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“EL HIPERCONSUMO EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN”

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong><br />

CONFER<strong>EN</strong>CIA I<br />

Martes, 14 Octubre 2008<br />

<strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

GILLES LIPOVETSKY<br />

FILÓSOFO Y SOCIOLÓGO<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Desearía intentar demostrar qué es lo que ha cambiado en el<br />

universo del consumo en la era de la globalización. Como es<br />

bien sabido, ésta se caracteriza por la preeminencia de una<br />

economía neoliberal única que integra a las principales regiones<br />

económicas del mundo. En este ámbito, la globalización<br />

contemporánea está marcada por procesos multidimensionales de<br />

liberalización y desregulación y por interconexiones crecientes. Resulta<br />

incontestable que el consumo participa de ese mismo movimiento: se<br />

encuentra en la misma escala planetaria que se impone el propio<br />

modelo consumista; y el universo consumista está asimismo cada vez más<br />

estructurado por lógicas de desregulación e interacción, por el<br />

desmantelamiento de las antiguas barreras, por el poder<br />

desterritorializante de las conexiones y las redes. La sociedad del<br />

hiperconsumo es aquella que se corresponde con la era de la<br />

globalización, pero también con la de la individualización extrema.<br />

Para poder entender qué es lo que ha cambiado en el universo<br />

contemporáneo del consumo, es necesario intentar situar nuestra época<br />

en la historia del consumo moderno, que ya es secular. Con este<br />

propósito, yo propondría un esquema de evolución del capitalismo de<br />

consumo basado en la distinción de tres grandes fases:<br />

La fase 1 comienza alrededor de 1880 y concluye con la Segunda Guerra<br />

Mundial. Esta fase es, en primer lugar, la que asiste a la proliferación de<br />

las mercancías estandarizadas que se venden a bajo precio y se fabrican<br />

en serie gracias a los nuevos métodos y a los nuevos procedimientos de<br />

fabricación industrial. El ciclo 1 es asimismo el inventor del marketing de<br />

masas y del consumidor moderno, que presencia también la aparición<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

de: 1) el embalaje o el acondicionamiento de los productos; 2) las<br />

primeras grandes campañas de publicidad a escala nacional; y 3) la<br />

marca, en el sentido moderno del término. Si esta fase desató un proceso<br />

de democratización del consumo mercantil, lo hizo de forma muy<br />

limitada, pues la mayoría de los hogares disponían de muy pocos<br />

recursos para poder adquirir los equipos modernos que se multiplicarán<br />

después, en el siglo XX - los automóviles, las neveras, los hornos eléctricos,<br />

los cuartos de baño, etc. -. Por lo tanto, podemos decir que la fase 1 creó<br />

un consumo de masas inconcluso, un consumidor moderno, aunque<br />

predominantemente burgués o incluso elitista.<br />

El nuevo ciclo de las economías de consumo, esto es, la fase 2, se sitúa<br />

alrededor de 1950 y se prolonga hasta finales de los años 70. Esta<br />

segunda fase se identifica con lo que se ha dado en llamar la sociedad<br />

de consumo de masas, sinónimo de democratización, de generalización<br />

de los productos de consumo en todos los grupos sociales. Es entonces<br />

cuando se empieza a comprar aquello que da placer, y no únicamente<br />

lo que se necesita. De pronto, la dimensión de la elección, las<br />

motivaciones individuales, los factores psicológicos, comienzan a ejercer<br />

una influencia cada vez más determinante. A lo largo de esta fase 2 el<br />

consumo entra en la era de la individualización y de la psicologización<br />

masiva. Lo superfluo, la moda, el ocio, las vacaciones, se convierten en<br />

deseos y aspiraciones legítimos de casi todos los grupos sociales. Al mismo<br />

tiempo, la publicidad exalta permanentemente el placer; por todas<br />

partes, la sociedad de consumo exhibe los símbolos del placer, del<br />

erotismo, de las vacaciones, del gasto frívolo. El hedonismo en masa,<br />

junto con la propagación de los nuevos bienes duraderos (televisión,<br />

coche, comodidades, etc…), favorece la privatización de la vida, una<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

dinámica de individualización de los gustos, de los comportamientos y las<br />

buenas costumbres. Con la fase 2, el consumo empieza a remodelarse a<br />

gran escala bajo el signo del individuo, de sus aspiraciones y sus gustos<br />

privados.<br />

Yo adelanto la hipótesis de que ese ciclo 2 también ha concluido. Desde<br />

finales de los años 70 y principios de los ‘80, asistimos a una nueva fase.<br />

