12.07.2015 Views

Verne, Julio - Cinco semanas en globo - Mxgo.net

Verne, Julio - Cinco semanas en globo - Mxgo.net

Verne, Julio - Cinco semanas en globo - Mxgo.net

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

LIBROdot.com<strong>Julio</strong> <strong>Verne</strong><strong>Cinco</strong> <strong>semanas</strong> <strong>en</strong> <strong>globo</strong>IEl final de un discurso muy aplaudido. -Pres<strong>en</strong>tación del doctor Samuel Fergusson. -« Excelsior. » - Retrato de cuerpo <strong>en</strong>tero del doctor. -Un fatalista conv<strong>en</strong>cido. - Comida <strong>en</strong> el Traveller’sClub. - Numerosos brindis de circunstanciasEl día 14 de <strong>en</strong>ero de 1862 había asistido un numeroso auditorio a la sesión de la RealSociedad Geográfica de Londres, plaza de Waterloo, 3. El presid<strong>en</strong>te, sir Francis M ....comunicaba a sus ilustres colegas un hecho importante <strong>en</strong> un discurso frecu<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>teinterrumpido por los aplausos.Aquella notable muestra de elocu<strong>en</strong>cia finalizaba con unas cuantas frasesrimbombantes <strong>en</strong> las que el patriotismo manaba a borbotones:«Inglaterra ha marchado siempre a la cabeza de las naciones (ya se sabe que lasnaciones marchan universalm<strong>en</strong>te a la cabeza unas de otras) por la intrepidez con que susviajeros acomet<strong>en</strong> descubrimi<strong>en</strong>tos geográficos. (Numerosas muestras de aprobación.) Eldoctor Samuel Fergusson, uno de sus gloriosos hijos, no faltará a su orig<strong>en</strong>. (Pordoquier.¡No! ¡No!) Su t<strong>en</strong>tativa, si la corona el éxito (gritos de: ¡La coronará!), <strong>en</strong>lazará,completándolas, las nociones dispersas de la cartografía africana (vehem<strong>en</strong>teaprobación), y si fracasa (gritos de: ¡Imposible! ¡Imposible!), quedará consignada <strong>en</strong> laHistoria como una de las más atrevidas concepciones del tal<strong>en</strong>to humano. (Entusiasmofr<strong>en</strong>ético.)»-¡Hurra! ¡Hurra! -aclamó la asamblea, electrizada por tan conmovedoras palabras.-¡Hurra por el intrépido Fergusson! -exclamó uno de los oy<strong>en</strong>tes más expansivos.Resonaron <strong>en</strong>tusiastas gritos. El nombre de Fergusson salió de todas las bocas, yfundados motivos t<strong>en</strong>emos para creer que ganó mucho pasando por gaznates ingleses. Elsalón de sesiones se estremecio.Allí se hallaba, sin embargo, un sinfín de intrépidos viajeros, <strong>en</strong>vejecidos y fatigados, alos que su temperam<strong>en</strong>to inquieto había llevado a recorrer las cinco partes del mundo.Todos ellos, <strong>en</strong> mayor o m<strong>en</strong>or medida, habían escapado física o moralm<strong>en</strong>te a losnaufragios, los inc<strong>en</strong>dios, los tomahawk de los indios, los rompecabezas de los salvajes,los horrores del suplicio o los estómagos de la Polinesia. Pero nada pudo cont<strong>en</strong>er loslatidos de sus corazones durante el discurso de sir Francis M .... y la Real SociedadGeográfica de Londres, sin duda, no recuerda otro triunfo oratorio tan completo.Pero <strong>en</strong> Inglaterra el <strong>en</strong>tusiasmo no se reduce a vanas palabras. Acuña moneda con másrapidez aun que los volantes de la Royal Mint. Se abrió, antes de levantarse la sesión, unasuscripción a favor del doctor Fergusson que alcanzó la suma de dos mil quini<strong>en</strong>taslibras. La importancia de la cantidad recaudada guardaba proporción con la importanciade la empresa.Uno de los miembros de la sociedad interpeló al presid<strong>en</strong>te para saber si el doctorFergusson seria pres<strong>en</strong>tado oficialm<strong>en</strong>te.


-El doctor está a disposición de la asamblea -respondió sir Francis M...-¡Que <strong>en</strong>tre! ¡Que <strong>en</strong>tre! -gritaron todos-. Bu<strong>en</strong>o es que veamos con nuestros propiosojos a un hombre de tan extraordinaria audacia.-Acaso tan increíble proposición -dijo un viejo comodoro apoplético- no t<strong>en</strong>ga másobjeto que embaucarnos.-¿Y si el doctor Fergusson no existiera? -preguntó una voz maliciosa.-T<strong>en</strong>dríamos que inv<strong>en</strong>tarlo -respondió un miembro bromista de aquella gravesociedad.-Hagan pasar al doctor Fergusson -dijo s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te sir Francis M...Y el doctor <strong>en</strong>tró <strong>en</strong>tre estrepitosos aplausos, sin conmoverse lo más mínimo.Era un hombre de unos cuar<strong>en</strong>ta años, de estatura y constitución normales; el subidocolor de su semblante ponía <strong>en</strong> evid<strong>en</strong>cia un temperam<strong>en</strong>to sanguíneo; su expresión erafría, y <strong>en</strong> sus facciones, que nada t<strong>en</strong>ían de particular, sobresalía una nariz asazvoluminosa, a guisa de bauprés, como para caracterizar al hombre predestinado a losdescubrimi<strong>en</strong>tos; sus ojos, de mirada muy apacible y más intelig<strong>en</strong>te que audaz,otorgaban un gran <strong>en</strong>canto a su fisonomía; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban<strong>en</strong> el suelo con el aplomo propio de los grandes andarinesToda la persona del doctor respiraba una gravedad tranquila, que no permitía niremotam<strong>en</strong>te acariciar la idea de que pudiese ser instrum<strong>en</strong>to de la más insignificantefarsa.Así es que los hurras y los aplausos no cesaron hasta que, con un ademán amable, eldoctor Fergusson pidió un poco de sil<strong>en</strong>cio. A continuación se acercó al sillón dispuestoexpresam<strong>en</strong>te para él y desde allí, <strong>en</strong> pie, dirigi<strong>en</strong>do a los pres<strong>en</strong>tes una mirada <strong>en</strong>érgica,levantó hacia el cielo el índice de la mano derecha, abrió la boca y pronunció esta solapalabra:-¡Excelsior!¡No! ¡Ni una interpelación inesperada de los señores Dright y Cobd<strong>en</strong>, ni una demandade fondos,extraordinarlos por parte de lord Palmerston para fortificar los peñascos deInglaterra, habían obt<strong>en</strong>ido nunca un éxito tan completo! El discurso de sir Francis M...había quedado atrás, muy atrás. El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrioy circunspecto; había pronunciado la palabra adecuada a la situación: «¡Excelsior!»El viejo comodoro, completam<strong>en</strong>te adherido a aquel hombre extraordinario, reclamó lainserción «íntegra» del discurso de Samuel Fergusson <strong>en</strong> los Proceedings of the RoyalGeographical Society of London.¿Quién era, pues, aquel doctor, y cuál la empresa que iba a acometer?El padre del jov<strong>en</strong> Fergusson, d<strong>en</strong>odado capitán de la Marina inglesa, había asociado asu hijo, desde su más tierna edad, a los peligros y av<strong>en</strong>turas de su profesión. Aquel dignoniño, que no pareció haber conocido nunca el miedo, anunció muy pronto un tal<strong>en</strong>todespejado, una intelig<strong>en</strong>cia de investigador, una afición notable a los trabajos ci<strong>en</strong>tíficos;mostraba, además, una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; no seapuró nunca por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera <strong>en</strong>la comida del t<strong>en</strong>edor, cosa <strong>en</strong> la que los niños no suel<strong>en</strong> sobresalir.Su imaginación se inflamó muy pronto con la lectura de las empresas audaces y de lasexploraciones marítimas. Siguió con pasión los descubrimi<strong>en</strong>tos que señalaron la primeraparte del siglo XIX y soñó con la gloria de los Mungo-Park, de los Bruce, de los Caillié,de los Levaillant, e incluso un poco, según creo, con la de Selrik, el Robinsón Crusoe,que no le parecía inferior. ¡Cuántas horas bi<strong>en</strong> ocupadas pasó con él <strong>en</strong> la isla de JuanFernández! Aprobó con frecu<strong>en</strong>cia las ideas del marinero abandonado; discutió algunasveces sus planes y sus proyectos. Él habría procedido de otro modo, tal vez mejor; <strong>en</strong>


cualquier caso, igual de bi<strong>en</strong>. Pero, desde luego, jamás habría dejado aquella isla debi<strong>en</strong>av<strong>en</strong>turanza, donde era tan feliz como un rey sin súbditos... No, ni siquiera <strong>en</strong> el casode que le hubieran nombrado primer lord del Almirantazgo.Dejo a la consideración del lector si semejantes t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cias se desarrollaron durante suav<strong>en</strong>turera juv<strong>en</strong>tud lanzada a los cuatro vi<strong>en</strong>tos. Su padre, hombre instruido, no dejabade consolidar aquella perspicaz intelig<strong>en</strong>cia con estudios continuados de hidrografía,física y mecánica, acompañados de algunas nociones de botánica, medicina y astronomía.A la muerte del digno capitán, Samuel Fergusson t<strong>en</strong>ía veintidós años de edad y habíadado ya la vuelta al mundo. Ingresó <strong>en</strong> el cuerpo de ing<strong>en</strong>ieros b<strong>en</strong>galíes y se distinguió<strong>en</strong> varias acciones; pero la exist<strong>en</strong>cia de soldado no le conv<strong>en</strong>ía, dada su escasainclinacion a mandar y m<strong>en</strong>os aún a obedecer. Dimitió y, ya cazando, ya herborizando,remontó hacia el norte de la p<strong>en</strong>ínsula india y la atravesó desde Calcuta a Surate. Unsimple paseo de aficionado.Desde Surate le vemos pasar a Australia, y tomar parte, <strong>en</strong> 1845, <strong>en</strong> la expedición delcapitán Sturt, <strong>en</strong>cargado de descubrir ese mar Caspio que se supone existe <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deNueva Holanda.En 1850, Samuel Fergusson regresó a Inglaterra y, más dominado que nunca por lafiebre de los descubrimi<strong>en</strong>tos, acompañó hasta 1853 al capitán Mac Clure <strong>en</strong> laexpedición que costeó el contin<strong>en</strong>te americano desde el estrecho de Behring hasta el cabode Farewel.A pesar de todas las fatigas, y bajo todos los climas, Fergusson resistíamaravillosam<strong>en</strong>te. Se hallaba a sus anchas <strong>en</strong> medio de las mayores privaciones. Era elperfecto viajero, cuyo estómago se reduce o se dilata a voluntad, cuyas piernas se estirano se <strong>en</strong>cog<strong>en</strong> según la improvisada cama, y que se duerme a cualquier hora del día ydespierta a cualquier hora de la noche.Nada m<strong>en</strong>os asombroso por consigui<strong>en</strong>te, que hallar a nuestro infatigable viajerovisitando desde 1855 hasta 1857 todo el oeste del Tíbet <strong>en</strong> compañía de los hermanosSchtagintweit, para traernos de aquella exploración observaciones etnográficas de lo máscurioso.Durante aquellos viajes, Samuel Fergusson fue el corresponsal más activo e interesantedel Daily Telegraph, ese periódico que cuesta un p<strong>en</strong>ique y cuya tirada, que asci<strong>en</strong>de aci<strong>en</strong>to cuar<strong>en</strong>ta mil ejemplares diarios, ap<strong>en</strong>as logra abastecer a sus millones de lectores.Así pues, el doctor era hombre bi<strong>en</strong> conocido, pese a no pert<strong>en</strong>ecer a ningunainstitución ci<strong>en</strong>tífica, ni a las Reales Sociedades Geográficas de Londres, París, Berlín,Vi<strong>en</strong>a o San Petersburgo, ni al Club de los Viajeros, ni siquiera a la Royal PolitechnicInstitution, donde su amigo, el estadista Kokburn, metía mucho ruido.Un día Kokburn le propuso, para darle gusto, resolver el sigui<strong>en</strong>te problema: dado elnúmero de millas recorridas por el doctor alrededor del mundo, ¿cuántas millas más haandado su cabeza que sus pies, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta la difer<strong>en</strong>cia de los radios? O bi<strong>en</strong>,conoci<strong>en</strong>do el número de millas recorridas por los pies y por la cabeza del doctor,calcular su estatura con toda exactitud.Pero Fergusson continuaba mant<strong>en</strong>iéndose alejado de las sociedades ci<strong>en</strong>tíficas, puesera feligrés militante, no parlante; le parecía emplear mejor el tiempo investigando quediscuti<strong>en</strong>do, y prefería un descubrimi<strong>en</strong>to a ci<strong>en</strong> discursos.Cuéntase que un inglés se trasladó a Ginebra con int<strong>en</strong>ción de visitar el lago. Lemetieron <strong>en</strong> un carruaje antiguo <strong>en</strong> el que los asi<strong>en</strong>tos estaban de lado, como <strong>en</strong> losómnibus, y a él le tocó por casualidad estar s<strong>en</strong>tado de espaldas al lago. El carruajerealizó pacíficam<strong>en</strong>te su viaje circular y nuestro inglés, aunque ni una sola vez volvió lacabeza, regresó a Londres perdidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>amorado del lago de Ginebra.


El doctor Fergusson, por su parte, durante sus viajes se había vuelto más de una vez, yde tal modo que había visto mucho. No hacía más que obedecer a su naturaleza, yt<strong>en</strong>emos más de un motivo valedero para creer que era algo fatalista, aunque de unfatalismo muy ortodoxo, pues contaba consigo mismo y hasta con la Provid<strong>en</strong>cia; ses<strong>en</strong>tía más bi<strong>en</strong> empujado a los viajes que atraído por ellos y recorría el mundo a lamanera de una locomotora, la cual no se dirige, sino que es dirigida por el camino.-Yo no sigo mi camino -decía el doctor con frecu<strong>en</strong>cia-; el camino me sigue a mí.A nadie asombrará, pues, la indifer<strong>en</strong>cia y sangre fría con que acogió los aplausos de laReal Sociedad; estaba muy por <strong>en</strong>cima de tales miserias, ex<strong>en</strong>to de orgullo y más aún devanidad; le parecía muy s<strong>en</strong>cilla la proposición que había dirigido al presid<strong>en</strong>te, sirFrancis M .... y ni siquiera se percató del inm<strong>en</strong>so efecto que había producido.Después de la sesión, el doctor fue conducido al Traveller's Club, <strong>en</strong> Pall Mall, dondese celebraba un soberbio banquete. Las dim<strong>en</strong>siones de las piezas servidas a la mesaguardaban proporción con la importancia del personaje, y el esturión que figuraba <strong>en</strong> tanespléndida comida no medía ni un c<strong>en</strong>tímetro m<strong>en</strong>os que el propio Samuel Fergusson.Se hicieron numerosos brindis con vinos de Francia <strong>en</strong> honor de los célebres viajerosque se habían ilustrado <strong>en</strong> las tierras de África. Se bebió a su salud o <strong>en</strong> su memoria, ypor ord<strong>en</strong> alfabético, lo que es muy inglés: por Abbadie, Adams, Adamson, Anderson,Arnaud, Baikie, Baldwin, Barth, Batuoda, Beke, Beltrame, Du Berba, Binbanchi,Bolohnesi, Bolwik, Bolzoni, Bonnemain, Brisson, Browne, Bruce, Brun-Rollet, Burchell,Burtckhardt, Burton, Caillaud, Caillié, Campbell, Chapman, Clapperton, Clol Rey,Colomi<strong>en</strong>, Courval, Cumming, Cunny, Debono, Deck<strong>en</strong>, D<strong>en</strong>ham, Desavamchers,Dicks<strong>en</strong>, Dickson, Dochard, Duchaillu, Duncan, Durand, Duroulé, Duveyrier, Erchardt,D'Escayrac de Lautore, Ferret, Fresnel, Gallnier, Galton, Geoffroy, Golberry, HahnHahn, Harnier, Hecquart, Heuglin, Homernann, Houghton, Imbert Kaufmann, Knoblecher,Krapf, Kummer, Lafaille, Lafargue, Laing, Lambert, Lamiral, Lamprière, JohnLander, Richard Lander, Lefebre, Lejean, Levaillan, Livingstone, Maccarthie, Magglar,Maizan, Malzac, Moffat, Molli<strong>en</strong>, Monteiro, Morrison, Mungo-Park, Neimans, Overweg,Pa<strong>net</strong>t, Partarrieau, Pascal, Pearse, Peddie, P<strong>en</strong>ey, Petherick, Poncet, Puax, Raff<strong>en</strong>e,Rath, Rebmann, Richardson, Riley, Ritchie, Rochet D'Aricourt, Rongawi, Roscher,Ruppel Saugnier, Speke, Steidner, Tribaud, Thompson, Thornton, Toole, Tousny, Trotter,Tuckey, Tyrwitt, Vaudey, Veyssiére, Vinc<strong>en</strong>t, Vinco, Vogel, Warhlberg, Warington,Washington, Werne, Wild y, por último, por el doctor Samuel Fergusson, el cual, con suincreíble t<strong>en</strong>tativa, debía <strong>en</strong>lazar los trabajos de aquellos viajeros y completar la serie delos descubrimi<strong>en</strong>tos africanos.IIUn artículo del Daily Telegraph. - Guerra dePeriódicos ci<strong>en</strong>tíficos. - El señor Petermann apoya a suamigo el doctor Fergusson. - Respuesta del sabio Koner.- Apuestas comprometidas. - Varias proposicioneshechas al doctorAl día sigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> su número del 15 de <strong>en</strong>ero, el Daily Telegraph publicó un artículoconcebido <strong>en</strong> los sigui<strong>en</strong>tes términos:África desvelará por fin el secreto de sus vastas soledades. Un Edipo moderno nos darála clave del <strong>en</strong>igma que no han podido descifrar los sabios de ses<strong>en</strong>ta siglos. En otro


tiempo, buscar el nacimi<strong>en</strong>to del Nilo, fontes Nili quoerere, se consideraba una t<strong>en</strong>tativains<strong>en</strong>sata, una irrealizable quimera.El doctor Barth, sigui<strong>en</strong>do hasta Sudán el camino trazado por D<strong>en</strong>ham y Clapperton; eldoctor Livingstone, multiplicando sus intrépidas investigaciones desde el cabo de Bu<strong>en</strong>aEsperanza hasta el golfo de Zambeze; y los capitanes Burton y Speke, con eldescubrimi<strong>en</strong>to de los Grandes Lagos interiores, abrieron tres caminos a la civilizaciónmoderna. Su punto de intersección, al cual no ha podido llegar ningún viajero, es elcorazón mismo de África. Hacia ahí deb<strong>en</strong> <strong>en</strong>caminarse todos los esfuerzos.Pues bi<strong>en</strong>, los trabajos de aquellos atrevidos pioneros de la ci<strong>en</strong>cia quedarán <strong>en</strong>lazadosgracias a la audaz t<strong>en</strong>tativa del doctor Samuel Fergusson, cuyas importantes exploracioneshan t<strong>en</strong>ido ocasión de apreciar más de una vez nuestros lectores.El intrépido descubridor (discoverer) se propone atravesar <strong>en</strong> <strong>globo</strong> toda África de estea oeste. Si no estamos mal informados, el punto de partida de su sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te viaje serála isla de Zanzíbar, <strong>en</strong> la costa ori<strong>en</strong>tal. En cuanto al punto de llegada, tan sólo laProvid<strong>en</strong>cia lo sabe.Ayer se pres<strong>en</strong>tó oficialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la Real Sociedad Geográfica la propuesta de estaexploración ci<strong>en</strong>tífica, y se concedieron dos mil quini<strong>en</strong>tas libras para sufragar los gastosde la empresa.T<strong>en</strong>dremos a nuestros lectores al corri<strong>en</strong>te de tan audaz t<strong>en</strong>tativa, sin preced<strong>en</strong>te <strong>en</strong> losfastos geográficos.Como era de esperar, el artículo del Daily Telegraph causó un gran alboroto. Levantólas tempestades de la incredulidad, y el doctor Fergusson pasó por un ser puram<strong>en</strong>tequimérico, inv<strong>en</strong>tado por el señor Barnum, que después de haber trabajado <strong>en</strong> EstadosUnidos, se disponía a «hacer» las islas Británicas.En Ginebra, <strong>en</strong> el número de febrero de los Boletines de la Sociedad Geográfica,apareció una respuesta humorística; su autor se burlaba, con no poco ing<strong>en</strong>io, de la RealSociedad de Londres, del Traveller's Club y del f<strong>en</strong>om<strong>en</strong>al esturión.Pero el señor Petermann, <strong>en</strong> sus Mittneilung<strong>en</strong>, publicados <strong>en</strong> Gotha, impuso el másabsoluto sil<strong>en</strong>cio al periódico de Ginebra. El señor Petermann conocía personalm<strong>en</strong>te aldoctor Fergusson y salía garante de la empresa de su valeroso amigo.Todas las dudas se invalidaron muy pronto. En Londres se hacían los preparativos delviaje; las fábricas de Lyon habían recibido el <strong>en</strong>cargo de una importante cantidad detafetán para la construcción del aeróstato; y el Gobierno británico ponía a disposición deldoctor el transporte Resolute, al mando del capitán P<strong>en</strong><strong>net</strong>.Brotaron estímulos, estallaron felicitaciones. Los porm<strong>en</strong>ores de la empresa aparecieronmuy circunstanciados <strong>en</strong> los Boletines de la Sociedad Geográfica de París y se insertó unartículo notable <strong>en</strong> los Nuevos Anales de viajes, geografía, historia y arqueología de V.A. Malte-Brun. Un minucioso trabajo publicado <strong>en</strong> Zeitschrift Algemeine Erd Kunde porel doctor W. Kouer, demostró la posibilidad del viaje, sus probabilidades de éxito, lanaturaleza de los obstáculos y las inm<strong>en</strong>sas v<strong>en</strong>tajas de la locomoción por vía aérea; noc<strong>en</strong>suró más que el punto de partida; creía preferible salir de Massaua, ancón de Abisinia,desde el cual James Bruce, <strong>en</strong> 1768, se había lanzado a la exploración del nacimi<strong>en</strong>to delNilo. Admiraba sin reserva alguna el carácter <strong>en</strong>érgico del doctor Fergusson y su corazóncubierto con un triple escudo de bronce que concebía e int<strong>en</strong>taba semejante viaje.El North American Review vio, no sin disgusto, que estaba reservada a Inglaterra tanalta gloria; procuro poner <strong>en</strong> ridículo la proposición del doctor, y le indicó que,hallándose <strong>en</strong> tan bu<strong>en</strong> camino, no parase hasta América.


En una palabra, sin contar los diarios del mundo <strong>en</strong>tero, no hubo publicación ci<strong>en</strong>tífica,desde el Journal des Missions evangéliques hasta la Revue algéri<strong>en</strong>ne et coloniale, desdelos Annales de la Propagation de la Foi hasta el Church Missionary Intellig<strong>en</strong>cer, que noconsiderase el hecho bajo todos sus aspectos.En Londres y <strong>en</strong> toda Inglaterra se hicieron considerables apuestas: primero, sobre laexist<strong>en</strong>cia real o supuesta del doctor Fergusson; segundo, sobre el viaje <strong>en</strong> sí, que no seint<strong>en</strong>taría, según unos, y según otros se empr<strong>en</strong>dería pronto; tercero, sobre si t<strong>en</strong>dría o noéxito; y cuarto, sobre las probabilidades o improbabilidades del regreso del doctorFergusson. En el libro de las apuestas se consignaron <strong>en</strong>ormes sumas, como si se hubiesetratado de las carreras de Epsom.Así pues, crédulos e incrédulos, ignorantes y sabios, fijaron todos su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> eldoctor, el cual se convirtió <strong>en</strong> una celebridad sin sospecharlo. Dio gustoso noticiasprecisas de sus proyectos expedicionarios. Hablaba con qui<strong>en</strong> quería hablarle y era elhombre más franco del mundo. Se le pres<strong>en</strong>taron algunos audaces av<strong>en</strong>tureros paraparticipar de la gloria y peligros de su t<strong>en</strong>tativa, pero se negó a llevarlos consigo sin darrazón de su negativa.Numerosos inv<strong>en</strong>tores de mecanismos aplicables a la dirección de los <strong>globo</strong>s lepropusieron su sistema, pero no quiso aceptar ninguno. A los que le preguntaban si acercadel particular había descubierto algo nuevo, les dejó sin ninguna explicación, y siguióocupándose, con una actividad creci<strong>en</strong>te, de los preparativos de su viaje.IIIEl amigo del doctor. - De cuándo databa su amistad. -Dick K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong> Londres. - Proposición inesperada,pero nada tranquilizadora. - Proverbio pococonsolador. - Algunas palabras acerca del martirologioafricano. - V<strong>en</strong>tajas del <strong>globo</strong> aerostático. - El secretodel doctor FergussonEl doctor Fergusson t<strong>en</strong>ía un amigo. No era éste una réplica de sí mismo, un alter ego,pues la amistad no podría existir <strong>en</strong>tre dos seres absolutam<strong>en</strong>te idénticos.Pero, si bi<strong>en</strong> poseían cualidades y aptitudes difer<strong>en</strong>tes y un temperam<strong>en</strong>to distinto, DickK<strong>en</strong>nedy y Samuel Fergusson vivían animados por un mismo y único corazón, cosa que,lejos de molestarles, les complacía.Dick K<strong>en</strong>nedy era escocés <strong>en</strong> toda la aceptación de la palabra; franco, resuelto yobstinado. Vivía <strong>en</strong> la aldea de Leith, cerca de Edimburgo, un verdadero arrabal de la«Vieja Ahumada». A veces practicaba la pesca, pero <strong>en</strong> todas partes y siempre era uncazador determinado, lo que nada ti<strong>en</strong>e de particular <strong>en</strong> un hijo de Caledonia algoaficionado a recorrer las montañas de Highlands. Se le citaba como un maravillosotirador de escopeta, pues no sólo partía las balas contra la hoja de un cuchillo, sino quelas partía <strong>en</strong> dos mitades tan iguales que, pesándolas luego, no se hallaba <strong>en</strong>tre una y otradifer<strong>en</strong>cia apreciable.La fisonomía de K<strong>en</strong>nedy recordaba mucho la de Halbert Gl<strong>en</strong>dinning tal como lo pintóWalter Scott <strong>en</strong> El Monasterio. Su estatura pasaba de seis pies ingleses aunque agraciadoy esbelto, parecía estar dotado de una fuerza hercúlea. Un rostro muy tostado por el sol,unos ojos vivos y negros, un atrevimi<strong>en</strong>to natural muy decidido, algo, <strong>en</strong> fin, de bondad ysolidez <strong>en</strong> toda su persona, predisponía <strong>en</strong> favor del escocés.


