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Capítulo dos<br />
Conocí a una dama en el prado<br />
Increíblemente bella, un hada de cuento<br />
Tenía una larga melena, y unos pies ligeros<br />
Y unos ojos turbadores.<br />
La mujer hermosa sin gracia: una balada,<br />
JOHN KEATS<br />
Emily se quedó mirando a lord Blackmore con estupefacción.<br />
—¿Cómo dice?<br />
—Juega con ventaja respecto a mí: usted lleva un antifaz, y<br />
yo no. —Su voz sonaba profunda y gutural en los limitados<br />
confines del carruaje—. Me gustaría verle la cara. ¿Le importa?<br />
Ella dudó sólo brevemente antes de alzar las manos hasta<br />
las cintas que mantenían la máscara sujeta a su cara.<br />
—No, por supuesto que no. —Después de todo, lo que él le<br />
pedía para enmendar de alguna manera su error era una nimiedad,<br />
y de hecho se había comportado como un perfecto caballero<br />
desde el momento en que habían aclarado lo acontecido.<br />
Además, la lógica aplastante le decía que él tenía razones<br />
más que suficientes para haber malinterpretado las circunstancias.<br />
Probablemente ese desventurado había sufrido más de una<br />
vez el acoso de alguna muchachita mema que mostraba una<br />
clara intención de cazar a un conde acaudalado. ¿Cómo iba a<br />
acusar a un hombre tan rico y poderoso como él por mostrarse<br />
precavido? Lo mínimo que podía hacer era mostrarle la cara.<br />
Si pudiera desatarse las cintas... ¡Virgen santa! Estaban<br />
bien anudadas. Ni tan sólo podía deslizar ese bendito antifaz<br />
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