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Documento histórico - INEHRM

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<strong>Documento</strong> <strong>histórico</strong><br />

Herrejón Peredo, Carlos, ed., Testigos de la primera insurgencia: Abasolo, Sotelo, García, México, <strong>INEHRM</strong>, 2009, pp.<br />

267-279<br />

Apología de Hidalgo según la Memoria de don<br />

Pedro García sobre los primeros pasos de la<br />

Independencia (1928)<br />

El gobierno del Virrey, en tanto, no estaba ocioso; aprestando para combatir la<br />

revolución, sus soldados y sus recursos. Uno de los medios de que se valió para su objeto<br />

fue emplear las armas de la Iglesia, que debían producir grande impresión en el ánimo<br />

de la gente sencilla, fuertemente impresionada por el principio religioso.<br />

El Obispo Electo de Michoacán, Abad y Queipo, publicó un edicto en 24 de septiembre,<br />

declarando a Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo por excomulgados, dando a sus ovejas<br />

por garantías de sus palabras, su celo y su carácter, por lo cual le debían creer.<br />

En este concepto, -dice el edicto– mandado de la autoridad que ejerzo como obispo electo<br />

y gobernador de esta mitra, declaro: Que el referido don Miguel Hidalgo, Cura de<br />

Dolores, y sus secuaces los tres citados capitanes, son perturbadores del orden público,<br />

seductores del pueblo, sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor<br />

del canon ‘Si quis suadente diabolo’, por haber atentado a la persona y libertad del<br />

Sacristán de Dolores, del Cura de Chamacuero y de varios religiosos del Convento del<br />

Carmen de Celaya, aprisionándolos y poniéndolos arrestados. Los declaro excomulgados<br />

vitandos, prohibiendo como prohíbo, el que ninguno les dé socorro a nadie y favor, bajo<br />

pena de excomunión mayor ‘ipso facto incurrendo’, sirviendo de monición este edicto,<br />

en que desde ahora para entonces, declaro incursos a los contraventores. Asimismo<br />

exhorto y requiero a la porción del pueblo que trae seducido con títulos de soldados<br />

y compañeros de armas, que se restituyan a sus hogares y lo desamparen dentro del<br />

tercero día siguiente inmediato en que tuvieran noticia de este edicto, bajo la misma pena<br />

de excomunión mayor en que desde ahora para entonces los declaro incursos, y a todos<br />

los que voluntariamente se alistaren en sus banderas, o de cualquier modo le dieran<br />

favor y auxilio. –Item: declaro que el dicho Hidalgo y sus secuaces son unos seductores<br />

del pueblo y calumniadores de los europeos.<br />

Se disputó sobre la validez de este edicto, pues Abad y Queipo no estaba consagrado, y<br />

para zanjar la cuestión, el Arzobispo Lizana publicó uno suyo, el once de octubre, en<br />

que decía:


Habiendo llegado a nuestra noticia que varias personas de esta ciudad de México y otras poblaciones<br />

del arzobispado disputan, y por ignorancia o por malicia han llegado a afirmar no ser válido<br />

ni dimanar de autoridad legítima la declaración de haber incurrido en excomunión las personas<br />

respectivamente nombradas e indicadas en el edicto que con fecha 24 de septiembre expidió y mandó<br />

publicar el ilustrísimo señor don Manuel Abad y Queipo, Canónigo Penitenciario de la santa Iglesia<br />

de Valladolid, Obispo Electo y Gobernador de aquel obispado; siendo como son estas conversaciones y<br />

disputas sumamente perjudiciales a la quietud de las conciencias y del público por cualquiera parte<br />

que se miren, hemos tenido por necesario expedir el presente edicto, por el cual hacemos saber que<br />

dicha declaración está hecha por superior legítimo, con entero arreglo a derecho, y que todos los<br />

fieles cristianos están obligados en conciencia, pena de pecado mortal y de quedar excomulgados,<br />

a la observancia de lo que la misma declaración previene, la cual hacemos también nos por lo<br />

respectivo al territorio de nuestra jurisdicción. Asimismo, y para cortar de raíz semejantes<br />

conversaciones que no pueden dejar de ser semilla fecunda de discordias, mandamos por el presente<br />