Los dos amigos se conocieron <strong>en</strong> la India, donde servían <strong>en</strong> un mismo regimi<strong>en</strong>to.Mi<strong>en</strong>tras Dick cazaba tigres y elefantes, Samuel cazaba plantas e insectos. Cada cualpodía blasonar de diestro <strong>en</strong> su especialidad, y más de una planta rara cogió el doctor,cuya conquista le costó tanto como un bu<strong>en</strong> par de colmillos de marfil.Los dos jóv<strong>en</strong>es nunca tuvieron ocasión de salvarse la vida uno a otro ni de prestarseservicio alguno, por lo que su amistad permanecía inalterable. Algunas veces les alejó lasuerte, pero siempre les volvió a unir la simpatía.Al regresar a Inglaterra, les separaron con frecu<strong>en</strong>cia las lejanas expediciones deldoctor, pero este, a la vuelta, no dejó nunca de ir, no ya a preguntar por su amigo elescoces, sino a pasar con él algunas <strong>semanas</strong>.Dick hablaba del pasado, Samuel preparaba el porv<strong>en</strong>ir; el uno miraba hacia adelante,el otro hacia atrás. De ello resultaba que Fergusson t<strong>en</strong>ía el ánimo siempre inquieto,mi<strong>en</strong>tras que K<strong>en</strong>nedy disfrutaba de una perfecta calma.Después de su viaje al Tibet, el doctor estuvo dos años sin hablar de expedicionesnuevas. Dick llegó a imaginar que se habían apaciguado los instintos de viaje e impulsosav<strong>en</strong>tureros de su amigo, lo que le complacía <strong>en</strong> extremo. La cosa, se decía a sí mismo,t<strong>en</strong>ía un día u otro que concluir de mala manera. Por más que se t<strong>en</strong>ga don de g<strong>en</strong>tes, nose viaja impunem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre antropófagos y fieras. K<strong>en</strong>nedy procuraba, pues, t<strong>en</strong>er a rayaa Samuel, que había hecho ya bastante por la ci<strong>en</strong>cia y demasiado para la gratitudhumana.El doctor no respondía una palabra; permanecía p<strong>en</strong>sativo y después se <strong>en</strong>tregaba asecretos cálculos, pasando las noches <strong>en</strong> operaciones de numeros y experim<strong>en</strong>tos conaparatos singulares de los que nadie se percataba. Se percibía que <strong>en</strong> su cerebroferm<strong>en</strong>taba un gran p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to.-¿Qué estará tramando? -se preguntó K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero, cuando su amigo se separó deél para volver a Londres.Una mañana lo supo por el artículo del Daily Telegraph.-¡Misericordia! --exclamó-. ¡Ins<strong>en</strong>sato! ¡Loco! ¡Atravesar África <strong>en</strong> un <strong>globo</strong>! ¡Es loúnico que nos faltaba! ¡He aquí <strong>en</strong> lo que meditaba desde hace dos años!Sustituyan todos esos signos de admiración por puñetazos <strong>en</strong>érgicam<strong>en</strong>te asestados <strong>en</strong>la cabeza, y se harán una idea del ejercicio al que se <strong>en</strong>tregaba el bu<strong>en</strong> Dick mi<strong>en</strong>trasprofería semejantes palabras.Cuando la vieja Elspteh, que era su ama de llaves, insinuó que podía tratarse muy bi<strong>en</strong>de una chanza, él respondió:-¡Una chanza! No, le conozco demasiado, ya sé yo de qué pie cojea. ¡Viajar por el aire!¡Ahora se le ha ocurrido t<strong>en</strong>er <strong>en</strong>vidia de las águilas! ¡No, no se irá! ¡Yo le ataré corto!¡Si le dejase, el día m<strong>en</strong>os p<strong>en</strong>sado se nos iría a la Luna!Aquella misma tarde, K<strong>en</strong>nedy, inquieto y también incomodado, tomó el ferrocarril <strong>en</strong>G<strong>en</strong>eral Rallway Station, y al día sigui<strong>en</strong>te llegó a Londres.Tres cuartos de hora después se apeó de un coche de alquiler junto a la pequeña casadel doctor, <strong>en</strong> Soho Square, Greek Street, se <strong>en</strong>caramó por la escalera y llamó a la puertacinco veces seguidas.Le abrió Fergusson <strong>en</strong> persona.-¿Dick? -dijo sin mucho asombro.-El mismo -respondió K<strong>en</strong>nedy.-¡Cómo, mi querido Dick! ¿Tú <strong>en</strong> Londres durante las cacerías de invierno?-Yo <strong>en</strong> Londres.-¿Y qué te trae por aquí?-La necesidad de impedir una locura que no ti<strong>en</strong>e nombre.


-¿Una locura? -preguntó el doctor.-¿Es cierto lo que dice este periódico? -replicó K<strong>en</strong>nedy, mostrando el número delDaily Telegraph.-¡Ah! ¿Te refieres a eso? ¡Qué indiscretos son los periódicos! Pero, siéntate, Dick.-No quiero s<strong>en</strong>tarme. ¿De verdad ti<strong>en</strong>es la int<strong>en</strong>ción de empr<strong>en</strong>der ese viaje?-Ya lo creo. Estoy haci<strong>en</strong>do los preparativos y pi<strong>en</strong>so...-¿Dónde están esos preparativos, que quiero hacerlos pedazos? ¿Dónde están?El digno escocés estaba verdaderam<strong>en</strong>te furioso.-Calma, mi querido Dick -repuso el doctor-. Compr<strong>en</strong>do tu cólera. Estás of<strong>en</strong>didoconmigo porque hasta ahora no te he contado nada acerca de mis nuevos proyectos.-¡Y a eso le llamas nuevos proyectos!-Estaba muy ocupado -añadió Samuel sin admitir la interrupción-, he t<strong>en</strong>ido que hacermuchas cosas. Pero, tranquilízate, no hubiera partido sin escribirte...-Me río yo...-Porque t<strong>en</strong>go int<strong>en</strong>ción de llevarte conmigo.El escocés dio un salto digno de un camello.-¿Conque ésas t<strong>en</strong>emos? -repuso-. ¿Pret<strong>en</strong>des que nos <strong>en</strong>cierr<strong>en</strong> a los dos <strong>en</strong> el hospitalde Betlehem?~He contado positivam<strong>en</strong>te contigo, carísimo Dick, y te he escogido a ti excluy<strong>en</strong>do amuchos aspirantes. -K<strong>en</strong>nedy estaba atónito-. Cuando me hayas escuchado durante diezminutos -respondió tranquilam<strong>en</strong>te el doctor-, me darás las gracias.-¿Hablas <strong>en</strong> serio?-Muy <strong>en</strong> serio.-¿Y si me niego a acompañarte?-No te negarás.-Pero ¿y si me niego?-Me iré solo.-S<strong>en</strong>témonos -dijo el cazador-, y hablemos desapasionadam<strong>en</strong>te. Puesto que nobromeas, vale la p<strong>en</strong>a discutir el asunto.-Discutamos almorzando, si no ti<strong>en</strong>es <strong>en</strong> ello inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te, mi querido Dick.Los dos amigos se s<strong>en</strong>taron a la mesa fr<strong>en</strong>te a fr<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tre un montón de emparedadosy una <strong>en</strong>orme tetera.-Amigo Samuel -dijo el cazador-, tu proyecto es ins<strong>en</strong>sato. ¡Es de realizaciónimposible! ¡Es de todo punto impracticable!-Eso lo veremos después de haberlo int<strong>en</strong>tado.-Precisam<strong>en</strong>te eso es lo que no hay que hacer, int<strong>en</strong>tarlo.-¿Por qué?-¿Y los peligros y obstáculos de todo género?-Los obstáculos -contestó gravem<strong>en</strong>te Fergusson- se han inv<strong>en</strong>tado para ser v<strong>en</strong>cidos.En cuanto a los peligros, ¿quién puede estar seguro de que los evita? Todo es peligro <strong>en</strong>la vida. Peligroso puede ser s<strong>en</strong>tarse a la mesa o ponerse el sombrero; además, es precisoconsiderar lo que debe suceder como si hubiese ya sucedido, y no ver más que el pres<strong>en</strong>te<strong>en</strong> el porv<strong>en</strong>ir, puesto que el porv<strong>en</strong>ir no es sino un pres<strong>en</strong>te algo más lejano.~¿Qué dices? -replicó K<strong>en</strong>nedy, <strong>en</strong>cogiéndose de hombros-. Eres un fatalista.-Fatalista <strong>en</strong> el bu<strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido de la palabra. No nos preocuparemos de lo que la suert<strong>en</strong>os reserva y no olvidemos jamás nuestro proverbio inglés: «Haga lo que haga, no seahogará qui<strong>en</strong> ha nacido para ser ahorcado.»No había nada que responder, lo que no impidió a K<strong>en</strong>nedy eslabonar una serie deargum<strong>en</strong>tos fáciles de imaginar, pero que resultaría interminable reproducir aquí.


-En fin -dijo, después de una hora de discusión-, si te empeñas <strong>en</strong> atravesar África, siello es necesario para tu felicidad, ¿por qué no tomas los caminos ordinarios?-¿Por qué? -respondió el doctor, animándose-. ¡Porque hasta ahora todas las t<strong>en</strong>tativashan fracasado! ¡Porque desde Mungo-Park, asesinado <strong>en</strong> el Níger, hasta Vogel, quedesapareció <strong>en</strong> el Wadal; desde Oudney, muerto <strong>en</strong> Murmur, y Clapperton, muerto <strong>en</strong>Sackatou, hasta Maizan, hecho pedazos; desde el mayor Laing, asesinado por los tuaregs,hasta Roscher de Hamburgo, degollado a principios del 1860, se han inscrito numerosasvíctimas <strong>en</strong> el martirologio africano! ¡Porque luchar contra los elem<strong>en</strong>tos, contra elhambre, la sed y la fiebre, contra los animales feroces y contra tribus más feroces aún esimposible! ¡Porque lo que no se puede hacer de una manera, debe int<strong>en</strong>tarse de otra! ¡Enfin, porque cuando no se puede pasar por <strong>en</strong> medio, se pasa por un lado o por <strong>en</strong>cima!-¡Si no se tratase más que de pasar! -replicó K<strong>en</strong>nedy-. ¡Pero es posible caerse!-Y bi<strong>en</strong> -repuso el doctor con la mayor sangre fría-, ¿qué puedo temer? Comosupondrás, he tomado mis precauciones para no sufrir una caída del <strong>globo</strong>; y, si éste mefallase, me hallaría <strong>en</strong> tierra <strong>en</strong> las condiciones normales de los exploradores. Pero mi<strong>globo</strong> no me fallará; ni siquiera considero tal posibilidad.-Pues es m<strong>en</strong>ester considerarla.-No, amigo Dick. No pi<strong>en</strong>so separarme de mi <strong>globo</strong> hasta que haya llegado a la costaoccid<strong>en</strong>tal de África. Con él, todo es posible; sin él, quedo expuesto a los peligros yobstáculos naturales de tan difícil expedicion; con él, ni el calor, ni los torr<strong>en</strong>tes, ni lastempestades, ni el simún, ni los climas insalubres, ni los animales salvajes, ni los hombrespued<strong>en</strong> inspirarme miedo alguno. Si t<strong>en</strong>go demasiado calor, subo; si t<strong>en</strong>go frío, bajo; si<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro una montaña, la salvo; si un precipicio, lo paso; si un río, lo atravieso; si unatempestad, la domino; si un torr<strong>en</strong>te, lo cruzo como un pájaro. Avanzo sin cansarme, medet<strong>en</strong>go sin necesidad de reposo. Planeo sobre ciudades desconocidas. Vuelo con larapidez del huracán, tan pronto por las regiones más elevadas de la atmósfera como a ci<strong>en</strong>pasos de tierra, y el mapa de África se abre ante mis ojos <strong>en</strong> el gran atlas del mundo.El bu<strong>en</strong> K<strong>en</strong>nedy empezaba a emocionarse, y sin embargo, el espectáculo evocado leproducía vértigo. Contemplaba a Samuel con admiración, pero también con miedo; leparecía que estaba ya balanceándose <strong>en</strong> el espacio.-Veamos -dijo-. Reflexionemos un poco, amigo Samuel. ¿Has hallado pues, el mediode dirigir los <strong>globo</strong>s?-Por supuesto que no. Es una utopía.-Entonces, irás...-A donde quiera la Provid<strong>en</strong>cia; pero será del este al oeste.-¿Por qué?-Porque cu<strong>en</strong>to con valerme de los vi<strong>en</strong>tos alisios, cuya dirección es constante.-¡Es verdad! -exclamó K<strong>en</strong>nedy, reflexionando-. Los vi<strong>en</strong>tos alisios... Seguram<strong>en</strong>te...En rigor, se puede... Algo hay...-¡Si hay algo! No, amigo mío, hay más que algo. El Gobierno inglés ha puesto untransporte a mi disposición, y está también resuelto que cruc<strong>en</strong> tres o cuatro buques por lacosta occid<strong>en</strong>tal hacia la época presunta de mi llegada. D<strong>en</strong>tro de tres meses, todo lo más,me hallaré <strong>en</strong> Zanzibar, donde hincharé mi <strong>globo</strong>, y desde allí nos lanzaremos...-¿Nos lanzaremos? -exclamó Dick.-¿Te atreverás a hacerme aún alguna nueva objeción? Habla, amigo K<strong>en</strong>nedy.-¡Una objeción! Se me ocurr<strong>en</strong> más de mil; pero <strong>en</strong>tre otras, dime: si ti<strong>en</strong>es previstoconocer el país, si ti<strong>en</strong>es previsto subir y bajar a tu albedrío, no lo podrás hacer sin perdergas; hasta ahora no se ha podido proceder de otra manera, lo que ha impedido siempre laslargas peregrinaciones por la atmósfera.


-Querido Dick, sólo te diré una cosa: yo no perderé ni un átomo de gas, ni unamolécula.-¿Y bajarás cuando quieras?-Cuando quiera.-¿Cómo?-El cómo es mi secreto, amigo Dick. T<strong>en</strong> confianza, y que mi divisa sea la tuya:¡Excelsior!-Pues bi<strong>en</strong>, ¡Excelsior! -respondió el cazador, que no sabía una palabra de latín.Sin embargo, estaba decidido a oponerse por todos los medios posibles a la partida desu amigo. De mom<strong>en</strong>to fingió adherirse a su parecer y se cont<strong>en</strong>tó con observar. Encuanto a Samuel, fue a activar sus preparativos.IVExploraciones africanas. - Barth, Richardson,Overweg, Werne, Brun-Rollet, P<strong>en</strong>ey, AndreaDebono, Miani, Guillaume Lejean, Bruce, Krapf yRebmann, Maizan, Roscher, Burton y SpekeLa línea aérea que el doctor Fergusson se proponía seguir no había sido escogida alazar; su punto de partida fue cuidadosam<strong>en</strong>te estudiado, y no sin razón el exploradorresolvió verificar la asc<strong>en</strong>sión desde la isla de Zanzíbar. Esta isla, situada cerca de lacosta ori<strong>en</strong>tal de África, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra a 6 0 de latitud austral, es decir, cuatroci<strong>en</strong>tas treintamillas geográficas debajo del ecuador.De aquella isla acababa de partir la última expedición <strong>en</strong>viada por los Grandes Lagos<strong>en</strong> busca del nacimi<strong>en</strong>to del Nilo.Pero convi<strong>en</strong>e indicar qué exploraciones esperaba <strong>en</strong>lazar el doctor Fergusson unas conotras.Destacan dos: la del doctor Barth, <strong>en</strong> 1849, y la de los t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes Burton y Speke, <strong>en</strong>1858.El doctor Barth es un hamburgués que obtuvo para sí y para su compatriota Overweg elpermiso de unirse a la expedición del inglés Richardson, <strong>en</strong>cargado de una misión <strong>en</strong>Sudán.Sudán es un vasto país situado <strong>en</strong>tre los 15 0 y los 10 0 de latitud norte, es decir, que parallegar a él es m<strong>en</strong>ester p<strong>en</strong>etrar mas de mil quini<strong>en</strong>tas millas <strong>en</strong> el interior de África.Hasta <strong>en</strong>tonces aquella comarca únicam<strong>en</strong>te era conocida por el viaje de D<strong>en</strong>ham,Clapperton y Oudney, verificado <strong>en</strong>tre 1822 y 1824. Richardson, Barth y Overweg,ansiosos de llevar más lejos sus investigaciones, llegan a Túnez y a Trípoli, como susantecesores, y luego a Murzuk, capital del Fezzán.Abandonan <strong>en</strong>tonces la línea recta y tuerc<strong>en</strong> <strong>en</strong> dirección oeste, hacia Ghat, guiados, nosin dificultades, por los tuaregs. Después de mil esc<strong>en</strong>as de saqueo, vejaciones y ataquesa mano armada, su caravana llega <strong>en</strong> octubre al vasto oasis del Asb<strong>en</strong>. El doctor Barth sesepara de sus compañeros, hace una excursión a la ciudad de Agadés y se incorpora d<strong>en</strong>uevo a la expedición, la cual vuelve a ponerse <strong>en</strong> marcha el 12 de diciembre. Ésta llegaa la provincia de Damergu, donde los tres viajeros se separan, y Barth, que toma elcamino de Kano, llega a este punto a fuerza de paci<strong>en</strong>cia y pagando considerablestributos.A pesar de una fiebre int<strong>en</strong>sa, deja la ciudad de Kano el 7 de marzo, acompañado porun solo criado. El principal objeto de su viaje es reconocer el lago Chad, del cual le


separan aún tresci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta millas. Avanza, pues, hacia el este y alcanza la ciudadde Zuricolo, <strong>en</strong> Bornu, que es el núcleo del gran imperio c<strong>en</strong>tral de África. Allí se <strong>en</strong>terade la muerte de Richardson, debida a la fatiga y las privaciones. Llega a Kuka, capital deBornu, a orillas del lago. Al cabo de tres <strong>semanas</strong>, el 14 de abril, doce meses y mediodespués de haber salido de Trípoli, alcanza la ciudad de Ngornu.Le volvemos a <strong>en</strong>contrar parti<strong>en</strong>do el 29 de marzo de 1851, con Overweg, para visitarel reino de Adamaua, al sur del lago. Llega a la ciudad de Yola, un poco más abajo de los9 0 de latitud norte; es el límite extremo alcanzado al sur por tan atrevido viajero.En agosto vuelve a Kuka, desde donde recorre sucesivam<strong>en</strong>te el Mandara, el Baguirmiy el Kanem, y alcanza como límite extremo al este la ciudad de Mes<strong>en</strong>a, situada a 17 0 20’de longitud oeste.El 25 de noviembre de 1852, después de la muerte de Overweg, su último compañero,se ad<strong>en</strong>tra por el oeste, visita Sokoto, atraviesa el Níger y llega al fin a Tombuctú, dondese consume durante ocho largos meses, sometido a las vejaciones del jeque, los malostratos y la miseria. Pero la pres<strong>en</strong>cia de un cristiano <strong>en</strong> la ciudad no puede tolerarse pormás tiempo y los fuhlahs am<strong>en</strong>azan con sitiarla. El doctor sale de ella el 17 de marzo de1854, se refugia <strong>en</strong> la frontera, donde permanece treinta y tres días <strong>en</strong> la indig<strong>en</strong>cia máscompleta, regresa a Kano <strong>en</strong> noviembre y vuelve a <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> Kuka, desde donde toma d<strong>en</strong>uevo el camino de D<strong>en</strong>ham, tras cuatro meses de espera. A últimos de agosto de 1855 setraslada a Trípoli y llega a Londres el 6 de septiembre, después de haber perdido a todossus compañeros.He aquí lo que fue el audaz viaje de Barth.El doctor Fergusson anotó cuidadosam<strong>en</strong>te que se había det<strong>en</strong>ido a 4 0 de latitud norte y17 0 de longitud oeste.Veamos ahora lo que hicieron los t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes Burton y Speke <strong>en</strong> África ori<strong>en</strong>tal.Las diversas expediciones que remontaron el Nilo no pudieron llegar jamás a sumisterioso nacimi<strong>en</strong>to. Según el relato del médico alemán F. Werne, la expediciónint<strong>en</strong>tada <strong>en</strong> 1840, bajo los auspicios de Mehemed Alí, se detuvo <strong>en</strong> Gondokoro, <strong>en</strong>tre losparalelos 4 0 y 5 0 norte.En 1855, Brun-Rollet, un saboyano nombrado cónsul de Cerdeña <strong>en</strong> Sudán ori<strong>en</strong>tal, <strong>en</strong>sustitución de Vaudey, que había muerto <strong>en</strong> activo, partió de Kartum y, bajo elseudónimo de Zacub, traficante de goma y marfil, llegó a Bel<strong>en</strong>ia, más allá del grado 4, yregresó <strong>en</strong>fermo a Kartum, donde murió <strong>en</strong> 1857.Ni el doctor P<strong>en</strong>ey, jefe de los servicios médicos egipcios, el cual, <strong>en</strong> un pequeñovapor, llegó un grado más abajo de Gondokoro y murió ext<strong>en</strong>uado <strong>en</strong> Kartum; ni elv<strong>en</strong>eciano Miani, que recorri<strong>en</strong>do las cataratas situadas debajo de Gondokoro, alcanzó elparalelo 2 0 , ni el negociante maltés Andrea Debono, que llevó más lejos aún su excursiónpor el Nilo, pudieron franquear el infranqueable límite.En 1859, Guillaume Lejean, <strong>en</strong>cargado por el Gobierno francés de una misión especial,se trasladó a Kartum por el mar Rojo y embarcó <strong>en</strong> el Nilo con veintiún hombres detripulación y veinte soldados; pero no pudo pasar de Gondokoro y corrió los mayorespeligros <strong>en</strong>tre los negros insurrectos. La expedición dirigida por el señor D'Escayrac deLautore int<strong>en</strong>tó también <strong>en</strong> vano llegar al famoso nacimi<strong>en</strong>to.El mismo término fatal detuvo siempre a los viajeros. Los <strong>en</strong>viados de Nerón habíanalcanzado <strong>en</strong> su época los 9 0 de latitud; por consigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> dieciocho siglos no seavanzo mas que cinco o seis grados, es decir, de tresci<strong>en</strong>tas a tresci<strong>en</strong>tas ses<strong>en</strong>ta millasgeográficas.Algunos viajeros int<strong>en</strong>taron llegar al orig<strong>en</strong> del Nilo tomando un punto de partida <strong>en</strong> lacosta ori<strong>en</strong>tal de África.


De 1768 a 1772, el escocés Bruce salió de Massaua, puerto de Abisinia, recorrió elTigré, visitó las minas de Axum, vio el nacimi<strong>en</strong>to del Nilo donde no estaba y no obtuvoningún resultado importante.En 1844, el doctor Krapf, misionero anglicano, fundaba un establecimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong>Mombasa, <strong>en</strong> la costa de Zanguebar, y <strong>en</strong> compañía del rever<strong>en</strong>do Rebmann descubríados montañas a tresci<strong>en</strong>tas millas de la costa. Se trata de los montes Kilimanjaro y K<strong>en</strong>ia,que De Heuglin y Thornton, acaban de escalar <strong>en</strong> parte.En 1845, el francés Malzan desembarcaba solo <strong>en</strong> Bagamoyo, fr<strong>en</strong>te a Zanzíbar, yllegaba a Deje-la-Mhora, cuyo jefe le hacía perecer víctima de los más crueles suplicios.En agosto de 1859, el jov<strong>en</strong> viajero Roscher, natural de Hamburgo, partía con unacaravana de mercaderes árabes y alcanzaba el lago Nyassa, donde fue asesinado mi<strong>en</strong>trasdormía.Por último, <strong>en</strong> 1857, los t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes Burton y Speke, oficiales ambos del Ejército deB<strong>en</strong>gala, fueron <strong>en</strong>viados por la Sociedad Geográfica de Londres para explorar losGrandes Lagos africanos. Salieron de Zanzíbar el 17 de junio y se <strong>en</strong>caminarondirectam<strong>en</strong>te al oeste.Después de cuatro meses de padecimi<strong>en</strong>tos inauditos, de que les hubies<strong>en</strong> robado elequipaje y hubieran matado a sus porteadores, llegaron a Kazeh, c<strong>en</strong>tro de reunión detraficantes y caravanas. Se habría dicho que estaban <strong>en</strong> la Luna; allí recogieron precisosdocum<strong>en</strong>tos acerca de las costumbres, el gobierno, la religión, la fauna y la flora del país.Después se dirigieron hacia el primero de los Grandes Lagos, el Tanganica, situado <strong>en</strong>trelos 3 0 y los 8 0 de latitud austral; llegaron a él el 14 de febrero de 1858 y visitaron lasdiversas tribus de las orillas, <strong>en</strong> su mayor parte caníbales.Partieron de allí el 26 de mayo y regresaron a Kazeh el 20 de junio. En Kazeh, Burton,r<strong>en</strong>dido de fatiga, permaneció <strong>en</strong>fermo algunos meses; durante este tiempo, Speke realizóuna incursión de más de tresci<strong>en</strong>tas millas <strong>en</strong> dirección norte, hasta el lago Ukereue,avistándolo el 3 de agosto; pero sólo pudo ver su embocadura, a 2 0 3’ de latitud.El 25 de agosto había regresado a Kazeh y reanudaba con Burton el camino haciaZanzíbar, país que los dos intrépidos viajeros vieron de nuevo <strong>en</strong> marzo del año sigui<strong>en</strong>te.Entonces volvieron a Inglaterra, y la Sociedad Geográfica de París les concedió supremio anual.El doctor Fergusson fijó mucho su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> que los dos exploradores no habíantraspasado ni los 2 0 de latitud austral, ni los 29 0 de longitud este.Tratábase, pues, de <strong>en</strong>lazar las exploraciones de Burton y Speke con las del doctorBarth, lo que equivalía a salvar una ext<strong>en</strong>sión de país de más de doce grados.VSueños de K<strong>en</strong>nedy. - Artículos y pronombres <strong>en</strong>plural - Insinuaciones de Dick. - Paseo por el mapa deÁfrica. - Lo que queda <strong>en</strong>tre las dos puntas del compás.- Expediciones actuales. - Speke y Grant. - Krapf, DeDeck<strong>en</strong> y De HeuglinEl doctor Fergusson activaba afanoso los preparativos de su marcha. Él mismo dirigíala construcción de su aeróstato, introduci<strong>en</strong>do ciertas modificaciones acerca de las cualesguardaba un sil<strong>en</strong>cio absoluto.


