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Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso brotaba su canto ...

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<strong>Cuanto</strong> <strong>más</strong> <strong>acerbo</strong> <strong>era</strong> <strong>su</strong> <strong>dolor</strong>, <strong>más</strong> <strong>impetuoso</strong> <strong>brotaba</strong> <strong>su</strong><br />

<strong>canto</strong>, porque cantaba el amor <strong>su</strong>blimado por la muerte, el<br />

amor que no acaba en la tumba.<br />

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala.<br />

Purpúreo <strong>era</strong> el color de los pétalos y purpúreo como un rubí<br />

<strong>era</strong> <strong>su</strong> corazón.<br />

Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron<br />

a batir y una nube veló <strong>su</strong>s ojos. Su <strong>canto</strong> se fue debilitando<br />

cada vez <strong>más</strong>. Sintió que algo le ahogaba en la garganta.<br />

Entonces tuvo <strong>su</strong> <strong>canto</strong> un último fulgor. La blanca luna le oyó<br />

y, olvidándose de la aurora, se detuvo en el cielo. La rosa roja<br />

le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió <strong>su</strong>s pétalos al<br />

aire frío de la manana. El eco le condujo hacia <strong>su</strong> caverna purpúrea<br />

de las colinas, despertando de <strong>su</strong>s <strong>su</strong>eños a los rebaños<br />

dormidos. El <strong>canto</strong> flotó entre los cañav<strong>era</strong>les del río, que llevaron<br />

<strong>su</strong> mensaje al mar.<br />

—Mira, mira —gritó el rosal—, ya está terminada la rosa.<br />

Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas<br />

hierbas, con el corazón traspasado de espinas.<br />

A mediodía el estudiante abrió <strong>su</strong> ventana y miró hacia<br />

fu<strong>era</strong>.<br />

—¡Qué extraña buena <strong>su</strong>erte! —exclamó—. ¡He aquí una<br />

rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es<br />

tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre<br />

enrevesado.<br />

E inclinándose, la cogió.<br />

En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor<br />

con <strong>su</strong> rosa en la mano.<br />

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba<br />

seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a <strong>su</strong>s<br />

pies.<br />

—Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja<br />

—le dijo el estudiante—. He aquí la rosa <strong>más</strong> roja del mundo.<br />

Esta noche la prenderás cerca de corazón y cuando bailemos<br />

juntos, ella te dirá lo mucho que te amo.<br />

Pero la joven frunció las cejas.<br />

—Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido<br />

—respondió—. Ade<strong>más</strong>, el sobrino del chambelán me ha en-<br />

[30]


viado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan<br />

<strong>más</strong> que las flores.<br />

—¡Oh, a fe mía que eres ingrata! —dijo el estudiante lleno<br />

de cól<strong>era</strong>.<br />

Y tiró la rosa al arroyo.<br />

Un pesado carro la aplastó.<br />

—¡Ingrato! —dijo la joven—. Te diré que te portas como<br />

un grosero, y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante.<br />

¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en<br />

los zapatos como las del sobrino del chambelán.<br />

Y levantándose de <strong>su</strong> silla, se metió en <strong>su</strong> casa.<br />

—¡Qué bobería es el amor! —se decía el estudiante a <strong>su</strong><br />

regreso—. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no<br />

puede probar nada; habla siempre de cosas que no <strong>su</strong>cederán y<br />

hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no<br />

es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser<br />

práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la Metafísica.<br />

Y dicho esto, el estudiante, una vez en <strong>su</strong> habitación, abrió<br />

un gran libro polvoriento y se puso a leer.<br />

[31]


UN AMIGO FIEL


Una mañana, la vieja rata de agua sacó la cabeza por <strong>su</strong><br />

agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivarachos y unos tupidos<br />

bigotes grises. Su cola parecía un largo elástico negro.<br />

Unos patitos nadaban en el estanque semejantes a una bandada<br />

de canarios amarillos, y <strong>su</strong> madre, toda blanca con las patas<br />

rojas, se esforzaba en enseñarles a hundir la cabeza en el<br />

agua.<br />

—No podréis ir nunca a la buena sociedad si no aprendéis<br />

a meter la cabeza —les decía.<br />

Y les enseñaba de nuevo cómo tenían que hacerlo. Pero los<br />

patitos no prestaban ninguna atención a <strong>su</strong>s lecciones. Eran tan jóvenes<br />

que no sabían las ventajas que reporta la vida de sociedad.<br />

—¡Qué criaturas <strong>más</strong> desobedientes! —exclamó la rata de<br />

agua—. ¡Merecían ahogarse de v<strong>era</strong>s!<br />

—¡Dios no lo qui<strong>era</strong>!—replicó la pata—. Todo tiene <strong>su</strong>s<br />

comienzos y nunca es demasiada la paciencia de los padres.<br />

—¡Ah! No tengo la menor idea de los sentimientos paternos<br />

—dijo la rata de agua—. No soy padre de familia. Ja<strong>más</strong><br />

me he casado, ni he pensado en hacerlo. Indudablemente el<br />

amor es buena cosa a <strong>su</strong> man<strong>era</strong>; pero la amistad vale <strong>más</strong>. Le<br />

aseguro que no conozco en el mundo nada <strong>más</strong> noble ni <strong>más</strong><br />

raro que una fiel amistad.<br />

—Y, dígame, se lo ruego, ¿qué idea se forma usted de los<br />

deberes de un amigo fiel? —preguntó un verderón que había<br />

escuchado la conversación posado sobre un sauce retorcido.<br />

—Sí, eso es precisamente lo que quisi<strong>era</strong> yo saber —dijo<br />

la pata, y nadando hacia el extremo del estanque, hundió <strong>su</strong> cabeza<br />

en el agua para dar buen ejemplo a <strong>su</strong>s hijos.<br />

[35]


—¡Necia pregunta! —gritó la rata de agua—. ¡Como es<br />

natural, considero amigo fiel al que me demuestra fidelidad!<br />

—¿Y qué hara usted a cambio? —dijo el avecilla columpiándose<br />

sobre una ramita plateada y moviendo <strong>su</strong>s alitas.<br />

—No le comprendo a usted —respondió la rata de agua.<br />

—Permítame que le cuente una historia sobre el a<strong>su</strong>nto<br />

—dijo el verderón.<br />

—¿Se refiere a mí esa historia? —preguntó la rata de<br />

agua—. Si es así, la escucharé gustosa, porque a mí me vuelven<br />

loca los cuentos.<br />

—Puede aplicarse a usted —respondió el verderón.<br />

Y abriendo las alas, se posó en la orilla del estanque y contó<br />

la historia del amigo fiel.<br />

—Había una vez —empezó el verderón— un honrado<br />

mozo llamado Hans.<br />

—¿Era hombre verdad<strong>era</strong>mente distinguido? —preguntó<br />

la rata de agua.<br />

—No —respondio el verderón—. No creo que fuese nada<br />

distinguido, excepto por <strong>su</strong> buen corazón y por <strong>su</strong> redonda<br />

cara morena y afable. Vivía en una pobre casita del campo y todos<br />

los días trabajaba en <strong>su</strong> jardin. En toda la comarca no había<br />

jardín tan hermoso como el <strong>su</strong>yo. Crecían en él claveles, alelíes,<br />

capselas, saxífragas, así como rosas de Damasco y rosas amarillas,<br />

azafranadas, lilas y oro y alelíes rojos y blancos. Y según<br />

los meses y por <strong>su</strong> orden florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas<br />

y albahacas silvestres, velloritas e iris de Alemania, asfodelos<br />

y claveros. Una flor <strong>su</strong>stituía a otra. Por lo cual había<br />

siempre cosas bonitas a la vista y olores agradables que respirar.<br />

El pequeño Hans tenía muchos amigos, pero el <strong>más</strong> allegado<br />

a él <strong>era</strong> el gran Hugo, el molinero. Realmente, el rico molinero<br />

