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SINERGIA>Sumario> Literatura/creación> Relato<br />
El hombre de la oficina de<br />
objetos perdidos<br />
Montse Bodas.<br />
Llevaba trabajando allí muchos años, casi había perdido la<br />
cuenta. Nunca antes había pasado al almacén tras su espalda,<br />
su antiguo jefe no le dejaba. Siempre que se ofreció a llevar<br />
alguno de los nuevos objetos que iban apareciendo su jefe le<br />
negaba la entrada. Argüía que allí dentro un complejo orden<br />
de inventariado muy estricto era llevado por él mismo desde<br />
tiempos casi inmemorables y que sólo él tenía la obligación de<br />
pasar ese dintel. Lo decía remarcando la palabra “obligación”<br />
dejando que su terminación perdurase en su oído mientras su<br />
jefe ya cruzaba el umbral y cerraba la puerta de golpe.<br />
Pero nada en esta vida dura tanto que no podamos esperar<br />
y Luntos lo había aprendido hace mucho tiempo. Su jefe tuvo<br />
una mala caída y se fracturó siete veces la misma pierna. A<br />
consecuencia de tamaña desgracia le habían sucedido una<br />
serie de intervenciones quirúrgicas; una baja que se entrelazaba<br />
con otra hasta llegar a una jubilación anticipada, cosa<br />
que muchos otros habrían deseado, puesto que le dejaban<br />
el sueldo íntegro y con las mínimas deducciones. Luntos sabía<br />
que su jefe no se lo habría tomado así de bien, pero entre unas<br />
cosas y otras, el caso es que él había sido ascendido al mundo<br />
de los cielos en la tierra y cuando se percató de que el puesto<br />
era suyo, realmente suyo sin nadie que pudiera cortarle las alas,<br />
esperó tranquilamente en su mostrador de madera de color<br />
rojo. Leyó un libro, hojeó varias revistas de bricolaje y cuando<br />
iba a dar una ligera cabezadita, alguien le saludó. Tras el primer<br />
asomo de susto se recompuso al momento, saludó a su vez<br />
y le fue entregada la joya del Nilo, la mártir que sería arrojada<br />
al cráter del volcán, una última nota de ruiseñor. Allí, entre sus<br />
manos, se encontró de pronto con su primer encargo. Él sería el<br />
responsable de un pequeño neceser en cuero marrón y casi en<br />
perfecto estado. Allí lo tenía, lo depositó en el mostrador y dejó<br />
que la luz incidiera para sacar diferentes tonos a la piel del objeto.<br />
Abrió el cajón debajo del mostrador y sacó una pequeña<br />
llave, lo más importante casi siempre no lo parece a primera<br />
vista, cogió su tesoro y dio la espalda al mundo.<br />
No acertaba a abrir la puerta, era su primera vez y estaba muy<br />
nervioso. Pasaba de los 50 años pero sentía esa comezón de<br />
rubor y nerviosismo como la vez aquella siendo un chaval que<br />
dio un beso a Mariela, eran unos críos y más tarde se casaron y<br />
tuvieron niños que a su vez hicieron lo mismo y hoy puede decir<br />
con orgullo que es un digno abuelo de sus seis nietos. Bueno, la<br />
llave parecía resistirse al baile en la cerradura, como si comprendiera<br />
que esa no era la misma mano, que ése no era el<br />
mismo hombre y que ella no debería dejar pasar a un intruso y<br />
qué ocurriría si el orden se desordenara, si el caos comenzará