El Vizconde de Bragelonne. Tomo II. Parte Primera.pdf - Ataun
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Obra reproducida sin responsabilidad editorial<br />
<strong>El</strong> <strong>Vizcon<strong>de</strong></strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>.<br />
<strong>Tomo</strong> <strong>II</strong>. <strong>Parte</strong> <strong>Primera</strong><br />
Alejandro Dumas
Advertencia <strong>de</strong> Luarna Ediciones<br />
Este es un libro <strong>de</strong> dominio público en tanto<br />
que los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> autor, según la legislación<br />
española han caducado.<br />
Luarna lo presenta aquí como un obsequio a<br />
sus clientes, <strong>de</strong>jando claro que:<br />
1) La edición no está supervisada por<br />
nuestro <strong>de</strong>partamento editorial, <strong>de</strong> forma<br />
que no nos responsabilizamos <strong>de</strong> la<br />
fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l contenido <strong>de</strong>l mismo.<br />
2) Luarna sólo ha adaptado la obra para<br />
que pueda ser fácilmente visible en los<br />
habituales rea<strong>de</strong>rs <strong>de</strong> seis pulgadas.<br />
3) A todos los efectos no <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rarse<br />
como un libro editado por Luarna.<br />
www.luarna.com
I<br />
EL NUEVO GENERAL DE LOS JESUITAS<br />
En tanto que La Valliére y el rey confundían<br />
en su primera <strong>de</strong>claración todas las<br />
penas pasadas, toda la dicha presente y todas<br />
las esperanzas futuras, Fouquet, <strong>de</strong> vuelta a la<br />
habitación que se le había señalado en Palacio,<br />
conversaba con Aramis sobre todo aquello que<br />
precisamente el rey olvidaba.<br />
-Decidme ahora -preguntó Fouquet-, a<br />
qué altura estamos en el asunto <strong>de</strong> Belle-Isle, y<br />
si tenéis noticias <strong>de</strong> allá.<br />
- Señor superinten<strong>de</strong>nte -contestó Aramis-,<br />
todo va por ese lado conforme a nuestro<br />
<strong>de</strong>seo; los gastos han sido pagados y nada se ha<br />
traslucido <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>signios.<br />
-Pero, ¿y la guarnición que el rey quería<br />
poner allí?<br />
-Esta mañana he sabido que llegó hace<br />
quince días.<br />
-¿Y cómo se la ha tratado?
-¡Oh! Muy bien.<br />
-¿Y qué se ha hecho <strong>de</strong> la antigua guarnición?<br />
-Fue trasladada a Sarzeal, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí la<br />
han enviado inmediatamente a Quimper.<br />
-¿Y la nueva guarnición?<br />
-Es nuestra ya.<br />
-¿Estáis seguro <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cís, señor <strong>de</strong><br />
Vannes?<br />
-Absolutamente; y ahora veréis cómo ha<br />
pasado la cosa.<br />
-Ya sabéis que <strong>de</strong> todos los puntos <strong>de</strong><br />
guarnición, Belle-Isle es el peor.<br />
-No lo ignoro, y ya está esto tenido en<br />
cuenta; ni allí hay espacio, ni comunicaciones,<br />
ni mujeres, ni juego; y es una lástima -repuso<br />
Aramis, con una <strong>de</strong> esas sonrisas que sólo á él<br />
eran peculiares- ver el ansia con que los jóvenes<br />
buscan hoy las diversiones y se inclinan hacia<br />
aquel que las paga.<br />
-Pues procuraremos que se diviertan en<br />
Belle-Isle.
-Es que si se divierten por cuenta <strong>de</strong>l<br />
rey, amarán al rey; en cambio, si se aburren por<br />
cuenta <strong>de</strong> Su Majestad y se divierten por cuenta<br />
<strong>de</strong>l señor Fouquet, amarán al señor Fouquet.<br />
-¿Y habéis avisado a mi inten<strong>de</strong>nte para<br />
inmediatamente que llegasen...?<br />
-No; se les ha <strong>de</strong>jado aburrirse a su sabor<br />
durante ocho días; pero al cabo <strong>de</strong> este<br />
tiempo han reclamado, diciendo que los antecesores<br />
suyos divertíanse más que ellos. Contestóseles<br />
entonces que los antiguos oficiales<br />
habían sabido atraerse la amistad <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet, y que éste, teniéndolos por amigos,<br />
procuró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces que no se aburrieran en<br />
sus tierras. Esto les hizo reflexionar. Pero, acto<br />
continuo, añadió el inten<strong>de</strong>nte que, sin prejuzgar<br />
las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l señor Fouquet, conocía lo<br />
suficiente a su amo para saber que se interesaba<br />
por cualquier gentilhombre que estuviese al<br />
servicio <strong>de</strong>l rey, y que, a pesar <strong>de</strong> no conocer<br />
todavía a los nuevos oficiales, haría por ellos<br />
tanto como hiciera por los anteriores.
-Perfectamente. Supongo que a las promesas<br />
habrán seguido los efectos; ya sabéis que<br />
no permito que se prometa nunca en mi nombre<br />
sin cumplir.<br />
-En seguida púsose a disposición <strong>de</strong> los<br />
oficiales nuestros dos corsarios y vuestros caballos,<br />
y se les dio la llave <strong>de</strong> la casa principal, <strong>de</strong><br />
suerte que forman partidas <strong>de</strong> caza, y <strong>de</strong>liciosos<br />
paseos con cuantas mujeres hay en Belle-Isle.<br />
Más las que han podido reclutar en las inmediaciones<br />
y no han temido marearse.<br />
-Y hay buena colección en Sarzeau y<br />
Vannes, ¿no es cierto?<br />
-¡Oh! En toda la costa -respondió tranquilamente<br />
Aramis.<br />
-¿Y para los soldados?<br />
-Para éstos, vino, excelentes víveres y<br />
buena paga.<br />
-Muy bien; <strong>de</strong> modo...<br />
-Que po<strong>de</strong>mos contar con la actual<br />
guarnición, más, si es posible, que con la anterior.
-Bien.<br />
-De lo cual se <strong>de</strong>duce que, si Dios quiere<br />
que nos renueven la guarnición cada dos meses,<br />
al cabo <strong>de</strong> tres años habrá pasado por Belle-<br />
Isle, todo el ejército, y en vez <strong>de</strong> tener un regimiento<br />
a nuestra disposición, tendremos cincuenta<br />
mil hombres.<br />
-Bien suponía yo -dijo Fouquet- que no<br />
había en el mundo un amigo más precioso e<br />
inestimable que vos, señor <strong>de</strong> Herblay; pero<br />
con todas estas cosas -repuso, riendo- nos<br />
hemos olvidado <strong>de</strong> nuestro amigo Du-Vallon.<br />
¿Qué es <strong>de</strong> él? Declaro que en esos tres días que<br />
he pasado en Saint-Mandé todo lo he olvidado.<br />
-¡Oh! Pues yo..., no -replicó Aramis-.<br />
Porthos se encuentra en Saint-Mandé untado en<br />
todas sus articulaciones, atestado <strong>de</strong> alimentos<br />
y con vinos a todo pasto; he dispuesto que le<br />
franqueen él paseo <strong>de</strong>l pequeño parque, paseo<br />
que os habéis reservado para vos solo, y usa <strong>de</strong><br />
él. Ya comienza a po<strong>de</strong>r andar, y ejercita sus<br />
fuerzas doblando olmos jóvenes, o haciendo
saltar añejas encinas, como otro Milón <strong>de</strong> Crotona.<br />
Ahora bien, como no hay . leones en el<br />
parque, es probable que le encontremos entero.<br />
Es todo un intrépido nuestro Porthos.<br />
-Sí; pero, entretanto, va a aburrirse.<br />
-¡Oh! No lo creáis.<br />
-Hará preguntas.<br />
-No, porque no ve a nadie.<br />
-De todos modos, ¿espera alguna cosa?<br />
-Le he dado una esperanza que realizaremos<br />
algún día, y con eso vive satisfecho.<br />
-¿Qué esperanza?<br />
-La <strong>de</strong> ser presentado al rey.<br />
-¡Oh! ¿Y con qué carácter?<br />
-Con el <strong>de</strong> ingeniero <strong>de</strong> Belle-Isle.<br />
-Tenéis razón.<br />
-¿Es cosa que pue<strong>de</strong> hacerse?<br />
-Sí, ciertamente. ¿Y no creéis conveniente<br />
que vuelva a Belle-Isle cuanto antes?<br />
-Lo creo indispensable, y pienso enviarle<br />
lo más pronto posible. Porthos tiene mucha<br />
apariencia, y sólo conocemos su flaco Artag-
nan, Athos y yo. Porthos nunca se ven<strong>de</strong>, pues<br />
está dotado <strong>de</strong> gran dignidad; en presencia <strong>de</strong><br />
los oficiales hará el efecto <strong>de</strong> un paladín <strong>de</strong>l<br />
tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong> las Cruzadas. Es bien seguro que<br />
emborrachará al Estado Mayor sin emborracharse<br />
él, y será para todos objeto digno <strong>de</strong><br />
admiración y simpatía, aparte <strong>de</strong> que, si tuviésemos<br />
que ejecutar alguna or<strong>de</strong>n, Porthos es<br />
una consigna viviente, y tendremos qué pasar<br />
por lo que él diga.<br />
-Pues enviadle.<br />
-Ese es también mi proyecto, pero <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> algunos días, pues habéis <strong>de</strong> saber una<br />
cosa.<br />
-¿Qué?<br />
-Que temo a Artagnan. Ya habréis advertido<br />
que no se encuentra en Fontainebleau, y<br />
Artagnan no es hombre que esté ausente u<br />
ocioso impunemente. Ya que he terminado mis<br />
asuntos, procuraré averiguar en qué se ocupa<br />
Artagnan.
-¿Decís que habéis terminado vuestros<br />
asuntos?<br />
-Sí.<br />
-En tal caso sois feliz, y por mi parte<br />
quisiera <strong>de</strong>cir lo propio.<br />
-Creo que no tengáis que temer.<br />
-¡Hum!<br />
-<strong>El</strong> rey os recibe perfectamente, ¿no es<br />
verdad?<br />
-Sí.<br />
-¿Y Colbert os <strong>de</strong>ja en paz? Casi, casi.<br />
-Así, pues -dijo Aramis-, po<strong>de</strong>mos pensar<br />
en lo que os manifestaba ayer respecto <strong>de</strong> la<br />
pequeña.<br />
-¿Qué pequeña?<br />
-¿Ya la habéis olvidado?<br />
-Sí.<br />
-Respecto <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¡Ah! Tenéis razón.<br />
-¿Os repugna conquistar a esa joven?<br />
-Por un solo motivo.<br />
-¿Por qué?
-Porque ocupa otra mi corazón, y nada<br />
siento absolutamente hacia esa joven.<br />
-¡Oh, oh! -exclamó Aramis-. ¿Decís que<br />
tenéis ocupado el corazón?<br />
-Sí.<br />
-¡Pardiez! ¡Hay que tener cuidado con<br />
eso!<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque sería cosa terrible tener ocupado<br />
el corazón cuando tanto necesitáis <strong>de</strong> la cabeza.<br />
-Es verdad. Pero ya visteis que apenas<br />
me habéis llamado he acudido. Mas, volviendo<br />
a la pequeña. ¿Qué provecho veis en que le<br />
haga la corte?<br />
-Dicen que el rey ha concebido un capricho<br />
por esa pequeña, por lo menos según se<br />
cree.<br />
-Y vos, que todo lo sabéis, ¿tenéis noticias<br />
<strong>de</strong> algo más?<br />
-Sé que el rey ha cambiado casi repentinamente;<br />
que anteayer el rey era todo fuego
por Madame; que hace algunos días se quejó<br />
Monsieur <strong>de</strong> ese fuego a la reina madre; y que<br />
ha habido disgustos matrimoniales y reprimendas<br />
maternales.<br />
-¿Cómo habéis sabido todo eso?<br />
-Lo cierto es que lo sé.<br />
-¿Y qué?<br />
-A consecuencia <strong>de</strong> tales disgustos y<br />
reprimendas, el rey no ha dirigido la palabra ni<br />
ha hecho el menor caso <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />
-¿Y qué más?<br />
-Después, se ha dirigido a la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére. La señorita <strong>de</strong> La Valliére es camarista<br />
<strong>de</strong> Madame. ¿Sabéis lo que, en amor, se<br />
llama una pantalla?<br />
-Lo sé.<br />
-Pues bien: la señorita <strong>de</strong> La Valliére es<br />
la pantalla <strong>de</strong> Madame. Aprovechaos <strong>de</strong> esa<br />
posición; bien que, para vos, esa circunstancia<br />
la creo innecesaria. No obstante, el amor propio<br />
herido hará la conquista más fácil; la pequeña<br />
sabrá el secreto <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> Madame. Ya sabéis
el partido que un hombre inteligente pue<strong>de</strong><br />
sacar <strong>de</strong> un secreto.<br />
-Pero, ¿cómo he <strong>de</strong> abrirme paso hasta<br />
ella?<br />
-¿Eso me preguntáis? -repuso Aramis.<br />
-Sí, pues no tengo tiempo <strong>de</strong> ocuparme<br />
en tal cosa.<br />
-<strong>El</strong>la es pobre, humil<strong>de</strong>, y bastará con<br />
que le creéis una posición. Entonces, ya subyugue<br />
al rey como amante, ya llegue a ser sólo su<br />
confi<strong>de</strong>nte, siempre habréis ganado un nuevo<br />
a<strong>de</strong>pto.<br />
-Esta bien. ¿Y qué hemos <strong>de</strong> hacer en<br />
cuanto a esa pequeña?<br />
-Cuando <strong>de</strong>seáis a una mujer, ¿qué<br />
hacéis, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-Le escribo, hago mil protestas <strong>de</strong> amor<br />
y mis ofrecimientos correspondientes, y firmo:<br />
Fouquet.<br />
-¿Y ninguna ha resistido hasta ahora?<br />
-Sólo una -contestó Fouquet-; pero hace<br />
cuatro días que ha cedido como las otras.
-¿Queréis tomaros la molestia <strong>de</strong> escribir?<br />
-preguntó Aramis a Fouquet, presentándole<br />
una pluma. Fouquet la cogió.<br />
-Dictad -le dijo-; tengo <strong>de</strong> tal modo ocupada<br />
la imaginación en otra parte,. que no acertaría<br />
a trazar dos líneas.<br />
-Vaya, pues -dijo Aramis-; escribid.<br />
Y dictó lo que sigue:<br />
"Señorita: Os he visto, y no os sorpren<strong>de</strong>rá<br />
que os haya encontrado hermosa.<br />
"Pero, faltándoos una posición digna <strong>de</strong> vos,<br />
no podéis hacer otra cosa que vegetar en la Corte.<br />
"<strong>El</strong> amor <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> bien, en el caso <strong>de</strong><br />
que tengáis alguna ambición, podría servir <strong>de</strong> ayuda<br />
a vuestro talento y a vuestras gracias.<br />
"Pongo mi amor a vuestros pies; pero, como<br />
un amor, por humil<strong>de</strong> y pru<strong>de</strong>nte que sea, pue<strong>de</strong><br />
comprometer al objeto <strong>de</strong> su culto, no conviene que<br />
una persona <strong>de</strong> vuestro mérito se arriesgue a quedar<br />
comprometida sin resultado para su porvenir.
"Si os dignáis correspon<strong>de</strong>r a mi cariño, os<br />
probará mi amor su reconocimiento haciéndoos libre<br />
para siempre."<br />
Después <strong>de</strong> escribir Fouquet lo que antece<strong>de</strong>,<br />
miró a Aramis.<br />
-Firmad -dijo éste.<br />
-¿Es cosa necesaria?<br />
-Vuestra firma al pie <strong>de</strong> esa carta vale<br />
un millón; sin duda lo habéis olvidado, mi<br />
amado superinten<strong>de</strong>nte.<br />
Fouquet firmó.<br />
-¿Y por quién vais a remitir esa carta? -<br />
dijo Aramis.<br />
-Por un criado excelente.<br />
-¿Estáis seguro <strong>de</strong> él?<br />
-Es mi correveidile ordinario.<br />
-Perfectamente.<br />
-Por lo <strong>de</strong>más, ¿no es pesado el juego<br />
que llevamos por este lado?<br />
-¿En qué sentido?
-Si es verdad lo que <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> las complacencias<br />
<strong>de</strong> la pequeña por el rey y por Madame,<br />
le dará el rey cuanto dinero <strong>de</strong>see.<br />
-¿Conque el rey tiene dinero? -preguntó<br />
Aramis.<br />
-¡Cáscaras! Preciso es que así sea, cuando<br />
no pi<strong>de</strong>.<br />
-¡Oh! ¡Ya pedirá, estad seguro!<br />
-Hay más aún, y es que yo creía que me<br />
hubiera hablado <strong>de</strong> esas fiestas <strong>de</strong> Vaux.<br />
-¿Y qué?<br />
-Nada ha dicho <strong>de</strong> eso.<br />
-Ya hablará.<br />
-Muy cruel creéis al rey, amigo Herblay.<br />
-Al rey, no.<br />
-Es joven, y, por lo tanto, bueno.<br />
-Es joven, y, por lo tanto, débil o apasionado;<br />
y el señor Colbert tiene en sus villanas<br />
manos su <strong>de</strong>bilidad o sus vicios.<br />
-Ya véis cómo le teméis.<br />
-No lo niego.<br />
-Pues estoy perdido. ¿Por qué?
-Porque mi fuerza con el rey consistía<br />
sólo en el dinero.<br />
-¿Y qué?<br />
-Y estoy arruinado.<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no? ¿Estáis acaso mejor<br />
enterado que yo <strong>de</strong> mis asuntos?<br />
-Quizá.<br />
-¿Y si pi<strong>de</strong> que se celebren las fiestas?<br />
-Las daréis.<br />
-Pero, ¿y dinero?<br />
-¿Os ha faltado acaso alguna vez?<br />
-¡Ah! ¡Si supierais a qué precio me he<br />
procurado el último!<br />
-<strong>El</strong> próximo nada os costará.<br />
-¿Y quién me lo dará?<br />
-Yo.<br />
-¿Vos, seis millones?<br />
-Diez, si fuese necesario.<br />
-En verdad, amigo Herblay -dijo Fouquet-,<br />
vuestra confianza me asusta más aún que<br />
la cólera <strong>de</strong>l rey.
-¡Bah!<br />
-Pero, ¿quién sois?<br />
-Creo que ya me conocéis.<br />
-Tenéis razón; ¿y qué queréis?<br />
-Quiero en el trono <strong>de</strong> Francia un soberano<br />
que dé su entera confianza al señor Fouquet,<br />
y que el señor Fouquet me sea fiel.<br />
-¡Oh! -murmuró Fouquet estrechándole<br />
la mano-. En cuanto a seros fiel, podéis contar<br />
siempre con ello; mas, creedme, señor <strong>de</strong> Herblay,<br />
os hacéis ilusiones.<br />
-¿En qué?<br />
-Jamás me dará el rey su entera confianza.<br />
-No he afirmado que el rey os dé su entera<br />
confianza.<br />
-Pues eso es lo que habéis dicho.<br />
-No he dicho el rey; te dicho un soberano.<br />
-¿Y no es igual?<br />
-No, por cierto, que hay mucha diferencia.
-No os comprendo.<br />
-Ahora me compren<strong>de</strong>réis; supongamos<br />
que ese soberano fuera otra persona que Luis<br />
XIV.<br />
-¿Otra persona?<br />
-Sí, que todo lo <strong>de</strong>ba a vos.<br />
-Imposible.<br />
-Hasta su trono.<br />
-¡Oh! ¡Estáis loco! No hay más hombre<br />
que Luis XIV que pueda ocupar el trono <strong>de</strong><br />
Francia. No veo ni uno solo.<br />
-Pues yo, sí.<br />
-A menos que sea Monsieur -repuso<br />
Fouquet, mirando a Aramis con ansiedad...<br />
- Pero Monsieur...<br />
-No es Monsieur …<br />
-¿Y cómo queréis que un príncipe que<br />
no sea <strong>de</strong> la sangre, que no tenga <strong>de</strong>recho alguno...?<br />
-<strong>El</strong> rey que yo me doy, es <strong>de</strong>cir, el que<br />
os daréis vos mismo, será cuanto tenga que ser,<br />
no os preocupéis.
-Cuidado, señor <strong>de</strong> Herblay, qué me<br />
hacéis estremecer. Aramis sonrió.<br />
-Así como así, ese estremecimiento os<br />
cuesta muy poco -dijo.<br />
-Repito que me asustáis.<br />
Aramis volvió a sonreír.<br />
-¿Y os reís con esa calma? -dijo Fouquet.<br />
-Y cuando llegue el día reiréis vos como<br />
yo; pero, por ahora, <strong>de</strong>bo ser sólo yo el que ría.<br />
-No comprendo.<br />
-Cuando llegue el día, ya me explicaré,<br />
no tengáis miedo. Ni vos sois san Pedro ni yo<br />
Jesús, y, sin embargo, os diré: "Hombre <strong>de</strong> poca<br />
fe, ¿por qué dudas?"<br />
-¡Diantre! Dudo..., dudo porque no veo.<br />
-Es que entonces estáis ciego, y os trataré,<br />
no ya como a San Pedro, sino como a San<br />
Pablo, y os diré: "Llegará día en que se abrirán<br />
tus ojos."<br />
-¡Oh! -murmuró Fouquet-. ¡Cuánto <strong>de</strong>searía<br />
creer!
-¿Y no creéis aún vos, a quien tantas<br />
veces he hecho atravesar el abismo en que os<br />
hubieseis sepultado sin remedio si hubierais<br />
caminado solo; vos, que <strong>de</strong> procurador general<br />
habéis ascendido al cargo <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte, <strong>de</strong>l<br />
puesto <strong>de</strong> inten<strong>de</strong>nte al <strong>de</strong> primer ministro, y<br />
que <strong>de</strong> primer ministro pasaréis a ser mayordomo<br />
mayor <strong>de</strong> Palacio? Pero, no -añadió con<br />
su habitual sonrisa-; no, no, vos no podéis ver,<br />
y, por consiguiente, tampoco podéis creer eso.<br />
Y Aramis se levantó para ausentarse.<br />
-Una palabra no más -dijo Fouquet-;<br />
nunca habéis hablado así; nunca os habéis mostrado<br />
tan confiado, o mejor dicho, tan temerario.<br />
-Porque para hablar alto es preciso tener<br />
la voz libre.<br />
-¿De modo que vos la tenéis?<br />
-Sí.<br />
-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte.<br />
-Des<strong>de</strong> ayer.
-¡Oh! Señor <strong>de</strong> Herblay, ¡pensad bien lo<br />
que hacéis, pues lleváis la seguridad hasta la<br />
audacia!<br />
-Porque uno pue<strong>de</strong> ser audaz cuando es<br />
po<strong>de</strong>roso.<br />
-¿Y lo sois?<br />
-Os he ofrecido diez millones, y os los<br />
ofrezco <strong>de</strong> nuevo.<br />
Fouquet levantóse turbado.<br />
-Veamos -dijo-; hace poco hablabais <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>rribar reyes y reemplazarlos por otros reyes.<br />
¡Dios me perdone, pero, si no estoy loco, eso es<br />
lo que habéis dicho no hace mucho!<br />
-No estáis loco, y es realmente lo que he<br />
dicho no hace mucho.<br />
-¿Y por qué lo habéis dicho?<br />
-Porque a uno le es dado hablar <strong>de</strong> tronos<br />
<strong>de</strong>rribados y <strong>de</strong> reyes creados, cuando es<br />
superior a los reyes y a los tronos ... <strong>de</strong> este<br />
mundo.<br />
-¡Entonces, sois omnipotente! -exclamó<br />
Fouquet.
-Ya os lo he dicho y os lo repito -<br />
contestó Aramis con ojos encendidos y labio<br />
trémulo.<br />
Fouquet se arrojó sobre su sillón y <strong>de</strong>jó<br />
caer su cabeza entre las manos.<br />
Aramis lo contempló por un instante<br />
como hubiera hecho el ángel <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stinos<br />
humanos con cualquier sencillo mortal.<br />
-Adiós -le dijo-, estad tranquilo, y enviad<br />
vuestra carta a La Valliére. Mañana sin<br />
falta nos volveremos a ver, ¿no es verdad?<br />
-Sí, mañana -dijo Fouquet moviendo la<br />
cabeza como hombre que vuelve en sí; pero,<br />
¿dón<strong>de</strong> nos veremos?<br />
-En el paseo <strong>de</strong>l rey, si os place.<br />
-Muy bien.<br />
Y los dos se separaron.<br />
<strong>II</strong><br />
LA TEMPESTAD
<strong>El</strong> día siguiente amaneció sombrío y<br />
nebuloso, y como todos co<br />
nocían el paseo dispuesto en el rea¡ programa,<br />
las primeras miradas <strong>de</strong> todos al abrir los ojos<br />
se dirigieron al cielo.<br />
Sobre los árboles flotaba un vapor <strong>de</strong>nso,<br />
ardiente, que apenas tenía fuerza para levantarse<br />
a treinta pies <strong>de</strong>l suelo, bajo los rayos<br />
<strong>de</strong>l sol que sólo podía distinguirse a través <strong>de</strong>l<br />
velo <strong>de</strong> una pesada y espesa nube.<br />
Aquel día no había rocío. Los céspe<strong>de</strong>s<br />
estaban secos, las flores mustias. Los pájaros<br />
cantaban con más reserva que <strong>de</strong> costumbre<br />
entre el ramaje inmóvil, como si estuviera<br />
muerto. No se oían aquellos murmullos extraños,<br />
confusos, llenos <strong>de</strong> vida, que parecen nacer<br />
y existir por influjo <strong>de</strong>l sol, ni aquella respiración<br />
<strong>de</strong> la Naturaleza, que habla sin cesar en<br />
medio <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más ruidos: nunca había<br />
sido tan gran<strong>de</strong> el silencio.
Aquella melancolía <strong>de</strong>l cielo hirió los<br />
ojos <strong>de</strong>l rey cuando se asomó a la ventana al<br />
levantarse.<br />
Mas como hallábanse dadas las ór<strong>de</strong>nes<br />
para el paseo, como estaban hechos todos los<br />
preparativos, y como, lo que era aún más perentorio<br />
e importante, contaba Luis con aquel<br />
paseo para respon<strong>de</strong>r a las promesas <strong>de</strong> su<br />
imaginación, y hasta po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir a las necesida<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> su corazón, <strong>de</strong>cidió el rey, sin vacilaciones,<br />
que el estado <strong>de</strong>l cielo nada tenía que<br />
ver con todo aquello, que el paseo estaba resuelto,<br />
y que hiciera el tiempo que quisiese, se<br />
llevaría a cabo.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, hay en algunos reinados<br />
terrenales, privilegiados <strong>de</strong>l cielo, horas en que<br />
se creería que la voluntad <strong>de</strong> los soberanos <strong>de</strong><br />
la tierra tiene su influencia sobre la voluntad<br />
divina. Augusto tenía a Virgilio para <strong>de</strong>cirle:<br />
Nocte placet tota re<strong>de</strong>unt spectacula mane. Luis<br />
XIV tenía a Boileau, que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle otra<br />
cosa, y a Dios, que <strong>de</strong>bía mostrarse casi tan
complaciente con él como lo había sido Júpiter<br />
con Augusto. .<br />
Luis oyó misa según costumbre; pero,<br />
hay que <strong>de</strong>cirlo, algo distraído <strong>de</strong> la presencia<br />
<strong>de</strong>l Creador por el recuerdo <strong>de</strong> la criatura. Durante<br />
el oficio divino púsose a calcular más <strong>de</strong><br />
una vez el número <strong>de</strong> minutos, y <strong>de</strong>spués el <strong>de</strong><br />
segundos que le separaba <strong>de</strong>l bienhadado momento<br />
en que Madame se pondría en camino<br />
con sus camaristas.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, excusado es manifestar<br />
que todos en Palacio ignoraban la entrevista<br />
que se había verificado el día anterior entre La<br />
Valliére y el rey. Tal vez Montalais, con su habitual<br />
charlatanería, la hubiera revelado; pero<br />
Montalais se hallaba en esta ocasión contenida<br />
por Malicorne, quien le había cerrado los labios<br />
con -la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l interés común.<br />
Respecto a Luis XIV, se contemplaba tan<br />
dichoso, que había perdonado casi enteramente<br />
a Madame su jugarreta <strong>de</strong> la víspera; y, en efecto,<br />
más motivo tenía para alegrarse que para
entristecerse <strong>de</strong> ello. Sin aquella intriga, no<br />
hubiese recibido la carta <strong>de</strong> La Valliére; sin<br />
aquella carta, no hubiese habido audiencia; y<br />
sin aquella audiencia, habría permanecido el<br />
rey en la in<strong>de</strong>cisión. Había <strong>de</strong>masiada dicha en<br />
su corazón para dar entrada al rencor, al menos<br />
por aquel momento.<br />
Así fue, que, en lugar <strong>de</strong> fruncir el ceño<br />
al ver a su cuñada, se propuso mostrarle más<br />
afabilidad y benevolencia que <strong>de</strong> costumbre.<br />
Era, sin embargo, con una condición:<br />
que estuviese lista muy pronto.<br />
Tales eran las cosas en que pensaba Luis<br />
durante la misa, y que, digámoslo, le hacían<br />
olvidar durante el santo ejercicio aquellas en<br />
que hubiera <strong>de</strong>bido pensar por su carácter <strong>de</strong><br />
soberano cristianísimo y <strong>de</strong> hijo primogénito <strong>de</strong><br />
la Iglesia.<br />
Sin embargo, es Dios tan bondadoso con<br />
los errores juveniles, y todo lo que es amor, aun<br />
cuando no sea <strong>de</strong> los más legítimos, halla tan<br />
fácilmente perdón a sus miradas paternales,
que al salir <strong>de</strong> la misa miró Luis al cielo, y pudo<br />
ver por entre los claros <strong>de</strong> una nube un rincón<br />
<strong>de</strong> ese manto azul que huella el Señor con su<br />
planta.<br />
Volvió a Palacio, y, como el paseo no<br />
<strong>de</strong>bía verificarse hasta las doce, y no eran todavía<br />
más que las diez, se puso a trabajar tenazmente<br />
con Colbert y Lyonne.<br />
Mas, como en algunos intervalos <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scanso fuese Luis <strong>de</strong> la mesa a la ventana, en<br />
atención a que esa ventana daba al pabellón <strong>de</strong><br />
Madame, pudo divisar en el patio al señor Fouquet,<br />
<strong>de</strong> quien hacían sus cortesanos más caso<br />
que nunca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vieran la predilección que<br />
el rey habíale mostrado el día antes, y que venía<br />
por su parte con aire bondadoso y placentero<br />
a hacer la corte al rey.<br />
Instintivamente, al ver a Fouquet, el rey<br />
se volvió hacia Colbert. Colbert parecía estar<br />
contento y mostraba su semblante risueño y<br />
hasta gozoso. Dejóse ver ese gozo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
momento en que, habiendo entrado uno <strong>de</strong> sus
secretarios, le entregó una cartera que puso<br />
Colbert, sin abrirla, en el vasto bolsillo <strong>de</strong> sus<br />
calzas.<br />
Pero como siempre había algo <strong>de</strong> siniestro<br />
en el fondo <strong>de</strong> la satisfacción <strong>de</strong> Colbert,<br />
optó Luis, entre las dos sonrisas, por la <strong>de</strong> Fouquet.<br />
Hizo seña al superinten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que<br />
subiese, y, volviéndose <strong>de</strong>spués hacia Lyonne y<br />
Colbert.<br />
-Terminad -dijo- esos trabajos y ponedlos<br />
sobre mi mesa, que luego los examinaré<br />
<strong>de</strong>spacio.<br />
Y salió.<br />
A la señal <strong>de</strong>l rey, Fouquet se apresuró a<br />
subir. En cuanto a Aramis, que acompañaba al<br />
superinten<strong>de</strong>nte, se había replegado gravemente<br />
entre el grupo <strong>de</strong> cortesanos vulgares,<br />
confundiéndose en él sin ser visto por el rey.<br />
<strong>El</strong> rey y Fouquet encontráronse en lo alto <strong>de</strong> la<br />
escalera.
-Señor -dijo Fouquet al observar la graciosa<br />
acogida que le preparaba Luis-, señor,<br />
hace algunos días que Vuestra Majestad me colma<br />
<strong>de</strong> bonda<strong>de</strong>s. No es un rey joven, sino un<br />
joven dios el que reina en Francia, el dios <strong>de</strong> los<br />
<strong>de</strong>leites, <strong>de</strong> la felicidad y <strong>de</strong>l amor.<br />
<strong>El</strong> rey se ruborizó. A pesar <strong>de</strong> lo lisonjero<br />
<strong>de</strong>l cumplimiento, no por eso <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> envolver<br />
alguna reticencia.<br />
<strong>El</strong> rey condujo a Fouquet a una salita<br />
que separaba su <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l dormitorio.<br />
-¿Sabéis por qué os llamo? -dijo el rey<br />
sentándose al lado <strong>de</strong> la ventana, <strong>de</strong> modo que<br />
no pudiese per<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> lo que pasase en los<br />
jardines, adon<strong>de</strong> daba la segunda entrada <strong>de</strong>l<br />
pabellón <strong>de</strong> Madame.<br />
-No, Majestad; pero estoy persuadido<br />
<strong>de</strong> que será para algo bueno, según me lo indica<br />
la graciosa sonrisa <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¡Ah! ¿Prejuzgáis?<br />
-No, Majestad; miro y veo.<br />
-Entonces, os habéis equivocado.
-¿Yo, Majestad?<br />
-Porque os llamo, por el contrario, a fin<br />
<strong>de</strong> daros una queja.<br />
-¿A mí, Majestad?<br />
-Sí, y <strong>de</strong> las más serias.<br />
-En verdad, Vuestra Majestad me hace<br />
temblar... y no obstante, espero lleno <strong>de</strong> confianza<br />
en su justicia y en su bondad.<br />
-Tengo entendido, señor Fouquet, que<br />
preparáis una gran fiesta en Vaux.<br />
Fouquet sonrió como hace el enfermo al<br />
primer ataque <strong>de</strong> una calentura olvidada que le<br />
vuelve.<br />
-¿Y no me invitáis? -prosiguió el rey.<br />
-Majestad -respondió Fouquet , no me<br />
acordaba ya <strong>de</strong> semejante fiesta, hasta que anoche,<br />
uno <strong>de</strong> mis amigos (y Fouquet acentuó<br />
noblemente esta expresión) quiso hacerme pensar<br />
en ella.<br />
-Pero anoche os vi, y nada me dijisteis,<br />
señor Fouquet.
-¿Cómo podía suponer que Vuestra Majestad<br />
quisiese <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las altas regiones<br />
en que vive, hasta dignarse honrar mi morada<br />
con su real presencia?<br />
-Eso es una excusa, señor Fouquet; nunca<br />
me habéis hablado <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />
-No he hablado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego al rey <strong>de</strong><br />
esta fiesta, primero porque nada había resuelto<br />
aún acerca <strong>de</strong> ella, y luego porque temía una<br />
negativa.<br />
-¿Y qué os hacía temer esa negativa,<br />
señor Fouquet? Mirad, estoy <strong>de</strong>cidido a apuraros<br />
hasta lo último.<br />
-Majestad, el ardiente <strong>de</strong>seo que tenía<br />
<strong>de</strong> ver al rey aceptar mi invitación.<br />
-Pues bien, señor Fouquet, nada más<br />
que enten<strong>de</strong>rnos, ya lo veo. Vos tenéis <strong>de</strong>seos<br />
<strong>de</strong> invitarme a vuestra fiesta, y yo <strong>de</strong> ir a ella;<br />
conque invitadme e iré.<br />
-¡Cómo! ¿Se dignaría aceptar Vuestra<br />
Majestad? -exclamó el superinten<strong>de</strong>nte.
-Creo que hago más que aceptar -dijo el<br />
rey riendo-, puesto que me convido a mí mismo.<br />
-¡Vuestra Majestad me colma <strong>de</strong> honor y<br />
alegría! -exclamó Fouquet-. Y me veo en el caso<br />
<strong>de</strong> tener que repetir lo que el señor <strong>de</strong> la Vieuville<br />
<strong>de</strong>cía a vuestro abuelo Enrique IV: Domine,<br />
non sum dignus.<br />
-Mi contestación a eso es que, si dais<br />
alguna fiesta, invitado o no, asistiré a ella.<br />
-¡Oh! ¡Gracias, gracias, rey mío! -dijo<br />
Fouquet, levantando la cabeza en vista <strong>de</strong> aquel<br />
favor, que a su juicio era su ruina-. Pero, ¿cómo<br />
ha llegado a conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />
-Por el rumor público, señor Fouquet,<br />
que refiere maravillas <strong>de</strong> vos y milagros <strong>de</strong><br />
vuestra casa. ¿No os enorgullece, caballero, que<br />
el rey esté celoso <strong>de</strong> vos?<br />
-Eso, Majestad, me hará el hombre más<br />
dichoso <strong>de</strong>l mundo, puesto que el día en que el
ey esté envidioso <strong>de</strong> Vaux tendré algo digno<br />
que ofrecer a mi rey.<br />
-Pues bien, señor Fouquet, preparad<br />
vuestra fiesta, y abrid las puertas <strong>de</strong> vuestra<br />
morada.<br />
-Y vos, Majestad -dijo Fouquet-, <strong>de</strong>terminad<br />
el día.<br />
-De hoy en un mes.<br />
-¿Vuestra Majestad no tiene otra cosa<br />
que <strong>de</strong>sear?<br />
-Nada, señor superinten<strong>de</strong>nte, sino veros<br />
a mi lado cuanto os sea posible <strong>de</strong> aquí a<br />
entonces.<br />
-Tengo el honor <strong>de</strong> acompañar a Vuestra<br />
Majestad en su paseo.<br />
-Perfectamente; salgo, en efecto, señor<br />
Fouquet, y he aquí las damas que van a la cita.<br />
<strong>El</strong> rey, al <strong>de</strong>cir estas palabras, con todo<br />
el ardor no sólo <strong>de</strong> un joven, sino <strong>de</strong> un enamorado,<br />
retiróse <strong>de</strong> la ventana para tomar los<br />
guantes y el bastón, que le presentaba su ayuda<br />
<strong>de</strong> cámara.
Oíanse fuera las pisadas <strong>de</strong> los caballos<br />
y el rodar <strong>de</strong> los carruajes sobre la arena <strong>de</strong>l<br />
patio.<br />
<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>scendió. Todo el mundo se <strong>de</strong>tuvo<br />
al aparecer en el pórtico. <strong>El</strong> rey se dirigió<br />
<strong>de</strong>recho a la joven reina. - En cuanto a la reina<br />
madre, siempre pa<strong>de</strong>ciendo con la enfermedad<br />
<strong>de</strong> que estaba atacada, no había querido salir.<br />
María Teresa subió a la carroza con Madame,<br />
y preguntó al rey hacia qué lado <strong>de</strong>seaba<br />
se dirigiese el paseo.<br />
<strong>El</strong> rey, que acababa <strong>de</strong> ver a La Valliére,<br />
pálida aún por los acontecimientos <strong>de</strong> la víspera,<br />
subir en una carretela con tres <strong>de</strong> sus compañeras,<br />
respondió a la reina que no tenía preferencia<br />
por ninguno y que .iría satisfecho don<strong>de</strong><br />
se dirigiesen.<br />
La reina mandó entonces que los batidores<br />
se dirigiesen hacia Apremont.<br />
Los batidores marcharon inmediatamente.
<strong>El</strong> rey montó a caballo. Durante algunos<br />
minutos siguió al carruaje <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />
manteniéndose al lado <strong>de</strong> la portezuela.<br />
<strong>El</strong> tiempo se había aclarado, a pesar <strong>de</strong><br />
que una especie <strong>de</strong> velo polvoroso, semejante a<br />
una gasa sucia, se extendía sobre la superficie<br />
<strong>de</strong>l cielo; el sol hacía relucir los átomos micáceos<br />
en el periplo <strong>de</strong> sus rayos.<br />
<strong>El</strong> calor era asfixiante.<br />
Pero, como el rey no parecía fijar su<br />
atención en el estado <strong>de</strong>l cielo, nadie pareció<br />
inquietarse, y el paseo, según la or<strong>de</strong>n dada por<br />
la reina, partió hacia Apremont.<br />
<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> cortesanos iba alegre y ruidoso;<br />
veíase que cada cual tendía a olvidar y á<br />
hacer olvidar a los <strong>de</strong>más las agrias discusiones<br />
<strong>de</strong> la víspera.<br />
Madame, especialmente, estaba lindísima.<br />
En efecto, Madame veía al rey a su estribo,<br />
y como suponía que no estaría allí por la
eina, esperaba que habría vuelto a caer en sus<br />
re<strong>de</strong>s.<br />
Pero, al cabo <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> legua, o<br />
poco menos, el rey, tras una grandiosa sonrisa,<br />
saludó y volvió grupas, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>sfilar la carroza<br />
<strong>de</strong> la reina, <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong> las primeras<br />
camaristas, luego todas las <strong>de</strong>más sucesivamente,<br />
que, viéndole <strong>de</strong>tenerse, querían <strong>de</strong>tenerse a<br />
su vez. Pero el rey, haciéndoles seña con la mano,<br />
les <strong>de</strong>cía que continuasen su camino.<br />
Cuando pasó la carroza <strong>de</strong> La Valliére,<br />
el rey se le aproximó. Saludó a las damas, y se<br />
disponía a seguir la carroza <strong>de</strong> las camaristas<br />
<strong>de</strong> la reina como había seguida a las <strong>de</strong> Madame,<br />
cuando- la hilera <strong>de</strong> carrozas se paró <strong>de</strong><br />
pronto.<br />
Sin duda, la reina, inquieta por el alejamiento<br />
<strong>de</strong>l rey, acababa <strong>de</strong> dar or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> consumar<br />
aquella evolución.<br />
Téngase presente que la dirección <strong>de</strong>l<br />
paseo le había sido concedida. <strong>El</strong> rey le
hizo preguntar cuál era su <strong>de</strong>seo al parar los<br />
carruajes.<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> marchar a pie -contestó ella.<br />
Sin duda esperaba que el rey, que seguía<br />
a caballo la carroza <strong>de</strong> las camaristas, no se<br />
atrevería a seguirlas a pie.<br />
Encontrábanse en medio <strong>de</strong>l bosque.<br />
<strong>El</strong> paseo, en efecto, se anunciaba hermoso,<br />
hermoso sobre todo para poetas o amantes.<br />
Tres bellas alamedas largas, umbrosas y<br />
acci<strong>de</strong>ntadas, partían <strong>de</strong> la pequeña encrucijada<br />
en que acababan <strong>de</strong> hacer alto.<br />
Aquellas alamedas, ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> musgo,<br />
festoneadas <strong>de</strong> follaje, teniendo cada una un<br />
pequeño horizonte <strong>de</strong> un pie <strong>de</strong> cielo columbrado<br />
bajo el entrelazamiento <strong>de</strong> los árboles,<br />
presentaban bellísima vista.<br />
En el fondo <strong>de</strong> aquellas alamedas pasaban<br />
y volvían a pasar, con patentes señales <strong>de</strong><br />
temor, los cervatillos perdidos o asustados que,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse parado un instante en mitad<br />
<strong>de</strong>l camino y haber levantado la cabeza,
huían como flechas, entrando nuevamente y <strong>de</strong><br />
un solo salto en lo espeso <strong>de</strong> los bosques, don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>saparecían, mientras que, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />
se distinguía un conejo filósofo, sentado<br />
sobre sus patas traseras, rascándose el hocico<br />
con las <strong>de</strong>lanteras e interrogando al aire para<br />
reconocer si todas aquellas gentes que se<br />
aproximaban y venían a turbar sus meditaciones,<br />
sus comidas y sus amores, no iban seguidas<br />
por algún perro <strong>de</strong> piernas torcidas, o llevaban<br />
alguna escopeta al hombro.<br />
Toda la cabalgata habíase apeado <strong>de</strong> las<br />
carrozas al ver bajar a la reina.<br />
María Teresa tomó el brazo <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />
sus camaristas, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una oblicua mirada<br />
dirigida al rey, quien no pareció advertir<br />
que fuese en manera alguna objeto <strong>de</strong> la atención<br />
<strong>de</strong> la reina, se introdujo en el bosque por la<br />
primera senda que se abrió ante ella.<br />
Dos batidores iban <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Su Majestad<br />
con bastones, <strong>de</strong> que se servían para levan-
tar las ramas o apartar las zarzas que podían<br />
embarazar el camino.<br />
Al poner pie en tierra, Madame vio a su<br />
lado al señor <strong>de</strong> Guiche, que se inclinó ante ella<br />
y se puso a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />
<strong>El</strong> príncipe, encantado con su baño <strong>de</strong> la<br />
víspera, había <strong>de</strong>clarado que optaba por el río,<br />
y, dando licencia a Guiche, había permanecido<br />
en palacio con el caballero <strong>de</strong> Lorena y Manicamp.<br />
No sentía ya ni sombra <strong>de</strong> celos.<br />
Habíanlo buscado inútilmente entre la<br />
comitiva; pero, como Monsieur era un príncipe<br />
muy personal, y que pocas veces concurría a los<br />
placeres generales, su ausencia había sido un<br />
motivo <strong>de</strong> satisfacción más bien que <strong>de</strong> pesar.<br />
Cada cual había imitado el ejemplo dado<br />
por la reina y por Madame, acomodándose a<br />
su manera según la casualidad o según su gusto.<br />
<strong>El</strong> rey, como hemos dicho, había permanecido<br />
cerca <strong>de</strong> La Valliére, y, apeándose en
el momento en que abrían la portezuela <strong>de</strong> la<br />
carroza, le había ofrecido la mano.<br />
Inmediatamente Montalais y Tonnay-<br />
Charente habíanse alejado, la primera por cálculo,<br />
la segunda por discreción.<br />
Únicamente que había esta diferencia<br />
entre las dos: la una se alejaba con el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />
ser agradable al rey, y la otra con el <strong>de</strong> serle<br />
<strong>de</strong>sagradable.<br />
Durante la última media hora, el tiempo<br />
también había tomado sus disposiciones: todo<br />
aquel velo, como movido por un viento caluroso,<br />
se había reunido en Occi<strong>de</strong>nte; <strong>de</strong>spués,<br />
rechazado por una corriente contraria, avanzaba<br />
lenta, pausadamente.<br />
Sentíase acercar la tempestad; pero, como<br />
el rey no la veía, nadie se creía con el <strong>de</strong>recho<br />
<strong>de</strong> verla.<br />
Continuó, por tanto, el paseo; algunos<br />
espíritus inquietos levantaban, sin embargo,<br />
alguna que otra vez sus ojos hacia el cielo.
Otros, más tímidos aún, se paseaban sin<br />
apartarse <strong>de</strong> los carruajes, don<strong>de</strong> pensaban ir a<br />
buscar un abrigo, caso <strong>de</strong> tempestad.<br />
Pero la mayor parte <strong>de</strong> la comitiva,<br />
viendo al rey entrar resueltamente en el bosque<br />
con La Valliére, le siguió.<br />
Lo cual, advertido por el rey, tomó la<br />
mano <strong>de</strong> La Valliére y la condujo a una avenida<br />
lateral, don<strong>de</strong> nadie se atrevió a seguirlos.<br />
<strong>II</strong>I<br />
LA LLUVIA<br />
En aquel instante, y en la misma dirección<br />
que acababan <strong>de</strong> tomar el rey y La Valliére,<br />
iban también dos hombres, sin cuidarse poco<br />
ni mucho <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la atmósfera, sólo<br />
que en vez <strong>de</strong> seguir la calle <strong>de</strong> árboles, caminaban<br />
bajo los árboles.<br />
Llevaban inclinada la cabeza, como personas<br />
que piensan en graves negocios. Ninguno
<strong>de</strong> ellos había visto a Guiche ni a Madame, ni al<br />
rey y a La Valliére.<br />
De pronto pasó por el aire algo así como<br />
una llamarada, seguido <strong>de</strong> un rugido sordo y<br />
lejano.<br />
-¡Ah! -exclamó uno <strong>de</strong> ellos levantando<br />
la cabeza-. Ya tenemos encima la tempestad.<br />
¿Volvemos a las carrozas, mi querido Herblay?<br />
Aramis levantó los ojos y examinó la<br />
atmósfera.<br />
-¡Oh! -dijo-. No hay prisa todavía.<br />
Luego, prosiguiendo la conversación en<br />
el punto en que sin duda la había <strong>de</strong>jado:<br />
-¿Conque <strong>de</strong>cís -añadió- que la carta que<br />
escribimos anoche <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar a estas horas<br />
en manos <strong>de</strong> la persona a quien iba dirigida?<br />
-Digo que la tiene ya <strong>de</strong> seguro.<br />
-¿Por quién la habéis remitido?<br />
-Por mi correveidile, como ya tuve el<br />
honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />
-¿Y ha traído contestación?
-No le he vuelto a ver: indudablemente<br />
la pequeña estaría <strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong><br />
Madame, o vistiéndose en el suyo, y le habrá<br />
hecho aguardar. En esto llegó la hora <strong>de</strong> partir<br />
y salimos, por lo cual no he podido saber lo que<br />
habrá ocurrido.<br />
-¿Habéis visto al rey antes <strong>de</strong> marchar?<br />
-Sí.<br />
-¿Y qué tal se ha mostrado.?<br />
-Bondadosísimo.... o infame, según haya<br />
sido veraz o hipócrita.<br />
-¿Y las fiestas?<br />
-Se verificarán <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un mes.<br />
-¿Y se ha convidado él mismo?<br />
-Con una tenacidad en que he reconocido<br />
a Colbert.<br />
-Perfectamente.<br />
-¿No os ha <strong>de</strong>svanecido la noche vuestras<br />
ilusiones?<br />
-¿Acerca <strong>de</strong> qué?<br />
-Acerca <strong>de</strong>l auxilio que podéis proporcionarme<br />
en esta ocasión.
-No; he pasado la noche escribiendo, y<br />
ya están las ór<strong>de</strong>nes dadas para ello.<br />
-Tened presente que la fiesta costará<br />
algunos millones.<br />
-Yo contribuiré con seis... Agenciaos dos<br />
o tres, por vuestra parte, para todo evento.<br />
-Sois un hombre admirable, querido<br />
Herblay.<br />
-Pero -preguntó Fouquet con un resto<br />
<strong>de</strong> inquietud-, ¿cómo es que manejando millones<br />
<strong>de</strong> esa manera no disteis <strong>de</strong> vuestro bolsillo<br />
a Baisemeaux los cincuenta mil francos?<br />
-Porque entonces me hallaba tan pobre<br />
como Job.<br />
-¿Y ahora?<br />
-Ahora soy más rico que el rey -dijo<br />
Aramis.<br />
-Estoy contento -dijo Fouquet-, pues me<br />
precio <strong>de</strong> conocer a los hombres y sé que sois<br />
incapaz <strong>de</strong> faltar a vuestra palabra. No quiero<br />
arrancaron vuestro secreto, y así no hablemos<br />
más <strong>de</strong> ello.
En aquel momento oyóse un sordo fragor<br />
que estalló <strong>de</strong> repente en un fuerte trueno.<br />
-¡Oh, oh! -murmuró Fouquet-. ¿Qué os<br />
<strong>de</strong>cía yo?<br />
-Volvamos a las carrozas -dijo Aramis.<br />
-No tendremos tiempo -dijo Fouquet-,<br />
pues comienza a llover con fuerza.<br />
En efecto, como si el cielo se hubiera<br />
abierto, un diluvio <strong>de</strong> gruesas gotas hizo resonar<br />
casi al mismo tiempo la cima <strong>de</strong> los árboles.<br />
-¡Oh! -dijo Aramis-. Aún tenemos tiempo<br />
<strong>de</strong> llegar a los carruajes antes <strong>de</strong> que las<br />
hojas se impregnen <strong>de</strong>. agua.<br />
-Mejor sería -observó Fouquet- retirarnos<br />
a una gruta.<br />
-¿Hay alguna por aquí? -preguntó Aramis.<br />
-Conozco una a pocos pasos <strong>de</strong> aquí -<br />
dijo Fouquet con una sonrisa.<br />
Luego, como quien procura orientarse:<br />
-Sí -añadió-, porque aquí es.
-¡Qué dichoso sois en tener tan buena<br />
memoria! -dijo Aramis sonriéndose a su vez-;<br />
¿pero no teméis que si vuestro cochero no nos<br />
ve regresar, crea que hayamos vuelto por otro<br />
camino y siga los carruajes <strong>de</strong> la corte?<br />
-¡Oh! -dijo Fouquet-. No hay tal peligro;<br />
cuando <strong>de</strong>jo apostados mi cochero y mi carruaje<br />
en un sitio cualquiera, sólo una or<strong>de</strong>n expresa<br />
<strong>de</strong>l rey es capaz <strong>de</strong> hacerlos mover <strong>de</strong> allí; y,<br />
a<strong>de</strong>más, creo que no somos los únicos que nos<br />
hayamos alejado tanto, pues si no me engaño<br />
oigo pasos y ruido <strong>de</strong> voces.<br />
Y al pronunciar estas palabras, se volvió<br />
Fouquet, separando con su bastón un espeso<br />
ramaje que le ocultaba el camino.<br />
Aramis miró por la abertura al mismo<br />
tiempo que Fouquet.<br />
-¡Una mujer! -exclamó Aramis.<br />
-¡Un hombre! dijo Fouquet.<br />
-¡La Valliére!<br />
-¡<strong>El</strong> rey!
-¡Oh, oh! ¿Será que el rey conoce también<br />
vuestra caverna? No me extrañaría, porque<br />
me parece que está en buenas relaciones<br />
con las ninfas <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />
-No importa -replicó Fouquet-; <strong>de</strong> todos<br />
modos, vamos a la gruta; si no la conoce, veremos<br />
lo que hace; y si la conoce, como tiene dos<br />
aberturas, en tanto que entra el rey por una,<br />
saldremos nosotros por la otra.<br />
-¿Está lejos? -preguntó Aramis-. Pues<br />
gotean ya las hojas.<br />
-Vedla aquí.<br />
Fouquet separó algunas ramas, y <strong>de</strong>jó al<br />
<strong>de</strong>scubierto una excavación <strong>de</strong> roca, oculta<br />
completamente con brezos, hiedra y espesa<br />
bellotera. Fouquet mostró el camino. Aramis le<br />
siguió.<br />
En el momento <strong>de</strong> entrar en la gruta,<br />
Aramis se volvió.<br />
-¡Oh! -exclamó éste-. Pues entran en el<br />
bosque y se dirigen hacia este lado.
-Cedámosle entonces el puesto -dijo<br />
Fouquet sonriéndose-.; pero no creo que el rey<br />
conozca esta gruta.<br />
-En efecto -repuso Aramis-; veo que lo<br />
que andan buscando es un árbol más espeso.<br />
No se equivocaba Aramís, pues el rey<br />
miraba a lo alto y no en torno suyo.<br />
Luis llevaba <strong>de</strong>l brazo a La Valliére y le<br />
tenía cogida la mano con la suya.<br />
La Valliére comenzaba a insinuarse en<br />
la hierba húmeda.<br />
Luis miró con mayor atención en <strong>de</strong>rredor<br />
<strong>de</strong> sí, y, viendo una enorme encina <strong>de</strong> espeso<br />
ramaje, llevó a La Valliére bajo aquel árbol.<br />
La pobre muchacha miraba a su alre<strong>de</strong>dor,<br />
y parecía que <strong>de</strong>seaba y temía al mismo<br />
tiempo que la siguiesen.<br />
<strong>El</strong> rey la hizo recostar en el tronco <strong>de</strong>l<br />
árbol, cuya circunferencia, protegida por las<br />
ramas, estaba tan seca como si en aquel momento<br />
no cayese la lluvia a torrentes; él mismo
púsose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />
Al cabo <strong>de</strong> un instante, algunas gotas<br />
que filtraron por entre las ramas <strong>de</strong>l árbol le<br />
cayeron al rey en la frente, sin que hiciera éste<br />
el menor caso.<br />
-¡Oh, Majestad!-murmuró La Valliére,<br />
llevando su mano al sombrero <strong>de</strong>l rey.<br />
Mas Luis se inclinó y se negó obstinadamente<br />
a cubrirse la cabeza.<br />
-Esta es la ocasión <strong>de</strong> ofrecer nuestro<br />
sitio -dijo Fouquet a Aramis.<br />
-Esta es la ocasión <strong>de</strong> escuchar y no per<strong>de</strong>r<br />
una palabra <strong>de</strong> lo que se digan -respondió<br />
Aramis al oído do Fouquet.<br />
En efecto, callaron ambos y pudieron<br />
percibir la voz <strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Ay, Dios mío! Señorita -dijo el rey-,<br />
adivino vuestra inquietud; creed que siento <strong>de</strong><br />
corazón haberos aislado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la comitiva,<br />
y, lo que es peor, para traeros a un sitio
don<strong>de</strong> estáis expuesta a la lluvia. Ya os han<br />
caído algunas gotas. ¿Sentís frío?<br />
-No, Majestad.<br />
-Sin embargo, veo que tembláis.<br />
-Majestad, es que temo que se interprete<br />
torcidamente mi ausencia en momentos en que<br />
estarán ya todos reunidos.<br />
-Os propondría que volviésemos a tomar<br />
los carruajes, señorita; pero, mirad y escuchad;<br />
<strong>de</strong>cidme si es posible marchar con un<br />
aguacero como éste.<br />
En efecto, el trueno retumbaba y la lluvia<br />
caía a torrentes.<br />
-A<strong>de</strong>más -prosiguió el rey-, no hay interpretación<br />
posible en perjuicio vuestro. ¿No<br />
estáis con el rey <strong>de</strong> Francia, es <strong>de</strong>cir, con el primer<br />
caballero <strong>de</strong>l reino?<br />
-Ciertamente, Majestad -respondió La<br />
Valliére-, y me hacéis en ello un honor grandísimo;<br />
por eso no es por mí por quien temo las<br />
interpretaciones.<br />
-¿Pues por quién?
-Por vos, Majestad.<br />
-¿Por mí, señorita? -dijo el rey sonriéndose-.<br />
No os comprendo.<br />
-¿Ha olvidado ya Vuestra Majestad lo<br />
que pasó anoche en el cuarto <strong>de</strong> Su Alteza Real?<br />
-¡Oh! Os suplico que olvi<strong>de</strong>mos eso, o<br />
más bien permitidme que sólo lo recuer<strong>de</strong> para<br />
agra<strong>de</strong>ceros una vez más vuestra carta y...<br />
-Majestad -dijo La Valliére-, el agua penetra<br />
hasta aquí, y seguís con la cabeza <strong>de</strong>scubierta.<br />
-Os suplico que sólo nos ocupemos <strong>de</strong><br />
vos, señorita.<br />
-¡Oh! Yo -dijo sonriendo La Valliére- soy<br />
una provinciana habitauada a correr por las<br />
pra<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l Loira y por los jardines <strong>de</strong> Blois,<br />
haga el tiempo que quiera. En cuanto a mis<br />
vestidos -añadió, mirando su pobre traje <strong>de</strong><br />
muselina-, bien ve Vuestra Majestad que no<br />
pierdo gran cosa.
-En efecto, señorita; más <strong>de</strong> una vez he<br />
notado que casi todo lo <strong>de</strong>béis a vos misma y<br />
nada a vuestro traje. No sois coqueta, y eso es<br />
para mí una gran cualidad.<br />
-Majestad, no me hagáis mejor <strong>de</strong> lo que<br />
soy, y <strong>de</strong>cid sólo que no puedo ser coqueta.<br />
-¿Por qué?<br />
-Pues -dijo sonriendo La Valliére- porque<br />
no soy rica.<br />
-¡Entonces confesáis que os gustan las<br />
cosas hermosas! -exclamó vivamente el rey.<br />
-Majestad, sólo encuentro hermoso lo<br />
que está al alcance <strong>de</strong> mis faculta<strong>de</strong>s, y todo<br />
cuanto es superior a mí...<br />
-¿Os es indiferente?<br />
-No, lo juzgo extraño, como cosa que me<br />
está prohibida.<br />
-Y yo, señorita -dijo el rey-, advierto que<br />
no estáis en la Corte bajo el pie en que <strong>de</strong>béis<br />
estar. Sin duda no me han hablado lo suficiente<br />
acerca <strong>de</strong> los servicios <strong>de</strong> vuestra familia, y creo
que mi tío ha <strong>de</strong>scuidado <strong>de</strong> un modo poco<br />
conveniente la fortuna <strong>de</strong> vuestra casa.<br />
-¡Oh! ¡No, Majestad! Su Alteza Real, el<br />
señor duque -<strong>de</strong> Orléans, ha sido siempre muy<br />
bondadoso con mi padrastro, el señor <strong>de</strong> Saint-<br />
Remy. Los servicios han sido humil<strong>de</strong>s, y po<strong>de</strong>mos<br />
afirmar que hemos sido recompensados<br />
según sus obras. No todos tienen la fortuna <strong>de</strong><br />
hallar ocasiones en que po<strong>de</strong>r servir a su rey<br />
con brillo. De lo que estoy cierta es <strong>de</strong> que, si se<br />
hubiesen presentado esas ocasiones, habría<br />
tenido mi familia el corazón tan gran<strong>de</strong> como<br />
su <strong>de</strong>seo; pero no hemos tenido esa suerte.<br />
-Pues bien, señorita, a los soberanos toca<br />
enmendar el <strong>de</strong>stino, y me encargo con el mayor<br />
placer <strong>de</strong> reparar inmediatamente, con respecto<br />
a vos, los agravios <strong>de</strong> la fortuna.<br />
-¡No, Majestad, no! -exclamó con viveza<br />
La Valliére-. Os ruego que <strong>de</strong>jéis las cosas en el<br />
estado en que se hallan.<br />
-¡Cómo, señorita! ¿Rehusáis lo que <strong>de</strong>bo,<br />
lo que quiero hacer por vos?
-Todos mis <strong>de</strong>seos están cumplidos,<br />
señor, con habérseme concedido formar parte<br />
<strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> Madame.<br />
-Mas, si rehusáis para vos, aceptad al<br />
menos para los vuestros.<br />
-Majestad, vuestras generosas intenciones<br />
me <strong>de</strong>slumbran y me asustan, pues al<br />
hacer por mi casa lo que vuestra bondad os<br />
impulsa a hacer, Vuestra Majestad nos creará<br />
envidiosos, y a ella enemigos. Dejadme, señor,<br />
en mi medianía; <strong>de</strong>jad a todos los sentimientos<br />
que yo pueda abrigar ¡a grata <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>sinterés.<br />
-¡Admirable es vuestro lenguaje, señorita!<br />
-exclamó el rey.<br />
-Tiene razón -murmuró Aramis al oído<br />
<strong>de</strong> Fouquet-, pues es cosa a la que no <strong>de</strong>be estar<br />
habituado.<br />
-Pero -replicó Fouquet-, ¿y si da igual<br />
contestación a mi billete?<br />
-¡Bien! -dijo Aramis-. No prejuzguemos<br />
y esperemos el fin.
-Y luego, querido Herblay -añadió el<br />
superinten<strong>de</strong>nte dando poca fe a los sentimientos<br />
que había manifestado La Valliére-, no pocas<br />
veces es un cálculo muy hábil el echarla <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>sinteresado con los reyes.<br />
-Eso es justamente lo que me <strong>de</strong>cía yo a<br />
mí mismo -repuso Aramis -. Escuchemos.<br />
<strong>El</strong> rey se acercó a La Valliére, y, como el<br />
agua filtrase cada vez más a través <strong>de</strong>l ramaje<br />
<strong>de</strong> la encina, sostuvo su sombrero suspenso por<br />
encima <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> la joven.<br />
La joven levantó sus encantadores ojos<br />
azules hacia el sombrero que la resguardaba <strong>de</strong>l<br />
agua, y meneó la cabeza exhalando un suspiro.<br />
-¡Oh Dios mío! -dijo el rey-. ¿Qué triste<br />
pensamiento pue<strong>de</strong> llegar a vuestro corazón,<br />
cuando le formo un escudo con el mío?<br />
-Majestad, voy a <strong>de</strong>círoslo. Ya había<br />
tocado esta cuestión, no fácil <strong>de</strong> discutir por<br />
una joven <strong>de</strong> mi edad; pero Vuestra Majestad<br />
me ha impuesto silencio. Vuestra Majestad no<br />
se pertenece; Vuestra Majestad es casado; todo
sentimiento que alejase a Vuestra Majestad <strong>de</strong><br />
la reina, impulsándole a ocuparse <strong>de</strong> mí, sería<br />
para la reina origen <strong>de</strong> profundo pesar.<br />
<strong>El</strong> rey quiso interrumpir a la joven, pero<br />
ella continuó en a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> súplica.<br />
-La reina ama a Vuestra Majestad con<br />
un afecto fácil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, y sigue con ansiedad<br />
cada uno <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />
que le separan <strong>de</strong> ella. Habiendo tenido la<br />
dicha <strong>de</strong> encontrar un marido semejante, pi<strong>de</strong><br />
al Cielo con lágrimas que le conserve la posesión<br />
<strong>de</strong> él, y está celosa <strong>de</strong>l menor movimiento<br />
<strong>de</strong> vuestro corazón.<br />
<strong>El</strong> rey quiso <strong>de</strong> nuevo hablar, pero La<br />
Valliére volvió a interrumpirle.<br />
-¿No será una acción muy culpable -le<br />
dijo- que viendo Vuestra Majestad una ternura<br />
tan intensa y tan noble, diese a la reina motivo<br />
<strong>de</strong> celos? ¡Oh! ¡Perdonadme esta palabra, Majestad!<br />
¡Dios mío! Bien sé que es imposible, o<br />
mejor dicho, que <strong>de</strong>bería ser imposible que la<br />
reina mas gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mundo llegara a tener
celos <strong>de</strong> una pobre muchacha como yo. Pero<br />
esa reina es mujer, y su corazón, lo mismo que<br />
el <strong>de</strong> otra cualquiera, pue<strong>de</strong> dar entrada a sospechas<br />
que los perversos no <strong>de</strong>scuidarían <strong>de</strong><br />
envenenar. ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, señor, no nos<br />
ocupéis <strong>de</strong> mí, pues no lo merezco!<br />
-¡Ay, señorita! -exclamó el rey-. ¡Sin duda<br />
no observáis que al hablar <strong>de</strong> esa manera<br />
cambiáis mi estimación en admiración!<br />
-Majestad, tomáis mis palabras por lo<br />
que no son; me veis mejor <strong>de</strong> lo que soy; me<br />
hacéis más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo que Dios me ha hecho.<br />
Gracias por mí, Majestad; porque si no estuviera<br />
cierta <strong>de</strong> que el rey es el hombre más generoso<br />
<strong>de</strong> su reino, creería que quiere burlarse <strong>de</strong><br />
mí.<br />
-¡Oh! ¡Seguramente no creéis semejante<br />
cosa! -exclamó Luis.<br />
-Majestad, me vería precisada a creerlo<br />
si el rey continuara empleando el mismo lenguaje.
-Soy entonces un príncipe bien <strong>de</strong>sgraciado<br />
-dijo el rey con una tristeza en que no<br />
había la menor afectación-; el príncipe más <strong>de</strong>sgraciado<br />
<strong>de</strong> la cristiandad, puesto que no puedo<br />
conseguir que mis palabras merezcan crédito<br />
a la persona que más aprecio en este mundo,<br />
y que me <strong>de</strong>stroza el corazón negándose a creer<br />
en mi amor.<br />
-¡Oh, Majestad! -dijo La Valliére, apartando<br />
dulcemente al rey, que se había acercado<br />
a ella cada vez más-. Me parece que la tempestad<br />
va cediendo, y cesa <strong>de</strong> llover.<br />
Pero, en el momento en que la pobre<br />
niña, por huir <strong>de</strong> su corazón, indudablemente<br />
muy <strong>de</strong> acuerdo con el <strong>de</strong>l rey, pronunciaba<br />
aquellas palabras, se encargaba la tempestad <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>smentirla. Un relámpago azulado iluminó el<br />
bosque <strong>de</strong> un modo fantástico, y un trueno semejante<br />
a una <strong>de</strong>scarga <strong>de</strong> artillería estalló sobre<br />
la cabeza <strong>de</strong> los dos jóvenes, como si la elevación<br />
<strong>de</strong> la encina que los resguardaba hubiese<br />
provocado el trueno.
La joven no pudo contener un grito <strong>de</strong><br />
espanto.<br />
<strong>El</strong> rey la aproximó con una mano a su<br />
corazón, y extendió la otra por encima <strong>de</strong> su<br />
cabeza como para protegerla <strong>de</strong>l rayo.<br />
Hubo un instante <strong>de</strong> silencio, en que aquel<br />
grupo, encantador como todo lo que es joven,<br />
permaneció inmóvil, mientras que Fouquet y<br />
Aramis lo contemplaban, no menos inmóviles<br />
que La Valliére y el rey.<br />
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -exclamó La<br />
Valliére-. ¿Oís?<br />
Y <strong>de</strong>jó caer la cabeza sobre su hombro.<br />
-Sí -dijo el rey-; ya veis como no cesa la<br />
tempestad.<br />
-Majestad, eso es un aviso. <strong>El</strong> rey sonrió.<br />
-Majestad, es la voz <strong>de</strong> Dios que amenaza.<br />
-Pues bien -repuso el rey-,acepto realmente<br />
ese trueno como un aviso, y hasta como<br />
una amenaza, si <strong>de</strong> aquí a cinco minutos se renueva<br />
con la misma fuerza y con igual violen-
cia; mas si así no suce<strong>de</strong>, permitidme creer que<br />
la tempestad es la tempestad, y no otra cosa.<br />
Y al mismo tiempo levantó el rey la cabeza<br />
como para examinar el cielo.<br />
Pero, como si el cielo fuese cómplice <strong>de</strong><br />
Luis, durante los cinco minutos <strong>de</strong> silencio que<br />
siguieron a la explosión que tanto había atemorizado<br />
a los dos amantes, no se <strong>de</strong>jó oír el menor<br />
ruido, y, cuando se repitió el trueno fue ya<br />
alejándose <strong>de</strong> una manera visible, como si en<br />
aquellos cinco minutos la 'tempestad, puesta en<br />
fuga, hubiera recorrido diez leguas, azotada<br />
por las alas <strong>de</strong>l viento.<br />
-Y ahora, Luisa -dijo el rey por lo bajo-,<br />
¿me amenazaréis aún con la cólera celeste? Ya<br />
que habéis querido hacer <strong>de</strong>l rayo un presentimiento,<br />
¿dudaréis todavía que al menos no<br />
es un presentimiento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia?<br />
La Valliére levantó la cabeza: en aquel<br />
intervalo el agua había filtrado la bóveda <strong>de</strong><br />
ramaje y le corría al rey por el rostro.
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! -dijo La Valliére<br />
con acento <strong>de</strong> temor irresistible, que conmovió<br />
al rey hasta el extremo-. ¡Y por mí permanece<br />
el rey <strong>de</strong>scubierto <strong>de</strong> ese modo y expuesto<br />
a la lluvia! . . . ¿Pues quién soy yo?<br />
-Bien lo veis -dijo Luis-; sois la divinidad<br />
que hace huir la tempestad; la diosa que<br />
vuelve a traernos el buen tiempo.<br />
En efecto, un rayo <strong>de</strong> sol pasaba a la<br />
sazón a través <strong>de</strong>l bosque, haciendo caer como<br />
otros tantos diamantes las gotas <strong>de</strong> agua, que<br />
rodaban sobre las hojas o caían verticalmente<br />
por los intersticios <strong>de</strong>l ramaje.<br />
-Majestad -dijo la joven casi vencida,<br />
pero haciendo un último esfuerzo-; reflexionad<br />
en los sinsabores que vais a tener que sufrir por<br />
mi causa. En este momento. ¡Dios santo!, os<br />
andarán buscando por todas partes. La reina<br />
<strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar alarmada, y Madame... ¡oh, Madame!<br />
-exclamó la joven con un sentimiento<br />
que se asemejaba al espanto.
Este nombre produjo algún efecto en el<br />
rey, el cual se estremeció y soltó a La Valliére, a<br />
quien había tenido abrazada hasta entonces.<br />
Después se a<strong>de</strong>lantó hacia el paseo para<br />
mirar, y volvió casi con ceño adon<strong>de</strong> estaba La<br />
Valliére.<br />
-¿Madame habéis dicho? -dijo el rey.<br />
-Sí, Madame... Madame, que está celosa<br />
también -repuso La Valliére con acento profundo.<br />
Y sus ojos, tan tímidos, tan castamente<br />
fugitivos, atreviéronse por un momento a interrogar<br />
los ojos <strong>de</strong>l rey.<br />
-Pero -replicó Luis haciendo un esfuerzo<br />
sobre sí mismo- me parece que Madame no<br />
tiene por qué estar celosa <strong>de</strong> mí; Madame no<br />
tiene <strong>de</strong>recho alguno . . .<br />
-¡Ay! -exclamó La Valliére.<br />
-¡Señorita! -dijo el rey con acento casi <strong>de</strong><br />
reconvención-. ¿Seríais vos también <strong>de</strong> las que<br />
piensan que la hermana tiene <strong>de</strong>recho a estar<br />
celosa <strong>de</strong>l hermano?
-No me correspon<strong>de</strong> penetrar los secretos<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¡Oh! También lo creéis como los <strong>de</strong>más<br />
-exclamó el rey.<br />
-Creo que Madame está celosa, sí, señor<br />
-respondió firmemente La Valliére.<br />
-¡Dios mío! -exclamó el rey con inquietud-.<br />
¿Lo habéis echado <strong>de</strong> ver acaso en su modo<br />
<strong>de</strong> portarse con vos? ¿Os ha hecho algo que<br />
podáis atribuir a semejantes celos?<br />
-¡De ningún modo, Majestad! ¡Soy yo<br />
tan poca cosa!<br />
-¡Oh! Es que si así fuese... -exclamó Luis<br />
con singular energía.<br />
-Majestad -interrumpió La Valliére-, ya<br />
no llueve, y creo que alguien se acerca.<br />
Y, olvidando toda etiqueta, se apoyó en<br />
el brazo <strong>de</strong>l rey.<br />
-Bien, señorita -replicó Luis-; <strong>de</strong>jemos<br />
que vengan. ¿Quién osaría llevar a mal que<br />
haya hecho compañía a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?
-¡Por favor, Majestad! Van a extrañar<br />
que os hayáis mojado <strong>de</strong> ese modo, que os<br />
hayáis sacrificado por mí.<br />
-No he hecho más que cumplir con mi<br />
<strong>de</strong>ber <strong>de</strong> caballero -contestó el rey-; y ¡ay <strong>de</strong><br />
aquel que no cumpla con el suyo y critique la<br />
conducta <strong>de</strong> su rey!<br />
En efecto, en aquel momento veíanse<br />
asomar por el paseo algunas cabezas, solícitas,<br />
curiosas, como si buscaran algo, y que, habiendo<br />
divisado al rey y a la joven, parecieron<br />
haber hallado lo que buscaban.<br />
Eran los enviados <strong>de</strong> la reina y <strong>de</strong> Madame,<br />
los cuales se quitaron el sombrero en<br />
señal <strong>de</strong> haber visto a Su Majestad.<br />
Pero Luis, a pesar <strong>de</strong> la confusión <strong>de</strong> La<br />
Valliére, no <strong>de</strong>jó por eso su actitud respetuosa y<br />
tierna.<br />
En seguida, <strong>de</strong>spués que todos los cortesanos<br />
estuvieron reunidos en la avenida,<br />
cuando todo el mundo pudo ver la muestra <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>ferencia que había dado a la joven permane-
ciendo <strong>de</strong> pie y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> ella durante la tempestad, le ofreció el<br />
brazo, la llevó hacia el grupo que esperaba,<br />
respondió con la cabeza a los saludos que cada<br />
cual le hacía, y, sin <strong>de</strong>jar el sombrero <strong>de</strong> la mano,<br />
la condujo hasta su carroza.<br />
Y, como la lluvia continuara todavía, último<br />
adiós <strong>de</strong> la tempestad que se alejaba, las <strong>de</strong>más<br />
damas, que por respeto no habían subido a su<br />
carruaje antes que -el rey, recibían sin capa ni<br />
capotillo aquella lluvia <strong>de</strong> la que el rey resguardaba<br />
con su sombrero, en lo que era posible,<br />
a la más humil<strong>de</strong> <strong>de</strong> entre ellas.<br />
La reina y Madame <strong>de</strong>bieron ver, como<br />
las otras, aquella exagerada cortesanía <strong>de</strong>l rey;<br />
Madame perdió la continencia hasta el punto<br />
<strong>de</strong> dar con el codo a la joven reina, diciéndole:<br />
-¡Pero mirad, mirad!<br />
La reina cerró los ojos como si hubiese<br />
sentido un vértigo; se llevó la mano al rostro, y<br />
subió a la carroza.
Madame subió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. <strong>El</strong> rey<br />
montó a caballo, y, sin inclinarse con preferencia<br />
a ninguna portezuela, volvió a Fontainebleau,<br />
con las riendas sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo,<br />
pensativo y todo absorto.<br />
Cuando la multitud estuvo alejada,<br />
cuando oyeron que iba extinguiéndose el ruido<br />
<strong>de</strong> caballos y carruajes, cuando se hubieron asegurado<br />
<strong>de</strong> que nadie podía verlos, Aramis y<br />
Fouquet salieron <strong>de</strong> su gruta.<br />
Luego, en silencio, pasaron a la avenida.<br />
Aramis echó una mirada, no sólo en<br />
toda la extensión, que tenía <strong>de</strong>trás y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
sí, sino en la espesura <strong>de</strong>l bosque.<br />
-Señor Fouquet -dijo, cuando se hubo<br />
asegurado <strong>de</strong> que todo estaba solitario-, es preciso<br />
a toda costa hacernos con la carta que habéis<br />
escrito a La Valliére.<br />
-Será cosa fácil -repuso Fouquet- si mi<br />
sirviente no la ha entregado.<br />
-Es preciso; en cualquier caso, que sea<br />
cosa posible, ¿entendéis?
-Sí; el rey ama a esa joven; ¿no es cierto?<br />
-Mucho; y lo peor es que ella ama al rey<br />
con pasión.<br />
-Lo cual quiere <strong>de</strong>cir que mudamos <strong>de</strong><br />
táctica, ¿no es verdad?<br />
-Sin duda alguna; no tenéis tiempo que<br />
per<strong>de</strong>r. Es preciso que veáis a La Valliére, y<br />
que, sin pensar más en haceros amante suyo, lo<br />
que es imposible, os <strong>de</strong>claréis su más celoso<br />
amigo y su más humil<strong>de</strong> servidor.<br />
-Así lo haré -contestó Fouquet-, y sin<br />
repugnancia; esa muchacha me parece plena <strong>de</strong><br />
corazón.<br />
-O <strong>de</strong> astucia -lijo Aramis-; pero, en ese<br />
caso, razón <strong>de</strong> más. Y añadió, tras una breve<br />
pausa: -O mucho me engaño, o esa jovencita<br />
será la gran pasión <strong>de</strong>l rey. Subamos al carruaje,<br />
y a galope tendido a Palacio.<br />
IV<br />
TOBIAS
Dos horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber partido el<br />
carruaje <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />
Aramis, conduciendo a ambos hacia Fontainebleau<br />
con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> las nubes que corrían<br />
en el cielo bajo el último soplo <strong>de</strong> la tempestad,<br />
estaba La Valliére en su cuarto con un sencillo<br />
peinador <strong>de</strong> muselina, terminando su almuerzo<br />
junto a una mesita <strong>de</strong> mármol.<br />
De pronto se abrió la puerta y entró un<br />
ayuda <strong>de</strong> cámara a avisar que el señor Fouquet<br />
pedía permiso para ofrecerle sus respetos.<br />
La Valliére se hizo repetir dos veces el<br />
recado; la pobre niña no conocía al señor Fouquet<br />
más que <strong>de</strong> nombre, y no acertaba a adivinar<br />
qué podía tener ella <strong>de</strong> común con un superinten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda.<br />
No obstante, como éste podía venir <strong>de</strong><br />
parte <strong>de</strong>l rey, y, en vista <strong>de</strong> la conversación que<br />
hemos referido, la cosa era muy posible, echó<br />
una ojeada al espejo, prolongó algo más todavía<br />
los largos bucles <strong>de</strong> sus
cabellos, y or<strong>de</strong>nó que se le hiciese entrar.<br />
No obstante, La Valliére no podía menos<br />
<strong>de</strong> experimentar cierta turbación. La visita<br />
<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte no era un suceso vulgar en<br />
la vida <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la corte. Fouquet, tan<br />
célebre por su generosidad, su galantería y su<br />
<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za con las mujeres, había recibido más<br />
invitaciones que pedido audiencias.<br />
En no pocas casas la presencia <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte<br />
había significado fortuna. En no<br />
pocos corazones había significado amor.<br />
Fouquet entró respetuosamente en el<br />
cuarto <strong>de</strong> La Valliére, presentándose con aquella<br />
gracia que era el carácter distintivo <strong>de</strong> los<br />
hombres eminentes <strong>de</strong>l siglo, y que hoy no se<br />
compren<strong>de</strong> ni aun en los retratos <strong>de</strong> la época,<br />
don<strong>de</strong> el pintor trató <strong>de</strong> hacerlos vivir.<br />
La Valliére correspondió al respetuoso<br />
saludo <strong>de</strong> Fouquet con una reverencia <strong>de</strong> colegiala,<br />
y le indicó una silla.<br />
-No me sentaré, señorita -dijo-, hasta<br />
tanto que me hayáis perdonado.
-¿Yo? -preguntó La Valliére.<br />
-Sí, vos.<br />
-¿Y qué os he <strong>de</strong> perdonar, Dios mío?<br />
Fouquet fijó una mirada penetrante en<br />
la joven, y no creyó ver en su rostro más que<br />
ingenua extrañeza.<br />
-Veo, señorita -dijo-, que tenéis tanta<br />
generosidad como talento, y leo en vuestros<br />
ojos el perdón que solicitaba. Pero no me basta<br />
el perdón <strong>de</strong> los labios, os lo prevengo, porque<br />
necesito sobre todo el perdón <strong>de</strong>l corazón y <strong>de</strong>l<br />
alma.<br />
-A fe mía, señor -dijo La Valliére-, os<br />
juro que no os comprendo.<br />
-Esa es aún mayor <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za -replicó<br />
Fouquet-, y veo que no queréis que tenga que<br />
avergonzarme en vuestra presencia.<br />
-¡Avergonzaros en mi presencia! Pero,<br />
por favor, caballero, ¿<strong>de</strong> qué os tenéis que<br />
avergonzar?<br />
-¿Sería tal mi suerte -exclamó Fouquetque<br />
mi modo <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r no os haya ofendido?
La Valliére se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />
-Veo, caballero -replicó-, que estáis<br />
hablando en enigmas, y soy, a lo que parece,<br />
<strong>de</strong>masiado ignorante para compren<strong>de</strong>ros.<br />
-Sea -dijo Fouquet-; no insistiré más.<br />
Decidme únicamente que puedo contar con<br />
vuestro perdón, y quedaré tranquilo.<br />
-Señor -dijo La Valliére con cierto asomo<br />
<strong>de</strong> impaciencia-, no puedo daros más que una<br />
respuesta, y espero que os <strong>de</strong>je satisfecho. Si<br />
supiese la ofensa que <strong>de</strong>cís haberme hecho, os<br />
la perdonaría; con mucha más razón lo haré no<br />
conociéndola...<br />
Fouquet mordióse los labios, como lo<br />
habría hecho Aramis.<br />
-Entonces -dijo-, puedo esperar que, a<br />
pesar <strong>de</strong> lo ocurrido, quedaremos en buena<br />
inteligencia, y me haréis el favor <strong>de</strong> creer en mi<br />
respetuosa amistad.<br />
La Valliére creyó que principiaba ya a<br />
compren<strong>de</strong>r.
"¡Oh! dijo para sí-. No hubiera creído al<br />
señor Fouquet tan solícito en buscar la fuente<br />
<strong>de</strong> un favor tan reciente."<br />
Y luego; en alta voz:<br />
-¿Vuestra amistad, señor? -dijo-. Creo<br />
que en el ofrecimiento que me hacéis <strong>de</strong> vuestra<br />
amistad sea para mí todo el honor.<br />
-Conozco, señorita -repuso Fouquet-,<br />
que la amistad <strong>de</strong>l amo pue<strong>de</strong> parecer más brillante<br />
y <strong>de</strong>seable que la <strong>de</strong>l servidor; pero os<br />
garantizo que esta última será por lo menos tan<br />
fiel y <strong>de</strong>sinteresada como la que más.<br />
La Valliére se inclinó; había, en efecto,<br />
mucha convicción y rendimiento en la voz <strong>de</strong>l<br />
superinten<strong>de</strong>nte.<br />
Así fue que le alargó la mano.<br />
-Os creo -dijo.<br />
Fouquet tomó la mano que le alargaba<br />
la joven.<br />
-Entonces -añadió-, ¿no tendréis inconveniente<br />
en <strong>de</strong>volverme esa <strong>de</strong>sdichada carta?
-¿Cuál? -preguntó La Valliére. Fouquet<br />
volvió a examinarla, como había hecho antes,<br />
con toda la penetración <strong>de</strong> su mirada.<br />
Igual ingenuidad <strong>de</strong> fisonomía, igual<br />
candor <strong>de</strong> semblante.<br />
-Ea, señorita -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquella<br />
negativa-, me veo obligado a confesar que<br />
vuestro proce<strong>de</strong>r es el más <strong>de</strong>licado <strong>de</strong>l mundo,<br />
y no me tendría por hombre honrado si temiera<br />
algo <strong>de</strong> una joven tan generosa como vos.<br />
-En verdad, señor Fouquet -respondió<br />
La Valliére, con profundo sentimiento me veo<br />
precisada a repetiros que no acierto a compren<strong>de</strong>r<br />
vuestras palabras.<br />
-Pero, en fin, señorita, ¿no habéis recibido<br />
ninguna carta mía?<br />
-Ninguna, os lo aseguro -respondió con<br />
firmeza La Valliére.<br />
-Bien, eso me basta; y ahora, señorita,<br />
permitidme que os renueve la seguridad <strong>de</strong><br />
todo mi aprecio y respeto.
E, inclinándose, se retiró para ir a reunirse<br />
con Aramis, que le aguardaba en su casa,<br />
<strong>de</strong>jando a La Valliére con la duda <strong>de</strong> si se<br />
habría vuelto loco el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Qué tal? -preguntó Aramis, que esperaba<br />
a Fouquet con impaciencia-. ¿Habéis quedado<br />
satisfecho <strong>de</strong> da favorita?<br />
-Encantado -respondió Fouquet-: es mujer<br />
<strong>de</strong> talento y <strong>de</strong> corazón.<br />
-¿No se ha encontrado resentida?<br />
-Lejos <strong>de</strong> eso, ni aun ha dado a enten<strong>de</strong>r<br />
que comprendiese.<br />
-¿Que comprendiese qué?<br />
-Que yo le hubiese escrito.<br />
-Con todo, por fuerza habrá <strong>de</strong>bido<br />
compren<strong>de</strong>ros para <strong>de</strong>volveros<br />
la epístola, porque supongo que os la habrá<br />
<strong>de</strong>vuelto.<br />
-¡Ni pensarlo!<br />
-Por lo menos os habréis asegurado <strong>de</strong><br />
que la ha quemado.
-Mi querido señor <strong>de</strong> Herblay, hace una<br />
hora ya que estoy hablando a medias palabras,<br />
y por divertido que sea ese juego, comienza a<br />
cansarme. Oídme bien: la pequeña ha fingido<br />
no compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía, y ha negado que<br />
haya recibido carta alguna; por consiguiente, es<br />
claro que no ha podido ni <strong>de</strong>volvérmela ni<br />
quemarla.<br />
-¡Oh, oh! -dijo Aramis con inquietud-.<br />
¿Qué me <strong>de</strong>cís?<br />
-Digo que ha jurado formalmente no<br />
haber recibido carta alguna.<br />
-Pues no lo comprendo... ¿Y no habéis<br />
insistido?<br />
-He insistido hasta la impertinencia.<br />
-¿Y ha negado siempre?<br />
-Siempre.<br />
-¿Y no se ha <strong>de</strong>smentido ni una sola<br />
vez?<br />
-No.<br />
-¿Entonces, querido, le habéis <strong>de</strong>jado<br />
nuestra carta en sus manos?
lugar?<br />
-No ha habido otro remedio.<br />
-Pues es una gran falta.<br />
-¿Y qué diantres habríais hecho en mi<br />
-Verda<strong>de</strong>ramente, no se le podía obligar,<br />
pero es cosa que me inquieta: semejante<br />
carta no pue<strong>de</strong> quedar en sus manos.<br />
-¡Oh! Esa joven es generosa.<br />
-Si lo fuese os habría <strong>de</strong>vuelto la carta.<br />
-Os aseguro que es generosa; he leído en<br />
sus ojos, y me precio <strong>de</strong> tener algún conocimiento<br />
en eso.<br />
-Entonces, la creéis <strong>de</strong> buena fe.<br />
-Con todo mi corazón.<br />
-Pues yo entiendo que estamos en un<br />
error.<br />
-¿Cómo en un error?<br />
-Creo que, efectivamente, como ella os<br />
ha dicho, no ha recibido ninguna carta.<br />
-¡Cómo! ¿Ninguna carta?<br />
-Lo que digo.<br />
-Supondríais...
-Supongo que, por algún motivo que<br />
ignoramos, vuestro hombre no ha entregado la<br />
carta.<br />
Fouquet dio un golpe en el timbre.<br />
Un sirviente se presentó.<br />
-Que venga Tobías -dijo.<br />
Un momento <strong>de</strong>spués entraba un hombre<br />
<strong>de</strong> mirar inquieto, labios <strong>de</strong>lgados, brazos<br />
cortos y cargado <strong>de</strong> espaldas.<br />
Aramis clavó en él su mirada penetrante.<br />
-¿Me permitís que le interrogue yo<br />
mismo? -preguntó Aramis.<br />
-Hacedlo -dijo Fouquet.<br />
Aramis hizo un a<strong>de</strong>mán para dirigir la<br />
palabra al lacayo, pero se <strong>de</strong>tuvo.<br />
-No -dijo-, porque vería que dábamos<br />
<strong>de</strong>masiada importancia a sus respuestas; interrogadle<br />
vos; entretanto haré yo como que escribo.
Aramis se sentó en efecto a una mesa,<br />
con la espalda vuelta al lacayo, cuyos gestos y<br />
miradas examinaba en un espejo paralelo.<br />
-Ven aquí, Tobías -dijo Fouquet.<br />
<strong>El</strong> lacayo acercóse con paso bastante<br />
seguro.<br />
-¿Cómo has <strong>de</strong>sempeñado mi comisión?<br />
-le preguntó Fouquet.<br />
-Como siempre, monseñor -replicó Tobías.<br />
-Vamos a ver.<br />
-Penetré en el aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére, que estaba en misa, y puse el billete<br />
encima <strong>de</strong> su tocador. ¿No es eso lo que me<br />
encargasteis?<br />
-Sí; ¿y no ha habido más?<br />
-Nada más, monseñor.<br />
-¿No había nadie allí?<br />
-Absolutamente nadie.<br />
-¿Te ocultaste como te encargué?<br />
-Sí.<br />
-¿Volvió ella?
-Diez minutos <strong>de</strong>spués.<br />
-¿Y nadie pudo coger la carta?<br />
-Nadie, porque nadie entró.<br />
-De fuera, bien, pero, ¿y <strong>de</strong>l interior?<br />
-Des<strong>de</strong> el lugar en que estaba escondido<br />
podía ver hasta el fondo <strong>de</strong> la cámara.<br />
-Escucha -dijo Fouquet, mirando fijamente<br />
al lacayo-. Si esa carta ha ido casualmente<br />
a otro <strong>de</strong>stino, confiésalo; porque, sí se ha<br />
cometido algún error, lo pagarás con tu cabeza.<br />
Tobías se estremeció, pero se recobró al<br />
punto.<br />
-Monseñor -dijo-, he puesto la carta en<br />
el sitio que he dicho, y no pido más que media<br />
hora para probaron que la carta se halla en po<strong>de</strong>r<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o para traeros<br />
la carta misma.<br />
Aramis observaba con gran atención al<br />
lacayo.<br />
Fouquet no <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> él, pues<br />
aquel hombre le había servido bien por espacio<br />
<strong>de</strong> veinte años.
-Anda -dijo-; está bien; mas tráeme la<br />
prueba <strong>de</strong> lo que dices. <strong>El</strong> lacayo salió.<br />
-Veamos, ¿qué pensáis? -preguntó Fouquet<br />
a Aramis.<br />
-Pienso que es preciso, por un medio u<br />
otro, averiguar la verdad. La carta habrá llegado<br />
o no a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> La Valliére; en el primer<br />
caso, es necesario que La Valliére os la <strong>de</strong>vuelva,<br />
o que os dé la satisfacción <strong>de</strong> quemarla en<br />
vuestra presencia; en el segundo, es necesario<br />
recobrar la carta, aunque tengamos que gastar<br />
para ello un millón. ¿No es ése vuestro parecer?<br />
-Sí; pero, a <strong>de</strong>cir verdad, querido obispo,<br />
creo que exageráis la situación.<br />
-¡Qué ciego sois! -murmuró Aramis.<br />
-La Valliére, a quien tomamos por una<br />
política consumada, no es más que una coqueta<br />
que aguarda que yo le haga la corte, porque he<br />
principiado a hacérsela, y que habiéndose asegurado<br />
ya <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong>l rey, querrá tenerme<br />
sujeto con la carta. Nada encuentro en eso <strong>de</strong><br />
particular.
Aramis movió la cabeza.<br />
-¿No es ésa vuestra opinión? -preguntó<br />
Fouquet.<br />
-Esa mujer no es coqueta -dijo Aramis.<br />
-Permitidme <strong>de</strong>ciros...<br />
-¡Oh! Conozco a las mujeres coquetas -<br />
dijo Aramis.<br />
-¡Amigo mío, amigo mío!<br />
-¿Queréis <strong>de</strong>cir que ha transcurrido mucho<br />
tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que hice mis estudios? No<br />
importa; las mujeres no varían.<br />
-Sí; pero los hombres cambian, y hoy día<br />
sois más suspicaz que en otro tiempo.<br />
Luego, echándose a reír:<br />
-Vamos a ver -dijo-; si La Valliére quiere<br />
darme una tercera parte <strong>de</strong> su amor, y al rey las<br />
otras dos terceras partes, ¿no encontraréis aceptable<br />
la condición?<br />
Aramis se levantó con impaciencia.<br />
-La Valliére -dijo- ni ha amado ni amará<br />
a nadie más que al rey.
-Pero, en último resultado -dijo Fouquet-,<br />
¿qué haríais vos?<br />
-Preguntadme mejor qué hubiera hecho.<br />
-Bien, ¿y qué habríais hecho.<br />
-En primer lugar, no hubiese <strong>de</strong>jado<br />
salir a ese hombre.<br />
-¿A Tobías?<br />
-¡Sí, a Tobías, que es un traidor!<br />
-¡Oh!<br />
-¡Estoy seguro! No le hubiera <strong>de</strong>jado<br />
salir sin que me hubiese dicho la verdad.<br />
-Aún es tiempo.<br />
-¿De veras?<br />
-Llamémosle, e interrogadle vos mismo.<br />
-¡Corriente!<br />
-Pero os aseguro que será inútil. Lo tengo<br />
hace veinte años, y jamás ha incurrido en<br />
torpeza alguna, lo cual -añadió riendo Fouquetno<br />
hubiera tenido nada <strong>de</strong> extraño.
-Llamadle, sin embargo. Creo haber<br />
visto esta mañana esa cara muy en conversación<br />
con uno <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>?<br />
-Delante <strong>de</strong> las caballerizas.<br />
-¡Bah! Todos mis sirvientes están a matar<br />
con los <strong>de</strong> ese pedante.<br />
- Digo que le he visto, y su rostro, que<br />
me <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong>sconocido cuando entró hace<br />
poco, me ha chocado <strong>de</strong> un modo <strong>de</strong>sagradable.<br />
-¿Por qué no <strong>de</strong>spegasteis los labios<br />
mientras permaneció aquí?<br />
-Porque en este momento es cuando veo<br />
claro en mis recuerdos.<br />
-¡Oh! -dijo Fouquet-. Empezáis a asustarme.<br />
Y dio un golpe en el timbre.<br />
-Quiera el Cielo que no sea tar<strong>de</strong> -dijo<br />
Aramis.<br />
Fouquet llamó otra vez. <strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong><br />
cámara ordinario se presentó.
-Pronto, que venga Tobías -or<strong>de</strong>nó Fouquet.<br />
<strong>El</strong> ayuda <strong>de</strong> cámara volvió a cerrar la<br />
puerta.<br />
-Supongo que me dais carta blanca, ¿no?<br />
-Entera.<br />
-¿Puedo usar todos los medios para averiguar<br />
la verdad?<br />
-Sí.<br />
-¿Hasta la intimidación?<br />
-Os constituyo procurador general en<br />
mi lugar.<br />
Esperaros diez minutos, pero inútilmente.<br />
Fouquet, impaciente, llamó <strong>de</strong> nuevo en<br />
el timbre.<br />
-¡Tobías! -gritó.<br />
-Monseñor -dijo el criado-, le están buscando.<br />
-No <strong>de</strong>be estar lejos, pues no le he encargado<br />
ningún mensaje.<br />
-Voy a ver, monseñor.
Y el ayuda <strong>de</strong> cámara cerró la puerta.<br />
Entretanto se paseaba Aramis impaciente, pero<br />
en silencio, por el gabinete.<br />
Pasaron diez minutos más. Fouquet volvió a<br />
llamar <strong>de</strong> manera capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar a toda<br />
una necrópolis.<br />
<strong>El</strong> criado volvió bastante trémulo para<br />
hacer sospechar alguna mala noticia.<br />
-Monseñor <strong>de</strong>be <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer alguna<br />
equivocación -dijo antes <strong>de</strong> que Fouquet le preguntase-;<br />
por fuerza ha dado monseñor alguna<br />
comisión a Tobías, pues ha ido a las caballerizas,<br />
y ha ensillado por sí mismo el mejor corredor<br />
<strong>de</strong> monseñor.<br />
-¿Y qué?<br />
-Ha partido.<br />
-¡Se. fue! -exclamó Fouquet-. ¡Que corran<br />
tras él y me lo traigan!<br />
-¡Bah, bah! -dijo Aramis cogiéndole <strong>de</strong> la<br />
mano-. Un poco <strong>de</strong> calma, ya que el mal está<br />
hecho.<br />
-¿Cómo que está hecho el mal?
- Yo estaba cierto <strong>de</strong> ello. Ahora procuraremos<br />
evitar la alarma; calculemos el resultado<br />
<strong>de</strong>l golpe, y veamos <strong>de</strong> remediarlo, si es<br />
posible.<br />
-De todos modos-replicó Fouquet-, no<br />
creo el mal tan grave.<br />
-¿Os parece así? -dijo Aramis.<br />
-Sin duda. Es muy natural que un hombre<br />
escriba un billete amoroso a una mujer.<br />
-Un hombre, sí; un súbdito, no; especialmente<br />
cuando esa mujer es la que ama el<br />
rey.<br />
-Es que, amigo mío, el rey no amaba a<br />
La Valliére hace ocho días; no la amaba ayer, y<br />
la carta es <strong>de</strong> ayer. Era difícil que adivinara yo<br />
el amor <strong>de</strong>l rey cuando no existía ese amor.<br />
-Está bien -replicó Aramis-, pero, por<br />
<strong>de</strong>sgracia, la carta no estaba fechada. Eso es lo<br />
que me atormenta, sobre todo. ¡Ah! Si llevara<br />
fecha <strong>de</strong> ayer, no tendría el menor asomo <strong>de</strong><br />
inquietud por vos. Fouquet se encogió <strong>de</strong> hombros.
-¿Estoy por ventura en tutela -repuso-,<br />
hasta el punto <strong>de</strong> que el rey sea rey <strong>de</strong> mi cerebro<br />
y <strong>de</strong> mi carne?<br />
-Tenéis razón -dijo Aramis-; no <strong>de</strong>mos a<br />
las cosas más importancia <strong>de</strong> la que conviene;<br />
a<strong>de</strong>más... si nos vemos amenazados, medios<br />
tenemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa.<br />
-¡Amenazados! -exclamó Fouquet-. Supongo<br />
que no contaréis esa picadura <strong>de</strong> hormiga<br />
en el número <strong>de</strong> las amenazas que puedan<br />
comprometer mi fortuna y mi vida, ¿no es eso?<br />
-Cuidado, señor Fouquet, que la picadura<br />
<strong>de</strong> una hormiga pue<strong>de</strong> matar a un gigante, si<br />
la hormiga es venenosa.<br />
-Pero esa omnipotencia <strong>de</strong> que habláis,<br />
¿<strong>de</strong>sapareció ya?<br />
-No; soy omnipotente, pero no inmortal.<br />
-Veamos; lo que más urge por ahora es<br />
encontrar a Tobías. ¿No opináis lo mismo?<br />
-¡Oh! Fin cuanto a eso, no le hallaréis -<br />
dijo Aramis-; y si lo consi<strong>de</strong>ráis necesario, dadlo<br />
por perdido.
-Mas en alguna parte estará -dijo Fouquet.<br />
-Tenéis razón; <strong>de</strong>jadme obrar -respondió<br />
Aramis.<br />
V<br />
LAS CUATRO PROBABILIDADES DE MA-<br />
DAME<br />
Ana <strong>de</strong> Austria había suplicado a la<br />
reina que fuese a verla. Enferma hacía algún<br />
tiempo, y cayendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> su hermosura<br />
y <strong>de</strong> su juventud con aquella rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scenso que marca la <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> las mujeres<br />
que han luchado mucho, la reina Ana veía<br />
unirse al pa<strong>de</strong>cimiento físico el dolor <strong>de</strong> no<br />
figurar ya sino como recuerdo vivo en medio<br />
<strong>de</strong> los jóvenes ingenios y potentados <strong>de</strong> su corte.<br />
Las advertencias <strong>de</strong> su médico y las <strong>de</strong> su<br />
espejo la <strong>de</strong>sconsolaban mucho menos que los<br />
avisos inexorables <strong>de</strong> la sociedad <strong>de</strong> los corte-
sanos, que, semejantes a las ratas <strong>de</strong> los barcos,<br />
abandonan la cala don<strong>de</strong> va a penetrar el agua<br />
a causa <strong>de</strong> las averías <strong>de</strong>l tiempo.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria no se hallaba satisfecha<br />
con las horas que le consagraba su primogénito.<br />
<strong>El</strong> rey, buen hijo, pero con más afectación<br />
que cariño, <strong>de</strong>dicaba en un principio a su<br />
madre una hora por la mañana y otra por la<br />
noche; pero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se encargó <strong>de</strong> los. asuntos<br />
<strong>de</strong>l Estado, las visitas <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong> la<br />
noche se redujeron sólo a media hora, y poco a<br />
poco quedó suprimida la <strong>de</strong> la mañana.<br />
Veíanse en misa, y hasta la visita nocturna<br />
era a veces reemplazada por una entrevista,<br />
bien en el aposento <strong>de</strong>l rey en tertulia, o<br />
bien en el <strong>de</strong> Madame, adon<strong>de</strong> corría gustosa la<br />
reina por miramiento a sus dos hijos.<br />
De ahí nacía el inmenso ascendiente <strong>de</strong><br />
Madame sobre la Corte, que hacía <strong>de</strong> su sala la<br />
verda<strong>de</strong>ra tertulia real.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria lo comprendió. Viéndose<br />
enferma y con<strong>de</strong>nada por sus pa<strong>de</strong>cimientos
a hacer una vida retirada, se <strong>de</strong>sconsoló al prever<br />
que la mayor parte <strong>de</strong> sus días y sus noches<br />
transcurrirían solitarios, inútiles, <strong>de</strong>sesperados.<br />
Recordaba con terror el aislamiento en<br />
que la tenía en otro tiempo el car<strong>de</strong>nal Richelieu;<br />
noches fatales e insoportables, en las cuales<br />
le quedaba, no obstante, todavía el consuelo<br />
<strong>de</strong> la juventud y <strong>de</strong> la belleza, que van siempre<br />
acompañadas <strong>de</strong> la esperanza.<br />
Entonces formó el proyecto <strong>de</strong> trasladar<br />
la Corte a su habitación y <strong>de</strong> atraer a Madame<br />
con su brillante escolta a la morada, triste ya y<br />
sombría, don<strong>de</strong> la que era viuda y madre <strong>de</strong> un<br />
rey <strong>de</strong> Francia se veía reducida a consolar <strong>de</strong> su<br />
viu<strong>de</strong>z anticipada a la esposa, siempre llorosa,<br />
<strong>de</strong> un rey <strong>de</strong> Francia.<br />
Ana reflexionó.<br />
Mucho había intrigado durante su vida.<br />
En los buenos tiempos, cuando su juvenil cabeza<br />
concebía proyectos siempre felices, tenía a su<br />
lado, para estimular su ambición y su amor,<br />
una amiga más ardiente y ambiciosa que ella
misma, una amiga que la había amado, cosa<br />
rara en la Corte, y que, por mezquinas consi<strong>de</strong>raciones,<br />
habían alejado <strong>de</strong> ella.<br />
Mas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años, si se exceptúan<br />
a las señoras <strong>de</strong> Motteville y la Molena,<br />
nodriza española, confi<strong>de</strong>nte suya por el doble<br />
carácter <strong>de</strong> compatriota y <strong>de</strong> mujer, ¿quién podía<br />
lisonjearse <strong>de</strong> haber dado un excelente consejo<br />
a la reina?<br />
¿Quién, asimismo, entre aquellas cabezas<br />
juveniles, podría recordarle el pasado, por<br />
el cual vivía solamente?<br />
Ana <strong>de</strong> Austria acordóse <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> Chevreuse, <strong>de</strong>sterrada primero, más bien<br />
por su voluntad que por la voluntad <strong>de</strong>l rey, y<br />
muerta <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>stierro siendo mujer <strong>de</strong><br />
un obscuro hidalgo.<br />
Se preguntó lo que en tal caso le habría<br />
aconsejado la señora <strong>de</strong> Chevreuse en otro<br />
tiempo, cuando estaban metidas en sus intrigas<br />
comunes; y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una seria meditación,<br />
le pareció que aquella mujer astuta, llena <strong>de</strong>
experiencia y sagacidad, le respondía con su<br />
tono irónico:<br />
-Toda esa juventud es pobre y ambiciosa.<br />
Necesita oro y rentas para alimentar sus<br />
placeres: sujetadla por medio <strong>de</strong>l interés.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria adoptó ese plan. Su bolsa<br />
estaba bien provista; disponía <strong>de</strong> una suma<br />
consi<strong>de</strong>rable que Mazarino había reunido para<br />
ella y<br />
colocado en sitio seguro. Poseía, a<strong>de</strong>más, las<br />
más hermosas pedrerías <strong>de</strong> Francia, especialmente<br />
unas perlas <strong>de</strong> tal magnitud, que hacían<br />
suspirar al rey cada vez que las veía, porque las<br />
perlas <strong>de</strong> su corona no eran más que granos <strong>de</strong><br />
mijo al lado <strong>de</strong> las otras.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria no tenía ya belleza ni<br />
encantos <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>r disponer. Se hizo rica y<br />
presentó como cebo a los que viniesen a hacerle<br />
la corte, ya buenos escudos que po<strong>de</strong>r ganar en<br />
el juego, ya buenos regalos hábilmente hechos<br />
los días <strong>de</strong> buen humor, así como algunas concesiones<br />
<strong>de</strong> rentas que solicitase <strong>de</strong>l rey, y que
se había <strong>de</strong>cidido a hacer para sostener su crédito.<br />
Des<strong>de</strong> luego ensayó este medio con<br />
Madame, cuya posesión era la que más tenía en<br />
estima <strong>de</strong> todas.<br />
Madame, no obstante la intrépida confianza<br />
<strong>de</strong> su carácter y <strong>de</strong> su juventud, se <strong>de</strong>jó<br />
llevar por completo, y, enriquecida paulatinamente<br />
con donativos y cesiones, fue tomando<br />
gusto a aquellas herencias anticipadas.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria empleó igual medio con<br />
Monsieur y con el rey mismo, y estableció loterías<br />
en su habitación.<br />
<strong>El</strong> día <strong>de</strong> que hablamos se trataba <strong>de</strong><br />
una reunión en el cuarto <strong>de</strong> la reina madre, y<br />
esta princesa rifaba dos brazaletes <strong>de</strong> hermosísimos<br />
brillantes y <strong>de</strong> un trabajo <strong>de</strong>licado.<br />
Los medallones eran unos camafeos<br />
antiguos <strong>de</strong>l mayor valor. Consi<strong>de</strong>rados como<br />
renta, no representaban los diamantes una cantidad<br />
consi<strong>de</strong>rable, pero la originalidad y rareza<br />
<strong>de</strong> aquel trabajo eran tales, que se <strong>de</strong>seaba
en la Corte, no sólo poseer, sino ver aquellos<br />
brazaletes en los brazos <strong>de</strong> la reina, y los días<br />
en que los llevaba puestos consi<strong>de</strong>rábase como<br />
un favor el ser admitido a admirarlos besándole<br />
las manos.<br />
Hasta los cortesanos habían dado rienda<br />
suelta a su imaginación para establecer el aforismo<br />
<strong>de</strong> que los brazaletes no habrían tenido<br />
precio si no les hubiera cabido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />
hallarse en contacto con unos brazos como los<br />
<strong>de</strong> la reina.<br />
Este cumplimiento había tenido el honor <strong>de</strong> ser<br />
traducido a todos los idiomas <strong>de</strong> Europa, y circulaban<br />
sobre el particular más <strong>de</strong> mil dísticos<br />
latinos y franceses.<br />
<strong>El</strong> día en que Ana <strong>de</strong> Austria se <strong>de</strong>cidió<br />
por la rifa, era un día <strong>de</strong>cisivo: hacía dos días<br />
que el rey no iba al cuarto <strong>de</strong> su madre.<br />
Madame estaba <strong>de</strong> mal humor <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
célebre escena <strong>de</strong> las dríadas y <strong>de</strong> las náya<strong>de</strong>s.<br />
<strong>El</strong> rey no estaba enojado, pero una distracción<br />
po<strong>de</strong>rosísima le tenía completamente
apartado <strong>de</strong>l torbellino y <strong>de</strong> las diversiones <strong>de</strong><br />
la Corte.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria llamó la atención <strong>de</strong> la<br />
concurrencia anunciando su proyectada rifa<br />
para la noche siguiente.<br />
Al efecto, quiso ver a la reina joven, a<br />
quien, como hemos dicho, había pedido una<br />
entrevista por la mañana.<br />
-Hija mía -le dijo-, tengo que anunciaros<br />
una buena nueva. <strong>El</strong> rey me ha dicho <strong>de</strong> vos las<br />
cosas más afectuosas. <strong>El</strong> rey es joven y fácil <strong>de</strong><br />
distraer; pero, en tanto que permanezcáis a mi<br />
lado, no se atreverá a separarse <strong>de</strong> vos, a quien<br />
por otra parte profesa el más vivo cariño. Esta<br />
noche hay rifa en mi habitación. ¿Vendréis?<br />
-Me han dicho -repuso la reina con cierto<br />
asomo <strong>de</strong> tímida reconvención- que Vuestra<br />
Majestad iba a rifar sus valiosos brazaletes,<br />
cuyo mérito es tal, que no hubiéramos <strong>de</strong>bido<br />
consentir que saliesen <strong>de</strong>l guardajoyas <strong>de</strong> la<br />
Corona, aun cuando no fuese más que porque<br />
os han pertenecido.
-Hija mía -dijo entonces Ana <strong>de</strong> Austria<br />
conociendo todo el pensamiento <strong>de</strong> su nuera y<br />
procurando consolarla <strong>de</strong> no haberle hecho<br />
aquel regalo-, era preciso atraer para siempre a<br />
mi tertulia a Madame.<br />
-¿A Madame? -murmuró ruborizándose<br />
la reina.<br />
-Sí, por cierto: ¿no os parece mejor tener<br />
en vuestro cuarto a una rival para vigilarla y<br />
dominarla, que saber que el rey está siempre en<br />
su cuarto dispuesto a galantearla y a <strong>de</strong>jarse<br />
galantear? Esa rifa es el cebo <strong>de</strong> que me valgo<br />
para ello. ¿Me lo censuráis todavía?<br />
-¡Oh, no! -murmuró María Teresa dando<br />
una mano con otra, con ese impulso propio <strong>de</strong><br />
la alegría española.<br />
-¿Ni sentiréis ya tampoco, querida mía,<br />
que no os haya dado esos brazaletes, como era<br />
mi intención?<br />
-¡Oh! ¡No, no, querida madre! ...<br />
-Pues bien, hija mía, tratad <strong>de</strong> poneros<br />
guapa, y que sea brillante nuestra tertulia:
cuanta más alegría manifestéis, pareceréis más<br />
encantadora y eclipsaréis a todas las damas en<br />
esplendor y dignidad.<br />
María Teresa se retiró entusiasmada.<br />
Una hora más tar<strong>de</strong> recibía Ana <strong>de</strong> Austria<br />
a Madame, y, llenándola <strong>de</strong> caricias:<br />
-¡Buenas noticias! -le dijo-. Al rey le ha<br />
agradado sobremanera la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> mi rifa.<br />
-Pues a mí no tanto, señora -repuso Madame-;<br />
ver unos brazaletes tan hermosos como<br />
ésos en otros brazos que los vuestros o los míos,<br />
es cosa a que no me puedo acostumbrar.<br />
-¡Vaya! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria ocultando<br />
bajo una sonrisa un agudo dolor que le acometió<br />
en aquel momento-. No toméis las cosas tan<br />
a pechos, ni vayáis a mirarlas por el lado peor.<br />
-Señora, la suerte es loca, y según me ha<br />
dicho, habéis puesto doscientos billetes.<br />
-Así es; pero no ignoráis que sólo ha <strong>de</strong><br />
haber un ganancioso.
-Indudablemente. Pero, ¿quién será?...<br />
¿Podéis <strong>de</strong>círmelo? -preguntó <strong>de</strong>sesperada<br />
Madame.<br />
-Ahora me recordáis que he tenido un<br />
sueño esta noche... ¡Oh! ¡Mis sueños son buenos!...<br />
¡Duermo tan poco!<br />
-¿Qué sueño?... ¿Estáis mala?<br />
-No -dijo la reina ahogando con una<br />
constancia admirable el tormento <strong>de</strong> otra punzada<br />
en el seno-. He soñado que le tocaban los<br />
brazaletes al rey.<br />
-¿Al rey?<br />
-Vais a preguntarme qué es lo que el rey<br />
pue<strong>de</strong> hacer con los brazaletes, ¿no es cierto?<br />
-Así es.<br />
-Y pensáis que sería una fortuna que el<br />
rey obtuviese los brazaletes..., porque entonces<br />
se vería obligado a regalarlos a alguien.<br />
-A vos, por ejemplo.<br />
-En cuyo caso los regalaré yo a mi vez,<br />
porque no iréis a suponer -dijo riendo la reinaque<br />
ponga esos brazaletes en rifa por gusto <strong>de</strong>
ganar, y sí sólo por regalarlos sin causar envidias.<br />
Pero si la suerte no quisiera sacarme <strong>de</strong>l<br />
apuro, entonces corregiré a la suerte, y ya tengo<br />
pensado a quién he <strong>de</strong> ofrecer los brazaletes.<br />
Estas palabras fueron pronunciadas con<br />
una sonrisa tan expresiva, que Madame <strong>de</strong>bió<br />
correspon<strong>de</strong>r a ella con un beso en señal <strong>de</strong><br />
gracias.<br />
-Pero -repuso Ana <strong>de</strong> Austria-, ¿no sabéis<br />
tan bien como yo que si el rey obtuviese los<br />
brazaletes no me los <strong>de</strong>volvería?<br />
-Entonces se los daría a la reina. No, por<br />
la misma razón que tiene para no <strong>de</strong>volvérmelos<br />
a mí, pues si hubiese querido dárselos a la<br />
reina, no tenía necesidad <strong>de</strong> valerme <strong>de</strong> él para<br />
hacerlo.<br />
Madame lanzó una mirada oblicua a los<br />
brazaletes, que resplan<strong>de</strong>cían en su estuche<br />
sobre una consola inmediata.<br />
-¡Qué hermosos son! Pero olvidamos -<br />
añadió- que el sueño <strong>de</strong> Vuestra Majestad no es<br />
más que un sueño.
-Mucho extrañaría -replicó Ana <strong>de</strong> Austria-<br />
que mi sueño me engañase, porque rara<br />
vez me ha sucedido.<br />
-Entonces, podéis ser profeta.<br />
-Ya os he dicho, hija mía, que casi nunca<br />
sueño; ¡pero es una coinci<strong>de</strong>ncia tan rara la <strong>de</strong><br />
ese sueño con mis i<strong>de</strong>as! ¡Se ajusta tan perfectamente<br />
a mis combinaciones!<br />
-¿Qué combinaciones?<br />
-Por ejemplo, la <strong>de</strong> que los brazaletes<br />
fuesen para vos.<br />
-Entonces no le tocarán al rey.<br />
-¡Oh! -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-. No hay tanta<br />
distancia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Su Majestad al vuestro<br />
... a vos, que sois su hermana amada ... No<br />
hay tanta distancia, repito, que pueda <strong>de</strong>cirse<br />
que el sueño sea engañoso. Examinad y pensad<br />
bien las probabilida<strong>de</strong>s que tenéis a vuestro<br />
favor.<br />
-Veamos.<br />
-En primer lugar, la <strong>de</strong>l sueño. Si el rey<br />
gana, <strong>de</strong> seguro son para vos los brazaletes.
-Admito esa probabilidad.<br />
-Si la suerte os es propicia, entonces no<br />
hay que dudar que son vuestros ...<br />
-Naturalmente; también es admisible.<br />
-Luego si la suerte se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> por Monsieur.<br />
. .<br />
-¡Oh! -exclamó Madame prorrumpiendo<br />
en una carcajada-. Se los daría al caballero <strong>de</strong><br />
Lorena.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria se echó a reír como su<br />
nuera, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> tan buena gana, que le repitió<br />
el dolor y se puso lívida en medio <strong>de</strong> aquel<br />
acceso <strong>de</strong> hilaridad.<br />
-¿Qué tenéis? -dijo asustada Madame.<br />
-Nada, nada; el dolor <strong>de</strong> costado... He<br />
reído mucho... Estábamos en la cuarta probabilidad.<br />
-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />
-¡Oh! Lo que es ésa no la veo.<br />
-Perdonad, que no estoy excluida <strong>de</strong><br />
entrar en suerte, y, si me tocan los brazaletes,<br />
estáis segura <strong>de</strong> mí.
-¡Gracias, gracias! -exclamó Madame.<br />
-Espero que os consi<strong>de</strong>réis como favorecida,<br />
y que ahora empiece a tomar mi sueño a<br />
vuestros ojos aspecto <strong>de</strong> realidad.<br />
-Me dais realmente esperanza y confianza<br />
-dijo Madame-, y los brazaletes ganados<br />
<strong>de</strong> este modo serán mucho más valiosos para<br />
mí.<br />
-¿Conque hasta la noche? -¡Hasta la noche!<br />
Y ambas princesas se separaron. Ana <strong>de</strong><br />
Austria, <strong>de</strong>spués que se marchó su nuera, dijo<br />
entre sí, examinando los brazaletes:<br />
-Preciosos son, efectivamente, puesto<br />
que por ellos me conciliaré esta noche un corazón,<br />
al paso que habré adivinado un secreto.<br />
Y, volviendo luego hasta su <strong>de</strong>sierta<br />
alcoba:<br />
-¿Es <strong>de</strong> este modo como te habrías manejado<br />
tú, pobre Chevreuse? -dijo lanzando al<br />
aire su voz-. Sí, ¿no es verdad?
Y, con el eco <strong>de</strong> aquella invocación, se<br />
reanimó en ella, como un perfume <strong>de</strong> otro<br />
tiempo, toda su juventud, toda su loca imaginación,<br />
toda su felicidad.<br />
VI<br />
EL SORTEO<br />
A las ocho <strong>de</strong> la noche hallábanse todos<br />
reunidos con la reina madre. Ana <strong>de</strong> Austria,<br />
en traje <strong>de</strong> ceremonia y engalanada con los restos<br />
<strong>de</strong> su hermosura y todos los recursos que la<br />
coquetería pue<strong>de</strong> poner en manos hábiles, disimulaba,<br />
o procuraba más bien disimular, a la<br />
turba <strong>de</strong> jóvenes cortesanos que la ro<strong>de</strong>aban y<br />
admiraban todavía, merced a las combinaciones<br />
que <strong>de</strong>jamos expuestas en el capítulo anterior,<br />
los estragos ya visibles <strong>de</strong> aquella enfermedad<br />
que <strong>de</strong>bía llevarla al sepulcro algunos<br />
años <strong>de</strong>spués.<br />
Madame, casi tan coqueta como Ana <strong>de</strong><br />
Austria, y la reina, sencilla y natural como
siempre, estaban sentadas a sus lados y se disputaban<br />
sus agasajos.<br />
Las camaristas, reunidas en cuerpo <strong>de</strong><br />
ejército para resistir con más fuerza, y, <strong>de</strong> consiguiente,<br />
con mejor éxito, a los maliciosos dichos<br />
que los cortesanos les dirigían, prestábanse,<br />
como un batallón en cuadro, el mutuo<br />
auxilio <strong>de</strong> un buen ataque y <strong>de</strong> una buena <strong>de</strong>fensa.<br />
Montalais, hábil en semejante guerra <strong>de</strong><br />
tiradores, protegía toda la línea con el fuego<br />
incesante que dirigía contra el enemigo.<br />
Saint-Aignan, <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong>l rigor,<br />
insolente a fuerza <strong>de</strong> ser obstinado, <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> Tonnay-Charente, procuraba volverle la<br />
espalda; pero, vencido por el irresistible resplandor<br />
<strong>de</strong> los dos gran<strong>de</strong>s ojos <strong>de</strong> la hermosura,<br />
volvía a cada paso a consagrar su <strong>de</strong>rrota<br />
con nuevas sumisiones, a las que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />
contestar la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente con<br />
nuevas impertinencias.
Saint-Aignan no sabía a qué santo encomendarse.<br />
La Valliére tenía, no una corte, sino un<br />
principio <strong>de</strong> cortesanos. Saint-Aignan, con la<br />
esperanza <strong>de</strong> a raerse por medio <strong>de</strong> su maniobra<br />
las miradas <strong>de</strong> Atenaida, fue a saludar a la<br />
joven con un respeto que a ciertos espíritus<br />
miopes les había hecho creer en la voluntad <strong>de</strong><br />
contrapesar a Atenaida con Luisa.<br />
Pero éstos eran solamente los que no<br />
habían visto ni oído referir la escena <strong>de</strong> la lluvia.<br />
Sólo que, como la mayoría estaba ya informada,<br />
y bien informada, su favor <strong>de</strong>clarado<br />
había atraído hacia ella a los más hábiles como<br />
a los más imbéciles <strong>de</strong> la Corte.<br />
Los primeros, porque <strong>de</strong>cían, unos como<br />
Montaige: "¡Qué sabemos!"; y otros, como<br />
Rabelais: "Pue<strong>de</strong> se?'.<br />
<strong>El</strong> mayor número siguió a aquéllos, como<br />
en las cacerías cinco o seis po<strong>de</strong>ncos hábiles<br />
siguen solos la pista <strong>de</strong> la presa, en tanto que el
esto <strong>de</strong> la traílla no sigue más que la pista <strong>de</strong><br />
los po<strong>de</strong>ncos.<br />
Las reinas y Madame examinaban los<br />
trajes <strong>de</strong> sus camaristas, así como los <strong>de</strong> otras<br />
damas, dignándose olvidar por un instante que<br />
eran reinas, para acordarse <strong>de</strong> que eran mujeres.<br />
Lo cual equivale a <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>strozaban<br />
sin piedad a las pobres víctimas.<br />
Las miradas <strong>de</strong> ambas princesas recayeron<br />
simultáneamente sobre La Valliére, la cual,<br />
según hemos dicho, se hallaba a la sazón ro<strong>de</strong>ada<br />
<strong>de</strong> mucha gente.<br />
Madame no tuvo piedad.<br />
-Verda<strong>de</strong>ramente -dijo inclinándose<br />
hacia la reina madre-, si la suerte fuese justa,<br />
<strong>de</strong>bería favorecer a la pobre La Valliére.<br />
-Eso no es posible -repuso la reina madre,<br />
sonriendo.<br />
-¿Por qué?<br />
-No hay más que doscientos billetes, y<br />
no todos han podido ser puestos en lista.
-¿Conque no entra en suerte?<br />
-No.<br />
-¡Qué lástima! Pues hubiese podido ganarlos<br />
y ven<strong>de</strong>rlos. -¡Ven<strong>de</strong>rlos! -exclamó la<br />
reina. -Sí; con eso hubiera podido formarse una<br />
dote, y no se vería obligada a casarse sin llevar<br />
nada, como le suce<strong>de</strong>rá probablemente.<br />
-¡Oh! ¡Bah! ¡Pobre niña! -dijo la reina<br />
madre-. Pues qué, ¿no tiene vestidos?<br />
Y pronunció estas palabras como mujer<br />
que nunca ha podido saber lo que era medianía.<br />
-¡Caramba! Dios me perdone, pero me<br />
parece que trae el mismo vestido que llevaba<br />
esta mañana en el paseo, y que habrá podido<br />
conservar, gracias al cuidado que se tomó el rey<br />
<strong>de</strong> ponerla a cubierto <strong>de</strong> la lluvia.<br />
En el mismo instante en que pronunciaba<br />
Madame estas palabras, entraba el<br />
rey.<br />
Las dos princesas no hubieran advertido<br />
quizá esta llegada, tan ocupadas como se halla-
an en murmurar, si Madame no viera <strong>de</strong> pronto<br />
turbarse a La Valliére, <strong>de</strong> pie frente a la galería,<br />
y <strong>de</strong>cir algunas palabras a los cortesanos<br />
que la ro<strong>de</strong>aban, los cuales se apartaron al punto.<br />
Este movimiento hizo que Madame mirase<br />
hacia la puerta, mientras el capitán <strong>de</strong> los guardias<br />
anunciaba al rey.<br />
A aquel anuncio, La Valliére, que hasta<br />
entonces había tenido los ojos fijos en la galería,<br />
los bajó <strong>de</strong> pronto.<br />
<strong>El</strong> rey entró.<br />
Presentóse con una magnificencia llena<br />
<strong>de</strong> gusto, y conversaba con Monsieur y el duque<br />
<strong>de</strong> Roquelaure, los cuales iban, el primero a<br />
la <strong>de</strong>recha, y el segundo a la izquierda <strong>de</strong>l rey.<br />
<strong>El</strong> rey se a<strong>de</strong>lantó primero hacia las reinas,<br />
a quienes saludó con gracioso respeto.<br />
Cogió la mano <strong>de</strong> su madre, la besó, dirigió<br />
algunos cumplidos a Madame sobre la elegancia<br />
<strong>de</strong> su traje, y principió a dar la vuelta a la<br />
asamblea.
La Valliére fue saludada lo mismo que<br />
las <strong>de</strong>más.<br />
Luego volvió Su Majestad adon<strong>de</strong> estaban<br />
su madre y su mujer. Cuando los cortesanos<br />
notaron que el rey no había dirigido más<br />
que una frase trivial a aquella joven tan solicitada<br />
por la mañana, sacaron al momento una<br />
conclusión <strong>de</strong> aquella frialdad.<br />
La conclusión fue que el rey había atenido<br />
un capricho, pero que el capricho había<br />
pasado ya.<br />
Sin embargo, una cosa era <strong>de</strong> advertir, y<br />
es, que junto a La Valliére, y en el número <strong>de</strong><br />
los cortesanos, se hallaba el señor Fouquet, cuya<br />
respetuosa urbanidad servía <strong>de</strong> escudo a la<br />
joven en medio <strong>de</strong> las distintas emociones que<br />
la agitaban visiblemente.<br />
Disponíase el señor Fouquet a hablar<br />
más íntimamente con la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />
cuando se aproximó el señor Colbert, y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> hacer una reverencia a Fouquet con todas las<br />
reglas <strong>de</strong> la más respetuosa cortesanía, pareció
esuelto a instalarse al lado <strong>de</strong> La Valliére para<br />
trabar conversación con ella.<br />
Fouquet <strong>de</strong>jó al punto el puesto. Montalais<br />
y Malicorne <strong>de</strong>voraban con los ojos toda<br />
aquella maniobra y enviábanse mutuamente<br />
sus observaciones.<br />
Guiche, colocado en el hueco <strong>de</strong> una<br />
ventana, no veía más que a Madame. Mas como<br />
ésta, por su parte, fijaba con frecuencia su mirada<br />
en La Valliére; los ojos <strong>de</strong> Guiche, guiados<br />
por los <strong>de</strong> Madame, se encaminaban también<br />
alguna que otra vez hacia la joven.<br />
La Valliére sentía como por instinto que<br />
le abrumaba cada vez más el peso <strong>de</strong> todas<br />
aquellas miradas, cargadas unas <strong>de</strong> interés y<br />
otras <strong>de</strong> envidia; pero no tenía para compensar<br />
su pa<strong>de</strong>cimiento ni una palabra <strong>de</strong> interés <strong>de</strong><br />
parte <strong>de</strong> sus compañeras, ni una mirada amorosa<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
De manera que nadie podría <strong>de</strong>cir lo<br />
que pa<strong>de</strong>cía la pobre muchacha.
La reina madre hizo acercar entonces el velador<br />
don<strong>de</strong> estaban los billetes <strong>de</strong> la rifa, en numero<br />
<strong>de</strong> doscientos, y rogó a madame <strong>de</strong> Motteville<br />
que leyese la lista <strong>de</strong> los elegidos.<br />
Excusado es <strong>de</strong>cir que esa lista estaba<br />
formada con sujeción a las reglas <strong>de</strong> la etiqueta:<br />
primero figuraba el rey, luego la reina madre,<br />
la reina, Monsieur, Madame, y por este or<strong>de</strong>n<br />
los <strong>de</strong>más.<br />
Latían los corazones al escuchar aquella<br />
lectura. Bien habría trescientos convidados en<br />
la habitación <strong>de</strong> la reina. Cada cual se preguntaba<br />
si su nombre figuraría en el número <strong>de</strong> los<br />
privilegiados.<br />
<strong>El</strong> rey escuchaba con tanta atención como<br />
los <strong>de</strong>más. Pronunciado el último nombre,<br />
vio que La Valliére no estaba incluida en la lista.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, todos pudieron advertir<br />
aquella omisión.<br />
<strong>El</strong> rey se puso encendido, como siempre<br />
que sufría alguna contrariedad.
La Valliére, apacible y resignada, no<br />
manifestó la menor emoción. Durante toda la<br />
lectura no había el rey apartado <strong>de</strong> ella los ojos;<br />
la joven mostrábase en extremo complacida<br />
bajo aquella feliz influencia que sentía exten<strong>de</strong>rse<br />
en re<strong>de</strong>dor suyo, sin que su alegría y su<br />
pureza le permitieran abrigar en su alma y en<br />
su ánimo otro pensamiento que no fuese amor.<br />
<strong>El</strong> rey pagaba con la duración <strong>de</strong> su mirada<br />
aquella profunda abnegación, mostrando<br />
<strong>de</strong> este modo a su amante que comprendía toda<br />
la extensión y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ella.<br />
Cerrada la lista, todos los semblantes <strong>de</strong><br />
las mujeres omitidas u olvidadas no pudieron<br />
menos <strong>de</strong> manifestar su <strong>de</strong>scontento.<br />
Malicorne quedó olvidado también en el<br />
número <strong>de</strong> los hombres, y su gesto dijo claramente<br />
a Montalais, a quien le había cabido<br />
igual olvido:<br />
-¿Será cosa <strong>de</strong> que nos compongamos<br />
con la fortuna, <strong>de</strong> modo que no nos <strong>de</strong>je olvidados?
-¡Oh! ¡Sí tal! -respondió la sonrisa inteligente<br />
<strong>de</strong> la señorita Aura.<br />
Distribuyéronse los billetes entre todos<br />
los incluidos, por su or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> numeración.<br />
<strong>El</strong> rey recibió primero el suyo, luego la<br />
reina madre, la reina, Monsieur, Madame, y así<br />
los otros.<br />
Entonces abrió Ana <strong>de</strong> Austria un saquito<br />
<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> España que contenía doscientos<br />
números grabados en otras tantas bolas <strong>de</strong> nácar,<br />
y lo presentó abierto a la más joven <strong>de</strong> sus<br />
camaristas, a fin <strong>de</strong> que sacase una bola.<br />
La ansiedad general, en medio <strong>de</strong> todos<br />
aquellos preparativos hechos lentamente, era<br />
más bien <strong>de</strong> codicia que <strong>de</strong> curiosidad.<br />
Saint-Aignan se inclinó al oído <strong>de</strong> la<br />
señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente:<br />
-Ya que cada uno <strong>de</strong> nosotros tiene su<br />
número, unamos nuestra suerte, señorita -le<br />
dijo-: Si gano, son para vos los brazaletes; si<br />
ganáis, me contentaré con una sola mirada <strong>de</strong><br />
vuestros encantadores ojos.
-No -repuso Atenaida-; si ganáis, serán<br />
vuestros los brazaletes. A cada cual lo suyo.<br />
-Sois inexorable -exclamó Saint-Aignan-,<br />
y os contestaré con esta redondilla; Iris bella<br />
que a mis penas Os manifestáis esquiva . . .<br />
-¡Silencio! -dijo Atenaida-. Que vais a<br />
impedirme oír el número premiado.<br />
-¡Número uno! -gritó la joven que había<br />
sacado la bola <strong>de</strong> nácar <strong>de</strong>l saquito <strong>de</strong> piel <strong>de</strong><br />
España.<br />
-¡<strong>El</strong> rey! -exclamó la reina madre.<br />
-¡<strong>El</strong> rey ha ganado! -repitió la reina, gozosa.<br />
-¡Oh! ¡<strong>El</strong> rey! ¡Vuestro sueño! -exclamó<br />
Madame, gozosa también, acercándose al oído<br />
<strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria.<br />
<strong>El</strong> rey fue el único que no dio señal alguna<br />
<strong>de</strong> satisfacción. Únicamente dio gracias a<br />
la fortuna <strong>de</strong> lo que había hecho en su favor<br />
dirigiendo un ligero saludo a la joven que había<br />
sido elegida como mandataria <strong>de</strong> fugaz diosa.<br />
Luego, recibiendo <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria,
en medio <strong>de</strong> los murmullos codiciosos <strong>de</strong> toda<br />
la asamblea, el estuche que contenía los brazaletes:<br />
-¿Son realmente preciosos estos brazaletes?<br />
-preguntó.<br />
-Examinadlos -repuso Ana <strong>de</strong> Austria- y<br />
juzgad por vos mismo.<br />
<strong>El</strong> rey los miró atentamente.<br />
-Sí -dijo-. ¡Admirable es, en efecto, este<br />
medallón! ¡Qué bien acabado!<br />
- Sí que lo está -añadió Madame.<br />
La reina María Teresa conoció fácilmente,<br />
y a la primera ojeada, que el rey no le ofrecería<br />
los brazaletes, pero, como tampoco parecía<br />
pensar siquiera en ofrecerlos a Madame, se dio<br />
por satisfecha, o poco menos.<br />
<strong>El</strong> rey tomó asiento.<br />
Los cortesanos que gozaban <strong>de</strong> mayor<br />
familiaridad vinieron entonces sucesivamente a<br />
admirar <strong>de</strong> cerca la alhaja, que muy luego, con<br />
la venia <strong>de</strong>l rey, fue pasando <strong>de</strong> mano en mano.
Seguidamente, todos, entendidos o no,<br />
lanzaron exclamaciones <strong>de</strong> sorpresa y abrumarán<br />
al rey a felicitaciones.<br />
Había motivo, en efecto, para que todo<br />
el mundo admirase, unos los diamantes, otros<br />
el grabado.<br />
Las damas mostraban patentemente su<br />
impaciencia por ver aquel tesoro monopolizado<br />
por los caballeros.<br />
-Señores, señores -dijo el rey, a quien<br />
nada pasaba inadvertido-; nadie diría sino que<br />
lleváis brazaletes como los sabinos; <strong>de</strong>jad que<br />
los vean las damas, que me parece son en este<br />
punto más inteligentes que vosotros.<br />
Semejantes palabras le parecieron a Madame<br />
el principio <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión que se esperaba.<br />
Leía , a<strong>de</strong>más, esa bienhadada creencia<br />
en los ojos <strong>de</strong> la reina madre.<br />
<strong>El</strong> cortesano que los tenía en el instante<br />
<strong>de</strong> lanzar el rey aquella observación en medio<br />
<strong>de</strong> la agitación general, se apresuró a poner los
azaletes en manos <strong>de</strong> la reina María Teresa, la<br />
cual, sabiendo que no le estaban <strong>de</strong>stinados, los<br />
miró muy por encima y los pasó a manos <strong>de</strong><br />
Madame.<br />
Esta, y, más -particularmente todavía,<br />
Monsieur, fijó en los brazaletes una <strong>de</strong>tenida<br />
mirada <strong>de</strong> codicia.<br />
Luego pasó la alhaja a las damas inmediatas,<br />
pronunciando una sola palabra, pero<br />
con acento que equivalía a una larga frase:<br />
-¡Magníficos!<br />
Las damas que recibieron los brazaletes<br />
<strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Madame emplearon el tiempo que<br />
les pareció conveniente en examinarlos, y en<br />
seguida los hicieron circular por su <strong>de</strong>recha.<br />
Mientras tanto conversaba el rey tranquilamente<br />
con Guiche y Fouquet. Dejaba<br />
hablar, más bien que escuchaba.<br />
Acostumbrados a 'ciertos giros <strong>de</strong> frases,<br />
su oído, como el <strong>de</strong> todos los hombres que<br />
ejercen sobre otros una superioridad incontestable,<br />
no recogía <strong>de</strong> los discursos pronunciados
en torno suyo más que la palabra indispensable<br />
que merece una contestación.<br />
En cuanto a su atención, estaba en otra<br />
parte. Vagaba con sus ojos. La señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente<br />
era la última <strong>de</strong> las damas inscritas<br />
para los billetes, y, como si hubiera tomado<br />
jerarquía según su inscripción, no tenía <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> ella más que a Montalais y a La Valliére.<br />
Al llegar los brazaletes a estas últimas,<br />
nadie pareció hacer alto en ello.<br />
La humildad <strong>de</strong> las manos en que momentáneamente<br />
estaban aquellas joyas, les quitaba<br />
toda su importancia.<br />
Lo cual no impidió, sin embargo, que a<br />
Montalais le brincase el corazón <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong><br />
envidia y <strong>de</strong> codicia a la vista <strong>de</strong>. aquellas hermosas<br />
piedras, más todavía que por aquel exquisito<br />
trabajo.<br />
Era indudable que si a Montalais le<br />
hubiesen dado a elegir entre el valor pecuniario
y la belleza artística, habría preferido sin titubear<br />
los diamantes a los camafeos.<br />
De suerte que le costó gran trabajo<br />
hacerlos pasar a manos <strong>de</strong> su compañera La<br />
Valliére.<br />
La Valliére fijó en las alhajas una mirada<br />
casi indiferente.<br />
-¡Oh! ¡Qué preciosos son estos brazaletes<br />
y qué magníficos! -exclamó Montalais-. ¿Y<br />
no te extasías en ellos, Luisa? ¿Has <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
ser mujer?<br />
-No -respondió la joven con un tono <strong>de</strong><br />
encantadora melancolía-. ¿A qué <strong>de</strong>sear lo que<br />
no pue<strong>de</strong> pertenecernos?<br />
<strong>El</strong> rey, con la cabeza inclinada hacia<br />
a<strong>de</strong>lante, escuchaba lo que la joven iba a <strong>de</strong>cir.<br />
Apenas la vibración <strong>de</strong> aquella voz llegó<br />
a herir su oído, se levantó lleno <strong>de</strong> satisfacción,<br />
y, atravesando todo el círculo para ir adon<strong>de</strong><br />
estaba La Valliére:
-Os equivocáis, señorita -dijo-; sois mujer,<br />
y toda mujer tiene <strong>de</strong>recho a las alhajas <strong>de</strong><br />
mujer.<br />
-¡Oh! -exclamó La Valliére-. ¿Vuestra<br />
Majestad no quiere creer en m¡ mo<strong>de</strong>stia?<br />
-Creo, señorita, que tenéis todas las virtu<strong>de</strong>s,<br />
tanto la franqueza como las <strong>de</strong>más; por<br />
consiguiente, os conjuro que digáis francamente<br />
lo que pensáis <strong>de</strong> estos brazaletes.<br />
-Que son tan hermosos, Majestad, que<br />
sólo pue<strong>de</strong>n ser ofrecidos a una reina.<br />
-Celebro mucho que sea ésa vuestra<br />
opinión, señorita; los brazaletes son vuestros, y<br />
el rey os ruega que los aceptéis.<br />
Y como La Valliére, con un movimiento<br />
parecido al espanto, alargase vivamente el estuche<br />
al rey, el rey rechazó dulcemente con su<br />
mano la mano trémula <strong>de</strong> La Valliére.<br />
Un silencio <strong>de</strong> sorpresa, más fúnebre<br />
aún que un silencio sepulcral, reinaba en toda<br />
la asamblea Y, sin . embargo, por el lado don<strong>de</strong>
estaban las reinas, nadie había oído lo que el<br />
rey dijera, ni comprendido lo que había hecho.<br />
Una caritativa amiga se encargó <strong>de</strong> esparcir<br />
la noticia. Fue la señorita <strong>de</strong> Tonnay-<br />
Charente, a quien Madame había hecho seña<br />
que se aproximase.<br />
-¡Dios mío! -exclamó Tonnay-Charente-.<br />
¡Qué afortunada es esa La Valliére! ¡<strong>El</strong> rey le ha<br />
regalado los brazaletes!<br />
Madame se mordió los labios con tal<br />
coraje, que la sangre brotó en la superficie <strong>de</strong> la<br />
piel.<br />
La reina joven miraba sucesivamente a<br />
La Valliére y a Madame, y se echó a reír.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria apoyó su barba en su<br />
hermosa y blanca mano, y permaneció largo<br />
rato absorta por una sospecha que le roía el<br />
ánimo, y por un dolor terrible que le roía el<br />
corazón.<br />
Guiche, viendo pali<strong>de</strong>cer a Madame,<br />
adivinando la causa <strong>de</strong> aquella pali<strong>de</strong>z, aban-
donó precipitadamente la asamblea y <strong>de</strong>sapareció.<br />
Malicorne pudo <strong>de</strong>slizarse entonces<br />
hasta don<strong>de</strong> se hallaba Montalais, y, a favor <strong>de</strong>l<br />
tumulto general <strong>de</strong> las conversaciones:<br />
-Aura -le dijo-, tienes cerca <strong>de</strong> ti nuestra<br />
fortuna y nuestro porvenir.<br />
-Sí -contestó aquélla.<br />
Y abrazó tiernamente a La Valliére, a<br />
quien en su interior estaba tentada <strong>de</strong> estrangular.<br />
V<strong>II</strong><br />
MALAGA<br />
Durante todo aquel largo y violento<br />
<strong>de</strong>bate entre- las ambiciones <strong>de</strong> la Corte y los<br />
amores <strong>de</strong>l corazón, uno <strong>de</strong> nuestros personajes,<br />
el que menos <strong>de</strong>satendido <strong>de</strong>bía ser tal vez,<br />
se hallaba olvidado completamente y reducido<br />
a una posición poco lisonjera.<br />
En efecto, Artagnan, Artagnan, porque<br />
es preciso llamarle por su nombre para que se
ecuer<strong>de</strong> que ha existido. Artagnan no tenía nada<br />
que hacer en aquel mundo brillante y frívolo.<br />
Después <strong>de</strong> haber seguido al rey a Fontainebleau,<br />
y <strong>de</strong> haber visto todas las diversiones<br />
pastoriles y todos los disfraces cómico-heroicos<br />
<strong>de</strong> su soberano, el mosquetero había llegado a<br />
persuadirse <strong>de</strong> que aquello no bastaba a tenerle<br />
satisfecho.<br />
Acometido a cada paso por personas<br />
que le <strong>de</strong>cían:<br />
-¿Cómo os parece que me cae este traje,<br />
señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />
Les respondía con su voz placentera y<br />
socarrona:<br />
-Os hallo tan bien vestido como el mono<br />
más hermoso <strong>de</strong> la feria <strong>de</strong> San Lorenzo.<br />
Era éste uno <strong>de</strong> aquellos cumplimientos<br />
que acostumbraba a hacer Artagnan cuando no<br />
quería hacer otro: <strong>de</strong> consiguiente, no había<br />
más remedio que contentarse con él <strong>de</strong> grado o<br />
por fuerza.<br />
Y cuando le preguntaban:
-Señor Artagnan, ¿cómo os vestís esta<br />
noche?<br />
Respondía:<br />
-Lo que haré será <strong>de</strong>snudarme. Lo cual<br />
hacía reír hasta a las damas.<br />
Pero <strong>de</strong>spués que el mosquetero pasó<br />
dos días <strong>de</strong> aquel modo, y conoció que ningún<br />
asunto serio se ventilaba, y que el rey había<br />
olvidado o parecía haber olvidado completamente<br />
a París, Saint-Mandé y Belle-Isle;<br />
que el señor Colbert soñaba con morteretes y<br />
fuegos artificiales; Que las damas tenían un<br />
mes, por lo menos, para dar y recibir miradas;<br />
Artagnan solicitó al rey una licencia para asuntos<br />
<strong>de</strong> familia. En el momento en que Artagnan<br />
hacía aquella petición, el rey se acostaba, cansado<br />
<strong>de</strong> tanto bailar.<br />
-¿Conque queréis <strong>de</strong>jarme, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan? -preguntó con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />
Luis XIV no llegaba a compren<strong>de</strong>r nunca<br />
que se separase nadie <strong>de</strong> su lado cuando
podía tener el insigne honor <strong>de</strong> permanecer<br />
cerca <strong>de</strong> su persona.<br />
-Señor -dijo Artagnan-, os <strong>de</strong>jo porque<br />
no os sirvo <strong>de</strong> nada. Si al menos pudiera tener<br />
yo el balancín mientras vos bailáis, entonces<br />
sería otra cosa.<br />
-¿No sabéis, mi apreciado señor <strong>de</strong> Artagnan<br />
-replicó gravemente el rey-, que se baila<br />
sin balancín?<br />
-¡Ah! -repuso el mosquetero sin <strong>de</strong>jar su<br />
imperceptible ironía-. No lo sabía, en efecto.<br />
-¿No me habéis visto bailar? -preguntó<br />
el rey.<br />
-Sí, más creo que las dificulta<strong>de</strong>s irían<br />
en aumento. Me he engañado; razón <strong>de</strong> más<br />
para retirarme. Señor, lo siento; pero Vuestra<br />
Majestad no necesita <strong>de</strong> mí, y <strong>de</strong>más, si me necesitase,<br />
ya sabría dón<strong>de</strong> hallarme.<br />
Está bien -dijo el rey. Y le concedió la<br />
licencia.<br />
o buscaremos, pues, a Artagnan en Fontainebleau,<br />
porque sería cosa inútil; pero, con la
venia <strong>de</strong> nuestros lectores, lo hallaremos en la<br />
calle <strong>de</strong> los Lombardos, en "<strong>El</strong> Pilón <strong>de</strong> Oro", en<br />
casa <strong>de</strong> nuestro distinguido amigo Planchet.<br />
Son las ocho <strong>de</strong> la noche, hace calor, y<br />
sólo se ve abierta una ventana en un cuarto<br />
entresuelo.<br />
Un olor <strong>de</strong> especias, unido al olor menos<br />
exótico <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> la calle, subía a las<br />
narices <strong>de</strong>l mosquetero.<br />
Artagnan, recostado en un sillón <strong>de</strong> respaldo<br />
plano, con las piernas no estiradas, sino<br />
colocadas sobre un escabel, formaba el ángulo<br />
más obtuso que pue<strong>de</strong> suponerse.<br />
Sus ojos, tan astutos y movibles ordinariamente,<br />
estaban fijos y casi velados, y habían<br />
tomado por punto <strong>de</strong> mira invariable el trocito<br />
<strong>de</strong> cielo azul que se ve <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sgarrones<br />
<strong>de</strong> las chimeneas, porción justa y precisa <strong>de</strong><br />
azul que se necesitaría para remendar uno <strong>de</strong><br />
los sacos <strong>de</strong> lentejas o <strong>de</strong> judías que formaban<br />
el principal mueblaje <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong>l piso bajo.
Así tendido, así abismado en sus observaciones<br />
ultrafenestrales, no era ya el hombre<br />
<strong>de</strong> guerra ni el oficial <strong>de</strong> Palacio, sino un pechero<br />
bostezando entre la comida y la cena, y entre<br />
la cena y la hora <strong>de</strong> acostarse; uno <strong>de</strong> esos cerebros<br />
osificados, que no tienen sitito para la menor<br />
i<strong>de</strong>a, merced a la tenacidad con que la materia<br />
acecha en los puestos <strong>de</strong> la inteligencia, y<br />
vigila el contrabando que pudiera hacerse, introduciendo<br />
en el cerebro un síntoma <strong>de</strong> pensamiento.<br />
Hemos dicho que era <strong>de</strong> noche; las tiendas<br />
se iban iluminando, al paso que se cerraban<br />
las ventanas <strong>de</strong> los cuartos superiores; una patrulla<br />
<strong>de</strong> la ronda <strong>de</strong>jaba oír el ruido <strong>de</strong>sigual<br />
<strong>de</strong> sus pasos.<br />
Artagnan continuaba sin oír cosa alguna<br />
ni divisar más que el trocito azul <strong>de</strong> su cielo.<br />
A dos pasos <strong>de</strong> él, enteramente en la<br />
sombra, se hallaba acostado Planchet sobre un<br />
saco <strong>de</strong> maíz, con el vientre sobre el saco y los
azos bajo la barba, mirando a Artagnan pensar,<br />
soñar o dormir con los ojos abiertos.<br />
La observación duraba ya largo tiempo.<br />
Planchet principió por hacer:<br />
-¡Hum! ¡Hum!<br />
Artagnan no se movió.<br />
Planchet conoció entonces que era necesario<br />
apelar a un medio más eficaz, y, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> maduras reflexiones, lo que halló más ingenioso<br />
en las circunstancias <strong>de</strong>l momento fue<br />
<strong>de</strong>jarse rodar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el saco al suelo, murmurando<br />
contra él mismo la palabra:<br />
-¡Imbécil!<br />
Pero, a pesar <strong>de</strong>l ruido ocasionado por<br />
la caída <strong>de</strong> Planchet, Artagnan, que en el transcurso<br />
<strong>de</strong> su vida había oído ruidos mucho más<br />
extraños, no hizo el menor caso <strong>de</strong> aquél.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, una enorme carreta, cargada<br />
dé piedras, <strong>de</strong>sembocaba por la calle <strong>de</strong><br />
Saint-Médéric y embebía en el ruido <strong>de</strong> sus<br />
ruedas el ruido <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> Planchet.
Sin embargo, éste creyó ver sonreírse<br />
imperceptiblemente a Artagnan como en señal<br />
<strong>de</strong> aprobación tácita a la palabra imbécil.<br />
Por lo que, haciéndole cobrar algún<br />
ánimo, se aventuró á <strong>de</strong>cir:<br />
-¿Dormís acaso, señor <strong>de</strong> Artagnan?<br />
-No, Planchet; ni siquiera duermo -<br />
respondió el mosquetero.<br />
-Mucho siento -dijo Planchet- haber oído<br />
la palabra siquiera.<br />
-¿Y por qué? ¿No es palabra inteligible?<br />
-Sí tal, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¿Pues qué?<br />
-Es que esa palabra me aflige.<br />
-Desarróllame tu aflicción, Planchet -<br />
dijo Artagnan.<br />
-Si no dormís siquiera, según vuestra<br />
expresión, tanto vale a no tener el consuelo <strong>de</strong><br />
dormir. O mejor, es como si dijerais en otros<br />
términos: "Planchet, me aburro hasta no po<strong>de</strong>r<br />
más."
-Planchet, ya sabes que no me aburro<br />
jamás.<br />
-Excepto hoy, ayer y anteayer.<br />
-¡Bah!<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan, hace ocho días que<br />
habéis venido <strong>de</strong> Fontainebleau; hace ocho días<br />
que no tenéis nada que or<strong>de</strong>nar, ni podéis hacer<br />
maniobrar a vuestra compañía. Os falta el ruido<br />
<strong>de</strong> los mosquetes, <strong>de</strong> los tambores y <strong>de</strong> todo el<br />
aparato real; y yo, que también he llevado<br />
mosquete, sé perfectamente lo que es eso.<br />
-Planchet -respondió Artagnan-; te aseguro<br />
que no me aburro lo más mínimo.<br />
-Entonces, ¿qué hacéis ahí echado como<br />
un muerto?<br />
-Amigo Planchet, en el sitio <strong>de</strong> La Rochela,<br />
cuando yo permanecía allí, cuando tú<br />
estabas, cuando estábamos nosotros, en fin,<br />
había un árabe que tenía adquirida cierta celebridad<br />
por la <strong>de</strong>streza con que apuntaba las<br />
culebrinas. Era un mozo <strong>de</strong> talento, aunque <strong>de</strong><br />
color extraño, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> aceituna. Pues bien,
ese árabe, luego que había comido o trabajado,<br />
se tumbaba como yo lo estoy en este momento,<br />
y fumaba ciertas hojas mágicas en un gran tubo<br />
con boquilla <strong>de</strong> ámbar, y si acertaba a pasar<br />
algún jefe y le echaba en cara que estuviese<br />
durmiendo siempre, le respondía tranquilamente:<br />
"Más vale estar sentado que <strong>de</strong> pie,<br />
acostado que sentado, muerto que acostado."<br />
-Ese árabe era tan lúgubre por su valor<br />
como por sus sentencias -dijo Planchet-; me<br />
acuerdo <strong>de</strong> él muy bien, y también <strong>de</strong> que cortaba<br />
cabezas <strong>de</strong> protestantes con mucha satisfacción.<br />
-Precisamente; y por cierto que las embalsamaba<br />
cuando valían la pena.<br />
-Sí, y cuando se hallaba en esa operación,<br />
con todas sus hierbas y todas sus gran<strong>de</strong>s<br />
plantas, tenía las trazas <strong>de</strong> un cestero haciendo<br />
azafates.<br />
-Sí, Planchet; así era en efecto.<br />
-¡Oh! También yo tengo memoria.
-Lo creo; más, ¿qué me dices <strong>de</strong> su razonamiento?<br />
-Señor, lo encuentro exacto en parte,<br />
pero estúpido en otra.<br />
-Explícate, Planchet, explícate. -Pues<br />
bien, señor, en efecto, más vale estar sentado<br />
que <strong>de</strong> pie; eso es incontestable, sobre todo<br />
cuando se halla uno fatigado, en ciertas circunstancias...<br />
(y Planchet sonrió con aire picaresco).<br />
Más vale estar acostado que sentado; pero, en<br />
cuanto a la última proposición <strong>de</strong> que más vale<br />
estar muerto que acostado, <strong>de</strong>claro que la encuentro<br />
absurda; que mi preferencia absoluta<br />
está por la cama, ' y que, si no sois vos <strong>de</strong> mi<br />
opinión, es porque, como he tenido el honor <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>ciros hace poco, os aburrís soberanamente.<br />
-Planchet, ¿conoces al señor <strong>de</strong> La Fontaine?<br />
-¿<strong>El</strong> farmacéutico <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> la<br />
calle Saint-Médéric?<br />
-No, el fabulista.
-¡Ah! Maese Cuervo. -Exactamente; pues<br />
bien, yo soy su liebre.<br />
-¿Tiene también una liebre?<br />
-Y toda especie <strong>de</strong> animales.<br />
-¿Y qué hace su liebre?<br />
-Piensa.<br />
-¡Ah!<br />
-Planchet ,yo soy como la liebre <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> La Fontaine, y pienso.<br />
-¿Conque piensa ? -preguntó inquieto<br />
Planchet.<br />
-Sí, Planchet; tu habitación es bastante<br />
triste para inclinar a uno a la meditación; me p<br />
que no podrás menos <strong>de</strong> convenir en ello.<br />
Sin embargo, tenéis vistas a la calle.<br />
-¡Pardiez! Hay que ver lo recreativo que<br />
es, ¿eh?<br />
-No por eso es menos cierto, señor, que<br />
si habitáis la parte <strong>de</strong> atrás os aburriríais<br />
igualmente... No, quiero <strong>de</strong>cir que pensaríais<br />
más todavía.<br />
-No lo sé, a fe mía. Planchet.
-Si a lo menos -repuso el abacero- fuesen<br />
vuestros pensamientos <strong>de</strong> la especie <strong>de</strong>l que os<br />
condujo a la restauración <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>.<br />
Y Planchet hizo asomar a sus labios una<br />
sonrisita que no carecía <strong>de</strong> significación.<br />
-¡Hola, hola! ¿Eres ambicioso, Planchet?<br />
-¿No hay por ahí algún otro rey a quien<br />
restaurar, señor <strong>de</strong> Artagnan, u otro Monk a<br />
quien meter en algún cajón?<br />
-No, mi querido Planchet, todos los reyes<br />
están en sus tronos... quizá no tan bien como<br />
yo en esta silla, pero al fin mantiénense en<br />
ellos.<br />
Y Artagnan exhaló un suspiro.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo Planchet-, me<br />
estáis dando pena.<br />
-Tienes excelente corazón, Planchet.<br />
-¡Una sospecha me asalta, Dios me perdone!<br />
-¿Cuál?<br />
-Que os vais poniendo flaco, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan.
-¡Oh! -murmuró Artagnan dándose una<br />
puñada en el tórax, que resonó como una coraza<br />
hueca-; no pue<strong>de</strong> ser, Planchet.<br />
-Es que -dijo Planchet con efusión- si<br />
enflaquecieseis en mi casa...<br />
-¿Qué?<br />
-Sería capaz <strong>de</strong> cometer un atentado.<br />
-¿Cómo?<br />
-Sí.<br />
-Veamos: ¿qué harías?<br />
-Buscar al que es causa <strong>de</strong> vuestra pena.<br />
-¿Conque tengo una pena?<br />
-Sí, una tenéis.<br />
-No, Planchet.<br />
-Os digo que sí. Tenéis una pena, y eso<br />
es lo que os pone flaco.<br />
-¿Estás cierto <strong>de</strong> que voy enflaqueciendo?<br />
-A ojos vistas... ¡Málaga! Si continuáis<br />
enflaqueciendo, cojo mi tizona y me voy a cortar<br />
la cabeza al señor <strong>de</strong> Herblay.
-¡Cómo! -dijo Artagnan dando un brinco<br />
en su silla-. ¿Qué estás diciendo, Planchet, ni<br />
qué tiene que ver con vuestra abacería el nombre<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay?<br />
-¡Bien, bien! Enojaos cuanto queráis,<br />
ofen<strong>de</strong>dme, si os agrada; pero ¡pardiez! que sé<br />
muy bien lo que me sé.<br />
Durante esta segunda salida <strong>de</strong> Planchet,<br />
se había colocado Artagnan <strong>de</strong> modo que<br />
no se le escapase una sola <strong>de</strong> las miradas <strong>de</strong><br />
aquél; es <strong>de</strong>cir, que se hallaba sentado, con las<br />
manos apoyadas sobre las rodillas y el cuello<br />
estirado en la dirección <strong>de</strong>l digno abacero.<br />
-Veamos -dijo-, explícate, y dime cómo<br />
has podido proferir semejante blasfemia. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Herblay, tu antiguo jefe, amigo mío,<br />
un eclesiástico, un mosquetero transformado en<br />
obispo... ¿Te atreverías a levantar tu acero contra<br />
él, Planchet?<br />
-Sería capaz <strong>de</strong> levantarlo contra mi<br />
padre, cuando os veo en ese estado.<br />
-¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, un gentilhombre!
-Poco me importa que sea un gentilhombre<br />
o no. Lo que sé es que os hace estar<br />
triste, y <strong>de</strong> estar triste se pone uno flaco. ¡Málaga!<br />
No quiero que el señor <strong>de</strong> Artagnan salga<br />
<strong>de</strong> mi casa más flaco que entró.<br />
-¿Y por qué me hace estar triste? Explícate.<br />
-Hace tres noches que tenéis pesadillas.<br />
-¿Yo?<br />
-Sí, y en ellas no hacéis más que repetir:<br />
"¡Aramis, solapado Aramis!"<br />
-¿Eso he dicho? -preguntó Artagnan.<br />
-Sí por cierto, a fe <strong>de</strong> Planchet.<br />
-Bien, ¿y qué? Ya sabes el proverbio que<br />
dice: "Quimeras son los sueños".<br />
-No, porque en estos tres días, siempre<br />
que habéis salido no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> preguntarme<br />
al volver: "¿Has visto al señor <strong>de</strong> Herblay?"<br />
O bien: "¿Has recibido alguna carta <strong>de</strong>l<br />
señor <strong>de</strong> Herblay para mí?"
-Pero creo que nada tenga <strong>de</strong> particular<br />
que me interese por ese querido amigo -dijo<br />
Artagnan.<br />
-Sí, por cierto, mas no hasta el punto <strong>de</strong><br />
enflaquecer.<br />
-Planchet, ya engordaré, te doy mi palabra<br />
<strong>de</strong> honor.<br />
-Bien, señor; la acepto, pues sé que<br />
cuando dais vuestra palabra, eso es sagrado...<br />
-No soñaré más con Aramis.<br />
-¡Muy bien!<br />
-No te preguntaré tampoco si hay carta<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Herblay.<br />
-¡Perfectamente!<br />
-Pero vas a explicarme una cosa.<br />
-Hablad, señor.<br />
-Ya sabes que soy naturalmente observador.<br />
-Lo sé muy bien...<br />
-Y hace poco has pronunciado un juramento<br />
singular...
