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LA ORESTÍADA AGAMENÓN

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28<br />

CLITEMNESTRA<br />

Me tienes por mujer irresoluta, y yo os digo, con inquebrantable corazón, para que lo sepáis: que<br />

me loéis o me vituperéis, poco importa. Este es Agamenón, mi marido. Muerto está, y es mi mano la<br />

que justamente le hirió. Es obra buena. Dicho está.<br />

EL CORO DE LOS ANCIANOS<br />

Estrofa I<br />

¡Oh, mujer! ¿qué fruta maldita de la tierra comiste? ¿Qué veneno salido del mar bebiste para<br />

concitar de tal suerte sobre ti, con tan horrendo crimen, las execraciones del pueblo? Has herido, has<br />

degollado. ¡Horrible a los ciudadanos, serás arrojada de aquí!<br />

CLITEMNESTRA<br />

Deseas ahora que se me arroje de la Ciudad, desterrada, cargada del odio de los ciudadanos y de las<br />

execraciones del pueblo, y nada echas en cara a este hombre, que ha sacrificado a su hija, sin cuidarse<br />

más de ella que de una oveja de las que abundan en los pastizales, ¡de ella, de la carísima criatura que<br />

traje al mundo, y para aplacar los vientos tracios! ¿No era él quien merecía ser arrojado de aquí, en<br />

expiación de tanta impiedad? Mas, sabedor de lo que hice, juez inexorable te me muestras. En verdad te<br />

digo que puedes amenazar, pronta estoy. El que logre la victoria, mandará. Si un Dios ha resuelto tu<br />

derrota, por lo menos habrás aprendido prudencia.<br />

EL CORO DE LOS ANCIANOS<br />

Antistrofa I<br />

¡Hablas llena de temeridad y de orgullo, y tu mente furiosa está ebria de sangre del crimen! Esa<br />

mancha de sangre que hay en tu rostro está sin venganza; has de expiar, abandonada de los tuyos,<br />

muerte con muerte.<br />

CLITEMNESTRA<br />

Atiende este juramento sagrado: Por la justa venganza de mi hija, por Até, por Erinnis, a quien he<br />

ofrecido la sangre de este hombre, no temo entrar nunca en la morada del terror, mientras Egisto, que<br />

me tiene amor, encienda el fuego de mi hogar, como ya antes de hoy lo ha hecho. Él es el amplio<br />

broquel que protege mi audacia. ¡Ved, yacente, al que me ultrajaba, delicia de las Criseidas que vivieron<br />

delante de Ilión! Y ved a la Cautiva, fatídica adivinadora, que compartía su lecho, y vino con él en las<br />

naves. No han sido injustamente heridos, y él, ya sabes cómo. Ella, como el cisne, ha cantado su canto<br />

de muerte. ¡Yace también la muy amada! ¡Y ello aumenta los placeres de mi lecho!<br />

EL CORO DE LOS ANCIANOS<br />

Estrofa II<br />

¡Ay! ¡Denos pronto el destino, sin excesivos dolores, sin que languidezcamos en un lecho, sueño<br />

eterno y sin fin, ya que muerto está el que nos protegía y amaba, el que, luego de haber sufrido tanto por<br />

una mujer, ha venido a perder la vida por el crimen de una mujer!

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