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El primer procurador había sido Enrique Álvarez del Castillo, (2) quien ocupaba el puesto a pesar<br />

de su mala fama por proteger al cártel de Guadalajara (que después sería conocido como cártel de<br />

Sinaloa) y su mala relación con Estados Unidos a raíz del homicidio del agente de la DEA Enrique<br />

Camarena, ocurrido durante su mandato en Jalisco. En efecto, lo más destacado del curriculum de<br />

Álvarez del Castillo es que ante sus narices se había extendido el cártel de Guadalajara inyectando<br />

dinero al Estado por medio de inversiones inmobiliarias y empresariales. Aquéllos fueron los años<br />

dorados de Miguel Ángel Félix Gallardo, así como de Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, y sus<br />

protegidos: su sobrino Amado Carrillo y su hijo putativo Rafael Caro Quintero.<br />

Carlos Salinas de Gortari mantuvo a Alvarez del Castillo en el cargo durante los tres primeros<br />

años de su administración, pese a las pruebas que el gobierno norteamericano le había enviado sobre<br />

el presunto involucramiento del procurador con el narcotráfico. En mayo de 1991 Alvarez del<br />

Castillo dejó la Procuraduría General de la República (PGR) y fue sustituido por Ignacio Mora.les<br />

Lechuga, quien renunciaría súbitamente al cargo en 1993. De esta forma, Jorge Carrillo Olea fue la<br />

única constante en materia policiaca e información sobre narcotráfico durante el sexenio de Salinas<br />

de Gortari.<br />

Aún en pijama, y desde la cama, Carrillo Olea se comunicó con Antonio Riviello Bazán, el<br />

secretario de la Defensa Nacional.<br />

—Llamo para molestarle con algo bastante extraño. Si usted tiene la menor duda, por favor llame<br />

al señor presidente —dijo Carrillo Olea.<br />

—¿Pues de qué se trata? —preguntó inquieto Riviello Bazán.<br />

—Necesito, mi general, un 727, un pelotón de fusileros, y que el comandante de la zona militar en<br />

Chiapas me haga el favor de escuchar lo que yo le pida y lo cumpla.<br />

—¿Tan delicado es?<br />

—Sí, mi general, y perdóneme que no le pueda dar todavía mayor explicación.<br />

— N o tenga usted cuidado, así lo vamos a hacer —aseguró el secretario.<br />

Jorge Carrillo Olea llegó a las 5:45 de la mañana a la plataforma militar en el aeropuerto de la<br />

ciudad de México. Ahí ya estaban los paracaidistas y después apareció Guillermo Álvarez Nahara<br />

con dos o tres personas más.<br />

— M e dijo mi general que te acompañara, ¿tienes problema?<br />

—le preguntó directamente Álvarez Nahara a Carrillo Olea.<br />

—Al contrario, entre más testigos haya, mejor —respondió Carrillo Olea.<br />

Varias horas después, ambos tendrían en su poder a Joaquín Guzmán Loera.<br />

Cuando vio a El Chapo amarrado en la cajuela de la pick up, Carrillo Olea sintió lástima: "Me<br />

dio pena, después de todo se trataba de un ser humano", recuerda. Guzmán Loera estaba<br />

encapuchado.<br />

El cuerpo de paracaidistas lo cargó en vilo y lo metió en uno de los vehículos del Ejército<br />

mexicano.<br />

"Capitán, muchas gracias —dijo Carrillo Olea dándole un abrazo al militar guatemalteco—, yo<br />

hubiera querido establecer una hermandad, siquiera saber cómo te llamas o dónde te puedo hablar<br />

por teléfono." La juventud de Carrillo Olea ya era lejana, pero alguna vez tuvo la brillantez de ese

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