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libro_rojo_ecosistemas_terrestre

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A MODO DE INTRODUCCION<br />

La crisis global de pérdida de biodiversidad exige el desarrollo de técnicas, tanto de investigación como de<br />

planificación, que permitan la identificación de especies y ambientes prioritarios para la conservación (Dinerstein et al.<br />

1995, Miller & Lanou 1995, Myers et al. 2000, Boyla & Estrada 2005, Wilson et al. 2009, Funk & Fa 2010). El Convenio sobre<br />

la Diversidad Biológica, ratificado por el gobierno venezolano en 1994, establece que cada nación “procederá, mediante<br />

muestreo y otras técnicas, al seguimiento de los componentes de la diversidad (…) prestando especial atención a los que<br />

requieran la adopción de medidas urgentes de conservación” (CDB 1992).<br />

Entre las herramientas más efectivas para determinar la situación de conservación de la biodiversidad están los<br />

llamados “Libros y Listas Rojas”, una serie de catálogos de especies amenazadas del mundo, donde se resume la situación<br />

actual de cada una y se le asigna una categoría que refleja su riesgo de extinción. Las categorías de los <strong>libro</strong>s <strong>rojo</strong>s fueron<br />

usadas por primera vez a mediados de los años sesenta y desde entonces se han aplicado a las especies amenazadas no<br />

sólo en un ámbito global, sino también en numerosos países y regiones (Scott et al. 1987, Collar 1996, Smith & Darwall 2006,<br />

Rodríguez & Rojas-Suárez 2008, Zamin et al. 2010).<br />

Los Libros y Listas Rojas son una iniciativa que hace más de 40 años se originó en la Unión Internacional para la<br />

Conservación de la Naturaleza (UICN). La asignación de categorías de riesgo de extinción está fundamentada en un conjunto<br />

de criterios cuantitativos, mediante los cuales un evaluador puede clasificar cualquier especie o población de plantas o<br />

animales de manera objetiva, repetible y transparente (UICN 2001, Mace et al. 2008).<br />

Sin embargo, el enfoque en el nivel de especies presenta varias limitaciones. Primero, brinda una visión restringida<br />

sobre el estatus de la biodiversidad, ya que las especies individuales pueden estar más o menos amenazadas que los<br />

hábitats que utilizan (Bodmer & Robinson 2004, Brashares et al. 2004, Blom et al. 2005, Nijman 2005). Segundo, dada la<br />

elevada tasa de pérdida de biodiversidad actual, es posible que las evaluaciones de especies individuales no se realicen a<br />

la misma velocidad con que suceden los cambios globales (May et al. 1995, Baillie et al. 2004, Vié et al. 2009). Tercero, los<br />

análisis individuales frecuentemente requieren información detallada de distribución y abundancia que no está disponible<br />

para la gran mayoría de las especies (Stuart et al. 2010). Finalmente, el enfoque en el nivel de especies no se traduce<br />

necesariamente en estrategias de conservación en el nivel de paisaje, que podrían resultar más eficientes y efectivas, en<br />

especial en las regiones del mundo para las cuales los datos son escasos (Noss 1996, Ward et al. 1999, Ferrier 2002, Cowling<br />

et al. 2004).<br />

Para superar estas limitaciones, una alternativa es establecer criterios de conservación en un nivel biológico<br />

superior, como el de los <strong>ecosistemas</strong>, que podría complementar las evaluaciones de riesgo de especies, o proveer una<br />

alternativa útil cuando sólo se dispone de datos en el nivel de paisaje. Así mismo, las evaluaciones en el nivel de ecosistema,<br />

en principio, requerirían menor tiempo de análisis, permitiendo la implementación de estrategias de conservación<br />

preventivas en lugar de medidas correctivas (como la restauración), las cuales suelen ser mucho más costosas (Orians<br />

1993, Scott et al. 1993, Noss 1996).<br />

Durante las últimas décadas, alrededor del mundo se han realizado diferentes propuestas para la clasificación del<br />

riesgo de eliminación de <strong>ecosistemas</strong> (Nicholson et al. 2009). Destacan las “ecorregiones prioritarias” del Fondo Mundial para<br />

la Naturaleza, los “puntos calientes” y “áreas silvestres” promovidas por Conservación Internacional, el enfoque en “áreas<br />

de conservación funcionales” y en los “rangos de estatus de conservación” de NatureServe y The Nature Conservancy, el<br />

esfuerzo conjunto de TNC-WWF para cuantificar el “nivel de amenaza a los biomas del mundo”, la propuesta de Blab y otros<br />

autores para un “<strong>libro</strong> <strong>rojo</strong> nacional de biotopos” en Alemania, y más recientemente, el trabajo en menor escala pero muy<br />

detallado, realizado por Benson y sus colaboradores en New South Wales, Australia (Dinerstein et al. 1995, Blab et al. 1995,<br />

Mittermeier et al. 1998, TNC 2001, Olson & Dinerstein 2002, Hoekstra et al. 2005, Benson 2006, Benson et al. 2006, Master<br />

et al. 2009).<br />

19<br />

Si bien estos esfuerzos representan avances importantes, todos comparten una limitación similar (que<br />

originalmente también presentarían las categorías de UICN hace dos décadas) y esta limitación es que entre los criterios<br />

se incluyen factores que a pesar de ser importantes para establecer prioridades, no son directamente relevantes para la<br />

cuantificación del riesgo, como por ejemplo, el grado de protección legal o la importancia biológica (Mace & Lande 1991,<br />

Dinerstein et al. 1995, Mittermeier et al. 1998).

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