edicto, pena de excomunión mayor ‘ipso facto incurrendo’, que no se dispute sobre la mencionada<br />

declaración de excomunión hecha y publicada por el ilustrísimo señor Obispo Electo y Gobernador<br />

del obispado de Valladolid, previniendo que sirva este edicto de monición, y que a más de proceder<br />

contra los contraventores, daremos cuenta donde corresponda.<br />

Otros varios documentos se publicaron de esta clase, y como era de esperarse, la Inquisición<br />

también publicó un edicto, el once de octubre, resumiendo los cargos contra los insurgentes, y sobre<br />

todo contra su jefe.<br />

Nos, los inquisidores apostólicos, & A vos, el doctor don Miguel Hidalgo y Costilla, cura de<br />

la congregación de los Dolores, en el obispado de Michoacán, titulado Capitán General de los<br />

insurgentes:<br />

Sabed, que ante nos pareció el señor inquisidor fiscal de este Santo Oficio, e hizo<br />

presentación en forma, de un proceso que tuvo principio en el año de 1800, y fue continuado a su<br />

instancia hasta el de 1809, del que resulta probado contra vos, el delito de herejía y apostasía<br />

de nuestra santa fe católica, y que sois un hombre sedicioso, cismático y hereje formal, por las<br />

doce proposiciones que habéis proferido y procurado enseñar a otros, y han sido regla constante de<br />

vuestra conversación y conducta, y son en compendio las siguientes:<br />

Negáis que Dios castiga en este mundo con penas temporales; la autenticidad<br />

de los lugares sagrados de que consta esta verdad; habéis hablado con desprecio de los papas y<br />

del gobierno de la Iglesia, como manejado por hombres ignorantes, de los cuales uno que acaso<br />

estaría en los infiernos, estaba canonizado. Aseguráis que ningún judío que piense con juicio se<br />

puede convertir, pues no consta la venida del Mesías, y negáis la perpetua divinidad de María;<br />

adoptáis la doctrina de Lutero, en orden a la Divina Eucaristía y confesión auricular, negando la<br />

autenticidad de la Epístola de San Pablo a los de Corinto y asegurando que la doctrina del Evangelio<br />

de este sacramento está mal entendida, en cuanto a que creemos la existencia de Jesucristo en él…<br />

(siguen cargos que ofenden al pudor, tan sucios que dan asco), asegurando que no hay infierno ni<br />

Jesucristo, y finalmente, que sois tan soberbio que decís que no os han graduado de doctor en esta<br />

Universidad por ser su claustro una cuadrilla de ignorantes. Y dijo que habiendo llegado a percibir<br />

que estabais denunciado al Santo Oficio, os ocultasteis con el velo de la vil hipocresía, de tal<br />

modo, que se aseguró en informe que se tuvo por verídico, que estabais tan corregido, que habíais


conseguido suspender nuestro celo, sofocar los clamores de la justicia y que diésemos una tregua<br />

prudente a la observación de vuestra conducta; pero que vuestra impiedad, represada por temor,<br />

había prorrumpido como un torrente de iniquidad en estos calamitosos días, poniéndoos al frente<br />

de una multitud de infelices que habíais seducido, y declarado guerra a Dios, a su santa religión<br />

y a la patria. Con una contradicción tan monstruosa y predicando, según aseguran los papeles<br />

públicos, errores groseros contra la fe, alarmáis a los pueblos para la sedición con el grito de<br />

la santa religión, con el nombre y devoción de María Santísima de Guadalupe y con el de Fernando<br />

7°, nuestro deseado y jurado rey; lo que alego en prueba de vuestra apostasía de la fe católica<br />

y pertinacia en el error; y últimamente nos pidió que os citásemos por edicto y bajo la pena de<br />

excomunión mayor os mandásemos que comparecieseis en nuestra audiencia, en el término de 30<br />

días perentorios, que se os señala por término desde la fijación de nuestro edicto, pues de otro<br />

modo no es posible hacer la citación personal.<br />

Y que se lea este edicto en todo el reino, para que todos los fieles católicos<br />

habitantes, sepan que los promotores de la sedición e independencia tienen por corifeo a un apóstata<br />

de la religión, a quien, igualmente que al trono de Fernando 7°, ha declarado la guerra. Y que en<br />

el caso de no comparecer se os siga la causa en rebeldía, hasta la relajación en estatua.<br />

