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Hallé de flores un lecho, Y en él, descuidado y solo, Un hombre entregado al sueño; De paños regios vestido, A un lado corona y cetro, Y en su derecha empuñando Un ardiente pebetero. Acerquéme, y conocí Que estabas allí tú mesmo, En la mansión del descanso Y en el reino del silencio. Quise retirarme al punto Penetrado de respeto, Pero una voz imperiosa Me hizo aproximar de nuevo, Dejándome sin acción Para esquivar sus preceptos. Mandóme que de tu mano Quitase yo aquel brasero, Y sin piedad le aplicase Ardiendo, sobre tu pecho. Resistftne cuanto pude; Pero ¿qué vale el esfuerzo Del mortal desalentado Para resistir al cielo? Yo mismo entonces, Señor, Cumplí el mandato severo: Te apliqué la ardiente brasa, Y tú sufriste cauterio, Sin dar señal de dolor Y sin hacer movimiento. Juzgárate allí cadáver, A 110 advertir que tu seno Se dilataba y movía, Respirando con sosiego. Díjome otra vez la voz (Voz engendrada en el viento): Así tu rey insensato Pasa en deleites el tiempo, Cuando sobre sí el enojo Tiene de los Dioses fieros; Cuando tantos enemigos Lo detestan en secreto; Y cuando audaces soldados, Navegando el mar inmenso, Vienen de tierras ignotas Para conquistar su imperio. Dirásle que se levante, Y justo, cuanto guerrero, Ponga á los peligros dique Y á los desastres remedio. Apenas este discurso Dijo, que conservo impreso, Cuando el ave me arrebata, Y otra vez me hallo en mi huerto. Aquí he venido, Señor, A cumplir con lo que debo, Con lo que el cielo me manda, Con lo que pide tu reino. A las deidades irritas Con tu soberbia y desprecio, Y á los hombres das enojo Con tu crueldad y recelos. Despierta otra vez te digo: ¡Infeliz, si torpe y ciego Tienes el pecho insensible A los ardores del fuego! Y sabe que los sollozos De tus desdichados pueblos, Primero que á tus oídos
Llegaron al justo cielo." — Dijo, y volviendo la espalda Salióse de allí, resuelto, Poniendo al concurso espanto Su libertad y denuedo. Quiso el monarca sañudo Mandar que le traigan preso, Cuando sintió penetrante Nuevo dolor en su pecho. Descúbrelo, y le hallan todos Abrasado de un cauterio, En que con asombro miran Ser el vaticinio cierto. JOSE MARIA HEREDIA. 1 AL COMETA DE 1825. Planeta de terror, monstruo del cielo, Errante masa de perennes llamas Que iluminas é inflamas Los desiertos del éter en tu vuelo: ¿Qué universo lejano Al sistema solar hora te envía? ¿Te lanza del Señor la airada mano A que destruyas en tu curso insano Del mundo la armonía? ¿Cuál es tu origen, astro pavoroso? El sabio laborioso Para seguirte se fatiga en vano, Y más allá del invisible Urano Ve abismarse tu carro misterioso. ¿El influjo del Sol allá te alcanza, O una funesta rebelión te lanza A ilimitada y férvida carrera? ¿Bandido inaquietable de la esfera, Ningún sistema habitas, Y tan cerca del Sol te precipitas Para insultar su majestad severa? Huye su luz, y teme que indignado A su vasta atracción ceder te ordene, Y entre Jove y Saturno te encadene, . De tu brillante ropa despojado.
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Dios que contempla nuestro mal, te
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Corre despertando el valle, Y el Ot
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Y un beso deja sobre su frente, Ti
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RAFAEL DELGADO. I PALMAS. (En el ce
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II SONETOS. OJOZARCO. Á LA M E M O
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IV X-.A CRUZ DE HIERRO. (EN LA CIMA
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Su seno destrozaron rencores y part
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Cuanto de dicha y de ventura encier
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¡Ay! se estremece la ánima y se e
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Ese niño es un Dios. Brota á raud
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Y ni para honrar los templos La mod
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Y tú no fuiste el único en el due
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¡Cuán grandes fueron tus postrero
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ADALBERTO A, ESTEVA. A N A P O L E
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Nada opaca las grandes claridades Q
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" Soy conjtante en el querer, Y en
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Y si queréis que dulces Amores can
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Siendo de ambos la incólume bellez
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III "Madre del alma: El pecho acost
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Y deseando ver siempre azul y flore
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Ya la trágica Musa, en las cancion
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MANUEL GUTIERREZ NAJERA. Líneas ce
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Los diablos llaman, el pavor nos no
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VII IX En medio de la horrible pesa
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Y con voz formidable te saluda El s
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En el sepulcro de mi caro hermano T
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Allá fué la ciudad Desafiando imp
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• ¡Con qué fervor el Ambrosiano
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FRANCISCO LOPEZ CARVAJAL. -ERE I PE
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En que mi vista recreóse un día,
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Al escuchar su acento entusiasmado,
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LAURA MENDEZ DE CUENCA. NIEBLAS. En
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Ya no se agita el pecho por latidos
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Mirtilo el boquirrubio, en esa hora
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II D. QUIJOTE Y DULCINEA. ÉL. Yo s
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Que hincha la savia ya, crepitacion
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El huracán golpea los peñones; Su
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EL IV RIO. ¡ Salve, deidad agreste
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De la protervia de Aquilón tirano,
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Huya el liviano de tu rostro auster
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Y en vano busco el caprichoso río,
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Si en ignota región tus ojos fijos
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Iba al fuerte clamor de la victoria
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Al través de esa losa helada y dur
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JOSEFINA PEREZ DE GARCIA TORRES. RI
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Y es preferible á todos los honore
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¡No te apartes de mí, Dueño Divi
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Con eterna ansiedad é igual encant
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III FUSILES Y MUÑECAS. CUADRO REAL
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Y este guerrero audaz de tres abril
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Es un lenguaje de himnos de alabanz
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Yo la creía el cisne de los lagos
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Entonces, el celaje que cruzaba Por
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¿No sabes que ese vino que levanta
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Y ¡la ronda! —Dense presos: Pepe
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A cadáveres sin cuento Que en mis
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Pronto será, y entonces, Madre pat
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¡Con qué grato embeleso recogías
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Y en el húmedo follaje Mil insecto
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Ya se tornan guirnaldas animadas La
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Y de tu caila el ritmo peregrino ¡
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Jamás tal poesía, la que exhala E
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IV A LELIA. ESTHER TAPIA DE CASTELL
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Y la sonrisa agradable Que en horas
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El tosco cuadro del antiguo escudo;
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Como cuajadas gotas de rocío. De m
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Que contuvo la esencia de su vida.
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EDUARDO DEL VALLE. CUAHUTEMOC. (Fra
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El tiempo y el espacio desparece, E
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Y sus ojos con éxtasis veían El r
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Y del alma los ojos Bañados por la
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IV LA ESTATUA. Fidias exhibe ante l
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OVIDIO ZORRILLA. •A. LIDIA. Adió
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Sí, que el Pastor divino Las hubo
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