Ya no estamos en la vieja y querida sociedad de consumo que acunó<br />

nuestra juventud; ahora nos encontramos en lo que he propuesto<br />

denominar sociedad de hiperconsumo. Y son los rasgos característicos de<br />

esta nueva configuración social histórica los que me gustaría presentarles<br />

a continuación.<br />

H IPERINDIVIDUALISMO E <strong>HIPERCONSUMO</strong><br />

Desde finales de los años 70, la «tecnologización» de los hogares es un<br />

hecho generalizado en casi todos los grupos sociales. A partir de ese<br />

momento comienza a desarrollarse el pluriequipamiento de las familias, y<br />

es cada vez mayor el número de hogares con varios bienes duraderos de<br />

un mismo tipo (dos coches, varios televisores, teléfonos, etc). Es el primer<br />

rasgo de esta nueva sociedad. Esta dimensión es importante, porque<br />

hasta entonces predominaba una lógica de consumo de tipo «semi-<br />

colectivo», es decir, basada en el equipamiento del hogar. Esto va a<br />

cambiar con la sociedad del hiperconsumo, ya que el consumo se<br />

centra cada vez más en el equipamiento de los individuos que<br />

conforman un mismo hogar. Se podría decir, parafraseando a Marx: «De<br />

cada uno según sus objetos, a cada uno según su tiempo de uso».<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Qué duda cabe que la sociedad de consumo, por medio de las<br />

vacaciones, de la televisión, favoreció la individualización de los<br />

comportamientos. Pero ha sido la sociedad de hiperconsumo la que ha<br />

dirigido una auténtica escalada individualista, un hiperindividualismo, el<br />

pluriequipamiento, que permite desincronizar las actividades y facilita el<br />

consumo individual, los usos personalizados del espacio, del tiempo y de<br />

los objetos. En este sentido, hemos pasado a un consumo de tipo<br />

hiperindividualista.<br />

H IPERCONSUMO <strong>DE</strong>SREGU<strong>LA</strong>RIZADO<br />

Hasta entonces, los hábitos, las normas y las prácticas de clase<br />

delimitaban los comportamientos de consumo. Pero esto está a punto de<br />

cambiar, y a gran velocidad: no solo el multi-equipamiento de las familias<br />

y los nuevos objetos (móviles, microordenadores, vídeos, microondas<br />

etc…) sino también la diferenciación abismal de la oferta y las<br />

aspiraciones crecientes de mejorar de fortuna han desatado una fuerte<br />

desestabilización de los modelos culturales de clase. Dicho de otro modo:<br />

una mayor libertad de los actores frente a las normas y hábitos de clase.<br />

Así como el capitalismo desregularizado y globalizado se ha convertido –<br />

en palabras de Edward Luttwak- en un «turbo-capitalismo», vemos<br />

asimismo como surge lo que yo llamo el «turbo-consumidor», es decir, un<br />

consumidor liberado del peso de las convenciones, de la cultura, de las<br />

normas, de las tradiciones propias de cada clase. De ahí el perfil del<br />

nuevo consumidor, que se describe como errático, nómada, volátil,<br />

imprevisible, fragmentado, desregularizado. Dado que cada vez está<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

más liberado de los controles colectivos a la antigua, el hiperconsumidor<br />

es un sujeto zapeador y descoordinado.<br />

E L CONSUMO EMOCIONAL<br />

Durante mucho tiempo, para explicar la dinámica del consumo y las<br />

necesidades, los teóricos favorecieron el modelo Veblen, es decir, el<br />

modelo del gasto honorífico o estatutario. Brevemente, este modelo<br />

afirma que no consumimos las cosas por sí mismas o por su valor de uso,<br />

sino por adquirir un cierto status social, para brillar, ser admirados,<br />

reconocidos dentro de un grupo, o para distinguirnos de las clases<br />

sociales inferiores. Es el esquema desarrollado incansablemente por<br />

Bourdieu: el de la distinción social. En mi opinión, ya desde la fase 2 ese<br />

modelo comenzaba a mostrar ciertos signos de debilidad, aunque aún<br />

fuera válido: es la época en la que Vance Packard escribe un libro con<br />

un título muy elocuente, Les obsédés du standing.<br />

Pero a la fuerza debemos señalar que este modelo resulta cada vez<br />

menos aplicable a medida que los artículos de consumo se banalizan y<br />

se difunden a lo largo y ancho del espectro social: la nevera, la<br />

televisión, la cadena Hifi, el móvil... no se compran para diferenciarse,<br />

sino para satisfacer las necesidades privadas, hedonísticas, lúdicas,<br />

experimentales. Preferimos los artículos que nos permiten vivir a los<br />

artículos-vitrina, que sólo compramos para destacar o diferenciarnos de<br />

los demás.<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

El consumo individual tiene más importancia que el consumo guiado por<br />

la preocupación por el otro. Esto no quiere decir, claro está, que la<br />

preocupación por el otro haya desaparecido; esta preocupación<br />

persiste, pero rodeada de todo un conjunto de motivaciones diversas<br />

que no dependen de ese factor. La época del hiperconsumo coincide<br />

con el triunfo de un consumo más emocional que estatutario, más lúdico<br />

que prestigioso. Eso es el hiperindividualismo en el consumo: tiene menos<br />

de distintivo pero más de búsquedas sensitivas, perturbadoras o<br />

experienciales. A partir de ahora, el consumo funciona como un “viaje”.<br />

Es la puesta en movimiento de nuestro imaginario: lo importante es que<br />

en nuestra vida habitual pase algo nuevo. Viene a ser como cuando<br />

salimos de viaje o nos vamos de vacaciones; lo importante no es tanto el<br />

lugar al que vamos, sino el viaje en sí mismo. En nuestras sociedades, el<br />

consumo funciona como una droga; es una experiencia banal, pero<br />

permite romper un poco con la rutina diaria, intensificando el presente.<br />

En ese sentido, el consumo debe verse menos como un poder de<br />

alienación y más como un poder para animarse; es eso lo que explica su<br />

fuerza emocional en los individuos.<br />

Es necesario interpretar la pasión consumista como una manera más o<br />

menos eficaz de combatir, de conjurar, de exorcizar la fosilización de lo<br />

cotidiano. Mediante la adquisición de artículos nuevos, el consumidor<br />

expresa el rechazo a la cosificación de uno mismo y de lo rutinario, el<br />

deseo de intensificar y reintensificar su vida presente. Tal vez ese sea el<br />

