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El hombre que resultaba ser el rey de Saraya yque dominaba Zafrana, un reino vecino en el desiertoque era su tierra natal. No, ella no estabacomprometiéndose con él. Era parte de un trueque.De una venta. Esa noche era el principio delfin de su vida, y ella lo sabía. Lo que sucediera despuésde casarse con él, no se consideraría vida.No obstante, aunque su destino era inevitable,se había negado a que hicieran la celebración enSaraya, y ni siquiera en Zafrana, así que cuando élaceptó que fuera en la ciudad de Nueva York, dondeella residía, sintió que había alcanzado otro pequeñotriunfo.Había vivido en esa ciudad durante los últimosdoce años. Y dejaría de vivir en ella en cuanto comenzaraa cumplir su condena como esposa deHassan. Desde luego, no pensaba regresar a aquellaregión para pasar el resto de su vida ni un momentoantes de lo estrictamente necesario. Habíahuido de allí, decidida a no regresar jamás, exceptopara algunas visitas breves.Si esa fiesta se hubiera celebrado en su tierranatal no habría tenido ninguna difusión, debido alas medidas de seguridad impuestas por la clasegobernante. Sin embargo, en el corazón de la ciudadde Nueva York, y en un hotel tan famoso comoese, la fiesta de compromiso aparecería en los mediosde comunicación de todo el mundo.Hassan, como rey de un lugar recientementepróspero, gracias a que el rey Mohab Aal Ghaanemde Jareer iba a darle a Saraya el treinta por4

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