Se había dedicado, desde mucho tiempo atrás, al estudio de la l<strong>en</strong>gua árabe y de variosidiomas mandingas, <strong>en</strong> los cuales, gracias a sus aptitudes políglotas, hizo rápidosprogresos.Entretanto, su amigo el cazador no le dejaba ni a sol ni a sombra, pues sin duda temíaque el doctor tomase el portante sin decirle una palabra; seguía dirigiéndole acerca delparticular las ar<strong>en</strong>gas más persuasivas, sin persuadir con ellas a Samuel Fergusson, y sedeshacía <strong>en</strong> súplicas patéticas que no conmovían lo más mínimo a éste. Dick notaba quesu amigo se le escapaba de las manos.El pobre escocés era, <strong>en</strong> realidad, digno de lástima. No podía mirar sin terror la azuladabóveda del cielo, al dormirse experim<strong>en</strong>taba balanceos vertiginosos y todas las nochessoñaba que se despeñaba desde inconm<strong>en</strong>surables alturas.Debemos añadir que, durante tan terribles pesadillas, se cayó dos o tres veces de lacama. Su primer impulso fue mostrar a Fergusson la señal de un fuerte golpe que habíarecibido <strong>en</strong> la cabeza.-¡Y no llega ni a un metro de altura! -exclamó con candor seráfico-. ¡Ni a un metro! ¡Yel chichón es como un huevo! ¡Juzga tú mismo!Aquella insinuación melancólica no conmovió al doctor.-Nosotros no caeremos -dijo.-¿Y si caemos?-No caeremos.La convicción del doctor dejó a K<strong>en</strong>nedy sin respuesta.Lo que exasperaba particularm<strong>en</strong>te a Dick era que el doctor parecía dar muestras de unaabnegación absoluta hacia él; le consideraba irrevocablem<strong>en</strong>te destinado a ser sucompañero aéreo. Eso ya no era objeto de duda alguna. Samuel abusaba de un modoinsoportable del pronombre de primera persona <strong>en</strong> plural.-«Nosotros» vamos adelantando..., «nosotros» estaremos <strong>en</strong> disposicion .... «nosotros»partiremos el día...Y del adjetivo posesivo <strong>en</strong> singular:-«Nuestro» <strong>globo</strong>..., «nuestro» esquife..., «nuestra» exploración...Y también <strong>en</strong> plural:-«Nuestros» preparativos..., «nuestros» descubrimi<strong>en</strong>tos .... «nuestras» asc<strong>en</strong>siones...Dick s<strong>en</strong>tía escalofríos, a pesar de que estaba decidido a no marchar; sin embargo, noquería contranar demasiado a su amigo. Confesemos, no obstante, que, sin darse élmismo cu<strong>en</strong>ta de ello, había hecho que le <strong>en</strong>viaran poco a poco de Edimburgo algunostrajes apropiados y sus mejores escopetas de caza.Un día, después de reconocer que aun t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do mucha suerte había mil probabilidadescontra una de salir mal del negocio, fingió acceder a los deseos del doctor; pero, pararetardar el viaje todo lo posible y ganar tiempo, esgrimió una serie de argum<strong>en</strong>tos de lomás variados. Insistió <strong>en</strong> la utilidad de la expedición y <strong>en</strong> su oportunidad... ¿Eldescubrimi<strong>en</strong>to del orig<strong>en</strong> del Nilo era absolutam<strong>en</strong>te necesario? ... ¿Contribuiría <strong>en</strong> algoal bi<strong>en</strong>estar de la humanidad? ... Cuando finalm<strong>en</strong>te se consiguiese civilizar a las tribusde África, ¿serían éstas más felices ?... Además, ¿quién podía asegurar que no estuviese<strong>en</strong> ellas la civilización más adelantada que <strong>en</strong> Europa? Nadie... Y, amén de todo, ¿no sepodía esperar algún tiempo ... ? Un día u otro se atravesaría África de un extremo a otro,y de una manera m<strong>en</strong>os azarosa... D<strong>en</strong>tro de un mes, o de seis, o de un año, algúnexplorador llegaría sin duda...Aquellas insinuaciones producían un efecto <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te contrario al perseguido, y laimpaci<strong>en</strong>cia del doctor aum<strong>en</strong>taba.


-¿Quieres, pues, desgraciado Dick, pérfido amigo, que sea para otro la gloria que nosaguarda? ¿Quieres que traicione mi pasado? ¿Quieres que retroceda ante obstáculos depoca importancia? ¿Quieres que pague con cobardes vacilaciones lo que por mí hanhecho el Gobierno inglés y la Real Sociedad de Londres?-Pero... -respondió K<strong>en</strong>nedy, que era muy aficionado a esta conjunción.-Pero -replicó el doctor- ¿no sabes que mi viaje ha de concurrir al éxito de las empresasactuales? ¿Ignoras que nuevos exploradores avanzan hacia el c<strong>en</strong>tro de Africa?-Sin embargo...-Escúchame at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, Dick, y contempla este mapa.Dick lo miró con resignacion.-Remonta el curso del Nilo -dijo el doctor Fergusson.-Lo remonto -respondió dócilm<strong>en</strong>te el escocés.-Llega a Gondokoro.-Ya he llegado.Y K<strong>en</strong>nedy p<strong>en</strong>saba cuán fácil era un viaje semejante... <strong>en</strong> el mapa.-Coge una punta de este compás -prosiguió el doctor-, y apóyala <strong>en</strong> esta ciudad, de lacual ap<strong>en</strong>as han podido pasar los más audaces.-Ya está.-Ahora busca <strong>en</strong> la costa la isla de Zanzíbar, a 6 0 de latitud sur.-Ya la t<strong>en</strong>go.-Sigue ahora ese paralelo y llega a Kazeh.-Hecho.-Sube por el grado treinta y tres de longitud hasta la embocadura del lago Ukereue, <strong>en</strong>el punto <strong>en</strong> que se detuvo el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te Speke.-Ya estoy. Un poco más y caigo de cabeza al lago.-Pues bi<strong>en</strong>, ¿ sabes lo que t<strong>en</strong>emos derecho a suponer, según los datos suministradospor las tribus ribereñas?-No t<strong>en</strong>go ni idea.-Pues voy a decírtelo. Este lago, cuyo extremo inferior se halla a 2 0 30’ de latitud, debede ext<strong>en</strong>derse igualm<strong>en</strong>te a 2 0 50’ Por <strong>en</strong>cima del ecuador.-¿De veras?-Y de este extremo sept<strong>en</strong>trional surge una corri<strong>en</strong>te de agua que necesariam<strong>en</strong>te ha deir a parar al Nilo, si es que no es el propio Nilo.-Realm<strong>en</strong>te curioso.-Apoya la otra punta del compás <strong>en</strong> este extremo del lago Ukereue.-Apoyada, amigo Fergusson.-¿Cuántos grados cu<strong>en</strong>tas <strong>en</strong>tre los dos puntos? ~dijo Fergusson.-Ap<strong>en</strong>as dos.-¿Sabes cuánto suma todo, Dick?-No.-Pues ap<strong>en</strong>as ci<strong>en</strong>to veinte millas, es decir, nada.-Casi nada, Samuel.-¿Y sabes lo que pasa <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to?-¿Yo?-Voy a decírtelo. La Sociedad Geográfica ha considerado muy importante laexploración de este lago <strong>en</strong>trevisto por Speke. Bajo sus auspicios, el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> laactualidad capitán Speke se ha asociado al capitán Grant, del ejército de las Indias, yambos se han puesto a la cabeza de una numerosa expedición g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>tesubv<strong>en</strong>cionada. Se les ha confiado la misión de remontar el lago y volver a Gondokoro.


Han recibido una subv<strong>en</strong>ción de más de cinco mil libras, y el gobernador de El Cabo hapuesto a su disposición soldados hot<strong>en</strong>totes. Partieron de Zanzibar a últimos de octubrede 1860. Al mismo tiempo, el inglés John Petherick, cónsul de Su Majestad <strong>en</strong> Kartum,ha recibido del Foreign Office unas seteci<strong>en</strong>tas libras; debe equipar un buque de vapor <strong>en</strong>Kartum, abastecerlo sufici<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te y zarpar para Gondokoro, donde aguardará lacaravana del capitán Speke y se hallará <strong>en</strong> disposición de proporcionarle víveres.-Bi<strong>en</strong> p<strong>en</strong>sado -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Ya ves que el tiempo apremia si queremos participar <strong>en</strong> esos trabajos de exploración.Y eso no es todo; mi<strong>en</strong>tras hay qui<strong>en</strong> marcha a paso seguro <strong>en</strong> busca del nacimi<strong>en</strong>to delNilo, otros viajeros se dirig<strong>en</strong> audazm<strong>en</strong>te hacia el corazón de África.-¿A pie? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-A pie -repitió el doctor, sin percatarse de la insinuación-. El doctor Krapf se propone<strong>en</strong>caminarse al oeste por el Djob, río situado debajo del ecuador. El barón De Deck<strong>en</strong> hasalido de Mombasa, ha reconocido las montañas de K<strong>en</strong>ia y de Kilimanjaro y p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong>el c<strong>en</strong>tro.-¿A pie también?-Todos a pie o montados <strong>en</strong> mulos.~Para lo que yo quiero significar es exactam<strong>en</strong>te lo mismo -replicó K<strong>en</strong>nedy.-Por último -prosiguió el doctor-, De Heuglin, vicecónsul de Austria <strong>en</strong> Kartum, acabade organizar una expedición muy importante, cuyo principal objeto es indagar el paraderodel viajero Vogel, que <strong>en</strong> 1853 fue <strong>en</strong>viado a Sudán para asociarse a los trabajos deldoctor Barth. En 1856 salió de Bornu y resolvió explorar el desconocido país que seexti<strong>en</strong>de <strong>en</strong>tre el lago Chad y el Darfur. Desde <strong>en</strong>tonces no ha aparecido. Cartas recibidas<strong>en</strong> Alejandría, <strong>en</strong> junio de 1860, informan que fue asesinado por ord<strong>en</strong> del rey de Wadai;pero otras, dirigidas por el doctor Hartimann al padre del viajero, afirman, basándose <strong>en</strong>el relato de un fellatah de Bornu, que Vogel se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra prisionero <strong>en</strong> Wara y que, porconsigui<strong>en</strong>te, no están perdidas todas las esperanzas. Bajo la presid<strong>en</strong>cia del duquereg<strong>en</strong>te de Sajonia-Coburgo-Gotha, se ha formado una comisión de la que es secretariomi amigo Petermann; se han cubierto los gastos de la expedición con una suscripcionnacional <strong>en</strong> la que han participado muchísimos sabios. El señor De Heuglin partió deMassaua <strong>en</strong> junio; mi<strong>en</strong>tras busca las huellas de Vogel, debe explorar todo el paíscompr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong>tre el Nilo y el Chad, es decir, <strong>en</strong>lazar las operaciones del capitán Spekecon las del doctor Barth. ¡Y <strong>en</strong>tonces África habrá sido cruzada de este a oeste!-Y bi<strong>en</strong> -respondió el escocés-, puesto que todo <strong>en</strong>laza sin nosotros tan perfectam<strong>en</strong>te,¿qué vamos a hacer allí?El doctor Fergusson dio la callada por respuesta, cont<strong>en</strong>tándose con <strong>en</strong>cogerse dehombros.VIUn criado excepcional - Distingue los satélites deJúpiter. - Controversia <strong>en</strong>tre Dick y Joe. - La duday la cre<strong>en</strong>cia. – El peso. -Joe-Wellington. - Recibemedia coronaEl doctor Fergusson t<strong>en</strong>ía un criado que respondía con dilig<strong>en</strong>cia al nombre de Joe. Erade una índole excel<strong>en</strong>te. Su amo, cuyas órd<strong>en</strong>es obedecia e interpretaba siempre de unamanera intelig<strong>en</strong>te, le inspiraba una confianza absoluta y una adhesión sin límites. Era unCaleb, aun cuando estaba siempre de bu<strong>en</strong> humor y no refunfuñaba; no habría salido tan


u<strong>en</strong> criado si lo hubieran mandado construir expresam<strong>en</strong>te. Fergusson se confiaba<strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te a él para las minuciosidades de su exist<strong>en</strong>cia, y hacía perfectam<strong>en</strong>te. ¡Raro yhonrado Joe! ¡Un criado que dispone la comida de su señor y ti<strong>en</strong>e su mismo paladar; quearregla su maleta y no olvida ni las medias ni las camisas; que posee sus llaves y sussecretos, y ni sisa ni murmura?¡Pero qué hombre era también el doctor para el digno Joe! ¡Con qué respeto y confianzaacogía éste sus decisiones! Cuando Fergusson había hablado, preciso era para responderlehaber perdido el juicio. Todo lo que p<strong>en</strong>saba era justo; todo lo que decía, s<strong>en</strong>sato; todo loque mandaba, practicable; todo lo que empr<strong>en</strong>día, posible; todo lo que concluía,admirable. Aunque hubies<strong>en</strong> hecho a Joe pedazos, lo que sin duda habría repugnado acualquiera, no le habrían hecho modificar <strong>en</strong> lo más mínimo el concepto que le merecíasu amo.Así es que cuando el doctor concibió el proyecto de atravesar África por el aire, paraJoe la empresa fue cosa hecha. No había obstáculos posibles. Desde el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> queFergusson había resuelto partir, podía decirse que ya había llegado..., acompañado de sufiel servidor, porque el bu<strong>en</strong> muchacho, aunque nadie le había dicho una palabra, sabíaque formaría parte del pasaje.Por otra parte, prestaría grandes servicios gracias a su intelig<strong>en</strong>cia y su maravillosaagilidad. Si hubiese sido preciso nombrar un profesor de gimnasia para los monos delZoological Gard<strong>en</strong>, muy espabilados por cierto, sin lugar a dudas Joe habría obt<strong>en</strong>ido laplaza. Saltar, <strong>en</strong>caramarse, volar y ejecutar mil suertes imposibles eran para él cosa dejuego.Si Fergusson era la cabeza y K<strong>en</strong>nedy el brazo, Joe sería la mano. Ya habíaacompañado a su señor <strong>en</strong> varios viajes, y a su manera poseía cierto barniz de la ci<strong>en</strong>ciaapropiada; pero se distinguía principalm<strong>en</strong>te por una filosofía apacible, un optimismo<strong>en</strong>cantador; todo le parecía fácil, lógico, natural, y, por consigui<strong>en</strong>te, desconocía lanecesidad de gruñir o de quejarse.Poseía, <strong>en</strong>tre otras cualidades, una capacidad visual asombrosa. Compartía conMoestlín, el profesor de Kepler, la rara facultad de distinguir sin anteojos los satélites deJúpiter y de contar <strong>en</strong> el grupo de las Pléyades catorce estrellas, las últimas de las cualesson de nov<strong>en</strong>a magnitud. Pero no se <strong>en</strong>vanecia por eso; todo lo contrario, saludaba demuy lejos y, llegado el caso sabía sacar partido de sus ojos.Con la confianza que Joe t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> el doctor, no son de extrañar, pues las incesantesdiscusiones que se producían <strong>en</strong>tre el señor K<strong>en</strong>nedy y el digno criado, si bi<strong>en</strong> guardandosiempre el debido respeto.El uno dudaba, el otro creía; el uno era la prud<strong>en</strong>cia clarivid<strong>en</strong>te, el otro la confianzaciega; y el doctor se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong>tre la duda y la cre<strong>en</strong>cia, aunque debo confesar que nole preocupaba ni la una ni la otra.-¿Y bi<strong>en</strong>, muchacho?-El mom<strong>en</strong>to se acerca. Parece que nos embarquemos para la Luna.-Querrás decir la tierra de la Luna, que no queda ni mucho m<strong>en</strong>os tan lejos. Pero, no tepreocupes pues tan peligroso es lo uno como lo otro.-¡Peligroso! ¡Con un hombre como el doctor Fergusson! ¡Imposible!-No quisiera matar tus ilusiones, mi querido Joe, pero lo que él trata de empr<strong>en</strong>der essimplem<strong>en</strong>te una locura. No partirá.-¿Que no partirá? ¿Acaso no ha visto su <strong>globo</strong> <strong>en</strong> el taller de los señores Mitchell, <strong>en</strong> elBorough?-Me guardaré mucho de ir a verlo.


-¡Pues se pierde un hermoso espectáculo, señor mío! ¡Qué cosa tan preciosa! ¡Qué cortetan elegante!¡Qué esquife tan <strong>en</strong>cantador! ¡Estaremos a nuestras anchuras ahí ad<strong>en</strong>tro!-¿Cu<strong>en</strong>tas, pues, con acompañar a tu señor?-¡Yo le acompañaré a donde él quiera! -replicó Joe con convicción-. ¡Faltaría más!¡Dejarle ir solo, cuando juntos hemos recorrido el mundo! ¿Quién le sost<strong>en</strong>dría cuandoestuviese fatigado? ¿Quién le t<strong>en</strong>dería una mano vigorosa para saltar un precipicio?¿Quién le cuidaría si cayese <strong>en</strong>fermo? No, señor Dick, Joe permanecerá siempre <strong>en</strong> supuesto junto al doctor, o, por mejor decir, alrededor del doctor Fergusson.-¡Bu<strong>en</strong> muchacho!-Además, usted v<strong>en</strong>drá con nosotros -repuso Joe.-¡Sin duda! -dijo K<strong>en</strong>nedy-. Os acompañaré para impedir hasta el último mom<strong>en</strong>to queSamuel cometa una locura semejante. Le seguiré, si es preciso, hasta Zanzíbar, a fin deque la mano de un amigo le det<strong>en</strong>ga <strong>en</strong> su proyecto ins<strong>en</strong>sato.-Usted no det<strong>en</strong>drá nada, señor K<strong>en</strong>nedy, salvo su respeto. Mi señor no es un cabezaloca; siempre medita mucho lo que va a empr<strong>en</strong>der y, cuando ha tomado una resolución,no hay qui<strong>en</strong> le apee de ella.-Eso lo veremos.-No alim<strong>en</strong>te semejante esperanza. En fin, lo importante es que v<strong>en</strong>ga. Para un cazadorcomo usted, África es un pais maravilloso y, por consigui<strong>en</strong>te, no se arrep<strong>en</strong>tirá del viaje.-Dices bi<strong>en</strong>, no me arrep<strong>en</strong>tiré; sobre todo si ese terco se rinde al fin a la evid<strong>en</strong>cia.-A propósito –dijo Joe-, ya sabrá que hoy nos pesan.-¡Cómo! ¿Nos pesan?-Exacto, vamos a pesarnos los tres: usted, mi señor, y yo.-¿Como los jockeys?-Como los jockeys. Pero, tranquilícese, no se le hará adelgazar si pesa demasiado. Se leaceptará tal como es.-Pues yo no me dejaré pesar -dijo el escocés.-Pero señor, parece que es necesario para la máquina.-¿Qué me importa a mí la máquina?-¡Le debe importar! ¿Y si por falta de cálculos exactos no pudiéramos subir?-¡Qué más quisiera yo!-Pues sepa, señor K<strong>en</strong>nedy, que mi señor v<strong>en</strong>drá <strong>en</strong>seguida a buscarnos.-No iré.-No querrá hacerle un desaire, ¿verdad?-Se lo haré.-¡Bu<strong>en</strong>o! -exclamó Joe, ri<strong>en</strong>do-. Habla así porque no está él delante; pero cuando lediga a la cara: «Dick (perdone la confianza), Dick, necesito saber exactam<strong>en</strong>te tu peso»,irá, yo respondo de ello.-No iré.En aquel mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tró el doctor <strong>en</strong> su gabi<strong>net</strong>e de trabajo, donde t<strong>en</strong>ía lugar estaconversacion, y miro a K<strong>en</strong>nedy, el cual se sintió como <strong>en</strong>cogido.-Dick -dijo el doctor-, v<strong>en</strong> con Joe; necesito saber cuánto pesáis los dos.-Pero...-No hará falta que te quites el sombrero. V<strong>en</strong>.Y K<strong>en</strong>nedy fue con él.Entraron los tres <strong>en</strong> el taller de los señores Mitchell, donde había preparada una de esasbalanzas, llamadas romanas. Preciso era, efectivam<strong>en</strong>te, que el doctor conociese el peso


de sus compañeros para establecer el equilibrio de su aeróstato. Hizo, pues, subir a Dick ala plataforma de la balanza, y éste, sin oponer resist<strong>en</strong>cia murmuró:-Está bi<strong>en</strong>, está bi<strong>en</strong>. La verdad es que esto no compromete a nada.-Ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta y tres libras -dijo el doctor, apuntando la cifra <strong>en</strong> su libreta de notas.-¿Peso demasiado? .-No, señor K<strong>en</strong>nedy -replicó Joe-. Además, yo soy ligero y eso comp<strong>en</strong>sara.Y, dici<strong>en</strong>do esto, Joe ocupó con <strong>en</strong>tusiasmo el sitio del Cazador, el cual estuvo a puntode derribar la balanza al bajar. Joe se colocó <strong>en</strong> la actitud del Wellington que remeda aAquiles <strong>en</strong> la <strong>en</strong>trada de Hyde Park, y, aunque no llevaba el escudo, estaba magnífico.-Ci<strong>en</strong>to veinte libras -escribió el doctor.-¡Bravo! -exclamó Joe, sonri<strong>en</strong>do sin saber muy bi<strong>en</strong> por qué.-Ahora yo -dijo Fergusson, y añadió por propia cu<strong>en</strong>ta ci<strong>en</strong>to treinta y cinco libras.-Señor -intervino Joe-, si fuese necesario para la expedición, yo, abst<strong>en</strong>iéndome decomer, podría adelgazar perfectam<strong>en</strong>te unas veinte libras.-No hace falta, muchacho -respondió el doctor- puedes comer cuanto quieras. Tomamedia corona para atracarte como te v<strong>en</strong>ga <strong>en</strong> gana.VIIPorm<strong>en</strong>ores geométricos. - Cálculo de la capacidad del<strong>globo</strong>. - El aeróstato doble. - La <strong>en</strong>voltura. - Labarquilla. - El aparato misterioso. - Los víveres. - Laadición finalEl doctor Fergusson se ocupaba desde hacía mucho tiempo de todos los porm<strong>en</strong>ores desu expedición. Como se supondrá, el <strong>globo</strong>, el maravilloso vehículo destinado atransportarle por aire, fue objeto de su constante solicitud.En primer lugar, y para no dar al aeróstato dim<strong>en</strong>siones excesivas, resolvió hincharlocon gas hidróg<strong>en</strong>o, que es catorce veces y media más ligero que el aire. La produccióndel hidróg<strong>en</strong>o es fácil, y es el gas que ha dado <strong>en</strong> los experim<strong>en</strong>tos aerostáticos resultadosmás satisfactorios.El doctor, calculando con la mayor exactitud, concluyó que el peso de los objetosindisp<strong>en</strong>sables para su viaje y de su aparato daba un total de cuatro mil libras; porconsigui<strong>en</strong>te, fue preciso averiguar cuál sería la fuerza asc<strong>en</strong>sional capaz de levantar estepeso, y cuál por tanto sería la capacidad del aparato.Un peso de cuatro mil libras está repres<strong>en</strong>tado por un desplazami<strong>en</strong>to de aire decuar<strong>en</strong>ta y cuatro mil ochoci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y siete pies cúbicos, lo que equivale a decirque cuar<strong>en</strong>ta y cuatro mil ochoci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y siete pies cúbicos de aire pesan unascuatro mil libras.Dando al <strong>globo</strong> esta capacidad de cuar<strong>en</strong>ta y cuatro mil ochoci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y sietepies cúbicos y ll<strong>en</strong>ándolo, <strong>en</strong> lugar de aire, de gas hidróg<strong>en</strong>o, que, por ser catorce veces ymedia más ligero, sólo pesa dosci<strong>en</strong>tas set<strong>en</strong>ta y seis libras, se produce una ruptura deequilibrio, es decir una difer<strong>en</strong>cia de tres mil seteci<strong>en</strong>tas veinticuatro libras. Estadifer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre el peso del gas cont<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> el <strong>globo</strong> y el peso del aire circundanteconstituye la fuerza asc<strong>en</strong>sional del aeróstato.Sin embargo, si se introdujes<strong>en</strong> <strong>en</strong> el <strong>globo</strong> los cuar<strong>en</strong>ta y cuatro mil ochoci<strong>en</strong>toscuar<strong>en</strong>ta y siete pies cúbicos de gas de que hablamos, éste quedaría totalm<strong>en</strong>te ll<strong>en</strong>o, cosainadmisible, pues, a medida que el <strong>globo</strong> sube a las capas m<strong>en</strong>os d<strong>en</strong>sas del aire, el gas


que conti<strong>en</strong>e ti<strong>en</strong>de a dilatarse y no tardaría <strong>en</strong> romper la <strong>en</strong>voltura. Así pues no se suel<strong>en</strong>ll<strong>en</strong>ar más que dos terceras partes.Pero el doctor, a consecu<strong>en</strong>cia de cierto proyecto que solam<strong>en</strong>te él conocía, resolvió noll<strong>en</strong>ar más que la mitad de su aeróstato, y como t<strong>en</strong>ía que llevar cuar<strong>en</strong>ta y cuatro milochoci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta y siete pies cúbicos de hidróg<strong>en</strong>o, dio a su <strong>globo</strong> una capacidad casidoble.Lo concibió con esa forma alargada que se sabe es la preferible. El diámetro horizontalera de cincu<strong>en</strong>ta pies y el vertical de set<strong>en</strong>ta y cinco; así obtuvo un esferoide, cuyacapacidad asc<strong>en</strong>día, <strong>en</strong> cifras redondas, a nov<strong>en</strong>ta mil pies cúbicos.Si el doctor Fergusson hubiese podido emplear dos <strong>globo</strong>s, habrían aum<strong>en</strong>tado susprobabilidades de éxito, porque <strong>en</strong> caso de romperse uno <strong>en</strong> el aire, es posible, echandolastre, sost<strong>en</strong>erse por medio del otro. Pero la maniobra de dos aeróstatos resulta muydifícil cuando se trata de que conserv<strong>en</strong> una fuerza de asc<strong>en</strong>sion igual.Después de haber reflexionado largam<strong>en</strong>te, Fergusson mediante una disposicioning<strong>en</strong>iosa, reunió las v<strong>en</strong>tajas que ofrec<strong>en</strong> dos <strong>globo</strong>s evitando sus inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes.Construyó dos de desigual volum<strong>en</strong> y metió uno d<strong>en</strong>tro de otro. El <strong>globo</strong> exterior, queconservó las dim<strong>en</strong>siones citadas, contuvo otro más pequeño, de la misma forma, quesólo t<strong>en</strong>ía cuar<strong>en</strong>ta y cinco pies de diámetro horizontal y ses<strong>en</strong>ta y ocho de diámetrovertical. La capacidad de este <strong>globo</strong> interior no era, pues, mas que de ses<strong>en</strong>ta y siete milpies cúbicos. Debía nadar <strong>en</strong> el fluido que lo <strong>en</strong>volvía, y de uno a otro <strong>globo</strong> se abría unaválvula que, <strong>en</strong> caso necesario, permitia ponerlos <strong>en</strong> comunicacion uno con otro.Esta disposición pres<strong>en</strong>taba la v<strong>en</strong>taja de que, si era preciso dar salida al gas para bajar,se dejaría escapar el del <strong>globo</strong> grande; de este modo, aun <strong>en</strong> caso de que hubiera quevaciarlo por completo, el pequeño quedaría intacto. Entonces era posible desembarazarsede la cubierta exterior como de un peso inútil, y el segundo aeróstato, al quedar solo, noofrecía al vi<strong>en</strong>to el asidero que le dan los <strong>globo</strong>s medio hinchados.Además, <strong>en</strong> caso de accid<strong>en</strong>te, por ejemplo, si el <strong>globo</strong> exterior sufría un desgarrón, sejugaba con la v<strong>en</strong>taja de que el otro quedaba ileso.Los dos aeróstatos se construyeron con un tafetán asargado de Lyon, untado degotapercha. Esta sustancia gomorresinosa está dotada de una impermeabilidad absoluta, yes resist<strong>en</strong>te a los ácidos y los gases. El tafetán se puso doble <strong>en</strong> el polo superior del<strong>globo</strong>, donde se realiza casi todo el esfuerzo.Esta <strong>en</strong>voltura podía ret<strong>en</strong>er el fluido durante un tiempo ilimitado. Pesaba media librapor cada nueve pies cuadrados. Como la superficie del <strong>globo</strong> exterior era de once milseisci<strong>en</strong>tos pies cuadrados, su <strong>en</strong>voltura pesaba seisci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta libras. La <strong>en</strong>volturadel segundo <strong>globo</strong> t<strong>en</strong>ía nueve mil dosci<strong>en</strong>tos pies cuadrados de superficie, y no pesaba,por consigui<strong>en</strong>te, más que quini<strong>en</strong>tas diez libras, o sea, <strong>en</strong> total mil ci<strong>en</strong>to ses<strong>en</strong>ta libras.La red destinada a sost<strong>en</strong>er la barquilla era de cuerda de cáñamo muy sólida. Las dosválvulas fueron objeto de cuidados minuciosos, tal como lo hubiera sido el gobernalle deun buque.La barquilla, de forma circular y de un diámetro de quince pies, era de mimbre. Estabareforzada con una ligera armadura de hierro y revestida <strong>en</strong> su parte inferior de resorteselásticos destinados a amortiguar los choques. Su peso y el de la red no excedían dedosci<strong>en</strong>tas och<strong>en</strong>ta libras.El doctor hizo construir, además, cuatro cajas de palastro de un grosor de dos líneas,unidas <strong>en</strong>tre sí por medio de tubos provistos de llaves. Agregó a ellas un serp<strong>en</strong>tín deunas dos pulgadas de diámetro, que terminaba <strong>en</strong> dos ramas rectas de longitud desigual,la mayor de las cuales medía veinticinco pies y la más corta, quince.


