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phenomena_mayo_2014

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Dentro de aquel contexto incierto y caótico, Hollywood<br />

tomó la decisión de que, a fin de solucionar sus males,<br />

lo más sensato sería aferrarse a su esencia primordial.<br />

Deslumbrar al público con el espectáculo más grande<br />

jamás creado. Brindar algo que el consumidor no podría<br />

encontrar gratis en su casa, con el culo pegado al sofá.<br />

Recuperar el cine como evento social ineludible, como<br />

acto que debe realizarse en comunidad, con recogimiento<br />

devoto ante una pantalla panorámica y con un cubo de<br />

palomitas XXL como ofrenda al dios del séptimo arte.<br />

En correspondencia con la actitud que promueve esta<br />

clase de películas cataclísmicas, se ambiciona postular<br />

de nuevo el cine como elemento de unión colectiva,<br />

establecido en contraposición directa frente al clima de<br />

decepción, cinismo y desengaño de la época.<br />

De entre esta serie de catastróficas desdichas, El coloso<br />

en llamas será la que se lleve la palma. Su formidable<br />

recaudación, 55 millones de dólares en las salas<br />

estadounidenses y 100 millones más en el resto del<br />

mundo, y su estatus de clásico inmarcesible dentro de<br />

una categoría fílmica poco amiga de las obras de calidad,<br />

así lo confirman.<br />

Aunque John Guillermin es el director de la película, Irwin Allen<br />

dirigió las secuencias de acción y le ofreció un papel a Esther<br />

Williams, pero ésta declinó la oferta.<br />

Y es que Irwin Allen, decíamos al comienzo, conocía la fórmula del éxito, la<br />

cual había ya ensayado con notables resultados en La aventura del Poseidón:<br />

componer un relato coral en el que puedan verse identificados todos los rangos<br />

de audiencia, contratar a un elenco cuajado de estrellas de ayer y hoy para<br />

elevar la tensión emocional del público a causa de la amenazada integridad<br />

física de sus ídolos y atraparlos en escenas de alto voltaje capaces de<br />

sobrecoger por la fuerza de sus efectos especiales, responsables de satisfacer<br />

las pretensiones de realismo que exigía una platea acostumbrada a la cruda<br />

verosimilitud de tramas y escenarios propugnada desde el Nuevo Hollywood<br />

nacido en los sesenta.<br />

La rivalidad de egos entre Paul Newman y Steve McQueen hizo<br />

que se tuviera que cuidar cada detalle. Ambos debían cobrar el<br />

mismo sueldo (un millón de dólares más un porcentaje en taquilla),<br />

tener el mismo número de frases en el guión y que sus nombres<br />

aparecieran igual de grandes, y el mismo tiempo, en los créditos<br />

iniciales.<br />

En una jugada repleta de audacia, Allen conseguiría juntar sobre la mesa a<br />

dos grandes productoras, la Fox y la Warner Brothers, dueña cada una de ellas<br />

de un guión distinto sobre incendios que asolaban descomunales rascacielos,<br />

para compartir a medias el riesgo financiero del proyecto. Gracias a un reparto<br />

salarial que combinaba el sueldo por la actuación con la atribución de un<br />

porcentaje de los futuros beneficios del film, hecho que terminó suponiendo<br />

una suculenta propina, Allen pudo reclutar como protagonistas a dos de las<br />

más rutilantes estrellas de todos los tiempos, Paul Newman y Steve McQueen,<br />

al igual que, en papeles más secundarios, a un sólido grupo de actores en<br />

boga –Faye Dunaway, Richard Chamberlain, Robert Vaughn, Robert Wagner,<br />

O.J. Simpson- y a un puñado de astros que encaraban el crepúsculo de su<br />

majestuosa carrera –William Holden, Jennifer Jones, Fred Astaire-. Un cartel<br />

atronador que, por sí solo, bien justificaba el precio de la entrada.<br />

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