

-Me han dicho -repuso la reina con cierto<br />

asomo <strong>de</strong> tímida reconvención- que Vuestra<br />

Majestad iba a rifar sus valiosos brazaletes,<br />

cuyo mérito es tal, que no hubiéramos <strong>de</strong>bido<br />

consentir que saliesen <strong>de</strong>l guardajoyas <strong>de</strong> la<br />

Corona, aun cuando no fuese más que porque<br />

os han pertenecido.


-Hija mía -dijo entonces Ana <strong>de</strong> Austria<br />

conociendo todo el pensamiento <strong>de</strong> su nuera y<br />

procurando consolarla <strong>de</strong> no haberle hecho<br />

aquel regalo-, era preciso atraer para siempre a<br />

mi tertulia a Madame.<br />

-¿A Madame? -murmuró ruborizándose<br />

la reina.<br />

-Sí, por cierto: ¿no os parece mejor tener<br />

en vuestro cuarto a una rival para vigilarla y<br />

dominarla, que saber que el rey está siempre en<br />

su cuarto dispuesto a galantearla y a <strong>de</strong>jarse<br />

galantear? Esa rifa es el cebo <strong>de</strong> que me valgo<br />

para ello. ¿Me lo censuráis todavía?<br />

-¡Oh, no! -murmuró María Teresa dando<br />

una mano con otra, con ese impulso propio <strong>de</strong><br />

la alegría española.<br />

-¿Ni sentiréis ya tampoco, querida mía,<br />

que no os haya dado esos brazaletes, como era<br />

mi intención?<br />

-¡Oh! ¡No, no, querida madre! ...<br />

-Pues bien, hija mía, tratad <strong>de</strong> poneros<br />

guapa, y que sea brillante nuestra tertulia:


cuanta más alegría manifestéis, pareceréis más<br />

encantadora y eclipsaréis a todas las damas en<br />

esplendor y dignidad.<br />

María Teresa se retiró entusiasmada.<br />

Una hora más tar<strong>de</strong> recibía Ana <strong>de</strong> Austria<br />

a Madame, y, llenándola <strong>de</strong> caricias:<br />

-¡Buenas noticias! -le dijo-. Al rey le ha<br />

agradado sobremanera la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> mi rifa.<br />

-Pues a mí no tanto, señora -repuso Madame-;<br />

ver unos brazaletes tan hermosos como<br />

ésos en otros brazos que los vuestros o los míos,<br />

es cosa a que no me puedo acostumbrar.<br />

-¡Vaya! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria ocultando<br />

bajo una sonrisa un agudo dolor que le acometió<br />

en aquel momento-. No toméis las cosas tan<br />

a pechos, ni vayáis a mirarlas por el lado peor.<br />

-Señora, la suerte es loca, y según me ha<br />

dicho, habéis puesto doscientos billetes.<br />

-Así es; pero no ignoráis que sólo ha <strong>de</strong><br />

haber un ganancioso.


-Indudablemente. Pero, ¿quién será?...<br />

¿Podéis <strong>de</strong>círmelo? -preguntó <strong>de</strong>sesperada<br />

Madame.<br />

-Ahora me recordáis que he tenido un<br />

sueño esta noche... ¡Oh! ¡Mis sueños son buenos!...<br />

¡Duermo tan poco!<br />

-¿Qué sueño?... ¿Estáis mala?<br />

-No -dijo la reina ahogando con una<br />

constancia admirable el tormento <strong>de</strong> otra punzada<br />

en el seno-. He soñado que le tocaban los<br />

brazaletes al rey.<br />

-¿Al rey?<br />

-Vais a preguntarme qué es lo que el rey<br />

pue<strong>de</strong> hacer con los brazaletes, ¿no es cierto?<br />

-Así es.<br />

-Y pensáis que sería una fortuna que el<br />

rey obtuviese los brazaletes..., porque entonces<br />

se vería obligado a regalarlos a alguien.<br />

-A vos, por ejemplo.<br />

-En cuyo caso los regalaré yo a mi vez,<br />

porque no iréis a suponer -dijo riendo la reinaque<br />

ponga esos brazaletes en rifa por gusto <strong>de</strong>


ganar, y sí sólo por regalarlos sin causar envidias.<br />

Pero si la suerte no quisiera sacarme <strong>de</strong>l<br />

apuro, entonces corregiré a la suerte, y ya tengo<br />

pensado a quién he <strong>de</strong> ofrecer los brazaletes.<br />

Estas palabras fueron pronunciadas con<br />

una sonrisa tan expresiva, que Madame <strong>de</strong>bió<br />

correspon<strong>de</strong>r a ella con un beso en señal <strong>de</strong><br />

gracias.<br />

-Pero -repuso Ana <strong>de</strong> Austria-, ¿no sabéis<br />

tan bien como yo que si el rey obtuviese los<br />

brazaletes no me los <strong>de</strong>volvería?<br />

-Entonces se los daría a la reina. No, por<br />

la misma razón que tiene para no <strong>de</strong>volvérmelos<br />

a mí, pues si hubiese querido dárselos a la<br />

reina, no tenía necesidad <strong>de</strong> valerme <strong>de</strong> él para<br />

hacerlo.<br />

Madame lanzó una mirada oblicua a los<br />

brazaletes, que resplan<strong>de</strong>cían en su estuche<br />

sobre una consola inmediata.<br />

-¡Qué hermosos son! Pero olvidamos -<br />

añadió- que el sueño <strong>de</strong> Vuestra Majestad no es<br />

más que un sueño.


-Mucho extrañaría -replicó Ana <strong>de</strong> Austria-<br />

que mi sueño me engañase, porque rara<br />

vez me ha sucedido.<br />

-Entonces, podéis ser profeta.<br />

-Ya os he dicho, hija mía, que casi nunca<br />

sueño; ¡pero es una coinci<strong>de</strong>ncia tan rara la <strong>de</strong><br />

ese sueño con mis i<strong>de</strong>as! ¡Se ajusta tan perfectamente<br />

a mis combinaciones!<br />

-¿Qué combinaciones?<br />

-Por ejemplo, la <strong>de</strong> que los brazaletes<br />

fuesen para vos.<br />

-Entonces no le tocarán al rey.<br />

-¡Oh! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-. No hay tanta<br />

distancia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Su Majestad al vuestro<br />

... a vos, que sois su hermana amada ... No<br />

hay tanta distancia, repito, que pueda <strong>de</strong>cirse<br />

que el sueño sea engañoso. Examinad y pensad<br />

bien las probabilida<strong>de</strong>s que tenéis a vuestro<br />

favor.<br />

-Veamos.<br />

-En primer lugar, la <strong>de</strong>l sueño. Si el rey<br />

gana, <strong>de</strong> seguro son para vos los brazaletes.


-Admito esa probabilidad.<br />

-Si la suerte os es propicia, entonces no<br />

hay que dudar que son vuestros ...<br />

-Naturalmente; también es admisible.<br />

-Luego si la suerte se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> por Monsieur.<br />

. .<br />

-¡Oh! -exclamó Madame prorrumpiendo<br />

en una carcajada-. Se los daría al caballero <strong>de</strong><br />

Lorena.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria se echó a reír como su<br />

nuera, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> tan buena gana, que le repitió<br />

el dolor y se puso lívida en medio <strong>de</strong> aquel<br />

acceso <strong>de</strong> hilaridad.<br />

-¿Qué tenéis? -dijo asustada Madame.<br />

-Nada, nada; el dolor <strong>de</strong> costado... He<br />

reído mucho... Estábamos en la cuarta probabilidad.<br />

-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />

-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />

-Perdonad, que no estoy excluida <strong>de</strong><br />

entrar en suerte, y, si me tocan los brazaletes,<br />

estáis segura <strong>de</strong> mí.


-¡Gracias, gracias! -exclamó Madame.<br />

-Espero que os consi<strong>de</strong>réis como favorecida,<br />

y que ahora empiece a tomar mi sueño a<br />

vuestros ojos aspecto <strong>de</strong> realidad.<br />

-Me dais realmente esperanza y confianza<br />

-dijo Madame-, y los brazaletes ganados<br />

<strong>de</strong> este modo serán mucho más valiosos para<br />

mí.<br />

-¿Conque hasta la noche? -¡Hasta la noche!<br />

Y ambas princesas se separaron. Ana <strong>de</strong><br />

Austria, <strong>de</strong>spués que se marchó su nuera, dijo<br />

entre sí, examinando los brazaletes:<br />

-Preciosos son, efectivamente, puesto<br />

que por ellos me conciliaré esta noche un corazón,<br />

al paso que habré adivinado un secreto.<br />

Y, volviendo luego hasta su <strong>de</strong>sierta<br />

alcoba:<br />

-¿Es <strong>de</strong> este modo como te habrías manejado<br />

tú, pobre Chevreuse? -dijo lanzando al<br />

aire su voz-. Sí, ¿no es verdad?


Y, con el eco <strong>de</strong> aquella invocación, se<br />

reanimó en ella, como un perfume <strong>de</strong> otro<br />

tiempo, toda su juventud, toda su loca imaginación,<br />

toda su felicidad.<br />

VI<br />

EL SORTEO<br />

A las ocho <strong>de</strong> la noche hallábanse todos<br />

reunidos con la reina madre. Ana <strong>de</strong> Austria,<br />

en traje <strong>de</strong> ceremonia y engalanada con los restos<br />

<strong>de</strong> su hermosura y todos los recursos que la<br />

coquetería pue<strong>de</strong> poner en manos hábiles, disimulaba,<br />

o procuraba más bien disimular, a la<br />

turba <strong>de</strong> jóvenes cortesanos que la ro<strong>de</strong>aban y<br />

admiraban todavía, merced a las combinaciones<br />

que <strong>de</strong>jamos expuestas en el capítulo anterior,<br />

los estragos ya visibles <strong>de</strong> aquella enfermedad<br />

que <strong>de</strong>bía llevarla al sepulcro algunos<br />

años <strong>de</strong>spués.<br />

Madame, casi tan coqueta como Ana <strong>de</strong><br />

Austria, y la reina, sencilla y natural como


siempre, estaban sentadas a sus lados y se disputaban<br />

sus agasajos.<br />

Las camaristas, reunidas en cuerpo <strong>de</strong><br />

ejército para resistir con más fuerza, y, <strong>de</strong> consiguiente,<br />

con mejor éxito, a los maliciosos dichos<br />

que los cortesanos les dirigían, prestábanse,<br />

como un batallón en cuadro, el mutuo<br />

auxilio <strong>de</strong> un buen ataque y <strong>de</strong> una buena <strong>de</strong>fensa.<br />

Montalais, hábil en semejante guerra <strong>de</strong><br />

tiradores, protegía toda la línea con el fuego<br />

incesante que dirigía contra el enemigo.<br />

Saint-Aignan, <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong>l rigor,<br />

insolente a fuerza <strong>de</strong> ser obstinado, <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong> Tonnay-Charente, procuraba volverle la<br />

espalda; pero, vencido por el irresistible resplandor<br />

<strong>de</strong> los dos gran<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> la hermosura,<br />

volvía a cada paso a consagrar su <strong>de</strong>rrota<br />

con nuevas sumisiones, a las que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

contestar la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente con<br />

nuevas impertinencias.


Saint-Aignan no sabía a qué santo encomendarse.<br />

La Valliére tenía, no una corte, sino un<br />

principio <strong>de</strong> cortesanos. Saint-Aignan, con la<br />

esperanza <strong>de</strong> a raerse por medio <strong>de</strong> su maniobra<br />

las miradas <strong>de</strong> Atenaida, fue a saludar a la<br />

joven con un respeto que a ciertos espíritus<br />

miopes les había hecho creer en la voluntad <strong>de</strong><br />

contrapesar a Atenaida con Luisa.<br />

Pero éstos eran solamente los que no<br />

habían visto ni oído referir la escena <strong>de</strong> la lluvia.<br />

Sólo que, como la mayoría estaba ya informada,<br />

y bien informada, su favor <strong>de</strong>clarado<br />

había atraído hacia ella a los más hábiles como<br />

a los más imbéciles <strong>de</strong> la Corte.<br />

Los primeros, porque <strong>de</strong>cían, unos como<br />

Montaige: "¡Qué sabemos!"; y otros, como<br />

Rabelais: "Pue<strong>de</strong> se?'.<br />

<strong>El</strong> mayor número siguió a aquéllos, como<br />

en las cacerías cinco o seis po<strong>de</strong>ncos hábiles<br />

siguen solos la pista <strong>de</strong> la presa, en tanto que el


esto <strong>de</strong> la traílla no sigue más que la pista <strong>de</strong><br />

los po<strong>de</strong>ncos.<br />

Las reinas y Madame examinaban los<br />

trajes <strong>de</strong> sus camaristas, así como los <strong>de</strong> otras<br />

damas, dignándose olvidar por un instante que<br />

eran reinas, para acordarse <strong>de</strong> que eran mujeres.<br />

Lo cual equivale a <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>strozaban<br />

sin piedad a las pobres víctimas.<br />

Las miradas <strong>de</strong> ambas princesas recayeron<br />

simultáneamente sobre La Valliére, la cual,<br />

según hemos dicho, se hallaba a la sazón ro<strong>de</strong>ada<br />

<strong>de</strong> mucha gente.<br />

Madame no tuvo piedad.<br />

-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo inclinándose<br />

hacia la reina madre-, si la suerte fuese justa,<br />

<strong>de</strong>bería favorecer a la pobre La Valliére.<br />

-Eso no es posible -repuso la reina madre,<br />

sonriendo.<br />

-¿Por qué?<br />

-No hay más que doscientos billetes, y<br />

no todos han podido ser puestos en lista.


-¿Conque no entra en suerte?<br />

-No.<br />

-¡Qué lástima! Pues hubiese podido ganarlos<br />

y ven<strong>de</strong>rlos. -¡Ven<strong>de</strong>rlos! -exclamó la<br />

reina. -Sí; con eso hubiera podido formarse una<br />

dote, y no se vería obligada a casarse sin llevar<br />

nada, como le suce<strong>de</strong>rá probablemente.<br />

-¡Oh! ¡Bah! ¡Pobre niña! -dijo la reina<br />

madre-. Pues qué, ¿no tiene vestidos?<br />

Y pronunció estas palabras como mujer<br />

que nunca ha podido saber lo que era medianía.<br />

-¡Caramba! Dios me perdone, pero me<br />

parece que trae el mismo vestido que llevaba<br />

esta mañana en el paseo, y que habrá podido<br />

conservar, gracias al cuidado que se tomó el rey<br />

<strong>de</strong> ponerla a cubierto <strong>de</strong> la lluvia.<br />

En el mismo instante en que pronunciaba<br />

Madame estas palabras, entraba el<br />

rey.<br />

Las dos princesas no hubieran advertido<br />

quizá esta llegada, tan ocupadas como se halla-


an en murmurar, si Madame no viera <strong>de</strong> pronto<br />

turbarse a La Valliére, <strong>de</strong> pie frente a la galería,<br />

y <strong>de</strong>cir algunas palabras a los cortesanos<br />

que la ro<strong>de</strong>aban, los cuales se apartaron al punto.<br />

Este movimiento hizo que Madame mirase<br />

hacia la puerta, mientras el capitán <strong>de</strong> los guardias<br />

anunciaba al rey.<br />

A aquel anuncio, La Valliére, que hasta<br />

entonces había tenido los ojos fijos en la galería,<br />

los bajó <strong>de</strong> pronto.<br />

<strong>El</strong> rey entró.<br />

Presentóse con una magnificencia llena<br />

<strong>de</strong> gusto, y conversaba con Monsieur y el duque<br />

<strong>de</strong> Roquelaure, los cuales iban, el primero a<br />

la <strong>de</strong>recha, y el segundo a la izquierda <strong>de</strong>l rey.<br />

<strong>El</strong> rey se a<strong>de</strong>lantó primero hacia las reinas,<br />

a quienes saludó con gracioso respeto.<br />

Cogió la mano <strong>de</strong> su madre, la besó, dirigió<br />

algunos cumplidos a Madame sobre la elegancia<br />

<strong>de</strong> su traje, y principió a dar la vuelta a la<br />

asamblea.


La Valliére fue saludada lo mismo que<br />

las <strong>de</strong>más.<br />

Luego volvió Su Majestad adon<strong>de</strong> estaban<br />

su madre y su mujer. Cuando los cortesanos<br />

notaron que el rey no había dirigido más<br />

que una frase trivial a aquella joven tan solicitada<br />

por la mañana, sacaron al momento una<br />

conclusión <strong>de</strong> aquella frialdad.<br />

La conclusión fue que el rey había atenido<br />

un capricho, pero que el capricho había<br />

pasado ya.<br />

Sin embargo, una cosa era <strong>de</strong> advertir, y<br />

es, que junto a La Valliére, y en el número <strong>de</strong><br />

los cortesanos, se hallaba el señor Fouquet, cuya<br />

respetuosa urbanidad servía <strong>de</strong> escudo a la<br />

joven en medio <strong>de</strong> las distintas emociones que<br />

la agitaban visiblemente.<br />

Disponíase el señor Fouquet a hablar<br />

más íntimamente con la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />

cuando se aproximó el señor Colbert, y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> hacer una reverencia a Fouquet con todas las<br />

reglas <strong>de</strong> la más respetuosa cortesanía, pareció


esuelto a instalarse al lado <strong>de</strong> La Valliére para<br />

trabar conversación con ella.<br />

Fouquet <strong>de</strong>jó al punto el puesto. Montalais<br />

y Malicorne <strong>de</strong>voraban con los ojos toda<br />

aquella maniobra y enviábanse mutuamente<br />

sus observaciones.<br />

Guiche, colocado en el hueco <strong>de</strong> una<br />

ventana, no veía más que a Madame. Mas como<br />

ésta, por su parte, fijaba con frecuencia su mirada<br />

en La Valliére; los ojos <strong>de</strong> Guiche, guiados<br />

por los <strong>de</strong> Madame, se encaminaban también<br />

alguna que otra vez hacia la joven.<br />

La Valliére sentía como por instinto que<br />

le abrumaba cada vez más el peso <strong>de</strong> todas<br />

aquellas miradas, cargadas unas <strong>de</strong> interés y<br />

otras <strong>de</strong> envidia; pero no tenía para compensar<br />

su pa<strong>de</strong>cimiento ni una palabra <strong>de</strong> interés <strong>de</strong><br />

parte <strong>de</strong> sus compañeras, ni una mirada amorosa<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

De manera que nadie podría <strong>de</strong>cir lo<br />

que pa<strong>de</strong>cía la pobre muchacha.


La reina madre hizo acercar entonces el velador<br />

don<strong>de</strong> estaban los billetes <strong>de</strong> la rifa, en numero<br />

<strong>de</strong> doscientos, y rogó a madame <strong>de</strong> Motteville<br />

que leyese la lista <strong>de</strong> los elegidos.<br />

Excusado es <strong>de</strong>cir que esa lista estaba<br />

formada con sujeción a las reglas <strong>de</strong> la etiqueta:<br />

primero figuraba el rey, luego la reina madre,<br />

la reina, Monsieur, Madame, y por este or<strong>de</strong>n<br />

los <strong>de</strong>más.<br />

Latían los corazones al escuchar aquella<br />

lectura. Bien habría trescientos convidados en<br />

la habitación <strong>de</strong> la reina. Cada cual se preguntaba<br />

si su nombre figuraría en el número <strong>de</strong> los<br />

privilegiados.<br />

<strong>El</strong> rey escuchaba con tanta atención como<br />

los <strong>de</strong>más. Pronunciado el último nombre,<br />

vio que La Valliére no estaba incluida en la lista.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, todos pudieron advertir<br />

aquella omisión.<br />

<strong>El</strong> rey se puso encendido, como siempre<br />

que sufría alguna contrariedad.


La Valliére, apacible y resignada, no<br />

manifestó la menor emoción. Durante toda la<br />

lectura no había el rey apartado <strong>de</strong> ella los ojos;<br />

la joven mostrábase en extremo complacida<br />

bajo aquella feliz influencia que sentía exten<strong>de</strong>rse<br />

en re<strong>de</strong>dor suyo, sin que su alegría y su<br />

pureza le permitieran abrigar en su alma y en<br />

su ánimo otro pensamiento que no fuese amor.<br />

<strong>El</strong> rey pagaba con la duración <strong>de</strong> su mirada<br />

aquella profunda abnegación, mostrando<br />

<strong>de</strong> este modo a su amante que comprendía toda<br />

la extensión y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ella.<br />

Cerrada la lista, todos los semblantes <strong>de</strong><br />

las mujeres omitidas u olvidadas no pudieron<br />

menos <strong>de</strong> manifestar su <strong>de</strong>scontento.<br />

Malicorne quedó olvidado también en el<br />

número <strong>de</strong> los hombres, y su gesto dijo claramente<br />

a Montalais, a quien le había cabido<br />

igual olvido:<br />

-¿Será cosa <strong>de</strong> que nos compongamos<br />

con la fortuna, <strong>de</strong> modo que no nos <strong>de</strong>je olvidados?


-¡Oh! ¡Sí tal! -respondió la sonrisa inteligente<br />

<strong>de</strong> la señorita Aura.<br />

Distribuyéronse los billetes entre todos<br />

los incluidos, por su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> numeración.<br />

<strong>El</strong> rey recibió primero el suyo, luego la<br />

reina madre, la reina, Monsieur, Madame, y así<br />

los otros.<br />

Entonces abrió Ana <strong>de</strong> Austria un saquito<br />

<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> España que contenía doscientos<br />

números grabados en otras tantas bolas <strong>de</strong> nácar,<br />

y lo presentó abierto a la más joven <strong>de</strong> sus<br />

camaristas, a fin <strong>de</strong> que sacase una bola.<br />

La ansiedad general, en medio <strong>de</strong> todos<br />

aquellos preparativos hechos lentamente, era<br />

más bien <strong>de</strong> codicia que <strong>de</strong> curiosidad.<br />

Saint-Aignan se inclinó al oído <strong>de</strong> la<br />

señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente:<br />

-Ya que cada uno <strong>de</strong> nosotros tiene su<br />

número, unamos nuestra suerte, señorita -le<br />

dijo-: Si gano, son para vos los brazaletes; si<br />

ganáis, me contentaré con una sola mirada <strong>de</strong><br />

vuestros encantadores ojos.


-No -repuso Atenaida-; si ganáis, serán<br />

vuestros los brazaletes. A cada cual lo suyo.<br />

-Sois inexorable -exclamó Saint-Aignan-,<br />

y os contestaré con esta redondilla; Iris bella<br />

que a mis penas Os manifestáis esquiva . . .<br />

-¡Silencio! -dijo Atenaida-. Que vais a<br />

impedirme oír el número premiado.<br />

-¡Número uno! -gritó la joven que había<br />

sacado la bola <strong>de</strong> nácar <strong>de</strong>l saquito <strong>de</strong> piel <strong>de</strong><br />

España.<br />

-¡<strong>El</strong> rey! -exclamó la reina madre.<br />

-¡<strong>El</strong> rey ha ganado! -repitió la reina, gozosa.<br />

-¡Oh! ¡<strong>El</strong> rey! ¡Vuestro sueño! -exclamó<br />

Madame, gozosa también, acercándose al oído<br />

<strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria.<br />

<strong>El</strong> rey fue el único que no dio señal alguna<br />

<strong>de</strong> satisfacción. Únicamente dio gracias a<br />

la fortuna <strong>de</strong> lo que había hecho en su favor<br />

dirigiendo un ligero saludo a la joven que había<br />

sido elegida como mandataria <strong>de</strong> fugaz diosa.<br />

Luego, recibiendo <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria,


en medio <strong>de</strong> los murmullos codiciosos <strong>de</strong> toda<br />

la asamblea, el estuche que contenía los brazaletes:<br />

-¿Son realmente preciosos estos brazaletes?<br />

-preguntó.<br />

-Examinadlos -repuso Ana <strong>de</strong> Austria- y<br />

juzgad por vos mismo.<br />

<strong>El</strong> rey los miró atentamente.<br />

-Sí -dijo-. ¡Admirable es, en efecto, este<br />

medallón! ¡Qué bien acabado!<br />

- Sí que lo está -añadió Madame.<br />

La reina María Teresa conoció fácilmente,<br />

y a la primera ojeada, que el rey no le ofrecería<br />

los brazaletes, pero, como tampoco parecía<br />

pensar siquiera en ofrecerlos a Madame, se dio<br />

por satisfecha, o poco menos.<br />

<strong>El</strong> rey tomó asiento.<br />

Los cortesanos que gozaban <strong>de</strong> mayor<br />

familiaridad vinieron entonces sucesivamente a<br />

admirar <strong>de</strong> cerca la alhaja, que muy luego, con<br />

la venia <strong>de</strong>l rey, fue pasando <strong>de</strong> mano en mano.


Seguidamente, todos, entendidos o no,<br />

lanzaron exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa y abrumarán<br />

al rey a felicitaciones.<br />

Había motivo, en efecto, para que todo<br />

el mundo admirase, unos los diamantes, otros<br />

el grabado.<br />

Las damas mostraban patentemente su<br />

impaciencia por ver aquel tesoro monopolizado<br />

por los caballeros.<br />

-Señores, señores -dijo el rey, a quien<br />

nada pasaba inadvertido-; nadie diría sino que<br />

lleváis brazaletes como los sabinos; <strong>de</strong>jad que<br />

los vean las damas, que me parece son en este<br />

punto más inteligentes que vosotros.<br />

Semejantes palabras le parecieron a Madame<br />

el principio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión que se esperaba.<br />

Leía , a<strong>de</strong>más, esa bienhadada creencia<br />

en los ojos <strong>de</strong> la reina madre.<br />

<strong>El</strong> cortesano que los tenía en el instante<br />

<strong>de</strong> lanzar el rey aquella observación en medio<br />

<strong>de</strong> la agitación general, se apresuró a poner los


azaletes en manos <strong>de</strong> la reina María Teresa, la<br />

cual, sabiendo que no le estaban <strong>de</strong>stinados, los<br />

miró muy por encima y los pasó a manos <strong>de</strong><br />

Madame.<br />

Esta, y, más -particularmente todavía,<br />

Monsieur, fijó en los brazaletes una <strong>de</strong>tenida<br />

mirada <strong>de</strong> codicia.<br />

Luego pasó la alhaja a las damas inmediatas,<br />

pronunciando una sola palabra, pero<br />

con acento que equivalía a una larga frase:<br />

-¡Magníficos!<br />

Las damas que recibieron los brazaletes<br />

<strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Madame emplearon el tiempo que<br />

les pareció conveniente en examinarlos, y en<br />

seguida los hicieron circular por su <strong>de</strong>recha.<br />

Mientras tanto conversaba el rey tranquilamente<br />

con Guiche y Fouquet. Dejaba<br />

hablar, más bien que escuchaba.<br />

Acostumbrados a 'ciertos giros <strong>de</strong> frases,<br />

su oído, como el <strong>de</strong> todos los hombres que<br />

ejercen sobre otros una superioridad incontestable,<br />

no recogía <strong>de</strong> los discursos pronunciados


en torno suyo más que la palabra indispensable<br />

que merece una contestación.<br />

En cuanto a su atención, estaba en otra<br />

parte. Vagaba con sus ojos. La señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente<br />

era la última <strong>de</strong> las damas inscritas<br />

para los billetes, y, como si hubiera tomado<br />

jerarquía según su inscripción, no tenía <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> ella más que a Montalais y a La Valliére.<br />

Al llegar los brazaletes a estas últimas,<br />

nadie pareció hacer alto en ello.<br />

La humildad <strong>de</strong> las manos en que momentáneamente<br />

estaban aquellas joyas, les quitaba<br />

toda su importancia.<br />

Lo cual no impidió, sin embargo, que a<br />

Montalais le brincase el corazón <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong><br />

envidia y <strong>de</strong> codicia a la vista <strong>de</strong>. aquellas hermosas<br />

piedras, más todavía que por aquel exquisito<br />

trabajo.<br />

Era indudable que si a Montalais le<br />

hubiesen dado a elegir entre el valor pecuniario


y la belleza artística, habría preferido sin titubear<br />

los diamantes a los camafeos.<br />

De suerte que le costó gran trabajo<br />

hacerlos pasar a manos <strong>de</strong> su compañera La<br />

Valliére.<br />

La Valliére fijó en las alhajas una mirada<br />

casi indiferente.<br />

-¡Oh! ¡Qué preciosos son estos brazaletes<br />

y qué magníficos! -exclamó Montalais-. ¿Y<br />

no te extasías en ellos, Luisa? ¿Has <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

ser mujer?<br />

-No -respondió la joven con un tono <strong>de</strong><br />

encantadora melancolía-. ¿A qué <strong>de</strong>sear lo que<br />

no pue<strong>de</strong> pertenecernos?<br />

<strong>El</strong> rey, con la cabeza inclinada hacia<br />

a<strong>de</strong>lante, escuchaba lo que la joven iba a <strong>de</strong>cir.<br />

Apenas la vibración <strong>de</strong> aquella voz llegó<br />

a herir su oído, se levantó lleno <strong>de</strong> satisfacción,<br />

y, atravesando todo el círculo para ir adon<strong>de</strong><br />

estaba La Valliére:


-Os equivocáis, señorita -dijo-; sois mujer,<br />

y toda mujer tiene <strong>de</strong>recho a las alhajas <strong>de</strong><br />

mujer.<br />

-¡Oh! -exclamó La Valliére-. ¿Vuestra<br />

Majestad no quiere creer en m¡ mo<strong>de</strong>stia?<br />

-Creo, señorita, que tenéis todas las virtu<strong>de</strong>s,<br />

tanto la franqueza como las <strong>de</strong>más; por<br />

consiguiente, os conjuro que digáis francamente<br />

lo que pensáis <strong>de</strong> estos brazaletes.<br />

-Que son tan hermosos, Majestad, que<br />

sólo pue<strong>de</strong>n ser ofrecidos a una reina.<br />

-Celebro mucho que sea ésa vuestra<br />

opinión, señorita; los brazaletes son vuestros, y<br />

el rey os ruega que los aceptéis.<br />

Y como La Valliére, con un movimiento<br />

parecido al espanto, alargase vivamente el estuche<br />

al rey, el rey rechazó dulcemente con su<br />

mano la mano trémula <strong>de</strong> La Valliére.<br />

Un silencio <strong>de</strong> sorpresa, más fúnebre<br />

aún que un silencio sepulcral, reinaba en toda<br />

la asamblea Y, sin . embargo, por el lado don<strong>de</strong>


estaban las reinas, nadie había oído lo que el<br />

rey dijera, ni comprendido lo que había hecho.<br />

Una caritativa amiga se encargó <strong>de</strong> esparcir<br />

la noticia. Fue la señorita <strong>de</strong> Tonnay-<br />

Charente, a quien Madame había hecho seña<br />

que se aproximase.<br />

-¡Dios mío! -exclamó Tonnay-Charente-.<br />

¡Qué afortunada es esa La Valliére! ¡<strong>El</strong> rey le ha<br />

regalado los brazaletes!<br />

Madame se mordió los labios con tal<br />

coraje, que la sangre brotó en la superficie <strong>de</strong> la<br />

piel.<br />

La reina joven miraba sucesivamente a<br />

La Valliére y a Madame, y se echó a reír.<br />

Ana <strong>de</strong> Austria apoyó su barba en su<br />

hermosa y blanca mano, y permaneció largo<br />

rato absorta por una sospecha que le roía el<br />

ánimo, y por un dolor terrible que le roía el<br />

corazón.<br />

Guiche, viendo pali<strong>de</strong>cer a Madame,<br />

adivinando la causa <strong>de</strong> aquella pali<strong>de</strong>z, aban-


donó precipitadamente la asamblea y <strong>de</strong>sapareció.<br />

Malicorne pudo <strong>de</strong>slizarse entonces<br />

hasta don<strong>de</strong> se hallaba Montalais, y, a favor <strong>de</strong>l<br />

tumulto general <strong>de</strong> las conversaciones:<br />

-Aura -le dijo-, tienes cerca <strong>de</strong> ti nuestra<br />

fortuna y nuestro porvenir.<br />

-Sí -contestó aquélla.<br />

Y abrazó tiernamente a La Valliére, a<br />

quien en su interior estaba tentada <strong>de</strong> estrangular.<br />

V<strong>II</strong><br />

MALAGA<br />

Durante todo aquel largo y violento<br />

<strong>de</strong>bate entre- las ambiciones <strong>de</strong> la Corte y los<br />

amores <strong>de</strong>l corazón, uno <strong>de</strong> nuestros personajes,<br />

el que menos <strong>de</strong>satendido <strong>de</strong>bía ser tal vez,<br />

se hallaba olvidado completamente y reducido<br />

a una posición poco lisonjera.<br />

En efecto, Artagnan, Artagnan, porque<br />

es preciso llamarle por su nombre para que se


ecuer<strong>de</strong> que ha existido. Artagnan no tenía nada<br />

que hacer en aquel mundo brillante y frívolo.<br />

Después <strong>de</strong> haber seguido al rey a Fontainebleau,<br />

y <strong>de</strong> haber visto todas las diversiones<br />

pastoriles y todos los disfraces cómico-heroicos<br />

<strong>de</strong> su soberano, el mosquetero había llegado a<br />

persuadirse <strong>de</strong> que aquello no bastaba a tenerle<br />

satisfecho.<br />

Acometido a cada paso por personas<br />

que le <strong>de</strong>cían:<br />

-¿Cómo os parece que me cae este traje,<br />

señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />

Les respondía con su voz placentera y<br />

socarrona:<br />

-Os hallo tan bien vestido como el mono<br />

más hermoso <strong>de</strong> la feria <strong>de</strong> San Lorenzo.<br />

Era éste uno <strong>de</strong> aquellos cumplimientos<br />

que acostumbraba a hacer Artagnan cuando no<br />

quería hacer otro: <strong>de</strong> consiguiente, no había<br />

más remedio que contentarse con él <strong>de</strong> grado o<br />

por fuerza.<br />

Y cuando le preguntaban:


-Señor Artagnan, ¿cómo os vestís esta<br />

noche?<br />

Respondía:<br />

-Lo que haré será <strong>de</strong>snudarme. Lo cual<br />

hacía reír hasta a las damas.<br />

Pero <strong>de</strong>spués que el mosquetero pasó<br />

dos días <strong>de</strong> aquel modo, y conoció que ningún<br />

asunto serio se ventilaba, y que el rey había<br />

olvidado o parecía haber olvidado completamente<br />

a París, Saint-Mandé y Belle-Isle;<br />

que el señor Colbert soñaba con morteretes y<br />

fuegos artificiales; Que las damas tenían un<br />

mes, por lo menos, para dar y recibir miradas;<br />

Artagnan solicitó al rey una licencia para asuntos<br />

<strong>de</strong> familia. En el momento en que Artagnan<br />

hacía aquella petición, el rey se acostaba, cansado<br />

<strong>de</strong> tanto bailar.<br />

-¿Conque queréis <strong>de</strong>jarme, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan? -preguntó con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />

Luis XIV no llegaba a compren<strong>de</strong>r nunca<br />

que se separase nadie <strong>de</strong> su lado cuando


podía tener el insigne honor <strong>de</strong> permanecer<br />

cerca <strong>de</strong> su persona.<br />

-Señor -dijo Artagnan-, os <strong>de</strong>jo porque<br />

no os sirvo <strong>de</strong> nada. Si al menos pudiera tener<br />

yo el balancín mientras vos bailáis, entonces<br />

sería otra cosa.<br />

-¿No sabéis, mi apreciado señor <strong>de</strong> Artagnan<br />

-replicó gravemente el rey-, que se baila<br />

sin balancín?<br />

-¡Ah! -repuso el mosquetero sin <strong>de</strong>jar su<br />

imperceptible ironía-. No lo sabía, en efecto.<br />

-¿No me habéis visto bailar? -preguntó<br />

el rey.<br />

-Sí, más creo que las dificulta<strong>de</strong>s irían<br />

en aumento. Me he engañado; razón <strong>de</strong> más<br />

para retirarme. Señor, lo siento; pero Vuestra<br />

Majestad no necesita <strong>de</strong> mí, y <strong>de</strong>más, si me necesitase,<br />

ya sabría dón<strong>de</strong> hallarme.<br />

Está bien -dijo el rey. Y le concedió la<br />

licencia.<br />

o buscaremos, pues, a Artagnan en Fontainebleau,<br />

porque sería cosa inútil; pero, con la


venia <strong>de</strong> nuestros lectores, lo hallaremos en la<br />

calle <strong>de</strong> los Lombardos, en "<strong>El</strong> Pilón <strong>de</strong> Oro", en<br />

casa <strong>de</strong> nuestro distinguido amigo Planchet.<br />

Son las ocho <strong>de</strong> la noche, hace calor, y<br />

sólo se ve abierta una ventana en un cuarto<br />

entresuelo.<br />

Un olor <strong>de</strong> especias, unido al olor menos<br />

exótico <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> la calle, subía a las<br />

narices <strong>de</strong>l mosquetero.<br />

Artagnan, recostado en un sillón <strong>de</strong> respaldo<br />

plano, con las piernas no estiradas, sino<br />

colocadas sobre un escabel, formaba el ángulo<br />

más obtuso que pue<strong>de</strong> suponerse.<br />

Sus ojos, tan astutos y movibles ordinariamente,<br />

estaban fijos y casi velados, y habían<br />

tomado por punto <strong>de</strong> mira invariable el trocito<br />

<strong>de</strong> cielo azul que se ve <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sgarrones<br />

<strong>de</strong> las chimeneas, porción justa y precisa <strong>de</strong><br />

azul que se necesitaría para remendar uno <strong>de</strong><br />

los sacos <strong>de</strong> lentejas o <strong>de</strong> judías que formaban<br />

el principal mueblaje <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l piso bajo.