Las cajas de palastro fueron colocadas <strong>en</strong> la barquilla de modo que ocupas<strong>en</strong> el m<strong>en</strong>orespacio posible. El serp<strong>en</strong>tín, que no t<strong>en</strong>ía que ajustarse hasta más adelante, fueempaquetado separadam<strong>en</strong>te, al igual que una pila eléctrica de Buns<strong>en</strong> de gran pot<strong>en</strong>cia.El aparato había sido tan ing<strong>en</strong>iosam<strong>en</strong>te ideado que no pesaba más de seteci<strong>en</strong>tas libras,incluy<strong>en</strong>do <strong>en</strong> ellas veinticinco galones de agua cont<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> una caja especial.Los instrum<strong>en</strong>tos destinados al viaje consistieron <strong>en</strong> dos barómetros, dos termómetros,dos brújulas, un sextante, dos cronómetros, un horizonte artificial y un altacimut paramedir los objetos lejanos e inaccesibles. El observatorio de Gre<strong>en</strong>wich se había puesto adisposición del doctor, pese a que éste no se proponía hacer experim<strong>en</strong>tos de física, sinoúnicam<strong>en</strong>te reconocer su dirección y determinar la posición de los principales ríos,montañas y poblaciones.Se proveyó de tres anclas de hierro a toda prueba, así como de una escala de seda ligeray resist<strong>en</strong>te, de cincu<strong>en</strong>ta pies de longitud.Calculó igualm<strong>en</strong>te el peso exacto de los víveres, que consistían <strong>en</strong> café, té, galletas,carne salada y pemmican, preparacion que, <strong>en</strong> un pequeño volum<strong>en</strong>, conti<strong>en</strong>e muchoselem<strong>en</strong>tos nutritivos. Indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te de una considerable reserva de aguardi<strong>en</strong>te,dispuso dos cajas de agua que cont<strong>en</strong>ían veintidós galones cada una.El consumo de estos alim<strong>en</strong>tos haría disminuir poco a poco el peso sost<strong>en</strong>ido por elaeróstato. Y debe saberse que el equilibrio de un <strong>globo</strong> <strong>en</strong> la atmósfera es de unas<strong>en</strong>sibilidad extremada. La pérdida de un peso casi insignificante basta para producir undesplazami<strong>en</strong>to muy apreciable.El doctor no olvidó ni una ti<strong>en</strong>da para cubrir una parte de la barquilla, ni las mantaspara dormir durante el viaje, ni las escopetas del cazador con las correspondi<strong>en</strong>tesmuniciones.He aquí el resum<strong>en</strong> de sus difer<strong>en</strong>tes cálculos:Fergusson ………………………………………. 135 librasK<strong>en</strong>nedy ................................................................... 153 >>Joe ............................................................................ 120 >>Peso del primer <strong>globo</strong> ............................................. 650 >>Peso del segundo <strong>globo</strong> .......................................... 510 >>Barquilla y red ......................................................... 280 >>Anclas, instrum<strong>en</strong>tos, escopetas, mantas,ti<strong>en</strong>da, ut<strong>en</strong>silios varios .......................................... 190 >>Carne, pemmican, galletas, té, café, aguardi<strong>en</strong>te .. 386 >>Agua ......................................................................... 400 >>Aparato .................................................................... 700 >>Peso del hidróg<strong>en</strong>o ................................................. 276 >>Lastre ....................................................................... 200 >>TOTAL .............................................. 4,000 >>Así se desglosaban las cuatro mil libras que el doctor Fergusson se proponía echar avolar; no llevaba mas que dosci<strong>en</strong>tas libras de lastre, «sólo para casos imprevistos», decíaél, porque, gracias a su aparato, no creía t<strong>en</strong>er que recurrir a ellas.VIII


Importancia de Joe. - El comandante del Resolute.-El ars<strong>en</strong>al de K<strong>en</strong>nedy. - Arreglos. - Banquete didespedida. - Partida del 21 de febrero. - Sesionesci<strong>en</strong>tíficas del doctor. - Dwveyrier y Livingstone.-Porm<strong>en</strong>ores del viaje aereo. - K<strong>en</strong>nedy reducidoal sil<strong>en</strong>cioHacia el 10 de febrero, los preparativos tocaban a su fin. Los aeróstatos, <strong>en</strong>cerrados unod<strong>en</strong>tro de otro, estaban totalm<strong>en</strong>te terminados. Habían sido sometidos a una fuertepresión de aire comprimido, dando bu<strong>en</strong>a prueba de su solidez y demostrando que sehabía procedido a su construcción con el mayor esmero.Joe no cabía <strong>en</strong> sí de gozo. Iba incesantem<strong>en</strong>te de Greek Street a los talleres de losseñores Mitchell, siempre atareado, pero comunicativo, explicando detalles del asuntohasta a los que no se los pedían y sintiéndose orgulloso por <strong>en</strong>cima de todo de acompanara su señor. Se me antoja que incluso <strong>en</strong>señando el aeróstato, desarrollando las ideas y losplanes del doctor, y dando a conocer a éste a través de una v<strong>en</strong>tana <strong>en</strong>treabierta o cuandopasaba por la calle, el digno muchacho ganó alguna que otra media corona. Pero no hayque reprochárselo; t<strong>en</strong>ía derecho a especular un poco con la admiración y curiosidad desus contemporáneos.El 16 de febrero, el Resolute ancló delante de Gre<strong>en</strong>wich. Era un buque de hélice deochoci<strong>en</strong>tas toneladas de porte, muy rápido, que ya había t<strong>en</strong>ido a su cargo elabastecimi<strong>en</strong>to de la última expedición de sir James Ross a las regiones polares. P<strong>en</strong><strong>net</strong>,su comandante, pasaba por hombre de trato agradable y estaba muy interesado <strong>en</strong> el viajedel doctor, a qui<strong>en</strong> apreciaba desde hacía mucho tiempo. P<strong>en</strong><strong>net</strong> parecía más un sabio queun soldado, lo cual no impedía a su buque llevar cuatro piezas de artillería, que no habíanhecho nunca daño a nadie y que servían solam<strong>en</strong>te para producir los estrépitos máspacíficos del mundo.Se acondicionó la bodega del Resolute para acomodar <strong>en</strong> ella el aeróstato, que fuetransportado con las mayores precauciones el día 18 de febrero. Se almac<strong>en</strong>ó de la mejormanera posible para prev<strong>en</strong>ir cualquier accid<strong>en</strong>te, y <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>cia del propio Fergusson seestibaron la barquilla y sus accesorios, las anclas, las cuerdas, los víveres y las cajas deagua que debían ll<strong>en</strong>arse a la llegada.Se embarcaron diez toneladas de ácido sulfúrico y otras tantas de hierro viejo paraobt<strong>en</strong>er gas hidróg<strong>en</strong>o. Esta cantidad era más que sufici<strong>en</strong>te, pero conv<strong>en</strong>ía estarpreparado para posibles pérdidas. El aparato destinado a producir el gas, compuesto deunos treinta barriles, fue colocado al fondo de la bodega.Estos preparativos finalizaron al anochecer del día 18 de febrero. Dos camarotescómodam<strong>en</strong>te dispuestos aguardaban al doctor Fergusson y a su amigo K<strong>en</strong>nedy. Esteúltimo, mi<strong>en</strong>tras juraba que no partiría, se trasladó a bordo con un verdadero ars<strong>en</strong>al decaza, dos excel<strong>en</strong>tes escopetas de dos cañones que se cargaban por la recámara, y unacarabina de toda confianza de la fábrica de Purdey Moore y Dickson, de Edimburgo. Consemejante arma, el cazador no t<strong>en</strong>ía ningún problema para alojar, a una distancia de dosmil pasos, una bala <strong>en</strong> el ojo de un camello. Llevaba también dos revólveres Colt de seisdisparos para los imprevistos, su frasco de pólvora, su cartuchera, y perdigones y balas <strong>en</strong>cantidad sufici<strong>en</strong>te, aunque sin traspasar los límites prescritos por el doctor.El día 19 de febrero se acomodaron a bordo los tres viajeros, que fueron recibidos conla mayor distinción por el capitán y sus oficiales. El doctor, preocupado por laexpedición, se mostraba distante; Dick estaba conmovido, aunque no quería apar<strong>en</strong>tarlo;


y Joe, que brincaba de alegría y hablaba por los codos, no tardó <strong>en</strong> convertirse <strong>en</strong> ladistracción de la tripulación, <strong>en</strong>tre la que se le había reservado un puesto.El día 20, la Real Sociedad Geográfica ofreció un gran banquete de despedida al doctorFergusson y a K<strong>en</strong>nedy. El comandante P<strong>en</strong><strong>net</strong> y sus oficiales asistieron al festín, que fuemuy animado y abundante <strong>en</strong> libaciones halagüeñas. Se hicieron numerosos brindis paraasegurar a todos los invitados una exist<strong>en</strong>cia c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>aria. Sir Francis M... presidía conemoción cont<strong>en</strong>ida, pero rebosante de dignidad.Dick K<strong>en</strong>nedy, para su gran sorpresa, recibió bu<strong>en</strong>a parte de las felicitaciones báquicas.Tras haber bebido «a la salud del intrépido Fergusson, la gloria de Inglaterra», se bebió«a la salud del no m<strong>en</strong>os valeroso K<strong>en</strong>nedy, su audaz compañero».Dick se puso colorado como un pavo, lo que se tomó por modestia. Aum<strong>en</strong>taron losaplausos, y Dick se puso más colorado aún.Durante los postres llegó un m<strong>en</strong>saje de la reina, que cumplim<strong>en</strong>taba a los viajeros yhacía votos por el éxito de la empresa.Ello requirió nuevos brindis «por Su Muy Graciosa Majestad».A medianoche los convidados se separaron, después de una emocionada despedida,sazonada con <strong>en</strong>tusiastas apretones de manos.Las embarcaciones del Resolute aguardaban <strong>en</strong> el pu<strong>en</strong>te de Westminster. Elcomandante tomó el mando, acompañado de sus pasajeros y de sus oficiales, y la rápidacorri<strong>en</strong>te del Támesis les condujo hacia Gre<strong>en</strong>wich.A la una todos dormían a bordo.Al día sigui<strong>en</strong>te, 21 de febrero, a las tres de la madrugada, las calderas estaban a punto;a las cinco levaron anchas y el Resolute, a impulsos de su hélice, se deslizó hacia ladesembocadura del Támesis.Huelga decir que, a bordo, las conversaciones no tuvieron más objeto que la expedicióndel doctor Fergusson. Tanto viéndole como oyéndole, el doctor inspiraba una confianzatal que, a excepción del escocés, nadie ponía ya <strong>en</strong> duda el éxito de la empresa.Durante las largas horas de ocio del viaje, el doctor daba un verdadero curso degeografía <strong>en</strong> la cámara de los oficiales. Aquellos jóv<strong>en</strong>es se <strong>en</strong>tusiasmaban con lanarración de los descubrimi<strong>en</strong>tos hechos durante cuar<strong>en</strong>ta años <strong>en</strong> África. El doctor lescontó las exploraciones de Barth, Burton, Speke y Grant, y les describió aquellamisteriosa comarca objeto de las investigaciones de la ci<strong>en</strong>cia. En el norte, el jov<strong>en</strong>Duveyrier exploraba el Sáhara y llevaba a París a los jefes tuaregs. Por iniciativa delGobierno francés se preparaban dos expediciones que, desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do del norte ydirigiéndose hacia el oeste, coincidirían <strong>en</strong> Tombuctú. En el sur, el infatigableLivingstone continuaba avanzando hacia el ecuador y, desde marzo de 1862, remontaba,<strong>en</strong> compañía de Mack<strong>en</strong>zie, el río Rovuma. El siglo XIX no concluiría ciertam<strong>en</strong>te sinque África hubiera revelado los secretos ocultos <strong>en</strong> su s<strong>en</strong>o por espacio de seis mil años.El interés de los oy<strong>en</strong>tes aum<strong>en</strong>tó cuando el doctor les dio a conocer <strong>en</strong> detalle lospreparativos de su viaje. Todos quisieron verificar sus cálculos; discutieron, y el doctorparticipó <strong>en</strong> la discusión con toda franqueza.En g<strong>en</strong>eral, les asombraba la cantidad relativam<strong>en</strong>te escasa de víveres con que contaba.Un día, uno de los oficiales le interrogó acerca del particular.-¿Eso les sorpr<strong>en</strong>de? -preguntó Fergusson.-Sin duda.-Pero ¿cuánto supon<strong>en</strong> que durará mi viaje? ¿Meses <strong>en</strong>teros? Están <strong>en</strong> un error; si seprolongase, estaríamos perdidos; no lo lograríamos. Sepan que no hay más de tres milquini<strong>en</strong>tas millas, pongamos cuatro mil, de Zanzíbar a la costa de S<strong>en</strong>egal. Pues bi<strong>en</strong>,


ecorri<strong>en</strong>do dosci<strong>en</strong>tas cuar<strong>en</strong>ta millas cada doce horas, velocidad m<strong>en</strong>or a la de nuestrosferrocarriles, si se viaja día y noche bastarán siete días para atravesar África.-Pero <strong>en</strong>tonces no podría ver, ni dibujar planos geográficos, ni reconocer el país.-¿Cómo? -respondió el doctor-. Si soy dueño de mi <strong>globo</strong>, si subo o bajo a mi arbitrio,me det<strong>en</strong>dré cuando me parezca bi<strong>en</strong>, sobre todo cuando corra peligro de que mearrastr<strong>en</strong> corri<strong>en</strong>tes demasiado viol<strong>en</strong>tas.-Y <strong>en</strong>contrará esas corri<strong>en</strong>tes -dijo el comandante P<strong>en</strong><strong>net</strong>-. Hay huracanes <strong>en</strong> los que lavelocidad del vi<strong>en</strong>to sobrepasa las dosci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta millas por hora.-¿Se dan cu<strong>en</strong>ta? -replicó el doctor-. Con una rapidez tal cruzaría África <strong>en</strong> doce horas;me levantaría <strong>en</strong> Zanzíbar y me acostaría <strong>en</strong> San Luis.-Pero -repuso el oficial- ¿acaso podría un <strong>globo</strong> ser arrastrado a una velocidadsemejante?-Es cosa que se ha visto -respondió Fergusson.-¿Y el <strong>globo</strong> resistió?-Perfectam<strong>en</strong>te. Fue <strong>en</strong> la época de la coronación de Napoleón, <strong>en</strong> 1804. El aeronautaGarnerin lanzó <strong>en</strong> París, a las once de la noche, un <strong>globo</strong>, con la sigui<strong>en</strong>te inscripción <strong>en</strong>letras de oro: «París, 25 frimario año XIII, coronación del emperador Napoleón por S. S.Pío VII.» A día sigui<strong>en</strong>te, a las cinco de la mañana, los habitantes de Roma veían elmismo <strong>globo</strong> balancearse sobre el Vaticano, recorrer la campiña romana y caer <strong>en</strong> el lagode Braciano. Así pues, señores, un <strong>globo</strong> puede resistir tan considerable velocidad.-Un <strong>globo</strong>, sí; pero un hombre... -balbució tímidam<strong>en</strong>te K<strong>en</strong>nedy.-¡Un hombre también! Porque no lo olvid<strong>en</strong>, un <strong>globo</strong> siempre está inmóvil conrelación al aire que lo circunda; no es él el que avanza, sino la propia masa de aire. Si<strong>en</strong>c<strong>en</strong>demos una vela <strong>en</strong> la barquilla, la llama no oscilará siquiera. Un aeronauta que sehubiese hallado <strong>en</strong> el <strong>globo</strong> de Garnerin, no habría sufrido ningún daño a causa de lavelocidad. Además, yo no trato de alcanzar una rapidez semejante, y si durante la nochepuedo <strong>en</strong>ganchar el ancla <strong>en</strong> algún árbol o algún accid<strong>en</strong>te del terr<strong>en</strong>o, no dejaré dehacerlo. Llevamos víveres para dos meses, y nada impedirá que nuestro hábil cazador nosproporcione caza <strong>en</strong> abundancia cuando tomemos tierra.-¡Ah! ¡Señor K<strong>en</strong>nedy! ¡Dará golpes maestros! -dijo un jov<strong>en</strong> guardiamarina, mirandoal escocés con <strong>en</strong>vidia.-Sin contar -repuso otro- con que a su placer se asociará una gran gloria.-Señores -respondió el cazador-, soy muy s<strong>en</strong>sible ... a sus cumplidos..., pero no mecorresponde aceptarlos ...-¡Cómo! -exclamaron todos-. ¿No partirá?.-No partiré.-¿No acompañará al doctor Fergusson?-No sólo no le acompañaré, sino que mi pres<strong>en</strong>cia aquí no ti<strong>en</strong>e más objeto que int<strong>en</strong>tardet<strong>en</strong>erle hasta el último mom<strong>en</strong>to.Todas las miradas se dirigieron al doctor.-No le hagan caso -respondió éste con calma-. Es un asunto que no se debe discutir conél; <strong>en</strong> el fondo, sabe perfectam<strong>en</strong>te que partirá.-¡Por san Patricio! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. juro...-No jures nada, amigo Dick. Estás medido y pesado, y también lo están tu pólvora, tusescopetas y tus balas; así que no hablemos más del asunto.Y de hecho, desde aquel día hasta la llegada a Zanzíbar, Dick no dijo esta boca es mía.No habló ni del asunto ni de ninguna otra cosa. Calló.


IXSe dobla el cabo. - El castillo de proa. - Curso decosmografía por el profesor Joe. - De la dirección de los<strong>globo</strong>s. - De la investigación de las corri<strong>en</strong>tesatmosféricas. - ¡Eureka!El Resolute avanzaba rápidam<strong>en</strong>te hacia el cabo de Bu<strong>en</strong>a Esperanza. El tiempo semant<strong>en</strong>ía ser<strong>en</strong>o, aunque el mar se pico un poco.El 30 de marzo, veintisiete días después de la salida de Londres, se perfiló <strong>en</strong> elhorizonte la montaña de la Mesa. La ciudad de El Cabo, situada al pie de un anfiteatro decolinas, apareció a lo lejos, y muy pronto el Resolute ancló <strong>en</strong> el puerto. Pero elcomandante no hacía escala allí, sino para proveerse de carbón, lo que fue cosa de un día,y al sigui<strong>en</strong>te el buque se dirigió hacia el sur para doblar la punta meridional de África y<strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el canal de Mozambique.No era aquél el primer viaje por mar de Joe, de manera que éste no tardó <strong>en</strong> hallarse abordo como <strong>en</strong> su propia casa. Todos le querían por su franqueza y su bu<strong>en</strong> humor. Granparte de la celebridad de su señor repercutía <strong>en</strong> él. Se le escuchaba como a un oráculo, yno se equivocaba más que cualquier otro.Mi<strong>en</strong>tras el doctor prosegula su curso <strong>en</strong> la cámara de los oficiales, Joe se despachaba agusto <strong>en</strong> el castillo de proa y hacía historia a su manera, procedimi<strong>en</strong>to seguido por losmás emin<strong>en</strong>tes historiadores de todos los tiempos.Se trataba, como era natural, del viaje aéreo. Joe consiguió, no sin trabajo, queaceptas<strong>en</strong> la empresa los espiritus recalcitrantes; pero, una vez aceptada, la imaginaciónde los marineros, estimulada por los relatos de Joe, ya no concibió nada que fueseimposible.El am<strong>en</strong>o narrador persuadía a su auditorio de que después de aquel viaje empr<strong>en</strong>deríanotros muchos. Aquél no era más que el primer eslabón de una larga serie de empresassobrehumanas.-Creedme, camaradas; cuando se ha probado este género de locomoción, no se puedeprescindir de él; así es que, <strong>en</strong> nuestra próxima expedición, <strong>en</strong> lugar de ir de lado, iremoshacia adelante sin dejar de subir.-¡Bu<strong>en</strong>o! -exclamó un oy<strong>en</strong>te, maravillado-. Entonces llegaréis a la Luna.-¡A la Luna! -respondió Joe con desdén-. ¡No, eso es demasiado común! A la Luna vatodo el mundo. Además, allí no hay agua y es preciso llevar una <strong>en</strong>orme cantidad deprovisiones; e incluso atmósfera <strong>en</strong> frascos, por poco interés que se t<strong>en</strong>ga <strong>en</strong> respirar.-¡Con tal de que haya ginebra! -dijo un marinero muy aficionado a esta bebida.-Tampoco, camarada. ¡No! Nada de Luna. Recorreremos esas hermosas estrellas, esos<strong>en</strong>cantadores pla<strong>net</strong>as de los que tantas veces me ha hablado mi señor. Visitaremosprimero Saturno...-¿ El que ti<strong>en</strong>e un anillo? -preguntó el contramaestre.-¡Sí, un anillo nupcial! Lo que ocurre es que se ignora el paradero de su mujer.-¡Cómo! ¿Tan alto irán? -preguntó un grumete, atónito-. Su señor debe de ser el diablo.-¿El diablo? ¡Es demasiado bu<strong>en</strong>o para ser el diablo!-¿Y después de Saturno? -preguntó uno de los más impaci<strong>en</strong>tes del auditorio.-¿Después de Saturno? Haremos una visita a Júpiter, un extraño país donde los días noson más que de nueve horas Y media, lo cual resulta cómodo para los perezosos, y dondelos años, por extraño que parezca duran doce años, lo cual ofrece v<strong>en</strong>tajas para los que noti<strong>en</strong><strong>en</strong> más que seis meses de vida. ¡Eso prolonga algo su exist<strong>en</strong>cia!


-¿Doce años? -repuso el grumete.-Sí, pequeño, <strong>en</strong> esas tierras tú mamarías aún, y aquel de allá, que roza la cincu<strong>en</strong>t<strong>en</strong>a,sería un chiquillo de cuatro anos y medio.-¡No puede ser! -exclamaron unánimes todos los hombres que se hallaban <strong>en</strong> el castillode proa.-Es la pura verdad --dijo Joe con aplomo-. Pero ¿que queréis? Cuando uno se empeña<strong>en</strong> vegetar <strong>en</strong> este mundo, no apr<strong>en</strong>de nada y es tan ignorante como una marsopa. ¡Paseadun poco por Júpiter y veréis! ¡Es m<strong>en</strong>ester, sin embargo, saber comportarse allí arriba,pues hay satélites que no son tolerantes!Y todos reían, pero sólo le creían hasta cierto punto.. Y él les hablaba de Neptuno,donde los marineros son muy bi<strong>en</strong> recibidos, y de Marte, donde los militares impon<strong>en</strong> suautoridad, lo cual acaba por resultar fastidioso. En cuanto a Mercurio, es un pícaro paísde ladrones y mercaderes, tan parecidos unos a otros que difícilm<strong>en</strong>te se les distingue. Y,por último, de V<strong>en</strong>us les pintaba un cuadro verdaderam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>cantador.-Y cuando volvamos de esta expedición -dijo el am<strong>en</strong>o narrador- se nos condecorarácon la Cruz del Sur, que brilla allá arriba <strong>en</strong> el ojal del bu<strong>en</strong> Dios.-¡Y bi<strong>en</strong> merecida la t<strong>en</strong>dréis! -admitieron los marineros.Así, <strong>en</strong> alegres pláticas, transcurrían las largas tardes <strong>en</strong> el castillo de proa. Mi<strong>en</strong>trastanto, las conversaciones instructivas del doctor seguian su camino.Un día, hablando de la dirección de los <strong>globo</strong>s, se le pidió a Fergusson que diese acercadel particular su parecer.-Yo no creo -dijo- que se pueda llegar a dirigir un <strong>globo</strong>. Conozco todos los sistemasque se han <strong>en</strong>sayado o ideado, y ni uno solo es practicable. Como compr<strong>en</strong>derán, me heocupado de esta cuestión, de interés capital para mí. Sin embargo, no he podidoresolverla con los medios suministrados por los conocimi<strong>en</strong>tos actuales de la mecánica.Sería preciso descubrir un motor de un poder extraordinario y de una ligereza imposible.Y aun así, no se podrían contrarrestar las corri<strong>en</strong>tes de cierta importancia. Además, hastaahora se ha p<strong>en</strong>sado más <strong>en</strong> dirigir la barquilla que el <strong>globo</strong>, lo cual es un error.-Existe, sin embargo -replicó un oficial-, una gran relación <strong>en</strong>tre un aeróstato y unbuque, y éste puede dirigirse a voluntad.-No -respondió el doctor Fergusson-. Existe muy poca relación o ninguna. El aire esinfinitam<strong>en</strong>te m<strong>en</strong>os d<strong>en</strong>so que el agua, <strong>en</strong> la cual el buque no se sumerge más que hastacierto punto, mi<strong>en</strong>tras que el aeróstato se abisma por completo <strong>en</strong> la atmósfera ypermanece inmóvil con relación al fluido circundante.-¿Cree <strong>en</strong>tonces que la ci<strong>en</strong>cia aerostática ha dicho ya su última palabra?-¡No tanto! ¡No tanto! Es preciso buscar otra cosa; si no se puede dirigir un <strong>globo</strong>, alm<strong>en</strong>os hay que int<strong>en</strong>tar mant<strong>en</strong>erlo <strong>en</strong> las corri<strong>en</strong>tes atmosféricas favorables. Éstas, amedida que se sube, se vuelv<strong>en</strong> mucho más uniformes y son constantes <strong>en</strong> su direccion;ya no las perturban los valles y las montañas que surcan la superficie del pla<strong>net</strong>a, y eso,como muy bi<strong>en</strong> sabe, es la principal causa de las variaciones del vi<strong>en</strong>to y de lairregularidad de su soplo. Una vez determinadas estas zonas, el <strong>globo</strong> no t<strong>en</strong>drá más quecolocarse <strong>en</strong> las corri<strong>en</strong>tes que le conv<strong>en</strong>gan.-Pero, <strong>en</strong>tonces -repuso el comandante P<strong>en</strong><strong>net</strong>-, para alcanzarlas será m<strong>en</strong>ester subir obajar constantem<strong>en</strong>te. He ahí la verdadera dificultad, mi querido doctor.-¿Por qué, mi querido comandante?-Ent<strong>en</strong>dámonos: sólo supondrá una dificultad y un obstáculo para los viajes de largorecorrido, no para los simples paseos aéreos.-¿Y t<strong>en</strong>dría la bondad de decirme por qué?