<strong>era</strong> tan allegado al pequeño Hans que no visitaba nunca<br />

<strong>su</strong> jardín sin inclinarse sobre los macizos y coger un gran ramo<br />

de flores o un buen puñado de lechugas <strong>su</strong>culentas o sin llenarse<br />

los bolsillos de ciruelas y de cerezas, según la estación.<br />

—Los amigos verdaderos lo comparten todo entre sí<br />

—acostumbraba a decir el molinero.<br />

Y el pequeño Hans asentía con la cabeza, sonriente, sintiéndose<br />

orgulloso de tener un amigo que pensaba tan noble-<br />

[36]


mente. Algunas, veces, sin embargo, el vecindario encontraba<br />

raro que el rico molinero no diese nunca nada al pequeño<br />

Hans, aunque tuvi<strong>era</strong> cien sacos de harina almacenados en <strong>su</strong><br />

molino, seis vacas lech<strong>era</strong>s y un gran número de cabezas de<br />

ganado lanar; pero Hans no se preocupó ja<strong>más</strong> por semejante<br />

cosa.<br />

Nada le encantaba tanto como oír las bellas cosas que el<br />

molinero acostumbraba a decir sobre la solidaridad de los verdaderos<br />

amigos.<br />

Así, pues, el pequeño Hans cultivaba <strong>su</strong> jardín. En primav<strong>era</strong>,<br />

en v<strong>era</strong>no y en otoño, se sentía muy feliz; pero cuando<br />

llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores que llevar al<br />

mercado, padecía mucho frío y mucho hambre, acostándose<br />

con frecuencia sin haber comido <strong>más</strong> que unas p<strong>era</strong>s secas y<br />

algunas nueces rancias.<br />

Ade<strong>más</strong>, en invierno, se encontraba muy solo porque el<br />

molinero no iba nunca a verle.<br />

—No está bien que vaya a ver al pequeño Hans mientras<br />

duren las nieves —decía muchas veces el molinero a <strong>su</strong> mujer—.<br />

Cuando las personas pasan apuros hay que dejarlas solas<br />

y no atormentarlas con visitas. Ésa es por lo menos mi opinion<br />

sobre la amistad y estoy seguro de que es acertada. Por<br />

eso esp<strong>era</strong>ré a la primav<strong>era</strong> y entonces iré a verle; podrá darme<br />

un gran cesto de velloritas y eso le alegrará.<br />

—Eres realmente solícito con los de<strong>más</strong> —le respondía <strong>su</strong><br />

mujer sentada en un cómodo sillón junto a un buen fuego de<br />

leña—. Re<strong>su</strong>lta un verdadero placer oírte hablar de la amistad.<br />

Estoy segura de que el cura no diría sobre ella tan bellas cosas<br />

como tú, aunque viva en una casa de tres pisos y lleve un anillo<br />

de oro en el meñique.<br />

—¿Y no podríamos invitar al pequeño Hans a venir aquí?<br />

—preguntaba el hijo del molinero—. Si el pobre Hans pasa<br />

apuros, le daré la mitad de mi sopa y le enseñaré mis conejos<br />

blancos.<br />

—¡Qué bobo eres! —exclamó el molinero—. De v<strong>era</strong>s<br />

que no sé para qué sirve mandarte a la escuela. Parece que no<br />

aprendes nada. Si el pequeño Hans viniese aquí, ¡pardiez!, y<br />

vi<strong>era</strong> nuestro buen fuego, nuestra excelente cena y nuestra<br />

[37]


gran barrica de vino tinto, podría sentir envidia. Y la envidia es<br />

una cosa temible que estropea los mejores caracteres. Realmente,<br />

no podría yo <strong>su</strong>frir que el carácter de Hans se estropease.<br />

Soy <strong>su</strong> mejor amigo, velaré siempre por él y tendré buen<br />

cuidado de no exponerle a ninguna tentación. Ade<strong>más</strong>, si Hans<br />

viniese aquí, podría pedirme que le diese un poco de harina<br />

fiada, cosa que no puedo hacer. La harina es un a<strong>su</strong>nto y la<br />

amistad es otro bien distinto, y no deben confundirse. Esas dos<br />

palabras se escriben de un modo diferente y significan cosas<br />

muy distintas, como todo el mundo sabe.<br />

—¡Qué bien hablas! —dijo la mujer del molinero sirviéndole<br />

un gran vaso de cerveza caliente—. Me siento verdad<strong>era</strong>mente<br />

como adormecida, lo mismo que en la iglesia.<br />

—Muchos obran bien —replicó el molinero—, pero pocos<br />

saben hablar bien, lo cual prueba que hablar es, con mucho, la<br />

cosa <strong>más</strong> difícil, así como la <strong>más</strong> hermosa de las dos.<br />

Y miró sev<strong>era</strong>mente por encima de la mesa a <strong>su</strong> hijo, que<br />

sintió tal vergüenza de sí mismo que bajó la cabeza, se puso<br />

colorado y empezó a llorar encima de <strong>su</strong> té.<br />

¡Era tan joven que bien pueden ustedes dispensarle!<br />

—¿Ése es el final de la historia? —preguntó la rata de<br />

agua.<br />

—Nada de eso —contestó el verderón—. Ése es el comienzo.<br />

—Entonces está usted muy atrasado en relación con <strong>su</strong><br />

tiempo —repuso la rata de agua—. Hoy día todo buen cuentista<br />

empieza por el final, prosigue por el comienzo y termina<br />

por la mitad. Es el nuevo método. Lo he oído así de labios de<br />

un crítico que se paseaba alrededor del estanque con un joven.<br />

Trataba el a<strong>su</strong>nto magistralmente y estoy segura de que<br />

tenía razón porque llevaba unas gafas azules y <strong>era</strong> calvo; y<br />

cuando el joven le hacía alguna observación contestaba siempre:<br />

«¡Pse!» Pero continúe usted con <strong>su</strong> historia, se lo ruego.<br />

Me agrada mucho el molinero. Yo también encierro toda clase<br />

de bellos sentimientos: por eso hay una gran simpatía entre<br />

él y yo.<br />

—¡Estupendo!, —dijo el verderón brincando sobre <strong>su</strong>s dos<br />

patitas—. No bien pasó el invierno, en cuanto las velloritas<br />

[38]


empezaron a abrir <strong>su</strong>s estrellas amarillas pálidas, el molinero<br />

dijo a <strong>su</strong> mujer que iba a salir y visitar al pequeño Hans.<br />