deseo fundamental del hiperconsumidor; es decir, rejuvenecer su<br />

experiencia del tiempo, revivificarla mediante novedades que son como<br />

semblanzas de aventuras. Por lo tanto, hay que pensar en el<br />

hiperconsumo como en una cura en una fuente de juventud emocional<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

que recomienza una y otra vez. El hiperconsumidor ya no es la persona<br />

obsesionada con el standing; es aquel que desea rejuvenecer una y otra<br />

vez, que rechaza los tiempos muertos, que siempre quiere conocer<br />

nuevas emociones a través de las novedades comerciales. ¡Es la persona<br />

que sueña con parecerse a un «fénix emocional» que renace una y otra<br />

vez de sus cenizas!<br />

u N HIPERCONSUMIDOR ANSIOSO<br />

Para definir esta nueva sociedad, algunos sociólogos hablan del<br />

advenimiento de una cultura neodionisíaca que descansa únicamente<br />

sobre la preocupación en el presente y en el deseo de disfrutar aquí y<br />

ahora. De este modo, nuestras sociedades estarían asistiendo de nuevo a<br />

la recomposición de lo que desde los tiempos de Horacio se denomina el<br />

“carpe diem”, es decir, el hecho de vivir al día, disfrutando de todos los<br />

placeres, aprovechando al máximo cada instante. Creo que estas tesis<br />

son falsas. En realidad, lo que caracteriza la mentalidad de esta época<br />

no es tanto el “carpe diem” como la inquietud de enfrentarse a un futuro<br />

incierto, con riesgos profesionales y de salud.<br />

Por lo que respecta a la cuestión que aquí nos ocupa, el fenómeno<br />

principal es en realidad el miedo al paro y a la precariedad; es también<br />

el miedo a la enfermedad, la obsesión por la salud y la longevidad.<br />

Ahora bien, el individualismo ya no puede concebirse al margen de la<br />

obsesión por la salud y la longevidad; los gastos médicos, las revisiones,<br />

las consultas, todo explota, literalmente. De manera generalizada, se<br />

trata de identificar los factores de riesgo y de someterse a<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

reconocimientos. Es la época de la prevención a través de todo un<br />

conjunto de prácticas deportivas, alimenticias, higiénicas (no comer<br />

grasas, no ir con prisas, no fumar). Incluso las conversaciones cotidianas<br />

se ven inundadas por la temática de la salud y la forma física. La palabra<br />

clave ya no es disfrutar, como en los ‘60 o los ‘70; aquí es la salud, la<br />

longevidad, la prevención, el equilibrio.<br />

La consecuencia de ello es que, poco a poco, el referente de la salud<br />

coloniza todas las esferas de la oferta comercial: el ocio, el deporte, la<br />

vivienda, la cosmética, la alimentación; todos estos ámbitos se hallan,<br />

poco o mucho, invadidos y redefinidos por la preocupación sobre la<br />

salud, Cada vez son más los productos que se venden como híbridos de<br />

bienestar y salud (los famosos “alicamentos”). La medicalización del<br />

consumo y de los estilos de vida se ha convertido en una de las grandes<br />

tendencias de la sociedad de hiperconsumo. Lo cual viene a demostrar<br />

una vez más que el modelo de la distinción ha quedado obsoleto.<br />

Evidentemente, no es posible explicar este proceso de medicalización,<br />

esta obsesión por la salud, en términos de lucha simbólica y de búsqueda<br />

de un distintivo social.<br />

La segunda observación es que el auge contemporáneo de los placeres<br />

inmediatos, de la evasión, de los placeres sensualistas, se conjuga con la<br />

afirmación de una cultura sanitaria y preventiva, es decir, con una cultura<br />

ansiosa en los antípodas de lo dionisiaco. Nuestros valores son hedonistas,<br />

es cierto; pero nuestra sociedad no es dionisiaca, ni se ha entregado a las<br />

delicias del “carpe diem”.<br />

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E L CONSUMO-MUNDO<br />

<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Para que naciese el consumidor moderno fue necesario alejar a los<br />