-Porque para subir es imprescindible soltar lastres, y para bajar es imprescindible perdergas, y con tanto subir y bajar las provisiones de gas y de lastre se agotan <strong>en</strong>seguida.-He ahí la cuestión, amigo P<strong>en</strong><strong>net</strong>. He ahí la única dificultad que debe procurar allanarla ci<strong>en</strong>cia. No se trata de dirigir <strong>globo</strong>s; se trata de moverlos de arriba abajo sin gastar esegas que constituye su fuerza, su sangre, su alma, si es lícito hablar así.-Ti<strong>en</strong>e razon, mi querido doctor, pero esa dificultad aún no está resuelta, ese mediotodavía no se ha <strong>en</strong>contrado.-Perdone, se ha <strong>en</strong>contrado.-¿Quién lo ha <strong>en</strong>contrado?-¡Yo!-¿Usted?-Compr<strong>en</strong>derá que, de otro modo, no me av<strong>en</strong>turaría a cruzar África <strong>en</strong> <strong>globo</strong>. ¡A lasveinticuatro horas me quedaría sin gas!-Pero no habló de eso <strong>en</strong> Inglaterra.-¿Para qué? Quería evitar una discusión pública; me parecía algo inútil. Hiceexperim<strong>en</strong>tos preparatorios <strong>en</strong> secreto y quedé satisfecho de ellos. No t<strong>en</strong>ía necesidad demás.-Y bi<strong>en</strong>, mi querido Fergusson, ¿sería una imprud<strong>en</strong>cia preguntarle su secreto?-En absoluto. El medio es muy s<strong>en</strong>cillo, señores; ahora lo verán.El auditorio redobló su at<strong>en</strong>ción y el doctor tomó tranquilam<strong>en</strong>te la palabra.XEnsayos anteriores. - Las cinco cajas del doctor. - Elsoplete de gas. - El calorífero. - Manera de maniobrar.- Exito seguro-Se ha int<strong>en</strong>tado muchas veces, señores, subir o bajar a voluntad sin perder el gas o ellastre del <strong>globo</strong>. Un aeronauta francés, el señor Mounier, pret<strong>en</strong>día alcanzar este objetivocomprimi<strong>en</strong>do aire <strong>en</strong> un receptáculo interior Un belga, el doctor Van Hecke, por mediode alas y paletas desplegaba una fuerza vertical que <strong>en</strong> la mayor parte de los casoshubiera sido insufici<strong>en</strong>te. Los resultados prácticos obt<strong>en</strong>idos por estos medios han sidoinsignificantes.»Yo he resuelto abordar la cuestión más directam<strong>en</strong>te. Desde luego, suprimo porcompleto el lastre, salvo que me obligue a recurrir a él algún caso de fuerza mayor, como,por ejemplo, la rotura del aparato o la necesidad de elevarme con gran rapidez para evitarun obstáculo imprevisto.»Mis medios de asc<strong>en</strong>sión y desc<strong>en</strong>so consist<strong>en</strong> únicam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> dilatar o contraer, pormedio de distintas temperaturas, el gas almac<strong>en</strong>ado <strong>en</strong> el interior del aeróstato. Y he aquícómo obt<strong>en</strong>go este resultado.»Han visto que, con la barquilla, embarcaron unas cajas cuyo uso desconoc<strong>en</strong> sin duda.Hay cinco cajas.»La primera conti<strong>en</strong>e unos veinticinco galones de agua, a la cual añado algunas gotasde ácido sulfúrico para aum<strong>en</strong>tar su conductibilidad y la descompongo por medio de unapot<strong>en</strong>te pila de Buns<strong>en</strong>. El agua, como sab<strong>en</strong>, se compone de dos volúm<strong>en</strong>es de gashidróg<strong>en</strong>o y un volum<strong>en</strong> de gas oxíg<strong>en</strong>o.»Este último, bajo la acción de la pila, pasa por el polo positivo a una segunda caja.Una tercera, colocada <strong>en</strong>cima de la segunda y de doble capacidad, recibe el hidróg<strong>en</strong>oque llega por el polo negativo.


»Dos espitas, una de las cuales ti<strong>en</strong>e doble abertura que la otra, pon<strong>en</strong> <strong>en</strong> comunicaciónestas dos cajas con otra, que es la cuarta y se llama caja de mezcla. En ella, <strong>en</strong> efecto, semezclan los dos gases proced<strong>en</strong>tes de la descomposición del agua. La capacidad de estacaja de mezcla vi<strong>en</strong>e a ser de cuar<strong>en</strong>ta y un pies cúbicos.»En la parte superior de esta caja hay un tubo de platino, provisto de una llave.»Ya habrán compr<strong>en</strong>dido, señores, que el aparato que les describo es, simplem<strong>en</strong>te, unsoplete de gas oxíg<strong>en</strong>o e hidrog<strong>en</strong>o, cuyo calor supera el del fuego de una fragua.»Establecido esto, paso a la segunda parte del aparato.»De la parte inferior del <strong>globo</strong>, que está herméticam<strong>en</strong>te cerrado, sal<strong>en</strong> dos tubosseparados por un pequeño intervalo. El uno arranca de las capas superiores del gashidróg<strong>en</strong>o, y el otro de las inferiores.»Estos dos tubos están provistos, de trecho <strong>en</strong> trecho, de sólidas articulaciones decaucho que les permit<strong>en</strong> adaptarse a las oscilaciones del aeróstato.»Los dos bajan hasta la barquilla y se pierd<strong>en</strong> <strong>en</strong> una caja cilíndrica de hierro, llamadacaja de calor, cerrada <strong>en</strong> ambos por dos fuertes discos del mismo metal.»El tubo que sale de la región inferior del <strong>globo</strong> pasa a la caja cilíndrica por el discoinferior y, p<strong>en</strong>etrando <strong>en</strong> él, adopta <strong>en</strong>tonces la forma de un serp<strong>en</strong>tín helicoidal, cuyosanillos superpuestos ocupan casi toda la altura de la caja. Antes de salir, el serp<strong>en</strong>tín pasaa un pequeño cono, cuya base cóncava, <strong>en</strong> forma de esférico, se dirige hacia abajo.»Por el vértice de este cono sale el segundo tubo, que se traslada, como he dicho, a laspartes superiores del <strong>globo</strong>.»El casquete esférico del pequeño cono es de platino, para que no se funda por laacción del soplete, pues éste se halla colocado <strong>en</strong> el fondo de la caja de hierro, <strong>en</strong> elc<strong>en</strong>tro del serp<strong>en</strong>tín helicoidal, y el extremo de la llama roza ligeram<strong>en</strong>te el casquete.»Todos sab<strong>en</strong>, señores, lo que es un calorífero destinado a cal<strong>en</strong>tar las habitaciones, ysab<strong>en</strong> también cómo actúa. El aire de la habitación, tras pasar por los tubos, vuelve a unatemperatura más elevada. El aparato que acabo de describir no es, <strong>en</strong> realidad, más queun calorífero.»¿Qué ocurre <strong>en</strong>tonces? Una vez <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido el soplete, el hidróg<strong>en</strong>o del serp<strong>en</strong>tín y delcono cóncavo se cali<strong>en</strong>ta y sube rápidam<strong>en</strong>te por el tubo, que lo conduce a las regionessuperiores del aeróstato. Debajo se forma el vacío, que atrae el gas de las regionesinferiores, el cual se cali<strong>en</strong>ta a su vez y es continuam<strong>en</strong>te reemplazado. Así se establece<strong>en</strong> los tubos y el serp<strong>en</strong>tín una corri<strong>en</strong>te sumam<strong>en</strong>te rápida de gas, que sale del <strong>globo</strong> yvuelve a él cal<strong>en</strong>tándose sin cesar.»Ahora bi<strong>en</strong>, los gases aum<strong>en</strong>tan 1/480 de su volum<strong>en</strong> por grado de calor. Por lo tanto,si fuerzo 18 0 la temperatura, el hidróg<strong>en</strong>o del aeróstato se dilatará 18/480, o milseisci<strong>en</strong>tos set<strong>en</strong>ta y cuatro pies cúbicos;' por consigui<strong>en</strong>te, desplazará mil seisci<strong>en</strong>tosset<strong>en</strong>ta y cuatro pies cúbicos de aire más, lo cual aum<strong>en</strong>tará mil seisci<strong>en</strong>tas libras sufuerza asc<strong>en</strong>sional que equivale a un despr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to de lastre de igual peso. Si aum<strong>en</strong>to180 0 la temperatura, el gas experim<strong>en</strong>tará una dilatación de 180/480, desplazará dieciséismil seteci<strong>en</strong>tos cuar<strong>en</strong>ta pies cúbicos más y su fuerza asc<strong>en</strong>sional se increm<strong>en</strong>tará milseisci<strong>en</strong>tas libras.»Como v<strong>en</strong>, señores, puedo obt<strong>en</strong>er fácilm<strong>en</strong>te desequilibrios considerables. Elvolum<strong>en</strong> del aeróstato ha sido calculado de manera que, estando medio hinchado,desplace un peso de aire exactam<strong>en</strong>te igual al de la <strong>en</strong>voltura del hidróg<strong>en</strong>o y la barquillacon los viajeros y todos los accesorios. En ese punto, se halla <strong>en</strong> equilibrio <strong>en</strong> el aire, sinsubir ni bajar.


»Para verificar la asc<strong>en</strong>sión, doy al gas una temperatura superior a la temperaturaambi<strong>en</strong>te por medio del soplete. Con este exceso de calor, obti<strong>en</strong>e una t<strong>en</strong>sión más fuertee hincha más el <strong>globo</strong>, que sube tanto más cuanto más dilato el hidróg<strong>en</strong>o.»El desc<strong>en</strong>so se realiza, naturalm<strong>en</strong>te, moderando el calor del soplete y dejando quebaje la temperatura. La asc<strong>en</strong>sion sera, pues, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te mucho más rápida que eldesc<strong>en</strong>so. Pero esta circunstancia resulta favorable, pues no t<strong>en</strong>go ningún interés <strong>en</strong> bajarrápidam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras que una pronta marcha asc<strong>en</strong>sional es lo que me permite evitar losobstáculos. Los peligros están abajo, no arriba.»Además, como les he dicho, t<strong>en</strong>go cierta cantidad de lastre que me permitirá elevarmecon más prontitud aun <strong>en</strong> caso necesario. La válvula situada <strong>en</strong> el polo superior del <strong>globo</strong>no es más que una válvula de seguridad. El <strong>globo</strong> conserva siempre la misma carga dehidróg<strong>en</strong>o, si<strong>en</strong>do las variaciones de temperatura que produzco <strong>en</strong> ese medio de gascerrado las que provocan todos los movimi<strong>en</strong>tos de asc<strong>en</strong>sion y desc<strong>en</strong>so.»Ahora, señores, añadiré un detalle práctico.»La combustión del hidróg<strong>en</strong>o y del oxíg<strong>en</strong>o <strong>en</strong> la punta del soplete produceúnicam<strong>en</strong>te vapor de agua. He dotado, por ello, a la parte inferior de la caja cilíndrica dehierro de un tubo de despr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to con válvula que funciona a m<strong>en</strong>os de dosatmósferas de presión; por consigui<strong>en</strong>te, desde el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que alcanza esta presión,el vapor se escapa por sí mismo.»He aquí cifras muy exactas.»Veinticinco galones de agua descompuesta <strong>en</strong> sus elem<strong>en</strong>tos constitutivos, dan 200libras de oxíg<strong>en</strong>o y 25 de hidróg<strong>en</strong>o. Esto repres<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> la presión atmosférica, milochoci<strong>en</strong>tos nov<strong>en</strong>ta pies cúbicos del primero y tres mil seteci<strong>en</strong>tos och<strong>en</strong>ta del segundo;<strong>en</strong> total cinco mil seisci<strong>en</strong>tos set<strong>en</strong>ta pies cúbicos de mezcla.»La espita del soplete, <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te abierta, consume veintisiete pies cúbicos por hora,con una llama por lo m<strong>en</strong>os diez veces más pot<strong>en</strong>te que la de las farolas de alumbrado.Por término medio, pues, para mant<strong>en</strong>erme a una altura poco considerable, no quemarémás de nueve pies cúbicos por hora, por lo que mis veinticinco galones de aguarepres<strong>en</strong>tan seisci<strong>en</strong>tas treinta horas de navegación aérea, es decir, algo más de veintiséisdías.»Y como puedo bajar a mi arbitrio, y r<strong>en</strong>ovar por el camino la provisión de agua, miviaje puede prolongarse indefinidam<strong>en</strong>te.»He aquí mi secreto, señores. Es s<strong>en</strong>cillo, y, como todas las cosas s<strong>en</strong>cillas, no puededejar de t<strong>en</strong>er éxito. La dilatación y la contracción del gas del aeróstato, tal es mi medio,que no exige ni alas embarazosas ni motor mecánico. Un calorífero para producir lasvariaciones de temperatura y un soplete para cal<strong>en</strong>tarlo; eso no es incómodo ni pesado.»Creo, pues, haber reunido todas las condiciones para el éxito.Así terminó su discurso el doctor Fergusson, y fue cordialm<strong>en</strong>te aplaudido. No habíaobjeción alguna que hacer; todo estaba previsto y resuelto.-Sin embargo -dijo el comandante-, puede ser peligroso.¿Qué importa -respondió s<strong>en</strong>cillam<strong>en</strong>te el doctor-, si es practicable?XILlegada a Zanzíbar. - El cónsul inglés. - Maladisposición de los habitantes. - La isla de Kumb<strong>en</strong>i. -Los hacedores de lluvia. - Hinchan el <strong>globo</strong>. - Partidadel 18 de abril. - último adiós. - El Victoria


Un vi<strong>en</strong>to constantem<strong>en</strong>te favorable había acelerado la marcha del Resolute hacia ellugar de su destino. La navegación del canal de Mozambique fue particularm<strong>en</strong>teapacible. La travesía marítima era un bu<strong>en</strong> presagio de la aérea. Todos deseaban llegarpronto y ayudar al doctor Fergusson <strong>en</strong> sus últimos preparativos.El buque avistó por fin la ciudad de Zanzíbar, situada <strong>en</strong> la isla del mismo nombre, y el15 de abril, a las once de la mañana, ancló <strong>en</strong> el puerto.La isla de Zanzíbar pert<strong>en</strong>ece al imán de Mascate, aliado de Francia y de Inglaterra, yes indudablem<strong>en</strong>te la más bella de sus colonias. El puerto recibe muchos buques de lospaíses vecinos.La isla está separada de la costa africana por un canal, cuya anchura mayor no pasa detreinta millas.Existe un gran comercio de caucho, marfil y, sobre todo, ébano, porque Zanzíbar es elgran mercado de esclavos. Allí se conc<strong>en</strong>tra todo el botín conquistado <strong>en</strong> las batallas quelos jefes del interior libran incesantem<strong>en</strong>te. El tráfico se exti<strong>en</strong>de por toda la costaori<strong>en</strong>tal, e incluso <strong>en</strong> las latitudes del Nilo, y G. Lejean ha visto allí tratar abiertam<strong>en</strong>tebajo pabellón francés.Ap<strong>en</strong>as llegó el Resolute, el cónsul inglés de Zanzíbar subió a bordo y se puso adisposición del doctor, de cuyos proyectos le habían t<strong>en</strong>ido al corri<strong>en</strong>te desde hacía unmes los periódicos de Europa. Pero hasta <strong>en</strong>tonces había formado parte de la numerosafalange de los incrédulos.-Dudaba -dijo, t<strong>en</strong>diéndole la mano a Samuel Fergusson-, pero ahora ya no dudo.Ofreció su propia casa al doctor, a Dick K<strong>en</strong>nedy y, naturalm<strong>en</strong>te, al bravo Joe.Por el cónsul tuvo el doctor conocimi<strong>en</strong>to de varias cartas que había recibido delcapitán -Speke. El capitán y sus compañeros habían t<strong>en</strong>ido que pasar mucha hambre ymuchos contratiempos antes de llegar al país de Ugogo. No avanzaban sino con una grandificultad y no p<strong>en</strong>saban poder dar noticias inmediatas de su situación y paradero.-He aquí peligros y privaciones que nosotros podremos evitar -dijo el doctor.El equipaje de los tres viajeros fue trasladado a la casa del cónsul. Se disponían adesembarcar el <strong>globo</strong> <strong>en</strong> la playa de Zanzíbar, pues cerca del asta de las banderas deseñalización había un sitio favorable, junto a una <strong>en</strong>orme construcción que lo hubierapuesto a cubierto de los vi<strong>en</strong>tos del este. Aquella gran torre, semejante a un tonelinm<strong>en</strong>so junto al cual la cuba de Heidelberg habría parecido un insignificante barril,servía de fuerte, y <strong>en</strong> su plataforma vigilaban unos beluchíes, armados con lanzas, especiede soldados haraganes y vocingleros.Sin embargo, durante el desembarco del aeróstato, el cónsul recibió aviso de que lapoblación de la isla se opondría a ello por la fuerza. No hay nada tan ciego como elapasionami<strong>en</strong>to fanático. La noticia de la llegada de un cristiano que iba a elevarse porlos aires fue recibida con indignación, y los negros, más conmocionados que los árabes,vieron <strong>en</strong> este proyecto int<strong>en</strong>ciones hostiles a su religión, figurándose que se dirigíacontra el Sol y la Luna, que son objeto de v<strong>en</strong>eración para las tribus africanas. Así pues,resolvieron oponerse a expedición tan sacrílega.El cónsul confer<strong>en</strong>ció acerca del particular con el doctor Fergusson y el comandanteP<strong>en</strong><strong>net</strong>. Éste no quería retroceder ante las am<strong>en</strong>azas; pero su amigo le hizo <strong>en</strong>trar <strong>en</strong>razón.-Ya sé -le dijo- que acabaremos metiéndonos a esa g<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el bolsillo, y <strong>en</strong> casonecesario los propios soldados del imán nos prestarán auxilio; pero, mi queridocomandante, un accid<strong>en</strong>te sobrevi<strong>en</strong>e <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to m<strong>en</strong>os p<strong>en</strong>sado, y bastaría un golpecualquiera para causar al <strong>globo</strong> una avería irreparable que comprometiera el viajeirremisiblem<strong>en</strong>te. Es, pues, preciso, que andemos con pies de plomo.


-¿Qué haremos, pues? Si desembarcamos <strong>en</strong> la costa de África, tropezaremos con lasmismas dificultades. ¿Qué podemos hacer?-Es muy s<strong>en</strong>cillo -respondió el cónsul-. ¿V<strong>en</strong> aquellas islas situadas más allá delpuerto? Desembarqu<strong>en</strong> <strong>en</strong> una de ellas el aeróstato, apost<strong>en</strong> a los marineros formando uncinturón de protección, y no correrán ningún peligro.-Perfectam<strong>en</strong>te -dijo el doctor-. Y allí podremos con toda libertad concluir nuestrospreparativos.El comandante aprobó el consejo y el Resolute se acercó a la isla de Kumb<strong>en</strong>i. Durantela madrugada del 16 de abril, el <strong>globo</strong> fue puesto a bu<strong>en</strong> recaudo <strong>en</strong> medio de un claro,<strong>en</strong>tre los ext<strong>en</strong>sos bosques que cubrían aquella tierra.Clavaron <strong>en</strong> el suelo dos palos de 80 pies de alto, situados a una distancia similar unode otro; un juego de poleas sujeto a su extremo permitió levantar el aeróstato por mediode un cable transversal. El <strong>globo</strong> estaba <strong>en</strong>tonces <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te deshinchado. El <strong>globo</strong>interior se hallaba unido al vértice del exterior, de modo que subían los dos a un mismotiempo.En el apéndice inferior de uno y otro, se fijaron los dos tubos de introducción delhidróg<strong>en</strong>o.El día 17 se invirtió <strong>en</strong> disponer el aparato destinado a producir el gas; se componía de30 toneles, <strong>en</strong> los que se verificaba la descomposición del agua por medio de pedazos dehierro viejo y acido sulfúrico sumergidos <strong>en</strong> una gran cantidad de agua. El hidróg<strong>en</strong>opasaba a un gran tonel c<strong>en</strong>tral tras haber sido lavado, y desde allí subía por los tubos deintroducción a los dos aeróstatos. De esta manera, ambos recibían una cantidad de gasperfectam<strong>en</strong>te determinada.Para esta operación fue preciso echar mano de mil ochoci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta y seis galonesde ácido sulfúrico, dieciséis mil cincu<strong>en</strong>ta libras de hierro y noveci<strong>en</strong>tos ses<strong>en</strong>ta y seisgalones de agua.Esta operación empezó aproximadam<strong>en</strong>te a las tres de la mañana del día sigui<strong>en</strong>te yduró casi ocho horas. Al otro día, el aeróstato, cubierto con su red, se balanceabagraciosam<strong>en</strong>te sobre la barquilla, sost<strong>en</strong>ido por un gran número de sacos ll<strong>en</strong>os de tierra.Se montó con el mayor cuidado el aparato de dilatación, y los tubos que salían delaeróstato fueron adaptados a la caja cilíndrica.Las anclas, las cuerdas, los instrum<strong>en</strong>tos, las mantas de viaje, la ti<strong>en</strong>da, los víveres y lasarmas ocuparon <strong>en</strong> la barquilla el puesto que t<strong>en</strong>ían asignado; la aguada se hizo <strong>en</strong>Zanzíbar. Las dosci<strong>en</strong>tas libras de lastre se distribuyeron <strong>en</strong>tre cincu<strong>en</strong>ta sacos colocados<strong>en</strong> el fondo de la barquilla, pero al alcance de la mano.Hacia las cinco de la tarde finalizaban estos preparativos. Unos c<strong>en</strong>tinelas montabanguardia alrededor de la isla, y las embarcaciones del Resolute surcaban el canal.Los negros seguían manifestando su cólera con gritos, muecas y contorsiones. Loshechiceros recorrían los grupos irritados y acababan de exasperar los ánimos; algunosfanáticos trataron,de ganar la isla a nado, pero se les rechazó fácilm<strong>en</strong>te.Entonces empezaron los sortilegios y los <strong>en</strong>cantami<strong>en</strong>tos; los hacedores de lluvia, quepret<strong>en</strong>dían t<strong>en</strong>er poder sobre las nubes, llamaron <strong>en</strong> su auxilio a los huracanes y a las«lluvias de piedra»; cogieron hojas de todas las especies de árboles del país y las cocierona fuego l<strong>en</strong>to, mi<strong>en</strong>tras mataban un cordero clavándole una larga aguja <strong>en</strong> el corazón.Pero, a pesar de todas sus ceremonias, el cielo permaneció ser<strong>en</strong>o y puro.Entonces los negros se <strong>en</strong>tregaron a furiosas orgías embriagándose con tembo,aguardi<strong>en</strong>te que se extrae del cocotero, o con una cerveza sumam<strong>en</strong>te fuerte llamadatogwa. Sus cantos, sin melodía apreciable, pero con un ritmo muy exacto, duraron hastamuy <strong>en</strong>trada la noche.