Y nos, visto su pedimento ser justo y conforme a derecho y la información que<br />

contra vos se ha hecho, así del dicho delito de herejía y apostasía, de que estáis testificado, y de<br />

la vil hipocresía con que eludisteis nuestro celo y os habéis burlado de la misericordia del Santo<br />

Oficio, como de la imposibilidad de citaros personalmente por estar resguardado y defendido del<br />

ejército de insurgentes que habéis levantado contra la religión y la patria, mandamos dar y<br />

dimos ésta nuestra carta de citación y llamamiento, por la cual os citamos y llamamos, para que<br />

desde el día en que fuere introducido en los pueblos que habéis sublevado, hasta los 30 siguientes,<br />

leída y publicada en la santa iglesia catedral de esta ciudad, parroquias y conventos, y en la<br />

de Valladolid y pueblos fieles de aquella diócesis, comarcanos con los de vuestra residencia,<br />

parezcáis personalmente ante nos en la sala de nuestra audiencia, a estar a derecho con dicho<br />

señor inquisidor fiscal, y os oiremos y guardaremos justicia; de otra manera, pasado el sobredicho<br />

término, oiremos al señor fiscal y procederemos en la causa, sin más citaros ni llamaros, y se<br />

entenderán las siguientes providencias con los estrados de ella hasta la sentencia definitiva,<br />

pronunciación y ejecución de ella inclusive, y os parará tanto perjuicio como si en vuestra persona<br />

se notificara. Y mandamos que esta nuestra carta se fije en todas las iglesias de nuestro distrito<br />

y que ninguna persona la quite, rasgue ni cancele, bajo la pena de excomunión mayor y de 900<br />

pesos, aplicados para gastos del Santo Oficio, y de las demás que imponen el derecho canónico y<br />

bulas apostólicas contra los fautores de herejes; y declaramos incursos en el crimen de fautoría<br />

y en las sobredichas penas a todas las personas, sin excepción, que aprueben vuestra sedición y<br />

reciban vuestras proclamas, mantengan vuestro trato y correspondencia epistolar y os presten<br />

cualquiera género de vida [ayuda] y favor, y a los que no denuncien y no obliguen a denunciar a los<br />

que favorezcan vuestras ideas revolucionarias y de cualquiera modo las promuevan y propaguen,<br />

pues todas se dirigen a derrocar el trono y el altar, de lo que no deja duda la errada creencia de<br />

que estáis denunciado y la triste experiencia de vuestros crueles procedimientos, muy iguales, así<br />

como la doctrina, a los del pérfido Lutero en una memoria [en Alemania].<br />

En los otros edictos nada se dice de la impiedad y malas costumbres de Hidalgo, y si se le acusa<br />

de sacrílego y de perjuro, es a consecuencia de haberse sublevado, confundiéndose la religión con la


obediencia al soberano. En la carta del Santo Oficio se especifican los crímenes, y de aquí se tomó<br />

pie por algunos escritores para atribuirle aquellas faltas.<br />

A la simple lectura de ese escrito se descubre que está lleno de contradicciones, de candores;<br />

que está redactando con tanta malicia como bobería; que es otra de las pasiones agitadas y del<br />

espíritu de partido, en momentos en que se dice con desahogo al enemigo cuanto mal se piensa<br />

de él, se le echa en cara cuanto se le sabe y se inventa además para calumniarlo. Por cosas de<br />

menos cuantía que las enumeradas en la carta, los hombres iban a pudrirse a las cárceles de<br />

la Inquisición; la causa se siguió al Cura desde 1800 a 1809, y se suspendió por haber variado<br />

de conducta hasta hacerse un verdadero escrupuloso; en impiedad represada prorrumpió como un<br />

torrente de iniquidad poniéndose al frente de los sublevados. Su delito era sólo desconocer al<br />

gobierno. Negaba el infierno y decía que un pontífice estaba ardiendo en él; no creía en Jesucristo,<br />

y se equiparaba esta impiedad con el dicho de que los doctores eran una cuadrilla de ignorantes.<br />