individuos de las normas particularistas y locales, disculpar las ganas de<br />

gastar, desvalorizar la moral del ahorro, depreciar los productos<br />

domésticos en beneficio de los artículos comerciales. Dicho de otro<br />

modo: inculcar nuevos estilos de vida acabando con las costumbres<br />

sociales que se resistían al consumo mercantil. Al deshacerse de esos<br />

comportamientos tradicionales, al acabar con las normas puritanas, se<br />

crea el planeta del consumo de masas. El crédito, los grandes<br />

almacenes, la publicidad, condujeron al desarrollo de una nueva moral,<br />

de una nueva psicología. En las fases 1 y 2 se instruyó masivamente sobre<br />

el consumo moderno.<br />

Este ya no es nuestro contexto. Actualmente ya no existen normas y<br />

mentalidades que se opongan fundamentalmente a la explosión de las<br />

necesidades monetizadas. Todas las inhibiciones, todas las murallas<br />

arcaicas han sido liquidadas; ya no queda nada más que la legitimidad<br />

consumista, las incitaciones a los placeres del instante, los himnos a la<br />

felicidad y a la preservación individual. El primer gran ciclo de<br />

racionalización y modernización ha concluido. Ya no queda ninguna<br />

norma tradicional que abolir, todo el mundo está formado, socializado,<br />

alimentado por el consumo ilimitado. La era del hiperconsumo comienza<br />

cuando caen las antiguas barreras culturales, cuando desaparecen los<br />

frenos culturales al gusto por las novedades y a la comercialización de las<br />

necesidades. Por último, el hiperconsumo se impone cuando el consumo<br />

moderno deja de desplegarse sobre el fondo de la cultura antinómica -<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

en este sentido, me sumo a los análisis de Ulrich Beck sobre la<br />

modernidad avanzada -. Las resistencias culturales al consumo ya no son<br />

el problema, sino la huida hacia adelante, el que la espiral misma del<br />

consumo ya no se encuentre con un modelo radicalmente opuesto.<br />

Dicho de otra forma, la fase 3 es la de la sociedad en la que el referente<br />

hedonista se impone como una evidencia; donde la publicidad, el<br />

tiempo libre, el cambio perpetuo del marco de vida han entrado a<br />

formar parte de las buenas costumbres. A decir verdad, ya no existe un<br />

contrapoder real institucionalizado a la orden del consumo. Es por ello<br />

por lo que yo creo que podemos hablar de hiperconsumo. El<br />

compromiso en las luchas colectivas, la Revolución, las tradiciones<br />

culturales han dejado de poner freno al triunfo del consumismo.<br />

Incluso la religión ha dejado de constituir un contrapoder al reino de lo<br />

que yo denomino el consumo-mundo, es decir, la reestructuración de la<br />

existencia por medio del espíritu consumista. La Iglesia ya no fomenta las<br />

nociones de pecado mortal, y ha dejado de exaltar realmente el<br />

sacrificio y la renuncia a los placeres mundanos: el cristianismo se ha<br />

ajustado a los ideales de la felicidad terrenal. Al mismo tiempo,<br />

apoyándose en el debilitamiento de la capacidad organizadora de las<br />

grandes instituciones religiosas, se tiende a la individualización de la<br />

creencia y la actuación, a la afectivización y a la relativización de las<br />

creencias religiosas. En este sentido, incluso la espiritualidad funciona, por<br />

así decir, como un autoservicio de la expresión de las emociones y los<br />

sentimientos, de las búsquedas impulsadas por la preocupación del<br />

bienestar personal. Se trata cada vez más de la búsqueda de la<br />

realización psicológica del sujeto que se encuentra en el centro tanto de<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

las experiencias de los creyentes propiamente dichos como de las<br />

nuevas religiones sin Dios. Evidentemente, creer no es consumir. El espíritu<br />

de la fe no se confunde con el espíritu pragmático y cambiante del<br />

consumismo. Sin embargo, la reafirmación contemporánea de lo religioso<br />

está marcada por los mismos rasgos que definen al turbo-consumidor<br />

experimental, es decir, por la participación temporal, los<br />

comportamientos a la carta, la primacía del bienestar subjetivo y de la<br />

experiencia emocional. A este respecto, se puede decir que el individuo<br />

religioso contemporáneo se muestra más como la continuación del<br />

hiperconsumidor por medios distintos a su negación. Una vez más, no se<br />

trata evidentemente de asimilar lo religioso al consumo. Simplemente, se<br />

ve que los principios del hiperconsumo han penetrado en el interior<br />

mismo del alma religiosa.<br />

La dinámica del consumo-mundo no se queda ahí. Todas las grandes<br />

instituciones sociales se han visto formateadas de nuevo, revisadas y<br />

corregidas por el turbo-consumismo. Y la lista es muy larga. La pareja, por<br />

ejemplo. Se desinsitucionaliza; se privatiza y se hace más inestable, como<br />

dan fe de ello el menor número de matrimonios, la progresión del divorcio<br />

y la precariedad de los lazos. La familia tampoco escapa del todo a la<br />

cultura del consumo, a las estrategias temporales, individualizadas,<br />

contractualizadas del sujeto consumidor. Pero aún lo vemos más<br />

claramente en el terreno político. La volatilidad electoral aumenta; un<br />

gran número de ciudadanos muestra una adhesión fluctuante a los<br />

partidos políticos; cambian de bando según la naturaleza de las<br />

elecciones y lo que esté en juego en ellas. Tal es su indecisión que<br />

deciden su voto en el último momento. Finalmente, el voto estratega del<br />

ciudadano consumidor tiende a sustituir al voto de clase a la antigua<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