Así tendido, así abismado en sus observaciones<br />

ultrafenestrales, no era ya el hombre<br />

<strong>de</strong> guerra ni el oficial <strong>de</strong> Palacio, sino un pechero<br />

bostezando entre la comida y la cena, y entre<br />

la cena y la hora <strong>de</strong> acostarse; uno <strong>de</strong> esos cerebros<br />

osificados, que no tienen sitito para la menor<br />

i<strong>de</strong>a, merced a la tenacidad con que la materia<br />

acecha en los puestos <strong>de</strong> la inteligencia, y<br />

vigila el contrabando que pudiera hacerse, introduciendo<br />

en el cerebro un síntoma <strong>de</strong> pensamiento.<br />

Hemos dicho que era <strong>de</strong> noche; las tiendas<br />

se iban iluminando, al paso que se cerraban<br />

las ventanas <strong>de</strong> los cuartos superiores; una patrulla<br />

<strong>de</strong> la ronda <strong>de</strong>jaba oír el ruido <strong>de</strong>sigual<br />

<strong>de</strong> sus pasos.<br />

Artagnan continuaba sin oír cosa alguna<br />

ni divisar más que el trocito azul <strong>de</strong> su cielo.<br />

A dos pasos <strong>de</strong> él, enteramente en la<br />

sombra, se hallaba acostado Planchet sobre un<br />

saco <strong>de</strong> maíz, con el vientre sobre el saco y los


azos bajo la barba, mirando a Artagnan pensar,<br />

soñar o dormir con los ojos abiertos.<br />

La observación duraba ya largo tiempo.<br />

Planchet principió por hacer:<br />

-¡Hum! ¡Hum!<br />

Artagnan no se movió.<br />

Planchet conoció entonces que era necesario<br />

apelar a un medio más eficaz, y, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> maduras reflexiones, lo que halló más ingenioso<br />

en las circunstancias <strong>de</strong>l momento fue<br />

<strong>de</strong>jarse rodar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el saco al suelo, murmurando<br />

contra él mismo la palabra:<br />

-¡Imbécil!<br />

Pero, a pesar <strong>de</strong>l ruido ocasionado por<br />

la caída <strong>de</strong> Planchet, Artagnan, que en el transcurso<br />

<strong>de</strong> su vida había oído ruidos mucho más<br />

extraños, no hizo el menor caso <strong>de</strong> aquél.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, una enorme carreta, cargada<br />

dé piedras, <strong>de</strong>sembocaba por la calle <strong>de</strong><br />

Saint-Médéric y embebía en el ruido <strong>de</strong> sus<br />

ruedas el ruido <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> Planchet.


Sin embargo, éste creyó ver sonreírse<br />

imperceptiblemente a Artagnan como en señal<br />

<strong>de</strong> aprobación tácita a la palabra imbécil.<br />

Por lo que, haciéndole cobrar algún<br />

ánimo, se aventuró á <strong>de</strong>cir:<br />

-¿Dormís acaso, señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />

-No, Planchet; ni siquiera duermo -<br />

respondió el mosquetero.<br />

-Mucho siento -dijo Planchet- haber oído<br />

la palabra siquiera.<br />

-¿Y por qué? ¿No es palabra inteligible?<br />

-Sí tal, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¿Pues qué?<br />

-Es que esa palabra me aflige.<br />

-Desarróllame tu aflicción, Planchet -<br />

dijo Artagnan.<br />

-Si no dormís siquiera, según vuestra<br />

expresión, tanto vale a no tener el consuelo <strong>de</strong><br />

dormir. O mejor, es como si dijerais en otros<br />

términos: "Planchet, me aburro hasta no po<strong>de</strong>r<br />

más."


-Planchet, ya sabes que no me aburro<br />

jamás.<br />

-Excepto hoy, ayer y anteayer.<br />

-¡Bah!<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan, hace ocho días que<br />

habéis venido <strong>de</strong> Fontainebleau; hace ocho días<br />

que no tenéis nada que or<strong>de</strong>nar, ni podéis hacer<br />

maniobrar a vuestra compañía. Os falta el ruido<br />

<strong>de</strong> los mosquetes, <strong>de</strong> los tambores y <strong>de</strong> todo el<br />

aparato real; y yo, que también he llevado<br />

mosquete, sé perfectamente lo que es eso.<br />

-Planchet -respondió Artagnan-; te aseguro<br />

que no me aburro lo más mínimo.<br />

-Entonces, ¿qué hacéis ahí echado como<br />

un muerto?<br />

-Amigo Planchet, en el sitio <strong>de</strong> La Rochela,<br />

cuando yo permanecía allí, cuando tú<br />

estabas, cuando estábamos nosotros, en fin,<br />

había un árabe que tenía adquirida cierta celebridad<br />

por la <strong>de</strong>streza con que apuntaba las<br />

culebrinas. Era un mozo <strong>de</strong> talento, aunque <strong>de</strong><br />

color extraño, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> aceituna. Pues bien,


ese árabe, luego que había comido o trabajado,<br />

se tumbaba como yo lo estoy en este momento,<br />

y fumaba ciertas hojas mágicas en un gran tubo<br />

con boquilla <strong>de</strong> ámbar, y si acertaba a pasar<br />

algún jefe y le echaba en cara que estuviese<br />

durmiendo siempre, le respondía tranquilamente:<br />

"Más vale estar sentado que <strong>de</strong> pie,<br />

acostado que sentado, muerto que acostado."<br />

-Ese árabe era tan lúgubre por su valor<br />

como por sus sentencias -dijo Planchet-; me<br />

acuerdo <strong>de</strong> él muy bien, y también <strong>de</strong> que cortaba<br />

cabezas <strong>de</strong> protestantes con mucha satisfacción.<br />

-Precisamente; y por cierto que las embalsamaba<br />

cuando valían la pena.<br />

-Sí, y cuando se hallaba en esa operación,<br />

con todas sus hierbas y todas sus gran<strong>de</strong>s<br />

plantas, tenía las trazas <strong>de</strong> un cestero haciendo<br />

azafates.<br />

-Sí, Planchet; así era en efecto.<br />

-¡Oh! También yo tengo memoria.


-Lo creo; más, ¿qué me dices <strong>de</strong> su razonamiento?<br />

-Señor, lo encuentro exacto en parte,<br />

pero estúpido en otra.<br />

-Explícate, Planchet, explícate. -Pues<br />

bien, señor, en efecto, más vale estar sentado<br />

que <strong>de</strong> pie; eso es incontestable, sobre todo<br />

cuando se halla uno fatigado, en ciertas circunstancias...<br />

(y Planchet sonrió con aire picaresco).<br />

Más vale estar acostado que sentado; pero, en<br />

cuanto a la última proposición <strong>de</strong> que más vale<br />

estar muerto que acostado, <strong>de</strong>claro que la encuentro<br />

absurda; que mi preferencia absoluta<br />

está por la cama, ' y que, si no sois vos <strong>de</strong> mi<br />

opinión, es porque, como he tenido el honor <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>ciros hace poco, os aburrís soberanamente.<br />

-Planchet, ¿conoces al señor <strong>de</strong> La Fontaine?<br />

-¿<strong>El</strong> farmacéutico <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la<br />

calle Saint-Médéric?<br />

-No, el fabulista.


-¡Ah! Maese Cuervo. -Exactamente; pues<br />

bien, yo soy su liebre.<br />

-¿Tiene también una liebre?<br />

-Y toda especie <strong>de</strong> animales.<br />

-¿Y qué hace su liebre?<br />

-Piensa.<br />

-¡Ah!<br />

-Planchet ,yo soy como la liebre <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> La Fontaine, y pienso.<br />

-¿Conque piensa ? -preguntó inquieto<br />

Planchet.<br />

-Sí, Planchet; tu habitación es bastante<br />

triste para inclinar a uno a la meditación; me p<br />

que no podrás menos <strong>de</strong> convenir en ello.<br />

Sin embargo, tenéis vistas a la calle.<br />

-¡Pardiez! Hay que ver lo recreativo que<br />

es, ¿eh?<br />

-No por eso es menos cierto, señor, que<br />

si habitáis la parte <strong>de</strong> atrás os aburriríais<br />

igualmente... No, quiero <strong>de</strong>cir que pensaríais<br />

más todavía.<br />

-No lo sé, a fe mía. Planchet.


-Si a lo menos -repuso el abacero- fuesen<br />

vuestros pensamientos <strong>de</strong> la especie <strong>de</strong>l que os<br />

condujo a la restauración <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>.<br />

Y Planchet hizo asomar a sus labios una<br />

sonrisita que no carecía <strong>de</strong> significación.<br />

-¡Hola, hola! ¿Eres ambicioso, Planchet?<br />

-¿No hay por ahí algún otro rey a quien<br />

restaurar, señor <strong>de</strong> Artagnan, u otro Monk a<br />

quien meter en algún cajón?<br />

-No, mi querido Planchet, todos los reyes<br />

están en sus tronos... quizá no tan bien como<br />

yo en esta silla, pero al fin mantiénense en<br />

ellos.<br />

Y Artagnan exhaló un suspiro.<br />

-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo Planchet-, me<br />

estáis dando pena.<br />

-Tienes excelente corazón, Planchet.<br />

-¡Una sospecha me asalta, Dios me perdone!<br />

-¿Cuál?<br />

-Que os vais poniendo flaco, señor <strong>de</strong><br />

Artagnan.


-¡Oh! -murmuró Artagnan dándose una<br />

puñada en el tórax, que resonó como una coraza<br />

hueca-; no pue<strong>de</strong> ser, Planchet.<br />

-Es que -dijo Planchet con efusión- si<br />

enflaquecieseis en mi casa...<br />

-¿Qué?<br />

-Sería capaz <strong>de</strong> cometer un atentado.<br />

-¿Cómo?<br />

-Sí.<br />

-Veamos: ¿qué harías?<br />

-Buscar al que es causa <strong>de</strong> vuestra pena.<br />

-¿Conque tengo una pena?<br />

-Sí, una tenéis.<br />

-No, Planchet.<br />

-Os digo que sí. Tenéis una pena, y eso<br />

es lo que os pone flaco.<br />

-¿Estás cierto <strong>de</strong> que voy enflaqueciendo?<br />

-A ojos vistas... ¡Málaga! Si continuáis<br />

enflaqueciendo, cojo mi tizona y me voy a cortar<br />

la cabeza al señor <strong>de</strong> Herblay.


-¡Cómo! -dijo Artagnan dando un brinco<br />

en su silla-. ¿Qué estás diciendo, Planchet, ni<br />

qué tiene que ver con vuestra abacería el nombre<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay?<br />

-¡Bien, bien! Enojaos cuanto queráis,<br />

ofen<strong>de</strong>dme, si os agrada; pero ¡pardiez! que sé<br />

muy bien lo que me sé.<br />

Durante esta segunda salida <strong>de</strong> Planchet,<br />

se había colocado Artagnan <strong>de</strong> modo que<br />

no se le escapase una sola <strong>de</strong> las miradas <strong>de</strong><br />

aquél; es <strong>de</strong>cir, que se hallaba sentado, con las<br />

manos apoyadas sobre las rodillas y el cuello<br />

estirado en la dirección <strong>de</strong>l digno abacero.<br />

-Veamos -dijo-, explícate, y dime cómo<br />

has podido proferir semejante blasfemia. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Herblay, tu antiguo jefe, amigo mío,<br />

un eclesiástico, un mosquetero transformado en<br />

obispo... ¿Te atreverías a levantar tu acero contra<br />

él, Planchet?<br />

-Sería capaz <strong>de</strong> levantarlo contra mi<br />

padre, cuando os veo en ese estado.<br />

-¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, un gentilhombre!


-Poco me importa que sea un gentilhombre<br />

o no. Lo que sé es que os hace estar<br />

triste, y <strong>de</strong> estar triste se pone uno flaco. ¡Málaga!<br />

No quiero que el señor <strong>de</strong> Artagnan salga<br />

<strong>de</strong> mi casa más flaco que entró.<br />

-¿Y por qué me hace estar triste? Explícate.<br />

-Hace tres noches que tenéis pesadillas.<br />

-¿Yo?<br />

-Sí, y en ellas no hacéis más que repetir:<br />

"¡Aramis, solapado Aramis!"<br />

-¿Eso he dicho? -preguntó Artagnan.<br />

-Sí por cierto, a fe <strong>de</strong> Planchet.<br />

-Bien, ¿y qué? Ya sabes el proverbio que<br />

dice: "Quimeras son los sueños".<br />

-No, porque en estos tres días, siempre<br />

que habéis salido no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> preguntarme<br />

al volver: "¿Has visto al señor <strong>de</strong> Herblay?"<br />

O bien: "¿Has recibido alguna carta <strong>de</strong>l<br />

señor <strong>de</strong> Herblay para mí?"


-Pero creo que nada tenga <strong>de</strong> particular<br />

que me interese por ese querido amigo -dijo<br />

Artagnan.<br />

-Sí, por cierto, mas no hasta el punto <strong>de</strong><br />

enflaquecer.<br />

-Planchet, ya engordaré, te doy mi palabra<br />

<strong>de</strong> honor.<br />

-Bien, señor; la acepto, pues sé que<br />

cuando dais vuestra palabra, eso es sagrado...<br />

-No soñaré más con Aramis.<br />

-¡Muy bien!<br />

-No te preguntaré tampoco si hay carta<br />

<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay.<br />

-¡Perfectamente!<br />

-Pero vas a explicarme una cosa.<br />

-Hablad, señor.<br />

-Ya sabes que soy naturalmente observador.<br />

-Lo sé muy bien...<br />

-Y hace poco has pronunciado un juramento<br />

singular...


-Sí.<br />

-Que no te había oído jamás.<br />

-¿Malagá, queréis <strong>de</strong>cir?<br />

-Precisamente.<br />

-Es el juramento que empleo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

soy abacero.<br />

-Lo encuentro muy natural; ése es el<br />

nombre <strong>de</strong> unas pasas.<br />

-Es mi juramento <strong>de</strong> ferocidad; cuando<br />

llego a <strong>de</strong>cir ¡malagá!, ya no soy un hombre.<br />

-Pero es el caso que no te conocía ese<br />

juramento.<br />

-Así es, señor; me lo han dado. Y, al<br />

pronunciar Planchet estas palabras, guiñó el ojo<br />

con cierto aire <strong>de</strong> truhanería que llamó la atención<br />

<strong>de</strong> Artagnan.<br />

-¡Je, je! -dijo.<br />

-¡Je, je! -repitió Planchet.<br />

-¡Hola, hola, señor Planchet!<br />

Qué diantre, señor! –dijo Planchet-. Yo<br />

no soy como vos, ni me paso la vida en pensar.<br />

-No haces bien.


-Quiero <strong>de</strong>cir, en aburrirme, señor: ya<br />

que la vida es corta, ¿por qué no aprovecharla?<br />

-Por lo que veo, eres filósofo epicúreo,<br />

Planchet.<br />

-¿Y por qué no? La mano está buena, y<br />

escribe y pesa azúcar y especias; el pie está seguro,<br />

se baila y se pasea; el estómago tiene<br />

dientes, se <strong>de</strong>vora y se digiere; el corazón no<br />

está aún muy encallecido... Pues bien, señor...<br />

-¿Qué? Veamos.<br />

-¡Ahí está!. . . -dijo el abacero restregándose<br />

las manos. Artagnan cruzó una pierna<br />

sobre otra.<br />

-Planchet, amigo mío -dijo-, ¿sabes que<br />

me <strong>de</strong>jas estupefacto <strong>de</strong> sorpresa?<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque te revelas a mí bajo un aspecto<br />

<strong>de</strong>l todo nuevo. Lisonjeado Planchet en alto<br />

grado, continuó restregándose las manos hasta<br />

arrancarse la epi<strong>de</strong>rmis.<br />

-¡Ah! ¡ah! -dijo-. ¿Creéis que porque sea<br />

un bestia, soy un imbécil?


-Bien, Planchet; eso ya es un razonamiento.<br />

-Seguid bien mi i<strong>de</strong>a, señor. Yo he dicho<br />

para mí -prosiguió Planchet-: sin placer, no hay<br />

felicidad sobre 1ª tierra.<br />

-¡Qué verdad es eso que has icho, Planchet!<br />

-interrumpió Artagnan.<br />

-Pues procurémonos, si no placer, por lo<br />

menos consuelos.<br />

-¿Y consigues consolarte?<br />

-Sí, por cierto.<br />

-¿Y a ver cómo?<br />

-Armándose <strong>de</strong> un broquel para ir a<br />

combatir el fastidio. Arreglo mi tiempo <strong>de</strong> paciencia,<br />

y la víspera, precisamente, <strong>de</strong>l día en<br />

que veo que voy a aburrirme, me divierto.<br />

-¿Y no es más difícil que eso?<br />

-No.<br />

-¿Y has hallado eso tú solo?<br />

-Yo solo.<br />

-¡Pues es prodigioso!<br />

-¿Qué os parece?


-Afirmo que tu filosofía no tiene igual<br />

en el mundo.<br />

-Entonces seguid mi ejemplo.<br />

-No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser tentador.<br />

-Haced lo que yo.<br />

-No <strong>de</strong>searía otra cosa; pero no todas las<br />

almas tienen un mismo temple, y quizá si tuviese<br />

que divertirme como tú, me aburriría terriblemente.<br />

-¡Bah! Probad.<br />

-Vamos a ver, ¿qué haces tú?<br />

-¿Habéis notado que suelo ausentarme<br />

<strong>de</strong> vez en cuando?<br />

-Sí.<br />

-¿Y <strong>de</strong> cierta manera?<br />

-Periódicamente.<br />

-Así es; ¿conque lo habéis notado?<br />

-Amigo Planchet, ya conocerás que<br />

cuando dos se están viendo todos los días, si<br />

uno <strong>de</strong> ellos se ausenta, le falta al otro. ¿No te<br />

falto yo a ti, cuando estoy en campaña?


-¡Inmensamente! Soy como cuerpo sin<br />

alma.<br />

-Esto supuesto, continuemos.<br />

-¿Y a qué épocas suelo ausentarme?<br />

-Los días 15 y 30 <strong>de</strong> cada mes.<br />

-¿Y estoy fuera?<br />

-Unas veces dos días, otras tres, otras<br />

cuatro... según.<br />

-¿Y qué suponéis que voy a hacer?<br />

-Compras.<br />

-Y al volver me encontráis con el semblante...<br />

-Muy satisfecho.<br />

-Ya veis que vos mismo <strong>de</strong>cís que vengo<br />

siempre satisfecho. ¿Y a qué habéis atribuido<br />

esa satisfacción?<br />

-A que marchaba bien tu comercio; a<br />

que las compras <strong>de</strong> arroz, <strong>de</strong> ciruelas, <strong>de</strong> cogucho,<br />

<strong>de</strong> peras en conserva y <strong>de</strong> melaza, te salían<br />

a pedir <strong>de</strong> boca. Tú has tenido siempre un carácter<br />

muy pintoresco, y así es que jamás he<br />

extrañado verte optar por ese ramo, que es uno


<strong>de</strong> los comercios más variados y más dulce al<br />

carácter, en cuanto a que casi todas las cosas<br />

que en él se manejan son naturales y aromáticas.<br />

-Perfectamente, señor; pero ¡qué equivocado<br />

estáis!<br />

-¡Yo equivocado¡ ¿En qué?<br />

-En creer que-voy cada quince días a<br />

compras o a ventas. ¡Oh señor! ¿Cómo diablos<br />

habéis podido figuraros semejante cosa? ¡Jo, jo,<br />

jo!<br />

Y Planchet comenzó a reír en términos<br />

<strong>de</strong> inspirar a Artagnan las dudas más injuriosas<br />

acerca <strong>de</strong> su propia inteligencia.<br />

-Declaro -dijo el mosquetero que no<br />

llegan a tanto mis alcances.<br />

-Así es, señor.<br />

-¿Cómo que así es?<br />

-Necesario es que así sea, cuando vos lo<br />

<strong>de</strong>cís; pero advertid que eso no os hace per<strong>de</strong>r<br />

nada en mi concepto.


-¡Vamos, no es poca fortuna! No, sois<br />

hombre <strong>de</strong> ingenio, y, cuando se trata <strong>de</strong> guerra,<br />

<strong>de</strong> táctica y <strong>de</strong> golpes <strong>de</strong> mano, ¡diantre!,<br />

los reyes valen muy poco a vuestro lado; mas<br />

en punto a <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>l alma, a regalos <strong>de</strong>l<br />

cuerpo, a dulzuras <strong>de</strong> la vida, no me habléis <strong>de</strong><br />

los hombres <strong>de</strong> genio, señor, porque son sus<br />

propios verdugos.<br />

-Querido Planchet -dijo Artagnan con<br />

viva curiosidad-; llegas a interesarme en el más<br />

alto grado.<br />

-A que os aburrís ahora menos que antes,<br />

¿no es verdad?<br />

-No me aburría; no obstante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

has empezado a hablarme, estoy más divertido.<br />

-Vamos, vamos, ¡excelente principio!<br />

Respondo <strong>de</strong> llegar a curaros.<br />

-No <strong>de</strong>seo otra cosa.<br />

-¿Queréis que haga la prueba?<br />

-Al instante.<br />

-Está bien. ¿Tenéis aquí caballos?<br />

-Sí; diez, veinte, treinta.


-No hay necesidad <strong>de</strong> tantos: con dos,<br />

basta.<br />

-Están a tu disposición, Planchet.<br />

-¡Bueno! Vendréis conmigo.<br />

-¿Cuándo?<br />

-Mañana.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

-Esto es preguntar ya <strong>de</strong>masiado.<br />

-Sin embargo, no podrás menos <strong>de</strong> convenir<br />

en que es importante que sepa a dón<strong>de</strong><br />

voy.<br />

-¿Os agrada el campo?<br />

-Medianamente, Planchet.<br />

-Entonces, ¿preferís la ciudad?<br />

-Según y cómo.<br />

-Pues bien, os llevo a un sitio mitad ciudad,<br />

mitad campo.<br />

-Sea enhorabuena.<br />

-A un punto en que estoy seguro que os<br />

divertiréis.<br />

-Muy bien.


-¡Y cosa extraña! A un punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

habéis venido por aburriros en él.<br />

-¿Yo?<br />

-Terriblemente.<br />

-¿De modo que es a Fontainebleau<br />

adon<strong>de</strong> vas?<br />

-A Fontainebleau, sí, señor.<br />

-¿Tú a Fontainebleau?<br />

-Yo en persona.<br />

-¿Y qué vas a hacer allí, Dios santo?<br />

Planchet contestó a Artagnan con un<br />

guiño <strong>de</strong> malicia.<br />

-¿Tienes allí tierras, pícaro?<br />

-¡Oh! Una miseria, una bicoca.<br />

-¿Y para eso vamos?<br />

-Es que es cosa buena, palabra <strong>de</strong> honor.<br />

-¿Conque voy a la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong><br />

Planchet? -dijo Artagnan.<br />

-Cuando gustéis.<br />

-¿No hemos dicho mañana?


-Pues bien, mañana; así como así, mañana<br />

estamos a 14, víspera <strong>de</strong>l día en que temo<br />

aburrirme; así, pues, convenido.<br />

-Convenido.<br />

-¿Me prestáis uno <strong>de</strong> vuestros caballos?<br />

-<strong>El</strong> mejor.<br />

-No; prefiero el más dócil, porque ya<br />

sabéis que nunca he sido buen jinete, y en la<br />

abacería he acabado <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la costumbre.<br />

Luego...<br />

-¿Qué?<br />

-Luego -repuso con otro guiño-, no<br />

quiero fatigarme.<br />

-¿Y por qué? -se aventuró a preguntar<br />

Artagnan.<br />

-Porque entonces no me divertiría -<br />

contestó Planchet.<br />

Y en seguida se levantó <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> maíz,<br />

estirándose y haciendo crujir todos sus huesos,<br />

unos tras otros, con cierta armonía.<br />

-¡Planchet, Planchet! -exclamó Artagnan-.<br />

Declaro que no hay sobre la tierra sibarita


que se te pueda comparar. ¡Ay, Planchet! Ya se<br />

conoce que no hemos comido juntos todavía un<br />

tonel <strong>de</strong> sal.<br />

-¿Por qué, señor?<br />

-Porque no te conozco aún -dijo Artagnan-;<br />

y vuelvo <strong>de</strong> hecho a creer <strong>de</strong>finitivamente<br />

lo que pensé <strong>de</strong> ti el día en que en Boulogne<br />

estrangulaste, o poco menos, a Lubin, el criado<br />

<strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s; quiero <strong>de</strong>cir que eres hombre<br />

<strong>de</strong> recursos.<br />

Planchet prorrumpió en una risa llena<br />

<strong>de</strong> fatuidad, dio las buenas noches al mosquetero<br />

y bajó a su trastienda, que le servía <strong>de</strong><br />

dormitorio.<br />

Artagnan recobró su primera posición<br />

?h la silla, y su frente, <strong>de</strong>sarru gada por un<br />

momento, tomó una expresión más meditabunda<br />

que nunca.<br />

Había olvidado ya las locuras y los sueños <strong>de</strong><br />

Planchet.<br />

"Sí -se dijo reanudando el hilo <strong>de</strong> sus<br />

i<strong>de</strong>as, interrumpidas por el grato coloquio que


hemos puesto en conocimiento <strong>de</strong> nuestros<br />

lectores-, sí, todo está en esto:<br />

"1° Saber lo que Baisemeaux quería <strong>de</strong><br />

Aramis;<br />

'2° Saber por qué Aramis no me comunica<br />

noticias suyas;<br />

"3° Saber dón<strong>de</strong> está Porthos. "En estos<br />

tres puntos está el misterio.<br />

Ahora bien; puesto qué nuestros amigos<br />

nada nos dicen, valgámonos <strong>de</strong> nuestra pobre<br />

inteligencia. Uno hace lo que pue<strong>de</strong>, ¡pardiez!,<br />

o ¡malagá!, como dice Planchet."<br />

V<strong>II</strong>I<br />

LA CARTA DEL SEÑOR BAISEMEAUX<br />

Artagnan, fiel a su plan, iba al día siguiente<br />

a visitar al señor Baisemeaux.<br />

Era día <strong>de</strong> limpieza en la Bastilla; los<br />

cañones estaban bruñidos, relucientes, las escaleras<br />

raídas; los llaveros parecían ocupados en<br />

pulir hasta sus mismas, llaves.


Respecto a los soldados <strong>de</strong> la guarnición,<br />

se paseaban en los patios, bajo pretexto <strong>de</strong><br />

que se hallaban asaz limpios.<br />

<strong>El</strong> comandante Baisemeaux recibió a<br />

Artagnan muy políticamente; pero estuvo con<br />

él tan reservado, que toda la sutileza <strong>de</strong> Artagnan<br />

no pudo sacarle una sola palabra.<br />

Cuanto más se contenía, más crecía la<br />

<strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> Artagnan. Este creyó observar<br />

que el comandante obraba así en virtud <strong>de</strong><br />

una recomendación reciente. Baisemeaux no<br />

fue en el Palais Royal, con Artagnan, el hombre<br />

frío e impenetrable que éste hallara en el Baisemeaux<br />

<strong>de</strong> la Bastilla. Cuando Artagnan quiso<br />

hacerle hablar sobre la necesidad urgentísima<br />

<strong>de</strong> dinero que había conducido a Baisemeaux<br />

en busca <strong>de</strong> Aramis, y lo hizo expansivo aquella<br />

noche, Baisemeaux pretextó que había <strong>de</strong><br />

dar ór<strong>de</strong>nes en la prisión, y <strong>de</strong>jó a Artagnan<br />

fastidiarse tanto esperándole, que nuestro mosquetero,<br />

seguro <strong>de</strong> no obtener una palabra más,


partió <strong>de</strong> la Bastilla sin que Baisemeaux hubiera<br />

regresado <strong>de</strong> su inspección.<br />

Pero tenía una sospecha, y Artagnan,<br />

una vez <strong>de</strong>spertadas sus sospechas, no podía<br />

dormir.<br />

Era con relación a los hombres lo que el<br />

gato respecto a los cuadrúpedos; el emblema <strong>de</strong><br />

la inquietud y <strong>de</strong> la impaciencia a un mismo<br />

tiempo.<br />

Un gato inquieto no está en un mismo<br />

sitio más tiempo que el copó <strong>de</strong> seda que se<br />

mece al soplo <strong>de</strong>l viento. Un gato que acecha<br />

muere en su puesto <strong>de</strong> observación, y ni el<br />

hambre ni la sed pue<strong>de</strong>n sacarlo <strong>de</strong> su meditación.<br />

Artagnan, que se abrasaba <strong>de</strong> impaciencia,<br />

sacudió <strong>de</strong> pronto aquel sentimiento<br />

como un manto asaz pesado. Díjose a sí mismo<br />

que lo que le ocultaban era cabalmente lo que<br />

más le importaba saber.<br />

En consecuencia, reflexionó que Baisemeaux<br />

no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> avisar a Aramis, si Aramis


le había hecho alguna recomendación. Así sucedió.<br />

Apenas Baisemeaux había tenido tiempo para<br />

regresar <strong>de</strong>l torreón cuando ya Artagnan se<br />

había colocado <strong>de</strong> emboscada cerca <strong>de</strong> la calle<br />

<strong>de</strong>l Petit-Musc, <strong>de</strong> manera que pudiese ver a<br />

cuantos salieran <strong>de</strong> la Bastilla.<br />

Después <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong> plantón en el<br />

Rastrillo <strong>de</strong> Oro, bajo el colgadizo que le daba<br />

algo <strong>de</strong> sombra, Artagnan vio salir a un soldado<br />

<strong>de</strong> la guardia.<br />

Era éste el mejor indicio que pudiera<br />

<strong>de</strong>searse. Todo guardián o llavero tiene sus<br />

días <strong>de</strong> salida y sus horas <strong>de</strong> servicio en la Bastilla,<br />

puesto que todos están obligados a no<br />

tener ni mujer ni habitación en la fortaleza, y<br />

pue<strong>de</strong>n salir por consiguiente sin excitar la curiosidad.<br />

Pero un soldado acuartelado está encerrado<br />

veinticuatro horas cuando está <strong>de</strong> guardia,<br />

y Artagnan sabía esto mejor que nadie.


Aquel soldado no podía <strong>de</strong>jar el servicio sino<br />

por or<strong>de</strong>n expresa y urgente.<br />

<strong>El</strong> soldado, hemos dicho, partió <strong>de</strong> la<br />

Bastilla, y lentamente, como un dichoso mortal<br />

a quien, en vez <strong>de</strong> una facción ante un aburrido<br />

cuerpo <strong>de</strong> guardia, o en un baluarte no menos<br />

fastidioso, le llega la buena ganga <strong>de</strong> una libertad<br />

unida a un paseo, a cuenta <strong>de</strong> un servicio<br />

que son dos placeres. Dirigióse hacia el arrabal<br />

San Antonio, aspirando el aire, el sol, y mirando<br />

a las mujeres.<br />

Artagnan lo siguió <strong>de</strong> lejos, pues aún no<br />

había fijado sus i<strong>de</strong>as sobre lo que había <strong>de</strong><br />

hacer.<br />

"Es preciso, ante todas las cosas -pensó-,<br />

que vea la cara <strong>de</strong> esa buena pieza. Un hombre<br />

visto es un hombre juzgado."<br />

Artagnan dobló el paso, y, lo que no era<br />

difícil, alcanzó al soldado.<br />

No sólo vio su rostro, que era bastante<br />

inteligente y resuelto, sino también su nariz,<br />

que era un poco colorada.


"Al tunante le gusta el aguardiente" -se<br />

dijo.<br />

Al mismo tiempo que veía la nariz encarnada,<br />

veía en el cinturón <strong>de</strong>l soldado un<br />

papel blanco.<br />

"Bueno, carta tenemos -añadió para sí<br />

Artagnan-. Ahora bien, un hombre que se siente<br />

satisfecho <strong>de</strong> ser elegido por el Señor Baisemeaux<br />

para estafeta, no ven<strong>de</strong> el mensaje."<br />

En tanto que Artagnan se mordía los<br />

puños, el soldado avanzaba siempre por el<br />

arrabal <strong>de</strong> San Antonio.<br />

"De fijo va a Saint-Mandé -se dijo-, y no<br />

sabré lo que esa carta contiene."<br />

Era para per<strong>de</strong>r la cabeza.<br />

"Si estuviese <strong>de</strong> uniforme -se dijo Artagnan-,<br />

haría arrestar a ese pillastre y a su carta<br />

con él. <strong>El</strong> primer cuerpo <strong>de</strong> guardia me ayudaría<br />

a ello. Pero al <strong>de</strong>monio si doy mi nombre<br />

para asunto <strong>de</strong> esta clase. Hacerlo beber... <strong>de</strong>sconfiará,<br />

y <strong>de</strong>spués tal vez me emborrache...<br />

¡Cáscaras! Ya no tengo talento, y para nada


sirvo... Atacar a ese <strong>de</strong>sgraciado, matarlo para<br />

obtener su carta... eso estaría bien si se tratase<br />

<strong>de</strong> una misiva <strong>de</strong> la reina o <strong>de</strong> un lord, o <strong>de</strong> una<br />

carta <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal a la reina. ¡Pero, Dios mío,<br />

qué miseria las intrigas <strong>de</strong> los señores Aramis y<br />

Fouquet con Colbert! La vida <strong>de</strong> un hombre<br />

para eso... ¡Ah! Ni diez escudos siquiera."<br />

Filosofando así, y mordiéndose las uñas<br />

y el bigote, distinguió a un pequeño grupo <strong>de</strong><br />

arqueros y un comisario.<br />

Aquellas gentes llevaban a un hombre<br />

<strong>de</strong> buena presencia, que luchaba por escapar.<br />

Los arqueros habíanle <strong>de</strong>sgarrado sus<br />

vestidos y casi lo arrastraban. Pedía lo<br />

condujesen con miramientos, pues se tenía por<br />

hidalgo y soldado.<br />

Vio a nuestro soldado marchar por su camino y<br />

gritó:<br />

- ¡Soldado, a mí!<br />

<strong>El</strong> soldado partió con el mismo paso<br />

hacia aquel que lo interpelaba, y la multitud los<br />

siguió.


Una i<strong>de</strong>a le ocurrió entonces a Artagnan.<br />

Era la primera, y ya se verá luego que no<br />

era mala.<br />

Mientras el hidalgo refería al soldado<br />

que acababa <strong>de</strong> ser cogido en cierta casa cono<br />

ladrón, cuando sólo era amante, y el soldado le<br />

compa<strong>de</strong>cía y le daba consuelos y consejos con<br />

esa seriedad que el soldado francés trata el espíritu<br />

<strong>de</strong> cuerpo, Artagnan se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />

soldado, apretado por la multitud, y le sacó<br />

limpia y prontamente el papel <strong>de</strong> su cinturón.<br />

Como en aquel momento el hidalgo<br />

<strong>de</strong>sgarrado tiraba hacia sí al soldado; como el<br />

comisario tiraba <strong>de</strong>l hidalgo, Artagnan pudo<br />

realizar su captura sin el menor obstáculo.<br />

Colocóse a diez pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />

<strong>de</strong> una portada, y leyó el sobre:<br />

"Al señor Du-Vallón, en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />

en Saint-Mandé." -¡Bueno! -dijo.<br />

Y la abrió sin <strong>de</strong>sgarrarla; <strong>de</strong>spués sacó<br />

el papel, doblado en cuatro dobleces, y el cual<br />

sólo contenía estas palabras:


"Querido señor Du-Vallón: Dignaos <strong>de</strong>cir al<br />

señor <strong>de</strong> Herblay que ha venido a la Bastilla y<br />

que me ha interrogado.<br />

"Vuestro afectísimo. "BAISEMEAUX."<br />

-¡Muy bien! -exclamó Artagnan-. He<br />

aquí una cosa clara. Porthos está allí. Seguro <strong>de</strong><br />

lo que quería saber: "¡Diablo! -pensó el mosquetero-.<br />

Ved ahí a un pobre soldado, a quien ese<br />

en<strong>de</strong>moniado <strong>de</strong> Baisemeaux va a hacer pagar<br />

cara mi superchería... Si regresa sin la carta...<br />

¿qué le harán? En verdad, yo no la necesito,<br />

pues sabido lo que contiene, nada me importa."<br />

Artagnan conoció que el comisario y los<br />

arqueros habían convencido al soldado, y se<br />

llevaban su prisionero.<br />

Éste permanecía ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> la multitud,<br />

prosiguiendo sus quejas. Artagnan llegó en<br />

medio <strong>de</strong> todos, <strong>de</strong>jó caer la carta sin que nadie<br />

lo viese, alejándose luego con rapi<strong>de</strong>z.


<strong>El</strong> soldado continuaba su camino hacia<br />

Saint-Mandé, pensando mucho en aquel caballero<br />

que había implorado su protección.<br />

De pronto pensó un poco en su carta, y,<br />

mirando en su cinturón, vio que no estaba en<br />

él. Su grito <strong>de</strong> espanto produjo placer a Artagnan.<br />

Aquel pobre soldado miró en torno suyo<br />

con angustia, y al fin, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él, a veinte<br />

pasos, vio el dichoso sobre. Cayó sobre él como<br />

el milano sobre su presa.<br />

<strong>El</strong> sobre estaba un poco empolvado, un<br />

poco arrugado; pero al fin había encontrado su<br />

carta.<br />

Artagnan advirtió que el sello roto preocupaba<br />

mucho al soldado; pero al fin el buen<br />

hombre acabó por consolarse, y volvió a colocar<br />

la carta en su cinturón.<br />

-<strong>Parte</strong> -dijo Artagnan-; ya me queda<br />

tiempo suficiente y no importa que te a<strong>de</strong>lantes.<br />

Parece que Aramis no está en París, puesto<br />

que Baisemeaux escribe a Porthos. <strong>El</strong> querido


Porthos, ¡qué alegría volverlo a ver... y hablar<br />

con él!<br />

Y, regulando su paso por el <strong>de</strong>l soldado,<br />

se prometió llegar un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> él a casa <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

IX<br />

DONDE EL LECTOR VERA CON PLACER<br />

QUE PORTHOS CONSERVA TODA<br />

SU FUERZA<br />

Artagnan, según acostumbraba, había<br />

calculado que cada hora vale sesenta minutos,<br />

y cada minuto sesenta segundos.<br />

Por este cálculo exacto, llegó a la puerta<br />

<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte en el momento mismo en<br />

que el soldado salía con el cinturón <strong>de</strong>spejado.<br />

Un conserje asomóse a la puerta. Artagnan<br />

hubiera querido entrar sin nombrarse, pero<br />

no había otro medio, y se nombró.


A pesar <strong>de</strong> esta concesión, que <strong>de</strong>bía<br />

alzar toda dificultad, al menos en el sentir <strong>de</strong><br />

Artagnan, el conserje vaciló; pero al título, por<br />

segunda vez repetido, <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong> los guardias<br />

<strong>de</strong>l rey, sin <strong>de</strong>jar completamente paso, el<br />

conserje <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oponerse.<br />

Artagnan comprendió que se había dado<br />

una consigna formidable. Y se <strong>de</strong>cidió a<br />

mentir, lo cual no le costaba mucho, cuando<br />

veía sobre la mentira el bien <strong>de</strong>l Estado, o pura<br />

y simplemente su interés personal.<br />

Añadió, por tanto, a las <strong>de</strong>claraciones ya<br />

hechas, que el soldado que acababa <strong>de</strong> llevar<br />

una carta al señor Du-Vallon no era otro que su<br />

mensajero, y que la tal carta tenía por objeto<br />

comunicarle su llegada.<br />

Des<strong>de</strong> entonces nadie se opuso a la entrada<br />

<strong>de</strong> Artagnan, y Artagnan entró.<br />

Un sirviente quiso acompañarle, pero él<br />

respondió que era inútil, pues sabía perfectamente<br />

dón<strong>de</strong> estaba el señor Du-Vallon.


