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bert H - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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82<br />

ROBERT A. NISBET<br />

EL PLAN CAMELOT: UNA AUTOPSIA<br />

83<br />

perforadas! D~. tllil materia,iay!, está hecha la ciudad<br />

de los hombres.<br />

11<br />

Pero la memoria de Camelot sigue flotando. Su<br />

verdadera importancia en la historia de las ciencias<br />

sociales comienza con su muerte. Así como nada<br />

le vino mejor a la vida de Carlos I de Inglaterra<br />

que la forma en que fue ejecutado, así nada fue<br />

tan fértil para las ciencias sociales en la vida <strong>del</strong><br />

plan Camelot, nada tan rico de posibilidades como<br />

su cádaver; ese cadáver cuya autopsia por parte<br />

<strong>del</strong> Congreso de los Estados Unidos fue dispuesta<br />

casi antes de que emitiera su último suspiro. De<br />

la audiencia llevada a cabo en el Subcomité de<br />

Organizaciones y Movimientos Internacionales surgió<br />

un informe. Y no puedo pensar en nada más<br />

edificante para los sociólogos que la lectura de<br />

ese documento de doscientas páginas; edificante<br />

y lisonjero. Si se necesitara algún remedio que<br />

eliminara drásticamente el complejo de grupo minoritario<br />

que todavía caracteriza a la valoración<br />

con que muchos de nosotros, sociólogos, nos torturamos<br />

y que nos lleva a sentirnos despreciados, discriminados<br />

y odiados por la sociedad y el Gobierno,<br />

ese remedio puede encontrarse gratis en<br />

este informe. Digámoslo bien alto y que llegue bien<br />

lejos: el Gobierno norteamericano a partir <strong>del</strong> Subcomité,<br />

cuya tarea era escudriñar en el ataud de<br />

Camelot, y recorriendo toda la ciudad de Washington<br />

hasta llegar a los secretarios Rusk y McNamara,<br />

se interesa por las ciencias behaviorales.<br />

En realidad, al leer el texto completo <strong>del</strong> informe,<br />

uno descubre que las ciencias behaviorales<br />

han sido milagrosamente liberadas de todo pecado.<br />

El aprovechamiento de las ciencias behaviorales<br />

por parte <strong>del</strong> Ejército, eso no está libre de pecado,<br />

pero, como veremos, se trata de otra historia. En<br />

los comentarios de algunos miembros <strong>del</strong> Subcomité,<br />

sólo dos veces encontré algunos sobrentendidos<br />

irónicos pero aun estos fueron suscitados<br />

por ciertos testimonios sobre las ciencias behaviorales<br />

que había que leer para poder creer. Déjenme<br />

citar dos ejemplos. En un momento, el director<br />

de SORO estaba· explicando al Subcomité<br />

la importancia de exportar a las naciones subdesarrolladas<br />

los conocimientos que poseen los norteamericanos<br />

en ciencias behaviorales. El ejemplo<br />

que daba está basado en lo que le contó un amigo,<br />

que, mientras viajaba por Africa, había visto una<br />

vez un automóvil detenido en una carretera con<br />

una rueda pínchada mientrassusocupantas estaban<br />

parados a su alrededor, aparentemente sin saber<br />

qué hacer. Ante este ejemplo unóde los miem-<br />

bros <strong>del</strong> Subcomité sólo pudo recomendar gentilmente<br />

al director que recorriera cualquier carretera<br />

norteamericana para comprobar el mismo espectáculo.<br />

El segundo ejemplo fue ofrecido por su representante<br />

<strong>del</strong> Ejército. Presionado por el Subcomité<br />

señaló un "descubrimiento» de las ciencias<br />

behaviorales: que en Vietnam, el Vietcong viajaba<br />

frecuentemente en grupos de familias aldeanas, junto<br />

con las mujeres y los niños, y que comían sus<br />

comidas a horas fijas <strong>del</strong> día. Uno de los miembros<br />

<strong>del</strong> Subcomité, con la paciencia un poco agotada,<br />

se preguntó si se necesitarian equipos enteros de<br />

sociólogos para descubrir algo que presumiblemente<br />

estaba al alcance de cualquier patrulla de<br />

reconocimiento, algo que Julio César había descubierto<br />

empleando simples legionarios en su campaña<br />

