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LOS MÁRGENES DE LA ESCRITURA/ LA ESCRITURA DE LOS ...

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Fernando Rodríguez de la Flor<br />

<strong>LOS</strong> <strong>MÁRGENES</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>ESCRITURA</strong>/<br />

<strong>LA</strong> <strong>ESCRITURA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LOS</strong> <strong>MÁRGENES</strong><br />

Pese a todas las apariencias, no resulta en modo alguno fácil atenerse a lo<br />

medular de la propuesta que nos reúne, la metáfora de orden geográfico, que el<br />

coordinador de estas sesiones ha elegido como el campo estricto de la discusión y los<br />

planteamientos reflexivos que hemos de hacer.<br />

Sucede que hay algo en esa denominación –territorios de la escritura- que invita<br />

siempre a organizar una reflexión más arriesgada; una búsqueda de un dominio todavía<br />

no bien perimetrado. En nombre de esa llamada, quien, como yo, no comparte la<br />

práctica de la escritura, se sentirá obligado en cambio a explorar sus límites, los<br />

márgenes y fronteras; sucede que gran parte del interés actual por el arte verbal se halla<br />

desplazado hacia zonas donde dicha praxis de la escritura se extingue, dando entonces<br />

lugar a nuevas organizaciones discursivas a las que ya apenas podemos denominar<br />

como literarias.<br />

Así que es justamente la amplia denominación que reciben nuestros encuentros<br />

lo que me autoriza –me legitima- a hablar de una zona de la experiencia discursiva que<br />

ya no es propiamente “territorio”, sino tal vez lugar de cesación, de extinción de la<br />

escritura entendida como arte verbal.<br />

Zona también de reversibilidad de códigos, donde lo verbal termina en los<br />

icónico; donde la escritura se puede convertir en plástica, o incluso, como veremos,<br />

donde la escritura termina siendo graffiti, pasquín político, caligrafía urbana, reclamo<br />

sígnico, propaganda –o antipropaganda-, publicidad, también, finalmente.<br />

Pero para hablar acerca de esta zona liminar del ejercicio de la escritura, para<br />

ilustrar mejor la existencia de este fenómeno residual, tengo que acudir necesariamente<br />

a la anécdota, a la experiencia; es decir, tengo que acudir necesariamente a narrar el<br />

encuentro con estas prácticas, emboscadas en el magma de una ciudad como Madrid a<br />

comienzos de los 90.<br />

ENCUENTROS EN VERINES 1993<br />

Casona de Verines. Pendueles (Asturias)


Un día cuando estoy en el suburbano en la estación de Sol, línea 2, dirección<br />

Cuatro Caminos, observo a un grupo de personas situadas frente a un gran cartel de El<br />

Corte Inglés en el que aparece una modelo ataviada con prendas que parecen pertenecer<br />

a unos creadores exclusivos, cuya nómina figura a la derecha. Observo que<br />

sobreimpreso en el arte aparece el agresivo reclamo que dice: “marca lo que eres”.<br />

Pronto el pequeño grupo humano entra en acción, actúa sobre el sintagma publicitario y<br />

lo reduce significativamente. La última visión que tengo sobre el mismo, antes de<br />

hundirme en las profundidades del túnel es un mensaje que me dice: “MARCA ERES”.<br />

Otro día visito, por motivos profesionales, la sede el Instituto de Filología del<br />

CSIC. En las columnas neoclásicas de la portada me encuentro sobreimpreso, en la<br />

técnica llamada de plantilla con esgrafiado, un apotegma que iré luego rumiando a lo<br />

largo del día: “ <strong>LA</strong> CIENCIA INFUSA”.<br />

En el seno de una fiesta, de la que es importante decir que se ubicaba en el<br />

momento cronológico y álgido de la guerra del Golfo; por aquellos días cuando los<br />

periódicos difundían la naturaleza concreta del apoyo logístico español a las tropas<br />

norteamericanas; pues bien, en ese momento preciso, alguien me urge un cambio<br />

monetario. Cuando recibo la moneda de veinte duros objeto del trueque, veo que<br />

sobreimpresionada una pegatina exhibe el emblema patrio, la bandera roja y gualda con<br />

la leyenda: “ESTADOUNI<strong>DE</strong>NSE”.<br />

Otro día recibo una tarjeta postal de un amigo. Acostumbrado a los motivos más<br />

extravagantes, apenas la miro. Será sólo tiempo después cuando repare en que esta<br />

tarjeta no entra en los circuitos estabilizados de las ventas callejeras de iconos, sino que,<br />

ciertamente, intenta sustraerse a su dominio, a través de una operación crítica e irónica.<br />

