8 EL CASO En las siguientes líneas usted, querido lector, podrá conocer el testimonio de una pareja. Ellos decidieron compartir su historia. Quién sabe, tal vez usted se sienta identificado.
Sobre la pareja: Juan Carlos y Patricia tienen 15 de años de casados, 2 hijos, un hombre y una mujer, de 14 y 10 años respectivamente. El es médico de profesión y ella contadora. Fueron amigos de barrio durante muchos años y enamorados durante 8 años. Juan Carlos: Siempre creí que era bueno escuchando a los demás, no solo eso, mis padres y hermanos siempre me consultaban antes de tomar una decisión importante; ellos me decían que era un buen escucha. Eso me hacía sentir importante, comprensivo y seguro. Cuando conocí a Patricia me quedé impresionado por la forma tan abierta que hablaba de sus sentimiento. Lo primero que recuerdo que me contó fue una pelea que tuvo con su hermana por una tontería de esas de adolescente y claro como yo era el “padre postizo” de mis hermanos le aconsejé lo que tenía que hacer. Así poco a poco ella me contaba sus problemas y yo siempre le aconsejaba. Eso me hizo sentir que era un buen escucha para ella, particularmente. A diferencia de Patricia, yo soy una persona muy hermética, por una serie de problemas que tuve generados por mi familia de origen, el medio ambiente hostil en el que crecí y la falta de oportunidad para hablar sinceramente sobre mis sentimientos, pues desde los 7 años viví alejado de mis padres, hasta los 22 años que volví a vivir con ellos. Nunca me ha gustado hablar de mis sentimientos porque las pocas veces que lo he hecho he sido blanco de las burlas de mis hermanos o de mis amigos, así que comunicar mis sentimientos a los demás siempre ha sido difícil para mí. Eso me hacía sentir reservado, disminuido, tímido, avergonzado. Patricia: Recuerdo que de niña, cuando regresaba <strong>del</strong> colegio, mamá siempre nos recibía con una gran sonrisa a mí y mis 2 hermanas, a la hora <strong>del</strong> almuerzo. Nos sentábamos las 4 a la mesa y mientras nos servía nos iba preguntando cómo nos fue en el día; este hecho daba inicio a largas conversaciones, que se prolongaban casi una hora mientras comíamos. Nunca olvidaré el rostro de mamá, ante cada frase que decíamos, nos escuchaba con tanta atención que parecía que estuviera escuchando el capítulo final de su novela favorita. Eran unos grandes almuerzos, salíamos reconfortadas, felices y sobre todo nos sentíamos importantes. Pienso que mamá era una gran escucha para nosotras. Con papá sucedía todo lo contrario. Siempre fue un pésimo escucha. No hablábamos mucho, solo lo necesario, ni lo hacía participar de mis problemas, eso me hacía sentir indiferente y apenada por tener tan poca comunicación con él. A pesar que vivíamos en la misma casa y nos veíamos diariamente, él vivía su mundo muy lejos <strong>del</strong> mío, siempre pensé que era un soñador. Recuerdo que se construyó en el tercer piso un escritorio donde solo él podía entrar. Solía venir <strong>del</strong> trabajo, saludaba, cenaba, muchas veces solo, y se encerraba en su escritorio a ponerse a leer; esa era su pasión favorita. Nunca entendí porque le gustaba estar solo, de niña no sentí la falta de su atención, ya que pensaba que era suficiente con la de mamá. Ahora pienso que en esa época no extrañaba el cariño ni las atenciones de papá porque no estaba acostumbrada a ellas; sin embargo esa carencia me ha marcado para siempre, porque de adulta sentí que no solo se creó un vacío en mí, sino también en él; porque vivió amargado y solo y esa amargura me la transmitió conforme pasaban los años. Mucho tiempo pensé que yo había heredado la cualidad de buena escucha que veía en mamá; desde pequeña no había tenido dificultad para expresar mis sentimientos y el saber que era fácil hablar sin parar me hizo creer que podía escuchar con la misma facilidad; sin embargo siempre esperaba de los demás, entendimiento, aceptación y apoyo. Pronto me di cuenta, que no podía escuchar a todos y aconsejar al mismo tiempo o resolver a la vez todos los problemas que se me presentaban… Cuando conocí a Juan Carlos, me acerqué muy sociablemente como era mi costumbre y entable rápida amistad, no era nada difícil para mí. Pero conforme nos íbamos tratando me iba dando cuenta que él era una persona