Nada había que contestar a un hombre<br />

tan completamente instruido. Escalinatas, salones,<br />

jardines, todo lo revisó el mosquetero. Un<br />

cuarto <strong>de</strong> hora anduvo por aquella casa más<br />

que regia, que contaba tantas maravillas como<br />

muebles y tantos servidores como columnas y<br />

puertas.<br />

"Indudablemeente -dijo par a sí-, esta<br />

casa no tiene más límites que los <strong>de</strong> la tierra. ¿Si<br />

habrá tenido Porthos el capricho <strong>de</strong> volver a<br />

Pierrefondos, sin salir <strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l señor Fouquet?"<br />

Por fin, llegó a una parte remota <strong>de</strong>l<br />

palacio, ceñida con un muro <strong>de</strong> piedras, sobre<br />

el cual, <strong>de</strong> distancia en distancia, se alzaban<br />

estatuas en posiciones tímidas o misteriosas.<br />

Eran vestales con peplos a gran<strong>de</strong>s pliegues,<br />

ágiles custodias con sus largos velos <strong>de</strong> mármol<br />

que abrigaban el palacio con sus furtivas. miradas.<br />

Un Hermes, con el <strong>de</strong>do sobre la boca, un<br />

Iris <strong>de</strong> alas <strong>de</strong>splegadas, una Noche toda rociada<br />

<strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras dominaban los jardines, y


los edificios que se entreveían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />

árboles; todas aquellas estatuas se perfilaban en<br />

blanco sobre los cipreses que lanzaban sus negras<br />

copas hacia el cielo. Estos encantos parecieron<br />

al mosquetero el esfuerzo supremo <strong>de</strong> la<br />

inteligencia humana. Encontrábase en una disposición<br />

<strong>de</strong> ánimo propia para poetizar, y .la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Porthos habitaba en semejante<br />

edén, le dio <strong>de</strong> Porthos una i<strong>de</strong>a más alta; tan<br />

cierto es que los ánimos más elevados no están<br />

libres <strong>de</strong> la influencia <strong>de</strong> lo que les ro<strong>de</strong>a.<br />

Artagnan encontró la puerta, y en la<br />

puerta una especie <strong>de</strong> resorte que <strong>de</strong>scubrió y<br />

oprimió. La puerta se abrió.<br />

Entró, cerró la puerta y penetró en un pabellón<br />

construido en rotonda, y en el cual no se oía<br />

otro ruido que el dé las cascadas y el canto <strong>de</strong><br />

los pájaros.<br />

A la puerta <strong>de</strong>l pabellón encontró un lacayo.<br />

-¿Es aquí -preguntó Artagnan sin vacilar-<br />

don<strong>de</strong> habita el señor barón Du-Vallon, no<br />

es verdad?


-Sí, señor -contestó el lacayo.<br />

-Pues avisadle que el .señor caballero <strong>de</strong><br />

Artagnan, capitán <strong>de</strong> los mosqueteros <strong>de</strong>l rey,<br />

le espera.<br />

Artagnan fue conducido a un salón, y no esperó<br />

mucho tiempo: un paso muy conocido estremeció<br />

el pavimento <strong>de</strong> la sala inmediata, una<br />

puerta se abrió, o más bien se <strong>de</strong>rribó, y Porthos<br />

echóse en brazos <strong>de</strong> su amigo con una cortedad<br />

que no le sentaba mal.<br />

-¿Vos aquí? -exclamó.<br />

-¿Y vos? -contestó Artagnan-. ¡Ah, socarrón!<br />

-Sí -dijo Porthos, sonriente y cortado-;<br />

me encontráis en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet, y eso<br />

os sorpren<strong>de</strong> un poco, ¿no es verdad?<br />

-No; ¿por qué no habéis <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> los<br />

íntimos <strong>de</strong>l señor Fouquet? <strong>El</strong> señor Fouquet<br />

tiene un gran número <strong>de</strong> ellos, y, especialmente,<br />

entre los hombres <strong>de</strong> talento.<br />

Porthos tuvo la mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> no consi<strong>de</strong>rar<br />

el cumplido por él.


-Y luego -añadió-, ya me habéis visto en<br />

Bulle-Isle.<br />

-Motivo <strong>de</strong> más para que me incline a<br />

creer que sois <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-<strong>El</strong> hecho es que lo conozco -dijo Porthos<br />

con cierto embarazo.<br />

-¡Muy culpable sois para conmigo! -<br />

exclamó Artagnan.<br />

-¿Cómo es eso? -contestó Porthos.<br />

-¡Cómo! ¡Lleváis a cabo una obra tan<br />

admirable como las fortificaciones <strong>de</strong> Bulle-Isle,<br />

y nada me <strong>de</strong>cís!<br />

Porthos se sonrojó.<br />

-Hay más -continuó Artagnan-, me veis<br />

allá, y no adivináis que el rey, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> saber<br />

quién es el hombre <strong>de</strong> mérito que realiza una<br />

obra, <strong>de</strong> la cual le han hecho las relaciones más<br />

magníficas, me envía para averiguar quién es<br />

ese hombre.<br />

-¡Cómo! <strong>El</strong> rey os ha enviado para saber...<br />

-¡Diantre! No hablemos <strong>de</strong> eso.


-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! -dijo Porthos-.<br />

Hablemos <strong>de</strong> ello, por el contrario. ¿Conque el<br />

rey sabía que se fortificaba a Bulle-Isle?<br />

-¡Bueno! ¿Es que el rey no lo sabe todo?<br />

-¿Pero no sabía quién la fortificaba?<br />

-No; pero lo sospechaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le<br />

dijeron que dirigía los trabajos un ilustre hombre<br />

<strong>de</strong> guerra.<br />

-¡Pardiez! -dijo Porthos-. Si yo hubiera<br />

sabido eso . . .<br />

-No os hubiérais escapado <strong>de</strong> Vannes,<br />

¿eh?<br />

-No. ¿Qué dijisteis cuando no me encontrasteis?<br />

-Amigo, reflexioné.<br />

-¡Ah, sí! Vos reflexionáis. . . ¿Y a qué os<br />

condujo el reflexionar?<br />

-A adivinar toda la verdad.<br />

-¡Ah! ¿Habéis adivinado?<br />

-¿Qué habéis adivinado? Veamos -dijo<br />

Porthos arrellanándose en un sillón y adoptando<br />

aspecto <strong>de</strong> esfinge.


-Adiviné, en primer lugar, que fortificábais<br />

a Belle-Isle.<br />

-Eso no era muy difícil, pues me habéis<br />

visto manos a la obra.<br />

-Pero adiviné otra cosa, y es que fortificábais<br />

a Belle-Isle por mandato <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-Es verdad.<br />

-No es eso todo; cuando me pongo a<br />

adivinar, no me <strong>de</strong>tengo en el camino.<br />

-¡Este querido Artagnan!<br />

-He adivinado que el señor Fouquet<br />

quería guardar el más profundo secreto sobre<br />

las fortificaciones.<br />

-Esa era su intención, en efecto, según<br />

creo -dijo Porthos.<br />

-Sí. ¿Y sabéis por qué <strong>de</strong>seaba guardar<br />

el secreto?<br />

-¡Toma! Para que la cosa no fuera sabida<br />

-dijo Porthos.<br />

-Eso en primer lugar; mas ese <strong>de</strong>seo<br />

estaba sometido a las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> una galantería...


-En efecto -dijo Porthos-; he oído <strong>de</strong>cir<br />

que el señor Fouquet era muy galante.<br />

-A la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una galantería que quería<br />

hacer al rey.<br />

-¡Oh, oh!<br />

-¿Os sorpren<strong>de</strong> eso?<br />

-Mucho.<br />

-¿No lo sabíais?<br />

-No.<br />

-Pues yo sí lo sé.<br />

-¿Sois por ventura brujo?<br />

-Nada <strong>de</strong> eso.<br />

-¿Cómo lo sabéis entonces?<br />

-¡Ah! Por un medio sencillísimo; se lo he<br />

oído <strong>de</strong>cir al mismo señor Fouquet al rey.<br />

-¿Decirle qué?<br />

-Que había hecho fortificar a Belle-Isle, y<br />

que se la regalaba.<br />

-¡Ah! ¿Eso habéis oído que le <strong>de</strong>cía al<br />

rey?<br />

-Con todas sus letras. Y hasta añadió:<br />

Belle-Isle ha sido fortificada por un ingeniero


amigo mío, hombre <strong>de</strong> mucho mérito, a quien<br />

pediré la venia <strong>de</strong> presentar al rey.<br />

-¿Su nombre? -preguntó el rey-. <strong>El</strong> barón<br />

Du-Vallon -respondió Fouquet-. Perfectamente<br />

-contestó el rey-; me lo presentaréis."<br />

-¿Eso respondió el rey?<br />

-A fe <strong>de</strong> Artagnan!<br />

-¡Oh! -murmuró Porthos-. Pero, ¿por<br />

qué no se me ha presentado entonces?<br />

-¿No se os ha hablado <strong>de</strong> esa presentación?<br />

-Sí tal; pero siempre la estoy esperando.<br />

-Estad tranquilo, ya llegará.<br />

-¡Hum! ¡Hum! -gruñó Porthos.<br />

Artagnan fingió no oír, y cambió <strong>de</strong><br />

conversación.<br />

-Pero creo que habitáis un lugar muy<br />

solitario, querido amigo -le dijo.<br />

-Siempre he amado el aislamiento, porque<br />

soy melancólico -respondió Porthos con un<br />

suspiro.


-Pues es raro -dijo Artagnan-, no había<br />

caído en éso.<br />

-Eso me suce<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy entregado<br />

a los estudios -repuso Porthos..<br />

-Pero los trabajos <strong>de</strong>l espíritu no habrán<br />

dañado al cuerpo, ¿eh?<br />

-¡Oh! De ningún modo.<br />

-¿Conque las fuerzas siguen bien?<br />

-Demasiado bien, amigo.<br />

-Es que he oído <strong>de</strong>cir que en los primeros<br />

días <strong>de</strong> vuestra llegada.<br />

-No podía moverme, ¿no es así?<br />

-¿Y por qué causa no podíais moveros? -<br />

preguntó Artagnan con una sonrisa.<br />

Porthos comprendió que había dicho<br />

una tontería, y quiso componerla.<br />

-Sí, he venido <strong>de</strong> Belle-Isle en malos<br />

caballos, y eso me cansó mucho.<br />

-No me sorpren<strong>de</strong>, pues yo, que venía<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> vos, me he encontrado en el camino<br />

siete u ocho reventados.<br />

-Ya veis que peso mucho -dijo Porthos.


-¿De modo que estabais molido.<br />

-La grasa me ha <strong>de</strong>rretido, y ese <strong>de</strong>rretimiento<br />

me ha puesto enfermo.<br />

-¡Ah, pobre Porthos! Y Aramis, ¿cómo se<br />

ha portado en esta ocasión?<br />

-Muy bien... Me hizo sangrar por el<br />

propio médico <strong>de</strong>l señor Fouquet. Pero figuraos<br />

que al cabo <strong>de</strong> ocho días ya no respiraba.<br />

-¿Pues cómo?<br />

-<strong>El</strong> cuarto era <strong>de</strong>masiado chico, y yo<br />

absorbía <strong>de</strong>masiado aire.<br />

-¿De veras?<br />

-Así me lo han dicho, al menos... Y entonces<br />

me trasladaron a otro aposento.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> ya respiráis?<br />

-Más... libremente, sí; pero nada <strong>de</strong> ejercicio.<br />

<strong>El</strong> médico preten<strong>de</strong> que no <strong>de</strong>bía moverme,<br />

pero yo me encuentro más fuerte que nunca.<br />

Esto ocasionó un grave acci<strong>de</strong>nte.<br />

-¿Qué acci<strong>de</strong>nte?<br />

-Imaginaos, amigo, que yo me rebelé<br />

contra los preceptos <strong>de</strong> ese médico imbécil, le


conviniese o no, y en consecuencia pedí al criado<br />

que me servía que me trajera vestidos.<br />

-¿Pues qué, estabais <strong>de</strong>snudo?<br />

-Por el contrario, tenía una bata hermosa.<br />

<strong>El</strong> lacayo obe<strong>de</strong>ció; me puse mi vestido, que<br />

se me había quedado <strong>de</strong>masiado ancho; pero,<br />

¡cosa rara!, mis pies también se habían puesto<br />

muy anchos, y las botas les venían muy estrechas.<br />

-¿Continuaban los pies hinchados?<br />

-Lo habéis adivinado.<br />

-¿Y es ese el acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que queríais<br />

hablarme?<br />

-Sí tal; yo hice la misma reflexión que<br />

vos, y dije: ya que mis pies han entrado diez<br />

veces en las botas, no hay razón para que no<br />

entren la undécima.<br />

-Permitidme os diga, amigo Porthos,<br />

que esta vez faltáis a la lógica.<br />

do frente a un tabique, y empecé a meterme la<br />

bota <strong>de</strong>recha, tirando con las manos, empujando<br />

con el talón, y haciendo esfuerzos tre-


mendos,' <strong>de</strong> pronto se quedaron entre mis manos<br />

los tirantes <strong>de</strong> la bota, y mi pie salió como<br />

una catapulta.<br />

-¡Catapulta! ¡Qué fuerte estáis en fortificaciones,<br />

amigo Porthos! -exclamó sorprendido<br />

Artagnan.<br />

-Mi pie salió, pues, como una catapulta,<br />

que dio contra el tabique y lo <strong>de</strong>rribó. Amigo,<br />

creí que, como Sansón, había <strong>de</strong>rribado el templo.<br />

Los cuadros, las porcelanas, los vasos <strong>de</strong><br />

flores, las barras <strong>de</strong>l cortinaje, y no sé qué más,<br />

se cayeron; fue cosa estupenda.<br />

-¡De veras!<br />

-Sin contar con que al otro lado <strong>de</strong>l tabique<br />

había un armario lleno <strong>de</strong> porcelanas.<br />

-¿Que echásteis por tierra? -Que arrojé<br />

al otro extremo <strong>de</strong> la otra habitación.<br />

Porthos se echó a reír.<br />

-¡En verdad, como <strong>de</strong>cís, es inaudito!<br />

Y Artagnan se puso a reír como Porthos.<br />

Porthos, inmediatamente, se puso a reír<br />

más fuerte que Artagnan.


-Rompí -dijo Porthos con voz entrecortada<br />

por aquella hilaridad creciente- más <strong>de</strong><br />

tres mil francos <strong>de</strong> porcelanas. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¡Bueno! -dijo Artagnan.<br />

-Destrocé más <strong>de</strong> cuatro mil francos <strong>de</strong><br />

espejos. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¡Excelente!<br />

-Sin contar una araña que me cayó justamente<br />

sobre la cabeza, y que se rompió en mil<br />

pedazos. ¡Jo, jo, jo!<br />

-¿Sobre la cabeza? -dijo Artagnan sin<br />

po<strong>de</strong>rse tener <strong>de</strong> risa.<br />

-¡De lleno!<br />

-¡Pero os hubierais roto la cabeza!<br />

-No, porque ya os he dicho, al contrario,<br />

que la araña fue la que se rompió, como cristal<br />

que era.<br />

-¡Ah! ¿La araña era <strong>de</strong> cristal.<br />

-De cristal <strong>de</strong> Venecia; una curiosidad<br />

sin igual; una pieza que pesaba doscientas libras.<br />

-¿Y que os cayó sobre la cabeza?


-¡Sobre... la ... cabeza! Figuraos un globo<br />

<strong>de</strong> cristal dorado, con incrustaciones que ardían<br />

<strong>de</strong>ntro, y unos mecheros que <strong>de</strong>spedían llamas<br />

cuando estaba encendida.<br />

-Se entien<strong>de</strong>, pero no lo estaría.<br />

-Felizmente; si no, me hubiese incendiado.<br />

-Y sólo os ha aplastado, ¿eh?<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no?<br />

-Porque la araña me cayó sobre el cráneo.<br />

Aquí tenemos, según parece, una corteza<br />

excesivamente sólida.<br />

-¿Quién os ha dicho eso?<br />

-<strong>El</strong> médico. Una especie <strong>de</strong> cúpula que<br />

soportaría a Nuestra Señora <strong>de</strong> París.<br />

-¡Bah!<br />

-Sí, parece que tenemos hecho el cráneo<br />

<strong>de</strong> ese modo.<br />

-Hablad por vos, querido amigo, que los<br />

cráneos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más no están hechos <strong>de</strong> ese<br />

modo.


-Es posible -dijo Porthos con fatuidad-.<br />

Pues cuando cayó la araña sobre esta cúpula<br />

que tenemos en lo alto <strong>de</strong> la cabeza, hubo una<br />

<strong>de</strong>tonación igual a la <strong>de</strong> una pieza <strong>de</strong> artillería;<br />

el globo se rompió y yo caí todo inundado...<br />

-¡De sangre! ¡Infeliz Porthos! -No, <strong>de</strong><br />

perfumes, que olían a cremas y que me aturdieron<br />

un poco; habréis experimentado eso alguna<br />

vez, ¿no es verdad, Artagnan? -Sí, con el muguete;<br />

<strong>de</strong> suerte, mi pobre amigo, que fuisteis<br />

<strong>de</strong>rribado por el choque y aturdido por el olor.<br />

-Pero lo más particular, y que el médico<br />

me ha asegurado no haber visto cosa semejante...<br />

-¿Que sacáisteis algún chichón? -<br />

preguntó Artagnan.<br />

-Saqué cinco.<br />

-¿Y por qué cinco?<br />

-Porque la araña tenía en su extremidad<br />

inferior cinco adornos muy puntiagudos..<br />

-¡Ay!


-Esos cinco ornamentos penetraron en<br />

mis cabellos, que, según veis, tengo muy espesos.<br />

-Felizmente!<br />

-Y se imprimieron en mi piel. Pero, advertid<br />

la singularidad, estas cosas no suce<strong>de</strong>n a<br />

nadie más que a mí. En lugar <strong>de</strong> hacerme agujeros<br />

me hicieron chichones, lo cual no ha podido<br />

jamás explicarme el médico <strong>de</strong> una manera<br />

satisfactoria.<br />

-Pues breen, yo os lo explicaré. -Me<br />

haréis un servicio -dijo Porthos guiñando los<br />

ojos, que era en él el signo <strong>de</strong> atención llevado a<br />

su más alto grado.<br />

-Des<strong>de</strong> que hacéis funcionar vuestro<br />

cerebro en profundos estudios y cálculos importantes,<br />

la cabeza ha medrado; <strong>de</strong> modo que<br />

tenéis ahora la cabeza <strong>de</strong>masiado llena <strong>de</strong> ciencia.<br />

-¿Eso creéis?<br />

-Estoy cierto <strong>de</strong> ello. De aquí resultó<br />

que, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar penetrar nada extraño en el


interior <strong>de</strong> la cabeza, ésta se aprovechó <strong>de</strong> todas<br />

las aberturas para <strong>de</strong>jar salir una poca <strong>de</strong><br />

aquélla.<br />

-¡Ah! -murmuró Porthos, a quien parecía<br />

más clara esta explicación que la <strong>de</strong>l médico.<br />

-Las cinco protuberancias causadas por<br />

los cinco ornamentos, fueron ciertamente cúmulos<br />

científicos, llevados exteriormente por la<br />

fuerza <strong>de</strong> las cosas.<br />

-En efecto -dijo Porthos-; y la prueba es<br />

que eso me hacía más daño por fuera que por<br />

<strong>de</strong>ntro; <strong>de</strong> modo que, cuando me ponía el sombrero<br />

<strong>de</strong> una puñada, con esa graciosa energía<br />

que nosotros los hidalgos <strong>de</strong> espada poseemos,<br />

si no iba muy mesurado el puñetazo, sentía<br />

dolores terribles.<br />

-Os creo, Porthos.<br />

-Por eso -continuó el gigante-, el señor<br />

Fouquet se <strong>de</strong>cidió, viendo la poca soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la<br />

casa, a darme otro aposento, y roe condujeron<br />

aquí.


-Este es el parque reservado, ¿no?<br />

-Sí.<br />

-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong> las citas? ¿<strong>El</strong> que se ha hecho tan<br />

famoso en las historias misteriosas <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte?<br />

-Yo no sé; no tengo aquí ni citas ni historias<br />

misteriosas; pero me han autorizado para<br />

que ejercite mis músculos, y me aprovecho <strong>de</strong>l<br />

permiso <strong>de</strong>sarraigando árboles.<br />

-¿Para qué?<br />

Para ocupar las manos y para coger nidos<br />

<strong>de</strong> pájaros; esto lo encuentro más fácil que<br />

trepar por ellos.<br />

-Estáis pastoral como Tirsis, amigo<br />

Porthos.<br />

-Sí; me gustan mucho más los huevos<br />

pequeñitos que los gordos. No tenéis. una i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>licado que es una tortilla <strong>de</strong> cuatrocientos<br />

o quinientos huevos <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>rol, <strong>de</strong> pinzón,<br />

<strong>de</strong> estornino, <strong>de</strong> mirlo y <strong>de</strong> todo.<br />

-¡Pero quinientos huevos monstruoso!


-¡Ca! Todo cabe en un salero. Artagnan<br />

contempló cinco minutos a Porthos, como si lo<br />

viese por primera vez.<br />

Y Porthos quedó muy satisfecho <strong>de</strong> la<br />

mirada <strong>de</strong> su amigo.<br />

Así permanecieron algunos momentos;<br />

Artagnan mirando a Porthos, y Porthos lleno<br />

<strong>de</strong> satisfacción.<br />

Artagnan intentaba evi<strong>de</strong>ntemente dar<br />

un nuevo, giro a la conversación.<br />

-¿Os divertís mucho aquí? -le preguntó<br />

por fin, sin duda <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encontrado<br />

lo que buscaba.<br />

-No siempre.<br />

-Lo concibo; y cuando os aburris <strong>de</strong>masiado,<br />

¿qué haréis?<br />

-Como no estoy aquí por mucho tiempo,<br />

Aramis aguarda que <strong>de</strong>saparezca mi último<br />

chichón para presentarme al rey, que no pue<strong>de</strong><br />

sufrir los chichones, según él me ha dicho.<br />

-¿Pero Aramis continúa en París?<br />

-No.


-¿Pues dón<strong>de</strong> se halla?<br />

-En Fontainebleau.<br />

-¿Solo?<br />

-Con el señor Fouquet.<br />

-¡Muy bien! Pero, ¿sabéis una cosa?<br />

-No. Decídmela y la sabré.<br />

-Que creo que Aramis os olvida.<br />

-¿Creéis?<br />

-¿Ignoráis que en Fontainebleau se ríe,<br />

se danza, se beben los vinos <strong>de</strong> Mazarino y que<br />

todas las noches hay baile?<br />

-¡Diablo! ¡Diablo!<br />

-Os aseguro, pues, que nuestro querido<br />

Aramis os olvida.<br />

-Pudiera muy bien ser, y lo he pensado<br />

a veces.<br />

-¡A menos que no os haga traición, el<br />

solapado!<br />

-¡Oh!<br />

-Ya sabéis que Aramis es un astuto zorro.<br />

-Sí, mas traicionarme...


-Mirad; en primer lugar os tiene secuestrado.<br />

- ¡Cómo que me tiene secuestrado! ¿Estoy<br />

secuestrado yo?<br />

-¡ Pardiez!<br />

-¡Quisiera que me lo probaseis!<br />

-Nada, más fácil. ¿Salís alguna vez?<br />

-Jamás.<br />

-¿Montáis a caballo?<br />

-Nunca.<br />

-¿Permiten que vuestros amigos se<br />

aproximen a vos?<br />

-No.<br />

-Pues bien, amigo mío, no salir nunca,<br />

no montar nunca a caballo, y no po<strong>de</strong>r ver a sus<br />

amigos, es lo que se llama estar un hombre secuestrado.<br />

-¿Y con qué fin me había <strong>de</strong> tener secuestrado<br />

Aramis? -preguntó Porthos.<br />

-Vamos a ver, Porthos -dijo Artagnan-;<br />

sed sincero.<br />

-Lo seré.


-Aramis ha sido el que ha formado el<br />

plano <strong>de</strong> las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle, ¿no es<br />

cierto? Porthos se sonrojó.<br />

-Sí -dijo-; pero no ha hecho más.<br />

-Precisamente, y a mi juicio no es gran<br />

trabajo.<br />

-Eso creo yo también.<br />

-Bien; me alegro <strong>de</strong> que seamos <strong>de</strong>l<br />

mismo parecer.<br />

-Ni ha ido siquiera una vez a Belle-Isle -<br />

dijo Porthos.<br />

-Ya lo veis.<br />

-Yo era el que iba a Vannes, como lo<br />

habréis podido ver.<br />

-Decid como lo he visto. Pues bien, ahí<br />

está el negocio, querido Porthos. Aramis, que<br />

no ha hecho más que los planos, quería hacerse<br />

pasar como el ingeniero, mientras que a vos,<br />

que habéis edificado piedra por piedra la muralla,<br />

la ciuda<strong>de</strong>la y los baluartes, quería relegaros<br />

a la clase <strong>de</strong> simple constructor.<br />

-De constructor, es <strong>de</strong>cir, ¿<strong>de</strong> albañil?


-De albañil, eso es.<br />

-¿De amasador <strong>de</strong> mortero?<br />

-Precisamente.<br />

-¿De peón?<br />

-Justo.<br />

-¡Vaya, vaya, con mi querido Aramis!<br />

¿Os creéis, sin duda, todavía <strong>de</strong> veinticinco<br />

años?<br />

-Y no es eso todo, sino que a vos os consi<strong>de</strong>ra<br />

<strong>de</strong> cincuenta. -Hubiera querido verle<br />

hincando el pico.<br />

-Sí.<br />

-Un hombre que pa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> gota.<br />

-Sí.<br />

-Y <strong>de</strong> mal <strong>de</strong> piedra.<br />

-También.<br />

-A quien faltan tres dientes.<br />

-Cuatro.<br />

-¡Mientras que yo, mirad!<br />

Y separando Porthos sus labios, enseñó<br />

dos hileras <strong>de</strong> dientes algo menos blancos que


la nieve, pero tan limpios, duros y sanos como<br />

el marfil.<br />

-No podéis figuraros, Porthos --dijo Artagnan-<br />

lo mucho que le place al rey una hermosa<br />

<strong>de</strong>ntadura. La vuestra me <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>, y quiero<br />

presentaros al rey.<br />

-¿Vos?<br />

-¿Por qué no? ¿Creéis que no tengo en la<br />

Corte tanto po<strong>de</strong>r como pueda tercer Aramis?<br />

-¡Oh, no!<br />

-¿Supondréis que tenga la menor pretensión<br />

<strong>de</strong> atribuirme las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />

-No, por cierto.<br />

-De modo que ya veis que sólo pue<strong>de</strong><br />

llevarme a ello vuestro interés.<br />

-No me queda la menor duda.<br />

-Pues bien, yo soy amigo íntimo <strong>de</strong>l rey,<br />

y la prueba es, que cuando hay que comunicarle<br />

alguna cosa <strong>de</strong>sagradable, siempre me encargo<br />

yo <strong>de</strong> hacerlo.<br />

-Pero, amigo mío, si vos me presentáis...


-¿Qué?<br />

-Se incomodará Aramis.<br />

-¿Contra mía?<br />

-No, contra mí.<br />

-¡Bah! Lo mismo da que os presente yo,<br />

que os presente él, ya que <strong>de</strong> todos modos <strong>de</strong>béis<br />

ser presentado.<br />

-Es que me tenían que hacer vestidos.<br />

-¡Si los tenéis espléndidos!<br />

-¡Oh! Los que tenía encargados eran<br />

mucho más hermosos.<br />

-Mirad que al rey le gusta la sencillez.<br />

-Entonces seré sencillo. Pero, ¿qué dirá<br />

el señor Fouquet cuando sepa que he marchado?<br />

-¿Estáis acaso prisionero bajo palabra?<br />

-No, por cierto. Mas le tengo prometido<br />

no alejarme sin avisarle antes.<br />

-Bueno; ahora iremos a eso. ¿Tenéis algo<br />

que hacer aquí?<br />

-¿Yo? Nada... Al menos nada importante.


-A menos que le sirváis a Aramis como<br />

intermediario para algo grave.<br />

-A fe que no.<br />

-Ya compren<strong>de</strong>réis que lo digo por interés<br />

vuestro. Quiero suponer, por ejemplo, que<br />

estuvieseis encargado <strong>de</strong> enviar a Aramis mensajes,<br />

cartas.<br />

-¡Ah!, Cartas, sí. Le envío ciertas cartas.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

-A Fontainebleau.<br />

-¿Y tenéis esas cartas?<br />

-Pero...<br />

-Dejadme hablar. ¿Tenéis esas cartas?<br />

-Ahora precisamente acabo <strong>de</strong> recibir<br />

una.<br />

-¿Interesante?<br />

-Lo supongo.<br />

-¿No las leéis?<br />

-No soy curioso.<br />

Y Porthos sacó <strong>de</strong>l bolsillo la carta <strong>de</strong>l<br />

soldado que Porthos no había leído, pero sí<br />

Artagnan.


-¿Sabéis lo que <strong>de</strong>béis hacer? -preguntó<br />

Artagnan.<br />

-¡Pardiez! Lo que hago siempre: remitirla.<br />

-No.<br />

-Pues qué ... ¿guardarla?<br />

-Tampoco. ¿No os han asegurado que<br />

esa carta era interesante?<br />

-Y mucho.<br />

-Pues bien: lo que habréis <strong>de</strong> hacer es<br />

llevarla vos mismo a Fontainebleau Aramis?.<br />

-Sí.<br />

-Tenéis razón.<br />

-Y puesto que el rey está allí... -<br />

Aprovecharemos la oportunidad...<br />

-Para presentaros al rey.<br />

-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! Artagnan, sois el único<br />

para hallar expedientes.<br />

-Por tanto, en vez <strong>de</strong> mandar, a nuestro<br />

amigo mensajeros más o menos fieles, le llevamos<br />

la carta nosotros mismos.


-Pues no se me había ocurrido siquiera,<br />

a pesar <strong>de</strong> que la cosa no pue<strong>de</strong> ser más sencilla.<br />

-Por eso urge mucho, querido Porthos,<br />

que marchemos al momento.<br />

-En efecto -dijo Porthos-, cuanto antes<br />

salgamos, menos retraso sufrirá el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong><br />

Aramis.<br />

-Porthos, discurrís con mucha soli<strong>de</strong>z, y<br />

en vos la lógica favorece a la imaginación.<br />

-¿Os parece? -dijo Porthos.<br />

-Es resultado <strong>de</strong> los estudios sólidos -<br />

contestó Artagnan-. Conque vamos.<br />

-Pero, ¿y la promesa que he hecho al<br />

señor Fouquet? -preguntó Porthos.<br />

-¿Qué promesa?<br />

-La <strong>de</strong> no salir <strong>de</strong> Saint-Mandé sin avisarle.<br />

-¡Vaya, amigo Porthos -dijo Artagnanqué<br />

niño sois!<br />

-¿Por qué?<br />

-¿No vais a Fontainebleau?


-Iré.<br />

-¿No veréis allí al señor Fouquet?<br />

-Sí.<br />

-¿Probablemente en la cámara <strong>de</strong>l rey?<br />

-¡En la cámara <strong>de</strong>l rey! -repitió majestuosamente<br />

Porthos.<br />

-Pues os acercáis a él y le <strong>de</strong>cís: "Señor<br />

Fouquet, tengo la honra <strong>de</strong> avisaros que acabo<br />

<strong>de</strong> ausentarme <strong>de</strong> Saint-Mandé."<br />

-Y -dijo Porthos con igual majestadviéndome<br />

el señor Fouquet en Fontainebleau<br />

en la cámara <strong>de</strong>l rey, no podrá <strong>de</strong>cir que miento.<br />

-Justamente abría la boca para <strong>de</strong>ciros<br />

eso mismo, amigo Porthos; pero en todo me<br />

a<strong>de</strong>lantáis. ¡Qué naturaleza tan privilegiada la<br />

vuestra! La edad no ha hecho mella en vos.<br />

-No mucho.<br />

-De modo que no hay más que hablar.<br />

-Así es.<br />

-¿No tenéis ya más escrúpulos?<br />

-Creo qué no.


-Entonces partamos.<br />

-Voy a hacer que ensillen mis caballos.<br />

-Tengo cinco.<br />

-¿Qué habéis hecho traer <strong>de</strong> Pierrefonds?<br />

-Que me ha regalado el señor Fouquet.<br />

-Querido Porthos, no hay necesidad <strong>de</strong><br />

cinco caballos para dos personas; a<strong>de</strong>más, que<br />

tengo ya tres en París, y serían entre todos<br />

ocho, número que consi<strong>de</strong>ro excesivo.<br />

-No lo sería si tuviese aquí a mis criados;<br />

pero, ¡ay! no los tengo.<br />

-¿Echáis <strong>de</strong> menos a vuestros criados?<br />

-A Mosquetón; Mosquetón me hace falta.<br />

-¡Qué corazón tan excelente! -exclamó<br />

Artagnan-. Pero, creedme, <strong>de</strong>jad aquí vuestros<br />

caballos, como habéis <strong>de</strong>jado allá a Mosquetón.<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque tal vez más a<strong>de</strong>lante...<br />

-¿Qué?


-Podrá resultar que el señor Fouquet no<br />

os haya dado nada. -No comprendo -dijo Porthos.<br />

-Ni hay necesidad.<br />

-Sin embargo...<br />

-Más a<strong>de</strong>lante os lo explicaré, Porthos.<br />

-Apuesto que es cuestión política.<br />

-Y <strong>de</strong> la más sutil.<br />

Porthos bajó la cabeza al oír la palabra:<br />

política; luego, tras un instante <strong>de</strong> reflexión,<br />

añadió:<br />

-Os confieso, Artagnan, que no soy político.<br />

-¡Bien lo sé, diantre!<br />

-¡Oh! Nadie sabe eso. Vos mismo me lo<br />

habéis dicho, vos, el valiente <strong>de</strong> los valientes.<br />

-¿Qué he dicho yo, Porthos?<br />

-Que cada uno tiene sus días.<br />

-Eso me habéis dicho, y yo lo he experimentado.<br />

Hay días en que se encuentra menos<br />

placer en recibir estocadas que en otros.<br />

-Esa es mi i<strong>de</strong>a.


-Y la mía, aunque no crea en los golpes<br />

que matan.<br />

-¡Diantre! Pues a algunos habéis muerto.<br />

-Sí, pero a mí nunca me han matado.<br />

-No es mala la razón.<br />

-De consiguiente, no creo que haya <strong>de</strong><br />

morir nunca por la hoja <strong>de</strong> una espada o la bala<br />

<strong>de</strong> un mosquete.<br />

-Entonces, ¿no tenéis miedo a nada?...<br />

¡Ah! ¿Al agua acaso?<br />

-No tal, que nado como una nutria.<br />

-¿A las cuartanas?<br />

-Nunca las he tenido ni creo haya <strong>de</strong><br />

tenerlas jamás; pero os manifestaré una cosa...<br />

Y Porthos bajó la voz.<br />

-¿Cuál? -preguntó Artagnan, acomodándose<br />

al diapasón <strong>de</strong> Porthos.<br />

-Que tengo un miedo horrible a la política<br />

-dijo Porthos.<br />

-¡Ah! ¡Bah! -exclamó Artagnan.<br />

-¡Poco a poco! -dijo Porthos con voz estentórea-.<br />

Yo he visto a Su Eminencia el car<strong>de</strong>-


nal Richelieu y a Su Eminencia el car<strong>de</strong>nal Mazarino;<br />

el uno seguía una política roja, y el otro<br />

una política negra. Yo nunca he estado más<br />

contento <strong>de</strong> la una que <strong>de</strong> la otra: la primera<br />

hizo cortar la cabeza al señor <strong>de</strong> Marcillac, al<br />

señor <strong>de</strong> Thou, al señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, al señor<br />

<strong>de</strong> Chalais, al señor <strong>de</strong> Boutteville y al señor <strong>de</strong><br />

Montmorency; la segunda ha hecho ahorcar a<br />

una multitud <strong>de</strong> frondistas, a cuyo partido pertenecíamos<br />

también nosotros, amigo.<br />

-No hay tal -dijo Artagnan.<br />

-¡Oh, sí! Porque si yo tiraba <strong>de</strong> la espada<br />

por el car<strong>de</strong>nal, daba tajos por el rey.<br />

-¡Querido Porthos!<br />

-Voy a terminar. Mi miedo a la política<br />

es tal, que si hay política en esto, prefiero volverme<br />

a Pierrefonds.<br />

-Tendríais razón para ello, si tal hubiera;<br />

pero conmigo, querido Porthos, no hay nada <strong>de</strong><br />

política. La cosa es clara; habéis trabajado en<br />

fortificar a Belle-Isle; el rey tuvo <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> conocer<br />

el nombre <strong>de</strong>l hábil ingeniero que ha


hecho esos trabajos; vos sois tímido, como todos<br />

los hombres <strong>de</strong> mérito; quizá Aramis trate<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaros en la obscuridad. Pero yo os tomo<br />

por m¡ cuenta, os hago salir a luz, os presento,<br />

y el rey os recompensa. Esta es toda mi política.<br />

-¡Esa es también la mía, pardiez! -dijo<br />

Porthos tendiendo la mano a Artagnan.<br />

Pero Artagnan conocía la mano <strong>de</strong> Porthos;<br />

sabía que aprisionada una mano común<br />

entre los cinco <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l barón, jamás salía <strong>de</strong><br />

ellos sin contusiones. Tendió, pues, a su amigo,<br />

no la mano, sino el puño. Porthos ni siquiera lo<br />

advirtió. Después <strong>de</strong> lo cual, salieron ambos <strong>de</strong><br />

Saint-Mandé.<br />

Los guardianes cuchichearon entre sí<br />

ciertas palabras, que Artagnan comprendió,<br />

pero que se guardó muy bien <strong>de</strong> hacer compren<strong>de</strong>r<br />

a Porthos.<br />

"Nuestro amigo -dijo para si no era más ni menos<br />

que un prisionero <strong>de</strong> Aramis. Veremos lo<br />

que resulta <strong>de</strong> la liberación <strong>de</strong> este conspirador."


X<br />

EL RATÓN Y EL QUESO<br />

Artagnan y Porthos regresaron a pie,<br />

como había ido Artagnan. Cuando Artagnan,<br />

que fue el primero que penetró en la tienda "<strong>El</strong><br />

Pilón <strong>de</strong> Oro" anunció a Planchet que el señor<br />

Du-Vallon sería uno <strong>de</strong> los viajeros privilegiados,<br />

y Porthos, al pasar a su vez, hizo crujir con<br />

la pluma <strong>de</strong> su sombrero los mecheros <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

colgados <strong>de</strong>l cobertizo, algo parecido a un<br />

presentimiento doloroso turbó la alegría que<br />

Planchet prometíase para el día siguiente.<br />

Pero era un corazón <strong>de</strong> oro nuestro abacero,<br />

resto precioso <strong>de</strong> una época que es y ha<br />

sido siempre para los que envejecen la <strong>de</strong> su<br />

juventud, y para los jóvenes la vejez <strong>de</strong> sus antepasados.