Herido el señor Hidalgo en la parte más viva, con motivo de la publicación del edicto que antecede,<br />

escribió para defenderse, un manifiesto en que se explicaba de la manera siguiente:<br />

Me veo en la triste necesidad de satisfacer a las gentes sobre un punto en que nunca creí se me<br />

pudiera tildar, ni menos declararme sospechoso para mis compatriotas. Hablo de la cosa más<br />

interesante, más sagrada, y para mí la más amable: de la religión santa, de la fe sobrenatural<br />

que recibí en el bautismo. Os juro, desde luego, amados conciudadanos míos, que jamás me he<br />

apartado ni un ápice de la creencia de la santa Iglesia Católica; jamás he dudado de ninguna de<br />

sus verdades; siempre he estado convencido íntimamente de la infalibilidad de sus dogmas, y estoy<br />

pronto a derramar mi sangre en defensa de todos y cada uno de ellos… Testigos de esta protesta<br />

son los feligreses de Dolores y San Felipe, a quienes continuamente explicaba las terribles penas<br />

que sufren los condenados en el infierno, a quienes procuraba inspirar horror a los vicios y amor<br />

a la virtud, para que no quedaran envueltos en la desgraciada suerte de los que mueren en pecado;<br />

testigos las gentes todas que me han tratado, los pueblos donde he vivido y el ejército que comando.<br />

¡Pero qué testigos sobre un hecho e imputación que ella misma manifiesta su falsedad! Se me acusa<br />

de que niego la existencia del infierno, y muy poco antes se me hace cargo de haber asentado que<br />

algún pontífice de los canonizados por santo está en este lugar. ¡Cómo, pues, concordar que un<br />

pontífice está en el infierno, negando la existencia de éste! Se me imputa también el haber negado<br />

la autenticidad de los Sagrados Libros, y se me acusa de seguir los perversos dogmas de Lutero.<br />

Si Lutero deduce sus errores de los libros que cree inspirados por Dios, ¿cómo el que niega esta<br />

inspiración los tendrá los suyos deducidos de los mismos libros que tiene por fabulosos? Del mismo<br />

modo son todas las acusaciones. ¿Os persuadiréis, americanos, que un tribunal tan respetable,<br />

y cuyo instituto es el más santo, se dejase arrastrar del amor del paisanaje hasta prostituir<br />

su honra y reputación? Estad ciertos, amados conciudadanos míos, que si no hubiera emprendido<br />

libertar nuestro reino de los grandes males que le oprimían, y de los muchos mayores que le<br />

amenazaban, y que por instantes iban a caer en él, jamás hubiera yo sido acusado de hereje. Todos<br />

mis delitos traen su origen del deseo de vuestra felicidad. Si éste no me hubiera hecho tomar<br />

las armas, yo disfrutaría una vida dulce, tranquila y suave; yo pasaría por verdadero católico,<br />

como lo soy y me lisonjeo de serlo, jamás había habido quien se atreviera a denigrarme con la<br />

infame nota de la herejía. ¿Pero de qué medio se habían de valer los españoles europeos, en cuyas<br />

opresoras manos estaba nuestra parte? La empresa era demasiado ardua. La nación que tanto<br />

tiempo estuvo aletargada, despierta repentinamente de su sueño a la dulce voz de la libertad;


corren apresurados los pueblos y toman las armas para sostenerla a toda costa.<br />

Los opresores no tienen armas ni gente para obligarnos con la fuerza a seguir<br />

en la horrorosa esclavitud a que nos tenían condenados. ¿Pues qué recurso les quedaba? Valerse de<br />

toda especie de medios, por injustos, ilícitos y torpes que fuesen; con tal que condujeran a sostener<br />

su despotismo y la opresión de la América; abandonan hasta la última reliquia de honradez<br />

y hombría de bien; se prostituyen, prostituyen las autoridades más recomendables; fulminan<br />

excomuniones, que nadie mejor que ellos saben no tienen fuerza alguna; procuran amedrentar a los<br />

incautos y aterrorizar a los ignorantes, para que espantados con el nombre de anatema, teman<br />

donde no hay motivo de temer. ¿Quién creería, amados conciudadanos, que llegase hasta este punto<br />

el descaro y el atrevimiento de los gachupines? ¿Profanar las cosas más sagradas para asegurar<br />

