Misericordia
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-Mi enseñarla ti; dicir tú: Semá Israel Adonai Elohino Adonai Ishat...<br />
-Calla, calla: en la vida digo yo eso sin equivocarme. Como no sea castellano neto yo<br />
no atino... Y también te aseguro que tengo mieditis de esas suertes de brujería... quita,<br />
quita... Pero ¡ah! ¡si fuera verdad, qué gusto, cogerle [116] a ese zorrocloco de D.<br />
Carlos todo su dinero... amos, la mitad que fuera, para repartirlo entre tantos pobrecitos<br />
que perecen de hambre!... Si se pudiera hacer la prueba, comprando los cacharros y el<br />
palitroque sin hablar, y luego... Pero no, no... cualquier día iba a venir acá ese Rey<br />
Mago... También te digo que suceden a veces cosas muy fenómenas, y que andan por el<br />
aire los que llaman espíritus o, verbigracia, las ánimas, mirando lo que hacemos y<br />
oyéndonos lo que hablamos. Y otra: lo que una sueña, ¿qué es? Pues cosas verdaderas<br />
de otro mundo, que se vienen a este... Todo puede ser, todo puede ser... Pero yo, qué<br />
quieres que te diga, dudo mucho que le den a una tanto dinero, sin más ni más. Que para<br />
socorrer a los pobres, un suponer, se quite a los ricos medio millón, o la mitad de medio<br />
millón, pase; pero tantas, tantismas talegas para nosotros... no, esa no cuela.<br />
-Tuda, tuda la que haber en el Banco, millonas mochas, lotería, tuda pa ti, hiciendo<br />
lo que decir ti.<br />
-Pues si eso es tan fácil, ¿por qué no lo hacen otros? ¿O es que tú solo tienes el<br />
secreto? ¡El secreto tú solo! Amos, cuéntaselo al Nuncio, que aquí no nos tragamos esas<br />
papas... Yo no te digo que no sea posible... y si supiera yo hacer la prueba, la haría, con<br />
mil pares... Vuélveme [117] a decir la receta de lo que ha de comprar una sin hablar...».<br />
Repitió Almudena las fórmulas y reglas del conjuro, añadiendo descripción tan viva<br />
y pintoresca del Rey Samdai, de su rostro hermosísimo, apostura noble, traje<br />
espléndido, de su séquito, que formaban arregimientos de príncipes y magnates,<br />
montados en camellos blancos como la leche, que la pobre Benina se embelesaba<br />
oyéndole, y si a pie juntillas no le creía, se dejaba ganar y seducir de la ingenua poesía<br />
del relato, pensando que si aquello no era verdad, debía serlo. ¡Qué consuelo para los<br />
miserables poder creer tan lindos cuentos! Y si es verdad que hubo Reyes Magos que<br />
traían regalos a los niños, ¿por qué no ha de haber otros Reyes de ilusión, que vengan al<br />
socorro de los ancianos, de las personas honradas que no tienen más que una muda de<br />
camisa, y de las almas decentes que no se atreven a salir a la calle porque deben tanto<br />
más cuanto a tenderos y prestamistas? Lo que contaba Almudena era de lo que no se<br />
sabe. ¿Y no puede suceder que alguno sepa lo que no sabemos los demás?... ¿Pues<br />
cuántas cosas se tuvieron por mentira y luego salieron verdades? Antes de que<br />
inventaran el telégrafo, ¿quién hubiera creído que se hablaría con las Américas del<br />
Nuevo Mundo, como hablamos de balcón a balcón con el vecino [118] de enfrente? Y<br />
antes de que inventaran la fotografía, ¿quién hubiera pensado que se puede una retratar<br />
sólo con ponerse? Pues lo mismo que esto es aquello. Hay misterios, secretos que no se<br />
entienden, hasta que viene uno y dice tal por cual, y lo descubre... ¡Pues qué más,<br />
Señor!... Allá estaban las Américas desde que Dios hizo el mundo, y nadie lo sabía...<br />
hasta que sale ese Colón, y con no más que poner un huevo en pie, lo descubre todo y<br />
dice a los países: «Ahí tenéis la América y los americanos, y la caña de azúcar, y el<br />
tabaco bendito... ahí tenéis Estados Unidos, y hombres negros, y onzas de diez y siete<br />
duros». ¡A ver!