Planchet, no obstante aquella conmoción<br />

interna, pronto reprimida, recibió a<br />

Porthos con un respeto mezclado <strong>de</strong> tierna cordialidad.<br />

Porthos, algo estirado' al principio, a<br />

causa <strong>de</strong> la distancia social que existía en aquella<br />

época entre un barón y un abacero, concluyó<br />

al fin por humanizarse al ver en Planchet tan<br />

buena voluntad y tanto agasajo.<br />

Principalmente, no pudo menos <strong>de</strong> mostrarse<br />

sensible a la libertad que se le dio, o más<br />

bien se le ofreció, <strong>de</strong> sumergir sus anchas manos<br />

en las cajas <strong>de</strong> frutos secos y confites, en los<br />

sacos <strong>de</strong> almendras y avellanas, y en los cajones<br />

llenos <strong>de</strong> dulces.<br />

De modo que a pesar <strong>de</strong> las invitaciones<br />

que le hizo Planchet para que subiese al entresuelo,<br />

eligió por habitación favorita, durante la<br />

noche que iba a pasar en casa <strong>de</strong> Planchet, la<br />

tienda, don<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos hallaban siempre lo<br />

que su nariz había olfateado.


Los hermosos higos <strong>de</strong> Provenza, las<br />

avellanas <strong>de</strong>l Forest, y las ciruelas <strong>de</strong> Turena,<br />

fueron para Porthos objeto <strong>de</strong> una distracción<br />

que saboreó por espacio <strong>de</strong> cinco horas sin interrupción.<br />

Entre sus dientes y muelas triturábanse<br />

los huesos, cuyos residuos sembraban luego el<br />

suelo y crujían bajo la suela <strong>de</strong> los que iban y<br />

venían; Porthos <strong>de</strong>sgranaba entre sus labios, <strong>de</strong><br />

una vez, los sabrosos racimos <strong>de</strong> moscatel secos,<br />

<strong>de</strong> violáceos colores, <strong>de</strong> los que hacía pasar<br />

media libra <strong>de</strong> su boca al estómago.<br />

En un rincón <strong>de</strong>l almacén, los mancebos,<br />

llenos <strong>de</strong> espanto, se miraban mutuamente sin<br />

atreverse a hablar.<br />

No sabían que tal Porthos existiese,<br />

pues jamás le habían visto. La raza <strong>de</strong> aquellos<br />

titanes que habían llevado las últimas corazas<br />

<strong>de</strong> Hugo Capeto, <strong>de</strong> Felipe Augusto y <strong>de</strong> Francisco<br />

I, principiaba a <strong>de</strong>saparecer. Así era que<br />

se preguntaban si sería aquél el duen<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />

cuentos <strong>de</strong> encantamientos que iban a sepultar


en su insondable estómago todo el almacén <strong>de</strong><br />

Planchet, sin mover <strong>de</strong> su sitio los barriles y cajones.<br />

Porthos, mascando, triturando, chupando<br />

y tragando, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> vez en cuando al abacero:<br />

-Tenéis un lindo comercio, querido<br />

Planchet.<br />

-Pronto <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> tenerlo, si esto sigue<br />

así -dijo el primer mancebo, a quien Planchet<br />

había prometido que le suce<strong>de</strong>ría en la tienda.<br />

Y, en su <strong>de</strong>sesperación, acercóse a Porthos,<br />

que ocupaba todo el sitio que conducía<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trastienda a la tienda, esperando que<br />

aquél se levantase y que ese movimiento le distrajese<br />

<strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>voradoras.<br />

-¿Qué queréis, querido mío? -preguntó<br />

Porthos con aire afable.<br />

-Quería pasar, señor, si no os sirve <strong>de</strong><br />

molestia.<br />

-De ningún modo, amigo -dijo Porthos.


Y, cogiendo al mismo tiempo al mancebo<br />

por la cintura, lo levantó en el aire y lo<br />

transportó al otro lado.<br />

Por supuesto, que todo esto lo hizo sonriendo,<br />

con el mismo aire <strong>de</strong> afabilidad.<br />

Al asustado mancebo faltáronle las<br />

piernas en el momento en que Porthos le <strong>de</strong>jaba<br />

en tierra, <strong>de</strong> modo que cayó <strong>de</strong> espaldas sobre<br />

los corchos.<br />

Sin embargo, viendo la dulzura <strong>de</strong> aquel gigante,<br />

se aventuró a <strong>de</strong>cir:<br />

-¡Ay, señor, pensad lo que hacéis!<br />

-¿Por qué <strong>de</strong>cís eso, querido? -preguntó<br />

Porthos.<br />

-Porque vais a quemaros el estómago.<br />

-¿Cómo es eso, mi buen amigo?<br />

-Todos esos alimentos son ardientes,<br />

señor.<br />

-¿Cuáles?<br />

Las pasas, las avellanas, las almendras ...<br />

-Sí; mas si las pasas, las avellanas y las<br />

almendras son ardientes...


-No hay la menor duda, señor.<br />

Y, alargando su mano hacia un barril <strong>de</strong><br />

miel abierto, don<strong>de</strong> estaba la espátula con que<br />

se servía a los compradores, tragó una buena<br />

media libra.<br />

-Querido -dijo Porthos-, ¿queréis traerme<br />

agua?<br />

-¿En un cubo, señor? -preguntó sencillamente<br />

el mancebo.<br />

-No; en una garrafa; con una garrafa<br />

tendré suficiente -respondió Porthos con la mayor<br />

naturalidad.<br />

Y, llevándose la garrafa a la boca, como<br />

hace un músico con su trompa, la vació <strong>de</strong> un<br />

solo trago.<br />

Planchet estremecíase entre todos los<br />

sentimientos que correspon<strong>de</strong>n a las fibras <strong>de</strong><br />

la propiedad y <strong>de</strong>l amor propio.<br />

Sin embargo, como digno dispensador<br />

<strong>de</strong> la hospitalidad antigua, simulaba conversar<br />

con la mayor' atención con Artagnan, y no<br />

hacía más que repetir:


-¡Ay, señor, qué placer!... ¡Ay, señor, qué<br />

honra para mi casa!<br />

-¿A qué hora cenaremos, Planchet? -<br />

preguntó Porthos-. Tengo apetito.<br />

<strong>El</strong> primer mancebo juntó sus manos.<br />

Los otros dos escurriéronse bajo el mostrador,<br />

temiendo que Porthos oliese la carne<br />

fresca.<br />

-Aquí tomaremos un bocado nada más -<br />

dijo Artagnan-, y cenaremos luego en la casa <strong>de</strong><br />

campo <strong>de</strong> Planchet.<br />

-¡Ah! ¿De modo que vamos a vuestra<br />

casa <strong>de</strong> campo, Planchet? -dijo Porthos-. Tanto<br />

mejor.<br />

-Me hacéis gran<strong>de</strong> honor, señor barón.<br />

Las palabras señor barón produjeron<br />

gran<strong>de</strong> efecto en los mancebos, los cuales vieron<br />

un hombre <strong>de</strong> la clase más distinguida en<br />

un apetito <strong>de</strong> aquella naturaleza.<br />

Por otra parte, aquel título les tranquilizó.<br />

Nunca habían oído <strong>de</strong>cir que a un duen<strong>de</strong><br />

se le llamase señor barón.


-Tomaré algunos bizcochos para el camino<br />

-dijo Porthos con indiferencia.<br />

Y diciendo esto vació un cajón <strong>de</strong> bizcochos<br />

en el bolsillo <strong>de</strong> su ropilla.<br />

-¡Salvóse mi tienda! -murmuró Planchet.<br />

-Sí, como el queso --dijo el primer mancebo.<br />

-¿Qué queso?<br />

-Aquel queso <strong>de</strong> Holanda en que entró<br />

un ratón y <strong>de</strong>l que sólo hallamos la corteza.<br />

Planchet echó una mirada por la tienda,<br />

y al ver lo que había escapado <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong><br />

Porthos, parecióle exagerada la comparación.<br />

<strong>El</strong> primer mancebo conoció lo que querían<br />

<strong>de</strong>cir los ojos <strong>de</strong> su amo.<br />

-¡Cuidado con la vuelta! -le dijo.<br />

-¿Tenéis frutos en vuestro cuarto? -<br />

preguntó Porthos subiendo al entresuelo, don<strong>de</strong><br />

acababan <strong>de</strong> anunciar que estaba servido el<br />

refrigerio. - -¡Ay! -exclamó el abacero, dirigiendo<br />

a Artagnan una mirada suplicante,<br />

que éste comprendió a medias.


Terminado el refrigerio pusiéronse en<br />

camino.<br />

Era ya tar<strong>de</strong> cuando los tres viajeros,<br />

que salieron <strong>de</strong> París a eso <strong>de</strong> las seis, llegaron<br />

a Fontainebleau.<br />

<strong>El</strong> viaje fue muy divertido, Porthos se<br />

complació con la compañía <strong>de</strong> Planchet, porque<br />

éste le manifestaba mucho respeto, y le hablaba<br />

con interés <strong>de</strong> sus prados, <strong>de</strong> sus bosques y <strong>de</strong><br />

sus conejares.<br />

Porthos tenía los gustos y el orgullo <strong>de</strong>l<br />

propietario.<br />

Artagnan, así que divisó a sus dos compañeros<br />

tan engolfados en la conversación, tomó<br />

la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l camino, y, echando la brida<br />

sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo, se aisló <strong>de</strong>l mundo<br />

entero, como también <strong>de</strong> Porthos y <strong>de</strong> Planchet.<br />

La luna penetraba dulcemente a través<br />

<strong>de</strong>l ramaje azulado <strong>de</strong>l bosque. Las emanaciones<br />

<strong>de</strong> la llanura subían, embalsamadas, a las<br />

narices <strong>de</strong> los caballos, que resoplaban con<br />

gran<strong>de</strong>s saltos <strong>de</strong> alegría.


Porthos y Planchet se pusieron a hablar<br />

aparte.<br />

Planchet manifestó a Porthos que, en la<br />

edad madura <strong>de</strong> su vida, había <strong>de</strong>scuidado la<br />

agricultura por el comercio; pero que su infancia<br />

había transcurrido en Picardía, entre las<br />

hermosas alfalfas que le subían hasta las rodillas<br />

y bajo los ver<strong>de</strong>s manzanos <strong>de</strong> frutos sonrosados;<br />

así es que había jurado, tan pronto<br />

como su fortuna estuviera hecha, volver a la<br />

naturaleza y terminar sus días como los había<br />

empezado, lo más próximo a la tierra, adon<strong>de</strong><br />

van a parar todos los hombres.<br />

-¡Hola, hola! -dijo Porthos-. Entonces,<br />

querido Planchet, vuestro retiro está próximo<br />

-¿Por qué?<br />

-Porque me parece que estáis en camino<br />

<strong>de</strong> hacer una regular fortuna.<br />

-Sí -contestó Planchet-, se hace lo que se<br />

pue<strong>de</strong>.


-Vamos a ver, ¿cuánto es lo que ambicionáis,<br />

y con qué cantidad contáis po<strong>de</strong>r retiraros?<br />

-Señor -dijo Planchet sin respon<strong>de</strong>r a la<br />

pregunta, sin embargo <strong>de</strong> lo interesante que<br />

era-, señor, una cosa me causa mucha pena.<br />

-¿Qué? -preguntó Porthos mirando a sus<br />

espaldas, como para buscar esa otra cosa que<br />

apenaba a Planchet y librarle <strong>de</strong> ella.<br />

-En otro tiempo me llamabais simplemente<br />

Planchet, y me habríais dicho: "¿Cuánto<br />

ambicionas, Planchet, y con qué cantidad cuentas<br />

po<strong>de</strong>r retirarte?"<br />

-Seguramente, así es; en otro tiempo eso<br />

te habría dicho -replicó el buen Porthos con<br />

cierta perplejidad llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za-, pero en<br />

aquel tiempo...<br />

-En aquel tiempo era el lacayo <strong>de</strong>l señor<br />

<strong>de</strong> Artagnan, ¿no es eso lo que queríais <strong>de</strong>cir?<br />

-Sí.


-Pues bien, si no soy ahora lacayo suyo,<br />

soy todavía su servidor; y, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella<br />

época ...<br />

-¿Qué?<br />

-Des<strong>de</strong> aquella época he tenido la honra<br />

<strong>de</strong> ser su socio.<br />

-¡Oh, oh -exclamó Porthos-. ¡Cómo! ¿Artagnan<br />

ha tomado parte en el comercio <strong>de</strong> comestibles?<br />

-No, no -dijo Artagnan, a quien aquellas<br />

palabras sacaron <strong>de</strong> sus meditaciones y pusiéronle<br />

al corriente <strong>de</strong> la conversación con la<br />

habilidad y penetración que distinguía cada<br />

operación <strong>de</strong> su entendimiento y <strong>de</strong> su cuerpo-.<br />

No ha sido Artagnan el que entró en el comercio<br />

<strong>de</strong> comestibles, sino Planchet, que se ha<br />

<strong>de</strong>dicado a la política. ¡Eso es!<br />

-Sí -contestó Planchet con orgullo y satisfacción<br />

a la vez-; hemos hecho juntos un pequeño<br />

negocio que nos ha producido a mí cien<br />

mil libras, y al señor <strong>de</strong> Artagnan doscientas<br />

mil.


-¡Oh, oh! -exclamó Porthos con admiración.<br />

-De suerte, señor barón -contestó el abacero-,<br />

que os suplico <strong>de</strong> nuevo me llaméis Planchet<br />

como antiguamente, y continuéis tuteándome.<br />

No podéis suponeros el placer que<br />

eso me causará.<br />

-Si así es, lo haré como <strong>de</strong>seas, querido<br />

Planchet -replicó Porthos. Y, como al <strong>de</strong>cir esto<br />

se hallara cerca <strong>de</strong> Planchet, levantó la mano<br />

para darle un golpecito en el hombro, en señal<br />

<strong>de</strong> cordial amistad.<br />

Mas un movimiento provi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l<br />

caballo <strong>de</strong>jó frustrado el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>l jinete, <strong>de</strong><br />

suerte que su mano cayó sobre la grupa <strong>de</strong>l<br />

caballo <strong>de</strong> Planchet.<br />

<strong>El</strong> animal dobló los riñones. Artagnan<br />

empezó a reír, y dijo en voz alta:<br />

-Cuidado, Planchet, que si Porthos te<br />

llega a querer mucha, te acariciará; y si te acaricia,<br />

te aplasta el día menos pensado: ya ves que<br />

Porthos no ha perdido nada <strong>de</strong> su fuerza.


-¡Oh! -dijo Planchet- Mosquetón no ha<br />

muerto, y sin embargo, el señor barón lo aprecia<br />

mucho.<br />

-Así es -dijo Porthos con un suspiro que<br />

hizo encabritar simultáneamente a los tres caballos-;<br />

y aun <strong>de</strong>cía esta mañana a Artagnan lo<br />

mucho que le echaba <strong>de</strong> menos; pero dime,<br />

Planchet...<br />

-¡Gracias, señor barón, gracias! -¡Bien,<br />

Planchet, bien! ¿Cuántas arpentas tienes <strong>de</strong><br />

parque?<br />

-¿De parque?<br />

-Sí; luego contaremos los prados, y <strong>de</strong>spués<br />

los bosques.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>, señor?<br />

-En tu palacio.<br />

-Pero, señor barón, si no tengo palacio,<br />

ni parque, ni prados, ni bosque.<br />

-Entonces, ¿qué es lo que tienes, y por<br />

qué llamas a eso casa <strong>de</strong> campo?


-No he dicho casa <strong>de</strong> campo, señor barón<br />

-objetó Planchet algo humillado-, sino simple<br />

apea<strong>de</strong>ro.<br />

-¡Ah, ah! --dijo Porthos-. Ya entiendo; te<br />

reservas.<br />

-No, señor barón, digo la verdad pura:<br />

no tengo más que dos cuartos para amigos.<br />

-Entonces, ¿por dón<strong>de</strong> pasean tus amigos?<br />

-Por los bosque <strong>de</strong>l rey, que son encantadores.<br />

-<strong>El</strong> caso es que esos bosques son muy<br />

hermosos, casi tanto como los míos <strong>de</strong>l Berry.<br />

Planchet abrió <strong>de</strong>smesuradamente los<br />

ojos.<br />

-¿Tenéis bosques semejantes a los <strong>de</strong><br />

Fontainebleau, señor barón? -murmuró asombrado.<br />

-Sí, tengo dos; pero el <strong>de</strong>l Berry es el<br />

predilecto.<br />

-¿Por qué? -preguntó graciosamente<br />

Planchet.


-En primer lugar, porque no conozco<br />

sus límites; y, <strong>de</strong>spués, porque está poblado <strong>de</strong><br />

cazadores furtivos.<br />

-¿Y cómo pue<strong>de</strong> haceros tan grato el<br />

bosque esa profusión <strong>de</strong> cazadores furtivos?<br />

-Porque ellos cazan mis piezas, y yo los<br />

cazo a ellos, y esto es para mí, en tiempo <strong>de</strong><br />

paz, una imagen en pequeño <strong>de</strong> la guerra.<br />

A este punto llegaba la conversación,<br />

cuando Planchet, levantando la cabeza, divisó<br />

las primeras casas <strong>de</strong> Fontainebleau, que se<br />

diseñaban vigorosamente en el cielo, en tanto<br />

que por encima <strong>de</strong> la masa compacta e informe<br />

se elevaban las techumbres agudas <strong>de</strong>l palacio,<br />

cuyas pizarras relucían a la luna como las escamas<br />

<strong>de</strong> un pez enorme.<br />

-Señores -dijo Planchet-: tengo el honor<br />

<strong>de</strong> anunciaron que hemos llegado a Fontainebleau.


XI<br />

LA CASA DE CAMPO DE PLANCHET<br />

Levantaron la cabeza los jinetes, y vieron<br />

que el honrado Planchet <strong>de</strong>cía exactamente<br />

la verdad.<br />

Diez minutos más tar<strong>de</strong> se hallaban en<br />

la calle <strong>de</strong> Lyón, al otro<br />

lado <strong>de</strong> la posada "<strong>El</strong> Hermoso Pavo Real".<br />

Una inmensa cerca <strong>de</strong> espesos saúcos,<br />

espinos y lúpulos formaba un vallado impenetrable<br />

y negro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual se elevaba una<br />

casa blanca, con la techumbre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s tejas.<br />

Dos ventanas <strong>de</strong> aquella casa daban a la<br />

calle. Las dos eran sombrías.<br />

Entre ambas, una portecita, resguardada por un<br />

cobertizo sostenido sobre pilastras, daba entrada<br />

a ella.<br />

<strong>El</strong> umbral <strong>de</strong> esta puerta estaba bastante<br />

elevado.<br />

Planchet echó pie a tierra como para<br />

llamar a dicha puerta; pero, cambiando <strong>de</strong>s<strong>de</strong>


luego <strong>de</strong> parecer, cogió a su caballo <strong>de</strong> la brida<br />

y anduvo unos treinta pasos más.<br />

Sus dos compañeros siguiéronle. Llegó<br />

hasta una puerta cochera, situada treinta pasos<br />

más allá, y, levantando un picaporte <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />

única cerradura <strong>de</strong> aquella puerta, empujó<br />

una <strong>de</strong> sus hojas. Entonces penetró el primero,<br />

llevando el caballo por la brida, en un pequeño<br />

corral, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> estiércol, cuyo olor revelaba<br />

la proximidad <strong>de</strong> un establo.<br />

-Bien huele -dijo ruidosamente Porthos,<br />

echando al mismo tiempo pie a tierra-; no parece<br />

sino que estoy en mis vaquerías <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />

-No tengo más que una. vaca -se apresuró<br />

a <strong>de</strong>cir mo<strong>de</strong>stamente Planchet.<br />

-Pues yo tengo treinta -dijo Porthos-, y a<br />

<strong>de</strong>cir verdad, no sé el número <strong>de</strong> las vacas que<br />

tengo.<br />

Después que entraron los dos jinetes,<br />

Planchet cerró la puerta. Entretanto, Artagnan,<br />

que se había apeado con su ligereza acostum-


ada respiraba aquella saludable atmósfera, y<br />

alegre como un parisiense que sale al campo,<br />

cogía, ora un ramo <strong>de</strong> madreselvas, ora un agavanzo.<br />

Porthos echó mano a unos guisantes que<br />

subían a lo largo <strong>de</strong> los palos, y se comía, o más<br />

bien engullía, vainas y fruto a la vez.<br />

Planchet corrió a <strong>de</strong>spertar a cierto<br />

campesino, viejo y cascado, que dormía bajo un<br />

cobertizo sobre una cama <strong>de</strong> musgo, cubierto<br />

con una chamarreta.<br />

<strong>El</strong> campesino, que conoció a Planchet, le<br />

llamó nuestro amo, con gran placer <strong>de</strong>l abacero.<br />

-Llevad los caballos al pesebre, buen<br />

viejo, y dadles buena pitanza -dijo Planchet.<br />

-¡Oh! Hermosos animales -exclamó el<br />

campesino-, procuraré que se harten.<br />

-Poco a poco, poco a poco, amigo -dijo<br />

Artagnan-; no tanto ya: avena, y la paja correspondiente,<br />

nada más.


-Y agua <strong>de</strong> salvado para mi caballo -<br />

repuso Porthos-, porque se me figura que suda<br />

mucho.<br />

-¡Oh! Nada temáis, señores -contestó<br />

Planchet-: el tío Celestino es un antiguo gendarme<br />

<strong>de</strong>l Ivry, y sabe lo que es cuidar caballos.<br />

Pasemos a la casa.<br />

Y llevó a sus amigos por una alameda<br />

muy poblada que atravesaba una huerta, luego<br />

un campo <strong>de</strong> alfalfa, que, por ultimo, terminaba<br />

en un jardinito, tras <strong>de</strong>l cual se elevaba la casa,<br />

cuya fachada principal se había visto ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

la calle.<br />

A medida que se iban acercando, podía<br />

distinguirse por dos ventanas abiertas <strong>de</strong>l piso<br />

bajo el interior, el penetral <strong>de</strong> Planchet.<br />

Aquella habitación, suavemente iluminada<br />

por una lámpara situada sobre la mesa, se<br />

<strong>de</strong>stacaba en el fondo <strong>de</strong>l jardín como una risueña<br />

imagen <strong>de</strong> la paz, <strong>de</strong> la comodidad y <strong>de</strong><br />

la dicha.


Don<strong>de</strong> quiera que caía la lentejuela <strong>de</strong><br />

luz <strong>de</strong>sprendida <strong>de</strong>l centro luminoso sobre una<br />

antigua fayenza, sobre un mueble resplan<strong>de</strong>ciente<br />

<strong>de</strong> limpieza, sobre un arma colgada en la<br />

tapicería, la pura claridad encontraba un puro<br />

reflejo, y la gota <strong>de</strong> fuego iba a reposar sobre el<br />

objeto grato a la vista.<br />

Aquella lámpara, que iluminaba el cuarto,<br />

mientras que por el cerco <strong>de</strong> las ventanas<br />

caían las ramas <strong>de</strong> jazmín y <strong>de</strong> aristoloquia,<br />

daba luz a un mantel adamascado, blanco 1<br />

como la nieve.<br />

Había dos cubiertos sobre aquel mantel.<br />

Un vino clarete mecía sus rubíes en el cristal<br />

labrado <strong>de</strong> la larga botella, y una vasija <strong>de</strong> fayenza<br />

azul, con tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> plata, contenía una<br />

espumosa sidra.<br />

Al lado <strong>de</strong> la mesa, y en un sillón <strong>de</strong><br />

mucho respaldo, dormía una mujer <strong>de</strong> treinta<br />

años, cuyo rostro rebosaba salud y frescura.<br />

Sobre las rodillas <strong>de</strong> aquella fresca criatura,<br />

un gatazo manso, apelotonando su cuerpo


sobre sus patas dobladas, hacía oír ese ronquido<br />

característico que, con los ojos medio cerrados,<br />

significa en los hábitos felinos: "Soy enteramente<br />

feliz."<br />

Los dos amigos <strong>de</strong>tuviéronse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

aquella ventana, mudos <strong>de</strong> sorpresa.<br />

Al ver Planchet su admiración experimentó<br />

una dulce alegría. -¡Ah, pícaro Planchet!<br />

-exclamó Artagnan-. Ahora comprendo<br />

tus ausencias.<br />

-¡Oh, oh! Vaya un lienzo blanco -dijo a<br />

su vez Porthos con voz <strong>de</strong> trueno.<br />

Al ruido <strong>de</strong> aquella voz, el gato escapó,<br />

el ama se <strong>de</strong>spertó asustada, y Planchet, tomando<br />

un aire afable, introdujo a los dos compañeros<br />

en la habitación don<strong>de</strong> estaba puesta la<br />

mesa.<br />

-Permitidme, amiga mía, que os presente<br />

al señor caballero <strong>de</strong> Artagnan, mi protector.<br />

Artagnan cogió la mano <strong>de</strong> la dama como<br />

hombre cortesano, y con los mismos modales<br />

con que habría tomado la <strong>de</strong> Madame.


-<strong>El</strong> señor barón Du-Vallon <strong>de</strong> Bracieux<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds -añadió Planchet.<br />

Porthos hizo un saludo que hubiera<br />

<strong>de</strong>jado satisfecha a la misma Ana <strong>de</strong> Austria, so<br />

pena <strong>de</strong> ser tenida por muy exigente.<br />

Entonces le tocó su vez a Planchet, el<br />

cual abrazó con gran franqueza a la dama, no<br />

sin haber hecho antes un a<strong>de</strong>mán que parecía<br />

pedir su permiso a Artagnan y Porthos, permiso<br />

que le fue concedido en el acto.<br />

Artagnan hizo su cumplido a Planchet.<br />

-He aquí un hombre que sabe vivir.<br />

-Señor -contestó Planchet riendo-, la<br />

vida es un capital que el hombre <strong>de</strong>be tratar <strong>de</strong><br />

colocar lo más ingeniosamente que pueda ...<br />

-Y <strong>de</strong>l que obtienes gran<strong>de</strong>s intereses -<br />

dijo Porthos riendo como un trueno.<br />

Planchet se volvió hacia el ama <strong>de</strong> la<br />

casa.<br />

-Amiga mía -le dijo-, aquí tenéis a los<br />

dos hombres que han dirigido una parte <strong>de</strong> mi<br />

existencia, y que os he nombrado tantas veces.


-Con otros dos más -dijo la dama con<br />

acento flamenco <strong>de</strong> los más pronunciados<br />

-¿Sois holan<strong>de</strong>sa? -preguntó Artagnan.<br />

Porthos retorcióse el bigote, lo cual notó<br />

Artagnan, que todo lo observaba.<br />

-Soy <strong>de</strong> Amberes -respondió la dama.<br />

-Y se llama la señora Gechter -dijo Planchet.<br />

- Pero supongo que no la llamaré <strong>de</strong> ese<br />

modo -dijo Artagnan.<br />

-¿Por qué? -preguntó Planchet.<br />

-Porque sería envejecerla cada vez que<br />

la llamaseis.<br />

-No: la llamo Trüchen. -Bonito nombre -<br />

dijo Porthos.<br />

-Trüchen -replicó Planchet me ha venido<br />

<strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s con su virtud y dos mil florines,<br />

huyendo <strong>de</strong> un marido que le pegaba. Como<br />

natural <strong>de</strong> Picardía, me han gustado siempre<br />

las mujeres <strong>de</strong> Artois. Del Artois a Flan<strong>de</strong>s no<br />

hay más que un paso. La <strong>de</strong>sgraciada vino a<br />

llorar a casa <strong>de</strong> su padrino, mi pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> la


calle <strong>de</strong> los Lombardos, y colocó en mi casa sus<br />

dos mil florines, que en el día le rentan diez<br />

mil.<br />

-¡Bravo, Planchet!<br />

-Es libre, es rica; tiene una vaca; manda<br />

a una sirviente y al tío Celestino; me hace todas<br />

mis camisas y todas mis medias <strong>de</strong> invierno;<br />

sólo me ve <strong>de</strong> quince en quince días, y se consi<strong>de</strong>ra<br />

dichosa<br />

-y lo soy efectivamente -dijo Trüchen con<br />

abandono.<br />

Porthos se retorció el otro hemisferio <strong>de</strong>l<br />

bigote.<br />

-¡Diantre, diantre! -dijo para sí Artagnan-.<br />

Será que Porthos tenga intenciones.<br />

Entretanto, Trüchen, comprendiendo lo<br />

que había <strong>de</strong> hacer, dio prisa a la cocinera, añadió<br />

dos cubiertos, y puso sobre la mesa manjares<br />

<strong>de</strong>licados, capaces <strong>de</strong> convertir una cena<br />

en comida y una comida en festín.<br />

Manteca. fresca, cecina, anchoas y atún, todo lo<br />

mejor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong> Planchet.


Pollos, legumbres, ensalada, pescados<br />

<strong>de</strong> estanque y <strong>de</strong> río, caza <strong>de</strong>l monte, en fin,<br />

todos los recursos <strong>de</strong> la provincia.<br />

A<strong>de</strong>más, Planchet volvía <strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga cargado<br />

con diez botellas, cuyo vidrio <strong>de</strong>saparecía bajo<br />

una <strong>de</strong>nsa capa <strong>de</strong> polvo ceniciento.<br />

Aquello alegró el corazón <strong>de</strong> Porthos.<br />

-Tengo hambre -dijo.<br />

Y se sentó junto a la señora Trüchen con<br />

una mirada asesina. Artagnan se sentó al otro<br />

lado. Planchet, discreta y alegremente, se colocó<br />

enfrente.<br />

-No os extrañéis -dijo- si durante la comida<br />

abandona Trüchen la mesa frecuentemente,<br />

pues tiene que disponer vuestros dormitorios.<br />

En efecto, el ama hacía numerosos viajes y<br />

se oían crujir en el piso superior las armaduras<br />

<strong>de</strong> las camas y chillar las ro<strong>de</strong>zuelas sobre el<br />

pavimento.<br />

Entretanto, los tres hombres comían y<br />

bebían, especialmente Porthos.


Era maravilloso el verlos. Cuando Trüchen volvió<br />

con el queso, las diez botellas no eran más<br />

que diez sombras.<br />

Artagnan conservó toda su dignidad.<br />

Porthos, al contrario, perdió parte <strong>de</strong> la<br />

suya.<br />

Hubo brindis y canciones. Artagnan<br />

propuso otra nueva excursión a la bo<strong>de</strong>ga, y<br />

como Planchet no caminaba con la regularidad<br />

<strong>de</strong>bida, el capitán <strong>de</strong> mosqueteros se ofreció a<br />

acompañarle. Marcharon, pues, tarareando canciones<br />

capaces <strong>de</strong> asustar al mismo <strong>de</strong>monio.<br />

Trüchen se quedó en la mesa al lado <strong>de</strong><br />

Porthos.<br />

Mientras los dos golosos elegían <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> loe haces <strong>de</strong> leña, <strong>de</strong>jóse oír ese ruido seco y<br />

sonoro que producen al hacer el vacío los labios<br />

sobre una mejilla.<br />

"Porthos se habrá creído estar en La Rochela",<br />

pensó Artagnan. Ambos subieron<br />

cargados <strong>de</strong> botellas.<br />

Planchet no veía ya <strong>de</strong> tanto cantar.


Artagnan, que todo lo observaba, notó<br />

que la mejilla izquierda <strong>de</strong> Trüchen estaba<br />

mucho más colorada que la <strong>de</strong>recha.<br />

Porthos sonreía a la izquierda <strong>de</strong> Trüchen,<br />

y se retorcía con sus dos manos las puntas<br />

<strong>de</strong> su bigote.<br />

Trüchen sonreía también al magnífico<br />

señor.<br />

<strong>El</strong> vino espumoso <strong>de</strong> Anjou hizo <strong>de</strong><br />

aquellos tres hombres, primero tres <strong>de</strong>monios,<br />

y luego tres leños.<br />

Artagnan no tuvo fuerzas más que para<br />

coger una luz y alumbrar, a Planchet.<br />

Planchet arrastró a Porthos, a quien empujaba<br />

Trüchen, muy contenta también.<br />

Artagnan fue el que halló los dormitorios<br />

y <strong>de</strong>scubrió las camas. Porthos se sumió<br />

en la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle <strong>de</strong>snudado<br />

su amigo el mosquetero.<br />

Artagnan se arrojó sobre la que le habían<br />

dispuesto, diciendo:


-¡Diantre! Y eso que había jurado no<br />

tocar a ese vino dorado que trascien<strong>de</strong> a piedra<br />

<strong>de</strong> chispa. ¡Si los mosqueteros viesen a su capitán<br />

en semejante estado!<br />

Y corriendo las cortinas <strong>de</strong>l lecho:<br />

-Por fortuna no me verán - añadió.<br />

Planchet fue trasladado en brazos <strong>de</strong><br />

Trüchen, la cual le <strong>de</strong>snudó, y cerró cortinas y<br />

puertas.<br />

-Es divertido el campo -observó Porthos<br />

estirando sus piernas que pasaron a través <strong>de</strong> la<br />

armadura <strong>de</strong> la cama, lo cual produjo un ruido<br />

enorme. Verdad es que nadie paró atención en<br />

ello, pues tanto era lo que se habían divertido<br />

en la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong> Planchet.<br />

A las dos <strong>de</strong> la madrugaba todo el<br />

mundo roncaba.<br />

X<strong>II</strong><br />

LO QUE SE VEÍA DESDE LA CASA DE<br />

PLANCHET


<strong>El</strong> siguiente día sorprendió a los<br />

tres héroes durmiendo a pierna suelta.<br />

Trüchen había cerrado los postigos <strong>de</strong><br />

las ventanas para que el sol no les diera en los<br />

ojos al salir por levante.<br />

De modo que reinaba noche obscura<br />

bajo las cortinas <strong>de</strong> Porthos, y bajo el baldaquino<br />

<strong>de</strong> Planchet,<br />

cuando Artagnan, <strong>de</strong>spertado el primero por<br />

un rayo indiscreto que penetraba por un intersticio<br />

<strong>de</strong> la ventana, saltó <strong>de</strong> la cama como para<br />

llegar el primero al asalto.<br />

Tomó en efecto por asalto el cuarto <strong>de</strong><br />

Porthos, que estaba inmediato al suyo.<br />

Porthos dormía lo mismo que zumba un<br />

trueno, y mostraba orgullosamente en la obscuridad<br />

su enorme cuerpo, <strong>de</strong>l que colgaba fuera<br />

<strong>de</strong> la cama hasta el suelo su nervudo brazo.<br />

Artagnan <strong>de</strong>spertó a Porthos, quien se<br />

restregó los ojos con bastante soltura.


Mientras tanto se vestía Planchet, y salía a recibir<br />

a la puerta <strong>de</strong> su cuarto a los dos huéspe<strong>de</strong>s,<br />

vacilantes todavía <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la cena última.<br />

Aunque aun era muy temprano, toda la casa<br />

estaba ya en pie. La cocinera <strong>de</strong>gollaba sin piedad<br />

en el corral, y el viejo Celestino cogía cerezas<br />

en el jardín.<br />

Porthos, satisfecho en extremo, tendió<br />

una mano a Planchet, y Artagnan pidió permiso<br />

para abrazar a la señora Trüchen.<br />

Esta, que no conservaba odio a los vencidos, se<br />

aproximó a Porthos, al cual le fue otorgado<br />

igual favor.<br />

Porthos abrazó a la señora Trüchen con<br />

un fuerte suspiro. Entonces Planchet cogió a<br />

los dos amigos <strong>de</strong> la mano.<br />

-Voy a enseñaros la casa -dijo-. Anoche<br />

entramos aquí como en un horno, y no hemos<br />

visto nada; pero <strong>de</strong> día todo cambia <strong>de</strong> aspecto,<br />

y espero que no quedaréis <strong>de</strong>scontentos.<br />

-Principiemos por las vistas -dijo Artagnan-:<br />

las vistas me gustan más que nada; yo he


vivido siempre en casas regias, y he observado<br />

que los príncipes no saben elegir mal sus puntos<br />

<strong>de</strong> vista.<br />

-Yo -observó Porthos- he sido siempre<br />

aficionado a. las vistas; así es que en mi posesión<br />

<strong>de</strong> Pierrefonds he hecho abrir cuatro alamedas<br />

que dan vista a una perspectiva muy<br />

pintoresca.<br />

-Ahora veréis mi perspectiva -repuso<br />

Planchet.<br />

Y condujo a sus huéspe<strong>de</strong>s a una ventana.<br />

-¡Ah, sí! Es la calle <strong>de</strong> Lyón -dijo Artagnan.<br />

-Sí; por este lado hay dos ventanas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

las que nada se ve <strong>de</strong> particular si no es esa<br />

posada <strong>de</strong> enfrente, siempre bulliciosa y alborotada;<br />

es una vecindad muy incómoda. Antes<br />

tenía cuatro ventanas a ese lado, pero he quitado<br />

dos.<br />

-A<strong>de</strong>lante -dijo Artagnan.