germánica.<br />

Pero estos, lo subrayo, son los únicos ejemplos<br />

de ironía que puedo encontrar en el informe <strong>del</strong><br />

Subcomité, y su verdadero blanco no eran las ciencias<br />

behaviorales sino el Ejército y el uso que éste<br />

hacía de aquéllas. Leyendo el informe como sociólogo,<br />

uno se descubre literalmente reteniendo el<br />

aliento a medida que avanza a través <strong>del</strong> testimonio,<br />

porque si alguna vez un plan de ciencia behavioral<br />

quedó expuesto -como juicio profesional, proyecto,<br />

ejecución, aparte <strong>del</strong> enorme gasto de dinero<br />

(varios cientos de miles de dólares ya se habían<br />

invertido en el plan)- a la posibilidad de una<br />

despiadada caricatura por parte de un Comité <strong>del</strong><br />

Congreso, fue el plan Camelot. Pero, lejos de toda<br />

caricatura u hostilidad, sólo hay allí respeto, cortesía<br />

y un interés serio en el aporte de las ciencias<br />

behaviorales y de su propia situación en el<br />

gobierno nacional. Después de todo, ¿en qué otro<br />

documento <strong>del</strong> Congreso (o en cualquier documento<br />

profesional) se puede ver a las ciencias behaviorales<br />

caracterizadas como "uno de los útiles<br />

vitales en el arsenal de las sociedades libres»,<br />

con una recomendación final de que se aumenten<br />

enormemente los fondos para subvencionarlas y se<br />

honre su carácter oficial al incluirlas como parte<br />

de la Oficina Ejecutiva <strong>del</strong> Presidente así como en<br />

una Fundación Nacional?<br />

m<br />

Ni una sola vez en la audiencia <strong>del</strong> Subcomité se<br />

planteó el problema de la ética profesional con<br />

respecto a los sociólogos que participaron en el<br />

plan Camelot. Sin embargo, fue en Chile. donde<br />

aparentemente se esperaba distinto nivel de conducta<br />

en los investigadores, que el asunto se planteó.<br />

Leyendo el informe <strong>del</strong> Comité Chileno y algunas<br />

expresiones de la prensa de dicho país, se<br />

encuentra muy poca, o casi ninguna, de esa censura<br />

a los militares norteamericanos a que se confinó<br />

nuestro Subcomité, porque en Chile, como en<br />

el resto de América Latina por lo general, sólo se<br />

espera lo peor de los militares. Lo que incomodó y<br />

aún incomoda a los sociólogos chilenos es, en primer<br />

lugar, el hecho de que profesores norteamericanos<br />

se hubieran dejado envolver en algo como<br />

el plan Camelot y, en segundo lugar, que ningún<br />

acto de censura hacia los participantes <strong>del</strong> plan se<br />

haya realizado o siquiera sugerido por parte de instituciones<br />

norteamericanas de sociología. Desde un<br />

punto de vista chileno parecía increíble que sociólogos<br />

se hubieran entregado a ejecutar un plan<br />

bajo los auspicios <strong>del</strong> Ejército norteamericano, plan<br />

que suponía la ínvestigación "en los detalles más<br />

íntimos» de instituciones y vidas privadas latinoamericanas;<br />

igualmente increíble les parecía que en<br />

sus primeros contactos con sus colegas chilenos,<br />

los sociólogos norteamericanos hubieran camuflado<br />

el auspicio <strong>del</strong> Ejército, refiriéndose vagamente a<br />

fundaciones privadas y al apoyo de una Fundación<br />

Científica Nacional [norteamericana l. Hasta el día<br />

de hoy hay sociólogos chilenos y latinoamericanos<br />

que creen en la responsabilidad de las organizaciones<br />

profesionales norteamericanas de presentar sus<br />

excusas de alguna manera; incluso de registrar un<br />

voto de censura por la conducta de los sociólogos<br />

<strong>del</strong> plan. Pero cualquiera que conozca el desagrado<br />

de los profesionales norteamericanos, ya sean<br />

médicos, abogados o profesores, para censurar a<br />

sus colegas sabe que los chilenos tendrán que<br />

esperar un largo rato.<br />

Los aspectos éticos de Camelot han recibido<br />

alguna atención por parte de los sociólogos norteamericanos,<br />

pero ha sido principalmente en forma<br />