Hacia las seis, una última comida reunió a los viajeros alrededor de la mesa delcomandante y de sus oficiales. K<strong>en</strong>nedy, a qui<strong>en</strong> nadie dirigía pregunta alguna, murmuraba<strong>en</strong> voz baja palabras incompr<strong>en</strong>sibles, con la mirada fija <strong>en</strong> el doctor Fergusson.La comida fue triste. La aproximación del mom<strong>en</strong>to supremo inspiraba a todos p<strong>en</strong>osasreflexiones. ¿Qué reservaba el destino a aquellos audaces viajeros? ¿Volverían a hallarse<strong>en</strong>tre sus amigos, a s<strong>en</strong>tarse junto al fuego del hogar? Si les llegaban a faltar los mediosde transporte, ¿que seria de ellos <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>o de tribus feroces, <strong>en</strong> aquellas comarcasinexploradas, <strong>en</strong> medio de desiertos inm<strong>en</strong>sos?Estas ideas, vagas hasta <strong>en</strong>tonces y a las que todos se inclinaban poco, <strong>en</strong> aquelmom<strong>en</strong>to asaltaban las imaginaciones sobreexcitadas. El doctor Fergusson, tan frío eimpasible como siempre, habló de varias cosas para disipar aquella tristeza comunicativa,pero sus esfuerzos fueron vanos.Como se temía alguna demostración contra la persona del doctor y de sus compañeros,los tres se quedaron a dormir a bordo del Resolute. A las seis de la mañana salieron de sucamarote y se trasladaron de nuevo a la isla de Kumb<strong>en</strong>i.El <strong>globo</strong> se balanceaba ligeram<strong>en</strong>te, mecido por el vi<strong>en</strong>to del este. Los sacos de tierraque lo ret<strong>en</strong>ían habían sido reemplazados por veinte marineros. El comandante P<strong>en</strong><strong>net</strong> ysus oficiales asistían a aquella solemne marcha.En aquel mom<strong>en</strong>to K<strong>en</strong>nedy se dirigió al doctor, le cogió la mano y le dijo:-¿Es cosa decidida tu marcha, Samuel?-Muy decidida, mi querido Dick.-¿He hecho yo cuanto de mí dep<strong>en</strong>día para impedir este viaje?-Todo.-Entonces t<strong>en</strong>go sobre el particular la conci<strong>en</strong>cia tranquila y te acompaño.-Ya lo sabía -respondió el doctor, dejando que aflorase a su semblante una furtivaemoción.Se acercaba el instante de los últimos adioses. El comandante y los oficiales abrazaroncon efusión a sus intrépidos amigos, sin exceptuar al digno Joe, que estaba muy cont<strong>en</strong>toy satisfecho. Todos quisieron que el doctor Fergusson les diese un apretón de manos.A las nueve, los tres compañeros de viaje ocuparon su puesto <strong>en</strong> la barquilla. El doctor<strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió el soplete y avivó la llama de modo que produjese un calor rápido. El <strong>globo</strong>,que se mant<strong>en</strong>ía junto al suelo <strong>en</strong> perfecto equilibrio, empezó a levantarse a los pocosminutos. Los marineros tuvieron que aflojar un poco las cuerdas que lo ret<strong>en</strong>ían. Labarquilla se elevó unos veinte pies.-¡Amigos míos -exclamó el doctor, puesto <strong>en</strong> pie <strong>en</strong>tre sus dos compañeros yquitándose el sombrero-, pongámosle a nuestro buque aéreo un nombre que le dé suerte!¡Llamémosle Victoria!Resonó un hurra formidable.-¡Viva la reina! ¡Viva Inglaterra!En aquel mom<strong>en</strong>to la fuerza asc<strong>en</strong>sional del aeróstato aum<strong>en</strong>tó prodigiosam<strong>en</strong>te.Fergusson, K<strong>en</strong>nedy y Joe dirigieron un último adiós a sus amigos.-¡Suelt<strong>en</strong> las cuerdas! -exclamó el doctor.Y el Victoria se elevó por los aires rápidam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras las cuatro piezas de artilleríadel Resolute atronaban el espacio <strong>en</strong> su honor.XIITravesía del estrecho. - El Mrima. - Conversación de


Dick y proposición de Joe. - Receta para el café. -El uzaramo. - El desv<strong>en</strong>turado Maizan. -El monte Duthumi. - Las cartas del doctor. -Noche sobre un nopalEl aire era puro y el vi<strong>en</strong>to moderado. El Victoria subió casi perp<strong>en</strong>dicularm<strong>en</strong>te a unaaltura de mil quini<strong>en</strong>tos pies, que fue indicada por una depresión de dos pulgadas m<strong>en</strong>osdos líneas <strong>en</strong> la columna barométrica.A aquella altura, una corri<strong>en</strong>te más marcada impelió al <strong>globo</strong> hacia el suroeste. ¡Quémagnífico espectáculo se ext<strong>en</strong>día ante los ojos de los viajeros! La isla de Zanzíbar seofrecía por completo a la vista y destacaba <strong>en</strong> un color más oscuro, como sobre un vastoplanisferio; los campos tomaban la apari<strong>en</strong>cia de muestras de varios colores; y grandesramilletes de árboles indicaban los bosques y las selvas.Los habitantes de la isla parecían como insectos. Los hurras y los gritos se perdían pocoa poco <strong>en</strong> la atmósfera, y sólo los cañonazos del buque vibraban <strong>en</strong> la concavidad inferiordel aeróstato.-¡Qué hermoso es todo esto! -exclamó Joe, rompi<strong>en</strong>do por primera vez el sil<strong>en</strong>cio.No obtuvo respuesta. El doctor estaba ocupado observando las variaciones barométncasy tomando nota de los porm<strong>en</strong>ores de su asc<strong>en</strong>sión.K<strong>en</strong>nedy miraba y no t<strong>en</strong>ía ojos para verlo todo.Los rayos del sol, uni<strong>en</strong>do su calor al del soplete, aum<strong>en</strong>taron la presión del gas. ElVictoria subió a una altura de dos mil quini<strong>en</strong>tos pies.El Resolute pres<strong>en</strong>taba el aspecto de un barquichuelo, y la costa africana aparecía aloeste como una inm<strong>en</strong>sa orla de espuma.-¿No dic<strong>en</strong> nada? -preguntó Joe.-Miramos -respondió el doctor, dirigi<strong>en</strong>do su anteojo hacia el contin<strong>en</strong>te.-Lo que es yo, si no hablo, revi<strong>en</strong>to.-Habla cuanto quieras, Joe; nadie te lo impide.Y Joe hizo él solo un espantoso consumo de onomatopeyas. Los « ¡oh! », los « ¡ah! » ylos « ¡eh! » brotaban de sus labios a borbotones.Durante la travesía del mar, el doctor creyó conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te mant<strong>en</strong>erse a aquella alturaque le permitía observar la costa más ext<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te. El termómetro y el barómetro,colgados d<strong>en</strong>tro de la ti<strong>en</strong>da <strong>en</strong>treabierta, se hallaban constantem<strong>en</strong>te al alcance de suvista, y otro barómetro, colocado exteriorm<strong>en</strong>te, serviría durante la guardia de noche.Al cabo de dos horas, el Victoria, a una velocidad de poco más de ocho millas, seaproximó s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te a la costa. El doctor resolvió acercarse a tierra; moderó la llamadel soplete, y muy pronto el <strong>globo</strong> bajó a tresci<strong>en</strong>tos pies del suelo.Se hallaba sobre el Mrima, nombre que lleva aquella porcion de la costa ori<strong>en</strong>tal deÁfrica. Protegían sus orillas espesos manglares, y la marea baja permitía distinguir susgruesas raíces roídas por los di<strong>en</strong>tes del océano índico. Los dunas que formaban <strong>en</strong> otrotiempo la línea costera ondulaban <strong>en</strong> el horizonte, y el monte Nguru alzaba su pico alnoroeste.El Victoria pasó cerca de una aldea que el doctor reconocio <strong>en</strong> el mapa como Kaole.Toda la población reunida lanzaba aullidos de cólera y de miedo; dirigieron <strong>en</strong> vanoalgunas flechas a ese monstruo de los aires que se balanceaba majestuosam<strong>en</strong>te sobreaquellos impot<strong>en</strong>tes furores.El vi<strong>en</strong>to conducía hacia el sur, lo que, lejos de inquietar al doctor, le complació,porque le permitía seguir el derrotero trazado por los capitanes Burton y Speke.


K<strong>en</strong>nedy se había vuelto tan hablador como Joe, y los dos se dirigían mutuam<strong>en</strong>tefrases admirativas.-¡Se acabaron las dilig<strong>en</strong>cias! -decía el uno.-¡Y los buques de vapor! -decía el otro.-¡Y los ferrocarriles -respondía K<strong>en</strong>nedy-, con los que se atraviesan los países sinverlos!-¡No hay como un <strong>globo</strong>! -exclamaba Joe-. Se anda sin s<strong>en</strong>tir, y la naturaleza se toma lamolestia de pasar ante tus ojos.-¡Qué espectáculo! ¡Qué asombro! ¡Qué éxtasis! ¡Un sueño <strong>en</strong> una hamaca!-¿Y si almorzásemos? -preguntó Joe, a qui<strong>en</strong> el aire libre abría el apetito.-Bu<strong>en</strong>a idea, muchacho.-¡Oh! ¡Los preparativos no serán largos! Galletas y carne <strong>en</strong> conserva.-Y café a discreción -añadió el doctor-. Te permito tomar prestado un poco de calor demi soplete, que ti<strong>en</strong>e de sobra. Así no t<strong>en</strong>dremos que temer un inc<strong>en</strong>dio.-Sería terrible -repuso K<strong>en</strong>nedy-. Parece que llevemos <strong>en</strong>cima un polvorín.-No tanto -respondió Fergusson-. Si el gas se inflamase, se consumiría poco a poco ybajaríamos a tierra, lo que sin duda sería un contratiempo; pero, no temáis, nuestroaeróstato está herméticam<strong>en</strong>te cerrado.-Comamos, pues -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Coman, señores --dijo Joe-, y yo, al mismo tiempo que les imito, prepararé un café delque me hablarán después de haberlo tomado.-El hecho es -repuso el doctor- que Joe, amén de mil virtudes, ti<strong>en</strong>e un tal<strong>en</strong>toespecialísimo para preparar esa bebida deliciosa; la elabora con una mezcla de variasproced<strong>en</strong>cias que nunca me ha querido dar a conocer.-Pues bi<strong>en</strong>, mi señor, a la altura <strong>en</strong> que nos hallamos puedo confiarle mi receta. Sereduce simplem<strong>en</strong>te a mezclar moca, bourbon y rio-nunez <strong>en</strong> partes iguales.Pocos instantes después, tres humeantes y aromáticas tazas ponían punto final de unsustancial almuerzo, sazonado por el bu<strong>en</strong> humor de los com<strong>en</strong>sales; luego, cada cualvolvió a su punto de observación.El país destacaba por su prodigiosa fertilidad. S<strong>en</strong>deros tortuosos y estrechosdesaparecían bajo bóvedas de verdor. Se pasaba por <strong>en</strong>cima de campos cultivados detabaco, maíz y c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a madurez, y recreaban la vista vastos arrozales con sustallos rectos y sus flores de color purpúreo. Se distinguían carneros y cabras <strong>en</strong>cerrados<strong>en</strong> grandes jaulas colocadas <strong>en</strong> alto, sobre pilotes, para preservarlas de la voracidad de losleopardos. Una vegetación espléndida cubría aquel suelo pródigo. En muchas aldeas sereproducían esc<strong>en</strong>as de gritos y asombro a la vista del Victoria, y el doctor Fergusson semant<strong>en</strong>ía prud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te fuera del alcance de las flechas. Los habitantes, agrupadosalrededor de sus chozas contiguas, perseguían largo tiempo a los viajeros con vanasimprecaciones.Al mediodía, el doctor, consultando el mapa, estimó que se hallaba sobre el país deUzaramo. La campiña se pres<strong>en</strong>taba erizada de cocoteros, papayos y algodoneros, sobrelos cuales el Victoria parecía reírse. Tratándose de África, a Joe aquella vegetación leparecía muy natural. K<strong>en</strong>nedy veía liebres y codornices que le pedían por favor unaperdigonada; pero no quiso complacerlas, pues, si<strong>en</strong>do imposible cobrarlas, no hubierahecho más que gastar pólvora <strong>en</strong> salvas.Los aeronautas navegaban a una velocidad de doce millas por hora, y pronto se hallarona 38 0 20’ de longitud sobre la aldea de Tounda.-Allí es -dijo el doctor- donde Burton y Speke sufrieron cal<strong>en</strong>turas viol<strong>en</strong>tas y por uninstante creyeron su expedición comprometida. A pesar de que todavía no se hallaban


demasiado alejados de la costa, ya se hacían s<strong>en</strong>tir rudam<strong>en</strong>te las fatigas y lasprivaciones.En efecto, <strong>en</strong> aquella comarca reina una malaria perpetua, cuyo ataque el doctor sólopudo evitar elevando el <strong>globo</strong> por <strong>en</strong>cima de las miasmas de aquella tierra húmeda, cuyasemanaciones absorbía el ardi<strong>en</strong>te sol.De vez <strong>en</strong> cuando divisaban una caravana que descansaba <strong>en</strong> un kraal, aguardando elfresco de la noche para proseguir su camino. Un kraal es un vasto espacio rodeado deespinos, una especie de vallado o seto vivo donde los traficantes se pon<strong>en</strong> al abrigo de losanimale dañinos y de las tribus merodeadoras de la comarca. Se veía a los indíg<strong>en</strong>ascorrer y dispersarse al ver al Victoria. K<strong>en</strong>nedy deseaba contemplarlos de cerca, a lo queSamuel se opuso constantem<strong>en</strong>te.-Los jefes -dijo- van armados con mosquetes, y nuestro <strong>globo</strong> ofrece un blanco fácilpara alojar <strong>en</strong> él una bala.-Y un balazo, ¿echaría abajo el <strong>globo</strong>? -preguntó Joe.-Inmediatam<strong>en</strong>te, no; pero el agujero se haría grande muy pronto, y por él se escaparíatodo el gas.-Mant<strong>en</strong>gámonos, pues, a una distancia respetable de esos tunantes. ¿Qué p<strong>en</strong>sarán d<strong>en</strong>osotros, viéndonos volar por el aire? Estoy seguro de que desean adorarnos.-Que nos ador<strong>en</strong>, pero de lejos -respondió el doctor-. No les quiero ver de cerca. Mirad,el país toma otro aspecto. Las aldeas son más escasas; los inangles han desaparecido; aesta latitud la vegetación se deti<strong>en</strong>e. El terr<strong>en</strong>o se vuelve montuoso y preludia montañasproximas.-En efecto -dijo K<strong>en</strong>nedy-, me parece que por aquel lado distingo algunaspromin<strong>en</strong>cias.-Hacia el oeste... Son las primeras cordilleras del Urizara; el monte Duthumi, sin duda,detrás del cual espero que podamos refugiarnos para pasar la noche. Voy a activar lallama del soplete, pues debemos mant<strong>en</strong>ernos a una altura de <strong>en</strong>tre quini<strong>en</strong>tos yseisci<strong>en</strong>tos pies.-Es una magnífica idea, señor, la que ha t<strong>en</strong>ido -dijo Joe-, la maniobra no es difícil nifatigosa: se da vuelta a una llave y no hay necesidad de más.-Aquí estamos mejor -afirmó el cazador, cuando el <strong>globo</strong> hubo subido; el reflejo de losrayos del sol <strong>en</strong> la ar<strong>en</strong>a roja resultaba insoportable.-¡Qué árboles tan magníficos! -exclamó Joe-. Aunque son una cosa muy natural, sonhermosísimos. Con m<strong>en</strong>os de una doc<strong>en</strong>a se podría hacer un bosque.-Son baobabs -respondió el doctor Fergusson-. Mirad, allí hay uno cuyo tronco t<strong>en</strong>dráci<strong>en</strong> pies de circunfer<strong>en</strong>cia. Fue acaso al pie de este mismo árbol donde <strong>en</strong> 1845 perecióel francés Malzan, pues nos hallamos sobre la aldea de Deje-la-Mhora, donde se av<strong>en</strong>turóa <strong>en</strong>trar solo y fue apresado por el jefe de la comarca. Le amarraron al pie de un baobab,y aquel negro feroz, mi<strong>en</strong>tras sonaba el canto de guerra, le cortó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te las articulacionesuna tras otra; al llegar a la garganta se detuvo para afilar su cuchillo embotado yarrancó la cabeza del desv<strong>en</strong>turado mártir antes de que estuviese <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te cortada. Elpobre francés t<strong>en</strong>ía veintiséis años.-¿Y Francia no ha v<strong>en</strong>gado un crim<strong>en</strong> semejante? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Francia reclamó, y el sald de Zanzíbar hizo cuanto pudo para dar caza al asesino, perotodas sus pesquisas fueron inútiles.-Suplico que no nos det<strong>en</strong>gamos <strong>en</strong> el camino -dijo Joe-; subamos, subamos, señor,hágame caso.-Encantado, Joe, ya que el monte Duthumi se alza ante nosotros. Si mis cálculos sonexactos, antes de las siete de la tarde lo habremos pasado.


-¿No viajaremos de noche? -preguntó el cazador.~No, mi<strong>en</strong>tras podamos evitarlo. Con precauciones y vigilancia, no habría peligro; perono basta atravesar África, es preciso verla.-Hasta ahora no t<strong>en</strong>emos motivo de queja, señor. ¡El país más cultivado y fértil delmundo, <strong>en</strong> lugar de un desierto! ¡Como para creer a los geógrafos!-Aguarda, Joe, aguarda; veremos más adelante.Hacia las seis y media de la tarde, el Victoria se <strong>en</strong>contró fr<strong>en</strong>te al monte Duthumi; parasalvarlo, tuvo que elevarse a más de tres mil pies. Al efecto, el doctor no tuvo más queelevar 18 0 la temperatura. Bi<strong>en</strong> puede decirse que maniobraba el <strong>globo</strong> con habilidad.K<strong>en</strong>nedy le indicaba los obstáculos que t<strong>en</strong>ía que salvar, y el Victoria volaba por los airesrozando la montaña.A las ocho desc<strong>en</strong>día la verti<strong>en</strong>te opuesta, cuya p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te era más suave. Echaron lasanclas fuera de la barquilla, y una de ellas, <strong>en</strong>contrando las ramas de un <strong>en</strong>orme nopal, seagarró firmem<strong>en</strong>te a ellas. Joe se deslizó por la cuerda y la sujetó con la mayor solidez.Luego le t<strong>en</strong>dieron la escala de seda, y se <strong>en</strong>caramó por ella con gran agilidad. Elaeróstato, al abrigo de los vi<strong>en</strong>tos del este, permanecía casi inmóvil.Los viajeros prepararon la c<strong>en</strong>a y, excitados por su paseo aéreo, abrieron una ampliabrecha <strong>en</strong> sus provisiones.-¿Cuánto camino hemos recorrido hoy? -preguntó K<strong>en</strong>nedy, <strong>en</strong>gull<strong>en</strong>do inquietantesbocados.El doctor fijó su posición por medio de observaciones lunares y consultó el excel<strong>en</strong>temapa que le servía de guía, el cual pert<strong>en</strong>ecía al atlas Der Neuster Entedekung<strong>en</strong> inAfrica, publicado <strong>en</strong> Ghota por su sabio amigo Potermann y que éste le había <strong>en</strong>viado.Aquel atlas debía servir para todo el viaje del doctor, pues cont<strong>en</strong>ía el itinerario de Burtony Speke a los Grandes Lagos, Sudán según el doctor Barth, el bajo S<strong>en</strong>egal segúnGuillaume Lejean, y el delta del Níger por el doctor Baikie.Fergusson se había provisto también de una obra que <strong>en</strong> un solo volum<strong>en</strong> reunía todaslas nociones adquiridas sobre el Nilo. Titulábase The sources of the Nil, being a g<strong>en</strong>eralsurvey of the basin of that river and of its heab stream with the history of the Niloticdiscovery by Charles Beke, th. D.Poseía igualm<strong>en</strong>te los excel<strong>en</strong>tes mapas publicados <strong>en</strong> los Boletines de la SociedadGeográfica de Londres, y no podía escapársele ningún punto de las comarcas descubiertas.Consultando el mapa, vio que su rumbo latitudinal era de 2 0 o ci<strong>en</strong>to veinte millasoeste.K<strong>en</strong>nedy observó que el camino se dirigía hacia el mediodía. Pero esta direcciónsatisfacía al doctor, el cual queria reconocer, <strong>en</strong> la medida de lo posible, las huellas de suspredecesores.Se resolvió dividir la noche <strong>en</strong> tres partes, a fin de turnarse <strong>en</strong> la vigilancia. El doctorcom<strong>en</strong>zaba su guardia a las nueve, K<strong>en</strong>nedy a las doce y Joe a las tres.Así pues, K<strong>en</strong>nedy y Joe, <strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> sus mantas, se t<strong>en</strong>dieron bajo la ti<strong>en</strong>da ydurmieron a pierna suelta mi<strong>en</strong>tras el doctor Fergusson velaba.XIIICambio de tiempo. - La fiebre de K<strong>en</strong>nedy. - Lamedicina del doctor. - Viaje por tierra. - La cu<strong>en</strong>ca deIm<strong>en</strong>gé. - El monte Rubeho. -A seis mil pies. - Unalto <strong>en</strong> el camino del día


La noche transcurrió <strong>en</strong> calma. Sin embargo, el sábado por la mañana, K<strong>en</strong>nedy sintiócansancio y escalofríos al despertarse. El tiempo cambiaba; el cielo, cubierto de d<strong>en</strong>sasnubes, parecía prepararse para un nuevo diluvio. Un triste país, Zungomero, donde lluevecontinuam<strong>en</strong>te, excepto tal vez unos quince días <strong>en</strong> el mes de <strong>en</strong>ero.Una viol<strong>en</strong>ta lluvia no tardó <strong>en</strong> <strong>en</strong>volver a los viajeros; debajo de ellos, los caminoscortados por nullabs, especie de torr<strong>en</strong>tes mom<strong>en</strong>táneos se volvían impracticables,además de estar cubiertos de matorrales espinosos y llanas gigantescas. Se percibíanclaram<strong>en</strong>te esas emanaciones de hidróg<strong>en</strong>o sulfurado de las que habla el capitán Burton.-Según él -dijo el doctor-, y ti<strong>en</strong>e razón, se diría que hay un cadáver oculto detrás decada matorral.-Es un maldito pais -respondió Joe-, y me parece que el señor K<strong>en</strong>nedy se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tramal por haber pasado <strong>en</strong> él la noche.-En efecto, t<strong>en</strong>go una fiebre bastante alta -dijo el señor K<strong>en</strong>nedy.-Nada ti<strong>en</strong>e de particular, mi querido Dick; nos hallamos <strong>en</strong> una de las regiones másinsalubres de África. Pero no permaneceremos <strong>en</strong> ella mucho tiempo. En marcha.Gracias a una diestra maniobra de Joe, el ancla se des<strong>en</strong>ganchó, y, por medio de laescala, el hábil gimnasta volvió a subir a la barquilla. El doctor dilató considerablem<strong>en</strong>teel gas y el Victoria remontó el vuelo, impelido por un vi<strong>en</strong>to bastante fuerte.Aparecía alguna que otra choza <strong>en</strong> medio de aquella niebla pestil<strong>en</strong>te. El país cambiabade aspecto. En Africa ocurre con frecu<strong>en</strong>cia que una región mefítica y de poca ext<strong>en</strong>siónconfina comarcas absolutam<strong>en</strong>te salubres.K<strong>en</strong>nedy sufría visiblem<strong>en</strong>te; la cal<strong>en</strong>tura abatía su vigorosa naturaleza.-Sería mala cosa caer <strong>en</strong>fermo -dijo, <strong>en</strong>volviéndose <strong>en</strong> su manta y echándose bajo lati<strong>en</strong>da.-Un poco de paci<strong>en</strong>cia, mi querido Dick -respondló el doctor Fergusson-, y prontorecobrarás completam<strong>en</strong>te la salud.-¡Ojalá, Samuel! Si <strong>en</strong> tu botiquín de viaje ti<strong>en</strong>es alguna droga para curarme,adminístramela sin perder tiempo. La tragaré a ojos cerrados.-T<strong>en</strong>go un medicam<strong>en</strong>to mejor que todas las drogas, amigo Dick, y naturalm<strong>en</strong>te, voy adarte un febrífugo que no costará nada.-¿Y cómo lo harás?-Muy s<strong>en</strong>cillo. Subiré <strong>en</strong>cima de estas nubes que nos <strong>en</strong>vuelv<strong>en</strong> y me alejaré de estaatmósfera pestil<strong>en</strong>te. Diez minutos te pido para dilatar el hidróg<strong>en</strong>o.No habían transcurrido los diez minutos cuando los viajeros estaban ya fuera de la zonahúmeda.-Aguarda un poco, Dick, y notarás la influ<strong>en</strong>cia del aire puro y del sol.-¡Vaya un remedio! -dijo Joe-. ¡Es maravilloso!-¡No! ¡Es totalm<strong>en</strong>te natural!-Eso no lo pongo <strong>en</strong> duda.-Envió a Dick a tomar aires, como se hace todos los días <strong>en</strong> Europa, y del mismo modoque <strong>en</strong> la Martinica le <strong>en</strong>viaría a los Pitons para librarle de la fiebre amarilla-La verdad es que este <strong>globo</strong> es un paraíso -dijo K<strong>en</strong>nedy, ya más aliviado.-O por lo m<strong>en</strong>os conduce a él -respondió Joe cor gravedad.Era un espectáculo curioso el que ofrecían las nubes aglomeradas <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>todebajo de la barquilla. Rodaban unas sobre otras, y se confundían <strong>en</strong> un resplandormagnífico reflejando los rayos del sol. El Victoria llegó a una altura de 4.000 pies. Eltermómetro indicaba algún desc<strong>en</strong>so <strong>en</strong> la temperatura. No se veía ya la tierra. A unascincu<strong>en</strong>ta millas al oeste, el monte Rubeho levantaba su cabeza c<strong>en</strong>telleante. Formaba ellímite del país de Ugogo, a 36 0 20’ de longitud. El vi<strong>en</strong>to soplaba a una velocidad de


veinticinco millas por hora, pero los viajeros no se percataban de su rapidez, ni siquierat<strong>en</strong>ían s<strong>en</strong>sación de locomoción.Tres horas después, la predicción del doctor se realizaba. K<strong>en</strong>nedy no experim<strong>en</strong>tabaningún escalofrío y almorzó con apetito.-¡Y que aún haya qui<strong>en</strong> tome sulfato de quinina! -dijo con satisfacción.-Decididam<strong>en</strong>te -exclamó Joe-, aquí es donde me retiraré cuando sea viejo.Hacia las diez de la mañana, la atmósfera se despejo. Se hizo un agujero <strong>en</strong> las nubes,la tierra reapareció y el Victoria se acercó a ella ins<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te. El doctor Fergussonbuscaba una corri<strong>en</strong>te que le llevase al noroeste, y la <strong>en</strong>contró a seisci<strong>en</strong>tos pies del suelo.El terr<strong>en</strong>o se volvía accid<strong>en</strong>tado, incluso montuoso. Al este, el distrito de Zungomero seborraba con los últimos cocoteros de aquella latitud.Luego, las crestas de una montaña se pres<strong>en</strong>taron más ac<strong>en</strong>tuadas. Algunos picos selevantaban <strong>en</strong> distintos puntos del horizonte. Era preciso vigilar constantem<strong>en</strong>te los conosagudos que parecían surgir inopinadam<strong>en</strong>te.-Nos hallamos <strong>en</strong>tre los rompi<strong>en</strong>tes -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Puedes estar tranquilo, amigo Dick, no tropezamos.-¡Hermosa manera de viajar! -replicó Joe.En efecto, el doctor manejaba el <strong>globo</strong> con una destreza maravillosa.-Si tuviésemos que andar por este terr<strong>en</strong>o <strong>en</strong>charcado -dijo-, nos arrastraríamos por unlodo insalubre. Desde nuestra salida de Zanzíbar hasta llegar donde estamos, la mitad d<strong>en</strong>uestras bestias de carga habrían muerto de fatiga, y nosotros pareceríamos espectros yllevaríamos la desesperación <strong>en</strong> el alma. Estaríamos <strong>en</strong> incesante lucha con nuestrosguías y expuestos a su brutalidad des<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>ada. Durante el día nos agobiaría un calorhúmedo, insoportable, sofocante. Durante la noche, experim<strong>en</strong>taríamos un frío confrecu<strong>en</strong>cia intolerable, y acabarían con nuestra paci<strong>en</strong>cia las picaduras de ciertas moscas,cuyo aguijón atraviesa la tela más gruesa y es capaz de volver loco a cualquiera. ¡Ya nodigo nada de las bestias salvajes y de las tribus feroces!-¡Dios nos libre de unas y otras! -replicó simplem<strong>en</strong>te Joe.-No exagero nada -prosiguió el doctor Fergusson-, pues no se pued<strong>en</strong> leer lasnarraciones de los viajeros que han t<strong>en</strong>ido la audacia de p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> estas comarcas sinque se le ll<strong>en</strong><strong>en</strong> los ojos de lágrimas.Hacia las once pasaban la cu<strong>en</strong>ca de Im<strong>en</strong>gé; las tribus esparcidas por aquellas colinasam<strong>en</strong>azaban <strong>en</strong> vano con sus armas al Victoria, que llegaba, por fin, a las últimasondulaciones montuosas que preced<strong>en</strong> al Rubeho y forman la tercera y más elevadacordillera de las montañas de Usagara.Los viajeros distinguían perfectam<strong>en</strong>te la conformación orográfica del país. Aquellastres ramificaciones, de las que el Duthumi forma el primer eslabón, están separadas unasde otras por vastas llanuras longitudinales; las elevadas lomas se compon<strong>en</strong> de conosredondeados, <strong>en</strong>tre los cuales las gargantas están sembradas de pedruscos erráticos yguijarros. El declive mas acusado de aquellas montañas se halla fr<strong>en</strong>te a la costa deZanzíbar; las p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes occid<strong>en</strong>tales no son mas que llanuras inclinadas. Las depresionesdel terr<strong>en</strong>o están cubiertas de una tierra negra y fértil donde la vegetación es vigorosa.Varios riachuelos se infiltran hacia el este y afluy<strong>en</strong> al Kingani, <strong>en</strong>tre gigantescos ramosde sicomoros, tamarindos, guayabas y palmeras.-¡At<strong>en</strong>ción! -dijo el doctor Fergusson-. Nos acercamos al Rubeho, cuyo nombresignifica <strong>en</strong> la l<strong>en</strong>gua del pais «paso de los vi<strong>en</strong>tos». Haremos bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> doblar a ciertaaltura los agudos picachos. Si mi mapa es exacto, subiremos hasta una altura de más decinco mil pies.-¿Alcanzaremos con frecu<strong>en</strong>cia esas zonas superiores ?