—¡Ah, qué buen corazón tienes! —le gritó <strong>su</strong> mujer—.<br />

Piensas siempre en los de<strong>más</strong>. No te olvides de llevar el cesto<br />

grande para traer las flores.<br />

Entonces el molinero ató unas con otras las aspas del molino<br />

con una fuerte cadena de hierro y bajó la colina con la cesta<br />

al brazo.<br />

—Buenos días, pequeño Hans —dijo el molinero.<br />

—Buenos días —contestó Hans, apoyándose en <strong>su</strong> azadón<br />

y sonriendo con toda <strong>su</strong> boca.<br />

—¿Cómo has pasado el invierno? —preguntó el molinero.<br />

—¡Bien, bien! —repuso Hans—. Muchas gracias por tu<br />

interés. He pasado mis malos ratos, pero ahora ha vuelto la primav<strong>era</strong><br />

y me siento casi feliz... Ade<strong>más</strong> mis flores van muy<br />

bien.<br />

—Hemos hablado de ti con mucha frecuencia este invierno,<br />

Hans —prosiguió el molinero—, preguntándonos qué sería<br />

de ti.<br />

—Qué amable eres —dijo Hans—. Temí que me hubi<strong>era</strong>s<br />

olvidado.<br />

—Hans, me sorprende oírte hablar de ese modo —dijo el<br />

molinero—. La amistad no olvida nunca. Eso es lo que tiene de<br />

admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la<br />

amistad... Y entre paréntesis, ¡qué bellas están tus velloritas!<br />

—Sí, de v<strong>era</strong>s que están muy bellas —dijo Hans—, y es<br />

para mí una gran <strong>su</strong>erte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado,<br />

donde las venderé a la hija del burgomaestre y con ese dinero<br />

compraré otra vez mi carretilla.<br />

—¿Que comprarás otra vez tu carretilla? ¿Quieres decir<br />

entonces que la has vendido? Es un acto bien necio.<br />

—Con toda seguridad, pero lo cierto —replicó Hans— es<br />

que me vi obligado a ello. Como sabes, el invierno es una estación<br />

mala para mí y no tenía ningún dinero para comprar<br />

pan. Así es que vendí primero los botones de plata de mi traje<br />

de los domingos; luego vendí mi cadena de plata y después mi<br />

flauta. Por último vendí mi carretilla. Pero ahora voy a recup<strong>era</strong>rlo<br />

todo.<br />

[39]


—Hans —dijo el molinero—, te daré mi carretilla. No<br />

está en muy buen estado. Uno de los costados se ha roto y están<br />

algo torcidos los radios de la rueda, pero a pesar de esto<br />

te la daré. Sé que es muy generoso por mi parte y a mucha<br />

gente le parecerá una locura que me desprenda de ella, pero<br />

yo no soy como el resto del mundo. Creo que la generosidad<br />

es la esencia de la amistad y ade<strong>más</strong> me he comprado una<br />

carretilla nueva. Sí, puedes estar tranquilo... Te daré mi carretilla.<br />

—Gracias, eres muy generoso —dijo el pequeño Hans. Y<br />

<strong>su</strong> afable cara redonda resplandeció de placer—. Puedo arreglarla<br />

fácilmente porque tengo una tabla en mi casa.<br />

—¡Una tabla! —exclamó el molinero—. ¡Muy bien! Eso<br />

es precisamente lo que necesito para la techumbre de mi granero.<br />

Hay una gran brecha y se me mojará todo el trigo si no la<br />

tapo. ¡Qué oportuno has estado! Realmente es de notar que<br />

una buena acción engendra siempre otra.Te he dado mi carretilla<br />

y ahora tú vas a darme tu tabla. Claro es que la carretilla<br />

vale mucho <strong>más</strong> que la tabla, pero la amistad sinc<strong>era</strong> no repara<br />

nunca en esas cosas. Dame en seguida la tabla y hoy mismo<br />

me pondré a la obra para arreglar mi granero.<br />

—¡Ya lo creo! —replicó el pequeño Hans.<br />

Fue corriendo a <strong>su</strong> vivienda y sacó la tabla.<br />

—No es una tabla muy grande —dijo el molinero examinándola—<br />

y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre<br />

del granero no quedará mad<strong>era</strong> <strong>su</strong>ficiente para el<br />

arreglo de la carretilla, pero claro es que no tengo la culpa de<br />

eso... Y ahora, en vista de que te he dado mi carretilla, estoy<br />

seguro de que accederás a darme a cambio unas flores... Aquí<br />

tienes el cesto; procura llenarlo casi por completo.<br />

—¿Casi por completo? —dijo el pequeño Hans, bastante<br />

afligido porque el cesto <strong>era</strong> de grandes dimensiones y comprendía<br />

que, si lo llenaba, no tendría ya flores que llevar al<br />

mercado y estaba deseando rescatar <strong>su</strong>s botones de plata.<br />

—A fe mía —respondió el molinero— una vez que te doy<br />

mi carretilla no creí que fuese mucho pedirte unas cuantas flores.<br />

Podré estar equivocado, pero yo me figuré que la amistad,<br />

la verdad<strong>era</strong> amistad, estaba exenta de toda clase de egoísmo.<br />

[40]


—Mi querido amigo, mi mejor amigo —protestó el pequeño<br />

Hans—, todas las flores de mi jardín están a tu disposición,<br />

porque me importa mucho <strong>más</strong> tu estima que mis botones de<br />

plata.<br />

Y corrió a coger las lindas velloritas y a llenar el cesto del<br />

molinero.<br />

—¡Adiós, pequeño Hans! —dijo el molinero <strong>su</strong>biendo de<br />

nuevo la colina con <strong>su</strong> tabla al hombro y <strong>su</strong> gran cesto al<br />

brazo.<br />

—¡Adiós! —dijo el pequeño Hans.<br />

Y se puso a cavar alegremente: ¡qué contento estaba de tener<br />

carretilla!<br />

A la mañana siguiente, cuando estaba <strong>su</strong>jetando unas madreselvas<br />

sobre <strong>su</strong> puerta, oyó la voz del molinero que le llamaba<br />

desde el camino. Entonces saltó de <strong>su</strong> escal<strong>era</strong> y corriendo<br />

hasta el final del jardín miró por encima del muro.<br />

Era el molinero con un gran saco de harina a <strong>su</strong> espalda.<br />

—Pequeño Hans —dijo el molinero—, ¿querrías llevarme<br />

este saco de harina al mercado?<br />

—¡Oh, lo siento mucho! —dijo Hans—; pero verdad<strong>era</strong>mente<br />

me encuentro hoy ocupadísimo. Tengo que <strong>su</strong>jetar todas<br />

mis enredad<strong>era</strong>s, regar todas mis flores y segar todo el césped.<br />

—¡Pardiez! —replicó el molinero—. Creí que en consid<strong>era</strong>cion<br />

a que te he dado mi carretilla no te negarías a complacerme.<br />

—¡Oh, si no me niego! —protestó el pequeño Hans—. Por<br />

nada del mundo dejaría yo de obrar como amigo tratándose<br />

de ti.<br />

Y fue a coger <strong>su</strong> gorra y partió con el gran saco sobre el<br />

hombro.<br />

Era un día muy caluroso y la carret<strong>era</strong> estaba terriblemente<br />

polvorienta. Antes de que Hans llegara al mojón que marcaba<br />

la sexta milla, se encontró tan fatigado que tuvo que sentarse<br />

y descansar. Sin embargo, no tardó mucho en continuar animosamente<br />

<strong>su</strong> camino, llegando por fin al mercado.<br />

Después de esp<strong>era</strong>r un rato, vendió el saco de harina a un<br />

buen precio y regresó a <strong>su</strong> casa de un tirón, porque temía encontrarse<br />

a algún salteador en el camino si se retrasaba mucho.<br />

[41]