-Sí.<br />
-Que no te había oído jamás.<br />
-¿Malagá, queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Precisamente.<br />
-Es el juramento que empleo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
soy abacero.<br />
-Lo encuentro muy natural; ése es el<br />
nombre <strong>de</strong> unas pasas.<br />
-Es mi juramento <strong>de</strong> ferocidad; cuando<br />
llego a <strong>de</strong>cir ¡malagá!, ya no soy un hombre.<br />
-Pero es el caso que no te conocía ese<br />
juramento.<br />
-Así es, señor; me lo han dado. Y, al<br />
pronunciar Planchet estas palabras, guiñó el ojo<br />
con cierto aire <strong>de</strong> truhanería que llamó la atención<br />
<strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¡Je, je! -dijo.<br />
-¡Je, je! -repitió Planchet.<br />
-¡Hola, hola, señor Planchet!<br />
Qué diantre, señor! –dijo Planchet-. Yo<br />
no soy como vos, ni me paso la vida en pensar.<br />
-No haces bien.
-Quiero <strong>de</strong>cir, en aburrirme, señor: ya<br />
que la vida es corta, ¿por qué no aprovecharla?<br />
-Por lo que veo, eres filósofo epicúreo,<br />
Planchet.<br />
-¿Y por qué no? La mano está buena, y<br />
escribe y pesa azúcar y especias; el pie está seguro,<br />
se baila y se pasea; el estómago tiene<br />
dientes, se <strong>de</strong>vora y se digiere; el corazón no<br />
está aún muy encallecido... Pues bien, señor...<br />
-¿Qué? Veamos.<br />
-¡Ahí está!. . . -dijo el abacero restregándose<br />
las manos. Artagnan cruzó una pierna<br />
sobre otra.<br />
-Planchet, amigo mío -dijo-, ¿sabes que<br />
me <strong>de</strong>jas estupefacto <strong>de</strong> sorpresa?<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque te revelas a mí bajo un aspecto<br />
<strong>de</strong>l todo nuevo. Lisonjeado Planchet en alto<br />
grado, continuó restregándose las manos hasta<br />
arrancarse la epi<strong>de</strong>rmis.<br />
-¡Ah! ¡ah! -dijo-. ¿Creéis que porque sea<br />
un bestia, soy un imbécil?
-Bien, Planchet; eso ya es un razonamiento.<br />
-Seguid bien mi i<strong>de</strong>a, señor. Yo he dicho<br />
para mí -prosiguió Planchet-: sin placer, no hay<br />
felicidad sobre 1ª tierra.<br />
-¡Qué verdad es eso que has icho, Planchet!<br />
-interrumpió Artagnan.<br />
-Pues procurémonos, si no placer, por lo<br />
menos consuelos.<br />
-¿Y consigues consolarte?<br />
-Sí, por cierto.<br />
-¿Y a ver cómo?<br />
-Armándose <strong>de</strong> un broquel para ir a<br />
combatir el fastidio. Arreglo mi tiempo <strong>de</strong> paciencia,<br />
y la víspera, precisamente, <strong>de</strong>l día en<br />
que veo que voy a aburrirme, me divierto.<br />
-¿Y no es más difícil que eso?<br />
-No.<br />
-¿Y has hallado eso tú solo?<br />
-Yo solo.<br />
-¡Pues es prodigioso!<br />
-¿Qué os parece?
-Afirmo que tu filosofía no tiene igual<br />
en el mundo.<br />
-Entonces seguid mi ejemplo.<br />
-No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser tentador.<br />
-Haced lo que yo.<br />
-No <strong>de</strong>searía otra cosa; pero no todas las<br />
almas tienen un mismo temple, y quizá si tuviese<br />
que divertirme como tú, me aburriría terriblemente.<br />
-¡Bah! Probad.<br />
-Vamos a ver, ¿qué haces tú?<br />
-¿Habéis notado que suelo ausentarme<br />
<strong>de</strong> vez en cuando?<br />
-Sí.<br />
-¿Y <strong>de</strong> cierta manera?<br />
-Periódicamente.<br />
-Así es; ¿conque lo habéis notado?<br />
-Amigo Planchet, ya conocerás que<br />
cuando dos se están viendo todos los días, si<br />
uno <strong>de</strong> ellos se ausenta, le falta al otro. ¿No te<br />
falto yo a ti, cuando estoy en campaña?
-¡Inmensamente! Soy como cuerpo sin<br />
alma.<br />
-Esto supuesto, continuemos.<br />
-¿Y a qué épocas suelo ausentarme?<br />
-Los días 15 y 30 <strong>de</strong> cada mes.<br />
-¿Y estoy fuera?<br />
-Unas veces dos días, otras tres, otras<br />
cuatro... según.<br />
-¿Y qué suponéis que voy a hacer?<br />
-Compras.<br />
-Y al volver me encontráis con el semblante...<br />
-Muy satisfecho.<br />
-Ya veis que vos mismo <strong>de</strong>cís que vengo<br />
siempre satisfecho. ¿Y a qué habéis atribuido<br />
esa satisfacción?<br />
-A que marchaba bien tu comercio; a<br />
que las compras <strong>de</strong> arroz, <strong>de</strong> ciruelas, <strong>de</strong> cogucho,<br />
<strong>de</strong> peras en conserva y <strong>de</strong> melaza, te salían<br />
a pedir <strong>de</strong> boca. Tú has tenido siempre un carácter<br />
muy pintoresco, y así es que jamás he<br />
extrañado verte optar por ese ramo, que es uno
<strong>de</strong> los comercios más variados y más dulce al<br />
carácter, en cuanto a que casi todas las cosas<br />
que en él se manejan son naturales y aromáticas.<br />
-Perfectamente, señor; pero ¡qué equivocado<br />
estáis!<br />
-¡Yo equivocado¡ ¿En qué?<br />
-En creer que-voy cada quince días a<br />
compras o a ventas. ¡Oh señor! ¿Cómo diablos<br />
habéis podido figuraros semejante cosa? ¡Jo, jo,<br />
jo!<br />
Y Planchet comenzó a reír en términos<br />
<strong>de</strong> inspirar a Artagnan las dudas más injuriosas<br />
acerca <strong>de</strong> su propia inteligencia.<br />
-Declaro -dijo el mosquetero que no<br />
llegan a tanto mis alcances.<br />
-Así es, señor.<br />
-¿Cómo que así es?<br />
-Necesario es que así sea, cuando vos lo<br />
<strong>de</strong>cís; pero advertid que eso no os hace per<strong>de</strong>r<br />
nada en mi concepto.
-¡Vamos, no es poca fortuna! No, sois<br />
hombre <strong>de</strong> ingenio, y, cuando se trata <strong>de</strong> guerra,<br />
<strong>de</strong> táctica y <strong>de</strong> golpes <strong>de</strong> mano, ¡diantre!,<br />
los reyes valen muy poco a vuestro lado; mas<br />
en punto a <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>l alma, a regalos <strong>de</strong>l<br />
cuerpo, a dulzuras <strong>de</strong> la vida, no me habléis <strong>de</strong><br />
los hombres <strong>de</strong> genio, señor, porque son sus<br />
propios verdugos.<br />
-Querido Planchet -dijo Artagnan con<br />
viva curiosidad-; llegas a interesarme en el más<br />
alto grado.<br />
-A que os aburrís ahora menos que antes,<br />
¿no es verdad?<br />
-No me aburría; no obstante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
has empezado a hablarme, estoy más divertido.<br />
-Vamos, vamos, ¡excelente principio!<br />
Respondo <strong>de</strong> llegar a curaros.<br />
-No <strong>de</strong>seo otra cosa.<br />
-¿Queréis que haga la prueba?<br />
-Al instante.<br />
-Está bien. ¿Tenéis aquí caballos?<br />
-Sí; diez, veinte, treinta.
-No hay necesidad <strong>de</strong> tantos: con dos,<br />
basta.<br />
-Están a tu disposición, Planchet.<br />
-¡Bueno! Vendréis conmigo.<br />
-¿Cuándo?<br />
-Mañana.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>?<br />
-Esto es preguntar ya <strong>de</strong>masiado.<br />
-Sin embargo, no podrás menos <strong>de</strong> convenir<br />
en que es importante que sepa a dón<strong>de</strong><br />
voy.<br />
-¿Os agrada el campo?<br />
-Medianamente, Planchet.<br />
-Entonces, ¿preferís la ciudad?<br />
-Según y cómo.<br />
-Pues bien, os llevo a un sitio mitad ciudad,<br />
mitad campo.<br />
-Sea enhorabuena.<br />
-A un punto en que estoy seguro que os<br />
divertiréis.<br />
-Muy bien.
-¡Y cosa extraña! A un punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
habéis venido por aburriros en él.<br />
-¿Yo?<br />
-Terriblemente.<br />
-¿De modo que es a Fontainebleau<br />
adon<strong>de</strong> vas?<br />
-A Fontainebleau, sí, señor.<br />
-¿Tú a Fontainebleau?<br />
-Yo en persona.<br />
-¿Y qué vas a hacer allí, Dios santo?<br />
Planchet contestó a Artagnan con un<br />
guiño <strong>de</strong> malicia.<br />
-¿Tienes allí tierras, pícaro?<br />
-¡Oh! Una miseria, una bicoca.<br />
-¿Y para eso vamos?<br />
-Es que es cosa buena, palabra <strong>de</strong> honor.<br />
-¿Conque voy a la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong><br />
Planchet? -dijo Artagnan.<br />
-Cuando gustéis.<br />
-¿No hemos dicho mañana?
-Pues bien, mañana; así como así, mañana<br />
estamos a 14, víspera <strong>de</strong>l día en que temo<br />
aburrirme; así, pues, convenido.<br />
-Convenido.<br />
-¿Me prestáis uno <strong>de</strong> vuestros caballos?<br />
-<strong>El</strong> mejor.<br />
-No; prefiero el más dócil, porque ya<br />
sabéis que nunca he sido buen jinete, y en la<br />
abacería he acabado <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la costumbre.<br />
Luego...<br />
-¿Qué?<br />
-Luego -repuso con otro guiño-, no<br />
quiero fatigarme.<br />
-¿Y por qué? -se aventuró a preguntar<br />
Artagnan.<br />
-Porque entonces no me divertiría -<br />
contestó Planchet.<br />
Y en seguida se levantó <strong>de</strong>l saco <strong>de</strong> maíz,<br />
estirándose y haciendo crujir todos sus huesos,<br />
unos tras otros, con cierta armonía.<br />
-¡Planchet, Planchet! -exclamó Artagnan-.<br />
Declaro que no hay sobre la tierra sibarita
que se te pueda comparar. ¡Ay, Planchet! Ya se<br />
conoce que no hemos comido juntos todavía un<br />
tonel <strong>de</strong> sal.<br />
-¿Por qué, señor?<br />
-Porque no te conozco aún -dijo Artagnan-;<br />
y vuelvo <strong>de</strong> hecho a creer <strong>de</strong>finitivamente<br />
lo que pensé <strong>de</strong> ti el día en que en Boulogne<br />
estrangulaste, o poco menos, a Lubin, el criado<br />
<strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s; quiero <strong>de</strong>cir que eres hombre<br />
<strong>de</strong> recursos.<br />
Planchet prorrumpió en una risa llena<br />
<strong>de</strong> fatuidad, dio las buenas noches al mosquetero<br />
y bajó a su trastienda, que le servía <strong>de</strong><br />
dormitorio.<br />
Artagnan recobró su primera posición<br />
?h la silla, y su frente, <strong>de</strong>sarru gada por un<br />
momento, tomó una expresión más meditabunda<br />
que nunca.<br />
Había olvidado ya las locuras y los sueños <strong>de</strong><br />
Planchet.<br />
"Sí -se dijo reanudando el hilo <strong>de</strong> sus<br />
i<strong>de</strong>as, interrumpidas por el grato coloquio que
hemos puesto en conocimiento <strong>de</strong> nuestros<br />
lectores-, sí, todo está en esto:<br />
"1° Saber lo que Baisemeaux quería <strong>de</strong><br />
Aramis;<br />
'2° Saber por qué Aramis no me comunica<br />
noticias suyas;<br />
"3° Saber dón<strong>de</strong> está Porthos. "En estos<br />
tres puntos está el misterio.<br />
Ahora bien; puesto qué nuestros amigos<br />
nada nos dicen, valgámonos <strong>de</strong> nuestra pobre<br />
inteligencia. Uno hace lo que pue<strong>de</strong>, ¡pardiez!,<br />
o ¡malagá!, como dice Planchet."<br />
V<strong>II</strong>I<br />
LA CARTA DEL SEÑOR BAISEMEAUX<br />
Artagnan, fiel a su plan, iba al día siguiente<br />
a visitar al señor Baisemeaux.<br />
Era día <strong>de</strong> limpieza en la Bastilla; los<br />
cañones estaban bruñidos, relucientes, las escaleras<br />
raídas; los llaveros parecían ocupados en<br />
pulir hasta sus mismas, llaves.
Respecto a los soldados <strong>de</strong> la guarnición,<br />
se paseaban en los patios, bajo pretexto <strong>de</strong><br />
que se hallaban asaz limpios.<br />
<strong>El</strong> comandante Baisemeaux recibió a<br />
Artagnan muy políticamente; pero estuvo con<br />
él tan reservado, que toda la sutileza <strong>de</strong> Artagnan<br />
no pudo sacarle una sola palabra.<br />
Cuanto más se contenía, más crecía la<br />
<strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> Artagnan. Este creyó observar<br />
que el comandante obraba así en virtud <strong>de</strong><br />
una recomendación reciente. Baisemeaux no<br />
fue en el Palais Royal, con Artagnan, el hombre<br />
frío e impenetrable que éste hallara en el Baisemeaux<br />
<strong>de</strong> la Bastilla. Cuando Artagnan quiso<br />
hacerle hablar sobre la necesidad urgentísima<br />
<strong>de</strong> dinero que había conducido a Baisemeaux<br />
en busca <strong>de</strong> Aramis, y lo hizo expansivo aquella<br />
noche, Baisemeaux pretextó que había <strong>de</strong><br />
dar ór<strong>de</strong>nes en la prisión, y <strong>de</strong>jó a Artagnan<br />
fastidiarse tanto esperándole, que nuestro mosquetero,<br />
seguro <strong>de</strong> no obtener una palabra más,
partió <strong>de</strong> la Bastilla sin que Baisemeaux hubiera<br />
regresado <strong>de</strong> su inspección.<br />
Pero tenía una sospecha, y Artagnan,<br />
una vez <strong>de</strong>spertadas sus sospechas, no podía<br />
dormir.<br />
Era con relación a los hombres lo que el<br />
gato respecto a los cuadrúpedos; el emblema <strong>de</strong><br />
la inquietud y <strong>de</strong> la impaciencia a un mismo<br />
tiempo.<br />
Un gato inquieto no está en un mismo<br />
sitio más tiempo que el copó <strong>de</strong> seda que se<br />
mece al soplo <strong>de</strong>l viento. Un gato que acecha<br />
muere en su puesto <strong>de</strong> observación, y ni el<br />
hambre ni la sed pue<strong>de</strong>n sacarlo <strong>de</strong> su meditación.<br />
Artagnan, que se abrasaba <strong>de</strong> impaciencia,<br />
sacudió <strong>de</strong> pronto aquel sentimiento<br />
como un manto asaz pesado. Díjose a sí mismo<br />
que lo que le ocultaban era cabalmente lo que<br />
más le importaba saber.<br />
En consecuencia, reflexionó que Baisemeaux<br />
no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> avisar a Aramis, si Aramis
le había hecho alguna recomendación. Así sucedió.<br />
Apenas Baisemeaux había tenido tiempo para<br />
regresar <strong>de</strong>l torreón cuando ya Artagnan se<br />
había colocado <strong>de</strong> emboscada cerca <strong>de</strong> la calle<br />
<strong>de</strong>l Petit-Musc, <strong>de</strong> manera que pudiese ver a<br />
cuantos salieran <strong>de</strong> la Bastilla.<br />
Después <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong> plantón en el<br />
Rastrillo <strong>de</strong> Oro, bajo el colgadizo que le daba<br />
algo <strong>de</strong> sombra, Artagnan vio salir a un soldado<br />
<strong>de</strong> la guardia.<br />
Era éste el mejor indicio que pudiera<br />
<strong>de</strong>searse. Todo guardián o llavero tiene sus<br />
días <strong>de</strong> salida y sus horas <strong>de</strong> servicio en la Bastilla,<br />
puesto que todos están obligados a no<br />
tener ni mujer ni habitación en la fortaleza, y<br />
pue<strong>de</strong>n salir por consiguiente sin excitar la curiosidad.<br />
Pero un soldado acuartelado está encerrado<br />
veinticuatro horas cuando está <strong>de</strong> guardia,<br />
y Artagnan sabía esto mejor que nadie.
Aquel soldado no podía <strong>de</strong>jar el servicio sino<br />
por or<strong>de</strong>n expresa y urgente.<br />
<strong>El</strong> soldado, hemos dicho, partió <strong>de</strong> la<br />
Bastilla, y lentamente, como un dichoso mortal<br />
a quien, en vez <strong>de</strong> una facción ante un aburrido<br />
cuerpo <strong>de</strong> guardia, o en un baluarte no menos<br />
fastidioso, le llega la buena ganga <strong>de</strong> una libertad<br />
unida a un paseo, a cuenta <strong>de</strong> un servicio<br />
que son dos placeres. Dirigióse hacia el arrabal<br />
San Antonio, aspirando el aire, el sol, y mirando<br />
a las mujeres.<br />
Artagnan lo siguió <strong>de</strong> lejos, pues aún no<br />
había fijado sus i<strong>de</strong>as sobre lo que había <strong>de</strong><br />
hacer.<br />
"Es preciso, ante todas las cosas -pensó-,<br />
que vea la cara <strong>de</strong> esa buena pieza. Un hombre<br />
visto es un hombre juzgado."<br />
Artagnan dobló el paso, y, lo que no era<br />
difícil, alcanzó al soldado.<br />
No sólo vio su rostro, que era bastante<br />
inteligente y resuelto, sino también su nariz,<br />
que era un poco colorada.
"Al tunante le gusta el aguardiente" -se<br />
dijo.<br />
Al mismo tiempo que veía la nariz encarnada,<br />
veía en el cinturón <strong>de</strong>l soldado un<br />
papel blanco.<br />
"Bueno, carta tenemos -añadió para sí<br />
Artagnan-. Ahora bien, un hombre que se siente<br />
satisfecho <strong>de</strong> ser elegido por el Señor Baisemeaux<br />
para estafeta, no ven<strong>de</strong> el mensaje."<br />
En tanto que Artagnan se mordía los<br />
puños, el soldado avanzaba siempre por el<br />
arrabal <strong>de</strong> San Antonio.<br />
"De fijo va a Saint-Mandé -se dijo-, y no<br />
sabré lo que esa carta contiene."<br />
Era para per<strong>de</strong>r la cabeza.<br />
"Si estuviese <strong>de</strong> uniforme -se dijo Artagnan-,<br />
haría arrestar a ese pillastre y a su carta<br />
con él. <strong>El</strong> primer cuerpo <strong>de</strong> guardia me ayudaría<br />
a ello. Pero al <strong>de</strong>monio si doy mi nombre<br />
para asunto <strong>de</strong> esta clase. Hacerlo beber... <strong>de</strong>sconfiará,<br />
y <strong>de</strong>spués tal vez me emborrache...<br />
¡Cáscaras! Ya no tengo talento, y para nada
sirvo... Atacar a ese <strong>de</strong>sgraciado, matarlo para<br />
obtener su carta... eso estaría bien si se tratase<br />
<strong>de</strong> una misiva <strong>de</strong> la reina o <strong>de</strong> un lord, o <strong>de</strong> una<br />
carta <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal a la reina. ¡Pero, Dios mío,<br />
qué miseria las intrigas <strong>de</strong> los señores Aramis y<br />
Fouquet con Colbert! La vida <strong>de</strong> un hombre<br />
para eso... ¡Ah! Ni diez escudos siquiera."<br />
Filosofando así, y mordiéndose las uñas<br />
y el bigote, distinguió a un pequeño grupo <strong>de</strong><br />
arqueros y un comisario.<br />
Aquellas gentes llevaban a un hombre<br />
<strong>de</strong> buena presencia, que luchaba por escapar.<br />
Los arqueros habíanle <strong>de</strong>sgarrado sus<br />
vestidos y casi lo arrastraban. Pedía lo<br />
condujesen con miramientos, pues se tenía por<br />
hidalgo y soldado.<br />
Vio a nuestro soldado marchar por su camino y<br />
gritó:<br />
- ¡Soldado, a mí!<br />
<strong>El</strong> soldado partió con el mismo paso<br />
hacia aquel que lo interpelaba, y la multitud los<br />
siguió.
Una i<strong>de</strong>a le ocurrió entonces a Artagnan.<br />
Era la primera, y ya se verá luego que no<br />
era mala.<br />
Mientras el hidalgo refería al soldado<br />
que acababa <strong>de</strong> ser cogido en cierta casa cono<br />
ladrón, cuando sólo era amante, y el soldado le<br />
compa<strong>de</strong>cía y le daba consuelos y consejos con<br />
esa seriedad que el soldado francés trata el espíritu<br />
<strong>de</strong> cuerpo, Artagnan se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />
soldado, apretado por la multitud, y le sacó<br />
limpia y prontamente el papel <strong>de</strong> su cinturón.<br />
Como en aquel momento el hidalgo<br />
<strong>de</strong>sgarrado tiraba hacia sí al soldado; como el<br />
comisario tiraba <strong>de</strong>l hidalgo, Artagnan pudo<br />
realizar su captura sin el menor obstáculo.<br />
Colocóse a diez pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />
<strong>de</strong> una portada, y leyó el sobre:<br />
"Al señor Du-Vallón, en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />
en Saint-Mandé." -¡Bueno! -dijo.<br />
Y la abrió sin <strong>de</strong>sgarrarla; <strong>de</strong>spués sacó<br />
el papel, doblado en cuatro dobleces, y el cual<br />
sólo contenía estas palabras:
"Querido señor Du-Vallón: Dignaos <strong>de</strong>cir al<br />
señor <strong>de</strong> Herblay que ha venido a la Bastilla y<br />
que me ha interrogado.<br />
"Vuestro afectísimo. "BAISEMEAUX."<br />
-¡Muy bien! -exclamó Artagnan-. He<br />
aquí una cosa clara. Porthos está allí. Seguro <strong>de</strong><br />
lo que quería saber: "¡Diablo! -pensó el mosquetero-.<br />
Ved ahí a un pobre soldado, a quien ese<br />
en<strong>de</strong>moniado <strong>de</strong> Baisemeaux va a hacer pagar<br />
cara mi superchería... Si regresa sin la carta...<br />
¿qué le harán? En verdad, yo no la necesito,<br />
pues sabido lo que contiene, nada me importa."<br />
Artagnan conoció que el comisario y los<br />
arqueros habían convencido al soldado, y se<br />
llevaban su prisionero.<br />
Éste permanecía ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> la multitud,<br />
prosiguiendo sus quejas. Artagnan llegó en<br />
medio <strong>de</strong> todos, <strong>de</strong>jó caer la carta sin que nadie<br />
lo viese, alejándose luego con rapi<strong>de</strong>z.
<strong>El</strong> soldado continuaba su camino hacia<br />
Saint-Mandé, pensando mucho en aquel caballero<br />
que había implorado su protección.<br />
De pronto pensó un poco en su carta, y,<br />
mirando en su cinturón, vio que no estaba en<br />
él. Su grito <strong>de</strong> espanto produjo placer a Artagnan.<br />
Aquel pobre soldado miró en torno suyo<br />
con angustia, y al fin, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él, a veinte<br />
pasos, vio el dichoso sobre. Cayó sobre él como<br />
el milano sobre su presa.<br />
<strong>El</strong> sobre estaba un poco empolvado, un<br />
poco arrugado; pero al fin había encontrado su<br />
carta.<br />
Artagnan advirtió que el sello roto preocupaba<br />
mucho al soldado; pero al fin el buen<br />
hombre acabó por consolarse, y volvió a colocar<br />
la carta en su cinturón.<br />
-<strong>Parte</strong> -dijo Artagnan-; ya me queda<br />
tiempo suficiente y no importa que te a<strong>de</strong>lantes.<br />
Parece que Aramis no está en París, puesto<br />
que Baisemeaux escribe a Porthos. <strong>El</strong> querido
Porthos, ¡qué alegría volverlo a ver... y hablar<br />
con él!<br />
Y, regulando su paso por el <strong>de</strong>l soldado,<br />
se prometió llegar un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> él a casa <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
IX<br />
DONDE EL LECTOR VERA CON PLACER<br />
QUE PORTHOS CONSERVA TODA<br />
SU FUERZA<br />
Artagnan, según acostumbraba, había<br />
calculado que cada hora vale sesenta minutos,<br />
y cada minuto sesenta segundos.<br />
Por este cálculo exacto, llegó a la puerta<br />
<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte en el momento mismo en<br />
que el soldado salía con el cinturón <strong>de</strong>spejado.<br />
Un conserje asomóse a la puerta. Artagnan<br />
hubiera querido entrar sin nombrarse, pero<br />
no había otro medio, y se nombró.
A pesar <strong>de</strong> esta concesión, que <strong>de</strong>bía<br />
alzar toda dificultad, al menos en el sentir <strong>de</strong><br />
Artagnan, el conserje vaciló; pero al título, por<br />
segunda vez repetido, <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong> los guardias<br />
<strong>de</strong>l rey, sin <strong>de</strong>jar completamente paso, el<br />
conserje <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oponerse.<br />
Artagnan comprendió que se había dado<br />
una consigna formidable. Y se <strong>de</strong>cidió a<br />
mentir, lo cual no le costaba mucho, cuando<br />
veía sobre la mentira el bien <strong>de</strong>l Estado, o pura<br />
y simplemente su interés personal.<br />
Añadió, por tanto, a las <strong>de</strong>claraciones ya<br />
hechas, que el soldado que acababa <strong>de</strong> llevar<br />
una carta al señor Du-Vallon no era otro que su<br />
mensajero, y que la tal carta tenía por objeto<br />
comunicarle su llegada.<br />
Des<strong>de</strong> entonces nadie se opuso a la entrada<br />
<strong>de</strong> Artagnan, y Artagnan entró.<br />
Un sirviente quiso acompañarle, pero él<br />
respondió que era inútil, pues sabía perfectamente<br />
dón<strong>de</strong> estaba el señor Du-Vallon.
Nada había que contestar a un hombre<br />
tan completamente instruido. Escalinatas, salones,<br />
jardines, todo lo revisó el mosquetero. Un<br />
cuarto <strong>de</strong> hora anduvo por aquella casa más<br />
que regia, que contaba tantas maravillas como<br />
muebles y tantos servidores como columnas y<br />
puertas.<br />
"Indudablemeente -dijo par a sí-, esta<br />
casa no tiene más límites que los <strong>de</strong> la tierra. ¿Si<br />
habrá tenido Porthos el capricho <strong>de</strong> volver a<br />
Pierrefondos, sin salir <strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l señor Fouquet?"<br />
Por fin, llegó a una parte remota <strong>de</strong>l<br />
palacio, ceñida con un muro <strong>de</strong> piedras, sobre<br />
el cual, <strong>de</strong> distancia en distancia, se alzaban<br />
estatuas en posiciones tímidas o misteriosas.<br />
Eran vestales con peplos a gran<strong>de</strong>s pliegues,<br />
ágiles custodias con sus largos velos <strong>de</strong> mármol<br />
que abrigaban el palacio con sus furtivas. miradas.<br />
Un Hermes, con el <strong>de</strong>do sobre la boca, un<br />
Iris <strong>de</strong> alas <strong>de</strong>splegadas, una Noche toda rociada<br />
<strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras dominaban los jardines, y
los edificios que se entreveían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />
árboles; todas aquellas estatuas se perfilaban en<br />
blanco sobre los cipreses que lanzaban sus negras<br />
copas hacia el cielo. Estos encantos parecieron<br />
al mosquetero el esfuerzo supremo <strong>de</strong> la<br />
inteligencia humana. Encontrábase en una disposición<br />
<strong>de</strong> ánimo propia para poetizar, y .la<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Porthos habitaba en semejante<br />
edén, le dio <strong>de</strong> Porthos una i<strong>de</strong>a más alta; tan<br />
cierto es que los ánimos más elevados no están<br />
libres <strong>de</strong> la influencia <strong>de</strong> lo que les ro<strong>de</strong>a.<br />
Artagnan encontró la puerta, y en la<br />
puerta una especie <strong>de</strong> resorte que <strong>de</strong>scubrió y<br />
oprimió. La puerta se abrió.<br />
Entró, cerró la puerta y penetró en un pabellón<br />
construido en rotonda, y en el cual no se oía<br />
otro ruido que el dé las cascadas y el canto <strong>de</strong><br />
los pájaros.<br />
A la puerta <strong>de</strong>l pabellón encontró un lacayo.<br />
-¿Es aquí -preguntó Artagnan sin vacilar-<br />
don<strong>de</strong> habita el señor barón Du-Vallon, no<br />
es verdad?
-Sí, señor -contestó el lacayo.<br />
-Pues avisadle que el .señor caballero <strong>de</strong><br />
Artagnan, capitán <strong>de</strong> los mosqueteros <strong>de</strong>l rey,<br />
le espera.<br />
Artagnan fue conducido a un salón, y no esperó<br />
mucho tiempo: un paso muy conocido estremeció<br />
el pavimento <strong>de</strong> la sala inmediata, una<br />
puerta se abrió, o más bien se <strong>de</strong>rribó, y Porthos<br />
echóse en brazos <strong>de</strong> su amigo con una cortedad<br />
que no le sentaba mal.<br />
-¿Vos aquí? -exclamó.<br />
-¿Y vos? -contestó Artagnan-. ¡Ah, socarrón!<br />
-Sí -dijo Porthos, sonriente y cortado-;<br />
me encontráis en casa <strong>de</strong>l señor Fouquet, y eso<br />
os sorpren<strong>de</strong> un poco, ¿no es verdad?<br />
-No; ¿por qué no habéis <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> los<br />
íntimos <strong>de</strong>l señor Fouquet? <strong>El</strong> señor Fouquet<br />
tiene un gran número <strong>de</strong> ellos, y, especialmente,<br />
entre los hombres <strong>de</strong> talento.<br />
Porthos tuvo la mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> no consi<strong>de</strong>rar<br />
el cumplido por él.
-Y luego -añadió-, ya me habéis visto en<br />
Bulle-Isle.<br />
-Motivo <strong>de</strong> más para que me incline a<br />
creer que sois <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-<strong>El</strong> hecho es que lo conozco -dijo Porthos<br />
con cierto embarazo.<br />
-¡Muy culpable sois para conmigo! -<br />
exclamó Artagnan.<br />
-¿Cómo es eso? -contestó Porthos.<br />
-¡Cómo! ¡Lleváis a cabo una obra tan<br />
admirable como las fortificaciones <strong>de</strong> Bulle-Isle,<br />
y nada me <strong>de</strong>cís!<br />
Porthos se sonrojó.<br />
-Hay más -continuó Artagnan-, me veis<br />
allá, y no adivináis que el rey, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> saber<br />
quién es el hombre <strong>de</strong> mérito que realiza una<br />
obra, <strong>de</strong> la cual le han hecho las relaciones más<br />
magníficas, me envía para averiguar quién es<br />
ese hombre.<br />
-¡Cómo! <strong>El</strong> rey os ha enviado para saber...<br />
-¡Diantre! No hablemos <strong>de</strong> eso.
-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! -dijo Porthos-.<br />
Hablemos <strong>de</strong> ello, por el contrario. ¿Conque el<br />
rey sabía que se fortificaba a Bulle-Isle?<br />
-¡Bueno! ¿Es que el rey no lo sabe todo?<br />
-¿Pero no sabía quién la fortificaba?<br />
-No; pero lo sospechaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le<br />
dijeron que dirigía los trabajos un ilustre hombre<br />
<strong>de</strong> guerra.<br />
-¡Pardiez! -dijo Porthos-. Si yo hubiera<br />
sabido eso . . .<br />
-No os hubiérais escapado <strong>de</strong> Vannes,<br />
¿eh?<br />
-No. ¿Qué dijisteis cuando no me encontrasteis?<br />
-Amigo, reflexioné.<br />
-¡Ah, sí! Vos reflexionáis. . . ¿Y a qué os<br />
condujo el reflexionar?<br />
-A adivinar toda la verdad.<br />
-¡Ah! ¿Habéis adivinado?<br />
-¿Qué habéis adivinado? Veamos -dijo<br />
Porthos arrellanándose en un sillón y adoptando<br />
aspecto <strong>de</strong> esfinge.
-Adiviné, en primer lugar, que fortificábais<br />
a Belle-Isle.<br />
-Eso no era muy difícil, pues me habéis<br />
visto manos a la obra.<br />
-Pero adiviné otra cosa, y es que fortificábais<br />
a Belle-Isle por mandato <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-Es verdad.<br />
-No es eso todo; cuando me pongo a<br />
adivinar, no me <strong>de</strong>tengo en el camino.<br />
-¡Este querido Artagnan!<br />
-He adivinado que el señor Fouquet<br />
quería guardar el más profundo secreto sobre<br />
las fortificaciones.<br />
-Esa era su intención, en efecto, según<br />
creo -dijo Porthos.<br />
-Sí. ¿Y sabéis por qué <strong>de</strong>seaba guardar<br />
el secreto?<br />
-¡Toma! Para que la cosa no fuera sabida<br />
-dijo Porthos.<br />
-Eso en primer lugar; mas ese <strong>de</strong>seo<br />
estaba sometido a las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> una galantería...
-En efecto -dijo Porthos-; he oído <strong>de</strong>cir<br />
que el señor Fouquet era muy galante.<br />
-A la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una galantería que quería<br />
hacer al rey.<br />
-¡Oh, oh!<br />
-¿Os sorpren<strong>de</strong> eso?<br />
-Mucho.<br />
-¿No lo sabíais?<br />
-No.<br />
-Pues yo sí lo sé.<br />
-¿Sois por ventura brujo?<br />
-Nada <strong>de</strong> eso.<br />
-¿Cómo lo sabéis entonces?<br />
-¡Ah! Por un medio sencillísimo; se lo he<br />
oído <strong>de</strong>cir al mismo señor Fouquet al rey.<br />
-¿Decirle qué?<br />
-Que había hecho fortificar a Belle-Isle, y<br />
que se la regalaba.<br />
-¡Ah! ¿Eso habéis oído que le <strong>de</strong>cía al<br />
rey?<br />
-Con todas sus letras. Y hasta añadió:<br />
Belle-Isle ha sido fortificada por un ingeniero
amigo mío, hombre <strong>de</strong> mucho mérito, a quien<br />
pediré la venia <strong>de</strong> presentar al rey.<br />
-¿Su nombre? -preguntó el rey-. <strong>El</strong> barón<br />
Du-Vallon -respondió Fouquet-. Perfectamente<br />
-contestó el rey-; me lo presentaréis."<br />
-¿Eso respondió el rey?<br />
-A fe <strong>de</strong> Artagnan!<br />
-¡Oh! -murmuró Porthos-. Pero, ¿por<br />
qué no se me ha presentado entonces?<br />
-¿No se os ha hablado <strong>de</strong> esa presentación?<br />
-Sí tal; pero siempre la estoy esperando.<br />
-Estad tranquilo, ya llegará.<br />
-¡Hum! ¡Hum! -gruñó Porthos.<br />
Artagnan fingió no oír, y cambió <strong>de</strong><br />
conversación.<br />
-Pero creo que habitáis un lugar muy<br />
solitario, querido amigo -le dijo.<br />
-Siempre he amado el aislamiento, porque<br />
soy melancólico -respondió Porthos con un<br />
suspiro.
-Pues es raro -dijo Artagnan-, no había<br />
caído en éso.<br />
-Eso me suce<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy entregado<br />
a los estudios -repuso Porthos..<br />
-Pero los trabajos <strong>de</strong>l espíritu no habrán<br />
dañado al cuerpo, ¿eh?<br />
-¡Oh! De ningún modo.<br />
-¿Conque las fuerzas siguen bien?<br />
-Demasiado bien, amigo.<br />
-Es que he oído <strong>de</strong>cir que en los primeros<br />
días <strong>de</strong> vuestra llegada.<br />
-No podía moverme, ¿no es así?<br />
-¿Y por qué causa no podíais moveros? -<br />
preguntó Artagnan con una sonrisa.<br />
Porthos comprendió que había dicho<br />
una tontería, y quiso componerla.<br />
-Sí, he venido <strong>de</strong> Belle-Isle en malos<br />
caballos, y eso me cansó mucho.<br />
-No me sorpren<strong>de</strong>, pues yo, que venía<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> vos, me he encontrado en el camino<br />
siete u ocho reventados.<br />
-Ya veis que peso mucho -dijo Porthos.
-¿De modo que estabais molido.<br />
-La grasa me ha <strong>de</strong>rretido, y ese <strong>de</strong>rretimiento<br />
me ha puesto enfermo.<br />
-¡Ah, pobre Porthos! Y Aramis, ¿cómo se<br />
ha portado en esta ocasión?<br />
-Muy bien... Me hizo sangrar por el<br />
propio médico <strong>de</strong>l señor Fouquet. Pero figuraos<br />
que al cabo <strong>de</strong> ocho días ya no respiraba.<br />
-¿Pues cómo?<br />
-<strong>El</strong> cuarto era <strong>de</strong>masiado chico, y yo<br />
absorbía <strong>de</strong>masiado aire.<br />
-¿De veras?<br />
-Así me lo han dicho, al menos... Y entonces<br />
me trasladaron a otro aposento.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> ya respiráis?<br />
-Más... libremente, sí; pero nada <strong>de</strong> ejercicio.<br />
<strong>El</strong> médico preten<strong>de</strong> que no <strong>de</strong>bía moverme,<br />
pero yo me encuentro más fuerte que nunca.<br />
Esto ocasionó un grave acci<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Qué acci<strong>de</strong>nte?<br />
-Imaginaos, amigo, que yo me rebelé<br />
contra los preceptos <strong>de</strong> ese médico imbécil, le
conviniese o no, y en consecuencia pedí al criado<br />
que me servía que me trajera vestidos.<br />
-¿Pues qué, estabais <strong>de</strong>snudo?<br />
-Por el contrario, tenía una bata hermosa.<br />
<strong>El</strong> lacayo obe<strong>de</strong>ció; me puse mi vestido, que<br />
se me había quedado <strong>de</strong>masiado ancho; pero,<br />
¡cosa rara!, mis pies también se habían puesto<br />
muy anchos, y las botas les venían muy estrechas.<br />
-¿Continuaban los pies hinchados?<br />
-Lo habéis adivinado.<br />
-¿Y es ese el acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que queríais<br />
hablarme?<br />
-Sí tal; yo hice la misma reflexión que<br />
vos, y dije: ya que mis pies han entrado diez<br />
veces en las botas, no hay razón para que no<br />
entren la undécima.<br />
-Permitidme os diga, amigo Porthos,<br />
que esta vez faltáis a la lógica.<br />
do frente a un tabique, y empecé a meterme la<br />
bota <strong>de</strong>recha, tirando con las manos, empujando<br />
con el talón, y haciendo esfuerzos tre-
mendos,' <strong>de</strong> pronto se quedaron entre mis manos<br />
los tirantes <strong>de</strong> la bota, y mi pie salió como<br />
una catapulta.<br />
-¡Catapulta! ¡Qué fuerte estáis en fortificaciones,<br />
amigo Porthos! -exclamó sorprendido<br />
Artagnan.<br />
-Mi pie salió, pues, como una catapulta,<br />
que dio contra el tabique y lo <strong>de</strong>rribó. Amigo,<br />
creí que, como Sansón, había <strong>de</strong>rribado el templo.<br />
Los cuadros, las porcelanas, los vasos <strong>de</strong><br />
flores, las barras <strong>de</strong>l cortinaje, y no sé qué más,<br />
se cayeron; fue cosa estupenda.<br />
-¡De veras!<br />
-Sin contar con que al otro lado <strong>de</strong>l tabique<br />
había un armario lleno <strong>de</strong> porcelanas.<br />
-¿Que echásteis por tierra? -Que arrojé<br />
al otro extremo <strong>de</strong> la otra habitación.<br />
Porthos se echó a reír.<br />
-¡En verdad, como <strong>de</strong>cís, es inaudito!<br />
Y Artagnan se puso a reír como Porthos.<br />
Porthos, inmediatamente, se puso a reír<br />
más fuerte que Artagnan.
-Rompí -dijo Porthos con voz entrecortada<br />
por aquella hilaridad creciente- más <strong>de</strong><br />
tres mil francos <strong>de</strong> porcelanas. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¡Bueno! -dijo Artagnan.<br />
-Destrocé más <strong>de</strong> cuatro mil francos <strong>de</strong><br />
espejos. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¡Excelente!<br />
-Sin contar una araña que me cayó justamente<br />
sobre la cabeza, y que se rompió en mil<br />
pedazos. ¡Jo, jo, jo!<br />
-¿Sobre la cabeza? -dijo Artagnan sin<br />
po<strong>de</strong>rse tener <strong>de</strong> risa.<br />
-¡De lleno!<br />
-¡Pero os hubierais roto la cabeza!<br />
-No, porque ya os he dicho, al contrario,<br />
que la araña fue la que se rompió, como cristal<br />
que era.<br />
-¡Ah! ¿La araña era <strong>de</strong> cristal.<br />
-De cristal <strong>de</strong> Venecia; una curiosidad<br />
sin igual; una pieza que pesaba doscientas libras.<br />
-¿Y que os cayó sobre la cabeza?
-¡Sobre... la ... cabeza! Figuraos un globo<br />
<strong>de</strong> cristal dorado, con incrustaciones que ardían<br />
<strong>de</strong>ntro, y unos mecheros que <strong>de</strong>spedían llamas<br />
cuando estaba encendida.<br />
-Se entien<strong>de</strong>, pero no lo estaría.<br />
-Felizmente; si no, me hubiese incendiado.<br />
-Y sólo os ha aplastado, ¿eh?<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no?<br />
-Porque la araña me cayó sobre el cráneo.<br />
Aquí tenemos, según parece, una corteza<br />
excesivamente sólida.<br />
-¿Quién os ha dicho eso?<br />
-<strong>El</strong> médico. Una especie <strong>de</strong> cúpula que<br />
soportaría a Nuestra Señora <strong>de</strong> París.<br />
-¡Bah!<br />
-Sí, parece que tenemos hecho el cráneo<br />
<strong>de</strong> ese modo.<br />
-Hablad por vos, querido amigo, que los<br />
cráneos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más no están hechos <strong>de</strong> ese<br />
modo.
-Es posible -dijo Porthos con fatuidad-.<br />
Pues cuando cayó la araña sobre esta cúpula<br />
que tenemos en lo alto <strong>de</strong> la cabeza, hubo una<br />
<strong>de</strong>tonación igual a la <strong>de</strong> una pieza <strong>de</strong> artillería;<br />
el globo se rompió y yo caí todo inundado...<br />
-¡De sangre! ¡Infeliz Porthos! -No, <strong>de</strong><br />
perfumes, que olían a cremas y que me aturdieron<br />
un poco; habréis experimentado eso alguna<br />
vez, ¿no es verdad, Artagnan? -Sí, con el muguete;<br />
<strong>de</strong> suerte, mi pobre amigo, que fuisteis<br />
<strong>de</strong>rribado por el choque y aturdido por el olor.<br />
-Pero lo más particular, y que el médico<br />
me ha asegurado no haber visto cosa semejante...<br />
-¿Que sacáisteis algún chichón? -<br />
preguntó Artagnan.<br />
-Saqué cinco.<br />
-¿Y por qué cinco?<br />
-Porque la araña tenía en su extremidad<br />
inferior cinco adornos muy puntiagudos..<br />
-¡Ay!
-Esos cinco ornamentos penetraron en<br />
mis cabellos, que, según veis, tengo muy espesos.<br />
-Felizmente!<br />
-Y se imprimieron en mi piel. Pero, advertid<br />
la singularidad, estas cosas no suce<strong>de</strong>n a<br />
nadie más que a mí. En lugar <strong>de</strong> hacerme agujeros<br />
me hicieron chichones, lo cual no ha podido<br />
jamás explicarme el médico <strong>de</strong> una manera<br />
satisfactoria.<br />
-Pues breen, yo os lo explicaré. -Me<br />
haréis un servicio -dijo Porthos guiñando los<br />
ojos, que era en él el signo <strong>de</strong> atención llevado a<br />
su más alto grado.<br />
-Des<strong>de</strong> que hacéis funcionar vuestro<br />
cerebro en profundos estudios y cálculos importantes,<br />
la cabeza ha medrado; <strong>de</strong> modo que<br />
tenéis ahora la cabeza <strong>de</strong>masiado llena <strong>de</strong> ciencia.<br />
-¿Eso creéis?<br />
-Estoy cierto <strong>de</strong> ello. De aquí resultó<br />
que, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar penetrar nada extraño en el
interior <strong>de</strong> la cabeza, ésta se aprovechó <strong>de</strong> todas<br />
las aberturas para <strong>de</strong>jar salir una poca <strong>de</strong><br />
aquélla.<br />
-¡Ah! -murmuró Porthos, a quien parecía<br />
más clara esta explicación que la <strong>de</strong>l médico.<br />
-Las cinco protuberancias causadas por<br />
los cinco ornamentos, fueron ciertamente cúmulos<br />
científicos, llevados exteriormente por la<br />
fuerza <strong>de</strong> las cosas.<br />
-En efecto -dijo Porthos-; y la prueba es<br />
que eso me hacía más daño por fuera que por<br />
<strong>de</strong>ntro; <strong>de</strong> modo que, cuando me ponía el sombrero<br />
<strong>de</strong> una puñada, con esa graciosa energía<br />
que nosotros los hidalgos <strong>de</strong> espada poseemos,<br />
si no iba muy mesurado el puñetazo, sentía<br />
dolores terribles.<br />
-Os creo, Porthos.<br />
-Por eso -continuó el gigante-, el señor<br />
Fouquet se <strong>de</strong>cidió, viendo la poca soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la<br />
casa, a darme otro aposento, y roe condujeron<br />
aquí.
-Este es el parque reservado, ¿no?<br />
-Sí.<br />
-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong> las citas? ¿<strong>El</strong> que se ha hecho tan<br />
famoso en las historias misteriosas <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-Yo no sé; no tengo aquí ni citas ni historias<br />
misteriosas; pero me han autorizado para<br />
que ejercite mis músculos, y me aprovecho <strong>de</strong>l<br />
permiso <strong>de</strong>sarraigando árboles.<br />
-¿Para qué?<br />
Para ocupar las manos y para coger nidos<br />
<strong>de</strong> pájaros; esto lo encuentro más fácil que<br />
trepar por ellos.<br />
-Estáis pastoral como Tirsis, amigo<br />
Porthos.<br />
-Sí; me gustan mucho más los huevos<br />
pequeñitos que los gordos. No tenéis. una i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>licado que es una tortilla <strong>de</strong> cuatrocientos<br />
o quinientos huevos <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>rol, <strong>de</strong> pinzón,<br />
<strong>de</strong> estornino, <strong>de</strong> mirlo y <strong>de</strong> todo.<br />
-¡Pero quinientos huevos monstruoso!
-¡Ca! Todo cabe en un salero. Artagnan<br />
contempló cinco minutos a Porthos, como si lo<br />
viese por primera vez.<br />
Y Porthos quedó muy satisfecho <strong>de</strong> la<br />
mirada <strong>de</strong> su amigo.<br />
Así permanecieron algunos momentos;<br />
Artagnan mirando a Porthos, y Porthos lleno<br />
<strong>de</strong> satisfacción.<br />
Artagnan intentaba evi<strong>de</strong>ntemente dar<br />
un nuevo, giro a la conversación.<br />
-¿Os divertís mucho aquí? -le preguntó<br />
por fin, sin duda <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber encontrado<br />
lo que buscaba.<br />
-No siempre.<br />
-Lo concibo; y cuando os aburris <strong>de</strong>masiado,<br />
¿qué haréis?<br />
-Como no estoy aquí por mucho tiempo,<br />
Aramis aguarda que <strong>de</strong>saparezca mi último<br />
chichón para presentarme al rey, que no pue<strong>de</strong><br />
sufrir los chichones, según él me ha dicho.<br />
-¿Pero Aramis continúa en París?<br />
-No.
-¿Pues dón<strong>de</strong> se halla?<br />
-En Fontainebleau.<br />
-¿Solo?<br />
-Con el señor Fouquet.<br />
-¡Muy bien! Pero, ¿sabéis una cosa?<br />
-No. Decídmela y la sabré.<br />
-Que creo que Aramis os olvida.<br />
-¿Creéis?<br />
-¿Ignoráis que en Fontainebleau se ríe,<br />
se danza, se beben los vinos <strong>de</strong> Mazarino y que<br />
todas las noches hay baile?<br />
-¡Diablo! ¡Diablo!<br />
-Os aseguro, pues, que nuestro querido<br />
Aramis os olvida.<br />
-Pudiera muy bien ser, y lo he pensado<br />
a veces.<br />
-¡A menos que no os haga traición, el<br />
solapado!<br />
-¡Oh!<br />
-Ya sabéis que Aramis es un astuto zorro.<br />
-Sí, mas traicionarme...
-Mirad; en primer lugar os tiene secuestrado.<br />
- ¡Cómo que me tiene secuestrado! ¿Estoy<br />
secuestrado yo?<br />
-¡ Pardiez!<br />
-¡Quisiera que me lo probaseis!<br />
-Nada, más fácil. ¿Salís alguna vez?<br />
-Jamás.<br />
-¿Montáis a caballo?<br />
-Nunca.<br />
-¿Permiten que vuestros amigos se<br />
aproximen a vos?<br />
-No.<br />
-Pues bien, amigo mío, no salir nunca,<br />
no montar nunca a caballo, y no po<strong>de</strong>r ver a sus<br />
amigos, es lo que se llama estar un hombre secuestrado.<br />
-¿Y con qué fin me había <strong>de</strong> tener secuestrado<br />
Aramis? -preguntó Porthos.<br />
-Vamos a ver, Porthos -dijo Artagnan-;<br />
sed sincero.<br />
-Lo seré.
-Aramis ha sido el que ha formado el<br />
plano <strong>de</strong> las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle, ¿no es<br />
cierto? Porthos se sonrojó.<br />
-Sí -dijo-; pero no ha hecho más.<br />
-Precisamente, y a mi juicio no es gran<br />
trabajo.<br />
-Eso creo yo también.<br />
-Bien; me alegro <strong>de</strong> que seamos <strong>de</strong>l<br />
mismo parecer.<br />
-Ni ha ido siquiera una vez a Belle-Isle -<br />
dijo Porthos.<br />
-Ya lo veis.<br />
-Yo era el que iba a Vannes, como lo<br />
habréis podido ver.<br />
-Decid como lo he visto. Pues bien, ahí<br />
está el negocio, querido Porthos. Aramis, que<br />
no ha hecho más que los planos, quería hacerse<br />
pasar como el ingeniero, mientras que a vos,<br />
que habéis edificado piedra por piedra la muralla,<br />
la ciuda<strong>de</strong>la y los baluartes, quería relegaros<br />
a la clase <strong>de</strong> simple constructor.<br />
-De constructor, es <strong>de</strong>cir, ¿<strong>de</strong> albañil?
-De albañil, eso es.<br />
-¿De amasador <strong>de</strong> mortero?<br />
-Precisamente.<br />
-¿De peón?<br />
-Justo.<br />
-¡Vaya, vaya, con mi querido Aramis!<br />
¿Os creéis, sin duda, todavía <strong>de</strong> veinticinco<br />
años?<br />
-Y no es eso todo, sino que a vos os consi<strong>de</strong>ra<br />
<strong>de</strong> cincuenta. -Hubiera querido verle<br />
hincando el pico.<br />
-Sí.<br />
-Un hombre que pa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> gota.<br />
-Sí.<br />
-Y <strong>de</strong> mal <strong>de</strong> piedra.<br />
-También.<br />
-A quien faltan tres dientes.<br />
-Cuatro.<br />
-¡Mientras que yo, mirad!<br />
Y separando Porthos sus labios, enseñó<br />
dos hileras <strong>de</strong> dientes algo menos blancos que
la nieve, pero tan limpios, duros y sanos como<br />
el marfil.<br />
-No podéis figuraros, Porthos --dijo Artagnan-<br />
lo mucho que le place al rey una hermosa<br />
<strong>de</strong>ntadura. La vuestra me <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>, y quiero<br />
presentaros al rey.<br />
-¿Vos?<br />
-¿Por qué no? ¿Creéis que no tengo en la<br />
Corte tanto po<strong>de</strong>r como pueda tercer Aramis?<br />
-¡Oh, no!<br />
-¿Supondréis que tenga la menor pretensión<br />
<strong>de</strong> atribuirme las fortificaciones <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />
-No, por cierto.<br />
-De modo que ya veis que sólo pue<strong>de</strong><br />
llevarme a ello vuestro interés.<br />
-No me queda la menor duda.<br />
-Pues bien, yo soy amigo íntimo <strong>de</strong>l rey,<br />
y la prueba es, que cuando hay que comunicarle<br />
alguna cosa <strong>de</strong>sagradable, siempre me encargo<br />
yo <strong>de</strong> hacerlo.<br />
-Pero, amigo mío, si vos me presentáis...
-¿Qué?<br />
-Se incomodará Aramis.<br />
-¿Contra mía?<br />
-No, contra mí.<br />
-¡Bah! Lo mismo da que os presente yo,<br />
que os presente él, ya que <strong>de</strong> todos modos <strong>de</strong>béis<br />
ser presentado.<br />
-Es que me tenían que hacer vestidos.<br />
-¡Si los tenéis espléndidos!<br />
-¡Oh! Los que tenía encargados eran<br />
mucho más hermosos.<br />
-Mirad que al rey le gusta la sencillez.<br />
-Entonces seré sencillo. Pero, ¿qué dirá<br />
el señor Fouquet cuando sepa que he marchado?<br />
-¿Estáis acaso prisionero bajo palabra?<br />
-No, por cierto. Mas le tengo prometido<br />
no alejarme sin avisarle antes.<br />
-Bueno; ahora iremos a eso. ¿Tenéis algo<br />
que hacer aquí?<br />
-¿Yo? Nada... Al menos nada importante.
-A menos que le sirváis a Aramis como<br />
intermediario para algo grave.<br />
-A fe que no.<br />
-Ya compren<strong>de</strong>réis que lo digo por interés<br />
vuestro. Quiero suponer, por ejemplo, que<br />
estuvieseis encargado <strong>de</strong> enviar a Aramis mensajes,<br />
cartas.<br />
-¡Ah!, Cartas, sí. Le envío ciertas cartas.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>?<br />
-A Fontainebleau.<br />
-¿Y tenéis esas cartas?<br />
-Pero...<br />
-Dejadme hablar. ¿Tenéis esas cartas?<br />
-Ahora precisamente acabo <strong>de</strong> recibir<br />
una.<br />
-¿Interesante?<br />
-Lo supongo.<br />
-¿No las leéis?<br />
-No soy curioso.<br />
Y Porthos sacó <strong>de</strong>l bolsillo la carta <strong>de</strong>l<br />
soldado que Porthos no había leído, pero sí<br />
Artagnan.
-¿Sabéis lo que <strong>de</strong>béis hacer? -preguntó<br />
Artagnan.<br />
-¡Pardiez! Lo que hago siempre: remitirla.<br />
-No.<br />
-Pues qué ... ¿guardarla?<br />
-Tampoco. ¿No os han asegurado que<br />
esa carta era interesante?<br />
-Y mucho.<br />
-Pues bien: lo que habréis <strong>de</strong> hacer es<br />
llevarla vos mismo a Fontainebleau Aramis?.<br />
-Sí.<br />
-Tenéis razón.<br />
-Y puesto que el rey está allí... -<br />
Aprovecharemos la oportunidad...<br />
-Para presentaros al rey.<br />
-¡Cuerno <strong>de</strong> buey! Artagnan, sois el único<br />
para hallar expedientes.<br />
-Por tanto, en vez <strong>de</strong> mandar, a nuestro<br />
amigo mensajeros más o menos fieles, le llevamos<br />
la carta nosotros mismos.
-Pues no se me había ocurrido siquiera,<br />
a pesar <strong>de</strong> que la cosa no pue<strong>de</strong> ser más sencilla.<br />
-Por eso urge mucho, querido Porthos,<br />
que marchemos al momento.<br />
-En efecto -dijo Porthos-, cuanto antes<br />
salgamos, menos retraso sufrirá el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong><br />
Aramis.<br />
-Porthos, discurrís con mucha soli<strong>de</strong>z, y<br />
en vos la lógica favorece a la imaginación.<br />
-¿Os parece? -dijo Porthos.<br />
-Es resultado <strong>de</strong> los estudios sólidos -<br />
contestó Artagnan-. Conque vamos.<br />
-Pero, ¿y la promesa que he hecho al<br />
señor Fouquet? -preguntó Porthos.<br />
-¿Qué promesa?<br />
-La <strong>de</strong> no salir <strong>de</strong> Saint-Mandé sin avisarle.<br />
-¡Vaya, amigo Porthos -dijo Artagnanqué<br />
niño sois!<br />
-¿Por qué?<br />
-¿No vais a Fontainebleau?
-Iré.<br />
-¿No veréis allí al señor Fouquet?<br />
-Sí.<br />
-¿Probablemente en la cámara <strong>de</strong>l rey?<br />
-¡En la cámara <strong>de</strong>l rey! -repitió majestuosamente<br />
Porthos.<br />
-Pues os acercáis a él y le <strong>de</strong>cís: "Señor<br />
Fouquet, tengo la honra <strong>de</strong> avisaros que acabo<br />
<strong>de</strong> ausentarme <strong>de</strong> Saint-Mandé."<br />
-Y -dijo Porthos con igual majestadviéndome<br />
el señor Fouquet en Fontainebleau<br />
en la cámara <strong>de</strong>l rey, no podrá <strong>de</strong>cir que miento.<br />
-Justamente abría la boca para <strong>de</strong>ciros<br />
eso mismo, amigo Porthos; pero en todo me<br />
a<strong>de</strong>lantáis. ¡Qué naturaleza tan privilegiada la<br />
vuestra! La edad no ha hecho mella en vos.<br />
-No mucho.<br />
-De modo que no hay más que hablar.<br />
-Así es.<br />
-¿No tenéis ya más escrúpulos?<br />
-Creo qué no.
-Entonces partamos.<br />
-Voy a hacer que ensillen mis caballos.<br />
-Tengo cinco.<br />
-¿Qué habéis hecho traer <strong>de</strong> Pierrefonds?<br />
-Que me ha regalado el señor Fouquet.<br />
-Querido Porthos, no hay necesidad <strong>de</strong><br />
cinco caballos para dos personas; a<strong>de</strong>más, que<br />
tengo ya tres en París, y serían entre todos<br />
ocho, número que consi<strong>de</strong>ro excesivo.<br />
-No lo sería si tuviese aquí a mis criados;<br />
pero, ¡ay! no los tengo.<br />
-¿Echáis <strong>de</strong> menos a vuestros criados?<br />
-A Mosquetón; Mosquetón me hace falta.<br />
-¡Qué corazón tan excelente! -exclamó<br />
Artagnan-. Pero, creedme, <strong>de</strong>jad aquí vuestros<br />
caballos, como habéis <strong>de</strong>jado allá a Mosquetón.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque tal vez más a<strong>de</strong>lante...<br />
-¿Qué?
-Podrá resultar que el señor Fouquet no<br />
os haya dado nada. -No comprendo -dijo Porthos.<br />
-Ni hay necesidad.<br />
-Sin embargo...<br />
-Más a<strong>de</strong>lante os lo explicaré, Porthos.<br />
-Apuesto que es cuestión política.<br />
-Y <strong>de</strong> la más sutil.<br />
Porthos bajó la cabeza al oír la palabra:<br />
política; luego, tras un instante <strong>de</strong> reflexión,<br />
añadió:<br />
-Os confieso, Artagnan, que no soy político.<br />
-¡Bien lo sé, diantre!<br />
-¡Oh! Nadie sabe eso. Vos mismo me lo<br />
habéis dicho, vos, el valiente <strong>de</strong> los valientes.<br />
-¿Qué he dicho yo, Porthos?<br />
-Que cada uno tiene sus días.<br />
-Eso me habéis dicho, y yo lo he experimentado.<br />
Hay días en que se encuentra menos<br />
placer en recibir estocadas que en otros.<br />
-Esa es mi i<strong>de</strong>a.
-Y la mía, aunque no crea en los golpes<br />
que matan.<br />
-¡Diantre! Pues a algunos habéis muerto.<br />
-Sí, pero a mí nunca me han matado.<br />
-No es mala la razón.<br />
-De consiguiente, no creo que haya <strong>de</strong><br />
morir nunca por la hoja <strong>de</strong> una espada o la bala<br />
<strong>de</strong> un mosquete.<br />
-Entonces, ¿no tenéis miedo a nada?...<br />
¡Ah! ¿Al agua acaso?<br />
-No tal, que nado como una nutria.<br />
-¿A las cuartanas?<br />
-Nunca las he tenido ni creo haya <strong>de</strong><br />
tenerlas jamás; pero os manifestaré una cosa...<br />
Y Porthos bajó la voz.<br />
-¿Cuál? -preguntó Artagnan, acomodándose<br />
al diapasón <strong>de</strong> Porthos.<br />
-Que tengo un miedo horrible a la política<br />
-dijo Porthos.<br />
-¡Ah! ¡Bah! -exclamó Artagnan.<br />
-¡Poco a poco! -dijo Porthos con voz estentórea-.<br />
Yo he visto a Su Eminencia el car<strong>de</strong>-
nal Richelieu y a Su Eminencia el car<strong>de</strong>nal Mazarino;<br />
el uno seguía una política roja, y el otro<br />
una política negra. Yo nunca he estado más<br />
contento <strong>de</strong> la una que <strong>de</strong> la otra: la primera<br />
hizo cortar la cabeza al señor <strong>de</strong> Marcillac, al<br />
señor <strong>de</strong> Thou, al señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, al señor<br />
<strong>de</strong> Chalais, al señor <strong>de</strong> Boutteville y al señor <strong>de</strong><br />
Montmorency; la segunda ha hecho ahorcar a<br />
una multitud <strong>de</strong> frondistas, a cuyo partido pertenecíamos<br />
también nosotros, amigo.<br />
-No hay tal -dijo Artagnan.<br />
-¡Oh, sí! Porque si yo tiraba <strong>de</strong> la espada<br />
por el car<strong>de</strong>nal, daba tajos por el rey.<br />
-¡Querido Porthos!<br />
-Voy a terminar. Mi miedo a la política<br />
es tal, que si hay política en esto, prefiero volverme<br />
a Pierrefonds.<br />
-Tendríais razón para ello, si tal hubiera;<br />
pero conmigo, querido Porthos, no hay nada <strong>de</strong><br />
política. La cosa es clara; habéis trabajado en<br />
fortificar a Belle-Isle; el rey tuvo <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> conocer<br />
el nombre <strong>de</strong>l hábil ingeniero que ha
hecho esos trabajos; vos sois tímido, como todos<br />
los hombres <strong>de</strong> mérito; quizá Aramis trate<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaros en la obscuridad. Pero yo os tomo<br />
por m¡ cuenta, os hago salir a luz, os presento,<br />
y el rey os recompensa. Esta es toda mi política.<br />
-¡Esa es también la mía, pardiez! -dijo<br />
Porthos tendiendo la mano a Artagnan.<br />
Pero Artagnan conocía la mano <strong>de</strong> Porthos;<br />
sabía que aprisionada una mano común<br />
entre los cinco <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l barón, jamás salía <strong>de</strong><br />
ellos sin contusiones. Tendió, pues, a su amigo,<br />
no la mano, sino el puño. Porthos ni siquiera lo<br />
advirtió. Después <strong>de</strong> lo cual, salieron ambos <strong>de</strong><br />
Saint-Mandé.<br />
Los guardianes cuchichearon entre sí<br />
ciertas palabras, que Artagnan comprendió,<br />
pero que se guardó muy bien <strong>de</strong> hacer compren<strong>de</strong>r<br />
a Porthos.<br />
"Nuestro amigo -dijo para si no era más ni menos<br />
que un prisionero <strong>de</strong> Aramis. Veremos lo<br />
que resulta <strong>de</strong> la liberación <strong>de</strong> este conspirador."
X<br />
EL RATÓN Y EL QUESO<br />
Artagnan y Porthos regresaron a pie,<br />
como había ido Artagnan. Cuando Artagnan,<br />
que fue el primero que penetró en la tienda "<strong>El</strong><br />
Pilón <strong>de</strong> Oro" anunció a Planchet que el señor<br />
Du-Vallon sería uno <strong>de</strong> los viajeros privilegiados,<br />
y Porthos, al pasar a su vez, hizo crujir con<br />
la pluma <strong>de</strong> su sombrero los mecheros <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />
colgados <strong>de</strong>l cobertizo, algo parecido a un<br />
presentimiento doloroso turbó la alegría que<br />
Planchet prometíase para el día siguiente.<br />
Pero era un corazón <strong>de</strong> oro nuestro abacero,<br />
resto precioso <strong>de</strong> una época que es y ha<br />
sido siempre para los que envejecen la <strong>de</strong> su<br />
juventud, y para los jóvenes la vejez <strong>de</strong> sus antepasados.
Planchet, no obstante aquella conmoción<br />
interna, pronto reprimida, recibió a<br />
Porthos con un respeto mezclado <strong>de</strong> tierna cordialidad.<br />
Porthos, algo estirado' al principio, a<br />
causa <strong>de</strong> la distancia social que existía en aquella<br />
época entre un barón y un abacero, concluyó<br />
al fin por humanizarse al ver en Planchet tan<br />
buena voluntad y tanto agasajo.<br />
Principalmente, no pudo menos <strong>de</strong> mostrarse<br />
sensible a la libertad que se le dio, o más<br />
bien se le ofreció, <strong>de</strong> sumergir sus anchas manos<br />
en las cajas <strong>de</strong> frutos secos y confites, en los<br />
sacos <strong>de</strong> almendras y avellanas, y en los cajones<br />
llenos <strong>de</strong> dulces.<br />
De modo que a pesar <strong>de</strong> las invitaciones<br />
que le hizo Planchet para que subiese al entresuelo,<br />
eligió por habitación favorita, durante la<br />
noche que iba a pasar en casa <strong>de</strong> Planchet, la<br />
tienda, don<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos hallaban siempre lo<br />
que su nariz había olfateado.
Los hermosos higos <strong>de</strong> Provenza, las<br />
avellanas <strong>de</strong>l Forest, y las ciruelas <strong>de</strong> Turena,<br />
fueron para Porthos objeto <strong>de</strong> una distracción<br />
que saboreó por espacio <strong>de</strong> cinco horas sin interrupción.<br />
Entre sus dientes y muelas triturábanse<br />
los huesos, cuyos residuos sembraban luego el<br />
suelo y crujían bajo la suela <strong>de</strong> los que iban y<br />
venían; Porthos <strong>de</strong>sgranaba entre sus labios, <strong>de</strong><br />
una vez, los sabrosos racimos <strong>de</strong> moscatel secos,<br />
<strong>de</strong> violáceos colores, <strong>de</strong> los que hacía pasar<br />
media libra <strong>de</strong> su boca al estómago.<br />
En un rincón <strong>de</strong>l almacén, los mancebos,<br />
llenos <strong>de</strong> espanto, se miraban mutuamente sin<br />
atreverse a hablar.<br />
No sabían que tal Porthos existiese,<br />
pues jamás le habían visto. La raza <strong>de</strong> aquellos<br />
titanes que habían llevado las últimas corazas<br />
<strong>de</strong> Hugo Capeto, <strong>de</strong> Felipe Augusto y <strong>de</strong> Francisco<br />
I, principiaba a <strong>de</strong>saparecer. Así era que<br />
se preguntaban si sería aquél el duen<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />
cuentos <strong>de</strong> encantamientos que iban a sepultar
en su insondable estómago todo el almacén <strong>de</strong><br />
Planchet, sin mover <strong>de</strong> su sitio los barriles y cajones.<br />
Porthos, mascando, triturando, chupando<br />
y tragando, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> vez en cuando al abacero:<br />
-Tenéis un lindo comercio, querido<br />
Planchet.<br />
-Pronto <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> tenerlo, si esto sigue<br />
así -dijo el primer mancebo, a quien Planchet<br />
había prometido que le suce<strong>de</strong>ría en la tienda.<br />
Y, en su <strong>de</strong>sesperación, acercóse a Porthos,<br />
que ocupaba todo el sitio que conducía<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trastienda a la tienda, esperando que<br />
aquél se levantase y que ese movimiento le distrajese<br />
<strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>voradoras.<br />
-¿Qué queréis, querido mío? -preguntó<br />
Porthos con aire afable.<br />
-Quería pasar, señor, si no os sirve <strong>de</strong><br />
molestia.<br />
-De ningún modo, amigo -dijo Porthos.
Y, cogiendo al mismo tiempo al mancebo<br />
por la cintura, lo levantó en el aire y lo<br />
transportó al otro lado.<br />
Por supuesto, que todo esto lo hizo sonriendo,<br />
con el mismo aire <strong>de</strong> afabilidad.<br />
Al asustado mancebo faltáronle las<br />
piernas en el momento en que Porthos le <strong>de</strong>jaba<br />
en tierra, <strong>de</strong> modo que cayó <strong>de</strong> espaldas sobre<br />
los corchos.<br />
Sin embargo, viendo la dulzura <strong>de</strong> aquel gigante,<br />
se aventuró a <strong>de</strong>cir:<br />
-¡Ay, señor, pensad lo que hacéis!<br />
-¿Por qué <strong>de</strong>cís eso, querido? -preguntó<br />
Porthos.<br />
-Porque vais a quemaros el estómago.<br />
-¿Cómo es eso, mi buen amigo?<br />
-Todos esos alimentos son ardientes,<br />
señor.<br />
-¿Cuáles?<br />
Las pasas, las avellanas, las almendras ...<br />
-Sí; mas si las pasas, las avellanas y las<br />
almendras son ardientes...
-No hay la menor duda, señor.<br />
Y, alargando su mano hacia un barril <strong>de</strong><br />
miel abierto, don<strong>de</strong> estaba la espátula con que<br />
se servía a los compradores, tragó una buena<br />
media libra.<br />
-Querido -dijo Porthos-, ¿queréis traerme<br />
agua?<br />
-¿En un cubo, señor? -preguntó sencillamente<br />
el mancebo.<br />
-No; en una garrafa; con una garrafa<br />
tendré suficiente -respondió Porthos con la mayor<br />
naturalidad.<br />
Y, llevándose la garrafa a la boca, como<br />
hace un músico con su trompa, la vació <strong>de</strong> un<br />
solo trago.<br />
Planchet estremecíase entre todos los<br />
sentimientos que correspon<strong>de</strong>n a las fibras <strong>de</strong><br />
la propiedad y <strong>de</strong>l amor propio.<br />
Sin embargo, como digno dispensador<br />
<strong>de</strong> la hospitalidad antigua, simulaba conversar<br />
con la mayor' atención con Artagnan, y no<br />
hacía más que repetir:
-¡Ay, señor, qué placer!... ¡Ay, señor, qué<br />
honra para mi casa!<br />
-¿A qué hora cenaremos, Planchet? -<br />
preguntó Porthos-. Tengo apetito.<br />
<strong>El</strong> primer mancebo juntó sus manos.<br />
Los otros dos escurriéronse bajo el mostrador,<br />
temiendo que Porthos oliese la carne<br />
fresca.<br />
-Aquí tomaremos un bocado nada más -<br />
dijo Artagnan-, y cenaremos luego en la casa <strong>de</strong><br />
campo <strong>de</strong> Planchet.<br />
-¡Ah! ¿De modo que vamos a vuestra<br />
casa <strong>de</strong> campo, Planchet? -dijo Porthos-. Tanto<br />
mejor.<br />
-Me hacéis gran<strong>de</strong> honor, señor barón.<br />
Las palabras señor barón produjeron<br />
gran<strong>de</strong> efecto en los mancebos, los cuales vieron<br />
un hombre <strong>de</strong> la clase más distinguida en<br />
un apetito <strong>de</strong> aquella naturaleza.<br />
Por otra parte, aquel título les tranquilizó.<br />
Nunca habían oído <strong>de</strong>cir que a un duen<strong>de</strong><br />
se le llamase señor barón.
-Tomaré algunos bizcochos para el camino<br />
-dijo Porthos con indiferencia.<br />
Y diciendo esto vació un cajón <strong>de</strong> bizcochos<br />
en el bolsillo <strong>de</strong> su ropilla.<br />
-¡Salvóse mi tienda! -murmuró Planchet.<br />
-Sí, como el queso --dijo el primer mancebo.<br />
-¿Qué queso?<br />
-Aquel queso <strong>de</strong> Holanda en que entró<br />
un ratón y <strong>de</strong>l que sólo hallamos la corteza.<br />
Planchet echó una mirada por la tienda,<br />
y al ver lo que había escapado <strong>de</strong> los dientes <strong>de</strong><br />
Porthos, parecióle exagerada la comparación.<br />
<strong>El</strong> primer mancebo conoció lo que querían<br />
<strong>de</strong>cir los ojos <strong>de</strong> su amo.<br />
-¡Cuidado con la vuelta! -le dijo.<br />
-¿Tenéis frutos en vuestro cuarto? -<br />
preguntó Porthos subiendo al entresuelo, don<strong>de</strong><br />
acababan <strong>de</strong> anunciar que estaba servido el<br />
refrigerio. - -¡Ay! -exclamó el abacero, dirigiendo<br />
a Artagnan una mirada suplicante,<br />
que éste comprendió a medias.
Terminado el refrigerio pusiéronse en<br />
camino.<br />
Era ya tar<strong>de</strong> cuando los tres viajeros,<br />
que salieron <strong>de</strong> París a eso <strong>de</strong> las seis, llegaron<br />
a Fontainebleau.<br />
<strong>El</strong> viaje fue muy divertido, Porthos se<br />
complació con la compañía <strong>de</strong> Planchet, porque<br />
éste le manifestaba mucho respeto, y le hablaba<br />
con interés <strong>de</strong> sus prados, <strong>de</strong> sus bosques y <strong>de</strong><br />
sus conejares.<br />
Porthos tenía los gustos y el orgullo <strong>de</strong>l<br />
propietario.<br />
Artagnan, así que divisó a sus dos compañeros<br />
tan engolfados en la conversación, tomó<br />
la la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l camino, y, echando la brida<br />
sobre el cuello <strong>de</strong> su caballo, se aisló <strong>de</strong>l mundo<br />
entero, como también <strong>de</strong> Porthos y <strong>de</strong> Planchet.<br />
La luna penetraba dulcemente a través<br />
<strong>de</strong>l ramaje azulado <strong>de</strong>l bosque. Las emanaciones<br />
<strong>de</strong> la llanura subían, embalsamadas, a las<br />
narices <strong>de</strong> los caballos, que resoplaban con<br />
gran<strong>de</strong>s saltos <strong>de</strong> alegría.
Porthos y Planchet se pusieron a hablar<br />
aparte.<br />
Planchet manifestó a Porthos que, en la<br />
edad madura <strong>de</strong> su vida, había <strong>de</strong>scuidado la<br />
agricultura por el comercio; pero que su infancia<br />
había transcurrido en Picardía, entre las<br />
hermosas alfalfas que le subían hasta las rodillas<br />
y bajo los ver<strong>de</strong>s manzanos <strong>de</strong> frutos sonrosados;<br />
así es que había jurado, tan pronto<br />
como su fortuna estuviera hecha, volver a la<br />
naturaleza y terminar sus días como los había<br />
empezado, lo más próximo a la tierra, adon<strong>de</strong><br />
van a parar todos los hombres.<br />
-¡Hola, hola! -dijo Porthos-. Entonces,<br />
querido Planchet, vuestro retiro está próximo<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque me parece que estáis en camino<br />
<strong>de</strong> hacer una regular fortuna.<br />
-Sí -contestó Planchet-, se hace lo que se<br />
pue<strong>de</strong>.
-Vamos a ver, ¿cuánto es lo que ambicionáis,<br />
y con qué cantidad contáis po<strong>de</strong>r retiraros?<br />
-Señor -dijo Planchet sin respon<strong>de</strong>r a la<br />
pregunta, sin embargo <strong>de</strong> lo interesante que<br />
era-, señor, una cosa me causa mucha pena.<br />
-¿Qué? -preguntó Porthos mirando a sus<br />
espaldas, como para buscar esa otra cosa que<br />
apenaba a Planchet y librarle <strong>de</strong> ella.<br />
-En otro tiempo me llamabais simplemente<br />
Planchet, y me habríais dicho: "¿Cuánto<br />
ambicionas, Planchet, y con qué cantidad cuentas<br />
po<strong>de</strong>r retirarte?"<br />
-Seguramente, así es; en otro tiempo eso<br />
te habría dicho -replicó el buen Porthos con<br />
cierta perplejidad llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za-, pero en<br />
aquel tiempo...<br />
-En aquel tiempo era el lacayo <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> Artagnan, ¿no es eso lo que queríais <strong>de</strong>cir?<br />
-Sí.
-Pues bien, si no soy ahora lacayo suyo,<br />
soy todavía su servidor; y, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella<br />
época ...<br />
-¿Qué?<br />
-Des<strong>de</strong> aquella época he tenido la honra<br />
<strong>de</strong> ser su socio.<br />
-¡Oh, oh -exclamó Porthos-. ¡Cómo! ¿Artagnan<br />
ha tomado parte en el comercio <strong>de</strong> comestibles?<br />
-No, no -dijo Artagnan, a quien aquellas<br />
palabras sacaron <strong>de</strong> sus meditaciones y pusiéronle<br />
al corriente <strong>de</strong> la conversación con la<br />
habilidad y penetración que distinguía cada<br />
operación <strong>de</strong> su entendimiento y <strong>de</strong> su cuerpo-.<br />
No ha sido Artagnan el que entró en el comercio<br />
<strong>de</strong> comestibles, sino Planchet, que se ha<br />
<strong>de</strong>dicado a la política. ¡Eso es!<br />
-Sí -contestó Planchet con orgullo y satisfacción<br />
a la vez-; hemos hecho juntos un pequeño<br />
negocio que nos ha producido a mí cien<br />
mil libras, y al señor <strong>de</strong> Artagnan doscientas<br />
mil.
-¡Oh, oh! -exclamó Porthos con admiración.<br />
-De suerte, señor barón -contestó el abacero-,<br />
que os suplico <strong>de</strong> nuevo me llaméis Planchet<br />
como antiguamente, y continuéis tuteándome.<br />
No podéis suponeros el placer que<br />
eso me causará.<br />
-Si así es, lo haré como <strong>de</strong>seas, querido<br />
Planchet -replicó Porthos. Y, como al <strong>de</strong>cir esto<br />
se hallara cerca <strong>de</strong> Planchet, levantó la mano<br />
para darle un golpecito en el hombro, en señal<br />
<strong>de</strong> cordial amistad.<br />
Mas un movimiento provi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong>l<br />
caballo <strong>de</strong>jó frustrado el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>l jinete, <strong>de</strong><br />
suerte que su mano cayó sobre la grupa <strong>de</strong>l<br />
caballo <strong>de</strong> Planchet.<br />
<strong>El</strong> animal dobló los riñones. Artagnan<br />
empezó a reír, y dijo en voz alta:<br />
-Cuidado, Planchet, que si Porthos te<br />
llega a querer mucha, te acariciará; y si te acaricia,<br />
te aplasta el día menos pensado: ya ves que<br />
Porthos no ha perdido nada <strong>de</strong> su fuerza.
-¡Oh! -dijo Planchet- Mosquetón no ha<br />
muerto, y sin embargo, el señor barón lo aprecia<br />
mucho.<br />
-Así es -dijo Porthos con un suspiro que<br />
hizo encabritar simultáneamente a los tres caballos-;<br />
y aun <strong>de</strong>cía esta mañana a Artagnan lo<br />
mucho que le echaba <strong>de</strong> menos; pero dime,<br />
Planchet...<br />
-¡Gracias, señor barón, gracias! -¡Bien,<br />
Planchet, bien! ¿Cuántas arpentas tienes <strong>de</strong><br />
parque?<br />
-¿De parque?<br />
-Sí; luego contaremos los prados, y <strong>de</strong>spués<br />
los bosques.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>, señor?<br />
-En tu palacio.<br />
-Pero, señor barón, si no tengo palacio,<br />
ni parque, ni prados, ni bosque.<br />
-Entonces, ¿qué es lo que tienes, y por<br />
qué llamas a eso casa <strong>de</strong> campo?
-No he dicho casa <strong>de</strong> campo, señor barón<br />
-objetó Planchet algo humillado-, sino simple<br />
apea<strong>de</strong>ro.<br />
-¡Ah, ah! --dijo Porthos-. Ya entiendo; te<br />
reservas.<br />
-No, señor barón, digo la verdad pura:<br />
no tengo más que dos cuartos para amigos.<br />
-Entonces, ¿por dón<strong>de</strong> pasean tus amigos?<br />
-Por los bosque <strong>de</strong>l rey, que son encantadores.<br />
-<strong>El</strong> caso es que esos bosques son muy<br />
hermosos, casi tanto como los míos <strong>de</strong>l Berry.<br />
Planchet abrió <strong>de</strong>smesuradamente los<br />
ojos.<br />
-¿Tenéis bosques semejantes a los <strong>de</strong><br />
Fontainebleau, señor barón? -murmuró asombrado.<br />
-Sí, tengo dos; pero el <strong>de</strong>l Berry es el<br />
predilecto.<br />
-¿Por qué? -preguntó graciosamente<br />
Planchet.
-En primer lugar, porque no conozco<br />
sus límites; y, <strong>de</strong>spués, porque está poblado <strong>de</strong><br />
cazadores furtivos.<br />
-¿Y cómo pue<strong>de</strong> haceros tan grato el<br />
bosque esa profusión <strong>de</strong> cazadores furtivos?<br />
-Porque ellos cazan mis piezas, y yo los<br />
cazo a ellos, y esto es para mí, en tiempo <strong>de</strong><br />
paz, una imagen en pequeño <strong>de</strong> la guerra.<br />
A este punto llegaba la conversación,<br />
cuando Planchet, levantando la cabeza, divisó<br />
las primeras casas <strong>de</strong> Fontainebleau, que se<br />
diseñaban vigorosamente en el cielo, en tanto<br />
que por encima <strong>de</strong> la masa compacta e informe<br />
se elevaban las techumbres agudas <strong>de</strong>l palacio,<br />
cuyas pizarras relucían a la luna como las escamas<br />
<strong>de</strong> un pez enorme.<br />
-Señores -dijo Planchet-: tengo el honor<br />
<strong>de</strong> anunciaron que hemos llegado a Fontainebleau.
XI<br />
LA CASA DE CAMPO DE PLANCHET<br />
Levantaron la cabeza los jinetes, y vieron<br />
que el honrado Planchet <strong>de</strong>cía exactamente<br />
la verdad.<br />
Diez minutos más tar<strong>de</strong> se hallaban en<br />
la calle <strong>de</strong> Lyón, al otro<br />
lado <strong>de</strong> la posada "<strong>El</strong> Hermoso Pavo Real".<br />
Una inmensa cerca <strong>de</strong> espesos saúcos,<br />
espinos y lúpulos formaba un vallado impenetrable<br />
y negro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual se elevaba una<br />
casa blanca, con la techumbre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s tejas.<br />
Dos ventanas <strong>de</strong> aquella casa daban a la<br />
calle. Las dos eran sombrías.<br />
Entre ambas, una portecita, resguardada por un<br />
cobertizo sostenido sobre pilastras, daba entrada<br />
a ella.<br />
<strong>El</strong> umbral <strong>de</strong> esta puerta estaba bastante<br />
elevado.<br />
Planchet echó pie a tierra como para<br />
llamar a dicha puerta; pero, cambiando <strong>de</strong>s<strong>de</strong>
luego <strong>de</strong> parecer, cogió a su caballo <strong>de</strong> la brida<br />
y anduvo unos treinta pasos más.<br />
Sus dos compañeros siguiéronle. Llegó<br />
hasta una puerta cochera, situada treinta pasos<br />
más allá, y, levantando un picaporte <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />
única cerradura <strong>de</strong> aquella puerta, empujó<br />
una <strong>de</strong> sus hojas. Entonces penetró el primero,<br />
llevando el caballo por la brida, en un pequeño<br />
corral, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> estiércol, cuyo olor revelaba<br />
la proximidad <strong>de</strong> un establo.<br />
-Bien huele -dijo ruidosamente Porthos,<br />
echando al mismo tiempo pie a tierra-; no parece<br />
sino que estoy en mis vaquerías <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />
-No tengo más que una. vaca -se apresuró<br />
a <strong>de</strong>cir mo<strong>de</strong>stamente Planchet.<br />
-Pues yo tengo treinta -dijo Porthos-, y a<br />
<strong>de</strong>cir verdad, no sé el número <strong>de</strong> las vacas que<br />
tengo.<br />
Después que entraron los dos jinetes,<br />
Planchet cerró la puerta. Entretanto, Artagnan,<br />
que se había apeado con su ligereza acostum-
ada respiraba aquella saludable atmósfera, y<br />
alegre como un parisiense que sale al campo,<br />
cogía, ora un ramo <strong>de</strong> madreselvas, ora un agavanzo.<br />
Porthos echó mano a unos guisantes que<br />
subían a lo largo <strong>de</strong> los palos, y se comía, o más<br />
bien engullía, vainas y fruto a la vez.<br />
Planchet corrió a <strong>de</strong>spertar a cierto<br />
campesino, viejo y cascado, que dormía bajo un<br />
cobertizo sobre una cama <strong>de</strong> musgo, cubierto<br />
con una chamarreta.<br />
<strong>El</strong> campesino, que conoció a Planchet, le<br />
llamó nuestro amo, con gran placer <strong>de</strong>l abacero.<br />
-Llevad los caballos al pesebre, buen<br />
viejo, y dadles buena pitanza -dijo Planchet.<br />
-¡Oh! Hermosos animales -exclamó el<br />
campesino-, procuraré que se harten.<br />
-Poco a poco, poco a poco, amigo -dijo<br />
Artagnan-; no tanto ya: avena, y la paja correspondiente,<br />
nada más.
-Y agua <strong>de</strong> salvado para mi caballo -<br />
repuso Porthos-, porque se me figura que suda<br />
mucho.<br />
-¡Oh! Nada temáis, señores -contestó<br />
Planchet-: el tío Celestino es un antiguo gendarme<br />
<strong>de</strong>l Ivry, y sabe lo que es cuidar caballos.<br />
Pasemos a la casa.<br />
Y llevó a sus amigos por una alameda<br />
muy poblada que atravesaba una huerta, luego<br />
un campo <strong>de</strong> alfalfa, que, por ultimo, terminaba<br />
en un jardinito, tras <strong>de</strong>l cual se elevaba la casa,<br />
cuya fachada principal se había visto ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
la calle.<br />
A medida que se iban acercando, podía<br />
distinguirse por dos ventanas abiertas <strong>de</strong>l piso<br />
bajo el interior, el penetral <strong>de</strong> Planchet.<br />
Aquella habitación, suavemente iluminada<br />
por una lámpara situada sobre la mesa, se<br />
<strong>de</strong>stacaba en el fondo <strong>de</strong>l jardín como una risueña<br />
imagen <strong>de</strong> la paz, <strong>de</strong> la comodidad y <strong>de</strong><br />
la dicha.
Don<strong>de</strong> quiera que caía la lentejuela <strong>de</strong><br />
luz <strong>de</strong>sprendida <strong>de</strong>l centro luminoso sobre una<br />
antigua fayenza, sobre un mueble resplan<strong>de</strong>ciente<br />
<strong>de</strong> limpieza, sobre un arma colgada en la<br />
tapicería, la pura claridad encontraba un puro<br />
reflejo, y la gota <strong>de</strong> fuego iba a reposar sobre el<br />
objeto grato a la vista.<br />
Aquella lámpara, que iluminaba el cuarto,<br />
mientras que por el cerco <strong>de</strong> las ventanas<br />
caían las ramas <strong>de</strong> jazmín y <strong>de</strong> aristoloquia,<br />
daba luz a un mantel adamascado, blanco 1<br />
como la nieve.<br />
Había dos cubiertos sobre aquel mantel.<br />
Un vino clarete mecía sus rubíes en el cristal<br />
labrado <strong>de</strong> la larga botella, y una vasija <strong>de</strong> fayenza<br />
azul, con tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> plata, contenía una<br />
espumosa sidra.<br />
Al lado <strong>de</strong> la mesa, y en un sillón <strong>de</strong><br />
mucho respaldo, dormía una mujer <strong>de</strong> treinta<br />
años, cuyo rostro rebosaba salud y frescura.<br />
Sobre las rodillas <strong>de</strong> aquella fresca criatura,<br />
un gatazo manso, apelotonando su cuerpo
sobre sus patas dobladas, hacía oír ese ronquido<br />
característico que, con los ojos medio cerrados,<br />
significa en los hábitos felinos: "Soy enteramente<br />
feliz."<br />
Los dos amigos <strong>de</strong>tuviéronse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
aquella ventana, mudos <strong>de</strong> sorpresa.<br />
Al ver Planchet su admiración experimentó<br />
una dulce alegría. -¡Ah, pícaro Planchet!<br />
-exclamó Artagnan-. Ahora comprendo<br />
tus ausencias.<br />
-¡Oh, oh! Vaya un lienzo blanco -dijo a<br />
su vez Porthos con voz <strong>de</strong> trueno.<br />
Al ruido <strong>de</strong> aquella voz, el gato escapó,<br />
el ama se <strong>de</strong>spertó asustada, y Planchet, tomando<br />
un aire afable, introdujo a los dos compañeros<br />
en la habitación don<strong>de</strong> estaba puesta la<br />
mesa.<br />
-Permitidme, amiga mía, que os presente<br />
al señor caballero <strong>de</strong> Artagnan, mi protector.<br />
Artagnan cogió la mano <strong>de</strong> la dama como<br />
hombre cortesano, y con los mismos modales<br />
con que habría tomado la <strong>de</strong> Madame.
-<strong>El</strong> señor barón Du-Vallon <strong>de</strong> Bracieux<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds -añadió Planchet.<br />
Porthos hizo un saludo que hubiera<br />
<strong>de</strong>jado satisfecha a la misma Ana <strong>de</strong> Austria, so<br />
pena <strong>de</strong> ser tenida por muy exigente.<br />
Entonces le tocó su vez a Planchet, el<br />
cual abrazó con gran franqueza a la dama, no<br />
sin haber hecho antes un a<strong>de</strong>mán que parecía<br />
pedir su permiso a Artagnan y Porthos, permiso<br />
que le fue concedido en el acto.<br />
Artagnan hizo su cumplido a Planchet.<br />
-He aquí un hombre que sabe vivir.<br />
-Señor -contestó Planchet riendo-, la<br />
vida es un capital que el hombre <strong>de</strong>be tratar <strong>de</strong><br />
colocar lo más ingeniosamente que pueda ...<br />
-Y <strong>de</strong>l que obtienes gran<strong>de</strong>s intereses -<br />
dijo Porthos riendo como un trueno.<br />
Planchet se volvió hacia el ama <strong>de</strong> la<br />
casa.<br />
-Amiga mía -le dijo-, aquí tenéis a los<br />
dos hombres que han dirigido una parte <strong>de</strong> mi<br />
existencia, y que os he nombrado tantas veces.
-Con otros dos más -dijo la dama con<br />
acento flamenco <strong>de</strong> los más pronunciados<br />
-¿Sois holan<strong>de</strong>sa? -preguntó Artagnan.<br />
Porthos retorcióse el bigote, lo cual notó<br />
Artagnan, que todo lo observaba.<br />
-Soy <strong>de</strong> Amberes -respondió la dama.<br />
-Y se llama la señora Gechter -dijo Planchet.<br />
- Pero supongo que no la llamaré <strong>de</strong> ese<br />
modo -dijo Artagnan.<br />
-¿Por qué? -preguntó Planchet.<br />
-Porque sería envejecerla cada vez que<br />
la llamaseis.<br />
-No: la llamo Trüchen. -Bonito nombre -<br />
dijo Porthos.<br />
-Trüchen -replicó Planchet me ha venido<br />
<strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s con su virtud y dos mil florines,<br />
huyendo <strong>de</strong> un marido que le pegaba. Como<br />
natural <strong>de</strong> Picardía, me han gustado siempre<br />
las mujeres <strong>de</strong> Artois. Del Artois a Flan<strong>de</strong>s no<br />
hay más que un paso. La <strong>de</strong>sgraciada vino a<br />
llorar a casa <strong>de</strong> su padrino, mi pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> la
calle <strong>de</strong> los Lombardos, y colocó en mi casa sus<br />
dos mil florines, que en el día le rentan diez<br />
mil.<br />
-¡Bravo, Planchet!<br />
-Es libre, es rica; tiene una vaca; manda<br />
a una sirviente y al tío Celestino; me hace todas<br />
mis camisas y todas mis medias <strong>de</strong> invierno;<br />
sólo me ve <strong>de</strong> quince en quince días, y se consi<strong>de</strong>ra<br />
dichosa<br />
-y lo soy efectivamente -dijo Trüchen con<br />
abandono.<br />
Porthos se retorció el otro hemisferio <strong>de</strong>l<br />
bigote.<br />
-¡Diantre, diantre! -dijo para sí Artagnan-.<br />
Será que Porthos tenga intenciones.<br />
Entretanto, Trüchen, comprendiendo lo<br />
que había <strong>de</strong> hacer, dio prisa a la cocinera, añadió<br />
dos cubiertos, y puso sobre la mesa manjares<br />
<strong>de</strong>licados, capaces <strong>de</strong> convertir una cena<br />
en comida y una comida en festín.<br />
Manteca. fresca, cecina, anchoas y atún, todo lo<br />
mejor <strong>de</strong> la tienda <strong>de</strong> Planchet.
Pollos, legumbres, ensalada, pescados<br />
<strong>de</strong> estanque y <strong>de</strong> río, caza <strong>de</strong>l monte, en fin,<br />
todos los recursos <strong>de</strong> la provincia.<br />
A<strong>de</strong>más, Planchet volvía <strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga cargado<br />
con diez botellas, cuyo vidrio <strong>de</strong>saparecía bajo<br />
una <strong>de</strong>nsa capa <strong>de</strong> polvo ceniciento.<br />
Aquello alegró el corazón <strong>de</strong> Porthos.<br />
-Tengo hambre -dijo.<br />
Y se sentó junto a la señora Trüchen con<br />
una mirada asesina. Artagnan se sentó al otro<br />
lado. Planchet, discreta y alegremente, se colocó<br />
enfrente.<br />
-No os extrañéis -dijo- si durante la comida<br />
abandona Trüchen la mesa frecuentemente,<br />
pues tiene que disponer vuestros dormitorios.<br />
En efecto, el ama hacía numerosos viajes y<br />
se oían crujir en el piso superior las armaduras<br />
<strong>de</strong> las camas y chillar las ro<strong>de</strong>zuelas sobre el<br />
pavimento.<br />
Entretanto, los tres hombres comían y<br />
bebían, especialmente Porthos.
Era maravilloso el verlos. Cuando Trüchen volvió<br />
con el queso, las diez botellas no eran más<br />
que diez sombras.<br />
Artagnan conservó toda su dignidad.<br />
Porthos, al contrario, perdió parte <strong>de</strong> la<br />
suya.<br />
Hubo brindis y canciones. Artagnan<br />
propuso otra nueva excursión a la bo<strong>de</strong>ga, y<br />
como Planchet no caminaba con la regularidad<br />
<strong>de</strong>bida, el capitán <strong>de</strong> mosqueteros se ofreció a<br />
acompañarle. Marcharon, pues, tarareando canciones<br />
capaces <strong>de</strong> asustar al mismo <strong>de</strong>monio.<br />
Trüchen se quedó en la mesa al lado <strong>de</strong><br />
Porthos.<br />
Mientras los dos golosos elegían <strong>de</strong>trás<br />
<strong>de</strong> loe haces <strong>de</strong> leña, <strong>de</strong>jóse oír ese ruido seco y<br />
sonoro que producen al hacer el vacío los labios<br />
sobre una mejilla.<br />
"Porthos se habrá creído estar en La Rochela",<br />
pensó Artagnan. Ambos subieron<br />
cargados <strong>de</strong> botellas.<br />
Planchet no veía ya <strong>de</strong> tanto cantar.
Artagnan, que todo lo observaba, notó<br />
que la mejilla izquierda <strong>de</strong> Trüchen estaba<br />
mucho más colorada que la <strong>de</strong>recha.<br />
Porthos sonreía a la izquierda <strong>de</strong> Trüchen,<br />
y se retorcía con sus dos manos las puntas<br />
<strong>de</strong> su bigote.<br />
Trüchen sonreía también al magnífico<br />
señor.<br />
<strong>El</strong> vino espumoso <strong>de</strong> Anjou hizo <strong>de</strong><br />
aquellos tres hombres, primero tres <strong>de</strong>monios,<br />
y luego tres leños.<br />
Artagnan no tuvo fuerzas más que para<br />
coger una luz y alumbrar, a Planchet.<br />
Planchet arrastró a Porthos, a quien empujaba<br />
Trüchen, muy contenta también.<br />
Artagnan fue el que halló los dormitorios<br />
y <strong>de</strong>scubrió las camas. Porthos se sumió<br />
en la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle <strong>de</strong>snudado<br />
su amigo el mosquetero.<br />
Artagnan se arrojó sobre la que le habían<br />
dispuesto, diciendo:
-¡Diantre! Y eso que había jurado no<br />
tocar a ese vino dorado que trascien<strong>de</strong> a piedra<br />
<strong>de</strong> chispa. ¡Si los mosqueteros viesen a su capitán<br />
en semejante estado!<br />
Y corriendo las cortinas <strong>de</strong>l lecho:<br />
-Por fortuna no me verán - añadió.<br />
Planchet fue trasladado en brazos <strong>de</strong><br />
Trüchen, la cual le <strong>de</strong>snudó, y cerró cortinas y<br />
puertas.<br />
-Es divertido el campo -observó Porthos<br />
estirando sus piernas que pasaron a través <strong>de</strong> la<br />
armadura <strong>de</strong> la cama, lo cual produjo un ruido<br />
enorme. Verdad es que nadie paró atención en<br />
ello, pues tanto era lo que se habían divertido<br />
en la casa <strong>de</strong> campo <strong>de</strong> Planchet.<br />
A las dos <strong>de</strong> la madrugaba todo el<br />
mundo roncaba.<br />
X<strong>II</strong><br />
LO QUE SE VEÍA DESDE LA CASA DE<br />
PLANCHET
<strong>El</strong> siguiente día sorprendió a los<br />
tres héroes durmiendo a pierna suelta.<br />
Trüchen había cerrado los postigos <strong>de</strong><br />
las ventanas para que el sol no les diera en los<br />
ojos al salir por levante.<br />
De modo que reinaba noche obscura<br />
bajo las cortinas <strong>de</strong> Porthos, y bajo el baldaquino<br />
<strong>de</strong> Planchet,<br />
cuando Artagnan, <strong>de</strong>spertado el primero por<br />
un rayo indiscreto que penetraba por un intersticio<br />
<strong>de</strong> la ventana, saltó <strong>de</strong> la cama como para<br />
llegar el primero al asalto.<br />
Tomó en efecto por asalto el cuarto <strong>de</strong><br />
Porthos, que estaba inmediato al suyo.<br />
Porthos dormía lo mismo que zumba un<br />
trueno, y mostraba orgullosamente en la obscuridad<br />
su enorme cuerpo, <strong>de</strong>l que colgaba fuera<br />
<strong>de</strong> la cama hasta el suelo su nervudo brazo.<br />
Artagnan <strong>de</strong>spertó a Porthos, quien se<br />
restregó los ojos con bastante soltura.
Mientras tanto se vestía Planchet, y salía a recibir<br />
a la puerta <strong>de</strong> su cuarto a los dos huéspe<strong>de</strong>s,<br />
vacilantes todavía <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la cena última.<br />
Aunque aun era muy temprano, toda la casa<br />
estaba ya en pie. La cocinera <strong>de</strong>gollaba sin piedad<br />
en el corral, y el viejo Celestino cogía cerezas<br />
en el jardín.<br />
Porthos, satisfecho en extremo, tendió<br />
una mano a Planchet, y Artagnan pidió permiso<br />
para abrazar a la señora Trüchen.<br />
Esta, que no conservaba odio a los vencidos, se<br />
aproximó a Porthos, al cual le fue otorgado<br />
igual favor.<br />
Porthos abrazó a la señora Trüchen con<br />
un fuerte suspiro. Entonces Planchet cogió a<br />
los dos amigos <strong>de</strong> la mano.<br />
-Voy a enseñaros la casa -dijo-. Anoche<br />
entramos aquí como en un horno, y no hemos<br />
visto nada; pero <strong>de</strong> día todo cambia <strong>de</strong> aspecto,<br />
y espero que no quedaréis <strong>de</strong>scontentos.<br />
-Principiemos por las vistas -dijo Artagnan-:<br />
las vistas me gustan más que nada; yo he
vivido siempre en casas regias, y he observado<br />
que los príncipes no saben elegir mal sus puntos<br />
<strong>de</strong> vista.<br />
-Yo -observó Porthos- he sido siempre<br />
aficionado a. las vistas; así es que en mi posesión<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds he hecho abrir cuatro alamedas<br />
que dan vista a una perspectiva muy<br />
pintoresca.<br />
-Ahora veréis mi perspectiva -repuso<br />
Planchet.<br />
Y condujo a sus huéspe<strong>de</strong>s a una ventana.<br />
-¡Ah, sí! Es la calle <strong>de</strong> Lyón -dijo Artagnan.<br />
-Sí; por este lado hay dos ventanas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
las que nada se ve <strong>de</strong> particular si no es esa<br />
posada <strong>de</strong> enfrente, siempre bulliciosa y alborotada;<br />
es una vecindad muy incómoda. Antes<br />
tenía cuatro ventanas a ese lado, pero he quitado<br />
dos.<br />
-A<strong>de</strong>lante -dijo Artagnan.
Pasaron a un corredor que conducía a<br />
los dormitorios, y Planchet abrió los postigos.<br />
-¡Calla! -dijo Porthos-. ¿Qué es aquello<br />
que se ve allá abajo?<br />
-<strong>El</strong> bosque -dijo Planchet-. Ese es el<br />
horizonte; una <strong>de</strong>nsa faja amarilla en primavera,<br />
ver<strong>de</strong> en verano, rojiza en otoño y blanca en<br />
invierno.<br />
-Muy bien; pero es una cortina que impi<strong>de</strong><br />
ver más lejos.<br />
-Sí -dijo Planchet-; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí se<br />
ve...<br />
-¡Ah! Ese gran campo... -dijo Porthos-.<br />
¡Calla! ¿Qué es lo que diviso en él?... Cruces,<br />
piedras.<br />
-¡Vamos! ¡Pero si es el cementerio! -<br />
exclamó Artagnan. -Justamente -dijo Planchet-;<br />
y os aseguro que es muy curioso. No pasa<br />
día en que no entierren ahí a alguien. Fontainebleau<br />
tiene bastante gente. Unas veces son jóvenes<br />
vestidas <strong>de</strong> blanco, con pendones, otras<br />
regidores o vecinos pudientes, con los chantres
y la fábrica <strong>de</strong> la parroquia; a veces también<br />
oficiales <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey.<br />
-No me place eso mucho -dijo Porthos.<br />
-No es muy divertido que digamos -<br />
añadió Artagnan.<br />
-Os aseguro que eso inspira i<strong>de</strong>as santas<br />
-repuso Planchet.<br />
-¡Ah! No digo que no.<br />
-Pero -continuó Planchet-, algún día<br />
hemos <strong>de</strong> morir, y hay en no sé dón<strong>de</strong> una<br />
máxima que he retenido, y es la siguiente: "No<br />
hay pensamiento más saludable que el pensamiento<br />
<strong>de</strong> la muerte."<br />
-No afirmo lo contrario -dijo Porthos.<br />
-Pero -replicó Artagnan- también es un<br />
pensamiento saludable el <strong>de</strong>l verdor <strong>de</strong> los<br />
campos, <strong>de</strong> las flores, <strong>de</strong> los ríos, <strong>de</strong> los horizontes<br />
azules, <strong>de</strong> las vastas llanuras sin fin...<br />
-Si los tuviese no les haría ascos -<br />
contestó Planchet-; pero no teniendo más que<br />
ese pequeño cementerio, florido también, cubierto<br />
<strong>de</strong> musgo, sombrío y tranquilo, me con-
tento con él, y pienso en la gente <strong>de</strong> la ciudad<br />
que vive, pongo por caso, en la calle <strong>de</strong> los<br />
Lombardos, y oye rodar dos mil carruajes al<br />
día, y andar por el lodo a ciento cincuenta mil<br />
personas.<br />
-¡Pero vivas -exclamó Porthos-, vivas!<br />
-Eso es precisamente -dijo Planchet con<br />
timi<strong>de</strong>z- lo que me distrae <strong>de</strong> los muertos.<br />
-Este diablo <strong>de</strong> Planchet -repuso Artagnan-<br />
ha nacido para poeta tanto como para<br />
abacero.<br />
-Señor -dijo Planchet-, yo era una <strong>de</strong><br />
esas buenas pastas <strong>de</strong> hombre que Dios ha<br />
hecho para animarse durante cierto tiempo, y<br />
consi<strong>de</strong>rar bueno todo lo que acompaña su<br />
permanencia sobre la tierra.<br />
Artagnan se sentó junto a la ventana, y,<br />
habiéndole parecido sólida la filosofía <strong>de</strong> Planchet,<br />
se puso a reflexionar.<br />
-¡Cáscaras! -exclamó Porthos-. Si no me<br />
engaño, ya tenemos espectáculo, pues me parece<br />
que oigo cantar.
-Sí que cantan -dijo Artagnan.<br />
-¡Oh! ¡Es un entierro <strong>de</strong> última clase! -<br />
murmuró Planchet <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente-. No vienen<br />
más que el cura oficiante, el pertiguero y el<br />
niño <strong>de</strong> coro. Ya veis, señores, que el difunto o<br />
la difunta no <strong>de</strong>bían ser príncipes.<br />
-No, nadie sigue su féretro. -Sí -dijo<br />
Porthos-, veo a un hombre.<br />
-Sí, es verdad; un hombre embozado en<br />
una capa -añadió Artagnan.<br />
-No vale la pena mirarlo -observó Planchet.<br />
-Eso me interesa -dijo vivamente Artagnan<br />
acodándose sobre la ventana.<br />
-Vamos; veo que al fin caéis en la tentación<br />
-dijo gozoso Planchet-; os suce<strong>de</strong> lo que a<br />
mí: los primeros días me ponía triste <strong>de</strong> tanto<br />
persignarme, y los cánticos me penetraban como<br />
clavos en el cerebro; pero ahora me mezclo<br />
al son <strong>de</strong> ellos, y se me figura que no he visto<br />
nunca pájaros más hermosos que los <strong>de</strong>l cementerio.
-Pues yo -dijo Porthos- no me divierto<br />
aquí y prefiero bajar. Planchet dio un brinco, y<br />
ofreció su mano a Porthos para conducirle al<br />
jardín.<br />
-¿Y qué, os vais a quedar ahí? -preguntó<br />
Porthos volviéndose hacia Artagnan.<br />
-Sí, querido, sí; luego iré a reunirme a<br />
vos.<br />
-¡Je, je! ¡<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan no hace<br />
mal! ¿Están ya enterrando?<br />
-Todavía no.<br />
-En efecto; el sepulturero aguarda a que<br />
estén atadas las cuerdas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l ataúd.<br />
¡Mirad!. . . Por aquel lado <strong>de</strong>l cementerio entra<br />
una mujer.<br />
-Sí, sí, querido Planchet -dijo con viveza<br />
Artagnan-; pero déjame, déjame, que empiezo a<br />
engolfarme en meditaciones saludables, y no<br />
quiero que me interrumpan.<br />
Planchet se marchó, y Artagnan <strong>de</strong>voraba<br />
con los ojos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l postigo, medio cerrado,<br />
lo que pasaba enfrente.
Los dos sepultureros habían sacado los<br />
correones <strong>de</strong> las angarillas,<br />
y <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong>slizar su carga en la fosa.<br />
A pocos pasos, el hombre <strong>de</strong> la capa,<br />
único espectador <strong>de</strong> aquella escena lúgubre, se<br />
arrimaba a un gran ciprés y ocultaba enteramente<br />
su rostro a los sepultureros y al cura. <strong>El</strong><br />
cuerpo <strong>de</strong>l difunto quedó enterrado en cinco<br />
minutos.<br />
Rellenada ya la sepultura, se volvió el<br />
cura con la comitiva; el sepulturero le dirigió<br />
algunas palabras y luego echó a andar tras<br />
ellos.<br />
<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> la capa los saludó al pasar,<br />
y puso una moneda en la mano al sepulturero.<br />
-¡Pardiez! -exclamó Artagnan-. ¡Ese<br />
hombre es Aramis!<br />
Aramis, en efecto, quedó solo, al menos por<br />
aquel lado, pues apenas volvió la cabeza cuando<br />
oyéronse cerca <strong>de</strong> él en el camino los pasos<br />
<strong>de</strong> una mujer y el crujir <strong>de</strong> un vestido.
Volvióse al momento, y, quitándose el<br />
sombrero con mucho respeto cortesano, condujo<br />
a la dama bajo un grupo <strong>de</strong> castaños y <strong>de</strong><br />
tilos que daban sombra a una tumba fastuosa.<br />
-¡Tate! -dijo Artagnan-. ¡<strong>El</strong> obispo <strong>de</strong><br />
Vannes dando citas! Vamos, es el mismo abate<br />
Aramis, galanteando en Noisy-le-Sec... Sí -<br />
añadió el mosquetero-; mas, en un cementerio,<br />
la cita es sagrada.<br />
Y se echó a reír.<br />
La conversación duró una media hora.<br />
Artagnan no podía ver el semblante <strong>de</strong><br />
la dama, porque ésta le daba la espalda; pero<br />
conocía en la postura <strong>de</strong> los dos interlocutores,<br />
en la simetría <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes y en la manera<br />
acompasada, mañosa, con que se dirigían miradas,<br />
como <strong>de</strong> ataque o <strong>de</strong>fensa, que no hablaban<br />
<strong>de</strong> amor.<br />
Al fin <strong>de</strong> la conversación la dama se<br />
levantó, y fue ella la que hizo una profunda<br />
reverencia a Aramis.
-¡Oh, oh! -dijo Artagnan-. ¡Esto acaba<br />
como una cita amorosa!<br />
<strong>El</strong> caballero se arrodilla al principio, y<br />
luego la vencida y la que suplica es la dama...<br />
¿Quién será esa señorita?... Daría una uña por<br />
verla.<br />
Pero no pudo ser. Aramis se fue el primero, la<br />
dama se cubrió con sus chales y partió en seguida.<br />
Artagnan no guardó a más, y corrió a la<br />
ventana <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Lyón.<br />
Aramis acababa <strong>de</strong> entrar en la posada.<br />
La dama se dirigía en sentido contrario.<br />
Iba a reunirse a un carruaje <strong>de</strong> dos caballos <strong>de</strong><br />
mano y una carroza que se veían en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />
bosque.<br />
La dama caminaba <strong>de</strong>spacio, con la cabeza baja,<br />
absorta en profunda meditación.<br />
-¡Pardiez, pardiez! Es preciso que sepa<br />
quién es esa mujer -dijo el mosquetero.<br />
Y, sin más <strong>de</strong>liberaciones, empezó a<br />
andar tras ella.
Por el camino se iba preguntando cómo<br />
se compondría para hacerle alzar el velo.<br />
-<strong>El</strong>la no es joven -dijo-, es mujer <strong>de</strong>l<br />
gran mundo. Lléveme el <strong>de</strong>monio, o ese continente<br />
no me es <strong>de</strong>sconocido.<br />
Conforme corría, el ruido <strong>de</strong> sus botas y<br />
el traqueteo <strong>de</strong> sus espuelas sobre el suelo <strong>de</strong> la<br />
calle iba haciendo un sonsonete extraño; esto le<br />
proporcionó una feliz coyuntura, con la cual no<br />
contaba.<br />
Aquel ruido alarmó a la dama; creyendo<br />
que la seguían o perseguían, como así era, volvió<br />
la cabeza.<br />
Artagnan dio un brinco, como si hubiese<br />
recibido en las pantorrillas una carga <strong>de</strong> perdigones;<br />
<strong>de</strong>spués, dando un ro<strong>de</strong>o para volver<br />
atrás:<br />
-¡Madame <strong>de</strong> Chevreuse! -murmuró.<br />
Artagnan no se quiso quedar sin saberlo<br />
todo.<br />
Pidió al tío Celestino que se informara<br />
por el sepulturero quién era
el muerto que habían enterrado aquella misma<br />
mañana.<br />
-Un pobre franciscano mendicante -<br />
replicó éste-, que no tenía ni un perro que le<br />
amase en este mundo y le acompañase a su<br />
última morada.<br />
-Si así fuese -pensó Artagnan-, no habría<br />
asistido Aramis a su entierro... <strong>El</strong> señor obispo<br />
<strong>de</strong> Vannes no es un perro en cuanto al cariño;<br />
para el olfato no digo.<br />
X<strong>II</strong>I<br />
CóMO PORTHOS, TRÜCHEN Y PLANCHET<br />
SE SEPARARON AMIGOS, GRACIAS A<br />
ARTAGNAN<br />
Hiciéronse muchos aprestos .para el<br />
almuerzo en casa <strong>de</strong> Planchet. Porthos rompió<br />
una escalera <strong>de</strong> mano y dos cerezos, <strong>de</strong>spojó los<br />
frambuesos, y no le fue posible coger fresas, a<br />
causa, según <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong> su cinturón.
Trüchen, que se había familiarizado ya<br />
con el gigante, le dijo:<br />
-No es por el cinturón; es por el fiendre.<br />
Y Porthos, radiante <strong>de</strong> alegría, abrazó a<br />
Trüchen, quien le cogió una almorzada <strong>de</strong> fresas<br />
y se las hizo comer en sus manos. Artagnan,<br />
que llegó en esto, riñó a Porthos por su pereza<br />
y compa<strong>de</strong>ció por lo bajo a Planchet.<br />
Porthos <strong>de</strong>sayunó bien; y cuando hubo<br />
concluido:<br />
-¡Qué bien lo pasaría aquí! -dijo mirando<br />
a Trüchen.<br />
Trüchen sonrió.<br />
Planchet hizo lo propio, no sin cierta<br />
<strong>de</strong>sazón.<br />
Entonces Artagnan dijo a Porthos:<br />
-Es necesario, amigo mío, que las <strong>de</strong>licias<br />
<strong>de</strong> Capua no os hagan olvidar el objeto<br />
primordial <strong>de</strong> nuestro viaje a Fontainebleau.<br />
-¿Mi presentación al rey?
-Justamente. Voy a dar una vuelta por la<br />
población para preparar lo conveniente. No<br />
salgáis <strong>de</strong> aquí, os lo ruego.<br />
-¡Oh, no! -exclamó Porthos. Planchet<br />
miró a Artagnan con temor.<br />
-¿Estaréis ausente mucho tiempo? -dijo.<br />
-No, amigo mío, pues esta misma noche<br />
quedarás <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> dos huéspe<strong>de</strong>s<br />
algo molestos.<br />
-¡Bah! Señor <strong>de</strong> Artagnan, ¿como podéis<br />
<strong>de</strong>cir?<br />
-No, mira, tu corazón es bondadoso;<br />
pero tu casa es pequeña. Hay quien no tiene<br />
dos arpentas <strong>de</strong> tierra y pue<strong>de</strong> alojar a un rey y<br />
hacerlo muy feliz; pero tú no has. nacido gran<br />
señor, Planchet.<br />
-Ni el señor Porthos tampoco -murmuró<br />
Planchet.<br />
-Mas lo ha llegado a ser, querido; en<br />
primer lugar, es dueño hace veinte años <strong>de</strong> cien<br />
mil libras <strong>de</strong> renta, y dueño también, hace cincuenta,<br />
<strong>de</strong> dos puños y un espinazo que no han
econocido rivales en este encantador reino <strong>de</strong><br />
Francia. Porthos es un gran señor al lado tuyo,<br />
hijo mío. . . y no te digo más creo que ya me<br />
enten<strong>de</strong>rás.<br />
-No, no, señor; explicadme...<br />
-Mira tu jardín <strong>de</strong>vastado, tu <strong>de</strong>spensa<br />
vacía, tu cama rota, tu bo<strong>de</strong>ga exhausta; mira...<br />
a la señora Trüchen...<br />
-¡Ah, Dios mío! -exclamó Planchet.<br />
-Porthos es señor <strong>de</strong> treinta pueblos, con<br />
trescientas vasallas muy <strong>de</strong>senvueltas, y Porthos<br />
es un buen mozo.<br />
-¡Ah, Dios mío! -repitió Planchet.<br />
-La señora Trüchen es una excelente<br />
persona -prosiguió Artagnan-; guárdala para ti,<br />
¿entien<strong>de</strong>s? . . .<br />
Y le dio un golpecito en el hombro.<br />
En aquel momento, el abacero vio a<br />
Trüchen y a Porthos guarecidos bajo un emparrado.<br />
Trüchen, con una gracia enteramente<br />
flamenca, ponía pendientes a Porthos con pares
<strong>de</strong> cervezas, y Porthos reía amorosamente como<br />
Sansón <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dalila.<br />
Planchet apretó la mano <strong>de</strong> Artagnan, y<br />
corrió hacia el emparrado. Hagamos a Porthos<br />
la justicia <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no se movió... Indudablemente<br />
creía que no obraba mal. Trüchen<br />
tampoco se alteró, lo cual incomodó a Planchet;<br />
pero tenía éste bastante mundo para poner<br />
buen semblante ante un contratiempo.<br />
Planchet cogió el brazo <strong>de</strong> Porthos, y le<br />
propuso ir a ver los caballos.<br />
Porthos dijo que estaba fatigado. Planchet<br />
propuso al barón Du Vallon probar un<br />
noyó hecho por su mano, y que no tenía igual.<br />
<strong>El</strong> barón aceptó.<br />
De este modo pudo Planchet tener ocupado<br />
todo el día a su enemigo, sacrificando la<br />
<strong>de</strong>spensa a su amor propio.<br />
Artagnan volvió dos horas <strong>de</strong>spués.<br />
-Todo está preparado -dijo-; he visto a<br />
Su Majestad un momento cuando salía a cazar,<br />
y esta noche nos espera.
-¡<strong>El</strong> rey me espera! -murmuró Porthos<br />
engriéndose.<br />
Y, preciso es <strong>de</strong>cirlo, pues el corazón <strong>de</strong>l<br />
hombre es una ola en extremo movible: <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
aquel instante <strong>de</strong>jó Porthos <strong>de</strong> mirar a la señora<br />
Trüchen con aquella gracia impresionante que<br />
había ablandado el corazón <strong>de</strong> la flamenca.<br />
Planchet estimuló lo que pudo aquellas<br />
disposiciones ambiciosas. Refirió, o más bien<br />
recorrió, todos los esplendores <strong>de</strong>l último reinado,<br />
las batallas, los sitios, las ceremonias.<br />
Habló <strong>de</strong>l lujo <strong>de</strong> los ingleses Y <strong>de</strong> los beneficios<br />
reportados por los tres intrépidos camaradas,<br />
<strong>de</strong><br />
quienes Artagnan, el más humil<strong>de</strong> en un principio,<br />
había llegado a ser el jefe.<br />
Entusiasmó a Porthos mostrándole su<br />
juventud <strong>de</strong>svanecida; elogió la castidad <strong>de</strong><br />
aquel gran señor y su religioso respeto a la<br />
amistad; estuvo, en una palabra, elocuente y<br />
diestro, hasta el punto <strong>de</strong> tener embobado a
Porthos, hacer temblar a Trüchen, y hacer meditar<br />
a Artagnan.<br />
A las seis, el mosquetero mandó preparar<br />
los caballos, e hizo que Porthos se vistiese.<br />
Dio gracias a Planchet por su buena<br />
hospitalidad, lo <strong>de</strong>slizó algunas palabras vagas<br />
acerca <strong>de</strong> proporcionarle algún empleo en la<br />
Corte, lo cual hizo subir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego el concepto<br />
<strong>de</strong> Planchet en el ánimo <strong>de</strong> Trüchen,<br />
don<strong>de</strong> el pobre abacero, tan bueno, tan generoso,<br />
tan leal, había perdido mucho terreno con la<br />
aparición y el paralelo <strong>de</strong> dos gran<strong>de</strong>s señores.<br />
Porque las mujeres son así: ambicionan<br />
loa que no tienen, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñan lo que ambicionaban<br />
cuando ya lo tienen.<br />
Después que Artagnan hizo aquel servicio<br />
a Planchet, dijo en voz baja a Porthos:<br />
Tenéis en vuestro <strong>de</strong>do, amigo mío, una<br />
sortija muy bella.<br />
-Trescientos doblones -dijo. Porthos.
-La señora Trüchen conservará mucho<br />
mejor vuestro recuerdo si le <strong>de</strong>jáis esa sortija -<br />
replicó Artagnan. Porthos dudaba.<br />
-Creéis que no es bastante bueno, ¿no es<br />
verdad? -dijo el mosquetero- Os comprendo,<br />
un gran señor como vos jamás va a hospedarse<br />
a casa <strong>de</strong> un antiguo criado sin pagar liberalmente<br />
la hospitalidad; pero, creedme, Planchet<br />
tiene un corazón tan bueno, que no notará siquiera<br />
que tenéis cien mil libras <strong>de</strong> renta.<br />
-Si os parece -dijo Porthos engreído con<br />
aquellas palabras-, daré a la señora Trüchen mi<br />
alquería <strong>de</strong> Bracieux; es también una bonita<br />
sortija para el <strong>de</strong>do... <strong>de</strong> doce arpentas.<br />
-Es <strong>de</strong>masiado, mí buen Porthos, <strong>de</strong>masiado<br />
por ahora... Dejadlo para más a<strong>de</strong>lante.<br />
Le quitó el diamante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do, y.<br />
aproximándose a Trüchen:<br />
-Señora -dijo-, el señor barón no sabe<br />
cómo suplicaron que aceptéis por amor suyo<br />
esta sortijilla. <strong>El</strong> señor Du Vallon es uno <strong>de</strong> los<br />
hombres más generosos y discretos que conoz-
co. Quería regalaros una alquería que posee en<br />
Bracieux; pero le he disuadido <strong>de</strong> ello.<br />
-¡Oh! -murmuró Trüchen, <strong>de</strong>vorando.<br />
con los ojos el diamante.<br />
-¡Señor barón! -exclamó enternecido<br />
Planchet.<br />
-¡Mi buen amigo! -balbuceó Porthos<br />
encantado <strong>de</strong> haber sido tan bien interpretado<br />
por Artagnan.<br />
Todas aquellas exclamaciones, al cruzarse,<br />
dieron un <strong>de</strong>senlace patético al día que<br />
hubiese podido terminar <strong>de</strong> una manera grotesca.<br />
Pero Artagnan estaba allí, y don<strong>de</strong> quiera<br />
que Artagnan mandaba, terminaban las cosas<br />
siempre a medida <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo.<br />
Llegaron los abrazos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. Trüchen.<br />
colocada en su lugar por la munificiencia<br />
<strong>de</strong>l barón, sólo ofreció una frente tímida al gran<br />
señor, con quien tanta familiaridad había gastado<br />
el día antes.
<strong>El</strong> mismo Planchet sintióse penetrado <strong>de</strong><br />
humildad.<br />
<strong>El</strong> barón Porthos, suelta ya la vena <strong>de</strong> su<br />
generosidad, habría vaciado <strong>de</strong> buena gana sus<br />
bolsillos en manos <strong>de</strong> la cocinera y <strong>de</strong> Celestino.<br />
Pero Artagnan le contuvo.<br />
-Ahora me correspon<strong>de</strong> a mí -1e dijo.<br />
Y dio un doblón a la mujer y dos al<br />
hombre.<br />
Aquello era oír bendiciones, capaces <strong>de</strong><br />
alegrar el corazón <strong>de</strong> Harpagón, y <strong>de</strong> hacerlo<br />
pródigo.<br />
Artagnan se hizo acompañar por Planchet<br />
hasta Palacio, e introdujo a Porthos en su<br />
cuarto <strong>de</strong> capitán, don<strong>de</strong> entró sin ser visto <strong>de</strong><br />
las personas a quienes temía encontrar.<br />
XIV<br />
LA PRESENTACIÓN DE PORTHOS
Aquella misma noche, a las siete. concedía<br />
el rey audiencia a un embajador <strong>de</strong> las Provincias<br />
Unidas en el gran salón.<br />
La audiencia duró un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />
En seguida recibió el rey a los nuevos<br />
presentados y a algunas damas, que pasaron<br />
las primeras.<br />
En un ángulo <strong>de</strong>l salón, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una<br />
columna, conversaban Porthos y Artagnan,<br />
esperando que les llegase la vez.<br />
-¿Sabéis lo que suce<strong>de</strong>? -dijo el mosquetero<br />
a su amigo.<br />
-Pues bien, miradle.<br />
Porthos se puso <strong>de</strong> puntillas,<br />
y r vio el señor Fouquet en traje <strong>de</strong> ceremonia,<br />
que conducía a Aramis a la presencia<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Aramis! -dijo Porthos. -Presentado al<br />
rey por el señor Fouquet.<br />
-¡Ah! -exclamó Porthos. -Por haber fortificado<br />
a Belle-Isle -continuó Artagnan.<br />
-¿Y yo?
-Vos, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros,<br />
sois el buen Porthos, la bondad misma; por<br />
eso querían que' permanecieseis por algún<br />
tiempo en Saint-Mandé.<br />
-¡Ah! -repitió Porthos. -Pero, afortunadamente,<br />
estoy yo aquí -dijo Artagnan-, y me<br />
llegará el turno en seguida.<br />
En aquel momento dirigíase Fouquet al<br />
rey.<br />
-Señor -dijo-: tengo que pedir un favor a<br />
Vuestra Majestad. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay no es<br />
ambicioso, pero sabe que pue<strong>de</strong> ser útil. Vuestra<br />
Majestad necesita tener un agente en Roma,<br />
y un agente po<strong>de</strong>roso; creo que po<strong>de</strong>mos obtener<br />
un capelo para el señor <strong>de</strong> Herblay. <strong>El</strong> rey<br />
hizo un movimiento.<br />
-No suelo molestar a Vuestra Majestad<br />
con pretensiones -dijo Fouquet.<br />
-Ya veremos -contestó el rey, que empleaba<br />
siempre esa frase en los casos dudosos.<br />
A esa frase nada había que replicar.
Fouquet y Aramis se miraron. <strong>El</strong> rey<br />
continuó:<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay pue<strong>de</strong> servirnos<br />
también en Francia: algún arzobispado, pongo<br />
por caso.<br />
-Señor -objetó Fouquet con la gracia que<br />
le era peculiar-: Vuestra Majestad honra mucho<br />
al señor <strong>de</strong> Herblay: el arzobispado pue<strong>de</strong> servir<br />
<strong>de</strong> complemento al capelo; no excluye lo<br />
uno a lo otro.<br />
<strong>El</strong> rey admiró aquella presencia <strong>de</strong> ánimo<br />
y sonrió.<br />
-No hubiese respondido mejor Artagnan<br />
-dijo.<br />
Apenas pronunció este nombre, acudió<br />
presuroso Artagnan.<br />
-¿Vuestra Majestad me llama? -<br />
preguntó.<br />
Aramis y Fouquet dieron un paso para<br />
retirarse.<br />
-Permitid, señor -dijo vivamente Artagnan,<br />
haciendo acercarse a Porthos-, que presen-
te a Vuestra Majestad al señor barón Du-<br />
Vallon, uno <strong>de</strong> los más valientes hidalgos <strong>de</strong><br />
Francia.<br />
Aramis, al ver a Porthos, pali<strong>de</strong>ció, y<br />
Fouquet crispó los <strong>de</strong>dos bajo sus puños <strong>de</strong><br />
encaje.<br />
Artagnan dirigió a ambos una sonrisa,<br />
en tanto que Porthos se inclinaba visiblemente<br />
conmovido ante la majestad real.<br />
-¡Porthos aquí! -murmuró Fouquet al<br />
oído <strong>de</strong> Aramis.<br />
-¡Silencio! Es una traición -dijo éste.<br />
-Señor -dijo Artagnan-, hace seis años<br />
que <strong>de</strong>bería haber presentado al señor Du-<br />
Vallon a Vuestra Majestad; pero algunos hombres<br />
se asemejan a las estrellas: nunca van sin el<br />
séquito <strong>de</strong> sus amigos. Los pléya<strong>de</strong>s no se <strong>de</strong>sunen<br />
y por eso he elegido para presentaros al<br />
señor Du-Vallon el momento en que pudierais<br />
ver al lado suyo al señor <strong>de</strong> Herblay.<br />
Aramis estuvo a pique <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r los<br />
estribos, y miró a Artagnan con aire arrogante,
como aceptando el <strong>de</strong>safío que éste parecía<br />
proponerle.<br />
-¡Ah! ¿Estos señores son buenos amigos?<br />
-dijo el rey.<br />
-Excelentes, señor, y el uno respon<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />
otro. Preguntad al señor <strong>de</strong> Vannes cómo ha<br />
sido fortificada Belle-Isle.<br />
Fouquet alejóse un paso.<br />
-Belle-Isle -dijo fríamente Aramis-, ha<br />
sido fortificada por el señor.<br />
Y señaló a Porthos, que saludó por segunda<br />
vez.<br />
Luis admiraba y <strong>de</strong>sconfiaba.<br />
-Sí -dijo Artagnan-; pero preguntad al<br />
señor barón quién le ha ayudado en sus trabajos.<br />
-Aramis -dijo Porthos francamente.<br />
Y señaló al obispo.<br />
-¿Qué diablos significa todo esto? -<br />
pensó el prelado-, y ¿qué <strong>de</strong>senlace tendrá esta<br />
comedia?
-¡Cómo! -dijo el rey-. ¿<strong>El</strong> señor car<strong>de</strong>nal...<br />
quiero <strong>de</strong>cir, el señor obispo ... se llama<br />
Aramis?<br />
-Nombre <strong>de</strong> guerra -dijo Artagnan.<br />
-Nombre <strong>de</strong> amistad -repitió Aramis.<br />
-¡Mo<strong>de</strong>stia a un lado! -exclamó Artagnan-.<br />
Bajo ese traje <strong>de</strong> eclesiástico, señor, se<br />
oculta el militar más brillante, el caballero más<br />
intrépido y el teólogo más profundo <strong>de</strong> vuestro<br />
reino.<br />
Luis levantó la cabeza.<br />
-¡Y un ingeniero! -dijo admirando la<br />
fisonomía verda<strong>de</strong>ramente admirable entonces<br />
<strong>de</strong> Aramis.<br />
-Ingeniero por inci<strong>de</strong>ncia, señor -dijo<br />
éste.<br />
-Mi camarada en los mosqueteros, señor<br />
-dijo con calor Artagnan-, el hombre cuyos consejos<br />
han servido <strong>de</strong> mucho a los ministros <strong>de</strong><br />
vuestro padre. . . <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, en fin,<br />
que con el señor Du-Vallon, yo, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
Fére, conocido ya <strong>de</strong> Vuestra Majestad, forma-
a esa compañía <strong>de</strong> mosqueteros que tanto dio<br />
que hablar en tiempo <strong>de</strong>l difunto rey y durante<br />
la minoridad.<br />
-Y que ha fortificado Belle-Isle -dijo el<br />
rey con profundo acento. Aramis se a<strong>de</strong>lantó.<br />
-Para servir al hijo -dijo-, como serví al<br />
padre.<br />
Artagnan observó bien a Aramis mientras<br />
pronunciaba estas palabras: pero Aramis<br />
mostró en ellas un respeto tan verda<strong>de</strong>ro, una<br />
lealtad tan profunda, y una convicción tan incontestable,<br />
que el mismo Artagnan, que dudaba<br />
<strong>de</strong> todo, cayó en el lazo.<br />
"No miente el que habla con ese acento",<br />
se dijo.<br />
Luis quedó satisfecho.<br />
-En ese caso -dijo a Fouquet, que esperaba<br />
con ansiedad el resultado <strong>de</strong> aquella prueba-,<br />
está concedido el capelo. Señor <strong>de</strong> Herblay,<br />
os doy mi palabra para la primera promoción.<br />
Dad las gracias al señor Fouquet.
Estas palabras fueron escuchadas por el<br />
señor Colbert, a quien <strong>de</strong>sgarraron el corazón.<br />
Colbert salió apresuradamente <strong>de</strong> la<br />
sala.<br />
-Vos, señor Du-Vallon -dijo el rey-, pedid.<br />
Tengo gran placer en recompensar a los<br />
servidores <strong>de</strong> mi padre.<br />
-Señor... -dijo Porthos.<br />
Y no pudo añadir una palabra más.<br />
-Señor -exclamó Artagnan- este digno<br />
gentilhombre está turbado por la majestad <strong>de</strong><br />
vuestra persona, no obstante haber sostenido<br />
con orgullo la mirada y el fuego <strong>de</strong> mil enemigos.<br />
Pero yo sé lo que piensa, y yo, más habituado<br />
a mirar al sol... voy a <strong>de</strong>ciros su pensamiento:<br />
nada necesita, ni <strong>de</strong>sea otra cosa que<br />
la dicha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r contemplar a Vuestra Majestad<br />
por un cuarto <strong>de</strong> hora.<br />
-Esta noche cenaréis conmigo -dijo el<br />
rey saludando a Porthos con una graciosa sonrisa.
Porthos se puso como el carmín , <strong>de</strong><br />
satisfacción y orgullo.<br />
<strong>El</strong> rey le <strong>de</strong>spidió, y Artagnan le empujó<br />
hacia la sala <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle abrazado.<br />
-Sentaos a mi lado en la mesa -le dijo<br />
Porthos al oído.<br />
-Sí, amigo mío.<br />
-Aramis me mira con malos ojos, ¿no es<br />
cierto?<br />
-Antes bien, nunca os ha querido más.<br />
Tened presente que le he hecho obtener el capelo<br />
<strong>de</strong> car<strong>de</strong>nal.<br />
-Es verdad -dijo Porthos-.. Decid, ¿le<br />
gusta al rey que se coma mucho en su mesa?<br />
-Es halagarle -dijo Artagnan-, pues posee<br />
un apetito real.<br />
-¡Qué fortuna! -dijo Porthos.<br />
XV<br />
ACLARACIONES
Aramis había efectuado una hábil maniobra<br />
para encontrarse con Artagnan y Porthos.<br />
Acercóse a este último <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna,<br />
y, apretándole la mano:<br />
-¿Os habéis fugado <strong>de</strong> mi prisión? -le<br />
dijo.<br />
-No le riñáis -dijo Artagnan-, pues he<br />
sido yo, querido Aramis, quien le ha hecho salir.<br />
-¡Ah, amigo mío! -replicó Aramis mirando<br />
a Porthos-. ¿Es que<br />
habéis perdido la paciencia esperándome?<br />
Artagnan acudió en ayuda <strong>de</strong> Porthos,<br />
que no sabía qué <strong>de</strong>cir.<br />
-Vosotros, los eclesiásticos -dijo a Aramis-,<br />
sois gran<strong>de</strong>s políticos. Nosotros, los militares,<br />
vamos al bulto. He aquí el hecho. Fui a<br />
ver al buen Baisemeaux.<br />
Aramis aguzó el oído.<br />
-¡Ah! -exclamó Porthos-. Ahora me<br />
hacéis recordar que tengo una carta <strong>de</strong> Baisemeaux<br />
para vos, Aramis.
Y Porthos entregó al obispo la carta que<br />
ya conocemos.<br />
Aramis pidió permiso para leerla, y la<br />
leyó, sin que Artagnan pareciese contrariado en<br />
lo más mínimo por aquella circunstancia, que<br />
había previsto absolutamente.<br />
Por su parte, Aramis mostró tal serenidad,<br />
que Artagnan le admiró más que nunca.<br />
Leída la carta, guardósela Aramis en el bolsillo<br />
con la mayor indiferencia.<br />
-Decíais, querido capitán... -dijo.<br />
-Decía -prosiguió el mosquetero-, que<br />
fui a visitar a Baisemeaux para asuntos <strong>de</strong>l servicio.<br />
-¿Para asuntos <strong>de</strong>l servicio? - dijo Aramis.<br />
-Sí -contestó Artagnan-á y, naturalmente,<br />
hablamos <strong>de</strong> vos y <strong>de</strong> nuestros amigos. Por<br />
cierto que Baisemeaux me recibió con bastante<br />
frialdad. Me <strong>de</strong>spedí. Cuando volvía, acercóseme<br />
un soldado, y, reconociéndome sin duda,<br />
a pesar <strong>de</strong> ir vestido <strong>de</strong> paisano, me dijo: "Capi-
tán, ¿queréis tener la amabilidad <strong>de</strong> leer el<br />
nombre escrito en este sobre?"' Y leí: "Al señor<br />
Du Vallon, en Saint-Mandé, casa <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet. "¡Pardiez! -dije para mí-. Porthos no<br />
ha vuelto, como creía, a Pierrefondos o a Belle-<br />
Isle. Porthos está en Saint Mandé en casa <strong>de</strong>l<br />
señor Fouquet. <strong>El</strong> señor Fouquet no está en<br />
Saint Mandé. Luego Porthos está solo<br />
o con Aramis; vamos a ver a Porthos." Y fui a<br />
verle.<br />
-¡Muy bien! -dijo Aramis pensativo.<br />
-Pues no me habíais contado eso -repuso<br />
Porthos.<br />
-No tuvo tiempo para ello, amigo mío.<br />
-¿Y trajisteis a Porthos a Fontainebleau?<br />
-A casa <strong>de</strong> Planchet.<br />
-¿Resi<strong>de</strong> Planchet en Fontainebleau? -<br />
preguntó Aramis.<br />
-¡Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio! -exclamó<br />
Porthos con aturdimiento.<br />
-¿Cómo cerca <strong>de</strong>l cementerio? -preguntó<br />
Aramis receloso.
"¡Bueno! -pensó el mosquetero-. Aprovechémonos<br />
<strong>de</strong> la sorpresa, puesto que no parece<br />
floja."<br />
-Sí, cerca <strong>de</strong>l cementerio -con-testó<br />
Porthos-. Planchet es un excelente mozo, que<br />
hace excelentes confituras, pero tiene ventanas<br />
que dan al cementerio... ¡Es cosa que entristece!<br />
Así, esta mañana... -¿Esta mañana? -<br />
interrumpió Aramis cada vez más alarmado.<br />
Artagnan volvió la espalda, y se puso a tamborilear<br />
en un vidrio un aire <strong>de</strong> marcha.<br />
-Esta mañana -continuó Porthos- vimos<br />
enterrar un cristiano.<br />
-¡Ah, ah!<br />
-¡Es cosa que entristece! No viviría yo en<br />
una casa don<strong>de</strong> se están viendo continuamente<br />
muertos... Por el contrario, a Artagnan parece<br />
que le place mucho eso.<br />
-¡Ah! ¿También vio Artagnan?<br />
-No vio, sino que <strong>de</strong>voró con los ojos.
Aramis estremecióse y se volvió para<br />
mirar al mosquetero; pero éste se hallaba ya<br />
muy en conversación con Saint-Aignan.<br />
Aramis prosiguió interrogando a Porthos,<br />
y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> exprimir todo el jugo <strong>de</strong><br />
aquel limón gigantesco, arrojó la cáscara.<br />
Acercóse a su amigo Artagnan, y le tocó<br />
en el hombro.<br />
-Amigo -le dijo luego que se marchó<br />
Saint-Aignan, pues habían anunciado que iba a<br />
servirse la cena <strong>de</strong>l rey.<br />
-Querido amigo -replicó Artagnan.<br />
-Nosotros no cenamos con el rey.<br />
-Sí tal; yo, a lo menos.<br />
-¿Podéis conce<strong>de</strong>rme diez minutos <strong>de</strong><br />
conversación?<br />
-Veinte. Es el tiempo que falta todavía<br />
para que Su Majestad se siente a la mesa.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> queréis que hablemos?<br />
-Aquí, sobre estos bancos: habiéndose<br />
ausentado el rey, po<strong>de</strong>mos sentarnos, y el salón<br />
está <strong>de</strong>sierto.
-Sentémonos, pues.<br />
Sentáronse. Aramis cogió una <strong>de</strong> as manos<br />
<strong>de</strong> Artagnan.<br />
-Confesadme, querido amigo -dijo-, que<br />
habéis aconsejado a Porthos a que <strong>de</strong>sconfíe<br />
algo <strong>de</strong> mí. Lo confieso, pero no en el sentido<br />
en que lo tomáis. He visto que Porthos estaba<br />
aburrido en extremo, y he <strong>de</strong>seado, presentándole<br />
al rey, hacer por él y por vos lo que nunca<br />
hubiérais hecho vos mismo.<br />
-¿Qué?<br />
-Vuestro elogio.<br />
-¡Y lo habéis hecho noblemente; gracias!<br />
-Y os he acercado el capelo, que parecía<br />
aún bastante lejano.<br />
-¡Ah! ¡Lo confieso! -dijo Aramis con particular,<br />
sonrisa-. En verdad sois el único para<br />
hacer la fortuna <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />
-Ya veis que lo que he hecho la sido solamente<br />
por el bien <strong>de</strong> Porthos.
-¡Oh! Yo me había encargado <strong>de</strong> hacer<br />
su suerte, pero vos tenéis el brazo más largo<br />
que nosotros.<br />
Esta vez tocóle a Artagnan sonreír.<br />
-Vamos a ver -dijo Aramis-; <strong>de</strong>bemos<br />
hablarnos con confianza. ¡Me queréis todavía,<br />
mi querido Artagnan?<br />
-Lo mismo que antes -respondió Artagnan,<br />
sin comprometerse ¡gran cosa con esta<br />
respuesta!<br />
-Entonces, gracias, y franqueza por<br />
franqueza -dijo Aramis-, ¿fuísteis a Belle-Isle<br />
por el rey?<br />
-¡Diantre!<br />
-¿Queríais privarnos <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> ofrecer<br />
Belle-Isle completamente fortificada al rey?<br />
-Pero, amigo mío, para privaros <strong>de</strong> ese<br />
placer hubiera sido preciso que estuviese enterado<br />
<strong>de</strong> vuestra intención.<br />
-¿Fuisteis a Belle-Isle sin saber nada?<br />
-De vos, sí. ¿Cómo diantres queréis que<br />
me figurase encontrar a Aramis convertido en
ingeniero, hasta el punto <strong>de</strong> fortificar como<br />
Polibio o Arquíme<strong>de</strong>s?<br />
-Verdad es; no obstante, confesad que<br />
allá me adivinasteis.<br />
-¡Oh! Sí.<br />
-¿Y a Porthos también?<br />
-Amigo querido, yo no adiviné que<br />
Aramis fuese ingeniero. Tampoco pu<strong>de</strong> adivinar<br />
que Porthos lo fuese. Hay un proverbio<br />
latino que dice: "<strong>El</strong> poeta nace, el orador se<br />
hace". Pero jamás se ha dicho: "Se nace Porthos,<br />
y se hace ingeniero."<br />
-Siempre lucís vuestro ingenio -dijo con<br />
frialdad Aramis-. Prosigo.<br />
-Proseguid.<br />
-Cuando os hicisteis dueño <strong>de</strong> nuestro<br />
secreto, os apresurasteis a ponerlo en conocimiento<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
-Y corrí tanto más aprisa, mi buen amigo,<br />
cuanto mayor vi que era vuestra precipitación.<br />
Cuando un hombre, que como Porthos,<br />
pesa doscientas cincuenta y ocho libras, corre la
posta; cuando un prelado gotoso (dispensad,<br />
vos sois el que me lo ha dicho) cuando un prelado,<br />
repito, traga, por <strong>de</strong>cirlo así, el camino,<br />
nada tiene <strong>de</strong> extraño que pensara que esos dos<br />
amigos, que no quisieron avisarme, me ocultaban<br />
cosas <strong>de</strong> gran importancia, y a fe mía corrí<br />
con tanta celeridad como me lo permitían mis<br />
pocas carnes y el no tener gota.<br />
-¿Pero no reflexionásteis que pudisteis<br />
hacernos a Porthos y a mí un flaco servicio?<br />
-Sí que lo reflexioné; mas tanto Porthos<br />
como vos me obligásteis a hacer un papel bien<br />
triste en Belle-Isle.<br />
-Perdonadme -dijo Aramis.<br />
-Excusadme -dijo Artagnan.<br />
-¿De modo -prosiguió Aramis-, que en<br />
la actualidad lo sabéis todo?<br />
-No, a fe mía.<br />
-¿Sabéis que tuve que avisar al señor<br />
Fouquet a fin <strong>de</strong> que se anticipase a vos cerca<br />
<strong>de</strong>l rey?<br />
-Eso es lo que encuentro obscuro.
-No hay tal. ¿No sabéis que el señor<br />
Fouquet tiene enemigos?<br />
-¡Oh, sí!<br />
-Y especialmente tiene uno ...<br />
-¿Peligroso?<br />
-¡Mortal! Pues bien, para combatir la<br />
influencia <strong>de</strong> ese enemigo, quiso el señor Fouquet<br />
dar pruebas al rey <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> adhesión y<br />
<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sacrificios, y le preparó una sorpresa<br />
a Su Majestad con el ofrecimiento <strong>de</strong> Belle-<br />
Isle. Llegando vos a París el primero, la sorpresa<br />
quedaba frustrada... Podía parecer que cedíamos<br />
al temor.<br />
-Comprendo.<br />
-Ahí tenéis todo el misterio -dijo el obispo,<br />
satisfecho <strong>de</strong> haber convencido al mosquetero.<br />
-Sólo que lo más sencillo -dijo éstehubiera<br />
sido llamarme aparte en Belle-Isle y<br />
<strong>de</strong>cirme: "Querido amigo: estamos fortificando<br />
a Belle-Isle-en-Mer para ofrecérsela al rey.<br />
Hacednos el favor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos por cuenta <strong>de</strong>
quién venís. ¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet o<br />
<strong>de</strong>l señor Colbert?" Quizá no hubiera contestado<br />
nada; pero hubiérais añadido: "¿Sois amigo<br />
mío?' Y yo os hubiese dicho: "Sí." Aramis bajó<br />
la cabeza.<br />
-De esa manera -continuó Artagnan- me<br />
habríais atado las manos, y hubiera dicho al<br />
rey. "Señor, vuestro superinten<strong>de</strong>nte fortifica<br />
Belle-Isle, y muy bien; pero aquí tenemos este<br />
mensaje <strong>de</strong> que me ha encargado el gobernador<br />
<strong>de</strong> Belle-Isle para Vuestra Majestad." O bien:<br />
"Aquí tenéis una visita <strong>de</strong>l señor Fouquet relacionada<br />
con sus intenciones." Así no habría<br />
hecho yo un papel tonto, vosotros habríais gozado<br />
<strong>de</strong> vuestra sorpresa, y no tendríamos necesidad<br />
ahora <strong>de</strong> mirarnos <strong>de</strong> reojo al hablamos.<br />
-Mientras que en la actualidad -repuso<br />
Aramis-, habéis procedido como amigo <strong>de</strong>l<br />
señor Colbert. ¿Sois, en efecto, amigo suyo?
-¡No, a fe mía! -exclamó el capitán-. <strong>El</strong><br />
señor Colbert es un pedante, y le odio como<br />
odiaba a Mazarino, pero sin temerle.<br />
-Pues bien, yo -dijo Aramis- quiero al<br />
señor Fouquet, y soy completamente suyo. Ya<br />
conocéis mi posición... No tengo bienes... <strong>El</strong><br />
señor Fouquet me ha procurado beneficios, un<br />
obispado: el señor Fouquet me ha obligado<br />
como hombre muy cumplido, y me acuerdo<br />
todavía bastante <strong>de</strong>l mundo para saber apreciar<br />
un buen proce<strong>de</strong>r. De consiguiente, el señor<br />
Fouquet me ha ganado el corazón, y me he consagrado<br />
a su servicio.<br />
-Y habéis hecho muy bien: tenéis en él<br />
un buen amo.<br />
Aramis mordióse los labios.<br />
-Creo que el mejor <strong>de</strong> cuantos pue<strong>de</strong>n<br />
tenerse.<br />
Aquí hizo una pausa.<br />
Artagnan se guardó mucho <strong>de</strong> interrumpirle.
-Ya os habrá dicho Porthos cómo se ha<br />
visto mezclado en todo esto.<br />
-No -dijo Artagnan-; si bien es cierto que<br />
soy curioso, nunca pregunto a un amigo cuando<br />
conozco que éste quiere ocultarme su verda<strong>de</strong>ro<br />
secreto.<br />
-Pues voy a <strong>de</strong>círoslo.<br />
-No os molestéis, si esa confi<strong>de</strong>ncia me<br />
compromete a algo.<br />
-¡Oh! Nada temáis. Porthos es el hombre<br />
a quien más he querido, porque es sencillo y<br />
bueno; Porthos es un alma recta. Des<strong>de</strong> que soy<br />
obispo busco los caracteres sencillos, que me<br />
hacen amar la verdad, aborrecer la intriga.<br />
Artagnan se atusó el bigote. -Hice buscar<br />
a Porthos; estaba ocioso, y su presencia me<br />
recordaba mis bellos días <strong>de</strong> otra época, sin<br />
<strong>de</strong>sviarme por eso <strong>de</strong>l bien. Llamé a Porthos a<br />
Vannes. <strong>El</strong> señor Fouquet, que me quiere, sabiendo<br />
lo mucho que yo amaba a Porthos, le<br />
prometió la or<strong>de</strong>n para la primera promoción.<br />
Ahí tenéis todo el secreto.
-No abusaré <strong>de</strong> él.<br />
-Lo sé, pues nadie sabe mejor que vos lo<br />
que es el verda<strong>de</strong>ro honor.<br />
-Me precio <strong>de</strong> ello, Aramis.<br />
-Ahora...<br />
Y el obispo miró a su amigo hasta el<br />
fondo <strong>de</strong>l alma.<br />
-Ahora, hablemos <strong>de</strong> nosotros y por<br />
nosotros. ¿Queréis ser amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />
No me interrumpáis antes <strong>de</strong> saber lo que<br />
eso significa.<br />
-Escucho.<br />
-¿Queréis ser mariscal <strong>de</strong> Francia, par,<br />
duque, y poseer un ducado <strong>de</strong> un millón?<br />
-Pero, amigo mío -replicó Artagnan-,<br />
para obtener todo eso, ¿qué es necesario hacer?<br />
-Ser el hombre <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-Es que yo soy el hombre <strong>de</strong>l rey, querido<br />
amigo.<br />
-Pero presumo que no exclusivamente.<br />
-¡Oh! Artagnan no es más que uno.
-Es natural que tengáis una ambición<br />
correspondiente a vuestro gran corazón.<br />
-Sí que la tengo.<br />
-Entonces. . .<br />
-Sí, <strong>de</strong>seo ser mariscal <strong>de</strong> Francia; pero<br />
el rey me hará mariscal, duque, par; el rey me<br />
dará todo eso.<br />
Aramis fijó en Artagnan su mirada penetrante.<br />
-¿Pues no es el rey el amo? -añadió Artagnan.<br />
-Nadie lo duda; pero Luis X<strong>II</strong>I era también<br />
el amo.<br />
-¡Oh querido! Es que entre Richelieu y<br />
Luis X<strong>II</strong>I no había un Artagnan -dijo tranquilamente<br />
el mosquetero.<br />
-Mirad que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l rey hay innumerables<br />
piedras en que tropezar.<br />
-No para el rey.<br />
-Sin duda; pero...<br />
-Mirad, Aramis, observo que todo el<br />
mundo piensa en sí propio, y nunca en ese
principillo; pues yo quiero sostenerme, sosteniéndole<br />
a él.<br />
-¿Y la ingratitud?<br />
-¡Los débiles son quienes la temen!<br />
-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> vos?<br />
-Creo que sí.<br />
-Pero el rey pue<strong>de</strong> no necesitaros.<br />
-Creo que me necesita más que nunca. Y<br />
si no, en el caso <strong>de</strong> tener que pren<strong>de</strong>r a un nuevo<br />
Condé, ¿quién le pren<strong>de</strong>ría? Esta ... ésta sola<br />
en Francia.<br />
Y Artagnan golpeó su espada.<br />
-Tenéis razón -dijo Aramis, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />
Y se levantó y apretó la mano a Artagnan.<br />
-Están dando el último aviso para la<br />
cena -dijo el capitán <strong>de</strong> mosqueteros-; permitidme...<br />
Aramis ro<strong>de</strong>ó con su brazo el cuello <strong>de</strong>l<br />
mosquetero, y le dijo: -Un amigo como vos es la
más hermosa joya <strong>de</strong> la corona real. En seguida<br />
se separaron.<br />
"Bien <strong>de</strong>cía yo -dijo para sí Artagnanque<br />
aquí había algo." "Hay que apresurarse a<br />
dar fuego a la pólvora -dijo Aramis-, pues Artagnan<br />
ha <strong>de</strong>scubierto la mecha."<br />
XVI<br />
MADAME Y GUICHE<br />
Hemos visto que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche se<br />
había marchado <strong>de</strong>l salón el día en que Luis<br />
XIV ofreció con tanta galantería a La Valliére<br />
los maravillosos brazaletes ganados en la lotería.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> permaneció paseando por algún<br />
tiempo fuera <strong>de</strong> Palacio, <strong>de</strong>vorado su corazón<br />
por mil sospechas e inquietu<strong>de</strong>s.<br />
Después se le vio acechar en la terraza, frente a<br />
los tresbolillos, la salida <strong>de</strong> Madame.
Pasó una media hora larga. Sólo enteramente,<br />
no podía tener pensamientos más<br />
halagüeños.<br />
Sacó su librito <strong>de</strong> memorias <strong>de</strong>l bolsillo,<br />
y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas dudas, se <strong>de</strong>cidió a escribir<br />
estas palabras:<br />
"Señora: Os suplico que me concedáis<br />
un minuto <strong>de</strong> conversación. No os alarméis por<br />
esta petición, que nada ajena es al profundo<br />
respeto con que, etc., etc."<br />
Firmaba esta rara súplica, doblada en<br />
forma <strong>de</strong> billete amoroso, cuando vio salir <strong>de</strong>l<br />
palacio varias mujeres, luego algunos hombres,<br />
y en una palabra, casi toda la tertulia <strong>de</strong> la reina.<br />
Vio a la misma La Valliére, y también a<br />
Montalais, hablando con Malicorne.<br />
Distinguió hasta el último <strong>de</strong> los convidados<br />
que poco antes poblaban el gabinete <strong>de</strong><br />
la reina madre.
Madame no había pasado; pero por<br />
fuerza tenía que atravesar aquel patio para volver<br />
a su cuarto, y<br />
Guiche espiaba el patio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la terraza.<br />
Por último, vio salir a Madame con dos<br />
pajes que llevaban los hachones.<br />
Caminaba <strong>de</strong> prisa, y cuando llegó a su<br />
puerta gritó:<br />
-Pajes, que vayan a informarse dón<strong>de</strong><br />
está el señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. Tiene que darme<br />
cuenta <strong>de</strong> una comisión. Si está <strong>de</strong>socupado,<br />
<strong>de</strong>cidle que haga el favor <strong>de</strong> venir a verme.<br />
Guiche permaneció mudo y ocultó en la<br />
sombra; pero apenas entró Madame, se lanzó<br />
<strong>de</strong> la terraza, bajando aprisa los escalones, y<br />
tomó el aire más indiferente para hacerse encontrar<br />
por los pajes, que corrían ya hacia su<br />
cuarto.<br />
"¡Ah! ¡Madame me manda buscar!", se<br />
dijo, todo emocionado. Y guardóse el billete,<br />
qué había llegado a ser inútil.
-Con<strong>de</strong> -dijo uno <strong>de</strong> los pajes divisándole-,<br />
fortuna ha sido encontraros.<br />
-¿Qué hay señores?<br />
-Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame.<br />
-¿Una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Madame? -dijo Guiche<br />
con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />
-Sí, con<strong>de</strong>, Su Alteza Real <strong>de</strong>sea veros;<br />
según nos ha dicho, tenéis que darle cuenta <strong>de</strong><br />
una comisión. ¿Estáis libre?<br />
-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />
-Pues tened a bien seguirnos. Cuando<br />
Guiche subió a la habitación <strong>de</strong> la princesa,<br />
encontró a ésta pálida y agitada.<br />
Montalais permanecía a la puerta, algo<br />
quieta por lo que pasaría con el anillo <strong>de</strong> Madame.<br />
Guiche se presentó.<br />
-¡Ah! ¿Sois vos señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />
preguntó Madame-. Tened a bien entrar... Señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais, a terminado vuestro servicio.
Montalais, más alarmada aún, saludó y<br />
salió.<br />
Los dos interlocutores quedaron solos.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> tenía toda la ventaja <strong>de</strong> su parte,<br />
pues Madame era la que le había dado la<br />
cita. ¿Mas cómo podía el con<strong>de</strong> aprovecharse<br />
<strong>de</strong> aquella ventaja? ¡Era tan fantástica Madame!<br />
¡Tenía un carácter tan veleidoso Su Alteza Real!<br />
Bien lo manifestó, porque, abordando al<br />
punto la conversación:<br />
-Con<strong>de</strong> -le dijo-, ¿no tenéis nada que<br />
<strong>de</strong>cirme?<br />
Supuso Guiche que Madame había adivinado<br />
su pensamiento, y, como los que aman<br />
son crédulos y ciegos, como poetas o profetas,<br />
creyó que ella sabía los <strong>de</strong>seos que tenía <strong>de</strong><br />
verla y la causa <strong>de</strong> esos <strong>de</strong>seos.<br />
-Sí, señora -dijo-, y encuentro eso muy<br />
extraño.<br />
-¡<strong>El</strong> asunto <strong>de</strong> los brazaletes! -exclamó<br />
Madame con viveza-. ¿No es eso?<br />
-Sí, señora.
-¿Creéis que el rey esté enamorado?<br />
Decid.<br />
Guiche miróla con <strong>de</strong>tención; ella bajó<br />
los ojos ante aquella mirada que penetraba hasta<br />
el corazón.<br />
-Creo -dijo- que el rey pue<strong>de</strong> haber tenido<br />
el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> atormentar a alguien; <strong>de</strong> no<br />
ser así, no se habría mostrado tan solícito como<br />
le vimos, ni se habría arriesgado a comprometer,<br />
por capricho, a una joven hasta ahora inaccesible.<br />
-¡Bien! ¿Esa <strong>de</strong>scarada? -dijo altivamente<br />
la princesa.<br />
-Puedo asegurar a Vuestra Alteza Real -<br />
dijo Guiche con respetuosa firmeza- que la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére es amada por un joven<br />
dignísimo porque es un cumplido caballero.<br />
-¡Oh! ¿Habláis <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Mi amigo, sí, señora.<br />
-Y bien, aun cuándo sea amigo vuestro,<br />
¿qué le importa al rey?
-<strong>El</strong> rey sabe que <strong>Bragelonne</strong> está comprometido<br />
con la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y,<br />
como Raúl ha servido al rey valerosamente, no<br />
es <strong>de</strong> presumir que el rey vaya a causar una<br />
<strong>de</strong>sgracia irreparable.<br />
Madame prorrumpió en carcajadas que<br />
hirieron a Guiche dolorosamente.<br />
-Os repito, señora, que no consi<strong>de</strong>ro al<br />
rey enamorado <strong>de</strong> La Valliére, y la prueba <strong>de</strong><br />
que no lo creo, es que quería preguntaros a<br />
quién pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>sear Su Majestad herir el amor<br />
propio en esta circunstancia. Vos, que conocéis<br />
la Corte, me ayudaréis a encontrar esa persona,<br />
con tanto mas vivo motivo, cuanto que, según<br />
todos dicen, Vuestra Alteza Real está en gran<br />
intimidad con el rey.<br />
Madame se mordió los labios, y, a falta<br />
<strong>de</strong> buenas razones, cambió <strong>de</strong> conversación.<br />
-Probadme -dijo, fijando en él una <strong>de</strong><br />
esas miradas en las que el alma parece pasar<br />
toda entera-, probadme que <strong>de</strong>seábais hablarme<br />
a mí, que os he llamado.
Guiche sacó <strong>de</strong> su librito <strong>de</strong> memorias lo<br />
que había escrito, y se lo enseñó.<br />
-Simpatía -dijo Madame.<br />
-Sí -repuso el con<strong>de</strong> con insuperable<br />
ternura-, sí, simpatía; pero yo os he explicado<br />
cómo y por qué os buscaba; vos, señora, aún no<br />
me habéis dicho para qué me habéis hecho llamar.<br />
-Es verdad.<br />
Y pareció vacilar.<br />
-Esos brazaletes me harán per<strong>de</strong>r la cabeza<br />
-añadió <strong>de</strong> repente.<br />
-¿Esperábais vos que el rey os los ofreciese?<br />
-replicó Guiche.<br />
-¿Por qué no?<br />
-Pero antes que a vos, señora, antes que<br />
a su cuñada, ¿no tenía el rey a la reina?<br />
-Y antes que a La Valliére -exclamó la<br />
princesa, resentida-, ¿no me tenía a mí, no tenía<br />
a toda la Corte?<br />
-Os aseguro, señora -dijo respetuosamente<br />
el con<strong>de</strong>-, que si os oyesen
hablar <strong>de</strong> esa manera, si viesen vuestros ojos<br />
enrojecidos, y, Dios me perdone, esa lágrima,<br />
que asoma por vuestras pestañas... ¡oh, sí todo<br />
el mundo diría que Vuestra Alteza Real está<br />
celosa!<br />
-¡Celosa! -murmuró la princesa con altivez-.<br />
¿Celosa yo <strong>de</strong> La Valliére?<br />
Madame esperaba sojuzgar a Guiche<br />
con aquel a<strong>de</strong>mán altivo y aquel tono orgulloso.<br />
-Celosa <strong>de</strong> La Valliére, sí, señora -repitió<br />
el con<strong>de</strong> con energía.<br />
-Creo, señor -balbució la princesa-, que<br />
os permitís insultarme.<br />
-Yo no lo creo, señora -dijo el con<strong>de</strong> algo<br />
agitado, pero resuelto a domar aquella fogosa<br />
cólera.<br />
-¡Salid! -gritó la con<strong>de</strong>sa en el colmo <strong>de</strong><br />
la exasperación, pues tanta era la rabia que le<br />
causaban la sangre fría y el respeto mudo <strong>de</strong><br />
Guiche.
