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ISABEL ALLENDE

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mano en la boca de la chica y murmuró su nombre al oído,procurando no despertar a los demás. Ella abrió los ojosasustada, pero al reconocerlo se calmó y descendió de su hamacaligera como un gato, haciéndole un gesto perentorio a Borobápara que se quedara quieto. El monito la obedeció de inmediato,enrollándose en la hamaca, y Alex lo comparó con su perroPoncho, a quien él no había logrado jamás hacerle comprender nila orden más sencilla. Salieron sigilosos, deslizándose a lo largode la pared del hotel hacia la terraza, donde Alex había percibidolas voces. Se ocultaron en el ángulo de la puerta, aplastadoscontra la pared, y desde allí vislumbraron al capitán Ariosto y aMauro Carías sentados en torno a una mesita, fumando,bebiendo y hablando en voz baja. Sus rostros eran plenamentevisibles a la luz de los cigarrillos y de una espiral de insecticidaque ardía sobre la mesa. Alex se felicitó por haber llamado aNadia, porque los hombres hablaban en español.—Ya sabes lo que debes hacer, Ariosto —dijo Carías.—No será fácil.—Si fuera fácil, no te necesitaría y tampoco tendría quepagarte, hombre —anotó Mauro Carías.—No me gustan los fotógrafos, podemos meternos en un lío.Y en cuanto a la escritora, déjame decirte que esa vieja me parecemuy astuta —dijo el capitán.—El antropólogo, la escritora y los fotógrafos sonindispensables para nuestro plan. Saldrán de aquí contandoexactamente el cuento que nos conviene, eso eliminará cualquiersospecha contra nosotros. Así evitamos que el Congreso mandeuna comisión para investigar los hechos, como ha ocurrido antes.Esta vez habrá un grupo del International Geographic de testigo—replicó Carías.—No entiendo por qué el Gobierno protege a ese puñado desalvajes. Ocupan miles de kilómetros cuadrados que debieranrepartirse entre los colonos, así llegaría el progreso a este infierno—comentó el capitán.—Todo a su tiempo, Ariosto. En ese territorio hayesmeraldas y diamantes. Antes que lleguen los colonos a cortarárboles y criar vacas, tú y yo seremos ricos. No quieroaventureros por estos lados todavía.—Entonces no los habrá. Para eso está el ejército, amigoCarías, para hacer valer la ley. ¿No hay que proteger a los indiosacaso? —dijo el capitán Ariosto y los dos se rieron de buena gana.50

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