su intolerable dominación? ¿Valerse de la misma religión santa para abatir y destruirla? ¿Usar<br />

de excomuniones contra toda la mente de la Iglesia, fulminarlas sin que intervenga motivo de<br />

religión? ¡Abrid los ojos, americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos! Ellos no son<br />

católicos, sino por política; su dios es el dinero y las excomuniones sólo tienen por objeto la<br />

opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no está sujeto al déspota<br />

español? ¿De dónde nos ha venido este nuevo dogma, este artículo de fe? Abrid los ojos, vuelvo a<br />

decir; meditad sobre vuestros verdaderos intereses; de este precioso momento depende la felicidad<br />

o infelicidad de vuestros hijos y vuestra numerosa posteridad.<br />

Son ciertamente incalculables, amados conciudadanos, los males a que quedáis<br />

expuestos, si no aprovecháis este momento feliz que la Divina Providencia os ha puesto en las<br />

manos; no escuchéis las seductoras voces de nuestros enemigos, que bajo el velo de la religión y de<br />

la amistad, os quieren hacer víctimas de su insaciable codicia.<br />

¿Os persuadiréis, amados conciudadanos, que los gachupines, hombres<br />

desnaturalizados que han roto los más estrechos vínculos de la sangre -¡se estremece la<br />

naturaleza!–, que abandonando a sus padres, a sus hermanos, a sus mujeres y a sus propios hijos,<br />

sean capaces de tener afecto de humanidad a otra persona? ¿Podéis tener con ellos algún enlace<br />

superior a los que la misma naturaleza puso en las relaciones de su familia? ¿No las atropellan<br />

todos por sólo el interés de hacerse ricos en América? Pues no creáis que unos hombres nutridos<br />

de estos sentimientos puedan mantener amistad sincera con nosotros. Siempre que se les presente<br />

el vil interés, os sacrificarán con la misma frescura que han abandonado a sus propios padres.<br />

¿Creéis que al atravesar inmensos mares, exponerse al hambre, a la desnudez, a los peligros de<br />

la vida, inseparables de la navegación, lo han emprendido por venir a haceros felices? Os engañáis,<br />

americanos. ¿Abrazarían ellos ese cúmulo de trabajos por hacer dichosos a unos hombres que no<br />

conocen? El móvil de todas esas fatigas no es sino su sórdida avaricia. Ellos no han venido sino por<br />

despojarnos de nuestros bienes, por quitarnos nuestras tierras, por tenernos siempre avasallados<br />

bajo sus pies. Rompamos, americanos, estos lazos de ignominia con que nos han tenido ligados<br />

tanto tiempo. Para conseguirlo no necesitamos sino de unirnos; si nosotros no peleamos contra<br />

nosotros mismos, la guerra está concluida y nuestro derecho a salvo. Unámonos, pues, todos los<br />

que hemos nacido en este dichoso suelo; veamos desde hoy enemigos y extranjeros, enemigos de<br />

nuestras prerrogativas, a todos los que no sean americanos. Establezcamos un Congreso que se<br />

componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo<br />

por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas<br />

a las circunstancias de cada pueblo. Ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos<br />

tratarán como a hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la


extracción de su dinero; fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las<br />

riquísimas producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años disfrutarán sus<br />

habitantes de todas las delicias que el soberano autor de la naturaleza ha derramado sobre este<br />

vasto continente.<br />

Preciso ha sido detenerse de propósito para mostrar el pro y el contra, el lenguaje de los enemigos<br />

y el de los promovedores de la revolución, para que los lectores juzguen con imparcialidad; mal<br />

juez sería el que pronunciara un fallo escuchando sólo a una de las partes.<br />

La revuelta, para este tiempo, se dirigía por un plan fijo y miras determinadas. El plan no llegó<br />

a publicarse con la prontitud que debiera, consistiendo su pérdida en que los insurgentes, por su<br />

situación siempre violenta y agitada, no pudieron usar de la imprenta; sus papeles manuscritos ni<br />

eran muchos, ni podían circular con la violencia que convenía. El gobierno, que no perdía oportunidad,<br />

los recogía, imponiendo graves penas civiles o religiosas a quienes no los entregaran.<br />

