Lectura: El apestoso hombre de queso y otros cuentos ... - Jitanjáfora
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apetitosos y <strong>de</strong>cidí tomar una <strong>de</strong> cada color, probando primero las rojas que se veían brillantes<br />
y jugosas. Eran <strong>de</strong> un sabor exquisito, la fruta me provocó un sueño instantáneo, al <strong>de</strong>spertar<br />
<strong>de</strong>scubrí que no me ro<strong>de</strong>aba el bosque sino una ciudad extraña, <strong>de</strong> unas construcciones<br />
suspendidas en el aire que me recordaban los edificios <strong>de</strong> la costa, algunos nuevos y <strong>otros</strong><br />
gastados por la sal <strong>de</strong>l aire. Podía pararme incluso <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ellos y el espacio que quedaba<br />
entre ese cubo gigante y yo era inmenso. Aunque en un comienzo me asusté, <strong>de</strong>cidí explorar<br />
el lugar, el cielo se parecía al mar, y los <strong>hombre</strong>s y mujeres que caminaban por esas calles<br />
abiertas don<strong>de</strong> solo había pasto, llevaban túnicas <strong>de</strong> diferentes colores y parecían comunicarse<br />
entre ellos sin necesidad <strong>de</strong> emitir sonidos. Me pregunté como llegaban a los edificios, y pu<strong>de</strong><br />
ver que algunos <strong>de</strong> esos seres sacaban un papel <strong>de</strong> su bolsillo y comenzaban a doblarlo. Lo<br />
hacían mecánicamente y construían con él una escalera, por la que subían al edificio,<br />
perdiéndose <strong>de</strong> mi vista. Pasaban las horas y me sentía hambrienta y cansada. Como no tenía<br />
papel no pu<strong>de</strong> construir una escalera hacia los almacenes que veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pasto. Sin<br />
embargo, tampoco hubiera sabido cómo hacerlo. Recordé la mora negra que aún estaba en mi<br />
bolsillo y <strong>de</strong>cidí comerla. Volví a sumirme en sueño profundo para <strong>de</strong>spertar otra vez en el<br />
bosque. Seguí comiendo moras porque aún tenía hambre, y volví a <strong>de</strong>splazarme a otro lugar.<br />
Así me di cuenta <strong>de</strong> que el árbol, o los frutos <strong>de</strong>l árbol me permitían viajar por el tiempo o mi<br />
imaginación, y <strong>de</strong>cidí seguir haciéndolo. Probé otra mora roja, aparecí en una ciudad don<strong>de</strong><br />
los <strong>hombre</strong>s vestían con plumas y hablaban una lengua salida <strong>de</strong> la tierra. Recorrí la ciudad y,<br />
en ese proceso, <strong>de</strong>scubrí que el tiempo en aquellos lugares que visité se movía <strong>de</strong> una forma<br />
particular. Estuve allí años enteros, sumergida en ese mundo antiguo y olvidado, finalmente<br />
comí la mora negra para regresar. Era tar<strong>de</strong>, aunque en mi tiempo habían pasado quince<br />
minutos, la comida estaba en el horno y ya estaría lista. Al día siguiente fui otra vez al bosque<br />
y al arbusto y comí las moras, e hice muchos viajes durante mucho tiempo. Una noche<br />
<strong>de</strong>scubrí que el bosque era menos frondoso, como si se estuviera gastando, y que en el<br />
arbusto quedaban solo unas pocas moras, tomé todas las que quedaban. Comprendí que el<br />
bosque <strong>de</strong>saparecería para siempre. Las tengo en esta bolsa para compartirlas con uste<strong>de</strong>s y<br />
que cada uno experimente los mundos <strong>de</strong> su imaginación.<br />
<strong>El</strong> coordinador reparte las golosinas e invita a los alumnos a escribir lo que ellos imaginan que podría<br />
ocurrirles en este viaje. A este estimulo pue<strong>de</strong>n sumarse <strong>otros</strong>, como atenuar la luz <strong>de</strong>l aula y elegir música<br />
ambiental que sugiera diferentes atmósferas.