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ISABEL ALLENDE

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EL RIO AMAZONASKate y Alexander Coid iban en un avión comercialsobrevolando el norte del Brasil. Durante horas y horas habíanvisto desde el aire una interminable extensión de bosque, todo delmismo verde intenso, atravesada por ríos que se deslizaban comoluminosas serpientes. El más formidable de todos era color cafécon leche.«El río Amazonas es el más ancho y largo de la tierra, cincoveces más que ningún otro. Sólo los astronautas en viaje a laluna han podido verlo entero desde la distancia», leyó Alex en laguía turística que le había comprado su abuela en Río de Janeiro.No decía que esa inmensa región, último paraíso del planeta, eradestruida sistemáticamente por la codicia de empresarios yaventureros, como había aprendido él en la escuela. Estabanconstruyendo una carretera, un tajo abierto en plena selva, pordonde llegaban en masa los colonos y salían por toneladas lasmaderas y los minerales.Kate informó a su nieto que subirían por el río Negro hastael Alto Orinoco, un triángulo casi inexplorado donde seconcentraba la mayor parte de las tribus. De allí se suponía queprovenía la Bestia.—En este libro dice que esos indios viven como en la Edadde Piedra. Todavía no han inventado la rueda —comentó Alex.—No la necesitan. No sirve en ese terreno, no tienen nadaque transportar y no van apurados a ninguna parte —replicó KateCoid, a quien no le gustaba que la interrumpieran cuando estabaescribiendo. Había pasado buena parte del viaje tomando notasen sus cuadernos con una letra diminuta y enmarañada, comohuellas de moscas.—No conocen la escritura —agregó Alex.—Seguro que tienen buena memoria —dijo Kate.—No hay manifestaciones de arte entre ellos, sólo se pintanel cuerpo y se decoran con plumas —explicó Alex.—Les importa poco la posteridad o destacarse entre losdemás. La mayoría de nuestros llamados «artistas» debería seguirsu ejemplo —contestó su abuela.27

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