Pasaron a un corredor que conducía a<br />

los dormitorios, y Planchet abrió los postigos.<br />

-¡Calla! -dijo Porthos-. ¿Qué es aquello<br />

que se ve allá abajo?<br />

-<strong>El</strong> bosque -dijo Planchet-. Ese es el<br />

horizonte; una <strong>de</strong>nsa faja amarilla en primavera,<br />

ver<strong>de</strong> en verano, rojiza en otoño y blanca en<br />

invierno.<br />

-Muy bien; pero es una cortina que impi<strong>de</strong><br />

ver más lejos.<br />

-Sí -dijo Planchet-; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí se<br />

ve...<br />

-¡Ah! Ese gran campo... -dijo Porthos-.<br />

¡Calla! ¿Qué es lo que diviso en él?... Cruces,<br />

piedras.<br />

-¡Vamos! ¡Pero si es el cementerio! -<br />

exclamó Artagnan. -Justamente -dijo Planchet-;<br />

y os aseguro que es muy curioso. No pasa<br />

día en que no entierren ahí a alguien. Fontainebleau<br />

tiene bastante gente. Unas veces son jóvenes<br />

vestidas <strong>de</strong> blanco, con pendones, otras<br />

regidores o vecinos pudientes, con los chantres


y la fábrica <strong>de</strong> la parroquia; a veces también<br />

oficiales <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey.<br />

-No me place eso mucho -dijo Porthos.<br />

-No es muy divertido que digamos -<br />

añadió Artagnan.<br />

-Os aseguro que eso inspira i<strong>de</strong>as santas<br />

-repuso Planchet.<br />

-¡Ah! No digo que no.<br />

-Pero -continuó Planchet-, algún día<br />

hemos <strong>de</strong> morir, y hay en no sé dón<strong>de</strong> una<br />

máxima que he retenido, y es la siguiente: "No<br />

hay pensamiento más saludable que el pensamiento<br />

<strong>de</strong> la muerte."<br />

-No afirmo lo contrario -dijo Porthos.<br />

-Pero -replicó Artagnan- también es un<br />

pensamiento saludable el <strong>de</strong>l verdor <strong>de</strong> los<br />

campos, <strong>de</strong> las flores, <strong>de</strong> los ríos, <strong>de</strong> los horizontes<br />

azules, <strong>de</strong> las vastas llanuras sin fin...<br />

-Si los tuviese no les haría ascos -<br />

contestó Planchet-; pero no teniendo más que<br />

ese pequeño cementerio, florido también, cubierto<br />

<strong>de</strong> musgo, sombrío y tranquilo, me con-


tento con él, y pienso en la gente <strong>de</strong> la ciudad<br />

que vive, pongo por caso, en la calle <strong>de</strong> los<br />

Lombardos, y oye rodar dos mil carruajes al<br />

día, y andar por el lodo a ciento cincuenta mil<br />

personas.<br />

-¡Pero vivas -exclamó Porthos-, vivas!<br />

-Eso es precisamente -dijo Planchet con<br />

timi<strong>de</strong>z- lo que me distrae <strong>de</strong> los muertos.<br />

-Este diablo <strong>de</strong> Planchet -repuso Artagnan-<br />

ha nacido para poeta tanto como para<br />

abacero.<br />

-Señor -dijo Planchet-, yo era una <strong>de</strong><br />

esas buenas pastas <strong>de</strong> hombre que Dios ha<br />

hecho para animarse durante cierto tiempo, y<br />

consi<strong>de</strong>rar bueno todo lo que acompaña su<br />

permanencia sobre la tierra.<br />

Artagnan se sentó junto a la ventana, y,<br />

habiéndole parecido sólida la filosofía <strong>de</strong> Planchet,<br />

se puso a reflexionar.<br />

-¡Cáscaras! -exclamó Porthos-. Si no me<br />

engaño, ya tenemos espectáculo, pues me parece<br />

que oigo cantar.


-Sí que cantan -dijo Artagnan.<br />

-¡Oh! ¡Es un entierro <strong>de</strong> última clase! -<br />

murmuró Planchet <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente-. No vienen<br />

más que el cura oficiante, el pertiguero y el<br />

niño <strong>de</strong> coro. Ya veis, señores, que el difunto o<br />

la difunta no <strong>de</strong>bían ser príncipes.<br />

-No, nadie sigue su féretro. -Sí -dijo<br />

Porthos-, veo a un hombre.<br />

-Sí, es verdad; un hombre embozado en<br />

una capa -añadió Artagnan.<br />

-No vale la pena mirarlo -observó Planchet.<br />

-Eso me interesa -dijo vivamente Artagnan<br />

acodándose sobre la ventana.<br />

-Vamos; veo que al fin caéis en la tentación<br />

-dijo gozoso Planchet-; os suce<strong>de</strong> lo que a<br />

mí: los primeros días me ponía triste <strong>de</strong> tanto<br />

persignarme, y los cánticos me penetraban como<br />

clavos en el cerebro; pero ahora me mezclo<br />

al son <strong>de</strong> ellos, y se me figura que no he visto<br />

nunca pájaros más hermosos que los <strong>de</strong>l cementerio.


-Pues yo -dijo Porthos- no me divierto<br />

aquí y prefiero bajar. Planchet dio un brinco, y<br />

ofreció su mano a Porthos para conducirle al<br />

jardín.<br />

-¿Y qué, os vais a quedar ahí? -preguntó<br />

Porthos volviéndose hacia Artagnan.<br />

-Sí, querido, sí; luego iré a reunirme a<br />

vos.<br />

-¡Je, je! ¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan no hace<br />

mal! ¿Están ya enterrando?<br />

-Todavía no.<br />

-En efecto; el sepulturero aguarda a que<br />

estén atadas las cuerdas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l ataúd.<br />

¡Mirad!. . . Por aquel lado <strong>de</strong>l cementerio entra<br />

una mujer.<br />

-Sí, sí, querido Planchet -dijo con viveza<br />

Artagnan-; pero déjame, déjame, que empiezo a<br />

engolfarme en meditaciones saludables, y no<br />

quiero que me interrumpan.<br />

Planchet se marchó, y Artagnan <strong>de</strong>voraba<br />

con los ojos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l postigo, medio cerrado,<br />

lo que pasaba enfrente.


Los dos sepultureros habían sacado los<br />

correones <strong>de</strong> las angarillas,<br />

y <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong>slizar su carga en la fosa.<br />

A pocos pasos, el hombre <strong>de</strong> la capa,<br />

único espectador <strong>de</strong> aquella escena lúgubre, se<br />

arrimaba a un gran ciprés y ocultaba enteramente<br />

su rostro a los sepultureros y al cura. <strong>El</strong><br />

cuerpo <strong>de</strong>l difunto quedó enterrado en cinco<br />

minutos.<br />

Rellenada ya la sepultura, se volvió el<br />

cura con la comitiva; el sepulturero le dirigió<br />

algunas palabras y luego echó a andar tras<br />

ellos.<br />

<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> la capa los saludó al pasar,<br />

y puso una moneda en la mano al sepulturero.<br />

-¡Pardiez! -exclamó Artagnan-. ¡Ese<br />

hombre es Aramis!<br />

Aramis, en efecto, quedó solo, al menos por<br />

aquel lado, pues apenas volvió la cabeza cuando<br />

oyéronse cerca <strong>de</strong> él en el camino los pasos<br />

<strong>de</strong> una mujer y el crujir <strong>de</strong> un vestido.


Volvióse al momento, y, quitándose el<br />

sombrero con mucho respeto cortesano, condujo<br />

a la dama bajo un grupo <strong>de</strong> castaños y <strong>de</strong><br />

tilos que daban sombra a una tumba fastuosa.<br />

-¡Tate! -dijo Artagnan-. ¡<strong>El</strong> obispo <strong>de</strong><br />

Vannes dando citas! Vamos, es el mismo abate<br />

Aramis, galanteando en Noisy-le-Sec... Sí -<br />

añadió el mosquetero-; mas, en un cementerio,<br />

la cita es sagrada.<br />

Y se echó a reír.<br />

La conversación duró una media hora.<br />

Artagnan no podía ver el semblante <strong>de</strong><br />

la dama, porque ésta le daba la espalda; pero<br />

conocía en la postura <strong>de</strong> los dos interlocutores,<br />

en la simetría <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes y en la manera<br />

acompasada, mañosa, con que se dirigían miradas,<br />

como <strong>de</strong> ataque o <strong>de</strong>fensa, que no hablaban<br />

<strong>de</strong> amor.<br />

Al fin <strong>de</strong> la conversación la dama se<br />

levantó, y fue ella la que hizo una profunda<br />

reverencia a Aramis.


-¡Oh, oh! -dijo Artagnan-. ¡Esto acaba<br />

como una cita amorosa!<br />

<strong>El</strong> caballero se arrodilla al principio, y<br />

luego la vencida y la que suplica es la dama...<br />

¿Quién será esa señorita?... Daría una uña por<br />

verla.<br />

Pero no pudo ser. Aramis se fue el primero, la<br />

dama se cubrió con sus chales y partió en seguida.<br />

Artagnan no guardó a más, y corrió a la<br />

ventana <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Lyón.<br />

Aramis acababa <strong>de</strong> entrar en la posada.<br />

La dama se dirigía en sentido contrario.<br />

Iba a reunirse a un carruaje <strong>de</strong> dos caballos <strong>de</strong><br />

mano y una carroza que se veían en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

bosque.<br />

La dama caminaba <strong>de</strong>spacio, con la cabeza baja,<br />

absorta en profunda meditación.<br />

-¡Pardiez, pardiez! Es preciso que sepa<br />

quién es esa mujer -dijo el mosquetero.<br />

Y, sin más <strong>de</strong>liberaciones, empezó a<br />

andar tras ella.


Por el camino se iba preguntando cómo<br />

se compondría para hacerle alzar el velo.<br />

-<strong>El</strong>la no es joven -dijo-, es mujer <strong>de</strong>l<br />

gran mundo. Lléveme el <strong>de</strong>monio, o ese continente<br />

no me es <strong>de</strong>sconocido.<br />

Conforme corría, el ruido <strong>de</strong> sus botas y<br />

el traqueteo <strong>de</strong> sus espuelas sobre el suelo <strong>de</strong> la<br />

calle iba haciendo un sonsonete extraño; esto le<br />

proporcionó una feliz coyuntura, con la cual no<br />

contaba.<br />

Aquel ruido alarmó a la dama; creyendo<br />

que la seguían o perseguían, como así era, volvió<br />

la cabeza.<br />

Artagnan dio un brinco, como si hubiese<br />

recibido en las pantorrillas una carga <strong>de</strong> perdigones;<br />

<strong>de</strong>spués, dando un ro<strong>de</strong>o para volver<br />

atrás:<br />

-¡Madame <strong>de</strong> Chevreuse! -murmuró.<br />

Artagnan no se quiso quedar sin saberlo<br />

todo.<br />

Pidió al tío Celestino que se informara<br />

por el sepulturero quién era


el muerto que habían enterrado aquella misma<br />

mañana.<br />

-Un pobre franciscano mendicante -<br />

replicó éste-, que no tenía ni un perro que le<br />

amase en este mundo y le acompañase a su<br />

última morada.<br />

-Si así fuese -pensó Artagnan-, no habría<br />

asistido Aramis a su entierro... <strong>El</strong> señor obispo<br />

<strong>de</strong> Vannes no es un perro en cuanto al cariño;<br />

para el olfato no digo.<br />

X<strong>II</strong>I<br />

CóMO PORTHOS, TRÜCHEN Y PLANCHET<br />

SE SEPARARON AMIGOS, GRACIAS A<br />

ARTAGNAN<br />

Hiciéronse muchos aprestos .para el<br />

almuerzo en casa <strong>de</strong> Planchet. Porthos rompió<br />

una escalera <strong>de</strong> mano y dos cerezos, <strong>de</strong>spojó los<br />

frambuesos, y no le fue posible coger fresas, a<br />

causa, según <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> su cinturón.


Trüchen, que se había familiarizado ya<br />

con el gigante, le dijo:<br />

-No es por el cinturón; es por el fiendre.<br />

Y Porthos, radiante <strong>de</strong> alegría, abrazó a<br />

Trüchen, quien le cogió una almorzada <strong>de</strong> fresas<br />

y se las hizo comer en sus manos. Artagnan,<br />

que llegó en esto, riñó a Porthos por su pereza<br />

y compa<strong>de</strong>ció por lo bajo a Planchet.<br />

Porthos <strong>de</strong>sayunó bien; y cuando hubo<br />

concluido:<br />

-¡Qué bien lo pasaría aquí! -dijo mirando<br />

a Trüchen.<br />

Trüchen sonrió.<br />

Planchet hizo lo propio, no sin cierta<br />

<strong>de</strong>sazón.<br />

Entonces Artagnan dijo a Porthos:<br />

-Es necesario, amigo mío, que las <strong>de</strong>licias<br />

<strong>de</strong> Capua no os hagan olvidar el objeto<br />

primordial <strong>de</strong> nuestro viaje a Fontainebleau.<br />

-¿Mi presentación al rey?


-Justamente. Voy a dar una vuelta por la<br />

población para preparar lo conveniente. No<br />

salgáis <strong>de</strong> aquí, os lo ruego.<br />

-¡Oh, no! -exclamó Porthos. Planchet<br />

miró a Artagnan con temor.<br />

-¿Estaréis ausente mucho tiempo? -dijo.<br />

-No, amigo mío, pues esta misma noche<br />

quedarás <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> dos huéspe<strong>de</strong>s<br />

algo molestos.<br />

-¡Bah! Señor <strong>de</strong> Artagnan, ¿como podéis<br />

<strong>de</strong>cir?<br />

-No, mira, tu corazón es bondadoso;<br />

pero tu casa es pequeña. Hay quien no tiene<br />

dos arpentas <strong>de</strong> tierra y pue<strong>de</strong> alojar a un rey y<br />

hacerlo muy feliz; pero tú no has. nacido gran<br />

señor, Planchet.<br />

-Ni el señor Porthos tampoco -murmuró<br />

Planchet.<br />

-Mas lo ha llegado a ser, querido; en<br />

primer lugar, es dueño hace veinte años <strong>de</strong> cien<br />

mil libras <strong>de</strong> renta, y dueño también, hace cincuenta,<br />

<strong>de</strong> dos puños y un espinazo que no han


econocido rivales en este encantador reino <strong>de</strong><br />

Francia. Porthos es un gran señor al lado tuyo,<br />

hijo mío. . . y no te digo más creo que ya me<br />

enten<strong>de</strong>rás.<br />

-No, no, señor; explicadme...<br />

-Mira tu jardín <strong>de</strong>vastado, tu <strong>de</strong>spensa<br />

vacía, tu cama rota, tu bo<strong>de</strong>ga exhausta; mira...<br />

a la señora Trüchen...<br />

-¡Ah, Dios mío! -exclamó Planchet.<br />

-Porthos es señor <strong>de</strong> treinta pueblos, con<br />

trescientas vasallas muy <strong>de</strong>senvueltas, y Porthos<br />

es un buen mozo.<br />

-¡Ah, Dios mío! -repitió Planchet.<br />

-La señora Trüchen es una excelente<br />

persona -prosiguió Artagnan-; guárdala para ti,<br />

¿entien<strong>de</strong>s? . . .<br />

Y le dio un golpecito en el hombro.<br />

En aquel momento, el abacero vio a<br />

Trüchen y a Porthos guarecidos bajo un emparrado.<br />

Trüchen, con una gracia enteramente<br />

flamenca, ponía pendientes a Porthos con pares


<strong>de</strong> cervezas, y Porthos reía amorosamente como<br />

Sansón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dalila.<br />

Planchet apretó la mano <strong>de</strong> Artagnan, y<br />

corrió hacia el emparrado. Hagamos a Porthos<br />

la justicia <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no se movió... Indudablemente<br />

creía que no obraba mal. Trüchen<br />

tampoco se alteró, lo cual incomodó a Planchet;<br />

pero tenía éste bastante mundo para poner<br />

buen semblante ante un contratiempo.<br />

Planchet cogió el brazo <strong>de</strong> Porthos, y le<br />

propuso ir a ver los caballos.<br />

Porthos dijo que estaba fatigado. Planchet<br />

propuso al barón Du Vallon probar un<br />

noyó hecho por su mano, y que no tenía igual.<br />

<strong>El</strong> barón aceptó.<br />

De este modo pudo Planchet tener ocupado<br />

todo el día a su enemigo, sacrificando la<br />

<strong>de</strong>spensa a su amor propio.<br />

Artagnan volvió dos horas <strong>de</strong>spués.<br />

-Todo está preparado -dijo-; he visto a<br />

Su Majestad un momento cuando salía a cazar,<br />

y esta noche nos espera.


-¡<strong>El</strong> rey me espera! -murmuró Porthos<br />

engriéndose.<br />

Y, preciso es <strong>de</strong>cirlo, pues el corazón <strong>de</strong>l<br />

hombre es una ola en extremo movible: <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquel instante <strong>de</strong>jó Porthos <strong>de</strong> mirar a la señora<br />

Trüchen con aquella gracia impresionante que<br />

había ablandado el corazón <strong>de</strong> la flamenca.<br />

Planchet estimuló lo que pudo aquellas<br />

disposiciones ambiciosas. Refirió, o más bien<br />

recorrió, todos los esplendores <strong>de</strong>l último reinado,<br />

las batallas, los sitios, las ceremonias.<br />

Habló <strong>de</strong>l lujo <strong>de</strong> los ingleses Y <strong>de</strong> los beneficios<br />

reportados por los tres intrépidos camaradas,<br />

<strong>de</strong><br />

quienes Artagnan, el más humil<strong>de</strong> en un principio,<br />

había llegado a ser el jefe.<br />

Entusiasmó a Porthos mostrándole su<br />

juventud <strong>de</strong>svanecida; elogió la castidad <strong>de</strong><br />

aquel gran señor y su religioso respeto a la<br />

amistad; estuvo, en una palabra, elocuente y<br />

diestro, hasta el punto <strong>de</strong> tener embobado a


Porthos, hacer temblar a Trüchen, y hacer meditar<br />

a Artagnan.<br />

A las seis, el mosquetero mandó preparar<br />

los caballos, e hizo que Porthos se vistiese.<br />

Dio gracias a Planchet por su buena<br />

hospitalidad, lo <strong>de</strong>slizó algunas palabras vagas<br />

acerca <strong>de</strong> proporcionarle algún empleo en la<br />

Corte, lo cual hizo subir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego el concepto<br />

<strong>de</strong> Planchet en el ánimo <strong>de</strong> Trüchen,<br />

don<strong>de</strong> el pobre abacero, tan bueno, tan generoso,<br />

tan leal, había perdido mucho terreno con la<br />

aparición y el paralelo <strong>de</strong> dos gran<strong>de</strong>s señores.<br />

Porque las mujeres son así: ambicionan<br />

loa que no tienen, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñan lo que ambicionaban<br />

cuando ya lo tienen.<br />

Después que Artagnan hizo aquel servicio<br />

a Planchet, dijo en voz baja a Porthos:<br />

Tenéis en vuestro <strong>de</strong>do, amigo mío, una<br />

sortija muy bella.<br />

-Trescientos doblones -dijo. Porthos.


-La señora Trüchen conservará mucho<br />

mejor vuestro recuerdo si le <strong>de</strong>jáis esa sortija -<br />

replicó Artagnan. Porthos dudaba.<br />

-Creéis que no es bastante bueno, ¿no es<br />

verdad? -dijo el mosquetero- Os comprendo,<br />

un gran señor como vos jamás va a hospedarse<br />

a casa <strong>de</strong> un antiguo criado sin pagar liberalmente<br />

la hospitalidad; pero, creedme, Planchet<br />

tiene un corazón tan bueno, que no notará siquiera<br />

que tenéis cien mil libras <strong>de</strong> renta.<br />

-Si os parece -dijo Porthos engreído con<br />

aquellas palabras-, daré a la señora Trüchen mi<br />

alquería <strong>de</strong> Bracieux; es también una bonita<br />

sortija para el <strong>de</strong>do... <strong>de</strong> doce arpentas.<br />

-Es <strong>de</strong>masiado, mí buen Porthos, <strong>de</strong>masiado<br />

por ahora... Dejadlo para más a<strong>de</strong>lante.<br />

Le quitó el diamante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do, y.<br />

aproximándose a Trüchen:<br />

-Señora -dijo-, el señor barón no sabe<br />

cómo suplicaron que aceptéis por amor suyo<br />

esta sortijilla. <strong>El</strong> señor Du Vallon es uno <strong>de</strong> los<br />

hombres más generosos y discretos que conoz-


co. Quería regalaros una alquería que posee en<br />

Bracieux; pero le he disuadido <strong>de</strong> ello.<br />

-¡Oh! -murmuró Trüchen, <strong>de</strong>vorando.<br />

con los ojos el diamante.<br />

-¡Señor barón! -exclamó enternecido<br />

Planchet.<br />

-¡Mi buen amigo! -balbuceó Porthos<br />

encantado <strong>de</strong> haber sido tan bien interpretado<br />

por Artagnan.<br />

Todas aquellas exclamaciones, al cruzarse,<br />

dieron un <strong>de</strong>senlace patético al día que<br />

hubiese podido terminar <strong>de</strong> una manera grotesca.<br />

Pero Artagnan estaba allí, y don<strong>de</strong> quiera<br />

que Artagnan mandaba, terminaban las cosas<br />

siempre a medida <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo.<br />

Llegaron los abrazos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. Trüchen.<br />

colocada en su lugar por la munificiencia<br />

<strong>de</strong>l barón, sólo ofreció una frente tímida al gran<br />

señor, con quien tanta familiaridad había gastado<br />

el día antes.


<strong>El</strong> mismo Planchet sintióse penetrado <strong>de</strong><br />

humildad.<br />

<strong>El</strong> barón Porthos, suelta ya la vena <strong>de</strong> su<br />

generosidad, habría vaciado <strong>de</strong> buena gana sus<br />

bolsillos en manos <strong>de</strong> la cocinera y <strong>de</strong> Celestino.<br />

Pero Artagnan le contuvo.<br />

-Ahora me correspon<strong>de</strong> a mí -1e dijo.<br />

Y dio un doblón a la mujer y dos al<br />

hombre.<br />

Aquello era oír bendiciones, capaces <strong>de</strong><br />

alegrar el corazón <strong>de</strong> Harpagón, y <strong>de</strong> hacerlo<br />

pródigo.<br />

Artagnan se hizo acompañar por Planchet<br />

hasta Palacio, e introdujo a Porthos en su<br />

cuarto <strong>de</strong> capitán, don<strong>de</strong> entró sin ser visto <strong>de</strong><br />

las personas a quienes temía encontrar.<br />

XIV<br />

LA PRESENTACIÓN DE PORTHOS


Aquella misma noche, a las siete. concedía<br />

el rey audiencia a un embajador <strong>de</strong> las Provincias<br />

Unidas en el gran salón.<br />

La audiencia duró un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

En seguida recibió el rey a los nuevos<br />

presentados y a algunas damas, que pasaron<br />

las primeras.<br />

En un ángulo <strong>de</strong>l salón, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una<br />

columna, conversaban Porthos y Artagnan,<br />

esperando que les llegase la vez.<br />

-¿Sabéis lo que suce<strong>de</strong>? -dijo el mosquetero<br />

a su amigo.<br />

-Pues bien, miradle.<br />

Porthos se puso <strong>de</strong> puntillas,<br />

y r vio el señor Fouquet en traje <strong>de</strong> ceremonia,<br />

que conducía a Aramis a la presencia<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

-¡Aramis! -dijo Porthos. -Presentado al<br />

rey por el señor Fouquet.<br />

-¡Ah! -exclamó Porthos. -Por haber fortificado<br />

a Belle-Isle -continuó Artagnan.<br />

-¿Y yo?


-Vos, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros,<br />

sois el buen Porthos, la bondad misma; por<br />

eso querían que' permanecieseis por algún<br />

tiempo en Saint-Mandé.<br />

-¡Ah! -repitió Porthos. -Pero, afortunadamente,<br />

estoy yo aquí -dijo Artagnan-, y me<br />

llegará el turno en seguida.<br />

En aquel momento dirigíase Fouquet al<br />

rey.<br />

-Señor -dijo-: tengo que pedir un favor a<br />

Vuestra Majestad. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay no es<br />

ambicioso, pero sabe que pue<strong>de</strong> ser útil. Vuestra<br />

Majestad necesita tener un agente en Roma,<br />

y un agente po<strong>de</strong>roso; creo que po<strong>de</strong>mos obtener<br />

un capelo para el señor <strong>de</strong> Herblay. <strong>El</strong> rey<br />

hizo un movimiento.<br />

-No suelo molestar a Vuestra Majestad<br />

con pretensiones -dijo Fouquet.<br />

-Ya veremos -contestó el rey, que empleaba<br />

siempre esa frase en los casos dudosos.<br />

A esa frase nada había que replicar.


Fouquet y Aramis se miraron. <strong>El</strong> rey<br />

continuó:<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay pue<strong>de</strong> servirnos<br />

también en Francia: algún arzobispado, pongo<br />

por caso.<br />

-Señor -objetó Fouquet con la gracia que<br />

le era peculiar-: Vuestra Majestad honra mucho<br />

al señor <strong>de</strong> Herblay: el arzobispado pue<strong>de</strong> servir<br />

<strong>de</strong> complemento al capelo; no excluye lo<br />

uno a lo otro.<br />

<strong>El</strong> rey admiró aquella presencia <strong>de</strong> ánimo<br />

y sonrió.<br />

-No hubiese respondido mejor Artagnan<br />

-dijo.<br />

Apenas pronunció este nombre, acudió<br />

presuroso Artagnan.<br />

-¿Vuestra Majestad me llama? -<br />

preguntó.<br />

Aramis y Fouquet dieron un paso para<br />

retirarse.<br />

-Permitid, señor -dijo vivamente Artagnan,<br />

haciendo acercarse a Porthos-, que presen-


te a Vuestra Majestad al señor barón Du-<br />

Vallon, uno <strong>de</strong> los más valientes hidalgos <strong>de</strong><br />

Francia.<br />

Aramis, al ver a Porthos, pali<strong>de</strong>ció, y<br />

Fouquet crispó los <strong>de</strong>dos bajo sus puños <strong>de</strong><br />

encaje.<br />

Artagnan dirigió a ambos una sonrisa,<br />

en tanto que Porthos se inclinaba visiblemente<br />

conmovido ante la majestad real.<br />

-¡Porthos aquí! -murmuró Fouquet al<br />

oído <strong>de</strong> Aramis.<br />

-¡Silencio! Es una traición -dijo éste.<br />

-Señor -dijo Artagnan-, hace seis años<br />

que <strong>de</strong>bería haber presentado al señor Du-<br />

Vallon a Vuestra Majestad; pero algunos hombres<br />

se asemejan a las estrellas: nunca van sin el<br />

séquito <strong>de</strong> sus amigos. Los pléya<strong>de</strong>s no se <strong>de</strong>sunen<br />

y por eso he elegido para presentaros al<br />

señor Du-Vallon el momento en que pudierais<br />

ver al lado suyo al señor <strong>de</strong> Herblay.<br />

Aramis estuvo a pique <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r los<br />

estribos, y miró a Artagnan con aire arrogante,


como aceptando el <strong>de</strong>safío que éste parecía<br />

proponerle.<br />

-¡Ah! ¿Estos señores son buenos amigos?<br />

-dijo el rey.<br />

-Excelentes, señor, y el uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

otro. Preguntad al señor <strong>de</strong> Vannes cómo ha<br />

sido fortificada Belle-Isle.<br />

Fouquet alejóse un paso.<br />

-Belle-Isle -dijo fríamente Aramis-, ha<br />

sido fortificada por el señor.<br />

Y señaló a Porthos, que saludó por segunda<br />

vez.<br />

Luis admiraba y <strong>de</strong>sconfiaba.<br />

-Sí -dijo Artagnan-; pero preguntad al<br />

señor barón quién le ha ayudado en sus trabajos.<br />

-Aramis -dijo Porthos francamente.<br />

Y señaló al obispo.<br />

-¿Qué diablos significa todo esto? -<br />

pensó el prelado-, y ¿qué <strong>de</strong>senlace tendrá esta<br />

comedia?


-¡Cómo! -dijo el rey-. ¿<strong>El</strong> señor car<strong>de</strong>nal...<br />

quiero <strong>de</strong>cir, el señor obispo ... se llama<br />

Aramis?<br />

-Nombre <strong>de</strong> guerra -dijo Artagnan.<br />

-Nombre <strong>de</strong> amistad -repitió Aramis.<br />

-¡Mo<strong>de</strong>stia a un lado! -exclamó Artagnan-.<br />

Bajo ese traje <strong>de</strong> eclesiástico, señor, se<br />

oculta el militar más brillante, el caballero más<br />

intrépido y el teólogo más profundo <strong>de</strong> vuestro<br />

reino.<br />

Luis levantó la cabeza.<br />

-¡Y un ingeniero! -dijo admirando la<br />

fisonomía verda<strong>de</strong>ramente admirable entonces<br />

<strong>de</strong> Aramis.<br />

-Ingeniero por inci<strong>de</strong>ncia, señor -dijo<br />

éste.<br />

-Mi camarada en los mosqueteros, señor<br />

-dijo con calor Artagnan-, el hombre cuyos consejos<br />

han servido <strong>de</strong> mucho a los ministros <strong>de</strong><br />

vuestro padre. . . <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, en fin,<br />

que con el señor Du-Vallon, yo, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Fére, conocido ya <strong>de</strong> Vuestra Majestad, forma-


a esa compañía <strong>de</strong> mosqueteros que tanto dio<br />

que hablar en tiempo <strong>de</strong>l difunto rey y durante<br />

la minoridad.<br />

-Y que ha fortificado Belle-Isle -dijo el<br />

rey con profundo acento. Aramis se a<strong>de</strong>lantó.<br />

-Para servir al hijo -dijo-, como serví al<br />

padre.<br />

Artagnan observó bien a Aramis mientras<br />

pronunciaba estas palabras: pero Aramis<br />

mostró en ellas un respeto tan verda<strong>de</strong>ro, una<br />

lealtad tan profunda, y una convicción tan incontestable,<br />

que el mismo Artagnan, que dudaba<br />

<strong>de</strong> todo, cayó en el lazo.<br />

"No miente el que habla con ese acento",<br />

se dijo.<br />

Luis quedó satisfecho.<br />

-En ese caso -dijo a Fouquet, que esperaba<br />

con ansiedad el resultado <strong>de</strong> aquella prueba-,<br />

está concedido el capelo. Señor <strong>de</strong> Herblay,<br />

os doy mi palabra para la primera promoción.<br />

Dad las gracias al señor Fouquet.


Estas palabras fueron escuchadas por el<br />

señor Colbert, a quien <strong>de</strong>sgarraron el corazón.<br />

Colbert salió apresuradamente <strong>de</strong> la<br />

sala.<br />

-Vos, señor Du-Vallon -dijo el rey-, pedid.<br />

Tengo gran placer en recompensar a los<br />

servidores <strong>de</strong> mi padre.<br />

-Señor... -dijo Porthos.<br />

Y no pudo añadir una palabra más.<br />

-Señor -exclamó Artagnan- este digno<br />

gentilhombre está turbado por la majestad <strong>de</strong><br />

vuestra persona, no obstante haber sostenido<br />

con orgullo la mirada y el fuego <strong>de</strong> mil enemigos.<br />

Pero yo sé lo que piensa, y yo, más habituado<br />

a mirar al sol... voy a <strong>de</strong>ciros su pensamiento:<br />

nada necesita, ni <strong>de</strong>sea otra cosa que<br />

la dicha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r contemplar a Vuestra Majestad<br />

por un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />

-Esta noche cenaréis conmigo -dijo el<br />

rey saludando a Porthos con una graciosa sonrisa.


Porthos se puso como el carmín , <strong>de</strong><br />

satisfacción y orgullo.<br />

<strong>El</strong> rey le <strong>de</strong>spidió, y Artagnan le empujó<br />

hacia la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle abrazado.<br />

-Sentaos a mi lado en la mesa -le dijo<br />

Porthos al oído.<br />

-Sí, amigo mío.<br />

-Aramis me mira con malos ojos, ¿no es<br />

cierto?<br />

-Antes bien, nunca os ha querido más.<br />

Tened presente que le he hecho obtener el capelo<br />

<strong>de</strong> car<strong>de</strong>nal.<br />

-Es verdad -dijo Porthos-.. Decid, ¿le<br />

gusta al rey que se coma mucho en su mesa?<br />

-Es halagarle -dijo Artagnan-, pues posee<br />

un apetito real.<br />

-¡Qué fortuna! -dijo Porthos.<br />

XV<br />

ACLARACIONES


Aramis había efectuado una hábil maniobra<br />

para encontrarse con Artagnan y Porthos.<br />

Acercóse a este último <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna,<br />

y, apretándole la mano:<br />

-¿Os habéis fugado <strong>de</strong> mi prisión? -le<br />

dijo.<br />

-No le riñáis -dijo Artagnan-, pues he<br />

sido yo, querido Aramis, quien le ha hecho salir.<br />

-¡Ah, amigo mío! -replicó Aramis mirando<br />

a Porthos-. ¿Es que<br />

habéis perdido la paciencia esperándome?<br />

Artagnan acudió en ayuda <strong>de</strong> Porthos,<br />

que no sabía qué <strong>de</strong>cir.<br />

-Vosotros, los eclesiásticos -dijo a Aramis-,<br />

sois gran<strong>de</strong>s políticos. Nosotros, los militares,<br />

vamos al bulto. He aquí el hecho. Fui a<br />

ver al buen Baisemeaux.<br />

Aramis aguzó el oído.<br />

-¡Ah! -exclamó Porthos-. Ahora me<br />

hacéis recordar que tengo una carta <strong>de</strong> Baisemeaux<br />

para vos, Aramis.


Y Porthos entregó al obispo la carta que<br />

ya conocemos.<br />

Aramis pidió permiso para leerla, y la<br />

leyó, sin que Artagnan pareciese contrariado en<br />

lo más mínimo por aquella circunstancia, que<br />

había previsto absolutamente.<br />

Por su parte, Aramis mostró tal serenidad,<br />

que Artagnan le admiró más que nunca.<br />

Leída la carta, guardósela Aramis en el bolsillo<br />

con la mayor indiferencia.<br />

-Decíais, querido capitán... -dijo.<br />

-Decía -prosiguió el mosquetero-, que<br />

fui a visitar a Baisemeaux para asuntos <strong>de</strong>l servicio.<br />

-¿Para asuntos <strong>de</strong>l servicio? - dijo Aramis.<br />

-Sí -contestó Artagnan-á y, naturalmente,<br />

hablamos <strong>de</strong> vos y <strong>de</strong> nuestros amigos. Por<br />

cierto que Baisemeaux me recibió con bastante<br />

frialdad. Me <strong>de</strong>spedí. Cuando volvía, acercóseme<br />

un soldado, y, reconociéndome sin duda,<br />

a pesar <strong>de</strong> ir vestido <strong>de</strong> paisano, me dijo: "Capi-


tán, ¿queréis tener la amabilidad <strong>de</strong> leer el<br />

nombre escrito en este sobre?"' Y leí: "Al señor<br />

Du Vallon, en Saint-Mandé, casa <strong>de</strong>l señor<br />

Fouquet. "¡Pardiez! -dije para mí-. Porthos no<br />

ha vuelto, como creía, a Pierrefondos o a Belle-<br />

Isle. Porthos está en Saint Mandé en casa <strong>de</strong>l<br />

señor Fouquet. <strong>El</strong> señor Fouquet no está en<br />

Saint Mandé. Luego Porthos está solo<br />

o con Aramis; vamos a ver a Porthos." Y fui a<br />

verle.<br />

-¡Muy bien! -dijo Aramis pensativo.<br />

-Pues no me habíais contado eso -repuso<br />

Porthos.<br />

-No tuvo tiempo para ello, amigo mío.<br />

-¿Y trajisteis a Porthos a Fontainebleau?<br />

-A casa <strong>de</strong> Planchet.<br />

-¿Resi<strong>de</strong> Planchet en Fontainebleau? -<br />

preguntó Aramis.<br />

-¡Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio! -exclamó<br />

Porthos con aturdimiento.<br />

-¿Cómo cerca <strong>de</strong>l cementerio? -preguntó<br />

Aramis receloso.


"¡Bueno! -pensó el mosquetero-. Aprovechémonos<br />

<strong>de</strong> la sorpresa, puesto que no parece<br />

floja."<br />

-Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio -con-testó<br />

Porthos-. Planchet es un excelente mozo, que<br />

hace excelentes confituras, pero tiene ventanas<br />

que dan al cementerio... ¡Es cosa que entristece!<br />

Así, esta mañana... -¿Esta mañana? -<br />

interrumpió Aramis cada vez más alarmado.<br />

Artagnan volvió la espalda, y se puso a tamborilear<br />

en un vidrio un aire <strong>de</strong> marcha.<br />

-Esta mañana -continuó Porthos- vimos<br />

enterrar un cristiano.<br />

-¡Ah, ah!<br />

-¡Es cosa que entristece! No viviría yo en<br />

una casa don<strong>de</strong> se están viendo continuamente<br />

muertos... Por el contrario, a Artagnan parece<br />

que le place mucho eso.<br />

-¡Ah! ¿También vio Artagnan?<br />

-No vio, sino que <strong>de</strong>voró con los ojos.


Aramis estremecióse y se volvió para<br />

mirar al mosquetero; pero éste se hallaba ya<br />

muy en conversación con Saint-Aignan.<br />

Aramis prosiguió interrogando a Porthos,<br />

y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> exprimir todo el jugo <strong>de</strong><br />

aquel limón gigantesco, arrojó la cáscara.<br />

Acercóse a su amigo Artagnan, y le tocó<br />

en el hombro.<br />

-Amigo -le dijo luego que se marchó<br />

Saint-Aignan, pues habían anunciado que iba a<br />

servirse la cena <strong>de</strong>l rey.<br />

-Querido amigo -replicó Artagnan.<br />

-Nosotros no cenamos con el rey.<br />

-Sí tal; yo, a lo menos.<br />

-¿Podéis conce<strong>de</strong>rme diez minutos <strong>de</strong><br />

conversación?<br />

-Veinte. Es el tiempo que falta todavía<br />

para que Su Majestad se siente a la mesa.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> queréis que hablemos?<br />

-Aquí, sobre estos bancos: habiéndose<br />

ausentado el rey, po<strong>de</strong>mos sentarnos, y el salón<br />

está <strong>de</strong>sierto.


-Sentémonos, pues.<br />

Sentáronse. Aramis cogió una <strong>de</strong> as manos<br />

<strong>de</strong> Artagnan.<br />

-Confesadme, querido amigo -dijo-, que<br />

habéis aconsejado a Porthos a que <strong>de</strong>sconfíe<br />

algo <strong>de</strong> mí. Lo confieso, pero no en el sentido<br />

en que lo tomáis. He visto que Porthos estaba<br />

aburrido en extremo, y he <strong>de</strong>seado, presentándole<br />

al rey, hacer por él y por vos lo que nunca<br />

hubiérais hecho vos mismo.<br />

-¿Qué?<br />

-Vuestro elogio.<br />

-¡Y lo habéis hecho noblemente; gracias!<br />

-Y os he acercado el capelo, que parecía<br />

aún bastante lejano.<br />

-¡Ah! ¡Lo confieso! -dijo Aramis con particular,<br />

sonrisa-. En verdad sois el único para<br />

hacer la fortuna <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />

-Ya veis que lo que he hecho la sido solamente<br />

por el bien <strong>de</strong> Porthos.