-Rara vez; la altura de las montañas de África es m<strong>en</strong>or, según parece, que la de las deEuropa y Asia. Pero, de todos modos, el Victoria las salvará sin dificultad alguna.En poco tiempo el gas se dilató, bajo la acción del calor y el <strong>globo</strong> tomó una marchaasc<strong>en</strong>sional muy pronunciada. La dilatación del hidróg<strong>en</strong>o no ofrecía ningun peligro, y lavasta capacidad del aeróstato no estaba ll<strong>en</strong>a más que <strong>en</strong> sus tres cuartas partes. Elbarómetro, mediante una depresión de unas ocho pulgadas, indicó una elevación de seismil pies.-¿Podríamos estar subi<strong>en</strong>do así mucho tiempo? -preguntó Joe.-La atmósfera terrestre -respondió el doctor- ti<strong>en</strong>e una altura de seis mil toesas. Con un<strong>globo</strong> muy grande, iríamos lejos. Eso es lo que hicieron los señores Brioschi yGay-Lussac, pero empezó a manarles sangre de la boca y los oídos. Les faltaba airerespirable. Hace unos años, dos audaces franceses, los señores Barral y Bixio, se lanzarontambién a las altas regiones, pero su <strong>globo</strong> se rasgó...-¿Y cayeron? -preguntó al mom<strong>en</strong>to K<strong>en</strong>nedy.-Sin duda, pero como deb<strong>en</strong> caer los sabios, sin hacerse ningún daño.-¡Pues bi<strong>en</strong>, señores -dijo Joe-, son ustedes libres de caer cuantas veces lo dese<strong>en</strong>! Peroyo, que no soy más que un ignorante, prefiero permanecer <strong>en</strong> un justo término medio, nidemasiado alto, ni demasiado bajo. No hay que ser ambicioso.A seis mil pies, la d<strong>en</strong>sidad del aire ha disminuido ya s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te; el sonido semueve con dificultad y la voz se oye mucho m<strong>en</strong>os. Los objetos se v<strong>en</strong> confusam<strong>en</strong>te. Lamirada no percibe más que grandes moles bastante indeterminadas; los hombres y losanimales se vuelv<strong>en</strong> absolutam<strong>en</strong>te invisibles; los caminos parec<strong>en</strong> cintas, y los lagos,estanques.El doctor y sus compañeros se s<strong>en</strong>tían <strong>en</strong> un estado anormal; una corri<strong>en</strong>te atmosféricade gran velocidad los arrastraba más allá de las montañas áridas, cuyas cimas coronadasde nieve deslumbraban; su aspecto convulsionado demostraba algún trabajo neptunianode los primeros días del mundo.El sol brillaba <strong>en</strong> su c<strong>en</strong>it, y los rayos caían a plomo sobre aquellas desiertas cimas. Eldoctor hizo un dibujo exacto de las montañas, formadas por cuatro cumbres situadas casi<strong>en</strong> línea recta, de las cuales la más sept<strong>en</strong>trional es la más alargada.El Victoria no tardó <strong>en</strong> desc<strong>en</strong>der por la verti<strong>en</strong>te opuesta del Rubeho, costeando unallanura poblada de árboles de un verde muy sombrío. A esta llanura sucedieron crestas ybarrancos colocados <strong>en</strong> una especie de desierto que precedía al país de Ugogo. Más abajose pres<strong>en</strong>taban llanuras amarill<strong>en</strong>tas, tostadas, agrietadas, salpicadas a trechos de plantassalinas y de matorrales espinosos.Algunos bosquecillos, que más adelante se convirtieron <strong>en</strong> verdaderas selvas,embellecieron el horizonte. El doctor se aproximó a tierra, echaron las anclas, y una deellas quedó agarrada a las ramas de un corpul<strong>en</strong>to sicomoro.Joe, deslizándose rápidam<strong>en</strong>te, sujetó el ancla con precaución; el doctor dejó el sopletefuncionando para conservar <strong>en</strong> el aeróstato cierta fuerza asc<strong>en</strong>sional que lo mantuvo <strong>en</strong> elaire. El vi<strong>en</strong>to había calmado casi súbitam<strong>en</strong>te.-Ahora, amigo Dick -dijo Fergusson-, coge dos escopetas, una para ti y otra para Joe, yprocurad <strong>en</strong>tre los dos traer unos bu<strong>en</strong>os filetes de antilope para la comida de hoy.-¡De caza! -exclamó K<strong>en</strong>nedy.Echó la escala y bajó. Joe fue brincando de una a otra rama y aguardó, desperezándose,a K<strong>en</strong>nedy. El doctor, aliviado del peso de sus dos compañeros, pudo apagar el soplete.-No eche a volar, señor -exclamó Joe.


-Tranquilo, muchacho, estoy sólidam<strong>en</strong>te anclado. Voy a poner <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> mis apuntes.Cazad bi<strong>en</strong> y sed prud<strong>en</strong>tes. Yo, desde aquí, observaré el terr<strong>en</strong>o y a la m<strong>en</strong>or sospechaque conciba dispararé la carabina. El tiro será la señal de reunión.-De acuerdo -respondió el cazador.XIVEl bosque de gomeros. - El antílope azul - La señal dereunión. - Un asalto inesperado. - El Kanyemé. - Unanoche <strong>en</strong> el aire. - El Mabunguru. -Jihoue-la-Mkoa. -Provisión de agua. - Llegada a KazebEl país, árido, seco, formado de una tierra arcillosa que el calor agrietaba, parecíadesierto. De vez <strong>en</strong> cuando se <strong>en</strong>contraban algunos vestigios de caravanas, osam<strong>en</strong>tasblanquecinas de hombres y animales, medio roídas y mezcladas con el polvo.Dick y Joe, después de una media hora de marcha, se internaron <strong>en</strong> un bosque degomeros, al acecho y con el dedo <strong>en</strong> el gatillo de la escopeta. No sabían con quiént<strong>en</strong>drían que habérselas. Joe, sin ser un tirador de primera, manejaba bi<strong>en</strong> un arma defuego.-Caminar si<strong>en</strong>ta bi<strong>en</strong>, señor Dick, aunque el terr<strong>en</strong>o que pisamos no es muy cómodo-dijo Joe, tropezando con los fragm<strong>en</strong>tos de cuarzo de que estaba sembrado el suelo.K<strong>en</strong>nedy indicó con un gesto a su compañero que callase y se detuviese. Faltabanperros, y la agilidad de Joe, por mucha que fuese, no equivalía al olfato de un pachón ode un pod<strong>en</strong>co.En el lecho de un torr<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> el que quedaban algunas aguas estancadas, saciaba su sedun grupo de unos diez antílopes. Aquellos graciosos animales, olfateando un peligro,parecían inquietos; <strong>en</strong>tre sorbo y sorbo de agua, levantaban la cabeza con azorami<strong>en</strong>to,husmeando con sus hocicos las emanaciones de los cazadores.K<strong>en</strong>nedy rodeó unos matorrales, <strong>en</strong> tanto que Joe permanecía inmóvil. Llegó a tiro delos antílopes y disparó su escopeta. El grupo desapareció rápidam<strong>en</strong>te, quedando sólo unantílope macho que cayó como herido por un rayo. K<strong>en</strong>nedy se precipitó sobre suvíctima.Era un magnífico ejemplar de un azul claro, casi c<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>to, con el vi<strong>en</strong>tre y la parteanterior de las patas de una blancura deslumbradora.-¡Bu<strong>en</strong> tiro! -exclamó el cazador-. Es una especie de antilope muy rara, y espero poderpreparar su piel para conservarla.-¿Qué dice, señor Dick?-Lo que oyes. ¡Mira qué pelaje tan espléndido!-Pero el doctor Fergusson no admitirá un exceso de peso.-¡Ti<strong>en</strong>es razón, Joe! Triste cosa es, sin embargo, no aprovechar nada de una pieza tanmagnífica.-¿Nada? No, señor Dick; vamos a sacar del animal todas las v<strong>en</strong>tajas nutritivas queposee, y, con su permiso, lo haré ahora mismo pedazos tan bi<strong>en</strong> como pudiera hacerlo elsíndico de la ilustre corporación de carniceros de Londres.-Pues ya puedes empezar, camarada; aunque debes saber que, a fuer de cazador, medes<strong>en</strong>vuelvo tan bi<strong>en</strong> desollando una res como matándola.-Estoy seguro de ello, señor Dick, como lo estoy también de que, <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os que cantaun gallo, con tres piedras armará una parrilla. Leña seca no falta, y sólo le pido unosminutos para utilizar sus ascuas.-La operación no es muy larga -replicó K<strong>en</strong>nedy.


Y procedió de inmediato a la construcción de la parrilla, de la que unos instantesdespués salían numerosas llamas.Joe sacó del cuerpo del antilope una doc<strong>en</strong>a de chuletas y trozos de lomo, que seconvirtieron muy pronto <strong>en</strong> un asado delicioso.-El amigo Samuel -dijo el cazador- se va a chupar los dedos de gusto.-¿Sabe lo que estoy p<strong>en</strong>sando, señor Dick?-¿En qué has de p<strong>en</strong>sar más que <strong>en</strong> lo que estás haci<strong>en</strong>do?-Pues, no, señor. Pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> la cara que pondríamos si no <strong>en</strong>contráramos el <strong>globo</strong>.-¡Vaya una ocurr<strong>en</strong>cia! ¿Había el doctor de abandonarnos?-Pero ¿y si se des<strong>en</strong>ganchara el ancla?-Imposible. Y aunque se des<strong>en</strong>ganchara, ya sabría Samuel bajar con su <strong>globo</strong>.-Pero ¿y si el vi<strong>en</strong>to se lo llevase?-Mala cosa sería; pero, no hagas semejantes suposiciones que nada ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de agradable.-No hay nada imposible <strong>en</strong> este mundo, señor, y es por tanto preciso preverlo todo...En aquel mismo mom<strong>en</strong>to se oyó un tiro.-¡Oh! -gritó Joe.-¡Mi carabina! Conozco su detonación.-¡Una señal!-¡Un peligro nos am<strong>en</strong>aza!-¡A él tal vez! -replicó Joe.-¡En marcha!Los cazadores recogieron <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to la carne que habían asado y empezarona desandar el camino, guiándose por las ramas que K<strong>en</strong>nedy había esparcido con esaint<strong>en</strong>ción. La espesura de la arboleda les impedía ver el Victoria, del cual no podían estarlejos.Se oyó un segundo disparo.-La cosa apremia -dijo Joe.-¡Otro tiro!-Eso ti<strong>en</strong>e trazas de una def<strong>en</strong>sa personal.-¡Corramos!Y echaron a correr con todo el vigor de sus piernas. Al salir del bosque vieron elVictoria, con el doctor <strong>en</strong> la barquilla.-¿Qué pasa, pues? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-¡Dios del cielo! -exclamó Joe.-¿Qué ves?-¡Mire! ¡Una caterva de negros asaltan el <strong>globo</strong>!En efecto, a dos millas de donde ellos estaban, unos treinta individuos se agolpaban,gesticulando, gritando y brincando, al pie del sicomoro. Algunos, <strong>en</strong>caramándose por elárbol, subían hasta las ramas más altas. El peligro parecia inmin<strong>en</strong>te.-¡Mi señor está perdido! -exclamó Joe.-¡Calma, Joe, y apunta bi<strong>en</strong>! En nuestras manos t<strong>en</strong>emos la vida de cuatro de esosmonigotes. ¡Adelante!Habían avanzado una milla con suma rapidez, cuando partió de la barquilla otro tiroque derribó a uno de aquellos demonios que se <strong>en</strong>caramaba por la cuerda del ancla. Uncuerpo sin vida cayó de rama <strong>en</strong> rama y quedó colgado a veinte pies del suelo, con laspiernas y los brazos ext<strong>en</strong>didos.-¿Por dónde diablos se sosti<strong>en</strong>e ese bárbaro? -exclamó Joe.-¿Qué nos importa? -respondió K<strong>en</strong>nedy-. ¡Corramos! ¡Corramos!


-¡Ah, señor K<strong>en</strong>nedy! -exclamó Joe, sin poder cont<strong>en</strong>er la risa-. ¡Por el rabo! ¡Es unmono! ¡Un asalto de monos!-Mejor, más vale que sean monos que hombres -replicó K<strong>en</strong>nedy, precipitándose haciael grupo vociferante.Era una manada de cinocéfalos bastante temibles, feroces y brutales, con un hocico deperro que les daba un aspecto repugnante. Sin embargo, unos cuantos tiros bastaron paraobligarles a abandonar el campo de batalla, donde dejaron no pocos cadáveres.K<strong>en</strong>nedy se <strong>en</strong>caramó por la escala. Joe subió al sicomoro, des<strong>en</strong>ganchó el ancla ysubió a la barquilla sin dificultad. Algunos minutos después, el Victoria volvió aremontarse y se dirigía hacia el este a impulsos de un vi<strong>en</strong>to moderado.-¡Vaya un asalto! -exclamó Joe.-Creíamos que estabas rodeado de indíg<strong>en</strong>as.-Afortunadam<strong>en</strong>te, no eran más que monos -respondió el doctor.~De lejos, la difer<strong>en</strong>cia no es grande, amigo Samuel.-Ni de cerca tampoco -replicó Joe.-De cualquier modo -repuso Fergusson-, este ataque de monos podía haber t<strong>en</strong>idofunestas consecu<strong>en</strong>cias. Si, con sus repetidos tirones llegan a des<strong>en</strong>ganchar el ancla, no séadónde me hubiera llevado el vi<strong>en</strong>to.-¿No se lo decía yo, señor K<strong>en</strong>nedy?-T<strong>en</strong>ías razón, Joe; pero, aun t<strong>en</strong>iéndola, <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to estabas asando unaschuletas de antilope cuya visión me abría el apetito.-Lo creo -respondió el doctor-. La carne de antílope es exquisita.-Ahora la probaremos señor; la mesa está puesta.-En verdad -dijo el cazador- que estas lonchas de v<strong>en</strong>ado echan un humillo montaraznada desdeñable.-¡Ya lo creo! -respondió Joe con la boca ll<strong>en</strong>a-. Yo me comprometería a no comer masque antílope todos los días de mi vida, con tal que no me faltase un bu<strong>en</strong> vaso de grogpara digerirlo más fácilm<strong>en</strong>te.Joe preparó la codiciada pócima y los tres la paladearon con recogimi<strong>en</strong>to.-La cosa marcha -dijo.-A pedir de boca -respondió K<strong>en</strong>nedy.-¿Qué tal, señor Dick? ¿Si<strong>en</strong>te habernos acompañado?-¿Quién hubiera sido capaz de impedírmelo? -respondió el cazador resueltam<strong>en</strong>te.Eran las cuatro de la tarde. El Victoria <strong>en</strong>contró una corri<strong>en</strong>te más rápida. El terr<strong>en</strong>o seelevaba ins<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te, y muy pronto la columna barométrica indicó una altura de milquini<strong>en</strong>tos pies sobre el nivel del mar. El doctor se vio <strong>en</strong>tonces obligado a sost<strong>en</strong>er elaeróstato mediante una dilatación de gas bastante fuerte, y el soplete funcionabaincesantem<strong>en</strong>te.Hacia las siete, el Victoria planeaba sobre la cu<strong>en</strong>ca de Kanyemé. El doctor reconocióal mom<strong>en</strong>to aquel vasto desmonte de seis millas de ext<strong>en</strong>sión, con sus aldeas ocultas<strong>en</strong>tre baobabs y güiras. Allí se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra la resid<strong>en</strong>cia de uno de los sultanes del país deUgogo, donde la civilización está m<strong>en</strong>os atrasada y se comercia rara vez con carnehumana; sin embargo, hombres y animales viv<strong>en</strong> juntos <strong>en</strong> chozas redondas sin armazónde madera, que parec<strong>en</strong> haces de h<strong>en</strong>o.Después de Kanyemé, el terr<strong>en</strong>o se vuelve árido y pedregoso; pero a una hora dedistancia, cerca de Mdaburu, hay un valle fértil donde la vegetación recobra todo suvigor. El vi<strong>en</strong>to cesó al anochecer, y la atmósfera pareció dormirse. El doctor buscó <strong>en</strong>vano una corri<strong>en</strong>te a difer<strong>en</strong>tes alturas; al constatar la calma de la naturaleza, resolvió


pasar la noche <strong>en</strong> el aire y, para mayor seguridad, se elevó unos mil pies. El Victoriapermanecía inmóvil, y la noche, magníficam<strong>en</strong>te estrellada, cayó <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio.Dick y Joe se tumbaron <strong>en</strong> su apacible cama y se sumieron <strong>en</strong> un profundo sueñodurante la guardia del doctor, que fue reemplazado por el escocés a medianoche.-Si se produce cualquier incid<strong>en</strong>te -le dijo a Dick-, despiértame y, sobre todo, nopierdas de vista el barómetro. El barómetro es nuestra brújula.La noche fue fría; llegó a haber 27 0 de difer<strong>en</strong>cia con la temperatura del día. Con lastinieblas había empezado el concierto nocturno de los animales, a qui<strong>en</strong>es la sed y elhambre obligaban a abandonar sus guaridas. Se oyo la voz de soprano de las ranas,acompañada de los aullidos de los chacales, mi<strong>en</strong>tras que los impon<strong>en</strong>tes graves de losleones sost<strong>en</strong>ían los acordes de aquella orquesta vivi<strong>en</strong>te.Por la mañana, al volver a su puesto, el doctor Fergusson consultó la brújula, y observóque durante la noche había variado la dirección del vi<strong>en</strong>to. Hacía cosa de dos horas que elVictoría derivaba unas treinta millas hacia el noreste. Pasaba por <strong>en</strong>cima de Mabunguru,país pedregoso, sembrado de bloques de si<strong>en</strong>ita bellam<strong>en</strong>te pulida y de gibososmontículos; masas cónicas, análogas a los peñascos de Karnak, erizaban el terr<strong>en</strong>o cualdólm<strong>en</strong>es druídicos; numerosas osam<strong>en</strong>tas de búfalos y elefantes salpicaban el suelo deblanco, y, exceptuando la parte del este, <strong>en</strong> que se levantaban profundos bosques bajo loscuales se ocultaban algunas aldeas, había pocos árboles.Hacia las siete, una roca esférica, que t<strong>en</strong>dría dos millas de ext<strong>en</strong>sión, apareció comoinm<strong>en</strong>sa concha de galápago.-Vamos bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>caminados -dijo el doctor Fergusson-. Allí está Jihoue-la-Mkoa, dond<strong>en</strong>os det<strong>en</strong>dremos un rato. Quiero r<strong>en</strong>ovar la provisión de agua necesaria para alim<strong>en</strong>tar elsoplete. Busquemos un sitio donde agarrarnos.-Pocos árboles hay -respondió el cazador.-Probemos. Joe, echa las anclas.El <strong>globo</strong>, perdi<strong>en</strong>do poco a poco su fuerza asc<strong>en</strong>sional, se acercó a tierra; las anclascorrieron hasta que una de ellas hincó una uña <strong>en</strong> la h<strong>en</strong>didura de una roca, y el Victoriaquedó sujeto.No se crea que el doctor, durante las paradas, pudo apagar completam<strong>en</strong>te el soplete. Elequilibrio del <strong>globo</strong> había sido calculado al nivel del mar, y como el terr<strong>en</strong>o se elevabasin cesar, al hallarse a una altura de seisci<strong>en</strong>tos o seteci<strong>en</strong>tos pies, el <strong>globo</strong> habría t<strong>en</strong>idouna t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a desc<strong>en</strong>der más abajo que el propio suelo; por eso era preciso sost<strong>en</strong>erlomediante una dilatación del gas. Sólo <strong>en</strong> el caso de que, <strong>en</strong> aus<strong>en</strong>cia total de vi<strong>en</strong>to, eldoctor hubiera dejado la barquilla descansar <strong>en</strong> el suelo, el aeróstato, libre de un pesoconsiderable, se habría mant<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> el aire sin ayuda del soplete.Los mapas indicaban vastas ci<strong>en</strong>agas <strong>en</strong> la verti<strong>en</strong>te occid<strong>en</strong>tal de Jihoue-la-Mkoa. Joese dirigió allí solo con un barril que podría cont<strong>en</strong>er unos diez galones; <strong>en</strong>contró sintrabajo el punto indicado, no lejos de un poblado desierto, hizo su provision de agua y <strong>en</strong>m<strong>en</strong>os de tres cuartos de hora estuvo ya de vuelta. No había visto nada de particular,aparte de <strong>en</strong>ormes trampas para cazar elefantes; incluso estuvo a punto de caer <strong>en</strong> una deellas, <strong>en</strong> la que yacía un esqueleto medio roído.Trajo de su excursion una especie de nísperos que los monos comían ávidam<strong>en</strong>te. Eldoctor reconoció el fruto del mb<strong>en</strong>bú, árbol que abunda <strong>en</strong> la parte occid<strong>en</strong>tal deJihoue-la-Mkoa. Fergusson aguardaba a Joe con cierta impaci<strong>en</strong>cia, porque <strong>en</strong> aquellatierra inhospitalaria una det<strong>en</strong>ción, por breve que fuese, le inspiraba siempre zozobra.El agua fue embarcada sin dificultad, pues la barquilla desc<strong>en</strong>dió casi al nivel del suelo;Joe, tras des<strong>en</strong>ganchar el ancla, subió con presteza junto a su señor. En cuanto éstereavivó la llama, el Victoria reempr<strong>en</strong>dió su ruta por los aires.


Se hallaba <strong>en</strong>tonces a unas ci<strong>en</strong> millas de Kazeh, importante establecimi<strong>en</strong>to delinterior de África, donde, gracias a una corri<strong>en</strong>te del sureste, podían prometerse losviajeros llegar durante aquel día. Avanzaban a una velocidad de catorce millas por hora.La conducción del aeróstato se hizo <strong>en</strong>tonces bastante difícil; no era posible elevarse agran altura sin dilatar excesivam<strong>en</strong>te el gas, porque el terr<strong>en</strong>o se hallaba ya a una alturamedia de tres mil pies. El doctor prefería, <strong>en</strong> la medida de lo posible, no forzar sudilatación, por lo que siguió muy hábilm<strong>en</strong>te las sinuosidades de una p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te bastanteempinada, y pasó casi rozando las aldeas de Thembo y de Tura-Wels. Esta última formaparte del Unyamwezy, magnífica comarca donde los árboles alcanzan las más colosalesdim<strong>en</strong>siones, especialm<strong>en</strong>te los cactos, que son gigantescos.Hacia las dos, con un tiempo magnífico, bajo un sol ardi<strong>en</strong>te que devoraba la m<strong>en</strong>orcorri<strong>en</strong>te de aire, el Victoria planeaba sobre la ciudad de Kazeh, situada a tresci<strong>en</strong>tascincu<strong>en</strong>ta millas de la costa.-Partimos de Zanzíbar a las nueve de la mañana -dijo el doctor Fergusson, consultandosus notas-, y <strong>en</strong> dos días de travesía hemos recorrido más de quini<strong>en</strong>tas millasgeográficas. ¡Los capitanes Burton y Speke invirtieron cuatro meses y medio <strong>en</strong> hacer elmismo camino!XV-Kazeb. - El mercado bullicioso. - Aparición delVictoria. - Los waganga. - Los hijos de la Luna. -Paseo del doctor. - Población. - El tembé real. - Lasmujeres del sultán. - Una borrachera real. - Joe,adorado. - Cómo se baila <strong>en</strong> la Luna. - Peripecia. -Dos lunas <strong>en</strong> el firmam<strong>en</strong>to. - Inestabilidad de lasgrandezas divinasHablando con propiedad, Kazeh, punto importante del África c<strong>en</strong>tral, no es una ciudad;a decir verdad, <strong>en</strong> el interior no hay ciudades. Kazeh no es mas que un conjunto de seisvastas excavaciones, repleto de barracas y chozas con patios y huertecilloscuidadosam<strong>en</strong>te cultivados; allí crec<strong>en</strong> cebollas, patatas, ber<strong>en</strong>j<strong>en</strong>as, calabazas y setas deun sabor delicioso.El Unyamwezy es la tierra de la Luna por excel<strong>en</strong>cia, el fértil y espléndido jardín deÁfrica. En el c<strong>en</strong>tro se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra el distrito de Unyanembé, deliciosa comarca dondeviv<strong>en</strong> perezosam<strong>en</strong>te algunas familias de omaníes, que son arabes de orig<strong>en</strong> muy puro.Durante mucho tiempo se dedicaron al comercio <strong>en</strong> el interior de África y <strong>en</strong> Arabia;traficaban <strong>en</strong> gomas, marfil, telas de algodón y esclavos; sus caravanas surcaban aquellasregiones ecuatoriales, y aún van a buscar a la costa objetos de lujo y de placer paramercaderes ricos, los cuales, rodeados de mujeres y criados, llevan <strong>en</strong> aquella<strong>en</strong>cantadora comarca la exist<strong>en</strong>cia m<strong>en</strong>os agitada y más horizontal posible, siempretumbados, ri<strong>en</strong>do, fumando o durmi<strong>en</strong>do.Alrededor de esas excavaciones, numerosas barracas de indíg<strong>en</strong>as, grandes ext<strong>en</strong>sionespara los mercados, campos de cannabis y de datura, hermosos árboles y frescas sombras:eso es Kazeh.Es el punto de cita g<strong>en</strong>eral de las caravanas: las del sur, con sus esclavos y cargam<strong>en</strong>tosde marfil, y las del oeste, que exportan algodón y abalorios a las tribus de los GrandesLagos.