de cartas a periódicos especializados, y éstas por<br />

lo general son superficiales y tangenciales, frecuentemente<br />

revelan fines personales y tienen a los<br />

militares y al Departamento de Estado como cabezas<br />

de turco; por lo general se limitan a la cuestión<br />

de si las ciencias behaviorales tienen o no algo<br />

que hacer al servicio <strong>del</strong> Ejército. Esta última me<br />

parece una cuestión sin verdadero fundamento, excepto<br />

en el terreno de la ideología personal de<br />

cada uno. Yo creo que, en primer lugar, había una<br />

responsabilidad ética mayor por la naturaleza misma<br />

de la empresa que los técnicos <strong>del</strong> plan Camelot<br />

desdeñaron al aceptar colaborar en elia. Pero<br />

esto no tiene nada que ver con lo que a mí me<br />

parece una indiscutida y casi axiomática propiedad<br />

de las ciencias behaviorales al concertar cierto<br />

tipo de compromisos profesionales con el Ejército.<br />

Si las ciencias behaviorales son lo que sus más<br />

destacados representantes dicen que son -un conjunto<br />

de hipótesis y conclusiones no ideológicas,<br />

objetivas, extraídas <strong>del</strong> estudio desapasionado y<br />

fiscalizado de la conducta humana-, entonces no<br />

hay nada intrínsecamente malo en que sus conclusiones<br />

sean utilizadas por el Ejército. ¿Por qué<br />

dichas ciencias no pueden contribuir a la política<br />

militar o a las relaciones exteriores como contribuyen<br />

a la organización de comunidades, a la renovación<br />

urbana, a las relaciones entre. las razas<br />

y otras zonas de la sociedad? Que los sociólogos<br />

colaboren directamente con el Ejército -como<br />

empleados en un plan diseñado por éste-- o a<br />

través de fundaciones y universidades casi autónomas,<br />

es, como subrayaré más abajo, un asunto<br />

de profunda significación desde el punto de vista<br />

de la organización <strong>del</strong> trabajo. Pero difícilmente<br />

puede ser considerado éste como un asunto de<br />

ética.<br />

El derecho de un individuo, ya sea sociólogo, químico<br />

o ingeniero, de no entregar a los militares<br />

los esfuerzos y aportes que haya hecho como científico<br />

me parece indiscutible, por más vano e ilusorio<br />

que sea este derecho. Pero esto no tiene nada<br />

que ver con la naturaleza de las ciencias y sí tiene<br />

todo que ver con valores morales de tipo personal.<br />

Yo no veo cómo podemos afirmar por un lado que<br />

las ciencias behaviorales son ciencias -es decir,<br />

conjunto de conocimientos que van más allá <strong>del</strong><br />

capricho individual y de las preferencias morales<br />

para alcanzar el nivel de conclusiones empíricamente<br />

válidas- y, por otra parte, cómo argumentamos<br />

que sus principios no deben ser comunicados<br />

al Ejército o alguna otra parte reconocida y<br />

y oficial de la sociedad y <strong>del</strong> Gobierno de los<br />

Estados Unidos.<br />

No les corresponde decir por qué<br />

En donde el problema de la ética profesional aparece<br />

en forma más significativa en el plan Camelot<br />

es, me parece, en la aceptación inicial <strong>del</strong> mismo<br />

por sociólogos que actuan como sociólogos. Dejemos<br />

de lado por ahora los sentimientos de los<br />

sociólogos chilenos que se sintieron engañados por<br />

los norteamericanos; es siempre difícil demostrar<br />

quién dijo qué cosa y cuándo. Dejemos, por la<br />

misma razón de lado los aspectos éticos de los<br />

motivos que revelaron las entrevistas <strong>del</strong> profesor<br />

Horowitz con los principales de Camelot, motivos<br />

que, debo reconocer, conmovieron lo que yo creía<br />

era mi inconmovible sentido de propiedad; porque<br />

los motivos mencionados, después de todo, son alusivos,<br />

tenues y tal vez irrelevantes. Pero lo que<br />

no se puede dejar de lado es el hecho de que un<br />

grupo de sociólogos norteamericanos, actuando<br />

como tales, permitieron al Ejército norteamericano,

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