—¡Que día <strong>más</strong> duro —se dijo Hans al meterse en la<br />

cama—. Pero me alegro mucho de no haberme negado, porque el<br />

molinero es mi mejor amigo y, ade<strong>más</strong>, va a darme <strong>su</strong> carretilla.<br />

A la mañana siguiente, muy temprano, el molinero llegó<br />

por el dinero de <strong>su</strong> saco de harina, pero el pequeño Hans estaba<br />

tan rendido que no se había levantado aún de la cama.<br />

—¡Palabra! —exclamó el molinero—. Eres muy perezoso.<br />

Cuando pienso que acabo de darte mi carretilla, creo que podrías<br />

trabajar con <strong>más</strong> ahínco. La pereza es un gran vicio y no<br />

quisi<strong>era</strong> yo que niguno de mis amigos fu<strong>era</strong> perezoso o apático.<br />

No creas que te hablo sin miramientos. Claro es que no te<br />

hablaría así de no ser amigo tuyo. Pero, ¿de qué serviría la<br />

amistad si no pudi<strong>era</strong> uno decir claramente lo que piensa?<br />

Todo el mundo puede decir cosas amables y esforzarse en ser<br />

agradable y en halagar, pero un amigo sincero dice cosas molestas<br />

y no teme causar pesadumbre. Por el contrario, si es un<br />

amigo verdadero, lo prefiere, porque sabe que así hace bien.<br />

—Lo siento mucho —respondió el pequeño Hans, restregándose<br />

los ojos y quitándose el gorro de dormir—. Pero estaba<br />

tan rendido que creía haberme acostado hace poco y escuchaba<br />

cantar a los pájaros. ¿No sabes que trabajo siempre mejor<br />

cuando he oído cantar a los pájaros?<br />

—¡Bueno, tanto mejor! —replicó el molinero dándole una<br />

palmada en el hombro—; porque necesito que arregles la techumbre<br />

de mi granero.<br />

El pequeño Hans tenía gran necesidad de ir a trabajar a <strong>su</strong><br />

jardín porque hacía dos días que no regaba <strong>su</strong>s flores, pero no<br />

quiso decir que no al molinero, que <strong>era</strong> un buen amigo para él.<br />

—¿Crees que faltaría a esa amistad si te dij<strong>era</strong> que tengo<br />

mucho que hacer? —preguntó con voz humilde y tímida.<br />

—No creí nunca, a fe mía —contesto el molinero—, que<br />

fuese mucho pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte<br />

mi carretilla, pero claro es que lo haré yo mismo si te niegas.<br />

—¡Oh, de ningún modo! —exclamó el pequeño Hans, saltando<br />

de <strong>su</strong> cama.<br />

Se vistió y se fue al granero.<br />

Trabajó allí durante todo el día hasta el anochecer, y al ponerse<br />

el sol vino el molinero a ver hasta dónde había llegado.<br />

[42]


—¿Has tapado el boquete del techo, pequeño Hans? —gritó<br />

el molinero con tono alegre.<br />

—Está casi terminado —respondió Hans, bajando de la escal<strong>era</strong>.<br />

—¡Ah! —dijo el molinero—. No hay trabajo tan delicioso<br />

como el que se hace por otro.<br />

—¡Es un en<strong>canto</strong> oírte hablar! —respondió el pequeño<br />

Hans, que descansaba secándose la frente—, es un en<strong>canto</strong>,<br />

pero temo no tener yo nunca ideas tan hermosas como tú.<br />

—¡Oh, ya las tendrás! —dijo el molinero—; pero habrás<br />

de tomarte <strong>más</strong> trabajo. Por ahora no posees <strong>más</strong> que la práctica<br />

de la amistad. Algún día poseerás también la teoría.<br />

—¿Crees eso de verdad? —preguntó el pequeño Hans.<br />

—Indudablemente —contestó el molinero—. Pero ahora<br />

que has arreglado el techo, mejor harás en volverte a tu casa a<br />

descansar, pues mañana necesito que lleves mis carneros a la<br />

montaña.<br />

El pobre Hans no se atrevió a protestar, y al día siguiente,<br />

al amanecer, el molinero condujo <strong>su</strong>s carneros hasta cerca de<br />

<strong>su</strong> casita y Hans se marchó con ellos a la montaña. Entre ir y<br />

volver se le fue el día, y cuando regresó estaba tan cansado,<br />

que se durmió en <strong>su</strong> silla y no se despertó hasta entrada la mañana.<br />

—¡Qué tiempo <strong>más</strong> delicioso tendré en mi jardín! —se<br />

dijo; e iba a ponerse a trabajar; pero por un motivo u otro no<br />

tuvo tiempo de echar un vistazo a <strong>su</strong>s flores; llegaba <strong>su</strong> amigo<br />

el molinero y le mandaba muy lejos a recados o le pedía que<br />

fuese a ayudar en el molino. Algunas veces el pequeño Hans se<br />

apuraba sobreman<strong>era</strong> al pensar que <strong>su</strong>s flores creerían que las<br />

había olvidado, pero se consolaba pensando que el molinero<br />

<strong>era</strong> <strong>su</strong> mejor amigo.<br />

—Ade<strong>más</strong> —acostumbraba a decirse— va a darme <strong>su</strong> carretilla,<br />

lo cual es un acto de puro desprendimiento.<br />

Y el pequeño Hans trabajaba para el molinero, y éste decía<br />

muchas cosas bellas sobre la amistad, cosas que Hans copiaba<br />

en <strong>su</strong> cuaderno verde y que releía por la noche, pues <strong>era</strong> culto.<br />

Ahora bien, <strong>su</strong>cedió que una noche, estando el pequeño<br />

Hans sentado junto al fuego, dieron un aldabonazo en la puerta.<br />

[43]


La noche <strong>era</strong> negrísima. El viento soplaba y rugía en torno<br />

de la casa de un modo tan terrible, que Hans pensó al principio<br />

si sería el huracán el que sacudía la puerta.<br />

Pero sonó un segundo golpe y después un tercero <strong>más</strong> violento<br />

que los otros.<br />

—Será algún pobre viajero —se dijo el pequeño Hans y<br />

corrió a la puerta.<br />

El molinero estaba en el umbral con una linterna en una<br />

mano y un grueso garrote en la otra.<br />

—Querido Hans —grito el molinero—, me aflige un gran<br />

pesar. Mi chico se ha caído de una escal<strong>era</strong>s y se ha lastimado.<br />

Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aquí y la noche es<br />

tan mala que he pensado que fueses tú en mi lugar. Ya sabes<br />

que te doy mi carretilla. Por eso estaría muy bien que hicieses<br />

algo por mí a cambio.<br />

—Sin duda —exclamó el pequeño Hans—; me alegro mucho<br />

de que se te haya ocurrido venir. Iré en seguida. Pero debías<br />

dejarme tu linterna, porque la noche es tan oscura que<br />

temo caer en alguna zanja.<br />

—Lo siento muchísimo —respondió el molinero—, pero<br />

es mi linterna nueva y sería una gran pérdida que le ocurriese<br />

algo.<br />

—¡Bueno, no hablemos <strong>más</strong>! Me pasaré sin ella —dijo el<br />

pequeño Hans.<br />

Se puso <strong>su</strong> gran capa de pieles, <strong>su</strong> gorro encarnado de gran<br />

abrigo, se enrolló <strong>su</strong> tapabocas alrededor del cuello y partió.<br />