-¡Oh! Yo me había encargado <strong>de</strong> hacer<br />

su suerte, pero vos tenéis el brazo más largo<br />

que nosotros.<br />

Esta vez tocóle a Artagnan sonreír.<br />

-Vamos a ver -dijo Aramis-; <strong>de</strong>bemos<br />

hablarnos con confianza. ¡Me queréis todavía,<br />

mi querido Artagnan?<br />

-Lo mismo que antes -respondió Artagnan,<br />

sin comprometerse ¡gran cosa con esta<br />

respuesta!<br />

-Entonces, gracias, y franqueza por<br />

franqueza -dijo Aramis-, ¿fuísteis a Belle-Isle<br />

por el rey?<br />

-¡Diantre!<br />

-¿Queríais privarnos <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> ofrecer<br />

Belle-Isle completamente fortificada al rey?<br />

-Pero, amigo mío, para privaros <strong>de</strong> ese<br />

placer hubiera sido preciso que estuviese enterado<br />

<strong>de</strong> vuestra intención.<br />

-¿Fuisteis a Belle-Isle sin saber nada?<br />

-De vos, sí. ¿Cómo diantres queréis que<br />

me figurase encontrar a Aramis convertido en


ingeniero, hasta el punto <strong>de</strong> fortificar como<br />

Polibio o Arquíme<strong>de</strong>s?<br />

-Verdad es; no obstante, confesad que<br />

allá me adivinasteis.<br />

-¡Oh! Sí.<br />

-¿Y a Porthos también?<br />

-Amigo querido, yo no adiviné que<br />

Aramis fuese ingeniero. Tampoco pu<strong>de</strong> adivinar<br />

que Porthos lo fuese. Hay un proverbio<br />

latino que dice: "<strong>El</strong> poeta nace, el orador se<br />

hace". Pero jamás se ha dicho: "Se nace Porthos,<br />

y se hace ingeniero."<br />

-Siempre lucís vuestro ingenio -dijo con<br />

frialdad Aramis-. Prosigo.<br />

-Proseguid.<br />

-Cuando os hicisteis dueño <strong>de</strong> nuestro<br />

secreto, os apresurasteis a ponerlo en conocimiento<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

-Y corrí tanto más aprisa, mi buen amigo,<br />

cuanto mayor vi que era vuestra precipitación.<br />

Cuando un hombre, que como Porthos,<br />

pesa doscientas cincuenta y ocho libras, corre la


posta; cuando un prelado gotoso (dispensad,<br />

vos sois el que me lo ha dicho) cuando un prelado,<br />

repito, traga, por <strong>de</strong>cirlo así, el camino,<br />

nada tiene <strong>de</strong> extraño que pensara que esos dos<br />

amigos, que no quisieron avisarme, me ocultaban<br />

cosas <strong>de</strong> gran importancia, y a fe mía corrí<br />

con tanta celeridad como me lo permitían mis<br />

pocas carnes y el no tener gota.<br />

-¿Pero no reflexionásteis que pudisteis<br />

hacernos a Porthos y a mí un flaco servicio?<br />

-Sí que lo reflexioné; mas tanto Porthos<br />

como vos me obligásteis a hacer un papel bien<br />

triste en Belle-Isle.<br />

-Perdonadme -dijo Aramis.<br />

-Excusadme -dijo Artagnan.<br />

-¿De modo -prosiguió Aramis-, que en<br />

la actualidad lo sabéis todo?<br />

-No, a fe mía.<br />

-¿Sabéis que tuve que avisar al señor<br />

Fouquet a fin <strong>de</strong> que se anticipase a vos cerca<br />

<strong>de</strong>l rey?<br />

-Eso es lo que encuentro obscuro.


-No hay tal. ¿No sabéis que el señor<br />

Fouquet tiene enemigos?<br />

-¡Oh, sí!<br />

-Y especialmente tiene uno ...<br />

-¿Peligroso?<br />

-¡Mortal! Pues bien, para combatir la<br />

influencia <strong>de</strong> ese enemigo, quiso el señor Fouquet<br />

dar pruebas al rey <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> adhesión y<br />

<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sacrificios, y le preparó una sorpresa<br />

a Su Majestad con el ofrecimiento <strong>de</strong> Belle-<br />

Isle. Llegando vos a París el primero, la sorpresa<br />

quedaba frustrada... Podía parecer que cedíamos<br />

al temor.<br />

-Comprendo.<br />

-Ahí tenéis todo el misterio -dijo el obispo,<br />

satisfecho <strong>de</strong> haber convencido al mosquetero.<br />

-Sólo que lo más sencillo -dijo éstehubiera<br />

sido llamarme aparte en Belle-Isle y<br />

<strong>de</strong>cirme: "Querido amigo: estamos fortificando<br />

a Belle-Isle-en-Mer para ofrecérsela al rey.<br />

Hacednos el favor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos por cuenta <strong>de</strong>


quién venís. ¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet o<br />

<strong>de</strong>l señor Colbert?" Quizá no hubiera contestado<br />

nada; pero hubiérais añadido: "¿Sois amigo<br />

mío?' Y yo os hubiese dicho: "Sí." Aramis bajó<br />

la cabeza.<br />

-De esa manera -continuó Artagnan- me<br />

habríais atado las manos, y hubiera dicho al<br />

rey. "Señor, vuestro superinten<strong>de</strong>nte fortifica<br />

Belle-Isle, y muy bien; pero aquí tenemos este<br />

mensaje <strong>de</strong> que me ha encargado el gobernador<br />

<strong>de</strong> Belle-Isle para Vuestra Majestad." O bien:<br />

"Aquí tenéis una visita <strong>de</strong>l señor Fouquet relacionada<br />

con sus intenciones." Así no habría<br />

hecho yo un papel tonto, vosotros habríais gozado<br />

<strong>de</strong> vuestra sorpresa, y no tendríamos necesidad<br />

ahora <strong>de</strong> mirarnos <strong>de</strong> reojo al hablamos.<br />

-Mientras que en la actualidad -repuso<br />

Aramis-, habéis procedido como amigo <strong>de</strong>l<br />

señor Colbert. ¿Sois, en efecto, amigo suyo?


-¡No, a fe mía! -exclamó el capitán-. <strong>El</strong><br />

señor Colbert es un pedante, y le odio como<br />

odiaba a Mazarino, pero sin temerle.<br />

-Pues bien, yo -dijo Aramis- quiero al<br />

señor Fouquet, y soy completamente suyo. Ya<br />

conocéis mi posición... No tengo bienes... <strong>El</strong><br />

señor Fouquet me ha procurado beneficios, un<br />

obispado: el señor Fouquet me ha obligado<br />

como hombre muy cumplido, y me acuerdo<br />

todavía bastante <strong>de</strong>l mundo para saber apreciar<br />

un buen proce<strong>de</strong>r. De consiguiente, el señor<br />

Fouquet me ha ganado el corazón, y me he consagrado<br />

a su servicio.<br />

-Y habéis hecho muy bien: tenéis en él<br />

un buen amo.<br />

Aramis mordióse los labios.<br />

-Creo que el mejor <strong>de</strong> cuantos pue<strong>de</strong>n<br />

tenerse.<br />

Aquí hizo una pausa.<br />

Artagnan se guardó mucho <strong>de</strong> interrumpirle.


-Ya os habrá dicho Porthos cómo se ha<br />

visto mezclado en todo esto.<br />

-No -dijo Artagnan-; si bien es cierto que<br />

soy curioso, nunca pregunto a un amigo cuando<br />

conozco que éste quiere ocultarme su verda<strong>de</strong>ro<br />

secreto.<br />

-Pues voy a <strong>de</strong>círoslo.<br />

-No os molestéis, si esa confi<strong>de</strong>ncia me<br />

compromete a algo.<br />

-¡Oh! Nada temáis. Porthos es el hombre<br />

a quien más he querido, porque es sencillo y<br />

bueno; Porthos es un alma recta. Des<strong>de</strong> que soy<br />

obispo busco los caracteres sencillos, que me<br />

hacen amar la verdad, aborrecer la intriga.<br />

Artagnan se atusó el bigote. -Hice buscar<br />

a Porthos; estaba ocioso, y su presencia me<br />

recordaba mis bellos días <strong>de</strong> otra época, sin<br />

<strong>de</strong>sviarme por eso <strong>de</strong>l bien. Llamé a Porthos a<br />

Vannes. <strong>El</strong> señor Fouquet, que me quiere, sabiendo<br />

lo mucho que yo amaba a Porthos, le<br />

prometió la or<strong>de</strong>n para la primera promoción.<br />

Ahí tenéis todo el secreto.


-No abusaré <strong>de</strong> él.<br />

-Lo sé, pues nadie sabe mejor que vos lo<br />

que es el verda<strong>de</strong>ro honor.<br />

-Me precio <strong>de</strong> ello, Aramis.<br />

-Ahora...<br />

Y el obispo miró a su amigo hasta el<br />

fondo <strong>de</strong>l alma.<br />

-Ahora, hablemos <strong>de</strong> nosotros y por<br />

nosotros. ¿Queréis ser amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />

No me interrumpáis antes <strong>de</strong> saber lo que<br />

eso significa.<br />

-Escucho.<br />

-¿Queréis ser mariscal <strong>de</strong> Francia, par,<br />

duque, y poseer un ducado <strong>de</strong> un millón?<br />

-Pero, amigo mío -replicó Artagnan-,<br />

para obtener todo eso, ¿qué es necesario hacer?<br />

-Ser el hombre <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />

-Es que yo soy el hombre <strong>de</strong>l rey, querido<br />

amigo.<br />

-Pero presumo que no exclusivamente.<br />

-¡Oh! Artagnan no es más que uno.


-Es natural que tengáis una ambición<br />

correspondiente a vuestro gran corazón.<br />

-Sí que la tengo.<br />

-Entonces. . .<br />

-Sí, <strong>de</strong>seo ser mariscal <strong>de</strong> Francia; pero<br />

el rey me hará mariscal, duque, par; el rey me<br />

dará todo eso.<br />

Aramis fijó en Artagnan su mirada penetrante.<br />

-¿Pues no es el rey el amo? -añadió Artagnan.<br />

-Nadie lo duda; pero Luis X<strong>II</strong>I era también<br />

el amo.<br />

-¡Oh querido! Es que entre Richelieu y<br />

Luis X<strong>II</strong>I no había un Artagnan -dijo tranquilamente<br />

el mosquetero.<br />

-Mirad que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l rey hay innumerables<br />

piedras en que tropezar.<br />

-No para el rey.<br />

-Sin duda; pero...<br />

-Mirad, Aramis, observo que todo el<br />

mundo piensa en sí propio, y nunca en ese


principillo; pues yo quiero sostenerme, sosteniéndole<br />

a él.<br />

-¿Y la ingratitud?<br />

-¡Los débiles son quienes la temen!<br />

-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> vos?<br />

-Creo que sí.<br />

-Pero el rey pue<strong>de</strong> no necesitaros.<br />

-Creo que me necesita más que nunca. Y<br />

si no, en el caso <strong>de</strong> tener que pren<strong>de</strong>r a un nuevo<br />

Condé, ¿quién le pren<strong>de</strong>ría? Esta ... ésta sola<br />

en Francia.<br />

Y Artagnan golpeó su espada.<br />

-Tenéis razón -dijo Aramis, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

Y se levantó y apretó la mano a Artagnan.<br />

-Están dando el último aviso para la<br />

cena -dijo el capitán <strong>de</strong> mosqueteros-; permitidme...<br />

Aramis ro<strong>de</strong>ó con su brazo el cuello <strong>de</strong>l<br />

mosquetero, y le dijo: -Un amigo como vos es la


más hermosa joya <strong>de</strong> la corona real. En seguida<br />

se separaron.<br />

"Bien <strong>de</strong>cía yo -dijo para sí Artagnanque<br />

aquí había algo." "Hay que apresurarse a<br />

dar fuego a la pólvora -dijo Aramis-, pues Artagnan<br />

ha <strong>de</strong>scubierto la mecha."<br />

XVI<br />

MADAME Y GUICHE<br />

Hemos visto que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche se<br />

había marchado <strong>de</strong>l salón el día en que Luis<br />

XIV ofreció con tanta galantería a La Valliére<br />

los maravillosos brazaletes ganados en la lotería.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> permaneció paseando por algún<br />

tiempo fuera <strong>de</strong> Palacio, <strong>de</strong>vorado su corazón<br />

por mil sospechas e inquietu<strong>de</strong>s.<br />

Después se le vio acechar en la terraza, frente a<br />

los tresbolillos, la salida <strong>de</strong> Madame.


Pasó una media hora larga. Sólo enteramente,<br />

no podía tener pensamientos más<br />

halagüeños.<br />

Sacó su librito <strong>de</strong> memorias <strong>de</strong>l bolsillo,<br />

y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas dudas, se <strong>de</strong>cidió a escribir<br />

estas palabras:<br />

"Señora: Os suplico que me concedáis<br />

un minuto <strong>de</strong> conversación. No os alarméis por<br />

esta petición, que nada ajena es al profundo<br />

respeto con que, etc., etc."<br />

Firmaba esta rara súplica, doblada en<br />

forma <strong>de</strong> billete amoroso, cuando vio salir <strong>de</strong>l<br />

palacio varias mujeres, luego algunos hombres,<br />

y en una palabra, casi toda la tertulia <strong>de</strong> la reina.<br />

Vio a la misma La Valliére, y también a<br />

Montalais, hablando con Malicorne.<br />

Distinguió hasta el último <strong>de</strong> los convidados<br />

que poco antes poblaban el gabinete <strong>de</strong><br />

la reina madre.


Madame no había pasado; pero por<br />

fuerza tenía que atravesar aquel patio para volver<br />

a su cuarto, y<br />

Guiche espiaba el patio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la terraza.<br />

Por último, vio salir a Madame con dos<br />

pajes que llevaban los hachones.<br />

Caminaba <strong>de</strong> prisa, y cuando llegó a su<br />

puerta gritó:<br />

-Pajes, que vayan a informarse dón<strong>de</strong><br />

está el señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. Tiene que darme<br />

cuenta <strong>de</strong> una comisión. Si está <strong>de</strong>socupado,<br />

<strong>de</strong>cidle que haga el favor <strong>de</strong> venir a verme.<br />

Guiche permaneció mudo y ocultó en la<br />

sombra; pero apenas entró Madame, se lanzó<br />

<strong>de</strong> la terraza, bajando aprisa los escalones, y<br />

tomó el aire más indiferente para hacerse encontrar<br />

por los pajes, que corrían ya hacia su<br />

cuarto.<br />

"¡Ah! ¡Madame me manda buscar!", se<br />

dijo, todo emocionado. Y guardóse el billete,<br />

qué había llegado a ser inútil.


-Con<strong>de</strong> -dijo uno <strong>de</strong> los pajes divisándole-,<br />

fortuna ha sido encontraros.<br />

-¿Qué hay señores?<br />

-Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame.<br />

-¿Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame? -dijo Guiche<br />

con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-Sí, con<strong>de</strong>, Su Alteza Real <strong>de</strong>sea veros;<br />

según nos ha dicho, tenéis que darle cuenta <strong>de</strong><br />

una comisión. ¿Estáis libre?<br />

-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />

-Pues tened a bien seguirnos. Cuando<br />

Guiche subió a la habitación <strong>de</strong> la princesa,<br />

encontró a ésta pálida y agitada.<br />

Montalais permanecía a la puerta, algo<br />

quieta por lo que pasaría con el anillo <strong>de</strong> Madame.<br />

Guiche se presentó.<br />

-¡Ah! ¿Sois vos señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />

preguntó Madame-. Tened a bien entrar... Señorita<br />

<strong>de</strong> Montalais, a terminado vuestro servicio.


Montalais, más alarmada aún, saludó y<br />

salió.<br />

Los dos interlocutores quedaron solos.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> tenía toda la ventaja <strong>de</strong> su parte,<br />

pues Madame era la que le había dado la<br />

cita. ¿Mas cómo podía el con<strong>de</strong> aprovecharse<br />

<strong>de</strong> aquella ventaja? ¡Era tan fantástica Madame!<br />

¡Tenía un carácter tan veleidoso Su Alteza Real!<br />

Bien lo manifestó, porque, abordando al<br />

punto la conversación:<br />

-Con<strong>de</strong> -le dijo-, ¿no tenéis nada que<br />

<strong>de</strong>cirme?<br />

Supuso Guiche que Madame había adivinado<br />

su pensamiento, y, como los que aman<br />

son crédulos y ciegos, como poetas o profetas,<br />

creyó que ella sabía los <strong>de</strong>seos que tenía <strong>de</strong><br />

verla y la causa <strong>de</strong> esos <strong>de</strong>seos.<br />

-Sí, señora -dijo-, y encuentro eso muy<br />

extraño.<br />

-¡<strong>El</strong> asunto <strong>de</strong> los brazaletes! -exclamó<br />

Madame con viveza-. ¿No es eso?<br />

-Sí, señora.


-¿Creéis que el rey esté enamorado?<br />

Decid.<br />

Guiche miróla con <strong>de</strong>tención; ella bajó<br />

los ojos ante aquella mirada que penetraba hasta<br />

el corazón.<br />

-Creo -dijo- que el rey pue<strong>de</strong> haber tenido<br />

el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> atormentar a alguien; <strong>de</strong> no<br />

ser así, no se habría mostrado tan solícito como<br />

le vimos, ni se habría arriesgado a comprometer,<br />

por capricho, a una joven hasta ahora inaccesible.<br />

-¡Bien! ¿Esa <strong>de</strong>scarada? -dijo altivamente<br />

la princesa.<br />

-Puedo asegurar a Vuestra Alteza Real -<br />

dijo Guiche con respetuosa firmeza- que la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére es amada por un joven<br />

dignísimo porque es un cumplido caballero.<br />

-¡Oh! ¿Habláis <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Mi amigo, sí, señora.<br />

-Y bien, aun cuándo sea amigo vuestro,<br />

¿qué le importa al rey?


-<strong>El</strong> rey sabe que <strong>Bragelonne</strong> está comprometido<br />

con la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y,<br />

como Raúl ha servido al rey valerosamente, no<br />

es <strong>de</strong> presumir que el rey vaya a causar una<br />

<strong>de</strong>sgracia irreparable.<br />

Madame prorrumpió en carcajadas que<br />

hirieron a Guiche dolorosamente.<br />

-Os repito, señora, que no consi<strong>de</strong>ro al<br />

rey enamorado <strong>de</strong> La Valliére, y la prueba <strong>de</strong><br />

que no lo creo, es que quería preguntaros a<br />

quién pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear Su Majestad herir el amor<br />

propio en esta circunstancia. Vos, que conocéis<br />

la Corte, me ayudaréis a encontrar esa persona,<br />

con tanto mas vivo motivo, cuanto que, según<br />

todos dicen, Vuestra Alteza Real está en gran<br />

intimidad con el rey.<br />

Madame se mordió los labios, y, a falta<br />

<strong>de</strong> buenas razones, cambió <strong>de</strong> conversación.<br />

-Probadme -dijo, fijando en él una <strong>de</strong><br />

esas miradas en las que el alma parece pasar<br />

toda entera-, probadme que <strong>de</strong>seábais hablarme<br />

a mí, que os he llamado.


Guiche sacó <strong>de</strong> su librito <strong>de</strong> memorias lo<br />

que había escrito, y se lo enseñó.<br />

-Simpatía -dijo Madame.<br />

-Sí -repuso el con<strong>de</strong> con insuperable<br />

ternura-, sí, simpatía; pero yo os he explicado<br />

cómo y por qué os buscaba; vos, señora, aún no<br />

me habéis dicho para qué me habéis hecho llamar.<br />

-Es verdad.<br />

Y pareció vacilar.<br />

-Esos brazaletes me harán per<strong>de</strong>r la cabeza<br />

-añadió <strong>de</strong> repente.<br />

-¿Esperábais vos que el rey os los ofreciese?<br />

-replicó Guiche.<br />

-¿Por qué no?<br />

-Pero antes que a vos, señora, antes que<br />

a su cuñada, ¿no tenía el rey a la reina?<br />

-Y antes que a La Valliére -exclamó la<br />

princesa, resentida-, ¿no me tenía a mí, no tenía<br />

a toda la Corte?<br />

-Os aseguro, señora -dijo respetuosamente<br />

el con<strong>de</strong>-, que si os oyesen


hablar <strong>de</strong> esa manera, si viesen vuestros ojos<br />

enrojecidos, y, Dios me perdone, esa lágrima,<br />

que asoma por vuestras pestañas... ¡oh, sí todo<br />

el mundo diría que Vuestra Alteza Real está<br />

celosa!<br />

-¡Celosa! -murmuró la princesa con altivez-.<br />

¿Celosa yo <strong>de</strong> La Valliére?<br />

Madame esperaba sojuzgar a Guiche<br />

con aquel a<strong>de</strong>mán altivo y aquel tono orgulloso.<br />

-Celosa <strong>de</strong> La Valliére, sí, señora -repitió<br />

el con<strong>de</strong> con energía.<br />

-Creo, señor -balbució la princesa-, que<br />

os permitís insultarme.<br />

-Yo no lo creo, señora -dijo el con<strong>de</strong> algo<br />

agitado, pero resuelto a domar aquella fogosa<br />

cólera.<br />

-¡Salid! -gritó la con<strong>de</strong>sa en el colmo <strong>de</strong><br />

la exasperación, pues tanta era la rabia que le<br />

causaban la sangre fría y el respeto mudo <strong>de</strong><br />

Guiche.


<strong>El</strong> con<strong>de</strong> retrocedió un paso, hizo un<br />

saludo con lentitud, se irguió, blanco como los<br />

encajes <strong>de</strong> sus puños, y con voz ligeramente<br />

alterada:<br />

-No valía la pena -dijo- <strong>de</strong> que me apresurase<br />

para sufrir esta injusta <strong>de</strong>sgracia.<br />

Y le volvió la espalda sin precipitación.<br />

No había aún dado cinco pasos, cuando<br />

corrió a él Madame como un tigre, y cogiéndole<br />

<strong>de</strong> una manga le hizo volver.<br />

-<strong>El</strong> respeto que me afectáis -repuso trémula<br />

<strong>de</strong> rabia-, es más insultante que el insulto.<br />

¡Vamos, insultadme, pero, al menos, hablad!<br />

-Y vos, señora -dijo afablemente el con<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>senvainando su espada-, atravesadme el<br />

corazón, pero no me hagáis morir a fuego lento.<br />

Madame conoció en la mirada que Guiche<br />

fijó sobre ella, mirada llena <strong>de</strong> amor, <strong>de</strong><br />

resolución y hasta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, que un<br />

hombre tan tranquilo en apariencia se atravesaría<br />

el pecho con la espada, si ella añadía<br />

una palabra.


Arrancóle el acero <strong>de</strong> las manos, y, apretándole<br />

el brazo con un <strong>de</strong>lirio que podía pasar<br />

por ternura.<br />

-Con<strong>de</strong> -dijo-, excusadme. Veis lo que<br />

sufro, y no tenéis misericordia <strong>de</strong> mí.<br />

Las lágrimas, última crisis <strong>de</strong> aquel acceso,<br />

ahogaron su voz. Guiche, viéndola llorar,<br />

tomóla en sus brazos y la llevó hasta el sillón,<br />

oprimido todavía su corazón.<br />

-¿Por qué -murmuró a sus pies-, por qué<br />

no me contáis vuestras penas? ¿Amáis a alguien?<br />

¡Decídmelo! Yo moriré, pero será <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haberos aliviado, consolado y hasta<br />

servido.<br />

-¡Oh! ¿Tanto me amáis? -replicó ella<br />

vencida.<br />

-Os amo hasta ese extremo; sí señora.<br />

<strong>El</strong>la le abandonó sus manos. -Amo, efectivamente<br />

-murmuró la princesa en voz tan<br />

baja que nadie hubiera podido oírla. Guiche la<br />

oyó.<br />

-¿Al rey? -dijo.


La princesa movió la cabeza, y su sonrisa<br />

fue como esos claros que forman las nubes,<br />

por entre los cuales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tempestad,<br />

cree uno ver abrirse el paraíso.<br />

-Pero -repuso-, hay otras pasiones en un<br />

corazón bien nacido. <strong>El</strong> amor, es la poesía; pero<br />

la vida <strong>de</strong> ese corazón, es el orgullo. Con<strong>de</strong>, yo<br />

he nacido sobre el trono, y tengo el orgullo y<br />

dignidad propios <strong>de</strong> mi jerarquía. ¿Por qué el<br />

rey trata <strong>de</strong> acercar al su lado a personas indignas<br />

<strong>de</strong> él?<br />

-¡Todavía, señora! -exclamó el con<strong>de</strong>-.<br />

¿No reparáis que estáis maltratan o a esa infeliz<br />

muchacha que va a se esposa <strong>de</strong> mi amigo?<br />

-¿Y sois tan simple para creer eso?<br />

-Si no creyera -dijo Guiche muy pálido-,<br />

haría avisar inmediatamente a <strong>Bragelonne</strong>; sí, si<br />

creyese que esa pobre La Valliére había olvidado<br />

los juramentos que ha hecho a Raúl...<br />

Pero, no, sería una infamia ven<strong>de</strong>r el secreto <strong>de</strong><br />

una mujer; sería un gran crimen turbar la tranquilidad<br />

<strong>de</strong> un amigo.


-¿Creéis, según eso -repuso la princesa,<br />

con un salvaje estallido <strong>de</strong> risa-, que la ignorancia<br />

sea una dicha?<br />

-Lo creo -replicó él.<br />

-¡Pues probadlo, probadlo! -dijo Madame<br />

con viveza.<br />

-Nada mas fácil; señora, la Corte toda ha<br />

dicho que el rey os amaba, y que amabais al<br />

rey.<br />

-¿Y qué? -dijo la princesa respirando<br />

penosamente.<br />

-Suponed que Raúl, mi amigo, hubiese<br />

venido a <strong>de</strong>cirme: "¡Sí, el rey ama a Madame; sí,<br />

el rey ha logrado ganarse el corazón <strong>de</strong> Madame!..."<br />

¡Tal vez habría matado a Raúl!<br />

-Hubiera sido preciso -dijo la princesa<br />

con esa obstinación <strong>de</strong> las mujeres que se consi<strong>de</strong>ran<br />

inexpugnables-, que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />

hubiera tenido pruebas para hablaros así.<br />

-De todos modos -respondió Guiche<br />

suspirando-, ello es que, no habiendo sido ad-


vertido, nada he profundizado, y hoy mi ignorancia<br />

me ha salvado la vida.<br />

-Veo que lléváis hasta tal extremo el<br />

egoísmo y la frialdad -dijo Madame-, que <strong>de</strong>jaréis<br />

a ese <strong>de</strong>sgraciado joven continuar amando<br />

a La Valliére.<br />

-Hasta el día en que sepa que La Valliére<br />

es culpable, sí, señora.<br />

-¡Pero, ¿y los brazaletes?<br />

-¡Ay, señora! Ya que vos esperabais recibirlos<br />

<strong>de</strong>l rey, ¿qué hubiera yo podido <strong>de</strong>cir?<br />

<strong>El</strong> argumento era po<strong>de</strong>roso; la princesa<br />

se sintió vencida, hasta el punto <strong>de</strong> no volver a<br />

recobrarse más.<br />

Pero, como tenía el alma llena <strong>de</strong> nobleza<br />

y un entendimiento claro, comprendió toda<br />

la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Guiche.<br />

Leyó evi<strong>de</strong>ntemente en. su corazón que<br />

sospechaba que el rey amaba a La Valliére, y no<br />

quiso valerse <strong>de</strong> ese expediente vulgar, que<br />

consiste en arruinar a un rival en el ánimo <strong>de</strong>


una mujer, dando a ésta la certeza <strong>de</strong> que ese<br />

rival corteja a otra mujer.<br />

Adivinó que sospechaba <strong>de</strong> La Valliére,<br />

y que, para darle tiempo a convertirse, a fin <strong>de</strong><br />

que no se perdiese para siempre, se reservaba<br />

alguna gestión directa o algunas observaciones<br />

más claras.<br />

Leyó, en fin, tanta gran<strong>de</strong>za real, tanta<br />

generosidad en el corazón <strong>de</strong> su amante, que<br />

sintió abrasarse el suyo al contacto <strong>de</strong> una llama<br />

tan pura.<br />

Guiche, conservándose, aun a riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar,<br />

hombre <strong>de</strong> lealtad, se elevaba a clase<br />

<strong>de</strong> héroes, . y la reducía al estado <strong>de</strong> mujer celosa<br />

y mezquina.<br />

Y le amó tan intensamente, que no pudo<br />

menos <strong>de</strong> darle un testimonio <strong>de</strong> ello.<br />

-He ahí una porción <strong>de</strong> palabras perdidas<br />

-dijo tomándole una mano-: sospechas,<br />

inquietu<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>sconfianzas, dolores... creo que<br />

todos esos nombres hemos pronunciado.<br />

-¡Ay! Sí, señora.


-Borradlas <strong>de</strong> vuestro corazón, como yo<br />

lo hago <strong>de</strong>l mío. Con<strong>de</strong>, que La Valliére ame o<br />

no al rey, que el rey ame o no a La Valliére,<br />

hagamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento una distinción en<br />

nuestros dos papeles... ¿Por qué abrís tanto los<br />

ojos? Apuesto a que no me comprendéis.<br />

-Sois tan viva, señora, que temo siempre<br />

<strong>de</strong>sagradaros.<br />

-¡No tembléis así bello asustado! -dijo<br />

ella con encantadora jovialidad- Sí, señor, tengo<br />

que <strong>de</strong>sempeñar dos papeles ... Soy la hermana<br />

<strong>de</strong>l rey, y la cuñada <strong>de</strong> su esposa. Con este título,<br />

¿no es lógico que me mezcle en las intrigas<br />

<strong>de</strong>l matrimonio?... ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />

-Lo menos posible, señora.<br />

-Convengo en ello, mas ésta es una<br />

cuestión <strong>de</strong> dignidad; a<strong>de</strong>más, soy la esposa <strong>de</strong><br />

Monsieur.<br />

Guiche suspiró.<br />

-Lo cual -repuso la princesa con ternura<strong>de</strong>be<br />

induciros a hablarme siempre con el más<br />

soberano respeto.


-¡Oh! -murmuró el con<strong>de</strong>, cayendo a sus<br />

pies, que besó como si fueran los <strong>de</strong> una divinidad.<br />

-En verdad -murmuró la princesa-, creo<br />

que tengo todavía otro papel... Ya lo olvidaba.<br />

-¿Cuál, cuál?<br />

-Soy mujer -dijo más bajo todavía-.<br />

Amo.<br />

<strong>El</strong> con<strong>de</strong> se incorporó. <strong>El</strong>la le abrió los<br />

brazos; sus labios se tocaron.<br />

Oyéronse pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapicería.<br />

Montalais llamó.<br />

-¿Qué hay, señorita? -preguntó Madame.<br />

-Buscan al señor <strong>de</strong> Guiche -respondió<br />

Montalais, la cual tuvo tiempo `<strong>de</strong> observar<br />

todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los actores <strong>de</strong> aquellos cuatro<br />

papeles, pues Guiche había constantemente<br />

<strong>de</strong>sempeñado el suyo con la mayor heroicidad.<br />

XV<strong>II</strong>


MONTALAIS Y MALICORNE<br />

Montalais tenía razón. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche,<br />

llamado por todas partes, estaba muy ex<br />

pues , por la multiplicidad misma <strong>de</strong> os asuntos,<br />

a no contestar en ninguna.<br />

Así sucedió que Madame, tal es la fuerza<br />

<strong>de</strong> las situaciones débiles, no obstante su<br />

orgullo ofendido, a pesar <strong>de</strong> su cólera interior,<br />

nada pudo <strong>de</strong>cir, al menos por aquel instante, a<br />

Montalais, que acababa <strong>de</strong> infringir con tan<br />

osadía la consigna casi real que la había alejado.<br />

Guiche perdió también la cabeza, o mejor<br />

dicho, la había perdido ya antes <strong>de</strong> la llegada<br />

dé Montalais: porque, no bien oyó la voz <strong>de</strong><br />

la joven, sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> Madame, como exigía<br />

la más elemental cortesía, aun entre iguales,<br />

huyó, con el corazón encendido y la cabeza<br />

loca, <strong>de</strong>jando a la princesa con una mano levantada<br />

y haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.


Y era que Guiche podía <strong>de</strong>cir, como dijo<br />

Querubín cien años <strong>de</strong>spués, que llevaba en los<br />

labios dicha para una eternidad.<br />

Montalais halló, pues, a los dos amantes<br />

en gran <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n; <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en el que huía y<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en la que quedaba.<br />

La joven murmuró entonces, echando<br />

en torno suyo una mirada investigadora:<br />

-Creo que por ahora sé cuanto podía<br />

<strong>de</strong>sear saber la mujer más curiosa.<br />

Madame se quedó tan turbada con aquella mirada<br />

inquiridora, que, como si hubiera oído el<br />

aparte <strong>de</strong> Montalais, no dijo una palabra a su<br />

camarista, y, bajando la cabeza, pasó a su alcoba.<br />

Viendo lo cual Montalais, se puso a escuchar.<br />

Entonces oyó que Madame corría los<br />

cerrojos <strong>de</strong> su habitación. Comprendió por ese<br />

ruido que tenía la noche por suya, y, haciendo<br />

en dirección a la puerta que acababa <strong>de</strong> cerrarse<br />

un a<strong>de</strong>mán bastante irreverente que quería <strong>de</strong>-


cir: "¡Buenas noches, princesa!" bajó a reunirse<br />

otra vez con Malicorne, que se hallaba a la sazón<br />

muy ocupado en seguir con la vista un correo<br />

polvoriento que salía <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />

Montalais conoció que Malicorne tenía<br />

entre manos alguna obra <strong>de</strong> importancia, y le<br />

<strong>de</strong>jó ten<strong>de</strong>r la vista y alargar el cuello. Después<br />

que Malicorne volvió a tomar su posición natural,<br />

le dio un golpecito en el hombro.<br />

-¡Hola! -preguntó Montalais-. ¿Qué hay<br />

<strong>de</strong> nuevo?<br />

-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ama a Madame -<br />

dijo Malicorne.<br />

-¡Noticias frescas! Yo sé algo más nuevo.<br />

-¿Y qué sabéis?<br />

-Que Madame ama al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Lo uno es consecuencia <strong>de</strong> lo otro.<br />

-No siempre, mi buen señor.<br />

-¿Decís eso por mí?<br />

-Las personas presentes quedan siempre<br />

exceptuadas.


-Gracias -contestó Malicorne-. ¿Y por la<br />

otra parte?<br />

-<strong>El</strong> rey quiso esta noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

lotería, ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-¿Y la ha visto?<br />

-No.<br />

-¿Cómo que no?<br />

-La puerta estaba cerrada.<br />

-De modo que...<br />

-De modo que el rey se volvió todo corrido,<br />

como ladrón que ha olvidado sus instrumentos.<br />

-Bien.<br />

-¿Y por la otra parte? -dijo Montalais.<br />

-<strong>El</strong> correo que acaba <strong>de</strong> llegar para el<br />

señor <strong>de</strong> Guiche es enviado por el señor <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-¡Bueno! -dijo Montalais dando una<br />

palmada.<br />

-¿Por qué bueno?<br />

-Porque tenemos ocupación. Si ahora<br />

nos aburrimos, gran<strong>de</strong> será nuestra <strong>de</strong>sgracia.


-Importa dividirnos el trabajo -dijo Malicorne-,<br />

a fin <strong>de</strong> evitar confusión.<br />

-Nada más sencillo -replicó Montalais-.<br />

Tres intrigas un poco animadas, manejadas con<br />

cierta cautela, dan una con otra, echándolo por<br />

lo corto, tres billetes por día.<br />

-¡Oh! -exclamó Malicorne encogiéndose<br />

<strong>de</strong> hombros-. No tenéis en cuenta, amigo, que<br />

tres billetes al día es propio <strong>de</strong> gente vulgar. Un<br />

mosquetero <strong>de</strong> servicio, una muchacha en el<br />

convento, cambian su billete cotidiano por encima<br />

<strong>de</strong> la escala o por el agujero hecho en la<br />

pared. En un billete se encierra toda la poesía<br />

<strong>de</strong> esos pobres corazoncitos. Pero, entre nosotros...<br />

¡Oh! ¡Qué poco conocéis la ternura real,<br />

amiga mía!<br />

-Vamos, concluid -dijo impacientemente<br />

Montalais-. Mirad que pue<strong>de</strong> venir alguien.<br />

-¡Concluir! No estoy más que en la narración.<br />

Me quedan aún tres puntos que tocar.<br />

-¡Me haréis morir con vuestra cachaza<br />

<strong>de</strong> flamenco! -murmuró Montalais.


-Y vos me haréis per<strong>de</strong>r la cabeza con<br />

vuestras vivacida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> italiana. Os <strong>de</strong>cía,<br />

pues, que nuestros enamorados se escribirán<br />

volúmenes. ¿Pero adón<strong>de</strong> vais a parar?<br />

-A esto: que ninguna <strong>de</strong> nuestras damas<br />

pue<strong>de</strong> conservar las cartas que reciba.<br />

-Está claro.<br />

-Que el señor <strong>de</strong> Guiche no se atreverá<br />

tampoco a guardar las suyas.<br />

-Es probable.<br />

-Pues bien, yo guardaré todo eso.<br />

-Ved ahí lo que es imposible -dijo Malicorne.<br />

-¿Y por qué?<br />

-Porque no estáis en casa propia; porque<br />

vuestra habitación es común a La Valliére y a<br />

vos; porque se hacen con frecuencia visitas y<br />

registros en el cuarto <strong>de</strong> una camarista, y porque<br />

temo mucho a la reina, celosa como una<br />

española, a la reina madre celosa como dos<br />

españolas, y, finalmente, a Madame celosa como<br />

diez españolas.


-Me parece que olvidáis a alguien.<br />

-¿A quién?<br />

-A Monsieur.<br />

-Solamente hablaba <strong>de</strong> las mujeres. Clasifiquemos,<br />

pues, a Monsieur con el número 1.<br />

-Nº 2, Guiche.<br />

-Nº 3, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />

-Nº 4, el rey.<br />

-¿<strong>El</strong> rey?<br />

-Ciertamente, el rey, que será no sólo<br />

mas celoso, sino más po<strong>de</strong>roso que todos. ¡Ay,<br />

querida!<br />

-¿Qué más?<br />

-¡En qué avispero os habéis metido!<br />

-No mucho todavía, si queréis seguirme...<br />

-Sí que lo quiero. No obstante...<br />

-No obstante...<br />

-Puesto que aún es tiempo, creo que lo<br />

más pru<strong>de</strong>nte sería retroce<strong>de</strong>r.


-Y yo, antes bien, creo que lo más pru<strong>de</strong>nte<br />

será ponernos <strong>de</strong> golpe frente <strong>de</strong> todas<br />

esas intrigas.<br />

-No creo que podáis manejarlas.<br />

-Con vos sería capaz <strong>de</strong> manejar diez.<br />

Ese es mi elemento, pues he nacido para vivir<br />

en la Corte, como la salamandra en el fuego.<br />

-Vuestra comparación no me calma,<br />

querida amiga. He oído <strong>de</strong>cir a sabios muy sabios,<br />

en primer lugar que no hay tales salamandras,<br />

y que si las hubiese, quedarían perfectamente<br />

asadas al salir <strong>de</strong>l fuego.<br />

-Vuestros sabios podrán ser muy sabios<br />

en materia <strong>de</strong> salamandras, pero vuestros sabios<br />

no os dirán lo que yo voy a <strong>de</strong>cir ahora<br />

mismo, y es que Aura <strong>de</strong> Montalais está llamada<br />

a ser, antes <strong>de</strong> un mes, el primer diplomático<br />

<strong>de</strong> la corte francesa.<br />

-Bien, o a condición <strong>de</strong> que yo sea el<br />

segundo.<br />

-Esta dicho: alianza ofensiva y <strong>de</strong>fensiva,<br />

entiéndase.


