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LO SOCIAL EN LA VIDA Y EN EL PENSAMIENTO<br />
eran muy diferentes en determinadas propiedades. Las profesiones, asociaciones<br />
y colegiaciones reclaman uniformidad sólo en determinados campos de<br />
conducta o de pensamiento, exigen a sus miembros sometimiento a las normas<br />
que conciernen a su formación; pero se preocupan muy poco de lo que les es<br />
ajeno. Lo privado-particular no se deja eliminar del todo; tan sólo se lo reduce<br />
a bagatela.<br />
Si queremos valorar comparativamente ambos dominios sólo cabe decir:<br />
como siempre, también aquí depende de la medida. Decisivo es lo que lo<br />
público reclama para sí, lo que relega o remite de nuevo a la privaticidad. Un<br />
exceso de lo público acaba generando una tendencia a lo privado; siempre hay<br />
hombres a quienes choca la desmesura y superficialidad de lo público, empujándoles<br />
a lo privado. Para ellos acaba siempre volviendo el tiempo del recogimiento,<br />
la exigencia de lo esencial que lo público no puede satisfacer. Como<br />
Schiller, se dicen: «escapa del tumulto de la vida al espacio quedo y santo del<br />
corazón». Pero, a su vez, la meditación y el cavilar solitario despierta la necesidad<br />
del trato con los hombres y su influencia; igual que Fausto se sintió impulsado<br />
a salir de las pútridas y sofocantes cloacas para, durante la Semana Santa,<br />
dar un paseo ya no sólo entre la naturaleza, sino también entre la gente.<br />
5. El sobrepoder de la public(o)idad<br />
Esta introducción general y abstracta requiere concreciones intuibles; vayamos<br />
a cuestiones concretas. Las afirmaciones hechas pueden estimarse hipótesis<br />
cuya constatación requiere, de entrada, que sean corroboradas por observaciones<br />
a partir de la llamada realidad. Por lo que a mí toca, me afecta sobre<br />
todo la problemática concerniente a la situación actual. Así, queda mucho por<br />
decir sobre profesión y privacidad, sobre la economía y el influjo del mercado,<br />
sobre Rusia y América, y sobre el crecimiento demográfico, cuyo influjo domina<br />
todo.<br />
Consideremos, pues, la actualidad: en nuestro tiempo los intentos por<br />
matar la esfera privada predominan tan manifiestamente que, en verdad, se<br />
tiene el deber moral de reclamar mayor espacio para ella, saliendo al encuentro<br />
de la sobreestima de una publicoidad devoradora. Una vez más: se trata sólo de<br />
rechazar la exageración. Nada más alejado de mí que el querer participar en el<br />
maligno deporte de pesimista crítico de la cultura y gritarle al mundo que<br />
nuestro tiempo se encuentra bajo el signo de la decrepitud y de la decadencia<br />
espiritual. No hay, en absoluto, etapas del desarrollo que, en absoluto y en su<br />
conjunto, sean corruptas, malvadas, o estén tocadas de muerte. El tempo arrebatador,<br />
lo público en cuanto extensión del campo externo de las vivencias,<br />
como abundancia de rostros, como variabilidad, contiene un encanto estético<br />
y energías vitalizadoras. Se deja a un lado el eterno ayer envejecido. Lo público<br />
es vida, aire fresco, despliegue de fuerzas. Si existiera hoy un equilibrio armónico<br />
entre ambos campos, si el dentro y el fuera se completaran bien, no<br />
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