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Revista: Chispas No. 7 - conafe.edu.mx

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Grandes expectativas:<br />

la vida de un instructor comunitario<br />

Docente como miembro<br />

de la comunidad<br />

17<br />

Analú Pérez Espinoza, una joven de 17 años de edad, escuchó el anuncio por radio en su pueblo<br />

natal de Cuautla, Morelos. Silvia Fitz Ponce, de 20 años y natural del estado de Guerrero, lo leyó<br />

en el diario.<br />

Ambas quedaron intrigadas con la propuesta: trabajar como instructoras voluntarias (del Conafe)<br />

en una escuela primaria rural por uno o dos años y obtener a cambio una beca universitaria de tres a<br />

cinco años.<br />

Pérez y Fitz llenaron formularios de inscripción, aprobaron exámenes de ingreso y luego de un mes<br />

de capacitación intensiva, pasaron una semana de práctica acompañando a instructores veteranos en<br />

una escuela rural. A fines de 2002, finalmente se encontraron a cargo de los 16 alumnos de la escuela<br />

en Santa Elena, una diminuta aldea conformada por siete familias en un rincón de las pintorescas pero<br />

empobrecidas montañas de Morelos.<br />

Pérez y Fitz establecieron rápidamente la rutina escolar. Durante la semana, de 9 de la mañana a 1:30<br />

de la tarde imparten sus clases de preescolar y de primaria en las dos habitaciones que constituyen la<br />

modesta escuela construida por los miembros de la comunidad. Por las<br />

tardes ofrecen asistencia individual a los alumnos que la necesitan<br />

y organizan sus planes de estudio para el próximo día. Aunque<br />

cada fin de semana vuelven a sus hogares, durante los días<br />

de clase las jóvenes permanecen en la aldea, compartiendo un<br />

sencillo cuarto en la casa de uno de sus alumnos. Cada semana<br />

se turnan para comer con una de las familias de sus alumnos.<br />

Prácticamente todas estas familias subsisten del cultivo y<br />

la venta del nopal, un cactus nutritivo de amplio consumo en la<br />

dieta rural mexicana. Si bien estos campesinos son comparativamente<br />

prósperos, el dinero no les sobra. En realidad, Santa<br />

Elena es un poblado tan pobre, pequeño y aislado que sus<br />

habitantes se consideran afortunados por el simple hecho de<br />

contar con una escuela propia.<br />

Cuando Analú Pérez Espinoza y Silvia Fitz Ponce llegaron<br />

en el otoño de 2002 a la comunidad de Santa Elena, recibieron<br />

una bienvenida cortés pero un poco fría.<br />

Las jóvenes instructoras comunitarias pronto descubrieron<br />

la razón. Parecía que la última instructora voluntaria<br />

asignada a esta comunidad en Morelos había sido despedida<br />

por mal desempeño. Como los estudiantes alegremente<br />

les informaron, la antigua profesora había designado muy<br />

pocos deberes y se había pasado horas conversando con<br />

su novio, quien la visitaba durante horas de clase.<br />

A los padres de familia eso no les pareció. Amonestaron a<br />

la instructora en varias ocasiones para que mejorara e informaron<br />

del problema al supervisor local del Programa de Educación<br />

Comunitaria, encargado de asignar instructores. Como<br />

la situación no mejoró, los padres pidieron un reemplazo.

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