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Texto Base - Congreso Eucarístico Nacional

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En el Antiguo Testamento, las reiteradas trasgresiones del pueblo<br />

hicieron surgir algunos ritos que buscaban la reconciliación del pueblo<br />

con Dios, con la finalidad de purificar los pecados. Al mismo tiempo,<br />

las relaciones interpersonales fueron siempre difíciles, surgiendo<br />

entonces la necesidad de ritos y sacrificios para promover la comunión<br />

en el mismo pueblo. En el Nuevo Testamento, Jesús realiza un sólo<br />

sacrificio, de una vez y para siempre, que nos ha alcanzado la<br />

reconciliación, de la humanidad con Dios y de los hombres y mujeres<br />

entre sí. Ya no se necesitan más sacrificios de purificación o de<br />

expiación, sino solamente aceptar el único sacrificio de Jesús en la<br />

cruz, así como vivir entre nosotros la reconciliación y el perdón. De<br />

esta forma, la reconciliación se ha convertido en un signo claro de la<br />

presencia del Resucitado en la fraternidad de los discípulos.<br />

1. Las acciones y signos de reconciliación de Jesús<br />

“Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo,<br />

sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se<br />

levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en la casa,<br />

vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con<br />

Jesús y sus discípulos.” (Mt 9,9-10)<br />

Toda la vida de Jesús es signo de la búsqueda de Dios por los<br />

pecadores para que pudieran regresar a la amistad con Él; con sus<br />

propias palabras: “no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores”.<br />

Jesús manifestó públicamente el poder para perdonar a los pecadores<br />

y, estando en el suplicio de la cruz, prometió a un ladrón el paraíso. No<br />

hay duda, pues, de que la acogida de Jesús a los publicanos y<br />

pecadores es un signo elocuente de la constante preocupación de<br />

Dios por restablecer relaciones de amistad con los hombres.<br />

Pero la reconciliación, en el ministerio de Jesús, no sólo tenía una<br />

dimensión vertical (entre Dios y los hombres), sino que ofrecía una<br />

dimensión horizontal (entre los hermanos y hermanas del Reino).<br />

Como muestra, podríamos sugerir la parábola del hijo pródigo (Lc<br />

15,11-32). La reconciliación del hijo con su Padre, invita a compartir la<br />

alegría de tal reconciliación con el hermano. Quien se siente<br />

reconciliado con Dios, no puede ya vivir distanciado ni mucho menos<br />

enojado con su hermano; al contrario, al igual que Mateo, se debe<br />

compartir con los demás la experiencia de sentirnos reconciliados.<br />

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