En imagen, una patera llena de emigrantes ilegales (cruel reverso de esas puestas de sol<br />

españolas que se han hecho legendarias en el correo veraniego).<br />

De nuevo, en esta imagen, como ya sucediese con el cartel publicitario y en la<br />

moneda, el exergo literario viene eficazmente a amarrar la deriva y a convertirla en<br />

reflexión obligada: “SIT TIBI TERRA LEVI’S”. “Que la tierra te sea leve”, emigrante,<br />

parece decir. Pero no: más bien que la tierra te sea “Levi strausser”, emigrante; que<br />

encuentres en esta tierra la tierra de los pantalones y vaqueros.<br />

Finalmente, un día veo la televisión. Es julio y el Papa abandona España. La<br />

cámara pasea mostrando las banderas de las multitudes que despiden al ilustre visitante.<br />

De repente, en el centro de una toma, percibo una banderola que reclama de inmediato<br />

mi atención. Unos sujetos que no podrían a primera vista ser identificados como


feligreses, sostienen impávidos una inscripción gigantesca: “CHAO, CARISIMO”. Hay<br />

un problema: carísimo no lleva la doble ese preceptiva en italiano.<br />

Bien, hasta aquí la anécdota, ¿podría extraerse la categoría que sin duda subyace<br />

en la misma? El territorio abordado por esas prácticas enunciadas parece, sin embargo,<br />

francamente periférico.<br />

¿Pero son periféricos de verdad a nuestras preocupaciones de escritores o de<br />

analistas, estos pequeños fenómenos de lengua descritos?<br />

Estimo que no, que no estamos ante una cuestión baladí, sino ante un tipo de<br />

intervención que nos interroga e interroga a nuestro tiempo sobre el verdadero presente<br />

de un trabajo sobre la lengua, del que se desea tenga proyección social y a cuya<br />

existencia hemos dado en llamar literatura.<br />

Una primera constatación es la de que el campo de ésta se amplía sin cesar. La<br />

historia de la literatura es la historia de cómo todo termina ingresando bajo la categoría<br />

de literatura. ¿Pero podemos de verdad integrar en ese contexto a la moneda, al cartel<br />

publicitario, a la tarjeta, a la pancarta, a la pintada de la que he hablado?<br />

Podríamos, desde luego, no hacerlo diciendo, por ejemplo, que son<br />

extremadamente cortas. Que en estas expresiones la materialidad de la escritura es tan<br />

exigua, que no satisface los niveles de textualidad inflacionista que el momento<br />

económico nos dicta. Y, sin embargo, sucede que estas intervenciones, presididas por<br />

una economía política del signo, son ciertamente las herederas de las poéticas mínimas<br />

de la vanguardia. Esos textos ejemplifican un principio fundacional de la belleza y el<br />

arte verbal, que definido por Gracián, por ejemplo, constituye programa de “ética<br />

ecologista”, con respecto al régimen del discurso: menos es más. Menos es, hoy más<br />

que nunca, más.<br />

El/los escritor/es de estos slogans tiene como su misión central conseguir con un<br />

mínimo de intervención un plus de sentido: su trabajo va dirigido a subrayar, borrar,<br />

alterar un mensaje ya hecho, solidificado, para, parasitándolo, obligarlo a su<br />

significación más contradictoria y, por tanto, más poética. En realidad, los casos<br />

propuestos nos indican que se trata, sobre todo, de concentrarse, no sobre el mensaje,<br />

sino sobre las condiciones de su circulación, sobre el contexto, buscando aquel que<br />

admita un máximo de refuncionalización con un mínimo de inversión, de esfuerzo.<br />

Pragmatismo de raíz netamente capitalista: la acción intelectual más satisfactoria<br />

es la que consigue el efecto mayor con un mínimo de actuación. Se trata no de creación<br />

de signos, sino del más sutil trabajo de cambiarle el signo al signo.


Pero si quisiéramos desautorizar esas fórmulas conceptuales económicas, o al<br />

menos desautorizarlas como no pertinentes al objeto que nos reúne y del que estamos<br />

comprometidos a hablar, tendríamos otros flancos desde los que considerarlas. Diríamos<br />

entonces que esos fragmentos interrumpidos de una praxis discursiva que he contado<br />

desde la anécdota, no es territorio literario, dado que no circulan por donde de modo<br />

paradigmático la literatura ha venido a hacerlo siempre.<br />

La cuestión es ciertamente central. Se trata ni más ni menos que de canales.<br />

Quizá el haber suscitado esta problemática no hay sido enteramente inútil, porque ello<br />

incide de modo central en el concepto que nos reúne, cuya naturaleza conflictiva ya ha<br />

sido señalada a lo largo de estas sesiones.<br />

En efecto, el concepto de territorio se está haciendo culturalmente incómodo.<br />