¡Qué terrible tempestad se desencadenaba!<br />

La noche <strong>era</strong> tan negra que el pequeño Hans no veía apenas,<br />

y el viento tan fuerte que le costaba gran trabajo andar.<br />

Sin embargo, él <strong>era</strong> muy animoso y después de caminar<br />

cerca de tres horas llegó a casa del médico y llamó a <strong>su</strong><br />

puerta.<br />

—¿Quién es? —gritó el doctor, asomando la cabeza a la<br />

ventana de <strong>su</strong> habitación.<br />

—¡El pequeño Hans, doctor!<br />

—¿Y qué deseas, pequeño Hans?<br />

—El hijo del molinero se ha caído de una escal<strong>era</strong> y se ha<br />

herido y es necesario que vaya usted en seguida.<br />

[44]


—¡Muy bien! —replicó el doctor.<br />

Enjaezó en el acto <strong>su</strong> caballo, se calzó <strong>su</strong>s grandes botas y,<br />

cogiendo <strong>su</strong> linterna, bajó la escal<strong>era</strong>. Se dirigió a casa del molinero<br />

llevando al pequeño Hans a pie, detrás de él.<br />

Pero la tormenta arreció. Llovía a torrentes y el pequeño<br />

Hans no podía ni ver por dónde iba, ni seguir al caballo.<br />

Finalmente, extravió el camino, estuvo vagando por el páramo,<br />

que <strong>era</strong> un paraje peligroso lleno de hoyos profundos,<br />

cayó en uno de ellos el pobre Hans y se ahogó.<br />

A la mañana siguiente, unos pastores encontraron <strong>su</strong> cuerpo<br />

flotando en una gran charca y le llevaron a <strong>su</strong> casita.<br />

Todo el mundo asistió al entierro del pequeño Hans porque<br />

<strong>era</strong> muy querido. Y el molinero figuró a la cabeza del duelo.<br />

—Era yo <strong>su</strong> mejor amigo —decía el molinero—; justo es<br />

que ocupe el sitio de honor.<br />

Así es que fue a la cabeza del cortejo con una larga capa<br />

negra; de cuando en cuando, se enjugaba los ojos con un gran<br />

pañuelo de hierbas.<br />

—El pequeño Hans representa ciertamente una gran pérdida<br />

para todos nosotros —dijo el hojalatero una vez terminados<br />

los fun<strong>era</strong>les y cuando el acompañamiento estuvo cómodamente<br />

instalado en la posada, bebiendo vino dulce y comiendo<br />

buenos pasteles.<br />

—Es una gran pérdida, sobre todo para mí —contestó el<br />

molinero—. A fe mía que fui lo bastante bueno para comprometerme<br />

a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer de ella.<br />

Me estorba en casa, y está en tan mal estado que si la vendi<strong>era</strong><br />

no sacaría nada. Os aseguro que de aquí en adelante no daré<br />

nada a nadie. Se pagan siempre las consecuencias de haber<br />

sido generoso.<br />

—Y es verdad —replicó la rata de agua después de una<br />

larga pausa.<br />

—¡Bueno! Pues nada <strong>más</strong> —dijo el verderón.<br />

—¿Y qué fue del molinero? —dijo la rata de agua.<br />

—¡Oh! No lo sé a punto fijo —contestó el verderón— y la<br />

verdad es que me da igual.<br />

—Es evidente que <strong>su</strong> carácter de usted no es nada simpático<br />

—dijo la rata de agua.<br />

[45]


—Temo que no haya usted comprendido la moraleja de la<br />

historia —replico el verderón.<br />

—¿La qué? —gritó la rata de agua.<br />

—La moraleja.<br />

—¿Quiere eso decir que la historia tiene una moraleja?<br />

—¡Claro que sí!—afirmo el verderón.<br />

—¡Caramba! —dijo la rata en tono iracundo—. Podía usted<br />

habérmelo dicho antes de empezar. De ser así no le hubi<strong>era</strong><br />

escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemente:<br />

«¡Pse!», como el crítico. Pero aún estoy a tiempo de hacerlo.<br />

Gritó <strong>su</strong> «¡Psé!» a voz en cuello y dando un coletazo se<br />

volvió a <strong>su</strong> agujero.<br />

—¿Qué le parece a usted la rata de agua? —preguntó la<br />

pata, que llegó chapoteando algunos minutos después—. Tiene<br />

muchas buenas cualidades, pero yo, por mi parte, tengo<br />

sentimientos de madre y no puedo ver a un solterón empedernido<br />

sin que se me salten las lágrimas.<br />

—Temo haberle molestado —respondió el verderón—. El<br />

hecho es que le he contado una historia que tiene <strong>su</strong> moraleja.<br />

—¡Ah, eso es siempre una cosa peligrosísima! —dijo la<br />

pata.<br />

—Y yo estoy completamente de acuerdo con ella.<br />

[46]


EL GIGANTE EGOÍSTA


Todas las tardes, al volver del colegio, tenían los niños la<br />

costumbre de ir a jugar al jardín del gigante.<br />

Era un jardín grande y hermoso, con un <strong>su</strong>ave y verde césped.<br />

Brillaban aquí y allí lindas flores sobre el <strong>su</strong>elo y había<br />

doce melocotoneros que, en primav<strong>era</strong>, se cubrían con una delicada<br />

floración rosácea y perla y que, en otoño, daban hermosos<br />

frutos.<br />

Los pájaros, posados sobre las ramas cantaban tan deliciosamente<br />

que los niños interrumpían habitualmente <strong>su</strong>s juegos<br />

para escucharlos.<br />

—¡Que dichosos somos aquí! —se decían unos a otros.<br />

Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a <strong>su</strong> amigo el<br />

ogro de Cornualles, residiendo siete años en <strong>su</strong> casa. Al cabo<br />

de los siete años dijo todo lo que tenía que decir, pues <strong>su</strong> conversación<br />

<strong>era</strong> limitada, y decidió regresar a <strong>su</strong> castillo.<br />

Al llegar, vio a los niños que jugaban en <strong>su</strong> jardín.<br />

—¿Qué hacéis ahí? —les gritó con voz agria.<br />

Y los niños huyeron.<br />

—Mi jardín es para mí solo —prosiguió el gigante—. Todos<br />

deben entenderlo así y no permitiré que nadie, salvo yo, se<br />

solace en él.<br />

Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:<br />

QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA<br />

BAJO LAS PENAS LEGALES<br />

CORRESPONDIENTES<br />

[49]