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> retrocedió un paso, hizo un<br />
saludo con lentitud, se irguió, blanco como los<br />
encajes <strong>de</strong> sus puños, y con voz ligeramente<br />
alterada:<br />
-No valía la pena -dijo- <strong>de</strong> que me apresurase<br />
para sufrir esta injusta <strong>de</strong>sgracia.<br />
Y le volvió la espalda sin precipitación.<br />
No había aún dado cinco pasos, cuando<br />
corrió a él Madame como un tigre, y cogiéndole<br />
<strong>de</strong> una manga le hizo volver.<br />
-<strong>El</strong> respeto que me afectáis -repuso trémula<br />
<strong>de</strong> rabia-, es más insultante que el insulto.<br />
¡Vamos, insultadme, pero, al menos, hablad!<br />
-Y vos, señora -dijo afablemente el con<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>senvainando su espada-, atravesadme el<br />
corazón, pero no me hagáis morir a fuego lento.<br />
Madame conoció en la mirada que Guiche<br />
fijó sobre ella, mirada llena <strong>de</strong> amor, <strong>de</strong><br />
resolución y hasta <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, que un<br />
hombre tan tranquilo en apariencia se atravesaría<br />
el pecho con la espada, si ella añadía<br />
una palabra.
Arrancóle el acero <strong>de</strong> las manos, y, apretándole<br />
el brazo con un <strong>de</strong>lirio que podía pasar<br />
por ternura.<br />
-Con<strong>de</strong> -dijo-, excusadme. Veis lo que<br />
sufro, y no tenéis misericordia <strong>de</strong> mí.<br />
Las lágrimas, última crisis <strong>de</strong> aquel acceso,<br />
ahogaron su voz. Guiche, viéndola llorar,<br />
tomóla en sus brazos y la llevó hasta el sillón,<br />
oprimido todavía su corazón.<br />
-¿Por qué -murmuró a sus pies-, por qué<br />
no me contáis vuestras penas? ¿Amáis a alguien?<br />
¡Decídmelo! Yo moriré, pero será <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haberos aliviado, consolado y hasta<br />
servido.<br />
-¡Oh! ¿Tanto me amáis? -replicó ella<br />
vencida.<br />
-Os amo hasta ese extremo; sí señora.<br />
<strong>El</strong>la le abandonó sus manos. -Amo, efectivamente<br />
-murmuró la princesa en voz tan<br />
baja que nadie hubiera podido oírla. Guiche la<br />
oyó.<br />
-¿Al rey? -dijo.
La princesa movió la cabeza, y su sonrisa<br />
fue como esos claros que forman las nubes,<br />
por entre los cuales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tempestad,<br />
cree uno ver abrirse el paraíso.<br />
-Pero -repuso-, hay otras pasiones en un<br />
corazón bien nacido. <strong>El</strong> amor, es la poesía; pero<br />
la vida <strong>de</strong> ese corazón, es el orgullo. Con<strong>de</strong>, yo<br />
he nacido sobre el trono, y tengo el orgullo y<br />
dignidad propios <strong>de</strong> mi jerarquía. ¿Por qué el<br />
rey trata <strong>de</strong> acercar al su lado a personas indignas<br />
<strong>de</strong> él?<br />
-¡Todavía, señora! -exclamó el con<strong>de</strong>-.<br />
¿No reparáis que estáis maltratan o a esa infeliz<br />
muchacha que va a se esposa <strong>de</strong> mi amigo?<br />
-¿Y sois tan simple para creer eso?<br />
-Si no creyera -dijo Guiche muy pálido-,<br />
haría avisar inmediatamente a <strong>Bragelonne</strong>; sí, si<br />
creyese que esa pobre La Valliére había olvidado<br />
los juramentos que ha hecho a Raúl...<br />
Pero, no, sería una infamia ven<strong>de</strong>r el secreto <strong>de</strong><br />
una mujer; sería un gran crimen turbar la tranquilidad<br />
<strong>de</strong> un amigo.
-¿Creéis, según eso -repuso la princesa,<br />
con un salvaje estallido <strong>de</strong> risa-, que la ignorancia<br />
sea una dicha?<br />
-Lo creo -replicó él.<br />
-¡Pues probadlo, probadlo! -dijo Madame<br />
con viveza.<br />
-Nada mas fácil; señora, la Corte toda ha<br />
dicho que el rey os amaba, y que amabais al<br />
rey.<br />
-¿Y qué? -dijo la princesa respirando<br />
penosamente.<br />
-Suponed que Raúl, mi amigo, hubiese<br />
venido a <strong>de</strong>cirme: "¡Sí, el rey ama a Madame; sí,<br />
el rey ha logrado ganarse el corazón <strong>de</strong> Madame!..."<br />
¡Tal vez habría matado a Raúl!<br />
-Hubiera sido preciso -dijo la princesa<br />
con esa obstinación <strong>de</strong> las mujeres que se consi<strong>de</strong>ran<br />
inexpugnables-, que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
hubiera tenido pruebas para hablaros así.<br />
-De todos modos -respondió Guiche<br />
suspirando-, ello es que, no habiendo sido ad-
vertido, nada he profundizado, y hoy mi ignorancia<br />
me ha salvado la vida.<br />
-Veo que lléváis hasta tal extremo el<br />
egoísmo y la frialdad -dijo Madame-, que <strong>de</strong>jaréis<br />
a ese <strong>de</strong>sgraciado joven continuar amando<br />
a La Valliére.<br />
-Hasta el día en que sepa que La Valliére<br />
es culpable, sí, señora.<br />
-¡Pero, ¿y los brazaletes?<br />
-¡Ay, señora! Ya que vos esperabais recibirlos<br />
<strong>de</strong>l rey, ¿qué hubiera yo podido <strong>de</strong>cir?<br />
<strong>El</strong> argumento era po<strong>de</strong>roso; la princesa<br />
se sintió vencida, hasta el punto <strong>de</strong> no volver a<br />
recobrarse más.<br />
Pero, como tenía el alma llena <strong>de</strong> nobleza<br />
y un entendimiento claro, comprendió toda<br />
la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Guiche.<br />
Leyó evi<strong>de</strong>ntemente en. su corazón que<br />
sospechaba que el rey amaba a La Valliére, y no<br />
quiso valerse <strong>de</strong> ese expediente vulgar, que<br />
consiste en arruinar a un rival en el ánimo <strong>de</strong>
una mujer, dando a ésta la certeza <strong>de</strong> que ese<br />
rival corteja a otra mujer.<br />
Adivinó que sospechaba <strong>de</strong> La Valliére,<br />
y que, para darle tiempo a convertirse, a fin <strong>de</strong><br />
que no se perdiese para siempre, se reservaba<br />
alguna gestión directa o algunas observaciones<br />
más claras.<br />
Leyó, en fin, tanta gran<strong>de</strong>za real, tanta<br />
generosidad en el corazón <strong>de</strong> su amante, que<br />
sintió abrasarse el suyo al contacto <strong>de</strong> una llama<br />
tan pura.<br />
Guiche, conservándose, aun a riesgo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar,<br />
hombre <strong>de</strong> lealtad, se elevaba a clase<br />
<strong>de</strong> héroes, . y la reducía al estado <strong>de</strong> mujer celosa<br />
y mezquina.<br />
Y le amó tan intensamente, que no pudo<br />
menos <strong>de</strong> darle un testimonio <strong>de</strong> ello.<br />
-He ahí una porción <strong>de</strong> palabras perdidas<br />
-dijo tomándole una mano-: sospechas,<br />
inquietu<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>sconfianzas, dolores... creo que<br />
todos esos nombres hemos pronunciado.<br />
-¡Ay! Sí, señora.
-Borradlas <strong>de</strong> vuestro corazón, como yo<br />
lo hago <strong>de</strong>l mío. Con<strong>de</strong>, que La Valliére ame o<br />
no al rey, que el rey ame o no a La Valliére,<br />
hagamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento una distinción en<br />
nuestros dos papeles... ¿Por qué abrís tanto los<br />
ojos? Apuesto a que no me comprendéis.<br />
-Sois tan viva, señora, que temo siempre<br />
<strong>de</strong>sagradaros.<br />
-¡No tembléis así bello asustado! -dijo<br />
ella con encantadora jovialidad- Sí, señor, tengo<br />
que <strong>de</strong>sempeñar dos papeles ... Soy la hermana<br />
<strong>de</strong>l rey, y la cuñada <strong>de</strong> su esposa. Con este título,<br />
¿no es lógico que me mezcle en las intrigas<br />
<strong>de</strong>l matrimonio?... ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />
-Lo menos posible, señora.<br />
-Convengo en ello, mas ésta es una<br />
cuestión <strong>de</strong> dignidad; a<strong>de</strong>más, soy la esposa <strong>de</strong><br />
Monsieur.<br />
Guiche suspiró.<br />
-Lo cual -repuso la princesa con ternura<strong>de</strong>be<br />
induciros a hablarme siempre con el más<br />
soberano respeto.
-¡Oh! -murmuró el con<strong>de</strong>, cayendo a sus<br />
pies, que besó como si fueran los <strong>de</strong> una divinidad.<br />
-En verdad -murmuró la princesa-, creo<br />
que tengo todavía otro papel... Ya lo olvidaba.<br />
-¿Cuál, cuál?<br />
-Soy mujer -dijo más bajo todavía-.<br />
Amo.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> se incorporó. <strong>El</strong>la le abrió los<br />
brazos; sus labios se tocaron.<br />
Oyéronse pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapicería.<br />
Montalais llamó.<br />
-¿Qué hay, señorita? -preguntó Madame.<br />
-Buscan al señor <strong>de</strong> Guiche -respondió<br />
Montalais, la cual tuvo tiempo `<strong>de</strong> observar<br />
todo el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los actores <strong>de</strong> aquellos cuatro<br />
papeles, pues Guiche había constantemente<br />
<strong>de</strong>sempeñado el suyo con la mayor heroicidad.<br />
XV<strong>II</strong>
MONTALAIS Y MALICORNE<br />
Montalais tenía razón. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche,<br />
llamado por todas partes, estaba muy ex<br />
pues , por la multiplicidad misma <strong>de</strong> os asuntos,<br />
a no contestar en ninguna.<br />
Así sucedió que Madame, tal es la fuerza<br />
<strong>de</strong> las situaciones débiles, no obstante su<br />
orgullo ofendido, a pesar <strong>de</strong> su cólera interior,<br />
nada pudo <strong>de</strong>cir, al menos por aquel instante, a<br />
Montalais, que acababa <strong>de</strong> infringir con tan<br />
osadía la consigna casi real que la había alejado.<br />
Guiche perdió también la cabeza, o mejor<br />
dicho, la había perdido ya antes <strong>de</strong> la llegada<br />
dé Montalais: porque, no bien oyó la voz <strong>de</strong><br />
la joven, sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> Madame, como exigía<br />
la más elemental cortesía, aun entre iguales,<br />
huyó, con el corazón encendido y la cabeza<br />
loca, <strong>de</strong>jando a la princesa con una mano levantada<br />
y haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.
Y era que Guiche podía <strong>de</strong>cir, como dijo<br />
Querubín cien años <strong>de</strong>spués, que llevaba en los<br />
labios dicha para una eternidad.<br />
Montalais halló, pues, a los dos amantes<br />
en gran <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n; <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en el que huía y<br />
<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en la que quedaba.<br />
La joven murmuró entonces, echando<br />
en torno suyo una mirada investigadora:<br />
-Creo que por ahora sé cuanto podía<br />
<strong>de</strong>sear saber la mujer más curiosa.<br />
Madame se quedó tan turbada con aquella mirada<br />
inquiridora, que, como si hubiera oído el<br />
aparte <strong>de</strong> Montalais, no dijo una palabra a su<br />
camarista, y, bajando la cabeza, pasó a su alcoba.<br />
Viendo lo cual Montalais, se puso a escuchar.<br />
Entonces oyó que Madame corría los<br />
cerrojos <strong>de</strong> su habitación. Comprendió por ese<br />
ruido que tenía la noche por suya, y, haciendo<br />
en dirección a la puerta que acababa <strong>de</strong> cerrarse<br />
un a<strong>de</strong>mán bastante irreverente que quería <strong>de</strong>-
cir: "¡Buenas noches, princesa!" bajó a reunirse<br />
otra vez con Malicorne, que se hallaba a la sazón<br />
muy ocupado en seguir con la vista un correo<br />
polvoriento que salía <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong>l<br />
con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />
Montalais conoció que Malicorne tenía<br />
entre manos alguna obra <strong>de</strong> importancia, y le<br />
<strong>de</strong>jó ten<strong>de</strong>r la vista y alargar el cuello. Después<br />
que Malicorne volvió a tomar su posición natural,<br />
le dio un golpecito en el hombro.<br />
-¡Hola! -preguntó Montalais-. ¿Qué hay<br />
<strong>de</strong> nuevo?<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ama a Madame -<br />
dijo Malicorne.<br />
-¡Noticias frescas! Yo sé algo más nuevo.<br />
-¿Y qué sabéis?<br />
-Que Madame ama al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Lo uno es consecuencia <strong>de</strong> lo otro.<br />
-No siempre, mi buen señor.<br />
-¿Decís eso por mí?<br />
-Las personas presentes quedan siempre<br />
exceptuadas.
-Gracias -contestó Malicorne-. ¿Y por la<br />
otra parte?<br />
-<strong>El</strong> rey quiso esta noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />
lotería, ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¿Y la ha visto?<br />
-No.<br />
-¿Cómo que no?<br />
-La puerta estaba cerrada.<br />
-De modo que...<br />
-De modo que el rey se volvió todo corrido,<br />
como ladrón que ha olvidado sus instrumentos.<br />
-Bien.<br />
-¿Y por la otra parte? -dijo Montalais.<br />
-<strong>El</strong> correo que acaba <strong>de</strong> llegar para el<br />
señor <strong>de</strong> Guiche es enviado por el señor <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¡Bueno! -dijo Montalais dando una<br />
palmada.<br />
-¿Por qué bueno?<br />
-Porque tenemos ocupación. Si ahora<br />
nos aburrimos, gran<strong>de</strong> será nuestra <strong>de</strong>sgracia.
-Importa dividirnos el trabajo -dijo Malicorne-,<br />
a fin <strong>de</strong> evitar confusión.<br />
-Nada más sencillo -replicó Montalais-.<br />
Tres intrigas un poco animadas, manejadas con<br />
cierta cautela, dan una con otra, echándolo por<br />
lo corto, tres billetes por día.<br />
-¡Oh! -exclamó Malicorne encogiéndose<br />
<strong>de</strong> hombros-. No tenéis en cuenta, amigo, que<br />
tres billetes al día es propio <strong>de</strong> gente vulgar. Un<br />
mosquetero <strong>de</strong> servicio, una muchacha en el<br />
convento, cambian su billete cotidiano por encima<br />
<strong>de</strong> la escala o por el agujero hecho en la<br />
pared. En un billete se encierra toda la poesía<br />
<strong>de</strong> esos pobres corazoncitos. Pero, entre nosotros...<br />
¡Oh! ¡Qué poco conocéis la ternura real,<br />
amiga mía!<br />
-Vamos, concluid -dijo impacientemente<br />
Montalais-. Mirad que pue<strong>de</strong> venir alguien.<br />
-¡Concluir! No estoy más que en la narración.<br />
Me quedan aún tres puntos que tocar.<br />
-¡Me haréis morir con vuestra cachaza<br />
<strong>de</strong> flamenco! -murmuró Montalais.
-Y vos me haréis per<strong>de</strong>r la cabeza con<br />
vuestras vivacida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> italiana. Os <strong>de</strong>cía,<br />
pues, que nuestros enamorados se escribirán<br />
volúmenes. ¿Pero adón<strong>de</strong> vais a parar?<br />
-A esto: que ninguna <strong>de</strong> nuestras damas<br />
pue<strong>de</strong> conservar las cartas que reciba.<br />
-Está claro.<br />
-Que el señor <strong>de</strong> Guiche no se atreverá<br />
tampoco a guardar las suyas.<br />
-Es probable.<br />
-Pues bien, yo guardaré todo eso.<br />
-Ved ahí lo que es imposible -dijo Malicorne.<br />
-¿Y por qué?<br />
-Porque no estáis en casa propia; porque<br />
vuestra habitación es común a La Valliére y a<br />
vos; porque se hacen con frecuencia visitas y<br />
registros en el cuarto <strong>de</strong> una camarista, y porque<br />
temo mucho a la reina, celosa como una<br />
española, a la reina madre celosa como dos<br />
españolas, y, finalmente, a Madame celosa como<br />
diez españolas.
-Me parece que olvidáis a alguien.<br />
-¿A quién?<br />
-A Monsieur.<br />
-Solamente hablaba <strong>de</strong> las mujeres. Clasifiquemos,<br />
pues, a Monsieur con el número 1.<br />
-Nº 2, Guiche.<br />
-Nº 3, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-Nº 4, el rey.<br />
-¿<strong>El</strong> rey?<br />
-Ciertamente, el rey, que será no sólo<br />
mas celoso, sino más po<strong>de</strong>roso que todos. ¡Ay,<br />
querida!<br />
-¿Qué más?<br />
-¡En qué avispero os habéis metido!<br />
-No mucho todavía, si queréis seguirme...<br />
-Sí que lo quiero. No obstante...<br />
-No obstante...<br />
-Puesto que aún es tiempo, creo que lo<br />
más pru<strong>de</strong>nte sería retroce<strong>de</strong>r.
-Y yo, antes bien, creo que lo más pru<strong>de</strong>nte<br />
será ponernos <strong>de</strong> golpe frente <strong>de</strong> todas<br />
esas intrigas.<br />
-No creo que podáis manejarlas.<br />
-Con vos sería capaz <strong>de</strong> manejar diez.<br />
Ese es mi elemento, pues he nacido para vivir<br />
en la Corte, como la salamandra en el fuego.<br />
-Vuestra comparación no me calma,<br />
querida amiga. He oído <strong>de</strong>cir a sabios muy sabios,<br />
en primer lugar que no hay tales salamandras,<br />
y que si las hubiese, quedarían perfectamente<br />
asadas al salir <strong>de</strong>l fuego.<br />
-Vuestros sabios podrán ser muy sabios<br />
en materia <strong>de</strong> salamandras, pero vuestros sabios<br />
no os dirán lo que yo voy a <strong>de</strong>cir ahora<br />
mismo, y es que Aura <strong>de</strong> Montalais está llamada<br />
a ser, antes <strong>de</strong> un mes, el primer diplomático<br />
<strong>de</strong> la corte francesa.<br />
-Bien, o a condición <strong>de</strong> que yo sea el<br />
segundo.<br />
-Esta dicho: alianza ofensiva y <strong>de</strong>fensiva,<br />
entiéndase.
-Lo que os aconsejo es que <strong>de</strong>sconfiéis<br />
<strong>de</strong> las cartas.<br />
-Os las entregaré conforme me las vayan<br />
dando.<br />
-¿Qué diremos al rey <strong>de</strong> Madame?<br />
-Que Madame sigue amando al rey.<br />
-¿Qué diremos a Madame <strong>de</strong>l rey?<br />
-Que haría mal en no contemplarle.<br />
-¿Qué diremos a La Valliére <strong>de</strong> Madame?<br />
-Todo cuanto queramos, pues es nuestra.<br />
-¿Nuestra?<br />
-Doblemente.<br />
-¿Cómo es eso?<br />
-Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, primero.<br />
-Explicaos.<br />
-Supongo no habréis olvidado que el<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ha escrito muchas cartas a<br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-Yo no olvido nada.
-Esas cartas era yo quien las recibía y<br />
quien las guardaba.<br />
-¿Y por consiguiente las tendréis?<br />
-Las tengo.<br />
-¿Dón<strong>de</strong>? ¿Aquí?<br />
-¡Oh, no! Las tengo en Blois, en el cuartito<br />
que ya sabéis.<br />
-Cuartito querido, cuartito amoroso,<br />
antecámara <strong>de</strong>l palacio que os haré habitar un<br />
día. Pero, perdón; ¿<strong>de</strong>cís que todas esas cartas<br />
están en ese cuartito?<br />
-Sí.<br />
-¿No las guardábais en un cofre.<br />
-Sí, por cierto; en el mismo cofre en que<br />
guardaba las que vos me remitíais, y don<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>positaba las mías cuando vuestros asuntos os<br />
impedían acudir a la cita.<br />
-¡Ah! Perfectamente -dijo Malicorne.<br />
-¿Qué significa esa satisfacción?<br />
-Significa que nos ahorramos ir a Blois<br />
por las cartas. Las tengo aquí.<br />
-¿Habéis traído el cofre?
-Lo apreciaba mucho viniendo <strong>de</strong> vos.<br />
-Pues tened cuidado; el cofre guarda<br />
originales que tendrán gran precio más a<strong>de</strong>lante.<br />
-Lo sé muy bien, ¡diantre!, y por eso<br />
mismo me río, y con toda mi alma.<br />
-Ahora, una última palabra.<br />
-¿Por qué una última?<br />
-¿Necesitamos auxiliares?<br />
-Ninguno.<br />
-Criados, criadas...<br />
-¡Malo, <strong>de</strong>testable! Vos misma daréis y<br />
recibiréis las cartas. ¡Oh! Nada <strong>de</strong> orgullo: sin lo<br />
cual, no haciendo sus negocios por sí mismo, el<br />
señor Malicorne y la señorita Aura se verán<br />
reducidos a verlos hacer por otros.<br />
-Tenéis razón; pero, ¿qué pasa en el<br />
aposento <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Nada; el con<strong>de</strong> abre su ventana.<br />
-Marchémonos.<br />
Y los dos <strong>de</strong>saparecieron; la conjuración<br />
estaba anudada.
La ventana que acababa <strong>de</strong> abrirse era,<br />
en efecto, la <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />
Pero, como podrían pensar tal vez los<br />
que no están en antece<strong>de</strong>ntes, no era sólo por<br />
ver la sombra <strong>de</strong>, Madame a través <strong>de</strong> las cortinas<br />
por lo que el con<strong>de</strong> asomábase a la ventana;<br />
su preocupación no era <strong>de</strong>l todo amorosa.<br />
Según hemos dicho, acababa <strong>de</strong> recibir un correo,<br />
el cual le había sido enviado por <strong>Bragelonne</strong>.<br />
<strong>Bragelonne</strong> había escrito a Guiche.<br />
Este había leído y releído la carta; carta<br />
que le había hecho gran impresión.<br />
-¡Extraño! ¡Muy extraño! -murmuraba-.<br />
¡Por qué medios tan po<strong>de</strong>rosos lleva el <strong>de</strong>stino<br />
a los hombres a sus fines!<br />
Y, apartándose <strong>de</strong> la ventana para<br />
aproximarse a la luz, leyó por tercera vez aquella<br />
carta, cuyas líneas abrasaban a la vez su<br />
mente y sus ojos.<br />
"Calais.
"Mi estimado con<strong>de</strong>: He encontrado en<br />
Calais al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que salió herido<br />
gravemente en un lance con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />
"No ignoráis que War<strong>de</strong>s es hombre<br />
valiente, pero rencoroso y <strong>de</strong> mala índole.<br />
"Me ha hablado <strong>de</strong> vos, hacia quien dice<br />
siente gran inclinación, y <strong>de</strong> Madame, que encuentra<br />
hermosa y amable.<br />
"Ha adivinado vuestro amor por la persona<br />
que sabéis.<br />
"También me ha hablado <strong>de</strong> una persona<br />
a quien amo, y me ha manifestado el más<br />
vivo interés, compa<strong>de</strong>ciéndome mucho, pero<br />
todo ello con ro<strong>de</strong>os, que me asustaron en un<br />
principio, y que concluí luego por tomar como<br />
resultado <strong>de</strong> sus hábitos <strong>de</strong> misterio.<br />
"<strong>El</strong> hecho es éste:<br />
"Parece que ha recibido noticias <strong>de</strong> la<br />
Corte. Ya compren<strong>de</strong>réis que no ha podido ser<br />
sino por conducto <strong>de</strong>l caballero <strong>de</strong> Lorena.<br />
"Se habla, dicen esas noticias, <strong>de</strong> un<br />
cambio efectuado en los sentimientos <strong>de</strong>l rey.
“Ya sabéis a lo que eso hace relación.<br />
"A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>cían las noticias, se habla<br />
<strong>de</strong> una camarista que da pábulo a la maledicencia.<br />
"Estas frases vagas no me han permitido<br />
dormir. He <strong>de</strong>plorado mucho que mi carácter,<br />
recto y débil, a pesar <strong>de</strong> cierta obstinación, me<br />
haya <strong>de</strong>jado sin réplica a esas insinuaciones.<br />
En una palabra, el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s<br />
marcha a París y no he querido retrasar su partida<br />
con explicaciones. A<strong>de</strong>más, confieso que<br />
me parecía duro atormentar a un hombre cuyas<br />
heridas apenas están cerradas.<br />
"Viaja, pues, a jornadas cortas. y va para<br />
asistir, según dice, al curioso espectáculo que<br />
no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> ofrecer la Corte <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
poco tiempo.<br />
"Añadió a estas palabras algunas felicitaciones,<br />
y luego ciertas condolencias. Ni unas<br />
ni otros he podido compren<strong>de</strong>r. Hallábame<br />
aturdido por mis pensamientos y por mi <strong>de</strong>sconfianza<br />
hacia ese hombre: <strong>de</strong>sconfianza que,
como sabéis mejor que nadie, jamás he podido<br />
vencer.<br />
"Pero, luego que se marchó, mi espíritu<br />
se calmó algún tanto.<br />
"Es imposible que un carácter como el<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s no haya infiltrado algo <strong>de</strong> su malignidad<br />
en las relaciones que hemos tenido juntos.<br />
"Es imposible, por consiguiente, que en<br />
todas las palabras misteriosas que me ha dicho<br />
el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, no haya un sentido misterioso<br />
que pueda aplicarme a mí mismo o a<br />
quien sabéis.<br />
"Precisado a marchar con toda la prontitud<br />
para obe<strong>de</strong>cer al rey, no he pensado en ir<br />
tras <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s para obtener la explicación <strong>de</strong><br />
sus reticencias; pero os envío un correo con esta<br />
carta que os expondrá todas mis dudas. Vos, a<br />
quien consi<strong>de</strong>ro como otro yo, haréis lo que os<br />
parezca mejor.
<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s llegará <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
poco; procurad saber lo que ha <strong>de</strong>seado <strong>de</strong>cir,<br />
si es que no lo sabéis ya.<br />
"Por lo <strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>s ha<br />
sostenido que el señor <strong>de</strong> Buckingham había<br />
salido <strong>de</strong> París muy satisfecho <strong>de</strong> Madame;<br />
asunto es éste que me habría hecho tirar inmediatamente<br />
<strong>de</strong> 1 espada, a no ser por la obligación<br />
en que me consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> antepone ante<br />
todo el servicio <strong>de</strong>l rey.<br />
"Quemad esta carta, que os entregará<br />
Olivain.<br />
"Quien dice Olivain, dice la seguridad.<br />
"Tened a bien, apreciado con<strong>de</strong>, hacer<br />
presente mis afectuosos recuerdos a la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére, cuyas manos beso respetuosamente.<br />
"Recibid un abrazo <strong>de</strong> vuestro afectísimo<br />
"VIZCONDE DE<br />
BRAGELONNE.
"P. D. Si ocurriera alguna cosa grave,<br />
pues todo <strong>de</strong>be preverse, querido amigo, enviadme<br />
un correo con esta sola palabra: Venid,<br />
y me hallaré en París treinta y seis horas <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haber recibido vuestra carta."<br />
Guiche suspiró, dobló la carta por tercera<br />
vez, y, en vez <strong>de</strong> quemarla como le encargaba<br />
Raúl, se la puso en el bolsillo.<br />
Necesitaba leerla y releerla todavía.<br />
-¡Qué confusión y qué confianza a la<br />
vez! -murmuró el con<strong>de</strong>-. Toda el alma <strong>de</strong> Raúl<br />
está en esta carta. ¡Olvida en ella al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
Fére, y habla <strong>de</strong> su respeto hacia Luisa! ¡Me da<br />
a mí un aviso y me suplica por él! ... ¡Ah! -prosiguió<br />
Guiche con un gesto amenazador-. ¿Os<br />
mezcláis en mis asuntos, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />
Pues bien, yo me ocuparé <strong>de</strong> los vuestros. En<br />
cuanto a ti, pobre Raúl, tu corazón me <strong>de</strong>ja un<br />
<strong>de</strong>pósito sobre el cual yo velaré, pier<strong>de</strong> cuidado.
Hecha esta promesa, pasó Guiche recado<br />
a Malicorne para que fuese a verle sin tardanza,<br />
si era posible.<br />
Malicorne acudió con una actividad que<br />
era el primer resultado <strong>de</strong> su conversación con<br />
Montalais.<br />
Cuanto más preguntó Guiche, que creíase<br />
a cubierto, Malicorne, que trabajaba a la<br />
sombra, más comprendió a su interlocutor.<br />
De aquí resultó que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />
cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> conversación, durante la cual<br />
creyó Guiche haber <strong>de</strong>scubierto toda la verdad<br />
acerca <strong>de</strong> La Valliére y <strong>de</strong>l rey, no supo nada<br />
más que lo que había visto por sus propios ojos,<br />
mientras que Malicorne supo o adivinó que<br />
Raúl <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, y que Guiche iba<br />
a velar sobre el tesoro <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s.<br />
Malicorne aceptó el papel <strong>de</strong> dragón.<br />
Guiche creyó haber hecho cuanto había<br />
que hacer en favor <strong>de</strong> su amigo, y no se ocupó<br />
más que <strong>de</strong> sí propio.
Anunciáse en la noche siguiente la vuelta<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, y su primera aparición en el aposento<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
Después <strong>de</strong> su visita <strong>de</strong>bía el convaleciente ir a<br />
la habitación <strong>de</strong> Monsieur.<br />
Guiche fue a ver a Monsieur una hora antes.<br />
XV<strong>II</strong>I<br />
RECIBIMIENTO DE WARDES EN LA COR-<br />
TE<br />
Monsieur acogió a War<strong>de</strong>s con aquel<br />
favor particular que la necesidad <strong>de</strong> esparcir el<br />
ánimo aconseja a todo carácter ligero hacia<br />
cualquier novedad que se presenta. War<strong>de</strong>s, a<br />
quien hacía más <strong>de</strong> un mes no se le veía en la<br />
Corte, era fruta nueva. Agasajarle, era cometer<br />
una infi<strong>de</strong>lidad con los antiguos, y una infi<strong>de</strong>lidad<br />
tiene siempre su encanto; a<strong>de</strong>más, aquello<br />
era hacerle una reparación. Monsieur le trató,<br />
pues, <strong>de</strong>l modo más favorable.
<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena, que temía mucho<br />
a aquel rival, pero que respetaba aquella<br />
segunda naturaleza en todo semejante a la suya,<br />
más el valor, prodigó a War<strong>de</strong>s atenciones<br />
aún más exageradas que las que le había mostrado<br />
Monsieur.<br />
Guiche estaba allí, como hemos dicho,<br />
pero se mantenía algo apartado, aguardando<br />
con impaciencia que terminasen todos aquellos<br />
abrazos.<br />
War<strong>de</strong>s, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> conversar con los<br />
<strong>de</strong>más, y hasta con Monsieur mismo, no había<br />
perdido <strong>de</strong> vista a Guiche; su instinto le <strong>de</strong>cía<br />
que estaba allí por él.<br />
Así fue, que se dirigió a Guiche inmediatamente<br />
que terminó con los <strong>de</strong>más.<br />
Los dos cambiaron entre sí los cumplidos<br />
más corteses; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual, War<strong>de</strong>s<br />
volvió a acercarse <strong>de</strong> nuevo a Monsieur y a<br />
otros gentileshombres.
En medio <strong>de</strong> todas aquellas felicitaciones<br />
<strong>de</strong> bienvenida, anunciaron a Madame.<br />
Madame había sabido la llegada <strong>de</strong><br />
War<strong>de</strong>s y estaba enterada <strong>de</strong> los pormenores <strong>de</strong><br />
su viaje, y <strong>de</strong> su duelo con Buckingham. Por<br />
eso no le disgustó estar presente a las primeras<br />
palabras que pronunciara el que sabía era enemigo<br />
suyo.<br />
Acompañábanla dos o tres camaristas.<br />
War<strong>de</strong>s hizo a Madame los más corteses<br />
saludos, y anunció, <strong>de</strong> buenas a primeras para<br />
empezar las hostilida<strong>de</strong>s, que estaba pronto a<br />
dar noticias <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham a sus<br />
íntimos.<br />
Era aquélla una respuesta directa a la<br />
frialdad con que Madame le había recibido.<br />
<strong>El</strong> ataque era vivo; Madame sintió el<br />
golpe sin aparentar haberla recibido, y dirigió<br />
rápidamente sus ojos a Monsieur y a Guiche.<br />
Monsieur enrojeció, Guiche pali<strong>de</strong>ció.
Madame fue la única que no cambió <strong>de</strong><br />
fisonomía; pero, comprendiendo los muchos<br />
disgustos que podía ocasionarle aquel enemigo<br />
con las dos personas que le oían, se inclinó sonriendo<br />
hacia el viajero.<br />
<strong>El</strong> viajero hablaba <strong>de</strong> otra cosa. Madame<br />
era valiente hasta la impru<strong>de</strong>ncia: toda retirada<br />
hacíale avanzar más. Después <strong>de</strong> la primera<br />
opresión <strong>de</strong>l corazón, volvió a la carga.<br />
-¿Habéis pa<strong>de</strong>cido mucho con vuestras<br />
heridas, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -preguntó-. Porque<br />
hemos sabido que habíais tenido la mala suerte<br />
<strong>de</strong> salir herido.<br />
Aquella vez tocó a War<strong>de</strong>s resentirse; y<br />
se mordió los labios.<br />
-No, señora -contestó-; casi nada.<br />
-Sin embargo, con este horrible calor...<br />
-<strong>El</strong> aire <strong>de</strong> mar es fresco, señora, y a<strong>de</strong>más<br />
tenía un consuelo.<br />
-¡Oh! ¡Tanto mejor! ... ¿Cuál?<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> saber que mi adversario sufría<br />
más que yo.
-¡Ah! ¿Salió herido más gravemente que<br />
vos?... Ignoraba eso -dijo la princesa con una<br />
completa insensibilidad.<br />
-¡Oh señora! Estáis equivocada, o mejor,<br />
aparentáis <strong>de</strong>jaros engañar por mis palabras.<br />
No digo que su cuerpo haya sufrido más que<br />
yo; pero su corazón estaba ya profundamente<br />
lastimado.<br />
Guiche vio adon<strong>de</strong> se dirigía la lucha, y<br />
se aventuró a hacer a Madame una seña, suplicándole<br />
que abandonara la partida.<br />
Pero ella, sin contestar a Guiche, sin<br />
aparentar verlo, y siempre sonriente:<br />
-Pues qué -dijo-, ¿fue herido el señor <strong>de</strong><br />
Buckingham en el corazón, no creía que una<br />
herida en el corazón tuviese cura.<br />
-¡Ay, señora! -contestó graciosamente<br />
War<strong>de</strong>s-. ¡Las mujeres están siempre en esa<br />
persuasión y eso es lo que les da sobre nosotros<br />
la superioridad <strong>de</strong> la confianza!<br />
-Amiga mía, comprendéis mal -repuso<br />
el príncipe con impaciencia-. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> War-
<strong>de</strong>s quiere <strong>de</strong>cir que el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />
fue herid en el corazón por otra cosa que n era<br />
una espada.<br />
-¡Ah! ¡en, bien! -exclamó Madame-.<br />
¡Ah! Es un chiste <strong>de</strong>l señor War<strong>de</strong>s.', Muy bien.<br />
Quisiera saber, no obstante, si le haría gracia al<br />
señor <strong>de</strong> Buckingham. En verdad, es una lástima<br />
que no esté presente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
Un relámpago pasó por los ojos <strong>de</strong>l joven.<br />
-¡Oh! -dijo apretando los dientes-. También<br />
yo lo quisiera. Guiche ni pestañeaba.<br />
Madame parecía esperar que viniese en<br />
su auxilio.<br />
Monsieur vacilaba.<br />
<strong>El</strong> caballero <strong>de</strong> Lorena a<strong>de</strong>lantóse, y<br />
tomó la palabra.<br />
-Señora -dijo-, War<strong>de</strong>s sabe muy bien<br />
que para Buckingham no es cosa nueva ser<br />
herido en el corazón, y lo que ha dicho se ha<br />
visto ya otras veces.
-En vez <strong>de</strong> un aliado, dos enemigos -<br />
murmuró Madame-. ¡Y dos enemigos coligados,<br />
encarnizados!<br />
Y mudó <strong>de</strong> conversación. Cambiar <strong>de</strong><br />
conversación es, ya se sabe, un <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> los<br />
príncipes, que la etiqueta manda respetar. <strong>El</strong><br />
resto <strong>de</strong> la conversación fue, pues, mo<strong>de</strong>rado;<br />
los principales actores habían terminado sus<br />
papeles. Madame se retiró temprano, y Monsieur,<br />
que quería interrogarla, le ofreció la mano.<br />
<strong>El</strong> caballero temía mucho que se estableciese<br />
la buena inteligencia entre los dos esposos<br />
para <strong>de</strong>jarlos tranquilamente juntos.<br />
Encaminóse, pues, hacia la habitación<br />
<strong>de</strong> Monsieur para sorpren<strong>de</strong>rle a su vuelta, y<br />
<strong>de</strong>struir con tres palabras todas las buenas impresiones<br />
que Madame hubiese podido sembrar<br />
en su corazón.<br />
Guiche dio un paso hacia War<strong>de</strong>s, a<br />
quien ro<strong>de</strong>aba una porción <strong>de</strong> gentes.
Mostróle así el <strong>de</strong>seo que tenía <strong>de</strong> hablar<br />
con él. War<strong>de</strong>s le hizo, con los ojos y la cabeza,<br />
una seña <strong>de</strong> haber comprendido.<br />
Aquella seña, para las personas extrañas,<br />
nada hostil significaba. Entonces Guiche<br />
pudo volverse y esperar.<br />
No esperó mucho tiempo. Desembarazado<br />
War<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus interlocutores, se<br />
aproximó a Guiche, y ambos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />
nuevo saludo, echaron a andar juntos.<br />
-Habéis tenido un feliz regreso, mi querido<br />
War<strong>de</strong>s -dijo el con<strong>de</strong>.<br />
-Excelente, como veis.<br />
-¿Y tenéis siempre el genio tan alegre?<br />
-Ahora mas que nunca.<br />
-Es una gran felicidad.<br />
-¿Qué queréis? ¡Todo cuanto en este<br />
mundo nos ro<strong>de</strong>a es tan ridículo y tan grotesco!<br />
-¡Tenéis razón.<br />
-¡Ah! ¿Opináis como yo?<br />
-¡Cómo no! ¿Y traéis noticias <strong>de</strong> allá?<br />
-No; más bien vengo a buscarlas aquí.
-Perdonad; sé que habéis visto gente en<br />
Boulogne, a un amigo nuestro, y no hace mucho<br />
tiempo.<br />
-¡Gente! ... ¿A un amigo nuestro?<br />
-Tenéis mala memoria.<br />
-¡Ah! Es verdad. ¿<strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Justamente.<br />
-¿Que iba con una misión cerca <strong>de</strong>l rey<br />
Carlos?<br />
-Eso es. ¿Y no le habéis dicho ni os ha<br />
dicho nada?<br />
-No recuerdo bien lo que le he dicho, os<br />
lo aseguro; pero sí sé lo que no le he dicho.<br />
War<strong>de</strong>s era la sagacidad misma, y conocía<br />
en la actitud <strong>de</strong> Guiche, actitud llena <strong>de</strong><br />
frialdad y dignidad, que la conversación tomaba<br />
mal giro. Resolvió, por tanto, <strong>de</strong>jarse llevar<br />
<strong>de</strong> la conversación y estar sobre si.<br />
-¿Y qué es, si no lo lleváis a mal, eso que<br />
no le habéis dicho? -preguntó Guiche.<br />
-¿Qué queréis que sea? Lo concerniente<br />
a La Valliére.
-La Valliére... ¿Qué es ello? ¿Y qué extraña<br />
cosa es ésa que habéis sabido allá, mientras<br />
que <strong>Bragelonne</strong>, que estaba aquí, no la ha<br />
sabido?<br />
-¿Me hacéis seriamente la pregunta?<br />
-No pue<strong>de</strong> ser más seriamente.<br />
-¡Cómo! ¿Vos, cortesano, que vivís en<br />
las habitaciones <strong>de</strong> Madame, que sois comensal<br />
<strong>de</strong> la casa, amigo <strong>de</strong> Monsieur y favorito <strong>de</strong><br />
nuestra linda princesa?<br />
Guiche se encendió en cólera.<br />
-¿De qué princesa habláis? - preguntó.<br />
-No conozco más que una, querido.<br />
Hablo <strong>de</strong> Madame. ¿Tendríais por casualidad,<br />
alguna otra princesa en el corazón? Veamos.<br />
Guiche iba a precipitarse; pero vio la<br />
finta.<br />
Era inminente una lucha entre ambos<br />
jóvenes. War<strong>de</strong>s quería la contienda sólo en<br />
nombre <strong>de</strong> Madame, mientras que Guiche sólo<br />
la aceptaba en nombre <strong>de</strong> La Valliére. Des<strong>de</strong><br />
aquel momento empezó, pues, un juego <strong>de</strong> fin-
tas, que <strong>de</strong>bía durar hasta que uno <strong>de</strong> los dos<br />
fuese tocado.<br />
Guiche recobró toda su sangre fría.<br />
-Para nada hay que mezclar a Madame<br />
en todo esto, amigo War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-; <strong>de</strong> lo<br />
que se trata es <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cíais poco ha.<br />
-¿Y qué <strong>de</strong>cía?<br />
-Que habíais ocultado a <strong>Bragelonne</strong> ciertas<br />
cosas.<br />
-Que sabéis vos tan bien como yo -<br />
replicó War<strong>de</strong>s.<br />
-No, a fe mía.<br />
-¡Vaya!<br />
-Si me las <strong>de</strong>cís las sabré; pero no <strong>de</strong><br />
otro modo, os lo juro.<br />
-¡Cómo! ¡Llego <strong>de</strong> fuera, <strong>de</strong> sesenta leguas<br />
<strong>de</strong> distancia; no os habéis movido <strong>de</strong> aquí,<br />
habéis visto con vuestros propios ojos, conocéis<br />
lo que, según el rumor público, me ha llevado<br />
allá, ¿y os oigo <strong>de</strong>cir seriamente que nada sabéis?<br />
¡Oh con<strong>de</strong>, no tenéis caridad!
-Será como gustéis, War<strong>de</strong>s; pero, os lo<br />
repito, no sé nada.<br />
-Os hacéis el discreto, y eso es pru<strong>de</strong>nte.<br />
-¿De suerte que no me <strong>de</strong>cís nada, así<br />
como tampoco lo habéis dicho a <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Hacéis oídos <strong>de</strong> merca<strong>de</strong>r. Estoy seguro<br />
<strong>de</strong> que Madame no sería tan dueña <strong>de</strong> sí misma<br />
como vos.<br />
"¡Ah, gran hipócrita! -murmuró Guiche-.<br />
Ya has vuelto a tu terreno."<br />
-Pues bien -continuó War<strong>de</strong>s-, ya que es<br />
tan difícil enten<strong>de</strong>rnos acerca <strong>de</strong> La Valliére y<br />
<strong>Bragelonne</strong>, hablemos <strong>de</strong> vuestros asuntos personales.<br />
-¡Si yo no tengo asuntos personales! -<br />
exclamó Guiche-. Supongo que no habréis dicho<br />
<strong>de</strong> mí a <strong>Bragelonne</strong> nada que no podáis<br />
repetírmelo a sí.<br />
-No; pero tened entendido, Guiche, que<br />
cuanto más ignorante soy en algunas cosas,<br />
más obstinado soy en otras. Si se tratara, por<br />
ejemplo, <strong>de</strong> hablaros <strong>de</strong> las relaciones <strong>de</strong>l señor
<strong>de</strong> Buckingham en París, cómo he hecho el viaje<br />
con el duque, podría <strong>de</strong>ciros cosas muy interesantes.<br />
¿Queréis que os las diga?<br />
Guiche se pasó la mano por la frente,<br />
bañada en sudor.<br />
-No dijo-, cien veces no, porque no tengo<br />
curiosidad <strong>de</strong> saber lo que no me toca. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Buckingham no es para mí más que<br />
un simple conocido, mientras que Raúl es un<br />
amigo íntimo. No tengo, por tanto, la menor<br />
curiosidad <strong>de</strong> saber lo que haya sucedido al<br />
señor <strong>de</strong> Buckingham, y tengo el mayor interés<br />
en conocer lo que le ha sucedido a Raúl.<br />
-¿En París?<br />
- En París o en Boulogne. Ya veis que<br />
estoy aquí, y si sobreviene algún acontecimiento<br />
puedo hacer frente a él, mientras que Raúl<br />
está ausente y no tiene más que a mí que pueda<br />
representarle; <strong>de</strong> consiguiente, los asuntos <strong>de</strong><br />
Raúl son antes que los míos.<br />
-Pero Raúl volverá.
-Sí, una vez terminada su misión. Entretanto,<br />
ya compren<strong>de</strong>réis que no puedo <strong>de</strong>jar<br />
correr rumores <strong>de</strong>sfavorables a él, sin que yo<br />
los examine.<br />
-Con tanto más motivo, cuanto que estará<br />
en Londres bastante tiempo -dijo War<strong>de</strong>s con<br />
socarronería.<br />
-¿Lo creéis así? -preguntó Guiche ingenuamente.<br />
-¡Diantre! ¿Creéis que lo hayan enviado<br />
a Londres para no hacer más que ir y volver?...<br />
No: lo han enviado a Londres para que se que<strong>de</strong><br />
allí.<br />
-¡Ah, con<strong>de</strong>! -exclamó Guiche apretando<br />
con fuerza la mano a War<strong>de</strong>s- Esa es una sospecha<br />
en extremo injuriosa para <strong>Bragelonne</strong>, y<br />
que justifica perfectamente lo que me ha escrito<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Boulogne.<br />
War<strong>de</strong>s quedó helado; la afición a las<br />
chanzonetas le había llevado <strong>de</strong>masiado lejos, y<br />
con su impru<strong>de</strong>ncia dio la ventaja a su antagonista.
-¿Y qué es lo que ha escrito? -preguntó.<br />
-Que le habíais <strong>de</strong>slizado algunas insinuaciones<br />
pérfidas contra La Valliére, y que os<br />
burlábais al parecer <strong>de</strong> su gran confianza en esa<br />
joven.<br />
-Sí, todo eso hice -dijo War<strong>de</strong>s-, y al<br />
hacerlo, estaba dispuesto a que el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> me replicase lo que dice un hombre<br />
a otro cuando éste le ha disgustado. Así, por<br />
ejemplo, si se tratara <strong>de</strong> buscar contienda con<br />
vos, os diría que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />
distinguido al señor <strong>de</strong> Buckingham, pasa en la<br />
actualidad por haber <strong>de</strong>spedido al gallardo<br />
duque sólo en beneficio vuestro.<br />
-¡Oh! Eso no me lastimaría en lo mas<br />
mínimo, querido War<strong>de</strong>s -dijo Guiche sonriendo,<br />
a pesar <strong>de</strong>l escalofrío que corrió por sus venas<br />
como una inyección <strong>de</strong> fuego...-. ¡Diantre!<br />
Semejante favor sería miel.<br />
-De acuerdo; pero si quisiera absolutamente<br />
romper con vos, buscaría un mentís, y os<br />
hablaría <strong>de</strong> cierto bosquecillo en don<strong>de</strong> os en-
contrásteis con aquella princesa, <strong>de</strong> ciertas genuflexiones,<br />
<strong>de</strong> ciertos besamanos. . . Y vos, que<br />
sois hombre discreto, vivo y pundonoroso. . .<br />
-Pues bien, no, os lo juro -replicó Guiche<br />
interrumpiéndole con una sonrisa en los labios,<br />
aunque se creía próximo a morir-, tampoco eso<br />
me haría saltar, ni os daría mentís ninguno.<br />
¿Qué queréis, amigo con<strong>de</strong>? Yo soy así; en las<br />
cosas que me atañen soy <strong>de</strong> hielo. ¡Ah! Otra<br />
cosa es cuando se trata <strong>de</strong> un amigo ausente, <strong>de</strong><br />
un amigo que, al marcharse, me ha confiado<br />
sus intereses. ¡Oh! ¡Para éste, ya lo veis, War<strong>de</strong>s,<br />
soy todo fuego!<br />
-Os comprendo, señor <strong>de</strong> Guiche; pero<br />
por más que digáis, no pue<strong>de</strong> en este instante<br />
haber cuestión entre nosotros, ni por <strong>Bragelonne</strong>,<br />
ni por esa muchacha sin importancia a<br />
quien llaman La Valliére.<br />
En aquel momento atravesaban por el<br />
salón algunos cortesanos, quienes, habiendo<br />
oído ya las palabras que acababan <strong>de</strong> pronunciarse,<br />
podían oír también las que iban a seguir.
War<strong>de</strong>s lo conoció, y prosiguió en voz<br />
alta:<br />
-¡Oh! Si la Valliére fuese una coqueta<br />
como Madame, cuyos arrumacos, supongo que<br />
en extremo inocentes, han hecho enviar primero<br />
al señor <strong>de</strong> Buckingham a Inglaterra, y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong>sterrado a vos mismo. . . porque ello es<br />
que os <strong>de</strong>jásteis coger por sus arrumacos, ¿no<br />
es verdad, señor?<br />
Los cortesanos acercáronse, yendo a su<br />
frente Saint-Aignan, y <strong>de</strong>trás Manicamp.<br />
-¿Y qué queréis, amigo? -dijo Guiche<br />
riendo-. Todos saben que soy un fatuo. Tomé<br />
por lo serio una chanza, y eso me ocasionó el<br />
<strong>de</strong>stierro. Pero conocí mi error, puse mi vanidad<br />
a los pies <strong>de</strong> quien correspondía, y conseguí<br />
que me llamaran, reconociendo mi falta y<br />
haciendo propósito <strong>de</strong> enmienda. Y ya lo veis,<br />
hasta tal punto me he enmendado, que me río<br />
ahora <strong>de</strong> lo que hace cuatro días me <strong>de</strong>strozaba<br />
el corazón. Pero Raúl' ama y es amado, y no se<br />
ríe <strong>de</strong> los rumores que pue<strong>de</strong>n turbar su felici-
dad, <strong>de</strong> los rumores <strong>de</strong> que os habéis hecho<br />
intérprete, no obstante saber, como yo, como<br />
estos caballeros, y como todo el mundo sabe,<br />
que esos rumores no eran más que una calumnia.<br />
-¡Una calumnia! -murmuró War<strong>de</strong>s furioso<br />
<strong>de</strong> verse cogido en el lazo por la sangre<br />
fría <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Sí, una calumnia. ¡Pardiez! Aquí está su<br />
carta, en que me dice que habéis hablado mal<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y me pregunta si<br />
lo que habéis dicho <strong>de</strong> esa joven es verdad.<br />
¿Queréis que haga jueces a estos señores, War<strong>de</strong>s?<br />
Y Guiche, con la mayor sangre fría, leyó<br />
en voz alta el párrafo <strong>de</strong> la carta relativo a La<br />
Valliére.<br />
-Y ahora -prosiguió Guiche-, estoy bien<br />
convencido <strong>de</strong> que habéis querido turbar el<br />
reposo <strong>de</strong> mi amigo <strong>Bragelonne</strong>, y <strong>de</strong> que vuestros<br />
dichos eran maliciosos.
War<strong>de</strong>s miró en torno suyo a fin <strong>de</strong> ver<br />
si encontraría apoyo en alguna parte; pero la<br />
sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que había insultado, ya fuese directa<br />
o indirectamente, a la q e era el ídolo <strong>de</strong>l<br />
día, hizo a todos mover la cabeza, y Guiche sólo<br />
vio hombres dispuestos a darle la razón.<br />
-Señores -dijo Guiche conociendo por<br />
instinto el sentimiento general-, nuestra discusión<br />
con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s versa sobre un<br />
punto tan <strong>de</strong>licado, que importa sobremanera<br />
que nadie oiga más <strong>de</strong> lo que vosotros habéis<br />
oído. Os suplico, pues, que guardéis las puertas<br />
y nos <strong>de</strong>jéis terminar nuestra conversación,<br />
como conviene a hidalgos, uno <strong>de</strong> los cuales ha<br />
dado al otro un mentís.<br />
-¡Señores, señores! -exclamaron todos.<br />
-¿Creéis que haya hecho mal en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />
a la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -dijo Guiche-.<br />
En ese caso, me con<strong>de</strong>no y retiro las palabras<br />
hirientes que haya podido <strong>de</strong>cir contra el señor<br />
<strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.
-¡Ca! -dijo Saint-Aignan-. ¡No! . . . La<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére es un ángel.<br />
-La virtud, la pureza en persona. -Ya<br />
veis, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Guiche-, que no soy<br />
el único que toma la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> esa pobre niña.<br />
Señores, por- segunda vez, os suplico que nos<br />
<strong>de</strong>jéis. Ya veis que nadie pue<strong>de</strong> estar más sereno<br />
<strong>de</strong> lo que estamos.<br />
Los cortesanos no <strong>de</strong>seaban otra cosa<br />
que alejarse, y unos se dirigieron a una puerta y<br />
otros a otra. Ambos jóvenes quedaron solos.<br />
-¡Bien representado! -dijo War<strong>de</strong>s al<br />
con<strong>de</strong>.<br />
-¿No es cierto? -replicó éste.<br />
-¿Qué queréis? Me he embrutecido en<br />
provincia, querido, mientras que vos me confundís<br />
con el dominio que habéis adquirido sobre<br />
vos mismo, con<strong>de</strong>; siempre se gana algo en<br />
las relaciones con las mujeres, y os doy por ello<br />
la más sincera enhorabuena.<br />
-La acepto.<br />
-Y se la daré también a Madame.
-¡Oh! Ahora, mi querido señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s,<br />
hablemos tan alto como queráis.<br />
-No me provoquéis.<br />
-¡Oh, sí! ¡Quiero provocaros! Ya sois<br />
conocido como un mal hombre; si hacéis eso,<br />
pasaréis por un cobar<strong>de</strong>, y Monsieur os hará<br />
ahorcar esta noche <strong>de</strong> la falleba <strong>de</strong> su ventana.<br />
Hablad, mi querido War<strong>de</strong>s, hablad.<br />
-Estoy <strong>de</strong>rrotado.<br />
-Sí, mas no tanto como conviene.<br />
-Veo que no os disgustaría molerme<br />
bien los huesos.<br />
-Ni mucho menos.<br />
-¡Diantre! Es que por ahora, mi querido<br />
con<strong>de</strong>, me viene mal; no es cosa que pueda<br />
convenirme una partida, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la que he<br />
jugado en Boulogne; he perdido allá mucha<br />
sangre, y al menor esfuerzo volverían a abrirse<br />
mis heridas- ¡Pronto daríais cuenta <strong>de</strong> mí!<br />
-Es verdad -dijo Guiche-, y sin embargo,<br />
hace poco habéis hecho alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> vuestro buen<br />
aspecto y <strong>de</strong> vuestro buen brazo.
-Sí, los brazos se mantienen bien, pero<br />
tengo débiles las piernas, y luego, no he vuelto<br />
a tomar en la mano el florete <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel maldito<br />
duelo, cuando vos, por el contrario, estoy<br />
cierto <strong>de</strong> que os ejercitaréis en la esgrima todos<br />
los días para poner buen término a vuestra<br />
añagaza.<br />
-Por mi -honor, señor -contestó Guiche-,<br />
hace medio año que no me ejercito.<br />
-No, con<strong>de</strong>; bien meditado todo, no me<br />
batiré, a lo menos con vos. Esperaré a <strong>Bragelonne</strong>,<br />
puesto que <strong>de</strong>cís que <strong>Bragelonne</strong> es<br />
quien me tiene ganas.<br />
-¡Ah! ¡No; no esperaréis a <strong>Bragelonne</strong>! -<br />
exclamó Guiche fuera <strong>de</strong> sí-. Porque, según<br />
habéis dicho vos mismo, <strong>Bragelonne</strong> pue<strong>de</strong><br />
tardar en volver, y entretanto vuestro carácter<br />
perverso llevará a cabo su obra.<br />
-Sin embargo, tendré una excusa. ¡Cuidado!<br />
-Os doy ocho días para acabar <strong>de</strong> restableceros.
-Eso ya es otra cosa- En ocho días, ya<br />
veremos.<br />
-Sí, ya comprendo. En ocho días hay<br />
tiempo para huir <strong>de</strong>l enemigo. Pues no, ni uno<br />
solo.<br />
-Estáis loco, señor -dijo War<strong>de</strong>s, dando<br />
un paso como para retirarse.<br />
-¡Y vos sois miserable, si no os batís <strong>de</strong><br />
buen grado!<br />
-¿Y qué?<br />
-Os <strong>de</strong>nunciaré al rey por haber rehusado<br />
batiros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber insultado a La<br />
Valliére.<br />
-¡Ah! --exclamó War<strong>de</strong>s-. Sois peligrosamente<br />
pérfido, señor hombre honrado.<br />
-Nada más peligroso que la perfidia <strong>de</strong>l<br />
que marcha siempre lealmente.<br />
-Devolvedme entonces mis piernas, o<br />
haceos sangrar para equilibrar todas las probabilida<strong>de</strong>s.<br />
-No; aún po<strong>de</strong>mos hacer otra cosa mejor.
-¿Qué?<br />
-Montaremos los dos a caballo, y cambiaremos<br />
tres pistoletazos. Sois gran tirador,<br />
pues os he visto matar golondrinas a galope y<br />
con bala. No digáis que no, porque yo lo he<br />
visto.<br />
-Creo que tenéis razón -dijo que tenéis<br />
razón -dijo War<strong>de</strong>s-, y es posible que os mate<br />
<strong>de</strong>l mismo modo.<br />
-Ciertamente, me haríais un favor.<br />
-Pondré lo que esté <strong>de</strong> mi parte.<br />
-¿Queda convenido?<br />
-Convenido.<br />
-Vuestra mano.<br />
-Aquí está... pero, con una condición.<br />
-¿Cuál?<br />
-Que me juréis no <strong>de</strong>cir ni hacer <strong>de</strong>cir<br />
nada al rey.<br />
-Os lo juro.<br />
-Voy a buscar mi caballo.<br />
-Y yo el mío.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> iremos?
-A la llanura; conozco un sitio excelente.<br />
-¿Iremos juntos?<br />
-¿Por qué no?<br />
Y dirigiéndose ambos hacia las caballerizas,<br />
pasaron por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong><br />
Madame, suavemente iluminadas. Detrás <strong>de</strong> las<br />
cortinas <strong>de</strong> encaje <strong>de</strong>slizábase una sombra.<br />
-He ahí una mujer -dijo War<strong>de</strong>s sonriendo-<br />
que no sospecha que vamos a matarnos<br />
por ella.<br />
XIX<br />
EL COMBATE<br />
War<strong>de</strong>s eligió su caballo y Guiche el<br />
suyo.<br />
Después los ensillaron por sí mismos<br />
con sillas <strong>de</strong> pistoleras. War<strong>de</strong>s no llevaba pistolas,<br />
pero Guiche tenía dos pares. Fue a buscarlas<br />
a su aposento, las cargó y dio a elegir a<br />
War<strong>de</strong>s.<br />
Éste eligió unas pistolas <strong>de</strong> que se había<br />
servido más <strong>de</strong> veinte veces, las mismas con
que Guiche le había visto matar golondrinas al<br />
vuelo.<br />
-No os admirará -dijo-, que tome todas<br />
mis precauciones. Conocéis muy bien vuestras<br />
armas, y, <strong>de</strong> consiguiente, no hago más que<br />
equilibrar las probabilida<strong>de</strong>s.<br />
-La observación era inútil -contestó Guiche-,<br />
pues estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />
-Ahora -dijo War<strong>de</strong>s-, os ruego que me<br />
ayudéis a montar, pues experimento todavía<br />
alguna dificultad.<br />
-Será mejor entonces que vayamos al<br />
sitio a pie.<br />
-No; puesto ya a caballo me siento enteramente<br />
fuerte.<br />
-Como queráis.<br />
Y Guiche ayudó a War<strong>de</strong>s a montar.<br />
-Me ocurre -continuó el joven-, que con<br />
el ardor que tenemos para exterminamos, no<br />
hemos reparado en otra cosa.<br />
-¿En qué?
-En que es <strong>de</strong> noche, y será preciso matarnos<br />
a obscuras.<br />
-Bien, el resultado será el mismo.<br />
-Con todo, es preciso tener en cuenta<br />
otra circunstancia, y es que las personas <strong>de</strong><br />
honor jamás se baten sin testigos.<br />
-¡Oh! -exclamó Guiche-. Veo que <strong>de</strong>seáis<br />
tanto como yo hacer las cosas en regla.<br />
-No <strong>de</strong>seo que puedan <strong>de</strong>cir que me<br />
habéis asesinado, así como en el caso <strong>de</strong> que yo<br />
os mate tampoco quiero verme acusado <strong>de</strong> un<br />
crimen.<br />
-¿Se ha dicho acaso semejante cosa <strong>de</strong><br />
vuestro duelo con el señor <strong>de</strong> Buckingham? -<br />
replicó Guiche-. Y, sin embargo, se efectuó bajo<br />
las mismas condiciones en que el nuestro va a<br />
verificarse.<br />
-Es que era <strong>de</strong> día aun y estábamos con<br />
agua a las rodillas; por otra parte, había en la<br />
ribera una porción <strong>de</strong> gente que nos estaba mirando.
Guiche reflexionó por un instante, y se<br />
afirmó más y más en la i<strong>de</strong>a que se le había ya<br />
ocurrido <strong>de</strong> que War<strong>de</strong>s quería tener testigos<br />
para hacer recaer la conversación sobre Madame,<br />
y dar un nuevo giro al combate.<br />
Nada replicó, pues, y como War<strong>de</strong>s le<br />
interrogase por ultima vez, con una mirada, le<br />
contestó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza que<br />
significaba que lo mejor era atenerse a lo hecho.<br />
En su consecuencia, pusiéronse en camino<br />
ambos adversarios, y salieron <strong>de</strong>l palacio<br />
por aquella puerta que ya conocemos por haber<br />
visto muy cerca <strong>de</strong> ella a Montalais y Malicorne.<br />
La noche, como para combatir el calor<br />
<strong>de</strong>l día, había acumulado todas sus nubes, que<br />
empujaban lenta y silenciosamente <strong>de</strong> Poniente<br />
a Oriente. Aquella cúpula, sin relámpagos<br />
y sin truenos aparentes, pesaba con todo su<br />
peso sobre la tierra y empezaba a horadarse a<br />
impulsos <strong>de</strong>l viento, como un inmenso lienzo<br />
<strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> un artesonado.
La lluvia, que caía en gotas gruesas sobre<br />
la tierra, aglomeraba el polvo en glóbulos<br />
que. corrían en todas direcciones.<br />
Al mismo tiempo, <strong>de</strong> los vallados que<br />
aspiraban la tempestad, <strong>de</strong> las flores sedientas,<br />
<strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong>smelenados, exhalábanse mil<br />
aromas que traían al ánimo los recuerdos dulces,<br />
las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> juventud, <strong>de</strong> vida eterna, <strong>de</strong><br />
felicidad y <strong>de</strong> amor.<br />
-Muy grato aroma <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> la tierra -<br />
observó War<strong>de</strong>s-; es una coquetería <strong>de</strong> su parte<br />
para atraernos hacia sí.<br />
-Muchas i<strong>de</strong>as me han ocurrido -dijo<br />
Guiche-; y ahora que <strong>de</strong>cís eso, quiero someterlas<br />
a vuestro juicio.<br />
-¿A qué son relativas esas i<strong>de</strong>as?<br />
-A nuestro combate.<br />
-En efecto, me parece que ya es tiempo<br />
<strong>de</strong> que nos ocupemos en eso.<br />
-¿Será un combate ordinario, conforme<br />
las reglas <strong>de</strong> costumbre?<br />
-Sepamos cuál es vuestra costumbre.
-Echaremos pie a tierra en una buena<br />
llanura, ataremos los caballos al primer objeto<br />
que encontremos a mano, nos reuniremos primero<br />
sin armas, y luego nos alejaremos cada<br />
cual ciento cincuenta pasos para volver a encontrarnos<br />
frente a frente.<br />
-Perfectamente; así maté al pobre Follivent,<br />
hace tres meses, en Saint-Denis.<br />
-Perdonad; olvidáis una circunstancia.<br />
-¿Cuál?<br />
-En vuestro duelo con Follivent, marchasteis<br />
a pie uno contra otro, con la espada en<br />
los dientes y las pistolas en la mano.<br />
-Así es. Esta vez, en cambio, como no<br />
puedo andar, según habéis confesado vos mismo,<br />
volveremos a montar a caballo, nos vendremos<br />
a buscar a cierta distancia, y el que<br />
primero quiera disparar, dispara.<br />
-Esto es lo mejor que po<strong>de</strong>mos hacer;<br />
pero es <strong>de</strong> noche, y hay que contar con más<br />
tiros perdidos que los que pudiese haber por el<br />
día.
-Bien, pues podremos disparar cada<br />
cual tres tiros: los dos que tienen ya las pistolas,<br />
y otro para el cual volveremos a cargar.<br />
-Muy bien. ¿Dón<strong>de</strong> tendrá lugar nuestro<br />
combate?<br />
-¿Tenéis preferencia por algún sitio?<br />
-No.<br />
-¿Divisáis aquel bosquecillo que se extien<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros?<br />
-¿<strong>El</strong> bosque <strong>de</strong> Rochin? Muy bien.<br />
-¿Le conocéis?<br />
-Sí.<br />
-¿Entonces sabréis que tiene un claro en<br />
su centro?<br />
-Perfectamente.<br />
-Pues vamos a ese claro.<br />
-Vamos allá.<br />
-Es una especie <strong>de</strong> palenque natural, con<br />
toda clase <strong>de</strong> caminos, salidas, sen<strong>de</strong>ros, fosos<br />
y revueltas, y creo que el sitio no pue<strong>de</strong> ser<br />
mejor.
-Me parece bien, si os place. Pero creo<br />
que hemos llegado.<br />
-Sí. Ved que terreno tan hermoso. La<br />
poca claridad que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> las estrellas,<br />
como dice Comeille, encuéntrase en este sitio,<br />
cuyos límites naturales son el bosque que lo<br />
ro<strong>de</strong>a por todas partes.<br />
-Sí que es muy excelente.<br />
-Pues terminemos las condiciones.<br />
-He aquí las mías; si se os ocurre algo en<br />
contra, me lo diréis.<br />
-Escucho.<br />
-Caballo muerto, obliga a su jinete a<br />
combatir a pies.<br />
-Es muy justo, puesto que no tenemos<br />
caballos <strong>de</strong> reserva.<br />
-Pero no obliga al adversario a apearse<br />
<strong>de</strong> su caballo.<br />
-<strong>El</strong> adversario quedará en libertad <strong>de</strong><br />
obrar como bien le parezca.<br />
-Reunidos ya una vez los adversarios,<br />
no tendrán obligación <strong>de</strong> volverse a separar y
podrán, por tanto, dispararse mutuamente a<br />
boca <strong>de</strong> jarro.<br />
-Aceptado.<br />
-Nada más tres cargas, ¿estamos?<br />
-Me parecen suficientes. Aquí tenéis<br />
pólvora y balas para vuestras pistolas; apartad<br />
tres cargas, y tomad tres balas; yo haré otro<br />
tanto, y luego <strong>de</strong>rramaremos la pólvora que<br />
que<strong>de</strong> y arrojaremos las balas restantes.<br />
-Y juraremos por Cristo -repuso War<strong>de</strong>s-,<br />
que no tenemos sobre nosotros más pólvora<br />
ni más balas.<br />
-Por mi parte, lo juro.<br />
Y Guiche extendió su mano hacía el cielo.<br />
War<strong>de</strong>s le imitó.<br />
-Y ahora, querido con<strong>de</strong> -dijo-, permitidme<br />
manifestaros que no se me engaña tan<br />
fácilmente. Sois o seréis el amante <strong>de</strong> Madame.<br />
He penetrado el secreto, y como teméis que se<br />
difunda, queréis matarme para aseguraros el<br />
silencio; es cosa muy natural y en vuestro lugar<br />
hubiera hecho lo propio.
Guiche bajó la cabeza.<br />
-Ahora, <strong>de</strong>cidme -continuó War<strong>de</strong>s<br />
triunfante-: ¿os parece bien echarme encima<br />
todavía ese <strong>de</strong>sagradable asunto <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
Cuidado, amigo, que acosando al jabalí se<br />
le irrita, y acorralando a la zorra se le da la ferocidad<br />
<strong>de</strong>! jaguar. De lo cual resulta, que estando<br />
reducido al extremo por vos, me <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré<br />
hasta morir.<br />
-Estáis en vuestro <strong>de</strong>recho.<br />
-Sí; pero tened entendido que no <strong>de</strong>jaré<br />
<strong>de</strong> hacer todo el mal que pueda, y así es que<br />
para principiar ya adivinaréis que no habré<br />
cometido la torpeza <strong>de</strong> enca<strong>de</strong>nar mi secreto, o<br />
mejor dicho, el vuestro, en mi corazón. Hay un<br />
amigo, y un amigo <strong>de</strong>spejado, a quien ya conocéis,<br />
que es partícipe <strong>de</strong> mi secreto, y <strong>de</strong> consiguiente<br />
ya compren<strong>de</strong>réis que si me vencéis, mi<br />
muerte no servirá <strong>de</strong> gran cosa. mientras que si<br />
yo os mato.. . ¡Qué diantre! Todo pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />
Guiche se estremeció.
-Si yo os mato -prosiguió War<strong>de</strong>s-, le<br />
habréis suscitado a Madame dos enemigos, que<br />
trabajarán cuanto puedan por per<strong>de</strong>rla.<br />
-¡Oh, caballero! -exclamó furioso Guiche-.<br />
No contéis <strong>de</strong> esa manera con mi muerte.<br />
De esos dos adversarios, espero matar al uno<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> breves momentos, y al otro a la primera<br />
ocasión.<br />
War<strong>de</strong>s sólo contestó con una carcajada<br />
tan diabólica que habría asustado a un hombre<br />
supersticioso.<br />
Pero Guiche no se <strong>de</strong>jaba intimidar fácilmente.<br />
-Creo -dijo-, que todo esté arreglado,<br />
señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s; por tanto, tomad campo, si no<br />
preferís que sea yo quien lo tome.<br />
-No -replicó War<strong>de</strong>s-; tengo una satisfacción<br />
en ahorraros esa molestia.<br />
Y, poniendo su caballo a galope, atravesó<br />
el claro en toda su extensión, y fue a situarse<br />
en el punto <strong>de</strong> la circunferencia <strong>de</strong> la encruci-
jada que daba frente a aquel don<strong>de</strong> Guiche se<br />
había parado.<br />
Guiche permaneció inmóvil.<br />
A la distancia <strong>de</strong> cien pasos, poco más o<br />
menos, no podían ya divisarse los dos adversarios,<br />
ocultos en la <strong>de</strong>nsa sombra <strong>de</strong> los olmos y<br />
<strong>de</strong> los castaños.<br />
Transcurrió un minuto en medio <strong>de</strong>l<br />
silencio más completo.<br />
Al cabo <strong>de</strong> ese minuto, oyó cada cuál,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sombra don<strong>de</strong> estaba oculto, el doble<br />
ruido que hicieron las pistolas al montarlas.<br />
Guiche, según la táctica acostumbrada,<br />
puso su caballo al galope, en la persuasión <strong>de</strong><br />
tener una doble garantía <strong>de</strong> seguridad en la<br />
ondulación <strong>de</strong>l movimiento y en la velocidad<br />
<strong>de</strong> la carrera.<br />
Dirigió esa carrera en línea recta, al punto<br />
que a su parecer <strong>de</strong>bía ocupar su adversario.<br />
Creía encontrar a War<strong>de</strong>s a la mitad <strong>de</strong>l<br />
camino, pero se engañó. Continuó entonces su
carrera, presumiendo que War<strong>de</strong>s le aguardaba<br />
inmóvil.<br />
Pero, apenas había recorrido las dos<br />
terceras partes <strong>de</strong>l claro, cuando advirtió que<br />
éste se iluminaba <strong>de</strong> repente, y una bala le llevó<br />
silbando la pluma que flotaba sobre su sombrero.<br />
Casi al mismo tiempo, y como si el resplandor<br />
<strong>de</strong>l primer tiro hubiese servido para<br />
alumbrar al segundo, resonó otro tiro, y una segunda<br />
bala atravesó la cabeza <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong><br />
Guiche, algo más abajo <strong>de</strong> la oreja.<br />
<strong>El</strong> animal cayó.<br />
Aquellos dos tiros, que venían en dirección<br />
contraria a aquella en que suponía Guiche<br />
estaría War<strong>de</strong>s, le causaron gran sorpresa; pero,<br />
como era hombre <strong>de</strong> mucha sangre fría, calculó<br />
su caída, aunque no tan exactamente que no<br />
quedara cogido bajo el caballo el extremo <strong>de</strong> su<br />
bota.
Afortunadamente, el animal hizo en su<br />
agonía un movimiento que permitió a Guiche<br />
po<strong>de</strong>r sacar la pierna.<br />
Guiche se incorporó, se palpó y vio que<br />
no estaba herido.<br />
Así que sintió <strong>de</strong>sfallecer al animal, puso<br />
sus dos pistolas en las pistoleras, por miedo<br />
<strong>de</strong> que la caída hiciera disparar alguna <strong>de</strong> ellas,<br />
o quizá ambas, lo cual le habría <strong>de</strong>sarmado<br />
inútilmente.<br />
Luego que se vio en pie, sacó las pistolas<br />
<strong>de</strong> las pistoleras, y a<strong>de</strong>lantóse hacia el sitio<br />
don<strong>de</strong>, a la luz <strong>de</strong> los fogonazos, había visto<br />
aparecer a War<strong>de</strong>s.<br />
Guiche <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer tiro hízose cargo<br />
<strong>de</strong> la maniobra <strong>de</strong> aquél, que no podía ser más<br />
sencilla.<br />
War<strong>de</strong>s, en lugar <strong>de</strong> correr contra Guiche<br />
o <strong>de</strong> permanecer aguardándole en su puesto,<br />
había seguido unos quince pasos el círculo<br />
<strong>de</strong> sombra que le ocultaba a la vista <strong>de</strong> su enemigo,<br />
y, en el momento en que éste le presenta-
a el costado <strong>de</strong> su carrera, le había disparado<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su sitio, apuntando a su placer, para lo<br />
cual le sirvió más bien que le estorbó—el galope<br />
<strong>de</strong>l caballo.<br />
Ya se vio que, a pesar <strong>de</strong> la obscuridad,<br />
la primera bala había pasado a una pulgada<br />
escasa <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Guiche.<br />
War<strong>de</strong>s estaba tan seguro <strong>de</strong> su puntería,<br />
que creyó ver caer a Guiche. Así fue que<br />
quedó en extremo sorprendido cuando vio al<br />
jinete seguir en la silla.<br />
Apresuróse a disparar el segundo tiro, <strong>de</strong>svió<br />
un poco la puntería, y mató al caballo.<br />
Era un acci<strong>de</strong>nte afortunado el que Guiche<br />
permaneciese enredado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l animal.<br />
De modo que War<strong>de</strong>s, antes <strong>de</strong> que aquél pudiera<br />
<strong>de</strong>senredarse, cargaba su pistola y tenía a<br />
Guiche a merced suya.<br />
Pero, por el contrario, Guiche estaba en<br />
pie, y quedábanle aún tres tiros que disparar.<br />
Guiche comprendió la posición... Tratábase<br />
<strong>de</strong> ganar a War<strong>de</strong>s en celeridad. Y echó a
correr para acercarse a él antes <strong>de</strong> que concluyese<br />
<strong>de</strong> cargar la pistola.<br />
War<strong>de</strong>s le veía llegar como una tempestad.<br />
La bala venía bastante justa, y se resistía a<br />
la baqueta. Cargar mal era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />
el último tiro; cargar bien era exponerse a per<strong>de</strong>r<br />
tiempo, o mejor dicho a per<strong>de</strong>r la vida.<br />
Entonces obligó al caballo a ponerse <strong>de</strong><br />
manos.<br />
Guiche practicó un giro sobre sí mismo,<br />
y en el instante en' que volvió a caer el caballo,<br />
disparó el tiro, que le llevó el sombrero a War<strong>de</strong>s.<br />
War<strong>de</strong>s comprendió que tenía un instante<br />
por suyo, y aprovechóse <strong>de</strong> él para acabar<br />
<strong>de</strong> cargar su pistola.<br />
Viendo Guiche que su adversario no<br />
había caído, arrojó' la primera pistola que le era<br />
ya inútil, y se dirigió hacia War<strong>de</strong>s apuntando<br />
con la segunda.<br />
Pero al tercer paso que dio le apuntó<br />
War<strong>de</strong>s y disparó.
Un rugido <strong>de</strong> rabia respondió a aquella<br />
<strong>de</strong>tonación; el brazo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> se crispó y se<br />
abatió. Cayó la pistola.<br />
War<strong>de</strong>s vio al con<strong>de</strong> bajarse, coger la<br />
pistola con la mano izquierda y dar otro paso<br />
hacia él.<br />
<strong>El</strong> momento era supremo. -Soy perdido<br />
-murmuró War<strong>de</strong>s-; no está herido <strong>de</strong> muerte.<br />
Pero en el momento en que Guiche levantaba la<br />
pistola apuntando a War<strong>de</strong>s, la cabeza, los<br />
hombros y las corvas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> perdieron su<br />
fuerza a la vez. Guiche exhaló un suspiro doloroso,<br />
y fue a caer a los pies <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
-Vamos, vamos -murmuró éste-, eso es<br />
distinto.<br />
Y cogiendo las riendas, metió espuelas<br />
al caballo.<br />
<strong>El</strong> caballo saltó por sobre el cuerpo inerte,<br />
y condujo rápidamente a War<strong>de</strong>s a Palacio.<br />
Cuando llegó War<strong>de</strong>s se puso a reflexionar<br />
lo que había <strong>de</strong> hacer. En su impaciencia<br />
por abandonar el campo <strong>de</strong> batalla no se
había ocupado <strong>de</strong> averiguar si Guiche estaba<br />
muerto.<br />
Dos hipótesis presentábanse al ánimo<br />
agitado <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
O Guiche estaba muerto, o no estaba<br />
más que herido.<br />
Si lo primero, ¿era conveniente <strong>de</strong>jar su<br />
cadáver expuesto a los lobos? Sería una crueldad<br />
inútil, puesto que si Guiche estaba muerto,<br />
no hablaría.<br />
Si estaba herido, ¿a qué conducía el <strong>de</strong>jarle<br />
sin auxilio, sino a que le tuviesen a él por<br />
un salvaje incapaz <strong>de</strong> generosidad?<br />
Esta última consi<strong>de</strong>ración triunfó. War<strong>de</strong>s<br />
preguntó por Manicamp, y supo que éste,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber preguntado por Guiche y no<br />
sabiendo dón<strong>de</strong> ir a buscarle, se fue a acostar.<br />
War<strong>de</strong>s fue a <strong>de</strong>spertarle, y le informó<br />
<strong>de</strong>l lance, que Manicamp escuchó sin <strong>de</strong>cir palabra,<br />
pero con una expresión <strong>de</strong> energía creciente,<br />
<strong>de</strong> que su rostro no parecía capaz.
Luego que War<strong>de</strong>s concluyó <strong>de</strong> hablar,<br />
pronunció Manicamp esta palabra<br />
-Vamos.<br />
Por el camino fue enar<strong>de</strong>ciéndose la<br />
imaginación <strong>de</strong> Manicamp; y, conforme War<strong>de</strong>s<br />
le refería el suceso, su rostro se obscurecía<br />
más y más.<br />
-De modo -dijo luego que concluyó<br />
War<strong>de</strong>s-, ¿que le suponéis muerto?<br />
-¡Ay, sí!<br />
-¿Y vos os habéis batido sin testigos?<br />
-Así lo quiso él<br />
-¡Es particular!<br />
-¿Cómo que es particular?<br />
-Sí, el carácter <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />
<strong>de</strong> esa especie.<br />
-¿Supongo que no dudaréis <strong>de</strong> mi palabra?<br />
-¡Eh, eh!<br />
-¿Dudáis?<br />
-Algo... Pero dudaré mucho más, os lo<br />
prevengo, si veo muerto al pobre joven.
-¡Señor Manicamp!<br />
-¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />
-¡Me parece que me insultáis!<br />
-Tomadlo como queráis. Nunca me han<br />
gustado las personas que vienen a <strong>de</strong>cir: "¡He<br />
matado al señor <strong>de</strong> tal en un rincón; ha sido<br />
una gran <strong>de</strong>sgracia; pero le he matado noblemente!"<br />
¡Es la noche muy obscura para que se<br />
crea este adverbio, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s!<br />
-Silencio; ya estamos en el sitio.<br />
En efecto, principiábase ya a divisar el<br />
claro, y en el espacio vacío la masa inmóvil <strong>de</strong><br />
un caballo muerto.<br />
A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l caballo, y sobre la hierba,<br />
yacía boca abajo el pobre con<strong>de</strong>, bañado en<br />
su sangre.<br />
Permanecía en el mismo sitio, y no parecía<br />
que hubiera hecho el menor movimiento.<br />
Manicamp se hincó <strong>de</strong> rodillas, levantó<br />
al con<strong>de</strong>, y le encontró frío y bañado en sangre.
Le volvió a <strong>de</strong>jar en el suelo. Extendiendo<br />
luego el cuerpo y el brazo, anduvo tentando,<br />
hasta que tropezó con la pistola <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Pardiez! -dijo entonces levantándose,<br />
pálido como un espectro, y con la pistola en la<br />
mano-. ¡Pardiez, no os engañábais! ¡Esta muerto!<br />
-¿Muerto? -repitió War<strong>de</strong>s.<br />
-Sí; y su pistola está cargada -repuso<br />
Manicamp examinando con los <strong>de</strong>dos la cazoleta.<br />
-¿Pues no os he dicho que le apunté<br />
cuando se dirigía hacia mí, y disparé en el momento<br />
en que él me estaba apuntando?<br />
-¿Estáis bien seguro <strong>de</strong> haberos batido<br />
con él, caballero War<strong>de</strong>s? Yo, lo confieso, sospecho<br />
que le habéis asesinado. ¡Oh, no gritéis!<br />
¡Habéis disparado vuestros tres tiros, y su pistola<br />
está cargada! ¡Habéis muerto su caballo, y<br />
él, Guiche, uno <strong>de</strong> los más excelentes tiradores<br />
<strong>de</strong> Francia, no os ha tocado ni a vos ni a vuestro<br />
caballo! Francamente, señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, habéis
hecho muy mal en traerme aquí; toda esa sangre<br />
se me ha subido a la cabeza, estoy algo<br />
ebrio, y creo, por mi honor, que voy a saltaros<br />
la tapa <strong>de</strong> los sesos. : ¡Señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, encomendad<br />
a Dios vuestra alma!<br />
-No creo que penséis en cometer tal<br />
atentado, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />
-Al contrario, pienso en ello muy <strong>de</strong><br />
veras.<br />
-¿Seríais capaz <strong>de</strong> asesinarme? -Sin remordimiento,<br />
por ahora al menos.<br />
-¿Sois hidalgo?<br />
-He sido paje, y por tanto he tenido que<br />
hacer mis pruebas.<br />
-Dejadme entonces <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la vida.<br />
-Para que hagáis conmigo lo que habéis<br />
hecho con el pobre Guiche.<br />
Y, levantando Manicamp la pistola, la<br />
<strong>de</strong>tuvo con el brazo extendido y el ceño fruncido<br />
a la altura <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
War<strong>de</strong>s no intentó ni ponerse en fuga,<br />
pues estaba enteramente aterrado.
Entonces, en medio <strong>de</strong> aquel espantoso<br />
silencio <strong>de</strong> un instante, que a War<strong>de</strong>s le pareció<br />
un siglo, se oyó un suspiro.<br />
-¡Oh! -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-. ¡Vive,<br />
vive! ¡Señor <strong>de</strong> Guiche, que quieren asesinarme!<br />
Manicamp retrocedió, y el con<strong>de</strong> se incorporó<br />
con gran trabajo sobre una mano entre<br />
ambos jóvenes. Manicamp arrojó la pistola a<br />
diez pasos, y cogió a su amigo lanzando un<br />
grito <strong>de</strong> alegría.<br />
War<strong>de</strong>s enjugóse la frente, bañada en<br />
sudor frío.<br />
-Ya era tiempo -murmuró.<br />
-¿Qué tenéis? -preguntó Manicamp a<br />
Guiche-. ¿Dón<strong>de</strong> estáis herido?<br />
Guiche mostró su mano mutilada y su<br />
pecho ensangrentado.<br />
-Con<strong>de</strong> -exclamó el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s-;<br />
me acusan <strong>de</strong> que os he asesinado: ¡por Dios,<br />
<strong>de</strong>cir que he combatido lealmente.
-Así es -dijo con angustia el herido-; el<br />
señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s ha combatido noblemente, y<br />
el que dijera lo contrario tendría en mí un enemigo.<br />
-¡Eh, señor! -dijo Manicamp-. Ayudadme<br />
primero a transportar a este pobre mozo, y<br />
<strong>de</strong>spués os daré cuantas satisfacciones queráis,<br />
o si os corre <strong>de</strong>masiada prisa, hagamos otra<br />
cosa mejor; curemos aquí al con<strong>de</strong> con vuestro<br />
pañuelo y el mío, y ya que aún quedan dos balas<br />
por tirar, disparémoslas.<br />
-Gracias -dijo War<strong>de</strong>s-. En una hora he<br />
visto por dos veces la muerte muy <strong>de</strong> cerca; es<br />
<strong>de</strong>masiado fea la muerte, y prefiero vuestras<br />
excusas.<br />
Ambos jóvenes quisieron transportarlo;<br />
pero dijo que se sentía bastante fuerte para caminar<br />
por su pie. La bala le había roto el <strong>de</strong>do<br />
anular y el pequeño, y se había <strong>de</strong>slizado <strong>de</strong>spués<br />
sobre una costilla, pero sin interesar el<br />
pecho. De consiguiente, lo que había aniquilado
a Guiche era más bien el dolor que la gravedad<br />
<strong>de</strong> la herida.<br />
Manicamp pasóle su brazo por <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> un hombre, y War<strong>de</strong>s el suyo por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />
otro, y lo condujeron así a Fontainebleau, a casa<br />
<strong>de</strong>l médico que había asistido en su lecho <strong>de</strong><br />
muerte al franciscano pre<strong>de</strong>cesor <strong>de</strong> Aramis.<br />
XX<br />
LA CENA DEL REY<br />
<strong>El</strong> rey, entretanto, se había sentado a la<br />
mesa, y la reunión poco numerosa <strong>de</strong> los convidados<br />
había tomado asiento a sus dos lados,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l a<strong>de</strong>mán acostumbrado para que se<br />
sentasen.<br />
En aquella época, si bien no estaba or<strong>de</strong>nada<br />
todavía la etiqueta como lo estuvo <strong>de</strong>spués,<br />
la Corte <strong>de</strong> Francia había roto ya con las<br />
tradiciones <strong>de</strong> naturalidad y afabilidad patriarcal<br />
que se observaban aún en tiempo <strong>de</strong> Enri-
que IV, y que el carácter receloso <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I<br />
había ido <strong>de</strong>sterrando paulatinamente, para<br />
reemplazarlos con maneras fastuosas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za,<br />
<strong>de</strong> que sentía en el alma no po<strong>de</strong>rse revestir.<br />
<strong>El</strong> rey comía, por tanto, en una mesita<br />
separada, que dominaba como la <strong>de</strong> un presi<strong>de</strong>nte<br />
las mesas inmediatas; hemos dicho mesita,<br />
y nos apresuramos a añadir que esa mesa<br />
era la mayor <strong>de</strong> todas.<br />
A<strong>de</strong>más, era la mesa en que se amontonaba<br />
mayor número <strong>de</strong> manjares distintos, pescados,<br />
caza, carnes, frutas, legumbres y conservas.<br />
<strong>El</strong> rey, joven y vigoroso, gran cazador,<br />
aficionado a toda clase <strong>de</strong> ejercicios violentos,<br />
tenía a<strong>de</strong>más ese calor natural <strong>de</strong> la sangre común<br />
a todos los Borbones, que hace perfectamente<br />
las digestiones y renueva el apetito.<br />
Luis XIV era un temible convidado,<br />
complacíase en criticar a sus cocineros; pero
cuando les hacía honor, ese honor era gigantesco.<br />
<strong>El</strong> rey principiaba por muchas clases <strong>de</strong><br />
sopa, sea reunidas en una especie <strong>de</strong> potaje, sea<br />
separadas; y solía entremezclar, o más bien separar<br />
cada una <strong>de</strong> estas sopas con un vaso <strong>de</strong><br />
vino añejo. Comía <strong>de</strong> prisa y con avi<strong>de</strong>z.<br />
Porthos, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio había<br />
aguardado por respeto a que Artagnan le hiciese<br />
una seña con el codo, viendo que el rey engullía<br />
con tan buen apetito, se volvió hacia el<br />
mosquetero, y, a media voz:<br />
-Me parece que po<strong>de</strong>mos comenzar dijo-;<br />
Su Majestad anima: mirad.<br />
-<strong>El</strong> rey come -dijo Artagnan-, pero habla<br />
al mismo tiempo; componeos <strong>de</strong> suerte que, si<br />
por casualidad os dirige la palabra, no os pille<br />
con la boca llena, porque sería <strong>de</strong>sgraciado.<br />
-Entonces, el mejor medio es no comer -<br />
contestó Porthos-; sin embargo, os confieso que<br />
tengo hambre, y todo esto <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> un olor tan<br />
rico, que halaga a la vez mi olfato y mi apetito.
-No vayáis a estaros sin comer -repuso<br />
Artagnan-, pues se incomodaría Su Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey acostumbra a <strong>de</strong>cir que el que come bien<br />
es señal <strong>de</strong> que trabaja bien, y no le place que<br />
an<strong>de</strong>n con repulgos a su mesa.<br />
-Pues si uno come, ¿cómo ha <strong>de</strong> evitar<br />
tener la boca llena? -dijo Porthos.<br />
-Tratáse simplemente -replicó el capitán<br />
<strong>de</strong> mosqueteros-, <strong>de</strong> engullir cuando el rey os<br />
haga el honor <strong>de</strong> dirigiros la palabra.<br />
-Muy bien.<br />
Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento, Porthos se<br />
puso a comer con un entusiasmo cortés.<br />
<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong> vez en cuando, dirigía una<br />
mirada al grupo, y, como inteligente, apreciaba<br />
las disposiciones <strong>de</strong> su convidado.<br />
-¡Señor Du-Vallon! -dijo. Porthos se<br />
hallaba a la sazón ocupado con un salmonejo<br />
<strong>de</strong> liebre, <strong>de</strong> la cual engullía media rabadilla.<br />
Su nombre, dicho <strong>de</strong> aquel modo, le cogió <strong>de</strong><br />
improviso, y con un vigoroso esfuerzo <strong>de</strong> gaznate,<br />
se tragó cuanto tenía en la boca.
-¡Majestad! -dijo Porthos con voz apagada,<br />
pero bastante inteligible.<br />
-Que pasen al señor Du-Vallon estos<br />
solomillos <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro. ¿Os gustan los bocados<br />
tiernos, señor Du-Vallon?<br />
-Señor, a mí me gusta todo -contestó<br />
Porthos.<br />
Y Artagnan le dijo al oído: -Todo lo que<br />
me envía Vuestra Majestad.<br />
Porthos repitió:<br />
-Todo lo que me envíe Vuestra Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey hizo con la cabeza una señal <strong>de</strong><br />
satisfacción.<br />
-Cuando se come bien, es señal <strong>de</strong> que<br />
se trabaja bien -repuso el rey, asombrado <strong>de</strong><br />
tener frente a sí un gastrónomo <strong>de</strong> la fuerza <strong>de</strong><br />
Porthos.<br />
Porthos recibió la fuente <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>ro, y<br />
se echó una parte en su plato.<br />
-¿Qué tal? -preguntó el rey.
-¡Exquisito! -dijo Porthos tranquilamente.<br />
-¿Hay carneros tan finos en vuestra<br />
provincia, señor Du-Vallon? -prosiguió el rey.<br />
-Majestad -dijo Porthos-, creo que en mi<br />
provincia, como en todas partes, lo mejor que<br />
hay es <strong>de</strong>l rey; pero <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que no como el<br />
cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la manera que lo come Vuestra Majestad.<br />
-¡Ah, ah! ¿Pues cómo lo coméis?<br />
-Ordinariamente me hago a<strong>de</strong>rezar un<br />
cor<strong>de</strong>ro entero.<br />
-¡Entero!<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Y <strong>de</strong> qué modo?<br />
-Del siguiente: mi cocinero, que es un<br />
bergante alemán, Majestad; mi cocinero rellena<br />
el cor<strong>de</strong>ro en cuestión <strong>de</strong> pequeñas salchichas,<br />
que hace venir <strong>de</strong> Estrasburgo, <strong>de</strong> albondiguillas,<br />
que se hace traer <strong>de</strong> Troyes, y <strong>de</strong><br />
cogujadas, que hace venir <strong>de</strong> Pithiviers; <strong>de</strong>spués,<br />
no sé por qué medio, <strong>de</strong>shuesa el cor<strong>de</strong>ro,
como podría hacerlo con un ave, <strong>de</strong>jándole el<br />
pellejo, que forma alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l animal una<br />
costra tostada. Cuando se le corta en gran<strong>de</strong>s<br />
lonja como pudiera hacerse con un gran salchichón,<br />
suelta un jugo <strong>de</strong> color <strong>de</strong> rosa, que es a<br />
la vez agradable a la vista y exquisito al paladar.<br />
Y Porthos hizo chascar su lengua. <strong>El</strong> rey<br />
abrió enormemente sus ojos, haciéndose plato<br />
con unos faisanes en adobo que le presentaron.<br />
-Es bocado que querría comer, señor<br />
Du-Vallon –dijo-. ¿Conque el cor<strong>de</strong>ro entero?<br />
-Entero, sí, Majestad.<br />
-Estos faisanes al señor Du-Vallon; veo<br />
que es un buen aficionado. La or<strong>de</strong>n fue cumplida.<br />
Volviendo en seguida al cor<strong>de</strong>ro:<br />
-¿Y no tiene <strong>de</strong>masiada grasa? -dijo.<br />
-No, Majestad; las grasas caen al mismo<br />
tiempo que el jugo, y sobrenadan; entonces, mi<br />
trinchante las recoge con una cuchara <strong>de</strong> plata<br />
que he mandado hacer a propósito.
-¿Y residís ... ? -preguntó el<br />
rey.<br />
-En Pierrefonds, Majestad.<br />
-¿En Pierrefonds? ¿Hacia dón<strong>de</strong> está,<br />
señor Du-Vallon? ¿Del lado <strong>de</strong> Belle-Isle?<br />
-¡Ah! No, Majestad; Pierrefonds está en<br />
el Soissons.<br />
-Creía que me hablabais <strong>de</strong> esos cor<strong>de</strong>ros<br />
a causa <strong>de</strong> los prados salados.<br />
-No, Majestad; tengo prados que no son<br />
salados, mas no por eso son peores.<br />
<strong>El</strong> rey acometió a los entremeses, pero<br />
sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista a Porthos, que continuaba<br />
engullendo -a más y mejor.<br />
-Tenéis buen apetito, señor Du-Vallon -<br />
repuso-, y hacéis un excelente convidado.<br />
-¡Oh! A fe mía, si Vuestra Majestad viniese<br />
alguna vez a Pierrefonds, nos comeríamos<br />
muy bien un carnero mano a mano, pues tampoco<br />
os falta el apetito.
Artagnan le arrimó a Porthos un buen<br />
pisotón por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mesa. Porthos se puso<br />
encarnado.<br />
-En la edad feliz <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />
dijo Porthos para reparar su torpeza-, era yo<br />
mosquetero, y nadie podía conseguir hartarme.<br />
Vuestra Majestad tiene un excelente apetito,<br />
como tenía el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir hace poco, pero<br />
elige con <strong>de</strong>masiada <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za para que se le<br />
pueda llamar un comilón.<br />
<strong>El</strong> rey pareció encantado <strong>de</strong> la cortesanía<br />
<strong>de</strong> su antagonista.<br />
-¿Cataréis estas cremas? -preguntó a<br />
Porthos.<br />
-Vuestra Majestad me trata <strong>de</strong>masiado<br />
bien para que no le diga francamente lo que<br />
siento.<br />
-Decid, señor Du-Vallon.<br />
-Pues bien, Majestad, en materia <strong>de</strong> repostería,<br />
estoy por los pasteles, y aun esos los<br />
quiero que estén bien compactos; todas esas golosinas<br />
me hinchan el estómago, y llenan un
lugar que consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>masiado preciso para<br />
ocuparlo tan mal.<br />
-¡Ah, señores! -dijo el rey señalando a<br />
Porthos-. Ahí tenéis al verda<strong>de</strong>ro mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong><br />
gastronomía. Así comían nuestros antepasados,<br />
que sabían lo que era comer, mientras que nosotros<br />
no hacemos más que pellizcar.<br />
Y, diciendo esto, tomó un plato <strong>de</strong> pechugas<br />
<strong>de</strong> ave mezcladas con jamón.<br />
Porthos, por su parte, embistió a una<br />
tartera <strong>de</strong> perdigones y codornices.<br />
<strong>El</strong> copero llenó el vaso <strong>de</strong> Su Majestad.<br />
-Echa <strong>de</strong> mi vino al señor Du-Vallon -<br />
dijo el rey.<br />
Era aquél uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s honores <strong>de</strong><br />
la mesa real.<br />
Artagnan dio con la rodilla a su amigo.<br />
-Si podéis comer la mitad sólo <strong>de</strong> esa<br />
cabeza <strong>de</strong> jabalí que veo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí -dijo a<br />
Porthos-, os presagio que seréis duque y par<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un año.
-Probaré hacerlo -contestó Porthos con<br />
la mayor calma.<br />
No tardó en tocarle el turno a la cabeza<br />
<strong>de</strong> jabalí, pues el rey experimentaba placer en<br />
alentar a su magnífico convidado, y no enviaba<br />
manjar a Porthos que no hubiese probado antes<br />
él mismo: así, pues, probó la cabeza <strong>de</strong> jabalí.<br />
Porthos mostróse buen jugador; en vez <strong>de</strong> comerse<br />
la mitad <strong>de</strong> la cabeza, como había dicho<br />
Artagnan se comió las tres cuartas partes.<br />
-Es imposible -dijo el rey en voz baja-,<br />
que un caballero que come tan bien todos los<br />
días y con tan buenos dientes, no sea el hombre<br />
más honrado <strong>de</strong> mi reino.<br />
-¿Oís? -preguntó Artagnan a su amigo al<br />
oído.<br />
-Sí, creo que gozo <strong>de</strong> algún favor -dijo<br />
Porthos balanceándose en su silla.<br />
-¡Oh! ¡Tenéis el viento en popa! ¡Sí, sí!<br />
<strong>El</strong> rey y Porthos continuaron comiendo<br />
<strong>de</strong> aquella suerte con gran satisfacción <strong>de</strong> los<br />
convidados, algunos <strong>de</strong> los cuales habían inten-
tado seguirles por emulación, pero tuvieron<br />
que renunciar a ello a lo mejor.<br />
<strong>El</strong> rey se iba poniendo encarnado, y la<br />
reacción <strong>de</strong> la sangre al rostro manifestaba ya el<br />
principio <strong>de</strong> la plenitud.<br />
Entonces era cuando Luis XIV, en vez<br />
<strong>de</strong> cobrar alegría, como suce<strong>de</strong> a todos los bebedores,<br />
fruncía el ceño y poníase taciturno.<br />
Porthos, por el contrario, se volvía alegre<br />
y expansivo.<br />
<strong>El</strong> pie <strong>de</strong> Artagnan hubo <strong>de</strong> recordarle<br />
más <strong>de</strong> una vez aquella particularidad.<br />
Sirviéronse los postres.<br />
<strong>El</strong> rey no pensaba ya en Porthos. Dirigía<br />
sus ojos hacia la puerta <strong>de</strong> entrada, y se le oyó<br />
preguntar más <strong>de</strong> una vez por qué tardaba tanto<br />
en venir el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan. Al fin, en<br />
el instante en que Su Majestad terminaba un<br />
tarro <strong>de</strong> dulce <strong>de</strong> ciruela, con gran suspiro, se<br />
presentó el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan. De pronto<br />
brillaron los ojos <strong>de</strong> Su Majestad, que se habían<br />
ido apagando poco a poco.
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> dirigióse a la mesa <strong>de</strong>l rey, y al<br />
acercarse se levantó Luis XIV.<br />
Todo el mundo se puso en pie, hasta el mismo<br />
Porthos, que daba fin a un almendrado capaz<br />
<strong>de</strong> pegar una contra otra las dos quijadas <strong>de</strong> un<br />
cocodrilo.<br />
La cena había terminado.<br />
XXI<br />
DESPUÉS DE CENAR<br />
<strong>El</strong> rey tomó <strong>de</strong>l brazo a Saint Aignan, y<br />
pasó a la cámara inmediata.<br />
-¡Cuánto has tardado, con<strong>de</strong>! -dijo el<br />
rey.<br />
-Traigo la contestación, Majestad -<br />
respondió el con<strong>de</strong>.<br />
-¿Pues tanto tiempo ha sido preciso para<br />
contestar a lo que le escribí?<br />
-Vuestra Majestad tuvo a bien escribirle<br />
unos versos; la señorita <strong>de</strong> La Valliére ha que-
ido pagar al rey en la misma moneda, esto es,<br />
en oro!<br />
-¡Versos, Saint-Aignan!. .. -exclamó el<br />
rey-. Dame, dame.<br />
Y Luis rompió el sobre <strong>de</strong> una cartita<br />
que contenía efectivamente unos versos, que la<br />
historia nos ha conservado, y que son mejores<br />
en intención que <strong>de</strong> estructura.<br />
Tales como eran, sin embargo. entusiasmaron<br />
al rey, el cual manifestó su alegría<br />
con transportes nada equívocos; pero el silencio<br />
general advirtió a Luis, tan escrupuloso en<br />
punto al bien parecer, que su contento podría<br />
dar lugar a interpretaciones.<br />
Volvióse entonces y se puso el billete en<br />
el bolsillo. Dando en seguida un paso que le<br />
acercó al umbral <strong>de</strong> la puerta que comunicaba<br />
con la sala don<strong>de</strong> permanecían los convidados:<br />
-Señor Du-Vallon -dijo-, os he visto con<br />
el mayor placer y os volveré a ver con el mismo.
Porthos se inclinó, como hubiera hecho<br />
el coloso <strong>de</strong> Rodas, y salió a reculones.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -prosiguió el rey-,<br />
esperaréis mis ór<strong>de</strong>nes en la galería; os agra<strong>de</strong>zco<br />
que me hayáis dado a conocer al señor<br />
Du-Vallón... Señores, mañana vuelvo a París<br />
por la salida <strong>de</strong> los embajadores <strong>de</strong> España y<br />
Holanda. De modo que hasta mañana.<br />
La sala quedó al punto vacía.<br />
<strong>El</strong> rey cogió <strong>de</strong>l brazo a Saint Aignan, y<br />
le hizo volver a leer los versos <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére.<br />
-¿Qué te parecen? -le preguntó.<br />
-¡Encantadores, Majestad!<br />
-Me encantan, en efecto, y si fuesen conocidos...<br />
-¡Oh! Sentirían envidia los poetas; pero<br />
no los conocerán.<br />
-¿Le diste los míos?<br />
-¡Oh! ¡Majestad, parecía <strong>de</strong>vorarlos con<br />
los ojos!<br />
-Temo que fueran flojos.
-No ha dicho eso la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¿Crees que hayan sido <strong>de</strong> su gusto?<br />
-Estoy cierto <strong>de</strong> ello, Majestad.<br />
-Entonces, tendré que contestar.<br />
-¡Cómo, Majestad!<br />
-¿Ahora?... ¿Después <strong>de</strong> comer?... Vuestra<br />
Majestad se fatigará <strong>de</strong>masiado.<br />
-Creo que tienes razón; es nocivo el estudio<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar.<br />
-Y sobre todo el trabajo <strong>de</strong>l poeta; luego,<br />
en este momento se hallan muy ocupados los<br />
ánimos en la habitación <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére, como en la <strong>de</strong> todas esas damas.<br />
-¿Con qué motivo?<br />
-A causa <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>sgraciado<br />
Guiche.<br />
-¡Ah, Dios mío! ¿Le ha sucedido alguna<br />
<strong>de</strong>sgracia?<br />
-Sí, Majestad; le han llevado una mano,<br />
tiene atravesado el pecho, y está agonizando.<br />
-¡Dios mío! ¿Y quién te ha dicho eso?
-Manicamp lo ha traído hace poco a casa<br />
<strong>de</strong> un médico <strong>de</strong> Fontainebleau, y se ha esparcido<br />
la noticia.<br />
-¡De modo que lo han tenido que traer!<br />
¡Pobre Guiche! ¿Y cómo le ha sucedido eso?<br />
-Ahí está, Majestad. ¿Cómo le ha sucedido?<br />
-Dices eso con un aire singular, Saint-<br />
Aignan. Dame <strong>de</strong>talles. ¿Qué dice él?<br />
-Guiche no dice nada, Majestad, sino los<br />
otros.<br />
-¿Qué otros?<br />
-Los que le han traído, Majestad.<br />
-¿Y quiénes son?<br />
-Lo ignoro, Majestad, pero el señor <strong>de</strong><br />
Manicamp lo sabe. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Manicamp es<br />
amigo suyo.<br />
-Como todo el mundo -dijo el rey.<br />
-¡Oh, no! -replicó Saint-Aignan-. Estáis<br />
en un error, Majestad, porque no todo el mundo<br />
es amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¿Cómo lo sabes?
-¿Quiere Vuestra Majestad que me explique?<br />
-Lo quiero.<br />
-Pues bien, Majestad, creo haber oído<br />
hablar <strong>de</strong> una contienda entre dos gentileshombres.<br />
-¿Cuándo?<br />
-Esta misma noche, antes <strong>de</strong> cenar Vuestra<br />
Majestad.<br />
-Eso no prueba nada. He hecho publicar<br />
or<strong>de</strong>nanzas tan severas contra el duelo, que<br />
creo nadie se ; habrá atrevido a contravenirlas.<br />
-¡Por eso, Dios me libre <strong>de</strong> acusar a nadie!<br />
-exclamó Saint-Aignan-. Pero como Vuestra<br />
Majestad me ha or<strong>de</strong>nado hablar, he hablado.<br />
-Dime, pues, cómo ha sido herido el<br />
con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Majestad, dicen que estando al acecho.<br />
-¿Esta noche?<br />
-Esta noche.
-Cercenada una mano y el pecho atravesado.<br />
. . ¿Quién estaba al acecho con el señor <strong>de</strong><br />
Guiche?<br />
-No sé, Majestad... Mas, el señor <strong>de</strong> Manicamp<br />
lo sabe, o <strong>de</strong>be saberlo.<br />
-Algo me ocultas, Saint-Aignan.<br />
-Nada, Majestad, nada.<br />
-Entonces, explícame cómo ha sucedido<br />
el acci<strong>de</strong>nte. ¿Ha reventado algún mosquete?<br />
-Muy bien pudiera ser. Aunque, reflexionándolo<br />
bien, no, Majestad, porque se ha<br />
encontrado al lado <strong>de</strong> Guiche su pistola todavía<br />
cargada.<br />
-¡Su pistola! Pues me parece que no se<br />
va al acecho con pistola.<br />
-También dicen que han matado el caballo<br />
<strong>de</strong> Guiche, y que está todavía su cadáver en<br />
el claro <strong>de</strong>l bosque.<br />
-Pues qué, ¿va Guiche al acecho a caballo?<br />
Saint-Aignan, no comprendo nada <strong>de</strong> lo<br />
que me dices. ¿Dón<strong>de</strong> ha sucedido eso?<br />
-En el bosque Rochin, en la rotonda.
-Bien. Llama al señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
Obe<strong>de</strong>ció Saint-Aignan, y entró el mosquetero.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el rey-. Saldréis<br />
ahora mismo por la portecilla <strong>de</strong> la escalera<br />
particular.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-Montaréis a caballo.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-E iréis a la rotonda <strong>de</strong>l bosque Rochin.<br />
¿Conocéis el sitio?<br />
-Me he batido allí dos veces, Majestad.<br />
-¡Cómo! -exclamó el rey aturdido con<br />
aquella respuesta.<br />
-Majestad, en tiempo <strong>de</strong> los edictos <strong>de</strong>l<br />
señor car<strong>de</strong>nal <strong>de</strong> Richelieu -repuso Artagnan<br />
con su calma ordinaria.<br />
-Eso es diferente, señor. Iréis, pues, allá,<br />
y examinaréis <strong>de</strong>tenidamente el sitio. Allí ha<br />
sido herido un hombre, y encontraréis un caballo<br />
muerto. Vendréis a <strong>de</strong>cirme lo que pensáis<br />
<strong>de</strong> ese suceso.
-Bien, Majestad.<br />
-Excuso <strong>de</strong>ciros que quiero saber vuestra<br />
opinión particular, y no la <strong>de</strong> los otros.<br />
-La tendréis <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una hora, Majestad.<br />
-Os prohíbo terminantemente hablar<br />
con nadie.<br />
-¿Excepto con el que me haya <strong>de</strong> proveer<br />
<strong>de</strong> una linterna -dijo Artagnan.<br />
-Se entien<strong>de</strong> -contestó el rey, riendo <strong>de</strong><br />
aquella libertad, que sólo toleraba a su capitán<br />
<strong>de</strong> mosqueteros.<br />
Artagnan salió por la escalerilla. -Ahora,<br />
que llamen a mi médico -añadió Luis.<br />
Diez minutos <strong>de</strong>spués llegaba <strong>de</strong>salado<br />
el médico <strong>de</strong>l rey.<br />
-Señor -le dijo el rey-, vais a trasladaros<br />
con el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan adon<strong>de</strong> éste os<br />
conduzca, y me daréis cuenta <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong>l herido<br />
que veréis en la casa adon<strong>de</strong> vais.
<strong>El</strong> médico obe<strong>de</strong>ció sin replicar, como se<br />
principiaba ya en aquella época a obe<strong>de</strong>cer a<br />
Luis XIV, y salió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-Vos, Saint-Aignan, enviadme a Manicamp<br />
antes <strong>de</strong> que el médico haya podido<br />
hablarle.<br />
Saint-Aignan salió a su vez.<br />
XX<strong>II</strong><br />
CÓMO DESEMPEÑÓ ARTAGNAN LA MI-<br />
SIÓN QUE EL REY LE CONFIARA<br />
En tanto que el rey tomaba. estas últimas<br />
disposiciones para averiguar la verdad,<br />
Artagnan, sin per<strong>de</strong>r un instante, corría a las<br />
caballerizas, <strong>de</strong>scolgaba la linterna, ensillaba<br />
por sí mismo el caballo, y encaminábase al sitio<br />
indicado por Su Majestad.<br />
En cumplimiento <strong>de</strong> su .promesa, no<br />
había visto ni encontrado a nadie y, como<br />
hemos dicho, había llegado su escrúpulo hasta
hacer, sin ayuda <strong>de</strong> los mozos <strong>de</strong> cuadra y <strong>de</strong><br />
los palafreneros, lo que tenía que hacer.<br />
Nuestro hombre era <strong>de</strong> aquellos que en los<br />
momentos difíciles se jactan <strong>de</strong> redoblar su<br />
propio valor.<br />
En cinco minutos <strong>de</strong> galope llegó al<br />
bosque, ató el caballo al primer árbol que encontró,-<br />
y penetró a pie hasta el claro.<br />
Principió entonces a recorrer a pie, y la<br />
linterna en mano, toda la superficie <strong>de</strong> la rotonda;<br />
fue, vino, midió, examinó, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
media hora <strong>de</strong> exploración, volvió a tomar en<br />
silencio su caballo, y regresó reflexionando y al<br />
paso a Fontainebleau.<br />
Luis esperaba en su gabinete. Hallábase<br />
solo, y trazaba sobre un papel varios renglones,<br />
que Artagnan vio al primer golpe que eran <strong>de</strong>siguales<br />
y tenían muchos tachones.<br />
Dedujo, por lo tanto, que <strong>de</strong>bían ser<br />
versos.<br />
Levantó Luis la cabeza y vio a Artagnan.
-¡Hola, señor! -le dijo-. ¿Me traéis noticias?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Qué habéis visto?<br />
-Os diré lo probable, Majestad -contestó<br />
Artagnan.<br />
-Es que lo que os pedí era lo cierto.<br />
-Procuraré aproximarme a ello cuanto<br />
pueda: el tiempo era a propósito para investigaciones<br />
<strong>de</strong> la clase <strong>de</strong> las que acabo <strong>de</strong> hacer;<br />
esta noche ha llovido, y los caminos se hallan<br />
húmedos.<br />
-Al hecho, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-Vuestra Majestad me dijo que había un<br />
caballo muerto en la encrucijada <strong>de</strong>l bosque<br />
Rochin, y <strong>de</strong> consiguiente, principié por examinar<br />
los caminos. Digo les caminos, porque son<br />
cuatro los que conducen a la encrucijada. <strong>El</strong> que<br />
seguí era el único que presentaba huellas recientes,<br />
y vi que habían pasado por él dos caballos,<br />
uno al lado <strong>de</strong>l otro, porque las ocho patas<br />
estaban claramente marcadas en el lodo. Uno
<strong>de</strong> los jinetes llevaba más prisa que el otro,<br />
pues las pisadas <strong>de</strong> su caballo llevan a las <strong>de</strong>l<br />
otro una distancia <strong>de</strong> medio cuerpo <strong>de</strong> caballo.<br />
-Entonces, ¿estáis seguro <strong>de</strong> que son dos<br />
los que han ido? -dijo el rey.<br />
-Sí, Majestad; los caballos son dos excelentes<br />
animales, <strong>de</strong> paso igual, acostumbrados<br />
a la maniobra, porque han vuelto en perfecta<br />
oblicua la palizada <strong>de</strong> la rotonda.<br />
-¿Y qué más, señor?<br />
-Allí han <strong>de</strong>bido estar los jinetes un<br />
momento para arreglar sin duda las condiciones<br />
<strong>de</strong>l combate; los caballos se impacientaban.<br />
Uno <strong>de</strong> los jinetes hablaba, el otro escuchaba,<br />
contentándose sólo con respon<strong>de</strong>r. Su caballo<br />
piafaba, lo cual prueba que absorto el jinete en<br />
escuchar, le tuvo suelta la brida.<br />
-¿Conque hubo combate?<br />
-Indudablemente.<br />
-Continuad, que sois buen observador.<br />
-Uno <strong>de</strong> los jinetes quedóse en su sitio,<br />
el que escuchaba; el otro atravesó el claro y fue
a colocarse primero enfrente <strong>de</strong> su adversario.<br />
Entonces, el que se quedó en el puesto atravesó<br />
a galope la rotonda hasta dos tercios <strong>de</strong> su longitud,<br />
creyendo marchar contra su enemigo;<br />
pero éste había seguido la circunferencia <strong>de</strong>l<br />
bosque.<br />
-Los nombres los ignoráis, ¿no es así?<br />
-Enteramente, Majestad. Únicamente<br />
puedo afirmar que el que siguió la circunferencia<br />
<strong>de</strong>l espeso bosque montaba un caballo negro.<br />
-¿Cómo sabéis eso?<br />
-Porque se han quedado algunas crines<br />
<strong>de</strong> su cola entre los espinos que guarnecen las<br />
orillas <strong>de</strong>l foso.<br />
-Continuad.<br />
-En cuanto al otro caballo, poco trabajo<br />
me costó tomar sus señas, puesto que quedó<br />
muerto en el campo <strong>de</strong> batalla.<br />
-¿Y cómo han muerto ese caballo?<br />
-De un balazo que le atraviesa la cabeza.
-¿Y era esa bala <strong>de</strong> pistola o <strong>de</strong> escopeta?<br />
-De pistola, Majestad. Por lo <strong>de</strong>más, la<br />
herida <strong>de</strong>l caballo me ha hecho saber la táctica<br />
<strong>de</strong>l que lo mató. Este había seguido la circunferencia<br />
<strong>de</strong>l bosque, a fin <strong>de</strong> tener a su adversario<br />
<strong>de</strong> costado. A<strong>de</strong>más, he seguido sus<br />
pisadas sobre la hierba.<br />
-¿Las pisadas <strong>de</strong>l caballo negro?<br />
-<strong>El</strong> mismo, Majestad. -Seguid, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan.<br />
-Ya que conoce Vuestra Majestad la posición<br />
<strong>de</strong> los dos adversarios, <strong>de</strong>jaré al jinete<br />
que se mantuvo estacionario para ocuparme<br />
<strong>de</strong>l que partió al galope.<br />
-Corriente.<br />
-<strong>El</strong> caballo <strong>de</strong>l jinete que daba la carga<br />
quedó muerto en el acto. -¿Y cómo lo sabéis?<br />
-<strong>El</strong> jinete no tuvo tiempo <strong>de</strong> echar pie a<br />
tierra, y cayó con él. He visto la huella <strong>de</strong> su<br />
pierna, que hubo <strong>de</strong> sacar con bastante esfuerzo
<strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l caballo. La espuela, oprimida con<br />
el peso <strong>de</strong>l animal, hizo un surco en la tierra.<br />
-Bien. ¿Y qué hizo al incorporarse?<br />
-Ir <strong>de</strong>recho a su adversario.<br />
-¿Qué continuaba colocado en la lin<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>l bosque?<br />
-Sí, Majestad. Luego que llegó a distancia<br />
conveniente... paróse sólidamente ... Sus<br />
dos talones están marcados uno junto al otro...<br />
Disparó, y erró el tiro.<br />
-¿Y cómo sabéis que fue herido?<br />
-Porque hallé el sombrero agujereado<br />
por una bala.<br />
-¡ Ah, una prueba! -exclamó el rey.<br />
-Insuficiente. Majestad -repuso con<br />
frialdad Artagnan-: es un sombrero sin letras y<br />
sin armas: una pluma encarnada, como la <strong>de</strong> un<br />
sombrero cualquiera, y ni aun el galón tiene<br />
nada <strong>de</strong> particular.<br />
-¿Y el hombre <strong>de</strong>l sombrero agujereado<br />
disparó un segundo tiro?
-¡Oh Majestad! Ya había disparado sus<br />
dos tiros.<br />
-¿Cómo lo sabéis?<br />
-He encontrado los tacos <strong>de</strong> la pistola.<br />
-Y la bala que no mató al animal,<br />
¿adón<strong>de</strong> fue a parar?<br />
-Cortó la pluma <strong>de</strong>l sombrero <strong>de</strong> la persona<br />
a quien iba dirigida, y fue a dar en un pequeño<br />
álamo blanco al otro lado <strong>de</strong>l claro.<br />
-Entonces, el hombre <strong>de</strong>l animal negro<br />
quedó <strong>de</strong>sarmado, mientras que a su adversario<br />
le quedaba un tiro todavía.<br />
-Majestad, en tanto que el jinete <strong>de</strong>smontado<br />
se levantaba, el otro volvió a cargar su<br />
arma, sólo que <strong>de</strong>bía hallarse muy turbado al<br />
hacer esta operación, pues le temblaba la mano.<br />
-¿Cómo sabéis eso?<br />
-La mitad <strong>de</strong> la carga cayó al suelo, y el<br />
que cargaba tiró la baqueta para no per<strong>de</strong>r<br />
tiempo en volverla a poner en su sitio.<br />
-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan, es maravilloso<br />
cuanto me estáis diciendo!
-No es más que efecto <strong>de</strong> la observación;<br />
cualquier explorador habría hecho lo ,propio.<br />
-Se ve la escena sólo con oíros. -La he<br />
reconstruido en mi espíritu con muy cortas<br />
variaciones.<br />
-Ahora, volvamos al jinete <strong>de</strong>smontado.<br />
¿Decíais que marchaba contra su enemigo,<br />
mientras que éste volvía a cargar su pistola?<br />
-Sí, pero en el momento mismo que estaba<br />
apuntando, disparó el otro.<br />
-¡Oh! -murmuró el rey-. ¿Y el tiro?<br />
-<strong>El</strong> tiro hizo un estrago terrible, señor: el<br />
caballero <strong>de</strong>smontado cayó boca abajo, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haber dado tres pasos mal seguros.<br />
-¿En qué parte fue herido?<br />
-En dos partes: primero en la mano <strong>de</strong>recha,<br />
y luego, <strong>de</strong>l mismo tiro, en el pecho.<br />
-¿Pero cómo podéis adivinar eso? -<br />
preguntó asombrado el rey.<br />
-¡Oh! Muy sencillamente: la culata <strong>de</strong> la<br />
pistola estaba ensangrentada, y se veía en ella<br />
la señal <strong>de</strong> la bala con los fragmentos <strong>de</strong> una
sortija rota. Por tanto, al herido le han <strong>de</strong> haber<br />
cercenado, según toda probabilidad, el <strong>de</strong>do<br />
anular y el pequeño.<br />
-En cuanto a la mano lo comprendo:<br />
pero, ¿y el pecho?<br />
-Majestad, había dos manchas <strong>de</strong> sangre<br />
a distancia <strong>de</strong> dos pies y medio una <strong>de</strong> otra. En<br />
una <strong>de</strong> las manchas estaba arrancada la hierba<br />
por la mano crispada, y en la otra sólo se hallaba<br />
la hierba aplastada por el peso <strong>de</strong>l cuerpo.<br />
-¡Pobre Guiche! -exclamó el rey.<br />
-¡Ah! ¿Era el señor <strong>de</strong> Guiche? -dijo<br />
tranquilamente el mosquetero-. Ya me lo había<br />
sospechado yo, mas no me atrevía a <strong>de</strong>círselo a<br />
Vuestra Majestad.<br />
-¿Y por qué lo habéis sospechado?<br />
-Porque reconocí las armas <strong>de</strong> los<br />
Grammont en las pistoleras <strong>de</strong>l animal muerto.<br />
-¿Y creéis que la herida haya sido <strong>de</strong><br />
gravedad?
-De mucha, puesto que cayó casi en el<br />
mismo sitio; no obstante, ha podido retirarse<br />
andando sostenido por dos amigos.<br />
-¿Según eso le habéis hallado al volver?<br />
-No; pero he observado las pisadas <strong>de</strong><br />
tres hombres; el hombre <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha y el <strong>de</strong> la<br />
izquierda caminaban fácilmente; pero el <strong>de</strong> en<br />
medio tenía el paso pesado, y a<strong>de</strong>más iba <strong>de</strong>jando<br />
un rastro <strong>de</strong> sangre.<br />
-Ya que habéis visto el combate en términos<br />
<strong>de</strong> no habérseos escapado ninguna circunstancia,<br />
<strong>de</strong>cidme dos palabras <strong>de</strong>l adversario<br />
<strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Ah! Majestad, no le conozco.<br />
-¿Vos que habéis mostrado tan maravillosa<br />
perspicacia?<br />
-Sí, Majestad -dijo Artagnan-; todo lo he<br />
visto, pero no digo todo lo que veo, y puesto<br />
que el pobre diablo ha conseguido escapar, permítame<br />
Vuestra Majestad <strong>de</strong>cirle que no seré<br />
yo quien lo <strong>de</strong>nuncie.
-Sin embargo, caballero, el que se bate<br />
en duelo es un culpable. -No para mí, Majestad<br />
-dijo fríamente Artagnan.<br />
-¡Señor! -gritó el rey-. ¿Sabéis lo que<br />
estáis diciendo?<br />
-Perfectamente, Majestad. ¡Pero qué<br />
quiere Vuestra Majestad! Para mí, un hombre<br />
que se bate bien es un valiente. Esa es mi opinión.<br />
Vos podéis tener otra; es natural, pues,<br />
sois el amo.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan, he or<strong>de</strong>nado, sin<br />
embargo...<br />
Artagnan interrumpió al rey con un<br />
a<strong>de</strong>mán respetuoso.<br />
-Me habéis or<strong>de</strong>nado ir a tomar informes<br />
sobre un combate, señor; y os los he traído.<br />
Si me mandáis que prenda al adversario <strong>de</strong>l<br />
señor <strong>de</strong> Guiche, obe<strong>de</strong>ceré; mas no me mandéis<br />
que le <strong>de</strong>nuncie, porque entonces me veré<br />
en la precisión <strong>de</strong> no obe<strong>de</strong>ceros.<br />
-Pues bien, pren<strong>de</strong>dle. -Nombrádmelo,<br />
Majestad. Luis hirió el suelo con el pie.
Luego, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> reflexión:<br />
-Tenéis diez... veinte... cien veces razón -<br />
dijo.<br />
-Tal creo, Majestad; y me alegro en el<br />
alma que sea esa también vuestra opinión.<br />
-Una palabra tan sólo... ¿Quién ha prestado<br />
auxilio a Guiche?<br />
-Lo ignoro.<br />
-Me habéis hablado <strong>de</strong> dos hombres; <strong>de</strong><br />
consiguiente, habría testigos.<br />
-No ha habido testigo ninguno... Hay<br />
más aún, pues así que cayó el señor <strong>de</strong> Guiche,<br />
su adversario huyó sin darle siquiera auxilio.<br />
-¡Miserable!<br />
-¡Toma! Ese es el efecto <strong>de</strong> vuestras or<strong>de</strong>nanzas.<br />
<strong>El</strong> hombre que se ha batido bien y<br />
logra escapar <strong>de</strong> una muerte, hará cuanto sea<br />
posible por librarse <strong>de</strong> otra. Está muy presente<br />
el ejemplo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Boutteville... ¡Caray!<br />
-Y entonces se convierte en cobar<strong>de</strong>.<br />
-No; se convierte en pru<strong>de</strong>nte.
-¿Y <strong>de</strong>cís que huyó?<br />
-Sí; y tan aprisa como le pudo llevar su<br />
caballo.<br />
-¿Hacia dón<strong>de</strong>?<br />
-Hacia el Palacio.<br />
-¿Y luego?<br />
-Luego, como he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />
a Vuestra Majestad, llegaron dos hombres a<br />
pie, los cuales lleváronse al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¿Qué prueba tenéis <strong>de</strong> que esos hombres<br />
hayan llegado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l combate?<br />
-¡Ah! Una prueba manifiesta; en el momento<br />
<strong>de</strong>l combate acababa <strong>de</strong> cesar la lluvia, y<br />
el terreno, que no había tenido tiempo <strong>de</strong> absorberla,<br />
estaba bastante húmedo. Las huellas<br />
<strong>de</strong> los pies son profundas; pero terminado el<br />
combate, durante el tiempo que permaneció<br />
<strong>de</strong>smayado el señor <strong>de</strong> Guiche, la tierra se endureció,<br />
y las huellas habían <strong>de</strong> ser menos profundas.<br />
Luis dio una palmada en señal <strong>de</strong> admiración.
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo-, sois en verdad<br />
el hombre más hábil <strong>de</strong> mi reino.<br />
-Eso mismo pensaba el señor <strong>de</strong> Richelieu,<br />
y lo <strong>de</strong>cía también el señor Mazarino, Majestad.<br />
-Ahora, nos falta ver si vuestra sagacidad<br />
se ha engañado.<br />
-¡Oh Majestad! <strong>El</strong> hombre se engaña:<br />
errare humanum est! -dijo filosóficamente el<br />
mosquetero.<br />
-Entonces, no pertenecéis a la humanidad,<br />
señor <strong>de</strong> Artagnan, porque creo que jamás<br />
os engañáis.<br />
-¿Vuestra Majestad <strong>de</strong>cía que lo veríamos?<br />
-Sí.<br />
-¿Y cómo?<br />
-He mandado llamar al señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />
y no tardará en llegar.<br />
-¿Y sabe el señor <strong>de</strong> Manicamp el secreto?
-Guiche no tiene secretos para el señor<br />
<strong>de</strong> Manicamp.<br />
Artagnan movió la cabeza.<br />
-Repito que nadie asistió al combate, y a<br />
menos que el señor <strong>de</strong> Manicamp sea alguno <strong>de</strong><br />
los hombres que le trajeron...<br />
-Silencio -or<strong>de</strong>nó el rey-, que ahí viene:<br />
quedaos ahí, y prestad oído.<br />
-Muy bien, Majestad -dijo el mosquetero.<br />
Casi al mismo tiempo vieron a Manicamp<br />
y a Saint-Aignan en el umbral <strong>de</strong> la puerta.<br />
XX<strong>II</strong>I<br />
AL ACECHO<br />
<strong>El</strong> rey hizo una señal al mosquetero y<br />
otra a Saint-Aignan.<br />
La señal era imperiosa y significativa:<br />
"¡Cuidado con hablar"! Artagnan se retiró, co-
mo soldado, a un rincón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho. Saint-<br />
Aignan, como favorito, se apoyó en el respaldo<br />
<strong>de</strong>l sillón <strong>de</strong>l rey.<br />
Manicamp, con la pierna <strong>de</strong>recha algo<br />
a<strong>de</strong>lante, la sonrisa en los labios, las manos<br />
blancas y finas, avanzó para hacer su reverencia<br />
al rey.<br />
<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>volvió el saludo con la cabeza.<br />
-Buenas noches, señor <strong>de</strong> Manicamp -le<br />
dijo.<br />
-¿Vuestra Majestad me ha hecho el<br />
honor <strong>de</strong> llamarme? -dijo Manicamp.<br />
-Os he llamado para que me refiráis<br />
todas las circunstancias <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado acci<strong>de</strong>nte<br />
ocurrido a Guiche.<br />
-¡Oh Majestad, qué doloroso!<br />
-¿Estábais allí?<br />
-Cuando ocurrió, no.<br />
-¿Pero llegasteis al lugar <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte<br />
algunos minutos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ocurrido éste?<br />
-Eso es, Majestad; una media hora <strong>de</strong>spués.
-¿Y dón<strong>de</strong> sucedió?<br />
-Me parece, Majestad, que el sitio se<br />
llama la rotonda <strong>de</strong>l bosque Rochin.<br />
-Si, el punto <strong>de</strong> cita para los cazadores.<br />
-Ese mismo, Majestad.<br />
-Pues bien, contadme lo que sepáis sobre<br />
ese acci<strong>de</strong>nte, señor <strong>de</strong> Manicamp.<br />
-Es que quizá esté ya enterado <strong>de</strong> él<br />
Vuestra Majestad, y temería molestarle con<br />
repeticiones.<br />
-No lo temáis.<br />
Manicamp echó una ojeada en torno<br />
suyo; no vio más que a Artagnan arrimado a la<br />
entabladura, sereno, benévolo, pacífico, y a<br />
Saint-Aignan, con quien había venido, y que<br />
seguía apoyado en el sillón <strong>de</strong>l rey con rostro<br />
igualmente afable.<br />
Así, pues, se <strong>de</strong>cidió a hablar.<br />
-Vuestra Majestad sabe -dijo- que en las<br />
cacerías son muy comunes los acci<strong>de</strong>ntes.<br />
-¿En las cacerías?
-Sí, en las cacerías; quiero <strong>de</strong>cir, cuando<br />
se caza al acecho.<br />
-¡Ah! ¿Ha sido estando <strong>de</strong> acecho cuando<br />
ocurrió el acci<strong>de</strong>nte?<br />
-Sí, Majestad -contestó Manicamp-. ¿Lo<br />
ignoraba acaso Vuestra Majestad?<br />
-Poco menos -dijo el rey con presteza,<br />
pues le repugnaba siempre mentir-. Y ¿<strong>de</strong>cís<br />
que el acci<strong>de</strong>nte ocurrió estando al acecho?<br />
-¡Ay! Sí, <strong>de</strong>sgraciadamente, Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey hizo una pausa.<br />
-¿Al acecho <strong>de</strong> qué animal? -preguntó.<br />
-Del jabalí, Majestad.<br />
-¿Y qué ocurrencia tuvo Guiche <strong>de</strong> irse<br />
solo al acecho <strong>de</strong> jabalíes? Ese es un ejercicio <strong>de</strong><br />
campesinos, y bueno, a lo más, para el que no<br />
tiene perros ni picadores para cazar, cosa que<br />
no le suce<strong>de</strong> al mariscal Grammont.<br />
Manicamp encogióse <strong>de</strong> hombros.<br />
-La juventud es temeraria -dijo sentenciosamente.<br />
-En fin... proseguid -dijo el rey.
-<strong>El</strong>lo fue -continuó Manicamp, no atreviéndose<br />
a aventurarse y poniendo una palabra<br />
tras otra, como hace con sus pies un salinero en<br />
un pantano-; ello fue que el <strong>de</strong>sgraciado Guiche<br />
se marchó solo al acecho.<br />
-¿Conque solo? ¡Vaya el osado cazador!<br />
¿Pues no sabe el señor <strong>de</strong> Guiche que el jabalí<br />
acu<strong>de</strong> siempre?<br />
-Eso es cabalmente lo que aconteció,<br />
Majestad.<br />
-¿Sabía que estaba allí el animal?<br />
-Sí. Majestad; unos labradores lo habían<br />
visto en sus tierras.<br />
-¿Y qué clase <strong>de</strong> animal era? -Un jabato.<br />
-Debían haberme advertido que Guiche<br />
tenía i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> suicidio; porque en fin, le he visto<br />
cazar, y es un montero muy experto. Cuando<br />
tira al animal acorralado y conteniendo a los<br />
perros, toma sus precauciones y dispara con<br />
carabina; y ahora se va solo a la caza <strong>de</strong>l jabalí<br />
con simples pistolas.<br />
Manicamp se estremeció.
-Y pistolas <strong>de</strong> lujo, excelentes para batirse<br />
en duelo con un hombre, y no con un jabalí,<br />
¡qué diantre!<br />
-Majestad, hay cosas que no se explican.<br />
-Tenéis razón; y la que me estáis refiriendo<br />
es una <strong>de</strong> ellas. Continuad.<br />
Durante aquel relato, Saint-Aignan, que<br />
habría querido hacer tal vez seña a Manicamp,<br />
para que no se metiese en honduras estaba acechado<br />
por la mirada obstinada <strong>de</strong>l rey.<br />
De consiguiente, no había posibilidad<br />
<strong>de</strong> comunicación entre él y Manicamp.<br />
En cuanto a Artagnan, la estatua <strong>de</strong>l<br />
Silencio, en Atenas, era más ruidosa y más expresiva<br />
que él.<br />
Manicamp continuó, pues, por la escabrosa<br />
senda en que se había metido hasta hundirse<br />
en el pantano.<br />
-Majestad -dijo-, la cosa habrá sucedido<br />
probablemente <strong>de</strong> la manera siguiente: Guiche<br />
esperaba al jabalí.<br />
-¿A caballo o a pie? -preguntó el rey.
-A caballo. Tiró al animal, y erró el tiro.<br />
-¡Torpe!<br />
-<strong>El</strong> jabalí arremetió contra él.<br />
-Y quedó el caballo muerto.<br />
-¡Ah! ¿Sabía eso Vuestra Majestad?<br />
-Me han dicho que se han encontrado<br />
un caballo muerto en la encrucijada <strong>de</strong>l bosque<br />
Rochin, y he presumido que fuese el <strong>de</strong> Guiche.<br />
-Era efectivamente el suyo, Majestad.<br />
-¿Y qué le sucedió a Guiche?<br />
-Luego que cayó al suelo, fue acometido<br />
por el jabalí, y herido en la mano y en el pecho.<br />
-Horrible acci<strong>de</strong>nte fue; pero hay que<br />
convenir en que la culpa la tuvo Guiche.<br />
¿Quién va al acecho <strong>de</strong> semejante animal con<br />
pistolas? ¿Había olvidado la fábula <strong>de</strong> Adonis?<br />
Manicamp se rascó la oreja.<br />
-Es verdad -dijo-; fue una gran impru<strong>de</strong>ncia.<br />
-¿Acertáis a explicarnos eso, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp?
-Majestad, lo que está escrito, escrito<br />
está.<br />
-¡Ah!<br />
- ¿Sois fatalista?<br />
Manicamp se sentía <strong>de</strong>sasosegado.<br />
-No os habéis portado bien, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp -prosiguió el rey.<br />
-¿Yo, Majestad?<br />
-Sí. ¿Cómo es que siendo tan amigo <strong>de</strong><br />
Guiche, y sabiendo que está sujeto a tales locuras,<br />
no habéis procurado contenerle?<br />
Manicamp no sabía a qué atenerse; el<br />
tono <strong>de</strong>l rey no era precisamente el <strong>de</strong> un hombre<br />
crédulo.<br />
Por otra parte, aquel tono no tenía ni la<br />
severidad <strong>de</strong>l drama ni la insistencia <strong>de</strong>l interrogatorio.<br />
Había en él más sarcasmo que amenaza.<br />
-¿Y <strong>de</strong>cís -continuó el rey-, que el caballo<br />
que se ha encontrado muerto es el <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Sí, Majestad.
-¿Y eso os ha sorprendido?<br />
-No, Majestad. Ya recordaréis que en la<br />
última cacería fue muerto <strong>de</strong> igual modo el<br />
caballo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Maure.<br />
-Sí, pero tenía abierto el vientre.<br />
-Ciertamente, Majestad.<br />
-¡Si el caballo <strong>de</strong> Guiche tuviese abierto<br />
el vientre, como el <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Maure,<br />
eso no me extrañaría, pardiez!<br />
Manicamp abrió unos ojos tamaños.<br />
-Pero lo que me choca -continuó el rey-,<br />
es que el caballo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche tenga rota<br />
la cabeza en lugar <strong>de</strong> tener el vientre abierto.<br />
Manicamp se turbó.<br />
-¿Me equivoco acaso? -replicó el rey-.<br />
¿No ha sido herido en la sien el caballo <strong>de</strong> Guiche?<br />
Confesad, señor <strong>de</strong> Manicamp, que el golpe<br />
ha sido singular.<br />
-Majestad, no ignoráis que el caballo es<br />
un animal muy inteligente, y habrá tratado <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.
-Pero un caballo se <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> con las patas<br />
traseras, no con la cabeza.<br />
-Entonces, el animal, asustado, habrá<br />
perdido el tino, y el jabalí, ya podéis figuraros,<br />
señor, el jabalí...<br />
-Sí, comprendo en cuanto al caballo,<br />
pero, ¿y el jinete?<br />
-Majestad, es cosa muy sencilla; el jabalí<br />
pasaría <strong>de</strong>l caballo al jinete, y como he tenido el<br />
honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, le cogería la mano a Guiche en<br />
el momento en que iba a dispararle el segundo<br />
pistoletazo; luego, con brusco ataque, le <strong>de</strong>bió<br />
agujerear el pecho.<br />
-La cosa no pue<strong>de</strong> ser más verosímil, en<br />
verdad, señor <strong>de</strong> Manicamp; hacéis mal en <strong>de</strong>sconfiar<br />
<strong>de</strong> vuestra elocuencia, porque contáis<br />
maravillosamente.<br />
-Es mucha vuestra bondad -dijo Manicamp<br />
haciendo un saludo <strong>de</strong> los más cohibidos.<br />
-Pero quiero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy mismo prohibir<br />
a mis gentileshombres que vayan al acecho.<br />
¡Caray! ¡Tanto valdría permitirles el duelo! Ma-
nicamp temblaba, e hizo un movimiento para<br />
retirarse.<br />
-¿Está satisfecho Vuestra Majestad? -<br />
preguntó.<br />
-Encantado; pero no os retiréis todavía,<br />
señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo Luis-, porque os necesito.<br />
"Vamos, vamos -pensó Artagnan-, tampoco<br />
es éste <strong>de</strong> mi temple."<br />
Y exhaló un suspiro que podía significar:<br />
-¡Oh! Los hombres <strong>de</strong> mi temple, ¿dón<strong>de</strong><br />
se han ido?"<br />
En aquel momento levantó un ujier la<br />
cortina, y anunció al médico <strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Ah! -exclamó Luis-. Aquí tenemos justamente<br />
al señor Valot, que viene <strong>de</strong> visitar al<br />
señor <strong>de</strong> Guiche. Vamos a tener noticias <strong>de</strong>l<br />
herido.<br />
Manicamp sintióse más turbado que<br />
nunca.<br />
-Al menos <strong>de</strong> este modo -añadió el reytendremos<br />
la conciencia tranquila.
XXIV<br />
EL MÉDICO<br />
Y miró a Artagnan, quien no pestañeó.<br />
<strong>El</strong> señor Valot entró.<br />
La posición <strong>de</strong> los personajes era la<br />
misma: el rey sentado, Saint-Aignan apoyado<br />
en su sillón, Artagnan arrimado a la pared,<br />
Manicamp <strong>de</strong> pie.<br />
-Ea, señor Valot -dijo el rey-, ¿habéis<br />
hecho lo que os dije?<br />
-Puntualmente, Majestad.<br />
-¿Fuisteis a casa <strong>de</strong> vuestro compañero<br />
<strong>de</strong> Fontainebleau?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Y habéis encontrado allí al señor <strong>de</strong><br />
Guiche?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿En qué estado? Hablad francamente.<br />
-En un estado muy lastimoso, Majestad.
-Con todo, no creo que el jabalí lo haya<br />
<strong>de</strong>vorado.<br />
-¿Devorado a quién?<br />
-A Guiche.<br />
-¿Qué jabalí?<br />
-<strong>El</strong> jabalí que le hirió.<br />
-¡Cómo! ¿Ha sido herido el señor <strong>de</strong><br />
Guiche por un jabalí?<br />
-Así dicen al menos.<br />
-Algún cazador furtivo...<br />
-¿Qué es eso <strong>de</strong> cazador furtivo?<br />
-Algún marido celoso, algún amante<br />
maltratado, que le habrá disparado un tiro por<br />
vengarse.<br />
-¿Pero qué <strong>de</strong>cís, señor Valot? ¿No han<br />
sido acaso producidas las heridas <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
Guiche por los dientes <strong>de</strong> un jabalí?<br />
-Las heridas <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche han<br />
sido ocasionadas por una bala <strong>de</strong> pistola que le<br />
ha arrancado el <strong>de</strong>do pequeño y el anular <strong>de</strong> la<br />
mano <strong>de</strong>recha, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual pasó a los<br />
músculos intercostales <strong>de</strong>l pecho.
-¡Una bala!... ¿Estáis seguro <strong>de</strong> que el<br />
señor <strong>de</strong> Guiche ha sido herido por una bala? -<br />
preguntó el rey aparentando sorpresa.<br />
-A fe mía -dijo Valot-, estoy tan seguro<br />
<strong>de</strong> ello, que aquí la tenéis, Majestad.<br />
Y entregó al rey una bala algo aplastada.<br />
<strong>El</strong> rey la miró sin tocarla.<br />
-¿Conque el pobre mozo tenía eso en el<br />
pecho? -preguntó.<br />
-No precisamente en el pecho. La bala<br />
no llegó a penetrar, sino que <strong>de</strong>bió aplastarse,<br />
como podéis ver, o contra el seguro <strong>de</strong> la pistola<br />
o contra el lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l esternón.<br />
-¡Dios santo! -exclamó el rey seriamente-<br />
. Pues nada <strong>de</strong> eso me habíais dicho, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp.<br />
-Majestad ...<br />
-¿Para qué esa invención <strong>de</strong> jabalí, <strong>de</strong><br />
acecho, <strong>de</strong> cacería por la noche? Hablad.<br />
-¡Ah, Majestad! ...
-Creo que tenéis razón -dijo el rey volviéndose<br />
hacia su capitán <strong>de</strong> mosqueteros-, y<br />
que ha habido combate.<br />
<strong>El</strong> rey poseía, como nadie, la facultad<br />
concedida a los po<strong>de</strong>rosos <strong>de</strong> comprometer y<br />
dividir a los inferiores.<br />
Manicamp lanzó al mosquetero una<br />
mirada <strong>de</strong> reconvención. Comprendió Artagnan<br />
aquella mirada, y no quiso quedar confundido<br />
bajo el peso <strong>de</strong> la acusación. Dio un paso.<br />
-Vuestra Majestad me mandó que fuese<br />
a explorar la encrucijada <strong>de</strong>l bosque Rochin -<br />
dijo-, y que le dijese, según mi juicio, lo que allí<br />
habrá sucedido. He puesto mis observaciones<br />
en conocimiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad, pero sin<br />
<strong>de</strong>nunciar a nadie. Vuestra Majestad ha sido el<br />
que nombró primero al señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Bien, bien señor! -dijo el rey con altivez-.<br />
Habéis cumplido con vuestro <strong>de</strong>ber y estoy<br />
satisfecho <strong>de</strong> vos; esto <strong>de</strong>be bastaros. Pero<br />
vos, señor <strong>de</strong> Manicamp, no habéis cumplido<br />
con el vuestro, porque me habéis mentido.
-¡Mentido, Majestad! La palabra es dura.<br />
-Buscad otra.<br />
-Majestad; no me cansaré e buscarla. He<br />
tenido ya la mal suerte <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagradar a Vuestra<br />
Majestad, y lo mejor que puedo hacer es aceptar<br />
humil<strong>de</strong>mente las reconvenciones que tenga<br />
a bien dirigirme.<br />
-Tenéis razón, señor; quien me oculta la<br />
verdad, me <strong>de</strong>sagrada siempre.<br />
-A veces, Majestad, no lo sabe uno todo.<br />
-No mintáis más, o doblo la pena.<br />
Manicamp se inclinó, pali<strong>de</strong>ciendo.<br />
Artagnan dio un paso más todavía, resuelto<br />
a intervenir si la cólera, cada vez mayor,,<br />
<strong>de</strong>l rey llegaba a ciertos límites.<br />
-Señor -prosiguió el rey-, ya veis que es<br />
inútil negar la cosa por más tiempo. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong><br />
Guiche se ha batido.<br />
-No diré que no; mas Vuestra Majestad<br />
hubiera podido mostrarse generoso no forzando<br />
a un caballero a <strong>de</strong>cir una mentira.<br />
-¡Forzado! ¿Quién os forzaba?
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche es amigo mío, y<br />
Vuestra Majestad ha prohibido el duelo con<br />
pena <strong>de</strong> muerte.<br />
Una mentira podía salvar a mi amigo, y<br />
he mentido.<br />
-¡Bien! -murmuró Artagnan-. ¡Me gusta<br />
ese mozo, pardiez!<br />
-Señor -repuso el rey-; en vez <strong>de</strong> mentir<br />
habríais hecho mejor en impedir que se batiese.<br />
-¡Oh! Vuestra Majestad, que es el caballero<br />
más cumplido <strong>de</strong> Francia, sabe muy bien<br />
que nosotros, los que llevamos espada, no<br />
hemos mirado jamás como <strong>de</strong>shonrado al señor<br />
<strong>de</strong> Boutteville por haber muerto en la Gréve. Lo<br />
que <strong>de</strong>shonra es huir <strong>de</strong>l enemigo, no encontrarse<br />
con el verdugo.<br />
-Pues bien -dijo Luis XIV-; aun quiero<br />
abriros camino para repararlo todo.<br />
-Si es <strong>de</strong> esos que convienen a un hidalgo,<br />
me apresuraré a seguirlo, señor.<br />
-¿<strong>El</strong> nombre <strong>de</strong>l enemigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
Guiche?
-¡Oh, oh! -murmuró Artagnan-. ¿Estamos<br />
todavía en tiempo <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I?<br />
-¡Majestad!... -murmuró Manicamp con<br />
acento <strong>de</strong> reconvención.<br />
-¿No queréis nombrarle, a lo que parece?<br />
-dijo el rey.<br />
-No le conozco, Majestad.<br />
-¡Bravo! -dijo Artagnan.<br />
-Señor <strong>de</strong> Manicamp, entregad vuestra<br />
espada al capitán. Manicamp inclinóse con la<br />
mayor gracia; se quitó sonriendo la espada, y la<br />
presentó al mosquetero.<br />
Pero Saint-Aignan se interpuso entre<br />
Artagnan y él.<br />
-Con el permiso <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />
dijo.<br />
-Hablad -dijo el rey, alegrándose quizá<br />
en el fondo <strong>de</strong>: su corazón <strong>de</strong> que se interpusiera<br />
alguien entre él y la cólera <strong>de</strong> que se había<br />
<strong>de</strong>jado llevar.<br />
-Manicamp, sois un intrépido, y el rey apreciará<br />
vuestro comportamiento; pero querer servir
<strong>de</strong>masiado a los amigos es perjudicarles. Manicamp,<br />
indudablemente sabéis el nombre que<br />
pi<strong>de</strong> el rey.<br />
-Es verdad, lo sé.<br />
-Entonces, lo diréis.<br />
-Si hubiera <strong>de</strong>bido <strong>de</strong>cirlo, ya lo habría<br />
hecho.<br />
-Entonces, lo diré yo, que no estoy interesado,<br />
como vos, en esa probidad.<br />
-Sois libre en hacerlo; pero me parece,<br />
no obstante...<br />
-¡Oh! Basta <strong>de</strong> magnanimidad; no quiero<br />
que vayáis a la Bastilla <strong>de</strong> ese modo. Hablad,<br />
o hablo yo.<br />
Manicamp era hombre <strong>de</strong> talento, y<br />
comprendió que había hecho lo bastante para<br />
hacer formar <strong>de</strong> él una buena opinión. Lo que<br />
restaba hacer era perseverar en captarse otra<br />
vez la buena voluntad <strong>de</strong>l rey.<br />
-Hablad, señor -dijo a Saint-Aignan-. He<br />
hecho por mi parte cuanto me dictaba mi conciencia,<br />
y preciso es que me hablase bien alto -
añadió dirigiéndose al rey-, cuando he contrariado<br />
las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Su Majestad; espero, sin<br />
embargo, que Su Majestad me perdonará cuando<br />
sepa que tenía que guardar el honor <strong>de</strong> una<br />
dama.<br />
-¿De una dama? -preguntó el rey, inquieto.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Fue una dama la causa <strong>de</strong>l combate?<br />
Manicamp se inclinó.<br />
<strong>El</strong> rey se levantó y acercóse a Manicamp.<br />
-Si la persona es digna <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración<br />
-dijo-, no me quejaré <strong>de</strong> que hayáis procedido<br />
<strong>de</strong> ese modo, al contrario.<br />
-Majestad, todo cuanto tiene relación<br />
con la casa <strong>de</strong>l rey o la <strong>de</strong> su hermano es digno<br />
<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración a mis ojos.<br />
-¿A la casa <strong>de</strong> mi hermano? -repitió Luis<br />
XIV como titubeando-. ¿Ha sido causa <strong>de</strong>l<br />
combate alguna dama <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> mi hermano?
-O <strong>de</strong> Madame.<br />
-¡Ah! ¿De Madame?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-De suerte que esa dama... -Es una <strong>de</strong> las<br />
camaristas <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Su Alteza Real la señora<br />
duquesa <strong>de</strong> Orleáns.<br />
-¿Por quien aseguráis que se ha batido<br />
el señor <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Sí; y lo que es ahora no miento. Luis<br />
hizo un movimiento lleno <strong>de</strong> turbación.<br />
-Señores -dijo volviéndose a los espectadores<br />
<strong>de</strong> aquella escena-, tened a bien retiraros<br />
por un momento; necesito conferenciar a<br />
solas con el señor <strong>de</strong> Manicamp. Sé que tiene<br />
muchas cosas que manifestarme en justificación<br />
suya, y que no se atreve a hacerlo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
testigos. .. Volveos a poner vuestra espada, señor<br />
<strong>de</strong> Manicamp.<br />
Manicamp colocó su acero en el cinturón.
-No le falta presencia <strong>de</strong> ánimo a ese<br />
perillán -murmuró el mosquetero, cogiendo el<br />
brazo <strong>de</strong> Saint-Aignan y retirándose con él.<br />
-Él saldrá <strong>de</strong>l aprieto -dijo este último al<br />
oído <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-Y honrosamente, con<strong>de</strong>.<br />
Manicamp dirigió a Saint-Aignan y al<br />
capitán una mirada <strong>de</strong> reconocimiento, que<br />
pasó inadvertida para el rey.<br />
-Vamos -dijo Artagnan al atravesar el<br />
umbral <strong>de</strong> la puerta-; mala opinión tenía formada<br />
<strong>de</strong> la nueva generación, pero veo que me<br />
engañaba, porque estos jóvenes todavía valen<br />
algo.<br />
Valot precedía al favorito y al capitán.<br />
<strong>El</strong> rey y Manicamp quedaron solos en el<br />
gabinete.<br />
XXV
ARTAGNAN RECONOCE QUE SE EQUI-<br />
VOCÓ Y QUE ERA MANICAMP QUIEN<br />
TENÍA RAZÓN<br />
<strong>El</strong> rey aseguróse, acercándose hasta la<br />
puerta, <strong>de</strong> que nadie escuchaba, y volvió a situarse<br />
precipitadamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su interlocutor.<br />
-Ea -dijo-, señor <strong>de</strong> Manicamp, ahora<br />
que estamos solos, explicaos.<br />
-Con la mayor franqueza, Majestad -<br />
contestó el joven.<br />
-Y ante todo -añadió el rey-, sabed que<br />
lo que más me interesa es el honor <strong>de</strong> las damas.<br />
-Por eso, precisamente, rehuía herir<br />
vuestra <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, Majestad.<br />
-Bien; ahora lo comprendo todo. Conque<br />
afirmás que se trataba <strong>de</strong> una doncella <strong>de</strong><br />
mi cuñada, y que la persona en cuestión, el adversario<br />
<strong>de</strong> Guiche, el hombre, en fin, que os<br />
resistías a nombrar...
-Pero que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan os<br />
dirá, Majestad.<br />
-Sí, ese hombre, digo, ¿ha ofendido a<br />
alguien <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Madame?<br />
-A la señorita <strong>de</strong> La Valliére, sí, Majestad.<br />
-¡Ah! -exclamó el rey, como si hubiese<br />
esperado aquello, y como si la noticia le hubiese,<br />
no obstante, atravesado el corazón-. ¡Ah!<br />
¿Conque era la señorita <strong>de</strong> La Valliére a quien<br />
se ultrajaba?<br />
-No aseguro precisamente que se la ultrajase,<br />
Majestad.<br />
-Pero, al fin...<br />
-Afirmo que se hablaba <strong>de</strong> ella en términos<br />
poco convenientes. -¡Hablaban en términos<br />
poco convenientes <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére!<br />
¿Y os obstináis en no <strong>de</strong>cirme quién era<br />
el insolente? -Majestad, creía que eso era ya<br />
cosa convenida, y que habíais <strong>de</strong>sistido <strong>de</strong><br />
hacer <strong>de</strong> mí un <strong>de</strong>lator. -Es verdad -dijo el rey
mo<strong>de</strong>rándose-; por otra parte, no tardaré en<br />
saber el nombre <strong>de</strong>l que he <strong>de</strong> castigar.<br />
Manicamp comprendió que la cuestión<br />
había cambiado.<br />
En cuanto al rey, vio que se había <strong>de</strong>jado<br />
arrastrar <strong>de</strong>masiado lejos.<br />
Así es que continuó:<br />
-Y lo castigaré, no porque se trate <strong>de</strong> la<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére, aunque le profeso particular<br />
aprecio, sino porque el objeto <strong>de</strong> la contienda<br />
ha sido una mujer. Quiero que en mi<br />
Corte se respete a las damas y no haya disputas.<br />
Manicamp se inclinó.<br />
-Vamos a ver, señor <strong>de</strong> Manicamp -<br />
continuó el rey-, ¿qué se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére?<br />
-¿No lo adivina Vuestra Majestad?<br />
-¿Yo?<br />
-Vuestra Majestad conoce bien la clase<br />
<strong>de</strong> chanzas que pue<strong>de</strong>n permitirse los jóvenes.
-Se diría tal vez que amaba a alguien -<br />
aventuró el rey.<br />
-Es probable.<br />
-Pues la señorita <strong>de</strong> La Valliére tiene<br />
<strong>de</strong>recho a amar a quien bien le parezca.<br />
-Eso es justamente lo que sostenía Guiche.<br />
-¿Y por eso se ha batido?<br />
-Por esa sola causa, Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey se ruborizó.<br />
-¿Y no sabéis más? -dijo.<br />
-¿Sobre qué punto?<br />
-Sobre el punto mas culminante que me<br />
estáis refiriendo.<br />
-¿Y qué <strong>de</strong>sea Vuestra Majestad que yo<br />
sepa?<br />
-<strong>El</strong> nombre, por ejemplo, <strong>de</strong> la persona a<br />
quien ama La Valliére, y a quien el enemigo <strong>de</strong><br />
Guiche le disputaba el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> amar.<br />
-Majestad, nada sé, nada he oído, ni he<br />
sorprendido nada; pero tengo a Guiche por<br />
hombre <strong>de</strong> gran corazón, y, si se ha sustituido
momentáneamente al protector <strong>de</strong> La Valliére,<br />
eso es porque el protector está <strong>de</strong>masiado alto<br />
para tomar él mismo su <strong>de</strong>fensa.<br />
Estas palabras eran más que transparentes;<br />
así fue que hicieron ruborizar al rey, pero,<br />
esta vez, <strong>de</strong> satisfacción.<br />
Luis dio un golpecito en el hombro a<br />
Manicamp.<br />
-Vamos, señor <strong>de</strong> Manicamp -le dijo-,<br />
veo que no sólo sois un mozo espiritual, sino<br />
también un cumplido hidalgo, y vuestro amigo<br />
Guiche es un paladín completamente <strong>de</strong> mi<br />
gusto; así se lo diréis, ¿no es verdad?<br />
-Así mismo, señor. ¿Vuestra Majestad<br />
me perdona?<br />
-Completamente.<br />
-¿Estoy ya en libertad?<br />
<strong>El</strong> rey sonrió y tendió la mano a Manicamp.<br />
Manicamp cogió aquella ruano y la besó.
-Y luego -añadió el rey-, sabéis contar<br />
perfectamente las cosas.<br />
-¿Yo, Majestad?<br />
-Me habéis hecho una relación animadísima<br />
<strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte ocurrido a Guiche. Me imagino<br />
estar viendo al jabalí, que sale <strong>de</strong>l bosque,<br />
al caballo, herido <strong>de</strong> muerte, a la fiera arremetiendo<br />
al jinete <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> matar al caballo. No<br />
contáis, señor, pintáis.<br />
-Creo que Vuestra Majestad se digna<br />
mofarse <strong>de</strong> mí -dijo Manicamp.<br />
-Al contrario -replicó Luis con la mayor<br />
serenidad-; estoy tan lejos <strong>de</strong> reírme, que quiero<br />
que contéis a todo el mundo esa aventura.<br />
-¿La aventura <strong>de</strong>l acecho?<br />
-Sí, tal como me la habéis referido, sin<br />
cambiar una palabra. ¿Estáis?<br />
-Perfectamente, Majestad.<br />
-¿La contaréis?<br />
-Sin per<strong>de</strong>r un minuto.
-Pues bien, ahora, llamad vos mismo al<br />
señor <strong>de</strong> Artagnan: Supongo que no le tendréis<br />
ya miedo.<br />
-¡Ah, Majestad! Nada temo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
estoy seguro <strong>de</strong> las bonda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi rey.<br />
-Pues llamad -dijo Luis. Manicamp<br />
abrió la puerta.<br />
-Señores -dijo-, el rey os llama.<br />
Artagnan, Saint-Aignan y Valot entraron.<br />
-Señores -dijo el rey-, os he hecho llamar<br />
para manifestaros que la explicación <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> Manicamp me ha <strong>de</strong>jado enteramente satisfecho.<br />
Artagnan lanzó a Valot, por un lado, y a<br />
Saint-Aignan, por otro, una mirada que significaba:<br />
"¿Qué os <strong>de</strong>cía yo?"<br />
<strong>El</strong> rey se llevó a Manicamp hasta la<br />
puerta, y le dijo en voz baja:<br />
-Que el señor <strong>de</strong> Guiche se cui<strong>de</strong>, y sobre<br />
todo que se cure pronto; quiero darle las
gracias en nombre <strong>de</strong> todas las damas; pero<br />
cuidado que no vuelva a las andadas.<br />
-¡Oh Majestad! Aun cuando tuviera que<br />
morir mil veces, volverá siempre que se trate<br />
<strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
La frase no podía ser más directa. Pero,<br />
como ya hemos dicho, Luis XIV gustaba <strong>de</strong>l<br />
incienso, y, con tal que se le diese, no era muy<br />
exigente en punto a la calidad.<br />
-Está bien -dijo <strong>de</strong>spidiendo a Manicamp-.<br />
Veré yo mismo a Guiche y le haré entrar<br />
en razón. Manicamp salió <strong>de</strong> espaldas.<br />
Entonces, el rey, volviéndose hacia los<br />
tres espectadores <strong>de</strong> aquella escena:<br />
-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan! -dijo.<br />
-Majestad.<br />
-¿Cómo se explica que hayáis visto tan<br />
turbio, vos, que tenéis tan buenos ojos?<br />
-¿Yo he visto mal, Majestad?<br />
-Sí, por cierto.<br />
-Así será, puesto que Vuestra Majestad<br />
lo dice. Pero, ¿en qué he visto turbio?