Progresivamente asistimos a un proceso en el cual la metáfora misma de “territorio” se<br />

está desolidificando, desinvistiendo de su valor estable, a favor del nuevo campo de<br />

juego: cede la noción de territorio y amanece la problemática del canal.<br />

Lo importante para el futuro es ya la vía misma por donde el fluido lingüístico<br />

vaya a circular. Entre lo inminente que cabe predecir –sin apenas duda acerca de ello- es<br />

que el proceso de descentralización de la escritura atada a la página es lo más<br />

significativo a nuestros efectos. Es precisamente en este punto donde esos mensajes, esa<br />

poética del concepto, nos han de llamar a interesar singularmente, puesto que lo que<br />

significa en ellos es el vehículo mismo por donde hacen su travesía social. Se proponen<br />

legar a nosotros, no en las profundidades solitarias de los cuartos de estudio, sino en el<br />

fragor de la vida ciudadana. He aquí, pues, la segunda condición loable de esta –<br />

llamémosle a todos los efectos- escritura esposta.<br />

Escritura, propiamente “de aparatos”, que obedece casi a una lógica similar a la<br />

que llevó a los ideólogos del Papa Sixto V a remodelar la Roma del siglo XVI,<br />

multiplicando los espacios vírgenes de la urbe, susceptibles de utilización gráfica<br />

(obeliscos, fuentes, arcos..., estructuras efímeras, banderolas...), llevando a cabo un<br />

programa epigráfico de gran envergadura, cuyo objeto hoy visible para cualquiera,<br />

conozca o no el latín arcaico de las inscripciones, es manifestar simbólicamente la<br />

presencia de un poder manifiesto.<br />

Nuestras escrituras –de pretensión más modesta, sin embargo- parecen apuntar<br />

justamente a lo contrario: herederas del grafismo político soviético y de los usos<br />

tipográficos dadaístas, operan una quimérica devolución simbólica a la sociedad de<br />

espacios que considera de uso público: a saber, la calle y el lenguaje.


Buscan, creo entender, en definitiva, una modificación de la polaridad lectora,<br />

un cortocircuito en un sistema, una reterritorialización del espacio semiótico. E<br />

incidentalmente, proponen también una toma de conciencia del mundo, que ha sido<br />

siempre el objetivo declarado de toda poética.<br />

Cuestión ésta que suscitan, de marcos, de formas, de medios. Cuestión<br />

mediática, en suma, como parece revelar la institución que, de momento, recoge a los<br />

grupos dispersos que en este campo operan –Compañía Poética Momentánea,<br />

Estrujenbank, Preiswert... –y que sería un fantasmal Sindicato de Medios (cuyo<br />

acrónimo es s.i.n.d.i.o.s.).<br />

En contra, pues, de una definición estrictamente semántica del texto, los<br />

episodios comunicativos que he relatado, y que propongo como probable, hipotético<br />

nuevo dominio literario, gestado hoy en la capital de España, dirigen nuestra atención<br />

hacia el hecho de que la “puesta en escena” de la escritura es lo que produce, hoy, su<br />

efecto más potente de sentido.<br />

Un texto, estable en sí mismo, puede verse investido de un significado y de una<br />

tipología inéditos, cuando cambian las estructuras o las intermediaciones que lo<br />

proponen a la lectura o a la escucha.<br />

Pero hay algo más en ello, sin duda: estos textos agresivos suponen tal vez una<br />

toma de conciencia política, que no sé si se estará de acuerdo en que yo defina<br />

aproximadamente así: crece la conciencia de que el arte verbal en una sociedad<br />

dominada por los medios de comunicación de masas está sujeto a unas condiciones de<br />

circulación que neutralizan por completo su capacidad crítica e innovadora; ocurriría,<br />

como nos tememos muchos, que el arte producido en tales condiciones es<br />

necesariamente pobre, pusilánime e imaginativamente insuficiente, y crecería también<br />

la impresión de que la única actividad artística aceptable hoy en las sociedades<br />

posindustriales de Occidente consiste en sabotear esa circulación.<br />

En todo caso, hoy la clave del efecto estético en el arte es la tensión entre el<br />

mensaje y el canal por el que discurre, entre la obra artística y las condiciones de su<br />

circulación. Y es aquí donde estas poéticas renovadoras se instalan, haciendo del acto de<br />

sabotaje, de la toma de un canal, el acto propiamente artístico, el sentido último de su<br />

existencia.<br />

Desde su modestia y anonimato constitutivos parecen, pues, señalarnos la<br />

dirección por donde hoy se situaría lo interesante y, un paso más allá, la misma noción<br />

fuerte de lo que es o pueda ser lo literario:


Literatura, en su más alto sentido, territorios de la escritura, si queréis, sería,<br />

pues, lo que hasta tal punto se sitúa en tensión con su medio que, o bien no llega a<br />

emitirse, o bien debe tomar el medio por la fuerza para poderse emitir.

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