Era un gigante egoísta.<br />

Los pobres niños se quedaron sin lugar de recreo.<br />

Intentaron jugar en la carret<strong>era</strong>, pero la carret<strong>era</strong> estaba<br />

muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no les gustaba.<br />

Tomaron la costumbre de pasearse una vez terminadas <strong>su</strong>s<br />

lecciones alrededor del alto muro para hablar del hermoso jardín<br />

que había al otro lado.<br />

Entonces llegó la primav<strong>era</strong> y en todo el país hubo pájaros<br />

y florecillas.<br />

Sólo en el jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno.<br />

Los pájaros, desde que no había niños, no tenían interés en<br />

cantar y los árboles se olvidaron de florecer.<br />

En cierta ocasión una bonita flor levantó <strong>su</strong> cabeza sobre el<br />

césped, pero al ver el cartelón se entristeció tanto pensando en<br />

los niños que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir.<br />

Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la nieve.<br />

—La primav<strong>era</strong> se ha olvidado de este jardín —exclamaban—.<br />

Gracias a esto vamos a vivir en él todo el año.<br />

La nieve extendió <strong>su</strong> gran manto blanco sobre el césped y<br />

el hielo revistió de plata todos los árboles. Entonces invitaron<br />

al viento del Norte a que viniese a pasar una temporada con<br />

ellos.<br />

El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles.<br />

Bramaba durante todo el día por el jardín, derribando a<br />

cada momento las chimeneas.<br />

—Éste es un sitio delicioso —decía—. Invitemos también<br />

al granizo.<br />

Y llegó asimismo el granizo.<br />

Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor sobre<br />

la techumbre del castillo, hasta que rompió muchas pizarras.<br />

Entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín lo <strong>más</strong> deprisa<br />

que pudo. Iba vestido de gris y <strong>su</strong> aliento <strong>era</strong> de hielo.<br />

—No comprendo por qué la primav<strong>era</strong> tarda tanto en llegar<br />

—decía el gigante egoísta cuando se asomaba a la ventana y<br />

veía <strong>su</strong> jardín blanco y frío—. ¡Ojalá cambie el tiempo!<br />

Pero la primav<strong>era</strong> no llegaba, ni el v<strong>era</strong>no tampoco.<br />

[50]


El otoño trajo frutos de oro a todos los jardines, pero no dio<br />

ninguno al del gigante.<br />

—Es demasiado egoísta —dijo.<br />

Y <strong>era</strong> siempre invierno en casa del gigante, y el viento del<br />

Norte, el granizo, el hielo y la nieve danzaban en medio de los<br />

árboles.<br />

Una mañana el gigante, acostado en <strong>su</strong> lecho, pero despierto<br />

ya, oyó una música deliciosa. Sonó tan dulcemente en <strong>su</strong>s<br />

oídos que le hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban<br />

por allí.<br />

En realidad <strong>era</strong> un verderón que cantaba ante <strong>su</strong> ventana,<br />

pero como hacía tanto tiempo que no había oído a un pájaro en<br />

<strong>su</strong> jardín le pareció la música <strong>más</strong> bella del mundo.<br />

Entonces el granizo dejó de bailar sobre <strong>su</strong> cabeza y el<br />

viento del Norte de rugir. Un perfume delicioso llegó hasta él<br />

por la ventana abierta.<br />

—Creo que ha llegado al fin la primav<strong>era</strong> —dijo el gigante.<br />

Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué<br />

fue lo que vio?<br />

Pues vio un espectáculo extraordinario.<br />

Por una brecha abierta en el muro, los niños se habían deslizado<br />

en el jardín, encaramándose a las ramas. Sobre todos los<br />

árboles que alcanzaba a ver había un niño, y los árboles se sentían<br />

tan dichosos de sostener nuevamente a los niños que se habían<br />

cubierto de flores y agitaban graciosamente <strong>su</strong>s brazos<br />

sobre las cabezas infantiles.<br />

Los pájaros revoloteaban unos en pos de los otros cantando<br />

deleitados, y las flores reían irguiendo <strong>su</strong>s cabezas sobre el<br />

césped.<br />

Era un bonito cuadro.<br />

Sólo en un rincón, en el rincón <strong>más</strong> apartado del jardín, seguía<br />

siendo invierno.<br />

Allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño <strong>era</strong><br />

que no había podido llegar a las ramas del árbol y se paseaba a<br />

<strong>su</strong> alrededor llorando amargamente.<br />

El pobre árbol estaba aún cubierto de hielo y de nieve y el<br />

viento del Norte soplaba y rugía por encima de él.<br />

[51]


—Sube ya, muchacho —decía el árbol.<br />

Y le alargaba <strong>su</strong>s ramas, inclinándolas todo lo que podía,<br />

pero el niñito <strong>era</strong> demasiado pequeño.<br />

El corazón del gigante se enterneció al mirar hacia afu<strong>era</strong>.<br />

—¡Qué egoísta he sido! —pensó—. Ya sé por qué la primav<strong>era</strong><br />

no ha querido venir aquí. Voy a colocar a ese pobre pequeñuelo<br />

sobre la copa del árbol, luego tiraré el muro, y mi jardín<br />

será ya siempre el sitio de recreo de los niños.<br />

Estaba verdad<strong>era</strong>mente arrepentido de lo que había hecho.<br />

Entonces bajó las escal<strong>era</strong>s, abrió nuevamente la puerta y<br />

entró en el jardín.<br />

Pero cuando los niños le vieron, se quedaron tan aterrorizados<br />

que huyeron y el jardín de nuevo se <strong>su</strong>mió en el invierno.<br />

Únicamente el niño pequeñito no había huido porque <strong>su</strong>s<br />

ojos estaban tan llenos de lágrimas que no le vio venir.<br />

Y el gigante se deslizó hasta él, le cogió cariñosamente con<br />

<strong>su</strong>s manos y lo depositó sobre el árbol.<br />

Y el árbol inmediatamente floreció, los pájaros vinieron a<br />

posarse y a cantar sobre él y el niñito extendió <strong>su</strong>s brazos, rodeó<br />

con ellos el cuello del gigante y le besó.<br />

Y los otros niños, viendo que ya no <strong>era</strong> malo el gigante, se<br />

acercaron y la primav<strong>era</strong> les acompañó.<br />

—Desde ahora éste es vuestro jardín, pequeñuelos —dijo<br />

el gigante.<br />

Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el muro.<br />

Y cuando los campesinos fueron a medio día al mercado,<br />

vieron al gigante jugando con los niños en el jardín <strong>más</strong> hermoso<br />

que puede imaginarse.<br />

Estuvieron jugando durante todo el día, y por la noche fueron<br />

a decir adiós al gigante.<br />

—¿Pero dónde está vuestro compañerito —les preguntó—.<br />

¿Aquel muchacho que <strong>su</strong>bí al árbol?<br />

A él <strong>era</strong> a quien quería <strong>más</strong> el gigante, porque le había<br />

abrazado y besado.<br />

—No sabemos —respondieron los niños—; se ha ido.<br />

—Decidle que venga mañana sin falta —repuso el gigante.<br />

[52]


Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y<br />

hasta entonces no le habían visto nunca.<br />

Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida<br />

del colegio venían los niños a jugar con el gigante, pero éste<br />

ya no volvió a ver al pequeñuelo a quien quería tanto. Era muy<br />

bondadoso con todos los niños, pero echaba de menos a <strong>su</strong> primer<br />

amiguito y hablaba de él con frecuencia.<br />

—¡Cuánto me gustaría verle! —solía decir.<br />

Pasaron los años y el gigante envejeció y fue debilitándose.<br />

Ya no podía tomar parte en los juegos; permanecía sentado<br />

en un gran sillón viendo jugar a los niños y admirando <strong>su</strong><br />

jardín.<br />

—Tengo muchas flores bellas —decía—, pero los niños<br />

son las <strong>más</strong> bellas de todas.<br />

Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la<br />

ventana.<br />

Ya no detestaba el invierno; sabía que no es sino el <strong>su</strong>eño<br />

de la primav<strong>era</strong> y el reposo de las flores.<br />

De pronto se frotó los ojos, atónito y miró con atención.<br />

Realmente <strong>era</strong> una visión maravillosa. En un extremo del<br />

jardín había un árbol casi cubierto de flores blancas. Sus ramas<br />

<strong>era</strong>n todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata; bajo el árbol<br />

aquel estaba el pequeñuelo a quien quería tanto.<br />

El gigante se precipitó por las escal<strong>era</strong>s lleno de alegría y<br />

entró en el jardín. Corrió por el césped y se acercó al niño.<br />

Y cuando estuvo junto a él, <strong>su</strong> cara enrojeció de cól<strong>era</strong> y exclamó:<br />

—¿Quién se ha atrevido a herirte?<br />

En las palmas de las manos del niño y en <strong>su</strong>s piececitos se<br />

veían las señales sangrientas de sendos clavos.<br />

—¿Quién se ha atrevido a herirte?—gritó el gigante—. Dímelo.<br />

Iré a coger mi espada y le mataré.<br />

—No —respondió el niño—, éstas son las heridas del<br />

Amor.<br />

—¿Y tú quién eres?—dijo el gigante.<br />

Un temor respestuoso le invadió, haciéndole caer de rodillas<br />

ante el pequeñuelo.<br />

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:<br />

[53]


—Me dejaste jugar una vez en tu jardín. Hoy vendrás conmigo<br />

a mi jardín, que es el Paraíso<br />

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al<br />

gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de flores<br />

blancas.<br />

[54]


EL COHETE EXTRAORDINARIO


.<br />

El hijo del Rey estaba en vísp<strong>era</strong>s de casarse. Con este motivo<br />

el regocijo <strong>era</strong> gen<strong>era</strong>l. Estuvo esp<strong>era</strong>ndo un año entero a<br />

<strong>su</strong> prometida, y al fin llegó ésta. Era una princesa rusa que había<br />

hecho el viaje desde Finlandia en un trineo tirado por seis<br />

renos, con forma de un gran cisne de oro; la princesita iba<br />

acostada entre las alas del cisne. Su largo manto de armiño<br />

caía recto sobre <strong>su</strong>s pies. Llevaba en la cabeza un gorrito de<br />

tisú de plata y <strong>era</strong> pálida como el palacio de nieve en que había<br />

vivido siempre. Era tan pálida que al pasar por las calles se<br />

quedaban admiradas las gentes.<br />

—Parece una rosa blanca —decían.<br />

Y le echaban flores desde los balcones.<br />

A la puerta del castillo estaba el príncipe para recibirla. Tenía<br />

unos soñadores ojos de color violeta y <strong>su</strong>s cabellos <strong>era</strong>n<br />

como oro fino.<br />

Al verla, hincó una rodilla en tierra y besó <strong>su</strong> mano.<br />

—Vuestro retrato <strong>era</strong> bello —murmuró—, pero vos sois<br />

<strong>más</strong> bella que vuestro retrato.<br />

Y la princesita se ruborizó.<br />

—Hace un momento parecía una rosa blanca —dijo un pajecillo<br />

a <strong>su</strong> vecino—, pero ahora parece una rosa roja.<br />

Y toda la Corte se quedó extasiada.<br />

Durante los tres días siguientes todo el mundo no cesó de<br />

repetir:<br />

—¡Rosa blanca, rosa roja! ¡Rosa roja, rosa blanca!<br />

Y el Rey ordenó que diesen doble paga al paje.<br />

Como él no percibía paga alguna, <strong>su</strong> posición no mejoró<br />

mucho por eso; pero todos lo consid<strong>era</strong>ron un gran honor y el<br />

[57]


Real Decreto fue publicado con todo esmero en la Gaceta de<br />

la Corte.<br />

Transcurridos aquellos tres días, se celebraron los esponsales.<br />

Fue una ceremonia magnífica. Los recién casados pasaron<br />

cogidos de la mano bajo un dosel de terciopelo granate, bordado<br />

de perlitas. Luego se celebró un banquete oficial que duró<br />

cinco horas. El príncipe y la princesa, sentados al extremo del<br />

gran salón, bebieron en una copa de cristal purísimo. Únicamente<br />

los verdaderos enamorados podían beber en esa copa,<br />

porque si la tocaban unos labios falsos, el cristal se empañaba,<br />

quedándose gris y turbio.<br />

—Es evidente que se aman —dijo el pajecillo—. Re<strong>su</strong>lta<br />

tan claro como el cristal.<br />

Y el Rey volvió a doblarle la paga.<br />

—¡Qué honor! —exclamaron todos los cortesanos.<br />

Después del banquete hubo baile.<br />

Los recién casados debían bailar juntos la danza de las rosas,<br />

y el Rey tenía que tocar la flauta.<br />

La tocaba muy mal, pero nadie se había atrevido a decírselo<br />

nunca, porque <strong>era</strong> el Rey. La verdad es que no sabía <strong>más</strong> que<br />

dos piezas y no estaba seguro nunca de la que interpretaba,<br />

aunque esto no le preocupase, pues hici<strong>era</strong> lo que hici<strong>era</strong> todo<br />

el mundo gritaba:<br />

—¡Delicioso! ¡Encantador!<br />

El último número del programa consistía en unos fuegos<br />

artificiales que debían empezar exactamente a media noche.<br />

La princesita no había visto fuegos artificiales en <strong>su</strong> vida.<br />

Por eso el Rey encargó al pirotécnico real que pusi<strong>era</strong> en juego<br />

todos los recursos de <strong>su</strong> arte el día del casamiento de la<br />

princesa.<br />

—¿A qué se parecen los fuegos artificiales? —preguntó<br />

ella al príncipe mientras paseaban por la terraza.<br />

—Se parecen a la aurora boreal —dijo el Rey, que respondía<br />

siempre a las preguntas dirigidas a los de<strong>más</strong>—. Sólo que<br />

son <strong>más</strong> naturales. Yo los prefiero a las estrellas, porque uno<br />

siempre sabe cuándo van a empezar a brillar y son ade<strong>más</strong> tan<br />

agradables como la música de mi flauta. Ya veréis... Ya veréis...<br />

[58]


Así pues, levantaron un tablado en el fondo del jardín real,<br />

y no bien acabó de prepararlo todo el pirotécnico real cuando<br />

los fuegos artificiales se pusieron a charlar entre sí.<br />

—El mundo es seguramente muy hermoso —dijo un pequeño<br />

buscapiés—. Mirad esos tulipanes amarillos. ¡A fe mía,<br />

ni aun siendo petardos de verdad podrían re<strong>su</strong>ltar <strong>más</strong> bonitos!<br />

