Sobre el Realismo y el Naturalismo del Siglo XIX
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semana antes d<strong>el</strong> final de mes, pensó en vender algo; y al punto se le ocurrió la ‐Caballero, lo vendí por veinticuatro mil. Estoy dispuesto a recobrarlo por<br />
idea de deshacerse de la “pacotilla” de su mujer, pues había guardado en <strong>el</strong> fondo dieciocho mil, una vez que usted me haya indicado, para obedecer a las<br />
de su corazón una especie de rencor contra aqu<strong>el</strong>los “engañabobos” que antaño le prescripciones legales, cómo ha llegado a su poder.”<br />
irritaban. Su propia vista, cada día, le estropeaba un poco <strong>el</strong> recuero de su bien Esta vez <strong>el</strong> señor Lantin se sentó, paralizado de asombro. Respondió: “Pero...,<br />
amada.<br />
pero, examín<strong>el</strong>o atentamente, caballero, yo había creído hasta ahora que<br />
Buscó un buen rato en <strong>el</strong> montón de quincalla que <strong>el</strong>la había dejado, pues hasta era...falso.”<br />
los últimos días de su vida había seguido comprándola obstinadamente, trayendo El joyero prosiguió: “¿Quiere decirme su nombre, caballero?<br />
casi cada noche un nuevo objeto, y se decidió por <strong>el</strong> gran collar que <strong>el</strong>la parecía ‐Claro que sí. Me llamo Lantin, trabajo en <strong>el</strong> ministerio d<strong>el</strong> interior y vivo en <strong>el</strong><br />
preferir, y que podría valer, pensaba, seis u ocho francos, porque verdaderamente dieciséis de la calle de los Mártires.”<br />
era de un trabajo muy cuidado para ser falso.<br />
El comerciante abrió sus libros, buscó y exclamó: “En efecto, este collar fue<br />
Se lo metió en <strong>el</strong> bolsillo y marchó hacia <strong>el</strong> ministerio por los bulevares, buscando enviado a la dirección de la señora Lantin, en <strong>el</strong> dieciséis de la calle de los Mártires,<br />
una joyería que le inspirase confianza.<br />
<strong>el</strong> veinte de julio de mil ochocientos setenta y seis.”<br />
Por fin vio una y entró, un poco avergonzado de exhibir así su miseria y de tratar Y los dos hombres se miraron a los ojos, <strong>el</strong> empleado loco de sorpresa, <strong>el</strong> orfebre,<br />
de vender una cosa de tan escaso valor.<br />
oliéndose un robo.<br />
“Caballero –le dijo al joyero‐, quisiera saber en cuánto valora usted esta pieza.” Este prosiguió: “¿Quiere usted dejarme este objeto durante veinticuatro horas<br />
El hombre recibió <strong>el</strong> objeto, lo examinó, le dio vu<strong>el</strong>tas, lo sopesó, cogió una lupa, solamente? Le daré un recibo.”<br />
llamó a su dependiente, le hizo en voz baja unas observaciones, volvió a depositar El señor Lantin balbució: “Claro que sí”. Y salió doblando <strong>el</strong> pap<strong>el</strong>, que se metió en<br />
<strong>el</strong> collar sobre <strong>el</strong> mostrador y lo miró de lejos para juzgar mejor <strong>el</strong> efecto.<br />
<strong>el</strong> bolsillo.<br />
El señor Lantin, molesto por tantas ceremonias, abría ya la boca para declarar: Después cruzó la calle, subió por <strong>el</strong>la, advirtió que se equivocaba de camino, volvió<br />
“¡Oh! Sé muy bien que no tiene <strong>el</strong> menor valor”, cuando <strong>el</strong> joyero dijo:<br />
a bajar hasta las Tullerías, pasó <strong>el</strong> Sena, reconoció de nuevo su error, regresó a los<br />
“Caballero, vale de doce a quince mil francos; pero sólo podría comprarlo si usted Campos Eliseos sin una idea clara en la cabeza. Se esforzaba por razonar, por<br />
me da a conocer exactamente su procedencia.”<br />
comprender. Su mujer no había podido comprar un objeto de semejante valor. –<br />
El viudo abrió unos ojos enormes y se quedó boquiabierto, sin entender. Por fin No, desde luego. – Pero, entonces, ¿era un regalo? ¡Un regalo! Un regalo, ¿de<br />
balbució: “¿Dice usted...? ¿Está seguro?” El otro se engañó en lo tocante a su quién? ¿Por qué?<br />
asombro, y, con tono seco: “Puede usted mirar si en otra parte le dan más. Para mí Se había parado, y permanecía de pie en medio de la avenida. Lo rozó una horrible<br />
esto vale, como mucho, quince mil. Vu<strong>el</strong>va usted a verme si no encuentra quien le duda. ‐¿Ella?‐ Pero entonces, ¡todas las otras joyas eran también regalos! Le<br />
dé más,”<br />
pareció que la tierra se movía; que un árbol, d<strong>el</strong>ante de él, se desplomaba;<br />
El señor Lantin, completamente atontado, recogió su collar y se marchó,<br />
extendió los brazos y cayó al su<strong>el</strong>o, privado d<strong>el</strong> conocimiento.<br />
obedeciendo a una confusa necesidad de encontrarse solo y reflexionar.<br />
Recobró <strong>el</strong> sentido en una farmacia adonde los transeúntes lo habían llevado. Se<br />
Pero en cuanto estuvo en la calle le invadió la necesidad de reír, y pensó: “¡Qué hizo acompañar a su casa, y se encerró.<br />
imbécil! ¡Oh qué imbécil! ¡Si le hubiera cogido la palabra! ¡Ahí tienes un joyero que Lloró enloquecido hasta la noche, mordiendo un pañu<strong>el</strong>o para no gritar. Después<br />
no sabe distinguir lo verdadero de lo falso!”<br />
se metió en cama abrumado de fatiga, y durmió con un pesado sueño.<br />
Y penetró en otra joyería a la entrada de la rue de la Paix. En cuanto vio la joya, <strong>el</strong> Un rayo de sol lo despertó, y se levantó lentamente, para ir a su ministerio. Era<br />
orfebre exclamó:<br />
duro trabajar después de semejante conmoción. Reflexionó entonces que podía<br />
“¡Ah, pardiez! Conozco bien este collar, lo compraron aquí.”<br />
disculparse con su jefe, y le escribió. Luego pensó que tenía que volver por la<br />
El señor Lantin, muy turbado, preguntó:<br />
joyería, y enrojeció de vergüenza. Se quedó un buen rato reflexionando. Sin<br />
“¿Cuánto vale?<br />
embargo, no podía dejar <strong>el</strong> collar en la tienda de aqu<strong>el</strong> hombre. Se vistió y salió.<br />
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