usanza. La relación con los sindicatos sigue la misma lógica: aquí también<br />

lo que les mueve es el lazo temporal y distanciado; los miembros se han<br />

convertido en simples contribuyentes. Una relación de tipo utilitarista ha<br />

sustituido el compromiso identitario que hasta hace aún poco tiempo<br />

prevalecía en el universo sindical.<br />

La cuestión está en saber dónde hay que establecer las fronteras del<br />

consumo-mundo en el momento en que el espíritu consumista invade<br />

casi todos los ámbitos de la vida: la familia, la religión, la política, Europa;<br />

pero también la sexualidad, la procreación, la escuela. El hecho principal<br />

está ahí. Ahora, en todas las esferas de la vida o en casi todas, se impone<br />

de una forma u otra el principio del autoservicio, la movilidad, la<br />

precariedad de los lazos, la instrumentalización utilitarista de las<br />

instituciones, el cálculo individualista del coste y el beneficio. Es decir, el<br />

mercado se ha convertido, mucho más allá de las transacciones<br />

económicas, en el modelo e imaginario que rige el conjunto, o casi el<br />

conjunto, de las relaciones sociales.<br />

Por todas partes la esfera mercantil se extiende a otras esferas que en el<br />

pasado estaban excluidas. En todas partes se generaliza la lógica de las<br />

opciones personales, de las relaciones contractualizadas y temporales, la<br />

perspectiva del cliente, la búsqueda de la mejor relación calidad-precio,<br />

la maximización de las ventajas. De ahí que la fase 3 pueda definirse<br />

como la sociedad en la que la cultura del consumismo reestructura cada<br />

vez más esferas, incluidas aquellas que son ajenas a la dinámica del<br />

intercambio ventajoso.<br />

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U N MUNDO SIN VALORES?<br />

<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Como ya saben, ante el triunfo de la sociedad de mercado surgen<br />

nuevas inquietudes y nuevos interrogantes. Bajo lo que algunos<br />

denominan totalitarismo mercantil, ¿no existe el riesgo de que perezca la<br />

sociabilidad, la confianza social, en definitiva todos los valores superiores<br />

e incluso los sentimientos que definen a la humanidad?<br />

No comparto ese pesimismo, porque - es necesario subrayarlo con<br />

insistencia - la dinámica tecno-comercial no es absoluta: el colapso de<br />

los valores morales no llega hasta el fin de la misma. Esa decadencia tan<br />

en boga es un mito. Existe un amplio y sólido consenso sobre los cimientos<br />

éticos y políticos de la modernidad liberal. Las declaraciones formales y<br />

los compromisos éticos se multiplican, incluso en lo que respecta al<br />

consumo - se observa por ejemplo con los productos solidarios y de<br />

comercio justo -. Del mismo modo se multiplican las asociaciones y los<br />

voluntarios; los arranques de solidaridad y las donaciones en favor de las<br />

víctimas (tal y como se puso de manifiesto con el último tsunami) nunca<br />

habían sido tan elevadas; los derechos del hombre cuentan con una<br />

adhesión sin precedentes. Todos los valores, todos los referentes de<br />

sentido (lo justo, lo auténtico, el amor, la amistad), no han desaparecido<br />

en modo alguno. La sociedad de hiperconsumo no es solamente el<br />

imperio del mercado y de los placeres individualistas; esta sociedad se<br />

acompaña asimismo del afianzamiento del tronco común de los valores<br />

humanistas democráticos. Por ello podemos ser relativamente optimistas<br />

ante el porvenir, independientemente de cuáles sean los grandes<br />

obstáculos del presente. Siempre hay en nuestras democracias una<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

fuerza de autocrítica y de autocorrección. La era del hiperconsumo no<br />

está cerrada, no está encerrada en si misma, no está consagrada a un<br />

nihilismo exponencial.<br />

Es necesario dejar de demonizar el mundo del hiperconsumo. Tiene<br />

muchos defectos, pero en ningún caso ha abolido la moral, ni el<br />

altruismo, ni la indignación, ni el valor del amor. En las películas, en las<br />

canciones, en las novelas, en la prensa, en los bares, el amor se presenta<br />

como un ideal de la existencia, la quintaesencia de la vida, la imagen<br />

más emblemática de la felicidad. La pareja nunca había estado tan<br />

asentada sobre el sentimiento. ¿Y qué hay más prioritario, más importante<br />

para nosotros que nuestros hijos, que el amor que les tenemos a nuestros<br />

hijos? No hacemos más que consumir amor en los medios de<br />

comunicación; nos lo creemos y le reconocemos un valor sublime. Así<br />

que me parece que la buena noticia es esa: no todo ha sido colonizado<br />

por el valor de intercambio y el consumo mercantil. La sociedad del<br />

hiperconsumo no es nihilista ni individualista, no da un valor nulo a los<br />

valores, no es la negación de la relación afectiva con los demás.<br />

Pero el que la sociedad del hiperconsumo no sea sinónimo de barbarie y<br />

de completo nihilismo no significa que sea el mejor de los mundos<br />

posibles. Muy al contrario. Por un lado, el hiperconsumidor se muestra<br />

reflexivo, se informa, adopta cada vez más comportamientos de<br />

prevención; prima la calidad y la salud. Pero por otro lado observamos<br />

una multitud de fenómenos, sinónimos de exceso, de liberalización<br />

patológica, de «descontrol» de uno mismo. Los ejemplos son múltiples:<br />

fashions victims, compras compulsivas, toxicomanías, prácticas adictivas<br />

de todo tipo. La anarquía de los comportamientos alimentarios, la bulimia<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