-En todo lo relativo al suceso <strong>de</strong>l bosque<br />
Rochin.<br />
-¡Ah, ah!<br />
-Habéis visto el rastro <strong>de</strong> los caballos,<br />
las pisadas <strong>de</strong> dos personas, los indicios <strong>de</strong> un<br />
combate, y nada <strong>de</strong> eso ha existido. Todo ha<br />
sido una pura ilusión.<br />
-¡Ah, ah! -volvió a murmurar Artagnan.<br />
-Lo mismo que el manoteo <strong>de</strong>l caballo, y<br />
esas señales <strong>de</strong> lucha. La<br />
lucha ha sido <strong>de</strong> Guiche contra un jabalí, y nada<br />
más. Eso, sí, parece que la lucha ha sido larga<br />
y terrible.<br />
-¡Ah, ah! -repitió Artagnan.<br />
-¡Y cuando pienso que he dado crédito<br />
por un momento a semejante error! ... ¡Pero, ya<br />
se ve, habláis con tal aplomo!<br />
-En efecto, Majestad; preciso es que estuviese<br />
ofuscado -dijo Artagnan con una gracia<br />
que agradó sobremanera al rey.<br />
-¿Conque convenís en ello?<br />
-¡Diantre, Majestad, ya lo creo!
-¿De suerte que ahora veis claramente la<br />
cosa?<br />
-La veo <strong>de</strong> modo muy distinto que la<br />
veía hace media hora.<br />
-¿Y a qué atribuís esa diferencia, en opinión<br />
vuestra?<br />
-¡Oh! A una cosa muy sencilla; hace media<br />
hora volvía <strong>de</strong>l bosque Rochin, don<strong>de</strong> no<br />
tenía más luz que la que <strong>de</strong>spedía un pobre<br />
farol <strong>de</strong> cuadra...<br />
-¿Y ahora?<br />
-Ahora tengo todas las luces <strong>de</strong> vuestro<br />
gabinete, y, a<strong>de</strong>más, los ojos <strong>de</strong>l rey que iluminan<br />
como dos soles.<br />
<strong>El</strong> rey se echó a reír, y Saint-Aignan a<br />
carcajear.<br />
-Lo mismo que el señor Valot -continuó<br />
Artagnan recogiendo la palabra <strong>de</strong> labios <strong>de</strong>l<br />
rey-, que se ha figurado, no sólo que el señor <strong>de</strong><br />
Guiche había sido herido con bala, sino haber<br />
extraído la bala <strong>de</strong>l pecho.<br />
-A fe mía -dijo Valot-, -confieso...
-¿No es verdad que lo habéis creído? -<br />
repuso Artagnan.<br />
-No sólo lo he creído -contestó Valot-,<br />
sino que no tendría inconveniente en jurarlo<br />
ahora mismo.<br />
-Pues bien, mi querido doctor, todo eso<br />
lo habéis soñado.<br />
-¿Lo he soñado?<br />
-¡La herida <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche, un sueño!<br />
¡La bala, sueño también! ... Así, pues,<br />
creedme, no se hable más <strong>de</strong> ello.<br />
-Bien dicho -dijo el rey-; tomad el consejo<br />
que os da Artagnan. No habléis a nadie <strong>de</strong><br />
vuestro sueño, señor Valot; por mi honor que<br />
no os pesará. Buenas noches, señores. ¡Oh! ¡Qué<br />
triste es ir al acecho <strong>de</strong> jabalíes!<br />
-¡Qué triste cosa -repitió Artagnan en<br />
voz alta- es ir al acecho <strong>de</strong> jabalíes!<br />
Y fue repitiendo esa frase por todos los<br />
cuartos que atravesaba, hasta que salió <strong>de</strong>l palacio,<br />
llevándose consigo al señor Valot.
-Ahora que permanecemos solos -dijo el<br />
rey a Saint-Aignan-, ¿cómo se llama el adversario<br />
<strong>de</strong> Guiche?<br />
Saint-Aignan miró al rey. -¡Oh! No tengáis<br />
reparo -añadió el rey-; ya sabéis que <strong>de</strong>bo<br />
perdonar.<br />
-War<strong>de</strong>s -dijo Saint-Aignan.<br />
-Bien.<br />
Y, al momento, entrando con precipitación<br />
en su cuarto:<br />
-Perdonar no es olvidar -dijo Luis XIV.<br />
XXVI<br />
CONVENIENCIA DE TENER DOS CUER-<br />
DAS PARA UN ARCO<br />
Salía Manicamp <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>l rey<br />
muy gozoso <strong>de</strong> haber salido tan bien <strong>de</strong> su<br />
apuro, cuando al llegar al pie <strong>de</strong> la escalera y al<br />
pasar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una puerta, advirtió que le<br />
tiraban <strong>de</strong> una manga.
Volvióse y reconoció a Montalais, que le<br />
aguardaba y que con voz misteriosa y el cuerpo<br />
inclinado hacia a<strong>de</strong>lante, le dijo:<br />
-Señor, haced el favor <strong>de</strong> venir pronto.<br />
-¿Y adón<strong>de</strong>, señorita? -preguntó Manicamp.<br />
-Un verda<strong>de</strong>ro caballero no me habría<br />
hecho tal pregunta, sino que me habría seguido<br />
sin necesidad <strong>de</strong><br />
explicación alguna.<br />
-Pues bien, señorita -repuso Manicamp-,<br />
estoy resuelto a conducirme como un verda<strong>de</strong>ro<br />
caballero.<br />
-Ya es tar<strong>de</strong>, y habéis perdido todo el<br />
mérito. Vamos al aposento <strong>de</strong> Madame; venid.<br />
-¡Ah, ah! -dijo Manicamp-. Vamos al<br />
aposento <strong>de</strong> Madame.<br />
Y siguió a Montalais, que corría <strong>de</strong>lante,<br />
ligera como Galatea.<br />
"Lo que es ahora -<strong>de</strong>cíase Manicamp<br />
conforme seguía a Montalais-, no creo que sean<br />
<strong>de</strong>l caso las historias <strong>de</strong> caza. Veremos, no obs-
tante; y si fuese necesario... ¡Oh! Si fuese preciso,<br />
ya hallaremos otra cosa."<br />
Montalais no aflojaba el paso. "¡Qué<br />
cosa tan molesta es tener necesidad al mismo<br />
tiempo <strong>de</strong> la imaginación y <strong>de</strong> las piernas!",<br />
pensó Manicamp.<br />
Llegaron al fin.<br />
Madame había terminado su tocado <strong>de</strong><br />
noche; estaba en elegante traje <strong>de</strong> casa, pero ya<br />
se compren<strong>de</strong>rá que aquel tocado lo había hecho<br />
antes <strong>de</strong> sufrir las emociones que a la sazón<br />
la agitaban.<br />
La princesa esperaba con visible impaciencia.<br />
Así fue que Montalais y Manicamp la<br />
encontraron <strong>de</strong> pie junto a la puerta.<br />
Al ruido <strong>de</strong> sus pasos salió Madame al<br />
encuentro.<br />
-¡Ah! -exclamó-. ¡Al fin!<br />
-Aquí está el señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo<br />
Montalais. Manicamp inclinóse respetuosamente.
Madame hizo seña a Montalais <strong>de</strong> que<br />
se retirase. La joven obe<strong>de</strong>ció.<br />
La princesa la siguió con la vista en silencio<br />
hasta que cerró tras ella la puerta, y, volviéndose<br />
luego a Manicamp:<br />
-¿Qué es eso que me han dicho, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp? ¿Hay algún herido en palacio?<br />
-Sí, señora, <strong>de</strong>sgraciadamente... <strong>El</strong> señor<br />
<strong>de</strong> Guiche.<br />
-Sí, el señor <strong>de</strong> Guiche -repitió la princesa-;<br />
lo había oído <strong>de</strong>cir, pero no afirmar. ¿De<br />
modo que ha sido realmente al señor <strong>de</strong> Guiche<br />
a quien le ha sucedido esa <strong>de</strong>sgracia?<br />
-Al mismo en persona, señora.<br />
-¿Sabéis, señor <strong>de</strong> Manicamp -dijo vivamente<br />
la princesa-, que los duelos le son antipáticos<br />
al rey?<br />
-Sí que lo sé, señora; pero no creo que<br />
tengan nada que ver los duelos con una fiera.<br />
-¡Oh! Creo que no me haréis el agravio<br />
<strong>de</strong> creer que dé crédito a esa absurda fábula,<br />
esparcida con no sé qué objeto, <strong>de</strong> haber sido
herido el señor <strong>de</strong> Guiche por un jabalí. No, no,<br />
caballero; la verdad se sabe, y en este momento<br />
el señor <strong>de</strong> Guiche, sobre el disgusto <strong>de</strong> verse<br />
herido, corre el riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la libertad.<br />
-¡Ay, señora! -exclamó Manicamp-. Bien<br />
lo sé; ¡pero qué se le ha <strong>de</strong> hacer!<br />
-¿Habéis visto a Su Majestad?<br />
-Sí, señora.<br />
-¿Y qué le habéis dicho?<br />
-Le he dicho que el señor <strong>de</strong> Guiche fue<br />
al acecho; que salió un jabalí <strong>de</strong>l bosque Rochin;<br />
que el señor <strong>de</strong> Guiche le disparó un tiro,<br />
y que, finalmente, el animal, furioso, se volvió<br />
contra él, le mató el caballo y le hirió a él mismo<br />
gravemente.<br />
-¿Y el rey ha creído todo eso?<br />
-Enteramente.<br />
-¡Me <strong>de</strong>jáis muy sorprendida, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp!<br />
Y madame comenzó a pasearse a lo largo<br />
<strong>de</strong> la habitación, echando <strong>de</strong> vez en cuando<br />
una mirada investigadora a Manicamp, el cual
estaba impasible y sin moverse en el sitio que<br />
había elegido al entrar. Al fin se <strong>de</strong>tuvo.<br />
-No obstante -dijo-, aquí todos están<br />
unánimes en dar otra causa a esa herida.<br />
-¿Qué causa, señora? ... Si no es<br />
indiscreto hacer esta pregunta a Vuestra Alteza.<br />
-¿Eso preguntáis, siendo vos el amigo<br />
íntimo y el confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche?<br />
-¡Oh señora! Amigo íntimo, sí; confi<strong>de</strong>nte,<br />
no. Guiche es uno <strong>de</strong> esos hombres que<br />
pue<strong>de</strong>n tener secretos, y todavía podré añadir<br />
que los tienen, pero que no los dicen. Guiche es<br />
discreto, señora.<br />
-Pues bien, esos secretos que el señor <strong>de</strong><br />
Guiche guarda para sí, seré yo la que tenga el<br />
placer <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubríroslos -dijo la princesa con<br />
<strong>de</strong>specho-, porque, en verdad, podría el rey<br />
interrogaros por segunda vez, y si le hacíais el<br />
mismo relato, podría no quedar muy satisfecho.<br />
-Creo que Vuestra Alteza está en un<br />
error. Puedo juraros que Su Majestad ha quedado<br />
muy satisfecho <strong>de</strong> mí.
-Entonces, permitid que os diga, señor<br />
<strong>de</strong> Manicamp, que eso no <strong>de</strong>muestra más que<br />
una cosa, y es que Su Majestad es muy fácil <strong>de</strong><br />
contentar.<br />
-Creo que Vuestra Alteza hace mal en<br />
abrigar esa opinión. Todo el mundo sabe que el<br />
rey no se paga sino <strong>de</strong> muy buenas razones.<br />
-¿Y suponéis que os agra<strong>de</strong>zca vuestra<br />
oficiosa mentira cuando sepa mañana que el<br />
señor <strong>de</strong> Guiche ha tenido por su amigo, el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, una querella que ha terminado<br />
en duelo?<br />
-¡Una querella por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-exclamó Manicamp con el aire más ingenuo<br />
<strong>de</strong>l mundo-. ¿Qué me dice Vuestra Alteza?<br />
-¿Qué tiene eso <strong>de</strong> extraño? <strong>El</strong> señor <strong>de</strong><br />
Guiche es susceptible, irritable, y se acalora<br />
fácilmente.<br />
-Pues yo, señora. tengo al señor <strong>de</strong> Guiche<br />
por hombre <strong>de</strong> mucha calma, y no le creo<br />
susceptible ni irritable sino cuando tiene motivos<br />
muy justos.
-¿Y no creéis que la amistad sea un motivo<br />
justo? -dijo la princesa.<br />
-¡Oh! Sin duda, señora, y sobre todo<br />
para un corazón como el suyo.<br />
-Pues bien, el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es<br />
amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche; creo que eso no lo<br />
negaréis.<br />
-¡Oh! ¡No por cierto!<br />
-Pues bien, el señor <strong>de</strong> Guiche ha tomado<br />
la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y como<br />
éste se hallaba ausente y no podía batirse, se ha<br />
batido por él.<br />
Manicamp <strong>de</strong>jó entrever cierta sonrisa, e<br />
hizo dos o tres movimientos <strong>de</strong> cabeza y <strong>de</strong><br />
hombros, que significaban: "¡Bueno! Si así lo<br />
queréis. . . ".<br />
-¡Pero, en fin -dijo impaciente la princesa-,<br />
hablad!<br />
-¿Yo?<br />
-Sí; conozco que no sois <strong>de</strong> mi parecer y<br />
tenéis algo que <strong>de</strong>cirme.<br />
-Sólo tengo que <strong>de</strong>cir una cosa, señora.
-¡Decidla!<br />
-Que no comprendo una palabra <strong>de</strong> lo<br />
que me hacéis el honor <strong>de</strong> referir.<br />
-¡Cómo! ¿No comprendéis una palabra<br />
<strong>de</strong> la contienda entre el señor <strong>de</strong> Guiche y el<br />
señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s? -exclamó la princesa, casi<br />
irritada.<br />
Manicamp calló.<br />
-Contienda -prosiguió Madame- nacida<br />
<strong>de</strong> una frase más o menos fundada, acerca <strong>de</strong> la<br />
virtud <strong>de</strong> cierta dama.<br />
-¡Ah! ¿De cierta dama? Eso es distinto -<br />
dijo Manicamp.<br />
-Ya principiáis a enten<strong>de</strong>r, ¿no es cierto?<br />
-Vuestra Alteza me perdonará, mas no<br />
me atrevo...<br />
-¿No os atrevéis? -dijo exasperada Madame-.<br />
Pues bien, yo me atreveré.<br />
-¡Señora, señora! -exclamó Manicamp<br />
como si le asustara aquella amenaza-. Poned<br />
atención a lo que vais a <strong>de</strong>cir.
-¡Ah! Parece que si yo fuese hombre os<br />
batiríais conmigo, a pesar <strong>de</strong> los edictos <strong>de</strong> Su<br />
Majestad, como el señor <strong>de</strong> Guiche se ha batido<br />
con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s por la virtud <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¡De la señorita <strong>de</strong> La Valliére! -dijo Manicamp<br />
con súbito sobresalto, como si estuviera<br />
muy distante <strong>de</strong> esperar que fuese pronunciado<br />
aquel nombre.<br />
-¡Oh! ¿Qué tenéis señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />
para sobresaltaros así? -dijo Madame con ironía-.<br />
¿Cometeréis la impertinencia <strong>de</strong> dudar <strong>de</strong><br />
esa virtud?<br />
-¡Pero si no juega aquí para nada la virtud<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, señora!<br />
-¡Cómo! ¿Después que dos hombres se<br />
han batido a muerte por una mujer, venís afirmando<br />
que esa mujer no tiene nada que ver en<br />
eso, y que no se trata <strong>de</strong> ella? En verdad, señor<br />
<strong>de</strong> Manicamp, no os creía tan buen cortesano.<br />
-Perdón, perdón, señora -contestó el<br />
joven-, pero creo que no acertamos a compren-
<strong>de</strong>rnos. Vos me hacéis el honor <strong>de</strong> hablarme en<br />
un idioma, y yo, a lo que parece, hablo en otro.<br />
-¿De veras?<br />
-Perdón; pero he creído compren<strong>de</strong>r que<br />
Vuestra Alteza había dicho que los señores <strong>de</strong><br />
Guiche y <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s habíanse batido por la<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-Eso he dicho.<br />
-Por la señorita <strong>de</strong> La Valliére, ¿no es<br />
cierto? -repitió Manicamp.<br />
-¡Eh! No he dicho que el señor <strong>de</strong> Guiche<br />
se ocupase personalmente <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére, sino en nombre <strong>de</strong> otro.<br />
-¡En nombre <strong>de</strong> otro!<br />
-¡Ea, no vengáis haciéndoos el <strong>de</strong>sentendido!<br />
Todo el mundo sabe aquí que el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> está para casarse con la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére, y que, al marcharse a cumplir la<br />
comisión que Su Majestad le ha confiado en<br />
Londres, ha encargado a su amigo el señor <strong>de</strong><br />
Guiche velar por, esa joven. -¡Ah! Nada digo,
ya que Vuestra Alteza está perfectamente enterada.<br />
-De todo; os lo prevengo. Manicamp se<br />
echó a reír, salida que estuvo a punto <strong>de</strong> exasperar<br />
a la princesa, quien, como es sabido, no<br />
tenía carácter muy sufrido.<br />
-Señora -replicó el discreto Manicamp,<br />
saludando a la princesa-, echemos tierra a este<br />
asunto, que jamás llegará a ponerse en claro.<br />
-¡Oh! En cuanto a eso, nada hay que<br />
hacer, pues los datos son completísimos. <strong>El</strong> rey<br />
sabrá que el señor <strong>de</strong> Guiche ha salido a la <strong>de</strong>fensa<br />
<strong>de</strong> esa aventurerilla que quiere echársela<br />
<strong>de</strong> gran señora; sabrá que habiendo nombrado<br />
el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> por guardián ordinario<br />
<strong>de</strong>l jardín <strong>de</strong> las Hespéri<strong>de</strong>s a su amigo el señor<br />
<strong>de</strong> Guiche, éste ha dado la <strong>de</strong>ntellada correspondiente<br />
al señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, que osó poner la<br />
mano en la manzana <strong>de</strong> oro. Ahora bien, no<br />
<strong>de</strong>jaréis <strong>de</strong> saber, señor <strong>de</strong> Manicamp, vos, que<br />
estáis tan bien informado, que el rey codicia<br />
por su parte ese famoso tesoro, y que tal vez no
llevará a bien que el señor <strong>de</strong> Guiche se haya<br />
constituido en <strong>de</strong>fensor suyo. ¿Estáis ya bien<br />
enterado, o necesitáis alguna otra aclaración?<br />
Decid, preguntad.<br />
-No, señora; no <strong>de</strong>seo saber nada.<br />
-Tened, no obstante, entendido, porque<br />
es necesario que lo sepáis, que la indignación<br />
<strong>de</strong>l rey tendrá resultados terribles: en los príncipes<br />
<strong>de</strong> un carácter como el <strong>de</strong>l rey, la cólera<br />
amorosa es un huracán.<br />
-Que vos apaciguáis, señora.<br />
-¡Yo! -exclamó la princesa con a<strong>de</strong>mán<br />
<strong>de</strong> violenta ironía-. ¿Y a título <strong>de</strong> qué?<br />
-Porque os repugnan las injusticias, señora.<br />
-¿Y sería una injusticia, a vuestros ojos,<br />
el impedir al rey que manejase sus asuntos <strong>de</strong><br />
amor?<br />
-Sin embargo, espero que interce<strong>de</strong>réis<br />
en favor <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Oh! Sin duda estáis loco, caballero -<br />
dijo la princesa en tono altanero.
-Al contrario, señora, estoy en mi cabal<br />
juicio, y lo repito, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>réis al señor <strong>de</strong> Guiche<br />
ante el rey.<br />
-¿Yo? -Sí.<br />
-¿Y a santo <strong>de</strong> qué?<br />
-Porque la causa <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche es<br />
la vuestra, señora -dijo en voz baja y con ardor<br />
Manicamp, cuyos ojos se inflamaron a la sazón.<br />
-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Digo, señora, que me extraña mucho<br />
que, en el nombre <strong>de</strong> La Valliére, mezclado en<br />
esa <strong>de</strong>fensa que ha tomado el señor <strong>de</strong> Guiche<br />
por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ausente, no haya<br />
adivinado Vuestra Alteza un pretexto.<br />
-¿Un pretexto?<br />
-Sí.<br />
-Pero un pretexto, ¿<strong>de</strong> qué? - repitió<br />
balbuciente la princesa, a quien las miradas <strong>de</strong><br />
Manicamp habían hecho ver claro.<br />
-Ahora, señora -añadió el joven-, creo<br />
haber dicho lo bastante para <strong>de</strong>terminar a<br />
Vuestra Alteza a no acriminar ante el rey a ese
pobre Guiche, sobre quien van a recaer todas<br />
las enemista<strong>de</strong>s fomentadas por cierto partido<br />
muy contrario al vuestro.<br />
-¿Queréis <strong>de</strong>cir que todos los que no<br />
quieren a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y tal vez<br />
algunos <strong>de</strong> los que la quieren, mirarán con malos<br />
ojos al con<strong>de</strong>?<br />
-¡Oh señora! ¿Es posible que llevéis a tal<br />
punto vuestra obstinación, que no atendáis a<br />
las palabras <strong>de</strong> un amigo leal? ¿Tendré que exponerme<br />
a incurrir en vuestro <strong>de</strong>sagrado?<br />
¿Tendré que nombraros, a pesar mío, la persona<br />
que ha sido la causa verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la contienda?<br />
-¡La persona! -repitió Madame sonrojándose.<br />
-¿Será preciso -continuó Manicamp- que<br />
os muestre al pobre Guiche irritado, furioso,<br />
exasperado por todos esos rumores que corren<br />
acerca <strong>de</strong> esa persona? ¿Será preciso, si os obstináis<br />
en no reconocerla, y si el respeto continúa<br />
impidiéndome nombrarla, que os traiga a la
memoria las escenas <strong>de</strong> Monsieur con el señor<br />
<strong>de</strong> Buckingham, las insinuaciones propaladas a<br />
consecuencia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stierro <strong>de</strong>l duque? ¿Será<br />
preciso que os pinte los esfuerzos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> por<br />
agradar, contemplar y proteger a esa persona<br />
por quien solamente vive, por quien únicamente<br />
respira? Pues bien, lo haré; y cuando os haya<br />
recordado todo eso, tal vez comprendáis que el<br />
con<strong>de</strong>, apurada su paciencia, provocado hace<br />
mucho tiempo por War<strong>de</strong>s; a la primera palabra<br />
poco conveniente que éste haya soltado<br />
respecto <strong>de</strong> esa persona se haya acalorado y<br />
respirado venganza.<br />
La princesa ocultó su rostro entre las<br />
manos.<br />
-¡Señor, señor! -exclamó-. ¿Qué estáis<br />
diciendo y a quién lo <strong>de</strong>cís?<br />
-Entonces, señora -prosiguió Manicamp<br />
como si no hubiese oído las exclamaciones <strong>de</strong> la<br />
princesa-, nada os extrañará ya, ni el ardor <strong>de</strong>l<br />
con<strong>de</strong> en buscar esa contienda, ni su maravillosa<br />
<strong>de</strong>streza en conducirla a un terreno extraño a
vuestros intereses. No cabe mayor habilidad ni<br />
sangre fría; y, si la persona por quien el con<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> Guiche se ha batido y ha <strong>de</strong>rramado su sangre,<br />
<strong>de</strong>be, verda<strong>de</strong>ramente, algún reconocimiento<br />
al pobre herido, no es seguramente por<br />
la sangre que ha perdido ni por los dolores que<br />
ha sufrido, sino por su miramiento a una honra<br />
que aprecia más que la suya propia.<br />
-¡Oh! -exclamó Madame como si hubiese<br />
estado sola-. ¡Oh! ¡Sería sin duda mi causa!<br />
Manicamp pudo respirar; había ganado bravamente<br />
aquel reposo, y respiró.<br />
Madame quedó, por su parte, sumida en<br />
dolorosos pensamientos. Adivinábase su<br />
agitación en los movimientos acelerados <strong>de</strong> su<br />
seno, en la langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus ojos, y en las frecuentes<br />
presiones <strong>de</strong> la mano contra su corazón.<br />
Pero, en ella, no era la coquetería una<br />
pasión inerte, sino antes bien, un fuego que<br />
buscaba alimento y sabía hallarlo.
-Entonces -dijo-, el con<strong>de</strong> habrá <strong>de</strong>jado<br />
obligadas a dos personas a la vez, porque el<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> <strong>de</strong>be también al señor <strong>de</strong><br />
Guiche profundo reconocimiento, tanto mayor,<br />
cuanto que siempre y en todas partes pasará<br />
por haber sido el generoso campeón <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Manicamp conoció que aún quedaba un<br />
resto <strong>de</strong> duda en el corazón <strong>de</strong> la princesa, y su<br />
ánimo acaloróse con la resistencia.<br />
-¡Vaya un servicio -dijo- que ha prestado<br />
a la señorita <strong>de</strong> La Valliére y al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>!<br />
<strong>El</strong> duelo ha producido un escándalo que<br />
<strong>de</strong>shonra en gran parte a esa joven; un escándalo<br />
que la malquista necesariamente con el vizcon<strong>de</strong>.<br />
De ello resulta que el pistoletazo <strong>de</strong>l <strong>de</strong><br />
War<strong>de</strong>s ha causado tres efectos en lugar <strong>de</strong><br />
uno; matar el honor <strong>de</strong> una mujer, la felicidad<br />
<strong>de</strong> un hombre, y quizá también herir <strong>de</strong> muerte<br />
a uno <strong>de</strong> los mejores hidalgos <strong>de</strong> Francia. ¡Ah,<br />
señora! Vuestra lógica es muy severa: con<strong>de</strong>na<br />
siempre, y nunca absuelve.
Las últimas palabras <strong>de</strong> Manicamp batieron<br />
en brecha la última duda que había quedado,<br />
no en el corazón, sino en el ánimo <strong>de</strong> Madame.<br />
No era ya ni una princesa con sus escrúpulos,<br />
ni una mujer con sus recelos suspicaces,<br />
sino un corazón que acababa <strong>de</strong> sentir el frío<br />
profundo <strong>de</strong> una herida.<br />
-¡Herido <strong>de</strong> muerte! -exclamó con voz<br />
angustiosa-. ¡Ah, señor <strong>de</strong> Manicamp! ¿No<br />
habéis dicho herido <strong>de</strong> muerte?<br />
Manicamp sólo contestó con un profundo<br />
suspiro.<br />
-¿Conque el con<strong>de</strong> está gravemente<br />
herido? -añadió la princesa.<br />
-¡Ay, señora! Le han <strong>de</strong>strozado una<br />
mano y tiene una bala en el pecho.<br />
-¡Dios mío, Dios mío! -exclamó la princesa,<br />
con la excitación <strong>de</strong> la fiebre-. ¡Es terrible,<br />
señor <strong>de</strong> Manicamp! ¡Una mano <strong>de</strong>strozada y<br />
una bala en el pecho! ¡Dios mío! ¿Y ha sido ese<br />
miserable, ese asesino <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s quien ha<br />
hecho eso?... ¡Oh, no hay justicia en el cielo!
Manicamp parecía entregado a una violenta<br />
emoción. Verdad es que había <strong>de</strong>splegado<br />
gran energía en la última parte <strong>de</strong> su alegato.<br />
En cuanto a Madame, no se hallaba en<br />
estado <strong>de</strong> guardar miramientos; cuando la pasión<br />
<strong>de</strong>sarrollaba en ella ira o simpatía, nada<br />
había que pudiese contener su impulso. Y acercóse<br />
a Manicamp, que se había <strong>de</strong>jado caer sobre<br />
un sillón, como si el dolor fuese una excusa<br />
bastante po<strong>de</strong>rosa para infringir las leyes <strong>de</strong> la<br />
etiqueta.<br />
-Señor -le dijo, tomándole una mano-,<br />
sed franco.<br />
Manicamp levantó la cabeza.<br />
-¿Está el señor <strong>de</strong> Guiche en peligro <strong>de</strong><br />
muerte? -añadió Madame.<br />
-Con doble motivo, señora -dijo Manicamp-:<br />
primero, a causa <strong>de</strong> la hemorragia que<br />
se ha <strong>de</strong>clarado por haberle roto la bala una<br />
arteria en la mano, y <strong>de</strong>spués, a causa <strong>de</strong> la<br />
herida <strong>de</strong>l pecho, que, a juicio <strong>de</strong>l médico, es<br />
fácil que haya interesado algún órgano esencial.
-Según eso, ¿pue<strong>de</strong> morir?<br />
-¡Oh! Sí, señora; y sin el con suelo <strong>de</strong><br />
saber que habéis conocido su abnegación.<br />
-Pues <strong>de</strong>cídselo.<br />
-¿Yo?<br />
-Sí, ¿no sois su amigo?<br />
-¿Yo? ¡Oh, no, señora! Yo no diré al señor<br />
<strong>de</strong> Guiche, si el <strong>de</strong>sgraciado está todavía en<br />
disposición <strong>de</strong> oírme, sino lo que he visto por<br />
mis propios ojos, vuestra crueldad para con él.<br />
-¡Señor! ¡Oh! ¡No cometeréis esa barbarie!<br />
-Sí tal, señora; diré esa verdad, porque<br />
al fin la naturaleza pue<strong>de</strong> mucho en un hombre<br />
<strong>de</strong> sus años. Los médicos son hábiles, y si, por<br />
casualidad, el pobre con<strong>de</strong> sobreviviese a su<br />
herida, no querría que quedase expuesto a morir<br />
<strong>de</strong> la herida <strong>de</strong>l corazón, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />
sanado <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l cuerpo.<br />
Al pronunciar estas palabras se levantó<br />
Manicamp y, con una profunda reverencia,<br />
hizo como que iba a retirarse.
-A lo menos, señor -dijo Madame <strong>de</strong>teniéndole<br />
con aire <strong>de</strong> ruego-, no os iréis sin <strong>de</strong>cirme<br />
el estado en que se halla el herido, y<br />
quién es el médico que lo asiste.<br />
-Está muy mal, señora; esto en cuanto a<br />
su estado. Respecto a su médico, es el <strong>de</strong> Su<br />
Majestad, el señor Valot, auxiliado <strong>de</strong> otro médico,<br />
a cuya casa fue transportado el señor <strong>de</strong><br />
Guiche.<br />
-¿Pues que, no se halla en Palacio? -<br />
preguntó Madame.<br />
-¡Ay, señora! <strong>El</strong> pobre joven se encontraba<br />
en tan mal estado, que no ha podido ser<br />
conducido hasta aquí.<br />
-Dadme las señas, caballero -dijo vivamente<br />
la princesa-, y enviaré a saber <strong>de</strong> él.<br />
-Calle <strong>de</strong> la Paja, señora; una casa <strong>de</strong><br />
ladrillos con postigos blancos. En la puerta<br />
está escrito el nombre <strong>de</strong>l doctor.<br />
-¿Vais ahora a ver al herido, señor <strong>de</strong><br />
Manicamp?<br />
-Sí, señora.
-Entonces <strong>de</strong>searía que me hiciérais un<br />
favor.<br />
-Estoy a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Vuestra Alteza.<br />
-Haced lo que pensábais; id a ver a Guiche;<br />
haced que se marchen los que tenga al lado<br />
suyo, y <strong>de</strong>spués alejaos vos también.<br />
-Señora...<br />
-No perdamos el tiempo en explicaciones<br />
inútiles. Este es el hecho, y no queráis<br />
ver en él otra cosa que la que hay, ni saber<br />
más <strong>de</strong> lo que yo os digo. Voy a enviar una <strong>de</strong><br />
mis damas, quizá dos, a causa <strong>de</strong> lo avanzado<br />
<strong>de</strong> la hora, y no quisiera que os viesen, o mejor<br />
dicho, quisiera que no las vieseis a ellas; son<br />
escrúpulos que <strong>de</strong>béis compren<strong>de</strong>r mejor que<br />
nadie, vos, que siempre lo adivináis todo.<br />
-Señora, perfectamente; aún puedo<br />
hacer algo mejor, y es ir <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> vuestras<br />
mensajeras, lo cual será a la vez un modo <strong>de</strong><br />
indicarles con seguridad el camino, y <strong>de</strong> ampararlas<br />
en caso <strong>de</strong> que la casualidad hiciese que,
contra toda probabilidad, tuvieran necesidad<br />
<strong>de</strong> protección.<br />
-Y luego, por ese medio, podrán entrar<br />
sin dificultad alguna, ¿no es verdad?<br />
-Seguramente, señora; porque, pasando<br />
yo el primero, quitaré cualquier dificultad, en<br />
caso <strong>de</strong> que la hubiese.<br />
-Pues bien, señor <strong>de</strong> Manicamp, esperad<br />
al pie <strong>de</strong> la escalera.<br />
-Allá voy, señora.<br />
-Aguardad.<br />
Manicamp se <strong>de</strong>tuvo.<br />
-Cuando oigáis las pisadas <strong>de</strong> las dos<br />
mujeres que van a bajar, echaréis a andar, y<br />
seguiréis sin volveros el camino que conduce a<br />
casa <strong>de</strong>l pobre con<strong>de</strong>.<br />
-Pero, ¿y si la casualidad hiciera que<br />
bajasen otras dos personas y yo me equivocase?<br />
-La señal serán tres palmadas.<br />
-Corriente.<br />
-Id, pues.
Manicamp se volvió, saludó y salió con<br />
el corazón lleno <strong>de</strong> alegría. No ignoraba, con<br />
efecto, que la presencia <strong>de</strong> Madame era el mejor<br />
bálsamo que podía aplicarse a las llagas <strong>de</strong>l<br />
herido.<br />
No había transcurrido un cuarto <strong>de</strong> hora<br />
todavía cuando llegó a sus oídos el ruido <strong>de</strong><br />
una puerta que abrían y cerraban con precaución.<br />
Luego oyó unas pisadas ligeras en la escalera,<br />
y por fin las tres palmadas, que era la señal<br />
convenida.<br />
Echó a andar al punto, y, fiel a su palabra,<br />
se dirigió sin volver la cabeza por las calles<br />
<strong>de</strong> Fontainebleau hacia la morada <strong>de</strong>l doctor.<br />
XXV<strong>II</strong><br />
EL SEÑOR MALICORNE, ARCHIVERO DEL<br />
REINO DE FRANCIA<br />
Dos mujeres, envueltas en mantos y con<br />
la cara velada por una media careta <strong>de</strong> tercio-
pelo negro, seguían tímidamente los pasos <strong>de</strong><br />
Manicamp.<br />
En el piso principal, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las cortinas<br />
<strong>de</strong> damasco encarnado, brillaba la suave<br />
luz <strong>de</strong> una lámpara puesta sobre un aparador.<br />
Al otro extremo <strong>de</strong>l mismo cuarto, en<br />
un lecho <strong>de</strong> columnas salomónicas, cerrado por<br />
cortinas iguales a las que amortiguaban el fuego<br />
<strong>de</strong> la lámpara, <strong>de</strong>scansaba Guiche con la<br />
cabeza reclinada sobre dos almohadas, y los<br />
ojos anegados en espesa niebla. Largos cabellos<br />
negros, ensortijados, esparcidos por la almohada,<br />
adornaban con su <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n las sienes pálidas<br />
<strong>de</strong>l joven.<br />
Notábase en seguida que la fiebre era la<br />
huésped principal <strong>de</strong> aquella habitación.<br />
Guiche soñaba. Su espíritu seguía, a<br />
través <strong>de</strong> las tinieblas, uno <strong>de</strong> esos ensueños <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>lirio que el cielo envía por el camino <strong>de</strong> la<br />
muerte a los que van a caer en el universo <strong>de</strong> la<br />
eternidad.
En el suelo veíanse dos o tres manchas<br />
<strong>de</strong> sangre líquida aún. Manicamp subió los<br />
escalones con precipitación; pero al llegar al<br />
umbral se <strong>de</strong>tuvo, empujó suavemente la puerta,<br />
introdujo la cabeza en la habitación, y, viendo<br />
que todo estaba tranquilo, se acercó <strong>de</strong> puntillas<br />
al gran sillón <strong>de</strong> cuero, muestra mobiliaria<br />
<strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong> Enrique IV. Se acercó a la enfermera,<br />
que, como es natural, estaba dormida,<br />
la <strong>de</strong>spertó, y le rogó que pasase al cuarto inmediato.<br />
Después, <strong>de</strong> pie junto a la cama, se puso<br />
a reflexionar si convendría <strong>de</strong>spertar a Guiche<br />
para hacerle saber la buena nueva que le traía.<br />
Pero, como <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cortina <strong>de</strong> la<br />
puerta, oyera el sedoso crujir <strong>de</strong> unos vestidos<br />
y la respiración angustiosa <strong>de</strong> sus dos compañeras<br />
<strong>de</strong> camino, y como viera ya levantarse<br />
impaciente la cortina <strong>de</strong> aquella puerta, se escurrió<br />
a lo largo <strong>de</strong> la cama, y siguió a la enfermera<br />
a la habitación contigua.
Entonces, en el momento mismo en que<br />
<strong>de</strong>saparecía, levantóse la colgadura y entraron<br />
las mujeres en la habitación que Manicamp acababa<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar.<br />
La que entró primero hizo a su compañera<br />
un a<strong>de</strong>mán imperioso que la clavó en un<br />
escabel al lado <strong>de</strong> la puerta.<br />
En seguida se a<strong>de</strong>lantó resueltamente<br />
hacia el lecho, <strong>de</strong>scorrió las cortinas y recogió<br />
sus pliegues flotantes <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabecera.<br />
Entonces vio el rostro pálido <strong>de</strong>l con<strong>de</strong><br />
y su mano envuelta en un lienzo blanquísimo,<br />
que se <strong>de</strong>slizaba sobre la colcha <strong>de</strong> sombrío<br />
ramaje que cubría una parte <strong>de</strong>l lecho. Viendo<br />
una gota <strong>de</strong> sangre que iba ensanchándose sobre<br />
aquel lienzo, se estremeció.<br />
<strong>El</strong> blanco pecho <strong>de</strong>l joven estaba <strong>de</strong>scubierto,<br />
como si el fresco <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>biese<br />
facilitar su respiración. Una venda sujetaba el<br />
apósito a la herida, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cual se extendía<br />
un círculo azulado <strong>de</strong> sangre extravasada.
Un suspiro profundo brotó <strong>de</strong> la boca<br />
<strong>de</strong> la joven. Apoyóse sobre la columna <strong>de</strong>l lecho,<br />
y contempló por los agujeros <strong>de</strong> su careta<br />
aquel doloroso espectáculo.<br />
Un hálito ronco y angustioso pasaba<br />
como el hipo <strong>de</strong> la muerte por los dientes apretados<br />
<strong>de</strong>l <strong>de</strong>sgraciado con<strong>de</strong>.<br />
La dama enmascarada cogió la mano<br />
izquierda <strong>de</strong>l herido.<br />
Aquella mano quemaba como el carbón<br />
ardiendo.<br />
Pero, en el momento <strong>de</strong> posarse encima<br />
!la mano helada <strong>de</strong> la dama, la acción <strong>de</strong> aquel<br />
frío fue tal, que Guiche abrió los ojos y se esforzó<br />
por volver a la vida animando su mirada.<br />
Lo primero que vio fue el fantasma inmóvil<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la columna <strong>de</strong> su cama.<br />
A aquella vista dilatáronse sus pupilas,<br />
pero sin que la inteligencia encendiese en él<br />
todavía su pura llama.<br />
La dama hizo una seña a su compañera,<br />
que se había quedado al lado <strong>de</strong> la puerta. Sin
duda, tenía ésta aprendida su lección, pues con<br />
voz clara y sin titubear en lo más mínimo, pronunció<br />
estas palabras:<br />
-Señor con<strong>de</strong>, Su Alteza Real Madame<br />
<strong>de</strong>sea enterarse <strong>de</strong> cómo van vuestras heridas,<br />
y manifestaros por mi boca lo mucho que siente<br />
veros pa<strong>de</strong>cer.<br />
A1 oír Guiche la palabra Madame hizo<br />
un movimiento. Aún no había advertido a la<br />
persona a quien pertenecía aquella voz.<br />
Volvióse, pues, hacia el punto <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
salía dicha voz, y, como la mano helada no le<br />
había abandonado todavía, empezó a contemplar<br />
aquel fantasma inmóvil.<br />
-¿Sois vos la que me habláis, señora -<br />
preguntó con voz débil-,<br />
o hay con vos alguna otra persona en el cuarto?<br />
-respondió el fantasma con voz casi ininteligible,<br />
bajando la cabeza.<br />
-¡Gracias! -murmuró el herido haciendo<br />
un esfuerzo-. Decid a Madame que no siento ya
morir, puesto que ha tenido la bondad <strong>de</strong> acordarse<br />
<strong>de</strong> mí.<br />
Al oír la palabra morir, pronunciada por<br />
un agonizante, la dama enmascarada no pudo<br />
contener las lágrimas, que corrieron bajo su antifaz<br />
y aparecieron sobre las mejillas don<strong>de</strong> la<br />
careta <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ocultarlas.<br />
Si Guiche se hubiera hallado en el uso<br />
<strong>de</strong> sus sentidos, habríalas visto rodar como<br />
brillantes perlas y caer sobre' su cama.<br />
La dama, olvidando que llevaba antifaz,<br />
se llevó la mano a los ojos para enjugarlos, y,<br />
tropezando su mano con el terciopelo suave y<br />
frío, se lo arrancó con enojo y lo tiró al suelo.<br />
A aquella aparición inesperada, que<br />
parecía salir <strong>de</strong> una nube, Guiche lanzó un grito<br />
y tendió los brazos.<br />
Mas toda palabra expiró en sus labios,<br />
como toda fuerza en sus venas.<br />
Su mano <strong>de</strong>recha, que había seguido el impulso<br />
<strong>de</strong> la voluntad sin calcular su grado <strong>de</strong> energía,<br />
volvió a caer sobre la cama, y al punto aquel
lanco lienzo, enrojecióse con una mancha más<br />
extensa.<br />
Y durante aquel tiempo, los ojos <strong>de</strong>l<br />
joven se abrían y se cerraban, como si hubiesen<br />
comenzado a luchar con el ángel inflexible <strong>de</strong> la<br />
muerte.<br />
Luego, tras <strong>de</strong> algunos movimientos sin<br />
voluntad, su cabeza quedó inmóvil sobre la<br />
almohada. De pálida que estaba, se había vuelto<br />
lívida.<br />
La dama tuvo miedo; pero aquella vez,<br />
contra lo que ordinariamente acontece, el miedo<br />
fue para ella<br />
un atractivo.<br />
Se inclinó hacia el joven, <strong>de</strong>vorando con<br />
su aliento aquel rostro frío y <strong>de</strong>scolorido, que<br />
casi llegó a tocar, y <strong>de</strong>positó un rápido beso en<br />
la mano izquierda <strong>de</strong> Guiche, quien, sacudido<br />
como por una <strong>de</strong>scarga eléctrica, se <strong>de</strong>spertó<br />
por segunda vez, abrió sus ojos sin pensamiento,<br />
y volvió a caer en profundo <strong>de</strong>svanecimiento.
-Vámonos -dijo la dama a su compañera-,<br />
pues si estamos aquí más tiempo, me temo<br />
que voy a cometer alguna locura.<br />
-¡Señora, señora! Vuestra Alteza olvida<br />
el antifaz -dijo la vigilante compañera.<br />
-Recogedlo -le dijo su ama <strong>de</strong>slizándose<br />
veloz por la escalera. Y como la puerta <strong>de</strong> la<br />
calle había quedado entreabierta, los dos ligeros<br />
pájaros pasaron por aquella abertura y en<br />
una carrera se pusieron en palacio.<br />
Una <strong>de</strong> las damas subió hasta las habitaciones<br />
<strong>de</strong> Madame, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>sapareció.<br />
La otra entró en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />
camaristas, o sea, en el entresuelo.<br />
Cuando llegó a su habitación se sentó<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una mesa, y, sin tomarse tiempo<br />
para respirar, se puso a escribir el siguiente<br />
billete:<br />
"Esta noche ha ido Madame a visitar al<br />
señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
"Por este lado todo va maravillosamente.
"Cuidad <strong>de</strong> que suceda lo mismo por el<br />
vuestro, y, sobre todo, quemad este papel."<br />
Luego dobló la carta en forma prolongada,<br />
y saliendo <strong>de</strong> su cuarto con precaución<br />
atravesó un corredor que conducía al <strong>de</strong>partamento<br />
<strong>de</strong> los gentileshombres <strong>de</strong> Monsieur.<br />
Allí <strong>de</strong>túvose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una puerta, por<br />
bajo <strong>de</strong> la cual <strong>de</strong>slizó el papel, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar<br />
dos golpecitos con la mano. En seguida se marchó.<br />
Cuando volvió a su habitación hizo <strong>de</strong>saparecer<br />
todo rastro <strong>de</strong> su salida y <strong>de</strong>l billete<br />
escrito.<br />
En medio <strong>de</strong> las investigaciones a que se<br />
entregaba con el objeto que <strong>de</strong>jamos indicado,<br />
vio en la mesa el antifaz <strong>de</strong> Madame, que se<br />
había traído según las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su ama, pero<br />
que se le olvidó entregar.<br />
-¡Oh! -dijo-. No volví<br />
-¡Oh, - <strong>de</strong>mos <strong>de</strong> hacer mañana lo que<br />
olvidé hacer hoy.
Cogió el antifaz por la mejilla <strong>de</strong> terciopelo,<br />
y, sintiendo húmedo su <strong>de</strong>do, fue a ver lo<br />
que era.<br />
<strong>El</strong> <strong>de</strong>do no sólo estaba húmedo, sino<br />
rojo.<br />
<strong>El</strong> antifaz había caído en una <strong>de</strong> las<br />
manchas <strong>de</strong> sangre que, como hemos dicho,<br />
había esparcidas por el suelo, y <strong>de</strong>l exterior<br />
negro que por casualidad había tocado la sangre<br />
pasó a lo interior, manchando la batista<br />
blanca.<br />
-¡Oh, oh! -exclamó Montalais, pues<br />
nuestros lectores la habrán reconocido sin duda<br />
en todos esos manejos que hemos <strong>de</strong>scrito-.<br />
¡Oh, oh! No le <strong>de</strong>volveré el antifaz, pues éste es<br />
ya un objeto <strong>de</strong>masiado precioso.<br />
Y levantándose luego, se acercó a un<br />
cofrecillo <strong>de</strong> arce que contenía diferentes objetos<br />
<strong>de</strong> tocador.<br />
-No, aquí no -dijo-; semejante <strong>de</strong>pósito,<br />
no es <strong>de</strong> los que se abandonan a la ventura.
Luego, tras un momento <strong>de</strong> silencio, y<br />
con la sonrisa que le era peculiar:<br />
-Bella máscara teñida con la sangre <strong>de</strong><br />
ese valiente caballero -añadió Montalais-, irás a<br />
reunirte en el almacén <strong>de</strong> las maravillas con las<br />
cartas <strong>de</strong> La Valliére, con las <strong>de</strong> Raúl, con toda<br />
esa amorosa colección que formará la historia<br />
<strong>de</strong> Francia y la historia <strong>de</strong> la Corona. Irás á po<strong>de</strong>r<br />
<strong>de</strong>l señor Malicorne -añadió riendo la loquilla,<br />
mientras principiaba a <strong>de</strong>snudarse-, <strong>de</strong><br />
ese digno Malicorne -continuó, soplando la<br />
bujía-, que cree no ser mas que mayordomo <strong>de</strong><br />
sala <strong>de</strong> Monseñor, y a quien le hago yo archivero<br />
e historiógrafo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Borbón y<br />
<strong>de</strong> las mejores casas <strong>de</strong>l reino. ¡Que se queje<br />
todavía ese avinagrado <strong>de</strong> Malicorne!<br />
Y corriendo sus cortinas, durmióse.<br />
XXV<strong>II</strong>I<br />
EL VIAJE
Al día siguiente, el señalado para la<br />
marcha, el rey, a las once sonadas, <strong>de</strong>scendió,<br />
con las reinas y Madame, por la escalera principal<br />
para ir a tomar su carroza tirada por seis<br />
caballos piafantes al pie <strong>de</strong> la escalera.<br />
Toda la Corte aguardaba en la Fer-á-<br />
Cheval en traje <strong>de</strong> viaje, y aquella multitud <strong>de</strong><br />
caballos ensillados, <strong>de</strong> carrozas enganchadas,<br />
<strong>de</strong> hombres y mujeres ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> sus oficiales,<br />
<strong>de</strong> sus criados y <strong>de</strong> sus pajes, ofrecía un<br />
brillante espectáculo.<br />
<strong>El</strong> rey subió a su carroza con las dos<br />
reinas.<br />
Madame hizo lo propio con Monsieur.<br />
Las camaristas siguieron el ejemplo, y<br />
tomaron asiento, dos a dos, en los carruajes que<br />
les estaban <strong>de</strong>stinados.<br />
La carroza <strong>de</strong>l rey iba <strong>de</strong>lante; <strong>de</strong>spués<br />
seguía la <strong>de</strong> Madame, y <strong>de</strong>trás las otras, según<br />
la etiqueta.<br />
<strong>El</strong> tiempo estaba caluroso; un ligero<br />
soplo <strong>de</strong> viento, que por la mañana hubiérase
podido creer bastante fuerte para refrescar la<br />
atmósfera, fue abrasado muy pronto por el sol,<br />
oculto tras <strong>de</strong> las nubes, y sólo se infiltraba ya a<br />
través <strong>de</strong> aquel cálido vapor que emanaba <strong>de</strong>l<br />
suelo, como un viento abrasador que levantaba<br />
un polvo fino y azotaba el rostro <strong>de</strong> los viajeros,<br />
ansiosos por llegar.<br />
Madame fue la primera que se quejó <strong>de</strong>l<br />
calor.<br />
Monsieur le contestó recostándose en la<br />
carroza como quien está a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse,<br />
y se inundó <strong>de</strong> esencias y aguas <strong>de</strong> olor,<br />
exhalando suspiros profundos.<br />
Entonces Madame le dijo, con su mejor<br />
talante:<br />
-En verdad, señor, creía que hubieseis<br />
sido bastante galante, atendiendo al calor que<br />
hace, para <strong>de</strong>jarme mi carroza a mí sola y hacer<br />
el viaje a caballo.<br />
-¡A caballo! -gritó el príncipe con acento<br />
<strong>de</strong> espanto, que manifestó cuan lejos se hallaba<br />
<strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r a tan extraño proyecto-. ¡A caballo!
¿Pues no comprendéis, señora, que todo mi<br />
cutis se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>ría a pedazos al contacto <strong>de</strong><br />
ese viento <strong>de</strong> fuego?<br />
Madame se echó a reír.<br />
-Podéis llevar mi quitasol -dijo.<br />
-¿Y la molestia <strong>de</strong> llevarlo? -contestó<br />
Monsieur con la mayor sangre fría-. A<strong>de</strong>más<br />
que no tengo caballo.<br />
-¡Cómo! ¿No tenéis caballo? -replicó la<br />
princesa, la cual, ya que no lograba quedar aislada,<br />
quiso, por lo menos, llevar a<strong>de</strong>lante su<br />
terquedad-. ¿No tenéis caballo? Estáis en un<br />
error, pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí estoy viendo vuestro<br />
bayo favorito.<br />
-¿Mi caballo bayo? -exclamó el príncipe<br />
procurando hacer hacia la portezuela un movimiento<br />
que le causo tanta incomodidad, que<br />
sólo pudo hacerlo a medias, apresurándose a<br />
recobrar su anterior inmovilidad.<br />
-Sí -dijo Madame-, vuestro caballo conducido<br />
<strong>de</strong> la mano por el señor <strong>de</strong> Malicorne.
-¡Pobre animal! -repuso el príncipe-.<br />
¡Cuánto calor sentirá!<br />
Y, al <strong>de</strong>cir estas palabras, cerró los ojos,<br />
como un moribundo que expira.<br />
Madame, por su parte, se recostó perezosamente<br />
en el otro rincón <strong>de</strong>l carruaje, y cerró<br />
también los ojos, no para dormir, sino para<br />
pensar a su gusto.<br />
Entretanto, el rey, sentado en la <strong>de</strong>lantera<br />
<strong>de</strong>l carruaje, cuyo testero había cedido a las<br />
dos reinas, experimentaba esa viva contrariedad<br />
<strong>de</strong> los amantes inquietos, que <strong>de</strong>sean continuamente<br />
la vista <strong>de</strong>l objeto amado, sin saciar<br />
nunca esa sed ardiente, y se alejan <strong>de</strong>spués medio<br />
contentos, sin echar <strong>de</strong> ver que lo que han<br />
hecho ha sido avivar más su sed.<br />
<strong>El</strong> rey, que, como hemos dicho, iba <strong>de</strong>lante,<br />
no podía ver <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento las carrozas<br />
<strong>de</strong> las camaristas, que iban las últimas.<br />
Tenía, a<strong>de</strong>más, que contestar a las íntimas<br />
interpretaciones <strong>de</strong> la joven reina, quien,<br />
feliz con poseer a su caro marido, como <strong>de</strong>cía,
olvidando la etiqueta real, le prodigaba los cuidados<br />
y atenciones más cariñosos, por miedo<br />
<strong>de</strong> que vinieran a llevárselo, o le ocurriese la<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarla.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria, que no se ocupaba ya a<br />
la sazón <strong>de</strong> otra cosa que <strong>de</strong> los dolores sordos<br />
que <strong>de</strong> vez en cuando sentía en su seno, mostraba<br />
buen semblante; y, aunque adivinaba la<br />
impaciencia <strong>de</strong>l rey, se complacía en prolongar<br />
su suplicio con mil salidas inesperadas en los<br />
momentos en que Su Majestad, entregado a sí<br />
mismo, principiaba a acariciar sus secretos<br />
amores.<br />
Las solícitas atenciones <strong>de</strong> la reina y la<br />
terquedad <strong>de</strong> Ana <strong>de</strong> Austria, concluyeron por<br />
hacérsele insoportables al rey, que no sabía dominar<br />
los impulsos <strong>de</strong> su corazón.<br />
De modo que primero se quejó <strong>de</strong>l calor,<br />
abriéndose <strong>de</strong> este modo el camino para formular<br />
otras quejas.
Hizolo, no obstante con gran habilidad<br />
para que María Teresa no adivinase su intención.<br />
Tomando al pie <strong>de</strong> la letra lo, que <strong>de</strong>cía<br />
el rey, se puso a abanicar a Luis con sus plumas<br />
<strong>de</strong> avestruz.<br />
Pero, pasado el calor, se quejó el rey <strong>de</strong><br />
calambres en las piernas, y, como a la sazón<br />
parase la carroza para cambiar <strong>de</strong> tiro:<br />
-¡Queréis que baje con vos? -preguntó la<br />
reina-. También tengo yo las piernas entumecidas.<br />
Iremos un rato a pie, y <strong>de</strong>spués que nos<br />
alcancen las carrozas, volveremos a ocupar<br />
nuestros asientos.<br />
<strong>El</strong> rey frunció el ceño; ruda prueba es la<br />
que hace sufrir a un esposo infiel la mujer celosa,<br />
que, a pesar <strong>de</strong> sus celos, se muestra con<br />
bastante fortaleza para no dar a pretexto a la<br />
cólera.<br />
Sin embargo, el rey no podía negarse a<br />
ello; así fue que baló, ofreció el brazo a la reina,
y caminó largo trecho con ella, mientras que<br />
cambiaban los caballos.<br />
Conforme iba andando, dirigía miradas<br />
envidiosas a los cortesanos que tenían la fortuna<br />
<strong>de</strong> hacer el viaje a caballo.<br />
La reina no tardó en conocer que el paseo<br />
a pie disgustaba tanto al rey como el viaje<br />
en carruaje. Por tanto, le invitó a volver a él otra<br />
vez.<br />
<strong>El</strong> rey la condujo hasta el estribo, pero<br />
no subió con ella; se hizo tres pasos atrás, y<br />
trató <strong>de</strong> reconocer en la fila <strong>de</strong> carruajes el que<br />
tanto le interesaba.<br />
A la portezuela <strong>de</strong>l sexto, aparecía la<br />
blanca figura <strong>de</strong> La Valliére.<br />
Como el rey, inmóvil en su sitio, permaneciera<br />
absorto en sus pensamientos, sin<br />
echar <strong>de</strong> ver que todo estaba dispuesto y no se<br />
esperaba más que a él, oyó a tres pasos <strong>de</strong> distancia<br />
una voz que le interpelaba con gran respeto.<br />
Era el señor <strong>de</strong> Malicorne, en traje com-
pleto <strong>de</strong> escu<strong>de</strong>ro, llevando bajo su brazo izquierdo<br />
las bridas <strong>de</strong> dos caballos.<br />
-¿Ha pedido Vuestra Majestad un caballo?<br />
-preguntó.<br />
-¡Un caballo! ¿Lleváis acaso algún caballo<br />
mío? -preguntó el rey, procurando reconocer<br />
a aquel gentilhombre, cuyo semblante no le<br />
era todavía familiar.<br />
-Señor -respondió Malicorne-, tengo por<br />
lo menos un caballo a disposición <strong>de</strong> Vuestra<br />
Majestad.<br />
Y Malicorne señaló el caballo bayo <strong>de</strong> Monsieur,<br />
<strong>de</strong> que había hablado Madame. <strong>El</strong> animal<br />
estaba perfectamente enjaezado.<br />
-Ese caballo no es mío, señor -dijo el rey.<br />
-Es <strong>de</strong> las caballerizas <strong>de</strong> Su Alteza Real;<br />
pero su Alteza, Real no monta jamás a caballo<br />
cuando hace tanto calor.<br />
<strong>El</strong> rey no respondió nada, pero se acercó<br />
vivamente a aquel caballo que removía la tierra<br />
con sus pies.
Malicorne hizo un movimiento, para<br />
tenerle el estribo; pero, cuando quiso recordar,<br />
ya estaba montado.<br />
Vuelto a la alegría por aquella buena<br />
suerte, el rey corrió todo sonriente a la carroza<br />
<strong>de</strong> las reinas que le esperaban, y a pesar <strong>de</strong>l aire<br />
<strong>de</strong>sconcertado <strong>de</strong> María Teresa:<br />
-Como veis -dijo-, he hallado este caballo<br />
y <strong>de</strong>seo aprovechar la ocasión. En la carroza<br />
el calor me asfixiaba. Así, pues, hasta luego,<br />
señoras.<br />
E, inclinándose graciosamente sobre el<br />
bien formado cuello <strong>de</strong>l corcel, <strong>de</strong>sapareció al<br />
momento.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria se asomó para seguirle<br />
con la vista. No anduvo mucho el rey, pues al<br />
llegar a la sexta carroza hizo acortar el paso a<br />
su caballo, y quitóse el sombrero.<br />
Saludaba a La Valliére, la cual al verle<br />
lanzó un gritito <strong>de</strong> sorpresa, ruborizándose al<br />
mismo tiempo <strong>de</strong> satisfacción.
Montalais, que ocupaba el otro rincón <strong>de</strong> la<br />
carroza, hizo al rey un profundo saludo.<br />
Luego, como mujer <strong>de</strong> talento, fingió<br />
que el paisaje le llamaba la<br />
atención y se retiró al rincón <strong>de</strong> la izquierda.<br />
La conversación <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong> La Valliére<br />
empezó, como todas las conversaciones <strong>de</strong><br />
amantes, con miradas expresivas y con palabras<br />
al principio vacías <strong>de</strong> sentido.<br />
<strong>El</strong> rey manifestó que tenía tanto calor en<br />
la carroza, que el haberse encontrado con aquel<br />
caballo le parecía un beneficio celestial.<br />
Y el bienhechor -añadió- <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser<br />
hombre <strong>de</strong> mucha inteligencia, porque me ha<br />
adivinado. Sólo me resta saber quién es el gentilhombre<br />
que ha servido con tanta habilidad a<br />
su rey, libertándole <strong>de</strong>l profundo fastidio que le<br />
abrumaba.<br />
Durante el coloquio, Montalais, que<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las primeras palabras había puesto gran<br />
atención, se fue acercando <strong>de</strong> manera que al
concluir el rey su última frase se encontraba su<br />
mirada con la suya.<br />
De ahí resultó que, como el rey miraba<br />
tanto a ella como a La Valliére al preguntar,<br />
pudo creer Montalais que era ella la preguntada,<br />
y que, por consiguiente, podía respon<strong>de</strong>r.<br />
Así fue que contestó:<br />
-Señor, el caballo que monta Vuestra<br />
Majestad es uno <strong>de</strong> los caballos <strong>de</strong> Monsieur<br />
que llevaba <strong>de</strong> la mano uno <strong>de</strong> los gentiles<br />
hombres <strong>de</strong> Su Alteza Real.<br />
-¿Y cómo se llama ese gentilhombre,<br />
señorita?<br />
-Señor <strong>de</strong> Malicorne.<br />
<strong>El</strong> nombre causó su efecto ordinario.<br />
-¿Malicorne? -repetía el rey sonriendo.<br />
-Sí, señor -replicó Aura-. Mirad, es ese<br />
caballero que galopa a mi izquierda.<br />
Y señalaba, en efecto, a nuestro Malicorne,<br />
el cual, con aire hipócrita, galopaba al<br />
lado <strong>de</strong> la portezuela izquierda, y aunque comprendió<br />
que se hablaba <strong>de</strong> él en aquel momen-
to, no se movió <strong>de</strong> su silla, como si fuese sordo<br />
y mudo.<br />
-Sí, ése es el caballero -dijo el rey-; recuerdo<br />
su fisonomía, y me acordaré <strong>de</strong> su<br />
nombre.<br />
Y el rey miró tiernamente a La Valliére.<br />
Aura nada tenía ya que hacer. Había <strong>de</strong>jado<br />
caer el nombre <strong>de</strong> Malicorne; el terreno era<br />
bueno; ahora no había más que <strong>de</strong>jar que el<br />
nombre brotara, y que el suceso causara sus<br />
frutos.<br />
En consecuencia, volvió a acomodarse<br />
en su rincón, con el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> hacer al señor<br />
<strong>de</strong> Malicorne todas las señas cariñosas que se le<br />
antojase, va que el señor <strong>de</strong> Malicorne había<br />
tenido la dicha <strong>de</strong> agradar al rey. Como es <strong>de</strong><br />
suponer, Montalais no las escaseó. Y Malicorne,<br />
con su fino oído y su mirada astuta, recogió las<br />
palabras:<br />
-Todo va bien.<br />
Estas palabras fueron acompañadas <strong>de</strong><br />
una pantomima muy semejante a un beso.
-¡Ay, señorita! -dijo al fin el rey-. Pronto<br />
cesará la libertad <strong>de</strong>l campo; vuestro servicio a<br />
Madame será más riguroso, y no nos volveremos<br />
a ver.<br />
-Vuestra Majestad ama <strong>de</strong>masiado a<br />
Madame -contestó Luisa-, para que no vaya a<br />
verla con frecuencia, y cuando Vuestra Majestad<br />
atraviese la cámara ...<br />
-¡Ah! -dijo el rey con voz tierna, que<br />
bajaba por grados-. Divisarse no es verse, y, sin<br />
embargo, parece que eso es bastante para vos.<br />
Luisa no respondió; pero ahogó un suspiro<br />
que quiso salírsele <strong>de</strong>l pecho.<br />
-Gran dominio tenéis sobre vos -dijo el<br />
rey.<br />
La Valliére sonrió con melancolía.<br />
-Emplead esa energía en amar -continuó<br />
él-, y ben<strong>de</strong>ciré a Dios por habérosla dado.<br />
La Valliére guardó silencio, pero dirigió al rey<br />
una mirada llena <strong>de</strong> amor.<br />
Entonces Luis, como si se sintiera abrasado<br />
por aquella ardiente mirada, se pasó In
mano por la frente, y oprimiendo su corcel con<br />
las rodillas, le hizo a<strong>de</strong>lantar algunos pasos.<br />
<strong>El</strong>la, recostada hacia atrás, con los ojos<br />
medio cerrados, cobijaba con su mirada a aquel<br />
gallardo jinete, cuyas plumas on<strong>de</strong>aban al viento.<br />
Agradábanle en extremo sus brazos<br />
arqueados con gracia; su pierna, fina y nerviosa,<br />
apretando los flancos <strong>de</strong>l caballo, y aquel<br />
<strong>de</strong>licado corte <strong>de</strong>l perfil, <strong>de</strong>lineado por hermosos<br />
cabellos ensortijados, que se levantaban a<br />
veces para <strong>de</strong>scubrir una oreja rosada y encantadora.<br />
En una palabra, la pobre niña amaba, y<br />
se embriagaba con su amor. Un instante <strong>de</strong>spués,<br />
el rey volvió al lado <strong>de</strong> ella.<br />
-¡Ay! -exclamó-. ¿No veis que vuestro<br />
silencio me atraviesa el corazón? ¡Oh señorita!<br />
¡Qué inflexible <strong>de</strong>béis ser cuando os resolvéis a<br />
un rompimiento! Y luego os creo mudable... En<br />
fin, en fin, temo este amor profundo que me<br />
habéis hecho concebir.
-¡Oh señor! Os equivocáis -dijo La Valliére-;<br />
cuando yo ame, será para toda la vida.<br />
-¡Cuando améis! -exclamó el rey con<br />
dolor-. ¿De modo que no amáis?<br />
La Valliére se tapó la cara con las manos.<br />
-¿Lo veis? -dijo el rey-. ¿Veis cómo tengo<br />
razón en acusaros? ¿Veis cómo sois mudable,<br />
caprichosa y quizá coqueta? ¿Lo veis? ¡Oh!<br />
¡Dios mío, Dios mío!<br />
-¡Oh, no! -dijo La Valliére-. Tranquilizaos, señor.<br />
¡No, no! -Pues prometedme que seréis<br />
siempre la misma para mí.<br />
-¡Oh! Siempre, señor.<br />
-Que no tendréis conmigo esas cruelda<strong>de</strong>s<br />
que <strong>de</strong>strozan el corazón, ni esas mudanzas<br />
que me darían la muerte.<br />
-¡Oh! ¡No, no!<br />
-Pues bien, oíd: me. gustan las promesas,<br />
me gusta poner bajo la garantía <strong>de</strong>l juramento,<br />
es <strong>de</strong>cir, bajo la salvaguardia <strong>de</strong> Dios,<br />
todo lo que interesa a mi corazón y a mi amor.
Prometedme, o mejor, juradme que si, en esta<br />
vida que vamos a principiar, vida toda <strong>de</strong> sacrificios,<br />
<strong>de</strong> misterios, <strong>de</strong> dolores, vida toda <strong>de</strong><br />
contratiempos y <strong>de</strong> sinsabores; juradme que si<br />
nos hemos engañado, si no nos hemos comprendido,<br />
si nos hemos hecho algún agravio,<br />
que en amor es un crimen, juradme, Luisa...<br />
La joven tembló hasta el fondo <strong>de</strong>l alma;<br />
era aquella la vez primera que oía pronunciar<br />
así su nombre a su regio amante.<br />
Luis, quitándose su guante, extendió la<br />
mano hasta la carroza.<br />
-Juradme -continuó-, que en todas nuestras<br />
<strong>de</strong>savenencias, si estamos lejos uno <strong>de</strong> otro,<br />
jamás <strong>de</strong>jaremos pasar una noche <strong>de</strong> por medio<br />
sin que una visita, o por lo menos algún mensaje<br />
<strong>de</strong>l uno lleve al otro el consuelo y la tranquilidad.<br />
La Valliére cogió con sus dos manos<br />
frías la mano abrasadora <strong>de</strong> su amante, y la<br />
oprimió dulcemente, hasta que un movimiento<br />
<strong>de</strong>l caballo, asustado por la rotación y la
proximidad <strong>de</strong> la rueda, arrancóla aquella felicidad.<br />
La joven había jurado.<br />
-Volved, señor -dijo-, volved al lado <strong>de</strong><br />
las reinas; presiento allá una tormenta que<br />
amenaza a mi corazón.<br />
Luis obe<strong>de</strong>ció, y, saludando a la señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais, marchó a galope a fin <strong>de</strong> alcanzar<br />
la carroza <strong>de</strong> las reinas.<br />
Al pasar vio a Monsieur que dormía.<br />
Madame no dormía, no. A su paso, dijo al rey:<br />
-¡Qué buen caballo, señor! ¿No es el <strong>de</strong> Monsieur?<br />
En cuanto a la reina joven, no dijo más que estas<br />
palabras:<br />
-¿Estáis mejor, mi amado señor?<br />
XXIX<br />
EL TRIUNFEMINATO
Luego que llegó el rey a París, se fue al<br />
Consejo y estuvo trabajando parte <strong>de</strong>l día. La<br />
joven reina permaneció en su cuarto con la reina<br />
madre, y prorrumpió en amargo llanto <strong>de</strong>spués<br />
que se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Ay, madre mía -dijo-, el rey no me ama<br />
ya! ¿Qué será <strong>de</strong> mí, Dios mío?<br />
-Un marido siempre ama a una mujer<br />
como vos -respondió Ana <strong>de</strong> Austria.<br />
-Pue<strong>de</strong> llegar el momento, madre mía,<br />
en que ame a otra que no sea yo.<br />
-¿Y a qué llamáis amar?<br />
-¡Oh! ¡A pensar siempre en alguien, y<br />
buscar continuamente a esa persona!<br />
-¿Habéis advertido, acaso -dijo Ana <strong>de</strong><br />
Austria-, que el rey haga eso?<br />
-No, señora -dijo la reina titubeando.<br />
-¡Pues ya lo veis, María!<br />
-Y, no obstante, madre mía, confesad<br />
que el rey me abandona.<br />
-<strong>El</strong> rey, hija mía, pertenece a todo su<br />
reino.
-Ésa es la razón por la que no me pertenece<br />
ya a mí, y por la que me veré, como se han<br />
visto tantas otras reinas, abandonada y olvidada,<br />
en tanto que el amor, la gloria y los honores<br />
serán para otros. ¡Ay, madre mía, es tan gallardo<br />
el rey, y habrá tantas que le amen y se lo<br />
digan!<br />
-Extraño es que las mujeres amen a un<br />
hombre en el rey. Pero si eso sucediese, lo cual<br />
dudo mucho, <strong>de</strong>sead más bien, María, que esas<br />
mujeres amen realmente a vuestro marido. En<br />
primer lugar, e1 amor profundo <strong>de</strong> la querida<br />
es un elemento <strong>de</strong> disolución rápida para el<br />
amor <strong>de</strong>l amante; y <strong>de</strong>spués, la querida, a fuerza<br />
<strong>de</strong> amar, pier<strong>de</strong> todo su dominio sobre el<br />
amante, <strong>de</strong> quien no <strong>de</strong>sea el po<strong>de</strong>r ni las riquezas,<br />
sino el amor. ¡Desead, por tanto, que el<br />
rey no ame, y que su querida ame mucho!<br />
-¡Ay, madre mía, qué po<strong>de</strong>r tan gran<strong>de</strong><br />
el <strong>de</strong> un amor profundo!<br />
-¿Y afirmáis que estáis abandonada?
-¡Es cierto, es cierto, <strong>de</strong>svarío! Hay, sin<br />
embargo, un suplicio al cual no podría resistir.<br />
-¿Cuál?<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> una feliz elección, el <strong>de</strong> que se<br />
formasen otras relaciones junto a las nuestras,<br />
el <strong>de</strong> que el rey encontrase una familia en otra<br />
mujer. ¡Oh! Si viese que el rey llegaba a tener<br />
hijos...; me moriría.<br />
-¡María, María! -replicó la. reina madre<br />
con una sonrisa, cogiendo la mano <strong>de</strong> la joven<br />
reina-. Tened presente lo que os voy a <strong>de</strong>cir, y<br />
recordadlo siempre para vuestro consuelo: el<br />
rey no pue<strong>de</strong> tener <strong>de</strong>lfín sin vos, y vos podéis<br />
tenerlo sin él.<br />
A estas palabras, que acompañó con una<br />
expresiva carcajada, apartóse <strong>de</strong> su nuera para<br />
salir a recibir a Madame, cuya visita había<br />
anunciado un paje.<br />
Madame apenas se había tomado el<br />
tiempo preciso para cambiarse. Llegaba con<br />
una <strong>de</strong> esas fisonomías agitadas que revelan un
plan, cuya ejecución se trae entre manos y cuyo<br />
resultado pone en cuidado.<br />
-Venía a saber -dijo- si Vuestras Majesta<strong>de</strong>s<br />
estaban fatigadas <strong>de</strong>l viajecito.<br />
-No -dijo la reina madre.<br />
-Algo -dijo María Teresa.<br />
-Yo, señoras, por lo que más he sufrido<br />
ha sido por ir violenta.<br />
-¡Violenta! ¿Y por qué? -dijo Ana <strong>de</strong><br />
Austria.<br />
-Por la fatiga que ha <strong>de</strong>bido experimentar<br />
el rey con tanto como ha corrido a caballo.<br />
-¡Bah! Eso le sienta bien.<br />
-Y yo misma se lo aconsejé - dijo María<br />
Teresa pali<strong>de</strong>ciendo. Madame no contestó nada;<br />
únicamente se <strong>de</strong>lineó en sus labios una<br />
sonrisa, que sólo era peculiar a ella, y que no<br />
pasó al resto <strong>de</strong> su fisonomía. Luego, mudando<br />
<strong>de</strong> conversación:<br />
-Volvemos a hallar a París -dijo- muy<br />
semejante al París que <strong>de</strong>jamos: siempre intrigas,<br />
enredos, coqueterías.
-¡Intrigas! ¿Qué intrigas? -preguntó la<br />
reina madre.<br />
-Se habla mucho <strong>de</strong>l señor Fouquet y <strong>de</strong><br />
la señora <strong>de</strong> Plessis-Bellliére.<br />
-¿Que se ha inscrito en el número diez<br />
mil? -repuso la reina madre-. Pero, ¿y los enredos,<br />
cuáles son?<br />
-Tenemos, al parecer, algunas disensiones<br />
con Holanda.<br />
-¿Con qué motivos?<br />
-Monsieur me ha referido esa historia <strong>de</strong><br />
las medallas.<br />
-¡Ah! -exclamó la joven reina-. ¿Esas<br />
medallas acuñadas en Holanda. . . en que se ve<br />
pasar una nube por el sol <strong>de</strong>l rey?... Hacéis mal<br />
en llamar a eso enredos; es cosa que no merece<br />
la pena <strong>de</strong> ocuparse <strong>de</strong> ello; es una injuria.<br />
-Y que el rey <strong>de</strong>spreciará -respondió la<br />
reina madre-. ¿Pero qué hablábais <strong>de</strong> coqueterías?<br />
Aludíais quizá a la señora <strong>de</strong> Olonne?<br />
-No, no; hay que buscar más cerca <strong>de</strong><br />
nosotras.
-En nuestra casa -murmuró en español<br />
la reina madre al oído <strong>de</strong> su nuera, sin mover<br />
los labios.<br />
Madame nada oyó, y prosiguió:<br />
-¿Sabéis la infausta noticia?<br />
-¡Oh, sí! La herida <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¿Y la atribuís, como todo el mundo, a<br />
un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> caza?<br />
-Ciertamente -dijeron las dos reinas excitado<br />
ya su interés. Madame se acercó.<br />
-Un duelo -dijo por lo bajo.<br />
-¡Ah! -exclamó gravemente Ana <strong>de</strong> Austria,<br />
a quien le sonaba mal la palabra duelo,<br />
proscrita en Francia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que reinaba en ella.<br />
-Un <strong>de</strong>plorable duelo, que ha estado a<br />
punto <strong>de</strong> privar a Monsieur <strong>de</strong> dos <strong>de</strong> sus mejores<br />
amigos, y al rey <strong>de</strong> dos buenos servidores.<br />
-¿Y por qué ha sido ese duelo? -dijo la<br />
reina animada por un secreto instinto.<br />
-Coqueterías -repitió victoriosamente<br />
Madame-. Esos señores pusiéronse a disertar<br />
sobre la virtud <strong>de</strong> cierta dama: al uno le parecía
que Palas era poca cosa al lado <strong>de</strong> ella; el otro<br />
sostenía que esa dama imitaba a Venus festejando<br />
a Marte; y a fe mía que los dos caballeros<br />
han peleado como Héctor y Aquiles.<br />
-¿Venus cortejando a Marte? -dijo para<br />
sí la joven reina, sin atreverse a profundizar la<br />
alegoría.<br />
-¿Quién es esa dama? -inquirió claramente<br />
Ana <strong>de</strong> Austria-. Me parece que habéis<br />
dicho que es una camarista.<br />
-¿He dicho eso? -preguntó Madame.<br />
-Sí. Y hasta creo que os la he oído nombrar.<br />
-¿Sabéis que una mujer <strong>de</strong> esa especie es<br />
funesta en una casa real?<br />
-¿Es la señorita <strong>de</strong> La Valliére? -<br />
preguntó la reina madre.<br />
-Dios mío, sí, esa feílla.<br />
-Yo creía que estaba prometida a un<br />
gentilhombre que no es ni el señor <strong>de</strong> Guiche ni<br />
el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s.<br />
-Es posible, señora.
La reina joven cogió un cañamazo que<br />
se puso a <strong>de</strong>shilachar con afectada tranquilidad<br />
que <strong>de</strong>smentía el temblor <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís <strong>de</strong> Venus y <strong>de</strong> Marte? -<br />
continuó la reina madre-. ¿Hay quizá algún<br />
Marte <strong>de</strong> por medio?<br />
-De eso se alaba ella.<br />
-¿Afirmáis que se precia <strong>de</strong> ello?<br />
-Esa ha sido da causa <strong>de</strong>l combate.<br />
-Y el señor <strong>de</strong> Guiche, ¿ha sostenido da<br />
causa <strong>de</strong> Marte?<br />
-Sí, por cierto, como buen servidor.<br />
-¡Como buen servidor! -murmuró da<br />
joven reina olvidando toda reserva para <strong>de</strong>jar<br />
traslucir sus celos-. ¿Servidor <strong>de</strong> quién?<br />
-No pudiendo Marte -contestó Madameser<br />
<strong>de</strong>fendido sino a expensas <strong>de</strong> esa Venus, el<br />
señor <strong>de</strong> Guiche ha sostenido da inocencia<br />
completa <strong>de</strong> Marte, afirmando que Venus era<br />
da que se preciaba <strong>de</strong> ello.
-Y el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-,<br />
¿propagaba da voz <strong>de</strong> que Venus tenía<br />
razón?<br />
"¡Ah, War<strong>de</strong>s! -pensó Madame-, cara os<br />
va a costar da herida que habéis hecho al más<br />
noble <strong>de</strong> dos hombres."<br />
Y empezó a acusar a War<strong>de</strong>s con todo el<br />
encarnizamiento que pudo, pagando así da<br />
<strong>de</strong>uda <strong>de</strong>l herido y da suya, con da certeza <strong>de</strong><br />
que labraba para do sucesivo da ruina <strong>de</strong> su<br />
enemigo. Tanto dijo, que si Manicamp hubiera<br />
estado allí, habría sentido haber servido tan<br />
bien a su amigo, puesto que <strong>de</strong> ahí iba a provenir<br />
la ruina <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sgraciado enemigo.<br />
-En todo eso -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-, no<br />
veo más que un mal, y es La Valliére.<br />
La reina joven volvió a continuar su<br />
labor con frialdad absoluta. Madame escuchó.<br />
-¿No es ésa vuestra opinión? -<strong>de</strong> preguntó<br />
Ana <strong>de</strong> Austria-. ¿No será ella da causa<br />
<strong>de</strong> esa disputa y <strong>de</strong>l combate?
Madame contestó con un gesto que no<br />
era afirmativo ni negativo. -No comprendo<br />
entonces muy bien do que habéis dicho relativo<br />
ad peligro <strong>de</strong> da coquetería -replicó Ana <strong>de</strong><br />
Austria.<br />
-Es certísimo -se apresuró a <strong>de</strong>cir Madame-<br />
que si da joven no hubiese sido coqueta,<br />
Marte no habría reparado en ella.<br />
La palabra Marte hizo que se tiñeran <strong>de</strong><br />
fugitivo rubor das mejillas <strong>de</strong> da joven reina;<br />
pero no por eso <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> continuar su obra comenzada.<br />
-No quiero que en mi Corte se arme así<br />
a los hombres unos contra otros -dijo con da<br />
mayor calma Ana <strong>de</strong> Austria-. Esas costumbres<br />
pudieron tal vez ser útiles en tiempos en que da<br />
nobleza, dividida-, no tenía otro lazo común<br />
que el <strong>de</strong> da galantería. Entonces, das mujeres,<br />
que eran das únicas que reinaban, tenían el<br />
privilegio <strong>de</strong> estimular el valor <strong>de</strong> dos caballeros<br />
con frecuentes pruebas. Mas hoy, a Dios<br />
gracias, no hay más que un solo amo en Fran-
cia. A ese amo se <strong>de</strong> <strong>de</strong>be el concurso <strong>de</strong> toda<br />
fuerza y <strong>de</strong> todo pensamiento. Nunca toleraré<br />
que a mi hijo se <strong>de</strong> arrebate uno solo <strong>de</strong> sus<br />
servidores.<br />
Volviéndose entonces a da joven reina.<br />
-¿Qué haremos con esa La Valliére? -<br />
preguntó.<br />
-¿La Valliére? -dijo da reina aparentando<br />
sorpresa-. No conozco ese nombre.<br />
Y aquella respuesta fue acompañada<br />
con una <strong>de</strong> esas sonrisas frías que sólo se ven<br />
en das bocas reales.<br />
Madame era toda una gran princesa,<br />
gran<strong>de</strong> por el talento, el nacimiento y el orgullo;<br />
no obstante, se sintió abrumada por el peso<br />
<strong>de</strong> aquella réplica, y tuvo que esperar algunos<br />
instantes para reponerse.<br />
-Es una <strong>de</strong> mis camaristas -repuso<br />
haciendo un saludo.<br />
-Entonces -objetó María Teresa en el<br />
mismo tono-, es asunto vuestro, hermana mía. .<br />
. , no nuestro.
-Perdón -prosiguió Ana <strong>de</strong> Austria-, es<br />
asunto mío; y comprendo perfectamente -<br />
añadió, dirigiendo a Madame una mirada <strong>de</strong><br />
inteligencia- por qué me ha dicho Madame do<br />
que me acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />
-Cuanto proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> vos -dijo da princesa-,<br />
sale <strong>de</strong> da boca <strong>de</strong> da Provi<strong>de</strong>ncia.<br />
-Al enviar a esa joven a su país -dijo<br />
María Teresa con dulzura-, se <strong>de</strong> podrá señalar<br />
una pensión.<br />
-Sobre mis fondos -exclamó vivamente<br />
Madame.<br />
-No, no, señora -interrumpió Ana <strong>de</strong><br />
Austria-; nada <strong>de</strong> ruido. Ad rey no <strong>de</strong> es grato<br />
que se dé margen a que hablen mal <strong>de</strong> das damas.<br />
Es preciso que todo esto que<strong>de</strong> en la familia.<br />
-Señora, espero que tengáis da amabilidad<br />
<strong>de</strong> enviarme aquí a esa joven.<br />
-Vos, hija mía, hacedme el favor <strong>de</strong> volver<br />
por un momento a vuestro cuarto.
Las súplicas <strong>de</strong> da reina madre eran<br />
ór<strong>de</strong>nes. María Teresa se levantó para irse a su<br />
cuarto, y Madame para llamar a La Valliére por<br />
medio <strong>de</strong> un paje.<br />
XXX<br />
PRIMERA DISCORDIA<br />
La Valliére entró en la cámara <strong>de</strong> la reina<br />
madre, sin sospechar siquiera que se hubiese<br />
tramado en contra suya una conspiración peligrosa.<br />
Suponía qué se trataba <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong>l servicio, y<br />
nunca se había conducido mal con ella la reina<br />
madre en este punto. Por otra parte, no <strong>de</strong>pendiendo<br />
inmediatamente <strong>de</strong> la autoridad <strong>de</strong> Ana<br />
<strong>de</strong> Austria, sólo podía tener con ésta relaciones<br />
oficiosas, a las que le hacían prestarse <strong>de</strong> buen<br />
grado su natural complacencia y la posición <strong>de</strong><br />
la augusta princesa.
A<strong>de</strong>lantóse, pues, hacia la reina madre,<br />
con aquella sonrisa placentera y dulce que<br />
constituía su principal belleza.<br />
Como no se acercara lo bastante, Ana <strong>de</strong> Austria<br />
le hizo seña <strong>de</strong> que se a<strong>de</strong>lantara hasta su<br />
asiento. Entonces entró Madame, y con aire<br />
tranquilo sentóse junto a su madre política,<br />
tomando la labor principiada por María Teresa.<br />
La Valliére advirtió aquellos preámbulos<br />
en vez <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n que esperaba le diesen, y<br />
examinó con curiosidad, si no con inquietud, el<br />
rostro <strong>de</strong> las dos princesas.<br />
Ana reflexionaba.<br />
Madame conservaba una indiferencia<br />
afectada, que habría alarmado a personas menos<br />
tímidas.<br />
-Señorita -dijo <strong>de</strong> súbito la reina madre<br />
sin tratar <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rar su acento español, cosa<br />
que nunca <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> hacer, a menos que estuviese<br />
encolerizada-, acercaos y hablemos <strong>de</strong><br />
vos, puesto que todo el mundo habla.
-¿De mí? -exclamó La Valliére pali<strong>de</strong>ciendo.<br />
-Haceos la <strong>de</strong>sentendida: ¿ignoráis el<br />
duelo <strong>de</strong>l señor Guiche con el señor <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s?<br />
-¡Dios mío, señora! Ayer llegó esa noticia<br />
a mis oídos -dijo La Valliére juntando sus<br />
manos.<br />
-¿Y no lo habíais presentido antes?<br />
-¿De dón<strong>de</strong> lo había yo <strong>de</strong> presentir,<br />
señora?<br />
-Porque jamás se baten dos hombres sin<br />
motivo, y <strong>de</strong>bíais conocer el <strong>de</strong> la animosidad<br />
<strong>de</strong> esos dos adversarios.<br />
-Lo ignoro por completo, señora.<br />
-Es ya un sistema <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa muy gastado<br />
el <strong>de</strong> la negativa tenaz, y vos, señorita, que<br />
tenéis talento, <strong>de</strong>béis huir <strong>de</strong> las trivialida<strong>de</strong>s.<br />
Conque a otra cosa.<br />
-¡Dios mío, señora! Vuestra Majestad me<br />
asusta con ese aire glacial. ¿Habré tenido la
<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> incurrir en el <strong>de</strong>sagrado <strong>de</strong> Vuestra<br />
Majestad?<br />
Madame echóse a reír. La Valliére la miró con<br />
aire estupefacto. Ana replicó:<br />
-¡En mi <strong>de</strong>sagrado! ... ¡Incurrir en mi<br />
<strong>de</strong>sagrado! No os imaginéis eso, señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére; necesito pensar en las personas para<br />
mostrarles mi <strong>de</strong>sagrado. Solamente pienso en<br />
vos porque habéis dado que hablar <strong>de</strong>masiado,<br />
y no me gusta que se hable <strong>de</strong> las doncellas <strong>de</strong><br />
mi Corte.<br />
-Vuestra Majestad me hace el honor <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>círmelo -repuso asustada La Valliére-; pero<br />
no comprendo en qué pue<strong>de</strong>n hablar <strong>de</strong> mí.<br />
-Yo os lo diré. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Guiche ha<br />
salido a vuestra <strong>de</strong>fensa.<br />
-¿A mi <strong>de</strong>fensa?<br />
-Sí, por cierto. Eso es <strong>de</strong> caballero, y las<br />
bellas aventureras gustan <strong>de</strong> que los caballeros<br />
enristren la lanza por su causa. Yo, <strong>de</strong>testo los<br />
combates, y por consiguiente aborrezco las<br />
aventuras, y... ya podéis compren<strong>de</strong>r lo <strong>de</strong>más.
La Valliére dobló sus rodillas a los pies<br />
dé la reina, la cual le volvió la espalda. Entonces<br />
extendió los brazos a Madame, y ésta se le<br />
echó a reír.<br />
Un sentimiento <strong>de</strong> orgullo la levantó.<br />
-Señoras -dijo-, he preguntado cuál es<br />
mi crimen; Vuestra Majestad <strong>de</strong>be <strong>de</strong>círmelo, y<br />
veo que Vuestra Majestad me con<strong>de</strong>na antes <strong>de</strong><br />
admitirme una justificación.<br />
-¿Oís, señora, qué bellas frases y qué<br />
hermosos sentimientos? ... Necesariamente<br />
esta joven es una infanta, una <strong>de</strong> las aspirantes<br />
<strong>de</strong>l gran Ciro... un pozo <strong>de</strong> ternura y <strong>de</strong> fórmulas<br />
heroicas. Bien se ve, querida mía, que alimentáis<br />
vuestra imaginación en el comercio <strong>de</strong><br />
las testas coronadas..<br />
La Valliére se sintió herida en el corazón,<br />
y poniéndose más blanca que una azucena,<br />
perdió todas sus fuerzas.<br />
-Quería <strong>de</strong>ciros -prosiguió <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente<br />
Ana <strong>de</strong> Austria- que si continuáis<br />
alimentando sentimientos <strong>de</strong> esa clase, nos
humillaréis <strong>de</strong> tal suerte, que nosotras las mujeres<br />
llegaremos a avergonzarnos <strong>de</strong> figurar a<br />
vuestro lado. Sed más sencilla, señorita... Ahora<br />
que recuerdo; ¡me han asegurado que estáis<br />
prometida!<br />
La Valliére comprimió su corazón <strong>de</strong>sgarrado<br />
por un nuevo dolor.<br />
-Contestad cuando os hablan.<br />
-Sí, señora.<br />
-A un gentilhombre.<br />
-Sí, señora.<br />
-¿Qué se llama?<br />
-<strong>El</strong> señor vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¿Sabéis que es una dicha muy gran<strong>de</strong><br />
para vos, señorita, y que hallándoos sin bienes<br />
<strong>de</strong> fortuna, sin posición... sin gran<strong>de</strong>s atractivos<br />
personales, <strong>de</strong>beríais ben<strong>de</strong>cir a Dios que os<br />
procura un porvenir como ése?<br />
La señorita <strong>de</strong> La Valliére no replicó.<br />
-¿Dón<strong>de</strong> está el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-continuó la reina.
-En Inglaterra -dijo Madame-, adon<strong>de</strong><br />
no tardará en llegar la noticia <strong>de</strong> los triunfos <strong>de</strong><br />
esta señorita.<br />
-¡Oh cielos! -murmuró consternada La<br />
Valliére.<br />
-Pues bien, señorita -dijo Ana <strong>de</strong> Austria-,<br />
se hará volver a ese joven, y. se os <strong>de</strong>stinará<br />
a algún punto con él. Si sois <strong>de</strong> otra opinión,<br />
pues las jóvenes suelen tener i<strong>de</strong>as extrañas,<br />
poned vuestra confianza en mí, que yo os guiaré<br />
por buen camino; ya lo he hecho con jóvenes<br />
que no valían más.<br />
La Valliére ya no oía. La inflexible reina<br />
continuó:<br />
-Os enviaré sola a alguna parte don<strong>de</strong><br />
podáis reflexionar con madurez. La reflexión<br />
domina el ardor <strong>de</strong> la sangre y <strong>de</strong>vora todas las<br />
ilusiones <strong>de</strong> la juventud. Supongo que me<br />
habréis comprendido.<br />
-¡Señora, señora!<br />
-Ni una palabra.
-Señora, soy inocente <strong>de</strong> todo cuanto<br />
Vuestra Majestad pueda suponer. ¡Señora, ved<br />
mi <strong>de</strong>sesperación! ¡Amo y respeto tanto a Vuestra<br />
Majestad!<br />
-Más valdría que no me respetaseis -dijo<br />
la reina con glacial ironía-. Más valdría que no<br />
fueseis inocente. ¿Creéis que me contentaría<br />
con lo dicho si hubiéseis incurrido en falta?<br />
-Pero, señora, ¿no veis que me matáis?<br />
-Basta <strong>de</strong> comedia, o me encargo yo <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>senlace. Volved a vuestro cuarto, y que os<br />
aproveche mi lección.<br />
-¡Señora -dijo La Valliére a la duquesa<br />
<strong>de</strong> Orleáns, asiéndola las manos-, mediad por<br />
mí, vos que sois tan buena!<br />
-¡Yo! -replicó Madame con un gozo insultante-.<br />
¿Yo buena?... ¡Ah, señorita, no creo<br />
que lo sintáis así!<br />
Y separó bruscamente la mano <strong>de</strong> la<br />
joven.<br />
Ésta, en vez <strong>de</strong> doblegarse, como podían<br />
esperarlo ambas princesas <strong>de</strong> su pali<strong>de</strong>z y <strong>de</strong>
sus lágrimas, recobró <strong>de</strong> pronto su calma y<br />
dignidad, y, haciendo una profunda reverencia,<br />
salió.<br />
-Y bien -dijo Ana <strong>de</strong> Austria a Madame-,<br />
¿creéis que vuelva a las andadas?<br />
-Desconfío <strong>de</strong> los caracteres dulces y<br />
sufridos -replicó Madame-. Nada hay con más<br />
valor que un corazón paciente, nada hay más<br />
seguro <strong>de</strong> sí que un carácter dulce.<br />
-Yo os aseguro que lo pensará más <strong>de</strong><br />
una vez antes <strong>de</strong> mirar al dios Marte.<br />
-Como no sea que se sirva <strong>de</strong> su escudo<br />
-contestó Madame.<br />
Una altiva mirada <strong>de</strong> la reina madre<br />
sirvió <strong>de</strong> respuesta a aquella objeción, que no<br />
carecía <strong>de</strong> finura, y las dos damas, seguras casi<br />
<strong>de</strong> su victoria, fueron a buscar a María Teresa,<br />
que las aguardaba disimulando su impaciencia.<br />
Eran a la sazón las seis y media <strong>de</strong> la<br />
tar<strong>de</strong> y el rey acababa <strong>de</strong> tomar la merienda.<br />
Aprovechó el tiempo, y terminado el refrigerio<br />
y <strong>de</strong>spachados los asuntos, cogió <strong>de</strong>l brazo a
Saint-Aignan, y le mandó que le condujese al<br />
cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />
<strong>El</strong> cortesano <strong>de</strong>jó escapar una exclamación.<br />
-¿Qué hay? -dijo el rey-. Es costumbre<br />
que se ha <strong>de</strong> tomar, y para tomar una costumbre,<br />
preciso es comenzar alguna vez.<br />
-Pero, señor, el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />
doncellas es una. linterna: todo el mundo ve<br />
quién entra y quién sale. Creo que un pretexto...<br />
Este, por ejemplo...<br />
-¿Cuál?<br />
-Si vuestra Majestad quisiera esperar a<br />
que Madame volviese a su cuarto...<br />
-¡Nada <strong>de</strong> pretextos! ¡Nada <strong>de</strong> esperas!<br />
Ya estoy harto <strong>de</strong> contratiempos y <strong>de</strong> misterios;<br />
no veo en qué pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>shonrarse el rey <strong>de</strong><br />
Francia por tener relaciones con una joven <strong>de</strong><br />
talento... Homni soit qui mal y pense!<br />
-Señor, señor, Vuestra Majestad me perdonará<br />
un exceso <strong>de</strong> celo...<br />
-¡Habla!
-¿Y la reina?<br />
-¡Tienes razón! Quiero que la reina sea<br />
respetada siempre. Por esta noche iré <strong>de</strong> todos<br />
modos a ver a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, y en lo<br />
sucesivo tomaré todos los pretextos que quieras.<br />
Mañana ya buscaremos; hoy no hay tiempo.<br />
Saint-Aignan no replicó; bajó la escalera<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey y atravesó los patios con una<br />
vergüenza que no compensaba el insigne honor<br />
<strong>de</strong> servir <strong>de</strong> apoyo al rey.<br />
Y eso nacía <strong>de</strong> que Saint-Aignan, que<br />
<strong>de</strong>seaba conservarse en buen lugar con Madame<br />
y las dos reinas, quería al mismo tiempo no<br />
disgustar a la señorita <strong>de</strong> La Valliére; y para<br />
hacer tantas cosas, era muy difícil que no tropezase<br />
con alguna dificultad.<br />
Ahora bien, las ventanas <strong>de</strong> la joven<br />
reina, las <strong>de</strong> la reina madre y las <strong>de</strong> Madame<br />
caían al patio <strong>de</strong> las doncellas. Ser visto acompañando<br />
al rey, era romper con tres gran<strong>de</strong>s
princesas, con tres mujeres <strong>de</strong> valimiento inamovible,<br />
por el débil atractivo <strong>de</strong> un efímero<br />
valimiento <strong>de</strong> querida.<br />
Aquel infeliz <strong>de</strong> Saint-Aignan, que se<br />
sentía con tanto valor para proteger a La Valliére,<br />
bajo los tresbolillos o en el parque <strong>de</strong> Fontainebleau,<br />
no se sentía ya tan atrevido a la luz<br />
primaria; hallaba a aquella joven mil <strong>de</strong>fectos<br />
que ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> participar al rey.<br />
Pero su suplicio terminó. Atravesaron<br />
los patios, y ni una cortina se levantó, ni se<br />
abrió ventana alguna. <strong>El</strong> rey iba <strong>de</strong> prisa, primero<br />
a causa <strong>de</strong> la impaciencia, y luego a causa<br />
<strong>de</strong> las largas piernas <strong>de</strong> Saint-Aignan, que iba<br />
<strong>de</strong>lante.<br />
Al llegar a la puerta, quiso Saint-Aignan<br />
eclipsarse, pero el rey le <strong>de</strong>tuvo.<br />
Era aquélla una <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za que el cortesano<br />
habría perdonado <strong>de</strong> buen grado.<br />
Pero no tuvo más remedio que seguir a<br />
Luis al cuarto <strong>de</strong> La Valliére.
Al entrar el monarca, la joven acababa<br />
<strong>de</strong> enjugarse los ojos, y lo hizo con tal precipitación,<br />
que él rey lo advirtió. Inquirió como<br />
amante interesado, la apremió.<br />
-Nada tengo, señor -dijo ella.<br />
-Al fin y al cabo, llorábais.<br />
-¡Oh, no, señor!<br />
-Mirad, Saint-Aignan, ¿me equivoco?<br />
Saint-Aignan <strong>de</strong>bió contestar, pero se<br />
veía muy apurado.<br />
-Tenéis los ojos encarnados, señorita -<br />
dijo el rey.<br />
-<strong>El</strong> polvo <strong>de</strong>l camino, señor. -No, no; no<br />
tenéis ese aire <strong>de</strong> satisfacción que os hace tan<br />
bella y seductora. No me miráis.<br />
-¡Señor!<br />
-¡Qué digo! Rehuís mis miradas.<br />
La joven se volvió, en efecto.<br />
-En nombre <strong>de</strong>l Cielo, ¿qué pasa? -<br />
preguntó Luis, cuya sangre hervía.
-Nada, señor, y estoy pronta a <strong>de</strong>mostrar<br />
a Vuestra Majestad que mi espíritu está tan<br />
libre como podáis <strong>de</strong>sear.<br />
-¡Vuestro espíritu libre, cuando mi presencia<br />
os turba <strong>de</strong> una manera tan visible! ¿Os<br />
han lastimado o injuriado?<br />
-No, no, señor.<br />
-¡Oh! ¡Es que sería preciso que yo lo<br />
supiese! -exclamó el joven príncipe con ojos que<br />
<strong>de</strong>spedían llamas.<br />
-Señor, nadie, me ha injuriado. -Vamos,<br />
pues, recobrad esa apacible alegría o esa encantadora<br />
melancolía que tanto me agradaba en<br />
vos esta mañana... ¡Vamos! -Bien, señor; bien.<br />
<strong>El</strong> monarca hirió el suelo con el pie, y<br />
dijo:<br />
-¡Es inexplicable un cambio semejante!<br />
Y miró a Saint-Aignan, el cual advertía<br />
también la triste langui<strong>de</strong>z <strong>de</strong> La Valliére y la<br />
impaciencia <strong>de</strong>l rey.<br />
Por más ruegos que hizo Luis, por más<br />
que trató <strong>de</strong> combatir aquella fatal disposición
<strong>de</strong> ánimo, la joven estaba anonadada, y el aspecto<br />
mismo <strong>de</strong> la muerte no la habría hecho<br />
salir <strong>de</strong> su entorpecimiento.<br />
<strong>El</strong> rey vio en aquella negativa un misterio<br />
que le contrariaba, y se puso a mirar alre<strong>de</strong>dor<br />
suyo con aire receloso.<br />
Justamente había en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére<br />
un retrato en miniatura <strong>de</strong> Athos.<br />
<strong>El</strong> rey vio aquel retrato, que se asemejaba<br />
mucho a <strong>Bragelonne</strong> por haber sido hecho<br />
cuando el con<strong>de</strong> era joven, y fijó en él miradas<br />
amenazadoras.<br />
La Valliére, en el estado <strong>de</strong> opresión en<br />
que se hallaba, y muy distante por otra parte <strong>de</strong><br />
pensar en aquella pintura, no pudo adivinar la<br />
preocupación <strong>de</strong>l rey.<br />
Y, no obstante, éste luchaba con un recuerdo<br />
terrible que, más <strong>de</strong> una vez, se había<br />
presentado a su memoria y siempre se había<br />
esforzado por apartar.
Recordaba la intimidad <strong>de</strong> ambos jóvenes<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia. Recordaba los esponsales<br />
que iban a ser su consecuencia.<br />
Y recordaba que Athos había venido a<br />
pedirle la mano <strong>de</strong> La Valliére para Raúl.<br />
Figuróse que a su regreso a París, La<br />
Valliére había sabido noticias <strong>de</strong> Londres, y que<br />
esas noticias habían contrapesado la influencia<br />
que él pudiese haber adquirido sobre ella.<br />
Casi en el mismo instante sintióse picado<br />
en las sienes por el tábano cruel <strong>de</strong> los celos,<br />
y volvió a preguntar con amargura.<br />
La Valliére no podía contestar; hubiera tenido<br />
que <strong>de</strong>cirlo todo, y acusar a la reina y a Madame.<br />
Aquello era sostener una lucha abierta<br />
contra dos princesas po<strong>de</strong>rosas.<br />
Parecíale que no haciendo nada para<br />
ocultar al rey lo que pasaba en su interior, <strong>de</strong>bía<br />
el rey leer en su corazón a través <strong>de</strong> su silencio,<br />
y que si amaba en verdad, <strong>de</strong>bía compren<strong>de</strong>rlo<br />
y adivinarlo todo.
¿Qué otra cosa es la simpatía sino la<br />
llama divina que ilumina el corazón y dispensa<br />
a los verda<strong>de</strong>ros amantes <strong>de</strong> la palabra?<br />
La Valliére calló, por tanto, contentándose<br />
con suspirar, llorar y ocultar su cabeza<br />
entre las manos.<br />
Aquellos suspiros y lágrimas, que en un<br />
principio habían emocionado y luego asustado<br />
a Luis XIV, le irritaban ahora. No podía tolerar<br />
la oposición, tanto la <strong>de</strong> los suspiros y lágrimas<br />
como otra cualquiera, y prorrumpió en palabras<br />
agrias, apremiantes, incisivas.<br />
Era aquél un nuevo dolor que aumentaba<br />
los <strong>de</strong>más dolores <strong>de</strong> la<br />
joven; pero trató <strong>de</strong> sacar, <strong>de</strong> lo que consi<strong>de</strong>raba<br />
como una injusticia <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> su amante,<br />
fuerza para resistir, no sólo a los dolores antiguos,<br />
sino también al nuevo.<br />
<strong>El</strong> rey empezó a acusar directamente.<br />
La Valliére no intentó siquiera <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse;<br />
soportó todas las acusaciones sin contestar<br />
<strong>de</strong> otro modo que con un movimiento <strong>de</strong>
cabeza, sin pronunciar más palabras que esta<br />
exclamación que el pesar arranca a los corazones<br />
hondamente afligidos:<br />
-¡Dios mío, Dios mío!<br />
Pero, en vez <strong>de</strong> calmar la irritación <strong>de</strong>l<br />
monarca, este grito <strong>de</strong> dolor no hacía mas que<br />
aumentarla,, pues veía en él la apelación a un<br />
po<strong>de</strong>r superior al suyo, a un ser que podía <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />
a La Valliére contra él.<br />
A<strong>de</strong>más, se veía secundado por Saint-<br />
Aignan. Éste, según hemos dicho, veía aproximarse<br />
la tempestad; no conocía el grado <strong>de</strong><br />
amor que Luis XIV podía experimentar; preveía<br />
que la pobre La Valliére tendría que sucumbir<br />
necesariamente a los tiros <strong>de</strong> las tres princesas,<br />
y no era bastante caballero para no temer quedar<br />
envuelto en su ruina.<br />
Saint-Aignan, por lo tanto, sólo respondía<br />
a las interpelaciones <strong>de</strong>l rey con palabras<br />
dichas a media voz, y con a<strong>de</strong>manes marcados<br />
que tenían por objeto envenenar las cosas y<br />
causar un rompimiento, cuyo resultado <strong>de</strong>bía
libertarle <strong>de</strong>l compromiso <strong>de</strong> atravesar los patios<br />
<strong>de</strong> un modo tan público para acompañar a<br />
su digno compañero al cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />
Entretanto, el rey se iba exaltando más y<br />
más; dio tres pasos para salir, y volvió otra vez.<br />
La joven no había levantado aún su cabeza,<br />
aunque el ruido <strong>de</strong> los pisos le <strong>de</strong>bió advertir<br />
que su amante se alejaba.<br />
<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>tuvo un instante <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />
ella con los brazos cruzados.<br />
-Por última vez,. señorita -dijo-, ¿queréis<br />
hablar? ¿Queréis explicar <strong>de</strong> algún modo ese<br />
cambio, esa veleidad, ese capricho?<br />
-¿Y qué queréis que os diga, Dios mío? -<br />
murmuró La Valliére-. Bien veis, señor, que en<br />
este momento me encuentro anonadada, y no<br />
puedo hacer uso ni <strong>de</strong> la voluntad, ni <strong>de</strong>l pensamiento,<br />
ni <strong>de</strong> la palabra.<br />
-¿Tan difícil es <strong>de</strong>cir la verdad? En menos<br />
palabras <strong>de</strong> las que habéis pronunciado,<br />
hubiérais podido haberla dicho.<br />
-Pero, la verdad, ¿sobre qué?
-Sobre todo.<br />
Subió, en efecto, la verdad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el corazón<br />
a los labios <strong>de</strong> La Valliére. Sus brazos<br />
hicieron un movimiento para abrirse; pero su<br />
boca, permaneció muda, y aquéllos volvieron a<br />
caer inertes. La pobre joven no había sido aún<br />
bastante <strong>de</strong>sgraciada para aventurar semejante<br />
revelación.<br />
-No sé nada -tartamu<strong>de</strong>ó.<br />
-¡Oh! Esto es ya más que coquetería más<br />
que capricho -prorrumpió el rey-: ¡es traición!<br />
Y aquella vez, sin que nada le contuviese<br />
sin que los :impulsos <strong>de</strong> su corazón lograsen<br />
hacerle volver atrás, lanzóse fuera <strong>de</strong>l cuarto<br />
con gesto <strong>de</strong>sesperado.<br />
Saint-Aignan, que no <strong>de</strong>seaba otra cosa<br />
que marcharse, se apresuró a seguirle.<br />
<strong>El</strong> rey no paró hasta la escalera, y agarrándose<br />
a la barandilla.<br />
-¿Ves? -dijo-. He sido indignamente<br />
engañado.<br />
-¿En qué, señor? -preguntó el favorito.
-Guiche se ha batido Por el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>. Y ese <strong>Bragelonne</strong>...<br />
-¿Qué? .<br />
-¡Es a quien ella ama! Sin duda alguna,<br />
Saint-Aignan, moriría <strong>de</strong> vergüenza si <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> tres días me quedase un átomo <strong>de</strong> ese amor<br />
en el corazón.<br />
Y Luis XIV echó a andar otra, vez precipitadamente<br />
hacia su cámara.<br />
-¡Ah! Ya se lo tenía yo dicho a Vuestra<br />
Majestad -murmure Saint-Aignan, siguiendo a<br />
Luis y acechando tímidamente todas las ventanas.<br />
Por <strong>de</strong>sgracia, no sucedió lo mismo a la<br />
salida que la entrada. Levantóse una cortina;<br />
<strong>de</strong>trás estaba Madame.<br />
Madame había visto salir al rey <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />
<strong>de</strong> las camaristas. Levantóse<br />
en cuanto pasó Luis, salió apresuradamente <strong>de</strong><br />
su habitación, y subió <strong>de</strong> dos en dos los escalones<br />
que conducían a la cámara <strong>de</strong> don<strong>de</strong> acababa<br />
<strong>de</strong> salir el rey.
XXXI<br />
DESESPERACIÓN<br />
Luego que se marchó el rey, se había<br />
levantado La Valliére con los brazos extendidos<br />
como para seguirle o <strong>de</strong>tenerle ;mas, cuando se<br />
cerraron las puertas y el ruido <strong>de</strong> sus pasos se<br />
perdió en la distancia, no tuvo más que la fuerza<br />
precisa para <strong>de</strong>jarse caer a los pies <strong>de</strong> un<br />
crucifijo.<br />
Allí permaneció consternada y abismada<br />
en su dolor, sin po<strong>de</strong>rse dar cuenta más que<br />
<strong>de</strong> su dolor mismo; dolor que sólo comprendía<br />
instintivamente y por la sensación.<br />
En medio <strong>de</strong> aquel tumulto <strong>de</strong> sus pensamientos<br />
oyó La Valliére abrir la puerta, y<br />
tembló. Se volvió, creyendo que era el rey que<br />
volvía.<br />
Engañóse la joven, porque era Madame,<br />
irritada, furiosa, amenazadora. Pero, ¿qué le
importaba Madame ni su cólera? Y volvió a<br />
<strong>de</strong>jar caer la cabeza sobre el reclinatorio.<br />
-Señorita -dijo la princesa <strong>de</strong> teniéndose<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> La Valliére-, cosa muy buena es<br />
arrodillarse, orar y aparentar sentimientos religiosos;<br />
pero, por sumisa que seáis con el rey<br />
<strong>de</strong>l cielo, conviene a<strong>de</strong>más que prestéis alguna<br />
obediencia a los príncipes <strong>de</strong> la tierra.<br />
La Valliére levantó penosamente la cabeza<br />
en señal <strong>de</strong> respeto.<br />
-Creo -prosiguió Madame que hace muy<br />
poco se os encargó una cosa.<br />
La mirada fija, extraviada a la vez, <strong>de</strong> La<br />
Valliére, reveló su ignorancia y su olvido.<br />
-La reina os recomendó -continuó Madame-<br />
que os comportaseis <strong>de</strong> modo que nadie<br />
tuviese que <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> vos.<br />
La mirada <strong>de</strong> La Valliére hízose interrogadora.<br />
-Pues bien, alguien acaba <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />
aquí; alguien cuya presencia es una acusación.<br />
La Valliére calló.
-No quiero -continuó Madame- que mi<br />
casa, que es la <strong>de</strong> la primera princesa <strong>de</strong> la sangre,<br />
dé mal ejemplo a la Corte, y vos seríais la<br />
causa <strong>de</strong> ese mal ejemplo. Os anuncio, pues,<br />
señorita, fuera <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> todo testigo,<br />
pues no trato <strong>de</strong> humillaros, que sois libre <strong>de</strong><br />
marchar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento, y que podéis<br />
volveros al lado <strong>de</strong> vuestra madre, a Blois.<br />
La Valliére no podía caer más bajo; no<br />
podía sufrir más <strong>de</strong> lo que había sufrido.<br />
No cambió <strong>de</strong> postura, y sus manos estuvieron<br />
juntas sobre sus rodillas como las <strong>de</strong> la<br />
divina Magdalena.<br />
-¿Me habéis oído? -dijo Madame.<br />
Un simple calofrío que recorrió todo el<br />
cuerpo <strong>de</strong> La Valliére contestó por ella.<br />
Y, como la víctima no daba otra señal <strong>de</strong><br />
existencia, Madame salió. Entonces, La Valliére<br />
sintió que, a la suspensión <strong>de</strong> los latidos <strong>de</strong> su<br />
corazón y a la paralización <strong>de</strong> su sangre, sucedieron<br />
paulatinamente pulsaciones más rápidas<br />
en las muñecas, en el cuello y en las sienes.
Aquellas pulsaciones, aumentándose progresivamente,<br />
cambiáronse muy pronto en una fiebre<br />
vertiginosa, que le hizo ver en su <strong>de</strong>lirio las<br />
sombras <strong>de</strong> sus amigos en lucha con sus enemigos.<br />
Oía confundirse al mismo tiempo en sus<br />
oídos ensor<strong>de</strong>cidos palabras amenazadoras y<br />
palabras <strong>de</strong> amor; no recordaba que fuese ella<br />
misma; sentíase como levantada fuera <strong>de</strong> su<br />
primera existencia, en alas <strong>de</strong> una temible tempestad,<br />
y, en el horizonte <strong>de</strong>l camino adon<strong>de</strong> la<br />
empujaba el vértigo, veía levantarse la piedra<br />
<strong>de</strong>l sepulcro, mostrándole el interior formidable<br />
<strong>de</strong> la noche eterna.<br />
Pero aquella dolorosa invasión <strong>de</strong> ensueños<br />
concluyó por fin por calmarse, para<br />
hacer lugar a la resignación habitual <strong>de</strong> su carácter.<br />
Un rayo <strong>de</strong> esperanza penetró en su corazón,<br />
como un rayo <strong>de</strong> luz en el calabozo <strong>de</strong><br />
un <strong>de</strong>sgraciado preso.<br />
Trasladóse con el pensamiento al camino<br />
<strong>de</strong> Fontainebleau; vio al rey a caballo a la
portezuela <strong>de</strong> su carroza, diciéndole que la<br />
amaba, pidiéndole su amor, haciéndole jurar y<br />
jurando que nunca pasaría una noche <strong>de</strong> por<br />
medio, en cualquier <strong>de</strong>savenencia, sin que una<br />
visita, una carta o una seña viniese a substituir<br />
el reposo <strong>de</strong> la noche a la agitación <strong>de</strong>l día. Era<br />
el rey quien había propuesto aquello, el que lo<br />
había jurado. Era, pues, imposible que el rey<br />
faltase a la promesa que él mismo había exigido,<br />
a no ser que el rey fuese un déspota que<br />
exigiese el amor como exigía la obediencia, o<br />
fuese un indiferente que el primer obstáculo le<br />
basta para <strong>de</strong>tenerle en el camino.<br />
<strong>El</strong> monarca, aquel dulce protector, que<br />
con una palabra, con una sola palabra, podía<br />
hacer cesar todas sus penas, iba a asociarse a<br />
sus perseguidores.<br />
¡Oh! Su cólera podía durar. Ahora que<br />
estaba solo, <strong>de</strong>bía sufrir todo lo que sufría ella<br />
misma. Pero él no estaba enca<strong>de</strong>nado como<br />
ella; podía obrar, moverse, venir; ella, ella no<br />
podía hacer más que esperar.
Y ella esperaba con toda su alma, porque<br />
creía imposible que el rey no viniera.<br />
Eran apenas las diez y media <strong>de</strong> la noche.<br />
Vendría, o escribiría, o enviaría a <strong>de</strong>cir<br />
algunas palabras <strong>de</strong> consuelo por medio <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan.<br />
Si venía, ¡oh!, cómo se apresuraría a<br />
salirle al encuentro! ¡Cómo <strong>de</strong>secharía aquella<br />
<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za que encontraba a la sazón mal entendida!<br />
¡Cómo se apresuraría a <strong>de</strong>cirle: "No es<br />
que yo no os ame; ellas son las que quieren que<br />
no os ame"!<br />
Y entonces, preciso es <strong>de</strong>cirlo, a medida<br />
que más reflexionaba, consi<strong>de</strong>raba a Luis menos<br />
culpable. En efecto, ignorándolo todo, ¿qué<br />
<strong>de</strong>bía pensar <strong>de</strong> su obstinación en guardar silencio?<br />
Siendo, como todo el mundo, sabía,<br />
impaciente e irritable por naturaleza, hasta era<br />
<strong>de</strong> extrañar que hubiese conservado tanto<br />
tiempo su sangre fría. ¡Oh! Indudablemente, no<br />
se habría conducido ella <strong>de</strong> aquella manera:
todo lo habría comprendido y adivinado. Pero<br />
ella era una infeliz muchacha, y no un gran rey.<br />
¡Oh! ¡Si llegase a venir! ... ¡Cómo le<br />
perdonaría todo lo que le había hecho sufrir!<br />
¡Cuánto más le amaría por haber sufrido!<br />
Y con la cabeza extendida hacia la puerta,<br />
los labios entreabiertos, aguardaba, ¡Dios le<br />
perdone su profana i<strong>de</strong>a!, el beso que los labios<br />
<strong>de</strong>l rey <strong>de</strong>stilaban tan suavemente la mañana<br />
en que pronunciara la palabra amor.<br />
Si Luis no iba, escribiría por lo menos. esta era<br />
la segunda probabilidad, probabilidad menos<br />
grata y menos feliz que la anterior, pero que<br />
probaría igual su amor, aunque amor más tímido.<br />
¡Oh! ¡Cómo <strong>de</strong>voraría ella su carta! ¡Cómo<br />
se apresuraría a contestarle! ¡Cómo, <strong>de</strong>spués<br />
que marchara el mensajero, besaría, releería<br />
y estrecharía contra su corazón el bienhadado<br />
papel que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>volverle la tranquilidad,<br />
la dicha!<br />
Por último, si el rey no iba; si el rey no<br />
escribía, era imposible que no enviara por lo
menos a Saint-Aignan, o que el mismo Saint-<br />
Aignan no fuese. A una tercera persona<br />
podría <strong>de</strong>círselo todo, porque no estaría allí la<br />
majestad real que le helara la palabra en los<br />
labios, y entonces no quedaría la menor duda<br />
en el corazón <strong>de</strong>l rey.<br />
Todo en La Valliére, corazón y mirada,<br />
espíritu y materia, se consagró a esperar.<br />
Decíase a sí misma que todavía le quedaba<br />
una hora <strong>de</strong> esperanza; que hasta media<br />
noche, podía el rey venir, escribir o enviar a<br />
alguien; y que transcurrida la medianoche sería<br />
cuando tendría que renunciar a toda esperanza.<br />
En cuanto oía algún ruido en el palacio,<br />
la pobre joven se creía la causa <strong>de</strong> él; cuantas<br />
personas pasaban por el patio, creía que eran<br />
mensajeros enviados por el rey.<br />
Dieron las once, luego las once 3 cuarto;<br />
<strong>de</strong>spués las once y media. Corrían lentamente<br />
los minutos en aquella ansiedad, y, no obstante.<br />
todavía huían con <strong>de</strong>masiada precipitación.<br />
Sonaron los tres cuartos.
¡Las doce, las doce! La última, la suprema<br />
esperanza llegaba. Con la última campanada,<br />
se extinguió la última luz; con la última luz,<br />
la última esperanza.<br />
Así, pues, el rey mismo la había engañado;<br />
era el primero en faltar al juramento<br />
hecho en el mismo día. ¡Doce horas entre el<br />
juramento y el perjurio! No era haber guardado<br />
mucho tiempo la ilusión.<br />
Por tanto, el rey, no sólo no amaba, sino<br />
que <strong>de</strong>spreciaba a la que todos miraban ya con<br />
malos ojos, y la <strong>de</strong>spreciaba hasta abandonarla<br />
a la vergüenza <strong>de</strong> la expulsión, que equivalía a<br />
una sentencia ignominiosa y, sin embargo, era<br />
él, él, el rey, quien era la causa primera <strong>de</strong> tal<br />
ignominia.<br />
Una amarga sonrisa, único síntoma <strong>de</strong><br />
cólera que durante aquella larga lucha pasó por<br />
el semblante angelical <strong>de</strong> la víctima, entreabrió<br />
sus labios.<br />
En efecto, ¿qué le quedaba en la tierra<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l rey? Nada. Sólo Dios en el cielo.
Y pensó en Dios.<br />
-¡Dios mío! -exclamó-. Dictadme lo que<br />
tengo que hacer. De vos es <strong>de</strong> quien espero todo,<br />
y <strong>de</strong> quien <strong>de</strong>bo esperarlo.<br />
Y miró a su crucifijo, cuyos pies besó<br />
con amor.<br />
-Tú eres un amo -continuó- que nunca<br />
olvidas ni abandonas a los que no te abandonan<br />
ni olvidan; tú eres el único a quien <strong>de</strong>bo<br />
sacrificarme.<br />
Entonces, si alguno hubiera podido mirar<br />
lo que pasaba en aquella habitación, habría<br />
podido notar que la pobre <strong>de</strong>sesperada tomaba<br />
una postrera resolución, fijaba un plan supremo<br />
en su ánimo, subía, en fin, la gran<strong>de</strong> escala<br />
<strong>de</strong> Jacob, que conduce a las almas <strong>de</strong> la tierra al<br />
cielo.<br />
Entonces, también, y como sus rodillas<br />
no tuviesen fuerzas para sostenerla, <strong>de</strong>jóse caer<br />
poco a poco sobre la tarima <strong>de</strong>l reclinatorio, pegando<br />
su frente al ma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la cruz, y, con la<br />
mirada fija y la respiración angustiosa, esperó a
que apareciesen en los vidrios los primeros<br />
albores <strong>de</strong> la mañana.<br />
Las dos <strong>de</strong> la madrugada sorprendiéronle<br />
en aquel <strong>de</strong>lirio, o más bien en aquel<br />
éxtasis. No se pertenecía ya.<br />
Así que vio <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r sobre los tejados<br />
<strong>de</strong>l palacio' el tinte violado <strong>de</strong> la mañana y <strong>de</strong>linear<br />
vagamente los contornos <strong>de</strong>l crucifijo <strong>de</strong><br />
marfil, que tenía abrazado, se levantó con cierta<br />
energía, besó los pies <strong>de</strong>l divino mártir, y bajó<br />
la escalera <strong>de</strong> su cámara, envolviéndose la cabeza<br />
con un velo.<br />
Llegó al postigo en el momento en que<br />
la ronda <strong>de</strong> mosqueteros abría la puerta para<br />
recibir la primera guardia <strong>de</strong> los suizos.<br />
Entonces, <strong>de</strong>slizándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />
hombres <strong>de</strong> la guardia, salió a la calle, antes <strong>de</strong><br />
que el jefe <strong>de</strong> la patrulla pensara siquiera en<br />
averiguar quién era aquella mujer que tan <strong>de</strong><br />
mañana abandonaba el palacio.
XXX<strong>II</strong><br />
LA FUGA<br />
La Valliére salió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la patrulla.<br />
La patrulla dirigióse a la <strong>de</strong>recha por la calle <strong>de</strong><br />
San Honorato, y La Valliére tornó maquinalmente<br />
a la izquierda.<br />
Había hecho ya su resolución; quería ir<br />
a las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot, cuya superiora<br />
tenía una fama <strong>de</strong> austeridad que hacía temblar<br />
a las mundanas <strong>de</strong> la Corte.<br />
La Valliére no había visto a París, ni<br />
había salido nunca a pie, <strong>de</strong> suerte que no<br />
hubiera sabido su camino. aun cuando hubiese<br />
estado en una disposición más tranquila <strong>de</strong><br />
ánimo. Esto explica cómo subió la calle <strong>de</strong> San<br />
Honorato, en lugar <strong>de</strong> bajarla.<br />
Lo que <strong>de</strong>seaba era alejarse <strong>de</strong>l palacio<br />
real, y se alejaba.<br />
Había oído <strong>de</strong>cir que Chaillot daba al<br />
Sena, y se dirigía hacia el Sena.
Siguió la calle <strong>de</strong>l Gallo, y, no pudiendo<br />
atravesar el Louvre, pasó junto a la- iglesia <strong>de</strong><br />
Saint-German Auxerrois, costeando el sitio en<br />
que Perrault edificó <strong>de</strong>spués su columnata.<br />
Muy pronto llegó a los malecones.<br />
Su andar era rápido y agitado. Apenas<br />
sentía aquella <strong>de</strong>bilidad que, obligándola a cojear<br />
algo, le recordaba <strong>de</strong> vez en cuando la torcedura<br />
<strong>de</strong> pie que tuvo en sus primeros años.<br />
A cualquier hora <strong>de</strong>l día su porte habría<br />
llamado la atención <strong>de</strong> las personas menos<br />
perspicaces y atraído las miradas <strong>de</strong> los transeúntes<br />
menos curiosos; mas, a las dos y media<br />
<strong>de</strong> la mañana, las calles <strong>de</strong> París se hallan <strong>de</strong>siertas,<br />
o poco menos, y no se encuentran en<br />
ellas más que a los artesanos laboriosos que van<br />
a ganarse el pan cotidiano o a los ociosos que<br />
vuelven a sus casas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una noche <strong>de</strong><br />
agitación y <strong>de</strong> orgía.<br />
Para los primeros principiaba el día, y<br />
para los segundos terminaba. La Valliére sintió<br />
miedo <strong>de</strong> todos aquellos rostros, en los que su
ignorancia <strong>de</strong> los tipos parisienses no le permitía<br />
distinguir el tipo <strong>de</strong> la probidad <strong>de</strong>l que<br />
refleja el cinismo. La miseria le infundía espanto,<br />
y todos los que encontraba parecíanle gente<br />
miserable.<br />
Su vestido, que era el <strong>de</strong> la víspera,<br />
mostraba cierta elegancia, aun en medio <strong>de</strong> su<br />
<strong>de</strong>scuido, pues era el mismo con que se presentara<br />
a la reina madre. A<strong>de</strong>más, bajo su velo, que<br />
llevaba levantado para ver por dón<strong>de</strong> iba, su<br />
pali<strong>de</strong>z y su hermosos ojos hablaban un lenguaje<br />
<strong>de</strong>sconocido a aquella gente <strong>de</strong>l pueblo, y<br />
la <strong>de</strong>sgraciada fugitiva, excitaba, sin saberlo, la<br />
brutalidad <strong>de</strong> unos y la compasión <strong>de</strong> otros.<br />
La Valliére caminó <strong>de</strong> aquel modo, <strong>de</strong>salada<br />
y presurosa, hasta lo alto <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la<br />
Gréve.<br />
Alguna que otra vez se paraba, apoyaba<br />
su mano contra el corazón, se recostaba contra<br />
algún edificio para tomar aliento, y continuaba<br />
su camino con más rapi<strong>de</strong>z que antes.
Cuando llegó a la plaza <strong>de</strong> la Gréve, se<br />
halló frente a un grupo<br />
<strong>de</strong> tres hombres, <strong>de</strong>spechugados y medio<br />
ebrios, que salían <strong>de</strong> un barco amarrado al<br />
puerto.<br />
Aquel barco se hallaba cargado <strong>de</strong> vino,<br />
y se conocía que aquellos hombres habían<br />
hecho honor al cargamento.<br />
Venían cantando sus hazañas báquicas<br />
en tres tonos distintos, cuando, al llegar al final<br />
<strong>de</strong>l pretil que da al muelle, se hallaron frente a<br />
la joven.<br />
La Valliére se <strong>de</strong>tuvo.<br />
<strong>El</strong>los, por su parte, al ver aquella joven<br />
en traje <strong>de</strong> Corte, hicieron alto, y, <strong>de</strong> común<br />
acuerdo, se agarraron <strong>de</strong> las manos, y ro<strong>de</strong>aron<br />
a La Valliére, cantando:<br />
Paloma que vuelas sola,<br />
Vente a nuestro alegre nido.
La Valliére comprendió entonces que<br />
aquellos hombres se dirigían a ella y trataban<br />
<strong>de</strong> cerrarle el paso. Hizo varios esfuerzos para<br />
huir, pero fueron inútiles.<br />
Flaqueáronle las piernas, sintió que iba a<br />
caer, y exhaló un grito <strong>de</strong> terror.<br />
Pero, en el mismo instante, se abrió el<br />
círculo que la ro<strong>de</strong>aba a impulsos <strong>de</strong> una fuerte<br />
sacudida.<br />
Uno <strong>de</strong> los provocadores cayó <strong>de</strong>rrumbado<br />
a la izquierda; el otro rodó por .la <strong>de</strong>recha<br />
hasta la orilla <strong>de</strong>l agua; el tercero se bamboleó<br />
sobre sus pies.<br />
Enfrente <strong>de</strong> la niña apareció un oficial<br />
<strong>de</strong> mosqueteros, con el ceño fruncido, la amenaza<br />
en la boca y la mano levantada para continuar<br />
la amenaza.<br />
Los borrachos esquivaron el bulto a la<br />
vista <strong>de</strong>l uniforme y, sobre todo, ante la prueba<br />
<strong>de</strong> fuerza que acababa <strong>de</strong> dar el que lo llevaba.<br />
-¡Pardiez! -murmuró el oficial-. La señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére. La Valliére -aturdida con lo
que acababa <strong>de</strong> pasar, y sorprendida <strong>de</strong> oír su<br />
nombre, levantó la cabeza y reconoció a Artagnan.<br />
-Sí, señor -dijo-, yo soy, yo.<br />
Y, al mismo tiempo, se apoyó en el brazo<br />
<strong>de</strong>l mosquetero.<br />
-Vos me protegeréis, ¿no es así, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan? -añadió con voz suplicante.<br />
-¡Sí que os protegeré! ¿Pero adón<strong>de</strong> vais<br />
a estas horas?<br />
-Voy a Chaillot.<br />
-¿Y vais a Chaillot por la Rapeé? Precisamente<br />
lleváis camino contrario.<br />
-Entonces, señor, tened la amabilidad <strong>de</strong><br />
indicarme el camino, y acompañadme algún<br />
trecho.<br />
-Con mucho gusto.<br />
-Pero, ¿cómo es que os he hallado aquí?<br />
¿Por qué favor <strong>de</strong>l Cielo os habéis hallado a<br />
punto <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r acudir a mi <strong>de</strong>fensa? Paréceme<br />
que estoy soñando, o que he perdido el conocimiento.
-Me encuentro aquí, señorita, porque<br />
soy dueño <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la Gréve,<br />
en "La Imagen <strong>de</strong> Nuestra Señora", y habiendo<br />
ido ayer a cobrar los alquileres, he pasado en<br />
ella la noche. Me retire tan temprano, porque<br />
<strong>de</strong>seo estar a buena hora en Palacio para inspeccionar<br />
los puestos.<br />
Gracias -dijo La Valliére. "Eso es lo que yo hacía<br />
-pensó Artagnan-; pero ella, ¿qué hacía, y por<br />
qué va a estas horas a Chaillot?"<br />
Y le ofreció su brazo.<br />
La Valliére , lo tomó, y echó a andar<br />
apresuradamente.<br />
No obstante, aquella precipitación ocultaba<br />
una gran <strong>de</strong>bilidad. Artagnan lo conoció, y<br />
propuso a La Valliére que <strong>de</strong>scansase un rato;<br />
pero la joven se negó a ello.<br />
-¿Es qué ignoráis dón<strong>de</strong> está Chaillot? -<br />
preguntó Artagnan.<br />
-Sí, lo ignoro.<br />
-Está muy lejos. -¡No importa! -Media<br />
una legua por lo menos.
-Andaré esa legua.<br />
Artagnan no replicó; en el solo acento<br />
<strong>de</strong> la voz conocía las resoluciones irrevocables.<br />
Y llevó, más bien que acompañó, a La Valliére.<br />
Al fin se distinguieron las alturas.<br />
-¿A qué casa vais, señorita? -preguntó<br />
Artagnan.<br />
-A las Carmelitas, señor.<br />
-¡A las Carmelitas! -repitió asombrado<br />
Artagnan.<br />
-Sí; y ya que Dios os ha enviado a mí<br />
para que me sostengáis en mi camino, os doy<br />
las más expresivas gracias y me <strong>de</strong>spido <strong>de</strong> vos.<br />
-¿Vais a las Carmelitas y os <strong>de</strong>spedís?<br />
¡Es que vais a haceros religiosa! -preguntó Artagnan.<br />
-Sí, señor. -.i i ¡¡¡Vos!!!<br />
En este vos, a que hemos puesto tres<br />
admiraciones para darle toda la expresión posible,<br />
encerrábase todo un poema, pues traía a<br />
la memoria <strong>de</strong> La Valliére sus antiguos recuerdos<br />
<strong>de</strong> Blois y sus nuevos recuerdos <strong>de</strong> Fontai-
nebleau. Era como si le dijese: "Vos, que podíais<br />
ser feliz con Raúl; vos, que podíais alcanzar<br />
tanto valimiento con el rey, ¿vais a entrar en un<br />
convento?"<br />
-Sí, señor -repitió la joven-: quiero<br />
hacerme sierva <strong>de</strong>l Señor y renunciar al mundo.<br />
-¿Pero no os engañáis acerca <strong>de</strong> vuestra<br />
vocación? ¿No os engañáis sobre la voluntad <strong>de</strong><br />
Dios?<br />
-No, puesto que el mismo Dios ha querido<br />
que os encuentre, y a no ser por vos habría<br />
sucumbido seguramente a la fatiga. Cuando<br />
Dios os ha enviado en mi camino, es prueba <strong>de</strong><br />
que quiere que lleve a cabo mi propósito.<br />
-¡Oh! -exclamó Artagnan en tono <strong>de</strong><br />
duda-. Algo sutil me parece eso.<br />
-De todos modos -contestó la joven-, ya<br />
sabéis adón<strong>de</strong> voy y cuál es mi resolución.<br />
Ahora sólo me resta pediros un favor -añadió<br />
La Valliére.<br />
-Hablad, señorita.<br />
-<strong>El</strong> rey ignora mi fuga <strong>de</strong>l Palais Royal.
Artagnan hizo un movimiento.<br />
-<strong>El</strong> rey -continuó La Valliére ignora lo<br />
que voy a hacer.<br />
-¿Lo ignora el rey? -exclamó Artagnan-.<br />
Pero, señorita, mirad lo que hacéis; sin duda,<br />
no habéis meditado las consecuencias <strong>de</strong> vuestro<br />
paso. Nadie <strong>de</strong>be hacer cosa que el rey ignore,<br />
particularmente las personas <strong>de</strong> la Corte.<br />
-Yo no soy ya <strong>de</strong> la Corte, señor.<br />
Artagnan miró a la joven con sorpresa<br />
que iba en aumento.<br />
-¡Oh! No os alarméis, señor -prosiguió la<br />
joven-; todo está calculado, y, aun cuando no lo<br />
estuviese, seria ya <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> para volver<br />
atrás en mi resolución; el hecho está ya consumado.<br />
-Pues bien, señorita, ¿qué queréis?<br />
-Caballero,- por la compasión que se<br />
<strong>de</strong>be a la verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sgracia, por la generosidad<br />
<strong>de</strong> vuestra noble alma, y por vuestra fe <strong>de</strong><br />
caballero, os ruego que me juréis una cosa.<br />
-¡Que os jure una cosa! ¿Y el qué?
-Juradme, señor <strong>de</strong> Artagnan, que no<br />
diréis al rey que me habéis visto, ni que estoy<br />
en las Carmelitas. Artagnan meneó la cabeza.<br />
-No juraré eso -dijo. -¿Y por qué?<br />
-Porque conozco al rey, os conozco a<br />
vos, me conozco a mí mismo, y conozco a todo<br />
el género humano. No, yo no juraré eso.<br />
-Entonces -exclamó La Valliére con una<br />
energía <strong>de</strong> que no se hubiera creído capaz-, en<br />
vez <strong>de</strong> las bendiciones que os habría prodigado<br />
hasta el fin <strong>de</strong> mis días, caiga sobre vos la maldición<br />
<strong>de</strong>l Cielo, puesto que me hacéis la más<br />
miserable <strong>de</strong> todas las criaturas.<br />
Hemos dicho ya que Artagnan conocía<br />
los acentos que salían <strong>de</strong> lo íntimo <strong>de</strong>l corazón,<br />
y no pudo resistir al que la <strong>de</strong>sesperación había<br />
arrancado a La Valliére. Advirtió sus facciones<br />
<strong>de</strong>scompuestas, vio el temblor <strong>de</strong> sus labios, vio<br />
vacilar aquel cuerpo débil y <strong>de</strong>licado a impulsos<br />
<strong>de</strong>l sacudimiento, y comprendió que la resistencia<br />
la mataría.
-Sea como gustéis -dijo-. Estad tranquila,<br />
señorita, que nada diré al rey.<br />
-¡Oh! ¡Gracias, gracias! -exclamó La Valliére-.<br />
¡Sois el más generoso <strong>de</strong> los hombres.<br />
Y, en su transporte <strong>de</strong> alegría, cogió las<br />
manos <strong>de</strong> Artagnan y las estrechó entre las suyas.<br />
Éste se sintió enternecido. "¡Diantre! -se<br />
dijo-. He aquí una que principia por don<strong>de</strong><br />
otras acaban: es impresionante." Entonces La<br />
Valliére, que en el paroxismo <strong>de</strong> su dolor<br />
habíase <strong>de</strong>jado caer sobre una piedra, volvió a<br />
levantarse y se dirigió hacia el convento <strong>de</strong> las<br />
Carmelitas, que se <strong>de</strong>stacaba con mayor fuerza<br />
a medida que iba entrando el día. Artagnan la<br />
seguía <strong>de</strong> lejos.<br />
La puerta <strong>de</strong>l parlatorio estaba entreabierta;<br />
la joven se <strong>de</strong>slizó como pálida sombra,<br />
y, dando las gracias con un a<strong>de</strong>mán al mosquetero<br />
<strong>de</strong>sapareció.
Cuando Artagnan se vio solo, púsose a reflexionar<br />
profundamente sobre lo que acababa<br />
<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r.<br />
"Esto es, a fe mía -pensó-, lo que se llama<br />
una posición falsa... Conservar un secreto<br />
semejante, es guardar en el bolsillo un carbón<br />
encendido y confiar que no quemará la tela. No<br />
guardar el secreto, cuando uno ha jurado guardarlo,<br />
es <strong>de</strong> hombre sin honor. Generalmente,<br />
las buenas i<strong>de</strong>as las tengo cuando corro; pero<br />
esta vez, o mucho me engaño, o es preciso que<br />
corra mucho para encontrar la solución <strong>de</strong> este<br />
asunto. .. ¿Adón<strong>de</strong> correr? A fe mía y a fin <strong>de</strong><br />
cuentas, hacia el lado <strong>de</strong> París! Este es el bueno.<br />
. . Lo que importa es correr <strong>de</strong> prisa... Pero, para<br />
correr <strong>de</strong> prisa, valen más cuatro piernas que<br />
dos. Desgraciadamente, por el momento no<br />
tengo más que dos... ¡Un caballo! Como oí <strong>de</strong>cir<br />
en el teatro <strong>de</strong> Londres: ¡Mi reino por un caballo!...<br />
Y ahora que pienso, no es cosa tan difícil...<br />
En la barrera <strong>de</strong> la Conferencia hay un puesto
<strong>de</strong> mosqueteros, y, en vez <strong>de</strong> un caballo, podré<br />
tener diez, si quiero."<br />
En virtud <strong>de</strong> esta resolución, que tomó<br />
Artagnan con su rapi<strong>de</strong>z acostumbrada, bajó al<br />
punto las alturas, llegó al puesto <strong>de</strong> mosqueteros,<br />
tomó el mejor caballo que había, y se puso<br />
en palacio en diez minutos.<br />
Daban las cinco en el reloj <strong>de</strong>l Palais<br />
Royal.<br />
Artagnan preguntó por el rey. Luis<br />
habíase acostado a la hora <strong>de</strong> costumbre, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haber <strong>de</strong>spachado con monsieur Colbert,<br />
y aún dormía, según toda probabilidad.<br />
"Vamos -pensó-, no me ha engañado la<br />
joven; el rey ignora todo, porque si supiese la<br />
mitad tan sólo <strong>de</strong> lo que ha pasado, el Palais<br />
Royal estaría a estas horas revuelto."<br />
XXX<strong>II</strong>I
CÓMO PASE LUIS EL TIEMPO DESDE LAS<br />
DIEZ Y MEDIA DE LA NOCHE HASTA LAS<br />
DOCE<br />
Al salir el rey <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> las<br />
camaristas, encontró en su cámara a Colbert,<br />
que le esperaba para recibir sus ór<strong>de</strong>nes con<br />
motivo <strong>de</strong> la ceremonia que <strong>de</strong>bía verificarse al<br />
día siguiente.<br />
Tratábase, como hemos dicho ya, <strong>de</strong> la<br />
recepción <strong>de</strong> los embajadores holandés y español.<br />
Luis XIV tenía gran<strong>de</strong>s motivos <strong>de</strong> queja<br />
contra Holanda. Los Estados se habían conducido<br />
mal en muchas ocasiones en sus relaciones<br />
con Francia y, sin cuidarse <strong>de</strong> un rompimiento,<br />
abandonaban <strong>de</strong> nuevo la alianza con el rey<br />
cristianísimo para lanzarse en toda clase <strong>de</strong><br />
intrigas con España.<br />
A su advenimiento al trono, es <strong>de</strong>cir,<br />
cuando falleció Mazarino, Luis XIV encontró<br />
planteada ya aquella cuestión política.
No era su solución fácil para un joven;<br />
pero como entonces toda la nación era el rey,<br />
todo cuanto resolvía la cabeza estaba dispuesto<br />
el cuerpo a ejecutarlo.<br />
Alguna dosis <strong>de</strong> cólera, la reacción <strong>de</strong><br />
una sangre juvenil y vivaz en el cerebro, era lo<br />
suficiente para cambiar la antigua línea <strong>de</strong> política<br />
y crear otro sistema.<br />
<strong>El</strong> papel <strong>de</strong> los diplomáticos <strong>de</strong> la época<br />
limitábase a arreglar entre sí los golpes <strong>de</strong> Estado<br />
<strong>de</strong> que sus monarcas podían tener necesidad.<br />
Luis no se hallaba en una disposición <strong>de</strong><br />
ánimo propia para dictarle una política sabia.<br />
Conmovido aún, <strong>de</strong> resultas <strong>de</strong> la escena<br />
que acababa <strong>de</strong> tener con La Valliére,<br />
empezó a dar paseos por su <strong>de</strong>spacho, <strong>de</strong>seando<br />
encontrar una ocasión a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogarse,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse contenido por tanto tiempo.<br />
En cuanto Colbert vio entrar al rey, juzgó<br />
al primer vistazo la situación, y comprendió
las intenciones <strong>de</strong>l monarca. Por consiguiente,<br />
procuró bor<strong>de</strong>arle.<br />
Cuando Luis le preguntó lo que <strong>de</strong>bía<br />
<strong>de</strong>cir al día siguiente, empezó Colbert por mostrarse<br />
admirado <strong>de</strong> que el señor Fouquet no le<br />
hubiese puesto al corriente <strong>de</strong>l asunto.<br />
-<strong>El</strong> señor Fouquet -dijo- sabe todo ese<br />
asunto <strong>de</strong> Holanda, puesto que recibe directamente<br />
la correspon<strong>de</strong>ncia.<br />
Acostumbrado el rey a oír al señor Colbert<br />
plagiar al señor Fouquet, <strong>de</strong>jó pasar aquella<br />
indirecta sin contestar y se contentó en oír.<br />
Colbert vio el efecto producido y se<br />
apresuró a volverse atrás, diciendo que el señor<br />
Fouquet no era tan culpable como pudiera parecer<br />
a primera vista, porque tenía a la sazón<br />
gran<strong>de</strong>s preocupaciones.<br />
<strong>El</strong> rey levantó la cabeza.<br />
-¿Qué preocupaciones son ésas? -dijo.<br />
-Majestad, los hombres al fin son hombres<br />
y el señor Fouquet tiene sus <strong>de</strong>fectos no<br />
obstante sus gran<strong>de</strong>s cualida<strong>de</strong>s.
-¡Ah! ¿quién no tiene <strong>de</strong>fectos, señor<br />
Colbert?<br />
-Vuestra Majestad tiene muchos <strong>de</strong> ésos<br />
-contestó osadamente Colbert, que sabía injerir<br />
una gran lisonja en una ligera censura, como la<br />
flecha que hien<strong>de</strong> el aire, no obstante su peso, a<br />
favor <strong>de</strong> las débiles plumas que la sostienen.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>fecto tiene el señor Fouquet? -<br />
dijo el rey sonriendo.<br />
-Siempre el mismo, Majestad; aseguran<br />
que está enamorado.<br />
-¡Enamorado! ¿Y <strong>de</strong> quién? -No lo sé a<br />
punto fijo, Majestad; me mezclo poco en las<br />
galanterías.<br />
-Algo sabréis, cuando habláis. -He oído<br />
pronunciar...<br />
-¿Qué?<br />
-Un nombre.<br />
-¿Cuál?<br />
-No lo recuerdo bien.<br />
-Vamos a ver.
-Me parece que es el <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las camaristas<br />
<strong>de</strong> Madame.<br />
<strong>El</strong> rey se sobresaltó.<br />
-Algo más sabréis <strong>de</strong> lo que habéis dicho,<br />
señor Colbert -repuso.<br />
-Majestad, os aseguro que no.<br />
-De todos modos, conocidas son las camaristas<br />
<strong>de</strong> Madame, y si se os dicen sus nombres<br />
tal vez encontraréis el <strong>de</strong> la que no recordáis<br />
en este momento.<br />
-No, Majestad. -Probad-<br />
-Sería inútil. Majestad. Cuando se trata<br />
<strong>de</strong> nombres <strong>de</strong> damas comprometidas, mi memoria<br />
es un cofre <strong>de</strong> hierro cuya llave he perdido.<br />
Por el ánimo y la frente <strong>de</strong> Luis cruzó<br />
una nube; pero, queriendo mostrarse dueño <strong>de</strong><br />
sí mismo, dijo sacudiendo la cabeza:<br />
-Hablemos <strong>de</strong>l asunto <strong>de</strong> Holanda.<br />
-<strong>Primera</strong>mente, ¿a qué hora quiere<br />
Vuestra Majestad recibir a los embajadores?<br />
-Por la mañana temprano.
-¿A las once?<br />
-Demasiado tar<strong>de</strong>... A las nueve.<br />
-Muy temprano es.<br />
-Para los amigos, eso no tiene importancia;<br />
se hace con ellos todo lo que se quiere; mas<br />
para los enemigos, tanto mejor si se incomodan.<br />
Confieso que no veré con disgusto acabar <strong>de</strong><br />
una vez con todos esos pájaros <strong>de</strong> pantano, que<br />
me molestan con sus gritos.<br />
-Se hará como Vuestra Majestad <strong>de</strong>sea...<br />
A las nueve, pues... Daré las ór<strong>de</strong>nes para ello.<br />
¿Será audiencia solemne?<br />
-No. Quiero explicarme con ellos y no<br />
envenenar las cosas, como acontece siempre en<br />
presencia <strong>de</strong> mucha gente; pero, al mismo<br />
tiempo, quiero hablarles claro, para no tener<br />
que volver a empezar.<br />
-Vuestra Majestad <strong>de</strong>signará a las personas<br />
que han <strong>de</strong> asistir a la recepción.<br />
-Ya haré la lista ... Hablemos <strong>de</strong> esos<br />
embajadores, ¿qué quieren?
-Aliándose con España, nada ganan;<br />
aliándose con Francia, pier<strong>de</strong>n mucho.<br />
-Explicaos.<br />
-Aliándose con España, se encuentran<br />
cercados y protegidos por las posesiones <strong>de</strong> su<br />
aliada, y no pue<strong>de</strong>n hincar en ellas el diente a<br />
pesar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos. De Amberes a Rotterdam<br />
sólo hay un paso por el Escalda y el Mosa ... Si<br />
quieren mor<strong>de</strong>r el pastelito español, vos, Majestad,<br />
yerno <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> España, podéis poneros<br />
en dos días en Bruselas con la caballería. Se<br />
trata, pues, <strong>de</strong> romper lo bastante con Vuestra<br />
Majestad y haceros recelar <strong>de</strong> España para que<br />
no os mezcléis en sus asuntos.<br />
-Más sencillo es entonces -respondió el<br />
rey- hacer conmigo una alianza po<strong>de</strong>rosa, en la<br />
que yo ganaría algo, al paso que ellos lo ganarían<br />
todo.<br />
-No; pues si llegasen, por casualidad, a<br />
teneros por limítrofe, Vuestra Majestad no es<br />
vecino cómodo; joven, ardiente y belicoso, el
ey <strong>de</strong> Francia pue<strong>de</strong> dar fuertes golpes a<br />
Holanda, sobre todo si se acerca a ella.<br />
-Comprendo perfectamente, señor Colbert,<br />
pues os habéis explicado muy bien; pero<br />
vamos a la conclusión.<br />
-Jamás falta la sabiduría en las <strong>de</strong>cisiones<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¿Qué me dirán esos embajadores?<br />
-Dirán a Vuestra Majestad que <strong>de</strong>sean<br />
cordialmente su alianza, y será una mentira;<br />
dirán a los españoles que las tres potencias <strong>de</strong>ben<br />
unirse contra la prosperidad <strong>de</strong> Inglaterra,<br />
y será también mentira; porque la aliada natural<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad es en la actualidad Inglaterra,<br />
que tiene buques, y Vuestra Majestad<br />
no los tiene. Inglaterra es la que pue<strong>de</strong> tener a<br />
raya el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los holan<strong>de</strong>ses en la India, y<br />
es, en fin, un país monárquico, don<strong>de</strong> Vuestra<br />
Majestad tiene relaciones <strong>de</strong> consanguinidad.<br />
-Bien, ¿pero qué respon<strong>de</strong>ríais?<br />
-Respon<strong>de</strong>ría, Majestad, con gran mo<strong>de</strong>ración,<br />
que Holanda no está en las mejores dis-
posiciones hacia el rey <strong>de</strong> Francia; que los síntomas<br />
<strong>de</strong>l espíritu público en los holan<strong>de</strong>ses<br />
son alarmantes para Vuestra Majestad; que se<br />
han acuñado ciertas medallas con emblemas<br />
ofensivos.<br />
-¿Para mí? -exclamó exaltado el joven<br />
rey.<br />
-¡Oh! No, Majestad, no; ofensivos no es<br />
la palabra propia; quise <strong>de</strong>cir extremadamente<br />
lisonjeros para los bátavos.<br />
-¡Oh! Si es así, poco me importa el orgullo<br />
<strong>de</strong> los bátavos -dijo suspirando el monarca.<br />
-Vuestra Majestad tiene muchísima razón;<br />
pero, con todo, nunca es malo en política,<br />
y el rey lo sabe mejor que yo, ser injusto para<br />
obtener una concesión. Si Vuestra Majestad se<br />
queja con susceptibilidad <strong>de</strong> los bátavos, les<br />
impondrá mucho más.<br />
-¿Y qué eso <strong>de</strong> las medallas? -preguntó-.<br />
Porque si hablo <strong>de</strong> ello, necesario es que sepa lo<br />
que tengo que <strong>de</strong>cir.
-¡A fe mía, Majestad, no lo sé bien!. . .<br />
Algún emblema presuntuoso... ése es todo el<br />
sentido: las palabras nada hacen al asunto.<br />
-Bueno; pronunciaré, la palabra medalla,<br />
y ya me compren<strong>de</strong>rán si quieren.<br />
-¡Oh! Sí que lo compren<strong>de</strong>rán. También<br />
podrá Vuestra Majestad <strong>de</strong>slizar algunas palabras<br />
sobre ciertos libelos que corren.<br />
-¡Nunca! Los libelos <strong>de</strong>nigran más a los<br />
que los escriben que a aquellos contra quienes<br />
van dirigidos. Os doy las gracias, señor Colbert,<br />
y podéis ya retiraros.<br />
-¡Majestad!<br />
-¡Adiós! No olvidéis la hora y estad allí.<br />
-Espero la lista <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-Es cierto.<br />
<strong>El</strong> rey se puso a reflexionar; pero en lo<br />
que menos pensaba era en aquella lista. <strong>El</strong> reloj<br />
daba las once y media.<br />
En el rostro <strong>de</strong>l monarca notábase la<br />
lucha terrible <strong>de</strong>l orgullo y <strong>de</strong>l amor.
La conversación política había calmado<br />
mucho la irritación <strong>de</strong>l rey, y el semblante pálido<br />
y <strong>de</strong>scompuesto <strong>de</strong> La Valliére hablaba a su<br />
imaginación un lenguaje muy distinto <strong>de</strong>l <strong>de</strong><br />
las medallas holan<strong>de</strong>sas o el <strong>de</strong> los libelos bátavos.<br />
Estuvo algunos minutos vacilando entre<br />
si <strong>de</strong>bía o no volver a la habitación <strong>de</strong> La Valliére;<br />
pero, habiendo insistido Colbert respetuosamente<br />
para que le diese la lista, se Artagnan<br />
se hacía informar por las mañanas <strong>de</strong> lo<br />
que no había podido ver o saber el día anterior,<br />
pues al fin no era ubicuo; <strong>de</strong> suerte se -<br />
avergonzó el rey <strong>de</strong> pensar en el amor cuando<br />
los negocios reclamaban su atención.<br />
Por tanto, se puso a dictar:<br />
La reina madre; la reina; Madame; señorita<br />
<strong>de</strong> Motteville; señorita <strong>de</strong> Châtillon; señorita<br />
<strong>de</strong> Navailles. Y respecto a hombres:<br />
Monsieur; el 'príncipe <strong>de</strong> Condé; señor<br />
<strong>de</strong> Grammont; señor <strong>de</strong> Manicamp; señor <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan; y los oficiales <strong>de</strong> servicio.
-¿Los ministros? -dijo Colbert.<br />
-Eso por <strong>de</strong> contado, y los secretarios.<br />
-Majestad, voy a disponerlo todo: mañana<br />
se comunicarán las ór<strong>de</strong>nes a domicilio.<br />
-Decid hoy -replicó melancólicamente<br />
Luis.<br />
Daban las doce.<br />
Aquélla era la hora en que la pobre La<br />
Valliére se moría <strong>de</strong> tristeza y <strong>de</strong> dolor.<br />
Entraron a la sazón los encargados <strong>de</strong><br />
servir al rey para el acto <strong>de</strong> recogerse. La reina<br />
esperaba hacía una hora.<br />
Luis pasó al cuarto <strong>de</strong> su esposa, exhalando<br />
un suspiro; pero al propio tiempo que<br />
suspiraba, se felicitaba por su valor. Complacíase<br />
<strong>de</strong> ser tan íntegro en amor como en política.<br />
XXXIV<br />
LOS EMBAJADORES
Artagnan sabía todo lo que acabamos <strong>de</strong><br />
relatar, <strong>de</strong>bido a tener entre sus amigos a todas<br />
las personas útiles <strong>de</strong> la casa, servidores oficiosos,<br />
orgullosos <strong>de</strong>. ser saludados por el capitán<br />
<strong>de</strong> mosqueteros, porque el capitán era una potencia;<br />
y luego, aparte <strong>de</strong> la ambición, se complacían<br />
en ser tenidos en algo por un hombre<br />
tan valiente como Artagnan.<br />
De que, <strong>de</strong> lo que él había visto <strong>de</strong> por sí<br />
por el día y <strong>de</strong> lo que le referían los <strong>de</strong>más,<br />
formaba una especie <strong>de</strong> arsenal, adon<strong>de</strong> acudía<br />
en caso necesario para sacar el arma que le parecía<br />
más a propósito.<br />
De esta suerte los dos ojos <strong>de</strong> Artagnan<br />
le prestaban igual servicio que los ciento <strong>de</strong><br />
Argos.<br />
Secretos políticos, secretos <strong>de</strong> callejuela,<br />
palabras escapadas a los cortesanos al salir <strong>de</strong><br />
la antecámara, todo lo sabía Artagnan y lo encerraba<br />
en el impenetrable sepulcro <strong>de</strong> su memoria,<br />
junto a los secretos reales, tan caramente<br />
comprados y tan fielmente guardados.
Supo, pues, la entrevista con Colbert, la<br />
cita dada a los embajadores, el inci<strong>de</strong>nte a que<br />
darían lugar ciertas medallas, y, arreglando a<br />
su modo la conferencia con aquellas pocas palabras<br />
que habían llegado a sus oídos; se fue a<br />
ocupar su puesto en las habitaciones para estar<br />
allí cuando Luis se <strong>de</strong>spertara.<br />
<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>spertó muy temprano. lo<br />
cual probaba que también él había dormido<br />
mal. A eso <strong>de</strong> las siete entreabrió suavemente la<br />
puerta.<br />
Artagnan estaba ya en su puesto. Luis<br />
tenía mal color y parecía fatigado. Cuando apareció,<br />
no había acabado <strong>de</strong> vestirse.<br />
-Que llamen al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan -<br />
or<strong>de</strong>nó.<br />
Saint-Aignan aguardaba sin duda que le<br />
llamasen, porque cuando se presentaron en su<br />
aposento ya estaba vestido.<br />
Saint-Aignan apresuróse a obe<strong>de</strong>cer, y<br />
pasó a la cámara <strong>de</strong>l rey. Un momento <strong>de</strong>spués
salieron el rey y Saint-Aignan; el rey iba <strong>de</strong>lante.<br />
Artagnan permanecía asomado a la ventana<br />
que caía a los patios, <strong>de</strong> modo que no tuvo<br />
necesidad <strong>de</strong> incomodarse para seguir con la<br />
vista<br />
al rey. No parecía sino que había adivinado <strong>de</strong><br />
antemano adón<strong>de</strong> iba. <strong>El</strong> rey iba al <strong>de</strong>partamento<br />
<strong>de</strong> las camaristas.<br />
Aquello no le sorprendió a Artagnan.<br />
Aunque La Valliére no le había dicho nada,<br />
sospechó que el rey tendría que reparar algún<br />
agravio.<br />
Saint-Aignan le seguía como el día anterior,<br />
algo menos inquieto, en la confianza <strong>de</strong><br />
que a las siete <strong>de</strong> la mañana no habría más personas<br />
<strong>de</strong>spiertas entre los augustos moradores<br />
<strong>de</strong>l palacio que el rey y él.<br />
Artagnan permanecía en la ventana,<br />
tranquilo e indiferente. Nadie habría sospechado<br />
que viese nada, ni que supiese quiénes eran
aquellos dos corredores <strong>de</strong> aventuras que atravesaban<br />
los patios envueltos en sus capas.<br />
Y, sin embargo, Artagnan, aunque aparentaba<br />
no mirarlos, no los perdía <strong>de</strong> vista, y al paso<br />
que silbaba aquella famosa marcha <strong>de</strong> los mosqueteros,<br />
que recordaba sólo en las gran<strong>de</strong>s<br />
ocasiones, adivinaba y presagiaba toda la tempestad<br />
<strong>de</strong> gritos y <strong>de</strong> enojos que iba a suscitarse<br />
a la vuelta.<br />
En efecto, cuando entró el rey en la<br />
habitación <strong>de</strong> La Valliére, encontróla vacía, y<br />
vio el lecho intacto, el rey comenzó a asustarse<br />
y llamó a Montalais.<br />
Montalais acudió al momento, pero su<br />
sorpresa fue igual a la <strong>de</strong>l rey.<br />
Lo único que pudo <strong>de</strong>cir a Su Majestad fue que<br />
le había parecido oír llorar a La Valliére parte<br />
<strong>de</strong> la noche; mas, sabiendo que Su Majestad<br />
había venido, no se había atrevido a informarse.<br />
-Pero, ¿adón<strong>de</strong> suponéis que haya ido? -<br />
preguntó el rey.
-Majestad -respondió Montalais-, Luisa<br />
tiene un carácter muy sentimental, y a menudo<br />
la he visto levantarse con el día y marcharse al<br />
jardín; quizá esté allí.<br />
Parecióle al rey aquello probable, y bajó<br />
inmediatamente en busca <strong>de</strong> la fugitiva.<br />
Artagnan le vio aparecer, pálido y<br />
hablando vivamente con su acompañante.<br />
Se dirigía hacia los jardines. Saint-<br />
Aignan seguíale sofocado. Artagnan no se movió<br />
<strong>de</strong> la ventana, y continuó silbando su marcha,<br />
aparentando que nada veía y viéndolo<br />
todo.<br />
-Vamos, vamos -murmuró luego que<br />
<strong>de</strong>sapareció el rey-, la pasión <strong>de</strong> Su Majestad es<br />
más fuerte <strong>de</strong> lo que yo creía; creo que hace por<br />
ésta lo que nunca hizo por la señorita Mancini.<br />
Luis volvió a aparecer un cuarto <strong>de</strong> hora<br />
.<strong>de</strong>spués; todo lo había registrado y estaba casi<br />
sin aliento.<br />
Excusamos <strong>de</strong>cir que el rey nada había<br />
hallado.
Saint-Aignan le seguía, abanicándose<br />
con el sombrero y solicitando, con voz alterada,<br />
informes <strong>de</strong> los primeros servidores que llegaban<br />
y <strong>de</strong> todos a los que se encontraban.<br />
Manicamp fue uno <strong>de</strong> ellos. Manicamp<br />
llegaba <strong>de</strong> Fontainebleau a pequeñas jornadas;<br />
pues en lo que otros habrían invertido seis<br />
horas, empleaba él veinticuatro.<br />
-¿Habréis visto a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-le preguntó Saint - Aignan.<br />
A lo que Manicamp, distraído y pensativo<br />
siempre, contestó. creyendo que le hablaban<br />
<strong>de</strong> Guiche:<br />
-Gracias; el con<strong>de</strong> sigue aleo mejor.<br />
Y continuó su camino hasta la antecámara,<br />
don<strong>de</strong> encontró a Artagnan, al cual pidió<br />
explicaciones acerca <strong>de</strong>l aire azorado que había<br />
creído notar en el rey.<br />
Artagnan le dijo que se había equivocado,<br />
y que el rey estaba. por el contrario, <strong>de</strong> muy<br />
buen humor.
En el entretanto dieron las ocho. Era<br />
ésta la hora en que el rey acostumbraba a <strong>de</strong>sayunar,<br />
pues estaba prevenido en el código <strong>de</strong><br />
la etiqueta que el rey siempre tendría hambre a<br />
las ocho.<br />
Hízose servir en una mesita que había<br />
en su dormitorio, y <strong>de</strong>spachó el <strong>de</strong>sayuno a<br />
toda prisa.<br />
Saint-Aignan, <strong>de</strong> quien no quiso separarse,<br />
le tuvo la servilleta. Luego dio audiencia<br />
a algunos militares.<br />
Mientras duraban las audiencias, envió<br />
a Saint-Aignan en <strong>de</strong>scubierta. Después, con la<br />
misma preocupación y ansiedad, y acechando<br />
siempre el regreso <strong>de</strong> Saint-Aignan, oyó dar las<br />
nueve.<br />
A las nueve en punto pasó a su <strong>de</strong>spacho<br />
principal.<br />
Los embajadores entraban a la primer<br />
campanada <strong>de</strong> las nueve. Al dar la última campanada,<br />
las reinas y Madame aparecieron.