muy hermética cuando se trataba de comentarme sobre su familia o su entorno, todo ello me hacía pensar que era una persona muy independiente y reservada, eso me hacía sentir protegida, porque veía en él un hombre fuerte que siempre me podía apoyar. En todos nuestros encuentros yo nunca paraba de hablar, le contaba todo lo que me pasaba ya sea en la universidad o en mi casa; había reemplazado a mi mamá por él. Mientras eso pasaba durante todo nuestro tiempo de enamorados no me percataba que realmente hablaba tanto, que Juan Carlos se limitaba a escucharme porque no le quedaba otra; no recuerdo si recibía o no consejos creo que lo único que deseaba era sentirme escuchada, eso me hacía sentir protegida, acompañada, importante y valorada. Durante nuestro matrimonio, conforme pasaban los años, mi calidad de mala escucha se fue acentuando, llegaba tarde <strong>del</strong> trabajo y cansada, así que cuando nuestros hijos se acercaban presurosos a mi encuentro y querían compartirme sus experiencias <strong>del</strong> día, yo solo atinaba a sonreírles y pedirles que me cuenten luego, que tenía que cambiarme, comer y descansar que venía cansada y llena de problemas, o muchas veces llevaba trabajo a la casa y me enfrascaba en interminables horas tratando de resolver tareas que no las hice en las horas de trabajo. Para Juan Carlos no quedaba mucho tiempo, compartíamos algunos minutos las horas <strong>del</strong> noticiero, intercambiábamos algunas frases de rutina sobre situaciones domesticas y algunas novedades de la casa. Ya nos habíamos acostumbrado a seguir viendo la tv, mientras intentábamos dirigirnos algunas palabras. Al principio me sentía muy triste, desolada, desvalorada cuando intentaba contarle como me fue en el día y notaba su poco interés, ya que Juan Carlos era experto haciendo 3 cosas a la vez, ver tv, leer el periódico y escucharme. Cuando al fin lograba un poco de atención, sentía impaciencia y temor ante su mirada, ya que notaba su fastidio por mi forma tan detallada de contar los hechos. No me sentía escuchada, ni apreciada. Cuando al contarle algo no me miraba a los ojos. O cuando siempre estaba esperándome con alguna respuesta rápida como si nos mantuviéramos a la defensiva. Juan Carlos: Con los años empecé a perder mi capacidad de buen escucha con Patricia. Mi carácter explosivo, mi mala costumbre de burlarme de todos y mi hermetismo hicieron de mi una persona que si bien podía escuchar no podía entender los sentimientos de Patricia; eso fue creando un gran muro entre los dos que a lo largo de muchos años y nos fue alejando poco a poco a tal punto que solo teníamos comunicación administrativa pobre y deficiente. Pero estos problemas se incrementaron por mi indiferencia, insensibilidad y poca capacidad de escucha. Cuando ella trataba de comunicarse conmigo no le prestaba atención, casi siempre sus problemas eran para mi “tonterías” por las que ella se atormentaba pues la consideraba una persona muy sensible. Cuando me decía quiero hablar contigo siempre era para reclamarme cosas, entonces yo tomaba la actitud <strong>del</strong> sabelotodo que ante cualquier cosa que ella decía yo tenía una respuesta a flor de labios pues estaba a la defensiva. En muchas ocasiones cuando ella trataba de entablar un dialogo conmigo yo me encontraba viendo televisión, viendo las noticias o leyendo algo y le decía….”te escucho yo puedo hacer dos cosas a la vez, puedo ver TV y escucharte…”. Esta actitud equivocada de mi parte, restándole importancia al dialogo entre pareja, me hizo presumir que el amor entre los dos había terminado, que solo estábamos juntos por nuestros hijos, que Patricia no me amaba y que ella pensaba que yo no la amaba, estas ideas equivocadas nos llevaron a cometer errores que pusieron en riesgo la continuidad de nuestro matrimonio y nos llevó a tomar la decisión de pedir ayuda. Patricia: Siempre me ha gustado que las personas tengan interés en lo que quiero expresar. Por ello, yo también trataba de ser una buena escucha. Normalmente, no tengo dificultad de expresar mis sentimientos, pero también necesito ser escuchada con atención e importancia. Mis abuelos paternos y una tía –con los que pasaba la mayor parte de mi tiempo- me sobreprotegieron bastante de niña, ahora creo que en exceso, lo que EL CASO 9