historias del mar x. galarreta
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sabe». En cierta ocasión, un hombre de raza negra<br />
miembro de la tripulación de su barco le preguntó,<br />
malicioso:<br />
—¿No se fía de nosotros, Capitán?<br />
Y «El Capitán», lanzando una carcajada<br />
hueca y amenazante, respondió:<br />
—Puede que sí y puede que no, <strong>mar</strong>inero.<br />
Tal y como se ha dicho, «El Capitán» era de<br />
temperamento agrio en extremo, y al primero que le<br />
viniera con halagos y embustes lo apartaba de<br />
inmediato lejos de sí sin demasiadas<br />
contemplaciones. Es por ello que ninguno de los<br />
salvadores enviados por la sociedad de Puerto Alegre<br />
consiguió jamás éxito alguno en su intento de<br />
convertir a «El Capitán» en uno de los suyos. Y no<br />
sólo eso: aquellos mensajeros a los que se les<br />
encomendó la tarea de traer a «El Capitán» al buen<br />
camino hubieron de escuchar <strong>del</strong> indómito capitán<br />
palabras que mejor las omitimos en esta narración,<br />
contándose entre dichos mensajeros la propia esposa<br />
<strong>del</strong> gobernador, nada más y nada menos que Doña<br />
Rosario de Jiménez. Y las mujeres como ella, siendo<br />
los seres más dispuestos a guardar en su seno el odio<br />
más profundo e inextinguible que se pueda imaginar<br />
contra un hombre, aún no estaban frías las sábanas y<br />
ya se dedicaban a despotricar sin descanso en contra<br />
de «El Capitán». En efecto, éste era para ellas un<br />
extraño fenómeno que además de sobrepasar su<br />
capacidad de comprensión, no acertaban tampoco a<br />
explicarse, si bien es verdad que también constituía<br />
el único misterio que, por otra parte, necesitaban para<br />
llenar el vacío insustancial de sus vidas. Admitamos,<br />
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