Los embajadores eran tres por Holanda<br />
y dos por España.<br />
<strong>El</strong> rey les dirigió una mirada y saludó.<br />
En aquel instante entraba también Saint-<br />
Aignan.<br />
Aquella entrada era mucho más importante<br />
para el rey que la <strong>de</strong> los embajadores,<br />
cualesquiera que fuese el número <strong>de</strong> éstos y el<br />
país <strong>de</strong> don<strong>de</strong> viniesen.<br />
Así fue que, ante todas las cosas, el rey<br />
hizo a Saint-Aignan un signo interrogativo, al<br />
que contestó éste con una negativa absoluta.<br />
<strong>El</strong> rey estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r todo su<br />
valor; pero, como las reinas, los gran<strong>de</strong>s y los<br />
embajadores tenían fijos en él sus ojos, hizo un<br />
esfuerzo sobre sí mismo e invitó a los últimos a<br />
hablar.<br />
Entonces, uno <strong>de</strong> los diputados españoles<br />
pronunció un largo discurso, en que pon<strong>de</strong>raba<br />
las ventajas <strong>de</strong> la alianza española.<br />
<strong>El</strong> rey le interrumpió, diciendo:
-Señor, creo que lo que es bueno para<br />
Francia, <strong>de</strong>be ser bueno para apaña.<br />
Esta frase, y especialmente el modo perentorio<br />
en que fue dicha, hizo<br />
pali<strong>de</strong>cer al embajador y enrojecer a las reinas,<br />
que, siendo ambas españolas, se sintieron lastimadas<br />
con aquella respuesta en su orgullo <strong>de</strong><br />
parentesco y nacionalidad.<br />
<strong>El</strong> <strong>de</strong>legado holandés tomó a su vez la<br />
palabra, y se quejó <strong>de</strong> la prevención que el rey<br />
mostraba con el Gobierno <strong>de</strong> su país.<br />
<strong>El</strong> rey le interrumpió:<br />
-Señor, es extraño que vengáis a quejaros,<br />
cuando soy yo quien pue<strong>de</strong> tener motivos<br />
<strong>de</strong> queja; y, sin embargo, veis que no me quejo.<br />
-¡Quejaros, Majestad! -murmuró el<br />
holandés-. ¿Y <strong>de</strong> qué agravio?<br />
<strong>El</strong> rey sonrió con amargura.<br />
-¿Podéis echarme en cara, señor, que<br />
tenga prevenciones contra un Gobierno que<br />
autoriza y protege a los que me insultan públicamente.
-¡Majestad!<br />
Holanda -prosiguió el rey irritándose<br />
más con sus propios pesares que con la cuestión<br />
política es una tierra <strong>de</strong> asilo para todo el<br />
que me quiere mal, y especialmente para el que<br />
me ofen<strong>de</strong>.<br />
-¡Oh Majestad! ...<br />
-¿Queréis pruebas, no es verdad?... Pues<br />
bien, las tendréis <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego. ¿De dón<strong>de</strong> salen<br />
esos libelos insultantes que me representan<br />
como un monarca sin gloria y sin autoridad?<br />
Vuestras prensas los vomitan. Si tuviera aquí a<br />
mis secretarios, os citaría los títulos <strong>de</strong> las obras<br />
con los nombres <strong>de</strong> los impresores.<br />
-Majestad -contestó el embajador-, un<br />
libelo no pue<strong>de</strong> ser obra <strong>de</strong> una nación. ¿Es<br />
justo que un gran rey, como Vuestra Majestad,<br />
haga responsable a un gran pueblo <strong>de</strong>l crimen<br />
<strong>de</strong> unos cuantos malvados hambrientos?<br />
-Bueno, concedo esto, señor. Pero cuando<br />
la casa <strong>de</strong> moneda <strong>de</strong> Amsterdam acuña
medallas ofensivas para mí, ¿es también crimen<br />
<strong>de</strong> unos cuantos malvados hambrientos?<br />
-¿Medallas? -murmuró el embajador.<br />
-Medallas -repitió el rey mirando a Colbert.<br />
-Sería preciso -se aventuró a <strong>de</strong>cir el<br />
holandés- que Vuestra Majestad estuviera bien<br />
seguro...<br />
<strong>El</strong> rey no apartaba los ojos <strong>de</strong> Colbert,<br />
pero éste aparentaba no compren<strong>de</strong>r, y callaba,<br />
no obstante las provocaciones <strong>de</strong>l rey.<br />
Entonces acercóse Artagnan, y sacando <strong>de</strong>l bolsillo<br />
una moneda, que puso en manos <strong>de</strong>l rey:<br />
-Aquí está -dijo- la moneda que busca<br />
Vuestra Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey la cogió.<br />
Y entonces pudo ver, con aquella mirada<br />
que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era verda<strong>de</strong>ramente el amo<br />
no había hecho más que abarcar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto,<br />
una imagen insolente, que representaba a<br />
Holanda parando el sol, como Josué, con esta<br />
divisa: In conspectu meo, stetit sol.
-¡En mi presencia <strong>de</strong>túvose el sol! -<br />
exclamó furioso el rey-. ¡Oh! Espero que ahora<br />
no lo negaréis.<br />
-Y el sol -dijo Artagnan- es éste.<br />
Y señaló, en todos los lienzos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho,<br />
al sol, emblema multiplicado y resplan<strong>de</strong>ciente,<br />
que ostentaba por todas partes su soberbia<br />
divisa: Nec pluribus impar.<br />
La cólera <strong>de</strong> Luis, alimentada por los<br />
impulsos <strong>de</strong> su dolor particular, no' necesitaba<br />
<strong>de</strong> aquel alimento para <strong>de</strong>vorarlo todo. Notábase<br />
en sus ojos el ardor <strong>de</strong> una queja pronta a<br />
estallar.<br />
Una mirada <strong>de</strong> Colbert contuvo la tempestad.<br />
<strong>El</strong> embajador aventuró algunas excusas.<br />
Dijo que la vanidad <strong>de</strong> los pueblos no era cosa<br />
que <strong>de</strong>biera tomarse en cuenta; que Holanda<br />
estaba orgullosa <strong>de</strong> haber sostenido con tan<br />
escasos recursos su reputación <strong>de</strong> gran nación,<br />
aun contra reyes po<strong>de</strong>rosos, y que si sus com-
patriotas se habían ensoberbecido con un poco<br />
<strong>de</strong> humo, rogaba al rey que los disculpase.<br />
<strong>El</strong> rey parecía buscar consejo. Miró a<br />
Colbert, el cual permaneció impasible.<br />
Luego dirigió su mirada a Artagnan.<br />
Éste encogióse <strong>de</strong> hombros. Este movimiento<br />
fue una esclusa levantada, por la cual se<br />
<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó la cólera <strong>de</strong>l rey, contenida hacía<br />
mucho tiempo.<br />
Como nadie sabía adón<strong>de</strong> le impulsaba<br />
al rey aquella cólera, todos permanecieron en<br />
triste silencio.<br />
<strong>El</strong> segundo embajador se aprovechó <strong>de</strong><br />
él para alegar también sus excusas.<br />
En tanto que hablaba, y el rey, absorbiéndose<br />
otra vez poco a poco en sus pensamientos<br />
personales, escuchaba aquella voz turbada<br />
como una persona distraída escucha el<br />
ruido <strong>de</strong> una cascada, Artagnan, que tenía a su<br />
izquierda a Saint-Aignan, se acercó a éste y con<br />
voz calculada para que llegase a oídos <strong>de</strong>l rey:
-¿Sabéis la noticia <strong>de</strong>l día, con<strong>de</strong>? -le<br />
dijo.<br />
-¿Qué noticia? -dijo Saint-Aignan.<br />
-La <strong>de</strong> La Valliére.<br />
<strong>El</strong> rey se estremeció, y dio involuntariamente<br />
un paso hacia ambos interlocutores.<br />
-¿Pues qué ha sucedido a La Valliére? -<br />
preguntó Saint-Aignan con tono que fácilmente<br />
pue<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rse.<br />
-¡Ah, pobre muchacha! -dijo Artagnan-.<br />
Ha entrado en religión.<br />
-¿En religión? -exclamó Saint-Aignan.<br />
-¿En religión? -exclamó el rey en medio<br />
<strong>de</strong>l discurso <strong>de</strong>l embajador.<br />
Luego, bajo el imperio <strong>de</strong> la etiqueta, se<br />
repuso; pero continuó escuchando.<br />
-¿En qué convento? -preguntó Saint-<br />
Aignan.<br />
-En las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot.<br />
-¡En las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot! ¿Y por<br />
dón<strong>de</strong> diantres sabéis eso?
litas.<br />
-Por ella misma.<br />
-¿La habéis visto?<br />
-Yo mismo la he conducido a las Carme-<br />
<strong>El</strong> rey no perdió una sola palabra; la<br />
sangre le bullía en las venas y principiaba a<br />
ruborizarse.<br />
-¿Pero por qué esa fuga? -dijo Saint-<br />
Aignan.<br />
-Porque la pobre muchacha fue ayer<br />
expulsada <strong>de</strong> la Corte -dijo Artagnan.<br />
Apenas soltó esta palabra, hizo el rey un<br />
gesto <strong>de</strong> autoridad.<br />
-¡Basta, señor -dijo al embajador-, basta!<br />
Y luego, acercándose a Saint-Aignan:<br />
-¿Quién ha dicho -exclamó que La Valliére<br />
ha entrado en religión?<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el favorito.<br />
-¿Y es verda<strong>de</strong>ro lo que <strong>de</strong>cís? -<br />
preguntó el rey volviéndose al mosquetero.<br />
-Tan verda<strong>de</strong>ro como la verdad.<br />
<strong>El</strong> rey apretó los puños y pali<strong>de</strong>ció.
-Todavía añadísteis otra cosa, señor <strong>de</strong><br />
Artagnan -dijo.<br />
-Señor, no sé más.<br />
-Añadísteis que la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />
había sido expulsada <strong>de</strong> la Corte.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-Y eso, ¿es también verda<strong>de</strong>ro?<br />
-Informaos, Majestad.<br />
-¿Y por quién?<br />
-¡Oh! -exclamó Artagnan como quien se<br />
recusa.<br />
<strong>El</strong> rey dio un brinco, <strong>de</strong>jando a un lado<br />
embajadores, ministros y cortesanos.<br />
La reina madre se levantó. Todo lo<br />
había oído, y lo que no oyó, lo había adivinado.<br />
Madame, <strong>de</strong>sfallecida <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong><br />
miedo, trató <strong>de</strong> levantarse también como la<br />
reina madre; pero volvió a caer otra vez en su<br />
sillón, al cual, por un movimiento instintivo,<br />
hizo rodar hacia atrás.
-Señores -dijo el rey-, la audiencia ha<br />
terminado; haré saber mi respuesta, o mejor, mi<br />
voluntad, a España y Holanda.<br />
Y con gesto imperioso, <strong>de</strong>spidió a los<br />
embajadores.<br />
-Cuidado, hijo mío -dijo la reina madre<br />
con indignación-, cuidado, que se me figura<br />
que no sois dueño <strong>de</strong> vos.<br />
-¡Oh señora! -rugió el joven león con<br />
gesto amenazador-, si no soy dueño <strong>de</strong> mí, os<br />
aseguro que lo seré <strong>de</strong> los que me ultrajen. Venid<br />
conmigo, señor <strong>de</strong> Artagnan, venid conmigo.<br />
Y salió <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho, <strong>de</strong>jando a todos<br />
aterrados.<br />
<strong>El</strong> rey bajó la escalera y se dispuso a<br />
atravesar el patio.<br />
-Majestad -dijo Artagnan-, equivocáis el<br />
camino.<br />
-No, que voy a las caballerizas.<br />
-Es inútil; tengo caballos dispuestos para<br />
Vuestra Majestad.
<strong>El</strong> rey contestó a su servidor con una<br />
mirada; pero aquella mirada prometía más <strong>de</strong><br />
lo que se hubiera atrevido a esperar la ambición<br />
<strong>de</strong> tres Artagnanes.<br />
XXXV<br />
CHAILLOT<br />
Manicamp y Malicorne, a pesar <strong>de</strong> no<br />
haber sido llamados, siguieron al rey y a Artagnan.<br />
Eran dos hombres muy inteligentes; no<br />
había sino que Malicorne llegaba a veces <strong>de</strong>masiado<br />
pronto por ambición, y Manicamp <strong>de</strong>masiado<br />
tar<strong>de</strong> por pereza.<br />
Esta vez llegaron a punto.<br />
Había preparados cinco caballos. <strong>El</strong> rey<br />
y Artagnan tomaron dos; Manicamp y Malicorne<br />
otros dos, y un paje <strong>de</strong> las caballerizas montó<br />
el quinto.
La cabalgata marchó al galope. Artagnan<br />
había sabido elegir muy bien los caballos,<br />
verda<strong>de</strong>ros caballos <strong>de</strong> amantes angustiados,<br />
caballos que más bien que correr volaban. Diez<br />
minutos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su marcha llegaba a Chaillot<br />
la cabalgata en forma <strong>de</strong> un torbellino <strong>de</strong><br />
polvo. <strong>El</strong> rey arrojóse <strong>de</strong>l caballo, pero por<br />
gran<strong>de</strong> que fue la velocidad con que practicó<br />
aquella maniobra, ya estaba Artagnan teniendo<br />
las bridas <strong>de</strong> su corcel.<br />
Luis hizo al mosquetero un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong><br />
agra<strong>de</strong>cimiento, y arrojó las bridas en los brazos<br />
<strong>de</strong>l paje.<br />
Luego se lanzó al vestíbulo, y, empujando<br />
con violencia la puerta, entró en el parlatorio.<br />
Manicamp, Malicorne y el paje se quedaron<br />
a la parte <strong>de</strong> afuera. Artagnan siguió a su<br />
amo.<br />
Al penetrar en el parlatorio, lo primero<br />
con que tropezaron los ojos <strong>de</strong>l rey fue con Lui-
sa, no arrodillada, sino acostada al pie <strong>de</strong> un<br />
gran crucifijo <strong>de</strong> piedra.<br />
La joven permanecía echada sobre la<br />
losa húmeda, y era apenas visible en la sombra<br />
<strong>de</strong> aquella sala, que sólo recibía luz por una<br />
ventana enrejada y cubierta <strong>de</strong> enreda<strong>de</strong>ras.<br />
Se hallaba sola, inanimada, fría como la<br />
piedra sobre la cual reposaba su cuerpo.<br />
Al verla el rey en aquella actitud, la creyó<br />
muerta, y exhaló un grito terrible que hizo<br />
acudir a Artagnan.<br />
<strong>El</strong> rey había pasado ya un brazo alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> su cuerpo. Artagnan ayudó al rey a levantar<br />
a la infeliz joven, sobre la cual parecía<br />
exten<strong>de</strong>r sus alas el genio <strong>de</strong> la muerte.<br />
<strong>El</strong> rey la cogió entonces por entero en<br />
sus brazos, y calentó a besos sus manos y sus<br />
mejillas heladas.<br />
Artagnan agarró la cuerda <strong>de</strong> la campana.<br />
Al momento acudieron las hermanas<br />
carmelitas.
Las santas hijas prorrumpieron en<br />
gritos <strong>de</strong> escándalo al ver aquellos hombres que<br />
tenían en sus brazos a una mujer.<br />
La superiora acudió también. Esta persona,<br />
<strong>de</strong> más mundo que las damas mismas <strong>de</strong><br />
la Corte, no obstante su austeridad, reconoció<br />
al primer golpe <strong>de</strong> vista al rey en el respeto que<br />
le manifestaban los asistentes y en el aire con<br />
que imponía a toda la comunidad.<br />
Así fue que al ver al rey se retiró otra<br />
vez a su habitación, como medio <strong>de</strong> no comprometer<br />
su dignidad; pero envió por medio <strong>de</strong><br />
las religiosas toda especie <strong>de</strong> cordiales, aguas<br />
<strong>de</strong> la reina <strong>de</strong> Hungría, <strong>de</strong> melisa, etc., etc., or<strong>de</strong>nando<br />
al mismo tiempo que cerrasen las<br />
puertas.<br />
Tiempo era ya <strong>de</strong> hacerlo, pues el dolor<br />
<strong>de</strong>l rey se iba haciendo cada vez más ruidoso y<br />
<strong>de</strong>sesperado.<br />
<strong>El</strong> rey parecía <strong>de</strong>cidido a enviar a llamar<br />
a su médico, cuando La Valliére principió a dar<br />
señales <strong>de</strong> vida.
Al volver en sí, lo primero que vio fue a<br />
Luis a sus pies. Sin duda, no <strong>de</strong>bió reconocerle,<br />
puesto que no hizo mas que exhalar un doloroso<br />
suspiro.<br />
<strong>El</strong> rey mirábala con la mayor ansiedad.<br />
Al fin sus ojos errantes se fijaron en el<br />
rey.<br />
Reconociólo la joven, e hizo un tenue<br />
esfuerzo para arrancarse <strong>de</strong> sus brazos.<br />
-Pues qué -murmuró ella-, ¿no está todavía<br />
consumado el sacrificio?<br />
-¡Oh! ¡No, no! -murmuró el rey-. Ni se<br />
consumará; yo os lo juro.<br />
La joven se levantó, a pesar <strong>de</strong> lo débil y<br />
quebrantada que estaba.<br />
-¡Ay! Es necesario -dijo-; no me <strong>de</strong>tengáis.<br />
-¿Y había yo <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar sacrificaros? -<br />
exclamó Luis-. ¡Jamás! ¡Jamás!<br />
-¡Bien! -murmuró Artagnan-. Vayámonos<br />
fuera. Puesto que principian a hablarse,<br />
están <strong>de</strong> mas oídos extraños.
Artagnan salió, y quedaron solos los dos<br />
amantes.<br />
-Majestad -prosiguió La Valliére-, ni<br />
una. palabra más; no <strong>de</strong>struyáis mi único porvenir,<br />
que es mi salvación, y todo el vuestro,<br />
que es vuestra gloria, por un capricho.<br />
-¿Un capricho? -exclamó el rey.<br />
-¡Oh! Ahora -dijo la joven- leo claro en<br />
vuestro corazón, Majestad.<br />
-¿Vos, Luisa?<br />
-¡Sí, yo!<br />
-Hablad.<br />
-Un arrebato incomprensible, irreflexivo,<br />
pue<strong>de</strong> pareceros momentáneamente una<br />
excusa suficiente; pero tenéis <strong>de</strong>beres que son<br />
incompatibles con vuestro amor hacia una pobre<br />
muchacha. ¡Olvidadme!<br />
-¡Olvidaros yo!<br />
-Ya lo habéis hecho.<br />
-¡Antes morir!
-Majestad, no es posible que améis a la<br />
que habéis consentido en matar esta noche tan<br />
cruelmente como lo habéis hecho.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís, Luisa? Explicaos.<br />
-¿Qué me pedísteis ayer mañana? Que<br />
os amara. ¿Qué me prometisteis en cambio?<br />
Que no <strong>de</strong>jaríais pasar una noche <strong>de</strong> por medio<br />
sin ofrecerme una reconciliación cuando os<br />
hubieseis enojado contra mí.<br />
-¡Oh! ¡Perdonadme, perdonadme, Luisa!<br />
Los celos me tenían loco.<br />
-Majestad, los celos son un mal pensamiento<br />
que renacen, como la cizaña, <strong>de</strong>spués<br />
que se la corta. Tendríais celos otra vez, y acabaríais<br />
<strong>de</strong> matarme. Tened la misericordia <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>jarme morir.<br />
-Otra palabra como esa, señorita, y me<br />
veréis morir a vuestros pies.<br />
-¡No, Majestad! Conozco bien lo que<br />
valgo. Creedme, y no queráis per<strong>de</strong>ros por una<br />
<strong>de</strong>sventurada, a quien todo el mundo <strong>de</strong>spre-
cia. -¡Oh! ¡Nombradme a los que acusáis <strong>de</strong> ese<br />
modo, nombrádmelos!<br />
-No tengo queja ninguna contra nadie,<br />
Majestad;. sólo me acuso a mí misma. ¡Adiós!<br />
Os comprometéis hablando así.<br />
-¡Cuidado, Luisa; al hablarme <strong>de</strong> ese<br />
modo, me reducís a la <strong>de</strong>sesperación! ¡Cuidado!<br />
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! ¡Dejadme<br />
con Dios, os lo suplico!<br />
-¡Os arrancaré hasta <strong>de</strong> Dios mismo!<br />
-¡Pues antes -exclamó la pobre niña-,<br />
arrancadme <strong>de</strong> esos enemigos feroces que atentan<br />
contra mi vida y mi honor! Si tenéis bastante<br />
fuerza para amar, tened también bastante<br />
energía para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme. Pero no, la que <strong>de</strong>cís<br />
que amáis se ve injuriada, mofada, expulsada.<br />
Y la inofensiva niña, obligada por el<br />
dolor a acusar, se retorcía los brazos sollozando.<br />
-¡Os han expulsado!- -exclamó el rey-.<br />
Esta es la segunda vez que oigo esa palabra.
-Ignominiosamente, Majestad; y ya lo<br />
veis, no tengo más amparo que Dios, más consuelo<br />
que la oración, más auxilio que el <strong>de</strong> un<br />
claustro.<br />
-Tendréis mi palacio y mi corte. i ¡Ah!<br />
No temáis nada; los que ayer, o mejor, las que<br />
ayer os expulsaron, temblarán mañana en vuestra<br />
presencia. ¿Qué digo mañana? Hoy mismo<br />
he amenazado, y nada me es más fácil que lanzar<br />
el rayo que todavía retengo en mi mano.<br />
¡Luisa, Luisa! ¡Seréis cruelmente vengada! Lágrimas<br />
<strong>de</strong> sangre pagarán vuestras lágrimas.<br />
Nombradme a vuestros enemigos.<br />
-¡Jamás, jamás!<br />
-Entonces, ¿cómo queréis que castigue?<br />
-Majestad, a los que habríais <strong>de</strong> castigar,<br />
harían retroce<strong>de</strong>r vuestra mano.<br />
-¡Oh! ¡No me conocéis! -exclamó Luis<br />
exasperado-. Antes qué retroce<strong>de</strong>r, abrasaría a<br />
mi reino y mal<strong>de</strong>ciría a mi familia. Sí, sería capaz<br />
<strong>de</strong> arrancarme hasta mi mismo brazo, si<br />
fuese bastante cobar<strong>de</strong> para no pulverizar a
cuantos se hayan hecho enemigos <strong>de</strong> la más<br />
dulce <strong>de</strong> las criaturas.<br />
Y al <strong>de</strong>cir Luis estas palabras, <strong>de</strong>scargó<br />
un fuerte golpe sobre el tabique <strong>de</strong> roble, que<br />
produjo un sonido lúgubre.<br />
La Valliére se asustó. La cólera <strong>de</strong> aquel<br />
joven tan po<strong>de</strong>roso tenía algo <strong>de</strong> imponente y<br />
siniestro, porque, como la <strong>de</strong> la tempestad, podía<br />
ser mortal.<br />
<strong>El</strong>la, cuyo dolor creía no tener igual, quedó<br />
vencida por aquel dolor que se abría paso por<br />
la amenaza y la violencia.<br />
-Majestad -dijo-, por última vez, alejaos;<br />
os lo suplico; la calma <strong>de</strong> este retiro me ha fortalecido<br />
ya; me siento más tranquila bajo el amparo<br />
<strong>de</strong> Dios. Dios es un protector ante quien<br />
<strong>de</strong>saparecen todas las miserias humanas. Majestad,<br />
por última vez, <strong>de</strong>jadme con Dios.<br />
-Entonces -exclamó Luis-, <strong>de</strong>cid francamente<br />
que no me habéis amado nunca, <strong>de</strong>cid<br />
que mi humildad, <strong>de</strong>cid que mi arrepentimiento<br />
halagan vuestro orgullo, pero que no os afli-
ge mi dolor; <strong>de</strong>cid que el rey <strong>de</strong> Francia no es<br />
ya para vos un amante, cuya ternura pueda hacer<br />
vuestra felicidad, sino un déspota cuyo capricho<br />
ha roto en vuestro espíritu hasta la última<br />
fibra <strong>de</strong> la sensibilidad. No digáis que buscáis<br />
a Dios, <strong>de</strong>cid que huís <strong>de</strong>l rey. No, Dios no<br />
es cómplice <strong>de</strong> las resoluciones inflexibles; Dios<br />
admite la penitencia y el remordimiento, y absuelve,<br />
porque quiere que se ame.<br />
Luisa se retorcía <strong>de</strong> sufrimiento oyendo<br />
aquellas palabras, que hacían correr la llama<br />
hasta lo más profundo <strong>de</strong> sus venas.<br />
-¿Pero no me habéis oído? - exclamó.<br />
-¿Qué?<br />
-¿No habéis oído que he sido expulsada,<br />
<strong>de</strong>spreciada e injuriada?<br />
-Pues yo haré que seáis la más respetada,<br />
la más adorada, la más envidiada <strong>de</strong> mi<br />
corte.<br />
-Probadme que no habéis <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
amarme.<br />
-¿Cómo?
-Alejándoos <strong>de</strong> mí.<br />
-Yo os lo probaré no abandonándoos ya.<br />
-¿Pero creéis, Majestad, que pueda yo<br />
permitir eso? ¿Creéis que pueda consentir en<br />
ver lastimada por mi causa a vuestra madre, a<br />
vuestra esposa y a vuestra hermana?<br />
-¡Ah! ¡Por fin las habéis nombrado!<br />
¿Conque han sido ellas las causantes <strong>de</strong>l mal?<br />
¡Pues por Dios que nos oye, serán castigadas!<br />
-¡Ahí tenéis por qué el porvenir me espanta,<br />
por qué lo rehúso todo, por qué no quiero<br />
que me venguéis! ¡Oh Dios mío! ¡No más<br />
lágrimas, no más dolores, no más quejas <strong>de</strong> ese<br />
género! ¡Harto he pa<strong>de</strong>cido y llorado ya!<br />
-¿Y mis lágrimas, y mis dolores y mis<br />
quejas, las tenéis en nada?<br />
-¡No me habléis así, Majestad, en nombre<br />
<strong>de</strong>l Cielo! ¡En nombre <strong>de</strong>l Cielo, no me<br />
habléis así! Necesito <strong>de</strong> todo mi valor para llevar<br />
a cabo el sacrificio.
-¡Luisa, Luisa! ¡Te lo suplico encarecidamente!<br />
¡Manda, or<strong>de</strong>na, véngate o perdona;<br />
pero no me abandones!<br />
-¡Ay! ¡Es preciso separarnos, Majestad!<br />
-Es <strong>de</strong>cir, ¿no me amas?<br />
-¡Oh! ¡Dios lo sabe!<br />
-¡Mentira! ¡Mentira!<br />
-¡Oh! Si no os amara, Majestad, <strong>de</strong>jaría<br />
que hicieseis vuestra voluntad, me <strong>de</strong>jaría vengar<br />
y aceptaría, en cambio <strong>de</strong>l insulto que me<br />
han hecho, ese grato triunfo <strong>de</strong>l orgullo que me<br />
proponéis ... Y, ya lo veis, hasta rechazo la dulce<br />
compensación <strong>de</strong> vuestro amor, <strong>de</strong> vuestro<br />
amor que es mi vida, no obstante, ya que he<br />
querido morir creyendo que no me amábais.<br />
-Pues bien, sí, sí, ahora reconozco que<br />
sois la más santa, la más venerable <strong>de</strong> las mujeres.<br />
Nadie es más digna que vos, no ya <strong>de</strong> mi<br />
amor y respeto, sino <strong>de</strong>l amor y respeto <strong>de</strong> todos;<br />
por eso nadie será amada como vos, Luisa,<br />
nadie ejercerá sobre mí el imperio que tenéis.<br />
Sí, os lo juro, rompería en este momento el
mundo entero como vidrio, si el mundo me<br />
incomodase. ¿Me mandáis que me calme, que<br />
perdone? Sea, me calmaré. ¿Queréis reinar por<br />
la dulzura y la clemencia? Seré clemente y dulce.<br />
Dictadme mi conducta y obe<strong>de</strong>ceré.<br />
-¡Dios Santo! ¡Y quién soy yo, pobre <strong>de</strong><br />
mí, para dictar una sílaba a un rey como vos?<br />
-¡Sois mi vida y mi alma! ¿No es el alma<br />
la que gobierna el cuerpo?<br />
-Según eso, ¿me amáis, mi querido señor?<br />
-De rodillas, con las manos juntas, con<br />
todas las fuerzas <strong>de</strong> que Dios me ha dotado.<br />
¡Os amo bastante para entregaros mi vida sonriendo<br />
si pronunciáis una palabra!<br />
-¿Me amáis?<br />
-¡Oh, sí!<br />
-Entonces, nada me queda que <strong>de</strong>sear<br />
en el mundo. ¡Vuestra mano, Majestad, y <strong>de</strong>spidámonos!<br />
Ya he disfrutado en esta vida toda<br />
la dicha que me había tocado en suerte.
-¡Oh, no! ¡Di que tu vida comienza! ¡Tu<br />
felicidad no es ayer, es hoy, es mañana, es<br />
siempre! ¡Para ti el porvenir! ¡Para ti todo lo<br />
que sea mío! ¡No más i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> separación, no<br />
más separaciones sombrías! <strong>El</strong> amor es nuestro<br />
dios, la necesidad <strong>de</strong> nuestras almas. Tú vivirás<br />
para mí, como viviré yo para ti.<br />
Y, prosternándose ante ella, besó sus<br />
rodillas con inexpresables transportes <strong>de</strong> alegría<br />
y <strong>de</strong> reconocimiento.<br />
-¡Oh! ¡Majestad! ¡Majestad! Todo esto es<br />
un sueño.<br />
-¿Por qué un sueño?<br />
-Porque no puedo regresar a la Corte.<br />
Desterrada, ¿cómo os he <strong>de</strong> volver a ver? ¿No<br />
vale más entrar en el claustro para enterrar en<br />
él, en el bálsamo <strong>de</strong> vuestro amor, los postreros<br />
impulsos <strong>de</strong> vuestro corazón y vuestra última<br />
confesión?<br />
-¡Desterrada, vos! -exclamó Luis XIV-.<br />
¿Y quién se atreve a <strong>de</strong>sterrar cuando yo llamo?
-¡Oh Majestad! Algo que es superior a<br />
los monarcas: el mundo y la opinión; reflexionad<br />
que no podéis amar a una mujer expulsada,<br />
a la que vuestra madre ha mancillado con<br />
una sospecha, a la que vuestra hermana ha infligido<br />
un castigo. Esa mujer es indigna <strong>de</strong> vos.<br />
-¿Indigna una mujer que me pertenece?<br />
-Sí, y por eso, precisamente, señor; <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
el momento que ella os pertenece, vuestra<br />
querida es indigna.<br />
-¡Ah! Tenéis razón, Luisa; sois la misma<br />
<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za. Pues bien, no seréis <strong>de</strong>sterrada.<br />
-¡Oh! Bien se ve que no habéis oído<br />
hablar a Madame.<br />
-Hablaré a mi madre. -¡Tampoco habéis<br />
visto a vuestra madre!<br />
-¿También ella? ¡Pobre Luisa!... ¿Conque<br />
todo el mundo estaba contra vos?<br />
-Sí, sí, pobre Luisa, que cedía ya a la<br />
tempestad, cuando vos habéis venido, cuando<br />
vos habéis acabado <strong>de</strong> <strong>de</strong>strozarla.<br />
-¡Oh, perdón!
-No lograréis aplacar a ninguna <strong>de</strong> las<br />
dos, creedme; el mal no tiene remedio, porque<br />
jamás os permitiré emplear la violencia ni la<br />
autoridad.<br />
-Pues bien, Luisa, para <strong>de</strong>mostraros<br />
cuánto os amo, quiero hacer una cosa: iré a ver<br />
a Madame.<br />
-¿Vos?<br />
-Le haré revocar la sentencia; la obligaré.<br />
-¡Obligar! ¡Oh! ¡No, no!<br />
-Es verdad; la aplacaré. Luisa meneó la<br />
cabeza. -Suplicaré, si es necesario -dijo Luis-.<br />
¿Creeréis entonces en mi amor?<br />
-¡Oh! Jamás os humilléis por mí, Majestad;<br />
<strong>de</strong>jadme antes morir...<br />
<strong>El</strong> rey reflexionaba, sus facciones tomaron<br />
una expresión sombría. -Amaré tanto como<br />
habéis amado -dijo-; sufriré tanto como habéis<br />
sufrido; ésa será mi expiación a vuestros ojos.<br />
Ea, señorita, <strong>de</strong>jemos mezquinas consi<strong>de</strong>racio-
nes; seamos gran<strong>de</strong>s como nuestro dolor, seamos<br />
fuertes como nuestro amor.<br />
Y, al <strong>de</strong>cir estas palabras, la cogió en sus<br />
brazos y le formó un cinturón con sus dos manos.<br />
-¡Mi único bien, mi vida, seguidme! -<br />
exclamó.<br />
La joven hizo un último esfuerzo, en el<br />
que concentró, no toda su voluntad, porque su<br />
voluntad estaba ya vencida, sino todas sus fuerzas.<br />
-¡No! -contestó débilmente-. ¡No, no!<br />
¡Me moriría <strong>de</strong> vergüenza!<br />
-¡No, porque entraréis como reina! Nadie<br />
sabe vuestra salida... Sólo Artagnan...<br />
-¿También él me ha vendido?<br />
-¿Cómo es eso?<br />
-Había jurado...<br />
-Había jurado no <strong>de</strong>cir nada al rey -dijo<br />
Artagnan asomando su fina cabeza por la puerta<br />
entornada-, y he cumplido mi palabra. Se lo<br />
dije al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, y no ha sido cul-
pa mía que el rey lo oyese. ¿No es cierto, Majestad?<br />
-Así es; perdonadle -dijo el rey. La joven<br />
sonrió, y tendió al mosquetero su <strong>de</strong>licada y<br />
blanca mano.<br />
-Señor <strong>de</strong> Artagnan -dijo el rey, gozoso<br />
en extremo-, buscad una carroza para la señorita.<br />
-Majestad -contestó el capitán-, la carroza<br />
espera.<br />
-¡Oh! ¡Sois mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> servido res! -<br />
exclamó el rey.<br />
-Tiempo ha costado advertirlo -dijo Artagnan,<br />
complacido, no obstante, con la lisonja.<br />
La Valliére estaba vencida, y, aunque<br />
todavía opuso alguna ligera resistencia, se <strong>de</strong>jó<br />
llevar medio <strong>de</strong>sfallecida por su regio amante.<br />
Pero, al llegar a la puerta <strong>de</strong>l parlatorio, en el<br />
momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo, se arrancó <strong>de</strong> los brazos<br />
<strong>de</strong>l rey, y, aproximándose al crucifijo <strong>de</strong> piedra,<br />
lo besó diciendo:
-¡Dios mío! Me habéis llamado, y me<br />
separo <strong>de</strong> vos; pero vuestra bondad es infinita.<br />
Sólo os ruego que cuando vuelva olvidéis que<br />
me he alejado; porque cuando vuelva a vos,<br />
será para no separarme ya nunca.<br />
<strong>El</strong> rey exhaló un sollozo. Artagnan enjugó<br />
una lágrima. Luis arrastró a la joven, la<br />
llevó hasta la carroza, y puso a Artagnan a su<br />
lado.<br />
Y él mismo, montando a caballo, se dirigió<br />
al Palais Roya¡, don<strong>de</strong>, así que llegó, hizo<br />
avisar a Madame que le concediese un momento<br />
<strong>de</strong> audiencia.<br />
XXXVI<br />
EN EL APOSENTO DE MADAME<br />
En el modo como el rey había <strong>de</strong>spedido<br />
a los embajadores adivinaron los menos<br />
perspicaces una guerra.
Los mismos embajadores, poco enterados<br />
<strong>de</strong> la crónica íntima, habían interpretado<br />
contra ellos el célebre dicho: "Si no soy dueño<br />
<strong>de</strong> mí, lo seré <strong>de</strong> los que me ultrajan".<br />
Afortunadamente para los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong><br />
Francia y Holanda, Colbert los siguió para darles<br />
algunas explicaciones; pero las reinas y Madame,<br />
muy inteligentes en todo lo que concernía<br />
a sus casas, así que oyeron aquella frase<br />
llena <strong>de</strong> amenazas, se retiraron con tanto temor<br />
como <strong>de</strong>specho.<br />
Por su parte, Madame conocía que la<br />
cólera <strong>de</strong>l rey recaería principalmente sobre<br />
ella, y como era mujer <strong>de</strong> valor, altiva con exceso,<br />
en lugar <strong>de</strong> buscar apoyo en la reina madre,<br />
se retiró a su habitación, si no <strong>de</strong>l todo tranquila,<br />
al menos sin intención <strong>de</strong> evitar el combate.<br />
De tiempo en tiempo enviaba Ana <strong>de</strong> Austria<br />
mensajeros para saber si el rey había regresado.<br />
<strong>El</strong> silencio que guardaba el palacio sobre<br />
aquel asunto y la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Luisa, eran
presagio <strong>de</strong> multitud <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias para el que<br />
conocía el carácter irritable <strong>de</strong> Luis.<br />
Pero Madame, haciendo frente a todos<br />
aquellos rumores, se encerró en su habitación,<br />
llamó a Montalais, y con toda la serenidad <strong>de</strong><br />
que fue capaz, hizo hablar a la joven sobre el<br />
suceso <strong>de</strong>l día. En el instante en que la elocuente<br />
Montalais concluía con toda especie <strong>de</strong> precauciones<br />
oratorias, y recordaba a Madame la<br />
tolerancia a beneficio <strong>de</strong> reciprocidad, se presentó<br />
el señor Malicorne, pidiendo a la princesa<br />
una audiencia.<br />
<strong>El</strong> digno amigo <strong>de</strong> Montalais tenía impresas<br />
en su semblante las señales <strong>de</strong> la más<br />
viva emoción. Imposible equivocarse acerca <strong>de</strong><br />
ello: la entrevista pedida por el rey <strong>de</strong>bía ser<br />
uno <strong>de</strong> los capítulos más interesantes <strong>de</strong> aquella<br />
historia <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> los reyes y <strong>de</strong> los<br />
hombres.<br />
Madame turbóse con la noticia <strong>de</strong> la<br />
visita <strong>de</strong> su cuñado, la cual no esperaba tan
pronto, y menos sobre todo, una gestión directa<br />
<strong>de</strong> Luis.<br />
Ahora bien, las mujeres, que hacen tan bien la<br />
guerra indirectamente, son siempre menos<br />
hábiles y menos fuertes cuando se trata <strong>de</strong><br />
aceptar una batalla <strong>de</strong> frente.<br />
Hemos dicho ya que Madame no era<br />
persona capaz <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r, pues, antes bien,<br />
tenía el <strong>de</strong>fecto o la cualidad contraria.<br />
Hacía gala <strong>de</strong> valor, y así fue que el recado<br />
<strong>de</strong> Su Majestad, que le transmitía Malicorne,<br />
le causó el efecto <strong>de</strong> la trompeta que da<br />
la señal <strong>de</strong> las hostilida<strong>de</strong>s. Madame recogió el<br />
guante con altivez.<br />
Cinco minutos <strong>de</strong>spués, el rey subía la<br />
escalera.<br />
Estaba colorado <strong>de</strong> haber corrido a caballo.<br />
Su traje, polvoriento y en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, contrastaba<br />
con el atavío elegante y ajustado <strong>de</strong> Madame,<br />
la cual se ponía pálida bajo su colorete.<br />
<strong>El</strong> rey no gastó preámbulo alguno, y se<br />
sentó. Montalais <strong>de</strong>sapareció.
Madame se sentó enfrente <strong>de</strong>l rey.<br />
-Hermana mía -dijo el rey-, ¿sabéis que<br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére se ha fugado esta mañana,<br />
y ha ido a sepultar su dolor y su <strong>de</strong>sesperación<br />
en un claustro?<br />
Al <strong>de</strong>cir estas palabras, la voz <strong>de</strong>l rey<br />
apareció singularmente conmovida.<br />
-Vuestra Majestad es quien me da la<br />
noticia -replicó Madame.<br />
-Suponía que la hubieseis sabido esta<br />
mañana en la recepción <strong>de</strong> los embajadores -<br />
dijo el rey.<br />
-En vuestra emoción, Majestad, adiviné<br />
que pasaba algo extraordinario, mas sin saber<br />
qué.<br />
<strong>El</strong> rey, que era franco, e iba al objeto:<br />
-Hermana mía -dijo-, ¿por qué habéis<br />
<strong>de</strong>spedido a la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-Porque me disgustaba su servicio -<br />
replicó secamente Madame. Luis se puso <strong>de</strong><br />
color <strong>de</strong> púrpura, y en sus ojos brilló un fuego
que todo el valor <strong>de</strong> Madame pudo apenas sostener.<br />
Contúvose, no obstante, y añadió:<br />
Necesario es, hermana mía, que una<br />
mujer tan buena como vos haya tenido un motivo<br />
po<strong>de</strong>rosísimo para expulsar y <strong>de</strong>shonrar,<br />
no sólo a una joven, sino a toda su familia. No<br />
ignoráis que la ciudad tiene fijos sus ojos en la<br />
conducta <strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> la Corte. Despedir a<br />
una camarista, es atribuirle un crimen, o por lo<br />
menos una falta. ¿Cuál es, por tanto, el crimen<br />
o la falta <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-Puesto que os constituís en protector <strong>de</strong><br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére -replicó fríamente<br />
Madame-, voy a datos explicaciones que me<br />
creo con <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> no dar a nadie.<br />
-¿Ni aun al rey? -murmuró Luis revistiéndose<br />
<strong>de</strong> una expresión <strong>de</strong> cólera.<br />
-Me habéis llamado hermana vuestra -<br />
dijo Madame- y estoy en mi aposento.<br />
-¡No importa! -repuso el joven monarca<br />
avergonzado <strong>de</strong> su arrebato-. Ni vos, señora, ni
nadie, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir en mi reino que tenga <strong>de</strong>recho<br />
para no explicarse en mi presencia.<br />
-Puesto que así lo tomáis -dijo Madame<br />
con sombrío enojo-, no me queda sino inclinarme<br />
ante Vuestra Majestad y sellar mis labios.<br />
-No, nada <strong>de</strong> equívocos.<br />
-La protección que Vuestra Majestad<br />
dispensa a la señorita <strong>de</strong> La Valliére me impone<br />
respeto.<br />
-Nada <strong>de</strong> equívocos, digo; bien sabéis<br />
que, siendo yo el jefe <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> Francia,<br />
<strong>de</strong>bo cuenta a todos <strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> las familias.<br />
Expulsáis a la señorita <strong>de</strong> La Valliére, o a otra<br />
cualquiera...<br />
Madame encogióse <strong>de</strong> hombros. -O a<br />
otra cualquiera, lo repito -continuó el rey-, y<br />
como al proce<strong>de</strong>r así <strong>de</strong>shonráis a esa persona,<br />
os pido una explicación para confirmar o revocar<br />
esa sentencia.<br />
-¿Revocar mi sentencia? -exclamó Madame<br />
con altivez-. ¡Pues qué! Cuando <strong>de</strong>spido
<strong>de</strong> mi casa a cualquiera <strong>de</strong> mi servidumbre,<br />
¿me obligaríais a volverle a recibir? <strong>El</strong> rey calló.<br />
-Eso no sería ya abuso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r, señor,<br />
sino inconveniencia.<br />
-¡Madame!<br />
-¡Oh! Me rebelaría, como mujer, contra<br />
un abuso que ultrajaría toda dignidad; no sería<br />
ya una princesa <strong>de</strong> vuestra sangre, una hija <strong>de</strong>l<br />
rey, sino la última <strong>de</strong> las criaturas, más humil<strong>de</strong><br />
aún que la criada <strong>de</strong>spedida.<br />
<strong>El</strong> rey brincó <strong>de</strong> furor.<br />
-No es un corazón -exclamó- lo que late<br />
en vuestro pecho; si os portáis conmigo <strong>de</strong> ese<br />
modo, <strong>de</strong>jadme proce<strong>de</strong>r con igual rigor.<br />
A veces, en una batalla, una bala extraviada<br />
suele causar un estrago. Aquella frase<br />
que Luis pronunció sin intención, hirió a Madame<br />
y la sobrecogió por un momento: podía,<br />
un día u otro, tener represalias.<br />
-En fin -dijo-, explicaos, Majestad.<br />
-Os pregunto, señora, en qué ha podido<br />
agraviaros la señorita <strong>de</strong> La Valliére.
-Es la más artificiosa zurcidora <strong>de</strong> intrigas<br />
que conozco; ha hecho batirse a dos amigos<br />
y ha dado que hablar en términos tan vergonzosos,<br />
que toda la Corte arruga el ceño con sólo<br />
oír su nombre.<br />
-¿<strong>El</strong>la? ¿ella? -exclamó el rey. -Bajo ese<br />
aspecto tan dulce como hipócrita -continuó<br />
Madame-, oculta un alma llena <strong>de</strong> astucia y <strong>de</strong><br />
perfidia.<br />
-¿<strong>El</strong>la?<br />
-Podréis tener formado un juicio equivocado,<br />
Majestad; mas yo la conozco: es capaz<br />
<strong>de</strong> excitar a la guerra a los mejores parientes y a<br />
los más íntimos amigos. Ya veis la cizaña que<br />
ha sembrado entre nosotros.<br />
-Protesto -dijo el rey. -Majestad, haceos<br />
cargo <strong>de</strong> una cosa: nosotros vivíamos en la mejor<br />
armonía, y esa joven, con sus intrigas y sus<br />
quejas, os ha indispuesto contra mí.<br />
-Os juro -dijo el rey- que jamás ha salido<br />
<strong>de</strong> sus labios una palabra amarga, y que hasta<br />
en mis arrebatos no me ha permitido amenazar
a nadie. Os aseguro que no tenéis amiga más<br />
leal ni más respetuosa que esa joven.<br />
-¿Amiga? -dijo Madame con marcada<br />
expresión <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio.<br />
-Cuidado, señora -replicó el rey-; olvidáis<br />
haberme comprendido, y que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese<br />
momento, cesa toda <strong>de</strong>sigualdad. La señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére será todo lo que yo quiera que<br />
sea, y mañana, si me place, podrá sentarse sobre<br />
un trono.<br />
-Por lo menos no habrá nacido en él, y<br />
cuanto podáis hacer será para lo futuro; pero<br />
nunca haréis cambiar lo pasado.<br />
-Señora, os he tratado con urbanidad y<br />
cortesía; no me hagáis recordar que soy el amo.<br />
-Majestad, ya me lo habéis dicho dos<br />
veces. He tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros que ante<br />
eso me inclino.<br />
-¿Me concedéis entonces que la señorita<br />
Luisa <strong>de</strong> La Valliére vuelva a vuestra casa?
-¿Para qué, Majestad, cuando tenéis un<br />
trono que ofrecerle? Soy yo muy poca cosa para<br />
proteger a una potencia como ésa.<br />
-Basta ya <strong>de</strong> salidas maliciosas y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosas.<br />
Conce<strong>de</strong>dme su perdón.<br />
-¡Nunca!<br />
-Me lanzáis a la guerra entre mi familia.<br />
-También tengo yo familia don<strong>de</strong> refugiarme.<br />
-¿Hasta ese punto os olvidáis <strong>de</strong> vos<br />
misma? ¿Creéis que si llevaseis la ofensa hasta<br />
ahí os sostendrían vuestros parientes?<br />
-Espero, Majestad, que no me obligaréis<br />
a hacer nada contrario a mi jerarquía.<br />
-Esperaba que os acordaríais <strong>de</strong> nuestra<br />
amistad, que me trataríais como a hermano.<br />
Madame se <strong>de</strong>tuvo un momento.<br />
-No es <strong>de</strong>sconoceros por hermano -dijorehusar<br />
una injusticia a Vuestra Majestad.<br />
-¿Una, injusticia?<br />
-¡Oh Majestad! Si supiese el mundo la<br />
conducta <strong>de</strong> La Valliére, si las reinas supiesen...
-Vamos, vamos, Enriqueta; <strong>de</strong>jad hablar a vuestro<br />
corazón; recordad que me habéis amado; recordad<br />
que el corazón humano <strong>de</strong>be ser tan<br />
misericordioso como el <strong>de</strong>l amo soberano. No<br />
seáis inflexible para los <strong>de</strong>más; perdonad a Luisa.<br />
-No puedo; me ha ofendido.<br />
-¿Pero yo?<br />
-Majestad, todo lo haré en el mundo por<br />
vos, menos eso. -Entonces me aconsejáis la <strong>de</strong>sesperación...<br />
Arrastrándome a ese último recurso<br />
<strong>de</strong> las personas débiles, ¿me aconsejáis la<br />
ira y el escándalo?<br />
-Os aconsejo la razón, Majestad.<br />
-¿La razón?... Hermana mía, me falta ya<br />
la razón.<br />
-¡Majestad, por favor! -Hermana mía,<br />
por piedad, ésta es la primera vez que suplico;<br />
hermana mía, no tengo más esperanza que en<br />
vos.<br />
-¡Oh Majestad! ¿Lloráis?
-De cólera, sí; <strong>de</strong> humillación. ¡Haberme<br />
visto precisado a rebajarme hasta suplicar, yo,<br />
el rey! Toda mi vida <strong>de</strong>testaré este momento.<br />
Hermana mía, me habéis hecho sufrir en un<br />
segundo más pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> los que había<br />
previsto en las más duras extremida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />
vida.<br />
Y el rey, levantándose, dio libre curso a<br />
sus lágrimas, que eran en efecto lágrimas <strong>de</strong><br />
cólera y <strong>de</strong> vergüenza.<br />
Madame no se enterneció, pues las mujeres,<br />
aun las mejores, no conocen la piedad en<br />
el orgullo; pero tuvo miedo <strong>de</strong> que aquellas<br />
lagrimas arrastrasen consigo todo lo que había<br />
<strong>de</strong> humano en el corazón <strong>de</strong>l rey.<br />
-Mandad, Majestad -dijo-; ya que preferís<br />
mi humillación a la vuestra no obstante ser<br />
pública la mía, cuando la vuestra sólo me tiene<br />
a mí por testigo, hablad y obe<strong>de</strong>ceré al rey.<br />
-¡No, no, Enriqueta! -murmuró Luis<br />
transportado <strong>de</strong> reconocimiento-. Habéis cedido<br />
al hermano.
-No tengo ya hermano, cuando me veo<br />
precisada a obe<strong>de</strong>cer.<br />
-¿Queréis en reconocimiento todo el<br />
reino?<br />
-¡Cómo amáis -dijo ella- cuando amáis!<br />
Luis no replicó. No hacía más que cubrir<br />
<strong>de</strong> besos la mano <strong>de</strong> Madame.<br />
-De suerte -dijo-, que admitiréis a esa<br />
pobre muchacha y la perdonaréis, reconociendo<br />
la dulzura y rectitud <strong>de</strong> su corazón.<br />
-La mantendré en mi casa.<br />
-No, hermana querida; 1e <strong>de</strong>volveréis<br />
vuestra amistad.<br />
-Nunca la quise.<br />
-Pues bien, por amor a mí, la trataréis<br />
con bondad, ¿no es así, Enriqueta?<br />
-¡Bien! La trataré como a una hija vuestra.<br />
<strong>El</strong> rey se levantó. Con aquella palabra<br />
que tan funestamente se le escapara a Madame,<br />
<strong>de</strong>struyó todo el mérito <strong>de</strong> su sacrificio. <strong>El</strong> rey<br />
no le <strong>de</strong>bía ya nada.
Lastimado, mortalmente herido, replicó:<br />
-Gracias, señora; me acordaré siempre<br />
<strong>de</strong>l servicio que me habéis hecho.<br />
Y, saludando con ceremoniosa afectación,<br />
se <strong>de</strong>spidió.<br />
Al pasar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un espejo notó<br />
que tenía los ojos encarnados, y la cólera le hizo<br />
herir el suelo con el pie.<br />
Pero era ya <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, porque<br />
Malicorne y Artagnan, colocados a la puerta,<br />
habían visto sus ojos.<br />
"<strong>El</strong> rey ha llorado", pensó Malicorne.<br />
Artagnan acercóse respetuosamente al<br />
rey.<br />
-Señor -le dijo por lo bajo-; tomad la<br />
escalerilla secreta para ir a vuestra cámara.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque el polvo <strong>de</strong>l camino ha <strong>de</strong>jado<br />
huellas en vuestro rostro -contestó Artagnan-.<br />
Id, señor, id.<br />
Y cuando el rey hubo cedido como un<br />
niño, pensó:
"¡Pardiez! ¡Ay <strong>de</strong> aquellos que hagan<br />
llorar a la que ha hecho llorar al rey."<br />
XXXV<strong>II</strong><br />
EL PAÑUELO DE LA SEÑORITA DE LA<br />
VALLIÉRE<br />
Madame no era mala: era irritable.<br />
<strong>El</strong> rey no era impru<strong>de</strong>nte: era un enamorado.<br />
Apenas hicieron los dos esa especie <strong>de</strong><br />
pacto, cuyo resultado era volver a llamar a La<br />
Valliére, cuando uno y otro trataron <strong>de</strong> sacar el<br />
mejor partido posible.<br />
<strong>El</strong> rey quería ver a La Valliére a cada<br />
momento.<br />
Madame, que conocía el <strong>de</strong>specho <strong>de</strong>l<br />
rey, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escena <strong>de</strong> las súplicas, no quería<br />
abandonarle a Luisa sin combatir.
Por consiguiente, sembraba las dificulta<strong>de</strong>s<br />
bajo los pasos <strong>de</strong>l rey. En efecto,<br />
si el rey quería ver a su querida, tenía que hacer<br />
la corte a su cuñada.<br />
De tal plan procedía toda la política <strong>de</strong><br />
Madame.<br />
Como ésta había elegido a una persona<br />
para secundarla, y esa persona era Montalais, el<br />
rey se veía asediado cada vez que iba al aposento<br />
<strong>de</strong> Madame. Ro<strong>de</strong>ábanle por todas partes,<br />
y jamás se apartaban <strong>de</strong> él. Madame <strong>de</strong>splegaba<br />
en su conversación una gracia y un talento<br />
que todo lo eclipsaba.<br />
Montalais iba <strong>de</strong>spués, y no tardó en<br />
hacerse insoportable al rey. Eso era lo que ella<br />
esperaba. Entonces, lanzó a Malicorne; éste<br />
halló ocasión <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir al rey que había una joven<br />
muy <strong>de</strong>sgraciada en la Corte.<br />
Luis preguntó quién era esa persona.<br />
Malicorne contestó que era la señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais.
Entonces el rey <strong>de</strong>claró que era muy<br />
justo que una persona fuese <strong>de</strong>sgraciada cuando<br />
hacía <strong>de</strong>sgraciados a los <strong>de</strong>más.<br />
Malicorne explicóse diciendo que la<br />
señorita <strong>de</strong> Montalais tenía sus ór<strong>de</strong>nes.<br />
<strong>El</strong> rey abrió los ojos y advirtió que Madame,<br />
tan pronto como Su Majestad aparecía,<br />
presentábase también; que ella estaba en los<br />
corredores hasta que él sé marchaba, y que iba<br />
acompañándole por miedo <strong>de</strong> que hablase en<br />
las antecámaras a alguna <strong>de</strong> las doncellas..<br />
Una noche, fue Madame aún más lejos.<br />
<strong>El</strong> rey estaba sentado en medio <strong>de</strong> las<br />
damas, y tenía en la mano, bajo los puños <strong>de</strong><br />
encaje, un billete, que <strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>slizan en manos<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Madame adivinó aquella intención, y la<br />
existencia <strong>de</strong>l billete. Cosa muy difícil era impedir<br />
al rey dirigirse a quien mejor le pareciese.<br />
No obstante, era preciso evitar que se<br />
dirigiese a La Valliére, la saludase y <strong>de</strong>jase caer
el billete en sus rodillas, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su abanico o<br />
en su pañuelo.<br />
Luis, que también observaba, sospechó<br />
que le tendían un lazo. Levantóse, pues, y, sin<br />
la menor afectación, trasladó su silla al lado <strong>de</strong><br />
la señorita <strong>de</strong> Chátillon, con la cual estuvo<br />
bromeando.<br />
Jugábase a hacer versos con pie forzado; <strong>de</strong> la<br />
señorita <strong>de</strong> Chatillon pasó el rey a la Montalais,<br />
y <strong>de</strong> ésta a la señorita <strong>de</strong> Tonay-Charente.<br />
Entonces, por efecto <strong>de</strong> aquella diestra<br />
maniobra, se encontró sentado enfrente <strong>de</strong> La<br />
Valliére, a quien ocultaba enteramente con su<br />
cuerpo.<br />
Madame simulaba estar ocupada rectificando<br />
un dibujo <strong>de</strong> flores sobre cañamazo.<br />
Luis enseñó la blanca punta <strong>de</strong>l billete a<br />
La Valliére, y ésta le alargó su pañuelo con una<br />
mirada que quería <strong>de</strong>cir: "Ponedlo <strong>de</strong>ntro".<br />
Después, como el rey hubiese puesto su<br />
propio pañuelo en su sillón, fue bastante diestro<br />
para <strong>de</strong>jarlo caer al suelo.
De suerte que La Valliére <strong>de</strong>slizó su<br />
pañuelo en el sillón.<br />
<strong>El</strong> rey lo cogió haciéndose el distraído,<br />
puso el billete en el pañuelo y volvió a <strong>de</strong>jar<br />
éste sobre el sillón.<br />
Quedábale a Luisa el tiempo preciso<br />
para exten<strong>de</strong>r la mano y cogen el pañuelo con<br />
su precioso <strong>de</strong>pósito. Peno Madame lo había<br />
visto todo. Y dijo a Chátillon:<br />
-Chátillon, recoged <strong>de</strong> la alfombra el<br />
pañuelo <strong>de</strong>l rey.<br />
Y, habiendo obe<strong>de</strong>cido la joven precipitadamente,<br />
el rey se sintió contrariado, La Valliére<br />
turbada, y se vio el otro pañuelo en el<br />
sillón.<br />
-¡Ah, perdón! -dijo la princesa-. Vuestra<br />
Majestad tiene dos pañuelos.<br />
Y el rey tuvo que meterse en el bolsillo el pañuelo<br />
<strong>de</strong> La Valliére con el suyo. Ganaba en<br />
ello aquel recuerdo <strong>de</strong> la amante; pero la amante<br />
perdía una cuarteta cuya composición le
había costado a Luis diez horas, y que valía<br />
quizá pon sí sola un largo poema.<br />
De allí la cólera <strong>de</strong>l rey y la <strong>de</strong>sesperación<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Pero entonces ocurrió un suceso extraño.<br />
Cuando salió el rey para volver a su<br />
habitación, Malicorne, avisado sin saber cómo,<br />
se hallaba en la antecámara.<br />
Las antecámaras <strong>de</strong>l Palais-Royal son obscuras,<br />
y <strong>de</strong> noche, merced a la poca ceremonia que se<br />
observaba en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Madame,<br />
estaban mal alumbradas.<br />
AI rey le gustaba aquella media luz.<br />
Regla general: el amor que brilla <strong>de</strong> por sí en el<br />
alma y el corazón, no quiere la luz más que en<br />
el corazón y en el alma.<br />
Decíamos, pues, que la antecámara era<br />
obscura; un solo paje llevaba un hachón <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> Su Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey caminaba a paso lento, <strong>de</strong>vorando<br />
su enojo.
Malicorne pasó junto al rey, le tropezó<br />
ligeramente, y le pidió perdón, con gran<br />
humildad; peno el rey, que estaba <strong>de</strong> muy mal<br />
humor, trató con dureza a Malicorne, y éste se<br />
escurrió sin ruido.<br />
Luis se acostó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber tenido<br />
aquella noche una pequeña reyerta con la reina;<br />
y al día siguiente, en el momento <strong>de</strong> pasar a su<br />
<strong>de</strong>spacho, ocurrióle la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> besan el pañuelo<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Y llamó al ayuda <strong>de</strong> cámara.<br />
-Traedme -or<strong>de</strong>nó- el traje que llevaba<br />
ayer; pero cuidado con tocar nada <strong>de</strong> lo que<br />
pueda haber en él.<br />
Ejecutóse la or<strong>de</strong>n, y el rey registró los<br />
bolsillos.<br />
No halló en ellos más que un solo pañuelo;<br />
el suyo. <strong>El</strong> <strong>de</strong> La Valliére había <strong>de</strong>saparecido.<br />
Perdíase ya su imaginación en conjeturas<br />
y sospechas, cuando 1e entregaron una car-
ta <strong>de</strong> La Valliére. Estaba concebida en estos<br />
términos:<br />
"¡Cuánta bondad la vuestra, mi querido<br />
señor, en enviarme unos versos tan hermosos!<br />
¡Cuán ingenioso y perseverante vuestro amor! i<br />
Cómo no os han <strong>de</strong> amar! . . . "<br />
"¿Qué significa esto? -pensó el rey-. Necesariamente<br />
hay aquí alguna equivocación..."<br />
Y dijo al ayuda <strong>de</strong> cámara:<br />
-Buscad bien en mis bolsillos un pañuelo<br />
que <strong>de</strong>be haber en ellos, y si no lo encontráis,<br />
si lo habéis tocado...<br />
Repúsose pronto. Hacer asunto <strong>de</strong> Estado<br />
la pérdida <strong>de</strong> aquel pañuelo, sería abrir toda<br />
una crónica, y añadió:<br />
-Tenía en ese pañuelo cierta nota importante<br />
que <strong>de</strong>bía estar entre los pliegues.<br />
-Vuestra Majestad -dijo el ayuda <strong>de</strong> cámara-<br />
sólo llevaba un pañuelo, y es éste.<br />
-Es verdad -replicó el rey entre dientes-.<br />
¡Oh, pobreza, cómo te envidio! Dichoso <strong>de</strong>
aquel que coge por sí mismo y saca <strong>de</strong> sus bolsillos<br />
los pañuelos y los billetes.<br />
Y releyó la canta <strong>de</strong> La Valliére, procurando<br />
adivinar por qué casualidad había podido<br />
llegar la cuarteta a su po<strong>de</strong>r, cuando advirtió<br />
una postdata.<br />
“'Os envía por vuestro mensajero esta<br />
contestación, tan poco digna <strong>de</strong> los <strong>de</strong>licados<br />
conceptos que me habéis dirigido.”<br />
-¡Vamos! -dijo con satisfacción-. ¡Al fin<br />
voy a saben algol. . . ¿Quién trae este billete?<br />
-<strong>El</strong> señor Malicorne -contestó el ayuda<br />
<strong>de</strong> cámara con timi<strong>de</strong>z.<br />
-Que entre.<br />
Malicorne entró.<br />
-¿Venís <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére? -dijo el rey con un suspiro.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¿Y habéis llevado a la señorita Luisa <strong>de</strong><br />
La Valliére algo <strong>de</strong> mi parte?<br />
-¿Yo, Majestad?<br />
-Sí, vos.
-No. Majestad, no.<br />
-La señorita <strong>de</strong> La Valliére lo dice formalmente.<br />
-Majestad, la señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére<br />
se equivoca.<br />
<strong>El</strong> rey frunció el ceño.<br />
-¿Qué juego es éste? -dijo-. Hablad. ¿Por<br />
qué la señorita <strong>de</strong> La Valliére os llama mi mensajero?<br />
¿Qué habéis llevado a esa dama?<br />
¡Hablad pronto!<br />
-Majestad, lo único que he hecho ha sido<br />
entregar a la señorita <strong>de</strong> La Valliére un pañuelo.<br />
-¡Un pañuelo! ...¿Cuál?<br />
-En el momento en que tuve ayer la<br />
<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> tropezar con la persona <strong>de</strong> Vuestra<br />
Majestad, <strong>de</strong>sgracia que lloraré toda mi vida,<br />
especialmente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sagrado que<br />
me mostrasteis, quedé inmóvil <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />
Vuestra Majestad estaba ya <strong>de</strong>masiado<br />
lejos para po<strong>de</strong>r oír mis disculpas, y entonces<br />
advertí en el suelo una cosa blanca.<br />
-¡Ah! -exclamó el rey.
-Me agaché, y vi que era un pañuelo.<br />
Tuve la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que al tropezar con Vuestra<br />
Majestad habría hecho caer aquel pañuelo <strong>de</strong><br />
su bolsillo; pero, tentándolo con el mayor respeto,<br />
advertí que tenía una cifra, y esa cifra era<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére. Pensé entonces<br />
que se le habría caído a dicha señorita al entrar,<br />
y me apresuré a <strong>de</strong>volvérselo a la salida. Eso es<br />
cuanto he entregado a la señorita <strong>de</strong> La Valliére;<br />
suplico a Vuestra Majestad que lo crea.<br />
Malicorne se mostraba tan candoroso,<br />
tan <strong>de</strong>sconsolado y tan humil<strong>de</strong>; que el rey tuvo<br />
gran placer en escucharle, y le agra<strong>de</strong>ció<br />
aquella casualidad, como si hubiese prestado el<br />
mayor servicio.<br />
-Éste es ya el segundo encuentro feliz<br />
que he tenido con vos, señor -le dijo-; podéis<br />
contar con mi amistad.<br />
<strong>El</strong> hecho es, pura y simplemente, que<br />
Malicorne había robado el pañuelo <strong>de</strong>l bolsillo<br />
<strong>de</strong>l rey, tan finamente como lo hubiera podido<br />
hacer el más hábil ratero <strong>de</strong> París.
Madame ignoró siempre aquella historia.<br />
Pero Montalais se la hizo sospechar a La<br />
Valliére, y La Valliére se la contó más a<strong>de</strong>lante<br />
al rey, el cual se rió mucho con ella y proclamó<br />
a Malicorne un gran político.<br />
Luis XIV tenía razón, y sabido es que<br />
conocía a los hombres.<br />
XXXV<strong>II</strong>I<br />
QUE TRATA DE LOS JARDINEROS, DE<br />
LAS ESCALAS Y DE LAS CAMARISTAS<br />
Desgraciadamente, los milagros no podían durar<br />
siempre, mientras que el mal humor <strong>de</strong><br />
Madame no cesaba nunca.<br />
Al cabo <strong>de</strong> ocho días, había llegado el<br />
rey al estado <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r mirar a La Valliére<br />
sin que una mirada <strong>de</strong> sospecha cruzase la suya.<br />
Cuando disponíase algún paseo, Madame,<br />
para evitar que se renovase la escena <strong>de</strong>
la lluvia o <strong>de</strong> la encina real, tenía siempre a<br />
mano las indisposiciones, merced a las cuales<br />
no salía y sus camaristas permanecían en casa.<br />
En cuanto a visitas nocturnas, no había<br />
que pensar en ellas, pues era punto menos que<br />
imposible.<br />
Y fue que en este particular, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los<br />
primeros días, había sufrido el rey un doloroso<br />
contratiempo.<br />
Pasó que, como en Fontainebleau, hizo<br />
que Saint-Aignan le acompañase, y quiso ir al<br />
cuarto <strong>de</strong> La Valliére. Pero no encontró más<br />
que a la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente, la cual<br />
empezó a gritar con todas sus fuerzas, <strong>de</strong> cuyas<br />
resultas acudió una legión <strong>de</strong> doncellas, criadas<br />
y pajes, y Saint-Aignan, por salvar el honor <strong>de</strong><br />
su amo, que se había escapado precipitadamente,<br />
tuvo que aguantar una severa reprimenda<br />
<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> la reina madre y <strong>de</strong> Madame.<br />
A<strong>de</strong>más, al día siguiente recibió dos<br />
carteles <strong>de</strong> <strong>de</strong>safío <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Morteramt,<br />
y fue necesario que el rey interviniese.
Aquella equivocación había provenido<br />
<strong>de</strong> que Madame había dispuesto súbitamente<br />
que sus damas mudasen <strong>de</strong> cuarto, haciendo<br />
que La Valliére y Montalais, durmiesen en la<br />
habitación misma <strong>de</strong> su ama.<br />
No era posible, <strong>de</strong> consiguiente, hacer<br />
nada, ni aun escribir; escribir<br />
a la vista <strong>de</strong> un Argos tan implacable como<br />
Madame, era exponerse a los mayores riesgos.<br />
Fácil es conocer el estado <strong>de</strong> irritación<br />
continua y <strong>de</strong> cólera creciente en que todos<br />
aquellos pinchazos ponían al león.<br />
<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>vanaba los sesos en buscar<br />
medios, y, como no se confiaba a Malicorne, ni<br />
a Artagnan, no hallaba ninguno.<br />
Malicorne soltaba <strong>de</strong> vez en cuando algunas<br />
indirectas a fin <strong>de</strong> estimular al rey a que se<br />
franqueara enteramente.<br />
Pero fuese vergüenza o <strong>de</strong>sconfianza, el<br />
rey empezaba a picar en el anzuelo, y concluía<br />
al fin por abandonarlo.
Así, por ejemplo, una tar<strong>de</strong> en que el rey<br />
atravesaba el jardín y miraba tristemente las<br />
ventanas <strong>de</strong> Madame, tropezó Malicorne en<br />
una escala que había bajo un arriate <strong>de</strong> boj, y<br />
dijo a Manicamp, que iba a su lado en pos <strong>de</strong>l<br />
rey, y que ni había tropezado ni visto nada:<br />
-¿No habéis visto que he tropezado en<br />
una escala, y que por poco caigo?<br />
-No -contestó Manicamp distraído como<br />
<strong>de</strong> costumbre-; pero a lo que parece no habéis<br />
llegado a caer.<br />
-¡No importa! No por eso es menos peligroso<br />
el <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> este modo las escalas.<br />
-Sí que pue<strong>de</strong> uno hacerse daño, sobre<br />
todo cuando va distraído.<br />
-No lo digo por eso, sino porque es peligroso<br />
el <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> este modo las escaleras junto a<br />
las ventanas <strong>de</strong> las camaristas.<br />
Luis se estremeció imperceptiblemente.<br />
-¿Cómo es eso? -preguntó Manicamp.<br />
-Hablad más alto -díjole en voz baja<br />
Malicorne, tocándole con el codo.
-¿Cómo es eso? -repitió en voz más alta<br />
Manicamp.<br />
Luis puso atención.<br />
-Aquí tenéis, por ejemplo -dijo Malicorne-,<br />
una escala <strong>de</strong> diecinueve pies, exactamente<br />
la altura <strong>de</strong> la cornisa <strong>de</strong> las ventanas.<br />
Manicamp, en vez <strong>de</strong> contestar, seguía<br />
distraído con sus pensamientos.<br />
-Preguntadme <strong>de</strong> qué ventanas -le sopló<br />
Malicorne.<br />
-¿De qué ventanas habláis? - preguntó<br />
en voz alta Manicamp.<br />
-De las <strong>de</strong> Madame.<br />
-¡Eh!<br />
-No digo que haya subido nadie al aposento<br />
<strong>de</strong> Madame; pero en la pieza inmediata,<br />
que está separada por un sencillo tabique,<br />
duermen las señoritas <strong>de</strong> La Valliére y Montalais,<br />
que son dos hermosas muchachas.<br />
-¿Por un sencillo tabique? -dijo Manicamp.
-Mirad la brillante claridad que sale <strong>de</strong><br />
las habitaciones <strong>de</strong> Madame. ¿Veis aquellas dos<br />
ventanas?<br />
-Sí.<br />
-¿Y aquella otra ventana inmediata,<br />
iluminada con luz menos viva?<br />
-Perfectamente.<br />
-Pues ésa es la ventana <strong>de</strong> las camaristas.<br />
Mirad cómo, por efecto <strong>de</strong>l calor que hace,<br />
abre la señorita <strong>de</strong> La Valliére su ventana. ¡Oh,<br />
cuántas cosas podría <strong>de</strong>cirle un amante atrevido,<br />
si tuviera noticia <strong>de</strong> esa escala <strong>de</strong> diecinueve<br />
pies, que llega justamente hasta la cornisa!<br />
-Pero creo haberos oído <strong>de</strong>cir que no<br />
permanecía sola, sino con la señorita <strong>de</strong> Montalais.<br />
-La señorita <strong>de</strong> Montalais no pue<strong>de</strong> inspirar<br />
recelo; es una amiga <strong>de</strong> la infancia, fiel<br />
como ella sola, un verda<strong>de</strong>ro pozo don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong>n<br />
echarse sin cuidado todos los secretos que<br />
se quieran hacer <strong>de</strong>saparecer.
Ni una palabra <strong>de</strong> la conversación había<br />
escapado al rey; y aun Malicorne observó que<br />
Luis había<br />
acortado el paso para darle tiempo <strong>de</strong> acabar.<br />
Así fue, que, cuando llegó a la puerta,<br />
<strong>de</strong>spidió a todos, a excepción <strong>de</strong> Malicorne.<br />
Aquello no sorprendió a nadie, pues se<br />
sabía que el rey estaba enamorado, y se le suponía<br />
aficionado a componer versos a la claridad<br />
<strong>de</strong> la luna.<br />
Aun cuando aquella noche no hacía<br />
luna, podía el rey, sin embargo, querer componer<br />
versos.<br />
Marchóse todo el mundo. Entonces el<br />
rey se volvió hacia Malicorne, el cual esperaba<br />
con el mayor respeto a que Luis le dirigiese la<br />
palabra.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cíais hace poco <strong>de</strong> escalas,<br />
señor Malicorne? -preguntó Luis.<br />
-¿Yo, Majestad, <strong>de</strong> escalas? ... Y<br />
Malicorne levantó los ojos al cielo, como para<br />
recoger las palabras escapadas.
-Sí, <strong>de</strong> una escalera <strong>de</strong> diecinueve pies -<br />
añadió Luis.<br />
-¡Ah! En efecto, Majestad, ahora me<br />
acuerdo; pero hablaba con el señor <strong>de</strong> Manicamp,<br />
y habría callado si hubiese sabido que<br />
Vuestra Majestad podía oírnos.<br />
-¿Y por qué os habríais callado? -<br />
Porque no hubiera querido que riñesen por mi<br />
culpa al jardinero que la <strong>de</strong>jó olvidada.. . ¡pobre<br />
diablo! ...<br />
-No tengáis cuidado por eso.. . Decidme,<br />
¿qué escala es ésa?<br />
-¿Quiere verla Vuestra Majestad?<br />
-Sí.<br />
-Nada más fácil; está allí, Majestad.<br />
-¿Entre el boj?<br />
-Precisamente.<br />
-Enseñádmela.<br />
Malicorne volvió pasos atrás, y llevó al<br />
rey hasta la escala.<br />
-Aquí está, Majestad.<br />
-Sacadla <strong>de</strong> ahí.
Malicorne puso la escala en la alameda.<br />
Luis caminó longitudinalmente en dirección<br />
<strong>de</strong> la escala.<br />
-¡Hum! -murmuró-. ¿Decís que tiene<br />
diecinueve pies?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-Mucho es eso: no la creo tan Jarga.<br />
-Así no se ve bien. Majestad. Si se pusiera<br />
la escala en pie contra un árbol o contra una<br />
pared, por ejemplo, se vería mejor, en atención<br />
a que la comparación podía servir <strong>de</strong> mucho.<br />
-Con todo, señor Malicorne, no creo que<br />
la escala tenga diecinueve pies.<br />
-Conozco el buen golpe <strong>de</strong> vista que<br />
tiene Vuestra Majestad; no obstante, en esta<br />
ocasión no tendría reparo en apostar.<br />
<strong>El</strong> rey meneó la cabeza.<br />
-Hay un medio seguro <strong>de</strong> comprobarlo -<br />
dijo Malicorne.<br />
-¿Cuál?<br />
-Sabido es que el piso bajo <strong>de</strong>l palacio<br />
tiene dieciocho pies <strong>de</strong> altura.
-Es verdad.<br />
-Pues bien, poniendo la escala contra la<br />
pared, se pue<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la duda.<br />
-Cierto.<br />
Malicorne levantó la escala como si fuera<br />
una pluma, y la puso contra la pared, si bien<br />
eligió, o mejor dicho, la casualidad eligió, la<br />
ventana <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> La Valliére para hacer su<br />
experimento.<br />
La escala llegó justamente a la esquina<br />
<strong>de</strong> la cornisa, esto es, casi al antepecho <strong>de</strong> la<br />
ventana; <strong>de</strong> suerte que un hombre colocado en<br />
el penúltimo peldaño, un hombre <strong>de</strong> mediana<br />
estatura, como era, por ejemplo, el rey, podía<br />
comunicar con los habitantes <strong>de</strong> la cámara.<br />
Apenas estuvo colocada la escalera,<br />
cuando el rey, <strong>de</strong>jando a un lado la especie <strong>de</strong><br />
comedia que representaba, empezó a subir los<br />
peldaños, teniéndole Malicorne la escalera. Pero<br />
no bien había hecho la mitad <strong>de</strong> su ascención<br />
aérea, aparecía en el jardín una patrulla <strong>de</strong> suizos,<br />
que se encaminó hacia la escalera.
<strong>El</strong> rey bajó apresuradamente, y se ocultó<br />
en un macizo.<br />
Malicorne vio que era preciso sacrificarse.<br />
Si se ocultaba también, los suizos<br />
registrarían hasta encontrar a él o al rey, y tal<br />
vez a ambos.<br />
Más valía que lo encontraran sólo a él.<br />
Por consiguiente, Malicorne se escondió<br />
tan torpemente, que muy pronto dieron con él.<br />
Una vez <strong>de</strong>tenido, Malicorne fue llevado<br />
al cuerpo <strong>de</strong> guardia, y en cuanto dijo quién<br />
era, reconociéronlo.<br />
Entretanto, <strong>de</strong> mata en mata, llegaba el<br />
rey a la puerta excusada <strong>de</strong> su cuarto muy<br />
humillado, y sobre todo enteramente <strong>de</strong>sconcertado.<br />
Y esto con tanto mayor motivo, cuanto<br />
que el ruido <strong>de</strong>l arresto había hecho asomarse a<br />
la ventana a La Valliére y a Montalais, y la<br />
princesa misma había aparecido en la suya con<br />
una luz, preguntando qué era aquello.
Mientras esto sucedía, Malicorne hacía<br />
llamar a Artagnan, el cual acudió al momento.<br />
Pero en vano trató <strong>de</strong> hacerle compren<strong>de</strong>r<br />
sus razones, en vano las comprendió Artagnan,<br />
y en vano también aquellos espíritus<br />
tan sutiles procuraron dar un giro diferente a la<br />
aventura. No le quedó a Malicorne otro recurso<br />
que pasar por haber querido entrar en el cuarto<br />
<strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais, como Saint-Aignan<br />
tuvo que pasar por haber intentado forzar la<br />
puerta <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente.<br />
Madame era inflexible por dos razones:<br />
si el señor Malicorne había querido entrar nocturnamente<br />
en su habitación por la ventana y<br />
por medio <strong>de</strong> una escala para ver a Montalais,<br />
era un atetado punible, que <strong>de</strong>bía ser castigado.<br />
Y si, Por el contrario, Malicorne, en vez <strong>de</strong><br />
obrar por cuenta propia, había hecho . aquello<br />
como intermediario entre La Valliére y otra<br />
persona que no quería nombrar, su crimen era<br />
mucho mayor aún, puesto que no tenía a su<br />
favor la pasión, que pue<strong>de</strong> excusarlo todo.
Madame puso, pues, el grito en el cielo,<br />
e hizo <strong>de</strong>spedir a Malicorne <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Monsieur,<br />
sin advertir la infeliz ciega que Malicorne<br />
y Montalais la tenían entre sus garras por la<br />
visita al señor <strong>de</strong> Guiche, y por otros muchos<br />
puntos no menos <strong>de</strong>licados.<br />
Montalais, furiosa, quería vengarse inmediatamente;<br />
pero Malicorne le hizo ver que<br />
con el apoyo <strong>de</strong>l rey podían arrostrarse todas<br />
las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong>l mundo, y que era gran-cosa<br />
el sufrir por el rey.<br />
Malicorne tenía razón, y aunque Montalais<br />
era mujer, consiguió convencerla.<br />
Luego, hay que <strong>de</strong>cirlo, el rey se apresuró<br />
a consolar a su víctima. En primer lugar,<br />
hizo entregar a Malicorne cincuenta mil libras,<br />
como in<strong>de</strong>mnización <strong>de</strong>l cargo que perdiera. ,,<br />
Luego, lo colocó en su servidumbre,<br />
aprovechando con placer aquella ocasión <strong>de</strong><br />
vengarse <strong>de</strong> todo lo que la princesa le había<br />
hecho sufrir a él y a La Valliére.
Mas, el pobre amante, no teniendo ya a<br />
Malicorne para que le robase los pañuelos ni le<br />
midiese las escalas, no sabía qué hacer. Ninguna<br />
esperanza quedábale <strong>de</strong> acercarse a La<br />
Valliére, en tanto que ésta permaneciese en el<br />
Palais-Royal.<br />
Ni las dignida<strong>de</strong>s ni todo el oro <strong>de</strong>l<br />
mundo podían facilitárselo. Por fortuna, Malicorne<br />
estaba al cuidado, y se compuso tan bien<br />
que llegó a avistarse con Montalais. Verdad es<br />
que Montalais ponía cuanto estaba <strong>de</strong> su parte<br />
por ver a Malicorne.<br />
-¿Qué hacéis durante la noche en el<br />
cuarto <strong>de</strong> Madame? -preguntó éste a la joven.<br />
-¿Por la noche? Dormir -replicó Montalais.<br />
-¿De modo que dormís por la noche?<br />
-Sí por cierto.<br />
-Hacéis muy mal; no conviene que una<br />
joven duerma con un dolor como el que <strong>de</strong>béis<br />
tener.<br />
-¿Y qué dolor es ése que yo tengo?
-¿No estáis <strong>de</strong>sesperada por mi ausencia?<br />
-No por cierto, puesto que habéis recibido<br />
cincuenta mil libras, y os han dado a<strong>de</strong>más<br />
un empleo en la servidumbre <strong>de</strong>l rey.<br />
-No importa; eso no quita para que estéis<br />
afligidísima <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>rme ver como antes,<br />
y sobre todo <strong>de</strong> que yo haya perdido la confianza<br />
<strong>de</strong> Madame. ¿No es verdad?<br />
-¡Oh! Sí que lo es.<br />
-Pues bien, esa aflicción no pue<strong>de</strong> menos<br />
<strong>de</strong> impediros dormir por la noche, y entonces<br />
sollozáis y os quejáis diez veces por minuto.<br />
-Pero, mi querido Malicorne, Madame<br />
no pue<strong>de</strong> tolerar el menor ruido en sus habitaciones.<br />
-¡Bien sé que no lo pue<strong>de</strong> tolerar, cáscaras!<br />
Y por eso estoy seguro <strong>de</strong> que al ver un<br />
dolor tan profundo, no tardará en haceros <strong>de</strong>socupar<br />
el cuarto.<br />
-Ahora comprendo.<br />
-Me alegro mucho.
-Pero, ¿qué suce<strong>de</strong>rá entonces?<br />
-Suce<strong>de</strong>rá que La Valliére, viéndose<br />
separada <strong>de</strong> vos, prorrumpirá por la noche en<br />
tales gemidos y lamentos, que su <strong>de</strong>sesperación<br />
equivaldrá por sí sola a dos juntas.<br />
-Entonces, la pondrán en otro cuarto.<br />
-Ciertamente.<br />
- Sí, pero, ¿en cuál?<br />
-¿En cuál? Esa es la dificultad, señor <strong>de</strong><br />
los Inventos.<br />
-No por cierto: cualquiera que sea el<br />
cuarto, siempre valdrá más que el <strong>de</strong> Madame.<br />
-Verdad es.<br />
-Conque a ver si principiáis ya esta noche<br />
con las jeremíadas.<br />
-Per<strong>de</strong>r cuidado.<br />
-Y que ponga también algo <strong>de</strong> su parte<br />
La Valliére.<br />
-¡Oh! En cuanto a eso, casi siempre se<br />
está lamentando, aunque por lo bajo.<br />
-Pues que se queje en voz alta. Y con<br />
esto se separaron.
XXXIX<br />
QUE TRATA DE LA CARPINTERIA, CON<br />
ALGUNAS NOCIONES ACERCA DE LA<br />
INSTALACIÓN DE ESCALERAS<br />
<strong>El</strong> consejo dado a Montalais fue comunicado<br />
a La Valliére, la cual reconoció que no<br />
carecía <strong>de</strong> cordura, y tras <strong>de</strong> alguna resistencia,<br />
proce<strong>de</strong>nte más bien <strong>de</strong> su timi<strong>de</strong>z que <strong>de</strong><br />
frialdad, se <strong>de</strong>cidió a ponerlo en ejecución.<br />
Aquel lance <strong>de</strong> dos mujeres llorando y<br />
atronando con sus gemidos lastimeros el cuarto<br />
<strong>de</strong> Madame, fue la obra maestra <strong>de</strong> Malicorne.<br />
Como no hay nada tan cierto como la<br />
inverosimilitud, ni tan natural como lo novelesco,<br />
salió perfectamente aquella especie <strong>de</strong> cuento<br />
<strong>de</strong> Las mil y una noches.<br />
Madame alejó primero a Montalais.<br />
Tres días, o mejor, tres noches <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haber alejado a Montalais, alejó a La Valliére.
Señalóse a esta última un cuarto en los<br />
<strong>de</strong>partamentos abuhardillados, encima <strong>de</strong>dos<br />
<strong>de</strong>partamentos <strong>de</strong> los gentileshombres.<br />
Un piso, o lo que es lo mismo, un pavimento,<br />
separaba a las camaristas <strong>de</strong> los oficiales<br />
y <strong>de</strong> los gentileshombres.<br />
Una escalera secreta, cuya inspección<br />
estaba confinada a la señora <strong>de</strong> Navailles, conducía<br />
a las habitaciones <strong>de</strong> ellas.<br />
La señora <strong>de</strong> Navailles, que había oído<br />
hablar <strong>de</strong> las tentativas anteriores <strong>de</strong>l rey, había<br />
hecho poner rejas a las ventanas <strong>de</strong> los cuartos<br />
y a las aberturas <strong>de</strong> las chimeneas.<br />
Había, por tanto, la mayor seguridad<br />
para la honra <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére, cuyo<br />
cuarto se asemejaba más bien a una jaula que a<br />
otra cosa.<br />
Cuando la señorita <strong>de</strong> La Valliére estaba en su<br />
cuarto, cosa que sucedía con frecuencia, en<br />
atención a que Madame había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> utilizar<br />
sus servicios <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que sabía que se hallaba<br />
segura- bajo la vigilancia <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong>
Navailles, no tenía más distracción que mirar a<br />
través <strong>de</strong> las rejas <strong>de</strong> su ventana.<br />
Una mañana que estaba mirando, como<br />
<strong>de</strong> costumbre, vio a Malicorne en una ventana<br />
paralela a la suya. Tenía en la mano un triángulo<br />
<strong>de</strong> carpintero, examinaba los edificios y<br />
hacía fórmulas algebraicas en un papel. No<br />
<strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> asemejarse bastante bien a aquellos<br />
ingenieros que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el extremo <strong>de</strong> una trinchera,<br />
toman los ángulos <strong>de</strong> un baluarte, o la<br />
altura <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong> una fortaleza.<br />
La Valliére reconoció a Malicorne, y le<br />
saludó.<br />
Malicorne correspondió con otro saludo,<br />
y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la ventana. Sorprendióse. La<br />
Valliére <strong>de</strong> aquella especie <strong>de</strong> frialdad, poco<br />
común en el carácter siempre igual <strong>de</strong> Malicorne;<br />
pero recordó que aquel infeliz joven<br />
había perdido su empleo por causa suya, y no<br />
<strong>de</strong>bía tenerle la mejor voluntad, puesto que,<br />
según todas las probabilida<strong>de</strong>s, jamás se vería
ella en estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverle lo que había perdido.<br />
La Valliére sabía perdonar las ofensas, y<br />
con mucho más motivo compa<strong>de</strong>cer la <strong>de</strong>sgracia.<br />
Sin duda habría pedido consejo a Montalais,<br />
si ésta hubiese estado allí; pero se hallaba<br />
ausente.<br />
Era la hora en que Montalais acostumbraba<br />
<strong>de</strong>spachar su correspon<strong>de</strong>ncia.<br />
De repente, vio La Valliére un objeto,<br />
que, arrojado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana en que había<br />
aparecido Malicorne, atravesaba el espacio,<br />
pasaba por entre los hierros <strong>de</strong> sus rejas, e iba a<br />
caer dando vueltas por el suelo.<br />
Acercóse con curiosidad a aquel objeto,<br />
y lo cogió. Era un <strong>de</strong>vanador; sólo que en lugar<br />
<strong>de</strong> estar envuelto con seda, había arrollado en<br />
él un papelito.<br />
La Valliére lo <strong>de</strong>sdobló y leyó:
"Señorita: Deseo vivamente saber dos<br />
cosas:<br />
"La primera, si el piso <strong>de</strong> vuestro cuarto<br />
es <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra o <strong>de</strong> ladrillo. "La segunda, a qué<br />
distancia <strong>de</strong> la ventana está vuestra cama.<br />
"Disimulad esta importunidad, y dignaos<br />
contestarme por el mismo medio que he<br />
puesto mi carta en vuestras manos, esto es, por<br />
el <strong>de</strong>vanador.<br />
"Sólo que, en lugar <strong>de</strong> arrojarle a mi<br />
cuarto, como yo lo he hecho en el vuestro, cosa<br />
que os sería más difícil que a mí, no hagáis más<br />
que <strong>de</strong>jarlo caer.<br />
"Confiad, principalmente, señorita, en<br />
vuestro más humil<strong>de</strong> y respetuoso servidor.<br />
"MALICORNE.<br />
"Si lo tenéis a bien, podéis escribir la<br />
contestación en esta misma carta."<br />
-¡Ah! ¡Pobre muchacho! -exclamó La<br />
Valliére-. ¡Preciso es que se haya vuelto loco!
Y, al <strong>de</strong>cir esto, dirigió a Malicorne, a<br />
quien se columbraba en la penumbra <strong>de</strong>l cuarto,<br />
una mirada preñada <strong>de</strong> afectuosa compasión.<br />
Malicorne comprendió, y sacudió la<br />
cabeza como para contestarle:<br />
"No, no; no estoy loco, fiaos <strong>de</strong> mí."<br />
La Valliére sonrió con aire <strong>de</strong> duda.<br />
No, no -repitió Malicorne con el gesto-;<br />
mi cabeza está firme. Y mostró la cabeza.<br />
Luego, agitando la mano como quien<br />
escribe rápidamente:<br />
-Vamos, escribid -dijo con aire <strong>de</strong> súplica.<br />
La Valliére, aun cuando lo creyese loco,<br />
no veía inconveniente en hacer lo que le pedía<br />
Malicorne. Por tanto, tomó un lápiz y escribió:<br />
Ma<strong>de</strong>ra.<br />
Después, contó diez pasos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana a<br />
su cama, y escribió <strong>de</strong>bajo: Diez pasos.<br />
Hecho aquello, miró a Malicorne, quien la saludó,<br />
y le hizo una señal <strong>de</strong> que iba a bajar.
La Valliére comprendió que era para<br />
recoger el <strong>de</strong>vanador. Aproximóse a la ventana,<br />
y, <strong>de</strong> conformidad con las instrucciones Malicorne,<br />
lo <strong>de</strong>jó caer.<br />
Aún estaba corriendo el <strong>de</strong>vanador por<br />
las losas, cuando Malicorne se precipitó tras él;<br />
lo alcanzó, lo <strong>de</strong>sdobló como hace un mono con<br />
una nuez, y se fue en seguida a la habitación<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
Saint-Aignan había elegido, o solicitado,<br />
por mejor <strong>de</strong>cir, la habitación más próxima al<br />
rey, pareciéndose a aquellas plantas que buscan<br />
los rayos <strong>de</strong>l sol para <strong>de</strong>sarrollarse con más<br />
fruto.<br />
Su alojamiento se componía <strong>de</strong> dos piezas,<br />
en la parte misma <strong>de</strong>l edificio ocupada por<br />
Luis XIV.<br />
<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Saint-Aignan estaba orgulloso<br />
con aquella proximidad que le daba un acceso<br />
fácil a la cámara <strong>de</strong>l rey, y le proporcionaba<br />
a<strong>de</strong>más el favor <strong>de</strong> algunos encuentros inesperados.
En el momento en que hacemos mención<br />
<strong>de</strong> él, se hallaba ocupado en hacer entapizar<br />
magníficamente aquellas dos piezas, contando<br />
con el honor <strong>de</strong> recibir algunas visitas <strong>de</strong>l<br />
rey, porque Su Majestad, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estaba<br />
enamorado <strong>de</strong> La Valliére, había elegido a<br />
Saint-Aignan<br />
por confi<strong>de</strong>nte suyo, y no podía pasarse sin él<br />
ni <strong>de</strong> noche ni <strong>de</strong> día. Malicorne hízose<br />
introducir en los aposentos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y no<br />
halló dificultad para entrar, porque era bien<br />
mirado <strong>de</strong>l rey, y el crédito <strong>de</strong> uno es siempre<br />
un cebo para otro.<br />
Saint-Aignan preguntó al recién venido<br />
si traía alguna noticia. -Una y gran<strong>de</strong> -<br />
respondió éste.<br />
-¡Hola, hola! -murmuró Saint-Aignan,<br />
curioso como un favorito-. ¿Y cuál es?<br />
-La señorita <strong>de</strong> La Valliére ha cambiado<br />
<strong>de</strong> habitación.<br />
-¿De veras? -preguntó sorprendido<br />
Saint-Aignan.
-Sí.<br />
-Madame la tenía en sus mismas habitaciones.<br />
-Precisamente; mas, cansada sin duda<br />
<strong>de</strong> semejante vecindad, la ha instalado en un<br />
cuarto que se halla encima <strong>de</strong> vuestra futura<br />
habitación.<br />
-¡Cómo! ¿Arriba? -exclamó Saint-Aignan<br />
con sorpresa, e indicando con el <strong>de</strong>do el piso<br />
superior.<br />
-No -dijo Malicorne-, abajo. Y le mostró<br />
la parte <strong>de</strong>l edificio situada enfrente.<br />
-¿Por qué <strong>de</strong>cís, pues, que su cuarto está<br />
encima <strong>de</strong>l mío?<br />
-Porque estoy cierto <strong>de</strong> que vuestra<br />
habitación <strong>de</strong>be estar naturalmente <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />
cuarto <strong>de</strong> La Valliére.<br />
A tales palabras dirigió Saint-Aignan al<br />
pobre Malicorne una mirada como la que La<br />
Valliére le había dirigido un cuarto <strong>de</strong> hora<br />
antes.
Esto es, creyó que estaba loco. -Señor -le<br />
dijo Malicorne-, permitidme contestar a vuestro<br />
pensamiento.<br />
-¿Cómo a mi pensamiento?<br />
-Me parece que no habéis comprendido<br />
muy bien lo que he querido <strong>de</strong>cir.<br />
-Lo confieso.<br />
Pues bien, ya sabéis que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las<br />
habitaciones <strong>de</strong> las camaristas <strong>de</strong> Madame se<br />
hallan alojados los gentileshombres <strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong><br />
Monsieur.<br />
-Sí, puesto que allí habitan Manicamp,<br />
War<strong>de</strong>s y otros.<br />
-Precisamente. Pues bien, señor, mirad<br />
ahora la singularidad <strong>de</strong> la coinci<strong>de</strong>ncia: las dos<br />
cámaras <strong>de</strong>stinadas al señor <strong>de</strong> Guiche son,<br />
precisamente, las que se hallan situadas <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> las <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais y la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¿Y qué hay con eso?<br />
-Pues que esas dos cámaras están <strong>de</strong>socupadas<br />
con motivo <strong>de</strong> hallarse el señor <strong>de</strong>
Guiche en Fontainebleau curándose <strong>de</strong> sus<br />
heridas.<br />
-Os juro, mi querido señor, que no adivino<br />
nada.<br />
-¡Oh! Si tuviese yo la dicha <strong>de</strong> llamarme<br />
Saint-Aignan, pronto lo adivinaría.<br />
-¿Y qué haríais?<br />
-Cambiar al punto esta habitación por la<br />
que el señor <strong>de</strong> Guiche tiene <strong>de</strong>socupada abajo.<br />
-¡Pues! -exclamó Saint-Aignan-. ¿Y querríais<br />
que abandonase el primer sitio <strong>de</strong> honor,<br />
la proximidad <strong>de</strong>l rey, un privilegio concedido<br />
solamente a los príncipes <strong>de</strong> la sangre, a los<br />
duques y pares?... Perdonadme que os diga,<br />
señor <strong>de</strong> Malicorne, que estáis loco.<br />
-Señor -replicó gravemente el joven-,<br />
habéis sufrido dos equivocaciones... En primer<br />
lugar, me llamo Malicorne a secas, y en segundo,<br />
os aseguro que estoy en mi cabal juicio.<br />
Después, sacando un papel <strong>de</strong>l bolsillo:<br />
-Escuchad esto -dijo-; <strong>de</strong>spués os enseñaré<br />
aquello.
-Escucho.<br />
-Ya sabéis que Madame vigila a La Valliére,<br />
como Argos a la ninfa lo.<br />
-Lo sé.<br />
-Ya sabéis que el rey ha intentado en<br />
vano hablar a la prisionera, y que ni vos ni yo<br />
hemos sido bastante felices para proporcionarle<br />
esa fortuna.<br />
-Algo podéis contar <strong>de</strong> eso, mi . pobre<br />
Malicorne.<br />
-Pues bien, ¿qué os parece que ganaría<br />
el que tuviese la maña <strong>de</strong> procurar una entrevista<br />
a los dos amantes?<br />
-¡Oh! No limitaría el rey a poca cosa su<br />
reconocimiento.<br />
-¡Señor <strong>de</strong> Saint-Aignan!. . .<br />
-¿Qué?<br />
-¿No <strong>de</strong>seáis granjearos el reconocimiento<br />
real?<br />
-Seguramente -respondió Saint-Aignan-;<br />
mucho me halagaría un favor <strong>de</strong>l ame por<br />
haber llenado mis <strong>de</strong>beres.
-Pues mirad este papel, señor con<strong>de</strong>.<br />
-¿Qué es? ¿Un plano?<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong> las dos cámaras <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche,<br />
que, según todas las probabilida<strong>de</strong>s, serán<br />
las vuestras.<br />
-¡Oh, no! De ningún modo.<br />
-¿Y por qué no?<br />
-Porque mis dos habitaciones son codiciadas<br />
por muchos gentileshombres, a quienes<br />
no pienso <strong>de</strong>járselas, como son el señor <strong>de</strong> Roquelaure,<br />
el señor <strong>de</strong> La Ferté y el señor Dangeau.<br />
-Entonces, adiós, señor con<strong>de</strong>, y voy a<br />
ofrecer a uno <strong>de</strong> esos señores el plano que os<br />
presentaba hace poco y las ventajas a él anejas.<br />
-¿Y por qué no las guardáis para vos? -<br />
dijo Saint-Aignan con <strong>de</strong>sconfianza.<br />
-Porque el rey no me hará jamás el<br />
honor <strong>de</strong> venir ostensiblemente a mi cuarto, al<br />
paso que no tendrá el menor escrúpulo en ir al<br />
<strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> esos señores.
-Y qué, ¿iría el rey al cuarto <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />
esos señores?<br />
-¡Ya lo creo que iría! Y con mucha frecuencia.<br />
¿Creéis que no iría el rey a un cuarto<br />
que está tan próximo al <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére?<br />
-¡Vaya una proximidad!.. . Con un techo<br />
<strong>de</strong> por medio. Malicorne <strong>de</strong>splegó el papelito<br />
<strong>de</strong>l <strong>de</strong>vanador.<br />
-Notad, señor con<strong>de</strong> -le dijo-, que el pavimento<br />
<strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />
es un entarimado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />
-¿Y qué hay con eso?<br />
-No hay más que tomar un obrero carpintero,<br />
quien, encerrado en vuestro cuarto, sin<br />
que nadie sepa adon<strong>de</strong> le han conducido, abrirá<br />
vuestro techo, y por lo tanto, el entarimado <strong>de</strong><br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¡Ah, Dios mío! -exclamó Saint-Aignan<br />
como <strong>de</strong>slumbrado.<br />
-¿Qué tal? -dijo Malicorne.<br />
-La i<strong>de</strong>a me parece muy audaz, señor.
-Pues yo os aseguro que al rey le parecerá<br />
bien trivial.<br />
-Los enamorados jamás reflexionan en<br />
el peligro.<br />
-¿Y qué peligro teméis, señor con<strong>de</strong>?<br />
-Que semejante perforación haga un<br />
ruido enorme que resuene en todo el palacio.<br />
-¡Oh señor con<strong>de</strong>! Estoy seguro <strong>de</strong> que<br />
el obrero que puedo enviaros hará la obra sin<br />
ruido. Aserrará un cuadrilátero <strong>de</strong> seis pies con<br />
una sierra guarnecido <strong>de</strong> estopa, y nadie sospechará<br />
que esté trabajando.<br />
-¿Sabéis, señor Malicorne, que me <strong>de</strong>jáis<br />
atónito con vuestro proyecto?<br />
-Pues escuchad todavía -prosiguió tranquilamente<br />
Malicorne-: en el cuarto cuyo techo<br />
habéis perforado... ¿estáis?...<br />
-Sí.<br />
-Colocaréis una escalera que permita a<br />
la señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére bajar a vuestro<br />
cuarto, o al rey subir al <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére.
-Pero se verá esa escalera.<br />
-No, pues podrá ocultarse por medio <strong>de</strong><br />
un tabique, en el que pondréis una tapicería<br />
igual a la <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la habitación, y en el<br />
cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére <strong>de</strong>saparecerá<br />
bajo una trampa, que será el suelo mismo, y<br />
se abrirá <strong>de</strong> bajo <strong>de</strong> la cama.<br />
-En efecto -dijo Saint-Aignan, cuyos ojos<br />
principiaban ya a animarse.<br />
-Ahora, señor con<strong>de</strong>, no necesito <strong>de</strong>cir<br />
que el rey irá con frecuencia a un cuarto que<br />
tenga semejante escalera. Creo que al señor<br />
Dangeau le agradará mi i<strong>de</strong>a, y voy a proponérsela.<br />
-¡Ah, querido señor Malicorne! -exclamó<br />
Saint-Aignan-. Olvidáis que es a mí a quien<br />
habéis hablado primero, y que, por consiguiente,<br />
tengo <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> prioridad.<br />
-¿Queréis la preferencia?<br />
-¡Vaya si la quiero! ¡Ya lo creo!
-<strong>El</strong> hecho es, señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, que<br />
os doy en este plano un cordón para la primera<br />
promoción, y quizá, quizá algún buen ducado.<br />
-A lo menos -contestó Saint-Aignan rebosando<br />
<strong>de</strong> gozo-, es ésta una ocasión <strong>de</strong> manifestar<br />
al rey que pue<strong>de</strong> llamarme con razón su<br />
amigo, ocasión que os <strong>de</strong>beré a vos, mi estimado<br />
señor Malicorne.<br />
-¿No me olvidaréis? -preguntó Malicorne<br />
sonriendo.<br />
-Me gloriaré siempre <strong>de</strong> ello, señor.<br />
-Yo, señor, no soy el amigo <strong>de</strong>l rey, soy<br />
su servidor.<br />
-Sí, y, si pensáis que esa escalera pue<strong>de</strong><br />
proporcionarme un cordón azul, también yo<br />
creo que os pueda valer un título <strong>de</strong> nobleza.<br />
Malicorne se inclinó.<br />
-Conque ahora sólo falta hacer la mudanza<br />
-añadió Saint-Aignan.<br />
-No creo que el rey ponga ningún obstáculo;<br />
pedidle el permiso.<br />
-Ahora mismo voy a su habitación.
-Y yo a buscar al obrero que necesitamos.<br />
-¿Cuándo vendrá?<br />
-Esta noche.<br />
-No olvidéis las precauciones.<br />
-Os lo enviaré con los ojos vendados.<br />
-Y yo, os enviaré una <strong>de</strong> mis carrozas.<br />
-Sin escudo <strong>de</strong> armas.<br />
-Y con un lacayo sin librea.<br />
-Muy bien, señor con<strong>de</strong>.<br />
-¿Y La Valliére?<br />
-¿Cómo?<br />
-¿Qué dirá La Valliére, al ver la obra?<br />
-Os aseguro que le interesará mucho.<br />
-Lo creo.<br />
-Y hasta me atrevo a <strong>de</strong>cir que, si el rey<br />
no tiene la audacia <strong>de</strong> subir a su cuarto, tendrá<br />
ella la curiosidad <strong>de</strong> bajar.<br />
-Esperemos -dijo Saint-Aignan.<br />
-Sí, esperemos, señor con<strong>de</strong> - repitió<br />
Malicorne.<br />
-Me voy a ver al rey.
-Hacéis muy bien.<br />
-¿A qué hora vendrá el carpintero?<br />
-A las ocho.<br />
-¿Y cuánto tiempo suponéis que necesite<br />
para perforar su cuadrilátero?<br />
-Dos horas, poco más o menos; pero es<br />
necesario conce<strong>de</strong>rle tiempo para dar la última<br />
mano, y que todo que<strong>de</strong> bien. Una noche y parte<br />
<strong>de</strong> la mañana siguiente: hay que contar dos<br />
días con la colocación <strong>de</strong> la escalera.<br />
-Dos días es mucho tiempo.<br />
-¡Pardiez! Cuando se trata <strong>de</strong> abrir una<br />
puerta al paraíso, es preciso, por lo menos, que<br />
esa puerta sea <strong>de</strong>cente.<br />
-Tenéis razón; <strong>de</strong> modo que hasta luego,<br />
señor Malicorne. Para pasado mañana por la<br />
tar<strong>de</strong> tendré dispuesta la mudanza.<br />
XL<br />
EL PASEO A LA LUZ DE LAS ANTORCHAS
Entusiasmado Saint-Aignan con lo que<br />
acababa <strong>de</strong> oír, y encantado<br />
<strong>de</strong> lo que columbraba, se encaminó a las dos<br />
cámaras <strong>de</strong> Guiche. <strong>El</strong> favorito, que un cuarto<br />
<strong>de</strong> hora antes no hubiese dado sus dos aposentos<br />
por un millón, se hallaba dispuesto a comprar<br />
por un millón, si se le hubiesen pedido, las<br />
dos bienaventuradas cámaras que ahora ambicionaba.<br />
Pero no encontró gran<strong>de</strong>s exigencias. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Guiche no sabía aún cuál sería su alojamiento,<br />
y se hallaba a<strong>de</strong>más en bastante mal<br />
estado para ocuparse <strong>de</strong> semejante cosa.<br />
Saint-Aignan se quedó, pues, con las<br />
dos habitaciones <strong>de</strong> Guiche. <strong>El</strong> señor Dangeau,<br />
por su parte, obtuvo los dos aposentos <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan, mediante un alboroque <strong>de</strong> seis mil<br />
libras al inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y le pareció<br />
haber hecho un gran negocio.<br />
Las dos cámaras <strong>de</strong> Dangeau quedaron<br />
<strong>de</strong>stinadas para Guiche, sin que podamos asegurar<br />
que en aquella mudanza general fueran
ésas las habitaciones que habría <strong>de</strong> ocupar Guiche<br />
<strong>de</strong>finitivamente.<br />
Respecto al señor Dangeau, su alegría<br />
era tal, que ni siquiera se le ocurrió sospechar<br />
que Saint-Aignan tuviese un interés particular<br />
en mudarse.<br />
Una hora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber tomado<br />
Saint-Aignan tal resolución, se hallaba ya en<br />
posesión <strong>de</strong> su nueva morada. Diez minutos<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estar Saint-Aignan en posesión <strong>de</strong><br />
su nueva morada, Malicorne entraba en ella<br />
escoltado <strong>de</strong> los tapiceros.<br />
Mientras esto pasaba, Luis preguntaba<br />
por Saint-Aignan; iban al aposento <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan, y hallaban a Dangeau; enviaba Dangeau<br />
a los emisarios al cuarto <strong>de</strong> Guiche, y<br />
hallaban al fin a Saint-Aignan.<br />
Pero esto no pudo evitar cierto retraso;<br />
<strong>de</strong> suerte que el rey había hecho ya dos o tres<br />
movimientos <strong>de</strong> impaciencia cuando Saint-<br />
Aignan<br />
entró <strong>de</strong>solado en la cámara <strong>de</strong> su amo.
-¿Conque tú también me abandonas? -<br />
dijo el rey en el mismo tono lastimero con que<br />
dieciocho siglos antes <strong>de</strong>bió César <strong>de</strong>cir el Tuquoque.<br />
-Majestad -contestó Saint-Aignan-; no<br />
abandono al rey; no hago más que ocuparme<br />
<strong>de</strong> mi mudanza.<br />
-¿De qué mudanza? Yo creía que la<br />
habíais concluido hace tres días.<br />
-Sí, Majestad; pero me encuentro mal<br />
don<strong>de</strong> estoy, y me mudo enfrente.<br />
-¡Cuando yo <strong>de</strong>cía que tú también me<br />
abandonabas! -exclamó el rey-. Esto pasa ya <strong>de</strong><br />
la raya. Encuentro una mujer por quien se interesa<br />
mi corazón, y toda mi familia se conjura<br />
para arrancármela, y el único amigo a quien<br />
confiaba mis penas y me ayudaba a sufrirlas, se<br />
cansa <strong>de</strong> mis lamentaciones, y me abandona sin<br />
pedirme siquiera permiso.<br />
Saint-Aignan se echó a reír. Luis adivinó<br />
que se ocultaba algún misterio en aquella falta<br />
<strong>de</strong> respeto.
-¿Qué suce<strong>de</strong>? -preguntó lleno <strong>de</strong> esperanza.<br />
-Suce<strong>de</strong>, Majestad, que ese amigo, tan<br />
calumniado por el rey, va a tratar <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverle<br />
la dicha que ha perdido.<br />
-¿Vas a proporcionarme el ver a La Valliére?<br />
-murmuró Luis XIV.<br />
-Majestad, no respondo todavía <strong>de</strong> ello,<br />
pero...<br />
-Pero ¿qué?<br />
-Pero confío en que sí.<br />
-¡Oh! ¿Y cómo?... Dímelo, Saint-Aignan.<br />
Quiero conocer tu proyecto, ayudarte en él con<br />
todas mis fuerzas.<br />
-Majestad -contestó Saint-Aignan-: ni<br />
aun yo mismo sé todavía cómo me compondré<br />
para conseguir el objeto; pero todo me hace<br />
creer que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana...<br />
-¿Dices mañana?<br />
-Sí, Majestad.<br />
-¡Qué felicidad, Saint-Aignan! ¿Pero<br />
para qué te mudas?
-A fin <strong>de</strong> serviros mejor. -¿Y en qué<br />
pue<strong>de</strong>s servirme mejor mudando <strong>de</strong> habitación?<br />
-¿Sabéis dón<strong>de</strong> están situadas las dos<br />
cámaras que se le <strong>de</strong>stinan al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Sí.<br />
-Entonces, ya sabéis adon<strong>de</strong> voy.<br />
-Bien; pero eso nada me dice.<br />
-¡Cómo! ¿No comprendéis, Majestad,<br />
que encima <strong>de</strong> ese alojamiento hay dos cuartos?<br />
-¿Cuáles?<br />
-Uno el <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> Montalais, y<br />
otro...<br />
-¡Otro el <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére,<br />
Saint-Aignan!<br />
-Así es, Majestad.<br />
-¡Oh Saint-Aignan, es verdad, sí, es verdad!<br />
Ha sido una i<strong>de</strong>a feliz, una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> amigo,<br />
<strong>de</strong> poeta, y al acercarme a ella cuando todo el<br />
mundo se empeña en separarnos, vales para mí<br />
mas que Pila<strong>de</strong>s para Orestes, más que Patroclo<br />
para Aquiles.
-Si Vuestra Majestad conociese mis proyectos<br />
en toda su extensión -dijo Saint-Aignan<br />
con una sonrisa-, dudo que continuara dándome<br />
calificaciones tan pomposas. ¡Ah, Majestad!<br />
Conozco otras mucho más triviales que algunos<br />
puritanos <strong>de</strong> la Corte no harán escrúpulo en<br />
aplicarme cuando sepan lo que pienso hacer<br />
por Vuestra Majestad.<br />
-Saint-Aignan, mira que muero <strong>de</strong> impaciencia;<br />
Saint-Aignan, mira que me consumo;<br />
Saint-Aignan, mira que no podré esperar hasta<br />
mañana... ¡Mañana! ¡Pero si mañana es una<br />
eternidad!<br />
-Con todo, Majestad, si lo tenéis a bien,<br />
vais a salir ahora mismo y a distraer esa impaciencia<br />
con un buen paseo.<br />
-Contigo, bueno; hablaremos <strong>de</strong> tus<br />
proyectos; hablaremos <strong>de</strong> ella.<br />
-No, Majestad; yo me quedo.<br />
-¿Con quién, pues, he <strong>de</strong> salir?<br />
-Con las damas.<br />
-¡Ah, no, Saint-Aignan!
-Majestad, es necesario.<br />
-¡No, no! ¡Repito que no! No quiero exponerme<br />
más a ese horrible suplicio <strong>de</strong> estar a<br />
dos pasos <strong>de</strong> ella, verla, rozar su vestido al pasar<br />
y no <strong>de</strong>cirle una palabra. No, renuncio a<br />
este suplicio que tú crees una dicha y que no es<br />
más que un tormento que me abrasa los ojos,<br />
<strong>de</strong>vora mis manos y me <strong>de</strong>spedaza el corazón;<br />
verla en presencia <strong>de</strong> todos los extraños, y no<br />
<strong>de</strong>cirle que la amo, cuando todo mi ser le manifiesta<br />
ese amor y me ven<strong>de</strong> a los ojos <strong>de</strong> todos.<br />
No, me he jurado a mí mismo que no lo<br />
volvería a hacer, y cumpliré mi juramento.<br />
-No obstante, Majestad, escuchad lo que<br />
os voy a <strong>de</strong>cir. -Nada quiero, oír, Saint-Aignan.<br />
-En ese caso, continuaré. Es urgente,<br />
señor, compren<strong>de</strong>dlo bien, es urgente, <strong>de</strong> toda<br />
urgencia, que Madame y sus camaristas se ausenten<br />
dos horas <strong>de</strong> vuestro domicilio.<br />
-Me tienes confuso, Saint-Aignan.
-Muy duro me es mandar a mi rey; mas,<br />
en esta ocasión, mando, Majestad; es preciso<br />
una cacería o un paseo.<br />
-¡Pero. esa cacería, ese paseó, sería un<br />
capricho, una extravagancia! Al manifestar<br />
semejantes impaciencias no hago otra<br />
cosa que <strong>de</strong>scubrir a toda mi Corte un corazón<br />
que no es dueño <strong>de</strong> sí propio.<br />
-¿No dicen ya que sueño con la conquista<br />
<strong>de</strong>l mundo, pero que antes habré <strong>de</strong><br />
principiar por hacer la <strong>de</strong> mí mismo?<br />
-Los que dicen eso, Majestad, son unos<br />
impertinentes y unos facciosos; pero sean quienes<br />
sean, si Vuestra Majestad prefiere escucharlos,<br />
nada tengo que <strong>de</strong>cir. Así, el día <strong>de</strong> mañana<br />
queda aplazado para época in<strong>de</strong>terminada.<br />
-Saint-Aignan, saldré esta no che... Iré a<br />
dormir a Saint-Germain a la luz <strong>de</strong> las antorchas;<br />
almorzaré allí mañana, y regresaré a París<br />
a cosa <strong>de</strong> las tres. ¿Está así bien?<br />
-Perfectamente.<br />
-Entonces, saldré a las ocho <strong>de</strong> la noche.
-Esa es la hora que más conviene.<br />
-¿Y no quieres <strong>de</strong>cirme nada?<br />
-Es que no puedo <strong>de</strong>cirlo. La maña sirve<br />
para algo en este mundo, señor; sin embargo, la<br />
casualidad representa en ella tan gran papel,<br />
que tengo por costumbre <strong>de</strong>jarle siempre la<br />
parte más estrecha, en la seguridad <strong>de</strong> que ya<br />
hará por tomar la más ancha.<br />
-Sea lo que quiera, a ti me entrego.<br />
-Y hacéis bien.<br />
Confortado con su suerte, el rey se fue a<br />
ver a Madame, a quien anunció el paseo proyectado.<br />
Madame creyó al punto ver, en aquel<br />
paseo improvisado, una conspiración <strong>de</strong>l rey<br />
para hablar con La Valliére, ya fuese en el camino,<br />
a favor <strong>de</strong> la obscuridad, ya <strong>de</strong> cualquier<br />
otro modo; pero se guardó muy bien <strong>de</strong> manifestar<br />
nada a su cuñado, y aceptó la invitación<br />
con la sonrisa en los labios.<br />
En seguida, dio, en voz alta, ór<strong>de</strong>nes<br />
para que la acompañasen sus camaristas, reser-
vándose hacer por la noche lo que pareciese<br />
más propio para contrariar los amores <strong>de</strong> Su<br />
Majestad...<br />
Luego que se vio sola, y que el pobre<br />
amante que dio aquella or<strong>de</strong>n pudo creer que<br />
La Valliére sería <strong>de</strong> la partida, en el momento<br />
quizá en que se <strong>de</strong>leitaba en su interior con esa<br />
triste felicidad <strong>de</strong> los amantes perseguidos, que<br />
consiste en realizar por medio <strong>de</strong> la vista todos<br />
los goces <strong>de</strong> la posesión vedada, en aquel instante<br />
mismo <strong>de</strong>cía Madame a sus camaristas:<br />
-Con dos señoritas tendré bastante esta<br />
noche: la señorita <strong>de</strong> Tonnay-Charente y la señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais.<br />
La Valliére había previsto el golpe, y, <strong>de</strong><br />
consiguiente, no le cogió <strong>de</strong> sorpresa. La persecución<br />
la había hecho fuerte, y no dio a Madame<br />
el placer <strong>de</strong> ver en su rostro la impresión<br />
<strong>de</strong>l golpe que recibía en el corazón.<br />
Por el contrario, sonriendo con aquella<br />
inefable dulzura que daba un carácter angelical<br />
a su fisonomía, preguntó:
-Así, señora, ¿esta noche estoy libre?<br />
-Sí.<br />
-Me aprovecharé <strong>de</strong> ello para a<strong>de</strong>lantar<br />
el bordado que llamó la atención <strong>de</strong> Vuestra<br />
Alteza Real, y que tuve el honor <strong>de</strong> ofrecerle.<br />
Y, haciendo una respetuosa reverencia,<br />
se retiró a su cuarto. Las señoritas <strong>de</strong> Montalais<br />
y <strong>de</strong> Tonnay-Charente hicieron otro tanto.<br />
La noticia <strong>de</strong>l paseo salió con ellas <strong>de</strong> la habitación<br />
<strong>de</strong> Madame y se difundió por todo el palacio.<br />
Diez minutos <strong>de</strong>spués sabía Malicorne la<br />
resolución <strong>de</strong> Madame, y hacía pasar por <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Montalais un billete concebido<br />
en estos términos:<br />
"Es preciso que L. V. pase la noche con<br />
Madame."<br />
Montalais, según lo acordado, principió<br />
por quemar el papel, y se puso <strong>de</strong>spués a reflexionar.<br />
Montalais era muchacha <strong>de</strong> recursos, y<br />
no tardó en fijarse su plan. A la hora en que<br />
<strong>de</strong>bía ir a reunirse con Madame, es <strong>de</strong>cir, a cosa
<strong>de</strong> las cinco, atravesó el patio a todo correr, y al<br />
llegar a diez pasos <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> oficiales dio<br />
un grito, cayó graciosamente sobre una rodilla,<br />
se levantó, y continuó su camino, pero cojeando.<br />
Los gentileshombres corrieron hacia ella<br />
para sostenerla. Montalais se había torcido un<br />
pie, pero no por eso <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> subir al cuarto <strong>de</strong><br />
Madame, en cumplimiento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>ber.<br />
-¿Qué os ha pasado, que venís cojeando?<br />
-le preguntó aquélla-. Os había tomado por<br />
La Valliére.<br />
Montalais refirió que, habiendo echado<br />
a correr por llegar más pronto, habíase torcido<br />
un pie.<br />
Madame manifestó un gran sentimiento<br />
y quiso que se llamara al punto a un cirujano.<br />
Pero Montalais, asegurando que el acci<strong>de</strong>nte<br />
no ofrecía la menor gravedad:<br />
-Señora -prosiguió-, lo que siento es<br />
tener que faltar al servicio, y habría rogado a la
señorita <strong>de</strong> La Valliére que me reemplazase<br />
cerca <strong>de</strong> Vuestra Alteza...<br />
Madame frunció el ceño.<br />
-Pero no lo he hecho -repuso Montalais.<br />
-¿Y por qué? -preguntó Madame.<br />
-Porque la pobre La Valliére parecía tan<br />
satisfecha <strong>de</strong> tener toda una noche libre, que no<br />
me sentí con valor para invitarle a que me reemplazase<br />
en el servicio.<br />
-¿Conque tan alegre está? -dijo Madame,<br />
a quien sorprendieron aquellas palabras.<br />
-¡Oh, en extremo! Figuráos que, a pesar<br />
<strong>de</strong> su melancolía habitual, la encontré cantando.<br />
A<strong>de</strong>más, Vuestra Alteza no ignora que La<br />
Valliére <strong>de</strong>testa el mundo, y que su carácter es<br />
algo agreste.<br />
"¡Oh, oh! -pensó Madame-. Esa gran<br />
alegría no la consi<strong>de</strong>ro natural."<br />
-Ya ha hecho sus preparativos -continuó<br />
Montalais-, para comer en su cuarto a solas con<br />
uno <strong>de</strong> sus libros favoritos. A<strong>de</strong>más, Vuestra<br />
Alteza tiene otras seis señoritas que se tendrán
por muy felices en acompañarla, así es que ni<br />
siquiera he hecho mi proposición a la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Madame calló.<br />
-¿He hecho bien? -prosiguió<br />
Montalais con una ligera opresión <strong>de</strong><br />
corazón, viendo lo mal que le salía aquella estratagema<br />
<strong>de</strong> guerra, con cuyo éxito había contado<br />
tan completamente que no había creído<br />
preciso buscar otra-. ¿Aprueba Madame? -<br />
añadió.<br />
Madame pensaba que, durante la noche,<br />
podría muy bien el rey salir <strong>de</strong> Saint-Germain,<br />
y que, como no hay más que cuatro leguas y<br />
media <strong>de</strong> París a dicho punto, podría ponerse<br />
en París en una hora.<br />
-Decidme -dijo al fin-, y al veros La Valliére<br />
lastimada, ¿os ha brindado al menos con<br />
su compañía?<br />
-Todavía no sabe mi acci<strong>de</strong>nte, pero aun<br />
cuando lo supiera, es bien cierto que no le pediría<br />
nada que la pudiera incomodar en sus pro-
yectos. Me parece que quiere realizar esta noche,<br />
por sí sola, la misma diversión que el difunto<br />
rey, cuando <strong>de</strong>cía al señor <strong>de</strong> Saint-Mars:<br />
"Aburrámonos bien, señor <strong>de</strong> Saint-Mars; aburrámonos<br />
bien".<br />
Madame llegó a persuadirse <strong>de</strong> que<br />
aquel ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> soledad encubría algún<br />
misterio amoroso, y ese misterio no podía ser<br />
otro que el regreso nocturno <strong>de</strong> Luis. Sin duda,<br />
La Valliére <strong>de</strong>bía estar avisada ya <strong>de</strong> este regreso,<br />
y <strong>de</strong> ahí nacía su alegría por quedarse en el<br />
Palais-Royal aquella noche.<br />
Era todo un plan combinado <strong>de</strong> antemano.<br />
"No me <strong>de</strong>jaré engañar", se dijo. Y tomó<br />
una <strong>de</strong>cisión.<br />
-Señorita <strong>de</strong> Montalais -dijo-, id a avisar<br />
a vuestra amiga, la señorita <strong>de</strong> La Valliére, que<br />
siento mucho turbar sus proyectos <strong>de</strong> soledad;<br />
pero que, en lugar <strong>de</strong> aburrirse sola en su cuarto,<br />
como <strong>de</strong>seaba, vendrá a aburrirse con nosotras<br />
en Saint-Germain.
-¡Pobre La Valliére! -murmuró Montalais<br />
con aire compungido, pero gozosa interiormente-.<br />
¿No habría medio, señora, <strong>de</strong> que<br />
Vuestra Alteza...?<br />
-Silencio -or<strong>de</strong>nó Madame-; así lo quiero.<br />
Prefiero la compañía <strong>de</strong> la señorita La Baume<br />
Le Blanc a la <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>más. Id a <strong>de</strong>cirle<br />
que venga, y no <strong>de</strong>scuidés vuestra pierna.<br />
Montalais no se hizo repetir la or<strong>de</strong>n.<br />
Volvió a su cuarto, escribió su respuesta a Malicorne,<br />
y la <strong>de</strong>slizó por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la alfombra.<br />
Irá, <strong>de</strong>cía esa respuesta.<br />
Una espartana no hubiese escrito con<br />
mayor laconismo.<br />
"De ese modo -pensaba Madame-, por el<br />
camino no la pierdo <strong>de</strong> vista; durante la noche<br />
dormirá a mi lado, y bien astuto ha <strong>de</strong> ser Su<br />
Majestad si consigue cambiar la menor palabra<br />
con la señorita <strong>de</strong> La Valliére."<br />
La Valliére recibió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> marchar<br />
con la misma dulzura indiferente con que había<br />
recibido la <strong>de</strong> quedarse.
Muy viva fue, sin embargo, su alegría<br />
interior, y miró aquel cambio <strong>de</strong> resolución <strong>de</strong><br />
la princesa como un consuelo que la enviaba la<br />
Provi<strong>de</strong>ncia.<br />
Su penetración, muy inferior a la <strong>de</strong><br />
Madame, le hacía atribuirlo todo a la casualidad.<br />
En tanto que todo el mundo, a excepción<br />
<strong>de</strong> los que estaban en <strong>de</strong>sgracia, enfermos<br />
o con torceduras <strong>de</strong> pie, se dirigía a Saint-Germain,<br />
hacía Malicorne subir a su obrero en la<br />
carroza <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-Germain, y conducíale<br />
a la cámara correspondiente a la <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Aquel hombre se <strong>de</strong>dicó al trabajo, espoleado<br />
por la espléndida recompensa prometida.<br />
Como que se habían tomado <strong>de</strong>l taller<br />
<strong>de</strong> los ingenieros <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey las mejores<br />
herramientas, y, entre otras, una <strong>de</strong> esas sierras<br />
finísimas que cortan en el agua los ma<strong>de</strong>ros <strong>de</strong><br />
encina, duros como el hierro, la obra a<strong>de</strong>lantó
ápidamente, y muy pronto un trozo cuadrado<br />
<strong>de</strong>l techo, elegido entre dos viguetas, cayó en<br />
los brazos <strong>de</strong> Saint-Aignan, <strong>de</strong> Malicorne, <strong>de</strong>l<br />
obrero y <strong>de</strong> un criado <strong>de</strong> confianza, personaje<br />
venido al mundo para ver y oír todo, y no repetir<br />
nada.<br />
En virtud <strong>de</strong> un nuevo plan indicado<br />
por Malicorne, se practicó la abertura en uno <strong>de</strong><br />
los ángulos.<br />
La razón era ésta.<br />
Como en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére no<br />
había gabinete tocador, había pedido y obtenido,<br />
aquella misma mañana, un gran biombo<br />
<strong>de</strong>stinado a hacer las veces dé tabique, el cual<br />
era más que suficiente para ocultar la abertura.<br />
A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>bía disimularse ésta por todos los<br />
medios que suministrara el arte <strong>de</strong> la ebanistería.<br />
Hecha la abertura, se <strong>de</strong>slizó el obrero<br />
entre las vigas y se halló en el cuarto <strong>de</strong> La Valliére.
Luego que estuvo allí, aserró el entarimado<br />
en forma <strong>de</strong> cuadrilátero, y con las tablas<br />
mismas <strong>de</strong> él hizo una trampa, tan perfectamente<br />
adaptada a la abertura, que el ojo más<br />
experimentado no podía ver allí más que los<br />
intersticios naturales <strong>de</strong> la soldadura <strong>de</strong>l suelo.<br />
Malicorne todo lo había previsto, y así<br />
fue que a aquella tabla acomodáronse un botón<br />
y dos bisagras, comprados <strong>de</strong> antemano.<br />
También había comprado el industrioso<br />
Malicorne, por dos libras, una <strong>de</strong> esas escaleritas<br />
<strong>de</strong> caracol; que principiaban ya a ponerse en<br />
los entresuelos.<br />
Era más alta <strong>de</strong> lo necesario, pero el<br />
carpintero le quitó algunos escalones y la <strong>de</strong>jó a<br />
la medida exacta.<br />
Aquella escalera, <strong>de</strong>stinada a recibir un<br />
peso tan ilustre, fue fijada a la pared con dos<br />
escarpias.<br />
En cuanto a su base, quedó sujeta sobre<br />
el suelo mismo <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> con dos<br />
tornillos; <strong>de</strong> modo que el rey y todo su consejo
habría podido subir y bajar aquella escalera sin<br />
ningún temor.<br />
Los martillazos que se daban caían sobre<br />
una almohadilla <strong>de</strong> estopas, y las limas que<br />
se empleaban tenían el mango envuelto en lana<br />
y la hoja mojada en aceite.<br />
A<strong>de</strong>más, el trabajo que exigía más ruido<br />
había sido hecho durante la noche y la madrugada;<br />
esto es, durante la ausencia <strong>de</strong> La Valliére<br />
y <strong>de</strong> Madame.<br />
Cuando a eso <strong>de</strong> las dos volvió la Corte<br />
al Palais-Royal, La Valliére entró en su cuarto.<br />
Todo estaba en su sitio, y no había la menor<br />
partícula <strong>de</strong> serrín, ni la más pequeña viruta<br />
que pudiera revelar la violación <strong>de</strong> domicilio.<br />
Solamente Saint-Aignan, que había querido<br />
auxiliar la operación, tenía <strong>de</strong>strozados sus<br />
<strong>de</strong>dos y la camisa, y había sudado mucho por<br />
servir a su rey.<br />
La palma <strong>de</strong> la mano, especialmente, la<br />
tenía cubierta <strong>de</strong> ampollas, y esas ampollas
habían provenido <strong>de</strong> tener la escalera a Malicorne.<br />
Por otra parte, había ido llevando uno a<br />
uno los cinco trozos <strong>de</strong> que se componía la escalera,<br />
formado cada cual <strong>de</strong> dos escalones. En<br />
fin, preciso es <strong>de</strong>cirlo, si el rey le hubiese visto<br />
trabajar con tanto afán en aquella operación,<br />
hubiérale jurado un reconocimiento eterno.<br />
Según había previsto Malicorne, el<br />
hombre <strong>de</strong> las medidas exactas, el obrero concluyó<br />
sus operaciones en veinticuatro horas,<br />
recibió veinticuatro luises, y se marchó lleno <strong>de</strong><br />
júbilo. Era tanto como lo que solía ganar en seis<br />
meses.<br />
Nadie tuvo la menor sospecha <strong>de</strong> lo que<br />
había pasado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
Pero, en la noche <strong>de</strong>l segundo día, en el<br />
instante en que ésta se retiraba <strong>de</strong> la tertulia <strong>de</strong><br />
Madame y entraba en su cuarto, oyó un ligero<br />
ruido.
Detúvose sobresaltada y se puso a mirar<br />
<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salía. <strong>El</strong> ruido se oyó <strong>de</strong> nuevo.<br />
-¿Quién está ahí? -preguntó con ligero<br />
acento <strong>de</strong> espanto.<br />
-Yo contestó la voz tan conocida <strong>de</strong>l rey.<br />
-¡Vos, vos! -exclamó la joven, que se<br />
creyó por un momento bajo el imperio <strong>de</strong> un<br />
sueño-. ¿Pero en dón<strong>de</strong> estáis, Majestad!<br />
-Aquí -respondió el rey, apartando una<br />
<strong>de</strong> las hojas <strong>de</strong>l biombo y apareciendo como<br />
una sombra en el fondo <strong>de</strong>l cuarto.<br />
La Valliére lanzó un grito y se <strong>de</strong>jó caer<br />
toda trémula sobre un sillón.<br />
XLI<br />
LA APARICIÓN<br />
La Valliére se recobró muy pronto <strong>de</strong> su<br />
sorpresa; a fuerza <strong>de</strong>, mostrarse respetuoso, el<br />
rey le inspiraba con su presencia más confianza<br />
<strong>de</strong> la que su aparición le había hecho per<strong>de</strong>r.
Pero, viendo que lo que principalmente<br />
alarmaba a La Valliére era el modo como había<br />
penetrado en su cuarto, le explicó el sistema <strong>de</strong><br />
la escalera oculta por el biombo procurando<br />
persuadirla sobre todo <strong>de</strong> que su aparición no<br />
tenía nada <strong>de</strong> sobrenatural.<br />
-¡Oh Majestad! -le dijo La Valliére meneando<br />
su hermosa cabeza con una encantadora<br />
sonrisa-. Presente o ausente, vuestra imagen<br />
no se aparta nunca <strong>de</strong> mi imaginación.<br />
-¿Eso qué quiere <strong>de</strong>cir, Luisa?<br />
-¡Oh! Lo que sabéis perfectamente, Majestad;<br />
que no hay momento en que la pobre<br />
muchacha, cuyo secreto sorprendisteis en Fontainebleau,<br />
y a quien arrancasteis <strong>de</strong>l pie <strong>de</strong> la<br />
cruz, no piense en vos.<br />
-Luisa, me colmáis <strong>de</strong> alegría y <strong>de</strong> felicidad.<br />
La Valliére sonrió tristemente, y continuó:
-¿Pero habéis meditado, Majestad, que<br />
vuestra ingeniosa invención no pue<strong>de</strong> sernos<br />
<strong>de</strong> ninguna utilidad?<br />
-¿Y por qué, Luisa?...<br />
-Porque este cuarto no está al abrigo <strong>de</strong><br />
miradas extrañas. Madame pue<strong>de</strong> venir por<br />
casualidad, y a cada paso entran aquí mis compañeras.<br />
Cerrar la puerta por <strong>de</strong>ntro es<br />
<strong>de</strong>nunciarme tan claramente como si escribiese<br />
encima: "No entréis, que se halla aquí el rey." Y,<br />
aun ahora mismo, es muy fácil que se abra la<br />
puerta y sorprendan a Vuestra Majestad a mi<br />
lado.<br />
-Entonces -prosiguió riendo Luis-, sí que<br />
me tomarían por un verda<strong>de</strong>ro fantasma; porque<br />
nadie pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir por dón<strong>de</strong> he entrado en<br />
este cuarto, y sólo a los fantasmas les es concedido<br />
pasar a través <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s o <strong>de</strong> los techos.<br />
-¡Oh, qué aventura, Majestad! ¡Meditad<br />
bien el escándalo que se armaría! Nunca se<br />
habría dicho una cosa semejante respecto <strong>de</strong> las
camaristas, pobres criaturas, a quienes la maledicencia<br />
no perdona la menor cosa.<br />
-¿Y qué <strong>de</strong>ducís <strong>de</strong> todo eso, querida<br />
Luisa?... Vamos, explicaos.<br />
-Que es preciso... ¡ay!... perdonad, Majestad,<br />
la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> la palabra...<br />
<strong>El</strong> rey sonrió.<br />
-Continuad -dijo.<br />
-Que es preciso que Vuestra Majestad<br />
suprima escalera, trampa y visitas; porque el<br />
mal <strong>de</strong> que nos sorprendan, sería mayor que la<br />
felicidad <strong>de</strong> vernos aquí.<br />
-Pues bien, querida Luisa -replicó el rey<br />
amorosamente-; en lugar <strong>de</strong> suprimir la escalera<br />
por la que he subido, hay un medio más sencillo<br />
en que no habéis pensado.<br />
-¿Un medio?<br />
-Sí... ¡Oh Luisa! no me amáis como yo os<br />
amo, puesto que se me<br />
ocurren a mí más recursos que a vos.<br />
La Valliére le miró, y Luis le tendió una<br />
mano, que ella estrechó dulcemente.
-Decís -prosiguió el rey- que pue<strong>de</strong>n<br />
sorpren<strong>de</strong>rme viniendo aquí adon<strong>de</strong> cualquiera<br />
pue<strong>de</strong> entrar.<br />
-Sólo el oírlo me hace estremecer.<br />
-Pues bien, nadie podrá sorpren<strong>de</strong>rnos<br />
si queréis bajar a la habitación que cae <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> ésta.<br />
-¡Majestad! ¡Majestad! ¿Qué estáis diciendo?<br />
-exclamó La Valliére asustada.<br />
-Me habéis comprendido mal, Luisa,<br />
puesto que a la primera palabra estáis ya asustada.<br />
En primer lugar, ¿sabéis a quién pertenece<br />
la habitación <strong>de</strong> abajo?<br />
-Al señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche. -No; al señor<br />
<strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-¡De veras! -exclamó La Valliére.<br />
Y esta palabra, escapada <strong>de</strong>l corazón<br />
alborozado <strong>de</strong> la joven, hizo brillar como una<br />
especie <strong>de</strong> relámpago <strong>de</strong> dulce presagio en el<br />
corazón <strong>de</strong> Luis.<br />
-Sí, a Saint-Aignan, a nuestro amigo.
-Pero, Majestad -prosiguió La Valliére-,<br />
tan vedado me está ir al cuarto <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan como al <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche<br />
aventuró el ángel convertido en mujer.<br />
-¿Por qué no podéis, Luisa?<br />
-¡Imposible! ¡Imposible!<br />
-Me parece, Luisa, que con la salvaguardia<br />
<strong>de</strong>l rey todo se pue<strong>de</strong>.<br />
-¿Con la salvaguardia <strong>de</strong>l rey? -dijo Luisa<br />
con una mirada llena <strong>de</strong> amor.<br />
-Supongo que creeréis en mi palabra,<br />
¿no es así?<br />
-Creo en ella cuando estáis lejos <strong>de</strong> mí;<br />
pero, cuando estáis en mi presencia, cuando me<br />
habláis, cuando os veo, no creo ya en nada.<br />
-¿Qué es necesario, pues. para tranquilizaros?<br />
-Conozco que es poco respetuoso el dudar<br />
así <strong>de</strong>l rey; pero vos no sois para mí el rey.<br />
-¡Oh! A Dios gracias, eso es lo que espero,<br />
y eso es lo que busco.
-Escuchad: ¿os tranquilizará la presencia<br />
<strong>de</strong> una tercera persona?¿La presencia <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> Saint-Aignan?<br />
-Sí.<br />
-Verda<strong>de</strong>ramente, Luisa, me <strong>de</strong>sgarráis<br />
el corazón con semejantes recelos.<br />
La Valliére no replicó; pero dirigió al rey<br />
una <strong>de</strong> esas miradas que penetran hasta el fondo<br />
<strong>de</strong> los corazones, y dijo muy bajo:<br />
-¡Ay! ¡Ay <strong>de</strong> mí! No es <strong>de</strong> vos <strong>de</strong> quien<br />
yo <strong>de</strong>sconfío; no es <strong>de</strong> vos <strong>de</strong> quien recelo.<br />
-Acepto, pues -dijo suspirando Luis-, y<br />
os prometo que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, que<br />
tiene el feliz privilegio <strong>de</strong> tranquilizaros, estará<br />
presente siempre en nuestras entrevistas.<br />
-¿De veras, Majestad?<br />
-¡Palabra <strong>de</strong> hidalgo! Y vos, por vuestra<br />
parte...<br />
-Aguardar, aún no está dicho todo.<br />
-¿Aún más, Luisa?<br />
-¡Oh! Sí, Majestad; no os canséis tan<br />
pronto, pues aún no hemos terminado.
-Vamos, acabad <strong>de</strong> traspasarme el corazón.<br />
-Ya comprendéis, Majestad, que tales<br />
entrevistas <strong>de</strong>ben tener una especie <strong>de</strong> motivo<br />
razonable a los ojos mismos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan.<br />
-¡Motivo razonable! -repitió el rey con<br />
tono <strong>de</strong> dulce reconvención.<br />
-Sin duda; reflexionadlo bien, Majestad.<br />
-¡Oh! Sois <strong>de</strong>licada en extremo, y podéis<br />
estar cierta <strong>de</strong> que mi único <strong>de</strong>seo es igualaros<br />
en este punto... Bien, Luisa, se hará como <strong>de</strong>seáis.<br />
Nuestras entrevistas tendrán un objeto<br />
razonable, y ya he encontrado ese objeto.<br />
-De modo, Majestad... -dijo sonriendo<br />
La Valliére.<br />
-Que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana, si queréis...<br />
-¿Des<strong>de</strong> mañana?<br />
-¿Queréis <strong>de</strong>cir que es <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>?<br />
-exclamó el rey estrechando entre las suyas la<br />
mano ardorosa <strong>de</strong> La Valliére.
En aquel momento oyóse ruido <strong>de</strong> pasos<br />
en el corredor.<br />
-Majestad, Majestad -exclamó La Valliére-,<br />
alguien se acerca, alguien viene. ¿Lo oís?<br />
Majestad, Majestad, os ruego que os marchéis.<br />
<strong>El</strong> rey no hizo más que dar un salto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />
asiento para quedar oculto <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l biombo.<br />
Tiempo era ya <strong>de</strong> hacerlo, porque no<br />
bien el rey acababa <strong>de</strong> tirar hacia sí una <strong>de</strong> las<br />
hojas, cuando giró el botón <strong>de</strong> la puerta, y se<br />
presentó Montalais en el umbral.<br />
Excusamos <strong>de</strong>cir que entró tranquilamente<br />
y sin la menor ceremonia.<br />
La muy ladina sabía perfectamente que llamar<br />
con precaución a aquella puerta, en vez <strong>de</strong> empujarla,<br />
era manifestar a la joven una <strong>de</strong>sconfianza<br />
que le haría poco favor.<br />
Entró, pues, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una rápida<br />
mirada que le permitió ver dos sillas muy juntas,<br />
invirtió tanto tiempo en volver a cerrar la<br />
puerta, que se resistía sin saberse por qué, que
el rey tuvo lugar para levantar la trampa y bajar<br />
a la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
Un ruido, imperceptible para cualquiera<br />
otro oído no tan fino como el suyo, le advirtió<br />
que el príncipe había <strong>de</strong>saparecido; logró entonces<br />
cerrar la rebel<strong>de</strong> puerta, y se acercó a La<br />
Valliére.<br />
-Luisa -le dijo-; hablemos un momento<br />
seriamente.<br />
Luisa, entregada a su emoción, no oyó<br />
sin cierto terror aquel seriamente, pronunciado<br />
por Montalais con marcada intención.<br />
-¡Dios mío, querida Aura! -exclamó-.<br />
¿Qué novedad ha ocurrido?<br />
-Suce<strong>de</strong>, querida mía, que Madame sospecha<br />
<strong>de</strong> todo.<br />
-¿De todo qué?<br />
-¿Habrá necesidad <strong>de</strong> explicarnos aún,<br />
Luisa? ¿No compren<strong>de</strong>s lo que quiero <strong>de</strong>cir?<br />
Vamos, ya habrás observado la irresolución que<br />
manifiesta Madame hace algunos días, y no<br />
pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> haberte chocado que te haya
traído a su lado y <strong>de</strong>spués te haya <strong>de</strong>spedido, y<br />
luego te haya vuelto a admitir.<br />
-Extraño, es, en efecto, pero ya estoy<br />
acostumbrada a estas rarezas.<br />
-Oye, todavía: también te habrá extrañado<br />
que Madame, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte excluido<br />
<strong>de</strong>l paseo <strong>de</strong> ayer, te mandara luego que le<br />
acompañases.<br />
-También me ha extrañado. -Pues bien,<br />
parece que Madame ha logrado adquirir datos<br />
suficientes, pues ha ido directamente al objeto,<br />
conociendo que nada pue<strong>de</strong> oponer en Francia<br />
a ese torrente que todo lo arrolla; ya compren<strong>de</strong>rás<br />
lo que quiero <strong>de</strong>cir con la palabra torrente.<br />
La Valliére ocultó el rostro entre las manos.<br />
-Quiero <strong>de</strong>cir -continuó la inflexible<br />
Montalais-, ese torrente que ha <strong>de</strong>rribado las<br />
puertas <strong>de</strong> las Carmelitas <strong>de</strong> Chaillot, y echado<br />
por tierra todos los miramientos <strong>de</strong> la Corte, así<br />
en Fontainebleau como en París.
-¡Ay! ¡Ay <strong>de</strong> mí! -murmuró La Valliére,<br />
<strong>de</strong>rramando abundantes lágrimas.<br />
-No te aflijas <strong>de</strong> ese modo, cuando sólo<br />
te hallas todavía a la mitad <strong>de</strong> tus penas.<br />
-¡Dios santo! -exclamó la joven con ansiedad-.<br />
¿Hay más? -Oye y lo sabrás. Viéndose<br />
Madame sin auxiliares en Francia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
haber puesto inútilmente en juego el influjo <strong>de</strong><br />
las dos reinas, <strong>de</strong> Monsieur y <strong>de</strong> toda la Corte,<br />
acordóse <strong>de</strong> cierta persona que parece tener<br />
sobre ti algunos <strong>de</strong>rechos.<br />
La Valliére se puso blanca como una<br />
estatua <strong>de</strong> cera.<br />
-Esa persona -prosiguió Montalais- no<br />
se halla en París en este momento.<br />
-¡Oh Dios mío! -murmuró Luisa.<br />
-Y si no me equivoco, <strong>de</strong>be estar en Inglaterra.<br />
-Sí -suspiró Luisa medio <strong>de</strong>sfallecida.<br />
-¿No está actualmente esa persona en la<br />
corte <strong>de</strong>l rey Carlos <strong>II</strong>?<br />
-Sí.
-Pues bien, esta tar<strong>de</strong> ha salido <strong>de</strong>l gabinete<br />
<strong>de</strong> Madame una carta para Saint-James,<br />
con or<strong>de</strong>n al correo <strong>de</strong> marchar sin hacer parada<br />
alguna hasta Hampton-Corrt, que es, al parecer,<br />
un palacio real situado a doce millas <strong>de</strong><br />
Londres.<br />
-¿Y qué más?<br />
-Ahora bien, como Madame acostumbra<br />
escribir cada quince días, y el correo ordinario<br />
marchó hace tres, he creído que sólo una grave<br />
circunstancia podía haberle hecho tomar la<br />
pluma. Ya sabes que Madame es <strong>de</strong>masiado<br />
perezosa para escribir.<br />
-¡Oh! Sí.<br />
-Pues bien, tengo motivos para creer<br />
que el objeto <strong>de</strong> esa carta es Luisa <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-¡Luisa <strong>de</strong> La Valliére! -repitió la infeliz<br />
joven con la docilidad <strong>de</strong> un autómata.<br />
-Pu<strong>de</strong> ver esa carta sobre la mesa <strong>de</strong><br />
Madame antes <strong>de</strong> que la cerrase, y me pareció<br />
leer en ella. . .
-¿Te pareció leer?<br />
-Quizá me haya engañado.<br />
-¿Qué?. .. Vamos...<br />
-<strong>El</strong> nombre <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>. La joven se<br />
levantó, dominada por la más dolorosa agitación.<br />
-Montalais -dijo con voz interrumpida<br />
por los sollozos-, todas las gratas ilusiones <strong>de</strong> la<br />
juventud y <strong>de</strong> la inocencia han huido ya. Nada<br />
tengo que ocultar ni a ti ni a nadie, y mi vida se<br />
halla al <strong>de</strong>scubierto, como un libro don<strong>de</strong> todo<br />
el mundo pue<strong>de</strong> leer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el soberano hasta el<br />
último súbdito. Aura, mi querida Aura, ¿qué<br />
me aconsejas que haga?<br />
Montalais se acercó a la joven.<br />
-¿Qué quieres que te aconseje? -le dijo-.<br />
Consúltalo contigo misma.<br />
-Pues bien, no amo al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />
y no quiero <strong>de</strong>cir con esto que no le ame<br />
como la hermana más tierna pue<strong>de</strong> amar a un<br />
buen hermano; mas no es ese cariño el que él<br />
me pi<strong>de</strong>, ni el que le he prometido.
-En fin, amas al rey -dijo Montalais-, y<br />
es disculpa bastante buena.<br />
-Sí, amo al rey -dijo con sorda voz la<br />
joven-, y bien caro he pagado el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />
pronunciar estas palabras. Ahora habla tú,<br />
Montalais, ¿qué pue<strong>de</strong>s hacer en mi .provecho,<br />
o contra mí en la posición en que me hallo?<br />
-Habla con más claridad, Luisa.<br />
-¿Y qué quieres que te diga?<br />
-¿Nada tienes que <strong>de</strong>cirme <strong>de</strong> particular?<br />
-No -replicó Luisa con extrañeza.<br />
-¿Y no me pi<strong>de</strong>s otra cosa más que un<br />
simple consejo?<br />
-Nada más.<br />
-¿Respecto al señor Raúl?<br />
-Sí.<br />
-Asunto <strong>de</strong>licado es ése -dijo Montalais.<br />
-No hay tal, querida Aura. ¿Deberé casarme<br />
con él para cumplirle la promesa que le<br />
tengo hecha? ¿He <strong>de</strong> seguir dando oídos al rey?
-¿Sabes que me pones en situación muy<br />
difícil? -exclamó sonriendo Montalais-. Me preguntas<br />
si <strong>de</strong>bes casarte con Raúl, <strong>de</strong> quien soy<br />
amiga, y a quien causaré un mortal disgusto si<br />
me <strong>de</strong>claro en contra suya, y <strong>de</strong>spués me<br />
hablas <strong>de</strong> no escuchar al rey, cuya súbdita soy,<br />
y a quien ofen<strong>de</strong>ría aconsejándote <strong>de</strong> cierto<br />
modo. ¡Ay, Luisa! ¡Excelente partido sabes sacar<br />
<strong>de</strong> una posición dificilísima!<br />
-No me has comprendido, amiga -dijo<br />
La Valliére, molesta por el tono burlón <strong>de</strong> Montalais-.<br />
Cuando hablo <strong>de</strong> casarme con el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, es porque consi<strong>de</strong>ro po<strong>de</strong>r<br />
hacerlo; pero, por la misma razón, si doy oídos<br />
al rey, ¿<strong>de</strong>beré hacerle usurpador <strong>de</strong> un bien,<br />
muy mediano realmente, pero al que presta el<br />
amor cierta apariencia <strong>de</strong> valor? Lo que te pido,<br />
pues, es que me indiques un medio <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />
compromisos, ya con uno, ya con otro; o más<br />
bien, que me digas cuál <strong>de</strong> ambos compromisos<br />
podré esquivar más honrosamente...
-Querida Luisa -contestó Montalais <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> silencio-, no soy ninguno<br />
<strong>de</strong> los siete sabios <strong>de</strong> Grecia, y no tengo<br />
reglas <strong>de</strong> conducta absolutamente invariables;<br />
pero, en cambio, tengo alguna experiencia, y<br />
puedo <strong>de</strong>cirte que jamás pi<strong>de</strong> una mujer un<br />
consejo <strong>de</strong> la clase <strong>de</strong>l tuyo sino en el caso <strong>de</strong><br />
hallarse en gran apuro. Tú has hecho una promesa<br />
solemne, y tienes honor; <strong>de</strong> consiguiente,<br />
si, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber contraído un compromiso<br />
semejante, estás tan perpleja, no será el consejo<br />
<strong>de</strong> una persona extraña pues todo es extraño<br />
para un corazón lleno <strong>de</strong> amor), no será, digo,<br />
mi consejo el que te saque <strong>de</strong> tal apuro. No te lo<br />
daré, con tanto más motivo, cuanto que yo en<br />
tu lugar me hallaría más in<strong>de</strong>cisa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />
consejo que antes. Lo que puedo hacer es repetir<br />
lo que ya te he dicho: ¿Quieres que te ayu<strong>de</strong>?<br />
-¡Sí, sí!<br />
-Pues bien, ni una palabra más. Dime en<br />
lo que quieres que te ayu<strong>de</strong>; dime en favor <strong>de</strong>
quién y contra quién te he <strong>de</strong> ayudar. De este<br />
modo sabremos lo que se ha <strong>de</strong> hacer.<br />
-Pero tú -dijo La Valliére, estrechando la<br />
mano <strong>de</strong> su compañera-, ¿en favor <strong>de</strong> quién te<br />
<strong>de</strong>claras?<br />
-En tu favor, si eres verda<strong>de</strong>ramente mi<br />
amiga...<br />
-¿No eres la confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Madame?<br />
-Razón <strong>de</strong> más para po<strong>de</strong>rte ser provechosa;<br />
si nada supiese por este lado, mal podría<br />
auxiliarte; <strong>de</strong> consiguiente, poco provecho podrías<br />
sacar <strong>de</strong> mi conocimiento. Las amista<strong>de</strong>s<br />
viven <strong>de</strong> esa especie <strong>de</strong> servicios mutuos.<br />
-¿Y seguirás siendo amiga <strong>de</strong> Madame?<br />
-Evi<strong>de</strong>ntemente; ¿lo lamentas? -No -<br />
contestó pensativa La Valliére, porque aquella<br />
cínica franqueza le parecía una ofensa a la mujer<br />
y un agravio a la amiga.<br />
-Me alegro -dijo Montalais-, pues <strong>de</strong> lo<br />
contrario serías muy necia.
-Así, pues, ¿me auxiliarás? -Con todo mi<br />
corazón, sobre todo si tú me sirves <strong>de</strong>l mismo<br />
modo.<br />
-No parece sino que no conozcas mi<br />
corazón -dijo La Valliére, mirando a Montalais<br />
con ojos en que estaba retratada la sorpresa.<br />
-No lo extrañes, querida Luisa; <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
que estamos en la Corte hemos cambiado mucho.<br />
-¿Por qué?<br />
-Es muy sencillo: ¿eras tú la segunda<br />
reina <strong>de</strong> Francia, allá en Blois?<br />
La Valliére bajó la cabeza y se echó a llorar.<br />
Montalais la miró <strong>de</strong> un modo in<strong>de</strong>finible,<br />
y sus labios murmuraron:<br />
-¡Pobre chica! Pero, recobrándose:<br />
-¡Pobre rey! -dijo.<br />
Y, besando a Luisa en la frente, volvió a<br />
su cuarto don<strong>de</strong> la aguardaba Malicorne.<br />
XL<strong>II</strong>
EL RETRATO<br />
En esa enfermedad que llaman amor los<br />
accesos se suce<strong>de</strong>n con más frecuencia unos a<br />
otros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el mal principia.<br />
Más tar<strong>de</strong>, los accesos se van haciendo<br />
menos frecuentes a medida que se acerca la<br />
curación.<br />
Supuesto esto como axioma en general,<br />
y como comienzo <strong>de</strong> capítulo en particular,<br />
sigamos nuestro relato.<br />
Al día siguiente, que era el fijado por el<br />
rey para la primera entrevista en el cuarto <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan, al abrir La Valliére el biombo halló<br />
en el suelo un billete <strong>de</strong> puño y letra <strong>de</strong>l rey.<br />
Este billete había pasado <strong>de</strong>l piso inferior<br />
al superior, por la rendija <strong>de</strong>l entarimado.<br />
Ninguna mano indiscreta, ninguna mirada curiosa<br />
podía penetrar adon<strong>de</strong> penetraba aquel<br />
simple papel.<br />
Era ésa una <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Malicorne.<br />
Conociendo lo útil que Saint-Aignan iba a ser al
ey con su habitación, no había querido que el<br />
cortesano llegara a serle también indispensable<br />
como mensajero, y por su autoridad privada<br />
habíase reservado aquel puesto.<br />
La Valliére leyó ávidamente aquel billete,<br />
que le señalaba las dos <strong>de</strong> la madrugada<br />
para el momento <strong>de</strong> la cita, y le señalaba el modo<br />
<strong>de</strong> levantar la trampa abierta en el suelo.<br />
"Mostraos linda" -añadía la postdata.<br />
Estas últimas palabras sorprendieron a<br />
la joven, pero la calmaron al mismo tiempo.<br />
<strong>El</strong> tiempo caminaba lentamente, pero al<br />
fin llegó la hora.<br />
Luisa, tan puntual como la sacerdotisa<br />
Hero, levantó la trampa al sonar la última campanada<br />
<strong>de</strong> las dos, y encontró en los primeros<br />
escalones al rey, que la esperaba respetuosamente<br />
para darle la mano.<br />
Aquella fina <strong>de</strong>ferencia la enterneció<br />
visiblemente.<br />
Al pie <strong>de</strong> la escalera encontraron ambos<br />
amantes al con<strong>de</strong>, el cual, con una sonrisa y una
everencia <strong>de</strong>l mejor gusto, dio las gracias a La<br />
Valliére por el honor que le hacía.<br />
Después, volviéndose hacia el rey: -<br />
Majestad -dijo-, ahí está nuestro hombre.<br />
La Valliére miró a Luis con inquietud.<br />
-Señorita -dijo éste-, si os he suplicado<br />
que me hicieseis el honor <strong>de</strong> bajar, ha sido por<br />
interés mío particular. He hecho llamar a un<br />
pintor notable, que saca perfectamente el parecido,<br />
y <strong>de</strong>searía que le autorizaseis para retrataros.<br />
Esto no obsta para que, si lo exigís, que<strong>de</strong><br />
el retrato en vuestro po<strong>de</strong>r.<br />
La Valliére se ruborizó.<br />
-Ya lo veis -dijo el rey-; no seremos ya<br />
sólo tres, sino cuatro. ¡Ay! Des<strong>de</strong> el momento<br />
en que no estemos solos, vendrán cuantas personas<br />
queráis.<br />
La Valliére apretó dulcemente la punta<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos a su regio amante.<br />
-Pasemos a la pieza inmediata, si Vuestra<br />
Majestad lo tiene a bien -dijo Saint-Aignan.
Éste abrió la puerta, y <strong>de</strong>jó pasar a sus<br />
huéspe<strong>de</strong>s.<br />
<strong>El</strong> rey seguía a La Valliére y <strong>de</strong>voraba<br />
con los ojos su cuello, blanco como el nácar,<br />
sobre el cual flotaban los sedosos rizos <strong>de</strong> la joven.<br />
La Valliére llevaba un vestido <strong>de</strong> seda,<br />
<strong>de</strong> color gris perla con visos <strong>de</strong> rosa; un adorno<br />
<strong>de</strong> azabache realzaba la blancura <strong>de</strong> su cutis;<br />
sus manos, finas y diáfanas, ostentaban un ramillete<br />
<strong>de</strong> pensamientos, rosas <strong>de</strong> Bengala y<br />
ciemáti<strong>de</strong>s artísticamente enlazados, sobre los<br />
cuales se elevaba, como una copa <strong>de</strong>rramando<br />
perfumes, un tulipán <strong>de</strong> Harlem <strong>de</strong> tonos grises<br />
y morados, maravillosa especie que había costado<br />
cinco años <strong>de</strong> combinaciones al jardinero y<br />
cinco mil libras al rey.<br />
Aquel ramillete lo había puesto Luis en<br />
manos <strong>de</strong> La Valliére al tiempo <strong>de</strong> saludarla.<br />
En la pieza, cuya puerta acababa <strong>de</strong><br />
abrir Saint-Aignan, permanecía <strong>de</strong> pie un joven,
<strong>de</strong> ojos negros y largos cabellos castaños, vestido<br />
con un sencillo traje <strong>de</strong> terciopelo.<br />
Era el pintor, el cual tenía ya preparados<br />
el lienzo y la paleta. Inclinóse <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére con esa grave curiosidad<br />
<strong>de</strong>l artista que estudia su mo<strong>de</strong>lo, y saludó al<br />
rey discretamente, como si no le conociera, y,<br />
por lo, tanto, como hubiera saludado a cualquiera<br />
otro gentilhombre.<br />
Luego, conduciendo a la señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére hasta el sillón preparado para ella, la<br />
invitó a sentarse.<br />
La joven colocóse con gracia y abandono,<br />
teniendo en la mano el ramillete, y con las<br />
piernas extendidas sobre almohadones; y a fin<br />
<strong>de</strong> que sus miradas no apareciesen vagas o<br />
afectadas, le suplicó el pintor que las fijase en<br />
algún otro objeto.<br />
Entonces Luis XIV, sonriendo, fue a sentarse<br />
sobre los almohadones, a los pies <strong>de</strong> su<br />
amante.
De modo que ella, inclinada hacia atrás,<br />
recostada en el sillón y con las flores en la mano,<br />
y él, con los ojos fijos en ella y <strong>de</strong>vorándola<br />
con la mirada, formaban un grupo encantador<br />
que el pintor contempló unos minutos con satisfacción,<br />
mientras que, por su parte, Saint-<br />
Aignan lo contemplaba con envidia.<br />
<strong>El</strong> artista bosquejó rápidamente; luego,<br />
a las primeras pinceladas, se vio resaltar <strong>de</strong>l<br />
fondo gris aquel suave y poético rostro <strong>de</strong> ojos<br />
dulces y sonrojadas mejillas aprisionadas en su<br />
blonda cabellera.<br />
Entretanto, los dos amantes hablaban<br />
poco y se miraban mucho; sus ojos a veces mostraban<br />
tal langui<strong>de</strong>z, que el pintor se veía precisado<br />
a interrumpir su obra, a fin <strong>de</strong> no representar<br />
una Ericina en vez <strong>de</strong> una La Valliére.<br />
Entonces acostumbraba intervenir Saint-<br />
Aignan, y recitaba versos o contaba historietas,<br />
cómo las que solía contar Patru, o como las que<br />
escribía con tanta habilidad Tallemant <strong>de</strong>s<br />
Réaux.