Me alegro mucho de haber viajado. Los viajes desarrollan el<br />

espíritu de una man<strong>era</strong> asombrosa y acaban con todos los prejuicios<br />

que uno haya podido conservar.<br />

—El jardín del Rey no es el mundo, joven alocado —dijo<br />

una gruesa candela romana—. El mundo es una extensión<br />

enorme y necesitarías tres días para recorrerlo por entero.<br />

—Cualquier lugar que se ame es el mundo para uno —dijo<br />

una rueda unida en otro tiempo a una vieja caja de pino y muy<br />

orgullosa de <strong>su</strong> corazón destrozado—, pero el amor no está de<br />

moda; los poetas lo han matado. Han escrito tanto sobre él que<br />

nadie les cree ya, cosa que no me extraña. El verdadero amor<br />

<strong>su</strong>fre y calla... Recuerdo que yo misma, una vez... pero no se<br />

trata de eso aquí. El romanticismo es cosa del pasado.<br />

—¡Qué estupidez! —exclamó la candela romana—. Lo romántico<br />

nunca muere. ¡Se parece a la luna: vive siempre!<br />

Realmente, los recién casados se aman con ternura. He sabido<br />

todo lo concerniente a ellos esta mañana por un cartucho de<br />

papel oscuro que estaba en el mismo cajón que yo, y que sabe<br />

las últimas noticias de la Corte.<br />

Pero la rueda meneó la cabeza.<br />

—¡El romanticismo ha muerto! ¡El romanticismo ha<br />

muerto! ¡El romanticismo ha muerto! —murmuró.<br />

Era una de esas personas que creen que repitiendo una<br />

cosa cierto número de veces, acaba por ser verdad.<br />

De pronto se oyó una tos fuerte y seca y todos miraron alrededor.<br />

Era un pequeño cohete de altivo continente atado a la<br />

punta de <strong>su</strong> vara. Tosía siempre antes de hacer una advertencia,<br />

como para llamar la atención.<br />

—¡Ejem! ¡Ejem! —exclamó.<br />

Y todo el mundo se dispuso a escucharle, todos menos la<br />

pobre rueda, que seguía moviendo la cabeza y murmurando:<br />

—¡El romanticismo ha muerto!<br />

[59]


—¡Orden! ¡Oorden! —gritó un petardo.<br />

Tenía algo de político y había tomado siempre parte importante<br />

en las elecciones locales. Por eso conocía las frases<br />

empleadas en el Parlamento.<br />

—¡Ha muerto del todo! —<strong>su</strong>spiró la rueda. Y se volvió a<br />

dormir.<br />

No bien se restableció por completo el silencio, el cohete<br />

tosió por terc<strong>era</strong> vez y comenzó. Hablaba con una voz clara y<br />

lenta, como si dictase <strong>su</strong>s memorias, y miraba siempre por encima<br />

del hombro a la persona a quien se dirigía. Realmente, tenía<br />

unos modales distinguidísimos.<br />

—¡Qué feliz es el hijo del Rey —observó— por casarse el<br />

mismo día en que me van a disparar! Ni preparándolo de antemano<br />

podría re<strong>su</strong>ltar mejor para él; aunque los príncipes siempre<br />

tienen <strong>su</strong>erte.<br />

—¿Ah, sí? —dijo el pequeño buscapiés—. Yo creí que <strong>era</strong><br />

precisamente lo contrario y que <strong>era</strong> a vos a quien se disparaba<br />

en honor del príncipe.<br />

—Ése quizás sea vuestro caso —replicó el cohete—. Casi<br />

diríase que estoy seguro de ello; pero en cuanto a mí, es muy diferente.<br />

Soy un cohete extraordinario y distinguido, y desciendo<br />

de padres igualmente distinguidos. Mi madre <strong>era</strong> la girándula<br />

<strong>más</strong> célebre de la época. Tenía fama por la gracia de <strong>su</strong> danza.<br />

Cuando hizo <strong>su</strong> gran aparición en público, dio diecinueve vueltas<br />

antes de apagarse, lanzando por el aire siete estrellas rojas a<br />

cada revol<strong>era</strong>. Tenía <strong>más</strong> de un metro de diámetro y estaba fabricada<br />

con pólvora de la mejor. Mi padre <strong>era</strong> cohete como yo y de<br />

origen francés. Volaba tan alto que la gente temía que no volviese<br />

a descender. Descendía, sin embargo, porque <strong>era</strong> de excelente<br />

constitución e hizo una caída brillantísima, en forma de lluvia<br />

de chispas de oro. Los periódicos se ocuparon de él en términos<br />

muy halagüeños, y hasta la Gaceta de la Corte dijo «que señalaba<br />

el triunfo del arte pilotécnico».<br />

—Pirotécnico, pirotécnico querrás decir —interrumpió<br />

una bengala—. Sé que es pirotécnico porque he visto la palabra<br />

escrita sobre mi caja de hoja de lata.<br />

—Pues yo digo pilotécnico —replicó el cohete en tono severo.<br />

[60]


Y la bengala se quedó tan apabullada que empezó inmediatamente<br />

a mortificar a los buscapiés pequeños para demostrar<br />

que ella también <strong>era</strong> persona de bastante importancia.<br />

—Decía yo... —prosiguió el cohete—, decía yo... ¿qué es<br />

lo que yo decía?<br />

—Estabas hablando de ti —repuso la candela romana.<br />

—Naturalmente. Sé que hablaba de alguna cosa interesante<br />

cuando he sido tan gros<strong>era</strong>mente interrumpido. Odio la grosería<br />

y las malas man<strong>era</strong>s, porque soy extremadamente sensible.<br />

No hay nadie en el mundo tan sensible como yo, estoy seguro<br />

de ello.<br />

—¿Qué es una persona sensible? —preguntó el petardo a<br />

la candela romana.<br />

—Una persona que porque tiene callos siempre pisa a los<br />

de<strong>más</strong> —respondió la candela en un débil murmullo.<br />

Y el petardo casi estalló de risa.<br />

—¡Perdón! ¿De qué os reís? —preguntó el cohete—. Yo<br />

no me río.<br />

—Me río porque soy feliz —replicó el petardo.<br />

—Es un motivo bien egoísta —dijo el cohete con ira—.<br />

¿Qué derecho tenéis para ser feliz? Debi<strong>era</strong>is pensar en los de<strong>más</strong>,<br />

debi<strong>era</strong>is pensar en mí. Yo pienso siempre en mí y creo<br />

que todo el mundo debe hacer lo mismo. Eso es lo que se llama<br />

simpatía. Es una hermosa virtud y yo la poseo en alto grado.<br />

Suponed, por ejemplo, que me <strong>su</strong>cediese algún percance<br />

esta noche. ¡Qué desgracia para todo el mundo! El príncipe y<br />

la princesa no podrían ya ser felices: se habría terminado <strong>su</strong><br />

vida conyugal. En cuanto al Rey, creo que no podría soportarlo.<br />

La verdad es que cuando empiezo a pensar en la importancia<br />

de mi papel, me emociono hasta casi llorar.<br />

—Si quieres agradar a los de<strong>más</strong> —exclamó la candela romana—,<br />

mejor harías en mantenerte seco.<br />

—¡Ciertamente! —exclamó la bengala, que no estaba de<br />

muy buen humor—. Eso es sencillamente de sentido común.<br />

—¿Creéis que es de sentido común? —replicó el cohete<br />

indignado—. Olvidáis que yo no tengo nada común y que soy<br />

muy distinguido. ¡A fe mía, todo el mundo puede tener sentido<br />

común con tal de carecer de imaginación! Pero yo tengo<br />

[61]

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