y la obesidad, son términos bien conocidos. Los buenos observadores ya<br />

hablan de la llegada de un «consumidor empresarial», «de un consumidor<br />

experto». Pero esto no es más que una verdad a medias. Se trata tanto<br />

de un consumidor desestructurado o anómico como de un consumidor<br />

experto que se presenta como tal. La relajación de los controles<br />

colectivos, las normas hedonistas, la excelencia, la educación liberal que<br />

acompaña al consumismo, contribuyen a estructurar a un individuo<br />

desligado de los fines comunes y que a menudo se muestra incapaz de<br />

resistirse tanto a las tentaciones externas como a los impulsos internos. Esa<br />

es la razón por la que presenciamos todo un conjunto de<br />

comportamientos excesivos, de consumos patológicos y compulsivos. Por<br />

un lado vemos cómo se desarrolla un hedonismo ordenado, y por otro,<br />

un hedonismo caótico que expresa el desorden propio y la impotencia<br />

subjetiva.<br />

Y sobre este punto debemos exponer una conclusión. Al margen del<br />

consumo y el hedonismo, son necesarios otros principios, no solo para<br />

formar ciudadanos sino también para estructurar psicológicamente a un<br />

individuo. Un mundo psicológico enteramente colonizado por el<br />

consumo no puede ser sino anómico, ya que está privado de referencias,<br />

de continuidad y de organización. Nosotros tenemos de manera<br />

imperativa la necesidad de contar con principios, valores y motivaciones<br />

que respondan a otra cosa que a estímulos mercantiles. Pero – y esto<br />

debe subrayarse – esas otras motivaciones (el deseo de progresar, el<br />

deseo de reconocimiento, de comprender, de crear, de superarse) no<br />

han sido aniquiladas.<br />

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E L FUTURO <strong>DE</strong>L <strong>HIPERCONSUMO</strong><br />

<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Independientemente de la intensidad de las críticas de la que sea<br />

objeto, la sociedad del hiperconsumo no ha hecho más que empezar,<br />

siendo lo más probable que se extienda por todo el planeta en una<br />

época que no dispone de ningún sistema alternativo creíble. Ni las<br />

protestas ecologistas, ni los nuevos estilos de consumo más sobrios, ni los<br />

« alterconsumidores » bastarán para parar, y ni siquiera para frenar, la<br />

huída hacia adelante de la mercantilización de la experiencia y de los<br />

estilos de vida.<br />

Al mismo tiempo, la degradación de la ecósfera, las limitaciones de los<br />

recursos naturales y el calentamiento global obligarán a inventar<br />

métodos de producción y estilos de consumo menos depredadores y<br />

destructivos en lo que a la naturaleza respecta. Pero el cambio<br />

necesario a una economía más sobria no supone el fin de la sociedad<br />

de hiperconsumo, es decir, de una sociedad dominada por la<br />

comercialización ilimitada de la satisfacción de las necesidades. A<br />

largo plazo, cabe concebir un futuro marcado, por un lado, por la<br />

reducción del consumo de las energías fósiles, y por otro, por el<br />

crecimiento del consumo de las energías renovables. Por ello, bien<br />

podría ser que los desafíos energéticos y ecológicos a los que nos<br />

enfrentamos fueran los que establecieran la condición de desarrollo<br />

sostenible de la sociedad de hiperconsumo más que las causas de su<br />

desaparición. Otra de las razones por las que cabe imaginar esta<br />

evolución es el crecimiento del consumo de servicios (un crecimiento<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

que ya representa en determinados países la mitad de los gastos de los<br />

hogares), que es un tipo de consumo más económico en energía y<br />

menos devorador de recursos naturales.<br />

H ACIA UN P<strong>LA</strong>NTEA HOMOG<strong>EN</strong>EIZADO?<br />

No obstante, el hiperconsumo presenta asimismo problemas cruciales a<br />

la cultura e identidad de los pueblos. ¿Cómo es el mundo que está por<br />

venir? ¿Avanzamos hacia una enconada americanización del planeta, o<br />

hacia un orden mundial dividido por los factores culturales? ¿Está el<br />

mundo entero condenado por el imperio del mercado a ver las mismas<br />

películas, a escuchar la misma música, a leer los mismos libros? Por todas<br />

partes se denuncia el peligro de una estandarización mundial que,<br />

manipulando los productos y los gustos, los imaginarios y los estilos de<br />

vida, no dejaría de laminar las particularidades nacionales y regionales.<br />

La homogeneización, más eficaz que las industrias culturales del<br />

hipercapitalismo transnacional, se caracteriza por un alto nivel de<br />

concentración: el 85% de las grabaciones musicales que se venden en<br />

todo el mundo lo producen únicamente cuatro grandes grupos; los<br />

quince primeros grupos audiovisuales se aseguran ellos solos el 60% del<br />

conjunto de programas de televisión; y en un sector muy significativo en<br />

este tipo de concentración - el cine - la superportencia que es<br />

Hollywood se encuentra más que nunca en su máximo apogeo - siete de<br />

los «grandes» americanos acaparan el 80% del mercado mundial, y el<br />

85% de las entradas de cine que se venden en todo el mundo son<br />

entradas para ver películas producidas en Hollywood -.<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