O bien La Valliére mostraba hallarse<br />
fatigada, y había entonces un rato <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso.<br />
Unas veces una fuente <strong>de</strong> porcelana,<br />
cubierta <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>licados frutos que se<br />
habían podido hallar, otras el vino <strong>de</strong> Jerez,<br />
<strong>de</strong>stilando sus topacios en la plata cincelada,<br />
servían <strong>de</strong> accesorios a aquel cuadro, <strong>de</strong>l que el<br />
pintor sólo <strong>de</strong>bía reproducir la figura más efímera.<br />
Luis se embriagaba <strong>de</strong> amor; La Valliére<br />
<strong>de</strong> felicidad; Saint-Aignan <strong>de</strong> ambición.<br />
<strong>El</strong> artista atesoraba recuerdos para su<br />
vejez.<br />
Pasáronse así dos horas, y cuando dieron<br />
las cuatro, se levantó el pintor e hizo una<br />
seña al rey.<br />
<strong>El</strong> rey levantóse, se acercó al lienzo y<br />
dirigió algunas frases lisonjeras al artista.<br />
Saint-Aignan alababa el parecido, que,<br />
según <strong>de</strong>cía, estaba asegurado ya.<br />
La Valliére dio las gracias al pintor, ruborizándose,<br />
y pasó a la pieza inmediata,
adon<strong>de</strong> la siguió el rey <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> llamar a<br />
Saint-Aignan.<br />
-Hasta mañana, ¿no es cierto? -dijo el<br />
rey a La Valliére.<br />
-Pero, Majestad, ¿no pensáis que pue<strong>de</strong>n<br />
venir a mi cuarto y no hallarme en él?<br />
-¿Y qué?<br />
-¿Qué será <strong>de</strong> mí entonces? -Sois muy<br />
medrosa, Luisa.<br />
-Pero, ¿y si Madame me envía a buscar?<br />
-¡Oh! -contestó el rey-. ¿No ha <strong>de</strong> llegar<br />
un día en que me digáis vos misma que lo<br />
arrostre todo por no separarme <strong>de</strong> vos?<br />
-Ese día, Majestad, seré una insensata, y<br />
<strong>de</strong>beríais no creerme.<br />
-Luisa, hasta mañana.<br />
La Valliére dio un suspiro, y luego, sintiéndose<br />
sin fuerzas para oponerse al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l<br />
rey:<br />
-¡Ya que así lo queréis, Majestad... hasta<br />
mañana! -repitió. Y a estas palabras subió lige-
amente la escalera, y <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> la vista <strong>de</strong><br />
su amante.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís, Majestad? -dijo Saint-<br />
Aignan, luego que se marchó la joven.<br />
-Digo,. Saint-Aignan, que ayer me creía<br />
el más dichoso <strong>de</strong> los hombres.<br />
-¿Y se creería hoy, por ventura, Vuestra<br />
Majestad, el mas <strong>de</strong>sgraciado? -replicó sonriendo<br />
el con<strong>de</strong>.<br />
-No, pero este amor es una sed insaciable:<br />
cuanto más bebo, cuanto más <strong>de</strong>voro las<br />
gotas <strong>de</strong> agua que tu industria me procura, más<br />
sed tengo.<br />
-<strong>Parte</strong> <strong>de</strong> la culpa es <strong>de</strong> Vuestra Majestad,<br />
porque se ha creado la situación tal como<br />
es.<br />
-Tienes razón.<br />
-Por tanto, Majestad, el mejor medio <strong>de</strong><br />
ser dichoso en semejante caso, es creerse satisfecho<br />
y esperar.<br />
-¡Esperar! ¿Y conoces tú la palabra esperar?
-Ea, Majestad, no os <strong>de</strong>sconsoléis; ya he<br />
buscado y buscaré todavía.<br />
<strong>El</strong> rey meneó la cabeza con aire <strong>de</strong>sesperado.<br />
-¡Qué, Majestad! ¿No estáis ya satisfecho?<br />
-Sí, querido Saint-Aignan, pero es necesario<br />
que e halles alguna cosa más.<br />
-Majestad, lo único que puedo hacer es<br />
comprometerme a buscar. <strong>El</strong> rey quiso ver el<br />
retrato, ya que no podía ver el original, e indicando<br />
al pintor algunas ligeras variaciones se<br />
marchó.<br />
En seguida, Saint-Aignan <strong>de</strong>spidió al<br />
artista.<br />
Apenas habían <strong>de</strong>saparecido caballete,<br />
colores y pintor, cuando Malicorne asomó la<br />
cabeza entre las cortinas.<br />
Saint-Aignan le recibió con los brazos<br />
abiertos, pero con cierta tristeza, no obstante.<br />
La nube que había pasado por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l sol<br />
real, velaba a su vez al fiel satélite. Malicorne
advirtió al primer golpe <strong>de</strong> vista el crespón que<br />
cubría el rostro <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-¡Ay, señor con<strong>de</strong>! -exclamó-. ¡No parece<br />
que estéis muy satisfecho!<br />
-Mis motivos tengo, señor Malicorne.<br />
¿Creeréis que el rey no está contento?<br />
-¿No está contento con la escalera?<br />
-¡Oh, no! Al contrario, la escalera le<br />
agrada muchísimo.<br />
-Entonces, no habrá sido <strong>de</strong> su gusto la<br />
<strong>de</strong>coración <strong>de</strong> las cámaras.<br />
-¡Ah! En cuanto a eso, ni siquiera ha<br />
reparado. No, lo que ha disgustado al rey...<br />
-Yo os lo diré, señor con<strong>de</strong>: es haber<br />
asistido el cuarto a una cita amorosa. ¿Es posible<br />
que no lo hayáis comprendido, señor con<strong>de</strong>?<br />
-¿Y cómo lo había <strong>de</strong> haber adivinado,<br />
señor Malicorne, cuando no he hecho más que<br />
seguir al pie <strong>de</strong> la letra las instrucciones <strong>de</strong>l<br />
rey?
-¿Ha exigido absolutamente el rey que<br />
estuvieseis a su lado?<br />
-Positivamente.<br />
-¿Y quiso, a<strong>de</strong>más, que viniera el pintor<br />
que he encontrado abajo?<br />
-Lo exigió, señor Malicorne, lo exigió.<br />
-Entonces, comprendo, ¡pardiez!, que Su<br />
Majestad no haya estado contento.<br />
-¿Cómo, <strong>de</strong>spués que se han obe<strong>de</strong>cido<br />
puntualmente sus ór<strong>de</strong>nes? -No os entiendo.<br />
Malicorne se rascó la cabeza.<br />
-¿A qué hora -preguntó- dijo el rey que<br />
vendría a vuestra habitación?<br />
-A las dos.<br />
-¿Y estuvisteis esperando al rey?<br />
-Des<strong>de</strong> la una y media.<br />
-¿De veras?<br />
-¡Pardiez! ¡Bueno fuera ser inexacto con<br />
el rey!<br />
Malicorne, no obstante el respeto que<br />
profesaba al con<strong>de</strong>, no pudo menos <strong>de</strong> encogerse<br />
<strong>de</strong> hombros.
-¿Y había citado Su Majestad también a<br />
ese pintor para las dos? -preguntó.<br />
-No; pero yo le tenía aquí <strong>de</strong>s <strong>de</strong> medianoche,<br />
por que más vale que un pintor espere<br />
dos horas que el rey un minuto.<br />
Malicorne echóse a reír silenciosamente.<br />
-Vamos, querido señor Malicorne -dijo<br />
Saint-Aignan-, no os riáis tanto <strong>de</strong> mí, y hablad<br />
más.<br />
-¿Lo exigís?<br />
-Os lo ruego.<br />
-Pues bien, señor con<strong>de</strong>, si queréis que<br />
el rey esté algo más contento la primera vez<br />
que venga...<br />
-Que será mañana.<br />
-Pues bien, si <strong>de</strong>seáis que el rey esté algo<br />
más contento mañana...<br />
-Vientre <strong>de</strong> San Gris!, como <strong>de</strong>cía su<br />
abuelo. ¿Si lo quiero? ¡Ya lo creo!<br />
-Pues mañana, en el momento <strong>de</strong> llegar<br />
el rey, procurad tener algo que hacer fuera, que
sea cosa que no pueda aplazarse, que sea indispensable.<br />
-¡Oh, oh!<br />
-Por veinte minutos solamente.<br />
-¡Dejar al rey solo veinte minutos! -<br />
exclamó asustado Saint-Aignan.<br />
-Pues hacer cuenta <strong>de</strong> que nada os he<br />
dicho -replicó Malicorne encaminándose hacia<br />
la puerta.<br />
-No tal, no tal, querido señor Malicorne;<br />
al contrario, acabad, que ya empiezo a compren<strong>de</strong>r.<br />
¿Y el pintor, y el pintor?<br />
-¡Oh! <strong>El</strong> pintor es necesario que se retrase<br />
media hora.<br />
-Conque media hora, ¿eh?<br />
-Sí.<br />
-Mi querido señor, lo haré como <strong>de</strong>cís.<br />
-Yo creo que lo acertaréis, señor con<strong>de</strong>.<br />
¿Me concedéis que venga a informarme mañana?<br />
-Claro.
-Tengo el honor <strong>de</strong> ser vuestro respetuoso<br />
servidor, señor <strong>de</strong> SaintAignan.<br />
Y Malicorne salió <strong>de</strong> espaldas. "Decididamente,<br />
ese mozo tiene más ingenio que yo",<br />
dijo para sí Saint-Aignan, arrastrado por su<br />
convicción.<br />
XL<strong>II</strong>I<br />
HAMPTON-COURT<br />
La revelación que, como hemos visto en<br />
el penúltimo capítulo, hizo Montalais a La Valliére,<br />
nos conduce naturalmente a hablar <strong>de</strong>l<br />
héroe principal <strong>de</strong> esta historia, infeliz caballero<br />
errante a merced <strong>de</strong>l capricho <strong>de</strong>l rey.<br />
Si el lector quiere seguirnos, pasaremos<br />
con él ese estrecho más borrascoso que el Euripo,<br />
que separa a Calais <strong>de</strong> Douvres, atravesaremos<br />
la ver<strong>de</strong> y poblada campiña <strong>de</strong> mil arroyuelos<br />
que ro<strong>de</strong>a a Charing, Maidstone y otras
ciuda<strong>de</strong>s a cual más pintoresca, y llegaremos<br />
por fin a Londres.<br />
De allí, como sabuesos que siguen una<br />
pista, <strong>de</strong>spués que hayamos sabido que Raúl<br />
había estado primero en White-Hall y luego en<br />
Saint-James, que había sido recibido por Monk<br />
e introducido en las mejores reuniones <strong>de</strong> la<br />
corte <strong>de</strong> Carlos <strong>II</strong>, le seguiremos a uno <strong>de</strong> los<br />
palacios <strong>de</strong> verano <strong>de</strong>l rey Carlos <strong>II</strong>, junto a la<br />
ciudad <strong>de</strong> Kingston, a Hampton-Court, palacio<br />
que baña el río Támesis.<br />
Los paisajes extién<strong>de</strong>nse a su alre<strong>de</strong>dor<br />
tranquilos y ricos <strong>de</strong> vegetación; las casas <strong>de</strong><br />
ladrillo arrojan por sus chimeneas azuladas<br />
humaredas que atraviesan las copas espesas y<br />
apiñadas <strong>de</strong> los abetos amarillos y ver<strong>de</strong>s; los<br />
muchachos aparecen y <strong>de</strong>saparecen en las pra<strong>de</strong>ras<br />
como amapolas que se doblan al soplo<br />
<strong>de</strong>l viento.<br />
Los gran<strong>de</strong>s carneros rumian cerrando<br />
los ojos a la sombra <strong>de</strong> los álamos blancos, y <strong>de</strong><br />
trecho en trecho, el martín pescador, <strong>de</strong> flancos
<strong>de</strong> esmeralda y oro, corta como bala mágica la<br />
superficie <strong>de</strong>l agua, rozando aturdidamente el<br />
hilo <strong>de</strong> su cofra<strong>de</strong>, el hombre pescador, que<br />
acecha, sentado sobre su batel, el paso <strong>de</strong> la<br />
tenca y <strong>de</strong>l sábalo.<br />
Sobre aquel paraíso, formado <strong>de</strong> negra<br />
sombra y <strong>de</strong> dulce luz, se levanta el palacio <strong>de</strong><br />
Hampton Court, construido por Wolsey, mansión<br />
que el orgulloso car<strong>de</strong>nal había creído <strong>de</strong>seable<br />
hasta para un soberano, y que, como<br />
cortesano tímido, tuvo que dar a su amo Enrique<br />
V<strong>II</strong>I, el cual había fruncido el ceño <strong>de</strong> envidia<br />
y codicia con sólo ver el aspecto <strong>de</strong>l nuevo<br />
palacio.<br />
Hampton-Court, <strong>de</strong> murallas <strong>de</strong> ladrillo,<br />
<strong>de</strong> enormes ventanas y <strong>de</strong> hermosas verjas <strong>de</strong><br />
hierro; Hampton-Court, con sus mil torrecillas,<br />
sus extraños campanarios, sus discretos paseos<br />
y sus fuentes interiores, semejantes a las <strong>de</strong> la<br />
Alhambra; Hamton-Court, lecho <strong>de</strong> rosas, jazmines<br />
y clemátidas. . . era alegría <strong>de</strong> la vista y<br />
<strong>de</strong>l olfato, el realce más encantador <strong>de</strong> aquel
cuadro <strong>de</strong> amor que ofreció Carlos <strong>II</strong>, entre las<br />
voluptuosas pinturas <strong>de</strong>l Ticiano, <strong>de</strong>l Por<strong>de</strong>done,<br />
<strong>de</strong> Van-Dyck, no obstante tener en su galería<br />
el retrato <strong>de</strong> Carlos 1, rey mártir, y taladradas<br />
sus puertas y ventanas por las balas puritanas<br />
que arrojaron los soldados <strong>de</strong> Cromwell, el<br />
24 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1648, cuando llevaron allí preso<br />
a Carlos I.<br />
Allí tenía su corte aquel rey ansioso<br />
siempre <strong>de</strong> placeres; aquel rey poeta por el <strong>de</strong>seo;<br />
aquel <strong>de</strong>sventurado <strong>de</strong> otro tiempo, que se<br />
pagaba, con un día <strong>de</strong> voluptuosidad, cada<br />
minuto apenas pasado <strong>de</strong> agonía y <strong>de</strong> miseria.<br />
Ni el suave césped <strong>de</strong> Hampton-Court,<br />
césped que al pisarlo parece terciopelo; ni el<br />
círculo <strong>de</strong> flores que se ciñe al pie <strong>de</strong> cada árbol,<br />
formando un lecho a los rosales <strong>de</strong> veinte<br />
pies que se abren al aire libre como gavillas<br />
artificiales; ni los gran<strong>de</strong>s tilos cuyas ramas<br />
bajan hasta el suelo como sauces, y velan el<br />
amor y las ilusiones a su sombra, o más bien<br />
bajo su cabellera; nada <strong>de</strong> eso era lo que amaba
Carlos <strong>II</strong> en su hermoso palacio <strong>de</strong> Hampton -<br />
Court.<br />
Tal vez serían entonces aquellas hermosas<br />
aguas, semejantes a las <strong>de</strong>l mar Caspio;<br />
aquellas aguas inmensas, rizadas por un viento<br />
fresco, como las ondulaciones <strong>de</strong> la cabellera <strong>de</strong><br />
Cleopatra; aquellas aguas tapizadas <strong>de</strong> berros,<br />
<strong>de</strong> nenúfares bancos, <strong>de</strong> bulbos vigorosos, que<br />
se entreabren para <strong>de</strong>jar ver como el huevo el<br />
germen <strong>de</strong> oro rutilante en el fondo <strong>de</strong> la envoltura<br />
lechosa; aquellas aguas llenas <strong>de</strong> murmullos,<br />
sobre las cuales navegan los cisnes negros<br />
y los pequeños ána<strong>de</strong>s, que persiguen a la mosca<br />
ver<strong>de</strong> en las espadañas, y a la rana en su<br />
madriguera <strong>de</strong> musgo.<br />
¿Serían acaso los enormes acebos <strong>de</strong><br />
ramaje bicolor, los risueños puentes echados<br />
sobre los canales, las ciervas que braman en los<br />
paseos interminables, y las aguzanieves que<br />
revolotean en los arriates <strong>de</strong> boj y <strong>de</strong> trébol?<br />
Porque <strong>de</strong> todo eso hay en Hampton-<br />
Court, más las espal<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> rosas blancas que
eptan a lo largo <strong>de</strong> los altos enrejados para<br />
<strong>de</strong>jar caer sobre el suelo su odorífera nieve;<br />
como se ven en el parque los vetustos sicómoros<br />
<strong>de</strong> troncos ver<strong>de</strong>gueantes que bañan sus<br />
pies en un poético y lujuriante moho.<br />
No, lo que Carlos <strong>II</strong> amaba en Hampton-Court<br />
eran las sombras sorpren<strong>de</strong>ntes que<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l mediodía se corrían sobre sus terrazas,<br />
cuando, como Luis XIV, había hecho<br />
pintar a las belda<strong>de</strong>s en su gabinete por uno <strong>de</strong><br />
los pincelas más hábiles <strong>de</strong> su tiempo, pinceles<br />
que sabían fijar en el lienzo un rayo escapado<br />
<strong>de</strong> tantos hermosos ojos que <strong>de</strong>spedían amor.<br />
<strong>El</strong> día en que llegamos a Hampton-Court, el<br />
cielo estaba apacible y sereno, como en un día<br />
<strong>de</strong> Francia; la temperatura era <strong>de</strong> una tibieza<br />
húmeda, y los geranios, los crecidos guisantes<br />
<strong>de</strong> olor, las jeringuillas y los heliotropos, sembrados<br />
a centenares en los jardines, exhalaban<br />
sus aromas embriagadores.<br />
Era la una. <strong>El</strong> rey, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> volver <strong>de</strong><br />
caza, había comido y visitado a la duquesa <strong>de</strong>
Castelmaine, su querida <strong>de</strong> nombre, cuya<br />
prueba <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad le permitía ya entregarse a<br />
su gusto a mil infi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s hasta la noche.<br />
Toda la Corte estaba entregada a las<br />
locuras <strong>de</strong> amor. Era aquella la época en que las<br />
damas preguntaban seriamente a los caballeros<br />
su opinión sobre tal o cual pie, más o menos<br />
gracioso, según estuviera calzado con media <strong>de</strong><br />
seda color <strong>de</strong> rosa o ver<strong>de</strong>.<br />
Era la época en que Carlos 11 <strong>de</strong>cía que<br />
no había salvación para una mujer que no llevase<br />
medias <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>, porque la señorita<br />
Lucy Stewart las gastaba <strong>de</strong> ese color.<br />
En tanto que el rey se entretenía en dar<br />
a conocer sus preferencias, pasemos nosotros a<br />
la arboleda <strong>de</strong> hayas que daba frente al terrado,<br />
y por la que iba una joven dama, en traje <strong>de</strong><br />
color severo, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otra vestida <strong>de</strong> color lila<br />
y azul obscuro.<br />
Atravesaron la terraza <strong>de</strong>l jardín, en<br />
medio <strong>de</strong> la cual se elevaba una hermosa fuente<br />
con sirenas <strong>de</strong> bronce, y siguieron más allá
conversando a lo largo <strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong> ladrillo,<br />
<strong>de</strong> la que resaltaban en el parque varios gabinetes<br />
<strong>de</strong> diversas formas; pero, como aquellos<br />
gabinetes estaban en su mayor parte ocupados,<br />
las jóvenes pasaron a<strong>de</strong>lante: la una ruborizada,<br />
la otra meditando.<br />
Llegaron, por último, al término <strong>de</strong><br />
aquella terraza que dominaba todo el Támesis,<br />
y hallando un sitio cómodo se sentaron una al<br />
lado <strong>de</strong><br />
otra.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> vamos, Stewart? - preguntó la<br />
más joven <strong>de</strong> las dos a su compañera.<br />
-Mi querida Graffon, vamos, ya lo ves, a<br />
don<strong>de</strong> tú nos llevas.<br />
-¿Yo?<br />
-Sí, tú; al extremo <strong>de</strong>l palacio, hacia el<br />
banco don<strong>de</strong> el joven francés espera y suspira.<br />
Miss Mary Graffon se <strong>de</strong>tuvo. -No -dijo<br />
a su compañera-; no voy allá.<br />
-¿Por qué? -Regresemos, Stewart.
-Al contrario, sigamos a<strong>de</strong>lante, y expliquémonos.<br />
-¿Sobre qué?<br />
-Sobre eso <strong>de</strong> ir el señor vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> a todos los paseos a que tú vas, y tú<br />
a los que va él.<br />
-Y <strong>de</strong>duces <strong>de</strong> ahí que me ama, o que yo<br />
le amo.<br />
-¿Por qué no? Es un joven muy gallardo...<br />
Creo que nadie nos oye -añadió miss Lucy<br />
Stewart, volviéndose con una sonrisa que indicaba<br />
no ser gran<strong>de</strong> su inquietud.<br />
-No, no -dijo Mary-; el rey se halla en su<br />
gabinete oval con el señor <strong>de</strong> Buckingham.<br />
-A propósito <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />
Mary...<br />
-¿Qué?<br />
-Me parece que se ha <strong>de</strong>clarado caballero<br />
tuyo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su regreso <strong>de</strong> Francia. ¿Cómo va<br />
tu corazón por este lado?<br />
Mary Graffton se encogió <strong>de</strong> hombros.
-¡Bueno, bueno! Ya se lo preguntaré al<br />
gallardo <strong>Bragelonne</strong> -dijo Stewart riendo-; vámonos<br />
a buscarle cuanto antes.<br />
-¿Para qué?<br />
-Tengo que hablarle.<br />
-Aún no; escucha antes una palabra. Tú,<br />
Stewart, que sabes los secretillos <strong>de</strong>l rey...<br />
-¿Crees que los sepa?<br />
-Si tú no los sabes, ignoro quién pueda<br />
saberlos. Dime, ¿a qué ha<br />
venido el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a Inglaterra?<br />
¿Qué hace aquí?<br />
-Lo que todo gentilhombre enviado por<br />
su rey á otro rey.<br />
-Bien; pero, hablando seriamente, aunque<br />
la política no sea nuestro fuerte, sabemos lo<br />
bastante para compren<strong>de</strong>r que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
no ha traído misión importante.<br />
-Oye -dijo Stewart con afectada gravedad-;<br />
voy a ven<strong>de</strong>r en tu obsequio un secreto<br />
<strong>de</strong> Estado. ¿Quieres que te recite la carta <strong>de</strong><br />
recomendación dada por el rey Luis XIV al se-
ñor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y dirigida a Su Majestad el<br />
rey Carlos <strong>II</strong>?<br />
-Sí, por cierto.<br />
-Pues dice así: "Hermano mío, os envío a<br />
un gentilhombre <strong>de</strong> mi Corte, hijo <strong>de</strong> una persona<br />
a quien apreciáis. Tratadle bien, os lo ruego,<br />
y hacedle aficionarse a Inglaterra."<br />
-¿Eso <strong>de</strong>cía?<br />
-En los mismos términos u otros parecidos.<br />
No respondo <strong>de</strong> la forma, pero sí <strong>de</strong>l fondo.<br />
-Bien: ¿y qué has inferido <strong>de</strong> ahí, o más<br />
bien qué ha inferido el rey?<br />
-Que el rey <strong>de</strong> Francia tenía motivos<br />
para alejar al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, y casarlo ...<br />
en otra parte que no sea Francia.<br />
-De modo que a consecuencia <strong>de</strong> esa<br />
carta...<br />
-<strong>El</strong> rey Carlos 11 ha recibido al señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>, según ya sabes, espléndida y amistosamente,<br />
dándole la mejor habitación <strong>de</strong> White-Hall,<br />
y, como tú eres la dama más preciosa
<strong>de</strong> su Corte, en atención a que has rehusado su<br />
corazón... ea, no hay por qué ruborizarse... ha<br />
querido inspirarte afición hacia el francés, y<br />
hacerle ese hermoso obsequio. Ahí tienes por lo<br />
que Su Majestad te ha hecho tornar parte en<br />
todos los paseos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>: a ti,<br />
here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> trescientas mil libras, futura duquesa,<br />
y joven tan buena como hermosa. En<br />
una palabra, eso ha sido un complot, una especie<br />
<strong>de</strong> conspiración, a la cual tú verás si quieres<br />
poner fuego, pues yo te entrego la mecha.<br />
Miss Mary sonrió con la expresión encantadora<br />
que le era familiar, y apretando el<br />
brazo <strong>de</strong> su compañera:<br />
-Dale las gracias al rey -dijo. -Sí, sí; pero<br />
el señor <strong>de</strong> Buckingham está celoso; mira lo que<br />
haces -replicó Lucy Stewart.<br />
Apenas habían sido dichas estas palabras,<br />
cuando salió el señor <strong>de</strong> Buckingham <strong>de</strong><br />
uno <strong>de</strong> los pabellones <strong>de</strong> la terraza, y, acercándose<br />
a las dos jóvenes con una sonrisa:
-Os equivocáis, miss Lucy -replicó-, no,<br />
no estoy celoso, y en prueba <strong>de</strong> ello, miss Mary,<br />
allá abajo tenéis al que <strong>de</strong>bería ser la causa <strong>de</strong><br />
mis celos, el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que está<br />
allí solo, absorto en sus meditaciones. ¡Pobre<br />
muchacho! Permitidme que le <strong>de</strong>je vuestra<br />
agradable compañía por algunos momentos,<br />
pues tengo que hablar a miss Lucy Stewart.<br />
Entonces, inclinándose hacia miss Lucy:<br />
-¿Me haréis -le preguntó el honor <strong>de</strong><br />
aceptar mi brazo para ir a saludar al rey, que<br />
nos espera?<br />
Y, al pronunciar estas palabras, Buckingham,<br />
con amable sonrisa tomó la mano <strong>de</strong><br />
miss Lucy, y se llevó a ésta.<br />
Mary Graffton, luego que quedó sola,<br />
inclinando la cabeza sobre el hombro con aquel<br />
gracioso abandono peculiar <strong>de</strong> las jóvenes inglesas,<br />
permaneció por un momento inmóvil,<br />
con los ojos fijos en Raúl, pero como in<strong>de</strong>cisa<br />
sobre lo que había <strong>de</strong> hacer. Al fin, luego que<br />
sus mejillas, perdiendo y recobrando al-
ternativamente el color, revelaron el combate<br />
que tenía lugar en su corazón, la joven pareció<br />
tomar una resolución, y se aproximó con paso<br />
bastante firme hacia el banco en que estaba<br />
Raúl entregado a sus reflexiones.<br />
Por ligero que fuera el ruido <strong>de</strong> los pasos<br />
<strong>de</strong> miss Mary sobre el menudo césped, llamó<br />
la atención <strong>de</strong> Raúl; volvió la cabeza, vio a<br />
la joven y se a<strong>de</strong>lantó a recibir a la compañera<br />
que su buena fortuna le <strong>de</strong>paraba.<br />
-Me envían a vuestro lado, señor -dijo<br />
Mary Craffton-. ¿Me aceptáis?<br />
-¿Y a quién <strong>de</strong>bo tan marcado favor,<br />
señorita? -preguntó Raúl.<br />
-Al señor <strong>de</strong> Buckingham -replicó Mary<br />
afectando alegría.<br />
-¿Al señor <strong>de</strong> Buckingham, que con tanto<br />
anhelo busca siempre vuestra preciosa compañía?<br />
Señorita, ¿<strong>de</strong>bo creerlo?<br />
-En efecto, señor, ya lo veis; todo conspira<br />
a que pasemos juntos la mejor, o más bien,<br />
la mayor parte <strong>de</strong> los días. Ayer fue el rey el
que me mandó que os hiciese sentar en la mesa<br />
a mi lado; hoy, es el señor <strong>de</strong> Buckingham<br />
quien me ruega que venga a sentarme al lado<br />
vuestro en este banco.<br />
-¿Y se ha alejado a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme libre<br />
la plaza? -preguntó Raúl con embarazo.<br />
-Miradle allí, que va a <strong>de</strong>saparecer con<br />
miss Stewart por el recodo que forma la arboleda.<br />
¿Se gastan complacencias <strong>de</strong> esta clase en<br />
Francia, señor vizcon<strong>de</strong>?<br />
-Señorita, apenas os puedo <strong>de</strong>cir lo que<br />
se acostumbra en Francia, pues casi no soy<br />
francés. He vivido en muchos países, casi siempre<br />
como soldado, y a<strong>de</strong>más he pasado gran<br />
parte <strong>de</strong> mi vida en el campo, <strong>de</strong> suerte que soy<br />
bastante agreste.<br />
-¿No estáis contento en Inglaterra?<br />
-No sé -dijo Raúl distraídamente y exhalando<br />
un suspiro.<br />
-¿Cómo que no sabéis? -Perdonad -<br />
apresuróse a <strong>de</strong>cir Raúl, sacudiendo la cabeza,
como para salir <strong>de</strong> su distracción-, perdonad,<br />
no os había oído.<br />
-¡Ay! -exclamó la joven suspirando a su<br />
vez-. ¡Mal ha hecho el duque <strong>de</strong> Buckingham<br />
en enviarme aquí!<br />
-¿Ha hecho mal? -dijo con viveza Raúl-.<br />
Tenéis razón; mi compañía es fastidiosa, y os<br />
aburrís conmigo. Mal ha hecho el señor <strong>de</strong><br />
Buckingham en enviaros aquí.<br />
-Precisamente -replicó la joven con su<br />
voz grave y armoniosa-, por no aburrirme con<br />
vos, ha hecho mal el señor <strong>de</strong> Buckingham en<br />
enviarme al lado vuestro.<br />
Raúl se sonrojó <strong>de</strong> nuevo.<br />
-¿Pero cómo es -dijo que el señor <strong>de</strong><br />
Buckingham os haya enviado a mi lado, y que<br />
vos hayáis venido? <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Buckingham os<br />
ama, y vos le amáis.<br />
-No -respondió gravemente Mary-, no.<br />
<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Buckingham no me ama, puesto<br />
que-ama a la duquesa <strong>de</strong> Orleáns; y, en cuanto<br />
a mí, no profeso amor al duque.
Raúl miró a la joven, sorprendido.<br />
-¿Sois amigo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />
vizcon<strong>de</strong>? -continuó ésta.<br />
-<strong>El</strong> duque me hace el honor <strong>de</strong> llamarme<br />
amigo suyo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nos vimos en Francia.<br />
-¿No sois entonces más que simples<br />
conocidos?<br />
-No; porque el señor <strong>de</strong> Buckingham es<br />
amigo íntimo <strong>de</strong> un gentilhombre a quien amo<br />
como a un hermano.<br />
-¿Del señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche?<br />
-Sí, señorita.<br />
-¿Que ama a la señora duquesa <strong>de</strong> Orleáns?<br />
-¡Oh! ¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />
-Y que es amado por ella -prosiguió<br />
tranquilamente la joven. Raúl bajo la cabeza.<br />
Mis Mary Graffton prosiguió con un suspiro:<br />
-¡Qué dichosos son! ... Vamos, señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>, no hagáis caso <strong>de</strong> mí, pues el señor<br />
<strong>de</strong> Buckingham os ha dado un encargo bien<br />
enojoso con ofrecerme a vos para compañera <strong>de</strong>
paseo. Vuestro corazón está en otra parte, y a<br />
duras penas me concedéis un poco <strong>de</strong> atención<br />
... Confesad, confesad... Haríais mal en negarlo,<br />
vizcon<strong>de</strong>.<br />
-Señorita, no lo niego. Miss Mary le<br />
miró.<br />
Mostrábase Raúl tan sincero y hermoso,<br />
su mirada revelaba tan amable franqueza y tal<br />
resolución, que no pudo ocurrírsele a una mujer<br />
tan distinguida como miss Mary la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />
que el joven fuese un <strong>de</strong>scortés o un necio.<br />
Lo que vio fue que amaba a otra mujer<br />
que no era ella con toda la franqueza <strong>de</strong> su corazón.<br />
-Os comprendo -dijo-; estáis enamorado<br />
en Francia.<br />
Raúl se inclinó.<br />
-¿Sabe el duque ese amor? -Nadie lo<br />
sabe -contestó Raúl.<br />
-¿Y por qué no me lo confesáis a mí?<br />
-Señorita... . . .<br />
-Vamos, explicaos.
-No puedo.<br />
-Entonces, me toca a mí abriros el camino:<br />
no queréis <strong>de</strong>cirme nada porque estáis persuadido,<br />
ahora, <strong>de</strong> que no amo al duque, porque<br />
veis que quizá yo os habría amado, porque<br />
sois un gentilhombre todo corazón y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za,<br />
que en lugar <strong>de</strong> tomar, aun cuando sólo<br />
fuera por distraeros un momento, una mano<br />
que se arrima a la vuestra, en lugar <strong>de</strong> sonreír a<br />
mi boca que os sonreía, habéis preferido, vos,<br />
que sois joven, <strong>de</strong>cirme, a mí que soy hermosa:<br />
"¡Amo en Francia!" Pues bien, gracias, señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>; sois un noble gentilhombre, y por<br />
eso os amo más... en amistad. No hablemos ya<br />
<strong>de</strong> mí, por tanto, sino <strong>de</strong> vos. Olvidad que miss<br />
Graffton os ha hablado <strong>de</strong> ella; <strong>de</strong>cidme por<br />
qué estáis triste, por qué lo estáis más aún <strong>de</strong><br />
algunos días a esta parte.<br />
Raúl conmovióse hasta lo íntimo <strong>de</strong> su<br />
corazón al oír el acento dulce y melancólico <strong>de</strong><br />
aquella voz, y no
pudo hallar palabras para contestar. La joven<br />
acudió otra vez en su ayuda.<br />
-Compa<strong>de</strong>cedme -le dijo-. Mi madre era<br />
francesa; <strong>de</strong> consiguiente, puedo <strong>de</strong>cir que soy<br />
francesa por la sangre y el alma. Pero sobre este<br />
ardor pesan incesantemente las nieblas y la<br />
tristeza <strong>de</strong> Inglaterra. A veces tengo mis sueños<br />
<strong>de</strong> oro y <strong>de</strong> mágicas felicida<strong>de</strong>s; pero <strong>de</strong> repente<br />
viene la bruma y los hace <strong>de</strong>saparecer.<br />
Así me ha pasado ahora también. Perdonad, no<br />
hablemos más <strong>de</strong> esto; dadme vuestra mano, y<br />
confiad vuestros pesares a una amiga.<br />
-¡Decís que sois francesa, francesa <strong>de</strong><br />
alma y <strong>de</strong> sangre!<br />
-Sí, lo repito; no sólo mi madre era francesa,<br />
sino que también, como mi padre, amigo<br />
<strong>de</strong> Carlos I, se <strong>de</strong>sterró a Francia, y en tanto<br />
duró el proceso <strong>de</strong>l príncipe y la vida <strong>de</strong>l Protector,<br />
fui educada en París; a la restauración<br />
<strong>de</strong>l rey Carlos 11, mi padre volvió a Inglaterra,<br />
don<strong>de</strong> murió poco <strong>de</strong>spués... ¡pobre padre!
Entonces, el rey Carlos me hizo duquesa y<br />
completó mis rentas.<br />
-¿Tenéis algún pariente en Francia? -<br />
preguntó Raúl con señalado interés.<br />
-Tengo una hermana, siete u ocho años<br />
mayor que yo, que casó en Francia y enviudó<br />
<strong>de</strong>spués. Se llama madame <strong>de</strong> Belliére.<br />
Raúl hizo un movimiento.<br />
-¿La conocéis?<br />
-La he oído nombrar. -También ama, y<br />
sus últimas cartas me anuncian que es dichosa:<br />
<strong>de</strong> consiguiente, es correspondida. Yo, como os<br />
<strong>de</strong>cía, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, tengo la mitad <strong>de</strong><br />
su alma, aunque no la mitad <strong>de</strong> su felicidad.<br />
Pero hablemos <strong>de</strong> vos. ¿A quién amáis en Francia?<br />
-A una joven, dulce y blanca como un<br />
lirio.<br />
-Pero, si ella os ama, ¿por qué estáis<br />
melancólico?<br />
-Me han dicho que ya no me ama.<br />
-No lo creeréis, supongo.
-<strong>El</strong> que me lo ha escrito no firma su carta.<br />
-¡Una <strong>de</strong>nuncia anónima! ¡Oh! ¡Eso es<br />
alguna traición! -dijo miss Graffton.<br />
-Mirad -dijo Raúl enseñando a la joven<br />
un billete que había leído cien veces.<br />
Mary Graffton cogió el billete, y leyó:<br />
"<strong>Vizcon<strong>de</strong></strong>, hacéis muy bien en divertiros<br />
ahí con las hermosas damas <strong>de</strong>l rey Carlos<br />
<strong>II</strong>; porque, en !a corte <strong>de</strong>l rey Luis XIV, os sitian<br />
en el palacio <strong>de</strong> vuestros amores. Permaneced,<br />
pues, para siempre en Londres, pobre vizcon<strong>de</strong>,<br />
o regresad cuanto antes a París."<br />
-No hay firma -dijo miss Mary.<br />
-No.<br />
-De consiguiente, no daréis fe a eso.<br />
-No; pero ved esta otra carta.<br />
-¿De quién?<br />
-Del señor <strong>de</strong> Guiche.<br />
-¡Oh! ¡Eso es otra cosa! Y esa carta, ¿qué<br />
os dice?<br />
-Leed.
"Amigo mío, estoy herido y enfermo.<br />
¡Volved, Raúl, volved!<br />
"GUICHE."<br />
-¿Y qué vais a hacer? -preguntó la joven<br />
con el corazón oprimido.<br />
-Al recibir la carta, lo primero que hice<br />
fue pedir permiso al rey.<br />
-¿Y la recibisteis?...<br />
-Anteayer.<br />
-Está fechada en Fontainebleau.<br />
-Y es extraño, ¿no?, estando la Corte en<br />
París. Y al fin me hubiera ido. Pero, cuando<br />
hablé al rey <strong>de</strong> mi marcha, se echó a reír y me<br />
dijo: "Señor embajador, ¿a qué viene ahora esa<br />
marcha? ¿Os llama por ventura vuestro amo?"<br />
Quedéme sonrojado y <strong>de</strong>sconcertado, pues, en<br />
efecto, el rey me ha enviado aquí y no he recibido<br />
or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> regresar. Mary frunció el ceño,<br />
pensativa.<br />
-¿Y os quedáis? -preguntó.<br />
-Es necesario, señorita.<br />
-¿Y la que amáis?
-¿Qué?<br />
-¿Os escribe?<br />
-Jamás.<br />
-¡Jamás! ¡Oh! ¿Conque no os ama?<br />
-A lo menos no me ha escrito <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
me marché.<br />
-¿Os escribía antes?<br />
-A veces ... ¡Oh! Creo que no habrá<br />
podido.<br />
-Aquí viene el duque: silencio. En efecto,<br />
por el extremo <strong>de</strong>l paseo aparecía Buckingham,<br />
solo y risueño. Luego que llegó, tendió la<br />
mano a los dos interlocutores.<br />
-¿Os habéis entendido? -dijo.<br />
-¿Sobre qué? -preguntó Mary Graffton.<br />
-Sobre lo que pueda haceros a vos dichosa,<br />
querida Mary, y a Raúl menos <strong>de</strong>sgraciado.<br />
-No os comprendo, milord - contestó<br />
Raúl.<br />
-Lo siento, miss Mary. ¿Queréis que me<br />
explique <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l señor?
Y sonrió.<br />
-Si queréis <strong>de</strong>cir -repuso la joven con<br />
orgullo- que estaba dispuesta a amar al señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, es inútil, pues ya se lo he dicho.<br />
Buckingham reflexionaba y, sin <strong>de</strong>sconcertarse,<br />
como ella esperaba:<br />
-Por lo mismo -dijo-, que sé que tenéis<br />
un <strong>de</strong>licado espíritu y sobre todo un alma leal,<br />
os he <strong>de</strong>jado con el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, cuyo<br />
corazón enfermo pue<strong>de</strong> curar en manos <strong>de</strong> un<br />
médico como vos.<br />
-Pero, milord, antes <strong>de</strong> hablarme <strong>de</strong>l<br />
corazón <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, me hablasteis<br />
<strong>de</strong>l vuestro. ¿Queréis que cure dos corazones al<br />
mismo tiempo?<br />
-Es cierto, miss Mary; pero me haréis la<br />
justicia <strong>de</strong> creer que he abandonado una pretensión<br />
inútil, reconociendo que mi herida era<br />
incurable.<br />
Mary se recogió un instante. -Milord -<br />
dijo-, el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es feliz. Ama y es
amado. Por consiguiente, no necesita <strong>de</strong> ningún<br />
médico como yo.<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo Buckingham-,<br />
está en vísperas <strong>de</strong> contraer una grave<br />
enfermedad, y ahora más que nunca necesita<br />
que su corazón se ponga en cura.<br />
-¡Explicaos, milord! -requirió vivamente<br />
Raúl.<br />
-No, me explicaré poco a poco; mas si lo<br />
<strong>de</strong>seáis, puedo <strong>de</strong>cir a miss Mary lo que vos no<br />
podéis oír.<br />
-¡Milord, me tenéis en un cruel tormento;<br />
milord, algo sabéis por fuerza!<br />
-Sé que miss Mary es el objeto más encantador<br />
que un Corazón enfermo pue<strong>de</strong> apetecer.<br />
-Milord, ya os he dicho que el vizcon<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ama en otra parte -dijo la joven.<br />
-Hace mal.<br />
-¿Lo sabéis, señor duque? ¿Sabéis que<br />
hago mal?<br />
-Sí.
-¿Pero a quién ama? -exclamó la joven.<br />
-A una mujer indigna <strong>de</strong> él -dijo tranquilamente<br />
Buckingham, con la flema que sólo<br />
un inglés pue<strong>de</strong> hallar en su cabeza y en su<br />
corazón.<br />
Miss Mary Graffton lanzó un grito que,<br />
no menos que as palabras pronunciadas por<br />
Buckingham hizo pintarse en las mejillas <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l sobrecogimiento y la<br />
imagen <strong>de</strong>l terror.<br />
-¡Duque -murmuró-, habéis pronunciado<br />
palabras tales, que, sin tardar ni un segundo,<br />
voy a buscar su explicación a París!<br />
-Os quedaréis aquí -dijo Buckingham.<br />
-¿Yo? -Sí, vos.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque no tenéis <strong>de</strong>recho a marcharos,<br />
y no se <strong>de</strong>ja el servicio <strong>de</strong> un rey por el <strong>de</strong> una<br />
mujer, aunque sea tan digna <strong>de</strong> ser amada como<br />
miss Mary Graffton.<br />
-Entonces, informadme.<br />
-Lo haré. ¿Pero os quedaréis?
-Sí, con tal que seáis sincero conmigo.<br />
En esto estaban, y sin duda Buckingham<br />
iba a <strong>de</strong>cir no todo lo que había, sino todo lo<br />
que sabía, cuando por el extremo <strong>de</strong> la terraza<br />
apareció un lacayo <strong>de</strong>l rey, y se a<strong>de</strong>lantó hacia<br />
el gabinete don<strong>de</strong> estaba el rey con miss Lucy<br />
Stewart.<br />
Aquel hombre precedía a un correo lleno<br />
<strong>de</strong> polvo, que parecía haber echado pie a<br />
tierra momentos antes.<br />
-¡<strong>El</strong> correo <strong>de</strong> Francia! ¡<strong>El</strong> correo <strong>de</strong> Madame!<br />
-exclamó Raúl viendo la librea <strong>de</strong> la duquesa.<br />
<strong>El</strong> hombre y el correo hicieron avisar al<br />
rey, mientras el duque y miss Graffton cambiaban<br />
una mirada <strong>de</strong> inteligencia.<br />
XLIV<br />
EL CORREO DE MADAME<br />
Carlos <strong>II</strong> se había propuesto <strong>de</strong>mostrar a<br />
miss Stewart que no pensaba más que en ella;
en consecuencia, le prometió un amor igual al<br />
que su abuelo Enrique IV había profesado a<br />
Gabriela. Desgraciadamente para Carlos <strong>II</strong>,<br />
eligió mal día, porque fue precisamente uno en<br />
que a miss Stewart se le puso en la cabeza dar<br />
celos al rey. De modo que en vez <strong>de</strong> enternecerse<br />
al oír aquella promesa, como esperaba<br />
Carlos <strong>II</strong>, se echó a reír.<br />
-¡Oh, señor, señor! -exclamó sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />
reír-. Si tuviera la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> pediros una<br />
prueba <strong>de</strong> ese amor, ¡cuán fácilmente se vería<br />
que mentís!<br />
-Escuchad -le dijo Carlos-; ya conocéis<br />
mis cartones <strong>de</strong> Rafael y el aprecio en que los<br />
tengo; el mundo me los envidia. Mi padre los<br />
hizo comprar por Van-Dyck. ¿Queréis que los<br />
trasla<strong>de</strong> hoy mismo a vuestra casa?<br />
-¡Oh, no! -replicó la joven-. No hagáis tal<br />
cosa, señor; mi casa es muy reducida para hospedar<br />
tales huéspe<strong>de</strong>s.<br />
-Entonces, os donaré Hampton Court<br />
para que coloquéis los cartones.
-Sed menos generoso, señor, y amad<br />
más tiempo: esto es cuanto <strong>de</strong>seo.<br />
-Os amaré eternamente; ¿creéis que sea<br />
bastante?<br />
-Veo que os reís, señor. ¿Quisierais que<br />
llorase?<br />
-No; pero quisiera veros algo más melancólico.<br />
-¡A Dios gracias, hermosa mía, lo he<br />
estado bastante tiempo! Catorce años <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro,<br />
<strong>de</strong> pobreza y <strong>de</strong> miseria, me parece que ya<br />
es <strong>de</strong>uda satisfecha; a<strong>de</strong>más, la melancolía afea.<br />
-¡Ca! Ved, si no, al joven francés.<br />
-¡Oh! ¡<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>!...<br />
¿Vos también? Dios me perdone, pero creo que,<br />
unas tras otras, todas se van a volver locas... <strong>El</strong><br />
vizcon<strong>de</strong> tiene motivos para estar melancólico.<br />
-¿Cuáles?<br />
-¡Ah, caramba! ¿Será preciso también<br />
que os revele los secretos <strong>de</strong> Estado?
-Sí lo será, si yo quiero, ya que habéis<br />
dicho que estábais dispuesto a hacer todo lo<br />
que yo quisiera.<br />
-Pues bien, se aburre en este país. ¿Estáis<br />
contenta?<br />
-¿Se aburre?<br />
-Si; prueba <strong>de</strong> que es un necio.<br />
-¿Cómo un necio?<br />
-¡Claro! ¿No comprendéis? ¡Le permito<br />
amar a miss Lucy Stewart, Y él se aburre!<br />
-¡Bueno! Eso significa que si no os amase<br />
miss Lucy Stewart, os consolaríais amando a<br />
miss Mary Graffton.<br />
-No he dicho eso: en primer lugar, sabéis<br />
perfectamente que miss Mary Graffton no<br />
me ama, y para consolarse uno <strong>de</strong> un amor<br />
perdido, es preciso que halle otro. Y, a<strong>de</strong>más,<br />
aquí no se trata <strong>de</strong> mí, sino <strong>de</strong> ese joven. No<br />
parece sino que la que <strong>de</strong>ja allá es una <strong>El</strong>ena,<br />
por supuesto, antes <strong>de</strong> que conociera a París.<br />
-¿Pero <strong>de</strong>ja alguien allá ese gentilhombre?
-Más bien le <strong>de</strong>jan.<br />
-¡Pobre joven! Le está bien empleado.<br />
-¿Y por qué?<br />
-Sí: porque se va.<br />
-¿Suponéis que se ha ido por gusto?<br />
-¿Se ha ido obligado?<br />
-Por or<strong>de</strong>n, querida Stewart, <strong>de</strong> quien<br />
pue<strong>de</strong> or<strong>de</strong>nar en París.<br />
-¿Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> quién?<br />
-¿A ver si lo acertáis?<br />
-¿Del rey?<br />
-Exacto.<br />
-¡Ah! Me abrís los ojos.<br />
-No digáis nada, ¿eh?<br />
-Ya sabéis que, en cuanto a discreción,<br />
valgo como un hombre. De modo, ¿qué el rey<br />
es quien le aleja? -Sí.<br />
-Y, durante su ausencia, le birla la dama.<br />
-Sí, y el pobre muchacho, en vez <strong>de</strong> dar<br />
las gracias al rey, no hace más que lamentarse.<br />
-¿Dar las gracias al rey, porque le birla a<br />
su amada? En verdad, señor, que lo que estáis
diciendo no es nada galante para las mujeres en<br />
general, y particularmente para las amantes.<br />
-¡Compren<strong>de</strong>d bien lo que os digo, pardiez!<br />
Si esa mujer que el rey le roba fuera una<br />
miss Graffton o una miss Stewart, sería <strong>de</strong> su<br />
opinión, y hasta lo encontraría poco <strong>de</strong>sesperado;<br />
pero se trata <strong>de</strong> una chiquilla flaca y coja...<br />
¡Al diablo la fi<strong>de</strong>lidad!, como dicen en Francia.<br />
Rehusar una rica por otra pobre, a una que le<br />
ama por otra que le engaña, ¿se ha visto cosa<br />
igual?<br />
-¿Creéis que Mary <strong>de</strong>see en serio agradar<br />
al vizcon<strong>de</strong>, señor?<br />
-Sí, lo creo.<br />
-Pues bien, el vizcon<strong>de</strong> se acostumbrará<br />
a Inglaterra. Mary tiene buena cabeza, y cuando<br />
quiere, quiere bien.<br />
-Mi querida miss Stewart, si el vizcon<strong>de</strong><br />
ha <strong>de</strong> aclimatarse en este país, no hay tiempo<br />
que per<strong>de</strong>r; anteayer vino ya a pedirme permiso<br />
para partir.
-¿Y se lo habéis negado? -¡Ya lo creo! <strong>El</strong><br />
rey, mi hermano, toma muy a pechos que ese<br />
joven esté ausente, y respecto a mí, tengo interesado<br />
en ello mi amor propio; no quiero que se<br />
diga que he presentado a ese young man el<br />
cebo más noble y más dulce <strong>de</strong> Inglaterra...<br />
-Galante estáis, señor -contestó miss<br />
Stewart con encantador mohín.<br />
No hablo <strong>de</strong> miss Stewart -dijo el rey-; ése es un<br />
regio cebo, y puesto que yo he picado en él, no<br />
quiero que otro pique; en fin, no es justo que<br />
ese joven <strong>de</strong>saire mis obsequios; se quedará<br />
entre nosotros, y se casará aquí, o Dios me con<strong>de</strong>ne.<br />
-Y espero que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casado, en<br />
vez <strong>de</strong> inculpar a Vuestra Majestad, le estará<br />
agra<strong>de</strong>cido; todo el mundo se apresura a complacerle,<br />
hasta el señor <strong>de</strong> Buckingham, que, a<br />
pesar <strong>de</strong> su orgullo, parece reconocerle alguna<br />
superioridad.<br />
-Y hasta miss Stewart, que le llama caballero<br />
encantador. Escuchad, señor: bastante me
habéis elogiado a miss Graffton, conque permitidme<br />
que me <strong>de</strong>squite en algo con <strong>Bragelonne</strong>.<br />
Noto que, <strong>de</strong> algún tiempo a esta parte, manifestáis<br />
una bondad que me sorpren<strong>de</strong>: pensáis<br />
en los ausentes; perdonáis injurias; sois casi<br />
perfecto...<br />
-¿De qué proviene eso?<br />
Carlos <strong>II</strong> se echó a reír.<br />
-Es porque os <strong>de</strong>jáis amar -dijo.<br />
-¡Oh! Alguna otra razón habrá.<br />
-¡Vaya! La <strong>de</strong> que así obligo a mi hermano<br />
Luis XIV.<br />
-Otra <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber aún.<br />
-Pues bien, el verda<strong>de</strong>ro motivo es que<br />
Buckingham me recomendó a ese joven, y me<br />
dijo: "Señor, principio por renunciar en favor<br />
<strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a miss Graffton;<br />
haced vos lo propio".<br />
-¡Oh, el duque es todo un caballero!<br />
-¡Vaya; calentaos ahora los cascos por<br />
Buckingham! Parece que os habéis empeñado<br />
hoy en hacerme con<strong>de</strong>nar.
En aquel momento llamaron a la puerta.<br />
-¿Quién se permite incomodarnos? -dijo<br />
Carlos con impaciencia.<br />
-En verdad, señor -dijo Stewart-, he ahí<br />
un quién se permite <strong>de</strong> la más suprema fatuidad;<br />
y, para castigaros. . .<br />
Y fue ella misma a abrir la puerta.<br />
-¡Ah! Es un mensajero <strong>de</strong> Francia -<br />
exclamó miss Stewart.<br />
-¡Un mensajero <strong>de</strong> Francia! -exclamó<br />
Carlos-. ¿De mi hermana tal vez?<br />
-Sí, señor -dijo el ujier <strong>de</strong> cámara-, y<br />
mensajero especial.<br />
-¡Entrad, entrad! -dijo Carlos.<br />
<strong>El</strong> correo entró.<br />
-¿Traéis carta <strong>de</strong> la señora duquesa <strong>de</strong><br />
Orleáns? -preguntó el rey.<br />
-Sí, señor -respondió el correo-; y con tal<br />
urgencia, que no he empleado más que veintiséis<br />
horas en traerla a Vuestra Majestad, no<br />
obstante haber perdido tres cuartos <strong>de</strong> hora en<br />
Calais.
-Se os recompensará ese celo -dijo el rey.<br />
Y abrió la carta.<br />
Luego, echándose a reír a carcajadas:<br />
-En verdad -exclamó- que no comprendo<br />
nada.<br />
Y leyó la carta nuevamente. Miss Stewart<br />
aparentaba la mayor reserva, procurando<br />
reprimir su ardiente curiosidad.<br />
-Francisco -dijo el rey a su lacayo-, cuida<br />
<strong>de</strong> que traten bien a ese valiente mozo, y que,<br />
mañana al <strong>de</strong>spertar, encuentre a la cabecera <strong>de</strong><br />
su cama un saquito <strong>de</strong> cincuenta luises.<br />
-¡Señor!<br />
-¡Anda, amigo, anda! Razón sobrada<br />
tenía mi hermana en encargarte actividad; es<br />
cosa urgente en efecto.<br />
Y se echó a reír con más ganas que antes.<br />
<strong>El</strong> mensajero, el sirviente y la misma<br />
miss Stewart no sabían qué aire tomar.
-¡Vaya! -continuó el rey, echándose sobre<br />
el respaldo <strong>de</strong>l sillón-. Y cuando consi<strong>de</strong>ro<br />
que has reventado... ¿cuántos caballos?<br />
-Dos.<br />
-¡Dos caballos para traer esta noticia!<br />
Muy bien, amigo, muy bien. <strong>El</strong> correo salió con<br />
el criado. Carlos <strong>II</strong> se fue a abrir la ventana, y,<br />
asomándose:<br />
-¡Duque -prorrumpió-, duque <strong>de</strong> Buckingham,<br />
mi querido Buckingham, venid!<br />
<strong>El</strong> duque se apresuró *a obe<strong>de</strong>cer; Pero,<br />
cuando llegó al umbral <strong>de</strong> la puerta y vio a<br />
miss Stewart, titubeó en entrar.<br />
-Entra y cierra la puerta, duque.<br />
<strong>El</strong> duque obe<strong>de</strong>ció, y, viendo al rey <strong>de</strong><br />
tan buen humor, se aproximó sonriendo.<br />
-Vamos a ver, querido duque, ¿a qué<br />
altura te hallas con tu francés?<br />
-Desesperado hasta no po<strong>de</strong>r más.<br />
-¿Y por qué?<br />
-Porque la adorable miss Graffton quiere<br />
casarse con él, y el no quiere.
-¡Pero ese francés no es más que un beocio!<br />
-exclamó miss Stewart-. Que diga sí o no, y<br />
concluya <strong>de</strong> una vez.<br />
-Supongo, señor -dijo seriamente Buckingham-,<br />
que sabéis o <strong>de</strong>béis saber que el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ama en otra parte.<br />
-Entonces -dijo el rey acudiendo en<br />
ayuda <strong>de</strong> miss Stewart-, no hay cosa más sencilla:<br />
que diga que no.<br />
-¡Oh, es que le he <strong>de</strong>mostrado lo mal<br />
que hacía en no <strong>de</strong>cir que sí!<br />
-¿Le has dicho, pues, que su La Valliére<br />
le engaña?<br />
-Se lo he dicho, sin andarme con ro<strong>de</strong>os.<br />
-¿Y qué ha hecho?<br />
-Dar un brinco como si quisiese salvar el<br />
estrecho.<br />
-Al fin -dijo miss Stewart-, ya ha hecho<br />
algo: no es poca suerte.<br />
-Pero pu<strong>de</strong> contenerle -continuó Buckingham-,<br />
se lo entregué a miss Mary, y espero<br />
que no tendrá ya tanta prisa por partir.
-¿Pensaba irse? -exclamó el rey.<br />
-Por un momento llegué a creer que no<br />
había fuerzas humanas que bastasen a contenerle;<br />
pero los ojos <strong>de</strong> miss Mary taladran: se<br />
quedará.<br />
-Pues bien, estás en un error, Buckingham<br />
-dijo el rey estallando <strong>de</strong> risa-; ese <strong>de</strong>sgraciado<br />
está pre<strong>de</strong>stinado.<br />
-¿Pre<strong>de</strong>stinado a qué?<br />
-A ser engañado, lo cual es poca cosa;<br />
pero, por lo que se ve, ya es algo.<br />
-A distancia, y con el auxilio <strong>de</strong> miss<br />
Graffton, podrá pararse el golpe<br />
-Pues bien, nada <strong>de</strong> eso; ni habrá<br />
distancia ni ayuda <strong>de</strong> miss Graffton. <strong>Bragelonne</strong><br />
partirá para París <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una hora.<br />
Buckingham tembló, y miss Stewart<br />
abrió ojos tamaños.<br />
-Pero, señor -replicó el duque-, Vuestra<br />
Majestad sabe que eso es imposible.<br />
-Lo imposible, mi querido Buckingham,<br />
es lo contrario.
-Señor, figuraos que ese joven es un<br />
león.<br />
-Y aun cuando así sea, Villiers.<br />
-Y su cólera es terrible.<br />
-No digo que no, querido amigo.<br />
-Si ve su <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> cerca, tanto peor<br />
para el autor <strong>de</strong> ella.<br />
-Bien; ¿pero qué quieres que le haga?<br />
-¡Aun cuando fuese el rey -exclamó<br />
Buckingham gravemente-, no respon<strong>de</strong>ría yo<br />
<strong>de</strong> él!<br />
-¡Oh! <strong>El</strong> rey tiene mosqueteros que le<br />
guar<strong>de</strong>n -dijo Carlos tranquilamente-, tengo<br />
motivos para saberlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me vi precisado<br />
a hacer antesala en su casa en Blois. Está a<br />
su lado el señor <strong>de</strong> Artagnan. ¡Diantre! ¡Vaya<br />
un guardián! No temería yo veinte cóleras como<br />
las <strong>de</strong> tu <strong>Bragelonne</strong> si tuviese cuatro guardias<br />
como el señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¡Oh! Pero Vuestra Majestad, que es tan<br />
bondadoso, lo reflexionará bien -dijo Buckingham.
-Toma -dijo Carlos <strong>II</strong> presentando la<br />
carta al duque-; lee y contesta tú mismo. ¿Qué<br />
harías en mi lugar?<br />
Buckingham cogió lentamente la carta<br />
<strong>de</strong> Madame, y leyó estas palabras temblando<br />
<strong>de</strong> emoción:<br />
"Por vos, por mí, por el honor y la salvación <strong>de</strong><br />
todos, enviad inmediatamente a Francia al señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
"Vuestra afectísima hermana. "ENRIQUETA."<br />
-¿Qué dices eso, Villiers?<br />
-A fe mía, señor, que ignoro qué <strong>de</strong>cir -<br />
respondió estupefacto el duque.<br />
-¿Me aconsejas todavía -dijo el rey con<br />
afectación-, que <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>zca a mi hermana<br />
cuando me habla con tales instancias?<br />
-¡Oh! No, no, señor; y sin embargo...<br />
-Pues no has leído todavía la postdata;<br />
que está en un doblez, y se me había escapado<br />
a mí mismo: lee.
<strong>El</strong> duque <strong>de</strong>shizo el doblez don<strong>de</strong> estaba<br />
aquella línea.<br />
"Mil recuerdos a los que me aman."<br />
<strong>El</strong> duque inclinó al suelo su frente <strong>de</strong>scolorida,<br />
y la carta tembló en sus manos, como<br />
si el papel se hubiese convertido en plomo.<br />
<strong>El</strong> rey aguardó un momento, y, viendo<br />
que Buckingham permanecía mudo:<br />
-Que siga su <strong>de</strong>stino, como nosotros el<br />
nuestro -prosiguió-; cada cual tiene que sufrir<br />
su pasión en este mundo; yo he sufrido ya la<br />
mía y la <strong>de</strong> los míos, que ha sido para mí una<br />
doble cruz. ¡Vayan ahora al <strong>de</strong>monio los cuidados!<br />
Anda, Villiers, y búscame a ese gentilhombre.<br />
<strong>El</strong> duque abrió la puerta enrejada <strong>de</strong>l<br />
gabinete, y, mostrando a Raúl y Mary, que iban<br />
al lado uno <strong>de</strong> otro:<br />
-¡Ay, señor -dijo-, qué crueldad para esa<br />
pobre miss Graffton! -Vamos, vamos, llámale -<br />
dijo Carlos <strong>II</strong> frunciendo sus negras cejas-. ¿Es<br />
que todo el mundo se encuentra aquí en estado
sentimental? ¡Vaya! ¿También miss Stewart se<br />
enjuga las lágrimas? ¡Con<strong>de</strong>nado francés! ...<br />
Anda.<br />
<strong>El</strong> duque llamó a Raúl, y, acercándose a<br />
tomar la mano <strong>de</strong> miss Graffton, la condujo<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l gabinete <strong>de</strong>l rey.<br />
-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo Carlos <strong>II</strong>-,<br />
¿no me solicitábais anteayer permiso para volver<br />
a París?<br />
-Sí, señor -respondió Raúl, a quien aquella<br />
salida <strong>de</strong>sconcertó algún tanto.<br />
-Me parece, querido vizcon<strong>de</strong>, que os lo<br />
negué. ¿No es así?<br />
-Sí, señor.<br />
-¿Y os habéis incomodado por<br />
-No, señor; Vuestra Majestad habrá tenido<br />
excelentes motivos para ello; Vuestra Majestad<br />
tiene <strong>de</strong>masiada bondad y cordura para<br />
que no haga bien todo lo que hace.<br />
-Alegué, según creo, esta razón: que el<br />
rey <strong>de</strong> Francia no os había llamado.<br />
-Sí, señor; eso me dijo Vuestra Majestad.
-Pues bien, he reflexionado, señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>, que si bien el rey no os fijó la fecha<br />
<strong>de</strong> regreso, me recomendó que procurara haceros<br />
grata la permanencia en Inglaterra; ahora<br />
ahora bien, puesto que me habéis pedido permiso<br />
para marchar, es señal <strong>de</strong> que no estáis<br />
aquí contento.<br />
-Señor, no he dicho eso.<br />
-No -dijo el rey-, pero vuestra petición<br />
significaba por lo menos que estaríais con más<br />
gusto en otra parte que aquí.<br />
En aquel instante volvió Raúl la cabeza<br />
hacia la puerta, contra el quicio <strong>de</strong> la cual estaba<br />
recostada miss Graffton acongojada.<br />
<strong>El</strong> otro brazo lo tenía apoyado en el brazo<br />
<strong>de</strong> Buckingham.<br />
-¿No respondéis? -continuó Carlos-. Me<br />
atendré entonces al proverbio que dice: "Quien<br />
calla otorga". Pues bien, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>;<br />
estoy en el caso <strong>de</strong> satisfacer vuestros <strong>de</strong>seos, y<br />
os autorizo para que marchéis a Francia cuando<br />
queráis.
-¡Señor! -exclamó Raúl.<br />
-¡Ay! -exclamó Mary apretando el brazo<br />
a Buckingham. -Esta noche podéis estar en<br />
Douvres; la marea sube a las dos <strong>de</strong> la madrugada.<br />
Raúl, estupefacto, balbucía palabras que<br />
tanto participaban <strong>de</strong>l reconocimiento como <strong>de</strong><br />
la disculpa...<br />
-Me <strong>de</strong>spido, pues, <strong>de</strong> vos, señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>, y os <strong>de</strong>seo toda suerte <strong>de</strong> prosperida<strong>de</strong>s<br />
-dijo el rey levantándose-: hacedme el<br />
favor <strong>de</strong> conservar, como recuerdo mío, este<br />
diamante que <strong>de</strong>stinaba a formar parte <strong>de</strong> un<br />
regalo <strong>de</strong> boda. Miss Graffton parecía próxima<br />
al <strong>de</strong>sfallecimiento.<br />
Raúl recibió el diamante; al recibirlo, le<br />
temblaban :las rodillas. Dirigió algunas frases<br />
atentas al rey y a miss Stewart, y buscó a Buckingham<br />
para <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> él. <strong>El</strong> rey aprovechó<br />
aquel momento para ausentarse.<br />
Raúl encontró al duque ocupado en<br />
animar a miss Graffton.
-Decidle que se que<strong>de</strong>, señorita -<br />
exclamaba Buckingham.<br />
-Yo le digo que se marche -replicó miss<br />
Graffton, reanimándose-; no soy <strong>de</strong> esas mujeres<br />
que tienen más orgullo que corazón. Si le<br />
aman en Francia, que regrese a Francia, y que<br />
me bendiga a mí que le habré aconsejado que<br />
fuese a buscar su dicha; si, por el contrario, no<br />
le aman, que vuelva y le amaré siempre, porque<br />
su infortunio no le habrá rebajado ni un<br />
ápice a mis ojos. Hay en las armas <strong>de</strong> mi casa lo<br />
que Dios ha grabado en mi corazón: Habenti<br />
parus, egenti cuneta. "A los ricos poco, a los.<br />
pobres todo."<br />
-Dudo, amigo querido -dijo Buckingham-,<br />
que encontréis allá el equivalente <strong>de</strong> lo<br />
que <strong>de</strong>jáis aquí.<br />
-Creo, o espero por lo menos -dijo Raúl-<br />
, que la mujer que amo sea digna <strong>de</strong> mí; pero si<br />
es cierto que mi amor es indigno, como habéis<br />
querido darme a enten<strong>de</strong>r, señor duque, lo
arrancaré <strong>de</strong> mi corazón, aun cuando tuviera<br />
que arrancarme el corazón con él.<br />
Mary Graffton fijó en él los ojos con una<br />
expresión <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible piedad.<br />
Raúl sonrió melancólicamente.<br />
-Señorita -dijo-, el diamante que el rey<br />
me ha regalado estaba <strong>de</strong>stinado a vos: permitidme<br />
que os lo ofrezca; si me caso en Francia,<br />
podéis enviármelo; si no me caso, conservadlo.<br />
Y, saludando, se alejó,<br />
-¿Qué pensará hacer? -se había dicho<br />
Buckingham, mientras Raúl estrechaba respetuosamente<br />
la mano <strong>de</strong> miss Mary.<br />
Miss Mary comprendió la mirada que le<br />
dirigía Buckingham.<br />
-Si fuera una sortija <strong>de</strong> boda -dijo-, no la<br />
habría aceptado.<br />
-Sin embargo, le habéis ofrecido que<br />
vuelva a vos.<br />
-¡Ay, duque! -murmuró la joven suspirando-.<br />
Jamás un hombre como él tomará para<br />
consolarse una mujer como yo.
cada.<br />
-¿Pensáis, entonces, que no volverá?<br />
-Jamás -dijo miss Graffton con voz sofo-<br />
-Pues bien, yo os digo que encontrará<br />
allí su felicidad <strong>de</strong>struida, a su novia perdida ...<br />
y su honor lastimado... ¿Qué podrá quedarle<br />
que equivalga a vuestro amor? ¡Oh! ¡Decidlo,<br />
Mary, vos que tenéis el don <strong>de</strong> conoceros tan<br />
bien!<br />
Miss Graffton puso su blanca mano sobre<br />
el brazo <strong>de</strong> Buckingham, y, en tanto que<br />
Raúl huía por la arboleda <strong>de</strong> los tilos con una<br />
rapi<strong>de</strong>z febril, cantó con voz moribunda estos<br />
dos versos <strong>de</strong> Romeo y Julieta: Hay que partir y<br />
vivir o bien quedar y morir. Cuando acabó la<br />
última palabra, Raúl había ya <strong>de</strong>saparecido.<br />
Miss Graffton retiróse a su casa, más<br />
pálida silenciosa que una sombra.<br />
Buckingham aprovechó el correo que,<br />
había traído la carta <strong>de</strong>l rey, a fin <strong>de</strong> escribir a<br />
Madame y al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche.
<strong>El</strong> rey había . dicho bien. A las dos <strong>de</strong> la<br />
madrugada estaba alta la marea, y Raúl se embarcaba<br />
para Francia.<br />
XLV<br />
SAINT-AIGNAN SIGUE EL CONSEJO DE<br />
MALICORNE<br />
<strong>El</strong> rey inspeccionaba el retrato <strong>de</strong> La<br />
Valliére con un cuidado que provenía, tanto <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que saliese parecida, como <strong>de</strong>l <strong>de</strong>signio<br />
<strong>de</strong> hacer durar el retrato mucho tiempo.<br />
Era curioso observarle cómo seguía el<br />
pincel o esperaba la conclusión <strong>de</strong> un trozo o el<br />
resultado <strong>de</strong> una tinta, aconsejando al pintor<br />
distintas modificaciones, a las que se prestaba<br />
éste con respetuosa docilidad.<br />
Luego, cuando el pintor, siguiendo el<br />
consejo <strong>de</strong> Malicorne, se había retrasado algo,<br />
cuando Saint-Aignan tenía una corta ausencia,<br />
eran <strong>de</strong> ver, y nadie los veía, aquellos silencios
preñados <strong>de</strong> expresión, que confundían en un<br />
suspiro dos almas fuertes dispuestas a enten<strong>de</strong>rse,<br />
y muy <strong>de</strong>seosas <strong>de</strong> calma y meditación.<br />
Entonces pasaban los minutos como por<br />
magia. <strong>El</strong> rey, acercándose a su amante, la abrasaba<br />
con el fuego <strong>de</strong> su mirada, con el contacto<br />
<strong>de</strong> su aliento.<br />
Un ruido que se oyera en la habitación<br />
inmediata: el pintor que llegaba; Saint-Aignan<br />
que volvía disculpándose, se ponía el rey a<br />
hablar, y La Valliére a contestarle con precipitación;<br />
y sus ojos manifestaban a Saint-Aignan<br />
que, durante su ausencia, habían vivido un<br />
siglo.<br />
En fin, Malicorne, filósofo sin saberlo,<br />
había acertado a dar al rey el apetito en la<br />
abundancia, y el <strong>de</strong>seo en la certidumbre <strong>de</strong> la<br />
Posesión.<br />
No pasó lo que La Valliére se temía.<br />
Nadie supo que, por el día, salía por dos<br />
o tres horas <strong>de</strong> su cuarto; a<strong>de</strong>más simuló una
salud irregular. Los que iban a verla, llamaban<br />
antes <strong>de</strong> entrar. Malicorne, el hombre <strong>de</strong> las<br />
invenciones ingeniosas, había imaginado un<br />
mecanismo acústico, por cuyo medio La Valliére<br />
era avisada en la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan<br />
<strong>de</strong> las visitas que iban a hacerle en el cuarto que<br />
habitaba <strong>de</strong> ordinario.<br />
Así, pues, sin salir ni tener confi<strong>de</strong>ntes,<br />
La Valliére volvía a su habitación, presentándose<br />
como una aparición, algo tardía si se quiere,<br />
pero que combatía victoriosamente todas las<br />
sospechas, hasta <strong>de</strong> los escépticos más extremados.<br />
Malicorne había tenido buen cuidado <strong>de</strong><br />
pedir noticias a Saint-Aignan, y éste se vio obligado<br />
a confesar que aquel cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong><br />
libertad ponía al rey <strong>de</strong>l mejor humor <strong>de</strong>l mundo.<br />
-Será necesario doblar la dosis -replicó<br />
Malicorne-, pero insensiblemente; aguardad a<br />
que lo <strong>de</strong>seen.
No tardó en revelarse ese <strong>de</strong>seo, pues<br />
una noche, al cuarto día, en el momento en que<br />
el pintor recogía sus pinceles sin que Saint-Aignan<br />
hubiera vuelto, entró Saint-Aignan y advirtió<br />
en el rostro <strong>de</strong> La Valliére una sombra, <strong>de</strong><br />
contrariedad que aquélla no pudo reprimir. <strong>El</strong><br />
rey fue menos secreto y manifestó su <strong>de</strong>specho<br />
con un movimiento <strong>de</strong> hombros muy significativo.<br />
La Valliére se puso encarnada. "¡Bueno! -dijo<br />
para sí Saint-Aignan-, el señor Malicorne quedará<br />
satisfecho esta noche."<br />
En efecto, Malicorne quedó encantado.<br />
-Es cosa clara -dijo al con<strong>de</strong> que la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére esperaba que tardaseis por lo<br />
menos diez minutos.<br />
-Y el rey media, hora, querido señor<br />
Malicorne.<br />
-Seríais un mal servidor <strong>de</strong>l rey -replicó<br />
éste-, si rehusaseis esa media hora <strong>de</strong> satisfacción<br />
a Su Majestad.<br />
-Pero, ¿y el pintor? -objetó Saint-Aignan.
-Yo me encargo <strong>de</strong> él -dijo Malicorne-; lo<br />
único que os 'pido es que me <strong>de</strong>jéis tomar consejo<br />
<strong>de</strong> los semblantes y <strong>de</strong> las circunstancias;<br />
éstas son mis operaciones <strong>de</strong> magia, y mientras<br />
que los hechiceros toman con el astrolabio la<br />
altura <strong>de</strong>l sol, <strong>de</strong> la luna y <strong>de</strong> sus constelaciones,<br />
yo me contento con ver si los ojos<br />
tienen algún círculo negro, o si la boca <strong>de</strong>scribe<br />
el arco convexo o cóncavo.<br />
-¡Pues observad!<br />
-Así lo haré.<br />
Y el astuto Malicorne pudo observar<br />
muy a sus anchas.<br />
Porque, aquella misma noche, fue el rey<br />
a la habitación <strong>de</strong> Madame con las reinas, y<br />
traía un semblante tan triste, lanzó tan hondos<br />
suspiros, miró a La Valliére con ojos tan melancólicos,<br />
que Malicorne dijo a Montalais:<br />
-¡Hasta mañana!<br />
Y fue a buscar al artista a su casa <strong>de</strong> la<br />
calle <strong>de</strong> los Jardines <strong>de</strong> San Pablo, para rogarle<br />
que aplazase la sesión dos días.
Saint-Aignan no estaba en su cuarto<br />
cuando La Valliére, familiarizada ya con el piso<br />
inferior, levantó la trampa y bajó.<br />
<strong>El</strong> rey, como <strong>de</strong> costumbre, la esperaba<br />
en la escalera con un ramillete en la mano. Al<br />
verla, la cogió en sus brazos.<br />
La Valliére, toda emocionada, miró en<br />
torno suyo, y, no viendo más que al rey, no lo<br />
llevó a mal. Se sentaron.<br />
Luis, recostado junto a los almohadones<br />
sobre que ella <strong>de</strong>scansaba, con la cabeza inclinada<br />
sobre las rodillas <strong>de</strong> su amada, clavado<br />
allí como en un asilo <strong>de</strong> don<strong>de</strong> nadie pudiera<br />
arrancarle, la miraba fijamente, y, como si<br />
hubiera llegado el momento en que nada pudiera<br />
ya interponerse entre aquellas dos almas,<br />
se puso ella por su parte a <strong>de</strong>vorarle con la mirada.<br />
De sus ojos tan dulces, tan puros, brotaba<br />
una llama continua, cuyos rayos iban a buscar<br />
el corazón <strong>de</strong> su regio amante para calentarle<br />
primero y <strong>de</strong>vorarle <strong>de</strong>spués.
Abrasado por el contacto <strong>de</strong> las trémulas<br />
rodillas, estremecido <strong>de</strong> placer cuando la<br />
mano <strong>de</strong> Luisa se <strong>de</strong>slizaba por sus cabellos, el<br />
rey se extasiaba en aquella felicidad turbada<br />
por el temor <strong>de</strong> ver entrar al pintor o a Saint-<br />
Aignan.<br />
Con esta previsión dolorosa, se esforzaba<br />
a veces en dominar la seducción que se infiltraba<br />
en sus venas, invocaba el sueño <strong>de</strong>l corazón<br />
y <strong>de</strong> los sentidos, y rechazaba la realidad<br />
inminente para correr tras una sombra.<br />
Mas la puerta no se abrió ni para Saint-Aignan<br />
ni para el pintor, y ni se movieron siquiera las<br />
cortinas. Un silencio impregnado <strong>de</strong> misterio y<br />
<strong>de</strong> voluptuosidad aletargó hasta a los pájaros<br />
en su dorada jaula.<br />
EL rey, vencido, volvió la cabeza y pegó<br />
su boca. enar<strong>de</strong>cida a las dos manos <strong>de</strong> La Valliére.<br />
Ésta, sin saber ya lo que hacía, oprimió<br />
con sus temblorosas manos los labios <strong>de</strong> su<br />
regio amante.
Luis se <strong>de</strong>jó caer vacilante <strong>de</strong> rodillas, y,<br />
como La Valliére no moviera la cabeza, la frente<br />
<strong>de</strong>l rey se halló junto a los labios <strong>de</strong> la joven, la<br />
cual, en medio <strong>de</strong> su éxtasis, rozó con un furtivo<br />
y moribundo beso los cabellos perfumados<br />
que le acariciaban las mejillas.<br />
<strong>El</strong> rey la cogió en sus brazos, y, sin que<br />
ella opusiera resistencia, cambiaron los dos ese<br />
beso ardiente que trueca el amor en <strong>de</strong>lirio.<br />
Ni el pintor ni Saint-Aignan entraron<br />
aquel día.<br />
Una especie <strong>de</strong> embriaguez pesada y<br />
dulce que refresca los sentidos y <strong>de</strong>ja circular<br />
como un lento veneno el sueño en las venas, ese<br />
sueño impalpable, lánguido como una vida<br />
dichosa, se interpuso, como una nube, entre la<br />
vida pasada y futura <strong>de</strong> los dos amantes.<br />
En medio <strong>de</strong> aquel sueño preñado, <strong>de</strong><br />
ilusiones, un ruido continuo que se oía en el<br />
piso superior alarmó primero a La Valliére,<br />
pero sin <strong>de</strong>spertarla <strong>de</strong>l todo.
No obstante, como el ruido continuaba<br />
y se oía cada vez con más claridad, recordando<br />
la realidad a la pobre joven embriagada <strong>de</strong> ilusión,<br />
se levantó asustada, bella en su <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />
diciendo:<br />
-¡Alguien me aguarda arriba! ¡Luis,<br />
Luis! ¿No oís?<br />
-¿No os espero yo a vos? -dijo el rey con<br />
ternura-. ¡Que en a<strong>de</strong>lante os esperen los <strong>de</strong>más!<br />
Pero ella movió la cabeza.<br />
-¡Felicidad oculta! -dijo asomando a sus<br />
ojos dos gruesas lágrimas-. Po<strong>de</strong>r oculto... Mi<br />
orgullo <strong>de</strong>be callarse como mi corazón. <strong>El</strong> ruido<br />
volvió a oírse.<br />
-Oigo la voz <strong>de</strong> Montalais -dijo La Valliére.<br />
Y subió precipitadamente la escalera.<br />
<strong>El</strong> rey subía con ella, no acertando a<br />
separarse <strong>de</strong> su lado, y cubría <strong>de</strong> besos su mano<br />
y la fimbria <strong>de</strong> su vestido.
-Sí, sí -repitió la joven asomando medio<br />
cuerpo por la trampa-, sí, es la voz <strong>de</strong> Montalais<br />
que llama; por fuerza ha ocurrido alguna<br />
novedad importante.<br />
-Pues id, vida mía -dijo el rey-, y volved<br />
pronto.<br />
-¡Oh! Hoy no. ¡Adiós, adiós! Y, bajándose<br />
otra vez para abrazar a su amante, entró en<br />
la habitación. Montalais la aguarda, en efecto,<br />
pálida y agitada.<br />
-¡Pronto, pronto, que sube! ¿Quién?<br />
¿Quién sube?<br />
-¡Él! ¡Ya me lo temía!<br />
-Pero, ¿quién es él? ¡Me matas!<br />
-¡Raúl! -murmuró Montalais.<br />
-Yo, sí, yo -contestó una voz gozosa<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las últimas gradas <strong>de</strong> la escalera.<br />
La Valliére lanzó un grito terrible, y<br />
retrocedió, espantada.<br />
-Aquí estoy, aquí estoy, amada Luisa -<br />
dijo Raúl acudiendo presuroso-. ¡Oh! ¡Bien sabía<br />
que me amabais siempre!
Luisa hizo un movimiento <strong>de</strong> terror y<br />
otro <strong>de</strong> maldición, y, aunque se esforzó por<br />
hablar, sólo pudo pronunciar esta palabra:<br />
-¡No! ¡no!<br />
Y cayó en brazos <strong>de</strong> Montalais, murmurando:<br />
-¡No os aproximéis!<br />
Montalais hizo una seña a Raúl, que,<br />
petrificado en el umbral, ni trató <strong>de</strong> dar un paso<br />
más en la habitación.<br />
Después, dirigiendo su vista hacia el biombo:<br />
-¡Impru<strong>de</strong>nte! -dijo ella-. ¡La trampa no está<br />
cerrada!<br />
Y fue hacia el ángulo <strong>de</strong> la pieza para cerrar<br />
primero el biombo; <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> éste, la<br />
trampa.<br />
Pero al mismo tiempo lanzábase por ella el rey,<br />
que había oído el grito <strong>de</strong> La Valliére y acudía a<br />
socorrerla.<br />
Luis se arrodilló ante ella, redoblando sus preguntas<br />
a Montalais, que iba ya perdiendo la<br />
cabeza.
Pero en el instante en que el rey se hincaba <strong>de</strong><br />
rodillas, se oyó un grito <strong>de</strong> dolor en la puerta, y<br />
ruido <strong>de</strong> pasos en el corredor. <strong>El</strong> rey quiso correr<br />
a fin <strong>de</strong> ver quién había dado aquel grito y<br />
producía el ruido <strong>de</strong> pasos.<br />
Montalais procuró retenerle, pero no lo consiguió.<br />
<strong>El</strong> rey, <strong>de</strong>jando a La Valliére, se acercó a la<br />
puerta; pero Raúl estaba ya lejos, <strong>de</strong> modo que<br />
el rey no vio más que una especie <strong>de</strong> sombra<br />
que volvía la esquina <strong>de</strong>l corredor.<br />
XLVI<br />
DOS ANTIGUOS AMIGOS<br />
En tanto que en la Corte pensaba cada<br />
cual en sus asuntos, un hombre se dirigía misteriosamente<br />
<strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> la Gréve, a una casa<br />
que ya conocemos por haberla visto sitiada un<br />
día <strong>de</strong> revuelta por Artagnan.
Esta casa tenía su entrada principal por<br />
la plaza <strong>de</strong> Baudoyer. De bastante capacidad,<br />
cercada <strong>de</strong> jardines y ro<strong>de</strong>ada por la calle <strong>de</strong><br />
San Juan <strong>de</strong> herrerías que la mantenían al abrigo<br />
<strong>de</strong> miradas indiscretas, se. hallaba encerrada<br />
en aquel triple baluarte <strong>de</strong> piedras, <strong>de</strong> ruido y<br />
<strong>de</strong> verdor, como una momia perfumada en su<br />
triple caja.<br />
<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> que hablamos andaba con<br />
paso seguro a pesar <strong>de</strong> no hallarse en su primera<br />
juventud. Al ver su capa <strong>de</strong> color obscuro y<br />
su larga espada que mantenía levantada la capa,<br />
cualquiera habría reconocido en él a un<br />
buscador <strong>de</strong> aventuras; y si examinaba aquellos<br />
bigotes retorcidos y aquel cutis fino que aparecía<br />
bajo el sombrero, calcularía con razón que<br />
esas aventuras <strong>de</strong>bían ser galantes.<br />
Apenas entró el caballero en la casa,<br />
sonaron las ocho en San Gervasio.<br />
Y diez minutos <strong>de</strong>spués, una dama, seguida<br />
<strong>de</strong> un lacayo armado, fue a llamar a la
misma puerta, que una sirvienta anciana abrió<br />
al punto.<br />
La dama se levantó el velo al entrar. No era ya<br />
una belleza, pero era todavía una mujer; no era<br />
ya joven, pero se hallaba ágil y no tenía mal<br />
ver. Bajo un prendido rico y <strong>de</strong> buen gusto,<br />
disimulaba una edad que sólo Ninón <strong>de</strong> Lenclos<br />
pudo arrostrar con la sonrisa en los labios.<br />
Apenas entró en el zaguán, cuando el<br />
caballero, <strong>de</strong>l que no hemos hecho más que<br />
bosquejar los rasgos, a<strong>de</strong>lantóse a recibirla<br />
dándole la mano.<br />
-Querida duquesa -dijo-, buenas noches.<br />
-Felices, mi querido Aramis - replicó la<br />
duquesa.<br />
Aramis la condujo a un salón amueblado<br />
elegantemente, cuyas ventanas elevadas se<br />
teñían con los últimos resplandores <strong>de</strong>l día, que<br />
se filtraban por las cimas negras <strong>de</strong> algunos<br />
abetos.<br />
Los dos se sentaron al lado uno <strong>de</strong> otro,<br />
sin que a ninguno le pasase por la imaginación
la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> pedir luz, sepultándose <strong>de</strong> este modo<br />
en la sombra, como hubieran querido sepultarse<br />
mutuamente en el olvido.<br />
-Caballero -dijo la duquesa-, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
nuestra entrevista en Fontainebleau no me<br />
habéis comunicado noticias vuestras, y confieso<br />
que vuestra presencia, el día <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>l<br />
franciscano, y vuestra iniciación en ciertos secretos,<br />
me han causado la mayor sorpresa que<br />
he tenido en mi vida.<br />
-Puedo datos explicaciones respecto <strong>de</strong><br />
mi presencia en Fonlainebleau y <strong>de</strong> mi iniciación<br />
-dijo Aramis.<br />
-Pero, antes <strong>de</strong> nada -repuso con viveza<br />
la duquesa-, hablemos algo <strong>de</strong> nosotros. Hace<br />
mucho tiempo que somos buenos amigos.<br />
-Sí, señora, y si Dios lo permite, lo seremos,<br />
si no por mucho, tiempo, a lo menos<br />
siempre.<br />
-Así es, caballero, y mi visita es una<br />
prueba <strong>de</strong> ello.
-Ahora, señora, no tenemos el mismo<br />
interés que en otro tiempo -dijo Aramis, sonriendo<br />
sin temor en la penumbra, porque la<br />
falta <strong>de</strong> luz hacía que no pudiera adivinarse si<br />
su sonrisa era menos agradable y menos fresca<br />
que en otros tiempos.<br />
-Hoy, caballero, tenemos otros intereses;<br />
cada edad trae consigo los suyos; y como hoy<br />
nos enten<strong>de</strong>mos hablando, como en otra época<br />
nos entendíamos sin hablar, hablemos, si os<br />
parece.<br />
-Duquesa, a vuestras ór<strong>de</strong>nes. ¡Ah, perdonad!<br />
¿Cómo habéis encontrado mi dirección?<br />
¿Para qué me llamáis?<br />
-¿Para qué? Ya os lo he ficho.<br />
La curiosidad me ha movido a ello. Deseaba<br />
saber qué teníais que ver con el franciscano,<br />
a quien yo conocía, y que murió <strong>de</strong> un<br />
modo tan particular. Ya sabéis que cuando nos<br />
encontramos en Fontainebleau, en aquel cementerio,<br />
al pie <strong>de</strong> aquella sepultura recientemente<br />
cerrada, nos emocionamos uno y otro
hasta el punto <strong>de</strong> no acertar a confiarnos cosa<br />
alguna.<br />
-Sí, señora.<br />
-Pues bien, apenas os <strong>de</strong>jé, me arrepentí<br />
<strong>de</strong> ello. Siempre me ha sido grato saber, en lo<br />
cual se me parece algo madame <strong>de</strong> Longueville.<br />
¿No es cierto?<br />
-No sé -dijo Aramis discretamente.<br />
-Recordé, pues -prosiguió la duquesa-,<br />
que nada nos habíamos dicho en aquel cementerio,<br />
ni vos <strong>de</strong> lo que teníais que ver con aquel<br />
franciscano, cuya inhumación vigilábais, ni yo<br />
<strong>de</strong> las relaciones que con él tenía. Todo eso me<br />
ha parecido impropio <strong>de</strong> dos buenos amigos<br />
como nosotros, y he buscado ocasión <strong>de</strong> que<br />
nos veamos para darnos una prueba más <strong>de</strong><br />
que María Michón, la pobre difunta, ha <strong>de</strong>jado<br />
sobre la tierra una sombra <strong>de</strong> buenos recuerdos.<br />
Aramis inclinóse hacia la mano <strong>de</strong> la<br />
duquesa y estampó en ella un beso galante.
-Algún trabajo os habrá costado hallarme<br />
-dijo.<br />
-Sí -repuso la dama, sintiendo volver a<br />
lo que <strong>de</strong>seaba indagar Aramis-; pero como<br />
sabía que sois amigo <strong>de</strong>l señor Fouquet, me he<br />
informado por los allegados a éste.<br />
-¿Amigo? -dijo el caballero-.Mucho <strong>de</strong>cís,<br />
señora. No soy más que un pobre cura favorecido<br />
por tan generoso protector; un corazón<br />
lleno <strong>de</strong> reconocimiento y fi<strong>de</strong>lidad. He ahí<br />
lo que soy respecto al señor Fouquet.<br />
-¿Es verdad que os ha hecho obispo? -<br />
replicó la dama.<br />
-Sí, duquesa.<br />
-Este es vuestro retiro, gallardo mosquetero.<br />
"Como el tuyo las intrigas políticas" -<br />
dijo entre sí Aramis.<br />
Y añadió:<br />
-¿De modo que os informasteis en el<br />
círculo <strong>de</strong> relaciones <strong>de</strong>l señor Fouquet?
-Fácilmente. Estuvisteis en Fontainebleau<br />
con él, y habéis hecho un viajecito a<br />
vuestra diócesis, que es Belle-Isle-en-Mer, según<br />
creo.<br />
-No, no, señora -dijo Aramis-. Mi diócesis<br />
es Vannes.<br />
-Eso quise <strong>de</strong>cir; sólo que me parecía<br />
que Belle-Isle-en-Mer...<br />
-Es una posesión <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />
nada más.<br />
-Sí, mas me habían dicho que estaba<br />
fortificada, y recordaba que sois militar, amigo<br />
mío.<br />
-Des<strong>de</strong> que abracé el estado eclesiástico,<br />
todo lo he olvidado - dijo picado Aramis.<br />
-Claro... Supe, <strong>de</strong>cía, que habíais vuelto<br />
<strong>de</strong> Vannes, y envié a preguntar a un amigo<br />
vuestro, al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> La Fére.<br />
-¡Ah! -murmuró Aramis.<br />
-Ése es discreto, y me contestó que ignoraba<br />
vuestra dirección. "¡Siempre Athos! -pensó<br />
el obispo-. Lo bueno, siempre es bueno.
-Entonces ... Ya sabéis que no puedo<br />
presentarme aquí, porque la reina madre siempre<br />
tiene algo contra mí.<br />
-Sí, y por eso me asombro <strong>de</strong> veros.<br />
-He tenido muchos motivos para venir...<br />
-Pero continúo... Tuve, pues, que escon<strong>de</strong>rme;<br />
pero, por suerte, encontré al señor <strong>de</strong><br />
Artagnan, uno <strong>de</strong> vuestros antiguos amigos,<br />
¿no es cierto?<br />
-De mis amigos actuales, duquesa.<br />
-Bien; pues él me informó, enviándome<br />
al señor Baisemeaux, alcai<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Bastilla.<br />
Aramis estremecióse, y sus ojos <strong>de</strong>spidieron<br />
en la sombra una llama<br />
que no pudo escapar a su perspicaz amiga.<br />
-¡<strong>El</strong> señor Baisemeaux! -exclamó-. ¿Y<br />
por qué os envió Artagnan al señor Baisemeaux?<br />
-¡Ah! No sé.<br />
-¿Qué quiere <strong>de</strong>cir eso? -dijo el obispo,<br />
reuniendo todas las fuerzas intelectuales a fin<br />
<strong>de</strong> sostener dignamente el combate.
-<strong>El</strong> señor Baisemeaux os está obligado,<br />
según me ha dicho Artagnan.<br />
-Es verdad.<br />
-Pues bien, sabiéndose dón<strong>de</strong> para un<br />
<strong>de</strong>udor, es fácil saber dón<strong>de</strong> hallar al acreedor.<br />
-También eso es verdad... Y Baisemeaux<br />
entonces os indicó...<br />
-Saint-Mandé, don<strong>de</strong> os hice entregar<br />
una carta.<br />
-Que tengo aquí y me es muy preciosa -<br />
dijo Aramis-, puesto que me ha proporcionado<br />
el placer <strong>de</strong> veros.<br />
Contenta la duquesa <strong>de</strong> haber orillado<br />
sin contratiempo todas las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquella<br />
exposición <strong>de</strong>licada, respiró.<br />
Aramis no respiró.<br />
-Estábamos -dijo- en vuestra visita a<br />
Baisemeaux.<br />
-No -dijo ella riendo-, más lejos.<br />
-Entonces, en vuestro rencor contra la<br />
reina madre.
-Más allá todavía -dijo la dama-, más<br />
allá; estábamos en las relaciones... Es sencillo -<br />
prosiguió la duquesa tomando su partido-. Ya<br />
sabéis que vivo con el señor <strong>de</strong> Laicques.<br />
-Sí, señora. -Un casi marido. -Así dicen.<br />
-¿En Bruselas?<br />
-Sí.<br />
-Ya sabéis que mis hijos me han arruinado<br />
y <strong>de</strong>spojado.<br />
-¡Oh, qué miseria, duquesa!<br />
-¡Es horrible! He tenido que ingeniarme<br />
para vivir, y principalmente para no vegetar.<br />
-Lo concibo.<br />
Tenía odios que explotar, amista<strong>de</strong>s que<br />
favorecer, y me encontraba sin crédito ni protectores.<br />
-¡Vos, que habéis protegido a tantos! -<br />
dijo suavemente Aramis. Así pasa siempre,<br />
caballero. Entonces vi al rey <strong>de</strong> España, que<br />
acababa <strong>de</strong> nombrar un general <strong>de</strong> los jesuitas,<br />
como <strong>de</strong> costumbre.<br />
-¡Ah! ¿Es eso costumbre?
-¿Lo ignorabais?<br />
-Perdonad; estaba distraído.<br />
-En efecto, no podíais ignorarlo, estando<br />
en una intimidad tan gran<strong>de</strong> con el franciscano.<br />
-¿Con el general <strong>de</strong> los jesuitas, queréis<br />
<strong>de</strong>cir?<br />
-Precisamente... Vi, pues, al rey <strong>de</strong> España.<br />
Quiso favorecerme, pero no podía. Sin<br />
embargo, me recomendó en Flan<strong>de</strong>s, a mí y a<br />
Laicques, e hízome dar una pensión <strong>de</strong> los fondos<br />
<strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n.<br />
-¿De los jesuitas?<br />
<strong>El</strong> general, quiero <strong>de</strong>cir el franciscano,<br />
vino a verme. -Muy bien.<br />
-Y como, para regularizar la situación,<br />
según los estatutos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n, <strong>de</strong>bía ser consi<strong>de</strong>rado<br />
como prestando servicios... Ya sabéis<br />
que ésa es la regla.<br />
-Lo ignoraba.<br />
Madame <strong>de</strong> Chevreuse <strong>de</strong>túvose para<br />
mirar a Aramis; pero reinaba una gran obscuridad.
-Pues bien, ésa es la regla -añadió-. Debía,<br />
pues, aparecer que yo prestaba alguna utilidad.<br />
Propuse viajar para la Or<strong>de</strong>n, y se me<br />
inscribió entre los afiliados viajeros. Ya comprendéis<br />
que eso no era más que apariencia y<br />
una formalidad.<br />
-Perfectamente.<br />
-Así cobraba yo mi pensión, que era<br />
muy <strong>de</strong>cente.<br />
-¡Dios mío, duquesa, es para mí una<br />
puñalada lo que estáis diciendo! ¡Vos precisada<br />
a recibir una pensión <strong>de</strong> los jesuitas!<br />
-No, caballero, <strong>de</strong> España. -¡Oh! Salvo el<br />
caso <strong>de</strong> conciencia, duquesa, no podréis menos<br />
<strong>de</strong> convenir en que es lo mismo.<br />
-No, no; <strong>de</strong> ninguna manera. -De modo,<br />
que <strong>de</strong> toda aquella pingüe fortuna, queda...<br />
-Dampierre, y nada más. -Vamos, todavía<br />
es una bicoca! -Sí, pero Dampierre hipotecado<br />
y algo arruinado, como la propietaria.
-¿Y la reina madre ve todo eso con ojos<br />
enjutos? -preguntó Ara. mis con mirada curiosa,<br />
que sólo encontró tinieblas.<br />
-Sí, todo lo ha olvidado.<br />
-Me parece, duquesa, que habéis intentado<br />
volver a su gracia.<br />
-Sí; pero, por una singularidad que no<br />
tiene nombre, me encuentro con que el joven<br />
rey ha heredado la antipatía que su querido<br />
padre me profesaba. Bien podéis <strong>de</strong>cir que pertenezco<br />
a la especie <strong>de</strong> mujeres a quienes se<br />
odia, no a la <strong>de</strong> aquellas a quienes se ama.<br />
-Querida duquesa, os suplico que vengamos<br />
al objeto que os trae, porque se me figura<br />
que podremos servirnos recíprocamente.<br />
-Eso mismo he pensado. Fui, por tanto,<br />
a Fontainebleau con un doble objeto. En primer<br />
lugar, me llamó allí el franciscano <strong>de</strong> que ya<br />
tenéis noticia... A propósito, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> le conocíais?...<br />
Porque yo he referido mi historia, y vos<br />
no me habéis hablado <strong>de</strong> la vuestra.
-Lo conocí <strong>de</strong> una manera muy natural,<br />
duquesa. Estudié teología con él en Parma, nos<br />
hicimos íntimos, y unas veces los negocios,<br />
otras los viajes, otras las guerras, nos tenían<br />
apartados.<br />
-Sabíais que fuese general <strong>de</strong> los jesuitas?<br />
-Lo presumía.<br />
-¿Y por qué extraña casualidad fuisteis,<br />
vos también, a la hostería don<strong>de</strong> se reunían los<br />
afiliados viajeros?<br />
-¡Oh! -dijo Aramis con voz tranquila-.<br />
Pura casualidad. Iba a Fontainebleau a casa <strong>de</strong>l<br />
señor<br />
Fouquet, para obtener una audiencia <strong>de</strong><br />
rey, cuando encontré en el camino a aquel <strong>de</strong>sgraciado<br />
moribundo y le reconocí. Ya sabéis lo<br />
<strong>de</strong>más el pobre expiró en mis brazos.<br />
-Sí, pero <strong>de</strong>jándoos en el cielo y sobre la<br />
tierra un po<strong>de</strong>r tan gran<strong>de</strong>, que disteis en su<br />
nombre ór<strong>de</strong>nes soberanas.<br />
-En efecto, me hizo varios encargos
-¿Y qué os dijo para mí?<br />
-Ya os lo he dicho: que se os entregase<br />
una suma <strong>de</strong> doce mil libras. Me parece haberos<br />
dado la firma necesaria para cobrar. ¿No lo<br />
habéis hecho?<br />
-Sí, mi amado prelado; pero me han<br />
dicho que dabais esas ór<strong>de</strong>nes con tal misterio<br />
y con tan soberana majestad, que generalmente<br />
os han creído sucesor <strong>de</strong>l querido difunto.<br />
Aramis púsose encarnado <strong>de</strong> impaciencia.<br />
La duquesa continuó: -Procuré informarme<br />
cerca <strong>de</strong>l rey <strong>de</strong> España, y se disiparon<br />
mis dudas sobre el particular. <strong>El</strong> general <strong>de</strong><br />
los jesuitas es <strong>de</strong> nombramiento suyo, y <strong>de</strong>be<br />
ser español, conforme a los estatutos <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n.<br />
Vos no sois español, ni habéis sido nombrado<br />
por el rey <strong>de</strong> España.<br />
Aramis sólo contestó:<br />
-Ya a veis, duquesa, que estábais en un<br />
error, puesto que el rey <strong>de</strong> España os ha dicho<br />
eso.
-Amigo Aramis; pero hay otra cosa, en<br />
la cual he pensado.<br />
-.¿Qué es?<br />
-Ya sabéis que suelo pensar algo en todo.<br />
-Sí, duquesa.<br />
- Conocéis el español?<br />
-Todo francés que ha entrado en la<br />
Fronda lo sabe.<br />
Habéis residido en Flan<strong>de</strong>s?<br />
-Tres años.<br />
-¿Y habéis estado en Madrid?<br />
-Quince meses.<br />
-Entonces, os halláis en estado <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />
ser naturalizado español.<br />
-¿De veras? -dijo Aramis con candor que<br />
engañó a la duquesa.<br />
-Sin duda... Dos años <strong>de</strong> permanencia y<br />
el conocimiento <strong>de</strong> la lengua son las condiciones<br />
indispensables. Habéis estado más <strong>de</strong> cuatro<br />
años ... más <strong>de</strong>l doble.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> vais a parar, querida dama?
-A esto: estoy en buenas relaciones con<br />
el rey <strong>de</strong> España. "Tampoco estoy yo en malas",<br />
pensó Aramis.<br />
-¿Queréis -continuó la duquesa- que<br />
solicite <strong>de</strong>l rey la sucesión <strong>de</strong>l franciscano para<br />
vos?<br />
-¡Oh duquesa!<br />
-¿Tal vez la tengáis ya?<br />
-¡No, a fe mía!<br />
-Pues bien, puedo haberos ese servicio.<br />
-¿Por qué no se lo habéis hecho al señor<br />
<strong>de</strong> Laicques, duquesa? Es hombre <strong>de</strong> talento, y<br />
le amáis.<br />
-Cierto que sí; pero no conviene eso. En<br />
fin, respon<strong>de</strong>d, Laicques o no Laicques, ¿aceptáis?<br />
-¡No, duquesa, gracias! La duquesa calló.<br />
"Nombrado está", pensó.<br />
-Ya que <strong>de</strong> ese modo rehusáis mi oferta<br />
-replicó la señora <strong>de</strong> Chevreuse-, no creo exce<strong>de</strong>rme<br />
pidiéndoos algo para mí.
-Pedid, duquesa, pedid. -¡Pedir! ... Inútil<br />
sería, si no tenéis la facultad <strong>de</strong><br />
conce<strong>de</strong>r. -Por poco que pueda, no <strong>de</strong>jéis <strong>de</strong><br />
pedir.<br />
-Necesito algún dinero a fin <strong>de</strong> hacer<br />
reparar Dampierre.<br />
-¡Ah! -replicó Aramis fríamente-. ¿Dinero?...<br />
Veamos, duquesa, ¿cómo cuánto?<br />
-Una suma regular.<br />
-¡Malo! Ya sabéis que no soy rico.<br />
-Vos, no; pero la Or<strong>de</strong>n, sí. Si fuerais<br />
general...<br />
-Pero ya sabéis que no lo soy.<br />
-Entonces, tenéis un amigo que <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />
ser rico; el señor Fouquet.<br />
-¿<strong>El</strong> señor Fouquet? ¡Señora, si está medio<br />
arruinado!<br />
-Así lo he oído, pero no lo quise creer.<br />
-¿Por qué, duquesa?<br />
-Porque tengo <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal Mazarino<br />
algunas cartas, es <strong>de</strong>cir, las tiene Laicques, en<br />
que se <strong>de</strong>tallan cuentas muy extrañas.
-¿Qué cuentas?<br />
-Son rentas vendidas, empréstitos<br />
hechos... no me acuerdo bien. Pero sea come<br />
quiera, <strong>de</strong> ellas resulta que el superinten<strong>de</strong>nte,<br />
en, virtud <strong>de</strong> cartas firmadas por Mazarino, ha<br />
sacado <strong>de</strong> las arcas <strong>de</strong>l Estado unos treinta millones.<br />
<strong>El</strong> caso es grave.<br />
Aramis clavóse las uñas en la mano.<br />
-¡Bah! ¿Y cómo es que teniendo cartas<br />
<strong>de</strong> esa naturaleza no le habéis hablado <strong>de</strong> ella al<br />
señor Fouquet?<br />
-¡Oh! -replicó la duquesa-. Semejantes<br />
cosas se tienen siempre reservadas, para sacarlas<br />
<strong>de</strong>l armario el día que se necesiten.<br />
-¿Y ha llegado ese día? -dijo Aramis.<br />
-Sí, amigo.<br />
-¿Y vais a enseñar esas cartas al señor<br />
Fouquet?<br />
-Prefiero enten<strong>de</strong>rme con vos.<br />
-Muy necesitada <strong>de</strong>béis estar <strong>de</strong> dinero,<br />
pobre amiga, para pensar en tales cosas, pues
ecuerdo la poca estima en que teníais la prosa<br />
<strong>de</strong>l señor Mazarino.<br />
-En efecto, necesito dinero.<br />
-A<strong>de</strong>más -prosiguió Aramis con la mayor<br />
frialdad-, habréis tenido que hacer un esfuerzo<br />
para echar mano <strong>de</strong> ese recurso. Es<br />
cruel.<br />
-¡Oh! Si hubiera querido hacer mal y no<br />
bien -dijo la señora <strong>de</strong> Chevreuse-, , en vez <strong>de</strong><br />
pedir al general <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n o al señor Fouquet<br />
las quinientas mil libras que necesito...<br />
-¡Quinientas mil libras! -Nada más. ¿Os<br />
parece mucho?<br />
Es lo menos que necesito para reparar<br />
Dampierre.<br />
-Sí, señora.<br />
-Decía, pues, que en lugar <strong>de</strong> pedir esa<br />
cantidad, hubiera buscado a mi antigua amiga,<br />
la reina madre. Las cartas <strong>de</strong> su esposo, el signor<br />
Mazarini, habrían servido para introducirme<br />
hasta ella, y le habría pedido aquella<br />
bagatela, diciéndole: “Señora, quiero tener el
honor <strong>de</strong> recibir a Vuestra Majestad en Dampierre;<br />
permitidme que lo ponga en estado <strong>de</strong><br />
po<strong>de</strong>rlo hacer dignamente”.<br />
Aramis no replicó una palabra.<br />
-Vamos -preguntó la dama-, ¿en qué<br />
pensáis?<br />
-Hago sumas -dijo Aramis.<br />
-Y el señor Fouquet substracciones. Pero<br />
yo quiero multiplicar. ¡Qué excelentes matemáticos<br />
somos! ¡Qué bien podríamos enten<strong>de</strong>mos!<br />
-¿Me concedéis algún tiempo para reflexionar?<br />
-dijo Aramis.<br />
-No... Para tal negociación, entre personas<br />
como nosotros, es preciso <strong>de</strong>cir sí o no en el<br />
acto. "Este es un lazo -pensó el obispo-; es imposible<br />
que Ana <strong>de</strong> Austria dé oídos a semejante<br />
mujer."<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís? -insistió la duquesa.<br />
-Digo, señora, que extrañaría mucho<br />
que el señor Fouquet pudiese disponer en estos<br />
momentos <strong>de</strong> quinientas mil libras.
-No hablemos más, pues, <strong>de</strong>l asunto, y<br />
Dampierre se reparará como se pueda.<br />
-¡Oh! Supongo que no llegarán vuestros<br />
apuros hasta ese punto.<br />
-No, yo no me apuro nunca.<br />
-Y la reina -continuó el obispo- hará en<br />
vuestro favor lo que no pue<strong>de</strong> hacer el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-Así lo creo... Mas, <strong>de</strong>cidme, ¿no os pare<br />
bien que hable yo misma al señor Fouquet <strong>de</strong><br />
esas cartas?<br />
-En este punto, duquesa, podéis hacer lo<br />
que mejor os plazca; pero una <strong>de</strong> dos: o el señor<br />
Fouquet se reconoce culpable o no; en el primer<br />
caso, le creo bastante orgulloso para no confesarlo;<br />
en el segundo, no podrá menos <strong>de</strong> mostrarse<br />
altamente ofendido por tal amenaza.<br />
-Discurrís siempre como un ángel.<br />
La duquesa se levantó.<br />
-¿De consiguiente, vais a <strong>de</strong>nunciar a la<br />
reina al señor Fouquet? -dijo Aramis.
-¿Denunciar?... ¡Vaya una palabra! No<br />
creáis que yo <strong>de</strong>nuncie, querido amigo; conocéis<br />
sobrado bien la política para ignorar cómo<br />
se hacen semejantes cosas; tomaré partido contra<br />
el señor Fouquet.<br />
-Tenéis razón.<br />
-Y, en una guerra <strong>de</strong> partido, un arma es<br />
un arma.<br />
-Sin duda.<br />
-Una vez reconciliada con la reina, puedo<br />
ser peligrosa.<br />
-Y estaréis en vuestro <strong>de</strong>recho, duquesa.<br />
-De que pienso usar, mi querido amigo.<br />
-¿Ya sabéis que el señor Fouquet está en<br />
la mejor armonía con el rey <strong>de</strong> España, duquesa?<br />
-¡Oh! Lo presumo.<br />
-Y el señor Fouquet, si le hacéis una<br />
guerra <strong>de</strong> partido, como habéis dicho, os <strong>de</strong>clarará<br />
otra por su parte.<br />
-¡Cómo ha <strong>de</strong> ser!<br />
-También estará en su <strong>de</strong>recho, ¿no?
-Indudablemente.<br />
-Y, como está en buenas relaciones con<br />
España, hará un arma <strong>de</strong> su amistad.<br />
-Queréis <strong>de</strong>cir que tendrá también a su<br />
favor al general <strong>de</strong> los jesuitas, mi querido<br />
Aramis.<br />
-Pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r, duquesa.<br />
-Y entonces me suprimirán la pensión<br />
que percibo <strong>de</strong> ese lado. . .<br />
-Mucho me lo temo.<br />
-Ya veremos <strong>de</strong> consolarnos... ¡Ay, amigo<br />
mío! Después <strong>de</strong> Richelieu, <strong>de</strong> la Fronda y<br />
<strong>de</strong>l <strong>de</strong>stierro, ¿qué pue<strong>de</strong> temer madame <strong>de</strong><br />
Chevreuse?<br />
-La pensión, como sabéis, es <strong>de</strong> cuarenta<br />
y ocho mil libras.<br />
-¡Ay! Bien lo sé.<br />
-A<strong>de</strong>más, en las guerras <strong>de</strong> partido, no<br />
lo ignoráis, se persigue a los amigos <strong>de</strong>l enemigo.<br />
-¡Ah! ¿Lo <strong>de</strong>cís por el pobre Laicques?
-Es casi inevitable, duquesa. -No percibe<br />
más que doce mil libras <strong>de</strong> pensión.<br />
-Sí; pero el rey <strong>de</strong> España tiene crédito;<br />
aconsejado por el señor Fouquet, podría hacer<br />
encerrar al señor Laicques en alguna fortaleza.<br />
-No me causa eso gran miedo, mi buen<br />
amigo, porque a favor <strong>de</strong> la reconciliación con<br />
Ana <strong>de</strong> Austria, conseguiré que Francia pida la<br />
libertad <strong>de</strong> Laicques.<br />
-Es verdad. Entonces tendréis que temer<br />
otra cosa.<br />
-¿Cuál? -preguntó la duquesa aparentando<br />
sorpresa y temor.<br />
-Ya sabéis que el que llega a ingresar en<br />
la Or<strong>de</strong>n, no pue<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> ella sin gran dificultad.<br />
Los secretos que se penetran son muy peligrosos,<br />
y llevan consigo gérmenes <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia<br />
para el indiscreto que los revela.<br />
La duquesa reflexionó un momento.<br />
-¡Eso es cosa más seria! -dijo-. Lo reflexionaré.
Y, no obstante la obscuridad profunda,<br />
sintió Aramis una mirada abrasadora como un<br />
hierro can<strong>de</strong>nte, escapar <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> su amiga<br />
para ir a hundirse en su corazón.<br />
-Recapitulemos -dijo Aramis, que estaba<br />
prevenido y <strong>de</strong>slizando la mano bajo la ropilla,<br />
en don<strong>de</strong> ocultaba un estilete.<br />
-Eso es, recapitulemos: las buenas cuentas<br />
hacen los buenos amigos...<br />
-La supresión <strong>de</strong> vuestra pensión...<br />
-Cuarenta y ocho mil libras, y las <strong>de</strong><br />
Laicques, doce mil, hacen sesenta mil libras. ¿Es<br />
eso lo que queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Exactamente, y busco lo que ganáis en<br />
cambio.<br />
-Quinientas mil libras que obtendré <strong>de</strong><br />
la reina.<br />
-O no.<br />
-Sé el medio <strong>de</strong> conseguirlas -dijo aturdidamente<br />
la duquesa. Estas palabras hicieron<br />
aguzar el oído a Aramis. A partir <strong>de</strong> aquella<br />
falta <strong>de</strong>l adversario, estuvo su inteligencia tan
alerta, que fue ganando siempre ventaja sobre<br />
ella.<br />
-Admito que saquéis ese dinero -repuso-<br />
; aún per<strong>de</strong>réis el dobles, puesto que podéis<br />
cobrar cien mil francos <strong>de</strong> pensión en vez <strong>de</strong> los<br />
sesenta mil, y por espacio <strong>de</strong> diez años.<br />
-No, porque sólo tendré esa disminución<br />
<strong>de</strong> renta mientras dure el Ministerio<br />
<strong>de</strong>l señor Fouquet, y no le doy <strong>de</strong> vida arriba <strong>de</strong><br />
dos meses.<br />
-¡Ah! -exclamó Aramis.<br />
-Ya veis que soy sincera.<br />
-Os doy las gracias, duquesa; pero haríais<br />
mal en suponer que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l<br />
señor Fouquet siguiera la Or<strong>de</strong>n pagándoos la<br />
pensión.<br />
-Sé los medios <strong>de</strong> obligar a ello a la Or<strong>de</strong>n,<br />
como sé también los <strong>de</strong> hacer contribuir a<br />
la reina madre.<br />
-Entonces, duquesa, no nos queda otro<br />
remedio que arriar ban<strong>de</strong>ra ante vuestro po<strong>de</strong>-
ío. ¡Sea vuestra la victoria! ¡Para vos el triunfo!<br />
Sed clemente, os lo ruego. ¡Sonad, clarines!<br />
-¿Cómo es posible -replicó la duquesa<br />
sin hacer caso <strong>de</strong> la ironía- que retrocedáis ante<br />
quinientas mil miserables libras, cuando se trata<br />
<strong>de</strong> evitaros, quiero <strong>de</strong>cir a vuestro amigo,<br />
perdón, a vuestro protector, los disgustos que<br />
lleva consigo una guerra <strong>de</strong> partido?<br />
-Os lo diré, duquesa: porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
esas quinientas mil libras, el señor Laicques<br />
reclamará su parte, que será también <strong>de</strong> otras<br />
quinientas mil libras, ¿no es así?<br />
Así es que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong>l señor<br />
Laicques y la vuestra, vendrá la <strong>de</strong> vuestros<br />
hijos, la <strong>de</strong> vuestros , pobres, la <strong>de</strong> todo el<br />
mundo, y unas cartas, por mucho que comprometan,<br />
no valen tres o cuatro millones.<br />
¡Caray, duquesa! Los herretes <strong>de</strong> la reina<br />
<strong>de</strong> Francia valían más que esos pedazos <strong>de</strong><br />
papel firmados por el señor Mazarino, y no<br />
costó . adquirirlos la cuarta parte <strong>de</strong> lo que pedís<br />
para vos.
-¡Ah, verdad es, verdad es! Pero el comerciante<br />
pone a su mercancía el precio que le<br />
da la gana, y el comprador queda en libertad <strong>de</strong><br />
tomarlo o rehusarlo.<br />
-Escuchad, duquesa: ¿queréis que os<br />
diga por qué no compro vuestras cartas?<br />
-Decid.<br />
-Vuestras cartas <strong>de</strong> Mazarino son falsas.<br />
-¡De veras!<br />
-Sí; porque sería por lo menos extraño<br />
que, enemistada con la reina por Mazarino,<br />
hubiérais mantenido con éste un trato íntimo;<br />
eso olería a pasión, a espionaje, a ... perdonad;<br />
no quiero <strong>de</strong>cir la palabra.<br />
-Hablad sin reparo.<br />
-A complacencia.<br />
-Todo eso es verda<strong>de</strong>ro; pero no lo es<br />
menos lo que contienen las cartas.<br />
-Os juro, duquesa, que no podréis serviros<br />
<strong>de</strong> ellas para con la reina.<br />
-¡Oh! Sí tal: <strong>de</strong> todo puedo servirme<br />
para con ella.
"¡Bueno! -pensó Aramis-. ¡Canta, pues,<br />
arpía! ¡Silba lo que quieras, víbora!"<br />
Pero la duquesa había dicho ya bastante,<br />
y dio dos pasos hacia la puerta.<br />
Aramis le reservaba una <strong>de</strong>sgracia... la<br />
imprecación que <strong>de</strong>ja oír el vencido tras el carro<br />
<strong>de</strong>l triunfador. Llamó.<br />
En el salón aparecieron luces. Aramis<br />
clavó una mirada irónica<br />
en aquellas mejillas pálidas y <strong>de</strong>scarnadas, en<br />
aquellos ojos, cuyo fuego escapaba <strong>de</strong> los párpados<br />
<strong>de</strong>snudos, y en aquella boca, cuyos labios<br />
ocultaban con cuidado unos dientes ennegrecidos<br />
y raros.<br />
En seguida se cuadró graciosamente,<br />
<strong>de</strong>jando ver su nerviosa y bien formada pierna,<br />
su cabeza luminosa y altiva, y sonrió para enseñar<br />
unos dientes que, a la luz, <strong>de</strong>spedían aun<br />
cierto brillo. La envejecida coqueta comprendió<br />
al galante mofador, hallándose colocada casualmente<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un gran espejo que refle-
jaba toda su <strong>de</strong>crepitud, tan cuidadosamente<br />
disimulada.<br />
Entonces, sin saludar siquiera a Aramis,<br />
que se inclinaba con flexibilidad y donaire, como<br />
el mosquetero <strong>de</strong> otro tiempo, se marchó<br />
con paso vacilante y entorpecido por la precipitación.<br />
Aramis se <strong>de</strong>slizó como un céfiro por el<br />
piso para acompañarla hasta la puerta.<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse hizo un a<strong>de</strong>mán<br />
a su lacayo, que volvió a coger el mosquete,<br />
y abandonó aquella casa en que dos amigos<br />
tan tiernos no se habían entendido por compren<strong>de</strong>rse<br />
<strong>de</strong>masiado bien.<br />
XLV<strong>II</strong><br />
DONDE SE VE QUE EL TRATO QUE NO<br />
PUEDE HACERSE CON UNA PERSONA SE<br />
HACE CON OTRA
Aramis no se había engañado; así que<br />
salió la señora <strong>de</strong> Chevreuse <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> la<br />
plaza <strong>de</strong> Baudoyer, se hizo conducir a la suya.<br />
Indudablemente temía que la siguiesen,<br />
y trataba con eso <strong>de</strong> burlar a los espías, caso<br />
que los hubiese. Pero, apenas entró en su casa y<br />
se cercioró <strong>de</strong> que nadie la seguía para inquietarla,<br />
hizo abrir la puerta <strong>de</strong>l<br />
jardín que daba a otra calle, y se dirigió a la<br />
Croix-<strong>de</strong>s-Petits-Champs, don<strong>de</strong> vivía el señor<br />
Colbert.<br />
Como hemos dicho, era <strong>de</strong> noche, y <strong>de</strong><br />
las más obscuras; París, ya en calma, escondía<br />
en su indulgente sombra a la noble duquesa<br />
conduciendo su intriga política, y a la sencilla<br />
menestrala que, retrasada por un convite, tomaba,<br />
<strong>de</strong> bracero con su amante, el camino más<br />
largo para dirigirse a la morada conyugal.<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse tenía <strong>de</strong>masiada<br />
práctica en la política nocturna para<br />
que ignorase que un ministro jamás se niega,<br />
aun cuando sea en su casa, a las damas jóvenes
y bellas que temen el polvo <strong>de</strong> las oficinas, ni a<br />
las viejas instruidas que temen el eco <strong>de</strong> los<br />
ministerios.<br />
Un sirviente recibió a la duquesa en el<br />
pórtico, y preciso es <strong>de</strong>cir que la recibió bastante<br />
mal. Aquel hombre le significó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
haber visto su cara, que ni aquella hora ni aquella<br />
edad eran a propósito para distraer <strong>de</strong> sus<br />
ocupaciones al señor Colbert.<br />
Pero la señora <strong>de</strong> Chevreuse, sin inmutarse,<br />
escribió en una hoja <strong>de</strong> su libro <strong>de</strong> memorias<br />
su nombre, nombre ruidoso, que había resonado<br />
tantas veces <strong>de</strong>sagradablemente en los<br />
oídos <strong>de</strong> Luis X<strong>II</strong>I y <strong>de</strong>l gran car<strong>de</strong>nal.<br />
Escribió, pues, su nombre con aquella<br />
letra gorda y <strong>de</strong>sigual, digna <strong>de</strong> los elevados<br />
personajes <strong>de</strong> aquella época; dobló el papel <strong>de</strong><br />
un modo peculiar suyo, y lo entregó al criado<br />
sin hablar palabra, pero con a<strong>de</strong>mán tan imperioso,<br />
que el gran tuno, habituado a olfatear a la<br />
gente, olió a la princesa, y bajando la cabeza,<br />
corrió al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor Colbert.
No hay que <strong>de</strong>cir que el ministro <strong>de</strong>jó<br />
escapar un pequeño grito al abrir el papel, y<br />
que aquel grito, informando suficientemente al<br />
criado <strong>de</strong>l interés <strong>de</strong> la visita misteriosa, bastó<br />
para que éste volviese corriendo a buscar a la<br />
duquesa.<br />
Subió, pues, con bastante lentitud al<br />
piso principal <strong>de</strong> la linda casa nueva, se <strong>de</strong>tuvo<br />
en el <strong>de</strong>scansillo para no entrar sofocada, y<br />
apareció luego ante el señor Colbert, que abría<br />
él mismo las hojas <strong>de</strong> la puerta.<br />
La duquesa se <strong>de</strong>tuvo en el umbral para<br />
mirar al hombre con quien tenía que habérselas.<br />
A primera vista, el conjunto <strong>de</strong> aquella<br />
cabeza redonda, pesada, maciza, las espesas<br />
cejas, la jeta <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> aquella figura<br />
aplastada bajo un casquete semejante a un soli<strong>de</strong>o,<br />
prometía a la duquesa pocas dificulta<strong>de</strong>s<br />
en las negociaciones, pero también poco interés<br />
en el <strong>de</strong>bate <strong>de</strong> los artículos.
Porque no había la menor apariencia <strong>de</strong><br />
que aquella naturaleza grosera fuera sensible a<br />
los encantos <strong>de</strong> una venganza refinada o <strong>de</strong><br />
una ambición sedienta.<br />
Pero, cuando la duquesa vio más <strong>de</strong><br />
cerca los ojillos penetrantes, la arruga longitudinal<br />
<strong>de</strong> aquella frente protuberante, severa, la<br />
crispación imperceptible <strong>de</strong> aquellos labios, en<br />
los que pocas veces se revelaba la campechanía,<br />
la señora <strong>de</strong> Chevreuse mudó <strong>de</strong> parecer y pudo<br />
<strong>de</strong>cir: "Hallé mi hombre".<br />
-¿A qué <strong>de</strong>bo el honor <strong>de</strong> vuestra visita,<br />
señora? -preguntó el inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda.<br />
-A la necesidad que tengo <strong>de</strong> vos, señor<br />
-contestó la duquesa-, y a la que vos tenéis <strong>de</strong><br />
mí.<br />
-A dicha tengo, señora, la primera parte<br />
<strong>de</strong> vuestra frase; respecto a la segunda...<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse se sentó en un<br />
sillón que le aproximó Colbert. -Señor<br />
Colbert, ¿sois inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda?<br />
-Sí, señora.
-¿Y aspiráis a ser superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-¡Señora!<br />
-No lo neguéis; eso no haría más que<br />
alargar nuestra conversación: es inútil.<br />
-Sin embargo, señora, por muy buena<br />
voluntad y cortesía que tenga hacia una señora<br />
<strong>de</strong> vuestro mérito, nada en el mundo me hará<br />
confesar que trate <strong>de</strong> suplantar a mi superior.<br />
-Es que yo no he hablado <strong>de</strong> suplantar,<br />
señor Colbert. ¿He dicho eso, acaso?... Creo que<br />
no. La palabra reemplazar es menos agresiva y<br />
más conveniente gramaticalmente, como <strong>de</strong>cía<br />
el señor <strong>de</strong> Voiture. Me parece, pues, que aspiráis<br />
a reemplazar al señor Fouquet.<br />
-Señora, la fortuna <strong>de</strong>l señor Fouquet es<br />
<strong>de</strong> aquellas que resisten. <strong>El</strong> señor superinten<strong>de</strong>nte<br />
hace en este siglo el papel <strong>de</strong>l coloso <strong>de</strong><br />
Rodas: los barcos pasan por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él sin<br />
<strong>de</strong>rribarle.<br />
-Esa misma comparación habría ' usado<br />
yo. En efecto, el señor Fouquet hace el papel <strong>de</strong>l<br />
coloso <strong>de</strong> Rodas: pero recuerdo haber oído con-
tar al señor Conrart… un académico, según<br />
creo... que, habiendo caído el coloso <strong>de</strong> Rodas,<br />
el comerciante que lo hizo <strong>de</strong>rribar... un simple<br />
comerciante, señor Colbert... cargó cuatrocientos<br />
camellos con sus restos. Y, no obstante, un<br />
comerciante es mucho menos que un inten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda.<br />
-Señora, puedo aseguraros que nunca<br />
<strong>de</strong>rribaré al señor Fouquet. -Bien, señor Colbert;<br />
puesto que os obstináis en haceros el sensible<br />
conmigo, como si ignoráseis que me llamo<br />
Chevreuse, y que soy vieja, es <strong>de</strong>cir, que estáis<br />
hablando con una mujer hecha a la política <strong>de</strong>l<br />
señor Richelieu, y que no tiene tiempo que per<strong>de</strong>r;<br />
ya que cometéis esa impru<strong>de</strong>ncia, voy a<br />
buscar a otras personas más inteligentes y más<br />
solícitas en hacer fortuna.<br />
-¡Pero explicaos, señora!<br />
-Me estáis dando una pobre i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las<br />
negociaciones <strong>de</strong> hoy día. Os<br />
juro que si en mi tiempo hubiera ido una mujer<br />
en busca <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Cinq-Mara, que no era un
gran talento, y le hubiese dicho sobre el car<strong>de</strong>nal<br />
lo que yo acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />
el señor <strong>de</strong> Cinq-Mars se habría <strong>de</strong>cidido<br />
al momento.<br />
-Vamos, señora, un poco <strong>de</strong> indulgencia.<br />
-Por tanto, ¿consentís en reemplazar al<br />
señor Fouquet?<br />
-Si el rey lo <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>, sí, ciertamente.<br />
-Una palabra más; es evi<strong>de</strong>ntísimo que<br />
si aún no habéis logrado echar al señor Fouquet,<br />
es porque no habéis podido hacerlo. Así<br />
es que yo sena una necia pécora si, viniendo a<br />
vos, no os trajera lo que os falta.<br />
-Ya estoy cansado <strong>de</strong> tanto insistir, señora<br />
-dijo Colbert <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio que<br />
había permitido a la duquesa son<strong>de</strong>ar toda la<br />
profundidad <strong>de</strong> su disimulo-; pero <strong>de</strong>bo participaros<br />
que hace seis meses que se suce<strong>de</strong>n<br />
<strong>de</strong>nuncias sobre <strong>de</strong>nuncias contra el señor Fouquet,<br />
sin que jamás haya sido <strong>de</strong>socupado el<br />
asiento <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte.
-Hay tiempo para todo, señor Colbert;<br />
los que han hecho esas <strong>de</strong>nuncias no se llamaban<br />
Chevreuse, ni tenían pruebas equivalente a<br />
seis cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino probando el <strong>de</strong>lito<br />
<strong>de</strong>, que se trata.<br />
-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong>lito?<br />
-<strong>El</strong> crimen, si os parece mejor.<br />
-¡Un crimen! ¿Cometido por el señor<br />
Fouquet?<br />
-Nada más que eso... Y es extraño, señor<br />
Colbert; vos, que tenéis el rostro frío y poco<br />
significativo, os veo ahora todo entusiasmado.<br />
-¿Un crimen?<br />
-Me encanta que eso os produzca algún<br />
efecto.<br />
-¡Oh, es que esa palabra encierra tantas<br />
cosas, señora!<br />
-Encierra un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda para vos,<br />
y una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro o <strong>de</strong> Bastilla para el<br />
señor Fouquet.
-Perdonadme, señora duquesa; es casi<br />
imposible que el señor Fouquet sea <strong>de</strong>sterrado.<br />
¡Preso, en <strong>de</strong>sgracia, es <strong>de</strong>masiado!<br />
-¡Oh! Yo sé lo que digo -repuso fríamente<br />
la señora <strong>de</strong> Chevreuse-. No vivo tan alejada<br />
<strong>de</strong> París que no sepa lo que suce<strong>de</strong> aquí. <strong>El</strong> rey<br />
no quiere al señor Fouquet, y lo per<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />
buen grado si se le da la ocasión.<br />
-Preciso es que la ocasión sea buena.<br />
-Bastante buena; y por eso evalúo a ésta<br />
en quinientas mil libras.<br />
-¿Cómo? -exclamó Colbert.<br />
-Quiero <strong>de</strong>cir que, teniendo esta ocasión<br />
en mis manos, no la <strong>de</strong>jaré pasar a las vuestras<br />
sino mediante el cambio <strong>de</strong> quinientas mil libras.<br />
-Perfectamente, señora, comprendo;<br />
pero ya que acabáis <strong>de</strong> fijar un precio a la venta,<br />
veamos el valor vendido.<br />
-¡Oh, no es cosa mayor! Seis cartas, ya os<br />
lo he dicho, <strong>de</strong>l señor Mazarino; autógrafos que<br />
no serán <strong>de</strong>masiado caros, ciertamente, si
prueban <strong>de</strong> manera irrecusable que el señor<br />
Fouquet ha distraído gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
Tesoro para apropiárselas.<br />
-¡De manera irrecusable! -dijo Colbert<br />
con los ojos brillantes <strong>de</strong> alegría.<br />
-¡Irrecusables! ¿Queréis leer las cartas?<br />
-Con mucho gusto. Se entien<strong>de</strong>, la copia.<br />
-La copia, sí.<br />
La señora duquesa sacó <strong>de</strong> su seno un<br />
legajito aplastado por el corpiño <strong>de</strong> terciopelo.<br />
-Leed -dijo.<br />
Colbert <strong>de</strong>voró ávidamente todos los<br />
papeles.<br />
-¡Magnífico! -dijo.<br />
-Es bastante claro, ¿no es cierto?<br />
-Sí, señora, sí, el señor Mazarino entregó<br />
dinero al señor Foubastó para que éste volviese<br />
corriendo a buscar a la duquesa.<br />
Subió, pues, con bastante lentitud al<br />
piso principal <strong>de</strong> la linda casa nueva, se <strong>de</strong>tuvo<br />
en el <strong>de</strong>scansillo para no entrar sofocada, y
apareció luego ante el señor Colbert, que abría<br />
él mismo las hojas <strong>de</strong> la puerta.<br />
La duquesa se <strong>de</strong>tuvo en el umbral para<br />
mirar al hombre con quien tenía que habérselas.<br />
A primera vista, el, conjunto <strong>de</strong> aquella<br />
cabeza redonda, pesada, maciza, las espesas<br />
cejas, la jeta <strong>de</strong>sgraciada <strong>de</strong> aquella figura<br />
aplastada bajo un casquete semejante a un soli<strong>de</strong>o,<br />
prometía a la duquesa pocas dificulta<strong>de</strong>s<br />
en las negociaciones, pero también poco interés<br />
en el <strong>de</strong>bate <strong>de</strong> los artículos.<br />
Porque no había la menor apariencia <strong>de</strong><br />
que aquella naturaleza grosera fuera sensible a<br />
los encantos <strong>de</strong> una venganza refinada o <strong>de</strong><br />
una ambición sedienta.<br />
Pero, cuando la duquesa vio más <strong>de</strong><br />
cerca los ojillos penetrantes, la arruga longitudinal<br />
<strong>de</strong> aquella frente protuberante, severa, la<br />
crispación imperceptible <strong>de</strong> aquellos labios, en<br />
los que pocas veces se revelaba la campechanía,
la señora <strong>de</strong> Chevreuse mudó <strong>de</strong> parecer y pudo<br />
<strong>de</strong>cir: "Hallé mi hombre".<br />
-¿A qué <strong>de</strong>bo el honor <strong>de</strong> vuestra visita,<br />
señora? -preguntó el inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda.<br />
-A la necesidad que tengo <strong>de</strong> vos, señor<br />
-contestó la duquesa-, y a la que vos tenéis <strong>de</strong><br />
mí.<br />
-A dicha tengo, señora, la primera parte<br />
<strong>de</strong> vuestra frase; respecto a la segunda...<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse se sentó en un<br />
sillón que le aproximó Colbert.<br />
-Señor Colbert, ¿sois inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong><br />
Hacienda?<br />
-Sí, señora.<br />
-¿Y aspiráis a ser superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-¡Señora!<br />
-No lo neguéis; eso no haría más que<br />
alargar nuestra conversación: es inútil.<br />
-Sin embargo, señora, por muy buena<br />
voluntad y cortesía que tenga hacia una señora<br />
<strong>de</strong> vuestro mérito, nada en el mundo me hará<br />
confesar que trate <strong>de</strong> suplantar a mi superior.
-Es que yo no he hablado <strong>de</strong> suplantar,<br />
señor Colbert. ¿He dicho eso, acaso?... Creo que<br />
no. La palabra reemplazar es menos agresiva y<br />
más conveniente gramaticalmente, como <strong>de</strong>cía<br />
el señor <strong>de</strong> Voiture. Me parece, pues, que aspiráis<br />
a reemplazar al señor Fouquet.<br />
-Señora, la fortuna <strong>de</strong>l señor Fouquet es<br />
<strong>de</strong> aquellas que resisten. <strong>El</strong> señor superinten<strong>de</strong>nte<br />
hace en este siglo el papel <strong>de</strong>l coloso <strong>de</strong><br />
Rodas: los barcos pasan por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él sin<br />
<strong>de</strong>rribarle.<br />
-Esa misma comparación habría usado<br />
yo. En efecto, el señor Fouquet hace el papel <strong>de</strong>l<br />
coloso <strong>de</strong> Rodas: pero recuerdo haber oído contar<br />
al señor Conrart... un académico, según creo<br />
... que, habiendo caído el coloso <strong>de</strong> Rodas, el comerciante<br />
que lo hizo <strong>de</strong>rribar... un simple comerciante,<br />
señor Colbert... cargó cuatrocientos<br />
camellos con sus restos. Y, no obstante,. un comerciante<br />
es mucho menos que un inten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda.
-Señora, puedo aseguraros que nunca<br />
<strong>de</strong>rribaré al señor Fouquet.<br />
-Bien, señor Colbert; puesto que os obstináis<br />
en haceros el sensible conmigo, como si<br />
ignoráseis que me llamo Chevreuse, y que soy<br />
vieja, es <strong>de</strong>cir, que estáis hablando con una mujer<br />
hecha a la política <strong>de</strong>l señor Richelieu, y que<br />
no tiene tiempo que per<strong>de</strong>r; ya que cometéis<br />
esa impru<strong>de</strong>ncia, voy a buscar a otras personas<br />
más inteligentes y más solícitas en hacer fortuna.<br />
-¡Pero explicaos, señora!<br />
-Me estáis dando una pobre i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las<br />
negociaciones <strong>de</strong> hoy día. Os<br />
juro que si en mi tiempo hubiera ido una mujer<br />
en busca <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Cinq-Mars, que no era un<br />
gran talento, y le hubiese dicho sobre el car<strong>de</strong>nal<br />
lo que yo acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros <strong>de</strong>l señor Fouquet,<br />
el señor <strong>de</strong> Cinq-Mars se habría <strong>de</strong>cidido<br />
al momento.<br />
-Vamos, señora, un poco <strong>de</strong> indulgencia.
-Por tanto, ¿consentís en reemplazar al<br />
señor Fouquet?<br />
-Si el rey lo <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>, sí, ciertamente.<br />
-Una palabra más; es evi<strong>de</strong>ntísimo que<br />
sí aún no habéis logrado echar al señor Fouquet,<br />
es porque no habéis podido hacerlo. Así<br />
es que yo sena una necia pécora si, viniendo a<br />
vos, no os trajera lo que os falta.<br />
-Ya estoy cansado <strong>de</strong> tanto insistir, señora<br />
-dijo Colbert <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio que<br />
había permitido a la duquesa son<strong>de</strong>ar toda la<br />
profundidad <strong>de</strong> su disimulo-; pero <strong>de</strong>bo participaros<br />
que hace seis meses que se suce<strong>de</strong>n<br />
<strong>de</strong>nuncias sobre <strong>de</strong>nuncias contra el señor Fouquet,<br />
sin que jamás haya sido <strong>de</strong>socupado el<br />
asiento <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-Hay tiempo para todo, señor Colbert;<br />
los que han hecho esas <strong>de</strong>nuncias no se llamaban<br />
Chevreuse, ni tenían pruebas equivalente a<br />
seis cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino probando el <strong>de</strong>lito<br />
<strong>de</strong> que se trata.<br />
-¿<strong>El</strong> <strong>de</strong>lito?
-<strong>El</strong> crimen, si os parece mejor.<br />
-¡Un crimen! ¿Cometido por el señor<br />
Fouquet?<br />
-Nada más que eso ... Y es extraño, señor<br />
Colbert; vos, que tenéis el rostro frío y poco<br />
significativo, os veo ahora todo entusiasmado.<br />
-¿Un crimen?<br />
-Me encanta que eso os produzca algún<br />
efecto.<br />
-¡Oh, es que esa palabra encierra tantas<br />
cosas, señora!<br />
-Encierra un <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte<br />
<strong>de</strong> Hacienda para vos, y una or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>stierro o <strong>de</strong> Bastilla para el señor Fouquet.<br />
-Perdonadme, señora duquesa; es casi<br />
imposible que el señor Fouquet sea <strong>de</strong>sterrado.<br />
¡Preso, en <strong>de</strong>sgracia, es <strong>de</strong>masiado!<br />
-¡Oh! Yo sé lo que digo -repuso fríamente<br />
la señora <strong>de</strong> Chevreuse-. No vivo tan alejada<br />
<strong>de</strong> París que no sepa lo que suce<strong>de</strong> aquí. <strong>El</strong> rey<br />
no quiere al señor Fouquet, y lo per<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />
buen grado si se le da la ocasión.
-Preciso es que la ocasión sea buena.<br />
-Bastante buena; y por eso evalúo a ésta<br />
en quinientas mil libras.<br />
-¿Cómo? -exclamó Colbert.<br />
-Quiero <strong>de</strong>cir que, teniendo esta ocasión<br />
en mis manos, no la <strong>de</strong>jaré pasar a las vuestras<br />
sino mediante el cambio <strong>de</strong> quinientas mil libras.<br />
-Perfectamente, señora, comprendo;<br />
pero ya que acabáis <strong>de</strong> fijar un precio a la venta,<br />
veamos el valor vendido.<br />
-¡Oh, no es cosa mayor! Seis cartas, ya os<br />
lo he dicho, <strong>de</strong>l señor Mazarino; autógrafos que<br />
no serán <strong>de</strong>masiado caros, ciertamente, si<br />
prueban <strong>de</strong> manera irrecusable que el señor<br />
Fouquet ha distraído gran<strong>de</strong>s cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
Tesoro para apropiárselas.<br />
-¡De manera irrecusable! -dijo Colbert<br />
con los ojos brillantes <strong>de</strong> alegría.<br />
-¡Irrecusables! ¿Queréis leer las cartas?<br />
-Con mucho gusto. Se entien<strong>de</strong>, la copia.<br />
-La copia, sí.
La señora duquesa sacó <strong>de</strong> su seno un<br />
legajito aplastado por el corpiño <strong>de</strong> terciopelo.<br />
-Leed -dijo.<br />
Colbert <strong>de</strong>voró ávidamente todos los<br />
papeles.<br />
-¡Magnífico! -dijo.<br />
-Es bastante claro, ¿no es cierto?<br />
-Sí, señora, sí, el señor Mazarino entregó<br />
dinero al señor Fouquet, el cual se lo guardó;<br />
pero, ¿qué dinero?<br />
-¡Oh! Si tratamos <strong>de</strong> eso, añadiré a esas<br />
seis cartas una séptima que os dará los últimos<br />
<strong>de</strong>talles. Colbert reflexionó.<br />
-¿Y los originales <strong>de</strong> las cartas? -<br />
Pregunta inútil. Es como si yo os preguntase:<br />
"Señor Colbert, los talegos que me daréis, ¿estarán<br />
llenos o vacíos?"<br />
-Muy bien, señora.<br />
-¿Concluido?<br />
-No.<br />
-¡Cómo!
-Hay una cosa en que ni uno ni otro<br />
hemos pensado.<br />
-Decídmela.<br />
-<strong>El</strong> señor Fouquet no pue<strong>de</strong> ser perdido<br />
en esta ocasión sino por un proceso.<br />
-Bien.<br />
-Un escándalo público.<br />
-Sí. ¿Y qué?<br />
-Que no pue<strong>de</strong> formársele ni un proceso<br />
ni un escándalo...<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque es fiscal general en el Parlamento;<br />
porque todo, en Francia, administración,<br />
ejército, justicia, comercio, se liga. a él por una<br />
ca<strong>de</strong>na que se llama espíritu <strong>de</strong> cuerpo. Así es,<br />
señora, que nunca sufrirá el Parlamento que su<br />
jefe sea arrastrado ante un tribunal. Jamás será<br />
con<strong>de</strong>nado, si es llevado a él por la autoridad<br />
<strong>de</strong>l rey.<br />
-A fe mía, señor Colbert, que eso no me<br />
concierne.
-Ya lo sé, señora; pero me concierne a<br />
mí, y disminuye el valor <strong>de</strong> lo que me traéis.<br />
¿De qué pue<strong>de</strong> aprovecharme una prueba <strong>de</strong><br />
crimen sin posibilidad <strong>de</strong> con<strong>de</strong>na?<br />
-Sólo con la sospecha per<strong>de</strong>rá el señor<br />
Fouquet su empleo <strong>de</strong> superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-He aquí una gran cosa -dijo Colbert,<br />
cuyas facciones sombrías brillaron <strong>de</strong> repente<br />
con expresión luminosa <strong>de</strong> odio y <strong>de</strong> venganza.<br />
-¡Ah. señor Colbert! -exclamó la duquesa-.<br />
¡Perdonadme; no sabía que fueseis tan impresionable:!<br />
¡Muy bien, muy bien! Puesto que<br />
os hace falta más <strong>de</strong> lo que yo tengo, no hablemos<br />
más <strong>de</strong>l asunto.<br />
-Sí tal, señora, hablemos; mas ya que<br />
vuestros valores han bajada, rebajad también<br />
vuestras pretensiones.<br />
-¿Regateáis?<br />
-Es una necesidad para quien <strong>de</strong>sea pagar<br />
lealmente.<br />
-¿Cuánto me ofrecéis?<br />
-Doscientas mil libras.
La duquesa se rió y repuso al instante:<br />
-Esperad.<br />
-¿Consentís?<br />
-Aún no. Tengo otra combinación.<br />
-Decidla.<br />
-Me daréis trescientas mil libras.<br />
-¡No, no!<br />
-¡Oh! ¡Es cuestión <strong>de</strong> tornarlo o <strong>de</strong>jarlo!<br />
... A<strong>de</strong>más, no es esto todo.<br />
-¿Todavía? Os hacéis imposible, señora<br />
duquesa.<br />
-Menos <strong>de</strong> lo que creéis, pues no es dinero<br />
lo que os solicito.<br />
-¿Pues qué?<br />
-Un favor; sabéis que siempre he amado<br />
a la reina.<br />
-¿Y qué?<br />
-Que quiero tener una entrevista con Su<br />
Majestad.<br />
-¿Con la reina?<br />
-Sí, señor Colbert, con la reina, que ya<br />
no es amiga, verdad es, hace mucho tiempo,
pero que pue<strong>de</strong> volver a serlo si se le da una<br />
ocasión.<br />
-Su Majestad no recibe ya a nadie, señora.<br />
Sufre mucho. No ignoráis que los accesos <strong>de</strong><br />
su enfermedad se repiten más a menudo.<br />
-Cabalmente por eso <strong>de</strong>seo tener una<br />
entrevista con Su Majestad. Figuraos que en<br />
Flan<strong>de</strong>s tenemos muchas <strong>de</strong> esas enfermeda<strong>de</strong>s.<br />
-¿De cánceres? Enfermedad terrible,<br />
incurable.<br />
-No creáis eso, señor Colbert.<br />
<strong>El</strong> campesino flamenco es un hombre<br />
casi en estado <strong>de</strong> naturaleza; no tiene precisamente<br />
una mujer, sino una hembra.<br />
-¿Y qué, señora?<br />
-Que en tanto que él fuma su pipa, la<br />
mujer trabaja; saca agua <strong>de</strong> los pozos, carga la<br />
mula o el jumento, y hasta se carga a sí propia.<br />
No llevando cuidado, se da golpes en todas<br />
partes, y es azotada muchas veces. Un cáncer<br />
viene <strong>de</strong> una contusión.
-Verdad es.<br />
-Pues las flamencas no se mueren por<br />
eso. Cuando pa<strong>de</strong>cen mucho van en busca <strong>de</strong>l<br />
remedio. Las beguinas <strong>de</strong> Brujas son médicos<br />
notables para todas las enfermeda<strong>de</strong>s. Tienen<br />
aguas preciosas, tópicos, específicos; dan a la<br />
enferma un botecito y un cirio, benefician al<br />
cura y sirven a Dios explotando sus dos mercancías.<br />
Yo traeré a la reina agua <strong>de</strong>l beaterio<br />
<strong>de</strong> Brujas. Curará Su Majestad y quemará tantos<br />
cirios como juzgue conveniente. Ya veis,<br />
señor Colbert, que impedirme ver a la reina es<br />
casi un crimen <strong>de</strong> regicidio.<br />
-Señora duquesa, sois una mujer <strong>de</strong> mucho<br />
talento, me confundís; sin embargo, veo<br />
que esa gran<strong>de</strong> caridad hacia la reina envuelve<br />
algún pequeño interés personal.<br />
-¿Me tomo la molestia <strong>de</strong> ocultarlo, señor<br />
Colbert? Me parece que habéis dicho un<br />
pequeño interés personal. Pues sabed que es<br />
uno muy gran<strong>de</strong>, y os lo probaré. Si me hacéis<br />
entrar en la habitación <strong>de</strong> Su Majestad, me con-
tento con las trescientas mil libras reclamadas;<br />
si no, guardo mis cartas, a menos que me <strong>de</strong>is<br />
en el acto quinientas mil libras.<br />
Y, levantándose al pronunciar estas palabras<br />
<strong>de</strong>cisivas, la vieja duquesa <strong>de</strong>jó al señor<br />
Colbert en una <strong>de</strong>sagradable perplejidad.<br />
Regatear todavía era ya imposible, y no<br />
regatear, per<strong>de</strong>r infinitamente mucho.<br />
-Señora -dijo-, voy a tener el gusto <strong>de</strong><br />
contaros cien mil escudos.<br />
-¡Oh! -dijo la duquesa.<br />
-¿Pero cómo tendré las cartas verda<strong>de</strong>ras?<br />
-De la manera más sencilla, mi querido<br />
señor Colbert. . . ¿De quién os fiáis?<br />
<strong>El</strong> grave financiero se echó a reír silenciosamente,<br />
<strong>de</strong> suerte que sus enormes cejas negras bajaban<br />
y subían como las alas <strong>de</strong> un murciélago<br />
sobre la línea profunda <strong>de</strong> su amarilla frente.<br />
-De nadie -dijo.<br />
-¡Oh! Indudablemente haréis una excepción<br />
en favor vuestro, señor Colbert.
-¿Cómo es eso, señora duquesa?<br />
-Quiero <strong>de</strong>cir que si os tomáis el trabajo<br />
<strong>de</strong> venir conmigo al sitio don<strong>de</strong> se hallan las<br />
cartas, se os entregarán a vos mismo y entonces<br />
podréis confrontarlas y averiguar su verdad.<br />
-Es cierto.<br />
-Y vos iréis provisto <strong>de</strong> cien mil escudos,<br />
porque yo tampoco me fío <strong>de</strong> nadie.<br />
<strong>El</strong> señor inten<strong>de</strong>nte Colbert ruborizóse<br />
hasta las cejas. Era, como todos los hombres<br />
superiores en el arte <strong>de</strong> los guarismos, <strong>de</strong> una<br />
probidad insolente y matemática.<br />
-Llevaré la cantidad prometida en dos<br />
bonos paga<strong>de</strong>ros en mi Caja. ¿Os satisface?<br />
-¡Que no sean dos millones vuestros<br />
bonos; señor inten<strong>de</strong>nte! ... Voy a tener el honor<br />
<strong>de</strong> indicaron el camino.<br />
-Permitid que haga enganchar mis caballos.<br />
-Tengo una carroza a la puerta, señor.<br />
Colbert tosió como hombre irresoluto.<br />
Figuróse un momento que la proposición <strong>de</strong> la
duquesa era un lazo; que tal vez esperaban a la<br />
puerta, y que aquella cuyo secreto acababa <strong>de</strong><br />
ven<strong>de</strong>r en cien mil escudos a Colbert, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong><br />
haberlo propuesto a Fouquet por la misma cantidad.<br />
Como vacilaba mucho, la duquesa lo<br />
miró fijamente y le dijo:<br />
-¿Queréis mejor vuestra carroza?<br />
-Confieso que sí.<br />
-¿Suponéis que os conduzco a alguna<br />
trampa?<br />
-Señora, tenéis un carácter alocado, y yo,<br />
revestido <strong>de</strong> uno bastante grave, puedo verme<br />
comprometido por una broma.<br />
-En fin, si sentís miedo, tomad vuestra<br />
carroza y tantos lacayos como gustéis ... Pero<br />
reflexionad bien en ello ... Sólo nosotros dos<br />
sabemos lo que hacemos, y lo que vea un tercero<br />
lo sabrá todo el mundo. Después <strong>de</strong> todo, a<br />
mí nada me importa: mi carroza seguirá a la<br />
vuestra, y yo me daré por satisfecha con subir<br />
en la vuestra para ir a visitar a la reina.
-¿A la reina?<br />
-¿Lo habíais ya olvidado?. ¡Qué! ¿Una<br />
cláusula <strong>de</strong> tal importancia para mí era tan poca<br />
cosa para vos? Si lo hubiese sabido hubiera<br />
pedido doble.<br />
-He reflexionado en ello, señora duquesa;<br />
no os acompañaré.<br />
-¡De veras!... ¿Por qué?<br />
-Porque tengo en vos una confianza<br />
ilimitada.<br />
-¡Me lisonjeáis!... Mas para tomar los<br />
cien mil escudos ...<br />
-Aquí los tenéis.<br />
<strong>El</strong> inten<strong>de</strong>nte garabateó unas palabras<br />
sobre un papel que entregó a la duquesa.<br />
-Estáis pagada -dijo.<br />
-La acción es hermosa, señor Colbert, y<br />
voy a recompensaros.<br />
Y, diciendo estas palabras, se echó a reír.<br />
La risa <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Chevreuse era un<br />
murmullo siniestro; cualquier hombre que sien-
te la juventud, la fe, el amor, la vida latir en su<br />
corazón, prefiere el llanto a esa risa lamentable.<br />
La duquesa abrió la parte superior <strong>de</strong> su<br />
casaca y extrajo <strong>de</strong>l seno un enrojecido legajillo<br />
<strong>de</strong> papeles atados con cinta color <strong>de</strong> fuego. Los<br />
broches habían cedido a la presión brutal <strong>de</strong><br />
sus nerviosas manos. La piel, arañada por la<br />
extracción y frotamiento <strong>de</strong> los papeles, aparecía<br />
sin pudor a los ojos <strong>de</strong>l inten<strong>de</strong>nte, muy<br />
inquieto con estos preliminares raros.<br />
La duquesa seguía riendo.<br />
-Aquí están -dijo- las verda<strong>de</strong>ras cartas<br />
<strong>de</strong>l señor Mazarino. Las tenéis, pues, y a<strong>de</strong>más,<br />
la duquesa <strong>de</strong> Chevreuse se ha medio <strong>de</strong>snudado<br />
ante vos, como si hubieseis sido ... No<br />
quiero <strong>de</strong>ciros nombres que os darían orgullo o<br />
envidia. Ahora, señor Colbert -añadió, abrochando<br />
con rapi<strong>de</strong>z el corpiño <strong>de</strong> su vestido-,<br />
vuestra fortuna está hecha; acompañadme a la<br />
habitación <strong>de</strong> la reina.<br />
-No, señora. Si vais a incurrir <strong>de</strong> nuevo<br />
en la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> Su Majestad, y se sabe en
Palacio que he sido vuestro introductor, la reina<br />
no me perdonaría jamás. Tengo personas<br />
adictas en Palacio, y os harán entrar sin comprometerme.<br />
-Como queráis, con tal que yo entre.<br />
-¿Cómo llamáis a las religiosas <strong>de</strong> Brujas<br />
que cuidan a las enfermas?<br />
-Beguinas.<br />
-Pues una beguina sois vos.<br />
-Bien; pero será preciso que <strong>de</strong>je <strong>de</strong> serlo.<br />
-Eso es cuenta vuestra.<br />
-¡Perdón! No quiero exponerme a que<br />
me nieguen la entrada.<br />
-También eso os concierne señora. Voy a<br />
or<strong>de</strong>nar al primer ayuda <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong>l gentilhombre<br />
<strong>de</strong> servicio en el cuarto <strong>de</strong> Su Majestad,<br />
que <strong>de</strong>je entrar a una beguina que lleva un remedio<br />
eficaz para mitigar los dolores <strong>de</strong> Su<br />
Majestad. Vos lleváis mi carta, y os encargáis<br />
<strong>de</strong>l remedio y <strong>de</strong> las explicaciones; así confieso<br />
a la beguina y niego a la señora <strong>de</strong> Chevreuse.
a.<br />
-Está bien.<br />
-He aquí la carta <strong>de</strong> introducción, seño-<br />
XLV<strong>II</strong>I<br />
LA PIEL DE OSO<br />
Dio Colbert la carta a la duquesa, y le<br />
retiró suavemente la silla, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cual se<br />
guarecía ella.<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse saludó muy<br />
ligeramente, y salió.<br />
Colbert, que había reconocido la letra <strong>de</strong><br />
Mazarino y contado las cartas, llamó a su secretario<br />
y le encargó fuese a buscar a su casa al<br />
señor Vanel, consejero <strong>de</strong>l Parlamento. Contestó<br />
el secretario que, fiel a sus costumbres, el<br />
señor consejero acababa <strong>de</strong> entrar en la casa a<br />
fin <strong>de</strong> dar cuenta al inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> los principales<br />
<strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l trabajo terminado aquel mismo<br />
día en la sesión <strong>de</strong>l Parlamento.
Colbert se aproximó a las lámparas,<br />
volvió a leer las cartas <strong>de</strong>l difunto car<strong>de</strong>nal,<br />
sonrióse varias veces reconociendo en ellas todo<br />
el valor <strong>de</strong> los documentos que acababa <strong>de</strong><br />
entregarle la señora <strong>de</strong> Chevreuse, y, apoyando<br />
por espacio <strong>de</strong> bastantes minutos su enorme<br />
cabeza entre las manos, reflexionó profundamente.<br />
Mientras tanto, un hombre grueso y<br />
alto, <strong>de</strong> semblante huesudo, ojos fijos y nariz<br />
acaballada, había pasado al gabinete <strong>de</strong> Colbert<br />
con mo<strong>de</strong>sta resolución, que <strong>de</strong>nunciaba un<br />
carácter flexible y <strong>de</strong>cidido; flexible para con el<br />
amo que podía abandonarle una presa, firme<br />
para con los perros que hubiesen podido disputársela.<br />
<strong>El</strong> señor Vanel llevaba bajo el brazo una<br />
voluminosa cartera, que <strong>de</strong>jó sobre el mismo<br />
pupitre en que los codos <strong>de</strong> Colbert sostenían<br />
su cabeza.<br />
-Buenos días, señor Vanel -dijo saliendo<br />
<strong>de</strong> su meditación.
-Buenos días, monseñor -dijo naturalmente<br />
Vanel.<br />
-Eso es lo que hace falta <strong>de</strong>cir -replicó<br />
suavemente Colbert.<br />
-Yo llamo monseñor a los ministros -dijo<br />
Vanel con sangre fría imperturbable-. Y si vos<br />
no lo sois todavía, no por eso <strong>de</strong>jáis <strong>de</strong> ser mi<br />
señor.<br />
Colbert levantó la cabeza para leer en la<br />
fisonomía <strong>de</strong>l consejero la sinceridad <strong>de</strong> su adhesión.<br />
Pero nada <strong>de</strong>scubrió en el rostro <strong>de</strong> Vanel.<br />
Podía ser honrado. Colbert pensó que<br />
aquel inferior era para él superior, respecto a<br />
que tenía una mujer infiel.<br />
En el momento en que se apiadaba <strong>de</strong> la<br />
suerte <strong>de</strong> aquel hombre, Vanel sacó fríamente<br />
<strong>de</strong> su bolsillo un billete perfumado, sellado con<br />
cera, y lo tendió a Colbert.<br />
-¿Qué es esto, Vanel?<br />
-Una carta <strong>de</strong> mi mujer, monseñor.<br />
Colbert tosió. Cogió la carta, la abrió, la<br />
leyó y se la guardó en el bolsillo, mientras Va-
nel hojeaba impasiblemente su volumen <strong>de</strong><br />
procedimientos.<br />
-Vanel -dijo <strong>de</strong> repente el protector a su<br />
protegido-: ¿sois un hombre <strong>de</strong> trabajo?<br />
-Sí, monseñor.<br />
-¿No os asustan doce horas <strong>de</strong> estudio?<br />
-Quince trabajo al día.<br />
-¡Imposible! Un consejero no trabajaría<br />
jamás más <strong>de</strong> tres horas para el Parlamento.<br />
-¡Oh! Yo hago -estados para un amigo<br />
que tengo en el Tribunal <strong>de</strong> Cuentas, y, como<br />
me sobra tiempo, estudio el hebreo.<br />
-¿Sois muy consi<strong>de</strong>rado en el Parlamento,<br />
Vanel?<br />
-Creo que sí, monseñor.<br />
-Bueno sería no pudrirse en la silla <strong>de</strong><br />
consejero.<br />
-¿Qué hacer para eso?<br />
-Comprar un empleo.<br />
-¿Cuál?<br />
-Algo gran<strong>de</strong>. Las ambiciones pequeñas<br />
son las más difíciles <strong>de</strong> satisfacer.
-Y las bolsas pequeñas, monseñor, son<br />
las más difíciles <strong>de</strong> llenar.<br />
-¿Pero veis algún empleo bueno? -dijo<br />
Colbert.<br />
-Yo no veo ninguno, la verdad.<br />
-Yo sí veo uno, aunque sería preciso ser<br />
el rey para comprarlo cómodamente; pero creo<br />
que el rey no tendrá la fantasía <strong>de</strong> comprar un<br />
cargo <strong>de</strong> fiscal general.<br />
Al oír semejantes palabras, Vanel fijó en<br />
Colbert su mirada humil<strong>de</strong> y empañada a la<br />
vez.<br />
Colbert se preguntó si había sido adivinado<br />
o únicamente encontrado por el pensamiento<br />
<strong>de</strong> aquel hombre.<br />
-¿Me habláis, monseñor, <strong>de</strong>l oficio <strong>de</strong><br />
fiscal general en el Parlamento? -No conozco<br />
otro, como no sea el <strong>de</strong>l señor Fouquet.<br />
-Precisamente, mi querido consejero.<br />
-No vais con ro<strong>de</strong>os, monseñor; mas,<br />
antes <strong>de</strong> comprar la mercancía, ¿no hace falta<br />
que se halle en venta?
-Es que yo creo que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco estará<br />
en venta ese cargo.<br />
-¡En venta! ¿<strong>El</strong> empleo <strong>de</strong> fiscal <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet?<br />
-Eso se dice.<br />
-¡<strong>El</strong> empleo que le hace inviolable, en<br />
venta ¡Oh!... ¡Oh!... Y Vanel se echó a reír.<br />
-¿Tendríais miedo a ese empleo? -dijo<br />
seriamente Colbert.<br />
-¡Miedo! No.<br />
-¿Ni ganas?<br />
-Monseñor se burla <strong>de</strong> mí -contestó Vanel-.<br />
¿Cómo un consejero <strong>de</strong>l Parlamento no ha<br />
<strong>de</strong> tener ganas <strong>de</strong> ser fiscal general?<br />
-Entonces, señor Vanel. .. cuando yo os<br />
digo que el cargo se presenta en venta...<br />
-Monseñor lo dice.<br />
-Es el rumor que corre.<br />
-Repito que eso es imposible; nunca tira<br />
un hombre el escudo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l cual ha salvado<br />
su honor, su fortuna y su vida.
