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Pardo%20Bazan,%20Emilia%20-%20Pazos%20de%20Ulloa,%20Los

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de su madre; tiempo perdido: o la señora no había atesorado más desde el robo, o lo había<br />

ocultado tan bien, que no diera con ello el mismo diablo.<br />

La vista de tal hipoteca contristó a Julián, pues el buen clérigo empezaba a sentir la adhesión<br />

especial de los capellanes por las casas nobles en que entran; pero más le llenó de confusión<br />

encontrar entre los papelotes la documentación relativa a un pleitecillo de partijas, sostenido por<br />

don Alberto Moscoso, padre de don Pedro, con... ¡el marqués de Ulloa!<br />

Porque ya es hora de decir que el marqués de Ulloa auténtico y legal, el que consta en la Guía de<br />

forasteros, se paseaba tranquilamente en carretela por la Castellana, durante el invierno de 1866<br />

a 1867, mientras Julián exterminaba correderas en el archivo de los Pazos. Bien ajeno estaría él<br />

de que el título de nobleza por cuya carta de sucesión había pagado religiosamente su impuesto<br />

de lanzas y medias anatas, lo disfrutaba gratis un pariente suyo, en un rincón de Galicia. Verdad<br />

que al legítimo marqués de Ulloa, que era Grande de España de primera clase, duque de algo,<br />

marqués tres veces y conde dos lo menos, nadie le conocía en Madrid sino por el ducado, por<br />

aquello de que baza mayor quita menor, aun cuando el título de Ulloa, radicado en el claro solar<br />

de Cabreira de Portugal, pudiese ganar en antigüedad y estimación a los más eminentes. Al pasar<br />

a una rama colateral la hacienda de los Pazos de Ulloa, fue el marquesado a donde correspondía<br />

por rigurosa agnación; pero los aldeanos, que no entienden de agnaciones, hechos a que los<br />

Pazos de Ulloa diesen nombre al título, siguieron llamando marqueses a los dueños de la gran<br />

huronera. Los señores de los Pazos no protestaban: eran marqueses por derecho consuetudinario;<br />

y cuando un labrador, en un camino hondo, se descubría respetuosamente ante don Pedro,<br />

murmurando: «Vaya usía muy dichoso, señor marqués», don Pedro sentía un cosquilleo grato en<br />

la epidermis de la vanidad, y contestaba con voz sonora: «Felices tardes.»<br />

- V -<br />

Del famoso arreglo del archivo sacó Julián los pies fríos y la cabeza caliente: él bien quisiera<br />

despabilarse, aplicar prácticamente las nociones adquiridas acerca del estado de la casa, para<br />

empezar a ejercer con inteligencia sus funciones de administrador, mas no acertaba, no podía; su<br />

inexperiencia en cosas rurales y jurídicas se traslucía a cada paso. Trataba de estudiar el<br />

mecanismo interior de los Pazos: tomábase el trabajo de ir a los establos, a las cuadras, de<br />

enterarse de los cultivos, de visitar la granera, el horno, los hórreos, las eras, las bodegas, los<br />

alpendres, cada dependencia y cada rincón; de preguntar para qué servía esto y aquello y lo de<br />

más allá, y cuánto costaba y a cómo se vendía; labor inútil, pues olfateando por todas partes<br />

abusos y desórdenes, no conseguía nunca, por su carencia de malicia y de gramática parda, poner<br />

el dedo sobre ellos y remediarlos. El señorito no le acompañaba en semejantes excursiones: harto<br />

tenía que hacer con ferias, caza y visitas a gentes de Cebre o del señorío montañés, de suerte que<br />

el guía de Julián era Primitivo. Guía pesimista si los hay. Cada reforma que Julián quería<br />

plantear, la calificaba de imposible, encogiéndose de hombros; cada superfluidad que intentaba<br />

suprimir, la declaraba el cazador indispensable al buen servicio de la casa. Ante el celo de Julián<br />

surgían montones de dificultades menudas, impidiéndole realizar ninguna modificación útil. Y lo<br />

más alarmante era observar la encubierta, pero real omnipotencia de Primitivo. Mozos, colonos,<br />

jornaleros, y hasta el ganado en los establos, parecía estarle supeditado y propicio: el respeto<br />

adulador con que trataban al señorito, el saludo, mitad desdeñoso y mitad indiferente que<br />

dirigían al capellán, se convertían en sumisión absoluta hacia Primitivo, no manifestada por<br />

fórmulas exteriores, sino por el acatamiento instantáneo de su voluntad, indicada a veces con<br />

sólo el mirar directo y frío de sus ojuelos sin pestañas. Y Julián se sentía humillado en presencia<br />

de un hombre que mandaba allí como indiscutible autócrata, desde su ambiguo puesto de criado<br />

con ribetes de mayordomo. Sentía pesar sobre su alma la ojeada escrutadora de Primitivo que<br />

avizoraba sus menores actos, y estudiaba su rostro, sin duda para averiguar el lado vulnerable de<br />

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