-Lo que os aconsejo es que <strong>de</strong>sconfiéis<br />

<strong>de</strong> las cartas.<br />

-Os las entregaré conforme me las vayan<br />

dando.<br />

-¿Qué diremos al rey <strong>de</strong> Madame?<br />

-Que Madame sigue amando al rey.<br />

-¿Qué diremos a Madame <strong>de</strong>l rey?<br />

-Que haría mal en no contemplarle.<br />

-¿Qué diremos a La Valliére <strong>de</strong> Madame?<br />

-Todo cuanto queramos, pues es nuestra.<br />

-¿Nuestra?<br />

-Doblemente.<br />

-¿Cómo es eso?<br />

-Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, primero.<br />

-Explicaos.<br />

-Supongo no habréis olvidado que el<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ha escrito muchas cartas a<br />

la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />

-Yo no olvido nada.


-Esas cartas era yo quien las recibía y<br />

quien las guardaba.<br />

-¿Y por consiguiente las tendréis?<br />

-Las tengo.<br />

-¿Dón<strong>de</strong>? ¿Aquí?<br />

-¡Oh, no! Las tengo en Blois, en el cuartito<br />

que ya sabéis.<br />

-Cuartito querido, cuartito amoroso,<br />

antecámara <strong>de</strong>l palacio que os haré habitar un<br />

día. Pero, perdón; ¿<strong>de</strong>cís que todas esas cartas<br />

están en ese cuartito?<br />

-Sí.<br />

-¿No las guardábais en un cofre.<br />

-Sí, por cierto; en el mismo cofre en que<br />

guardaba las que vos me remitíais, y don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>positaba las mías cuando vuestros asuntos os<br />

impedían acudir a la cita.<br />

-¡Ah! Perfectamente -dijo Malicorne.<br />

-¿Qué significa esa satisfacción?<br />

-Significa que nos ahorramos ir a Blois<br />

por las cartas. Las tengo aquí.<br />

-¿Habéis traído el cofre?


-Lo apreciaba mucho viniendo <strong>de</strong> vos.<br />

-Pues tened cuidado; el cofre guarda<br />

originales que tendrán gran precio más a<strong>de</strong>lante.<br />

-Lo sé muy bien, ¡diantre!, y por eso<br />

mismo me río, y con toda mi alma.<br />

-Ahora, una última palabra.<br />

-¿Por qué una última?<br />

-¿Necesitamos auxiliares?<br />

-Ninguno.<br />

-Criados, criadas...<br />

-¡Malo, <strong>de</strong>testable! Vos misma daréis y<br />

recibiréis las cartas. ¡Oh! Nada <strong>de</strong> orgullo: sin lo<br />

cual, no haciendo sus negocios por sí mismo, el<br />

señor Malicorne y la señorita Aura se verán<br />

reducidos a verlos hacer por otros.<br />

-Tenéis razón; pero, ¿qué pasa en el<br />

aposento <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />

-Nada; el con<strong>de</strong> abre su ventana.<br />

-Marchémonos.<br />

Y los dos <strong>de</strong>saparecieron; la conjuración<br />

estaba anudada.


La ventana que acababa <strong>de</strong> abrirse era,<br />

en efecto, la <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />

Pero, como podrían pensar tal vez los<br />

que no están en antece<strong>de</strong>ntes, no era sólo por<br />

ver la sombra <strong>de</strong>, Madame a través <strong>de</strong> las cortinas<br />

por lo que el con<strong>de</strong> asomábase a la ventana;<br />

su preocupación no era <strong>de</strong>l todo amorosa.<br />

Según hemos dicho, acababa <strong>de</strong> recibir un correo,<br />

el cual le había sido enviado por <strong>Bragelonne</strong>.<br />

<strong>Bragelonne</strong> había escrito a Guiche.<br />

Este había leído y releído la carta; carta<br />

que le había hecho gran impresión.<br />

-¡Extraño! ¡Muy extraño! -murmuraba-.<br />

¡Por qué medios tan po<strong>de</strong>rosos lleva el <strong>de</strong>stino<br />

a los hombres a sus fines!<br />

Y, apartándose <strong>de</strong> la ventana para<br />

aproximarse a la luz, leyó por tercera vez aquella<br />

carta, cuyas líneas abrasaban a la vez su<br />

mente y sus ojos.<br />

"Calais.


"Mi estimado con<strong>de</strong>: He encontrado en<br />

Calais al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que salió herido<br />

gravemente en un lance con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />

"No ignoráis que War<strong>de</strong>s es hombre<br />

valiente, pero rencoroso y <strong>de</strong> mala índole.<br />

"Me ha hablado <strong>de</strong> vos, hacia quien dice<br />

siente gran inclinación, y <strong>de</strong> Madame, que encuentra<br />

hermosa y amable.<br />

"Ha adivinado vuestro amor por la persona<br />

que sabéis.<br />

"También me ha hablado <strong>de</strong> una persona<br />

a quien amo, y me ha manifestado el más<br />

vivo interés, compa<strong>de</strong>ciéndome mucho, pero<br />

todo ello con ro<strong>de</strong>os, que me asustaron en un<br />

principio, y que concluí luego por tomar como<br />

resultado <strong>de</strong> sus hábitos <strong>de</strong> misterio.<br />

"<strong>El</strong> hecho es éste:<br />

"Parece que ha recibido noticias <strong>de</strong> la<br />

Corte. Ya compren<strong>de</strong>réis que no ha podido ser<br />

sino por conducto <strong>de</strong>l caballero <strong>de</strong> Lorena.<br />

"Se habla, dicen esas noticias, <strong>de</strong> un<br />

cambio efectuado en los sentimientos <strong>de</strong>l rey.


“Ya sabéis a lo que eso hace relación.<br />

"A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>cían las noticias, se habla<br />

<strong>de</strong> una camarista que da pábulo a la maledicencia.<br />

"Estas frases vagas no me han permitido<br />

dormir. He <strong>de</strong>plorado mucho que mi carácter,<br />

recto y débil, a pesar <strong>de</strong> cierta obstinación, me<br />

haya <strong>de</strong>jado sin réplica a esas insinuaciones.<br />

En una palabra, el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s<br />

marcha a París y no he querido retrasar su partida<br />

con explicaciones. A<strong>de</strong>más, confieso que<br />

me parecía duro atormentar a un hombre cuyas<br />

heridas apenas están cerradas.<br />

"Viaja, pues, a jornadas cortas. y va para<br />

asistir, según dice, al curioso espectáculo que<br />

no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> ofrecer la Corte <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

poco tiempo.<br />

"Añadió a estas palabras algunas felicitaciones,<br />

y luego ciertas condolencias. Ni unas<br />

ni otros he podido compren<strong>de</strong>r. Hallábame<br />

aturdido por mis pensamientos y por mi <strong>de</strong>sconfianza<br />

hacia ese hombre: <strong>de</strong>sconfianza que,


como sabéis mejor que nadie, jamás he podido<br />

vencer.<br />

"Pero, luego que se marchó, mi espíritu<br />

se calmó algún tanto.<br />

"Es imposible que un carácter como el<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s no haya infiltrado algo <strong>de</strong> su malignidad<br />

en las relaciones que hemos tenido juntos.<br />

"Es imposible, por consiguiente, que en<br />

todas las palabras misteriosas que me ha dicho<br />

el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, no haya un sentido misterioso<br />

que pueda aplicarme a mí mismo o a<br />

quien sabéis.<br />

"Precisado a marchar con toda la prontitud<br />

para obe<strong>de</strong>cer al rey, no he pensado en ir<br />

tras <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s para obtener la explicación <strong>de</strong><br />

sus reticencias; pero os envío un correo con esta<br />

carta que os expondrá todas mis dudas. Vos, a<br />

quien consi<strong>de</strong>ro como otro yo, haréis lo que os<br />

parezca mejor.


<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s llegará <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

poco; procurad saber lo que ha <strong>de</strong>seado <strong>de</strong>cir,<br />

si es que no lo sabéis ya.<br />

"Por lo <strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s ha<br />

sostenido que el señor <strong>de</strong> Buckingham había<br />

salido <strong>de</strong> París muy satisfecho <strong>de</strong> Madame;<br />

asunto es éste que me habría hecho tirar inmediatamente<br />

<strong>de</strong> 1 espada, a no ser por la obligación<br />

en que me consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> antepone ante<br />

todo el servicio <strong>de</strong>l rey.<br />

"Quemad esta carta, que os entregará<br />

Olivain.<br />

"Quien dice Olivain, dice la seguridad.<br />

"Tened a bien, apreciado con<strong>de</strong>, hacer<br />

presente mis afectuosos recuerdos a la señorita<br />

<strong>de</strong> La Valliére, cuyas manos beso respetuosamente.<br />

"Recibid un abrazo <strong>de</strong> vuestro afectísimo<br />

"VIZCONDE DE<br />

BRAGELONNE.


"P. D. Si ocurriera alguna cosa grave,<br />

pues todo <strong>de</strong>be preverse, querido amigo, enviadme<br />

un correo con esta sola palabra: Venid,<br />

y me hallaré en París treinta y seis horas <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> haber recibido vuestra carta."<br />

Guiche suspiró, dobló la carta por tercera<br />

vez, y, en vez <strong>de</strong> quemarla como le encargaba<br />

Raúl, se la puso en el bolsillo.<br />

Necesitaba leerla y releerla todavía.<br />

-¡Qué confusión y qué confianza a la<br />

vez! -murmuró el con<strong>de</strong>-. Toda el alma <strong>de</strong> Raúl<br />

está en esta carta. ¡Olvida en ella al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

Fére, y habla <strong>de</strong> su respeto hacia Luisa! ¡Me da<br />

a mí un aviso y me suplica por él! ... ¡Ah! -prosiguió<br />

Guiche con un gesto amenazador-. ¿Os<br />

mezcláis en mis asuntos, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />

Pues bien, yo me ocuparé <strong>de</strong> los vuestros. En<br />

cuanto a ti, pobre Raúl, tu corazón me <strong>de</strong>ja un<br />

<strong>de</strong>pósito sobre el cual yo velaré, pier<strong>de</strong> cuidado.


Hecha esta promesa, pasó Guiche recado<br />

a Malicorne para que fuese a verle sin tardanza,<br />

si era posible.<br />

Malicorne acudió con una actividad que<br />

era el primer resultado <strong>de</strong> su conversación con<br />

Montalais.<br />

Cuanto más preguntó Guiche, que creíase<br />

a cubierto, Malicorne, que trabajaba a la<br />

sombra, más comprendió a su interlocutor.<br />

De aquí resultó que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> conversación, durante la cual<br />

creyó Guiche haber <strong>de</strong>scubierto toda la verdad<br />

acerca <strong>de</strong> La Valliére y <strong>de</strong>l rey, no supo nada<br />

más que lo que había visto por sus propios ojos,<br />

mientras que Malicorne supo o adivinó que<br />

Raúl <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, y que Guiche iba<br />

a velar sobre el tesoro <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s.<br />

Malicorne aceptó el papel <strong>de</strong> dragón.<br />

Guiche creyó haber hecho cuanto había<br />

que hacer en favor <strong>de</strong> su amigo, y no se ocupó<br />

más que <strong>de</strong> sí propio.


Anunciáse en la noche siguiente la vuelta<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, y su primera aparición en el aposento<br />

<strong>de</strong>l rey.<br />

Después <strong>de</strong> su visita <strong>de</strong>bía el convaleciente ir a<br />

la habitación <strong>de</strong> Monsieur.<br />

Guiche fue a ver a Monsieur una hora antes.<br />

XV<strong>II</strong>I<br />

RECIBIMIENTO DE WARDES EN LA COR-<br />

TE<br />

Monsieur acogió a War<strong>de</strong>s con aquel<br />

favor particular que la necesidad <strong>de</strong> esparcir el<br />

ánimo aconseja a todo carácter ligero hacia<br />

cualquier novedad que se presenta. War<strong>de</strong>s, a<br />

quien hacía más <strong>de</strong> un mes no se le veía en la<br />

Corte, era fruta nueva. Agasajarle, era cometer<br />

una infi<strong>de</strong>lidad con los antiguos, y una infi<strong>de</strong>lidad<br />

tiene siempre su encanto; a<strong>de</strong>más, aquello<br />

era hacerle una reparación. Monsieur le trató,<br />

pues, <strong>de</strong>l modo más favorable.


<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena, que temía mucho<br />

a aquel rival, pero que respetaba aquella<br />

segunda naturaleza en todo semejante a la suya,<br />

más el valor, prodigó a War<strong>de</strong>s atenciones<br />

aún más exageradas que las que le había mostrado<br />

Monsieur.<br />

Guiche estaba allí, como hemos dicho,<br />

pero se mantenía algo apartado, aguardando<br />

con impaciencia que terminasen todos aquellos<br />

abrazos.<br />

War<strong>de</strong>s, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> conversar con los<br />

<strong>de</strong>más, y hasta con Monsieur mismo, no había<br />

perdido <strong>de</strong> vista a Guiche; su instinto le <strong>de</strong>cía<br />

que estaba allí por él.<br />

Así fue, que se dirigió a Guiche inmediatamente<br />

que terminó con los <strong>de</strong>más.<br />

Los dos cambiaron entre sí los cumplidos<br />

más corteses; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual, War<strong>de</strong>s<br />

volvió a acercarse <strong>de</strong> nuevo a Monsieur y a<br />

otros gentileshombres.


En medio <strong>de</strong> todas aquellas felicitaciones<br />

<strong>de</strong> bienvenida, anunciaron a Madame.<br />

Madame había sabido la llegada <strong>de</strong><br />

War<strong>de</strong>s y estaba enterada <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong><br />

su viaje, y <strong>de</strong> su duelo con Buckingham. Por<br />

eso no le disgustó estar presente a las primeras<br />

palabras que pronunciara el que sabía era enemigo<br />

suyo.<br />

Acompañábanla dos o tres camaristas.<br />

War<strong>de</strong>s hizo a Madame los más corteses<br />

saludos, y anunció, <strong>de</strong> buenas a primeras para<br />

empezar las hostilida<strong>de</strong>s, que estaba pronto a<br />

dar noticias <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham a sus<br />

íntimos.<br />

Era aquélla una respuesta directa a la<br />

frialdad con que Madame le había recibido.<br />

<strong>El</strong> ataque era vivo; Madame sintió el<br />

golpe sin aparentar haberla recibido, y dirigió<br />

rápidamente sus ojos a Monsieur y a Guiche.<br />

Monsieur enrojeció, Guiche pali<strong>de</strong>ció.


Madame fue la única que no cambió <strong>de</strong><br />

fisonomía; pero, comprendiendo los muchos<br />

disgustos que podía ocasionarle aquel enemigo<br />

con las dos personas que le oían, se inclinó sonriendo<br />

hacia el viajero.<br />

<strong>El</strong> viajero hablaba <strong>de</strong> otra cosa. Madame<br />

era valiente hasta la impru<strong>de</strong>ncia: toda retirada<br />

hacíale avanzar más. Después <strong>de</strong> la primera<br />

opresión <strong>de</strong>l corazón, volvió a la carga.<br />

-¿Habéis pa<strong>de</strong>cido mucho con vuestras<br />

heridas, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -preguntó-. Porque<br />

hemos sabido que habíais tenido la mala suerte<br />

<strong>de</strong> salir herido.<br />

Aquella vez tocó a War<strong>de</strong>s resentirse; y<br />

se mordió los labios.<br />

-No, señora -contestó-; casi nada.<br />

-Sin embargo, con este horrible calor...<br />

-<strong>El</strong> aire <strong>de</strong> mar es fresco, señora, y a<strong>de</strong>más<br />

tenía un consuelo.<br />

-¡Oh! ¡Tanto mejor! ... ¿Cuál?<br />

-<strong>El</strong> <strong>de</strong> saber que mi adversario sufría<br />

más que yo.


-¡Ah! ¿Salió herido más gravemente que<br />

vos?... Ignoraba eso -dijo la princesa con una<br />

completa insensibilidad.<br />

-¡Oh señora! Estáis equivocada, o mejor,<br />

aparentáis <strong>de</strong>jaros engañar por mis palabras.<br />

No digo que su cuerpo haya sufrido más que<br />

yo; pero su corazón estaba ya profundamente<br />

lastimado.<br />

Guiche vio adon<strong>de</strong> se dirigía la lucha, y<br />

se aventuró a hacer a Madame una seña, suplicándole<br />

que abandonara la partida.<br />

Pero ella, sin contestar a Guiche, sin<br />

aparentar verlo, y siempre sonriente:<br />

-Pues qué -dijo-, ¿fue herido el señor <strong>de</strong><br />

Buckingham en el corazón, no creía que una<br />

herida en el corazón tuviese cura.<br />

-¡Ay, señora! -contestó graciosamente<br />

War<strong>de</strong>s-. ¡Las mujeres están siempre en esa<br />

persuasión y eso es lo que les da sobre nosotros<br />

la superioridad <strong>de</strong> la confianza!<br />

-Amiga mía, comprendéis mal -repuso<br />

el príncipe con impaciencia-. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War-


<strong>de</strong>s quiere <strong>de</strong>cir que el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />

fue herid en el corazón por otra cosa que n era<br />

una espada.<br />

-¡Ah! ¡en, bien! -exclamó Madame-.<br />

¡Ah! Es un chiste <strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s.', Muy bien.<br />

Quisiera saber, no obstante, si le haría gracia al<br />

señor <strong>de</strong> Buckingham. En verdad, es una lástima<br />

que no esté presente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

Un relámpago pasó por los ojos <strong>de</strong>l joven.<br />

-¡Oh! -dijo apretando los dientes-. También<br />

yo lo quisiera. Guiche ni pestañeaba.<br />

Madame parecía esperar que viniese en<br />

su auxilio.<br />

Monsieur vacilaba.<br />

<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena a<strong>de</strong>lantóse, y<br />

tomó la palabra.<br />

-Señora -dijo-, War<strong>de</strong>s sabe muy bien<br />

que para Buckingham no es cosa nueva ser<br />

herido en el corazón, y lo que ha dicho se ha<br />

visto ya otras veces.


-En vez <strong>de</strong> un aliado, dos enemigos -<br />

murmuró Madame-. ¡Y dos enemigos coligados,<br />

encarnizados!<br />

Y mudó <strong>de</strong> conversación. Cambiar <strong>de</strong><br />

conversación es, ya se sabe, un <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los<br />

príncipes, que la etiqueta manda respetar. <strong>El</strong><br />

resto <strong>de</strong> la conversación fue, pues, mo<strong>de</strong>rado;<br />

los principales actores habían terminado sus<br />

papeles. Madame se retiró temprano, y Monsieur,<br />

que quería interrogarla, le ofreció la mano.<br />

<strong>El</strong> caballero temía mucho que se estableciese<br />

la buena inteligencia entre los dos esposos<br />

para <strong>de</strong>jarlos tranquilamente juntos.<br />

Encaminóse, pues, hacia la habitación<br />

<strong>de</strong> Monsieur para sorpren<strong>de</strong>rle a su vuelta, y<br />

<strong>de</strong>struir con tres palabras todas las buenas impresiones<br />

que Madame hubiese podido sembrar<br />

en su corazón.<br />

Guiche dio un paso hacia War<strong>de</strong>s, a<br />

quien ro<strong>de</strong>aba una porción <strong>de</strong> gentes.


Mostróle así el <strong>de</strong>seo que tenía <strong>de</strong> hablar<br />

con él. War<strong>de</strong>s le hizo, con los ojos y la cabeza,<br />

una seña <strong>de</strong> haber comprendido.<br />

Aquella seña, para las personas extrañas,<br />

nada hostil significaba. Entonces Guiche<br />

pudo volverse y esperar.<br />

No esperó mucho tiempo. Desembarazado<br />

War<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus interlocutores, se<br />

aproximó a Guiche, y ambos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

nuevo saludo, echaron a andar juntos.<br />

-Habéis tenido un feliz regreso, mi querido<br />

War<strong>de</strong>s -dijo el con<strong>de</strong>.<br />

-Excelente, como veis.<br />

-¿Y tenéis siempre el genio tan alegre?<br />

-Ahora mas que nunca.<br />

-Es una gran felicidad.<br />

-¿Qué queréis? ¡Todo cuanto en este<br />

mundo nos ro<strong>de</strong>a es tan ridículo y tan grotesco!<br />

-¡Tenéis razón.<br />

-¡Ah! ¿Opináis como yo?<br />

-¡Cómo no! ¿Y traéis noticias <strong>de</strong> allá?<br />

-No; más bien vengo a buscarlas aquí.


-Perdonad; sé que habéis visto gente en<br />

Boulogne, a un amigo nuestro, y no hace mucho<br />

tiempo.<br />

-¡Gente! ... ¿A un amigo nuestro?<br />

-Tenéis mala memoria.<br />

-¡Ah! Es verdad. ¿<strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Justamente.<br />

-¿Que iba con una misión cerca <strong>de</strong>l rey<br />

Carlos?<br />

-Eso es. ¿Y no le habéis dicho ni os ha<br />

dicho nada?<br />

-No recuerdo bien lo que le he dicho, os<br />

lo aseguro; pero sí sé lo que no le he dicho.<br />

War<strong>de</strong>s era la sagacidad misma, y conocía<br />

en la actitud <strong>de</strong> Guiche, actitud llena <strong>de</strong><br />

frialdad y dignidad, que la conversación tomaba<br />

mal giro. Resolvió, por tanto, <strong>de</strong>jarse llevar<br />

<strong>de</strong> la conversación y estar sobre si.<br />

-¿Y qué es, si no lo lleváis a mal, eso que<br />

no le habéis dicho? -preguntó Guiche.<br />

-¿Qué queréis que sea? Lo concerniente<br />

a La Valliére.


-La Valliére... ¿Qué es ello? ¿Y qué extraña<br />

cosa es ésa que habéis sabido allá, mientras<br />

que <strong>Bragelonne</strong>, que estaba aquí, no la ha<br />

sabido?<br />

-¿Me hacéis seriamente la pregunta?<br />

-No pue<strong>de</strong> ser más seriamente.<br />

-¡Cómo! ¿Vos, cortesano, que vivís en<br />

las habitaciones <strong>de</strong> Madame, que sois comensal<br />

<strong>de</strong> la casa, amigo <strong>de</strong> Monsieur y favorito <strong>de</strong><br />

nuestra linda princesa?<br />

Guiche se encendió en cólera.<br />

-¿De qué princesa habláis? - preguntó.<br />

-No conozco más que una, querido.<br />

Hablo <strong>de</strong> Madame. ¿Tendríais por casualidad,<br />

alguna otra princesa en el corazón? Veamos.<br />

Guiche iba a precipitarse; pero vio la<br />

finta.<br />

Era inminente una lucha entre ambos<br />

jóvenes. War<strong>de</strong>s quería la contienda sólo en<br />

nombre <strong>de</strong> Madame, mientras que Guiche sólo<br />

la aceptaba en nombre <strong>de</strong> La Valliére. Des<strong>de</strong><br />

aquel momento empezó, pues, un juego <strong>de</strong> fin-


tas, que <strong>de</strong>bía durar hasta que uno <strong>de</strong> los dos<br />

fuese tocado.<br />

Guiche recobró toda su sangre fría.<br />

-Para nada hay que mezclar a Madame<br />

en todo esto, amigo War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-; <strong>de</strong> lo<br />

que se trata es <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cíais poco ha.<br />

-¿Y qué <strong>de</strong>cía?<br />

-Que habíais ocultado a <strong>Bragelonne</strong> ciertas<br />

cosas.<br />

-Que sabéis vos tan bien como yo -<br />

replicó War<strong>de</strong>s.<br />

-No, a fe mía.<br />

-¡Vaya!<br />

-Si me las <strong>de</strong>cís las sabré; pero no <strong>de</strong><br />

otro modo, os lo juro.<br />

-¡Cómo! ¡Llego <strong>de</strong> fuera, <strong>de</strong> sesenta leguas<br />

<strong>de</strong> distancia; no os habéis movido <strong>de</strong> aquí,<br />

habéis visto con vuestros propios ojos, conocéis<br />

lo que, según el rumor público, me ha llevado<br />

allá, ¿y os oigo <strong>de</strong>cir seriamente que nada sabéis?<br />

¡Oh con<strong>de</strong>, no tenéis caridad!


-Será como gustéis, War<strong>de</strong>s; pero, os lo<br />

repito, no sé nada.<br />

-Os hacéis el discreto, y eso es pru<strong>de</strong>nte.<br />

-¿De suerte que no me <strong>de</strong>cís nada, así<br />

como tampoco lo habéis dicho a <strong>Bragelonne</strong>?<br />

-Hacéis oídos <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>r. Estoy seguro<br />

<strong>de</strong> que Madame no sería tan dueña <strong>de</strong> sí misma<br />

como vos.<br />

"¡Ah, gran hipócrita! -murmuró Guiche-.<br />

Ya has vuelto a tu terreno."<br />

-Pues bien -continuó War<strong>de</strong>s-, ya que es<br />

tan difícil enten<strong>de</strong>rnos acerca <strong>de</strong> La Valliére y<br />

<strong>Bragelonne</strong>, hablemos <strong>de</strong> vuestros asuntos personales.<br />

-¡Si yo no tengo asuntos personales! -<br />

exclamó Guiche-. Supongo que no habréis dicho<br />

<strong>de</strong> mí a <strong>Bragelonne</strong> nada que no podáis<br />

repetírmelo a sí.<br />

-No; pero tened entendido, Guiche, que<br />

cuanto más ignorante soy en algunas cosas,<br />

más obstinado soy en otras. Si se tratara, por<br />

ejemplo, <strong>de</strong> hablaros <strong>de</strong> las relaciones <strong>de</strong>l señor


<strong>de</strong> Buckingham en París, cómo he hecho el viaje<br />

con el duque, podría <strong>de</strong>ciros cosas muy interesantes.<br />

¿Queréis que os las diga?<br />

Guiche se pasó la mano por la frente,<br />

bañada en sudor.<br />

-No dijo-, cien veces no, porque no tengo<br />

curiosidad <strong>de</strong> saber lo que no me toca. <strong>El</strong><br />

señor <strong>de</strong> Buckingham no es para mí más que<br />

un simple conocido, mientras que Raúl es un<br />

amigo íntimo. No tengo, por tanto, la menor<br />

curiosidad <strong>de</strong> saber lo que haya sucedido al<br />

señor <strong>de</strong> Buckingham, y tengo el mayor interés<br />

en conocer lo que le ha sucedido a Raúl.<br />

-¿En París?<br />

- En París o en Boulogne. Ya veis que<br />

estoy aquí, y si sobreviene algún acontecimiento<br />

puedo hacer frente a él, mientras que Raúl<br />

está ausente y no tiene más que a mí que pueda<br />

representarle; <strong>de</strong> consiguiente, los asuntos <strong>de</strong><br />

Raúl son antes que los míos.<br />

-Pero Raúl volverá.


-Sí, una vez terminada su misión. Entretanto,<br />

ya compren<strong>de</strong>réis que no puedo <strong>de</strong>jar<br />

correr rumores <strong>de</strong>sfavorables a él, sin que yo<br />

los examine.<br />

-Con tanto más motivo, cuanto que estará<br />

en Londres bastante tiempo -dijo War<strong>de</strong>s con<br />

socarronería.<br />

-¿Lo creéis así? -preguntó Guiche ingenuamente.<br />

-¡Diantre! ¿Creéis que lo hayan enviado<br />

a Londres para no hacer más que ir y volver?...<br />

No: lo han enviado a Londres para que se que<strong>de</strong><br />

allí.<br />

-¡Ah, con<strong>de</strong>! -exclamó Guiche apretando<br />

con fuerza la mano a War<strong>de</strong>s- Esa es una sospecha<br />

en extremo injuriosa para <strong>Bragelonne</strong>, y<br />

que justifica perfectamente lo que me ha escrito<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Boulogne.<br />

War<strong>de</strong>s quedó helado; la afición a las<br />

chanzonetas le había llevado <strong>de</strong>masiado lejos, y<br />

con su impru<strong>de</strong>ncia dio la ventaja a su antagonista.


-¿Y qué es lo que ha escrito? -preguntó.<br />

-Que le habíais <strong>de</strong>slizado algunas insinuaciones<br />

pérfidas contra La Valliére, y que os<br />

burlábais al parecer <strong>de</strong> su gran confianza en esa<br />

joven.<br />

-Sí, todo eso hice -dijo War<strong>de</strong>s-, y al<br />

hacerlo, estaba dispuesto a que el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>Bragelonne</strong> me replicase lo que dice un hombre<br />

a otro cuando éste le ha disgustado. Así, por<br />

ejemplo, si se tratara <strong>de</strong> buscar contienda con<br />

vos, os diría que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

distinguido al señor <strong>de</strong> Buckingham, pasa en la<br />

actualidad por haber <strong>de</strong>spedido al gallardo<br />

duque sólo en beneficio vuestro.<br />

-¡Oh! Eso no me lastimaría en lo mas<br />

mínimo, querido War<strong>de</strong>s -dijo Guiche sonriendo,<br />

a pesar <strong>de</strong>l escalofrío que corrió por sus venas<br />

como una inyección <strong>de</strong> fuego...-. ¡Diantre!<br />

Semejante favor sería miel.<br />

-De acuerdo; pero si quisiera absolutamente<br />

romper con vos, buscaría un mentís, y os<br />

hablaría <strong>de</strong> cierto bosquecillo en don<strong>de</strong> os en-


contrásteis con aquella princesa, <strong>de</strong> ciertas genuflexiones,<br />

<strong>de</strong> ciertos besamanos. . . Y vos, que<br />

sois hombre discreto, vivo y pundonoroso. . .<br />

-Pues bien, no, os lo juro -replicó Guiche<br />

interrumpiéndole con una sonrisa en los labios,<br />

aunque se creía próximo a morir-, tampoco eso<br />

me haría saltar, ni os daría mentís ninguno.<br />

¿Qué queréis, amigo con<strong>de</strong>? Yo soy así; en las<br />

cosas que me atañen soy <strong>de</strong> hielo. ¡Ah! Otra<br />

cosa es cuando se trata <strong>de</strong> un amigo ausente, <strong>de</strong><br />

un amigo que, al marcharse, me ha confiado<br />

sus intereses. ¡Oh! ¡Para éste, ya lo veis, War<strong>de</strong>s,<br />

soy todo fuego!<br />

-Os comprendo, señor <strong>de</strong> Guiche; pero<br />

por más que digáis, no pue<strong>de</strong> en este instante<br />

haber cuestión entre nosotros, ni por <strong>Bragelonne</strong>,<br />

ni por esa muchacha sin importancia a<br />

quien llaman La Valliére.<br />

En aquel momento atravesaban por el<br />

salón algunos cortesanos, quienes, habiendo<br />

oído ya las palabras que acababan <strong>de</strong> pronunciarse,<br />

podían oír también las que iban a seguir.


War<strong>de</strong>s lo conoció, y prosiguió en voz<br />

alta:<br />

-¡Oh! Si la Valliére fuese una coqueta<br />

como Madame, cuyos arrumacos, supongo que<br />

en extremo inocentes, han hecho enviar primero<br />

al señor <strong>de</strong> Buckingham a Inglaterra, y <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>sterrado a vos mismo. . . porque ello es<br />

que os <strong>de</strong>jásteis coger por sus arrumacos, ¿no<br />

es verdad, señor?<br />

Los cortesanos acercáronse, yendo a su<br />

frente Saint-Aignan, y <strong>de</strong>trás Manicamp.<br />

-¿Y qué queréis, amigo? -dijo Guiche<br />

riendo-. Todos saben que soy un fatuo. Tomé<br />

por lo serio una chanza, y eso me ocasionó el<br />

<strong>de</strong>stierro. Pero conocí mi error, puse mi vanidad<br />

a los pies <strong>de</strong> quien correspondía, y conseguí<br />

que me llamaran, reconociendo mi falta y<br />

haciendo propósito <strong>de</strong> enmienda. Y ya lo veis,<br />

hasta tal punto me he enmendado, que me río<br />

ahora <strong>de</strong> lo que hace cuatro días me <strong>de</strong>strozaba<br />

el corazón. Pero Raúl' ama y es amado, y no se<br />

ríe <strong>de</strong> los rumores que pue<strong>de</strong>n turbar su felici-


dad, <strong>de</strong> los rumores <strong>de</strong> que os habéis hecho<br />

intérprete, no obstante saber, como yo, como<br />

estos caballeros, y como todo el mundo sabe,<br />

que esos rumores no eran más que una calumnia.<br />

-¡Una calumnia! -murmuró War<strong>de</strong>s furioso<br />

<strong>de</strong> verse cogido en el lazo por la sangre<br />

fría <strong>de</strong> Guiche.<br />

-Sí, una calumnia. ¡Pardiez! Aquí está su<br />

carta, en que me dice que habéis hablado mal<br />

<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y me pregunta si<br />

lo que habéis dicho <strong>de</strong> esa joven es verdad.<br />

¿Queréis que haga jueces a estos señores, War<strong>de</strong>s?<br />

Y Guiche, con la mayor sangre fría, leyó<br />

en voz alta el párrafo <strong>de</strong> la carta relativo a La<br />

Valliére.<br />

-Y ahora -prosiguió Guiche-, estoy bien<br />

convencido <strong>de</strong> que habéis querido turbar el<br />

reposo <strong>de</strong> mi amigo <strong>Bragelonne</strong>, y <strong>de</strong> que vuestros<br />

dichos eran maliciosos.


War<strong>de</strong>s miró en torno suyo a fin <strong>de</strong> ver<br />

si encontraría apoyo en alguna parte; pero la<br />

sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que había insultado, ya fuese directa<br />

o indirectamente, a la q e era el ídolo <strong>de</strong>l<br />

día, hizo a todos mover la cabeza, y Guiche sólo<br />

vio hombres dispuestos a darle la razón.<br />

-Señores -dijo Guiche conociendo por<br />

instinto el sentimiento general-, nuestra discusión<br />

con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s versa sobre un<br />

punto tan <strong>de</strong>licado, que importa sobremanera<br />

que nadie oiga más <strong>de</strong> lo que vosotros habéis<br />

oído. Os suplico, pues, que guardéis las puertas<br />

y nos <strong>de</strong>jéis terminar nuestra conversación,<br />

como conviene a hidalgos, uno <strong>de</strong> los cuales ha<br />

dado al otro un mentís.<br />

-¡Señores, señores! -exclamaron todos.<br />

-¿Creéis que haya hecho mal en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />

a la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -dijo Guiche-.<br />

En ese caso, me con<strong>de</strong>no y retiro las palabras<br />

hirientes que haya podido <strong>de</strong>cir contra el señor<br />

<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.


-¡Ca! -dijo Saint-Aignan-. ¡No! . . . La<br />

señorita <strong>de</strong> La Valliére es un ángel.<br />

-La virtud, la pureza en persona. -Ya<br />

veis, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-, que no soy<br />

el único que toma la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> esa pobre niña.<br />

Señores, por- segunda vez, os suplico que nos<br />

<strong>de</strong>jéis. Ya veis que nadie pue<strong>de</strong> estar más sereno<br />

<strong>de</strong> lo que estamos.<br />

Los cortesanos no <strong>de</strong>seaban otra cosa<br />

que alejarse, y unos se dirigieron a una puerta y<br />

otros a otra. Ambos jóvenes quedaron solos.<br />

-¡Bien representado! -dijo War<strong>de</strong>s al<br />

con<strong>de</strong>.<br />

-¿No es cierto? -replicó éste.<br />

-¿Qué queréis? Me he embrutecido en<br />

provincia, querido, mientras que vos me confundís<br />

con el dominio que habéis adquirido sobre<br />

vos mismo, con<strong>de</strong>; siempre se gana algo en<br />

las relaciones con las mujeres, y os doy por ello<br />

la más sincera enhorabuena.<br />

-La acepto.<br />

-Y se la daré también a Madame.


-¡Oh! Ahora, mi querido señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s,<br />

hablemos tan alto como queráis.<br />

-No me provoquéis.<br />

-¡Oh, sí! ¡Quiero provocaros! Ya sois<br />

conocido como un mal hombre; si hacéis eso,<br />

pasaréis por un cobar<strong>de</strong>, y Monsieur os hará<br />

ahorcar esta noche <strong>de</strong> la falleba <strong>de</strong> su ventana.<br />

Hablad, mi querido War<strong>de</strong>s, hablad.<br />

-Estoy <strong>de</strong>rrotado.<br />

-Sí, mas no tanto como conviene.<br />

-Veo que no os disgustaría molerme<br />

bien los huesos.<br />

-Ni mucho menos.<br />

-¡Diantre! Es que por ahora, mi querido<br />

con<strong>de</strong>, me viene mal; no es cosa que pueda<br />

convenirme una partida, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la que he<br />

jugado en Boulogne; he perdido allá mucha<br />

sangre, y al menor esfuerzo volverían a abrirse<br />

mis heridas- ¡Pronto daríais cuenta <strong>de</strong> mí!<br />

-Es verdad -dijo Guiche-, y sin embargo,<br />

hace poco habéis hecho alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> vuestro buen<br />

aspecto y <strong>de</strong> vuestro buen brazo.


-Sí, los brazos se mantienen bien, pero<br />

tengo débiles las piernas, y luego, no he vuelto<br />

a tomar en la mano el florete <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel maldito<br />

duelo, cuando vos, por el contrario, estoy<br />

cierto <strong>de</strong> que os ejercitaréis en la esgrima todos<br />

los días para poner buen término a vuestra<br />

añagaza.<br />

-Por mi -honor, señor -contestó Guiche-,<br />

hace medio año que no me ejercito.<br />

-No, con<strong>de</strong>; bien meditado todo, no me<br />

batiré, a lo menos con vos. Esperaré a <strong>Bragelonne</strong>,<br />

puesto que <strong>de</strong>cís que <strong>Bragelonne</strong> es<br />

quien me tiene ganas.<br />

-¡Ah! ¡No; no esperaréis a <strong>Bragelonne</strong>! -<br />

exclamó Guiche fuera <strong>de</strong> sí-. Porque, según<br />

habéis dicho vos mismo, <strong>Bragelonne</strong> pue<strong>de</strong><br />

tardar en volver, y entretanto vuestro carácter<br />

perverso llevará a cabo su obra.<br />

-Sin embargo, tendré una excusa. ¡Cuidado!<br />

-Os doy ocho días para acabar <strong>de</strong> restableceros.


