" Este de Madrid" (1991-2012) - Archivo de la Ciudad de Arganda ...

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Arte
Autorretrato andrógeno
En una sociedad severa y patriarcal donde cualquier mujer
que se atreviese a traspasar los límites tradicionales que
marcaba la sociedad era condenada al ostracismo, ya que
se esperaba de las mujeres los comportamientos propios de su
sexo, confinándose en la esfera de lo domestico, adoptando una
indumentaria y etiqueta, claramente definida. Estas diferencias
burguesas tan definidas también se manifestaban en el mundo artístico
con la noción de “arte femenino”, limitado al reducto de lo
doméstico y amateur, un arte grácil y delicado, frente al arte masculino,
un arte público
y reconocido. Las mujeres
que intentaban
ser artistas profesionales
se enfrentaban a
que la ima gen de artista
no era compatible
con la definición
de mu jer respetable.
Con tra to do esto se
enfrentó Rosa Bonheur,
y a pe sar de ello
fue la primera mujer a
la que con cedieron la
Legión de Honor de
manos de su amiga y admiradora, la emperatriz Eugenia de Montijo,
en 1865, y también obtuvo la máxima distinción francesa
convirtiéndose en Oficial de la Legión de Honor, en 1894.
Nació en una familia de artistas, su padre llegó a ser amigo de
Goya, también era discípulo del socialista utópico Saint-Simon,
que propugnaba la igualdad entre hombres y mujeres, llegando a
poner a la cabeza de su iglesia, en un principio de planteamientos
cristianos que terminaron siendo laicos, a una mujer. Cuando
Rosa Bonheur fue expulsada del internado femenino por su conducta
rebelde y poco femenina, su padre decide que sigua sus inclinaciones
artísticas, sintiendo especial pasión por la representación
de animales.
Esto la llevó a visitar los mataderos de París, para estudiar a
fondo la anatomía del animal. Un ambiente muy desagradable, con
el suelo lleno de sangre derramada, los gritos de agonía de los
animales, un hedor que impregnaba todo el ambiente. Tuvo que
soportar los comentarios groseros y desagradables de los hombres,
como publicó en 1880 el London World: “Dada su condición
de pintora de animales, se vio obligada a transitar por caminos
escasamente convencionales para encontrar modelos, caminos
que en ocasiones la llevaron a las grandes cuadras de París, otras
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veces a las caballerizas, otras muchas a los mataderos. El comportamiento
de las bestias era extremadamente noble; no así el de
los seres superiores a cuyo cargo estaban, los matarifes y los
mozos de caballos, que no siempre seguían su edificante
ejemplo”. Para evitar esto y resultar más cómodo para su trabajo,
se decidió a vestirse de hombre. En el siglo XIX el travestismo
era ilegal y, para evitar ser sancionada, cada seis meses tenía que
conseguir un permiso oficial de travestismo, expedido por la policía
de París y firmado por un médico. Todas las consideradas
desviaciones con referencia
al comportamiento
sexual eran
tenidas como anomalías
que debían ser reguladas
por el Estado
y sometidas a control
médico. Aun que siem -
pre ella aseguró que
era por mo ti vos prácticos,
la realidad era
distinta, cuando la invitaban
a una recepción
oficial, solicitaba
siempre por escrito
una autorización para no llevar el escote que exigía la etiqueta femenina.
En su casa siempre llevaba pantalones, un día que se presentó
la emperatriz Eugenia sin avisar, Bonhuer la hizo esperar
unos minutos para ponerse a toda prisa un vestido por encima
de los pantalones.
Uno de sus cuadros más famosos es La feria de caballos, de
1855, que recoge la feria ecuestre realizada al aire libre en el boulevard
de l´Hopital, en París, donde la artista acudía dos veces por
semana para realizar bocetos. Es una pintura costumbrista, un
grupo de enormes percherones brinca y cabecea ante un grupo
de espectadores mientras son llevados por unos mozos por las
bridas. Los críticos destacaron la fuerza de la composición y los
caballos que se agrupan en un primer plano, salvajes y encabritados
formando una curva de vitalidad barroca, que recuerda el
estilo de Géricault, uno de los pintores favoritos de Bonhuer.
Nadie se dio cuenta en la figura que aparece en un segundo
plano montando un caballo, es autorretrato de la autora, vestida
con la túnica azul y la gorra que solía llevar en sus visitas a los
mataderos de París. Como se puede ver se aleja de las representaciones
convencionales femeninas del siglo XIX, se le criticaba la
acusada masculinidad de la artista. Como se puede apreciar es la
única figura de la composición que no lleva barba, y sus cabellos,
más cortos de lo habitual para una mujer en esa época, son
mucho más largos que el resto de los protagonistas del lienzo.
No se sabe por qué Bonhuer se representa a sí misma de una
forma sexualmente ambigua, podía ser que quisiera mostrar su
lesbianismo de forma oculta y públicamente, en una sociedad
donde los temas relacionados con el sexo eran tabú y las relaciones
no convencionales se consideraban desviaciones enfermizas
producto de la degeneración social. Estas representaciones
de la artista pasaron desapercibidas durante años a los ojos de
los especialistas en arte.
El cuadro le dio fama internacional siendo sus obras muy demandadas,
prosperando económicamente.
BIBLIOGRAFÍA
– Patricia Mayayo: Historias de mujeres, historias del arte.
MIGUEL FLÓREZ FERNÁNDEZ
ml1fz2@mff.jazztel.es