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Pardo%20Bazan,%20Emilia%20-%20Pazos%20de%20Ulloa,%20Los

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-¡Jesús! No puede uno deslizarse... Bien sabe usted que sobre lo bueno está lo mejor, y la<br />

señorita Marcelina raya en perfecta. La perfección es dada a pocos. Señorito, la señorita<br />

Marcelina, ahí donde usted la ve, se confiesa y comulga tan a menudo, y es tan religiosa, que<br />

edifica a la gente.<br />

Quedóse don Pedro reflexionando algún rato, y aseguró después que le agradaba mucho, mucho,<br />

la religiosidad en las mujeres; que la conceptuaba indispensable para que fuesen «buenas».<br />

- Con que beatita, ¿eh? - añadió -. Ya tengo por dónde hacerla rabiar.<br />

Y tal fue en efecto el resultado inmediato de aquella conferencia donde, con mejor deseo que<br />

diplomacia, había intentado Julián presentar la candidatura de Nucha. Desde entonces el primo<br />

gastó con ella bastantes bromas, algunas más pesadas que divertidas. Con placer del niño<br />

voluntarioso cuyos dedos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle<br />

la epidermis del alma por medio de chanzas subidas e indiscretas familiaridades que ella<br />

rechazaba enérgicamente. Semejante juego mortificaba al capellán tanto como a la chica; las<br />

sobremesas eran para él largo suplicio, pues a las anécdotas y cuentos de don Manuel, que<br />

versaban siempre sobre materias nada pulcras ni bien olientes (costumbre inveterada en el señor<br />

de la Lage), se unían las continuas inconveniencias del primo con la prima. El pobre Julián, con<br />

los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las de Caín. Imaginábase él<br />

que ajar, siquiera fuese en broma, la flor de la modestia virginal era abominable sacrilegio. Por lo<br />

que su madre le había contado y por lo que en Nucha veía, la señorita le inspiraba religioso<br />

respeto, semejante al que infunde el camarín que contiene una veneranda imagen. Jamás se<br />

atrevía a llamarla por el diminutivo, pareciéndole Nucha nombre de perro más bien que de<br />

persona; y cuando don Pedro se resbalaba a chanzonetas escabrosas, el capellán, juzgando que<br />

consolaba a la señorita Marcelina, tomaba asiento a su lado y le hablaba de cosas santas y<br />

apacibles, de alguna novena o función de iglesia, a las cuales Nucha asistía con asiduidad.<br />

No lograba el marqués vencer la irritante atracción que le llevaba hacia Rita; y con todo, al<br />

crecer el imperio que ejercía en sus sentidos la prima mayor, se fortalecía también la especie de<br />

desconfianza instintiva que infunden al campesino las hembras ciudadanas, cuyo refinamiento y<br />

coquetería suele confundir con la depravación. Vamos, no lo podía remediar el marqués; según<br />

frase suya, Rita le escamaba terriblemente. ¡Es que a veces ostentaba una desenvoltura! ¡Se<br />

mostraba con él tan incitadora; tendía la red con tan poco disimulo; se esponjaba de tal suerte<br />

ante los homenajes masculinos!<br />

El aldeano que llega al pueblo ha oído contar mil lances, mil jugarretas hechas a los bobos que<br />

allí entran desprevenidos como incautos peces. Lleno de recelo, mira hacia todas partes, teme<br />

que le roben en las tiendas, no se fía de nadie, no acierta a conciliar el sueño en la posada, no sea<br />

que mientras duerme le birlen el bolso. Guardada la distancia que separaba de un labriego al<br />

señor de Ulloa, éste era su estado moral en Santiago. No hería su amor propio ser dominado por<br />

Primitivo y vendido groseramente por Sabel en su madriguera de los Pazos, pero sí que le torease<br />

en Compostela su artificiosa primilla. Además, no es lo mismo distraerse con una muchacha<br />

cualquiera que tomar esposa. La hembra destinada a llevar el nombre esclarecido de Moscoso y a<br />

perpetuarlo legítimamente había de ser limpia como un espejo... Y don Pedro figuraba entre los<br />

que no juzgan limpia ya a la que tuvo amorosos tratos, aún en la más honesta y lícita forma, con<br />

otro que con su marido. Aún las ojeadas en calles y paseos eran pecados gordos. Entendía don<br />

Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo<br />

e implacable para la esposa. Y a él que no le dijesen: Rita no estaba sin algún enredillo... Acerca<br />

de Carmen y Manolita no necesitaba discurrir, pues bien veía lo que pasaba. Pero Rita...<br />

Ningún amigo íntimo tenía en Santiago don Pedro, aunque sí varios conocidos, ganados en el<br />

paseo, en casa de su tío o en el Casino, donde solía ir mañana y noche, a fuer de buen español<br />

ocioso. Allí se le embromaba mucho con su prima, comentándose también la desatinada pasión<br />

de Carmen por el estudiante y su continuo atalayar en la galería, con el adorador apostado<br />

enfrente. Siempre alerta, el señorito estudiaba el tono y acento con que nombraban a Rita. En dos<br />

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