-A veces vense locos que se creen por<br />
encima <strong>de</strong> todas las malas eventualida<strong>de</strong>s, señor<br />
Vanel.<br />
-Sí, monseñor; pero las locuras <strong>de</strong> esos<br />
locos no aprovechan a los pobres Vanel que hay<br />
en el mundo.<br />
-¿Por qué no?<br />
-Porque esos Vanel son pobres.<br />
-Cierto es que el empleo <strong>de</strong>l señor Fouquet<br />
pue<strong>de</strong> costar caro. ¿Qué daríais por él?<br />
-Todo lo que poseo, monseñor. -Lo cual<br />
quiere <strong>de</strong>cir...<br />
-Trescientas o cuatrocientas mil libras.<br />
-¿Y cuánto vale el cargo?<br />
-Millón y medio lo menos. Sé <strong>de</strong> personas<br />
que han ofrecido un millón setecientas mil<br />
libras, sin <strong>de</strong>cidir al señor Fouquet. De modo<br />
que, si por casualidad quisiera el señor Fouquet<br />
ven<strong>de</strong>rlo, lo cual no creo yo, no obstante lo que<br />
me han dicho...<br />
-¡Ah, os han dicho algo! ¿Quién?
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Gourville... Él señor Pellisson.<br />
. .<br />
-Pues bien, si el señor Fouquet quisiese<br />
ven<strong>de</strong>rlo...<br />
-No podría comprarlo, en atención a que<br />
el superinten<strong>de</strong>nte lo haría por tener dinero<br />
fresco, y no hay nadie que tenga millón y medio<br />
para poner sobre una mesa.<br />
Colbert interrumpió en aquel punto al<br />
consejero con una pantomima imperiosa. Había<br />
vuelto a reflexionar.<br />
Viendo la actitud grave <strong>de</strong>l amo, y su<br />
perseverancia en llevar la conversación hacia<br />
aquel tema, Vanel esperaba una solución, sin<br />
atreverse a provocarla.<br />
-Explicadme bien -dijo entonces Colbert-<br />
los privilegios <strong>de</strong>l cargo <strong>de</strong> fiscal general.<br />
-<strong>El</strong> <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> acusar a todo súbdito<br />
francés que no sea príncipe <strong>de</strong> la sangre; el <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>struir toda acusación dirigida contra todo<br />
francés que no sea rey o príncipe. Un fiscal general<br />
es el brazo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> Su Majestad para
herir al culpable, y también su brazo para apagar<br />
la antorcha <strong>de</strong> la justicia. Así es que el señor<br />
Fouquet se sostendrá contra el rey mismo, sublevando<br />
los parlamentos, y Su Majestad contemplará<br />
al señor Fouquet para que se registren<br />
sus edictos sin contestación. <strong>El</strong> fiscal general<br />
pue<strong>de</strong> ser un instrumento muy útil o muy peligroso.<br />
-¿Deseáis ser fiscal general, Vanel? -dijo<br />
<strong>de</strong> pronto Colbert, dulcificando su mirada y su<br />
voz.<br />
-¿Yo? -exclamó éste-. Pero ya he tenido<br />
la honra <strong>de</strong> manifestaros que faltan para eso en<br />
mi caja más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> libras.<br />
-Tomaréis prestada esa suma <strong>de</strong> vuestros<br />
amigos.<br />
-No tengo amigos más ricos que yo.<br />
-¡Un hombre <strong>de</strong> bien!<br />
-¡Si todo el mundo pensase como vos,<br />
monseñor!<br />
-Pues yo lo pienso, y basta; y si es preciso,<br />
yo respon<strong>de</strong>ré por vos.
-Tened presente el proverbio, monseñor.<br />
-¿Cuál?<br />
-"Quien respon<strong>de</strong> paga."<br />
-¿Qué importa eso?<br />
Vanel levantóse, conmovido por esta<br />
oferta tan súbita, hecha inopinadamente por un<br />
hombre a quien los más frívolos tomaban muy<br />
en serio.<br />
-No os burléis <strong>de</strong> mí, monseñor -dijo.<br />
Veamos, señor Vanel. Decís que el señor<br />
Gourville os ha hablado <strong>de</strong>l cargo <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet.<br />
Y el señor Pellisson también.<br />
-¿Oficial u oficiosamente?<br />
-He aquí sus palabras: "Esas gentes <strong>de</strong>l<br />
Parlamento son codiciosas y ricas; <strong>de</strong>berían<br />
hacer un escote para reunir dos o tres millones<br />
al señor Fouquet, su protector, su lumbrera."<br />
-¿Y vos qué dijisteis?<br />
-Dije que por mi parte daría diez mil<br />
libras si era preciso.
-¡Ah! ¿Conque estimáis al señor Fouquet?<br />
-murmuró Colbert con una mirada llena<br />
<strong>de</strong> odio. -No; pero el señor Fouquet es nuestro<br />
fiscal general, y como se llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>udas, nosotros<br />
<strong>de</strong>bemos salvar el honor <strong>de</strong>l cuerpo.<br />
-He ahí lo que me explica por qué el<br />
señor Fouquet será siempre sano y salvo mientras<br />
ocupe su empleo -replicó Colbert.<br />
-Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esto -prosiguió Vanel-,<br />
dijo el señor Gourville: "Dar limosna al señor<br />
Fouquet es siempre un proce<strong>de</strong>r humillante, al<br />
cual respon<strong>de</strong>ría con una negativa; que el Parlamento,<br />
pues, haga un escote a fin <strong>de</strong> comprar<br />
dignamente el empleo <strong>de</strong> fiscal general, y entonces<br />
todo se salva, el honor <strong>de</strong>l cuerpo y el<br />
orgullo <strong>de</strong>l señor Fouquet."<br />
-Esa es una proposición.<br />
-Así la he consi<strong>de</strong>rado yo, monseñor.<br />
-Pues bien, Vanel, inmediatamente iréis<br />
en busca <strong>de</strong>l señor Gourville o <strong>de</strong>l señor Pellisson.<br />
¿Conocéis algún otro amigo <strong>de</strong>l señor<br />
Fouquet?
-Conozco bastante al señor <strong>de</strong> La Fontaine.<br />
-¿La Fontaine el poetastro?<br />
-Justamente; hacía versos a mi mujer<br />
cuando el señor Fouquet era <strong>de</strong> nuestros amigos.<br />
-Pues dirigíos a él para conseguir una<br />
entrevista con el señor superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-Con mucho gusto; ¿pero el dinero?...<br />
-No os impacientéis por eso, señor Vanel; en el<br />
día y a la hora que se fijen estaréis provisto <strong>de</strong><br />
la suma.<br />
-¡Monseñor, qué munificencia!... ¡Aventajáis<br />
al rey, sobrepujáis al señor Fouquet! ...<br />
-Un instante. . . no abuséis <strong>de</strong> las palabras.<br />
Yo no os doy ese millón y pico <strong>de</strong> libras,<br />
señor Vanel; tengo hijos.<br />
-Pero me las prestáis, señor, y eso basta.<br />
-Eso sí, os las presto.<br />
-Pedid interés, garantía, lo que gustéis,<br />
monseñor, a todo estoy dispuesto, y, satisfechos<br />
vuestros <strong>de</strong>seos, seguiré repitiendo que sobre-
pujáis a los reyes y al señor Fouquet en munificencia.<br />
¿Qué condiciones?<br />
-<strong>El</strong> reembolso en ocho años.<br />
-¡Oh! Muy bien.<br />
-Hipoteca sobre el cargo mismo.<br />
-Perfectamente; ¿es eso todo?<br />
-Aguardad. Me reservo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />
compraros el empleo con ciento cincuenta mil<br />
libras <strong>de</strong> beneficio, si no seguís en su <strong>de</strong>sempeño<br />
una línea <strong>de</strong> conducta conforme a los intereses<br />
<strong>de</strong>l rey y a mis <strong>de</strong>signios.<br />
-¡Ah! ¡ah! -dijo Vanel algo emocionado.<br />
-¿Contiene esto algo que, pueda chocaros,<br />
señor Vanel? -dijo fríamente Colbert.<br />
-No, no -replicó Vanel vivamente.<br />
-Pues bien, firmaremos este contrato<br />
cuando gustéis. Corred a casa <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l<br />
señor Fouquet.<br />
-Voy volando ...<br />
-Y obtened <strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte una<br />
entrevista.<br />
-Sí, monseñor.
-Sed fácil en concesiones.<br />
-Sí.<br />
-¿Y una vez hechos los arreglos?<br />
-Me apresuro a que se firmen.<br />
-¡Guardaos <strong>de</strong> ellos!... No habléis jamás<br />
<strong>de</strong> firmas con el señor Fouquet, pues lo per<strong>de</strong>rías<br />
todo, ¿entendéis?<br />
-¿Pues qué he <strong>de</strong> hacer entonces, señor?<br />
Es muy difícil...<br />
-Tratad solamente <strong>de</strong> que el señor Fouquet<br />
os dé la mano... ¡Corred!<br />
XLIX<br />
EN EL APOSENTO DE LA REINA MADRE<br />
La reina madre permanecía en su dormitorio<br />
en el Palais-Royal con la señora <strong>de</strong> Motteville<br />
y la señora Molina. <strong>El</strong> rey, a quien se<br />
aguardó hasta la noche, no había parecido; la<br />
reina, impaciente, había enviado a preguntar<br />
con frecuencia por él.
<strong>El</strong> tiempo estaba <strong>de</strong> borrasca. Los cortesanos<br />
y las damas evitábanse en las antecámaras<br />
y los corredores para no hablarse <strong>de</strong> asuntos<br />
<strong>de</strong> compromiso.<br />
Monsieur se había ido con el rey por la<br />
mañana a una partida <strong>de</strong> caza.<br />
Madame permanecía en su cuarto, poniendo<br />
mal gesto a todo el mundo. Respecto a la reina<br />
madre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber rezado sus oraciones<br />
en latín, hablaba <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> la casa con sus dos<br />
amigas en castellano puro.<br />
La señora <strong>de</strong> Motteville, que comprendía<br />
admirablemente aquella lengua, respondía<br />
en francés.<br />
Después que las tres damas agotaron<br />
todas las fórmulas <strong>de</strong>l disimulo y <strong>de</strong> la política,<br />
para venir a <strong>de</strong>cir que la conducta <strong>de</strong>l rey hacía<br />
morir <strong>de</strong> pena a la reina, a la reina madre y a<br />
todos sus parientes, y <strong>de</strong>spués que fulminaron<br />
en términos <strong>de</strong>centes todas las imprecaciones<br />
posibles contra la señorita <strong>de</strong> La Valliére, terminó<br />
la reina madre las recriminaciones con las
siguientes palabras, propias <strong>de</strong> su pensamiento<br />
y <strong>de</strong> su carácter:<br />
-¡Estos hijos! -exclamó dirigiéndose a<br />
Molina; expresión profunda en boca <strong>de</strong> una<br />
madre, y terrible en boca <strong>de</strong> una reina que, como<br />
Ana <strong>de</strong> Austria, ocultaba tan extraños secretos<br />
en su alma sombría.<br />
-¡Sí -repuso Molina-, estos hijos, por<br />
quienes se sacrifican las madres!<br />
-Por quienes -repuso la reina- una madre<br />
lo ha sacrificado todo...<br />
Y no concluyó su frase. Parecióle, cuando<br />
levantó los ojos hacia el retrato <strong>de</strong> cuerpo<br />
entero <strong>de</strong>l pálido Luis X<strong>II</strong>I, que los ojos <strong>de</strong> su<br />
esposo recobraban su brillo. <strong>El</strong> retrato animábase<br />
y amenazaba sin hablar. Profundo silencio<br />
sucedió a las últimas palabras <strong>de</strong> la reina madre.<br />
La Molina empezó a revolver las cintas y<br />
encajes <strong>de</strong> un gran cestillo. La señora <strong>de</strong> Motteville,<br />
sorprendida por aquel relámpago <strong>de</strong> inteligencia<br />
que iluminó simultáneamente la mirada<br />
<strong>de</strong> la confi<strong>de</strong>nte y la <strong>de</strong> su ama, bajó los ojos,
como mujer discreta, y, absteniéndose <strong>de</strong> ver,<br />
se hizo toda oídos; pero no sorprendió más que<br />
un ¡hum! expresivo <strong>de</strong> la dueña española, imagen<br />
<strong>de</strong> la circunspección, y un suspiro exhalado<br />
como un soplo <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> la reina.<br />
Inmediatamente levantó la cabeza.<br />
-¿Sufrís? -dijo.<br />
-No, Motteville, no. ¿Por qué dices eso?<br />
-Como Vuestra Majestad parecía quejarse.<br />
-Tienes razón, sí, sufro un poco.<br />
-<strong>El</strong> señor Valot está cerca <strong>de</strong> aquí; creo<br />
que se halla con Madame.<br />
-¿Con Madame? ¿Y por qué?<br />
-Los nervios.<br />
-¡Valiente enfermedad! Hace mal el señor<br />
Valot en visitar a Madame, cuando otro<br />
doctor la curaría ...<br />
La señora <strong>de</strong> Motteville volvió a, levantar<br />
sus ojos con sorpresa.<br />
-¿Otro doctor que el señor Valot? -dijo-.<br />
¿Cuál?
-<strong>El</strong> trabajo, Motteville, el trabajo. ¡Ay! Si<br />
alguien está enferma, es mi pobre hija.<br />
-Y también Vuestra Majestad.<br />
-Esta noche, no.<br />
-¡No estéis tan confiada, señora!<br />
Y, como para justificar esta amenaza <strong>de</strong><br />
la señora <strong>de</strong> Motteville, sintió la reina un dolor<br />
fuerte en el corazón que le hizo pali<strong>de</strong>cer y la<br />
<strong>de</strong>rribó sobre el sillón, con todos los síntomas<br />
<strong>de</strong> un <strong>de</strong>smayo repentino.<br />
-¡Las gotas! -murmuró.<br />
-¡Voy, voy! -replicó la Molina, quien, sin<br />
apresurar el paso, fue a sacar <strong>de</strong> un armario<br />
dorado un enorme frasco <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong> roca, y se<br />
lo presentó abierto a la reina. Esta respiró con<br />
frenesí repetidas veces, y exclamó:<br />
-Por aquí es por don<strong>de</strong> el Señor me ha<br />
<strong>de</strong> matar. ¡Hágase su santa voluntad!<br />
-No por estar mala se muere una -<br />
repuso la Molina, volviendo a colocar el frasco<br />
en el armario.
-¿Está mejor Vuestra Majestad? -<br />
preguntó la señora <strong>de</strong> Motteville.<br />
-Mejor.<br />
Y la reina se puso un <strong>de</strong>do en los labios,<br />
para encargar discreción a su favorita.<br />
-¡Es extraño! -dijo la señora <strong>de</strong> Motteville<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un silencio.<br />
-¿Qué es extraño? -preguntó la reina.<br />
-¿Se acuerda Vuestra Majestad <strong>de</strong>l día<br />
que se le presentó ese dolor por primera vez?<br />
-Me acuerdo <strong>de</strong> que fue un día bien triste,<br />
Motteville.<br />
-Ese día no había sido siempre triste<br />
para Vuestra Majestad.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque veintitrés años antes nació a la<br />
misma hora el rey reinante, vuestro glorioso<br />
hijo.<br />
La reina dio un grito, inclinó la frente<br />
sobre sus manos, y permaneció abismada durante<br />
algunos segundos.
¿Era aquello recuerdo, meditación o<br />
efecto <strong>de</strong> dolor todavía?<br />
La Molina fijó en la señora <strong>de</strong> Motteville<br />
una mirada casi furiosa, según lo que se asemejaba<br />
a una reconvención, y la digna mujer, no<br />
comprendiendo nada <strong>de</strong> aquello, iba a preguntar<br />
a fin <strong>de</strong> tranquilizar su conciencia, cuando<br />
levantándose <strong>de</strong> repente Ana <strong>de</strong> Austria:<br />
-¡<strong>El</strong> 5 <strong>de</strong> septiembre! -exclamó-. Sí, el<br />
dolor se me presentó el 5 <strong>de</strong> septiembre. Inmensa<br />
alegría un día, y gran dolor otro. Gran<br />
dolor -añadió por lo bajo-; expiación <strong>de</strong> una<br />
alegría <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>.<br />
Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel instante, Ana <strong>de</strong> Austria,<br />
que parecía haber agotado toda su memoria y<br />
toda su razón, permaneció impenetrable, con<br />
los ojos tristes, vago el pensamiento y colgando<br />
las manos.<br />
-Vamos a recogernos -dijo la Molina.<br />
-Al momento, Molina.<br />
-Dejemos a la reina -añadió la tenaz española.
La señora <strong>de</strong> Motteville se levantó;<br />
gruesas y brillantes lágrimas como las <strong>de</strong> un<br />
niño, corrían por las mejillas blancas <strong>de</strong> la reina.<br />
Así que lo advirtió la Molina, clavó en<br />
Ana <strong>de</strong> Austria sus ojos negros y vigilantes.<br />
-Sí, sí -prosiguió <strong>de</strong> pronto la reina-;<br />
<strong>de</strong>jadnos, Motteville; podéis iros.<br />
La palabra <strong>de</strong>jadnos sonó muy mal a los<br />
oídos <strong>de</strong> la favorita francesa. Significaba que<br />
iba a seguir a su marcha un cambio <strong>de</strong> secretos<br />
o <strong>de</strong> recuerdos; significaba que había una persona<br />
<strong>de</strong> más en la conferencia, cuando estaba<br />
precisamente en la fase más interesante.<br />
-Señora -preguntó la francesa-, ¿bastará<br />
Molina para el servicio <strong>de</strong> Vuestra Majestad?<br />
-Sí -respondió la española.<br />
Y la señora <strong>de</strong> Motteville se inclinó.<br />
De pronto, una anciana camarera, vestida<br />
como en la corte <strong>de</strong> España en 1620, abrió<br />
las cortinas, y sorprendió a la reina en medio <strong>de</strong>
sus lágrimas, a la señora <strong>de</strong> Motteville en su<br />
diestra retirada, y a la Molina en su diplomacia.<br />
-¡<strong>El</strong> remedio, el remedio! -gritó gozosamente<br />
a la reina aproximándose al grupo sin<br />
ceremonia.<br />
-¿Qué remedio, chica? -replicó Ana <strong>de</strong><br />
Austria.<br />
-Para el mal <strong>de</strong> Vuestra Majestad -<br />
contestó ésta.<br />
-¿Quién lo trae? -preguntó con presteza<br />
la señora <strong>de</strong> Motteville-. ¿<strong>El</strong> señor Valot?<br />
-No, una dama <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s.<br />
-¿Una dama <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s? ¿Una española?<br />
-interrogó la reina. -No sé.<br />
-¿Quién la envía?<br />
-<strong>El</strong> señor Colbert.<br />
-¿Nombre?<br />
-No lo ha dicho.<br />
-¿Condición?<br />
-<strong>El</strong>la la dirá.<br />
-¿Su cara?<br />
-Está enmascarada.
-¡Anda a ver, Molina! -exclamó la reina.<br />
-Es inútil -respondió <strong>de</strong> pronto una voz<br />
firme y dulce a la vez, que salió <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong><br />
las colgaduras, voz que hizo estremecer a las<br />
otras damas y sobresaltar a la reina.<br />
Al mismo tiempo aparecía entre las cortinas<br />
una mujer enmascarada. Antes <strong>de</strong> que la<br />
reina hiciera ninguna pregunta:<br />
-Soy una hermana <strong>de</strong>l beaterio <strong>de</strong> Brujas<br />
-dijo la <strong>de</strong>sconocida-, y traigo, en efecto, el remedio<br />
que <strong>de</strong>be curar a Vuestra Majestad.<br />
Todos callaron. La beguina no dio un<br />
paso.<br />
-Hablad -dijo la reina.<br />
-Cuando estemos solas -añadió la beguina.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria dirigió una mirada a sus<br />
compañeras, y éstas se retiraron.<br />
La beguina dio entonces tres pasos hacia<br />
la reina, y se inclinó cortésmente.<br />
La reina miraba con <strong>de</strong>sconfianza a<br />
aquella mujer, la cual la miraba también con
ojos brillantes a través <strong>de</strong> los agujeros <strong>de</strong> su<br />
antifaz.<br />
-¿Tan grave está la reina <strong>de</strong> Francia -dijo<br />
Ana <strong>de</strong> Austria- que hasta en el beaterio <strong>de</strong><br />
Brujas se ha sabido que necesita curarse?<br />
-Vuestra Majestad, a Dios gracias, no se<br />
halla <strong>de</strong> tal modo enferma que no tenga remedio.<br />
-¿Pero cómo sabéis que pa<strong>de</strong>zco?<br />
-Vuestra Majestad tiene amigos en<br />
Flan<strong>de</strong>s.<br />
-¿Y esos amigos os han enviado?<br />
-Sí, señora.<br />
-Nombrádmelos.<br />
-Es ya inútil, señora, puesto que el corazón<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad no ha <strong>de</strong>spertado su<br />
memoria.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria levantó la cabeza, intentando<br />
<strong>de</strong>scubrir bajo la sombra <strong>de</strong> la careta y<br />
bajo el misterio <strong>de</strong> la palabra el nombre <strong>de</strong> la<br />
que se expresaba con tan familiar abandono.
Mas, cansada muy luego <strong>de</strong> una curiosidad<br />
que lastimaba todos sus hábitos <strong>de</strong> orgullo:<br />
-Señora -dijo-: sin duda ignoráis que no<br />
se habla a las personas reales con la cara cubierta.<br />
-Tened la bondad <strong>de</strong> disculparme, señora<br />
-contestó humil<strong>de</strong>mente la beguina.<br />
-No puedo disculparos; lo que puedo<br />
hacer es perdonaros si os quitáis la careta.<br />
-Señora, es voto que tengo hecho <strong>de</strong><br />
auxiliar á las personas afligidas o enfermas sin<br />
<strong>de</strong>jarles ver mi rostro. Había podido dar alivio<br />
a vuestro cuerpo y a vuestra alma; pero ya que<br />
Vuestra Majestad me lo prohíbe, me retiro.<br />
¡Adiós, señora, adiós!<br />
Estas palabras fueron pronunciadas con<br />
tal encanto <strong>de</strong> armonía y <strong>de</strong> respeto, que disiparon<br />
la ira y la <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> la reina, sin<br />
disminuir su curiosidad.<br />
-Tenéis razón -dijo-; no está bien que las<br />
personas que sufren <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñen los consuelos
que el Cielo les envía. Hablad, señora, y ojalá<br />
que, como acabáis <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, podáis dar alivio<br />
a mí cuerpo ... ¡Ay! Creo<br />
que Dios se prepara a probarme <strong>de</strong> una manera<br />
cruel.<br />
-Hablemos algo <strong>de</strong>l alma, si lo tenéis a<br />
bien -dijo la beata-; <strong>de</strong>l alma, que estoy cierta<br />
que sufrirá también.<br />
-¿Mi alma?. ..<br />
-Hay cánceres <strong>de</strong>voradores, cuya pulsación<br />
es invisible. Estos cánceres, reina, <strong>de</strong>jan a<br />
la piel su blancura <strong>de</strong> marfil, y no ensucian la<br />
carne con sus azulados humores; el médico que<br />
examina el pecho <strong>de</strong>l enfermo, no oye rechinar<br />
en los músculos, bajo las oleadas <strong>de</strong> sangre, el<br />
diente insaciable <strong>de</strong> esos monstruos; ni el hierro<br />
ni el fuego han podido matar ni <strong>de</strong>sarmar la<br />
rabia <strong>de</strong> esos azotes mortales, que habitan en el<br />
pensamiento y lo corrompen, que crecen en el<br />
corazón y lo <strong>de</strong>sgarran: ahí tenéis, señora, otros<br />
cánceres fatales a las reinas. ¿No sufrís <strong>de</strong> esa<br />
especie <strong>de</strong> males?
Ana levantó lentamente su brazo, brillante<br />
<strong>de</strong> blancura y puro <strong>de</strong> formas como en la<br />
época <strong>de</strong> su juventud.<br />
-Esos males <strong>de</strong> que habláis -dijo-, son la<br />
condición <strong>de</strong> nuestra vida, para nosotros, los<br />
gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la tierra, a quienes encomienda Dios<br />
la cura <strong>de</strong> las almas. Cuando esos males son<br />
<strong>de</strong>masiado pesados, el Señor nos alivia <strong>de</strong> ellos<br />
en el tribunal <strong>de</strong> la penitencia. Allí, <strong>de</strong>positamos<br />
el peso que nos agobia y los secretos. Mas<br />
no olvidéis que ese mismo Señor soberano proporciona<br />
las pruebas a las fuerzas <strong>de</strong> sus criaturas,<br />
y mis fuerzas no son inferiores al peso<br />
que sustentan. Respecto a los secretos <strong>de</strong> otros,<br />
me basta la discreción <strong>de</strong> Dios; respecto <strong>de</strong> los<br />
míos propios, no me fío <strong>de</strong> mi confesor.<br />
-Os veo animosa, como siempre, contra<br />
vuestros adversarios, y os consi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>sconfiada<br />
respecto <strong>de</strong> vuestros amigos.<br />
-Las reinas no tenemos amigos. Si no<br />
tenéis otra cosa que <strong>de</strong>cirme,
si os sentís inspirada <strong>de</strong> Dios, como una profetisa,<br />
retiraos, pues temo el porvenir.<br />
-Pues hubiera creído -dijo resueltamente<br />
la beguina- que temieseis más todavía el pasado.<br />
Apenas pronunció estas palabras, cuando<br />
la reina, levantándose:<br />
-¡Hablad! -exclamó en tono breve e imperioso-.<br />
¡Hablad! Explicaos claramente, vivamente,<br />
completamente; si no ...<br />
-No amenacéis, reina -dijo la beguina<br />
con dulzura-; he venido a vos llena <strong>de</strong> respeto y<br />
compasión; y he venido en nombre <strong>de</strong> una<br />
amiga.<br />
-¡Demostradlo! Consolad, en vez <strong>de</strong><br />
irritar.<br />
-Fácilmente; y Vuestra Majestad va a ver<br />
si es una amiga la que me envía.<br />
-Veamos.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>sgracia ha sucedido a Vuestra<br />
Majestad en estos últimos veintitrés años?
-Desgracias enormes ... ¿No he perdido<br />
al rey?<br />
-No hablo <strong>de</strong> esa clase <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracias. Lo<br />
que os pregunto es si <strong>de</strong>s<strong>de</strong>... el nacimiento <strong>de</strong>l<br />
rey... ha tenido Vuestra Majestad alguna pena<br />
grave a causa <strong>de</strong> una indiscreción <strong>de</strong> amiga.<br />
-No os comprendo -contestó la reina<br />
apretando los dientes para ocultar su emoción.<br />
-Me explicaré más claramente. Vuestra<br />
Majestad recordará que el rey nació el 5 <strong>de</strong> mayo<br />
<strong>de</strong> 1638, a las once y cuarto.<br />
-Sí -balbució la reina.<br />
-A las doce y media -prosiguió la beguina-,<br />
el <strong>de</strong>lfín, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> bautizado con el agua<br />
<strong>de</strong> socorro por monseñor <strong>de</strong> Meaux a presencia<br />
<strong>de</strong>l rey y vuestra, era reconocido here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la<br />
corona <strong>de</strong> Francia. <strong>El</strong> rey se dirigió a la capilla<br />
<strong>de</strong>l antiguo palacio <strong>de</strong> Saint-Germain para asistir<br />
al Te Deum.<br />
Todo eso es muy cierto -murmuró la<br />
reina.
-<strong>El</strong> alumbramiento <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />
se había verificado en presencia <strong>de</strong>l difunto<br />
hermano <strong>de</strong> vuestro esposo, <strong>de</strong> los príncipes y<br />
<strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> la Corte. <strong>El</strong> médico <strong>de</strong>l rey,<br />
Bouvard, y el cirujano Honoré, se hallaban en la<br />
antecámara; Vuestra Majestad se durmió a eso<br />
<strong>de</strong> las tres hasta cerca <strong>de</strong> las siete, ¿no es así?<br />
-Sin duda; pero me estáis diciendo lo<br />
que todo el mundo sabe tan bien como vos y<br />
como yo.<br />
-Llego, señora, a lo que saben pocas personas;<br />
y digo pocas, <strong>de</strong>biendo <strong>de</strong>cir dos solamente,<br />
pues en otro tiempo no eran más que<br />
cinco, y <strong>de</strong> algunos años a esta parte, el secreto<br />
se ha ido asegurando con la muerte <strong>de</strong> los principales<br />
partícipes. <strong>El</strong> rey señor nuestro duerme<br />
con sus antepasados; la matrona Peronne le<br />
siguió poco <strong>de</strong>spués, y Laporte está ya olvidado.<br />
La reina abrió la boca para contestar;<br />
pero bajo su fría mano, con la cual se acariciaba
el rostro, se <strong>de</strong>slizaban las gotas <strong>de</strong> un sudor ardiente.<br />
-Eran las ocho -prosiguió la beguina- el<br />
rey almorzaba con apetito y en torno suyo no<br />
había más que alegría, gritos y algazara; el<br />
pueblo gritaba bajo los balcones; los suizos, los<br />
mosqueteros y los guardias eran conducidos en<br />
triunfo por los ciudadanos, ebrios <strong>de</strong> júbilo.<br />
Aquellos formidables ruidos <strong>de</strong> alegría general<br />
hacían gemir dulcemente en los brazos <strong>de</strong> la<br />
señora <strong>de</strong> Hausac, su aya, al <strong>de</strong>lfín, futuro rey<br />
<strong>de</strong> Francia, cuyos ojos, cuando se abriesen, <strong>de</strong>bían<br />
ver dos coronas en el fondo <strong>de</strong> su cuna. De<br />
pronto, Vuestra Majestad lanzó un grito agudo<br />
y acudió a la cabecera <strong>de</strong> vuestra cama la matrona<br />
Peronne. Los médicos se hallaban almorzando<br />
en una pieza lejana. <strong>El</strong> palacio, <strong>de</strong>sierto a<br />
fuerza <strong>de</strong> la mucha gente que lo invadía, no<br />
tenía consignas, ni guardias. La matrona, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> examinar el estado <strong>de</strong> Vuestra Majestad,<br />
lanzó una exclamación <strong>de</strong> sorpresa; y, cogiéndoos<br />
en brazos, <strong>de</strong>solada, loca <strong>de</strong> dolor, en-
vió a Laporte para avisar al rey que Su Majestad<br />
la reina quería verle en su cuarto. Laporte,<br />
como sabéis, era hombre <strong>de</strong> talento y serenidad.<br />
No se acercó al rey como servidor<br />
asustado que conoce su importancia y quiere<br />
asustar también. A<strong>de</strong>más, no era una mala noticia<br />
lo que esperaba al rey. De todos modos,<br />
Laporte se presentó con la sonrisa en los labios,<br />
junto a la silla <strong>de</strong>l rey, y le dijo:<br />
-"Señor, la reina es dichosa, y lo sería<br />
más todavía si viese a Vuestra Majestad.<br />
"Aquel día habría dado su corona a un<br />
pobre por un ¡Dios le bendiga! Alegre, ligero,<br />
vivo, el rey se levantó, diciendo, en el mismo<br />
tono que lo hubiera hecho Enrique IV.<br />
"Señores, voy a ver a mi mujer. "Llegó,<br />
señora, a vuestro cuarto en el momento en que<br />
la matrona Peronne le mostraba un segundo<br />
príncipe, lindo y robusto como el primero, diciéndole:<br />
-"Señor, el Cielo no quiere que el reino<br />
<strong>de</strong> Francia recaiga en hembras.
"<strong>El</strong> rey, en su primer impulso, abalanzóse al<br />
niño, gritando:<br />
-¡Gracias, Dios mío!<br />
La beguina se <strong>de</strong>tuvo en este punto,<br />
advirtiendo lo mucho que sufría la reina. Ana<br />
<strong>de</strong> Austria, metida en su sillón, con la cabeza<br />
inclinada y los ojos fijos, escuchaba sin oír, y<br />
sus labios se agitaban convulsivamente como si<br />
formularan un ruego a Dios o una imprecación<br />
contra aquella mujer.<br />
-¡Ah! No creáis que si no hay más que<br />
un <strong>de</strong>lfín en Francia -dijo la beguina-, no creáis<br />
que si la reina ha <strong>de</strong>jado vegetar a ese niño lejos<br />
<strong>de</strong>l trono, ha sido porque sea mala madre. ¡Oh!<br />
No... Hay personas que saben cuántas lágrimas<br />
ha vertido, que han podido contar los ardientes<br />
besos que daba a la infeliz criatura en cambio<br />
<strong>de</strong> aquella vida <strong>de</strong> miseria y <strong>de</strong> sombra a que la<br />
razón <strong>de</strong> Estado con<strong>de</strong>naba al hermano gemelo<br />
<strong>de</strong> Luis XIV.<br />
-¡Dios mío, Dios mío! -murmuró débilmente<br />
la reina.
-Se sabe -continuó con viveza la beguina-<br />
que el rey, viéndose con dos hijos <strong>de</strong> una<br />
misma edad. y con iguales pretensiones, tembló<br />
por la salvación <strong>de</strong> Francia, por la tranquilidad<br />
<strong>de</strong> su Estado. Se sabe que el señor car<strong>de</strong>nal Richelieu<br />
llamado <strong>de</strong> intento por Luis X<strong>II</strong>I, estuvo<br />
reflexionando más <strong>de</strong> una hora en el <strong>de</strong>spacho<br />
<strong>de</strong> Su Majestad, y pronunció esta sentencia: "Ha<br />
nacido un rey para suce<strong>de</strong>r a Su Majestad. Dios<br />
ha enviado otro para suce<strong>de</strong>r a ese primer rey;<br />
pero por ahora, no tenemos precisión más que<br />
<strong>de</strong>l que nació primero; ocultemos el segundo a<br />
Francia, como Dios lo había ocultado a sus<br />
mismos padres. Un príncipe es para el Estado<br />
el or<strong>de</strong>n y la seguridad; dos competidores, son<br />
la guerra y la anarquía."<br />
La reina se levantó bruscamente, pálida<br />
y con los puños crispados.<br />
-Sabéis <strong>de</strong>masiado -dijo con sorda voz-,<br />
puesto que os entrometéis en los secretos <strong>de</strong><br />
Estado. En cuanto a los amigos que os han revelado<br />
ese secreto, son amigos falsos y <strong>de</strong>slea-
les. Sois su cómplice en el crimen que hoy se<br />
está cometiendo. Ahora, abajo la máscara u os<br />
mando arrestar por mi capitán <strong>de</strong> guardias.<br />
¡Oh! ... ¡Ese secreto no me da miedo, y ya que lo<br />
habéis bebido, yo os lo haré <strong>de</strong>volver! Quedará<br />
ahogado en vuestro seno; ni ese secreto ni vuestra<br />
vida os pertenecen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este instante.<br />
Ana <strong>de</strong> Austria, uniendo la acción a la<br />
amenaza dio dos pasos hacia la beguina.<br />
-Apren<strong>de</strong>r -dijo ésta- a conocer la lealtad,<br />
el honor y la discreción <strong>de</strong> vuestros amigos<br />
abandonados.<br />
-Y súbitamente se quitó la careta.<br />
-¡La señora <strong>de</strong> Chevreuse! - dijo la reina.<br />
-La única confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l secreto con<br />
Vuestra Majestad.<br />
-¡Ah! -murmuró Ana <strong>de</strong> Austria-.<br />
¡Abrazadme, duquesa! ¡Ay! Es matar a los amigos<br />
jugar <strong>de</strong> ese modo con sus mortales sufrimientos.
Y la reina, apoyando la cabeza en el<br />
hombro <strong>de</strong> la vieja duquesa, <strong>de</strong>jó escapar <strong>de</strong><br />
sus ojos un raudal <strong>de</strong> amargas lágrimas.<br />
-¡Qué joven estáis todavía! -exclamó ésta<br />
con voz sorda-. ¡Lloráis!<br />
L<br />
DOS AMIGAS<br />
La reina miró orgullosamente a la señora<br />
<strong>de</strong> Chevreuse.<br />
-Creo -dijo- que habéis pronunciado la<br />
palabra feliz hablando <strong>de</strong> mí. Hasta ahora,<br />
duquesa, había creído imposible que una<br />
criatura humana pudiera ser menos feliz que la<br />
reina <strong>de</strong> Francia.<br />
-Señora, habéis sido, efectivamente, una<br />
dolorosa; pero al lado <strong>de</strong> esas miserias ilustres<br />
<strong>de</strong> que hablábamos hace poco corno antiguas<br />
amigas, separadas por la perversidad <strong>de</strong> los<br />
hombres; al lado, digo, <strong>de</strong> esos regios infortu-
nios, tenéis alegrías poco sensibles, es cierto,<br />
pero muy envidiadas <strong>de</strong> este mundo.<br />
-¿Cuáles? -dijo tristemente Ana <strong>de</strong> Austria-.<br />
¿Cómo podéis pronunciar la palabra alegría,<br />
duquesa, vos, que ahora mismo reconocíais<br />
la precisión que tengo <strong>de</strong> remedios para mi<br />
cuerpo y para mi alma?<br />
La señora <strong>de</strong> Chevreuse se recogió un<br />
momento.<br />
-¡Qué lejos están los reyes <strong>de</strong> los otros<br />
hombres! -murmuró.<br />
-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Quiero <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong> tal suerte están<br />
alejados <strong>de</strong> lo vulgar, que olvidan todas las<br />
necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida en los otros. Como el<br />
habitante <strong>de</strong> la montaña africana que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus<br />
vertientes <strong>de</strong> esmeralda, bañadas por los riachuelos<br />
que forma el <strong>de</strong>shielo, no compren<strong>de</strong><br />
que el habitante <strong>de</strong> la llanura muera <strong>de</strong> sed y<br />
<strong>de</strong> hambre en las tierras calcinadas por el sol.<br />
La reina se sonrojó ligeramente; acababa<br />
<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r.
-¿Sabéis -dijo que ha sido mal hecho<br />
haberos abandonado?<br />
-¡Oh! Señora, se dice que el. rey ha<br />
heredado el odio que me profesaba su padre.<br />
Me <strong>de</strong>spediría . si supiese que estaba en Palacio.<br />
-No digo que Su Majestad esté bien dispuesto<br />
en vuestro favor, duquesa -contestó la<br />
reina-, pero yo ... podría ... secretamente. . .<br />
La duquesa <strong>de</strong>jó escapar una sonrisa<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa, que inquietó a su interlocutora.<br />
-Por lo <strong>de</strong>más -añadió la reina-, habéis<br />
hecho muy bien en venir aquí.<br />
-¡Gracias, señora!<br />
-Aunque no sea más que para darnos la<br />
satisfacción <strong>de</strong> <strong>de</strong>smentir el rumor <strong>de</strong> vuestra<br />
muerte.<br />
-¿Llegó a <strong>de</strong>cirse, efectivamente, que<br />
había muerto?<br />
-Por todas partes.<br />
-No obstante, mis hijos no llevaban luto.
-¡Ah! Bien sabéis, duquesa, que la Corte<br />
viaja con frecuencia; vemos poco a los señores<br />
<strong>de</strong> Albert y <strong>de</strong> Luynes, y no pocas cosas escapan<br />
a las preocupaciones en medio <strong>de</strong> las cuales<br />
vivimos constantemente.<br />
-Vuestra Majestad no <strong>de</strong>bió creer en el<br />
rumor <strong>de</strong> mi muerte.<br />
-¿Por qué no? ¡Ay! Somos mortales. ¿No<br />
veis cómo yo, vuestra hermana segunda, según<br />
<strong>de</strong>cíamos en otro tiempo, me inclino ya hacia la<br />
sepultura?<br />
-Si Vuestra Majestad creía en mi muerte,<br />
<strong>de</strong>bió sorpren<strong>de</strong>rse entonces <strong>de</strong> no haber recibido<br />
noticias mías.<br />
-La muerte sorpren<strong>de</strong> a veces muy<br />
pronto, duquesa.<br />
-¡Oh señora! Las almas cargadas <strong>de</strong> secretos,<br />
como aquel <strong>de</strong> que hablábamos hace<br />
poco, siempre tienen una necesidad <strong>de</strong> expansión<br />
que es necesario satisfacer <strong>de</strong> antemano.<br />
En el número <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scansos preparados para
la eternidad, se cuenta el <strong>de</strong> poner en or<strong>de</strong>n sus<br />
papeles. La reina se estremeció.<br />
-Vuestra Majestad -dijo la duquesa- sabrá<br />
ciertamente el día <strong>de</strong> mi muerte.<br />
-¿Cómo?<br />
-Porque Vuestra Majestad recibirá al día<br />
siguiente, bajo cuádruple sobre, todo lo que se<br />
ha salvado <strong>de</strong> nuestras pequeñas correspon<strong>de</strong>ncias<br />
tan misteriosas <strong>de</strong> otro tiempo.<br />
-¡No lo habéis quemado! -exclamó Ana<br />
con terror.<br />
-¡Oh amada reina! -replicó la duquesa-.<br />
Sólo los traidores queman una correspon<strong>de</strong>ncia<br />
regia.<br />
-¿Los traidores?<br />
-Sin duda; o más bien, simulando que la<br />
queman, la guardan o la ven<strong>de</strong>n.<br />
-¡Dios mío!<br />
-Los fieles, por el contrario, sepultan<br />
preciosamente tales tesoros; luego, un día, llegan<br />
en busca <strong>de</strong> su reina, y le dicen: "Señora,<br />
me siento vieja y enferma; hay peligro <strong>de</strong> muer-
te para mí, peligro <strong>de</strong> revelación para el secreto<br />
<strong>de</strong> Vuestra Majestad; así, por tanto, tomad ese<br />
papel peligroso, y quemadlo vos misma."<br />
-¡Un papel peligroso! ¿Cuál?<br />
-En cuanto a mí, es indudable que no<br />
tengo más que uno; -pero es muy peligroso.<br />
-¡Oh, duquesa, <strong>de</strong>cid cuál, <strong>de</strong>cid!<br />
-Este billete... fechado el 2 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong><br />
1644, en el que me recomendábais que fuese a<br />
Noisy-le-Sec para ver aquel amado y <strong>de</strong>sgraciado<br />
hijo. Señora, <strong>de</strong> vuestra mano está escrito:<br />
"Querido y <strong>de</strong>sgraciado hijo."<br />
Hubo entonces un momento <strong>de</strong> silencio profundo;<br />
la reina son<strong>de</strong>aba el abismo; la señora <strong>de</strong><br />
Chevreuse tendía su lazo.<br />
-¡Sí, <strong>de</strong>sgraciado, muy <strong>de</strong>sgraciado! -<br />
murmuró Ana <strong>de</strong> Austria-. ¡Qué triste existencia<br />
ha llevado ese pobre niño para llegar a un<br />
fin tan cruel!<br />
-¿Ha muerto? -exclamó vivamente la<br />
duquesa con curiosidad, <strong>de</strong> cuyo acento sincero<br />
se apo<strong>de</strong>ró con avi<strong>de</strong>z la reina.
-Muerto <strong>de</strong> consunción, muerto olvidado, marchito,<br />
muerto como esas flores dadas por un<br />
amante y que la amada <strong>de</strong>ja expirar en el cajón<br />
por ocultarlas a todo el mundo.<br />
-¡Muerto! -repitió la duquesa con un<br />
tono <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento que hubiése regocijado mucho<br />
a la reina, a no ir templado por una mezcla<br />
<strong>de</strong> duda-. ¿Muerto en Noisy-le-Sec?<br />
-Sí, en brazos <strong>de</strong> su ayo, honrado servidor<br />
que no ha sobrevivido largo tiempo.<br />
-Eso se concibe; ¡es tan pesado <strong>de</strong> llevar<br />
un luto y un secreto semejantes!<br />
La reina no se tomó el trabajo <strong>de</strong> observar<br />
la ironía <strong>de</strong> esta reflexión, y la señora <strong>de</strong><br />
Chevreuse continuó:<br />
-Pues bien, señora, hace algunos años<br />
que me informé en el mismo Noisy-le-Sec <strong>de</strong> la<br />
suerte <strong>de</strong> ese niño, y me dijeron que no pasaba<br />
por muerto; por eso no me afligí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio<br />
con Vuestra Majestad. ¡Oh! Si yo lo hubiera<br />
sabido, nunca una alusión mía a este <strong>de</strong>plo-
able suceso hubiera venido a <strong>de</strong>spertar los<br />
muy legítimos dolores <strong>de</strong> Vuestra Majestad.<br />
-¿Afirmáis que el niño no pasaba por<br />
muerto en Noisy?<br />
-No, señora.<br />
-¿Pues qué se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> él?<br />
-Decíase... pero sin duda se equivocaban.<br />
-Continuad.<br />
-Decíase que una tar<strong>de</strong>, hacia 1645, una<br />
bella y majestuosa dama, lo cual se notó no<br />
obstante la máscara y el manto que la cubrían,<br />
una dama <strong>de</strong> calidad, <strong>de</strong> alta calidad sin duda,<br />
había llegado en una carroza a la salida <strong>de</strong>l<br />
camino, el mismo en que yo aguardaba noticias<br />
<strong>de</strong>l joven príncipe cuando Vuestra Majestad se<br />
dignaba enviarme allí.<br />
-¿Y qué?<br />
-Y que el ayo había entregado el niño a<br />
la dama.<br />
-¿Qué más? .
-Al siguiente día, ayo y niño habían<br />
abandonado el país.<br />
-¡Ya lo veis! Algo <strong>de</strong> cierto hay en eso,<br />
puesto que, en efecto, el pobre niño murió<br />
herido <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos rayos que, según el <strong>de</strong>cir<br />
<strong>de</strong> los médicos, amenazan la vida <strong>de</strong> los niños<br />
hasta los siete años.<br />
-¡Oh! Lo que me dice Vuestra Majestad<br />
es lo cierto, pues nadie lo sabe mejor, ni nadie<br />
lo cree más que yo. ¡Pero admirad lo raro!.. .<br />
“¿Qué más habrá?”, pensó la reina.<br />
-La persona que me llevó esos <strong>de</strong>talles,<br />
que había ido a informarse <strong>de</strong> la salud <strong>de</strong>l niño,<br />
esa persona ...<br />
-¿Confiásteis tal cuidado a otro? ¡Oh,<br />
duquesa!<br />
-Otro que era mudo como vos, señora,<br />
como yo misma; pongamos que fui yo mismo;<br />
señora; ese otro digo, pasando algunos meses<br />
<strong>de</strong>spués por Turena...<br />
-¿Por Turena?
-Reconoció al ayo y al niño. ¡Perdón!<br />
Creyó reconocerlos. Vivían los dos, alegres y<br />
felices y floreciendo ambos, el uno en ver<strong>de</strong><br />
vejez, el otro en su lozana juventud. Juzgad,<br />
según esto, lo que son los rumores; tened fe en<br />
lo que pasa en este mundo. Pero observo que<br />
canso a Vuestra Majestad. ¡Oh! No es ésa mi<br />
intención, y pediré permiso para retirarme <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haberle renovado la seguridad <strong>de</strong> mi<br />
respetuosa adhesión.<br />
-Deteneos, duquesa; hablemos algo <strong>de</strong><br />
vos.<br />
-¿De mí? ¡Oh señora! No bajéis hasta ahí<br />
vuestras miradas.<br />
-¿Por qué? ¿No sois vos mi más antigua<br />
amiga? ¿Me queréis mal, duquesa?<br />
-¡Yo, Dios mío! ¿Por qué motivo?<br />
¿Hubiera venido a ver a Vuestra Majestad si<br />
tuviese causa para quererla mal?<br />
-Duquesa, los años cargan sobre nosotras,<br />
y es necesario unirnos contra la muerte<br />
que nos amenaza.
-Señora, me abrumáis con esas dulces<br />
palabras.<br />
-Nadie me ha servido ni amado jamás<br />
como vos, duquesa.<br />
-¿Se acuerda <strong>de</strong> ello Vuestra Majestad?<br />
-Siempre. .. Duquesa, una prueba <strong>de</strong><br />
amistad.<br />
-¡Ah, señora! Todo mi ser pertenece a<br />
Vuestra Majestad…<br />
-Pues esa prueba...<br />
-¿Qué prueba?<br />
-Pedidme algo.<br />
-¿Pedir?<br />
-¡Oh! Ya sé que tenéis el alma más <strong>de</strong>sinteresada,<br />
la más gran<strong>de</strong>, la más regia.<br />
-No me elogiéis <strong>de</strong>masiado, señora -dijo<br />
la duquesa inquieta.<br />
-Jamás os elogiaré tanto como merecéis.<br />
-¡Con la edad, con las <strong>de</strong>sgracias, se<br />
cambia mucho, señora!<br />
-¡Dios os oye, duquesa!<br />
-¿Cómo?
-Sí; la duquesa <strong>de</strong> otra época, la bella, la<br />
orgullosa, la adorada Chevreuse, me hubiera<br />
respondido ingratamente: "No quiero nada <strong>de</strong><br />
vos." Benditas sean, pues, las <strong>de</strong>sgracias, si han<br />
venido, puesto que os habrán cambiado, y quizá<br />
me contestéis: "Acepto."<br />
La duquesa dulcificó su mirada y su<br />
sonrisa; estaba bajo un encanto y no lo ocultaba.<br />
-Hablad, duquesa -dijo la reina-; ¿qué<br />
queréis?<br />
-Luego es preciso explicarse...<br />
-Sin vacilar.<br />
-Pues bien, Vuestra Majestad pue<strong>de</strong><br />
proporcionarme una alegría in<strong>de</strong>cible, incomparable.<br />
-Vamos a ver -dijo la reina un poco más<br />
fría por la inquietud-. Pero ante todo, mi buena<br />
Chevreuse, acordaos que estoy en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un<br />
hijo, como estaba en otro tiempo en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />
un marido.
-Lo tendré en cuenta, señora. -<br />
Llamadme Ana, como en otro tiempo; será un<br />
dulce eco <strong>de</strong> la hermosa juventud.<br />
-Pues bien, mi venerada dueña, Ana<br />
querida ...<br />
-¿Sabes aún el español?<br />
-Sí.<br />
-Pues pí<strong>de</strong>me en español. -Hacedme el<br />
favor <strong>de</strong> venir a pasar unos días en Dampierre.<br />
-¿Eso es todo? -murmuró la reina, estupefacta.<br />
-Sí.<br />
-¿Nada más que eso?<br />
-¡Santo Dios! ¿Tendríais la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />
no os pido en esto el más enorme beneficio? Si<br />
es así, no me conocéis. ¿Aceptáis?<br />
-Sí, <strong>de</strong> todo corazón.<br />
-¡Oh! Gracias.<br />
-Y seré muy feliz -continuó la reina con<br />
<strong>de</strong>sconfianza- si mi presencia pue<strong>de</strong> seros útil<br />
en alguna cosa.
-¿Útil? -exclamó la duquesa riendo-.<br />
¡Oh! No, no, agradable, grata, <strong>de</strong>liciosa, sí, mil<br />
veces <strong>de</strong>liciosa. ¿Queda, pues, prometido?<br />
-Jurado.<br />
La duquesa se abalanzó a la mano tan<br />
bella <strong>de</strong> la reina y la cubrió <strong>de</strong> besos.<br />
"Es una buena mujer en el fondo... -dijo para sí<br />
la reina-. Y... <strong>de</strong> espíritu generoso."<br />
-¿Consentiría Vuestra Majestad en darme<br />
quince días? -repuso la duquesa.<br />
-Indudablemente; ¿por qué?<br />
-Porque sabiendo que estoy en <strong>de</strong>sgracia,<br />
nadie quema prestarme los cien mil escudos<br />
que necesito para reparar la posesión <strong>de</strong><br />
Dampierre; mas cuando se sepa que son para<br />
recibir en ella a Vuestra Majestad, todos los<br />
fondos <strong>de</strong> París afluirán a mi casa.<br />
-¡Ah!. . . -contestó la reina moviendo<br />
dulcemente la cabeza con inteligencia-.<br />
¡Cien mil escudos! ¿Se necesitan cien mil escudos<br />
para las reparaciones <strong>de</strong> Dampierre?<br />
-Por lo menos.
-¿Y nadie quiere prestároslos?<br />
-Nadie.<br />
-Pues yo os los prestaré si lo <strong>de</strong>seáis,<br />
duquesa.<br />
-¡Oh! No me atrevería ...<br />
-Pues haríais mal.<br />
-¿De veras?<br />
-A fe <strong>de</strong> reina... Cien mil escudos no es<br />
realmente mucho.<br />
-¿Verdad que no?<br />
-No. ¡Oh! Bien sé que jamás habéis<br />
hecho pagar vuestra discreción en lo que vale.<br />
Duquesa, aproximadme aquel velador para que<br />
os extienda el bono contra el señor Colbert; no,<br />
para el señor Fouquet, , que es hombre mucho<br />
más galante.<br />
-¿Paga?<br />
-Si él no paga, pagaré yo; pero será la<br />
primera vez que se niegue a mi firma.<br />
La reina escribió, dio la cédula a la duquesa,<br />
y la <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberla abrazado<br />
alegremente.
LI<br />
DE COMO JUAN DE LA FONTAINE COM-<br />
PUSO SU PRIMER CUENTO<br />
Semejantes intrigas ya agotadas, el espíritu<br />
humano, tan múltiple en sus exhibiciones,<br />
ha podido <strong>de</strong>senvolverse a sus anchas en los<br />
tres cuadros que nuestro relato le ha proporcionado.<br />
Quizá se trate aún <strong>de</strong> política y <strong>de</strong> intrigas<br />
en el que ahora preparamos, pero los resortes<br />
están <strong>de</strong> tal modo ocultos, que no se verán<br />
más que las flores y las pinturas, absolutamente<br />
como en los teatros <strong>de</strong> feria en cuya escena aparece<br />
un coloso que anda movido por las piernecitas<br />
y los brazos raquíticos <strong>de</strong> un niño oculto<br />
en su armazón.<br />
Volvamos a Saint-Mandé, don<strong>de</strong> el superinten<strong>de</strong>nte<br />
recibe, como <strong>de</strong> costumbre, su<br />
escogida sociedad <strong>de</strong> epicúreos.
De algún tiempo a esta parte, el dueño<br />
ha sufrido duras pruebas. Todos se resienten <strong>de</strong><br />
la angustia <strong>de</strong>l ministro. Ya no hay aquellas<br />
magnas y locas reuniones. La Hacienda ha sido<br />
un pretexto para el señor Fouquet, y, como dice<br />
espiritualmente Gourville, jamás ha habido un<br />
pretexto más falaz.<br />
<strong>El</strong> señor Vatel ingéniase por sostener la reputación<br />
<strong>de</strong> la casa. Sin embargo, los jardineros se<br />
quejan <strong>de</strong> una tardanza ruinosa; los expedicionarios<br />
<strong>de</strong> vino <strong>de</strong> España envían con frecuencia<br />
remesas que nadie paga, y los pescadores<br />
que el superinten<strong>de</strong>nte tiene a salario en las<br />
costas <strong>de</strong> Normandía, esperan ser reembolsados<br />
para retirarse a su tierra. La marea<br />
que, más tar<strong>de</strong>, ha <strong>de</strong> hacer morir a Vatel, no<br />
llega <strong>de</strong>l todo.<br />
Sin embargo, para ser un día <strong>de</strong> recepción<br />
ordinaria, los amigos <strong>de</strong> Fouquet se presentan<br />
más numerosos que <strong>de</strong> costumbre.<br />
Gourville y el abate Fouquet hablan <strong>de</strong> cuestiones<br />
financieras, o sea, que el abate toma presta-
dos <strong>de</strong> Gourville algunos doblones. Pellisson,<br />
sentado con las piernas cruzadas, termina la peroración<br />
<strong>de</strong> un discurso, con el que <strong>de</strong>be abrir<br />
Fouquet el Parlamento.<br />
Y este discurso es una obra maestra,<br />
pues Pellisson lo hace para su amigo, es <strong>de</strong>cir,<br />
que mete en él todo lo que ciertamente no iría a<br />
buscar para sí propio. Y estando disputando<br />
sobre las más fáciles rimas, llegaron <strong>de</strong>l fondo<br />
<strong>de</strong>l jardín Loret y La Fontaine.<br />
Los pintores y los músicos se dirigen a<br />
su vez al comedor, y cuando <strong>de</strong>n las ocho cenarán.<br />
Jamás hace aguardar el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
Son las siete y media; el apetito se anuncia<br />
con bastante fuerza. Cuando todos los invitados<br />
están reunidos, Gourville se va <strong>de</strong>recho a<br />
Pellisson, le saca <strong>de</strong> su sueño, -y 1o lleva en<br />
medio <strong>de</strong> un salón, cuyas puertas ha cerrado.<br />
-¿Qué hay <strong>de</strong> nuevo? -dice.<br />
Levantando Pellisson su cabeza inteligente:
-Mi tía me ha prestado veinticinco mil<br />
libras. Aquí están en bonos <strong>de</strong> la Caja.<br />
-Bien -contestó Gourville-, ya no faltan<br />
más que ciento noventa y cinco mil libras para<br />
el primer pago.<br />
-¿<strong>El</strong> pago <strong>de</strong> qué? -dijo La Fontaine, con<br />
el mismo tono que usaba para <strong>de</strong>cir: "¿Habéis<br />
leído a Baruch?"<br />
-Otra vez aquí el que me distrae <strong>de</strong> todo<br />
-dijo Gourville-. ¡Cómo! ¿Vos, el que nos hizo<br />
saber que la tierra <strong>de</strong> Corbeil iba a ser vendida<br />
por un acreedor <strong>de</strong>l señor Fouquet; vos, el que<br />
nos propuso el escote entre todos los amigos <strong>de</strong><br />
Epicuro; vos, el que dijo que ven<strong>de</strong>ría un rincón<br />
<strong>de</strong> su casa <strong>de</strong> Cháteau-Tierry, para dar su contingente;<br />
vos venís a <strong>de</strong>cir hoy: "<strong>El</strong> pago <strong>de</strong><br />
qué"?<br />
Una risa universal acogió esta salida, e<br />
hizo ruborizar a La Fontaine.<br />
-Perdón -dijo-, es verdad; no lo había<br />
olvidado... Solamente que...
-Solamente que ya no te acordabas -<br />
replicó Loret.<br />
-Esa es la verdad. <strong>El</strong> hecho es que tiene<br />
razón. Entre olvidar y no acordarse hay una<br />
gran diferencia.<br />
-Entonces -añadió Pellisson-, ¿traéis ese<br />
óbolo, precio <strong>de</strong>l rincón <strong>de</strong> tierra vendido?<br />
-¿Vendido?<br />
-No.<br />
-¿No habéis vendido vuestra tierra? -<br />
preguntó Gourville sorprendido, porque conocía<br />
el <strong>de</strong>sinterés <strong>de</strong>l poeta.<br />
-Mi mujer no ha querido - contestó éste.<br />
Nuevas risas.<br />
-Sin embargo, habéis ido a Cháteau-<br />
Tierry para eso -le repusieron.<br />
-Ciertamente, y a caballo.<br />
-¡Pobre Juan!<br />
-Ocho caballos distintos; estaba molido.<br />
-¡Excelente amigo! ... ¿Y habéis <strong>de</strong>scansado<br />
allí?
-¿Descansado? ¡Ah, sí! Buen <strong>de</strong>scanso<br />
he tenido.<br />
-¿Cómo es eso?<br />
-Mi esposa había hecho coqueterías con<br />
aquel a quien yo quería ven<strong>de</strong>r la tierra; este<br />
hombre se <strong>de</strong>sdijo, y yo lo <strong>de</strong>safié.<br />
-¡Muy bien! ¿Y os habéis batido?<br />
-Parece que no.<br />
-¿No sabéis nada vos?<br />
-No; mi mujer y sus parientes se han<br />
mezclado en el asunto. He tenido la espada en<br />
la mano un cuarto <strong>de</strong> hora, pero no he sido herido.<br />
-¿Y el adversario?<br />
-<strong>El</strong> enemigo tampoco; no pareció en el<br />
terreno.<br />
-¡Es admirable! -exclamaron <strong>de</strong> todas<br />
partes-. Debisteis encolerizaros.<br />
-Furiosamente, porque me resfrié; volví<br />
a casa, y mi mujer me riñó.<br />
-¡Sin más ni más!
-Sin mas ni más me tiró a la cabeza un<br />
pan enorme.<br />
-¿Y vos?<br />
-Yo le volqué toda la mesa sobre el<br />
cuerpo y sobre el cuerpo <strong>de</strong> sus convidados;<br />
luego monté- a caballo, y aquí estoy.<br />
Nadie pudo guardar seriedad al oír esta<br />
exposición cómico-heroica. Cuando el huracán<br />
<strong>de</strong> risas se calmó un poco, dijeron a La Fontaine:<br />
-¿Y eso es todo lo que habéis traído?<br />
-¡Oh, no! Tengo una i<strong>de</strong>a excelente.<br />
-¡Decidla!<br />
-¿Habéis observado que se hacen en<br />
Francia muchas poesías jocosas?<br />
-¡Claro que sí! -contestó la asamblea.<br />
-¿Y que -continuó La Fontaine- se imprimen<br />
muy pocas?<br />
-Las leyes son duras, es verdad.<br />
-Pues bien, mercancía rara es mercancía<br />
cara, he pensado yo; y por eso me he puesto a
componer un poemita extremadamente licencioso...<br />
-¡Oh querido poeta! -Extremadamente<br />
picaresco.<br />
-¡Oh!<br />
-Extremadamente cínico.<br />
-¡Diablo, diablo!<br />
-Y he puesto en él -continuó fríamente el<br />
poeta- todas las palabras lúbricas que he podido<br />
encontrar.<br />
Todos agitábanse <strong>de</strong> risa, mientras que<br />
el buen poeta ponía <strong>de</strong> este modo la muestra a<br />
su mercancía.<br />
-Y me he aplicado –continuó a sobrepujar<br />
todo lo que Boccaccio, Aretino y otros maestros<br />
han hecho en este género.<br />
-¡Buen Dios! -exclamó Pellisson-. ¡Eso<br />
será con<strong>de</strong>nado!<br />
-¿Suponéis? -dijo cándidamente La Fontaine-.<br />
Os juro que no he hecho eso por mí, sino<br />
únicamente por el señor Fouquet.
Esta admirable conclusión colmó la satisfacción<br />
<strong>de</strong> los concurrentes. -Y he vendido el<br />
opúsculo en ochocientas libras la primera edición<br />
-añadió La Fontaine restregándose las manos-.<br />
Los libros piadosos se compran en menos<br />
<strong>de</strong> la mitad.<br />
-Pues más hubiese valido -dijo Gourville<br />
riendo- haber hecho dos libros piadosos.<br />
-Eso es <strong>de</strong>masiado largo y no tan divertido<br />
-replicó La Fontaine-; mis ochocientas libras<br />
están en este saquillo y las ofrezco. -Y, en<br />
efecto, puso su ofrenda en manos <strong>de</strong>l tesorero<br />
<strong>de</strong> los epicúreos.<br />
Después correspondió el turno a Loret,<br />
que dio ciento cincuenta libras; los otros hicieron<br />
lo mismo, y, hecha la cuenta, resultaron<br />
cuarenta mil libras en la escarcela.<br />
Jamás resonó más generoso dinero en<br />
las balanzas divinas, don<strong>de</strong> la caridad pesa los<br />
buenos corazones e intenciones contra las monedas<br />
falsas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>votos hipócritas.
Todavía resonaban los escudos cuando<br />
el superinten<strong>de</strong>nte entró, o más bien, se <strong>de</strong>slizó<br />
en la sala. Todo lo había oído.<br />
Se vio a este hombre que había removido<br />
tantos millones; a este rico, que había agotado<br />
todos los placeres y todos los honores; a este<br />
corazón inmenso y cerebro profundo, que había<br />
<strong>de</strong>vorado la substancia material y moral <strong>de</strong>l<br />
primer reino <strong>de</strong>l mundo; viose a Fouquet, <strong>de</strong>cimos,<br />
pasar el umbral con los ojos llenos <strong>de</strong><br />
lágrimas y meter sus <strong>de</strong>dos blancos y finos entre<br />
el oro y la plata.<br />
-¡Pobre limosna! -exclamó con voz tierna<br />
y conmovida-. Tú <strong>de</strong>saparecerás en el más<br />
pequeño pliegue <strong>de</strong> mi bolsa vacía; pero han<br />
llenado hasta el bor<strong>de</strong> lo que nadie agotará jamás:<br />
mi corazón. ¡Gracias, amigos queridos,<br />
gracias!<br />
Y, como no podía abrazar a todos los<br />
que allí se encontraban, y que también lloraban<br />
un poco, por más filósofos que fueran, abrazó a<br />
La Fontaine, diciéndole:
-¡Pobre mozo que se ha hecho pegar por<br />
su mujer a causa mía, y con<strong>de</strong>nar por su confesor!<br />
-¡Bien! Eso no es nada -respondió el poeta-;<br />
que vuestros acreedores esperen dos años y<br />
habré hecho otros cien cuentos que, a dos ediciones<br />
cada uno, satisfarán la <strong>de</strong>uda.<br />
L<strong>II</strong><br />
LA FONTAINE NEGOCIANTE<br />
Fouquet estrechó la mano a La Fontaine<br />
con efusión.<br />
-Mi amado poeta -le dijo-, hacednos<br />
otros cien cuentos, no sólo por los ochenta doblones<br />
que cada uno os producirán, sino para<br />
enriquecer también nuestra lengua con cien<br />
obras maestras.<br />
-¡Oh! -dijo La Fontaine, contoneándose-.<br />
No se crea que he traído sólo esa i<strong>de</strong>a y esos<br />
ochenta ! doblones al señor superinten<strong>de</strong>nte.
-¡Ea -exclamaron <strong>de</strong> todos lados-, hoy<br />
está en fondos el señor La Fontaine!<br />
-Bendita sea la i<strong>de</strong>a, si me trae uno o dos<br />
millones -dijo alegremente Fouquet.<br />
-Precisamente -contestó La Fontaine.<br />
-¡Pronto, pronto! -exclamó la asamblea.<br />
-¡Cuidado! -dijo Pellisson al oído <strong>de</strong> La<br />
Fontaine-. Hasta ahora habéis conseguido un<br />
gran triunfo. No vayáis a arrojar la flecha más<br />
allá <strong>de</strong>l blanco.<br />
-Necuácuam, señor Pellisson, y vos, que<br />
sois hombre <strong>de</strong> buen gusto, seréis el primero en<br />
aplaudir.<br />
-¿Se trata <strong>de</strong> millones? -dijo Gourville.<br />
-Tengo aquí un millón quinientas mil<br />
libras, señor Gourville. Y se golpeó el pecho.<br />
-¡Al diablo el gascón <strong>de</strong> Château-Tierry!<br />
-exclamó Loret.<br />
-No es el bolsillo lo que hay que golpear<br />
-dijo Fouquet-, sino el cerebro.<br />
-Veamos -añadió La Fontaine-; señor<br />
superinten<strong>de</strong>nte, vos no sois un fiscal general,
sino un poeta. -¡Eso es verdad! -exclamaron ;<br />
Loret, Conrart y todos los literatos que allí<br />
había.<br />
-Sois, digo, un poeta, un pintor, un escultor,<br />
un amigo <strong>de</strong> las artes y <strong>de</strong> las ciencias,<br />
pero confesad vos mismo que no sois curial.<br />
-Lo confieso -replicó sonriendo el señor<br />
Fouquet.<br />
-Aun cuando os nombrasen académico<br />
lo rehusaríais, ¿no es verdad?<br />
-Creo que sí, mal que les pese a los académicos.<br />
-Bien; y ¿por qué, no queriendo formar<br />
parte <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia, consentís en formarla <strong>de</strong>l<br />
Parlamento?<br />
-¡Hola! -exclamó Pellison-. Parece que<br />
entramos en política.<br />
-Pregunto -prosiguió La Fontaine- si la<br />
toga sienta o no sienta bien al señor Fouquet.<br />
-No se trata aquí <strong>de</strong> togas -dijo Pellisson,<br />
contrariado por la risa <strong>de</strong> la asamblea.
-Al contrario -dijo Loret-, <strong>de</strong> la toga es<br />
<strong>de</strong> lo que se trata.<br />
-Quítese la toga el fiscal general -dijo<br />
Conrart-, y tenemos al señor Fouquet, <strong>de</strong> lo<br />
cual no nos quejamos; pero, como hay fiscal general<br />
sin toga, <strong>de</strong>claremos, <strong>de</strong> conformidad con<br />
lo expuesto por el señor <strong>de</strong> La Fontaine, que<br />
seguramente la toga es un espantajo.<br />
-Fugiunt risus leporesque -dijo Loret.<br />
-Las risas y las gracias -añadió un filósofo.<br />
-Yo -prosiguió Pellisson con gravedadno<br />
es así como traduzco lepores.<br />
-¿Pues cómo lo traducís? -preguntó La<br />
Fontaine.<br />
-Así: "Las liebres huyen al ver al señor<br />
Fouquet".<br />
<strong>El</strong> auditorio prorrumpió en risas, <strong>de</strong> que<br />
también participó el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Y por qué las liebres? -arguyó Conrart,<br />
picado.
-Porque será liebre el que no se alegre<br />
<strong>de</strong> ver al señor Fouquet con los atributos <strong>de</strong> su<br />
fuerza parlamentaria.<br />
-¡Oh, oh! -exclamaron los poetas.<br />
-Quo non ascendant -dijo Conrart-, me<br />
parece imposible con toga <strong>de</strong> fiscal.<br />
-Y a mí sin toga -dijo el obstinado Pellisson-.<br />
¿Qué os parece, Gourville?<br />
-Me parece que la toga es buena -replicó<br />
éste-; pero opino también que millón y medio<br />
valdría más que la toga.<br />
-Y yo soy <strong>de</strong>l parecer <strong>de</strong> Gourville -dijo<br />
Fouquet cortando la discusión con su dictamen,<br />
que <strong>de</strong>bía dominar por necesidad a todos los<br />
otros.<br />
-¡Millón y medio! -suspiró Pellisson-.<br />
¡Diantre! Sé una fábula india . . .<br />
-Contádmela -dijo La Fontaine-; yo también<br />
<strong>de</strong>bo saberla. -¡Contadla,. contadla!<br />
-La tortuga tenía una concha -dijo Pellisson,<br />
en la que se ocultaba cuando se veía<br />
amenazada por sus enemigos. Un día le dijo
uno: "Mucho calor <strong>de</strong>béis tener en el verano en<br />
esa casa, que hasta os impi<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r mostrar<br />
vuestras gracias. Ahí tenéis la culebra, que os<br />
pagará por ella millón y medio."<br />
-¡Bien! -dijo riendo el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-¿Y qué más? -preguntó La Fontaine,<br />
teniendo más interés por el apólogo que por la<br />
moraleja.<br />
-La tortuga vendió su concha y se quedó<br />
<strong>de</strong>snuda. Acertó a verla un buitre que tenía<br />
hambre, y, <strong>de</strong> un picotazo en los lomos, la <strong>de</strong>voró.<br />
-¿O mithos <strong>de</strong>loi?... -dijo Conrart.<br />
-Que el señor Fouquet hará bien en conservar<br />
su toga.<br />
La Fontaine tomó en serio el sentido<br />
moral <strong>de</strong> la fábula.<br />
-Olvidáis a Esquilo -dijo a su adversario.<br />
-¿A quién <strong>de</strong>cís?<br />
-A Esquilo el Calvo.<br />
-¿Y qué?
-A Esquilo, cuyo cráneo un buitre, bastante<br />
aficionado a tortugas,<br />
que sería probablemente el vuestro, tomó por<br />
una piedra y arrojó sobre él una tortuga muy<br />
envuelta en su concha.<br />
-La Fontaine tiene razón -replicó Fouquet<br />
pensativo-. Todo buitre, cuando tiene<br />
hambre <strong>de</strong> tortugas, sabe muy bien romperles<br />
gratis la concha. ¡Felices las tortugas que encuentran<br />
una culebra que se la compre en millón<br />
y medio! Que me <strong>de</strong>n una culebra generosa,<br />
como la <strong>de</strong> vuestra fábula, Pellisson, y le<br />
doy mi concha.<br />
-Rara avis in terris! -murmuró Conrart.<br />
-Y parecida a un cisne negro, ¿no es<br />
verdad? -añadió La Fontaine-. Pues bien, esa<br />
ave rara y negra la he encontrado yo.<br />
-¿Habéis encontrado quien quiera tomar<br />
mi cargo <strong>de</strong> fiscal? -preguntó Fouquet.<br />
-Sí, señor.
-Pero el señor superinten<strong>de</strong>nte no ha<br />
dicho nunca que quisiera ven<strong>de</strong>rlo -repuso Pellisson.<br />
-Perdonad; vos mismo habéis hablado<br />
<strong>de</strong> ello -dijo Conrart.<br />
-Yo soy testigo -dijo Gourville.<br />
-Se apasiona mucho con los excelentes<br />
sermones que me predica -dijo riendo Fouquet.<br />
-Y vamos a ver, La Fontaine, ¿quién es el<br />
comprador?<br />
-Un pájaro negro, un consejero <strong>de</strong>l Parlamento;<br />
una excelente persona.<br />
-¿Que se llama?<br />
-Vanel.<br />
-¡Vanel! -exclamó Fouquet-. ¡Vanel! ¿<strong>El</strong><br />
marido <strong>de</strong>…?<br />
-<strong>El</strong> mismo, su marido; sí, señor.<br />
-¡Pobre hombre! -dijo Fouquet con interés-.<br />
¿Y quiere ser fiscal general?<br />
-Quiere ser todo lo que sois -dijo Gourville-,<br />
y hacer lo mismo que habéis hecho.
-¡Oh. qué divertido! ¡Contadnos eso, La<br />
Fontaine!<br />
-Es sencillísimo. Como suelo encontrarle<br />
<strong>de</strong> vez en cuando, le vi el otro día paseando por<br />
la plaza <strong>de</strong> la Bastilla, en el momento precisamente<br />
en que iba yo a tomar el carruaje <strong>de</strong><br />
Saint-Mandé.<br />
-Estaría acechando a su mujer, <strong>de</strong> seguro<br />
-interrumpió Loret.<br />
-¡No, pardiez! -dijo sencillamente Fouquet-.<br />
No es celoso.<br />
-Me <strong>de</strong>tuvo, pues, me abrazó, me llevó a<br />
la taberna <strong>de</strong> la Image Saint-Fiacre, y me comunicó<br />
sus penas.<br />
-¿Tiene penas?<br />
-Sí; su mujer le inspira ambición.<br />
-¿Y os dijo...?<br />
-Que le habían hablado <strong>de</strong> un cargo en<br />
el Parlamento; que había sido pronunciado el<br />
nombre <strong>de</strong>l señor Fouquet, y que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces,<br />
la señora Vanel sueña con llamarse señora
fiscala general, y que se perece todas las noches<br />
soñando con eso.<br />
-¡Diantre!<br />
-¡Pobre mujer! -dijo Fouquet.<br />
-Esperad. Conrart me está diciendo continuamente<br />
que no sé manejar los asuntos: ahora<br />
veréis cómo me he conducido en éste.<br />
-Veamos.<br />
-¿Sabéis, le .dije a Vanel, que vale caro<br />
un cargo como el <strong>de</strong>l señor Fouquet?<br />
-¿Sobre cuánto, aproximadamente?, me<br />
preguntó.<br />
-<strong>El</strong> señor Fouquet ha rehusado ya un<br />
millón setecientas mil libras.<br />
-Mi mujer, replicó Vanel, había calculado<br />
dar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un millón cuatrocientas<br />
mil.<br />
-¿Al contado?, le hice observar.<br />
-Sí; ha vendido una posesión en Guinea,<br />
y tiene dinero."
-Es un bonito premio para recibirlo <strong>de</strong><br />
una vez -dijo sentenciosamente el abate Fouquet,<br />
que aún no había hablado.<br />
-¡Vaya con la pobre señora Vanel! -<br />
exclamó Fouquet.<br />
Pellisson se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />
-¡Es el <strong>de</strong>monio! -dijo por lo bajo a Fouquet.<br />
-¡Precisamente! . . . Sería <strong>de</strong>licioso reparar<br />
con el dinero <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>monio el mal que por<br />
mí se ha causado un ángel.<br />
Pellisson miró con aire <strong>de</strong> sorpresa a<br />
Fouquet, cuyas i<strong>de</strong>as se fijaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces<br />
en un nuevo objeto.<br />
-¿Qué tal mi negociación? - preguntó La<br />
Fontaine.<br />
-¡Admirable, querido poeta!<br />
-Sí -dijo Gourville-; pero no hay cosa<br />
más frecuente que oír hablar <strong>de</strong> comprar caballo<br />
a quien no tiene ni con qué pagar la brida.<br />
-Vanel se <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ciría si le cogiesen la<br />
palabra -continuó el abate Fouquet.
-No lo creo -dijo La Fontaine.<br />
-¡Qué sabéis!<br />
-Es que aún ignoráis el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> mi<br />
historia.<br />
-¡Ah! Pues si hay ya <strong>de</strong>senlace, ¿a qué<br />
andar con ro<strong>de</strong>os?<br />
-Semper ad adventum. ¿No es cierto? -<br />
dijo Fouquet en el tono <strong>de</strong> un gran señor que se<br />
engolfa en barbarismos.<br />
Los latinistas aplaudieron.<br />
-Mi <strong>de</strong>senlace -dijo La Fontaine-, es que<br />
Vanel, ese temible pájaro negro, sabiendo que<br />
venía yo a Saint-Mandé, me suplicó que le<br />
permitiese acompañarme.<br />
-¡Hola, hola!<br />
-Y le presentase, si era posible, a monseñor.<br />
-¿Y qué?<br />
-De modo que está ahí en la cespe<strong>de</strong>ra<br />
<strong>de</strong> Bel-Air.<br />
-Como un escarabajo.
-Sin duda, <strong>de</strong>cís eso por las antenas, ¿no<br />
es así Gourville, chistoso, <strong>de</strong>sgraciado? ¿Y qué<br />
se hace, señor Fouquet?<br />
-No es justo que el esposo <strong>de</strong> la señora<br />
Vanel se resfríe fuera <strong>de</strong> mi casa; id a buscarle,<br />
La Fontaine, puesto que sabéis dón<strong>de</strong> está. -<br />
Ahora mismo voy.<br />
-Yo os acompañaré -dijo Gourville-, y<br />
traeré los sacos.<br />
-Nada <strong>de</strong> chocarrerías -dijo gravemente<br />
Fouquet-. Tratemos el negocio con seriedad, si<br />
es que hay negocio. Ante todo, seamos hospitalarios.<br />
-Disculpadme, La Fontaine,<br />
con ese buen hombre, y <strong>de</strong>cidle que siento<br />
en el alma haberle hecho esperar, pero que<br />
ignoraba que estuviese ahí.<br />
La Fontaine había salido ya, y no fue<br />
poca fortuna que Gourville le acompañase,<br />
pues el poeta, absorto <strong>de</strong>l todo en sus números,<br />
equivocaba ya el camino y corría hacia Saint-<br />
Maur.
Un cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong>spués fue introducido<br />
el señor Vanel en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l señor<br />
superinten<strong>de</strong>nte,. aquel mismo <strong>de</strong>spacho cuya<br />
<strong>de</strong>scripción y comunicaciones dimos al: principio<br />
<strong>de</strong> esta historia.<br />
Al verle pasar Fouquet, llamó a Pellisson<br />
y le habló unas palabras al oído.<br />
-Retened bien lo que os voy a encargar -<br />
le dijo-: que toda la plata, vajilla y alhajas sean<br />
empaquetadas en el carruaje. Tomad los caballos<br />
negros, y que os acompañe el platero; retrasad<br />
la comida hasta que llegue la señora <strong>de</strong><br />
Belliére.<br />
-Habrá que avisarle -dijo Pellisson.<br />
-Es inútil; yo me encargo <strong>de</strong> eso.<br />
-Está bien.<br />
-Id, amigo mío.<br />
Pellisson partió, augurando mal, pero<br />
confiando, como todos los amigos verda<strong>de</strong>ros,<br />
en la voluntad que lo dominaba. En esto está la<br />
fuerza <strong>de</strong> las almas gran<strong>de</strong>s; la <strong>de</strong>sconfianza es<br />
propia sólo <strong>de</strong> las naturalezas inferiores.
Vanel se inclinó, pues, en presencia <strong>de</strong>l<br />
superinten<strong>de</strong>nte. Iba a comenzar su arenga.<br />
-Sentáros, señor -le dijo cortésmente<br />
Fouquet-. Tengo entendido que <strong>de</strong>seáis obtener<br />
mi cargo.<br />
-Monseñor . . .<br />
-¿Cuánto podéis dar por él?<br />
-A vos toca fijar la suma, monseñor. Sé<br />
que os han hecho ya ofrecimientos.<br />
-Me han dicho que la señora Vanel lo<br />
aprecia en un millón cuatrocientas mil libras.<br />
-Es todo cuanto poseemos.<br />
-¿Podéis darme la suma inmediatamente?<br />
-No la traigo aquí -contestó ingenuamente<br />
Vanel, asustado <strong>de</strong> aquella naturalidad,<br />
<strong>de</strong> aquella gran<strong>de</strong>za, cuando esperaba entrar en<br />
luchas y regateos <strong>de</strong> traficante.<br />
-¿Cuándo los tendréis?<br />
-Cuando quiera, monseñor.<br />
Y temblaba <strong>de</strong> que Fouquet se burlara<br />
<strong>de</strong> él.
-Si no fuese por la molestia <strong>de</strong> tener que<br />
volver a París, os diría que ahora mismo.<br />
-¡Oh monseñor! ...<br />
-Pero -interrumpió el superinten<strong>de</strong>nte-,<br />
fijemos el pago y la firma para mañana por la<br />
mañana.<br />
-Sea -replicó Vanel, atónito <strong>de</strong> lo que<br />
oía.<br />
-¿A las seis? -dijo Fouquet.<br />
-A las seis -dijo Vanel. -¡Adiós, señor<br />
Vanel! Decid a la señora que soy su humil<strong>de</strong><br />
servidor.<br />
Y Fouquet se levantó. Entonces Vanel, a<br />
quien le afluía la sangre a los ojos y principiaba<br />
a per<strong>de</strong>r la cabeza:<br />
-¡Monseñor, monseñor! -dijo con seriedad-,<br />
¿me dais vuestra palabra?<br />
Fouquet volvió la cabeza.<br />
-¡Pardiez! -dijo-. ¿Y vos? Vanel vaciló,<br />
tembló, concluyó por alargar tímidamente su<br />
mano. Fouquet abrió y a<strong>de</strong>lantó noblemente la<br />
suya. Aquella mano leal se impregnó por un
segundo en el sudor <strong>de</strong> una mano hipócrita.<br />
Vanel apretó los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Fouquet para persuadirse<br />
mejor.<br />
<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte retiró dulcemente la<br />
suya.<br />
-¡Adiós! -dijo.<br />
Vanel retrocedió <strong>de</strong> espaldas hacia la<br />
puerta, precipitóse por las antesalas, y escapó.<br />
L<strong>II</strong>I<br />
LA VAJILLA Y LOS DIAMANTES DE LA<br />
SEÑORA DE BELLIPRE<br />
Cuando hubo Fouquet <strong>de</strong>spedido a Vanel,<br />
reflexionó un momento, y se dijo:<br />
"Nunca se podría hacer <strong>de</strong>masiado por<br />
la mujer a quien se amó. Margarita <strong>de</strong>sea ser<br />
fiscala, ¿por qué no satisfacerle ese gusto? Ahora<br />
que la conciencia más escrupulosa no podría<br />
echarme nada en cara, pensemos únicamente<br />
en la mujer que me ama. La señora <strong>de</strong> Belliére<br />
<strong>de</strong>be estar ahí."
Y mostraba con el <strong>de</strong>do la puerta secreta.<br />
Abrió el corredor subterráneo, y se dirigió<br />
rápidamente hacia la comunicación establecida<br />
entre la casa <strong>de</strong> Vincennes y la suya.<br />
Había olvidado advertir a su amiga con<br />
la campanilla, bien seguro <strong>de</strong> que ella nunca<br />
faltaba a la cita.<br />
Efectivamente, la marquesa había llegado<br />
y esperaba.<br />
<strong>El</strong> ruido que hizo el superinten<strong>de</strong>nte la advirtió,<br />
y corrió para recibir por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta<br />
el billete que pasó.<br />
"Venid, marquesa; os esperan para comer."<br />
Feliz y activa, la señora <strong>de</strong> Belliére se<br />
metió en su carroza en la avenida <strong>de</strong> Vincennes<br />
y llegó a ten<strong>de</strong>r su mano en la escalinata a<br />
Gourville, que, a fin <strong>de</strong> agradar más a su amo,<br />
acechaba su llegada en el patio.<br />
La dama no había visto entrar, humeantes<br />
y llenos <strong>de</strong> espuma, a los caballos negros <strong>de</strong>
Fouquet que traían a Saint-Mandé a Pellisson y<br />
al mismo platero a quien ella vendió su vajilla y<br />
sus joyas.<br />
Pellisson introdujo a este hombre en el<br />
<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> que aún no había salido Fouquet.<br />
<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte dio las gracias al<br />
platero por haberse dignado guardarle como<br />
un <strong>de</strong>pósito aquella riqueza que tenía <strong>de</strong>recho a<br />
ven<strong>de</strong>r, y echó una ojeada sobre el total <strong>de</strong> las<br />
cuentas, que ascendían a un millón trescientas<br />
mil libras.<br />
Sentándose <strong>de</strong>spués en su bufete, escribió<br />
un bono <strong>de</strong> un millón cuatrocientas mil<br />
libras, paga<strong>de</strong>ro a la vista en su Caja antes <strong>de</strong><br />
las doce <strong>de</strong>l día siguiente.<br />
-¡Cien mil libras <strong>de</strong> beneficio! -murmuró<br />
el platero-. ¡Ah, monseñor, qué generosidad.<br />
-No, no, señor -dijo Fouquet dándole un<br />
golpecito en el hombro-, hay atenciones que no<br />
se pagan nunca. <strong>El</strong> beneficio es poco más o menos<br />
el mismo que hubiérais podido sacar <strong>de</strong>
otro modo; pero queda el interés <strong>de</strong> vuestro<br />
dinero.<br />
Y, pronunciando estas palabras, <strong>de</strong>sprendió<br />
<strong>de</strong> su manga un botón <strong>de</strong> brillantes,<br />
que el mismo platero había apreciado muchas<br />
veces en tres mil doblones.<br />
-Tomad esto como recuerdo mío -dijo al<br />
platero-, y adiós; sois un hombre honrado.<br />
-Y vos -respondió el platero profundamente<br />
conmovido-, sois un gran señor.<br />
Fouquet hizo pasar al honrado platero<br />
por una puerta excusada; luego, fue a recibir a<br />
la señora <strong>de</strong> Belliére, a quién ya ro<strong>de</strong>aban todos<br />
los convidados.<br />
La marquesa estaba siempre hermosa;<br />
pero aquella vez resplan<strong>de</strong>cía.<br />
-¿No encontráis, señores -dijo Fouquet-,<br />
que la señora tiene esta tar<strong>de</strong> una hermosura<br />
incomparable? ¿Sabéis por qué?<br />
-Porque la señora es la más bella <strong>de</strong> las<br />
mujeres -dijo uno.
-No, sino porque es la mejor <strong>de</strong> todas<br />
ellas. Sin embargo...<br />
-¿Sin embargo?... -dijo la marquesa<br />
sonriendo.<br />
-Sin embargo, todas las joyas que trae la<br />
señora esta tar<strong>de</strong> son piedras falsas.<br />
La dama ruborizóse.<br />
-¡Oh, oh! -exclamaron' todos los convidados-.<br />
Eso pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse sin temor <strong>de</strong> una<br />
mujer que tiene los más hermosos diamantes <strong>de</strong><br />
París.<br />
-¿Qué tal? -dijo por lo bajo Fouquet a<br />
Pellisson.<br />
-Sí, he comprendido ya -repuso éste-, y<br />
habéis hecho bien.<br />
-¡Qué satisfacción siente uno! -dijo sonriendo<br />
el superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-Monseñor está servido -exclamó majestuosamente<br />
Vatel.<br />
<strong>El</strong> tropel <strong>de</strong> convidados precipitóse menos<br />
lentamente <strong>de</strong> lo que se acostumbraba en
las fiestas ministeriales hacia el comedor, don<strong>de</strong><br />
les aguardaba un espectáculo magnífico.<br />
Sobre los armarios, sobre los aparadores,<br />
sobre la mesa, en medio <strong>de</strong> las flores y<br />
<strong>de</strong> las luces, brillaba hasta ofuscar la vista la<br />
vajilla <strong>de</strong> oro y plata más soberbia que pudiera<br />
verse; era un resto <strong>de</strong> aquellas antiguas magnificencias<br />
que los artistas florentinos, llevados<br />
por los Médicis, habían esculpido y fundido<br />
para los aparadores <strong>de</strong> los señores, cuando<br />
había oro en Francia; estas maravillas ocultas,<br />
sepultadas durante las guerras civiles, habían<br />
reaparecido tímidamente en las intermitencias<br />
<strong>de</strong> esa guerra <strong>de</strong> buen gusto, que se llamaba la<br />
Fronda, cuando los señores, batiéndose contra<br />
los señores, se mataban, pero no cometían pillaje.<br />
Toda aquella vajilla estaba marcada con las<br />
armas <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére.<br />
-¡Cómo! -exclamó La Fontaine-, una P y<br />
una B.<br />
Pero lo que había <strong>de</strong> más curioso, era el<br />
cubierto <strong>de</strong> la marquesa, en el sitio que le había
<strong>de</strong>signado Fouquet: junto a él, se elevaba una<br />
pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> diamantes, <strong>de</strong> zafiros, <strong>de</strong> esmeraldas,<br />
<strong>de</strong> camafeos antiguos: la sardónica grabada<br />
por los antiguos griegos <strong>de</strong>l Asia Menor con<br />
sus monturas <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> Misian, los curiosos<br />
mosaicos <strong>de</strong> la antigua Alejandría montados en<br />
plata, y los brazaletes macizos <strong>de</strong>l Egipto <strong>de</strong><br />
Cleopatra, llenaban un ancho plato <strong>de</strong> Palissy,<br />
sostenido por un trípo<strong>de</strong> <strong>de</strong> bronce dorado,<br />
esculpido por Benvenuto.<br />
La marquesa pali<strong>de</strong>ció al ver lo que no<br />
creía volver a ver jamás. Un profundo silencio,<br />
precursor <strong>de</strong> vivas emociones, ocupaba a la<br />
impaciente concurrencia.<br />
Fouquet no hizo ni una seña para alejar<br />
a todos los sirvientes llenos <strong>de</strong> bordados, que<br />
corrían como solícitas abejas en re<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los<br />
vastos aparadores y mesas <strong>de</strong> servicio.<br />
-Señores -dijo-, esta vajilla que veis pertenecía<br />
a la señora <strong>de</strong> Belliére, que cierto día,<br />
viendo apurado a uno <strong>de</strong> sus amigos, envió<br />
todo este oro y toda esta plata a casa <strong>de</strong>l orfe-
e, con toda esa masa <strong>de</strong> joyas agrupadas <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> ella. Esta hermosa acción <strong>de</strong> una amiga<br />
<strong>de</strong>be ser comprendida por amigos tales como<br />
vosotros. ¡Feliz el hombre que así se ve amado!<br />
Bebamos a la salud <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére.<br />
Una inmensa aclamación cubrió estas<br />
palabras e hizo caer sobre su asiento, muda y<br />
pasmada, a la pobre mujer, que acababa <strong>de</strong><br />
per<strong>de</strong>r el sentido, semejante a los pájaros <strong>de</strong><br />
Grecia, que atraviesan el cielo por encima <strong>de</strong> la<br />
arena <strong>de</strong> Olimpia.<br />
-Y ya que toda virtud conmueve, y toda<br />
belleza encanta -añadió Pellisson-, bebamos<br />
también un poco por aquel que inspiró la hermosa<br />
acción <strong>de</strong> la señora, pues semejante hombre<br />
<strong>de</strong>be ser digno <strong>de</strong> ser amado.<br />
La marquesa se levantó entonces, pálida<br />
y risueña, y alargó un vaso con <strong>de</strong>sfallecida<br />
mano, cuyos <strong>de</strong>dos trémulos rozaron los <strong>de</strong><br />
Fouquet, en tanto que sus ojos lánguidos buscaban<br />
todo el amor que ardía en aquel corazón<br />
generoso.
Comenzada <strong>de</strong> esta manera heroica,<br />
pronto convirtióse la comida en una fiesta, y<br />
nadie se ocupó ya <strong>de</strong> tener ingenio, pues a nadie<br />
le faltaba.<br />
La Fontaine olvidó su vino <strong>de</strong> Gorgoy, y<br />
permitió a Vatel que lo reconciliara con los vinos<br />
<strong>de</strong>l Ródano y <strong>de</strong> España.<br />
<strong>El</strong> abate Fouquet se hizo tan bueno, que<br />
Gourville le dijo: -Cuidado, señor abate, que si<br />
os hacéis tan tierno, os comerán. Las horas<br />
transcurrieron así gozosas y <strong>de</strong>rramando rosas<br />
sobre los convidados. Contra su costumbre, el<br />
señor superinten<strong>de</strong>nte no se levantó <strong>de</strong> la mesa<br />
antes <strong>de</strong> los últimos postres.<br />
Sonreía a la mayor parte <strong>de</strong> sus amigos,<br />
alegre como se está cuando se ha embriagado el<br />
corazón antes que la cabeza, y por vez primera<br />
miró entonces el reloj.<br />
De pronto rodó un carruaje en el patio,<br />
y ¡cosa extraña!, se le oyó en medio <strong>de</strong>l ruido y<br />
<strong>de</strong> las canciones.
Fouquet aplicó el oído, y <strong>de</strong>spués dirigió<br />
la vista hacia la antesala.<br />
Parecióle que un paso resonaba allí, y<br />
que este paso, en vez <strong>de</strong> hollar en el suelo, pesaba<br />
sobre su corazón.<br />
Instintivamente retiró su pie <strong>de</strong>l <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong><br />
Belliére que apoyaba contra el suyo hacía dos<br />
horas.<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Herblay, obispo <strong>de</strong> Vannes<br />
-exclamó el ujier.<br />
Y el rostro sombrío y pensativo <strong>de</strong><br />
Aramis apareció en el umbral, entre los restos<br />
<strong>de</strong> dos guirnaldas, cuyos hilos acababa <strong>de</strong><br />
romper la llama <strong>de</strong> una bujía.<br />
LIV<br />
EL RESGUARDO DEL SEÑOR MAZARINO<br />
Fouquet habría exhalado un grito <strong>de</strong><br />
alegría al divisar a un nuevo amigo, si el aire
glacial y la mirada distraída <strong>de</strong> Aramis no le<br />
hubieran hecho recobrar toda su reserva.<br />
-Venís a ayudarnos a tomar los postres -<br />
preguntó, sin embargo-. ¿No os asustaréis <strong>de</strong><br />
todo este ruido que armamos con nuestras locuras?<br />
-Monseñor -replicó respetuosamente<br />
Aramis-, principio por pediros me disculpéis<br />
<strong>de</strong> haber venido a turbar vuestra alegre reunión,<br />
y os suplicaré que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los placeres,<br />
me concedáis una breve audiencia para<br />
tratar <strong>de</strong> negocios.<br />
Como la palabra negocios hiciera aguzar<br />
el oído a algunos epicúreos, se levantó Fouquet.<br />
-Los negocios ante todo, señor <strong>de</strong> Herblay<br />
-le dijo-; felices nosotros cuando los negocios<br />
llegan sólo al fin <strong>de</strong> la comida.<br />
Y, diciendo esto, tomó <strong>de</strong> la mano a la<br />
señora <strong>de</strong> Belliére, que le miraba con una especie<br />
<strong>de</strong> inquietud, y la condujo al salón inmedia-
to, don<strong>de</strong> la <strong>de</strong>jó confiada a los más razonables<br />
<strong>de</strong> la reunión.<br />
Después, cogiendo a Aramis <strong>de</strong>l brazo,<br />
entraron ambos en el <strong>de</strong>spacho.<br />
Aramis, olvidando allí el respeto y la<br />
etiqueta, se sentó.<br />
-A ver si acertáis -dijo- a quién he visto<br />
esta tar<strong>de</strong>.<br />
-Mi querido caballero, siempre que empezáis<br />
<strong>de</strong> ese modo, estoy seguro <strong>de</strong> oír alguna<br />
cosa <strong>de</strong>sagradable.<br />
-Pues por esta vez tampoco os equivocáis,<br />
mi querido amigo -replicó Aramis.<br />
-No me hagáis langui<strong>de</strong>cer - añadió<br />
flemáticamente Fouquet.<br />
-Pues he visto a la señora <strong>de</strong> Chevreuse.<br />
-¿La vieja duquesa?<br />
-Sí.<br />
-O su sombra.<br />
-No; una vieja loba.<br />
-¿Sin dientes?<br />
-Es posible, pero no sin garras.
-¿Y por qué me ha <strong>de</strong> querer mal? No<br />
soy avaro con las mujeres que no se la echan <strong>de</strong><br />
mojigatas, y ésta es una cualidad que estiman<br />
hasta las que no se atreven ya a provocaros el<br />
amor.<br />
-Demasiado sabe la señora <strong>de</strong> Chevreuse<br />
que no sois avaro, supuesto que quiere sacaros<br />
dinero.<br />
-¡Hola! ¿Bajo que pretexto?<br />
-¡Oh! Jamás le faltan pretextos. Veréis lo<br />
que dice.<br />
-Ya escucho.<br />
-Parece que la duquesa posee muchas<br />
cartas <strong>de</strong>l señor Mazarino. -No me extraña; el<br />
prelado era galante.<br />
-Sí; pero esas cartas nada tienen que ver,<br />
según dice, con los amores <strong>de</strong>l prelado. Tratan<br />
<strong>de</strong> asuntos <strong>de</strong> Hacienda.<br />
-Entonces es menor su interés.<br />
-¿No sospecháis algo <strong>de</strong> lo que quiere<br />
<strong>de</strong>cir?<br />
-Ni lo más mínimo.
-¿No habéis oído hablar jamás <strong>de</strong> una<br />
acusación <strong>de</strong> malversación <strong>de</strong> fondos?<br />
-Mil veces, querido Herblay: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />
estoy mezclado en los negocios no he oído<br />
hablar <strong>de</strong> otra cosa. Pasa lo mismo que con vos,<br />
que, cuando obispo, os echan en cara vuestra<br />
impiedad; cuando mosquetero, vuestra cobardía;<br />
lo que se imputa siempre a un ministro <strong>de</strong><br />
Hacienda es que roba las rentas.<br />
-Bien, pero precisemos el hecho, porque<br />
el señor Mazarino lo precisa, como dice la duquesa.<br />
-Vamos a ver qué precisa.<br />
-Algo así como una cantidad <strong>de</strong> trece<br />
millones, cuya inversión no os sería fácil probar.<br />
-¡Trece millones! -dijo el superinten<strong>de</strong>nte<br />
estirándose en su sillón a fin <strong>de</strong><br />
levantar mejor la cabeza hacia el techo-. ¡Trece<br />
millones! ... Ya veis que los ando buscando entre<br />
todos los que me acusan <strong>de</strong> haberlos robado.
-No os riáis, mi querido señor, que el<br />
asunto es grave. Es positivo que la duquesa<br />
tiene cartas, y que esas cartas <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser buenas<br />
en atención a que quería ven<strong>de</strong>rlas en quinientas<br />
mil libras.<br />
-¡Menuda calumnia pue<strong>de</strong> conseguirse<br />
por ese precio!...-respondió Fouquet-. ¡Ay! Ya<br />
sé lo que queréis <strong>de</strong>cir.<br />
Fouquet se echó a reír <strong>de</strong> buena gana.<br />
-¡Tanto mejor! -dijo Aramis algo tranquilizado.<br />
-Ahora recuerdo esa historia <strong>de</strong> los trece<br />
millones...<br />
-Me alegro infinito, veamos.<br />
-Figuraos, amigo, que el signor Mazarino,<br />
que en paz <strong>de</strong>scanse, dio un día ese beneficio<br />
<strong>de</strong> trece millones sobre una concesión <strong>de</strong><br />
tierras que se litigaban en la Valtelina; los anuló<br />
en el registro <strong>de</strong> ingresos, me los envió, e hizo<br />
que se los diese para gastos <strong>de</strong> guerra.<br />
-Entonces está justificada su inversión.
-No; el car<strong>de</strong>nal los hizo colocar a mi<br />
nombre, y me envió el <strong>de</strong>scargo.<br />
-¿Y la conserváis?<br />
-Ya lo creo -dijo Fouquet levantándose<br />
para acercarse a los cajones <strong>de</strong> su vasta mesa <strong>de</strong><br />
ébano, incrustada <strong>de</strong> nácar y oro.<br />
-Lo que más me asombra en vos -dijo<br />
Aramis encantado-, es, en primer lugar, vuestra<br />
memoria, luego vuestra sangre fría, y por último,<br />
el or<strong>de</strong>n perfecto que reina en vuestra<br />
administración, siendo, como sois, verda<strong>de</strong>ramente<br />
el poeta por excelencia.<br />
-Sí -dijo Fouquet-; tengo or<strong>de</strong>n por efecto<br />
<strong>de</strong> la misma pereza, por ahorrarme <strong>de</strong> buscar.<br />
Así, pongo por caso, sé que el recibo <strong>de</strong><br />
Mazarino está en el tercer cajón, letra M, y no<br />
tengo más que abrirlo para poner la mano sobre<br />
el papel que necesito. A obscuras podría<br />
encontrarlo.<br />
Y tocó con mano segura el legajo <strong>de</strong> papeles<br />
amontonados en el cajón abierto.
-Hay más -prosiguió-, y es que me<br />
acuerdo <strong>de</strong> ese papel como si lo estuviera viendo;<br />
es fuerte, un poco arrugado y dorado por el<br />
canto. Mazarino había echado un borrón en el<br />
número <strong>de</strong> la fecha... ¡Vaya! -continuó-; parece<br />
que el papel ha conocido que se ocupan <strong>de</strong> él y<br />
le necesitan, según lo que se oculta y se rebela.<br />
Y el superinten<strong>de</strong>nte miró <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />
cajón.<br />
Aramis habíase levantado.<br />
-¡Es extraño! -dijo Fouquet.<br />
-Sin duda no es fiel vuestra memoria,<br />
señor Fouquet; buscad en otro legajo.<br />
Fouquet tomó el legajo y lo recorrió otra<br />
vez; luego, pali<strong>de</strong>ció.<br />
-No os obstinéis en registrar ese legajo;<br />
buscad otro.<br />
-Inútil, inútil; jamás me he equivocado,<br />
y nadie sino yo arregla esta clase <strong>de</strong> papeles ni<br />
abre este cajón, al que, como veis, he hecho poner<br />
a<strong>de</strong>más un secreto que sólo yo conozco.
-¿Y qué <strong>de</strong>ducís <strong>de</strong> eso? -preguntó<br />
alarmado Aramis.<br />
-Que me han robado el recibo <strong>de</strong> Mazarino.<br />
Razón tenía la señora <strong>de</strong> Chevreuse, caballero;<br />
he malgastado los fondos públicos; he robado<br />
trece millones a las arcas <strong>de</strong>l Estado; soy<br />
un ladrón, señor <strong>de</strong> Herblay.<br />
-No os incomodéis, señor Fouquet, no<br />
os exaltéis.<br />
-¿Por qué no exaltarme, caballero? <strong>El</strong><br />
motivo bien vale la pena. Un proceso, una buena<br />
sentencia, y vuestro amigo, el señor superinten<strong>de</strong>nte,<br />
pue<strong>de</strong> seguir a su colega Enguerrando<br />
<strong>de</strong> Maligny y a su pre<strong>de</strong>cesor Samblancay.<br />
-¡Oh! -repuso sonriendo Aramis-. No<br />
tan aprisa.<br />
-¿Cómo no tan aprisa? ¿Qué os parece<br />
que habrá hecho la señora <strong>de</strong> Chevreuyse <strong>de</strong><br />
esas cartas? Porque las habréis rehusado, ¿no es<br />
verdad?
-¡Oh! Sí que las he rehusado y categóricamente.<br />
Supongo que habrá ido a ven<strong>de</strong>rlas al<br />
señor Colbert.<br />
-Pues bien, ya lo veis.<br />
-He dicho que lo suponía, y <strong>de</strong>bía haber<br />
dicho que estaba seguro <strong>de</strong> ello, pues hice seguir<br />
a la señora <strong>de</strong> Chevreuse, y, al separarse<br />
<strong>de</strong> mí volvió a su casa, salió <strong>de</strong>spués por una<br />
puerta trasera y se fue a casa <strong>de</strong>l señor inten<strong>de</strong>nte,<br />
calle <strong>de</strong> Croix-<strong>de</strong>s-Petit-Champs.<br />
-Entonces, habrá proceso, escándalo,<br />
<strong>de</strong>shonra, que caerá como el rayo, ciega y brutalmente.<br />
Aramis se aproximó a Fouquet, que estaba trémulo<br />
en su sillón, al lado <strong>de</strong> los cajones, y, poniéndole<br />
la mano sobre el hombro, le dijo en<br />
tono afectuoso:<br />
-No olvidéis jamás que la posición <strong>de</strong>l<br />
señor Fouquet no pue<strong>de</strong> compararse a la <strong>de</strong><br />
Samblancay o Marigny.<br />
-¿Y por qué no?
-Porque el proceso contra esos ministros<br />
se instruyó completamente, y la sentencia fue<br />
ejecutada, mientras que respecto <strong>de</strong> vos no<br />
pue<strong>de</strong> eso tener lugar.<br />
-¿Y por qué, vuelvo a repetir: en todo<br />
tiempo, un concusionarie es un criminal.<br />
-Los criminales que saben hallar un lugar<br />
<strong>de</strong> asilo, no están nunca en peligro.<br />
-¿Y qué queréis, que huya? -No os hablo<br />
<strong>de</strong> tal cosa; indudablemente olvidáis que esa<br />
clase <strong>de</strong> procesos son evocados por el Parlamento,<br />
e instruidos por el fiscal general, y que<br />
vos sois fiscal general. Ya veis que a menos que<br />
os queráis con<strong>de</strong>nar a vos mismo...<br />
-¡Oh! -exclamó <strong>de</strong> pronto Fouquet, pegando<br />
con el puño en la mesa.<br />
-¿Qué hay? ¿Qué es eso?<br />
-Que no soy ya fiscal general. Aramis, a<br />
su vez, pali<strong>de</strong>ció hasta ponerse lívido, apretó<br />
con fuerza los puños, y con un mirar extraño,<br />
que aterró a Fouquet:
-¿No sois ya fiscal general? -exclamó<br />
acentuando cada sílaba.<br />
-No.<br />
-¿Des<strong>de</strong> cuándo?<br />
-Des<strong>de</strong> hace unas cinco horas.<br />
-Mirad lo que <strong>de</strong>cís -interrumpió con<br />
frialdad Aramis-, que creo que no estáis en el<br />
pleno uso <strong>de</strong> vuestra razón, querido; reponeos.<br />
-No hay más -replicó Fouquet-, sino que<br />
hace poco vino uno a ofrecerme <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> un<br />
amigo un millón cuatrocientas mil libras por mi<br />
cargo y lo he vendido.<br />
Aramis se quedó aturdido; su fisonomía<br />
inteligente y burlona tomó una expresión <strong>de</strong><br />
sombrío espanto que causó más efecto en el<br />
superinten<strong>de</strong>nte que todos los gritos y todos los<br />
discursos <strong>de</strong>l mundo.<br />
-¿Tanta era la precisión que teníais <strong>de</strong><br />
dinero? -dijo al fin.<br />
-Sí, para pagar una <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> honor.<br />
Y contó en pocas palabras a Aramis la<br />
generosidad <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Belliére y el modo
como había creído correspon<strong>de</strong>r a esa generosidad.<br />
-¡Bellísima acción! -exclamó Aramis-. ¿Y<br />
cuánto os cuesta?<br />
-Exactamente el millón cuatro. cientas<br />
mil libras <strong>de</strong> mi cargo.<br />
-¿Que habréis recibido en el acto, sin<br />
reflexionar? Indiscreto amigo.<br />
-No las he recibido todavía, pero las<br />
recibiré mañana.<br />
-¡Ah! ¿No está hecha la venta aún?<br />
-Es lo mismo porque he dado al orfebre<br />
para las doce <strong>de</strong>l día una libranza sobre mi Caja,<br />
don<strong>de</strong> <strong>de</strong>berá entrar el dinero <strong>de</strong>l comprador<br />
esta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> seis a siete.<br />
-¡Alabado sea Dios! -exclamó Aramis<br />
dando una palmada-. Nada hay concluido,<br />
puesto que no os han pagado.<br />
-¿Pero y el orfebre?<br />
-Yo pondré en vuestras manos el millón.<br />
cuatrocientas mil libras a las doce menos cuarto.
-Es que no sabéis aún una cosa; que he<br />
<strong>de</strong> firmar esta mañana a las seis.<br />
-¡Oh! Yo os aseguro que no firmaréis.<br />
-He dado mi palabra, caballero. -Si la<br />
habéis dado, la recogeréis, y se acabó.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís? -exclamó Fouquet con aire<br />
<strong>de</strong> profunda lealtad-. ¡Recoger Fouquet una,<br />
palabra dada!<br />
Aramis respondió a la mirada casi severa<br />
<strong>de</strong>l ministro con otra preñada <strong>de</strong> enojo.<br />
-Señor -le dijo-, creo haber merecido el<br />
dictado <strong>de</strong> hombre honrado, ¿no es cierto? Bajo<br />
la casaca <strong>de</strong>l soldado he arriesgado quinientas<br />
veces mi vida; bajo el traje <strong>de</strong> eclesiástico he<br />
prestado todavía mayores servicios a Dios, al<br />
Estado o a mis amigos. Una palabra vale lo que<br />
el hombre que la da. Cuando la cumple, es oro<br />
puro; cuando no quiere cumplirla, un cortante<br />
acero. Entonces <strong>de</strong>fién<strong>de</strong>se con esa palabra como<br />
con una arma <strong>de</strong> honor, en atención a que,<br />
cuando ese hombre <strong>de</strong> honor no la cumple, es<br />
porque está amenazado <strong>de</strong> muerte, pues corre
más riesgos que beneficios pue<strong>de</strong> reponer su<br />
adversario. Entonces, caballero, apela uno a<br />
Dios y a su <strong>de</strong>recho.<br />
Fouquet bajó la cabeza.<br />
-Soy -dijo-, un pobre bretón, tenaz y<br />
humil<strong>de</strong>; mi entendimiento admira y teme el<br />
vuestro. No diré que cumpla mis palabras por<br />
virtud; las cumplo, si así lo queréis, por rutina;<br />
pero, como quiera que sea, los hombres vulgares<br />
son <strong>de</strong>masiado simples para admirar esa<br />
rutina. Esta es quizá mi única virtud; <strong>de</strong>jadme<br />
conservarla intacta.<br />
-¿Según eso, firmaréis mañana la venta<br />
<strong>de</strong> ese cargo, que os <strong>de</strong>fendía contra todos<br />
vuestros adversarios?<br />
-Firmaré.<br />
-¿Y os entregaréis atado <strong>de</strong> pies y manos<br />
por un falso punto <strong>de</strong> honor, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaría el<br />
casuista más escrupuloso?<br />
-Firmaré.
Aramis exhaló un profundo suspiro, y<br />
miró a su alre<strong>de</strong>dor con la impaciencia <strong>de</strong>l<br />
hombre que quisiera romper algo.<br />
-Aun nos queda un medio, y espero que<br />
no os negaréis a emplearlo.<br />
-No me negaré si es leal... como todo lo<br />
que proponéis, querido amigo.<br />
-No hay cosa más leal que una renuncia<br />
<strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l comprador. ¿Es amigo vuestro?<br />
-Sí... Pero…<br />
-Pues si me permitís manejar el negocio,<br />
no <strong>de</strong>sespero aún.<br />
-¡Oh! Sois enteramente dueño <strong>de</strong> hacerlo.<br />
-¿Con quién habéis hecho el trato? ¿Qué<br />
clase <strong>de</strong> persona es?<br />
-No sé si conocéis a los individuos <strong>de</strong>l<br />
Parlamento.<br />
-Conozco a muchos. ¿Es uno <strong>de</strong> los presi<strong>de</strong>ntes?<br />
-No, un simple consejero.<br />
-¡Ah! ¡Ah!
na.<br />
-Que se llama Vanel.<br />
Aramis se puso encendido como la gra-<br />
-¡Vanel! -exclamó levantándose-. ¡Vanel!<br />
¿<strong>El</strong> marido <strong>de</strong> Margarita Vanel?<br />
-Precisamente.<br />
-¿De vuestra antigua querida?<br />
-Sí, amigo mío, ha <strong>de</strong>seado ser fiscala<br />
general, y bien le <strong>de</strong>bo eso al pobre Vanel. Todavía<br />
salgo ganando, pues hago en ello un obsequio<br />
a su mujer.<br />
Aramis se aproximó a Fouquet, y le cogió<br />
la mano.<br />
-¿Sabéis -dijo con aparente sangre fríael<br />
nombre <strong>de</strong>l nuevo amante <strong>de</strong> la señora Vanel?<br />
-¡Ah! ¿Tiene un nuevo amante?... Pues<br />
no lo sabía, y por consiguiente ignoro su nombre.<br />
-Pues se llama Juan Bautista Colbert; es<br />
inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Hacienda; y habita en la calle <strong>de</strong><br />
Croix-<strong>de</strong>s-Petits-Champs, adon<strong>de</strong> ha ido la se-
ñora <strong>de</strong> Chevreuse a llevar las cartas <strong>de</strong><br />
Mazarino que quiere ven<strong>de</strong>r.<br />
-¡Dios mío! -exclamó Fouquet limpiándose<br />
su frente bañada en sudor-. ¡Dios mío!<br />
-Principiáis ya a compren<strong>de</strong>r, ¿no es<br />
verdad?<br />
-Que estoy perdido, sí.<br />
-¿Y os parece que eso valga la pena <strong>de</strong><br />
ser menos escrupuloso que Régulo en el cumplimiento<br />
<strong>de</strong> la palabra?<br />
-No -contestó Fouquet.<br />
-Estas gentes obstinadas -murmuró<br />
Aramis-, siempre hacen <strong>de</strong> modo que no se<br />
pueda por menos <strong>de</strong> admirarlas.<br />
Fouquet le tendió la mano.<br />
En aquel momento un rico reloj <strong>de</strong> concha,<br />
con figuras <strong>de</strong> oro, colocado sobre una<br />
consola frente a la chimenea, dio las seis <strong>de</strong> la<br />
mañana.<br />
En el vestíbulo rechinó una puerta.
-<strong>El</strong> señor Vanel -dijo Gourville aproximándose<br />
a la puerta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho- pregunta si<br />
monseñor pue<strong>de</strong> recibirle.<br />
Fouquet apartó sus ojos <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Aramis,<br />
y contestó:<br />
-Haced pasar al señor Vanel.<br />
LV<br />
LA MINUTA DEL SEÑOR COLBERT<br />
La entrada <strong>de</strong> Vanel en aquel instante,<br />
no fue otra cosa para Aramis y Fouquet que el<br />
punto que termina una frase.<br />
Mas para Vanel, que llegaba, la presencia<br />
<strong>de</strong> Aramis en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Fouquet <strong>de</strong>bía<br />
tener otra significación muy distinta.<br />
Así fue que el comprador, al primer<br />
paso que dio en la habitación, fijó en aquella<br />
fisonomía, a la vez tan fina y enérgica <strong>de</strong>l obispo<br />
<strong>de</strong> Vannes, una mirada <strong>de</strong> sorpresa, que<br />
muy pronto fue escrutadora. Respecto a Fou-
quet, verda<strong>de</strong>ro hombre político, o lo que es lo<br />
mismo, dueño <strong>de</strong> sí mismo, había hecho ya<br />
<strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su rostro, por la fuerza <strong>de</strong> su<br />
voluntad, las huellas <strong>de</strong> la emoción producida<br />
por la revelación <strong>de</strong> Ararais.<br />
No era ya el hombre abatido por la <strong>de</strong>sgracia<br />
y reducido a buscar expedientes. Antes<br />
bien, con la cabeza levantada, tendió una mano<br />
hacia Vanel para invitarle a entrar.<br />
Era el primer ministro, y se hallaba en<br />
su casa.<br />
Aramis conocía al superinten<strong>de</strong>nte. Toda<br />
la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> su corazón, toda su presencia<br />
<strong>de</strong> espíritu nada tenían que pudiera extrañarle.<br />
Limitóse, por tanto, momentáneamente,<br />
salvo el tomar <strong>de</strong>spués una parte muy activa en<br />
la conversación, al papel difícil <strong>de</strong>l hombre que<br />
observa y escucha para saber y compren<strong>de</strong>r.<br />
Vanel estaba notablemente conmovido.<br />
A<strong>de</strong>lantándose hasta el medio <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho<br />
saludando a todo y a todos:<br />
-Vengo... -dijo.
Fouquet hizo cierta inclinación <strong>de</strong> cabeza.<br />
-Sois exacto, señor Vanel ---dijo.<br />
-En los negocios, monseñor -replicó Vanel-,<br />
creo que la exactitud es una virtud.<br />
-Sí, señor.<br />
-Perdonad -interrumpió Aramis mostrando<br />
con el <strong>de</strong>do a Vanel, y dirigiéndose a<br />
Fouquet-: perdonad; este caballero es el que se<br />
presenta a comprar vuestro cargo, ¿no es así?<br />
-Yo soy -contestó Vanel, sorprendido<br />
<strong>de</strong>l tono <strong>de</strong> suprema altivez con que Aramis<br />
había hecho la pregunta-. Pero, ¿cómo <strong>de</strong>beré<br />
llamarle al que me hace el honor...?<br />
-Llamadme monseñor -respondió con<br />
sequedad Aramis.<br />
Vanel se inclinó.<br />
-Vamos, señores -dijo Fouquet-; basta <strong>de</strong><br />
ceremonias; vengamos al hecho.<br />
-Ya ve monseñor -dijo Vanel-, que estoy<br />
esperando sus ór<strong>de</strong>nes.
-Yo era, por el contrario, el que esperaba -<br />
replicó Fouquet.<br />
-¿Y qué esperaba monseñor? -Pensaba<br />
que tal vez tendríais que <strong>de</strong>cirme algo.<br />
"¡Oh, oh! -pensó-. <strong>El</strong> señor Fouquet ha<br />
reflexionado; estoy perdido."<br />
Pero, cobrando ánimo:<br />
-Nada, señor -dijo-, nada absolutamente,<br />
más que lo que os dije ayer, y estoy<br />
pronto a repetiros.<br />
-Vamos, hablad francamente, señor Vanel:<br />
¿no es el trato algo pesado para vos? Decid.<br />
-Cierto, monseñor; un millón quinientos<br />
mil libras es una cantidad consi<strong>de</strong>rable.<br />
-Tan consi<strong>de</strong>rable -dijo Fouquet-, que yo<br />
había reflexionado...<br />
-¿Habéis reflexionado, monseñor? -<br />
exclamó con viveza Vanel.<br />
-Sí; que quizá no estaríais todavía en<br />
disposición <strong>de</strong> comprar.
-¡Oh, monseñor! -Tranquilizaos, señor<br />
Vanel, nunca os echaré en cara una falta <strong>de</strong><br />
palabra, hija sólo <strong>de</strong> vuestra imposibilidad.<br />
-Sí tal, monseñor, me la echaríais en<br />
cara, y con razón -dijo Vanel-; porque es propio<br />
<strong>de</strong> un impru<strong>de</strong>nte o <strong>de</strong> un loco meterse en<br />
compromisos que no pue<strong>de</strong> cumplir, y yo he<br />
consi<strong>de</strong>rado siempre una cosa pactada como<br />
cosa hecha.<br />
Fouquet se sonrojó. Aramis <strong>de</strong>jó escapar<br />
un hum <strong>de</strong> impaciencia.<br />
-Preciso es, sin embargo, no exageraros<br />
esas i<strong>de</strong>as, señor -dijo el superinten<strong>de</strong>nte-, porque<br />
el espíritu <strong>de</strong>l hombre es variable y está<br />
lleno <strong>de</strong> caprichitos muy excusables, muy respetables<br />
a veces; y quien ayer <strong>de</strong>seó una cosa,<br />
mañana se arrepiente <strong>de</strong> ello.<br />
Vanel sintió correrle un sudor frío por la<br />
frente y las mejillas.<br />
-¡Monseñor! -balbució.<br />
En cuanto a Aramis, gozoso <strong>de</strong> ver al<br />
superinten<strong>de</strong>nte situarse con
tanta claridad en el <strong>de</strong>bate, se acodó en el<br />
mármol <strong>de</strong> una consola, y comenzó a jugar con<br />
un cuchillito <strong>de</strong> oro con mango <strong>de</strong> malaquita.<br />
Fouquet recapacitó por breve rato; y en<br />
seguida:<br />
-Venid, mi querido señor Vanel -dijo-;<br />
voy a explicaron la situación.<br />
Vanel se estremeció.<br />
-Sois hombre galante -prosiguió Fouquet-<br />
y, como yo, compren<strong>de</strong>réis.<br />
Vanel titubeó.<br />
-Ayer quería ven<strong>de</strong>r. -Monseñor hizo más que<br />
querer -interrumpió Vanel-; monseñor vendió.<br />
-Bien, sea así; pero hoy os pido como un<br />
obsequio que me <strong>de</strong>volváis la palabra que os di<br />
ayer.<br />
-Esa palabra me la disteis' ya -dijo Vanel<br />
como inflexible eco.<br />
-Lo sé, y por eso, señor Vanel, os ruego<br />
... ¿lo oís? os ruego que me la <strong>de</strong>volváis ...
Fouquet se <strong>de</strong>tuvo. La frase os ruego,<br />
cuyo efecto inmediato no veía, acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgarrarle<br />
la garganta a su paso.<br />
Aramis, jugando siempre con su cuchillo,<br />
fijaba en Vanel unas miradas que parecían<br />
penetrar hasta el fondo <strong>de</strong> su alma.<br />
Vanel se inclinó.<br />
-Monseñor -dijo-, mucho me conmueve<br />
el honor que me hacéis <strong>de</strong> consultarme sobre<br />
un hecho consumado; pero...<br />
-No añadáis pero alguno, mi estimado<br />
señor Vanel.<br />
-¡Ay! Monseñor, reflexionad que traigo<br />
el dinero, es <strong>de</strong>cir, la cantidad.<br />
Y abrió una gran cartera. -Mirad. monseñor:<br />
aquí tenéis el contrato <strong>de</strong> la venta que acabo <strong>de</strong><br />
hacer <strong>de</strong> unas tierras <strong>de</strong> mi mujer. La libranza<br />
está autorizada y revestida <strong>de</strong> todas las firmas<br />
precisas para ser pagada a la vista: es dinero<br />
contante; el negocio está hecho en una palabra.
-Mi estimado señor Vanel, no hay negocio<br />
en el mundo, por importante que sea, que<br />
no pueda <strong>de</strong>shacerse... en obsequio...<br />
-Ya lo sé -dijo con mal gesto Vanel.<br />
-En obsequio <strong>de</strong> un hombre que será así<br />
amigo vuestro -continuó Fouquet.<br />
-Lo sé, monseñor...<br />
-Con tanto más motivo, señor Vanel,<br />
cuanto más consi<strong>de</strong>rable sea el servicio. Conque<br />
vamos, caballero, ¿qué resolvéis?<br />
Vanel guardó silencio.<br />
Mientras tanto, Aramis había resumido<br />
sus observaciones.<br />
<strong>El</strong> rostro enjuto <strong>de</strong> Vanel, sus órbitas<br />
hundidas, sus cejas redondas como arcos, habían<br />
revelado a Aramis un tipo <strong>de</strong> avaro y ambicioso.<br />
Batir en brecha una pasión por medio <strong>de</strong><br />
otra, tal era el método <strong>de</strong> Aramis; vio a Fouquet<br />
vencido, <strong>de</strong>smoralizado, y se arrojó en la lucha<br />
con armas nuevas.<br />
-Perdonad, monseñor -dijo-, habéis olvidado<br />
hacer compren<strong>de</strong>r al señor Vanel que
sus intereses están en abierta oposición con la<br />
renuncia <strong>de</strong> la venta.<br />
Vanel miró al prelado con sorpresa, no<br />
esperando hallar en él un auxiliar. Fouquet se<br />
<strong>de</strong>tuvo también para escuchar al obispo.<br />
-Tenemos -prosiguió Aramis-, que el<br />
señor Vanel, para comprar vuestro cargo, monseñor,<br />
ha vendido unas tierras <strong>de</strong> su señora esposa.<br />
Está bien: ¡esto es un negocio! Y no se<br />
reúnen, como lo ha hecho, un millón quinientas<br />
mil libras sin notables pérdidas ni graves apuros.<br />
-Así es -dijo Vanel, a quien Aramis, con<br />
sus miradas, arrancaba la verdad <strong>de</strong> lo íntimo<br />
<strong>de</strong> su corazón.<br />
-Los apuros -prosiguió Aramis-, se resuelven<br />
en gastos, y cuando se hace un gasto <strong>de</strong><br />
dinero, los gastos <strong>de</strong> dinero colócanse en el<br />
número uno entre las cargas.<br />
-Sí, sí -dijo Fouquet, que empezaba a<br />
compren<strong>de</strong>r las intenciones <strong>de</strong> Aramis.
Vanel quedó mudo, había comprendido<br />
también.<br />
Aramis advirtió aquella frialdad y aquella<br />
reserva.<br />
"Bueno: mal gesto -dijo entre sí-; te<br />
haces el discreto hasta que conozcas la cantidad;<br />
pero no temas, que voy a echarte tal carretada<br />
<strong>de</strong> escudos, que no podrás menos <strong>de</strong> capitular."<br />
-Ofrezco, por consiguiente, en el acto, al<br />
señor Vanel, cien mil escudos -dijo Fouquet,<br />
arrastrado por su generosidad.<br />
La cantidad era bellísima. Hasta un<br />
príncipe se habría contentado con semejante<br />
in<strong>de</strong>mnización. Cien mil escudos en aquella<br />
época constituían el dote <strong>de</strong> una hija <strong>de</strong> rey.<br />
Vanel no pestañeó siquiera.<br />
"Es un pillo -pensó el obispo-; quiere las<br />
quinientas mil libras redondas."<br />
E hizo una seña a Fouquet.<br />
-Parece que habéis gastado más que eso,<br />
querido señor Vanel -dijo el superinten<strong>de</strong>nte-.
¡Oh! <strong>El</strong> dinero es lo <strong>de</strong> menos; sí, habréis hecho<br />
un sacrificio vendiendo esas tierras. ¿Dón<strong>de</strong><br />
tendría yo la cabeza? Voy a firmaros una libranza<br />
por quinientas mil libras, y aún os quedaré<br />
sumamente agra<strong>de</strong>cido.<br />
Vanel no <strong>de</strong>jó entrever ningún vislumbre<br />
<strong>de</strong> alegría o <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo. Su fisonomía permaneció<br />
impasible, y no movió ni siquiera un solo<br />
músculo <strong>de</strong> su rostro.<br />
Aramis envió a Fouquet una mirada <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>sesperación, y luego, acercándose a Vanel, lo<br />
cogió por lo alto <strong>de</strong> la ropilla con el gesto familiar<br />
a los hombres <strong>de</strong> gran importancia.<br />
-Señor Vanel -díjole-, no es la incomodidad<br />
ni el empleo <strong>de</strong>l dinero, ni la venta <strong>de</strong><br />
vuestras tierras lo que os ocupa; es otra i<strong>de</strong>a<br />
más importante. Lo comprendo. Notad bien lo<br />
que os digo.<br />
-Sí, monseñor.<br />
Y el <strong>de</strong>sventurado empezó a temblar,<br />
<strong>de</strong>vorado por el fuego <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>l prelado.
-Os ofrezco, por tanto, yo, en nombre<br />
<strong>de</strong>l superinten<strong>de</strong>nte, no trescientas mil libras,<br />
no quinientas mil libras, sino un millón. Un<br />
millón, ¿oís?<br />
Y le sacudió nerviosamente. -¡Un millón!<br />
-repitió Vanel pali<strong>de</strong>ciendo.<br />
-Un millón, o lo que es lo mismo, en los<br />
tiempos que corren, sesenta y seis mil libras <strong>de</strong><br />
renta.<br />
-Vamos, señor -dijo Fouquet-; eso no se<br />
rehúsa. Respon<strong>de</strong>d, pues, ¿aceptáis?<br />
-Imposible... -murmuró Vanel.<br />
Aramis se mordió los labios, y algo como<br />
una nube blanca pasó por su fisonomía.<br />
Detrás <strong>de</strong> aquella nube adivinábase el<br />
rayo. Aramis no soltaba a Vanel.<br />
-Habéis comprado el cargo en un millón<br />
quinientas mil libras, ¿no es verdad? Pues bien,<br />
se os darán ese millón y quinientas mil libras, y<br />
habréis ganado millón y medio con venir a ver<br />
al señor Fouquet y apretarle la mano. Honra y<br />
provecho a la vez, señor Vanel.
-No puedo -respondió Vanel sordamente.<br />
-¡Bien! -respondió Aramis, que tenía <strong>de</strong><br />
tal suerte apretada la ropilla, que en el momento<br />
<strong>de</strong> soltarla, tuvo Vanel que dar unos cuantos<br />
pasos hacia atrás, empujado por la conmoción-.<br />
Claramente vemos ya lo que habéis venido a<br />
hacer aquí.<br />
-Sí, claro está que se ve --dijo Fouquet.<br />
-Pero... -dijo Vanel, tratando <strong>de</strong> sobreponerse<br />
a la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> aquellos dos hombres<br />
pundonorosos.<br />
-¡Parece que el tunante levanta la voz! -<br />
dijo Aramis en tono <strong>de</strong> emperador.<br />
-¿<strong>El</strong> tunante? -replicó Vanel.<br />
-Miserable, quise <strong>de</strong>cir -añadió Aramis<br />
recobrando su sangre fría-. Vamos, sacad pronto<br />
vuestra escritura <strong>de</strong> venta, caballero; <strong>de</strong>béis<br />
traerla preparada en cualquier bolsillo, como el<br />
asesino oculta su pistola o su puñal bajo la capa.<br />
Vanel refunfuñó.
-¡Basta! -gritó Fouquet-. ¡Veamos la escritura!<br />
Vanel registró temblequeando en su<br />
bolsillo; sacó <strong>de</strong> él su cartera, y <strong>de</strong> la cartera se<br />
<strong>de</strong>sprendió un papel, mientras que Vanel presentaba<br />
el otro a Fouquet.<br />
Aramis se echó encima <strong>de</strong>l papel caído,<br />
cuya letra había reconocido.<br />
-Perdonad, es la minuta <strong>de</strong> la escritura -<br />
dijo Vanel.<br />
-Bien lo veo -replicó Aramis con sonrisa<br />
más terrible, que si hubiese sido un latigazo-; y<br />
lo que más me sorpren<strong>de</strong> es que esa minuta<br />
esté escrita <strong>de</strong> puño y letra <strong>de</strong>l señor Colbert.<br />
Mirad, monseñor, mirad.<br />
Y entregó la minuta a Fouquet, quien se<br />
convenció <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong>l hecho. Aquel escrito,<br />
lleno <strong>de</strong> tachones, <strong>de</strong> palabras adicionadas<br />
con las márgenes ennegrecidas, aquel escrito,<br />
testimonio contun<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la trama <strong>de</strong> Colbert,<br />
acababa <strong>de</strong> revelarlo todo a la víctima.<br />
-¿Y qué hacemos? -murmuró Fouquet.
Vanel, aterrado, parecía buscar un agujero<br />
para sumirse en él.<br />
-Si no os llamaseis Fouquet -dijo Aramis-,<br />
y si vuestro enemigo no se llamase Colbert;<br />
si no tuvieseis que habéroslas más que con<br />
este infame ladrón, os diría: negad... una prueba<br />
tal <strong>de</strong>struye toda palabra; pero esas gentes<br />
creerían que teníais miedo, y os temerían menos.<br />
Tomad, monseñor.<br />
Y le presentó la pluma. Fouquet apretó la mano<br />
a Aramis, mas, en vez <strong>de</strong> la escritura que le<br />
presentaban, cogió la minuta.<br />
-No; ese papel no -dijo vivamente Aramis-:<br />
éste. <strong>El</strong> otro es <strong>de</strong>masiado precioso para<br />
que no le guardéis.<br />
-¡Oh! No -dijo Fouquet-; firmaré en la<br />
minuta misma <strong>de</strong>l señor Colbert, y escribiré:<br />
"aprobada la escritura".<br />
Luego firmó.<br />
-Tomad, señor Vanel -dijo. Vanel cogió<br />
el documento, dio su dinero, y trató <strong>de</strong> escapar.
-¡Un momento! -dijo Aramis-. ¿Estás<br />
bien cierto <strong>de</strong> que viene todo el dinero? Eso se<br />
cuenta; sobre todo cuando es dinero que el señor<br />
Colbert da a las mujeres. ¡oh, no es tan<br />
bondadoso como el señor Fouquet, el digno<br />
señor Colbert.<br />
Y Aramis, <strong>de</strong>letreando cada sílaba <strong>de</strong> la<br />
libranza, <strong>de</strong>stiló toda su cólera y todo su <strong>de</strong>sprecio<br />
gota a gota sobre el miserable, que sufrió<br />
medio cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> suplicio. Luego le<br />
<strong>de</strong>spidió, no con palabras, sino con un gesto,<br />
como se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> a un palurdo o se echa a un<br />
lacayo.<br />
Luego que partió Vanel, el ministro y el<br />
prelado, mirándose fijamente uno a otro, permanecieron<br />
en silencio por un momento.<br />
-Vamos -dijo Aramis, rompiendo el silencio-<br />
¿a qué pue<strong>de</strong> compararse un hombre<br />
que teniendo que combatir a un enemigo pertrechado,<br />
armado y furioso, se entrega <strong>de</strong>snudo,<br />
arroja sus armas y envía graciosas sonrisas<br />
a su enemigo? La buena fe, señor Fouquet, es
un arma <strong>de</strong> que se sirven con frecuencia los<br />
malvados contra los hombres honrados, y con<br />
muy buen éxito. Los hombres honrados <strong>de</strong>berían<br />
servirse igualmente <strong>de</strong> la mala fe contra los<br />
bribones. Ya veríais cómo entonces serían fuertes<br />
sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser honrados.<br />
-Diríase que sus actos eran acciones <strong>de</strong><br />
pillos -replicó Fouquet.<br />
-No lo creáis; se llamaría a eso la coquetería<br />
<strong>de</strong> la probidad; en fin, supuesto que ya<br />
habéis terminado con ese Vanel; puesto que os<br />
habéis privado <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> con fundirle negándole<br />
vuestra palabra; puesto que habéis<br />
dado contra vos mismo la única arma que pue<strong>de</strong><br />
per<strong>de</strong>ros...<br />
-¡Ay, amigo mío -exclamó Fouquet con<br />
tristeza-; hacéis ni más ni menos lo que el preceptor<br />
filósofo <strong>de</strong> que nos hablaba La Fontaine<br />
el otro día, el cual se hallaba viendo a un niño<br />
que se ahogaba, y le dirigió un discurso en tres<br />
puntos.<br />
Aramis sonrió.
-Sabio preceptor, niño que se ahoga,<br />
todo eso está bien; pero niño que se salvará, ya<br />
lo veréis. Vamos ahora a hablar <strong>de</strong> negocios.<br />
Fouquet miróle con aire <strong>de</strong> sorpresa.<br />
-¿No me hablasteis hace días <strong>de</strong> cierto<br />
proyecto <strong>de</strong> dar una fiesta en Vaux?<br />
-¡Ay! -dijo Fouquet-. Eso era en mejores<br />
tiempos.<br />
-¿Una fiesta a la que creo se había convidado<br />
el rey a sí mismo?<br />
-No, mi amado prelado, una fiesta a la<br />
que el señor Colbert aconsejó al rey que se convidara.<br />
-¡Ah, sí! Contando con que la fiesta sería<br />
<strong>de</strong>masiado costosa para que quedarais arruinado.<br />
-Así es. En mejores tiempos, como os<br />
<strong>de</strong>cía, poco ha, tenía el orgullo <strong>de</strong> mostrar a mis<br />
enemigos la fecundidad <strong>de</strong> mis recursos, <strong>de</strong><br />
asustarlos creando millones don<strong>de</strong> ellos no<br />
veían más que bancarrotas posibles. Mas, hoy,<br />
cuento con el Estado, con el rey, conmigo mis-
mo; hoy voy a ser ya el hombre <strong>de</strong> la tacañería;<br />
verá el mundo que manejo las rentas <strong>de</strong>l Estado<br />
como si fueran sacos <strong>de</strong> doblones, y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mañana,<br />
mis trenes serán vendidos, mis casas embargadas,<br />
mis gastos reducidos. . .<br />
-Des<strong>de</strong> mañana -interrumpió Aramis<br />
tranquilamente-, vais, querido, a ocuparos sin<br />
<strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> esa hermosa fiesta <strong>de</strong> Vaux, que<br />
habrá <strong>de</strong> ser citada algún día entre las heroicas<br />
magnificencias <strong>de</strong> vuestros buenos tiempos.<br />
-Estáis loco, caballero <strong>de</strong> Herblay.<br />
-¿Yo? No hay tal cosa.<br />
-¿Pero sabéis lo que pue<strong>de</strong> costar una<br />
fiesta, por humil<strong>de</strong> que sea, en Vaux? ... De<br />
cuatro a cinco millones.<br />
-No os hablo <strong>de</strong> una fiesta sencilla, mi<br />
querido superinten<strong>de</strong>nte.<br />
-Dándose la fiesta al rey -repuso Fouquet,<br />
que no comprendía el pensamiento <strong>de</strong><br />
Aramis-, no pue<strong>de</strong> ser sencilla.<br />
-Así es; por eso tiene que ser <strong>de</strong> la mayor<br />
gran<strong>de</strong>za.
-Entonces me costará <strong>de</strong> diez a doce<br />
millones.<br />
-Aun cuando os cueste veinte, si es necesario<br />
-dijo Aramis con la mayor calma.<br />
-¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> los he <strong>de</strong> sacar? -exclamó<br />
Fouquet.<br />
-Eso es cuenta mía, señor superinten<strong>de</strong>nte,<br />
y no tengáis el menor recelo.<br />
Tendréis el dinero a vuestra disposición antes<br />
<strong>de</strong> que hayáis arreglado el plan <strong>de</strong> vuestra fiesta.<br />
-¡Caballero, caballero! -exclamó Fouquet<br />
como poseído <strong>de</strong> un vértigo-. ¿Adón<strong>de</strong> queréis<br />
llevarme?<br />
-Al otro lado <strong>de</strong>l abismo en que íbais a<br />
caer -replicó el prelado <strong>de</strong> Vannes-. Agarraos a<br />
mi capa, y no tengáis miedo.<br />
-¿Por qué no me habéis dicho eso antes,<br />
Aramis? Hubo un día en que con un millón me<br />
habríais salvado.<br />
-Mientras que hoy... Mientras que hoy<br />
tendré que dar veinte -dijo el prelado-. ¡Pues
ien, sea! ... Pero la razón es clara, amigo mío:<br />
el día <strong>de</strong> que me habláis no tenía yo a mi disposición<br />
el millón que se necesitaba, y hoy puedo<br />
proporcionar fácilmente los veinte millones que<br />
hacen falta.<br />
-¡<strong>El</strong> Cielo os oiga y me salve! Aramis se<br />
sonrió <strong>de</strong> la manera particular que acostumbraba.<br />
-<strong>El</strong> Cielo me oye siempre -dijo-, y quizá<br />
<strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> que le suelo hablar muy alto.<br />
-Me entrego a vos sin reserva -balbuceó<br />
Fouquet.<br />
-Al contrario, yo sí que soy vuestro sin<br />
reserva. Por eso vos, que tenéis tanta elegancia,<br />
ingenio y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, arreglaréis la fiesta hasta<br />
en sus menores <strong>de</strong>talles... únicamente...<br />
-¿Qué? -dijo Fouquet como hombre diestro<br />
en conocer el valor <strong>de</strong> los paréntesis.<br />
-Al <strong>de</strong>jaros toda la invención <strong>de</strong> los<br />
pormenores, me reservo la inspección <strong>de</strong> la<br />
ejecución.<br />
-Explicaos.
-Quiero <strong>de</strong>cir que ese día haréis <strong>de</strong> mí<br />
un mayordomo, un inten<strong>de</strong>nte superior; una<br />
especie <strong>de</strong> factótum que participe <strong>de</strong> capitán <strong>de</strong><br />
guardias y <strong>de</strong> la economía; haré andar a la gente<br />
y guardaré las llaves <strong>de</strong> las puertas; vos daréis<br />
vuestras ór<strong>de</strong>nes, sí, peto las daréis a mí;<br />
pasarán por mi boca para llegar a su <strong>de</strong>stino.<br />
¿Comprendéis?<br />
-No, no comprendo nada.<br />
-Pero, ¿aceptáis?<br />
-¡Diantre! Sí, amigo mío.<br />
-Es cuanto se necesita. Gracias, pues, y<br />
exten<strong>de</strong>d vuestra lista <strong>de</strong> convidados.<br />
-¿Y a quién invitar?<br />
-¡A todo el mundo!<br />
LVI<br />
DONDE CREE EL AUTOR QUE YA ES<br />
HORA DE HABLAR NUEVAMENTE<br />
DEL VIZCONDE DE BRAGELONNE
<strong>El</strong> lector ha visto <strong>de</strong>sarrollarse paralelamente<br />
en esta historia las aventuras <strong>de</strong> la generación<br />
nueva y las <strong>de</strong> la generación pasada.<br />
Para éstos el reflejo <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> otra época, la<br />
experiencia <strong>de</strong> las cosas dolorosas <strong>de</strong> este<br />
mundo. Para éstos también la paz que se apo<strong>de</strong>ra<br />
<strong>de</strong>l corazón, y permite a la sangre adormecerse<br />
alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las cicatrices que fueron<br />
terribles heridas.<br />
Para aquéllos los combates <strong>de</strong> propia<br />
estimación y <strong>de</strong> amor; los pesares amargos y los<br />
goces inefables: la vida en vez <strong>de</strong> la memoria.<br />
Si en los episodios <strong>de</strong> este relato ha encontrado<br />
el lector alguna variedad, la causa <strong>de</strong>be atribuirse<br />
a los fecundos matices que brotan <strong>de</strong> esa<br />
doble paleta, don<strong>de</strong> se hallan pareados y mezclados<br />
dos cuadros armonizando el tono severo<br />
y el tono risueño.<br />
La quietud <strong>de</strong> las emociones <strong>de</strong>l uno se<br />
encuentra en el seno <strong>de</strong> las emociones <strong>de</strong>l otro.<br />
Después <strong>de</strong> razonar con los viejos, gusta <strong>de</strong>lirar<br />
con los jóvenes.
Así es que, aunque los hilos <strong>de</strong> esta historia<br />
no anudaran muy fuertemente el capítulo<br />
que escribimos al que acabamos <strong>de</strong> escribir, no<br />
nos dan a más cuidado que el que le daba a<br />
Ruisdael el pintar un celaje <strong>de</strong> otoño <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> terminar otro <strong>de</strong> primavera.<br />
Invitamos al lector a que haga otro tanto y a<br />
seguir a Raúl <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en el punto que le<br />
hemos <strong>de</strong>jado.<br />
Asustado, o mejor, falto <strong>de</strong> razón y <strong>de</strong><br />
voluntad, sin tomar partido alguno, huyó <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> la escena cuyo final había presenciado<br />
en la habitación <strong>de</strong> La Valliére. <strong>El</strong> rey, Montalais,<br />
Luisa, aquel cuarto, aquella rara conclusión,<br />
aquel dolor <strong>de</strong> Luisa, aquel espanto <strong>de</strong><br />
Montalais, aquella cólera <strong>de</strong>l rey, todo le presagiaba<br />
una <strong>de</strong>sgracia. ¿Pero cuál?<br />
De regreso <strong>de</strong> Londres porque le anunciaban<br />
un peligro, hallaba al primer golpe la<br />
apariencia <strong>de</strong> ese peligro. ¿No es eso ya <strong>de</strong>masiado<br />
para un amante? Lo era, pero no para un
corazón noble, orgulloso <strong>de</strong> hacer gala <strong>de</strong> una<br />
rectitud igual a la suya.<br />
Raúl no intentó buscar explicaciones<br />
adon<strong>de</strong> van a buscarla siempre los amantes<br />
celosos o menos tímidos. No fue a <strong>de</strong>cir a su<br />
amada: "Luisa, ¿ya no me amáis? Luisa, ¿amáis<br />
a otro?" Raúl, lleno <strong>de</strong> valor y <strong>de</strong> amistad, como<br />
lo estaba <strong>de</strong> amor; escrupuloso observador <strong>de</strong><br />
su palabra, y creyendo en `. la palabra <strong>de</strong> otro,<br />
pensó: "Guiche me ha escrito para avisarme;<br />
Guiche sabe algo; voy a preguntar a Guiche lo<br />
que sepa, y a referirle lo que he visto."<br />
<strong>El</strong> trayecto no era largo. Trasladado<br />
Guiche hacía dos días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Fontainebleau a<br />
París, principiaba a reponerse <strong>de</strong> su herida, y<br />
daba algunos paseos por su cuarto.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> exhaló un grito <strong>de</strong> júbilo al ver<br />
entrar a Raúl con su fuego <strong>de</strong> amistad.<br />
Raúl <strong>de</strong>jó escapar un gritó <strong>de</strong> dolor al<br />
ver a Guiche tan flaco y triste. Dos palabras y el<br />
a<strong>de</strong>mán que hizo el herido para apartar el bra-
zo <strong>de</strong> Raúl, bastaron a éste para adivinar la<br />
verdad.<br />
-Ahí tenéis -dijo Raúl poniéndose al<br />
lado <strong>de</strong> su amigo-; amar es morir.<br />
-No -replicó Guiche-; no es morir, puesto<br />
que estoy en pie y os estrecho en mis brazos.<br />
-¡Oh, yo me entiendo!<br />
-Y yo también os entiendo. ¿Creéis que<br />
soy <strong>de</strong>sgraciado, Raúl?<br />
-¡Ay!<br />
-No; soy el más dichoso <strong>de</strong> los hombres.<br />
Mi cuerpo, es verdad que sufre, pero no mi<br />
corazón ni mi alma. ¡Si supieseis! ... ¡Oh! ¡Soy el<br />
más feliz <strong>de</strong> los hombres!<br />
-¡Oh, tanto mejor! -contestó Raúl-. Tanto<br />
mejor, con tal que eso dure.<br />
-Eso acabó; tengo ya para toda mi vida,<br />
Raúl.<br />
-Vos, lo creo; mas ella... -Escuchad, querido,<br />
la amo ... porque... Pero no me escucháis.<br />
-Perdón.<br />
-¿Estáis preocupado?
-Sí. Por vuestra salud, primero.<br />
-No es eso.<br />
-Querido, no creo que tengáis necesidad<br />
<strong>de</strong> interrogarme vos.<br />
Y acentuó aquel vos <strong>de</strong> modo que pudiese<br />
ilustrar a su amigo sobre la naturaleza <strong>de</strong>l<br />
mal y la dificultad <strong>de</strong>l remedio.<br />
-¿Me <strong>de</strong>cís eso por lo que os he escrito?<br />
-Sí; ¿<strong>de</strong>seáis que hablemos <strong>de</strong> ello <strong>de</strong>spués<br />
que hayáis terminado <strong>de</strong> manifestarme<br />
vuestras satisfacciones y vuestras penas?<br />
-Querido amigo, ahora mismo, antes<br />
que todo.<br />
-Gracias ... Tengo una impaciencia<br />
que me consume.,.. He llegado en menos tiempo<br />
que el que emplean los correos ordinariamente.<br />
Decidme, ¿qué queríais?<br />
-Nada más que haceros venir, amigo.<br />
-Pues ya estoy aquí.<br />
-Está bien, entonces.<br />
-Supongo que habrá algo más.<br />
-No, a fe mía.
-¡Guiche!<br />
-¡Por mi honor!<br />
-No me habríais arrancado violentamente<br />
a la esperanza; no me habríais expuesto<br />
a la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong>l rey con este regreso,<br />
que es una infracción <strong>de</strong> sus ór<strong>de</strong>nes; no habríais<br />
infiltrado los celos en mi alma, si no<br />
hubieseis tenido que <strong>de</strong>cirme algo más que:<br />
"Está bien, dormid tranquilo tilo."<br />
-Yo no os digo: "dormid tranquilo", Raúl;<br />
pero, compren<strong>de</strong>dme bien, no quiero ni<br />
puedo <strong>de</strong>ciros otra cosa.<br />
-¡Oh amigo mío! ¿Por quién me tomáis?<br />
-¿Cómo?<br />
-Si sabéis algo, ¿por qué me lo ocultáis?<br />
Y si nada sabéis, ¿por qué me habéis avisado?<br />
-Es verdad, hice mal. ¡Oh, bien me pesa,<br />
Raúl! Poco cuesta escribir a un amigo: venid.<br />
Mas tener a ese amigo enfrente, verle estremecerse<br />
con la esperanza <strong>de</strong> una palabra que<br />
no se atreve uno a pronunciar...
-¡Pronunciadla! ¡Tengo corazón, si a vos<br />
os falta! -exclamó Raúl <strong>de</strong>sesperado.<br />
-¡Cuán injusto sois, y cómo olvidáis que<br />
estáis hablando con un pobre herido, que es la<br />
mitad <strong>de</strong> . vuestro corazón! Tranquilizaos. Yo<br />
os he dicho: "Venid." Vos habéis venido, y ahora<br />
os ruego que no preguntéis más a vuestro<br />
<strong>de</strong>sventurado Guiche.<br />
-Me habéis dicho que venga con la esperanza<br />
<strong>de</strong> que yo vería por mi mismo, ¿no es<br />
cierto?<br />
-Pero...<br />
-¡No titubeéis! ... He visto.<br />
-¡Ah! -murmuró. Guiche.<br />
-O a lo menos, he creído.. .<br />
-Ya veis que abrigáis dudas. Y si vos<br />
dudáis, mi buen amigo, ¿qué me queda que<br />
hacer?<br />
-He visto a La Valliére turbada... a Montalais<br />
asustada ... al rey...<br />
-¿Al rey?
-Sí... Volvéis la cabeza... Ahí está el peligro,<br />
el mal: el rey es, ¿no es así?<br />
-Nada digo.<br />
-¡Oh! ¡Decís mil y mil veces más!<br />
¡Hechos, por favor, por caridad, hechos! ¡Amigo<br />
mío, mi único amigo, hablad! Tengo el corazón<br />
traspasado, vertiendo sangre, y la <strong>de</strong>sesperación<br />
me mata.<br />
-Si así es, amigo Raúl -replicó Guiche-,<br />
me animáis a hablar, en la persuasión <strong>de</strong> que os<br />
diré cosas consoladoras en comparación <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>sesperación que veo pintada en vuestro rostro.<br />
-¡Ya os escucho!<br />
-Pues bien -repuso el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche-;<br />
puedo <strong>de</strong>ciros lo que oiríais a cualquiera a<br />
quien preguntárais.<br />
-¡A cualquiera! -exclamó Raúl-. ¿Pues<br />
qué, tanto se habla?<br />
-Antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir eso, amigo mío, procurad<br />
saber primero <strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong>n hablar. Os
juro que no se trata <strong>de</strong> cosa alguna que en el<br />
fondo no sea muy inocente: quizá un paseo<br />
-¡Ah! ¿Un paseo con el rey?<br />
-Sí, con el rey; pero me parece que el rey<br />
ha paseado ya muchas veces con damas, sin<br />
que por eso...<br />
-Repito que no me hubiérais escrito si<br />
ese paseo no hubiese tenido algo extraño.<br />
-Conozco que durante la tempestad<br />
habría sido mejor para el rey buscar un abrigo<br />
que permanecer <strong>de</strong> pie con la cabeza <strong>de</strong>scubierta<br />
en presencia <strong>de</strong> La Valliére... pero...<br />
-¿Pero qué?<br />
-¡<strong>El</strong> rey es tan cortés!<br />
-¡Oh! ¡Guiche, Guiche, me estáis matando!<br />
-Pues callaré.<br />
-No, continuad. ¿Ha habido otros paseos<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ése?<br />
-No... es <strong>de</strong>cir, sí; la aventura <strong>de</strong> la encina.<br />
. . pero no sé a punto fijo lo que ocurrió.
Raúl se levantó, y Guiche trató <strong>de</strong> hacer<br />
lo mismo, a pesar <strong>de</strong> su <strong>de</strong>bilidad.<br />
-Ya lo veis -dijo-; no añadiré ni una palabra<br />
más; quizá haya dicho <strong>de</strong>masiado, o <strong>de</strong>masiado<br />
poco. Otros os informarán, si pue<strong>de</strong>n<br />
y quieren: mi <strong>de</strong>ber era avisaros, y lo he hecho.<br />
Ahora, cuidad <strong>de</strong> vuestros negocios vos mismo.<br />
-¿Preguntar? ¡Ay! no sois amigo mío<br />
cuando me habláis <strong>de</strong> ese: modo -dijo el joven,<br />
<strong>de</strong>solado. <strong>El</strong> primero a quien pregunte será tal<br />
vez un malvado o un necio; si lo primero, me<br />
mentirá para atormentarme; si lo segundo, peor<br />
aún.. ¡Ay, Guiche! Antes <strong>de</strong> dos horas habré<br />
tropezado con diez mentiras y diez duelos.<br />
¡Salvadme! ¿No es mejor que sepa uno su mal?<br />
-¡Pero si no sé nada, os digo? Yo estaba<br />
herido, con fiebre, sin conocimiento, y no tengo<br />
más que una i<strong>de</strong>a vaga <strong>de</strong> todo eso. ¿Pera a qué<br />
andamos titubeando cuando tenemos ahí al<br />
hombre que necesitáis? ¿No sois amigo <strong>de</strong>l señor<br />
<strong>de</strong> Artagnan?<br />
-¡Oh! ¡Es verdad, es verdad!
-Pues avistaos con él. Sabrá daros luz, y<br />
no buscará el herir vuestros ojos.<br />
Un lacayo entró.<br />
-¿Qué hay? -preguntó Guiche.<br />
-Una persona aguarda al señor con<strong>de</strong> en<br />
el gabinete <strong>de</strong> las Porcelanas.<br />
-Bien. Con vuestro permiso, querido<br />
Raúl. ¡Des<strong>de</strong> que ando, me siento tan animoso!<br />
-Os ofrecería mi brazo, Guiche, si no<br />
adivinara que la persona es una mujer.<br />
-Creo que sí -replicó Guiche sonriendo.<br />
Y separóse <strong>de</strong> Raúl.<br />
Este permaneció inmóvil, absorto,<br />
abrumado, como el minero sobre quien se <strong>de</strong>sploma<br />
una bóveda, el cual, viéndose herido y<br />
vertiendo sangre, siente interrumpírsele el pensamiento<br />
e intenta recobrarse y salvar su vida<br />
con su razón. Algunos minutos bastaron a Raúl<br />
para disipar el <strong>de</strong>slumbramiento <strong>de</strong> aquellas<br />
dos revelaciones. Había ya reanudado el hilo <strong>de</strong><br />
sus i<strong>de</strong>as, cuando, súbitamente, a través <strong>de</strong> la
puerta, creyó reconocer la voz <strong>de</strong> Montalais en<br />
el gabinete <strong>de</strong> las Porcelanas.<br />
-¡<strong>El</strong>la! -exclamó-. Sí, es su voz. Esa mujer<br />
podrá <strong>de</strong>cirme la verdad; pero, ¿la interrogaré<br />
aquí? Procura recatarse <strong>de</strong> mí; sin duda viene<br />
<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> Madame. La veré en su habitación.<br />
<strong>El</strong>la me explicará su espanto, su huida, los torpes<br />
manejos con que me han suplantado; ella<br />
me dirá todo eso... Luego que el señor <strong>de</strong> Artagnan,<br />
que lo sabe todo, me haya fortalecido el<br />
corazón. Madame... una coqueta... Sí, pero coqueta<br />
que ama en sus buenos momentos; coqueta<br />
que, como la muerte o la vida, tiene sus<br />
caprichos, pero que hace <strong>de</strong>clarar a Guiche que<br />
es el más feliz <strong>de</strong> los hombres. Este, a lo menos,<br />
camina sobre rosas. ¡Vamos! Marchóse el joven<br />
<strong>de</strong> casa <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, y fue a la <strong>de</strong> Artagnan,<br />
echándose en cara por el camino el no haber<br />
hablado a Guiche más que <strong>de</strong> sí propio.<br />
LV<strong>II</strong>
BRAGELONNE CONTINUA SUS INTER-<br />
ROGACIONES<br />
<strong>El</strong> capitán se hallaba <strong>de</strong> servicio; cumplía<br />
su semana, hundido en el sillón <strong>de</strong> cuero,<br />
la espuela hincada en el entarimado, la espada<br />
entre las piernas, leyendo una porción <strong>de</strong> cartas<br />
y retorciéndose el bigote.<br />
Artagnan lanzó un gruñido <strong>de</strong> alegría al<br />
ver al hijo <strong>de</strong> su amigo.<br />
-¡Raúl, hijo querido! -le dijo-. ¿Por qué<br />
casualidad te ha llamado el rey?<br />
Estas palabras sonaron mal a! oído <strong>de</strong>l<br />
joven, que, sentándose, replicó:<br />
-A fe que no lo sé. Lo que sé es que he<br />
venido.<br />
-¡Hum! -dijo Artagnan doblando las<br />
cartas con una mirada llena <strong>de</strong> intención dirigida<br />
a su interlocutor-. ¿Qué estás diciendo, muchacho?<br />
¿Que el rey no te ha llamado, y, sin<br />
embargo, has vuelto? No entiendo bien eso.
Raúl pali<strong>de</strong>ció, y no hacía más que dar vueltas<br />
a su sombrero con aire cortado.<br />
-¿Qué diablo <strong>de</strong> rostro es ése que pones<br />
y a qué viene la conversación fúnebre que<br />
traes? -exclamó el capitán-. ¿Es que en Inglaterra<br />
se adquieren esas maneras? ¡Diantre!<br />
También he estado yo allí, y he vuelto alegre<br />
como un pinzón. ¿Hablarás?<br />
-Tengo mucho que <strong>de</strong>cir.<br />
-Vamos, bien. ¿Cómo se halla tu padre?<br />
-Perdonad, querido amigo; eso mismo<br />
os iba a preguntar. Artagnan aumentó la intención<br />
<strong>de</strong> su mirada, a la que ningún secreto resistía.<br />
-¿Tienes penas? -dijo. -¡Caramba! Bien lo<br />
sabéis, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-¿Yo?<br />
-Sí, por cierto; no os hagáis <strong>de</strong> nuevas.<br />
-No me hago <strong>de</strong> nuevas, amigo.<br />
-Querido capitán, sé muy bien que me<br />
vencéis, tanto en talento como en fuerza. En<br />
este momento, ya lo veis, soy un tonto, nada.
No tengo entendimiento ni brazo; no me <strong>de</strong>spreciéis,<br />
ayudadme. En fin, soy el más miserable<br />
<strong>de</strong> los seres vivientes.<br />
-¡Oh, oh! ¿Y por qué? -preguntó Artagnan<br />
<strong>de</strong>sabrochándose el cinturón y dulcificando<br />
su sonrisa.<br />
-Porque la señorita <strong>de</strong> La Valliére me<br />
engaña.<br />
Artagnan no cambió <strong>de</strong> fisonomía.<br />
-¡Te engaña!... ¡Esas son palabras mayores!<br />
¿Quién te las ha dicho?<br />
-Todo el mundo.<br />
-¡Ah! Si todo el mundo lo ha dicho, necesario<br />
es que haya algo <strong>de</strong> verdad. Pero yo<br />
creo en el fuego cuando veo el humo. Esto es<br />
ridículo, pero así es.<br />
-¡Según eso creéis! -exclamó vivamente<br />
<strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¡Ah! Si me coges por tu cuenta...<br />
-De eso trato.<br />
-Yo jamás me mezclo en esos asuntos;<br />
ya lo sabes.
-¡Cómo! ¡Con un amigo, con un hijo!<br />
-Precisamente por eso; si fueses un extraño,<br />
te diría... no te diría nada<br />
- ¿Cómo se halla Porthos, lo sabes?<br />
-¡Señor -exclamó Raúl, estrechando la<br />
mano <strong>de</strong> Artagnan-, en nombre <strong>de</strong> la amistad<br />
que profesáis a mi padre! . . .<br />
-¡Diablo! Estáis muy enfermo... <strong>de</strong> curiosidad.<br />
-No <strong>de</strong> curiosidad, sino <strong>de</strong> amor.<br />
-¡Bueno! Otra gran frase. Si estuvieses<br />
realmente enamorado, mi querido Raúl, sería<br />
ya otra cosa.<br />
-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?<br />
-Digo, que si estuvieseis poseído <strong>de</strong> un<br />
amor tan serio que me hiciese creer que podía<br />
dirigirme a tu corazón... Mas no es posible.<br />
-Os digo que amo <strong>de</strong>satinadamente a<br />
Luisa.<br />
Artagnan leyó con sus ojos en el fondo<br />
<strong>de</strong>l corazón d <strong>de</strong> Raúl.
-Imposible, repito... Tú eres como todos<br />
los jóvenes, y no estás enamorado, sino loco.<br />
-Bien; y aun cuando eso fuese...<br />
-Nunca hombre cuerdo ha logrado volver<br />
el juicio a un cerebro que lo haya perdido.<br />
En mil ocasiones <strong>de</strong> mi vida he visto estrellarse<br />
mis esfuerzos ante tal empresa. Me escucharías,<br />
y no me oirías; me oirías, y no me enten<strong>de</strong>rías;<br />
me enten<strong>de</strong>rías, y no me obe<strong>de</strong>cerías.<br />
-¡Oh! Probad a ver.<br />
-Todavía digo más: si fuese bastante<br />
<strong>de</strong>sventurado para saber alguna cosa, y bastante<br />
necio para comunicártela... ¿Dices que eres<br />
mi amigo, no es cierto?<br />
-¡Oh, sí!<br />
-Pues bien, me malquistaría contigo,<br />
porque no me perdonarías el haber <strong>de</strong>struido<br />
tu ilusión, según se dice en amor.<br />
-¡Señor <strong>de</strong> Artagnan, todo lo sabéis, y<br />
me <strong>de</strong>jáis en la ansiedad, en la <strong>de</strong>sesperación,<br />
en la muerte! ¡Eso es horrible!<br />
-¡Hola!