-Eso ya es otra cosa- En ocho días, ya<br />

veremos.<br />

-Sí, ya comprendo. En ocho días hay<br />

tiempo para huir <strong>de</strong>l enemigo. Pues no, ni uno<br />

solo.<br />

-Estáis loco, señor -dijo War<strong>de</strong>s, dando<br />

un paso como para retirarse.<br />

-¡Y vos sois miserable, si no os batís <strong>de</strong><br />

buen grado!<br />

-¿Y qué?<br />

-Os <strong>de</strong>nunciaré al rey por haber rehusado<br />

batiros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber insultado a La<br />

Valliére.<br />

-¡Ah! --exclamó War<strong>de</strong>s-. Sois peligrosamente<br />

pérfido, señor hombre honrado.<br />

-Nada más peligroso que la perfidia <strong>de</strong>l<br />

que marcha siempre lealmente.<br />

-Devolvedme entonces mis piernas, o<br />

haceos sangrar para equilibrar todas las probabilida<strong>de</strong>s.<br />

-No; aún po<strong>de</strong>mos hacer otra cosa mejor.


-¿Qué?<br />

-Montaremos los dos a caballo, y cambiaremos<br />

tres pistoletazos. Sois gran tirador,<br />

pues os he visto matar golondrinas a galope y<br />

con bala. No digáis que no, porque yo lo he<br />

visto.<br />

-Creo que tenéis razón -dijo que tenéis<br />

razón -dijo War<strong>de</strong>s-, y es posible que os mate<br />

<strong>de</strong>l mismo modo.<br />

-Ciertamente, me haríais un favor.<br />

-Pondré lo que esté <strong>de</strong> mi parte.<br />

-¿Queda convenido?<br />

-Convenido.<br />

-Vuestra mano.<br />

-Aquí está... pero, con una condición.<br />

-¿Cuál?<br />

-Que me juréis no <strong>de</strong>cir ni hacer <strong>de</strong>cir<br />

nada al rey.<br />

-Os lo juro.<br />

-Voy a buscar mi caballo.<br />

-Y yo el mío.<br />

-¿Adón<strong>de</strong> iremos?


-A la llanura; conozco un sitio excelente.<br />

-¿Iremos juntos?<br />

-¿Por qué no?<br />

Y dirigiéndose ambos hacia las caballerizas,<br />

pasaron por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong><br />

Madame, suavemente iluminadas. Detrás <strong>de</strong> las<br />

cortinas <strong>de</strong> encaje <strong>de</strong>slizábase una sombra.<br />

-He ahí una mujer -dijo War<strong>de</strong>s sonriendo-<br />

que no sospecha que vamos a matarnos<br />

por ella.<br />

XIX<br />

EL COMBATE<br />

War<strong>de</strong>s eligió su caballo y Guiche el<br />

suyo.<br />

Después los ensillaron por sí mismos<br />

con sillas <strong>de</strong> pistoleras. War<strong>de</strong>s no llevaba pistolas,<br />

pero Guiche tenía dos pares. Fue a buscarlas<br />

a su aposento, las cargó y dio a elegir a<br />

War<strong>de</strong>s.<br />

Éste eligió unas pistolas <strong>de</strong> que se había<br />

servido más <strong>de</strong> veinte veces, las mismas con


que Guiche le había visto matar golondrinas al<br />

vuelo.<br />

-No os admirará -dijo-, que tome todas<br />

mis precauciones. Conocéis muy bien vuestras<br />

armas, y, <strong>de</strong> consiguiente, no hago más que<br />

equilibrar las probabilida<strong>de</strong>s.<br />

-La observación era inútil -contestó Guiche-,<br />

pues estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />

-Ahora -dijo War<strong>de</strong>s-, os ruego que me<br />

ayudéis a montar, pues experimento todavía<br />

alguna dificultad.<br />

-Será mejor entonces que vayamos al<br />

sitio a pie.<br />

-No; puesto ya a caballo me siento enteramente<br />

fuerte.<br />

-Como queráis.<br />

Y Guiche ayudó a War<strong>de</strong>s a montar.<br />

-Me ocurre -continuó el joven-, que con<br />

el ardor que tenemos para exterminamos, no<br />

hemos reparado en otra cosa.<br />

-¿En qué?


-En que es <strong>de</strong> noche, y será preciso matarnos<br />

a obscuras.<br />

-Bien, el resultado será el mismo.<br />

-Con todo, es preciso tener en cuenta<br />

otra circunstancia, y es que las personas <strong>de</strong><br />

honor jamás se baten sin testigos.<br />

-¡Oh! -exclamó Guiche-. Veo que <strong>de</strong>seáis<br />

tanto como yo hacer las cosas en regla.<br />

-No <strong>de</strong>seo que puedan <strong>de</strong>cir que me<br />

habéis asesinado, así como en el caso <strong>de</strong> que yo<br />

os mate tampoco quiero verme acusado <strong>de</strong> un<br />

crimen.<br />

-¿Se ha dicho acaso semejante cosa <strong>de</strong><br />

vuestro duelo con el señor <strong>de</strong> Buckingham? -<br />

replicó Guiche-. Y, sin embargo, se efectuó bajo<br />

las mismas condiciones en que el nuestro va a<br />

verificarse.<br />

-Es que era <strong>de</strong> día aun y estábamos con<br />

agua a las rodillas; por otra parte, había en la<br />

ribera una porción <strong>de</strong> gente que nos estaba mirando.


Guiche reflexionó por un instante, y se<br />

afirmó más y más en la i<strong>de</strong>a que se le había ya<br />

ocurrido <strong>de</strong> que War<strong>de</strong>s quería tener testigos<br />

para hacer recaer la conversación sobre Madame,<br />

y dar un nuevo giro al combate.<br />

Nada replicó, pues, y como War<strong>de</strong>s le<br />

interrogase por ultima vez, con una mirada, le<br />

contestó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza que<br />

significaba que lo mejor era atenerse a lo hecho.<br />

En su consecuencia, pusiéronse en camino<br />

ambos adversarios, y salieron <strong>de</strong>l palacio<br />

por aquella puerta que ya conocemos por haber<br />

visto muy cerca <strong>de</strong> ella a Montalais y Malicorne.<br />

La noche, como para combatir el calor<br />

<strong>de</strong>l día, había acumulado todas sus nubes, que<br />

empujaban lenta y silenciosamente <strong>de</strong> Poniente<br />

a Oriente. Aquella cúpula, sin relámpagos<br />

y sin truenos aparentes, pesaba con todo su<br />

peso sobre la tierra y empezaba a horadarse a<br />

impulsos <strong>de</strong>l viento, como un inmenso lienzo<br />

<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> un artesonado.


La lluvia, que caía en gotas gruesas sobre<br />

la tierra, aglomeraba el polvo en glóbulos<br />

que. corrían en todas direcciones.<br />

Al mismo tiempo, <strong>de</strong> los vallados que<br />

aspiraban la tempestad, <strong>de</strong> las flores sedientas,<br />

<strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong>smelenados, exhalábanse mil<br />

aromas que traían al ánimo los recuerdos dulces,<br />

las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> juventud, <strong>de</strong> vida eterna, <strong>de</strong><br />

felicidad y <strong>de</strong> amor.<br />

-Muy grato aroma <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> la tierra -<br />

observó War<strong>de</strong>s-; es una coquetería <strong>de</strong> su parte<br />

para atraernos hacia sí.<br />

-Muchas i<strong>de</strong>as me han ocurrido -dijo<br />

Guiche-; y ahora que <strong>de</strong>cís eso, quiero someterlas<br />

a vuestro juicio.<br />

-¿A qué son relativas esas i<strong>de</strong>as?<br />

-A nuestro combate.<br />

-En efecto, me parece que ya es tiempo<br />

<strong>de</strong> que nos ocupemos en eso.<br />

-¿Será un combate ordinario, conforme<br />

las reglas <strong>de</strong> costumbre?<br />

-Sepamos cuál es vuestra costumbre.


-Echaremos pie a tierra en una buena<br />

llanura, ataremos los caballos al primer objeto<br />

que encontremos a mano, nos reuniremos primero<br />

sin armas, y luego nos alejaremos cada<br />

cual ciento cincuenta pasos para volver a encontrarnos<br />

frente a frente.<br />

-Perfectamente; así maté al pobre Follivent,<br />

hace tres meses, en Saint-Denis.<br />

-Perdonad; olvidáis una circunstancia.<br />

-¿Cuál?<br />

-En vuestro duelo con Follivent, marchasteis<br />

a pie uno contra otro, con la espada en<br />

los dientes y las pistolas en la mano.<br />

-Así es. Esta vez, en cambio, como no<br />

puedo andar, según habéis confesado vos mismo,<br />

volveremos a montar a caballo, nos vendremos<br />

a buscar a cierta distancia, y el que<br />

primero quiera disparar, dispara.<br />

-Esto es lo mejor que po<strong>de</strong>mos hacer;<br />

pero es <strong>de</strong> noche, y hay que contar con más<br />

tiros perdidos que los que pudiese haber por el<br />

día.


-Bien, pues podremos disparar cada<br />

cual tres tiros: los dos que tienen ya las pistolas,<br />

y otro para el cual volveremos a cargar.<br />

-Muy bien. ¿Dón<strong>de</strong> tendrá lugar nuestro<br />

combate?<br />

-¿Tenéis preferencia por algún sitio?<br />

-No.<br />

-¿Divisáis aquel bosquecillo que se extien<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros?<br />

-¿<strong>El</strong> bosque <strong>de</strong> Rochin? Muy bien.<br />

-¿Le conocéis?<br />

-Sí.<br />

-¿Entonces sabréis que tiene un claro en<br />

su centro?<br />

-Perfectamente.<br />

-Pues vamos a ese claro.<br />

-Vamos allá.<br />

-Es una especie <strong>de</strong> palenque natural, con<br />

toda clase <strong>de</strong> caminos, salidas, sen<strong>de</strong>ros, fosos<br />

y revueltas, y creo que el sitio no pue<strong>de</strong> ser<br />

mejor.


-Me parece bien, si os place. Pero creo<br />

que hemos llegado.<br />

-Sí. Ved que terreno tan hermoso. La<br />

poca claridad que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> las estrellas,<br />

como dice Comeille, encuéntrase en este sitio,<br />

cuyos límites naturales son el bosque que lo<br />

ro<strong>de</strong>a por todas partes.<br />

-Sí que es muy excelente.<br />

-Pues terminemos las condiciones.<br />

-He aquí las mías; si se os ocurre algo en<br />

contra, me lo diréis.<br />

-Escucho.<br />

-Caballo muerto, obliga a su jinete a<br />

combatir a pies.<br />

-Es muy justo, puesto que no tenemos<br />

caballos <strong>de</strong> reserva.<br />

-Pero no obliga al adversario a apearse<br />

<strong>de</strong> su caballo.<br />

-<strong>El</strong> adversario quedará en libertad <strong>de</strong><br />

obrar como bien le parezca.<br />

-Reunidos ya una vez los adversarios,<br />

no tendrán obligación <strong>de</strong> volverse a separar y


podrán, por tanto, dispararse mutuamente a<br />

boca <strong>de</strong> jarro.<br />

-Aceptado.<br />

-Nada más tres cargas, ¿estamos?<br />

-Me parecen suficientes. Aquí tenéis<br />

pólvora y balas para vuestras pistolas; apartad<br />

tres cargas, y tomad tres balas; yo haré otro<br />

tanto, y luego <strong>de</strong>rramaremos la pólvora que<br />

que<strong>de</strong> y arrojaremos las balas restantes.<br />

-Y juraremos por Cristo -repuso War<strong>de</strong>s-,<br />

que no tenemos sobre nosotros más pólvora<br />

ni más balas.<br />

-Por mi parte, lo juro.<br />

Y Guiche extendió su mano hacía el cielo.<br />

War<strong>de</strong>s le imitó.<br />

-Y ahora, querido con<strong>de</strong> -dijo-, permitidme<br />

manifestaros que no se me engaña tan<br />

fácilmente. Sois o seréis el amante <strong>de</strong> Madame.<br />

He penetrado el secreto, y como teméis que se<br />

difunda, queréis matarme para aseguraros el<br />

silencio; es cosa muy natural y en vuestro lugar<br />

hubiera hecho lo propio.


Guiche bajó la cabeza.<br />

-Ahora, <strong>de</strong>cidme -continuó War<strong>de</strong>s<br />

triunfante-: ¿os parece bien echarme encima<br />

todavía ese <strong>de</strong>sagradable asunto <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />

Cuidado, amigo, que acosando al jabalí se<br />

le irrita, y acorralando a la zorra se le da la ferocidad<br />

<strong>de</strong>! jaguar. De lo cual resulta, que estando<br />

reducido al extremo por vos, me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré<br />

hasta morir.<br />

-Estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />

-Sí; pero tened entendido que no <strong>de</strong>jaré<br />

<strong>de</strong> hacer todo el mal que pueda, y así es que<br />

para principiar ya adivinaréis que no habré<br />

cometido la torpeza <strong>de</strong> enca<strong>de</strong>nar mi secreto, o<br />

mejor dicho, el vuestro, en mi corazón. Hay un<br />

amigo, y un amigo <strong>de</strong>spejado, a quien ya conocéis,<br />

que es partícipe <strong>de</strong> mi secreto, y <strong>de</strong> consiguiente<br />

ya compren<strong>de</strong>réis que si me vencéis, mi<br />

muerte no servirá <strong>de</strong> gran cosa. mientras que si<br />

yo os mato.. . ¡Qué diantre! Todo pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />

Guiche se estremeció.


-Si yo os mato -prosiguió War<strong>de</strong>s-, le<br />

habréis suscitado a Madame dos enemigos, que<br />

trabajarán cuanto puedan por per<strong>de</strong>rla.<br />

-¡Oh, caballero! -exclamó furioso Guiche-.<br />

No contéis <strong>de</strong> esa manera con mi muerte.<br />

De esos dos adversarios, espero matar al uno<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> breves momentos, y al otro a la primera<br />

ocasión.<br />

War<strong>de</strong>s sólo contestó con una carcajada<br />

tan diabólica que habría asustado a un hombre<br />

supersticioso.<br />

Pero Guiche no se <strong>de</strong>jaba intimidar fácilmente.<br />

-Creo -dijo-, que todo esté arreglado,<br />

señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s; por tanto, tomad campo, si no<br />

preferís que sea yo quien lo tome.<br />

-No -replicó War<strong>de</strong>s-; tengo una satisfacción<br />

en ahorraros esa molestia.<br />

Y, poniendo su caballo a galope, atravesó<br />

el claro en toda su extensión, y fue a situarse<br />

en el punto <strong>de</strong> la circunferencia <strong>de</strong> la encruci-


jada que daba frente a aquel don<strong>de</strong> Guiche se<br />

había parado.<br />

Guiche permaneció inmóvil.<br />

A la distancia <strong>de</strong> cien pasos, poco más o<br />

menos, no podían ya divisarse los dos adversarios,<br />

ocultos en la <strong>de</strong>nsa sombra <strong>de</strong> los olmos y<br />

<strong>de</strong> los castaños.<br />

Transcurrió un minuto en medio <strong>de</strong>l<br />

silencio más completo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> ese minuto, oyó cada cuál,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sombra don<strong>de</strong> estaba oculto, el doble<br />

ruido que hicieron las pistolas al montarlas.<br />

Guiche, según la táctica acostumbrada,<br />

puso su caballo al galope, en la persuasión <strong>de</strong><br />

tener una doble garantía <strong>de</strong> seguridad en la<br />

ondulación <strong>de</strong>l movimiento y en la velocidad<br />

<strong>de</strong> la carrera.<br />

Dirigió esa carrera en línea recta, al punto<br />

que a su parecer <strong>de</strong>bía ocupar su adversario.<br />

Creía encontrar a War<strong>de</strong>s a la mitad <strong>de</strong>l<br />

camino, pero se engañó. Continuó entonces su


carrera, presumiendo que War<strong>de</strong>s le aguardaba<br />

inmóvil.<br />

Pero, apenas había recorrido las dos<br />

terceras partes <strong>de</strong>l claro, cuando advirtió que<br />

éste se iluminaba <strong>de</strong> repente, y una bala le llevó<br />

silbando la pluma que flotaba sobre su sombrero.<br />

Casi al mismo tiempo, y como si el resplandor<br />

<strong>de</strong>l primer tiro hubiese servido para<br />

alumbrar al segundo, resonó otro tiro, y una segunda<br />

bala atravesó la cabeza <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong><br />

Guiche, algo más abajo <strong>de</strong> la oreja.<br />

<strong>El</strong> animal cayó.<br />

Aquellos dos tiros, que venían en dirección<br />

contraria a aquella en que suponía Guiche<br />

estaría War<strong>de</strong>s, le causaron gran sorpresa; pero,<br />

como era hombre <strong>de</strong> mucha sangre fría, calculó<br />

su caída, aunque no tan exactamente que no<br />

quedara cogido bajo el caballo el extremo <strong>de</strong> su<br />

bota.


Afortunadamente, el animal hizo en su<br />

agonía un movimiento que permitió a Guiche<br />

po<strong>de</strong>r sacar la pierna.<br />

Guiche se incorporó, se palpó y vio que<br />

no estaba herido.<br />

Así que sintió <strong>de</strong>sfallecer al animal, puso<br />

sus dos pistolas en las pistoleras, por miedo<br />

<strong>de</strong> que la caída hiciera disparar alguna <strong>de</strong> ellas,<br />

o quizá ambas, lo cual le habría <strong>de</strong>sarmado<br />

inútilmente.<br />

Luego que se vio en pie, sacó las pistolas<br />

<strong>de</strong> las pistoleras, y a<strong>de</strong>lantóse hacia el sitio<br />

don<strong>de</strong>, a la luz <strong>de</strong> los fogonazos, había visto<br />

aparecer a War<strong>de</strong>s.<br />

Guiche <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer tiro hízose cargo<br />

<strong>de</strong> la maniobra <strong>de</strong> aquél, que no podía ser más<br />

sencilla.<br />

War<strong>de</strong>s, en lugar <strong>de</strong> correr contra Guiche<br />

o <strong>de</strong> permanecer aguardándole en su puesto,<br />

había seguido unos quince pasos el círculo<br />

<strong>de</strong> sombra que le ocultaba a la vista <strong>de</strong> su enemigo,<br />

y, en el momento en que éste le presenta-


a el costado <strong>de</strong> su carrera, le había disparado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su sitio, apuntando a su placer, para lo<br />

cual le sirvió más bien que le estorbó—el galope<br />

<strong>de</strong>l caballo.<br />

Ya se vio que, a pesar <strong>de</strong> la obscuridad,<br />

la primera bala había pasado a una pulgada<br />

escasa <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Guiche.<br />

War<strong>de</strong>s estaba tan seguro <strong>de</strong> su puntería,<br />

que creyó ver caer a Guiche. Así fue que<br />

quedó en extremo sorprendido cuando vio al<br />

jinete seguir en la silla.<br />

Apresuróse a disparar el segundo tiro, <strong>de</strong>svió<br />

un poco la puntería, y mató al caballo.<br />

Era un acci<strong>de</strong>nte afortunado el que Guiche<br />

permaneciese enredado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l animal.<br />

De modo que War<strong>de</strong>s, antes <strong>de</strong> que aquél pudiera<br />

<strong>de</strong>senredarse, cargaba su pistola y tenía a<br />

Guiche a merced suya.<br />

Pero, por el contrario, Guiche estaba en<br />

pie, y quedábanle aún tres tiros que disparar.<br />

Guiche comprendió la posición... Tratábase<br />

<strong>de</strong> ganar a War<strong>de</strong>s en celeridad. Y echó a


correr para acercarse a él antes <strong>de</strong> que concluyese<br />

<strong>de</strong> cargar la pistola.<br />

War<strong>de</strong>s le veía llegar como una tempestad.<br />

La bala venía bastante justa, y se resistía a<br />

la baqueta. Cargar mal era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />

el último tiro; cargar bien era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />

tiempo, o mejor dicho a per<strong>de</strong>r la vida.<br />

Entonces obligó al caballo a ponerse <strong>de</strong><br />

manos.<br />

Guiche practicó un giro sobre sí mismo,<br />

y en el instante en' que volvió a caer el caballo,<br />

disparó el tiro, que le llevó el sombrero a War<strong>de</strong>s.<br />

War<strong>de</strong>s comprendió que tenía un instante<br />

por suyo, y aprovechóse <strong>de</strong> él para acabar<br />

<strong>de</strong> cargar su pistola.<br />

Viendo Guiche que su adversario no<br />

había caído, arrojó' la primera pistola que le era<br />

ya inútil, y se dirigió hacia War<strong>de</strong>s apuntando<br />

con la segunda.<br />

Pero al tercer paso que dio le apuntó<br />

War<strong>de</strong>s y disparó.


Un rugido <strong>de</strong> rabia respondió a aquella<br />

<strong>de</strong>tonación; el brazo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> se crispó y se<br />

abatió. Cayó la pistola.<br />

War<strong>de</strong>s vio al con<strong>de</strong> bajarse, coger la<br />

pistola con la mano izquierda y dar otro paso<br />

hacia él.<br />

<strong>El</strong> momento era supremo. -Soy perdido<br />

-murmuró War<strong>de</strong>s-; no está herido <strong>de</strong> muerte.<br />

Pero en el momento en que Guiche levantaba la<br />

pistola apuntando a War<strong>de</strong>s, la cabeza, los<br />

hombros y las corvas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> perdieron su<br />

fuerza a la vez. Guiche exhaló un suspiro doloroso,<br />

y fue a caer a los pies <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

-Vamos, vamos -murmuró éste-, eso es<br />

distinto.<br />

Y cogiendo las riendas, metió espuelas<br />

al caballo.<br />

<strong>El</strong> caballo saltó por sobre el cuerpo inerte,<br />

y condujo rápidamente a War<strong>de</strong>s a Palacio.<br />

Cuando llegó War<strong>de</strong>s se puso a reflexionar<br />

lo que había <strong>de</strong> hacer. En su impaciencia<br />

por abandonar el campo <strong>de</strong> batalla no se


había ocupado <strong>de</strong> averiguar si Guiche estaba<br />

muerto.<br />

Dos hipótesis presentábanse al ánimo<br />

agitado <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

O Guiche estaba muerto, o no estaba<br />

más que herido.<br />

Si lo primero, ¿era conveniente <strong>de</strong>jar su<br />

cadáver expuesto a los lobos? Sería una crueldad<br />

inútil, puesto que si Guiche estaba muerto,<br />

no hablaría.<br />

Si estaba herido, ¿a qué conducía el <strong>de</strong>jarle<br />

sin auxilio, sino a que le tuviesen a él por<br />

un salvaje incapaz <strong>de</strong> generosidad?<br />

Esta última consi<strong>de</strong>ración triunfó. War<strong>de</strong>s<br />

preguntó por Manicamp, y supo que éste,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber preguntado por Guiche y no<br />

sabiendo dón<strong>de</strong> ir a buscarle, se fue a acostar.<br />

War<strong>de</strong>s fue a <strong>de</strong>spertarle, y le informó<br />

<strong>de</strong>l lance, que Manicamp escuchó sin <strong>de</strong>cir palabra,<br />

pero con una expresión <strong>de</strong> energía creciente,<br />

<strong>de</strong> que su rostro no parecía capaz.


Luego que War<strong>de</strong>s concluyó <strong>de</strong> hablar,<br />

pronunció Manicamp esta palabra<br />

-Vamos.<br />

Por el camino fue enar<strong>de</strong>ciéndose la<br />

imaginación <strong>de</strong> Manicamp; y, conforme War<strong>de</strong>s<br />

le refería el suceso, su rostro se obscurecía<br />

más y más.<br />

-De modo -dijo luego que concluyó<br />

War<strong>de</strong>s-, ¿que le suponéis muerto?<br />

-¡Ay, sí!<br />

-¿Y vos os habéis batido sin testigos?<br />

-Así lo quiso él<br />

-¡Es particular!<br />

-¿Cómo que es particular?<br />

-Sí, el carácter <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />

<strong>de</strong> esa especie.<br />

-¿Supongo que no dudaréis <strong>de</strong> mi palabra?<br />

-¡Eh, eh!<br />

-¿Dudáis?<br />

-Algo... Pero dudaré mucho más, os lo<br />

prevengo, si veo muerto al pobre joven.


-¡Señor Manicamp!<br />

-¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />

-¡Me parece que me insultáis!<br />

-Tomadlo como queráis. Nunca me han<br />

gustado las personas que vienen a <strong>de</strong>cir: "¡He<br />

matado al señor <strong>de</strong> tal en un rincón; ha sido<br />

una gran <strong>de</strong>sgracia; pero le he matado noblemente!"<br />

¡Es la noche muy obscura para que se<br />

crea este adverbio, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />

-Silencio; ya estamos en el sitio.<br />

En efecto, principiábase ya a divisar el<br />

claro, y en el espacio vacío la masa inmóvil <strong>de</strong><br />

un caballo muerto.<br />

A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l caballo, y sobre la hierba,<br />

yacía boca abajo el pobre con<strong>de</strong>, bañado en<br />

su sangre.<br />

Permanecía en el mismo sitio, y no parecía<br />

que hubiera hecho el menor movimiento.<br />

Manicamp se hincó <strong>de</strong> rodillas, levantó<br />

al con<strong>de</strong>, y le encontró frío y bañado en sangre.


Le volvió a <strong>de</strong>jar en el suelo. Extendiendo<br />

luego el cuerpo y el brazo, anduvo tentando,<br />

hasta que tropezó con la pistola <strong>de</strong> Guiche.<br />

-¡Pardiez! -dijo entonces levantándose,<br />

pálido como un espectro, y con la pistola en la<br />

mano-. ¡Pardiez, no os engañábais! ¡Esta muerto!<br />

-¿Muerto? -repitió War<strong>de</strong>s.<br />

-Sí; y su pistola está cargada -repuso<br />

Manicamp examinando con los <strong>de</strong>dos la cazoleta.<br />

-¿Pues no os he dicho que le apunté<br />

cuando se dirigía hacia mí, y disparé en el momento<br />

en que él me estaba apuntando?<br />

-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> haberos batido<br />

con él, caballero War<strong>de</strong>s? Yo, lo confieso, sospecho<br />

que le habéis asesinado. ¡Oh, no gritéis!<br />

¡Habéis disparado vuestros tres tiros, y su pistola<br />

está cargada! ¡Habéis muerto su caballo, y<br />

él, Guiche, uno <strong>de</strong> los más excelentes tiradores<br />

<strong>de</strong> Francia, no os ha tocado ni a vos ni a vuestro<br />

caballo! Francamente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, habéis


hecho muy mal en traerme aquí; toda esa sangre<br />

se me ha subido a la cabeza, estoy algo<br />

ebrio, y creo, por mi honor, que voy a saltaros<br />

la tapa <strong>de</strong> los sesos. : ¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, encomendad<br />

a Dios vuestra alma!<br />

-No creo que penséis en cometer tal<br />

atentado, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />

-Al contrario, pienso en ello muy <strong>de</strong><br />

veras.<br />

-¿Seríais capaz <strong>de</strong> asesinarme? -Sin remordimiento,<br />

por ahora al menos.<br />

-¿Sois hidalgo?<br />

-He sido paje, y por tanto he tenido que<br />

hacer mis pruebas.<br />

-Dejadme entonces <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la vida.<br />

-Para que hagáis conmigo lo que habéis<br />

hecho con el pobre Guiche.<br />

Y, levantando Manicamp la pistola, la<br />

<strong>de</strong>tuvo con el brazo extendido y el ceño fruncido<br />

a la altura <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />

War<strong>de</strong>s no intentó ni ponerse en fuga,<br />

pues estaba enteramente aterrado.


Entonces, en medio <strong>de</strong> aquel espantoso<br />

silencio <strong>de</strong> un instante, que a War<strong>de</strong>s le pareció<br />

un siglo, se oyó un suspiro.<br />

-¡Oh! -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-. ¡Vive,<br />

vive! ¡Señor <strong>de</strong> Guiche, que quieren asesinarme!<br />

Manicamp retrocedió, y el con<strong>de</strong> se incorporó<br />

con gran trabajo sobre una mano entre<br />

ambos jóvenes. Manicamp arrojó la pistola a<br />

diez pasos, y cogió a su amigo lanzando un<br />

grito <strong>de</strong> alegría.<br />

War<strong>de</strong>s enjugóse la frente, bañada en<br />

sudor frío.<br />

-Ya era tiempo -murmuró.<br />

-¿Qué tenéis? -preguntó Manicamp a<br />

Guiche-. ¿Dón<strong>de</strong> estáis herido?<br />

Guiche mostró su mano mutilada y su<br />

pecho ensangrentado.<br />

-Con<strong>de</strong> -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-;<br />

me acusan <strong>de</strong> que os he asesinado: ¡por Dios,<br />

<strong>de</strong>cir que he combatido lealmente.


-Así es -dijo con angustia el herido-; el<br />

señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s ha combatido noblemente, y<br />

el que dijera lo contrario tendría en mí un enemigo.<br />

-¡Eh, señor! -dijo Manicamp-. Ayudadme<br />

primero a transportar a este pobre mozo, y<br />

<strong>de</strong>spués os daré cuantas satisfacciones queráis,<br />

o si os corre <strong>de</strong>masiada prisa, hagamos otra<br />

cosa mejor; curemos aquí al con<strong>de</strong> con vuestro<br />

pañuelo y el mío, y ya que aún quedan dos balas<br />

por tirar, disparémoslas.<br />

-Gracias -dijo War<strong>de</strong>s-. En una hora he<br />

visto por dos veces la muerte muy <strong>de</strong> cerca; es<br />

<strong>de</strong>masiado fea la muerte, y prefiero vuestras<br />

excusas.<br />

Ambos jóvenes quisieron transportarlo;<br />

pero dijo que se sentía bastante fuerte para caminar<br />

por su pie. La bala le había roto el <strong>de</strong>do<br />

anular y el pequeño, y se había <strong>de</strong>slizado <strong>de</strong>spués<br />

sobre una costilla, pero sin interesar el<br />

pecho. De consiguiente, lo que había aniquilado


a Guiche era más bien el dolor que la gravedad<br />

<strong>de</strong> la herida.<br />

Manicamp pasóle su brazo por <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> un hombre, y War<strong>de</strong>s el suyo por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

otro, y lo condujeron así a Fontainebleau, a casa<br />

<strong>de</strong>l médico que había asistido en su lecho <strong>de</strong><br />

muerte al franciscano pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> Aramis.<br />

XX<br />

LA CENA DEL REY<br />

<strong>El</strong> rey, entretanto, se había sentado a la<br />

mesa, y la reunión poco numerosa <strong>de</strong> los convidados<br />

había tomado asiento a sus dos lados,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l a<strong>de</strong>mán acostumbrado para que se<br />

sentasen.<br />

En aquella época, si bien no estaba or<strong>de</strong>nada<br />

todavía la etiqueta como lo estuvo <strong>de</strong>spués,<br />

la Corte <strong>de</strong> Francia había roto ya con las<br />

tradiciones <strong>de</strong> naturalidad y afabilidad patriarcal<br />

que se observaban aún en tiempo <strong>de</strong> Enri-


que IV, y que el carácter receloso <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I<br />

había ido <strong>de</strong>sterrando paulatinamente, para<br />

reemplazarlos con maneras fastuosas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za,<br />

<strong>de</strong> que sentía en el alma no po<strong>de</strong>rse revestir.<br />

<strong>El</strong> rey comía, por tanto, en una mesita<br />

separada, que dominaba como la <strong>de</strong> un presi<strong>de</strong>nte<br />

las mesas inmediatas; hemos dicho mesita,<br />

y nos apresuramos a añadir que esa mesa<br />

era la mayor <strong>de</strong> todas.<br />

A<strong>de</strong>más, era la mesa en que se amontonaba<br />

mayor número <strong>de</strong> manjares distintos, pescados,<br />

caza, carnes, frutas, legumbres y conservas.<br />

<strong>El</strong> rey, joven y vigoroso, gran cazador,<br />

aficionado a toda clase <strong>de</strong> ejercicios violentos,<br />

tenía a<strong>de</strong>más ese calor natural <strong>de</strong> la sangre común<br />

a todos los Borbones, que hace perfectamente<br />

las digestiones y renueva el apetito.<br />

Luis XIV era un temible convidado,<br />

complacíase en criticar a sus cocineros; pero


cuando les hacía honor, ese honor era gigantesco.<br />

<strong>El</strong> rey principiaba por muchas clases <strong>de</strong><br />

sopa, sea reunidas en una especie <strong>de</strong> potaje, sea<br />

separadas; y solía entremezclar, o más bien separar<br />

cada una <strong>de</strong> estas sopas con un vaso <strong>de</strong><br />

vino añejo. Comía <strong>de</strong> prisa y con avi<strong>de</strong>z.<br />

Porthos, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio había<br />

aguardado por respeto a que Artagnan le hiciese<br />

una seña con el codo, viendo que el rey engullía<br />

con tan buen apetito, se volvió hacia el<br />

mosquetero, y, a media voz:<br />

-Me parece que po<strong>de</strong>mos comenzar dijo-;<br />

Su Majestad anima: mirad.<br />

-<strong>El</strong> rey come -dijo Artagnan-, pero habla<br />

al mismo tiempo; componeos <strong>de</strong> suerte que, si<br />

por casualidad os dirige la palabra, no os pille<br />

con la boca llena, porque sería <strong>de</strong>sgraciado.<br />

-Entonces, el mejor medio es no comer -<br />

contestó Porthos-; sin embargo, os confieso que<br />

tengo hambre, y todo esto <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> un olor tan<br />

rico, que halaga a la vez mi olfato y mi apetito.


-No vayáis a estaros sin comer -repuso<br />

Artagnan-, pues se incomodaría Su Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey acostumbra a <strong>de</strong>cir que el que come bien<br />

es señal <strong>de</strong> que trabaja bien, y no le place que<br />

an<strong>de</strong>n con repulgos a su mesa.<br />

-Pues si uno come, ¿cómo ha <strong>de</strong> evitar<br />

tener la boca llena? -dijo Porthos.<br />

-Tratáse simplemente -replicó el capitán<br />

<strong>de</strong> mosqueteros-, <strong>de</strong> engullir cuando el rey os<br />

haga el honor <strong>de</strong> dirigiros la palabra.<br />

-Muy bien.<br />

Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento, Porthos se<br />

puso a comer con un entusiasmo cortés.<br />

<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong> vez en cuando, dirigía una<br />

mirada al grupo, y, como inteligente, apreciaba<br />

las disposiciones <strong>de</strong> su convidado.<br />

-¡Señor Du-Vallon! -dijo. Porthos se<br />

hallaba a la sazón ocupado con un salmonejo<br />

<strong>de</strong> liebre, <strong>de</strong> la cual engullía media rabadilla.<br />

Su nombre, dicho <strong>de</strong> aquel modo, le cogió <strong>de</strong><br />

improviso, y con un vigoroso esfuerzo <strong>de</strong> gaznate,<br />

se tragó cuanto tenía en la boca.


-¡Majestad! -dijo Porthos con voz apagada,<br />

pero bastante inteligible.<br />

-Que pasen al señor Du-Vallon estos<br />

solomillos <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro. ¿Os gustan los bocados<br />

tiernos, señor Du-Vallon?<br />

-Señor, a mí me gusta todo -contestó<br />

Porthos.<br />

Y Artagnan le dijo al oído: -Todo lo que<br />

me envía Vuestra Majestad.<br />

Porthos repitió:<br />

-Todo lo que me envíe Vuestra Majestad.<br />

<strong>El</strong> rey hizo con la cabeza una señal <strong>de</strong><br />

satisfacción.<br />

-Cuando se come bien, es señal <strong>de</strong> que<br />

se trabaja bien -repuso el rey, asombrado <strong>de</strong><br />

tener frente a sí un gastrónomo <strong>de</strong> la fuerza <strong>de</strong><br />

Porthos.<br />

Porthos recibió la fuente <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro, y<br />

se echó una parte en su plato.<br />

-¿Qué tal? -preguntó el rey.


-¡Exquisito! -dijo Porthos tranquilamente.<br />

-¿Hay carneros tan finos en vuestra<br />

provincia, señor Du-Vallon? -prosiguió el rey.<br />

-Majestad -dijo Porthos-, creo que en mi<br />

provincia, como en todas partes, lo mejor que<br />

hay es <strong>de</strong>l rey; pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no como el<br />

cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la manera que lo come Vuestra Majestad.<br />

-¡Ah, ah! ¿Pues cómo lo coméis?<br />

-Ordinariamente me hago a<strong>de</strong>rezar un<br />

cor<strong>de</strong>ro entero.<br />

-¡Entero!<br />

-Sí, Majestad.<br />

-¿Y <strong>de</strong> qué modo?<br />

-Del siguiente: mi cocinero, que es un<br />

bergante alemán, Majestad; mi cocinero rellena<br />

el cor<strong>de</strong>ro en cuestión <strong>de</strong> pequeñas salchichas,<br />

que hace venir <strong>de</strong> Estrasburgo, <strong>de</strong> albondiguillas,<br />

que se hace traer <strong>de</strong> Troyes, y <strong>de</strong><br />

cogujadas, que hace venir <strong>de</strong> Pithiviers; <strong>de</strong>spués,<br />

no sé por qué medio, <strong>de</strong>shuesa el cor<strong>de</strong>ro,


como podría hacerlo con un ave, <strong>de</strong>jándole el<br />

pellejo, que forma alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l animal una<br />

costra tostada. Cuando se le corta en gran<strong>de</strong>s<br />

lonja como pudiera hacerse con un gran salchichón,<br />

suelta un jugo <strong>de</strong> color <strong>de</strong> rosa, que es a<br />

la vez agradable a la vista y exquisito al paladar.<br />

Y Porthos hizo chascar su lengua. <strong>El</strong> rey<br />

abrió enormemente sus ojos, haciéndose plato<br />

con unos faisanes en adobo que le presentaron.<br />

-Es bocado que querría comer, señor<br />

Du-Vallon –dijo-. ¿Conque el cor<strong>de</strong>ro entero?<br />

-Entero, sí, Majestad.<br />

-Estos faisanes al señor Du-Vallon; veo<br />

que es un buen aficionado. La or<strong>de</strong>n fue cumplida.<br />

Volviendo en seguida al cor<strong>de</strong>ro:<br />

-¿Y no tiene <strong>de</strong>masiada grasa? -dijo.<br />

-No, Majestad; las grasas caen al mismo<br />

tiempo que el jugo, y sobrenadan; entonces, mi<br />

trinchante las recoge con una cuchara <strong>de</strong> plata<br />

que he mandado hacer a propósito.


-¿Y residís ... ? -preguntó el<br />

rey.<br />

-En Pierrefonds, Majestad.<br />

-¿En Pierrefonds? ¿Hacia dón<strong>de</strong> está,<br />

señor Du-Vallon? ¿Del lado <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />

-¡Ah! No, Majestad; Pierrefonds está en<br />

el Soissons.<br />

-Creía que me hablabais <strong>de</strong> esos cor<strong>de</strong>ros<br />

a causa <strong>de</strong> los prados salados.<br />