Es innegable que es posible comprar determinadas grandes marcas en<br />

cualquier lugar del mundo, pero ¿es suficiente este dato para avalar la<br />

tesis de la homogeneización planetaria del consumo? Desde el punto de<br />

vista cuantitativo, no debemos olvidar que, dejando a un lado el<br />

comercio con los otros países europeos, Francia intercambia menos del<br />

10% de su PIB con el resto del mundo. En la economía americana, las<br />

compras y las ventas al extranjero no representan más que el 12% de su<br />

PIB. A menudo se presenta la cuestión de la mundialización como si Mc<br />

Donald’s y Coca-Cola hubieran conseguido colonizar el globo, de lado a<br />

lado, y sin embargo la inmensa mayoría de las marcas que compra el<br />

consumidor son nacionales y, en algunos casos, locales. En este sentido,<br />

la mundialización comercial es más imaginaria que real.<br />

La alimentación es también un ámbito que ilustra vívidamente la<br />

persistencia de las tradiciones nacionales y locales. Podemos comer<br />

hamburguesas, pizzas, tomar ketchup o pescado congelado en todo el<br />

planeta; en la actualidad también se bebe vino en los países del norte y<br />

cerveza en los del sur. Sin embargo, se continúa comiendo comida china<br />

en China, francesa en Francia, italiana en Italia: los hábitos alimentarios<br />

(gustos, recetas de cocina, horarios de las comidas) no se parecen en<br />

nada, ni siquiera entre países próximos geográficamente. Los alimentos<br />

que se venden en los estantes de los supermercados de diferentes países<br />

no se parecen; e incluso los productos fast food se comercializan de un<br />

país a otro con variantes adaptadas a los gustos locales. Más que una<br />

estandarización, se observa un interés creciente por las tradiciones<br />

alimentarias locales, los alimentos locales, la cocina del país, las recetas<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

«auténticas», tal y como demuestra la significativa proliferación de guías y<br />

libros de recetas tradicionales. Casi por toda Europa uno se encuentra<br />

con el «sabor de la región», el éxito de las tradiciones gastronómicas<br />

consideradas un valioso patrimonio nacional y regional.<br />

Si bien existe una fuerza disuasoria universal contra los productos<br />

americanos, observamos igualmente un desarrollo de los bienes culturales<br />

que, procedentes de diversas partes del mundo, se apropian de los<br />

formatos mediáticos americanos, los readaptan y consiguen crear así<br />

formas híbridas. Las culturas particulares se cruzan permanentemente con<br />

la cultura-mundo, y se cruzan entre ellas, cada una de ellas<br />

alimentándose de las otras. Esto lo podemos ver en las formas híbridas de<br />

los manga japoneses, los folletines egipcios o las telenovelas brasileñas,<br />

fruto del reencuentro del modelo estadounidense y de las realidades<br />

culturales locales. También se ve en el desarrollo de una música del<br />

mundo en la que se mezclan ritmos procedentes de todas partes, de<br />

Jamaica y de Europa del Este, del Magreb y del África negra. La bossa<br />

nova, el reggae, la salsa, el raï, el gipsy jazz: la música «sin fronteras» se<br />

basan en la fusión de los ritmos modernos y de los ritmos tradicionales; de<br />

los instrumentos eléctricos y de los instrumentos antiguos; de la mezcla del<br />

jazz y la samba; del raï argelino y el blues; del flamenco y el rock, de las<br />

músicas locales y el funk, el pop o el rythm & blues. La cultura-mundo es<br />

aquella en la que cohabitan los productos formateados y las<br />

producciones «criollizadas » enriqueciéndose de todas las corrientes y<br />

estilos del mundo cercano y lejano.<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

La belleza constituye otro ejemplo del proceso de «glocalización».<br />

Ahora, en todo el planeta, se difunde el mismo modelo de belleza<br />

femenina que trasladan la publicidad, la moda, las top-model y las<br />

marcas de cosmética. El ideal tradicional de corpulencia y fuerza en<br />

vigor en las comunidades rurales antiguas ha dado paso a una estética<br />

sexy y larguirucha que exige dietas, ejercicio físico y musculación, pero<br />

también maquillaje, productos de cuidado y cirugía estética. Triunfa un<br />

canon estético internacional que exalta a la mujer esbelta, el sex-<br />

appeal, el glamour resplandeciente, el cuidado consumista del cuerpo.<br />

Es esta belleza cosmopolita la que consagra los concursos de belleza<br />

nacionales e internacionales cuyas imágenes retransmiten<br />

profusamente los medios de comunicación en todo el mundo. Al mismo<br />

tiempo, el hecho de que se elijan «Miss Mundos» que no responden al<br />

tipo occidental y que todos los países tengan sus « Misses » testimonia el<br />

reconocimiento de las bellezas plurales, del advenimiento de las<br />

mezclas glocalizadas de cosmopolitismo trasnacional y belleza «étnica».<br />

Con la cultura-mundo se afirma el modelo «etno-chic», la hibridación<br />

estética del estándar occidental y la indigenización.<br />

De forma más general, son los productos que implican la sensibilidad<br />

estética los que preservan la influencia de la idiosincrasia de las culturas.<br />

