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EL INGENIO DE SALOMÓN

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<strong>EL</strong> <strong>INGENIO</strong> <strong>DE</strong> <strong>SALOMÓN</strong><br />

Numerosa era la servidumbre que poblaba el palacio del rey David y la armonía<br />

reinaba entre ella. De manera que cuando la hora de la comida reunía en el gran<br />

salón a sus jóvenes pajes y escuderos, el ambiente se llenaba de risas y alegres<br />

voces de camaradería.<br />

Sucedió un día que un joven paje recién ingresado al conjunto de servidores,<br />

apuró en demasía el plato que le habían dado, y cuando advirtió que era el<br />

primero en terminarlo se sintió muy avergonzado.<br />

Lleno de timidez, pidió a su vecino de asiento:<br />

- He cometido una grave falta de educación. Estás comiendo aún, y mi plato ya<br />

se halla vacío. Te ruego que me pases del tuyo un huevo duro para disimular mi<br />

grosería.<br />

No tuvo inconveniente en ayudarlo el compañero, pero como era un saco de<br />

malicias, lo hizo a condición de que le devolviera el huevo cuando lo solicitara,<br />

más el beneficio que el mismo produciría con el tiempo. Nuestro paje aceptó y<br />

pudo, comiendo despacito el huevo, concluir la comida junto con los demás.<br />

Pasó el tiempo y el compañero reclamó al paje el pago de aquel huevo. Un tanto<br />

sorprendido aquél accedió a devolverlo.<br />

- ¡Ah, no! –replicó el otro-. No puedo aceptar simplemente el huevo que<br />

pretendes devolver. De acuerdo al tiempo que ha pasado, ¿tú sabes cuántos<br />

pollos, gallinas y más huevos hubiera producido? Veremos qué dice la justicia.<br />

Así llegaron ante el estrado del juez. Y el pobre paje fue condenado a pagar lo<br />

que exigía su demandante. La desesperación se apoderó de su alma, pero tan<br />

inútiles fueron sus razones ante la fría majestad de la justicia como sus ruegos<br />

ante el implacable compañero.<br />

Caminaba pesaroso cuando se encontró en su camino con el hijo de su señor, el<br />

príncipe Salomón, que aunque muy joven, tenía ya fama de sabio y justo.


Le contó el paje el motivo de su congoja. Salomón meditó un instante, y luego le<br />

aconsejó que abriera surcos en las tierras lindantes con el camino real y se<br />

pusiera a sembrar en ellos habas cocidas.<br />

-Si alguien se asombra de que esperes sacar cosecha de las habas cocidas que<br />

siembras –continuó diciendo Salomón-, responderás que nada tiene de extraño,<br />

puesto que un juez afirma que un huevo cocido puede germinar pollos.<br />

Obedeció el paje y siguió al pie de la letra el consejo de Salomón. Cuanto<br />

caminante pasó a su lado, comentó riendo la torpeza de aquel joven que<br />

sembraba habas cocidas.<br />

Pero cuando llegó la noticia a oídos del rey David –tal como lo había esperado el<br />

príncipe Salomón- le hizo comparecer ante él.<br />

El paje explicó cuanto le había pasado. Y así enterado del caso el rey David<br />

llamó al juez y ordenó revisar el proceso. Puestas las cosas en su lugar, el paje<br />

tuvo que pagar solamente el huevo que le había sido prestado.<br />

Claro está que muy pronto se supo que la ingeniosa idea había sido del príncipe<br />

Salomón, y todos celebraron la sabiduría y prudencia del futuro rey.

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