-Bien sabéis que nunca acostumbro a<br />
gritar. Pero como mi padre y Dios no me perdonarían<br />
jamás que me saltase la tapa <strong>de</strong> los<br />
sesos <strong>de</strong> un pistoletazo, voy a hacerme contar<br />
por el primero a quien encuentre a mano lo que<br />
os negáis a <strong>de</strong>cirme: 1e daré un mentís.<br />
-Y le matarás. ¡Buen negocio!<br />
-¡Tanto mejor! ¿A mí qué se me importa?<br />
Anda, hijo; mata, si encuentras placer en<br />
ello. Lo mismo me suce<strong>de</strong> contigo que con los<br />
que sufren dolor <strong>de</strong> muelas. Cuando éstos me<br />
dicen: "¡Cuánto sufro; <strong>de</strong> buena gana mor<strong>de</strong>ría<br />
hierro!", yo les contesto: "Pues mor<strong>de</strong>d, amigos,<br />
mor<strong>de</strong>d, que el diente allí quedará."<br />
-Es que no mataré, señor -replicó Raul;<br />
con aire sombrío.<br />
-¡Oh, sí! Ahora está en moda ese estribillo:<br />
te harás matar, ¿no es cierto? ¡Vaya una<br />
linda salida! ¡Y por cierto que te echaré mucho<br />
<strong>de</strong> menos! Es bien seguro que no <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />
en todo el día: ¡Buen necio era el joven <strong>Bragelonne</strong>!<br />
¡Bestia por los cuatro costados! Des-
pués <strong>de</strong> haberme esforzado en enseñarle a llevar<br />
convenientemente una espada, ese necio ha<br />
ido a <strong>de</strong>jarse ensartar como un ave." Anda; Raúl,<br />
ve a hacerte matar, amigo mío. No sé<br />
quién te habrá enseñado la lógica; pero, ¡Dios<br />
me perdone! (como dicen los ingleses), sea<br />
quien sea, no ha hecho más que robar el dinero<br />
a tu padre.<br />
Raúl, silencioso, <strong>de</strong>jó caer la cabeza entre<br />
las manos, y murmuró:<br />
-¡No hay amigos, no!<br />
-¡Bah! -dijo Artagnan.<br />
No hay más que burlones o indiferentes.<br />
-¡Chilindrinas! No soy burlón, por muy<br />
gascón que sea. En cuanto a indiferente, si lo<br />
fuese, hace ya un cuarto <strong>de</strong> hora que te habría<br />
enviado a todos los diablos; porque eres capaz<br />
<strong>de</strong> poner triste al hombre más jovial <strong>de</strong>l mundo,<br />
y <strong>de</strong> matar al triste. ¿Pues qué, joven, quieres<br />
que vaya ahora a malquistarte con tu adorado<br />
tormento, y a execrar a las mujeres, que<br />
son el honor y la dicha <strong>de</strong> la vida humana?
-¡Señor, hablad, hablad, y os ben<strong>de</strong>ciré!<br />
-Pero, amigo, ¿crees que haya ido a meterme<br />
en la cabeza todas esas aventuras <strong>de</strong>l<br />
carpintero y <strong>de</strong>l pintor, <strong>de</strong> la escalera y <strong>de</strong>l retrato,<br />
y cien mil cuentos más capaces <strong>de</strong> hacer<br />
dormir a un hombre <strong>de</strong> pie?<br />
-¡Un carpintero! ¿Qué significa ese carpintero?<br />
-No lo sé, a fe mía; he oído que ha habido<br />
<strong>de</strong> por medio un carpintero que ha taladrado<br />
un suelo.<br />
-En el cuarta <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-No sé dón<strong>de</strong>.<br />
-¿En el <strong>de</strong>l rey?<br />
-¡Bueno! Si fuese en la habitación <strong>de</strong>l<br />
rey, ahora te lo iba a <strong>de</strong>cir, ¿no es verdad?<br />
-¿En el cuarto <strong>de</strong> quién, entonces?<br />
-Llevo una hora repitiéndote que lo ignoro.<br />
-Pero, entonces, el pintor... y ese retrato .<br />
. .
-Parece que el rey ha mandado hacer el<br />
retrato <strong>de</strong> una dama <strong>de</strong> la Corte.<br />
-¿De La Valliére?<br />
-¡Siempre con el mismo nombre en la<br />
boca! ¿Quién te habla <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-Pues si no es ella, ¿cómo queréis que<br />
eso tenga para mí importancia alguna?<br />
-Yo no afirmo que tenga o no importancia<br />
para ti. Pero me preguntas, y yo te respondo.<br />
Quieres saber la crónica escandalosa, y te<br />
doy cuenta <strong>de</strong> ella. Ahora, aprovéchate.<br />
Raúl dióse una palmada <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación<br />
en la frente.<br />
-¡Esto es para morir! -dijo.<br />
-Ya lo has dicho.<br />
-Sí, es verdad.<br />
Y dio un paso para alejarse.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> vas? -dijo Artagnan. -A buscar<br />
a alguien que me diga la verdad.<br />
-¿A quién?<br />
-A una mujer.
-A la misma señorita <strong>de</strong> La Valliére, ¿no<br />
es así? -dijo Artagnan con una sonrisa-. ¡Famosa<br />
i<strong>de</strong>a es ésa! Buscabas quien te consolase, y<br />
vas a serlo inmediatamente. Lo que es ella, no<br />
te hablará mal <strong>de</strong> sí propia: anda.<br />
-Os engañáis, señor -replicó Raúl-; la<br />
mujer a quien pienso dirigirme me dirá mucho<br />
malo.<br />
-Apuesto a que es Montalais.<br />
-Sí, Montalais.<br />
-¡Ah, su amiga! ¡Una mujer que, por esa<br />
misma razón, exagerará con pasión el bien o el<br />
mal! No hables a Montalais, mi buen Raúl.<br />
-No es ésa la razón que os mueve a alejarme<br />
<strong>de</strong> Montalais.<br />
-Pues bien, lo confieso. Y, en verdad,<br />
¿por qué he <strong>de</strong> jugar contigo como el gato con<br />
un ratón? Me das pena, <strong>de</strong> veras. Si <strong>de</strong>seo que,<br />
en este momento, no hables a Montalais, es<br />
porque vas a entregar tu secreto y abusarán <strong>de</strong><br />
él. Espera, si pue<strong>de</strong>s.<br />
-No puedo.
-¡Tanto peor! Mira, Raúl, si se me ocurriese<br />
alguna i<strong>de</strong>a . . . Mas el caso es que no se<br />
me ocurre . . .<br />
-Prometedme tener compasión, amigo<br />
mío, y eso me basta; por lo <strong>de</strong>más, <strong>de</strong>jadme<br />
salir <strong>de</strong>l paso por mí solo.<br />
-¡Ah, bien! ¿Que te <strong>de</strong>je en el pantano?<br />
Corriente; siéntate a esa mesa, y coge la pluma.<br />
-¿Para qué?<br />
-Para escribir a Montalais, y solicitarle<br />
una entrevista.<br />
-¡Ah! -dijo Raúl abalanzándose a la<br />
pluma que le alargaba el capitán.<br />
En aquel instante se abrió la puerta, y<br />
acercándose un mosquetero a Artagnan:<br />
-Mi capitán -le dijo-, ahí está la señorita<br />
<strong>de</strong> Montalais, que <strong>de</strong>sea hablaros.<br />
-¿A mí? -murmuró Artagnan-. Que entre,<br />
y veré si es a mí a quien <strong>de</strong>sea hablar.<br />
<strong>El</strong> astuto capitán olfateaba con acierto.<br />
Montalais, al entrar, vio a Raúl, y exclamó:
-¡Señor! Señor... Perdón, señor <strong>de</strong> Artagnan.<br />
-Estáis perdonada, señorita -dijo el capitán-;<br />
sé que a mi edad, los que me buscan tienen<br />
necesidad <strong>de</strong> mí.<br />
-Buscaba al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo<br />
Montalais.<br />
-¡Cómo! También yo os buscaba. Raúl,<br />
¿no queríais ir con la señorita?<br />
-Lo <strong>de</strong>seaba ardientemente.<br />
-Pues andad.<br />
Y empujó dulcemente a Raúl fuera <strong>de</strong>l<br />
gabinete. Luego, tomando la mano a Montalais:<br />
-Sed buena -le dijo en voz baja-: mirad<br />
por él y por ella.<br />
-¡Ay! replicó la joven con el mismo<br />
tono-. No soy yo quien le ha <strong>de</strong> hablar.<br />
-¿Pues cómo?<br />
-Es Madame quien le hace buscar.<br />
-¡Ah, bien! -exclamó Artagnan-. ¡Es Madame!<br />
. . . Antes <strong>de</strong> una hora, el pobre mozo<br />
quedará curado.
-¡O muerto! -repuso Montalais con<br />
compasión-. ¡Adiós, señor <strong>de</strong> Artagnan!<br />
Y corrió a reunirse con Raúl, que la esperaba<br />
lejos <strong>de</strong> la puerta, muy inquieto e intrigado<br />
por aquel diálogo que nada bueno presagiaba.<br />
LV<strong>II</strong>I<br />
DOS QUE SIENTEN CELOS<br />
Los amantes son tiernos para todo lo<br />
que concierne a la bien amada. Apenas vio Raúl<br />
cerca <strong>de</strong> sí a Montalais, se apresuró a besarle la<br />
mano con ardor.<br />
-¡Ay! -dijo tristemente la joven-. Colocáis<br />
muy al aire vuestros besos, mi amado caballero<br />
Raúl; os garantizo que no os producirán<br />
interés.<br />
-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir?... ¿Me lo explicaréis,<br />
querida Aura?
-Madame os lo explicará todo. Tengo<br />
encargo <strong>de</strong> conduciros a su habitación.<br />
-¡Pues qué! ...<br />
-Silencio, y no echéis esas miradas. Aquí<br />
las ventanas ven, y las pare<strong>de</strong>s oyen. Hacedme<br />
el obsequio <strong>de</strong> no mirarme y <strong>de</strong> hablarme en<br />
voz alta <strong>de</strong> la lluvia, <strong>de</strong>l buen tiempo y <strong>de</strong> las<br />
diversiones <strong>de</strong> Inglaterra.<br />
-Pero ...<br />
-¡Ah! ... Os aviso que en alguna parte, no<br />
sé dón<strong>de</strong>, <strong>de</strong>be estar Madame con los ojos<br />
abiertos y el oído alerta. Ya compren<strong>de</strong>réis que<br />
no es cosa <strong>de</strong> querer yo que me <strong>de</strong>spidan o me<br />
recluyan en la Bastilla. Hablemos, pues, o mejor,<br />
no hablemos.<br />
Raúl apretó los puños, aceleró el paso, y<br />
tomó el aire <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> valor, pero que<br />
marcha al suplicio.<br />
Montalais, ojo alerta, ligero el paso y<br />
volviendo la cabeza en todas direcciones, le<br />
precedía.
Raúl fue introducido inmediatamente<br />
en el gabinete <strong>de</strong> Madame. "¡Vamos! -pensó-.<br />
Al fin se pasará el día <strong>de</strong> hoy sin llegar a saber<br />
nada. Guiche ha tenido <strong>de</strong>masiada compasión<br />
conmigo; se ha puesto <strong>de</strong> acuerdo con Madame,<br />
y los dos, por medio <strong>de</strong> una conspiración<br />
amistosa, alejarán la solución <strong>de</strong>l problema.<br />
¡Que falta me hace aquí un buen enemigo! ...<br />
Esa serpiente <strong>de</strong> War<strong>de</strong>s, por ejemplo. Cierto es<br />
que mor<strong>de</strong>ría, pero al menos saldría yo <strong>de</strong> dudas...<br />
Dudar. . . dudar... ¡Más vale morir!"<br />
Raúl estaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Madame. Enriqueta,<br />
más encantadora que nunca, se hallaba<br />
medio recostada en un sillón, con sus lindos<br />
pies en un almohadón <strong>de</strong> terciopelo bordado;<br />
jugueteaba con un gatito <strong>de</strong> fino pelo, que le<br />
mordía los <strong>de</strong>dos y le arañaba las blondas <strong>de</strong> su<br />
cuello.<br />
Madame meditaba; meditaba profundamente;<br />
<strong>de</strong> suerte que fue preciso la voz <strong>de</strong><br />
Montalais y la <strong>de</strong> Raúl para sacarla <strong>de</strong> su ensimismamiento.
-¿Vuestra Alteza me ha hecho llamar? -<br />
repetía <strong>de</strong> nuevo Raúl. Madame sacudió la cabeza,<br />
como si <strong>de</strong>spertara.<br />
-Buenos días, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo-<br />
; sí, os he hecho llamar.<br />
-Conque ¿habéis llegado <strong>de</strong> Inglaterra?<br />
-Para servir a Vuestra Alteza Real.<br />
-¡Gracias! Déjanos, Montalais. Montalais<br />
salió.<br />
-Podréis conce<strong>de</strong>rme algunos minutos,<br />
¿no es cierto, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-Toda mi vida pertenece a Vuestra Alteza<br />
Real -replicó cortésmente Raúl, que adivinaba<br />
algo sombrío a través <strong>de</strong> toda aquella cortesía<br />
<strong>de</strong> Madame, y encontraba cierto atractivo en<br />
ello, persuadido <strong>de</strong> que había alguna afinidad<br />
entre los sentimientos <strong>de</strong> Madame y los propios.<br />
En efecto, todas las personas inteligentes<br />
<strong>de</strong> la Corte conocían el extraño carácter<br />
<strong>de</strong> la princesa, su caprichosa voluntad y su<br />
fantástico <strong>de</strong>spotismo.
Madame se había visto en extremo lisonjeada<br />
con los homenajes <strong>de</strong>l rey; Madame<br />
había hecho hablar <strong>de</strong> sí propia e inspirado a la<br />
reina esos celos terribles que son el gusano roedor<br />
<strong>de</strong> todas las felicida<strong>de</strong>s femeninas; Madame,<br />
en una palabra, a fin <strong>de</strong> curar su orgullo<br />
herido, había abierto su corazón al amor.<br />
Sabemos ya lo que Madame había hecho<br />
para que regresase Raúl, alejado por Luis XIV.<br />
Raúl no tenía noticia <strong>de</strong> su carta a Carlos <strong>II</strong>,<br />
pero Artagnan la había adivinado.<br />
¿Quién podría explicar esa incomprensible<br />
mezcla <strong>de</strong> amor y vanidad, esas ternezas<br />
inauditas, esas perfidias enormes? Nadie,<br />
ni siquiera el ángel malo que encien<strong>de</strong> la coquetería<br />
en el corazón <strong>de</strong> las mujeres.<br />
-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo la princesa<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa-, ¿habéis vuelto contento?<br />
<strong>Bragelonne</strong> miró a madame Enriqueta,<br />
y, viéndola pálida por lo que ocultaba, por lo<br />
que omitía, por lo que ardía en <strong>de</strong>cir:
-¿Contento? -exclamó-. ¿Y <strong>de</strong> qué queréis<br />
que esté contento o <strong>de</strong>scontento, señora?<br />
-¿De qué pue<strong>de</strong> estarlo un hombre <strong>de</strong><br />
vuestra edad y presencia? "¡De prisa camina! -<br />
dijo para sí asustado Raúl-. ¿Qué irá a inspirar<br />
en mi corazón?"<br />
Temiendo al propio tiempo lo que iba a<br />
saber, y con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> retrasar el instante tan<br />
<strong>de</strong>seado como terrible en que, llegara a saberlo<br />
todo:<br />
-Señora -dijo-, había <strong>de</strong>jado a un amigo<br />
muy querido en completa salud, y le he encontrado<br />
a mi vuelta en mal estado.<br />
-¿Habláis <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />
preguntó madame Enriqueta con tranquilidad<br />
imperturbable-: dicen que es amigo a quien<br />
queréis mucho.<br />
-Sí, señora.<br />
-Pues bien, ha sido herido; pero ya se<br />
encuentra mejor. ¡Oh, el señor <strong>de</strong> Guiche no es<br />
digno <strong>de</strong> lástima! -dijo la princesa con precipitación.
Pero, recobrándose al punto:<br />
-¿Creéis que sea digno <strong>de</strong> lástima? -<br />
añadió-. ¿Se queja acaso? ¿Tiene algún pesar<br />
que no sepamos?<br />
-Sólo hablo <strong>de</strong> su herida, señora.<br />
-Eso es otra cosa, pues en cuanto a lo<br />
<strong>de</strong>más, el señor <strong>de</strong> Guiche parece ser muy dichoso,<br />
a juzgar al menos por su buen humor.<br />
Estoy cierta, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, <strong>de</strong> que preferiríais,<br />
como él, una herida en el cuerpo... Porque<br />
al fin, ¿qué es una herida en el cuerpo?<br />
Raúl se estremeció.<br />
"Ya vuelve al asunto -pensó-. ¡Ay <strong>de</strong><br />
mí!"<br />
Y no replicó nada.<br />
-¿Qué <strong>de</strong>cís?<br />
-Nada tengo que <strong>de</strong>cir, señora.<br />
-¿Conque, según eso, no opináis como<br />
yo? ¿Os sentís satisfecho? Raúl se acercó un<br />
poco más.<br />
-Señora -dijo-, Vuestra Alteza Real <strong>de</strong>sea<br />
<strong>de</strong>cirme algo y su generosidad natural le im-
pulsa a dar ciertos ro<strong>de</strong>os. Dígnese Vuestra<br />
Alteza hablar con franqueza. Soy fuerte y escucho.<br />
-¡Ah! -replicó Enriqueta-. ¿Qué habéis<br />
comprendido?<br />
-Lo que Vuestra Alteza <strong>de</strong>sea hacerme<br />
compren<strong>de</strong>r.<br />
Y Raúl tembló, a pesar suyo, al pronunciar<br />
estas palabras.<br />
-En efecto -murmuró la princesa-, es<br />
cruel, pero ya que he principiado...<br />
-Sí, señora; ya que Vuestra Alteza se ha<br />
dignado principiar, dígnese concluir.<br />
Enriqueta levantóse precipitadamente, y<br />
dio algunos pasos por la habitación.<br />
-¿Qué os ha dicho el señor <strong>de</strong> Guiche? -<br />
preguntó súbitamente.<br />
-¡Nada, señora!<br />
-¡Nada! ¿Nada os ha dicho?... ¡Oh, le<br />
conozco en eso!<br />
-Sin duda no ha querido lastimarme.
-¡He ahí lo que los amigos llaman amistad!<br />
Pero el señor <strong>de</strong> Artagnan, <strong>de</strong> quien os<br />
acabáis <strong>de</strong> separar, os habrá dicho algo.<br />
-Lo mismo que el señor <strong>de</strong> Guiche, señora.<br />
-Por lo menos -dijo la princesa-, sabréis<br />
lo que sabe toda la Corte.<br />
-Nada sé, señora.<br />
-¿Ni la escena <strong>de</strong> la tempestad?<br />
-Ni la escena <strong>de</strong> la tempestad.<br />
-¿Ni las conferencias en el bosque?<br />
-Ni las conferencias en el bosque.<br />
-¿Ni la escapada <strong>de</strong> Chaillot?<br />
Raúl, que se doblaba como la flor tronchada<br />
por la hoz, hizo un po<strong>de</strong>roso. esfuerzo<br />
sobre sí mismo para 'sonreír, y respondió con<br />
dulzura:<br />
-Ya he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra<br />
Alteza Real que no sé absolutamente nada.<br />
Soy un pobre olvidado que llega <strong>de</strong> Inglaterra;<br />
entre la gente <strong>de</strong> aquí y yo había olas tan atronadoras,<br />
que no ha podido llegar a mis oídos el
umor <strong>de</strong> todas esas cosas <strong>de</strong> que me habla<br />
Vuestra Alteza.<br />
Enriqueta se impresionó al ver aquella<br />
pali<strong>de</strong>z, aquella mansedumbre, aquel dolor.<br />
<strong>El</strong> sentimiento dominante <strong>de</strong> su corazón,<br />
en aquel instante, era un vivo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> oír<br />
en el pobre amante el recuerdo <strong>de</strong> la que así le<br />
hacía sufrir.<br />
-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -dijo-, lo que vuestros<br />
amigos no os han querido <strong>de</strong>cir, yo voy a<br />
<strong>de</strong>círoslo, porque os estimo y aprecio. Quiero<br />
danos una prueba <strong>de</strong> que soy vuestra amiga.<br />
Hasta ahora, podéis llevar muy alta vuestra<br />
frente, como hombre honrado, y no quiero que<br />
la tengáis que bajar ante el ridículo, y antes <strong>de</strong><br />
ocho días ante el <strong>de</strong>sprecio.<br />
-¡Ah! -dijo Raúl pali<strong>de</strong>ciendo-. ¿En ese<br />
caso estamos?<br />
-Si nada sabéis -dijo la princesa-, veo<br />
que adivináis. Erais el novio <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére, ¿no es verdad?<br />
-Sí, señora.
-En tal concepto, <strong>de</strong>bo daros un aviso.<br />
Como <strong>de</strong> un día a otro quiero <strong>de</strong>spedir <strong>de</strong> mi<br />
casa a la señorita <strong>de</strong> La Valliére...<br />
-¡Despedir a La Valliére! -exclamó <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-Sí, ciertamente. ¿Creéis que he <strong>de</strong> tener<br />
siempre miramiento a las lágrimas y a las jeremiadas<br />
<strong>de</strong>l rey? No, no; mi casa no servirá mucho<br />
más tiempo <strong>de</strong> lugar apropiado para semejantes<br />
usos... Mas, ¿qué es eso? ¡Se os va la cabeza!<br />
-No, señora; perdonad -dijo <strong>Bragelonne</strong><br />
haciendo un esfuerzo-. Creí que iba a morir,<br />
nada más... Vuestra Alteza me hacía el honor<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que el rey había llorado y suplicado.<br />
-Sí, pero inútilmente.<br />
Y en seguida refirió a Raúl la escena <strong>de</strong><br />
Chaillot y la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l rey a su regreso;<br />
habló <strong>de</strong> la indulgencia que ella había mostrado,<br />
y manifestó la horrible frase conque la<br />
princesa ultrajada, la coqueta humillada, había<br />
<strong>de</strong>safiado la cólera real.
ama.<br />
Raúl bajó la cabeza.<br />
-¿Qué pensáis <strong>de</strong> todo eso? - dijo ella.<br />
-¡<strong>El</strong> rey la ama! -respondió Raúl.<br />
-Pero casi dais a enten<strong>de</strong>r que ella no le<br />
-¡Ay! Pienso todavía en el tiempo en que<br />
me amó a mí. Enriqueta admiró por un momento<br />
aquella incredulidad sublime; luego,<br />
encogiéndose <strong>de</strong> hombros:<br />
-¿No me creéis? -dijo-. ¡Oh! ¡Cuánto la<br />
amáis, y cómo dudáis que ella ame al rey!<br />
-Hasta que tenga alguna prueba, perdonad.<br />
Tengo su palabra, y ella es noble.<br />
-¿Una prueba?... ¡Pues bien, venid!<br />
LIX<br />
VISITA DOMICILIARIA<br />
La princesa, precediendo a Raúl, lo condujo<br />
a través <strong>de</strong>l patio hacia el cuerpo <strong>de</strong>l edificio<br />
en que habitaba La Valliére, y, tomando la
escalera que había subido Raúl en aquella misma<br />
mañana, se <strong>de</strong>tuvo a la puerta <strong>de</strong> la habitación<br />
don<strong>de</strong> el joven, a su regreso, había sido tan<br />
extrañamente recibido por Montalais.<br />
La ocasión no podía ser más propicia<br />
para el proyecto concebido por madame Enriqueta:<br />
el palacio<br />
estaba sin gente; el rey, los cortesanos y las damas<br />
habían marchado a Saint-Germain; madame<br />
Enriqueta, única persona que sabía el regreso<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que veía el partido que <strong>de</strong><br />
él podía sacar, pretextando una indisposición,<br />
se había quedado.<br />
Estaba, por tanto, segura Madame <strong>de</strong><br />
encontrar sin gente el cuarto <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére y el <strong>de</strong> Saint-Aignan. Sacó una doble<br />
llave, y abrió la puerta <strong>de</strong> su camarista.<br />
<strong>Bragelonne</strong> lanzó su mirada a aquella<br />
habitación, que reconoció al punto, y la impresión<br />
que le causó fue uno <strong>de</strong> los primeros tormentos<br />
que le aguardaban.
La princesa le miró, y sus ojos experimentados<br />
comprendieron lo que pasaba en el<br />
corazón <strong>de</strong>l joven.<br />
-Me habéis pedido pruebas -díjole-, y <strong>de</strong><br />
consiguiente no <strong>de</strong>béis extrañar que os las dé.<br />
Ahora, si no os creéis con fuerzas suficientes<br />
para soportarlas, aún estamos a tiempo <strong>de</strong> retirarnos.<br />
-Gracias, señora -dijo <strong>Bragelonne</strong>-; he<br />
venido aquí para convencerme, y ya que os<br />
habéis dignado prometerme ese convencimiento,<br />
tratad <strong>de</strong> convencerme.<br />
-Pues entrad -dijo Madame-, y cerrad la<br />
puerta.<br />
<strong>Bragelonne</strong> obe<strong>de</strong>ció, y se volvió hacia<br />
la princesa, interrogándola con su mirada.<br />
-¿Sabéis dón<strong>de</strong> os halláis? -preguntó<br />
madame Enriqueta. Todo me hace creer, señora,<br />
que estoy en la habitación <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong><br />
La Valliére.<br />
-Así es, efectivamente.
-Pero, me permitiréis observar que esta<br />
habitación es una habitación, no una prueba.<br />
-Esperad.<br />
La princesa se dirigió al pie <strong>de</strong> la cama,<br />
dobló el biombo, e inclinándose hacia el suelo:<br />
-Ea -dijo-; bajaos vos mismo y levantad<br />
esa trampa.<br />
-¿Qué trampa? preguntó Raúl sorprendido,<br />
porque principiaba a recordar las palabras<br />
<strong>de</strong> Artagnan, y se le figuraba que Artagnan<br />
había pronunciado también aquella palabra.<br />
Y Raúl buscó, aunque inútilmente, una<br />
hendidura que pudiese indicar la existencia <strong>de</strong><br />
alguna abertura, o algún anillo que le ayudase<br />
a levantar una parte cualquiera <strong>de</strong>l suelo.<br />
-¡Ah! Es cierto -dijo riendo madame<br />
Enriqueta-. Me olvidaba <strong>de</strong>l resorte oculto; hay<br />
que apretar en la cuarta tabla, en el lugar en<br />
que la ma<strong>de</strong>ra forma un nudo. Esas son las,<br />
señas: apretad vos mismo, vizcon<strong>de</strong>... así.
Raúl, pálido como la muerte, apoyó el<br />
<strong>de</strong>do pulgar en el lugar indicado, oprimió el<br />
resorte, y la trampa se levantó por sí sola.<br />
-¡Una escalera! -murmuró Raúl.<br />
-Sí, y muy elegante -dijo madame Enriqueta-.<br />
Mirad, vizcon<strong>de</strong>, y la escalera tiene un<br />
pasamanos <strong>de</strong>stinado a preservar <strong>de</strong> una caída<br />
a las personas <strong>de</strong>licadas que se atreven a bajarla,<br />
lo cual hace que tampoco tenga yo miedo <strong>de</strong><br />
bajar. Vamos; seguidme, vizcon<strong>de</strong>, seguidme.<br />
-Mas antes <strong>de</strong> seguiros, señora, ¿adón<strong>de</strong><br />
conduce esta escalera?<br />
-¡Ah, es verdad! Se me olvidaba <strong>de</strong>círoslo.<br />
-Ya os escucho, señora -dijo Raúl respirando<br />
difícilmente.<br />
-Quizá sabréis que el señor <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan vivía antes pared casi por medio, con el<br />
rey.<br />
-Sí, señora; lo sé; así era antes <strong>de</strong> marcharme,<br />
y no pocas veces tuve el honor <strong>de</strong> visitarle<br />
en su antigua habitación.
-Pues bien, obtuvo <strong>de</strong>l rey permiso para<br />
cambiar el hermoso cuarto que ya conocéis, por<br />
las dos piececitas a que conduce esta escalera, Y<br />
que forman una habitación la mitad más pequeña,<br />
y diez veces más distante <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l rey,<br />
cuya proximidad no suelen <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar en general<br />
los señores <strong>de</strong> la Corte.<br />
-Muy bien, señora -replicó Raúl-; pero<br />
os suplico que continuéis, porque todavía no<br />
comprendo.<br />
-Pues bien, da la casualidad prosiguió la<br />
princesa-, <strong>de</strong> que esta habitación <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan está situada <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las <strong>de</strong> mis<br />
doncellas, y, especialmente, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la <strong>de</strong> La<br />
Valliére.<br />
-Pero, ¿qué objeto tienen esta trampa y<br />
la escalera?<br />
-¡Qué sé yo! ¿Queréis que bajemos al<br />
cuarto <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> SaintAignan? Tal vez hallaremos<br />
allí la explicación <strong>de</strong>l enigma.<br />
Y Madame dio el ejemplo bajando ella<br />
misma.
Raúl la siguió suspirando.<br />
Cada escalón que rechinaba bajo los pies<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, le hacía avanzar un paso en<br />
aquel cuarto misterioso, que encerraba aún los<br />
suspiros <strong>de</strong> La Valliére y los más suaves perfumes<br />
<strong>de</strong> su cuerpo.<br />
<strong>Bragelonne</strong> reconoció, absorbiendo el<br />
aire con sus angustiosas aspiraciones, que la<br />
joven había pasado por allí.<br />
Después, tras <strong>de</strong> aquellas emanaciones,<br />
pruebas invisibles, pero ciertas, vinieron las<br />
flores que ella amaba, los libros que prefería. Si<br />
a Raúl le hubiese quedado la menor duda, la<br />
habría visto disipada en aquella secreta armonía<br />
<strong>de</strong> los gustos e inclinaciones <strong>de</strong>l ánimo con<br />
el uso <strong>de</strong> los objetos que acompañan la vida.<br />
<strong>Bragelonne</strong> veía a La Valliére en los muebles,<br />
en la elección <strong>de</strong> las telas, en los reflejos mismos<br />
<strong>de</strong>l suelo.<br />
Mudo y anonadado, nada más le quedaba<br />
que saber, y no seguía a su implacable
conductora más que como el reo sigue al verdugo.<br />
Madame, cruel como una mujer <strong>de</strong>licada y nerviosa,<br />
no le perdonaba el más mínimo <strong>de</strong>talle.<br />
Pero, preciso es <strong>de</strong>cirlo, a pesar <strong>de</strong> la<br />
especie <strong>de</strong> apatía en que Raúl<br />
hallábase sumido, ninguno <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>talles<br />
se le habría escapado, aunque hubiese estado<br />
solo. La dicha <strong>de</strong> la mujer a quien ama un celoso,<br />
cuando esa felicidad proviene <strong>de</strong> un rival, es<br />
para aquél un suplicio. Pero, para un celoso<br />
como Raúl, para aquel corazón que por vez<br />
primera albergaba hiel, la felicidad <strong>de</strong> Luisa era<br />
una muerte ignominiosa, la muerte <strong>de</strong>l cuerpo<br />
y <strong>de</strong>l alma.<br />
Todo lo comprendió: las manos que se<br />
habían estrechado, los rostros que se habían<br />
mirado juntos a los espejos, especie <strong>de</strong> juramento<br />
tan dulce para los amantes que se ven dos<br />
veces para grabar mejor su imagen en sus recuerdos.
Adivinó el beso encubierto por las cortinas<br />
<strong>de</strong> la puerta, y convirtió en febriles dolores<br />
la elocuencia <strong>de</strong> los muebles <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso,<br />
sepultados en su sombra.<br />
Aquel lujo, aquel refinamiento lleno <strong>de</strong><br />
embriaguez, aquel cuidado minucioso en evitar<br />
todo disgusto al objeto amado, o en procurarle<br />
una agradable sorpresa; aquel po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l amor<br />
aumentado por el po<strong>de</strong>río regio, hirió a Raúl<br />
mortalmente. ¡Ay! Si algo pue<strong>de</strong> templar los<br />
punzantes tormentos <strong>de</strong> los celos, es la inferioridad<br />
<strong>de</strong>l hombre preferido, cuando, por el contrario,<br />
si pue<strong>de</strong> haber otro infierno en el infierno,<br />
otro tormento sin nombre en el idioma,<br />
es el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un dios, puesto a disposición <strong>de</strong><br />
un rival con la juventud, la belleza y la gracia.<br />
En estos instantes, hasta parece que Dios mismo<br />
se conjura contra el amante <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñado.<br />
Todavía quedaba un último dolor para<br />
el infeliz Raúl: madame Enriqueta levantó una<br />
cortina <strong>de</strong> seda, y <strong>de</strong>scubrió el retrato <strong>de</strong> La<br />
Valliére.
No sólo el retrato <strong>de</strong> La Valliére, sin¿ <strong>de</strong> La<br />
Valliére joven, bella, radiante, aspirando la vida<br />
por todos sus poros, por que, a los dieciocho<br />
años la vida es el amor.<br />
-¡Luisa! -murmuró <strong>Bragelonne</strong>-. ¡Luisa-!<br />
¿Conque es cierto?... ¡Ay! ¡Jamás me has amado,<br />
porque nunca me has mirado así!<br />
Y parecióle que el corazón se le <strong>de</strong>sgarraba<br />
en el pecho.<br />
Madame Enriqueta le miraba, envidiando<br />
casi aquel dolor, a pesar <strong>de</strong> que sabía<br />
que nada tenía que envidiar, y que era amada<br />
por Guiche como La Valliére por <strong>Bragelonne</strong>.<br />
Raúl sorprendió aquella mirada <strong>de</strong> madame<br />
Enriqueta.<br />
-¡Oh! ¡Perdón! ¡perdón! -dijo-. Conozco<br />
que <strong>de</strong>bía ser más dueño <strong>de</strong> mí en presencia <strong>de</strong><br />
vos, señora; pero, haga el Cielo que jamás os<br />
veáis herida con el golpe que recibo en este<br />
momento. Porque sois mujer, e indudablemente<br />
no podríais soportar tan cruel dolor. Perdonadme,<br />
porque yo no soy más que un <strong>de</strong>sgra-
ciado joven, al paso que vos pertenecéis a la<br />
clase <strong>de</strong> esos afortunados, <strong>de</strong> esos omnipotentes,<br />
<strong>de</strong> esos elegidos.<br />
-Señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -contestó Enriqueta-:<br />
un corazón como el vuestro merece los miramientos<br />
<strong>de</strong> un corazón <strong>de</strong> reina. Soy amiga<br />
vuestra, y por eso no he querido que toda vuestra<br />
vida esté emponzoñada por la perfidia y<br />
mancillada por el ridículo. Yo he sido quien con<br />
más valor que todos vuestros supuestos amigos,<br />
a excepción <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Guiche, os he<br />
hecho venir <strong>de</strong> Londres; yo soy quien os suministro<br />
las pruebas dolorosas, pero necesarias,<br />
que serán vuestro remedio, si sois amante animoso<br />
y no un Amadis llorón. No me <strong>de</strong>is las<br />
gracias; compa<strong>de</strong>cedme a mí misma, y no <strong>de</strong>jéis<br />
por eso <strong>de</strong> servir bien al rey.<br />
Raúl sonrió con amargura.<br />
-.¡Ah, es verdad! -dijo-. Olvidaba que el<br />
rey es mi amo.<br />
-Están interesados en ello vuestra libertad<br />
y vuestra vida.
Una mirada clara y penetrante <strong>de</strong> Raúl<br />
dio a conocer a madame Enriqueta que se engañaba,<br />
y que su último argumento no era <strong>de</strong><br />
los que pudiesen conmover al joven.<br />
-Pensad lo que hacéis, señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
-dijo la princesa-; porque si no meditáis<br />
bien vuestras acciones, vais a irritar a un príncipe<br />
que en sus arrebatos no conoce los límites<br />
<strong>de</strong> la razón, y a sumergir a vuestros íntimos y a<br />
vuestra familia en el más profundo dolor; conformaos,<br />
pues: haceos superior a vos mismo, y<br />
tratad <strong>de</strong> curaros.<br />
-Gracias, señora -dijo el joven-; agra<strong>de</strong>zco<br />
el consejo que me dais y procuraré seguirlo;<br />
pero antes dignaos <strong>de</strong>cirme una cosa.<br />
-Decid.<br />
-¿Sería una indiscreción preguntar cómo<br />
habéis <strong>de</strong>scubierto el secreto <strong>de</strong> esa escalera,<br />
esa trampa y ese retrato?<br />
-Del modo más sencillo: para mejor vigilancia,<br />
tengo en mi po<strong>de</strong>r otra llave <strong>de</strong> las habitaciones<br />
<strong>de</strong> mis doncellas. Extrañé mucho que
La Valliére se encerrara con tanta frecuencia;<br />
que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan mudase <strong>de</strong> habitación;<br />
que el rey viniese a ver tan a menudo a<br />
Saint-Aignan, aun antes <strong>de</strong> que éste llegase a<br />
poseer toda su amistad; que se hubiesen hecho<br />
tantas cosas mientras duró vuestra ausencia;<br />
que se hubiesen cambiado, en fin, <strong>de</strong> una manera<br />
tan completa, los hábitos <strong>de</strong> la Corte. Yo<br />
no quiero que el rey se burle <strong>de</strong> mí, ni servir <strong>de</strong><br />
capa a sus amores: porque, tras <strong>de</strong> La Valliére<br />
que llora; vendrá Montalais, que ríe, y Tonnay-<br />
Charente que canta: semejante papel no es digno<br />
<strong>de</strong> mí. Arranqué, por tanto, los escrúpulos<br />
<strong>de</strong> mi amistad y <strong>de</strong>scubrí el secreto ... Conozco<br />
que os estoy lastimando <strong>de</strong> nuevo; perdonadme.<br />
pero tenía que cumplir un <strong>de</strong>ber; lo he<br />
cumplido ya avisándoos; <strong>de</strong> modo que ahora<br />
podéis ya ver venir la tempestad, y guareceros.<br />
-Algún objeto <strong>de</strong>béis proponeros, no<br />
obstante -repuso con firmeza <strong>Bragelonne</strong>-: porque<br />
no supondréis que vaya a aceptar, sin <strong>de</strong>s-
pegar mis labios, la vergüenza que han hecho<br />
sobre mí, y la traición <strong>de</strong> que soy víctima.<br />
-Tomaréis en ese punto el partido que<br />
mejor os parezca, caballero Raúl. Lo único que<br />
os pido es que no <strong>de</strong>scubráis el conducto por<br />
don<strong>de</strong> habéis sabido la verdad. Es el único precio<br />
que pongo al servicio que os he prestado.<br />
-Nada temáis, señora -dijo <strong>Bragelonne</strong><br />
con triste sonrisa.<br />
-Yo he ganado al cerrajero en quien los<br />
amantes han tenido que <strong>de</strong>positar parte <strong>de</strong> su<br />
confianza, y es claro que vos podéis hacer otro<br />
tanto, ¿no es verdad?<br />
-Sí, señora. De modo que Vuestra Alteza<br />
Real no me da consejo alguno, ni me impone<br />
otra reserva que la <strong>de</strong> no comprometerla.<br />
-Ninguna más.<br />
-Entonces, voy a rogar a Vuestra Alteza<br />
que me conceda permanecer aquí un minuto.<br />
-¿Sin mí?<br />
-¡Oh, no señora! Lo que voy a hacer<br />
puedo hacerlo en vuestra presencia. Sólo os
pido un minuto para escribir algunas letras a<br />
una persona.<br />
-Mirad que es aventurado, señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>.<br />
-Nadie pue<strong>de</strong> saber que Vuestra Alteza<br />
me haya conducido aquí, y a<strong>de</strong>más firmaré el<br />
billete.<br />
-Haced lo que gustéis, señor. Raúl había<br />
sacado ya su libro <strong>de</strong> memorias, y trazado con<br />
rapi<strong>de</strong>z estas palabras en una hoja blanca: "Señor<br />
con<strong>de</strong>: No os sorprenda encontrar aquí este<br />
papel firmado por mí, antes que un amigo, a<br />
quien enviaré muy luego a veros en mi nombre,<br />
haya tenido el honor <strong>de</strong> explicaros el objeto <strong>de</strong><br />
mi visita. "VIZCONDE RAÚL DE BRAGE-<br />
LONNE." Raúl arrolló el papel, lo metió en la<br />
cerradura <strong>de</strong> la puerta que comunicaba con la<br />
habitación <strong>de</strong> los dos amantes, y, bien seguro<br />
<strong>de</strong> qué Saint-Aignan no podía menos <strong>de</strong> ver el<br />
papel al entrar, fue a reunirse con la princesa<br />
que estaba ya en lo alto <strong>de</strong> la escalera.
En seguida se separaron los dos: Raúl<br />
aparentando dar las gracias a Su Alteza y Enriqueta<br />
compa<strong>de</strong>ciendo o aparentando compa<strong>de</strong>cer<br />
<strong>de</strong> todo corazón al <strong>de</strong>sventurado a quien<br />
acababa <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nar a tan terrible tormento.<br />
"¡Oh! -se dijo, viéndole alejarse, pálido y<br />
con los ojos inyectados en sangre-. ¡Oh! Si lo<br />
hubiera sabido, habría ocultado la verdad a ese<br />
<strong>de</strong>sgraciado joven."<br />
LX<br />
EL SISTEMA DE PORTHOS<br />
La multiplicidad <strong>de</strong> personajes introducidos<br />
en esta larga historia hace que cada<br />
cual sólo aparezca a su vez y según lo exijan las<br />
circunstancias <strong>de</strong> la narración. De ahí resulta<br />
que nuestros lectores no hayan tenido ocasión<br />
<strong>de</strong> volver a encontrarse con nuestro amigos<br />
Porthos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su regreso <strong>de</strong> Fontainebleau.<br />
Los honores que recibiera <strong>de</strong>l rey no<br />
habían cambiado el carácter plácido y afectuoso
<strong>de</strong>l respetable barón; únicamente se advertía<br />
que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que recibió el favor <strong>de</strong> comer a la<br />
mesa <strong>de</strong>l rey, levantaba más la cabeza y ostentaba<br />
en su persona ciertos humos <strong>de</strong> majestad.<br />
<strong>El</strong> comedor <strong>de</strong> Su Majestad había producido<br />
cierto efecto a Porthos. <strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Bracieux y<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds recordaba con placer que, mientras<br />
duró aquella memorable comida, los innumerables<br />
servidores daban cierto aire <strong>de</strong><br />
suntuosidad al acto.<br />
Porthos hizo propósito <strong>de</strong> conferir al<br />
señor Mosquetón una dignidad cualquiera, <strong>de</strong><br />
establecer una jerarquía en el resto <strong>de</strong> sus sirvientes,<br />
y <strong>de</strong> crearse una cava militar, cosa que<br />
no era insólita entre los gran<strong>de</strong>s capitanes, pues<br />
ya en el siglo anterior viose ese loa en Tréville,<br />
Schomberg <strong>de</strong> la Vieuville, sin hablar <strong>de</strong> los<br />
señores <strong>de</strong> Richelieu, Condé, y Bouillon-<br />
Turenne.<br />
¿Por qué causa Porthos, siendo amigo<br />
<strong>de</strong>l rey y <strong>de</strong>l señor Fouquet, barón, ingeniero,<br />
etc., no había gozado <strong>de</strong> todas las preeminen-
cias que acompaña a la fortuna y a los altos<br />
merecimientos?<br />
Abandonado Porthos en cierto modo <strong>de</strong><br />
Aramis, que, según sabemos, se ocupaba mucho<br />
<strong>de</strong>l señor Fouquet, un tanto <strong>de</strong>scuidado por<br />
Artagnan a causa <strong>de</strong> su servicio, y un si es no es<br />
fastidiado <strong>de</strong> Trüchen y Planchet, nuestro barón<br />
se puso meditabundo; sin saber la causa,<br />
pues si cualquiera le hubiera dicho: "¿Echáis <strong>de</strong><br />
menos alguna cosa, Porthos?". <strong>de</strong> seguro había<br />
respondido: "Sí."<br />
Después <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas comidas en que<br />
Porthos procuraba acordarse <strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>talles<br />
<strong>de</strong>l real convite, medio alegre a causa <strong>de</strong>l<br />
buen vino, y medio triste a causa <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as<br />
<strong>de</strong> ambición, íbase <strong>de</strong>jando sorpren<strong>de</strong>r por un<br />
grato sueño, cuando su ayuda <strong>de</strong> cámara vino a<br />
anunciarle que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> quería<br />
hablarle.<br />
Porthos pasó a la pieza próxima y halló a su<br />
joven amigo en las disposiciones que ya conocemos.
Raúl se a<strong>de</strong>lantó a estrechar la mano a Porthos,<br />
quien, sorprendido <strong>de</strong> la gravedad <strong>de</strong> aquél, le<br />
ofreció una silla.<br />
-Querido señor Du-Vallon -dijo Raúl-,<br />
tengo que suplicaros un favor.<br />
-A tiempo venís, querido -replicó Porthos-.<br />
Esta mañana he recibido ocho mil libras<br />
<strong>de</strong> Pierrefonds, y si es dinero lo que necesitáis<br />
...<br />
-No, no es dinero; gracias, mi buen amigo.<br />
-¡Tanto peor! Siempre he oído <strong>de</strong>cir que<br />
es servicio que rara vez se hace; pero el más<br />
fácil <strong>de</strong> hacer. Este dicho me ha llamado la<br />
atención, y me gusta citar los dichos que me<br />
chocan.<br />
-Tenéis un corazón tan bondadoso como<br />
sano es vuestro juicio.<br />
-Es favor que me hacéis... Presumo que<br />
comeréis bien.<br />
-¡Oh! No tengo apetito.
-¡Eh! ¿Cómo es eso? ¡Qué horrible tierra<br />
es Inglaterra!<br />
-No mucho; pero...<br />
-Si no fuese por el sabroso pescado y la<br />
exquisita carne que allí hay, sería cosa <strong>de</strong> no<br />
po<strong>de</strong>r vivir. -Sí; venía a <strong>de</strong>ciros...<br />
-Ya os escucho; mas antes permitid que<br />
me refresque... En París todo se come salado...<br />
¡Puah!<br />
Y Porthos se hizo traer una botella <strong>de</strong><br />
vino <strong>de</strong> Champaña. Después, llenando el vaso<br />
<strong>de</strong> Raúl antes que el suyo, se echó un buen trago,<br />
y, sintiéndose satisfecho, continuó:<br />
-Necesitaba esto para oíros sin distraerme.<br />
Ahora soy todo vuestro. ¿En qué os<br />
puedo servir, amigo Raúl? ¿Qué <strong>de</strong>seáis?<br />
-Decidme vuestra opinión sobre las discordias,<br />
querido amigo.<br />
-¿Mi opinión? Hacedme el obsequio <strong>de</strong><br />
explanar un poco vuestra i<strong>de</strong>a -replicó Porthos<br />
rascándose la frente.
-Quiero <strong>de</strong>cir si sois <strong>de</strong> buen natural<br />
cuando existen altercados entre nuestros amigos<br />
y personas extrañas.<br />
-¡Oh! De un natural excelente, como<br />
siempre.<br />
-Corriente: ¿pero qué hacéis en ese caso?<br />
-Cuando mis amigos tienen contiendas,<br />
sigo un principio.<br />
-¿Cuál?<br />
-Que el tiempo perdido es irreparable,<br />
que jamás se arregla mejor un negocio que<br />
cuando dura todavía el calor <strong>de</strong> la disputa.<br />
-¡Ah! ¿De modo que es ése vuestro principio?<br />
-Ni más ni menos. Así es que cuando<br />
está trabada la contienda, pongo a las partes en<br />
presencia una <strong>de</strong> otra.<br />
-¡Cómo!<br />
-Ya compren<strong>de</strong>réis que así es imposible<br />
que no se arregle un negocio.<br />
-Antes creía yo, por el contrario, que un<br />
negocio conducido <strong>de</strong> tal modo no podría...
-No lo creáis. Figuraos que en lo que<br />
llevo <strong>de</strong> vida, habré tenido unos ciento ochenta<br />
a ciento noventa duelos en regla, sin contar los<br />
encuentros fortuitos.<br />
-No es mal número -dijo Raúl sonriendo<br />
a pesar suyo.<br />
-¡Oh, eso no es nada! ¡Es tan dulce mi<br />
carácter! Artagnan cuenta los duelos por centenares:<br />
cierto que es duro y quisquilloso, cosa<br />
que le he dicho muchas veces.<br />
-¿De modo que arregláis así ordinariamente<br />
los asuntos que vuestros amigos<br />
os confían?<br />
-No hay ejemplo <strong>de</strong> que haya <strong>de</strong>jado<br />
uno por arreglar -contestó Porthos con mansedumbre<br />
y una confianza tal, que hicieron saltar<br />
a Raúl.<br />
-¿Pero los arreglos -preguntó-, supongo<br />
que serán honrosos?<br />
-¡Oh! De eso yo respondo; y, con este<br />
motivo, voy a explicares mi otro principio.<br />
Luego que mi amigo ha puesto su contienda en
mis manos, veréis cómo procedo. Sin per<strong>de</strong>r<br />
tiempo, voy a buscar a su adversario, y me presento<br />
a él con la cortesanía y la sangre fría que<br />
en semejantes casos son <strong>de</strong> rigor.<br />
-A eso -dijo Raúl tristemente-, es a lo<br />
que <strong>de</strong>béis el arreglar tan bien y con tanta seguridad<br />
los negocios.<br />
-Lo creo. Voy, pues, a buscar al enemigo,<br />
y le digo: "Señor, es imposible que no conozcáis<br />
hasta<br />
qué punto habéis ultrajado a mi amigo."<br />
Raúl frunció el ceño.<br />
-A veces, tal vez muchas, mi amigo no<br />
ha sido ofendido, o tal vez ha sido el que ofendió<br />
primero; pero, <strong>de</strong> todos modos, ya conoceréis<br />
la habilidad <strong>de</strong> mi modo <strong>de</strong> plantear la<br />
cuestión.<br />
Y Porthos prorrumpió en una carcajada.<br />
"Decididamente -pensó Raúl mientras<br />
resonaba el formidable trueno <strong>de</strong> aquella hilaridad-,<br />
<strong>de</strong>cididamente estoy en <strong>de</strong>sgracia. Guiche<br />
se muestra frío, Artagnan se burla <strong>de</strong> mí,
Porthos es blando: nadie quiere arreglar este<br />
asunto a mi manera. ¡Y yo que me había dirigido<br />
a Porthos para hallar una espada en vez<br />
<strong>de</strong> un razonamiento! ¡Ah! ¡Que mala suerte!<br />
Porthos se tranquilizó algún tanto, y continuó:<br />
-De ese modo, con una sola palabra<br />
hago recaer la culpa en el adversario.<br />
-Eso, según -replicó distraídamente Raúl.<br />
-No, seguro. Hago recaer en él la culpa,<br />
y entonces es cuando <strong>de</strong>spliego toda mi cortesía<br />
para dar feliz término a mi proyecto. Me<br />
a<strong>de</strong>lanto, pues, con rostro afable, y tomándole<br />
la mano al adversario...<br />
-¡Oh! -exclamó Raúl, impaciente.<br />
-"Señor -le digo-, ya que estáis convencido<br />
<strong>de</strong> la ofensa, nos creemos seguros <strong>de</strong> la<br />
reparación. Entre mi amigo y vos sólo <strong>de</strong>be<br />
mediar ya un cambio recíproco <strong>de</strong> acciones <strong>de</strong><br />
caballero. Por tanto, estoy encargado <strong>de</strong> traeros<br />
la medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong> mi amigo."
-¡Basta! -dijo Raúl. -¡Aguardad!. . . "La<br />
medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong> mi amigo. Tengo abajo<br />
un caballo; mi amigo está en tal punto, don<strong>de</strong><br />
aguarda con impaciencia que os dignéis acudir;<br />
tomaremos <strong>de</strong> paso a vuestro. padrino, y asunto<br />
arreglado..."<br />
-¿Reconciliáis a los dos adversarios sobre<br />
el campo? -preguntó Raúl pálido <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho.<br />
-¡Reconciliar! -dijo Porthos-: ¿y a santo<br />
<strong>de</strong> qué?<br />
-Como <strong>de</strong>cís asunto arreglado...<br />
-Y he dicho bien, puesto que espera mi<br />
amigo.<br />
-Bien; pero si vuestro amigo espera...<br />
-Si espera, es por <strong>de</strong>sentumecerse las<br />
piernas. <strong>El</strong> adversario llega, por el contrario,<br />
fatigado <strong>de</strong>l caballo: pónense frente a frente, .y<br />
mi amigo mata a su adversario. Se acabó.<br />
-¡Ah! ¿Le mata? -exclamó Raúl.<br />
-¡Pardiez! -dijo Porthos-. ¿Es que tengo<br />
por amigos personas que se <strong>de</strong>jan matar? Cuen-
to ciento y un amigos, al frente <strong>de</strong> los cuales se<br />
hallan vuestro padre, Aramis y Artagnan, personas<br />
todas que gozan <strong>de</strong> muy buena salud.<br />
-¡Ay, mi querido barón! -murmuró Raúl<br />
en un acceso <strong>de</strong> alegría. Y abrazó a Porthos.<br />
-¿Aprobáis mi sistema? -preguntó el<br />
gigante.<br />
-Tanto lo apruebo, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este mismo<br />
instante quiero ponerme en vuestras manos.<br />
Sois el hombre que buscaba.<br />
-¡Bueno! Pues aquí estoy. ¿Queréis batiros?<br />
-Decididamente.<br />
-Es muy natural... ¿Con quién?<br />
-Con el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-Le conozco ... un apuesto mozo, que<br />
estuvo muy cortés conmigo el día que tuve el<br />
honor <strong>de</strong> comer con el rey. Sabré correspon<strong>de</strong>r<br />
a su urbanidad, aun cuando no fuese esa mi<br />
costumbre. ¿Conque os ha ofendido?<br />
-¡Mortalmente!<br />
-¡Diablo! ¿Podré <strong>de</strong>cirle mortalmente?
-Más aún, si queréis.<br />
-Eso es muy cómodo.<br />
-Está el negocio arreglado, ¿no es así? -<br />
dijo Raúl sonriendo.<br />
-Marcha por sí solo ... ¿Dón<strong>de</strong> le aguardáis?<br />
-Perdonad, que el asunto es <strong>de</strong>licado. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> Saint-Aignan es muy amigo <strong>de</strong>l rey.<br />
-Así -he oído <strong>de</strong>cir.<br />
-Y si le mato...<br />
-Le mataréis, sin duda. A vos os toca<br />
tomar las precauciones convenientes. Ahora<br />
esas cosas no ofrecen gran dificultad. Si hubieseis<br />
vivido en nuestros tiempos, sería otra cosa.<br />
-Querido amigo, no me habéis comprendido.<br />
Quiero <strong>de</strong>cir que, siendo el señor <strong>de</strong><br />
Saint-Aignan, muy amigo <strong>de</strong>l rey, no podrá<br />
empeñarse el negocio tan fácilmente, en atención<br />
a que el rey sabrá <strong>de</strong> antemano...<br />
-No; ya conocéis mi sistema: "Señor,<br />
habéis ofendido a mi amigo, y..."<br />
-Sí, lo sé.
-Y luego: "Señor, el caballo está abajo."<br />
De consiguiente, me lo llevo antes <strong>de</strong> que pueda<br />
hablar con nadie.<br />
-¿Y se <strong>de</strong>jará llevar así como así?<br />
-¡Diantre! ¡Quisiera ver lo contrario!<br />
Sería el primero. Verdad es que los jóvenes <strong>de</strong><br />
hoy día... ¡Bah! Si se resiste me lo llevo en brazos.<br />
Y, uniendo Porthos la acción a la palabra,<br />
levantó a Raúl con silla y todo.<br />
-Muy bien -dijo el joven riendo-. No nos<br />
queda más remedio que proponer la cuestión a<br />
Saint-Aignan.<br />
-¿Qué cuestión? -La <strong>de</strong> la ofensa.<br />
-Pues eso ya está hecho, me parece.<br />
-No, mi querido señor Du-Vallon; la<br />
costumbre entre nosotros, los jóvenes <strong>de</strong> hoy<br />
día, como nos llamáis, pi<strong>de</strong> que se expliquen<br />
las causas <strong>de</strong> la ofensa.<br />
-Por vuestro nuevo sistema ya lo veo.<br />
Pues vamos, ponedme al tanto <strong>de</strong>l asunto.<br />
-Es que...
-¡Ah, caramba! ¡He ahí lo enojoso! Antiguamente,<br />
no teníamos necesidad <strong>de</strong> explicar<br />
nada. Se batía uno porque se batía. No encuentro<br />
una razón mejor.<br />
-Estáis en lo cierto, amigo mío.<br />
-Escucho vuestros motivos. -Mucho os<br />
podría <strong>de</strong>cir; pero, como hay que precisar...<br />
-¡Sí, sí, diantre! Por vuestro nuevo sistema.<br />
-Como hay que precisar, digo; como,<br />
por otra parte, el asunto está erizado <strong>de</strong> dificulta<strong>de</strong>s<br />
y exige un secreto absoluto ...<br />
-¡Oh, oh!<br />
-Me haréis el obsequio <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir solamente<br />
al señor <strong>de</strong> Saint-Aignan, y ya lo enten<strong>de</strong>rá,<br />
que me ha ofendido: primero, mudándose.<br />
-¿Mudándose? Bien -dijo Porthos poniéndose<br />
a recapitular con los <strong>de</strong>dos-. ¿Y luego?<br />
-Luego, haciendo construir una trampa<br />
en su nueva habitación.
-Comprendo -dijo Porthos-; una trampa.<br />
¡Pardiez! ¡Es grave! ¿Cómo no habéis <strong>de</strong> estar<br />
furioso con eso? ¡Permitirse mandar hacer<br />
trampas sin haberos consultado! ... ¡Diantre! Yo<br />
no las tengo sino en mi calabozo <strong>de</strong> Bracieux.<br />
-Añadiréis -dijo Raúl-, que mi último<br />
motivo <strong>de</strong> queja es el retrato que sabe el señor<br />
<strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-¡Eh! ¿También un retrato?... ¡Casi nada!<br />
¡Una mudanza, una trampa y un retrato! Díros,<br />
amigo mío -añadió Porthos-, que cualquiera <strong>de</strong><br />
esos motivos es más que suficiente para que se<br />
exterminase entre sí toda la nobleza <strong>de</strong> Francia<br />
y <strong>de</strong> España, lo cual no es poco <strong>de</strong>cir.<br />
-Así, querido, ¿os consi<strong>de</strong>ráis suficientemente<br />
pertrechado?<br />
-Llevaré un segundo caballo. <strong>El</strong>egid el<br />
punto <strong>de</strong> cita, y, mientras esperáis, ejercitaos en<br />
dar tajos y mandobles, que es el medio mejor<br />
<strong>de</strong> adquirir una gran elasticidad.<br />
-Gracias; aguardaré en el bosque <strong>de</strong><br />
Vincennes, junto a los Mínimos.
-Perfectamente. ¿Dón<strong>de</strong> podré hallar al<br />
señor <strong>de</strong> Saint-Aignan.<br />
-En el Palais-Royal.<br />
Porthos agitó su campanilla. Su criado<br />
apareció.<br />
-Mi traje <strong>de</strong> ceremonia -dijo-, mi caballo<br />
y un caballo <strong>de</strong> mano.<br />
<strong>El</strong> sirviente se inclinó, y salió.<br />
-¿Sabe esto vuestro padre? -dijo Porthos.<br />
-No; voy a escribirle.<br />
-¿Y Artagnan?<br />
-Tampoco. Es pru<strong>de</strong>nte y me habría<br />
disuadido.<br />
-Sin embargo, Artagnan es hombre que<br />
sabe aconsejar -dijo Porthos, admirado en su<br />
leal mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> que hubiesen pensado en él<br />
cuando había un Artagnan en el mundo.<br />
-Querido señor Du-Vallon -replicó Raúl-<br />
, os suplico que no me hagáis más preguntas.<br />
He dicho ya todo cuanto tenía que <strong>de</strong>cir.<br />
Aguardo el acto y lo aguardo rudo y <strong>de</strong>cisivo,
tal como lo soléis vos preparar. Por eso os he<br />
elegido.<br />
-Quedaréis satisfecho <strong>de</strong> mí - replicó<br />
Porthos.<br />
-Y tened presente, querido amigo, que,<br />
fuera <strong>de</strong> nosotros, todo el mundo <strong>de</strong>be ignorar<br />
este encuentro.<br />
-Siempre se adivinan esas cosas cuando<br />
se halla un cadáver en los bosques. Ahora bien,<br />
amigo mío, todo os lo prometo menos ocultad<br />
el cadáver, pues es inevitable que que<strong>de</strong> allí.<br />
Tengo por principio no enterrar. Eso huele a<br />
asesinato. A riesgo <strong>de</strong> riesgo, como dice el normando.<br />
-¡Bravo y querido amigo, manos a la<br />
obra! -dijo Raúl.<br />
-Descansad en mí -contestó el gigante<br />
apurando la botella, mientras su criado extendía<br />
sobre un mueble el suntuoso traje y los encajes.<br />
En cuanto a Raúl, salió pensando con<br />
secreta alegría:
"¡Oh rey pérfido! ¡Rey traidor! ¡No puedo<br />
herirte... ni quiero... ¡Los reyes son personas<br />
sagradas; pero tu cómplice, tu alcahuete, el que<br />
te presenta, ese miserable pagará tu crimen! ¡Le<br />
mataré en tu nombre, y, <strong>de</strong>spués, pensaremos<br />
en Luisa.<br />
LXI<br />
LA MUDANZA, LA TRAMPA Y EL RETRA-<br />
TO<br />
Encargado Porthos con gran contento<br />
suyo <strong>de</strong> aquella comisión que le recordaba sus<br />
años juveniles, economizó media hora <strong>de</strong>l<br />
tiempo que solía gastar ordinariamente en vestirse<br />
<strong>de</strong> ceremonia.<br />
Como hombre que no ignora los usos<br />
<strong>de</strong>l mundo, empezó por enviar a su lacayo a<br />
informarse <strong>de</strong> si el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan estaba<br />
en casa.
Contestáronle que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan había tenido el honor <strong>de</strong> acompañar al<br />
rey a Saint-Germain, así como toda la Corte,<br />
pero que el señor con<strong>de</strong> acababa <strong>de</strong> volver.<br />
Al oír esta respuesta, se dio prisa Porthos<br />
y llegó a la habitación <strong>de</strong> Saint-Aignan al<br />
tiempo que éste se hacía quitar las botas.<br />
<strong>El</strong> paseo había sido magnífico. <strong>El</strong> rey,<br />
cada día más enamorado, y cada día más dichoso,<br />
mostraba el mejor humor a todo el<br />
mundo; dispensaba bonda<strong>de</strong>s a ninguna otra<br />
parecidas, como <strong>de</strong>cían los poetas <strong>de</strong> la época.<br />
<strong>El</strong> señor Saint-Aignan, como se recordará,<br />
era poeta, y pensaba haberlo probado en<br />
bastantes circunstancias memorables, para que<br />
nadie le disputase ese título.<br />
Como un infatigable <strong>de</strong>vorador <strong>de</strong> consonantes,<br />
había, durante todo el camino, salpimentado<br />
<strong>de</strong> cuartetas, <strong>de</strong> sextillas y <strong>de</strong> madrigales,<br />
primero al rey, y luego a La Valliére.<br />
Por su parte, el rey estaba <strong>de</strong> vena, y<br />
había compuesto un dístico. En cuanto a La
Valliére, como las mujeres que aman, había<br />
compuesto dos sonetos.<br />
Como se ve, la jornada no había sido<br />
mala para Apolo. Saint-Aignan, que sabía <strong>de</strong><br />
antemano que sus versos correrían <strong>de</strong> boca en<br />
boca, en cuanto regresó a París se ocupó en<br />
limar sus composiciones algo más que durante<br />
el paseo.<br />
Por tanto, cual un tierno padre <strong>de</strong> familia<br />
que se dispone a presentar a sus hijos en el<br />
mundo, se preguntaba a sí mismo si el público<br />
hallaba fáciles, correctos, e ingeniosos aquellos<br />
hijos <strong>de</strong> su imaginación.<br />
Así, pues, Saint-Aignan, a fin <strong>de</strong> aquietar<br />
sus escrúpulos, recitábase a sí propio el siguiente<br />
madrigal que había dicho <strong>de</strong> memoria<br />
al rey, prometiendo escribírselo luego que volviese:<br />
No siempre dicen tus malignos ojos,<br />
cuanto tu mente al corazón se atreve a confiar:<br />
¿por qué mi pecho <strong>de</strong>be amar ojos que dan tales<br />
enojos?
Este madrigal, por ingenioso que fuese, no le<br />
parecía perfecto a Saint-Aignan, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento<br />
en que lo pasaba <strong>de</strong> la tradición oral a la<br />
poesía manuscrita. Muchos lo habían encontrado<br />
hermoso, y su autor el primero: pero, al<br />
examinarlo algo más <strong>de</strong>tenidamente, no fueron<br />
ya las mismas ilusiones. Así fue que, Saint-<br />
Aignan, sentado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su mesa, con una<br />
pierna sobre la otra, repetía arañándose la sien:<br />
-No siempre dicen tus malignos ojos...<br />
-¡Oh! ¡En cuanto a este verso -murmuró<br />
Saint-Aignan-, nada hay que pedir! ¡Hasta me<br />
parece que tiene cierto sabor a Ronsard o Malherbe,<br />
cosa que me complace. Por <strong>de</strong>sgracia, no<br />
suce<strong>de</strong> así con el segundo. Bien dicen que el<br />
verso más fácil <strong>de</strong> hacer es el primero.<br />
Y prosiguió.<br />
- cuanto tu mente al corazón se atreve a<br />
confiar...<br />
-Aquí tenemos que la mente confía al<br />
corazón. ¿Por qué el corazón no había <strong>de</strong> ser el<br />
que confiase a la mente? Confieso que por mi
parte no encuentro en ello la menor dificultad.<br />
¿Dón<strong>de</strong> diablo estaba yo para asociar esos dos<br />
hemistiquios? Vamos con el tercer verso:<br />
-a confiar, ¿por qué mi pecho <strong>de</strong>be...<br />
A pesar <strong>de</strong> que el consonante no es muy<br />
exacto (atreve y <strong>de</strong>be), hay muchos ejemplos en<br />
autores célebres <strong>de</strong> haber empleado una rima<br />
semejante. Conque pasen el atreve y <strong>de</strong>be... Lo<br />
peor es que el verso lo encuentro impertinente,<br />
y recuerdo ahora que el rey se mordió las uñas<br />
al llegar a este punto. En efecto, el sentido viene<br />
a ser como si el rey dijese a la señorita <strong>de</strong> La<br />
Valliére: "¿De dón<strong>de</strong> diantres proviene que me<br />
tengáis hechizado?" Mejor sería <strong>de</strong>cir:<br />
-... Loado quien me mueve a amar ojos<br />
que dan tales enojos. No está así mal, porque<br />
aunque el <strong>de</strong>cir loado quien me mueve sea una<br />
i<strong>de</strong>a floja, no <strong>de</strong>be en conciencia exigirse más<br />
<strong>de</strong> una cuarteta... A amar ojos... ¿Amar a quién<br />
y el qué?... Esto está obscuro, pero la obscuridad<br />
es lo <strong>de</strong> menos, porque habiéndolo comprendido<br />
el rey y La Valliére, también lo com-
pren<strong>de</strong>rán los <strong>de</strong>más. Lo más triste es el último<br />
hemistiquio: que dan tales enojos. No había<br />
más remedio que poner enojos para que concierte<br />
con ojos. ¡<strong>El</strong> plural obligado por el consonante!<br />
¡Y luego, llamar enojo al pudor <strong>de</strong> La<br />
Valliére! . . ¡No es i<strong>de</strong>a muy feliz! . . . Voy<br />
a pasar por boca <strong>de</strong> todos los emborronadores<br />
<strong>de</strong> papel cofra<strong>de</strong>s míos. Llamarán a mis poesías<br />
versos <strong>de</strong> gran señor; y, si el rey oye <strong>de</strong>cir que<br />
soy un mal poeta, pue<strong>de</strong> que llegue a creerlo.<br />
Y, mientras el con<strong>de</strong> confiaba estas palabras<br />
a su corazón, y su corazón a su entendimiento,<br />
concluía <strong>de</strong> <strong>de</strong>snudarse. Acabábase <strong>de</strong><br />
quitar la casaca para ponerse en bata, cuando le<br />
anunciaron la visita <strong>de</strong>l barón Du-Vallon <strong>de</strong><br />
Bracieux <strong>de</strong> Pierrefonds.<br />
-¡Cómo! -dijo-. ¿Qué racimo <strong>de</strong> nombres<br />
es ése? No conozco ninguno.<br />
-Es -contestó un lacayo- un gentilhombre<br />
que tuvo el honor <strong>de</strong> comer con el señor<br />
con<strong>de</strong>, a la mesa <strong>de</strong>l rey, durante la permanencia<br />
<strong>de</strong> Su Majestad en Fontainebleau.
-¿A la mesa <strong>de</strong>l rey en Fontainebleau?<br />
¡Pues que entre, que pase! <strong>El</strong> lacayo se apresuró<br />
a obe<strong>de</strong>cer. Porthos entró.<br />
<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> Saint-Aignan tenía memoria<br />
<strong>de</strong> cortesano; a primera vista reconoció al señor<br />
<strong>de</strong> provincia, <strong>de</strong> extraña .reputación, a quien el<br />
rey había recibido tan bien en Fontainebleau, a<br />
pesar <strong>de</strong> algunas sonrisas <strong>de</strong> los oficiales presentes.<br />
A<strong>de</strong>lantóse, pues, con todas las señales<br />
<strong>de</strong> una benevolencia que Porthos halló muy<br />
natural, puesto que él mismo, al entrar en casa<br />
<strong>de</strong> un adversario, enarbolaba la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la<br />
más refinada cortesanía.<br />
Saint-Aignan mandó aproximar una<br />
silla al lacayo que había anunciado a Porthos.<br />
Este, que no veía exageración ninguna en aquellos<br />
cumplimientos, se sentó y tosió. Cambiaron<br />
ambos caballeros las frases usuales, y, <strong>de</strong>spués,<br />
como el con<strong>de</strong> era quien recibía la visita:<br />
-Señor barón -dijo-, ¿a qué dichosa circunstancia<br />
<strong>de</strong>bo el favor <strong>de</strong> vuestra visita?
-Eso es precisamente lo que voy a tener<br />
el honor <strong>de</strong> explicaron, señor con<strong>de</strong> -contestó<br />
Porthos-; pero, perdonad...<br />
-¿Qué os suce<strong>de</strong>, señor? -preguntó<br />
Saint-Aignan.<br />
-Noto que rompo vuestra silla.<br />
-No, caballero, no -dijo Saint-Aignan.<br />
-Sí tal, señor con<strong>de</strong>; la silla se <strong>de</strong>squicia<br />
<strong>de</strong> tal suerte, que si permanezca sentado en ella<br />
más tiempo, me voy a caer, posición nada <strong>de</strong>corosa<br />
para la gravedad <strong>de</strong>l paso que aquí me<br />
trae.<br />
Porthos se levantó. Ya era hora, porque<br />
la silla estaba casi <strong>de</strong>svencijada. Saint-Aignan<br />
se puso a buscar un recipiente más sólido para<br />
su huésped.<br />
-Los muebles mo<strong>de</strong>rnos -dijo Porthos en<br />
tanto que Saint-Aignan buscaba-, los muebles<br />
mo<strong>de</strong>rnos son <strong>de</strong> una ligereza ridícula. En mi<br />
juventud, época en que me sentaba con mucha<br />
más energía que ahora, no me acuerdo <strong>de</strong> haber
oto nunca ninguna silla, sino en las posadas<br />
con mis brazos.<br />
Saint-Aignan sonrió agradablemente <strong>de</strong><br />
aquella chanza.<br />
-Pero -continuó Porthos instalándose en<br />
un confi<strong>de</strong>nte que rechinó, pero resistió su peso-,<br />
no es <strong>de</strong> eso por <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> lo que se trata.<br />
-¿Cómo, por <strong>de</strong>sgracia? ¿Seríais por<br />
ventura portador <strong>de</strong> un mensaje <strong>de</strong> mal agüero,<br />
señor barón?<br />
-¿De mal agüera para un gentilhombre?<br />
¡Oh! No, señor con<strong>de</strong> -respondió Porthos con<br />
dignidad-: Vengo a anunciaros solamente que<br />
habéis ofendido <strong>de</strong> un modo muy cruel a un<br />
amigo mío.<br />
-¡Yo, señor! -murmuró Saint-Aignan-.<br />
¿Yo he ofendido a un amigo vuestro? ¿Y a<br />
quién. si tenéis la bondad <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo?<br />
-Al caballero Raúl <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¿Yo he ofendido al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-dijo Saint-Aignan-. ¡Ah! En verdad, señor,
eso no es posible; porque el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />
a quien apenas conozca, está en Inglaterra:<br />
no habiéndole visto hace mucho tiempo, no<br />
creo que pueda haberle ofendido.<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> está en París,<br />
señor con<strong>de</strong> -dijo impasible Porthos-; y, en<br />
cuanto a que le habéis ofendido, respondo <strong>de</strong><br />
que es cierto, porque él mismo me lo ha dicho.<br />
Sí, con<strong>de</strong>; le habéis ofendido cruel, mortalmente:<br />
es su misma expresión.<br />
-Imposible, señor barón, os juro que es<br />
imposible.<br />
-A<strong>de</strong>más -repuso Porthos-, no podéis<br />
ignorar esta circunstancia, puesto que el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> me ha manifestado haberos prevenido<br />
por medio <strong>de</strong> un billete.<br />
-No he recibido billete ninguno; os lo<br />
aseguro bajo palabra <strong>de</strong> honor.<br />
-¡Pues es extraño! -replicó Porthos-. Y lo<br />
que dice Raúl...<br />
-Voy a convenceros <strong>de</strong> que no he recibido<br />
nada -replicó Saint-Aignan.
Y llamó.<br />
-Basque -dijo al criado que se presentó-<br />
¿cuántas cartas billetes han venido durante mi<br />
ausencia? -Tres, señor con<strong>de</strong>. -Que son...<br />
-<strong>El</strong> billete <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Fiesque, el <strong>de</strong> La<br />
Ferté, y la carta <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Las Fuentes.<br />
-¿Ninguna más?<br />
-Ninguna, señor con<strong>de</strong>.<br />
-Di la verdad <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> este señor;<br />
¿oyes? Di la verdad, porque respondo <strong>de</strong> ti.<br />
-Señor, también había un billete <strong>de</strong>...<br />
-¿De quién?... Pronto.<br />
-De la señorita <strong>de</strong> La Val...<br />
-Basta -interrumpió discretamente Porthos-.<br />
Muy bien; os creo, señor con<strong>de</strong>.<br />
Saint-Aignan <strong>de</strong>spidió al criado, y fue a<br />
cerrar por sí mismo la puerta; pero al tiempo <strong>de</strong><br />
volver vio casualmente que por la cerradura <strong>de</strong><br />
la pieza próxima asomaba el famoso papel que<br />
<strong>Bragelonne</strong> había <strong>de</strong>slizado al marcharse. .<br />
-¿Qué es eso? -dijo.
Porthos que se hallaba <strong>de</strong> espaldas hacia<br />
la pieza contigua, se volvió.<br />
-¡Oh, oh! -exclamó Porthos. -¡Un billete<br />
en esta cerradura! -exclamó Saint-Aignan.<br />
-Bien podría ser el nuestro, señor con<strong>de</strong><br />
-dijo Porthos-. Mirad a ver.<br />
Saint-Aignan cogió el papel.<br />
-¡Un billete <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>! -<br />
murmuró.<br />
-Bien veis que tenía razón. ¡Oh, cuando<br />
yo digo una cosa! . . .<br />
-¡Traído aquí por el mismo caballero <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> -exclamó el con<strong>de</strong> perdiendo el<br />
color-. ¡Esto es una indignidad! ¿Cómo ha podido<br />
penetrar hasta aquí? Saint-Aignan volvió<br />
a llamar. Basque reapareció.<br />
-¿Quién ha venido mientras he acompañado<br />
al rey a paseo? Nadie, señor.<br />
-¡Es imposible! Necesariamente ha <strong>de</strong><br />
haber venido alguien.<br />
-Señor, nadie ha podido entrar, puesto<br />
que tenía las llaves en mi bolsillo.
-No obstante, este billete estaba en la<br />
cerradura. Alguien lo ha puesto allí; no habrá<br />
venido sólo.<br />
Basque abrió los brazos en señal <strong>de</strong><br />
completa ignorancia.<br />
-Probablemente será el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
quien lo ha puesto -dijo Porthos.<br />
-Entonces ¿ha entrado aquí?<br />
-Sin duda, señor.<br />
-Pero si yo tenía la llave en el bolsillo -<br />
replicó Basque con perseverancia.<br />
Saint-Aignan estrujó el billete <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haberlo leído.<br />
-Algún misterio existe en esto -<br />
murmuró absorto el con<strong>de</strong>.<br />
Porthos le <strong>de</strong>jó por un momento entregado a<br />
sus reflexiones, y luego volvió a su mensaje.<br />
-¿Me permitís que os hable <strong>de</strong> nuestro<br />
asunto? -preguntó dirigiéndose a Saint-Aignan,<br />
luego que se marchó el criado.
-Me parece compren<strong>de</strong>rlo ya por este<br />
billete que recibo <strong>de</strong> un modo tan extraño. <strong>El</strong><br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> me anuncia un amigo...<br />
-Yo soy amigo suyo; por consiguiente, a<br />
mí es a quien anuncia.<br />
-¿Para dirigirme una. provocación?<br />
-Precisamente.<br />
-¿Y se queja <strong>de</strong> que yo le he ofendido?<br />
-¡Terriblemente, mortalmente!<br />
-¿De qué modo, si queréis <strong>de</strong>círmelo?<br />
Porque el paso que da es bastante misterioso<br />
para que yo encuentre en él algún sentido.<br />
-Señor -contestó Porthos-, mi amigo<br />
<strong>de</strong>be tener razón; y en cuanto al paso que da, si<br />
es misterioso, no echéis la culpa a nadie mas<br />
que a vos.<br />
Porthos dijo estas palabras con tal convicción,<br />
que para un hombre poco acostumbrado<br />
a sus maneras, <strong>de</strong>bían revelar una multitud<br />
<strong>de</strong> sentidos.<br />
-Bueno: veamos el misterio - dijo Saint-<br />
Aignan.
Pero Porthos se inclinó.<br />
-Espero -dijo- que aprobéis que no penetre<br />
en el fondo <strong>de</strong>l asunto, señor; y por motivos<br />
muy po<strong>de</strong>rosos.<br />
-Que comprendo perfectamente. Pues<br />
bien, en ese caso no hagamos más que tocarlo<br />
por encima. Hablad, que yo escucho.<br />
-Hay, en primer lugar, caballero -dijo<br />
Porthos-, el haberos mudado.<br />
-Eso es cierto, me he mudado -dijo<br />
Saint-Aignan.<br />
-¿Lo confesáis? -dijo Porthos con aspecto<br />
<strong>de</strong> visible satisfacción.<br />
-¿Si lo confieso?... ¡Pues ya lo creo! ¿Por<br />
qué no lo he <strong>de</strong> confesar?<br />
-Habéis confesado. Bien -observó Porthos<br />
levantando en el aire un solo <strong>de</strong>do.<br />
Pero, caballero, ¿en qué ha podido producir<br />
perjuicio mi mudanza al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
Respon<strong>de</strong>d, porque no entiendo una<br />
sola palabra <strong>de</strong> lo que me <strong>de</strong>cís.<br />
Porthos le <strong>de</strong>tuvo.
-Señor -dijo gravemente-, ese es el primer<br />
agravio que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> articula<br />
contra vos, y cuando lo articula, está claro<br />
que es porque se ha sentido lastimado.<br />
Saint-Aignan golpeó el suelo con el pie.<br />
Eso equivale a una contienda <strong>de</strong> mala<br />
ley -dijo.<br />
-No pue<strong>de</strong> haber contienda <strong>de</strong> mala ley<br />
con un caballero tan cumplido como el vizcon<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> -repuso Porthos-. Conque ello<br />
es que nada tenéis que añadir al punto <strong>de</strong> la<br />
mudanza, ¿no es así?<br />
-Nada. ¿Qué más?<br />
-Después... Pero, tened presente, señor,<br />
que va ya articulado un agravio abominable, al<br />
cual no contestáis, es <strong>de</strong>cir, contestáis mal. Os<br />
mudáis, ofendéis con ello al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />
y no os excusáis. ¡Muy bien!<br />
-¡Cómo! -murmuró Saint-Aignan, irritado<br />
con la cachaza <strong>de</strong> aquel personaje-. ¿Es que<br />
tengo obligación <strong>de</strong> consultar al señor <strong>de</strong> Bra-
gelonne sobre si me he <strong>de</strong> mudar o no? ¡Vaya,<br />
caballero!<br />
-Tenéis obligación, sí, señor. Con todo,<br />
ya veréis que eso no es nada en comparación<br />
<strong>de</strong>l segundo agravio.<br />
Porthos tomó un aire <strong>de</strong> gravedad.<br />
-¿Y la trampa, señor -dijo-, y la trampa?<br />
Saint-Aignan se puso intensamente pálido.<br />
Empujó hacia atrás su silla tan bruscamente,<br />
que Porthos, a pesar <strong>de</strong> que nada sabía, conoció<br />
que el golpe había ido <strong>de</strong>recho al blanco.<br />
-¿La trampa? -murmuró Saint-Aignan.<br />
-Sí, señor; explicadla, si podéis -dijo<br />
Porthos moviendo la cabeza. Saint-Aignan inclinó<br />
la frente.<br />
-¡Oh, me han vendido! --murmuró-.<br />
¡Todo se sabe!<br />
-Todo se sabe al fin -repuso Porthos, que<br />
nada sabía.<br />
-¡Me habéis anonadado -prosiguió<br />
Saint-Aignan-, y anonadado hasta el extremo<br />
<strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el juicio!
-¡Conciencia culpable, señor. ¡Oh! Vuestra<br />
causa no es buena.<br />
-¡Señor!<br />
-Y cuando el público lo sepa y juzgue...<br />
-¡Oh señor! -exclamó vivamente el con<strong>de</strong>-.<br />
Un secreto como éste <strong>de</strong>be ser ignorado<br />
hasta <strong>de</strong>l confesor.<br />
-Ya lo procuraremos -contestó Porthos-,<br />
y no se divulgará el secreto.<br />
-Pero, señor -dijo Saint-Aignan-, al penetrar<br />
el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> ese secreto, ¿conoce<br />
bien el peligro a que se expone y expone a<br />
otros?<br />
-<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> no corre peligro<br />
alguno ni lo teme, y muy pronto lo experimentaréis,<br />
con la ayuda <strong>de</strong> Dios.<br />
"Este hombre está <strong>de</strong>mente -dijo entre sí<br />
Saint-Aignan-. ¿Qué <strong>de</strong>sea?"<br />
Y luego, repuso en voz alta: -Vamos,<br />
señor, echemos tierra al asunto.
-¡Es que olvidáis el retrato! - exclamó<br />
Porthos con voz <strong>de</strong> trueno que heló la sangre<br />
<strong>de</strong>l con<strong>de</strong>.<br />
Como el retrato era <strong>de</strong> La Valliére, y no<br />
había en ello lugar a equivocación, quedó para<br />
Saint-Aignan absolutamente <strong>de</strong>scorrido el velo<br />
<strong>de</strong>l misterio.<br />
-¡Ah! -exclamó-. ¡Ah, señor, ahora recuerdo<br />
que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> era novio<br />
suyo.<br />
Porthos tomó aire imponente, la majestad<br />
<strong>de</strong> la ignorancia.<br />
-Nada me importa – dijo - ni a vos tampoco,<br />
que mi amigo sea o no el novio <strong>de</strong> quien<br />
me <strong>de</strong>cís. Hasta me sorpren<strong>de</strong> que hayáis pronunciado<br />
esa palabra indiscreta. Pudiera muy<br />
bien perjudicar vuestra causa.<br />
-Señor, sois el talento, la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y la<br />
lealtad personificados. Veo ya <strong>de</strong> lo que se trata.<br />
-¡Me alegro infinito! -dijo Porthos.
-Y me lo habéis hecho enten<strong>de</strong>r -<br />
continuó Saint-Aignan-, <strong>de</strong> la manera más ingeniosa<br />
y <strong>de</strong>licada. Gracias, señor, gracias.<br />
Porthos se contoneó lleno <strong>de</strong> satisfacción.<br />
-Ahora, ya que todo lo sé, permitidme<br />
que os explique... Porthos meneó la cabeza como<br />
hombre que no quiere oír; pero Saint-<br />
Aignan continuó:<br />
Ya veis que no pue<strong>de</strong> ser más profundo<br />
mi sentimiento en todo lo que pasa por el pobre<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>; pero, ¿qué habríais hecho<br />
en mi lugar? Aquí, para ínter nos, <strong>de</strong>cidme lo<br />
que hubiérais hecho.<br />
Porthos levantó la cabeza. No se trata<br />
ahora <strong>de</strong> lo que yo hubiera hecho, joven; ello es<br />
que ya tenéis noticia <strong>de</strong> los tres agravios, ¿no es<br />
cierto?<br />
-Respecto al primero, el <strong>de</strong> la mudanza<br />
(y aquí me dirijo al hombre <strong>de</strong> talento y <strong>de</strong><br />
honor), cuando una voluntad augusta me invitaba<br />
a mudarme, ¿podía ni <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cer?
Porthos hizo cierto movimiento, que<br />
Saint-Aignan no le dio tiempo para concluir.<br />
-¡Ah! Mi franqueza os conmueve -dijo<br />
interpretando el movimiento a su manera-, y<br />
conocéis que tengo razón.<br />
Porthos no replicó.<br />
-Paso a ocuparme <strong>de</strong> esa malhadada<br />
trampa -continuó Saint-Aignan, apoyándose en<br />
el brazo <strong>de</strong> Porthos-, <strong>de</strong> esa trampa, causa y<br />
medio <strong>de</strong>l mal, <strong>de</strong> esa trampa, construida para<br />
lo que ya sabéis. ¿Y podréis suponer <strong>de</strong> buena<br />
fe que haya sido yo quien por mi gusto haya<br />
mandado. abrir en semejante sitio una trampa<br />
<strong>de</strong>stinada. ..? ¡Oh! Indudablemente, no lo<br />
creéis, y en esto conoceréis, adivinaréis y compren<strong>de</strong>réis<br />
una voluntad superior a la mía. Sin<br />
duda, os haréis cargo <strong>de</strong> lo que es un arrebato<br />
... Y no hablo <strong>de</strong>l amor, esa locura irresistible...<br />
¡Dios mío!... Por fortuna, me oye un hombre<br />
dotado <strong>de</strong> corazón y <strong>de</strong> sensibilidad, sin lo cual<br />
¡cuánta <strong>de</strong>sgracia y escándalo recaería sobre la
infeliz niña... ¡y sobre quien… no quiero nombrar!<br />
Aturdido y abrumado Porthos con la<br />
elocuencia y, los a<strong>de</strong>manes <strong>de</strong> Saint-Aignan,<br />
hacía gran<strong>de</strong>s esfuerzos para recibir aquel torrente<br />
<strong>de</strong> palabras, <strong>de</strong> las cuales no entendía ni<br />
la más mínima expresión, <strong>de</strong>recho e inmóvil en<br />
su asiento.<br />
Lanzado Saint-Aignan en su peroración,<br />
prosiguió dando un impulsa nuevo a su voz, y<br />
una vehemencia creciente a su a<strong>de</strong>mán.<br />
-En cuanto al retrato, pues comprendo<br />
que el retrato es el agravio principal, en cuanto<br />
al retrato, ¿se podrá afirmar que sea yo el culpable?<br />
¿Quién <strong>de</strong>seó tener su retrato? ¿He sido<br />
yo? ¿Quién la ama? ¿Soy yo? ¿Quién la codicia?<br />
¿Soy yo? ¿Quién la ha seducido? ¿He sido yo?...<br />
¡No, mil veces no! Conozco que el señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong> <strong>de</strong>berá estar <strong>de</strong>sesperado; que su<br />
dolor será enorme... También yo sufro; pero no<br />
hay resistencia posible. ¿Se empeñará en luchar?<br />
Se le reirán. Con sólo que se obstine, se
pier<strong>de</strong>. Me objetaréis que la <strong>de</strong>sesperación es<br />
una locura; pero vos, sois razonable, vos me<br />
habéis comprendido. Veo en vuestro aire grave,<br />
reflexivo y hasta turbado, que os hace fuerza la<br />
importancia <strong>de</strong> la situación. Volved, pues, al<br />
lado <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>; dadle las gracias,<br />
como se las doy yo, por haber elegido <strong>de</strong> intermediario<br />
a un hombre <strong>de</strong> vuestro mérito. No<br />
dudéis <strong>de</strong> que, por mi parte, conservaré eterno<br />
agra<strong>de</strong>cimiento al que con tanto ingenio, con<br />
tanta inteligencia, ha sabido arreglar nuestro<br />
<strong>de</strong>savenencia. Y ya que la <strong>de</strong>sgracia ha hecho<br />
que este secreto, que pue<strong>de</strong> hacer la fortuna <strong>de</strong>l<br />
más codicioso, sea sabido por cuatro personas<br />
en vez <strong>de</strong> tres, me alegro en lo íntimo <strong>de</strong>l alma<br />
<strong>de</strong> que. seáis vos el partícipe, señor. Por lo tanto,<br />
disponed <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora <strong>de</strong> mí, pues me pongo<br />
enteramente a vuestras ór<strong>de</strong>nes. ¿Qué queréis<br />
que haga por vos? Hablad, señor, hablad.<br />
Y, según la costumbre, familiarmente<br />
amistosa <strong>de</strong> los cortesanos <strong>de</strong> aquella época,
Saint-Aignan se aproximó a Porthos y le estrechó<br />
entre sus brazos.<br />
Porthos <strong>de</strong>jó hacer con manifiesta flema.<br />
-Hablad -respondió Saint-Aignan-. ¿Qué<br />
pedís?<br />
-Señor -dijo Porthos-, abajo tengo un<br />
caballo: hacedme el favor <strong>de</strong> montar en él; es<br />
excelente y no os hará ninguna mala pasada.<br />
-¡Montar a caballo! ¿Para qué? -<br />
preguntó Saint-Aignan con curiosidad.<br />
-Para que vengáis conmigo don<strong>de</strong> nos<br />
espera el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¡Ah! ¿Quiere hablarme? Lo concibo.<br />
¡Ah! ¡<strong>El</strong> asunto es muy <strong>de</strong>licado! Pero en este<br />
momento no puedo ir, el rey me espera.<br />
-<strong>El</strong> rey esperará -dijo Porthos. -Pero,<br />
¿dón<strong>de</strong> me espera el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-En los Mínimos, en Vincennes.<br />
-¡Vaya, señor! ¿Es cosa <strong>de</strong> chanceamos?<br />
-Creo que no; al menos por mi parte.<br />
-Pero los Mínimos es punto <strong>de</strong> cita para<br />
un duelo.
-¿Y qué?<br />
-¿Qué he <strong>de</strong> hacer yo en los Mínimos?<br />
Porthos <strong>de</strong>senvainó su espada.<br />
-Aquí tenéis la medida <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong><br />
mi amigo -dijo.<br />
-¡Vive Dios! ¡Este hombre está loco! -<br />
exclamó Saint-Aignan.<br />
Porthos enrojeció basta las orejas.<br />
-Señor -dijo-, si no tuviera el honor <strong>de</strong><br />
estar en vuestra casa, y <strong>de</strong> servir los intereses<br />
<strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, os habría arrojado ya<br />
por la ventana. Pero quedará aplazada la cuestión,<br />
y no per<strong>de</strong>réis nada en aguardar. ¿Venís,<br />
pues, a los Mínimos, señor?<br />
-¿Eh?<br />
-¿Venís <strong>de</strong> buen grado?<br />
-Pero...<br />
-Mirad que si no venís os llevo yo.<br />
-¡Basque! -exclamó Saint-Aignan.<br />
Basque entró.<br />
-<strong>El</strong> rey llama al señor con<strong>de</strong> -dijo Basque.
-Eso es otra cosa -dijo Porthos-; el servicio<br />
<strong>de</strong>l rey es antes que todo. Esperaremos allá<br />
hasta la noche, señor.<br />
Y, saludando a Saint-Aignan con su cortesanía<br />
habitual, salió enteramente satisfecho<br />
<strong>de</strong> haber arreglado tan bien este negocio.<br />
Saint-Aignan le miró al salir y vistiéndose<br />
otra vez a toda prisa, corrió arreglándose<br />
el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su traje, y gritando:<br />
-¡A los Mínimos!... ¡A los Mínimos! ...<br />
Veremos cómo toma el rey ese cartel <strong>de</strong> <strong>de</strong>safío.<br />
Porque para él es, ¡pardiez!<br />
LX<strong>II</strong><br />
ADVERSARIOS POLITICOS<br />
<strong>El</strong> rey, terminado aquel paseo tan fértil<br />
para Apolo, y en el que cada cual había pagado<br />
su tributo a las musas, como <strong>de</strong>cían los poetas<br />
<strong>de</strong> la. época, encontró en su cuarto al señor<br />
Fouquet, que le aguardaba.
Detrás <strong>de</strong>l rey venía el señor Colbert,<br />
que le había alcanzado en un corredor como si<br />
le hubiera estado acechando, y que lo seguía<br />
como su sombra, celosa y vigilante; el señor<br />
Colbert, con su cabeza cuadrada y su grosero<br />
lujo <strong>de</strong> vestimenta <strong>de</strong>saliñada, que le hacía<br />
asemejarse algún tanto a un señor flamenco<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> beber cerveza.<br />
Cuando vio Fouquet a su enemigo,<br />
permaneció sereno, procurando tomar en toda<br />
la escena que iba a seguir la actitud difícil <strong>de</strong>l<br />
hombre superior en cuyo corazón rebosa el<br />
<strong>de</strong>sprecio; pero que no quiere manifestarlo por<br />
temor <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong>masiado honor a su adversario.<br />
Colbert no ocultaba una alegría insultante.<br />
Para él, lo <strong>de</strong> Fouquet era una partida<br />
mal jugada y perdida irremisiblemente, aunque<br />
no estuviese todavía terminada. Colbert pertenecía<br />
a esa escuela <strong>de</strong> hombres políticos que<br />
sólo admiran la habilidad, y no estimaban más<br />
que el triunfo.
Por otra parte, Colbert, que no sólo era<br />
envidioso y celoso, sino que tomaba a<strong>de</strong>más a<br />
pechos los intereses <strong>de</strong>l rey, pues estaba dotado<br />
en el fondo <strong>de</strong> la suprema probidad <strong>de</strong> los números,<br />
podía lisonjearse so pretexto, tan oportuno<br />
cuando se aborrece, <strong>de</strong> obrar, odiando y<br />
hundiendo a Fouquet, en interés <strong>de</strong>l Estado y<br />
<strong>de</strong> la dignidad real.<br />
Ninguno <strong>de</strong> estos <strong>de</strong>talles escapó a Fouquet.<br />
A través <strong>de</strong> las espesas cejas <strong>de</strong> su adversario,<br />
y a pesar <strong>de</strong>l continuo movimiento <strong>de</strong> sus<br />
párpados, leía con los ojos hasta en el fondo <strong>de</strong>l<br />
corazón <strong>de</strong> Colbert, y vio todo lo que había en<br />
aquel corazón: aborrecimiento y triunfo.<br />
Sólo que, como, al paso que quería profundizar,<br />
<strong>de</strong>seaba permanecer impenetrable,<br />
presentó una fisonomía tranquila, sonrió con la<br />
sonrisa simpática que le era peculiar, y, dando<br />
a su saludo la elasticidad más noble y flexible a<br />
la vez:<br />
-Majestad -dijo-, veo en vuestro rostro<br />
gozoso que el paseo os ha complacido.
-Así es, efectivamente, señor superinten<strong>de</strong>nte;<br />
y habéis hecho mal en no venir<br />
con nosotros, como os había invitado.<br />
-Majestad -respondió el superinten<strong>de</strong>nte-<br />
trabajaba.<br />
Fouquet no tuvo necesidad siquiera <strong>de</strong><br />
volver la cabeza; no miraba hacia el lado <strong>de</strong>l<br />
señor Colbert.<br />
-¡Ah, el campo, señor Fouquet! -exclamó<br />
el rey-. ¡Cuánto daría por vivir siempre en el<br />
campo, al aire libre, bajo los árboles!<br />
-Supongo -dijo Fouquet-, que Vuestra<br />
Majestad no estará todavía cansado <strong>de</strong>l trono.<br />
-No, pero son muy gratos los tronos <strong>de</strong><br />
hierba.<br />
-En verdad, Vuestra Majestad colma<br />
todos mis <strong>de</strong>seos al expresarse <strong>de</strong> ese modo.<br />
Cabalmente venía a presentaros una petición.<br />
-¿De parte <strong>de</strong> quién, señor superinten<strong>de</strong>nte?<br />
-De parte <strong>de</strong> las ninfas <strong>de</strong> Vaux.<br />
-¡Ah, ah! -exclamó Luis XIV.
-Vuestra Majestad se dignó hacerme<br />
una promesa -dijo Fouquet.<br />
-Sí, la recuerdo.<br />
-La famosa fiesta <strong>de</strong> Vaux, ¿no es verdad,<br />
señor? -dijo Colbert mezclándose en la<br />
conversación para tantear el crédito que gozaba.<br />
Fouquet, con profundo <strong>de</strong>sprecio, no<br />
recogió la expresión, y continuó como si Colbert<br />
no hubiese pensado ni hablado.<br />
-Vuestra Majestad sabe -dijo-, que <strong>de</strong>stino<br />
mi posesión <strong>de</strong> Vaux a recibir al más amable<br />
<strong>de</strong> los príncipes, al más po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> los reyes.<br />
-He prometido, señor -dijo Luis XIV<br />
sonriendo-, y un rey sólo tiene una palabra.<br />
-Y yo vengo a <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad<br />
que estoy a sus ór<strong>de</strong>nes.<br />
-¿Me prometéis muchas maravillas, señor<br />
superinten<strong>de</strong>nte?<br />
Y Luis XIV miró a Colbert.<br />
-¿Maravillas? ¡Oh, no, Majestad! No me<br />
comprometo a tanto. Lo único que me atrevo a
prometer a Vuestra Majestad es un poco <strong>de</strong><br />
placer, y tal vez algunos momentos <strong>de</strong> olvido.<br />
-No, no, señor Fouquet -dijo el rey-; insisto<br />
en la palabra maravillas. ¡Oh! Sabemos<br />
que sois mágico; conocemos vuestro po<strong>de</strong>r, y<br />
tendríais maña para sacar oro hasta <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
no lo hubiese. Así es que el pueblo dice que lo<br />
fabricáis.<br />
Fouquet conoció que el golpe partía <strong>de</strong><br />
una doble aljaba, y que Luis le disparaba a la<br />
vez una saeta <strong>de</strong> su arco y otra <strong>de</strong>l arco <strong>de</strong> Colbert.<br />
Y se echó a reír.<br />
-¡Oh! -dijo-. <strong>El</strong> pueblo sabe muy bien la<br />
mina <strong>de</strong> don<strong>de</strong> saco ese oro. Quizá lo sabe <strong>de</strong>masiado;<br />
pero lo que puedo asegurar a Vuestra<br />
Majestad -añadió con orgullo-, es que el oro<br />
<strong>de</strong>stinado a costear las fiestas <strong>de</strong> Vaux no hará<br />
<strong>de</strong>rramar sangre ni lágrimas. Sudores tal vez.<br />
Pero se pagarán.<br />
Luis quedó cortado. Quiso mirar a Colbert<br />
y Colbert quiso también replicar; mas una<br />
mirada <strong>de</strong> águila, una mirada leal y hasta regia,
fulminada por Fouquet, <strong>de</strong>tuvo la palabra en<br />
sus labios.<br />
<strong>El</strong> rey se recobró entretanto, y, volviéndose<br />
a Fouquet, le dijo:<br />
-¿Conque formuláis vuestra invitación?<br />
-Sí, Majestad, si os place.<br />
-¿Para qué día?<br />
Para el que gustéis, Majestad.<br />
-Eso es hablar como encantador que<br />
improvisa, señor Fouquet. No me atrevería a<br />
<strong>de</strong>cir yo otro tanto.<br />
-Vuestra Majestad hará cuanto quiera,<br />
todo lo que un soberano pue<strong>de</strong> y <strong>de</strong>be hacer.<br />
<strong>El</strong> rey <strong>de</strong> Francia tiene servidores capaces todo<br />
por servirle y proporcionarle placeres.<br />
Colbert trató <strong>de</strong> mirar al superinten<strong>de</strong>nte<br />
a fin <strong>de</strong> ver si aquella frase revelaba<br />
un cambio a sentimientos menos hostiles; pero<br />
Fouquet ni aun había mirado siquiera a su<br />
enemigo. Colbert no existía para él.<br />
-Entonces, para <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho días, ¿os<br />
parece bien? -preguntó el rey.
-Para <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho días, Majestad.<br />
-Estamos a martes; ¿queréis <strong>de</strong>jarlo hasta<br />
el domingo que viene? La dilación que Vuestra<br />
majestad se digne conce<strong>de</strong>rme, contribuirá<br />
po<strong>de</strong>rosamente al mejor éxito <strong>de</strong> las obras que<br />
mis arquitectos van a empren<strong>de</strong>r a fin <strong>de</strong> agradar<br />
al rey y a sus amigos.<br />
-Y a propósito <strong>de</strong> mis amigos -replicó<br />
Luis-, ¿cómo pensáis tratarlos?<br />
-<strong>El</strong> rey es amo en todas partes, Majestad;<br />
el rey forma su lista y da sus ór<strong>de</strong>nes. Todas las<br />
personas a quienes se digne invitar, serán para<br />
mí huéspe<strong>de</strong>s muy respetados.<br />
-¡Gracias! -replicó el rey, encantado <strong>de</strong><br />
aquel noble pensamiento, manifestado con noble<br />
acento.<br />
Fouquet se <strong>de</strong>spidió entonces <strong>de</strong> Luis<br />
XIV, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> consagrar algunas palabras a<br />
varios asuntos.<br />
Conoció que Colbert se quedaba sólo<br />
con el rey, y que ambos hablarían <strong>de</strong> él sin la<br />
menor compasión. La satisfacción <strong>de</strong> dar un úl-
timo golpe, un golpe terrible a su enemigo, le<br />
pareció una compensación suficiente <strong>de</strong> todo lo<br />
que iban a hacerle sufrir.<br />
Volvió, pues, así que llegó a la puerta, y,<br />
dirigiéndose al rey:<br />
-Perdón, Majestad -dijo-, perdón.<br />
-¿Perdón <strong>de</strong> qué? -preguntó Luis con<br />
agrado.<br />
-De una falta grave que cometía involuntariamente.<br />
-¿Una falta vos?. . . ¡Ah, señor Fouquet,<br />
preciso será que os perdone! ¿Contra qué, o<br />
contra quién habéis pecado?<br />
-Contra lo que exige el bien parecer.<br />
Olvidaba participar a Vuestra Majestad una<br />
circunstancia importante.<br />
-¿Cuál?<br />
Colbert estremecióse, temiendo una<br />
<strong>de</strong>nuncia. Su conducta había sido <strong>de</strong>scubierta.<br />
Una palabra <strong>de</strong> Fouquet, una prueba articulada,<br />
y, ante la juvenil lealtad <strong>de</strong> Luis XIV podía<br />
<strong>de</strong>svanecerse todo el favor <strong>de</strong> Colbert. Colbert
temió, pues, que un golpe tan atrevido viniese a<br />
echar por tierra todos sus manejos, y, en realidad,<br />
el golpe era tan oportuno, que el diestro<br />
Aramis no le hubiese <strong>de</strong>jado pasar por alto.<br />
-Majestad -dijo Fouquet con <strong>de</strong>sembarazo-,<br />
puesto que tenéis la bondad <strong>de</strong> perdonarme,<br />
seré breve en mi confesión. Esta mañana he<br />
vendido uno <strong>de</strong> mis cargos.<br />
-¡Uno <strong>de</strong> vuestros cargos! -repitió el rey-<br />
. ¿Y cuál?<br />
Colbert se puso lívido.<br />
-<strong>El</strong> que me daba una ropa talar y un aire<br />
severo, Majestad; el <strong>de</strong> fiscal general.<br />
<strong>El</strong> rey exhaló un grito involuntario, y<br />
miró a Colbert.<br />
Este, con la frente bañada en sudor, se<br />
sintió a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfallecer.<br />
-¿A quién habéis vendido ese cargo,<br />
señor Fouquet? -dijo el rey. Colbert se apoyó<br />
en el jambaje <strong>de</strong> la chimenea.<br />
-A cierto consejero <strong>de</strong>l Parlamento, señor,<br />
que se llama Vanel.
-¿Vanel?<br />
-Un amigo <strong>de</strong>l señor inten<strong>de</strong>nte Colbert<br />
-continuó Fouquet <strong>de</strong>jando caer estas palabras<br />
con indiferencia inimitable, con una expresión<br />
<strong>de</strong> olvido y <strong>de</strong> ignorancia, que el pintor, el actor<br />
y el poeta <strong>de</strong>ben renunciar a reproducir con el<br />
pincel, el gesto o la pluma.<br />
<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte, luego que terminó,<br />
<strong>de</strong>jando confundido a Colbert bajo el peso <strong>de</strong><br />
aquella superioridad, saludó <strong>de</strong> nuevo al rey y<br />
marchóse, medio vengado por el pudor <strong>de</strong>l<br />
príncipe y la humillación <strong>de</strong>l favorito,<br />
-¿Es posible? -exclamó el rey luego que<br />
<strong>de</strong>sapareció Fouquet-, ¿ha vendido ese cargo?<br />
-Sí, Majestad -contestó Colbert con intención.<br />
-¡Está loco! -aventuró el rey. Colbert no<br />
replicó esta vez; creyó entrever el pensamiento<br />
<strong>de</strong>l amo. Ese pensamiento le vengaba también.<br />
A su odio venía a unirse la envidia; a su plan <strong>de</strong><br />
ruina venía a aliarse una amenaza <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia.<br />
Colbert conoció que, en lo sucesivo, entre Luis
XIV y él no encontrarían obstáculos las i<strong>de</strong>as<br />
hostiles, y que la primera falta <strong>de</strong> Fouquet que<br />
pudiera servir <strong>de</strong> pretexto, apresuraría el castigo.<br />
Fouquet había <strong>de</strong>jado caer su arma. <strong>El</strong><br />
odio y la envidia acababan <strong>de</strong> recogerla.<br />
Colbert fue invitado por el rey a la fiesta<br />
<strong>de</strong> Vaux, y saludó como hombre pagado <strong>de</strong> sí<br />
mismo, que cree hacer un servicio con aceptar.<br />
Hallábase el rey en el nombre <strong>de</strong> Saint-<br />
Aignan <strong>de</strong> la lista <strong>de</strong> los invitados, cuando el<br />
ujier anunció al con<strong>de</strong>.<br />
Colbert se retiró discretamente al llegar<br />
el Mercurio real.<br />
LX<strong>II</strong>I<br />
RIVALES EN AMORES<br />
Hacía apenas dos horas que Saint-<br />
Aignan se había separado <strong>de</strong> Luis XIV; pero, en<br />
aquella primera efervescencia <strong>de</strong> su amor,
cuando Luis no veía a La Valliére, necesitaba<br />
hablar <strong>de</strong> ella. Ahora bien, la única persona con<br />
quien podía hablar a su gusto era Saint-Aignan;<br />
Saint-Aignan había llegado a serle indispensable.<br />
-¡Ah! ¿Eres tú, con<strong>de</strong> -exclamó al divisarle,<br />
doblemente satisfecho <strong>de</strong> ver a Saint-<br />
Aignan y ¿e no ver a Colbert, cuyo sobrecejo le<br />
entristecía siempre-. Mucho me alegro. Presumo<br />
que serás <strong>de</strong> la partida.<br />
-¿De la partida, Majestad? -preguntó<br />
Saint-Aignan-. ¿Y <strong>de</strong> qué partida?<br />
-Del viaje que vamos a hacer para gozar<br />
<strong>de</strong> la fiesta que nos prepara en Vaux el señor<br />
superinten<strong>de</strong>nte. ¡Ah! Saint-Aignan, ras a ver<br />
una fiesta en comparación <strong>de</strong> la cual nuestras<br />
diversiones <strong>de</strong> Fontainebleau son juegos <strong>de</strong><br />
botarates.<br />
-¡En Vaux! ¿<strong>El</strong> superinten<strong>de</strong>nte da una<br />
fiesta a Vuestra Majestad, y en Vaux, nada<br />
más?
-¡Nada más! ¡Te encuentro encantador<br />
haciendo <strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso! ¿Sabes, tú que te haces<br />
el <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso, que cuando se sepa que el señor<br />
Fouquet me recibe en Vaux <strong>de</strong>l domingo en<br />
ocho días, se <strong>de</strong>spepitará todo el mundo por ser<br />
convidado a dicha fiesta? Te repito, Saint-Aignan,<br />
que serás <strong>de</strong> la partid.<br />
-Sí, con tal que <strong>de</strong> aquí a entonces no<br />
haya hecho otro viaje más largo y menos grato.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>?<br />
-A la Estigia, Majestad.<br />
-¡Quita allá! -dijo Luis XIV riendo.<br />
-No, seriamente, Majestad. Estoy invitado<br />
a él, y <strong>de</strong> tal modo, que no sé, en verdad,<br />
cómo me he <strong>de</strong> componer para evitarlo.<br />
-No te comprendo, querido. Sé que estas<br />
en vena poética, pero procura no caer <strong>de</strong> Apolo<br />
en Febo.<br />
-Pues bien, si Vuestra Majestad tiene a<br />
bien escucharme, <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> poner en prensa su<br />
entendimiento.<br />
-Habla.
-¿Conoce Vuestra Majestad al barón Du-<br />
Vallon?<br />
-¡Sí, pardiez! ¡Un buen servidor <strong>de</strong>l rey<br />
mi padre, y un excelente convidado, a fe mía!<br />
¿No es <strong>de</strong> aquel que comió con nosotros en<br />
Fontainebleau <strong>de</strong> quien hablas?<br />
-<strong>El</strong> mismo. Pero Vuestra Majestad ha<br />
olvidado añadir a sus cualida<strong>de</strong>s, la <strong>de</strong> un afable<br />
matador <strong>de</strong> personas.<br />
-¡Pues qué! ¿Quiere matarte el señor Du-<br />
Vallon?<br />
-O hacerme matar, que viene a ser lo<br />
mismo.<br />
-¡Vaya una ocurrencia!<br />
-No os riáis, Majestad, que lo que estoy<br />
diciendo es la pura verdad.<br />
-¿Y dices que quiere hacerte matar?<br />
-Esta es la i<strong>de</strong>a que tiene, por ahora, ese<br />
digno hidalgo.<br />
-Pier<strong>de</strong> cuidado, que yo te <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré si<br />
no tiene razón.
-¡Ah! Me prestáis vuestra ayuda condicionalmente.<br />
-Sin duda. Veamos; respón<strong>de</strong>me como<br />
si se tratase <strong>de</strong> otra persona, mi pobre Saint-<br />
Aignan: ¿tiene razón o no?<br />
-Vuestra Majestad juzgará.<br />
-¿Qué le has hecho?<br />
-¡Oh! A él nada; pero parece que he<br />
ofendido a un amigo suyo.<br />
-Lo mismo da. Y su amigo, ¿es alguno<br />
<strong>de</strong>-los cuatro famosos?<br />
-No; es hijo <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos cuatro famosos.<br />
-¿Y qué has hecho a ese hijo? Veamos.<br />
-¡Casi nada! Ayudar a otro para birlarle<br />
la amada.<br />
-¡Y confiesas eso!<br />
-Necesario es que lo confiese, puesto<br />
que es verdad.<br />
-Entonces, has obrado mal.<br />
-¡Ah! ¿He obrado mal?<br />
-Sí; y a fe mía que si te mata...
-¿Qué?<br />
-Tendrá razón.<br />
-¿Y es así como juzgáis, Majestad?<br />
-¿Acaso es malo el método?<br />
-Lo encuentro expeditivo.<br />
-Justicia buena y pronto, <strong>de</strong>cía mi abuelo<br />
Enrique IV.<br />
-Entonces, dígnese Vuestra Majestad<br />
firmar inmediatamente el perdón <strong>de</strong> mi adversario,<br />
que me está esperando en los Mínimos<br />
para enviarme al otro mundo.<br />
-Su nombre y un pergamino.<br />
-Majestad, ahí tenéis un pergamino en la<br />
mesa, y en cuanto a su nombre...<br />
-En cuanto a su nombre ...<br />
-Es el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, Majestad.<br />
-¿<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>? -exclamó<br />
el rey, pasando <strong>de</strong> la risa al más profundo estupor.
Luego, tras <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> silencio,<br />
durante el cual enjugóse el sudor que le corría<br />
por la frente:<br />
-¡<strong>Bragelonne</strong>! -murmuró.<br />
-Ni más ni menos, Majestad -dijo Saint-<br />
Aignan.<br />
-<strong>Bragelonne</strong>, el novio <strong>de</strong>...<br />
-¡Oh Dios santo! Sí; <strong>Bragelonne</strong>,. el novio<br />
<strong>de</strong>.. .<br />
-¡Sin embargo, estaba en Londres!<br />
-Sí; pero puedo aseguraros que no está<br />
ya allí, Majestad.<br />
-¿Está en París?<br />
-En los Mínimos, don<strong>de</strong> me espera, como<br />
he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad.<br />
-¿Enterado <strong>de</strong> todo?<br />
-¡Y <strong>de</strong> otras muchas cosas! ¿Si el rey quiere ver<br />
el billete que me ha hecho llegar...<br />
Y Saint-Aignan sacó <strong>de</strong>l bolsillo el billete<br />
que ya conocemos.
-Cuando Vuestra Majestad haya leído el<br />
billete -dijo-, tendré el honor <strong>de</strong> referirle cómo<br />
ha llegado a mi po<strong>de</strong>r.<br />
<strong>El</strong> rey leyó con agitación, y en seguida:<br />
-¿Qué? -preguntó.<br />
-¿Recuerda Vuestra Majestad una cerradura<br />
cincelada que cierra una puerta <strong>de</strong> ébano,<br />
que separa cierto aposento <strong>de</strong> cierto santuario<br />
azul y blanco.<br />
-Sí, el gabinete <strong>de</strong> Luisa.<br />
-Bien, Majestad; pues en el agujero <strong>de</strong><br />
esa cerradura he encontrado ese billete. ¿Quién<br />
lo ha puesto allí? ¿<strong>El</strong> señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> o el<br />
diablo? Como el billete huele a ámbar y no a<br />
azufre, <strong>de</strong>duzco que no habrá sido el diablo,<br />
sino el señor vizcon<strong>de</strong>.<br />
Luis inclinó la cabeza y pareció quedarse<br />
absorto tristemente. Quizá en aquel momento<br />
cruzaba por su corazón algo parecido al remordimiento.<br />
-¡Descubierto el secreto! -murmuró.
-Señor, voy a hacer cuanto esté <strong>de</strong> mi<br />
parte para que ese secreto muera en el pecho<br />
que lo encierra -dijo Saint-Aignan en un tono<br />
<strong>de</strong> bravura muy bien simulado.<br />
E hizo un movimiento hacia la puerta;<br />
pero el rey le <strong>de</strong>tuvo.<br />
-¿Adón<strong>de</strong> vas? -preguntó. -Adon<strong>de</strong> me<br />
esperan, Majestad. -¿Para qué?<br />
-Para batirme.<br />
-¿Batirte? -exclamó Luis-. ¡Un momento,<br />
con<strong>de</strong>!<br />
Saint-Aignan movió la cabeza, como un<br />
niño que se rebela cuando le quieren impedir<br />
que se tire a un pozo o que juegue con un cuchillo.<br />
-Con todo, Majestad... -dijo.<br />
-En primer lugar -dijo el rey-, no estoy<br />
aún bien informado.<br />
-¡Oh! En cuanto a eso, pregunte Vuestra<br />
Majestad, que yo le contestaré.
-¿Quién te ha dicho que el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong><br />
haya penetrado en el aposento en cuestión?<br />
-<strong>El</strong> billete que hallé en la cerradura, como<br />
he tenido el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Vuestra Majestad.<br />
-¿Y quién te ha dicho que haya sido él<br />
quien lo ha puesto?<br />
-¿Pues quién se habría atrevido a encargarse<br />
<strong>de</strong> semejante comisión? Tienes razón.<br />
¿Cómo ha entrado en tu aposento?<br />
-¡Oh! Eso es algo más grave, en atención<br />
a que estaban cerradas todas las puertas, y mi<br />
lacayo, Basque, tenía las llaves en el bolsillo.<br />
-Entonces habrán ganado a tu lacayo.<br />
-Imposible, Majestad.<br />
-¿Por qué?<br />
-Porque si lo hubiesen ganado, no<br />
habrían perdido al pobre muchacho, <strong>de</strong> quien<br />
podían tener necesidad más a<strong>de</strong>lante, manifestando<br />
<strong>de</strong> un modo tan claro que se habían servido<br />
<strong>de</strong> él.
-Es cierto; no nos queda, pues, otro remedio<br />
que apelar a una conjetura.<br />
-Veamos, Majestad, si esa conjetura es la<br />
misma que a mí se me ha ocurrido.<br />
-Que se habrán introducido por la escalera.<br />
-Ah, Majestad! Eso me parece más que<br />
probable.<br />
-Preciso es, entonces, que alguien haya<br />
vendido el secreto <strong>de</strong> la trampa.<br />
-Vendido o dado.<br />
-¿Por qué tal distinción? -Porque ciertas<br />
personas, Majestad, que se hallan fuera <strong>de</strong>l caso<br />
<strong>de</strong> aceptar el precio <strong>de</strong> una traición, facilitan y<br />
no ven<strong>de</strong>n.<br />
-¿Qué quieres significar con eso?<br />
-¡Oh Majestad! Sois <strong>de</strong>masiado perspicaz<br />
para no evitarme, adivinando, el disgusto<br />
<strong>de</strong> citar nombres.<br />
-Es verdad: ¡Madame!<br />
-¡Ah! -exclamó Saint-Aignan.<br />
-Madame, que receló <strong>de</strong> la mudanza.
Madame, que dispone <strong>de</strong> las llaves <strong>de</strong><br />
las habitaciones <strong>de</strong> sus doncellas, y que es bastante<br />
po<strong>de</strong>rosa para <strong>de</strong>scubrir lo que nadie, excepto<br />
Vuestra Majestad y ella, podría <strong>de</strong>scubrir.<br />
-¿Y tú crees que mi hermana haya hecho<br />
alianza con <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-¡Eh, eh! Majestad.<br />
-¿Hasta el punto <strong>de</strong> informarle <strong>de</strong> todos<br />
esos pormenores?<br />
-Tal vez más, todavía.<br />
-¿Cómo más?. .. Acaba.<br />
-Quizá hasta el punto <strong>de</strong> acompañarle.<br />
-¿Adón<strong>de</strong>? ¿Abajo, a tu cuarto?<br />
-Majestad, ¿tan difícil os parece?<br />
-¡Oh!<br />
-Escuchad. <strong>El</strong> rey sabe lo aficionada que<br />
es Madame a los perfumes.<br />
-Sí, es costumbre que ha tomado <strong>de</strong> mi<br />
madre.<br />
-Al <strong>de</strong> verbena sobre todo.<br />
-Es su favorito.
-Pues bien, mi habitación está embalsamada<br />
<strong>de</strong> verbena.<br />
<strong>El</strong> rey quedó pensativo.<br />
-Pero, ¿por qué -replicó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />
momento <strong>de</strong> silencio-, por qué ha <strong>de</strong> abrazar<br />
Madame el partido <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en contra<br />
mía?<br />
Y al pronunciar estas palabras, a las que<br />
Saint-Aignan podía haber contestado fácilmente<br />
con estas palabras: "¡Celos <strong>de</strong> mujer!", el rey<br />
son<strong>de</strong>aba a su amigo hasta el fondo <strong>de</strong> su corazón,<br />
para indagar si había penetrado el secreto<br />
<strong>de</strong> su galantería con su cuñada. Mas Saint-<br />
Aignan no era un cortesano vulgar para arriesgarse<br />
a la ligera en el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> los<br />
secretos <strong>de</strong> familia; era <strong>de</strong>masiado amigo <strong>de</strong> las<br />
musas para no pensar con frecuencia en aquel<br />
pobre Ovidio Nasón, cuyos ojos <strong>de</strong>rramaron<br />
tantas lágrimas para expiar el crimen <strong>de</strong> haber<br />
visto ciertas cosas en casa <strong>de</strong> Augusto. Por tanto,<br />
<strong>de</strong>jó a un lado con <strong>de</strong>streza el secreto <strong>de</strong><br />
Madame. Pero, como había dado pruebas <strong>de</strong>
sagacidad, indicando que Madame había<br />
acompañado a su cuarto a <strong>Bragelonne</strong>, no había<br />
más remedio que satisfacer la usura <strong>de</strong> ese<br />
amor propio y contestar categóricamente a esta<br />
pregunta: "¿Por qué ha <strong>de</strong> abrazar Madame en<br />
contra mía el partido <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?"<br />
-¿Por qué? -dijo Saint-Aignan-: ¿Olvida<br />
acaso Vuestra Majestad que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche<br />
es amigo íntimo <strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-No veo la relación -respondió el rey.<br />
-Perdonad, Majestad -repuso Saint-<br />
Aignan-; yo creía que el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Guiche era<br />
muy amigo <strong>de</strong> Madame.<br />
-Es verdad -replicó el rey-; no hay que<br />
averiguar mas; el golpe ha venido <strong>de</strong> ahí.<br />
-¿Y no cree Vuestra Majestad que para<br />
pararlo sea preciso dar otro?<br />
-Ciertamente, pero no <strong>de</strong> la clase <strong>de</strong> los<br />
que se dan en el bosque <strong>de</strong> Vincennes.<br />
-Vuestra Majestad olvida -dijo Saint-<br />
Aignan- que soy hidalgo, y que me han provocado.
-Este asunto nada tiene que ver contigo.<br />
-Pero a mí es a quien están aguardando<br />
en los Mínimos, Majestad, hace más <strong>de</strong> una<br />
hora; a mí, que estoy citado, y quedaré <strong>de</strong>shonrado<br />
si no voy a la cita.<br />
-<strong>El</strong> principal honor <strong>de</strong> un gentilhombre,<br />
es la obediencia al rey.<br />
-Majestad...<br />
-¡Or<strong>de</strong>no que te que<strong>de</strong>s! -Majestad. . .<br />
-Obe<strong>de</strong>ce.<br />
-Como Vuestra Majestad guste. -<br />
A<strong>de</strong>más, quiero averiguar todo este asunto;<br />
quiero saber quién se ha burlado <strong>de</strong> mí con<br />
bastante audacia para penetrar en el santuario<br />
<strong>de</strong> mis predilecciones. A los que <strong>de</strong> este modo<br />
me han ultrajado, no eres tú, Saint-Aignan,<br />
quien <strong>de</strong>be castigarlos, pues no es tu honor el<br />
que han lastimado, sino el mío.<br />
-Suplico a Vuestra Majestad no <strong>de</strong>scargue<br />
su cólera sobre el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, el<br />
cual, en todo este asunto, podrá haber andado<br />
falto <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia, pero no <strong>de</strong> lealtad.
-¡Basta! Sabré separar lo justo <strong>de</strong> lo injusto,<br />
aun en medio <strong>de</strong> mi ira. Sobre todo, ni<br />
una palabra <strong>de</strong> esto a Madame.<br />
-Mas, ¿qué <strong>de</strong>be hacerse respecto <strong>de</strong>l<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>? Me buscará, y..<br />
-Yo le hablaré, o haré que le hablen esta<br />
misma tar<strong>de</strong>.<br />
-Todavía, Majestad, os ruego que uséis<br />
indulgencia.<br />
-Bastante indulgente he sido por mucho<br />
tiempo, con<strong>de</strong> -dijo el rey frunciendo el ceño-;<br />
ya es hora <strong>de</strong> que se enseñe a ciertas personas<br />
que soy el amo en mi casa. Apenas acababa<br />
Luis <strong>de</strong> pronunciar estas palabras, que anunciaban<br />
que al nuevo resentimiento se asociaba<br />
el recuerdo <strong>de</strong> otro antiguo, cuando se presentó<br />
el ujier a la puerta <strong>de</strong>l gabinete.<br />
-¿Qué suce<strong>de</strong>? -preguntó el rey-. ¿Quién<br />
se atreve a penetrar aquí cuando no llamo?<br />
-Vuestra Majestad me ha mandado, <strong>de</strong><br />
una vez para siempre -dijo el ujier-, permita
pasar al señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére siempre que<br />
<strong>de</strong>see hablar a Vuestra Majestad.<br />
-¿Y qué?<br />
-<strong>El</strong> señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére aguarda ahí<br />
fuera.<br />
<strong>El</strong> rey y Saint-Aignan cambiaron a estas<br />
palabras una mirada, en que había más alarma<br />
que sorpresa. Luis vaciló un momento. Pero,<br />
casi al punto, tomando una resolución:<br />
-Anda -dijo a Saint-Aignan-, ve a buscar<br />
a Luisa, y entérala <strong>de</strong> lo que se trama contra<br />
nosotros, trata <strong>de</strong> hacerle enten<strong>de</strong>r que Madame<br />
vuelve a sus persecuciones, y que ha<br />
hecho poner en campaña a personas que habrían<br />
hecho mejor en mostrarse neutrales.<br />
-Majestad ...<br />
-Si Luisa se asusta, tranquilízala -<br />
continuó el rey-, y dile que el amor <strong>de</strong>l rey es<br />
un escudo impenetrable. Si, contra mis <strong>de</strong>seos,<br />
lo supiese ya todo, o hubiese sufrido alguna<br />
molestia, dile positivamente -continuó el rey<br />
poseído <strong>de</strong> nerviosa cólera-, dile positivamente
que, esta vez, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla, la vengaré,<br />
y con tal severidad, que nadie en lo sucesivo<br />
se atreverá a levantar los ojos hasta ella.<br />
-¿Tenéis algo más que mandar, Majestad?<br />
-No; anda pronto, y permanece fiel, tú,<br />
que vives en medio <strong>de</strong> ese infierno, sin tener<br />
como yo, la esperanza <strong>de</strong>l paraíso.<br />
Saint-Aignan <strong>de</strong>shízose en protestas <strong>de</strong><br />
adhesión, y salió radiante <strong>de</strong> alegría <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
besar la mano <strong>de</strong>l rey.<br />
LXIV<br />
EL REY Y LA NOBLEZA<br />
Luis púsose inmediatamente sobre sí<br />
para recibir con buen semblante al señor <strong>de</strong> la<br />
Fére. Preveía que el con<strong>de</strong> no llegaba por casualidad.<br />
Comprendía vagamente la importancia<br />
<strong>de</strong> aquella visita; pero, a un hombre <strong>de</strong>l mérito<br />
<strong>de</strong> Athos, a un alma tan elevada, no <strong>de</strong>bía ofre-
cer el primer aspecto nada que fuera <strong>de</strong>sagradable<br />
o mal or<strong>de</strong>nado.<br />
Apenas el joven rey se aseguró <strong>de</strong> que<br />
presentaba un aire tranquilo, dio or<strong>de</strong>n a los<br />
ujieres <strong>de</strong> introducir al con<strong>de</strong>.<br />
Pocos minutos más tar<strong>de</strong>, Athos, en<br />
traje <strong>de</strong> ceremonia, ostentando las insignias que<br />
él sólo tenía <strong>de</strong>recho a llevar en la Corte <strong>de</strong><br />
Francia, se presentó con aire tan grave y solemne,<br />
que el rey pudo juzgar, al primer vistazo, si<br />
se había equivocado o no en sus presentimientos.<br />
Luis dio un paso hacia el con<strong>de</strong> y le tendió<br />
risueño una mano, sobre la cual se inclinó<br />
Athos respetuosamente.<br />
-Señor con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére -dijo el rey apresuradamente-.<br />
Vendéis tan cara vuestra presencia<br />
en mi casa, que tengo a fortuna el veros.<br />
Athos se inclinó y respondió:<br />
-Quisiera tener la dicha <strong>de</strong> estar siempre<br />
al lado <strong>de</strong> Vuestra Majestad.
Semejante respuesta, dada en aquel tono, significaba<br />
manifiestamente: "Quisiera po<strong>de</strong>r ser<br />
uno <strong>de</strong> los consejeros <strong>de</strong>l rey para ahorrarle<br />
errores."<br />
Luis lo conoció, y, resuelto a conservar ante<br />
aquel hombre la ventaja <strong>de</strong> la calma con la <strong>de</strong> la<br />
dignidad:<br />
-Veo -repuso- que tenéis algo que <strong>de</strong>cirme.<br />
-A no ser por eso, no me habría permitido<br />
presentarme a Vuestra Majestad.<br />
-Explicaos pronto, señor, porque <strong>de</strong>seo<br />
con ansia satisfaceros. <strong>El</strong> rey se sentó.<br />
-Estoy persuadido -dijo Athos en tono<br />
ligeramente conmovido-, <strong>de</strong> que Vuestra Majestad<br />
me dará plena satisfacción.<br />
-¡Ah! -dijo Luis con cierta altivez-. ¿Es<br />
una queja la que venís a formular aquí?<br />
-No sería una queja -replicó Athos-, a<br />
menos que Vuestra Majestad... Pero, perdonadme,<br />
Majestad, que tome las cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
principio.
-Espero.<br />
-Vuestra Majestad d recordará que, por<br />
la época en que se marchó el señor <strong>de</strong> Buckingham,<br />
tuve el honor <strong>de</strong> (recibir una audiencia<br />
vuestra.<br />
-Por esa época, poco más o menos... Sí,<br />
me acuerdo. Pero el objeto <strong>de</strong> la audiencia, . . lo<br />
he olvidado.<br />
Athos tembló.<br />
-Tendré el honor <strong>de</strong> recordarlo al rey -<br />
dijo-. Tratábase <strong>de</strong> un permiso que vine a solicitar<br />
a Vuestra Majestad, tocante al matrimonio<br />
que quería contraer el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> con<br />
la señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
-Me acuerdo -dijo el rey en voz alta,<br />
mientras pensaba: "Henos ya en el fondo <strong>de</strong> la<br />
cuestión."<br />
-En aquella época -continuó Athos-, fue<br />
el rey tan bueno y generoso conmigo y con el<br />
señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, que ni una sola <strong>de</strong> las<br />
palabras pronunciadas por Vuestra Majestad se<br />
me ha borrado <strong>de</strong> la memoria.
-¿Y qué? -replicó el rey.<br />
-<strong>El</strong> rey, a quien pedí la mano <strong>de</strong> la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére para el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />
me la negó.<br />
-Es verdad -dijo Luis con sequedad.<br />
-Alegando -se apresuró a añadir Athos-,<br />
que la novia no tenía posición en la sociedad.<br />
Luis se violentó para escuchar con paciencia.<br />
-Que. . . -añadió Athos-, estaba escasa <strong>de</strong><br />
bienes <strong>de</strong> fortuna. <strong>El</strong> rey se hundió en su sillón.<br />
-No muy buena cuna.<br />
Nueva impaciencia <strong>de</strong>l rey.<br />
-Y poca belleza -dijo inflexible Athos.<br />
Este último dardo, clavado en el corazón<br />
<strong>de</strong>l amante, acabó <strong>de</strong> apurar su paciencia.<br />
-Señor -dijo-, ¡tenéis una memoria admirable!<br />
-Siempre me suce<strong>de</strong> lo mismo cuando<br />
me cabe el alto honor <strong>de</strong> ser recibido en audiencia<br />
por el rey -replicó el con<strong>de</strong> sin alterarse.<br />
-Bien; todo eso he dicho: ¿y qué?
-Y di las más expresivas gracias a Vuestra<br />
Majestad, porque esas palabras manifestaban<br />
un interés que hacía mucho honor al señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-También recordaréis -dijo el rey recalcando<br />
sus palabras-, que manifestasteis gran<br />
repugnancia por ese casamiento.<br />
-Verdad es, Majestad.<br />
-Y que hicisteis la solicitud contra vuestro<br />
gusto.<br />
-Sí, Majestad.<br />
-Por último, recuerdo también, pues<br />
tengo una memoria casi tan buena como la<br />
vuestra, que pronunciásteis estas palabras: "No<br />
creo en el amor <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére por<br />
el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>." ¿Es verdad?<br />
Athos sintió el golpe, pero no retrocedió.<br />
-Majestad -dijo- ya os he pedido perdón,<br />
mas hay ciertas cosas, en aquella entrevista,<br />
que sólo serán inteligibles en el <strong>de</strong>senlace.<br />
-Veamos, entonces, el <strong>de</strong>senlace.
-Vuestra Majestad dijo que difería el<br />
matrimonio por el bien mismo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>.<br />
<strong>El</strong> rey calló.<br />
-Hoy el vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> es tan<br />
<strong>de</strong>sgraciado, que no pue<strong>de</strong> diferir por más<br />
tiempo el pedir una resolución a Vuestra Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey pali<strong>de</strong>ció. Athos le miró fijamente.<br />
-¿Y qué... solicita... el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>?<br />
-preguntó titubeando el rey.<br />
-Lo mismo que vine a pedir al rey en mi<br />
anterior audiencia: el consentimiento <strong>de</strong> Vuestra<br />
Majestad para su matrimonio.<br />
<strong>El</strong> rey calló.<br />
-Las cuestiones relativas a los obstáculos<br />
se han allanado para nosotros -continuó Athos-<br />
.. La señorita Luisa <strong>de</strong> La Valliére, sin bienes <strong>de</strong><br />
fortuna, sin ilustre nacimiento y sin belleza, no<br />
<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser el mejor y único partido para el señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, puesto que éste la ama.
<strong>El</strong> rey apretó sus manos una con otra.<br />
-¿Vacila el rey? -preguntó el con<strong>de</strong> sin<br />
per<strong>de</strong>r su firmeza ni su política.<br />
-No vacilo... rehúso -contestó el rey.<br />
Athos se recogió un momento.<br />
-Ya he tenido el honor -dijo dulcemente-<br />
, <strong>de</strong> hacer presente al rey que ningún obstáculo<br />
haría cambiar los sentimientos <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />
<strong>Bragelonne</strong>, y que su <strong>de</strong>terminación parecía<br />
irrevocable.<br />
-¡Hay <strong>de</strong> por medio mi voluntad, y presumo<br />
que eso sea un obstáculo!<br />
-Es el más serio <strong>de</strong> todos -replicó Athos.<br />
-¡Ah!<br />
-Ahora, séanos concedido preguntar<br />
humil<strong>de</strong>mente a Vuestra Majestad la razón <strong>de</strong><br />
esa negativa.<br />
-¿La razón?... ¿Una pregunta? -exclamó<br />
el rey.<br />
-Una petición, Majestad.<br />
<strong>El</strong> rey, apoyándose en la mesa con los<br />
dos puños:
-Habéis olvidado los usos <strong>de</strong> la Corte,<br />
señor con<strong>de</strong> -dijo con voz concentrada-. En la<br />
Corte no se dirigen preguntas al rey.<br />
-Verdad es, Majestad; pero si no se pregunta,<br />
se hacen suposiciones.<br />
-¿Suposiciones?... ¿Y qué queréis <strong>de</strong>cir<br />
con eso?<br />
-Ordinariamente, Majestad, la suposición<br />
<strong>de</strong>l súbdito implica la franqueza <strong>de</strong>l rey...<br />
-¡Señor!<br />
-Y la falta <strong>de</strong> confianza en el súbdito -<br />
continuó Athos con intrepi<strong>de</strong>z.<br />
-Paréceme que estáis en un error dijo el<br />
monarca <strong>de</strong>jándose llevar a pesar suyo <strong>de</strong> la<br />
cólera.<br />
-Me veo precisado a buscar en otra parte<br />
lo que creía hallar en Vuestra Majestad. En vez<br />
<strong>de</strong> obtener una respuesta, me veo en el caso <strong>de</strong><br />
tener que dármela a mí mismo.<br />
<strong>El</strong> rey se levantó.<br />
-Señor con<strong>de</strong> -dijo-, os he consagrado<br />
todo el tiempo <strong>de</strong> que podía disponer.
Eso era <strong>de</strong>spedirle.<br />
-No he tenido tiempo para <strong>de</strong>cir a Vuestra<br />
Majestad todo lo que tenía que manifestarle<br />
-contestó el con<strong>de</strong>-, y veo tan pocas veces al<br />
rey, que es necesario aprovechar la ocasión.<br />
-Estabais en las suposiciones, e íbais a<br />
pasar a las ofensas.<br />
-¡Oh Majestad! ¿Ofen<strong>de</strong>r yo al rey? ¡Jamás!<br />
Toda mi vida he sostenido que los reyes<br />
están por encima <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más hombres, no<br />
sólo por su posición y su po<strong>de</strong>r, sino por la nobleza<br />
<strong>de</strong>l corazón y la superioridad <strong>de</strong>l alma.<br />
Jamás me harán creer que mi rey, cuando me<br />
ha dicho una palabra, oculta bajo esa palabra<br />
una segunda intención.<br />
-¿Qué queréis <strong>de</strong>cir? ¿De qué segunda<br />
intención habláis?<br />
-Me explicaré -dijo fríamente Athos-. Si<br />
al rehusar la mano <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére<br />
al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>, llevara Vuestra Majestad<br />
otro objeto que la felicidad <strong>de</strong>l vizcon<strong>de</strong>...
-Bien veis, señor, que me estáis ofendiendo.<br />
-Si, al exigir una dilatación al vizcon<strong>de</strong>,<br />
Vuestra Majestad hubiese querido únicamente<br />
alejar al novio <strong>de</strong> la señorita <strong>de</strong> La Valliére...<br />
-¡Señor! ¡Señor!<br />
-Es que eso he oído en todas partes. Todos<br />
hablan <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Vuestra Majestad por la<br />
señorita <strong>de</strong> La Valliére.<br />
<strong>El</strong> rey <strong>de</strong>sgarró sus guantes, que, por<br />
continencia, mordisqueaba hacía unos minutos.<br />
-Desgraciados <strong>de</strong> aquellos que se mezclan<br />
en mis asuntos! -exclamó-. He tomado ya<br />
mi partido: romperé todos los obstáculos.<br />
-¿Qué obstáculos? -preguntó Athos.<br />
<strong>El</strong> rey se <strong>de</strong>tuvo cortado, como el caballo<br />
que en su furiosa carrera siente lacerado el<br />
paladar por el bocado.<br />
-Amo a la señorita <strong>de</strong> La Valliére -dijo<br />
<strong>de</strong> pronto con tanta nobleza como resolución.<br />
-Pero -interrumpió Athos-, eso no impi<strong>de</strong><br />
a Vuestra Majestad casar al vizcon<strong>de</strong> con la
señorita <strong>de</strong> La Valliére. <strong>El</strong> sacrificio es digno <strong>de</strong><br />
un rey, y merecido por el señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>,<br />
que ha prestado ya servicios y pue<strong>de</strong> pasar por<br />
un bravo hombre. Así, pues, renunciando el rey<br />
a su amor, dará una prueba a la vez <strong>de</strong> generosidad,<br />
<strong>de</strong> reconocimiento y <strong>de</strong> buena política.<br />
-La señorita <strong>de</strong> La Valliére -dijo sordamente<br />
el rey-, no ama al señor <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong>.<br />
-¿Lo sabe el rey? -dijo Athos con mirada<br />
profunda.<br />
-Lo sé.<br />
-Será <strong>de</strong> poco tiempo a esta parte, pues<br />
si el rey lo hubiese sabido cuando vine a solicitar<br />
el permiso la primera vez, Vuestra Majestad<br />
me habría hecho el honor <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo.<br />
-Des<strong>de</strong> hace poco.<br />
Athos guardó silencio un momento.<br />
-Entonces, no comprendo -dijo- que el<br />
rey haya enviado al vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> a<br />
Londres. Semejante <strong>de</strong>stierro no pue<strong>de</strong> menos<br />
<strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>r a los que aman el honor <strong>de</strong>l rey.
-¿Quién habla <strong>de</strong>l honor <strong>de</strong>l rey, señor<br />
con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére?<br />
-<strong>El</strong> honor <strong>de</strong>l rey, Majestad, se compone<br />
<strong>de</strong>l honor <strong>de</strong> toda su nobleza, y cuando el rey<br />
ofen<strong>de</strong> a uno <strong>de</strong> sus nobles, es <strong>de</strong>cir, cuando le<br />
roba una parte <strong>de</strong> su honor, es al mismo rey a<br />
quien se roba esa parte <strong>de</strong> honor.<br />
-¡Señor <strong>de</strong> la Fére!<br />
Irritado el rey, principalmente porque se<br />
sentía dominado, trató <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedir a Athos con<br />
un a<strong>de</strong>mán.<br />
-Majestad, os lo diré todo -replicó el<br />
con<strong>de</strong>-, y no saldré <strong>de</strong> aquí sino <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
quedar satisfecho, bien por vos o bien por mí<br />
mismo. Satisfecho, si me <strong>de</strong>mostráis que la razón<br />
está <strong>de</strong> vuestra parte; satisfecho, si os <strong>de</strong>muestro<br />
que no habéis procedido <strong>de</strong>bidamente.<br />
¡Oh, ya me escucharéis, Majestad! Soy viejo, y<br />
estoy muy apegado a todo lo que hay <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ramente<br />
gran<strong>de</strong> y fuerte en el reino. Soy<br />
un gentilhombre que ha vertido su sangre por<br />
vuestro padre y por vos, sin haber pedido ja-
más ni a vos ni a vuestro padre. A nadie he<br />
ofendido en este mundo, y me he hecho acreedor<br />
al agra<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> los reyes. ¡Vos me<br />
escucharéis! Vengo a pediros cuenta <strong>de</strong>l honor<br />
<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> vuestros servidores, a quien habéis<br />
engañado con una mentira o vendido por una<br />
<strong>de</strong>bilidad. Sé que estas palabras irritan a Vuestra<br />
Majestad; pero los hechos nos matan a nosotros.<br />
Sé que estáis buscando el castigo que<br />
habéis <strong>de</strong> dar a mi franqueza; más también sé el<br />
castigo que he <strong>de</strong> pedir a Dios que os imponga,<br />
cuando le refiera vuestro perjurio y la <strong>de</strong>sgracia<br />
<strong>de</strong> mi hijo.<br />
<strong>El</strong> rey se paseaba a gran<strong>de</strong>s pasos, con la<br />
mano en el pecho, la cabeza levantada y los ojos<br />
echando llamas.<br />
-¡Señor! -exclamó <strong>de</strong> pronto-. Si fuese<br />
para vos el rey, ya estaríais castigado, pero no<br />
soy más que un hombre, y tengo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />
amar en la tierra a los que me aman. ¡Dicha<br />
bien rara!
-No tenéis ese <strong>de</strong>recho como rey más<br />
que como hombre; o si quería Vuestra Majestad<br />
tomárselo lealmente, era preciso avisar al señor<br />
<strong>de</strong> <strong>Bragelonne</strong> en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>sterrarle.<br />
-Paréceme que esto es entrar en discusiones<br />
-interrumpió Luis XIV con aquella majestad<br />
que sólo él sabía hallar hasta un punto<br />
tan notable en la mirada y en la voz.<br />
-Esperaba que me respondiéseis -dijo el<br />
con<strong>de</strong>.<br />
-¡Sabréis mi contestación, señor! -Sabéis<br />
mi pensamiento -replicó el señor <strong>de</strong> la Fére.<br />
-Habéis olvidado que habláis al rey,<br />
señor, eso es un crimen.<br />
-Habéis olvidado que <strong>de</strong>sgarrábais la<br />
vida <strong>de</strong> dos hombres. ¡Eso es un pecado mortal,<br />
Majestad! -¡Ahora, salid!<br />
-No antes <strong>de</strong> haber dicho: ¡Hijo <strong>de</strong> Luis<br />
X<strong>II</strong>I, mal empezáis vuestro reinado, pues lo<br />
inauguráis con el rapto y la <strong>de</strong>slealtad! Mi <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia<br />
y yo nos consi<strong>de</strong>ramos libres hacia<br />
vos <strong>de</strong> todo el afecto y todo el respeto que hice
jurar a mi hijo en las bóvedas <strong>de</strong> San Dionisio,<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los restos <strong>de</strong> vuestros nobles antepasados.<br />
Os habéis hecho enemigo nuestro, Majestad,<br />
y en lo sucesivo sólo tendremos a Dios<br />
por juez, nuestro único amo. ¡Reflexionadlo<br />
bien!<br />
-¿Amenazáis?<br />
-¡Oh, no! -dijo Athos tristemente-. No<br />
hay más baladronadas que temor en ¡ni alma.<br />
Dios, <strong>de</strong> quien os hablo, me oye hablar, y sabe<br />
que, por la integridad y el honor <strong>de</strong> vuestra<br />
corona, <strong>de</strong>rramaría aún en estos instantes toda<br />
la sangre que me han <strong>de</strong>jado veinte años <strong>de</strong><br />
guerras civiles y extranjeras. Puedo aseguraros,<br />
por lo tanto, que no amenazo al rey; como no<br />
amenazo al hombre; mas sí os digo: Perdéis dos<br />
servidores por haber matado la fe en el corazón<br />
<strong>de</strong>l padre y el amor en el corazón <strong>de</strong>l hijo. <strong>El</strong><br />
uno no cree ya en la regia palabra, el otro no<br />
cree ya en la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> los hombres ni en la<br />
pureza <strong>de</strong> las mujeres. <strong>El</strong> uno ha muerto para el<br />
respeto, el otro para la obediencia. ¡Adiós!
Y, diciendo esto, rompió Athos su acero<br />
contra su rodilla; puso lentamente los dos pedazos<br />
en el suelo, y, saludando al rey, a quien<br />
ahogaban la cólera y la vergüenza, salió <strong>de</strong>l<br />
gabinete.<br />
<strong>El</strong> rey, abismado sobre su mesa, pasó<br />
algunos minutos en reponerse y, levantándose<br />
<strong>de</strong> repente, llamó con violencia.<br />
-¡Que llamen al señor <strong>de</strong> Artagnan! -dijo<br />
a los ujieres asustados.<br />
LXV<br />
CONTINÚA LA TEMPESTAD<br />
Seguramente se habrán preguntado ya<br />
nuestros lectores cómo Athos se había hallado<br />
tan a punto en el cuarto <strong>de</strong>l rey, cuando no<br />
habían oído hablar <strong>de</strong> él en tanto tiempo. Siendo<br />
nuestro <strong>de</strong>ber, como novelistas, enca<strong>de</strong>nar<br />
los acontecimientos los unos a los otros con una
lógica casi fatal, nos hallamos dispuestos a respon<strong>de</strong>r,<br />
y respon<strong>de</strong>mos a esa pregunta.<br />
Porthos, fiel a su papel <strong>de</strong> arreglador <strong>de</strong><br />
asuntos al salir <strong>de</strong>l palacio real había ido a reunirse<br />
con Raúl en los Mínimos <strong>de</strong>l bosque <strong>de</strong><br />
Vincennes, contándole en sus menores <strong>de</strong>talles<br />
su conferencia con Saint-Aignan; luego, había<br />
terminado diciendo que el mensaje <strong>de</strong>l rey a su<br />
favorito no ocasionaría, probablemente, más<br />
que un retraso breve, y que así que Saint-<br />
Aignan se separase <strong>de</strong>l rey, se apresuraría a<br />
acudir a la cita que le había dado Raúl.<br />
Mas Raúl, menos crédulo que su viejo<br />
amigo, <strong>de</strong>dujo <strong>de</strong>l relato <strong>de</strong> Porthos, que, si<br />
Saint-Aignan fue a ver al rey, se lo contaría todo,<br />
y que, contándoselo todo, el rey prohibiría a<br />
Saint-Aignan ir al terreno. A consecuencia <strong>de</strong><br />
esta reflexión, <strong>de</strong>jó a Porthos que guardase el<br />
puesto, para el caso, poco probable, <strong>de</strong> que<br />
Saint-Aignan llegase a ir, y le exigió al mismo<br />
tiempo que no estuviese en el sitio más que una<br />
ora u hora y media. Porthos se negó ó a ello
formalmente, instalándose, por el contrario, en<br />
los Mínimos, como si quisiera echar allí raíces,<br />
haciendo prometer a Raúl que volvería <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
casa <strong>de</strong> su padre a la suya, a fin <strong>de</strong> que el lacayo<br />
<strong>de</strong> Porthos supiese dón<strong>de</strong> hallarle, en el caso<br />
<strong>de</strong> que el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan acudiese a la<br />
cita.<br />
<strong>El</strong> vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong>jó a Vincennes y se encaminó<br />
directamente a casa <strong>de</strong> Athos, que se hallaba en<br />
París hacía dos días.<br />
<strong>El</strong> con<strong>de</strong> había sido ya avisado por una<br />
carta <strong>de</strong> Artagnan.<br />
Raúl, pues, llegó a casa <strong>de</strong> su padre,<br />
quien, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle tendido la mano y<br />
haberle abrazado, le hizo seña <strong>de</strong> que se sentara.<br />
-Sé que venís a mí, como se acu<strong>de</strong> a un<br />
amigo cuando se llora y se sufre; <strong>de</strong>cidme el<br />
motivo que os trae.<br />
<strong>El</strong> joven inclinóse y dio principio a su<br />
relato. Más <strong>de</strong> una vez, en el curso <strong>de</strong> él, cortaron<br />
las lágrimas su voz, y un sollozo estrangu-
lado en la garganta suspendió la narración. No<br />
obstante, la pudo terminar.<br />
Athos sabía ya probablemente a qué<br />
atenerse, pues, como hemos dicho, Artagnan le<br />
había escrito; pero, resuelto a conservar hasta el<br />
fin aquella calma que formaba el lado casi sobrehumano<br />
<strong>de</strong> su carácter, replicó<br />
-Raúl, no creo nada <strong>de</strong> lo que se dice; no<br />
creo nada <strong>de</strong> lo que teméis, y no porque no me<br />
hayan hablado ya <strong>de</strong> semejante aventura personas<br />
dignas <strong>de</strong> fe, sino porque en mi alma y<br />
mi conciencia creo imposible que el rey haya<br />
ultrajado a un noble. Fío, por lo tanto, en el rey,<br />
y voy a traeros la prueba <strong>de</strong> lo que os digo.<br />
Raúl, como un hombre ebrio, vacilante<br />
entre lo que había visto con sus propios ojos y<br />
la imperturbable fe que tenía en un hombre que<br />
nunca había mentido, se inclinó y se contentó<br />
con respon<strong>de</strong>r:<br />
-Id, pues, señor con<strong>de</strong>; esperaré. Y se<br />
sentó, ocultando la cabeza entre sus manos;<br />
Athos se vistió y salió. En su entrevista con el
ey hizo lo que ya saben nuestros lectores, qué<br />
le han visto entrar en la cámara <strong>de</strong>l rey y salir<br />
<strong>de</strong> ella.<br />
Cuando regresó a su casa, Raúl, pálido y<br />
sombrío, no había abandonado aún su posición<br />
<strong>de</strong>sesperada. No obstante, al ruido <strong>de</strong> las puertas<br />
que se abrían y al ruido <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> su<br />
padre que se acercaba, levantó el joven la cabeza.<br />
Athos entró pálido, grave y <strong>de</strong>scubierta<br />
la cabeza: entregó al lacayo su capa y el sombrero,<br />
<strong>de</strong>spidiéndole con un gesto, y se sentó<br />
junto a Raúl.<br />
-Y bien, señor -preguntó el joven moviendo<br />
la cabeza <strong>de</strong> arriba abajo-, ¿estáis ya<br />
convencido?<br />
-Lo estoy, . Raúl; el rey ama a la señorita<br />
<strong>de</strong> La Valliére.<br />
- ¿Y lo confiesa? -exclamó Raúl.<br />
-Plenamente -dijo Athos.<br />
-¿Y ella?<br />
-No la he visto.
-No; pero el rey os habrá hablado <strong>de</strong><br />
ella. ¿Qué dice <strong>de</strong> ella? Dice que ella le ama.<br />
-¡Oh! ¿Lo veis? ¿Lo veis, señor?<br />
Y el joven hizo un gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />
-Raúl -prosiguió el con<strong>de</strong>-, he dicho al<br />
rey, y podéis creerme, todo cuanto hubierais<br />
podido <strong>de</strong>cirle vos mismo, y creo habérselo dicho<br />
en términos convenientes, pero enérgicos.<br />
-¿Y qué le habéis dicho, señor?<br />
-Que todo había concluido entre él y<br />
nosotros, que no contase ya con vuestro servicio,<br />
y que hasta yo mismo me mantendré apartado.<br />
Sólo me queda saber una cosa.<br />
-¿Cuál, señor?<br />
-Si habéis tomado vuestro partido.<br />
-¡Mi partido! ¿Sobre qué?<br />
-Sobre el amor y...<br />
-Acabad, señor.<br />
-La venganza; porque temo que penséis<br />
en vengaros.
-¡Oh señor! <strong>El</strong> amor… tal vez algún<br />
día... más a<strong>de</strong>lante, logre arrancarlo <strong>de</strong> mi corazón,<br />
pues para ello cuento con la ayuda <strong>de</strong> los y<br />
el auxilio <strong>de</strong> vuestras pru<strong>de</strong>ntes exhortaciones.<br />
Respecto a la venganza, sólo he pensado en ella<br />
bajo el imperio <strong>de</strong> un mal pensamiento; porque<br />
no es <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro culpable <strong>de</strong> quien yo podría<br />
vengarme; por lo tanto, renuncio a la venganza.<br />
-¿De suerte que no trataréis <strong>de</strong> buscar<br />
pen<strong>de</strong>ncia al señor <strong>de</strong> SaintAignan?<br />
-No, señor. Ya ha mediado un <strong>de</strong>safío; si<br />
el señor <strong>de</strong> Saint-Aignan lo acepta, lo sostendré;<br />
pero, en el caso contrario, me <strong>de</strong>senten<strong>de</strong>ré <strong>de</strong><br />
él.<br />
-¿Y <strong>de</strong> La Valliére?<br />
-No creo que podáis suponer seriamente<br />
que piense en vengarme <strong>de</strong> una mujer -<br />
respondió Raúl con sonrisa tan triste que hizo<br />
asomar las lágrimas a los ojos <strong>de</strong> aquel hombre<br />
que tantas veces se había inclinado sobre sus<br />
dolores y los dolores ajenos.
Tendió su mano a Raúl, y Raúl la cogió<br />
vivamente.<br />
-Así, señor con<strong>de</strong>, ¿estáis bien seguro <strong>de</strong><br />
que el mal no tiene remedio? -preguntó el joven.<br />
Athos movió a su vez la cabeza.<br />
-¡Pobre hijo! -murmuró. -Pensáis que<br />
todavía tengo esperanzas -dijo Raúl-, y me<br />
compa<strong>de</strong>céis. ¡Ay, es que me cuesta terriblemente<br />
<strong>de</strong>spreciar como <strong>de</strong>bo a la que he amado<br />
tanto! Si al menos tuviese que acusarme <strong>de</strong> algún<br />
agravio hacia ella, me tendría por feliz y la<br />
perdonaría.<br />
Athos miró tristemente a su hijo. Las<br />
pocas palabras que acababa <strong>de</strong> pronunciar Raúl<br />
parecían arrancadas <strong>de</strong> su propio corazón.<br />
En aquel instante el lacayo anunció al<br />
señor <strong>de</strong> Artagnan. Este nombre resonó, <strong>de</strong><br />
manera bien diferente en los oídos <strong>de</strong> Athos y<br />
<strong>de</strong> Raúl. <strong>El</strong> mosquetero anunciado hizo su entrada<br />
con una vaga sonrisa en los labios. Raúl<br />
se <strong>de</strong>tuvo; Athos marchó hacia su amigo con
una expresión <strong>de</strong> rostro que no escapó a <strong>Bragelonne</strong>.<br />
Artagnan respondió a Athos con un<br />
simple parpa<strong>de</strong>o; luego, acercándose a Raúl y<br />
tomándole la mano:<br />
-¡Vamos -exclamó hablando a la vez al<br />
padre y al hijo-, a lo que parece consolamos al<br />
mozo!<br />
-Y vos, tan bueno como siempre, venís a<br />
auxiliarme en tarea tan difícil.<br />
Y, al pronunciar Athos estas palabras, estrechó<br />
entre sus manos la mano <strong>de</strong> Artagnan. Raúl<br />
creyó advertir que aquella presión tenía un<br />
sentido particular, diferente <strong>de</strong>l <strong>de</strong> las palabras.<br />
-Sí -contestó el mosquetero atusándose<br />
el bigote con la mano que Athos le <strong>de</strong>jaba libre-;<br />
sí, también yo vengo.<br />
-Bien venido seáis, señor caballero -dijo<br />
Raúl-, no por el consuelo que traéis, sino por<br />
vos mismo. Estoy consolado.<br />
Y esbozó una sonrisa más triste que<br />
ninguna <strong>de</strong> las lágrimas que Artagnan había<br />
visto <strong>de</strong>rramar jamás.
-¡Enhorabuena! -dijo Artagnan.<br />
-Habéis llegado, cabalmente -prosiguió<br />
Raúl-, cuando el señor con<strong>de</strong> iba a referirme las<br />
circunstancias <strong>de</strong> su entrevista con el rey. Sin<br />
duda llevaréis a bien que el señor con<strong>de</strong> continúe,<br />
¿no es así?<br />
Y los ojos <strong>de</strong>l joven parecían querer leer<br />
hasta el fondo <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong>l mosquetero.<br />
-¿Su entrevista con el rey? -dijo Artagnan<br />
en un tono tan natural que no había medio<br />
<strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> su extrañeza-. ¿Habéis visto al rey,<br />
Athos?<br />
Athos sonrió.<br />
-Sí -dijo-, le he visto. -¡Ah! ¿De veras<br />
ignoráis que el con<strong>de</strong> haya visto al rey? -preguntó<br />
Raúl algo más tranquilo.<br />
-¡A fe que sí! Completamente -<br />
respondió Artagnan.<br />
-Entonces, estoy más tranquilo -dijo<br />
Raúl.<br />
-¡Tranquilo! ¿Y sobre qué? - preguntó<br />
Athos.
-Señor -dijo Raúl-, perdonad; pero, conociendo<br />
el cariño que me profesáis, temía que<br />
hubieseis expresado con <strong>de</strong>masiada viveza al<br />
rey mi dolor y vuestra indignación, y que entonces<br />
el rey...<br />
-¿Qué? -interrumpió Artagnan-. Vamos,<br />
acabad, Raúl. -Perdonadme, señor <strong>de</strong> Artagnan<br />
-dijo Raúl-. Por un instante temblé, lo confieso,<br />
que no hubieseis venido como el señor <strong>de</strong> Artagnan,<br />
sino como capitán <strong>de</strong> mosqueteros.<br />
-¡Estáis loco, mi pobre Raúl! -exclamó<br />
Artagnan con una carcajada, en la que un buen<br />
observador habría <strong>de</strong>seado tal vez mayor franqueza.<br />
-¡Tanto mejor! -contestó Raúl. -Sí, loco;<br />
¿y sabéis lo que os aconsejo?<br />
-Decídmelo, señor; viniendo <strong>de</strong> vos, el<br />
consejo será bueno.<br />
-Pues bien, os aconsejo que, terminado<br />
vuestro viaje, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vuestras visitas al<br />
señor <strong>de</strong> Guiche, a Madame y a Porthos; <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> vuestro viaje a Vincennes, toméis algún
<strong>de</strong>scanso; acostaos, dormid doce horas seguidas,<br />
y cuando <strong>de</strong>spertéis, fatigadme un buen<br />
caballo.<br />
Y, atrayéndole hacia sí, le abrazó como<br />
hubiera hecho con su propio hijo. Athos hizo lo<br />
mismo; sólo que era evi<strong>de</strong>nte que el beso era<br />
más tierno y el abrazo más apretado en el padre<br />
que en el amigo.<br />
<strong>El</strong> joven miró una vez todavía a aquellos<br />
dos hombres, empleando para adivinarlos todas<br />
las fuerzas <strong>de</strong> su inteligencia. Pero su mirada<br />
embotóse en la fisonomía risueña <strong>de</strong>l<br />
mosquetero y, en el semblante tranquilo y dulce<br />
<strong>de</strong>l con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Fére.<br />
-¿Y adón<strong>de</strong> vais, Raúl? -dijo este último,<br />
viendo que <strong>Bragelonne</strong> se disponía a salir.<br />
-A mi casa, señor -contestó el joven con<br />
su acento dulce y melancólico.<br />
-¿Es allí don<strong>de</strong> os encontrarán, vizcon<strong>de</strong>,<br />
si hay que <strong>de</strong>ciros algo?<br />
-Sí señor. ¿Es que prevéis tener algo que<br />
<strong>de</strong>cirme?
-¡Qué sé yo! -dijo Athos.<br />
-Sí; nuevos consuelos -dijo Artagnan<br />
empujando levemente a Raúl hacia la misma<br />
puerta.<br />
Viendo Raúl una serenidad tan gran<strong>de</strong><br />
en cada gesto <strong>de</strong> los dos amigos, salió <strong>de</strong> casa<br />
<strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, no llevando consigo otro sentimiento<br />
que el <strong>de</strong> su dolor particular.<br />
-¡Alabado sea Dios! -dijo-. Al fin sólo<br />
tengo que pensar en mí. Y, embozándose en su<br />
capa, para ocultar a los transeúntes su rostro<br />
entristecido, se dirigió a su casa, como lo había<br />
prometido a Porthos. Ambos amigos habían<br />
visto alejarse al joven con igual sentimiento <strong>de</strong><br />
conmiseración.<br />
No había más sino que cada cual lo expresó<br />
<strong>de</strong> un modo distinto.<br />
-¡Pobre Raúl! -dijo Athos, <strong>de</strong>jando escapar<br />
un suspiro.<br />
-¡Pobre Raúl! -murmuró Artagnan encogiéndose<br />
<strong>de</strong> hombros.<br />
FIN PRIMERA PARTE TOMO <strong>II</strong>