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phenomena_mayo_2014

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Películas como La mosca (1958) de Kurt Neumann o del remake de 1986 de David Cronenberg, todas las versiones,<br />

re-versiones o parodias de Frankestein, las encarnaciones cinematográficas de Doctor Jekyll and Mr Hyde, de Robert Louis<br />

Stevenson o las de El hombre invisible de H.G. Wells —desde el clásico de James Whale (1933) hasta El hombre sin sombra<br />

(2000) de Paul Verhoeven—, narran las fechorías de esos científicos ambiciosos y abnegados que desafían la ciencia<br />

establecida y la ley natural. Esas películas hablan, a través del espectáculo y la emoción, de las actitudes morales de esos<br />

científicos que no dudan en apartarse de la Academia cuando ésta les impide llevar a cabo sus investigaciónes. El conflicto<br />

que desencadena el horror, por otra parte, surge casi siempre por un error científico —el implante equivocado de un cerebro<br />

en mal estado, la irrupción de un material biológico (como, por ejemplo, una mosca) donde no debía haberlo— pero también<br />

emerge de la pura condición prometeica del científico que ha pretendido apropiarse de un atributo de la naturaleza, o expandir<br />

algún atributo más allá de lo humano: la invisibilidad, el desdoblamiento corpóreo de dos personalidades, la percepción<br />

—en Re-sonator (Stuart Gordon, 1986) o El hombre con rayos X en los ojos (Roger Corman, 1963)— o incluso, como en<br />

Re-Animator (Stuart Gordon, 1985) la capacidad de gobernar la muerte.<br />

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