Un determinado número de arquitecturas postmodernas se reconcilian<br />

con los estilos vernaculares. Los indios continúan prefiriendo Bollywood a<br />

Hollywood: el año del estreno de Titanic, los ingresos en las salas de las<br />

películas americanas en la India no superaron el 4% de la cuota de<br />

mercado. En Francia, el éxito de Bienvenue chez les Ch’tis, centrado en el<br />

ámbito local, quedó sólo por detrás del éxito alcanzado por Titanic; lo<br />

mismo ocurrió en Indonesia, con la película Ayat-Ayat Cinta. En Brasil, las<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

telenovelas brasileñas gozan de un éxito considerable y son objeto de<br />

una pasión colectiva. Aunque el éxito de Harry Potter sea mundial, la<br />

mayoría de los éxitos literarios no rebasa los límites nacionales. Lo mismo<br />

ocurre con el éxito de los humoristas y los músicos: en Brasil, la producción<br />

nacional domina el 90% del mercado local; los programas «nacionales»<br />

dominan la lista de los diez programas más vistos por los telespectadores<br />

europeos. Sería imposible enumerar los ámbitos o la especificidad de los<br />

gustos nacionales que se resisten firmemente a la pretendida<br />

homogeneización de los productos y estilos de vida.<br />

¿A qué se debe esta persistencia de las diferencias nacionales? ¿No se<br />

trata sólo de un fenómeno residual, de arcaísmos condenados a<br />

desaparecer bajo la apisonadora del capitalismo globalizado? Es<br />

necesario desmentir semejante interpretación, que no solo desestima el<br />

peso de la historia en las estructuras identitarias sino que además<br />

interpreta el fenómeno con gafas modernas a la antigua en el momento<br />

en que hemos caído en otra modernidad; en la que la patrimonialización<br />

y las reafirmaciones particularistas funcionan como medios de<br />

personalización, como nuevas maneras de ser uno mismo y de estar<br />

orgulloso de ello. Nuestra época ya no percibe la modernización como<br />

algo que libera automáticamente del pasado: aprehende el futuro no sin<br />

miedo de una pérdida de identidad y de impersonalización. De ahí la<br />

reinversión de las identidades culturales particulares. Nos negamos a<br />

vernos desposeídos o expropiados de una parte de lo que nos ha<br />

constituido. No se trata ni mucho menos de ánimo de tradición, sino de<br />

una resistencia a la violencia de verse arrancado de aquello que nos<br />

hace ser como somos y a lo que nos encontramos ligados como parte de<br />

nosotros mismos. En este sentido, este fenómeno es una de las<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

expresiones de la nueva cultura individualista centrada en la búsqueda<br />

de una vida mejor y en la calidad de vida. Es necesario ver un<br />

instrumento de protección de uno mismo en el mundo de la<br />

desorientación globalizada.<br />

Claramente, el público mundial no son todos los consumidores del<br />

planeta. Lo que le arrastra no es tanto la americanización uniforme como<br />

el crecimiento de la variedad alimentaria, la multiplicación de las<br />

interacciones, la hibridación de los particularismos. En todas partes, los<br />

particularismos reaparecen, reivindicando su identidad ; por todas partes<br />

se predica la necesidad de las «raíces», la valorización del patrimonio<br />

cultural y religioso. Cuanta más cultura americanizada se consume,<br />

mayores son las reivindicaciones identitarias y las exigencias de diferencia<br />

cultural. El gran consumo de productos culturales made in USA no<br />

conduce sistemáticamente a una cultura universal y homogénea debido<br />

a lo mucho que se reinterpretan según vías distintas y por diferentes<br />

pueblos en todo el planeta. El mundo consume productos americanos,<br />

pero no todos se reciben de idéntica manera: una serie de televisión no<br />

se ve con los mismos ojos en América que en Argelia o en Rusia. El<br />

consumidor no es un sujeto que absorba pasivamente los programas; los<br />

símbolos y las imágenes, incluso clasificados, se filtran, se reasignan, se<br />

llevan a nuevas redes de imaginación y sentido. Las imágenes difundidas<br />

por la CNN con ocasión de la guerra del Golfo o a raíz del 11-S no se<br />

percibieron del mismo modo en el norte que en el sur, donde la<br />

información americana se rechaza de forma masiva y se percibe como<br />

una forma de imperialismo cultural. Con la globalización se erosionan las<br />

fronteras y las barreras geográficas, se comprime el espacio-tiempo, pero<br />

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<strong>“EL</strong> <strong>HIPERCONSUMO</strong> <strong>EN</strong> <strong>LA</strong> <strong>ERA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>GLOBALIZACIÓN”</strong><br />

Gilles Lipovetsky<br />

no desaparecen las distancias culturales. Y cuanto mayor acceso tienen<br />

los individuos a la cultura-mundo, mayor es su necesidad de defender sus<br />

identidades culturales y lingüísticas: frente a la CNN ahora se eleva la voz<br />

de Al Jazira como fuente de información. Lo que se prepara no es una<br />

unión mundial de naciones bajo el signo del hiperpoder americano; es la<br />

voluntad de garantizar el pluralismo cultural para contrarrestar el<br />

sentimiento de desposesión individual y revitalizar las identidades<br />

colectivas.<br />

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