Don Francisco Javier Venegas &:<br />

Entre los infames medios de que se ha valido el pérfido cura Hidalgo para corromper la imperturbable<br />

fidelidad de los naturales de este reino, que consecuentes a sus principios de religión, lealtad y<br />

vínculos indisolubles de sangre y adhesión a sus hermanos de la Península, no han dado oídos a<br />

la alarmadora voz de insurrección más irracional e inicua que ha hecho resonar aquel monstruo<br />

rebelde en todo este piadoso y pacífico país, es uno, el de haber esparcido un manifiesto impreso en<br />

forma de edicto, y otros cortos papeles manuscritos tan sediciosos como aquél, en que suponiendo<br />

atrevidamente falsedades contra los europeos, quiere hacer servir estas imposturas de pretexto<br />

al atroz desahogo de su violenta pasión, burlándose descaradamente de los anatemas que ha<br />

fulminado el Santo Tribunal de la Inquisición con respecto a sus herejías, imponiendo leyes a su<br />

arbitrio para cometer los robos y asesinatos más crueles e inauditos y queriendo persuadir que<br />

defiende la causa de la religión que ultraja y de la patria que destruye.<br />

Personas verdaderamente celosas del respeto que se debe a estos sagrados objetos, han puesto<br />

en mis manos los indicados despreciables folletos, no menos llenos de calumnias y de sofismas, y<br />

correspondiendo el que se haga la misma demostración con los que han querido esparcir en estos<br />

dominios los satélites del tirano de la Europa y de su hermano el intruso José Bonaparte, he<br />

determinado que en la propia conformidad que aquéllos, se quemen éstos por mano de verdugo en la<br />

plaza mayor de esta capital, como se va a ejecutar en esta mañana, y hago saber a los habitantes<br />

de la misma capital y demás del reino que incurrirán en delito de alta traición, las personas<br />

de cualquier estado y condición que retuvieren en su poder y comunicaren a otros algunos de los<br />

dichos libelos incendiarios, para que en esta inteligencia los entreguen al juez de su vecindad o<br />

territorio luego que llegue a su noticia esta resolución, bajo las penas que me reservo imponer<br />

según la gravedad del delito.<br />

Y a fin de que nadie pueda alegar ignorancia, mando se publique por bando en esta sobredicha<br />

capital y en las demás ciudades y villas y lugares del reino, remitiéndose los ejemplares de estilo<br />

a los tribunales, magistrados, jefes y ministros a quienes toque su inteligencia y observancia.<br />

Dado en el real palacio de México, a 19 de enero de 1811.<br />

Francisco Javier Venegas.


Don Ramón de Huarte, Alcalde Ordinario por su Majestad de esta ciudad y su jurisdicción, y<br />

encargado de la intendencia de esta provincia de Michoacán.<br />

Habiéndose ocupado el 28 del corriente esta ciudad por el ejército de su majestad y del gobierno que<br />

legítimamente le representa, ha quedado libre de la tiranía y opresión, daños y desórdenes de los<br />

insurgentes.<br />

Siendo el objeto principal la pacificación de los pueblos que habían envuelto en desorden, tribulaciones<br />

y desgracias, los rebeldes, para que no cunda el daño, a fin de establecer la tranquilidad y seguridad<br />

pública, que sólo se consigue por el camino de la justicia y de la razón, es necesario recoger<br />

los papeles que por los insurgentes se han esparcido y publicado, tratando de destruir las ideas<br />

arregladas a lo justo con faltas especiosas tan vacías de sentido como ofensivas al rey, a la religión<br />

y a la patria.<br />

Por tanto, conforme a lo mandado por el señor comandante general, por el presente mando que todas<br />

las personas, de cualquier clase o condiciones que sean, entreguen en esta intendencia, dentro del<br />

preciso término de tres días, todos los bandos, proclamas, manifiestos y demás papeles; apercibidos<br />

que de lo contrario serán castigados con pena de muerte.<br />

Y para que llegue a noticia de todos y ninguno alegue ignorancia, mando se fije el presente en los<br />

lugares públicos y acostumbrados.<br />

Dado en la ciudad de Valladolid, a 31 de diciembre de 1810.<br />

Ramón Huarte. Por su mando, José María Aguilar.<br />

Existía, sin embargo, el plan cuyo objeto era promover la independencia, como lo demuestra la<br />

intimación hecha al intendente de Guanajuato, en donde se usó de la palabra independencia; que<br />

Hidalgo, en su manifiesto, inserto arriba, explica bien claro la misma idea, y propuso la remisión de<br />

los representantes de las ciudades, villas y lugares formando unas Cortes que dieran leyes sabias<br />

y apropiadas a las necesidades de los pueblos. Las mismas autoridades españolas estaban en este<br />

concepto.<br />

La Inquisición hace circular su edicto por todo el reino, para que los fieles sepan: Que los promovedores<br />

de la sedición e independencia, tienen por corifeo un apóstata de la religión.<br />

El arzobispo Lizana, en su edicto de 18 de octubre de 1810, se encarga de refutar las razones<br />

alegadas en favor de la revuelta y dice:<br />

Yerra efectivamente Hidalgo; y su proyecto de reconquistar la América para los indios, no solamente<br />

es anticatólico sino quimérico, extravagante, ridículo y sumamente perjudicial al autor que lo<br />

propone, a la nación que intenta establecer y a cuantas habitan sobre la tierra, pues apenas habrá<br />

el día de hoy nación alguna en el mundo que no se halle poseída por conquista, y por consiguiente,<br />

que no deba alarmarse contra el soberano o república que la gobierna…<br />

Si la Nueva España se volviera en el día a los indios, en el estado en que se hallaba<br />

cuando la conquistaron los europeos, las provincias conquistadas por los emperadores mexicanos<br />

reclamarían su derecho, y la de Tlaxcala, su constante valerosa resistencia e independencia…<br />

Y aun prescindiendo (si posible es) de todo esto, y concretando el proyecto único y precisamente<br />

a deshacerse de los europeos, ¿no se encendería una cruel guerra entre los indios y españoles<br />

americanos sobre la posesión de las haciendas, minas y riquezas conquistadas a los naturales de<br />

España y sobre las que poseen los americanos? ¿Y cuál sería la duración y el éxito de esta guerra?<br />

¿Quiénes, finalmente, serían los vencedores y los vencidos? ¿No alegarían los indios que según les


dice ahora el cura Hidalgo, ellos son los dueños y señores de la tierra, de la cual los despojaron<br />

los españoles por conquista, y que por este medio la restituirá a los indios?<br />

Hijos míos, no os dejéis seducir o engañar. El cura Hidalgo está procesado por<br />

hereje; no busca vuestra fortuna, sino la suya, como ya os tenemos dicho en la exhortación del 24<br />

de septiembre; ahora os lisonjea con el atractivo halagüeño de que os dará la tierra; no la dará<br />

y os quitará la fe; os impondrá tributos y servicios personales, porque de otro modo no puede<br />

subsistir en la elevación a que aspira; y derramará vuestra sangre y la de vuestros hijos para<br />

conservarla y engrandecerla, como lo ha practicado Bonaparte.<br />

No creáis lo que os dice; creed a vuestro padre, al prelado que Dios os ha querido<br />

dar, y que al mismo tiempo que os ama entrañablemente por vuestra inocencia y candor y docilidad,<br />

siente la mayor amargura por el abuso que pretende hacer el seductor de vuestro bellísimo<br />

natural, con promesas especiosas que no cumplirá. Ya estáis libres de tributos; gozad en paz de<br />

esta gracia. Huid del que os enseña doctrinas, y reprueba con las Santas Escrituras nuestra santa<br />

madre la Iglesia, y que puestas en práctica, revolvería y acabaría el mundo, siendo vosotros una<br />

de las víctimas.<br />

¡Viva la religión!, que no vive con los que enseñan y obran contra la doctrina de<br />

la santa madre Iglesia. ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, que no vive con el que niega que sea Virgen,<br />

ni con los que revuelven y amotinan los países de esta Señora. ¡Viva Fernando 7°!, que no vive con<br />

la independencia de sus vasallos.<br />

Como éstos, hay otros documentos que pudieran citarse y convence de que la revolución, que había<br />

encontrado bandera y caudillo, tenía un objeto determinado y fijo, aunque expresado con alguna<br />

vaguedad en la manera de plantearlo.

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