Así es que <strong>en</strong> los mercados reina una agitación perpetua, una algarabía indescriptibledonde se mezclan gritos de v<strong>en</strong>dedores ambulantes mestizos, ruido de tambores ycor<strong>net</strong>as, relinchos de mulos, rebuznos de asnos, cantos de mujeres, chillidos dechiquillos y golpes de vara del imadar, que <strong>en</strong> aquella sinfonía pastoral es qui<strong>en</strong> marca elcompás.Allí se exhib<strong>en</strong> desord<strong>en</strong>adam<strong>en</strong>te, o, por mejor decir, con un desord<strong>en</strong> <strong>en</strong>cantador,telas vistosas, sartas de abalorios, objetos de marfil, di<strong>en</strong>tes de rinoceronte y de tiburón,algodón, miel, tabaco; allí se llevan a cabo las más extravagantes transaccionesmercantiles, <strong>en</strong> las que cada objeto sólo ti<strong>en</strong>e valor <strong>en</strong> función de los deseos que excita.De rep<strong>en</strong>te, aquella agitación, aquel movimi<strong>en</strong>to, aquel ruido cesaron como por<strong>en</strong>canto. El Victoria acababa de aparecer <strong>en</strong> el aire; planeaba majestuosam<strong>en</strong>te ydesc<strong>en</strong>día poco a poco, sin desviarse de la vertical. Hombres, mujeres, niños, esclavos,mercaderes, árabes y negros, todos desaparecieron, agazapándose más que deprisa <strong>en</strong> lostembés y las chozas.-Amigo Samuel -dijo K<strong>en</strong>nedy-, si seguimos causando el mismo efecto <strong>en</strong> todas partes,trabajo nos ha de costar establecer con estas g<strong>en</strong>tes relaciones mercantiles.-Sin embargo -dijo Joe-, podríamos realizar una operación comercial muy s<strong>en</strong>cilla.Consistiría <strong>en</strong> bajar tranquilam<strong>en</strong>te y cargar con las mercancías de más valor, sincuidarnos de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> tratos con los v<strong>en</strong>dedores. Nos haríamos ricos.-¡Sí! -replicó el doctor-. Pero esos indíg<strong>en</strong>as, pasado el primer sobresalto, no tardarán<strong>en</strong> volver, movidos por su superstición o su curiosidad.-¿Usted cree, señor?-Pronto lo veremos. Por si acaso, será una medida prud<strong>en</strong>te no acercarse demasiado aellos. El Victoria no es un <strong>globo</strong> blindado ni acorazado; por lo tanto, no está a salvo debalas y flechas.-¿Pi<strong>en</strong>sas, amigo Samuel, <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> tratos con esos africanos?~¿Por qué no, si se puede? -respondió el doctor-. En Kazeh debe de haber mercaderesárabes más instruidos y m<strong>en</strong>os salvajes. Recuerdo que Burton y Speke no t<strong>en</strong>ían bastanteboca para alabar la hospitalidad de los habitantes de este pueblo. Podemos, pues,int<strong>en</strong>tarlo.El Victoria, tras haberse acercado poco a poco a tierra, <strong>en</strong>ganchó una de sus anclas <strong>en</strong>la copa de un árbol, cerca de la plaza del mercado.En aquel mom<strong>en</strong>to toda la población salía de sus madrigueras, asomando la cabeza concircunspeccion. Varios waganga, a qui<strong>en</strong>es se reconocia por sus insignias de conchasconicas, se acercaron resueltam<strong>en</strong>te a los viajeros. Eran los magos del lugar. Llevabancolgando de la cintura calabacitas negras untadas con grasa y varios objetos de magia deuna suciedad verdaderam<strong>en</strong>te doctoral.Poco a poco, la muchedumbre siguió su ejemplo; salieron de todas partes niños ymujeres, y hubo ruido de tambores, y palmoteos, y millares de manos levantadas hacia elcielo.-Ésa es su manera de orar -dijo el doctor Fergusson-. Si no me equivoco, estamosllamados a repres<strong>en</strong>tar un importante papel.-Pues bi<strong>en</strong>, señor, represéntelo.-Tal vez tú, mi bu<strong>en</strong> Joe, te conviertas <strong>en</strong> un dios.-No lo s<strong>en</strong>tiría, señor; no me disgusta el olor del inci<strong>en</strong>so.En aquel mismo mom<strong>en</strong>to, uno de los magos, un myanga, hizo un ademán, y el clamorse transformó <strong>en</strong> un profundo sil<strong>en</strong>cio. El hombre les dirigió algunas palabras a losviajeros, pero <strong>en</strong> una l<strong>en</strong>gua desconocida.


El doctor Fergusson, que no había <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido absolutam<strong>en</strong>te nada, dijo lo primero quese le ocurrió <strong>en</strong> árabe, l<strong>en</strong>gua <strong>en</strong> la que obtuvo inmediata y pronta respuesta.El orador pronunció, con una verbosidad suma, una ar<strong>en</strong>ga muy florida que fueescuchada con religiosa at<strong>en</strong>ción; el doctor no tardó <strong>en</strong> compr<strong>en</strong>der que el Victoria habíasido tomado por la Luna <strong>en</strong> persona, amable dios que se había dignado acercarse a laciudad con sus tres hijos, honra incomparable que permanecería eternam<strong>en</strong>te grabada <strong>en</strong>la memoria de aquella tierra tan amada del Sol.El doctor respondió, con gran dignidad, que la Luna realizaba cada mil años una girapor todas las provincias para que sus adoradores la vies<strong>en</strong> más de cerca, y les suplicó quele dies<strong>en</strong> a conocer sus necesidades y deseos sin miedo de abusar de su divina pres<strong>en</strong>cia.El mago dijo <strong>en</strong>tonces que el sultán, el mwani, <strong>en</strong>fermo desde hacía muchos años,imploraba la ayuda del cielo, y que él invitaba a los hijos de la Luna a que fues<strong>en</strong> avisitarle.El doctor hizo partícipes a sus compañeros de la invitación.-¿Y serás capaz de ir a visitar a ese rey negro? -preguntó el cazador.-¡Sin duda! ¿Qué inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te hay? Me parece que los ánimos están dispuestos anuestro favor; la atmósfera está tranquila, no se mueve ni la hoja de un árbol. Por elVictoria, nada t<strong>en</strong>emos que temer.-¿Y qué harás?-No te preocupes, amigo Dick; con un poco de medicina saldré del paso. -Luego,dirigiéndose al público, añadió-: La Luna, compadeciéndose del soberano a qui<strong>en</strong> tanac<strong>en</strong>drado cariño profesan los hijos del Unyamwezy, nos ha confiado su curación.¡Prepárese, pues, a recibirnos!Los gritos, los cantos y las demostraciones se multiplicaron y todo aquel hormiguero decabezas negras se puso de nuevo <strong>en</strong> movimi<strong>en</strong>to.-Ahora, amigos, hay que prepararse para cualquier ev<strong>en</strong>tualidad. En un mom<strong>en</strong>to dado,podemos vernos obligados a partir rápidam<strong>en</strong>te. Así pues, Dick se quedará <strong>en</strong> la barquillay, por medio del soplete, mant<strong>en</strong>drá una fuerza asc<strong>en</strong>sional sufici<strong>en</strong>te. El ancla está sólidam<strong>en</strong>tesujeta; no hay que temer nada. Yo bajaré a tierra. Joe me acompañará, pero sequedará al pie de la escala.-¡Cómo! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¿Vas a ir solo a casa de ese salvaje?-¡Señor! -le secundó Joe-. Entonces, ¿no quiere que le acompañe hasta la conclusión dela av<strong>en</strong>tura?-No, iré solo. Estas bu<strong>en</strong>as g<strong>en</strong>tes cre<strong>en</strong> que ha v<strong>en</strong>ido a visitarles su gran diosa laLuna, así que la superstición nos protege. Nada temáis, pues, y permaneced cada cual <strong>en</strong>el puesto que le he asignado.-Si ése es tu deseo... -respondió el cazador.-Vigila la dilatación del gas.-Puedes marcharte tranquilo.Los gritos de los indíg<strong>en</strong>as iban <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to; reclamaban la interv<strong>en</strong>ción del cielo.-¡Escuche! -dijo Joe-. Percibo una actitud un tanto imperiosa hacia la bondadosa Luna ysus divinos hijos.El doctor, provisto de su botiquín de viaje, bajó a tierra precedido de Joe. Éste, grave ydigno como exigían las circunstancias, se s<strong>en</strong>tó junto a la escala con las piernas cruzadasa la usanza árabe, y parte de la multitud formó un círculo respetuoso a su alrededor.Entretanto, el doctor Fergusson, conducido al son de numerosos instrum<strong>en</strong>tos yescoltado por un grupo que ejecutaba danzas religiosas, marchó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia el


tembé real, situado <strong>en</strong> las afueras de la ciudad. Eran las tres, y el sol, haciéndose sin dudacargo de la solemnidad del acto, resplandecía.El doctor andaba con dignidad; los waganga lo rodeaban y cont<strong>en</strong>ían a la multitud quese agolpaba a su paso. Al poco se unió a la comitiva el hijo natural del sultán, unjov<strong>en</strong>cito de bu<strong>en</strong>a figura que, según la costumbre del país, era el único heredero de losbi<strong>en</strong>es paternos, con exclusión de los hijos legítimos. El príncipe se prosternórever<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te ante el hijo de la Luna, el cual, con un ademán solemne, le hizolevantarse.Después de tres cuartos de hora de marcha por s<strong>en</strong>deros sombríos, <strong>en</strong>tre el lujo de unavegetación tropical, la <strong>en</strong>tusiasmada procesión llegó al palacio del sultán, una especie deedificio cuadrado, llamado Itit<strong>en</strong>ya, situado <strong>en</strong> la ladera de una colina. El techo de bálago,apoyado <strong>en</strong> postes de madera que querían parecer esculpidos, formaba como un alero.Adornaban las paredes largas líneas de arcilla rojiza que int<strong>en</strong>taban reproducir figuras dehombres y de serpi<strong>en</strong>tes, pareciéndose más al natural éstas que aquéllos. No habíav<strong>en</strong>tanas; sólo una puerta de muy poca consideración. Sin embargo, el aire circulabainteriorm<strong>en</strong>te con la mayor libertad, gracias a la abertura que dejaba la techumbre al nodescansar directam<strong>en</strong>te sobre las paredes del edificio.El doctor Fergusson fue recibido con grandes honores por los guardias y los favoritos,pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes a la hermosa raza de los wanyamwezi, tipo puro de las poblaciones deÁfrica c<strong>en</strong>tral. Eran hombres fuertes y robustos, sanos y bi<strong>en</strong> formados. Caían sobre sushombros los cabellos divididos <strong>en</strong> mechones minuciosam<strong>en</strong>te tr<strong>en</strong>zados, y desde lassi<strong>en</strong>es hasta la boca surcaban sus mejillas numerosas incisiones negras o azules. Susorejas, horriblem<strong>en</strong>te grandes, estaban adornadas con discos de madera y placas de copal,y cubrían su cuerpo con telas pintadas de colores brillantes. Los soldados iban armadoscon azagayas, arcos, flechas <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>adas con zumo de euforbio, cuchillos y largos sablesllamados simes, d<strong>en</strong>tados como sierras, amén de con un sinfín de hachas.El doctor p<strong>en</strong>etró <strong>en</strong> el palacio, donde a pesar de la <strong>en</strong>fermedad del sultán, el estrépito,que era ya terrible, aum<strong>en</strong>tó. En el dintel de la puerta vio rabos de liebre y crines de cebracolgados a modo de talismán. Fue recibido por el tropel de esposas de Su Majestad alarmonioso son del upatu, especie de címbalo hecho con el fondo de una cacerola decobre, y el estru<strong>en</strong>do del kilindo, un tambor de cinco pies de altura construido con eltronco ahuecado de un árbol, que dos virtuosos tocaban a puñetazos.La mayor parte de las mujeres parecían muy guapas, y fumaban, ri<strong>en</strong>do, thang y tabaco<strong>en</strong> grandes pipas negras; revelaban muy bu<strong>en</strong>as formas bajo las largas túnicas dispuestascon gracia y ceñidas al talle con su kilt de fibras de calabaza <strong>en</strong>tretejidas.Seis de ellas formaban un grupo separado de las demás a causa del cruel suplicio a quese las t<strong>en</strong>ía destinadas, pese a lo cual demostraban la misma alegría que el resto. A lamuerte del sultán debían ser <strong>en</strong>terradas vivas junto al cadáver de éste, para proporcionarlealguna distracción <strong>en</strong> su eterna soledad.El doctor Fergusson, tras haber abarcado todo el conjunto de una soja ojeada, se acercóa la cama de madera del soberano. Allí vio a un hombre de unos cuar<strong>en</strong>ta años,completam<strong>en</strong>te embrutecido por orgías de toda clase y por el cual no se podía hacer nada.Su <strong>en</strong>fermedad, que se prolongaba desde hacía años, no era más que una borracheracrónica y continua. El real borracho casi había perdido el conocimi<strong>en</strong>to, y ni todo elamoníaco del mundo le habría hecho volver <strong>en</strong> sí.Durante la solemne visita, los favoritos y las mujeres se inclinaban flexionando lasrodillas. El doctor, por medio de algunas gotas de un poderoso estimulante, consiguióreanimar instantáneam<strong>en</strong>te aquel cuerpo embrutecido. El sultán hizo un movimi<strong>en</strong>to, y


ese síntoma, <strong>en</strong> un hombre casi cadáver que no daba signos de vida desde hacía horas, fueacogido con gritos <strong>en</strong> honor del médico.Éste, cansado ya de tanta farsa, se abrió paso <strong>en</strong>tre sus demasiado <strong>en</strong>tusiastasadoradores y salió del palacio para dirigirse al Victoria. Eran las seis de la tarde.Durante su aus<strong>en</strong>cia, Joe aguardaba tranquilam<strong>en</strong>te al pie de la escala, si<strong>en</strong>do objeto dela mayor v<strong>en</strong>eración. Como verdadero hijo de la Luna, él se dejaba adorar. Para ser unadivinidad, su actitud era la de un bu<strong>en</strong> hombre, nada soberbio e incluso de trato familiarcon las jóv<strong>en</strong>es africanas, que no se cansaban de contemplarlo. Él les dirigía las másamables frases.-Adorad, señoritas, adorad -les decía-. ¡Aunque hijo de diosa, no soy más que un pobrediablo!Le pres<strong>en</strong>taron ofr<strong>en</strong>das propiciatorias, que normalm<strong>en</strong>te se depositaban <strong>en</strong> los mzimu ochozas-fetiches, y que consistían <strong>en</strong> espigas de cebada y <strong>en</strong> pombé. Joe se creyó <strong>en</strong> laobligación de probar aquella especie de cerveza fuerte, pero su paladar, aunqueacostumbrado a la ginebra y el whisky, no pudo resistirla. Hizo una mueca horrible, quesus adoradores tomaron, por una amable sonrisa.A continuación, las jóv<strong>en</strong>es, cantando a coro una melopea, ejecutaron a su alrededoruna danza muy grave.-¡Conque sabéis bailar! -exclamó el muchacho-. Pues yo no he de quedarme corto convosotras. Os <strong>en</strong>señaré un baile de mi país.Y empezó una giga aturdidora, estirándose, <strong>en</strong>cogiéndose, retorciéndose, bailandoapoyado <strong>en</strong> los pies, <strong>en</strong> las rodillas, <strong>en</strong> las manos, girando de mil maneras a cuál másextravagante, adoptando actitudes increíbles, haci<strong>en</strong>do gestos imposibles, <strong>en</strong> definitiva,dando a aquellas g<strong>en</strong>tes una extraña idea de la manera que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> los dioses de bailar <strong>en</strong>la Luna.Y todos aquellos africanos, imitadores como monos, quisieron reproducir sus maneras,sus cabriolas, sus movimi<strong>en</strong>tos; no se perdían un gesto, no olvidaban una postura, yaquello se convirtió <strong>en</strong> un delirio, una tremolina, una tempestad de carne y huesos de laque resulta imposible dar la más pequeña idea. En lo mejor de la fiesta, Joe vio acercarseal doctor.Éste regresaba precipitadam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> medio de una chusma aulladora y desord<strong>en</strong>ada.Los magos y los jefes parecían muy <strong>en</strong>ojados. Rodeaban al doctor, lo empujaban y leam<strong>en</strong>azaban. ¡Extraño giro! ¿Qué había sucedido? ¿Había sucumbido torpem<strong>en</strong>te elsultán <strong>en</strong>tre las manos de su médico celestial?K<strong>en</strong>nedy, desde la barquilla, vio el peligro sin compr<strong>en</strong>der la causa. El <strong>globo</strong>,imperiosam<strong>en</strong>te solicitado por la dilatación del gas, t<strong>en</strong>saba la cuerda que lo sujetaba,impaci<strong>en</strong>te por elevarse.El doctor llegó al pie de la escala. Un temor supersticioso cont<strong>en</strong>ía aún a la multitud yle impedía actuar con viol<strong>en</strong>cia contra su persona. El doctor subió rápidam<strong>en</strong>te losescalones y Joe le siguió con agilidad.-No hay que perder un instante -le dijo su señor-. ¡No int<strong>en</strong>tes des<strong>en</strong>ganchar el ancla!¡Cortaremos la cuerda! ¡Sígueme!-Pero ¿qué pasa? -preguntó Joe, <strong>en</strong>trando <strong>en</strong> la barquilla.-¿Qué ha sucedido? -dijo K<strong>en</strong>nedy, con la carabina <strong>en</strong> la mano.-Mirad -respondió el doctor, señalando el horizonte.-¿Y bi<strong>en</strong>? -preguntó el cazador.-¿Y bi<strong>en</strong>? ¡La Luna!La Luna, <strong>en</strong> efecto, roja y espléndida, destacaba como un <strong>globo</strong> de fuego sobre unfondo azul. ¡Era ella! ¡Ella y el Victoria!


¡O había dos lunas, o los extranjeros eran unos impostores, unos intrigantes, unos falsosdioses!Tales habían sido las reflexiones naturales de la muchedumbre. De ahí el giro quehabían dado los acontecimi<strong>en</strong>tos.Joe soltó una carcajada. La población de Kazeh, compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que se les escapaba lapresa, lanzó prolongados aullidos; arcos y mosquetes apuntaron hacia el <strong>globo</strong>.Pero uno de los magos hizo un signo y todos bajaron las armas; el mago se <strong>en</strong>caramó alárbol con int<strong>en</strong>ción de coger la cuerda del ancla y obligar a la máquina a bajar.Joe cogió un hacha.-¿Corto? -dijo.-Aguarda -respondió el doctor.-Pero, ese negro...-Tal vez podamos salvar el ancla, y me convi<strong>en</strong>e no perderla. Para cortar siempre habrátiempo.El mago, ya <strong>en</strong> el árbol, rompió las ramas con sus maniobras y des<strong>en</strong>ganchó el ancla;ésta, viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te arrastrada por el aeróstato, agarró <strong>en</strong>tre las piernas al pobre mago, elcual, montado <strong>en</strong> aquel hipogrifo inesperado, partió hacia las regiones del aire.Inm<strong>en</strong>so fue el asombro de la multitud al ver lanzarse al espacio a uno de sus waganga.-¡Hurra! -exclamó Joe, <strong>en</strong> tanto que el Victoria, gracias a su poder asc<strong>en</strong>sional, subíacon gran rapidez.-Se agarra bi<strong>en</strong> -dijo K<strong>en</strong>nedy-; un paseíto no le v<strong>en</strong>drá mal.-¿Lo soltaremos de golpe? -preguntó Joe.-¡No! -replicó el doctor-. Le dejaremos <strong>en</strong> tierra tranquilam<strong>en</strong>te, y creo que después deesta av<strong>en</strong>tura su poder de mago crecerá singularm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el ánimo de suscontemporáneos.-Capaces son de convertirlo <strong>en</strong> dios -exclamó Joe.El Victoria había alcanzado una altura de aproximadam<strong>en</strong>te mil pies. El negro seagarraba a la cuerda con una <strong>en</strong>ergía increíble. Permanecía <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio y con la miradafija. Había <strong>en</strong> su terror algo de asombro. Un ligero vi<strong>en</strong>to del oeste empujaba el <strong>globo</strong>más allá de la ciudad.Media hora después, el doctor, vi<strong>en</strong>do el país desierto, moderó la llama del soplete y seacercó a tierra. Al llegar a veinte pies de ella, el negro tomó rápidam<strong>en</strong>te la iniciativa:soltó la cuerda, cayó de pie y echó a correr hacia Kazeh mi<strong>en</strong>tras el Victoria, súbitam<strong>en</strong>telibre de aquel lastre, subía otra vez a gran altura.XVISignos de tempestad. – El país de la Luna. – El porv<strong>en</strong>irdel contin<strong>en</strong>te africano. - La máquina de la últimahora. - Vista del país al ponerse el sol. - Flora y fauna.- La tempestad. - La zona de fuego. - El cielo estrellado-He aquí las consecu<strong>en</strong>cias -dijo Joe- de hacerse pasar por hijos de la Luna sin supermiso. Este satélite ha querido jugarnos una mala pasada. ¿Acaso, señor, ha comprometidosu reputación con su medicina?-En resumidas cu<strong>en</strong>tas -intervino el cazador-, ¿qui<strong>en</strong> era el sultán de Kazeh?-Un borracho medio muerto -respondió el doctor-, cuya pérdida será poco s<strong>en</strong>tida. Perola moraleja de todo lo que ha pasado es que los honores son efímeros y no convi<strong>en</strong>eaficionarse a ellos demasiado.


-Es una lástima -replicó Joe-. La cosa me iba a pedir de boca. ¡Ser adorado! ¡Hacer eldios a mi arbitrio! Pero ¿qué le vamos a hacer? Ha aparecido la Luna, y muy roja, lo cualdemuestra claram<strong>en</strong>te que estaba <strong>en</strong>fadada.Durante estos razonami<strong>en</strong>tos y otros varios, <strong>en</strong> los que Joe examinó al astro de la nochebajo un punto de vista <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te nuevo, <strong>en</strong> el cielo, por la parte del norte, seacumulaban d<strong>en</strong>sas nubes, nubes siniestras y pesadas. Un vi<strong>en</strong>to bastante fuerte, quesoplaba a tresci<strong>en</strong>tos pies del suelo, impelía al Victoria hacia el norte-noreste. Encima del<strong>globo</strong>, la bóveda azulada estaba límpida, pero resultaba abrumadora.Hacia las ocho de la noche, los viajeros se <strong>en</strong>contraron a 32 0 40’ de longitud y 4 0 17’ delatitud. Las corri<strong>en</strong>tes atmosféricas, bajo la influ<strong>en</strong>cia de una torm<strong>en</strong>ta próxima, losempujaban a una velocidad de treinta y cinco millas por hora. Pasaban rápidam<strong>en</strong>te bajosus pies las llanuras onduladas y fértiles de Mfuto. Los aeronautas admiraron aquelespectáculo.-Nos hallamos <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o país de la Luna -dijo el doctor Fergusson-. Sin duda haconservado este nombre que le dio la antigüedad, porque <strong>en</strong> él siempre se ha adorado a laLuna. Es verdaderam<strong>en</strong>te una comarca magnífica, y difícilm<strong>en</strong>te se <strong>en</strong>contraría <strong>en</strong> elmundo otra vegetación más bella.-Si se la <strong>en</strong>contrase cerca de Londres -respondió Joe-, no sería natural, pero sí muyagradable. ¿Por qué tales bellezas están reservadas a países tan bárbaros?-¿Quién sabe -replicó el doctor- si no se convertirá algún día esta comarca <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>trode la civilización? Tal vez se establezcan aquí los pueblos del futuro, cuando, ext<strong>en</strong>uadas,las regiones de Europa no puedan ya nutrir a sus habitantes.-¿Tú crees? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Sin duda, mi querido Dick. Observa la marcha de los acontecimi<strong>en</strong>tos; considera lasmigraciones sucesivas de los pueblos y llegarás a la misma conclusion que yo. ¿No esverdad que Asia es la primera nodriza del mundo? Por espacio tal vez de cuatro mil años,trabaja, es fecundada, produce, y después, cuando no se v<strong>en</strong> mas que piedras donde antesbrotaban las doradas mieses de Homero, sus hijos abandonan aquel s<strong>en</strong>o agotado y marchito.Entonces se dirig<strong>en</strong> a Europa, jov<strong>en</strong> y vigorosa, que los está alim<strong>en</strong>tando desdehace ya dos mil años. Pero su fertilidad se agota; sus facultades productoras disminuy<strong>en</strong>de día <strong>en</strong> día; esas <strong>en</strong>fermedades nuevas que atacan cada año los productos de la tierra,esas malas cosechas, esos recursos insufici<strong>en</strong>tes, todo ello es indicio cierto de unavitalidad que se altera, de una ext<strong>en</strong>uación próxima. Así es que ya vemos a los pueblosprecipitarse a los turg<strong>en</strong>tes pechos de América, como a un manantial que no esinagotable, pero que aún no está agotado. A su vez, el nuevo contin<strong>en</strong>te se hará viejo: susbosques vírg<strong>en</strong>es desaparecerán bajo el hacha de la industria; su suelo se debilitará porhaber producido <strong>en</strong> exceso lo que <strong>en</strong> exceso se le ha pedido; allí donde anualm<strong>en</strong>te serecogían dos cosechas, ap<strong>en</strong>as saldrá una de esas tierras al límite de sus fuerzas. EntoncesÁfrica ofrecerá a las nuevas razas los tesoros acumulados por espacio de siglos <strong>en</strong> sus<strong>en</strong>o. Estos climas fatales para los extranjeros se sanearán por medio de la desecación ylas canalizaciones, que reunirán <strong>en</strong> un lecho común las aguas dispersas para formar unaarteria navegable. Y este país sobre el cual planeamos, más fértil, más rico, más ll<strong>en</strong>o devida que los otros, se convertira <strong>en</strong> un gran reino donde se producirán descubrimi<strong>en</strong>tosmás asombrosos aún que el vapor y la electricidad.-¡Ah, señr! -exclamó Joe-. Quisiera ver todo eso.-Te has levantado demasiado temprano, muchacho.-Además -dijo K<strong>en</strong>nedy-, tal vez sea una epoca muy desdichada aquella <strong>en</strong> la que laindustria lo absorba todo <strong>en</strong> su provecho. A fuerza de inv<strong>en</strong>tar máquinas, los hombresacabarán devorados por ellas. Yo siempre he imaginado que el último día del mundo será


aquel <strong>en</strong> que alguna inm<strong>en</strong>sa caldera cal<strong>en</strong>tada a miles de millones de atmósferas hagaestallar nuestro pla<strong>net</strong>a.-Y yo añado -dijo Joe- que no serán los americanos los que m<strong>en</strong>os contribuyan a laconstrucción de esa caldera.-¡En efecto -respondió el doctor-, son grandes caldereros! Pero, prescindi<strong>en</strong>do ahora desemejantes discusiones, limitémonos a admirar esta tierra de la Luna, ya que noshallamos <strong>en</strong> disposición de verla.El sol, filtrando sus últimos rayos por el cúmulo de nubes amontonadas, adornaba conuna cresta de oro los m<strong>en</strong>ores accid<strong>en</strong>tes del terr<strong>en</strong>o: árboles gigantescos, hierbasarboresc<strong>en</strong>tes, musgos a ras del suelo, todo recibía su parte de aquel luminoso efluvio. Elterr<strong>en</strong>o, ligeram<strong>en</strong>te ondeado, formaba de vez <strong>en</strong> cuando pequeñas colinas cónicas.Ninguna montaña limitaba el horizonte. Inm<strong>en</strong>sas empalizadas cubiertas de maleza,imp<strong>en</strong>etrables setos y junglas espinosas delimitaban los claros donde se levantabannumerosas aldeas, que los gigantescos euforbios cercaban de fortificaciones naturales, <strong>en</strong>trelazándosecon las ramas coraliformes de los arbustos.Luego, el Malagarasi, principal aflu<strong>en</strong>te del lago Tanganica, empezó a serp<strong>en</strong>tear bajoel follaje. En su s<strong>en</strong>o recogía numerosos riachuelos, derivados de los torr<strong>en</strong>tes que seformaban <strong>en</strong> la época de las crecidas y de los estanques abiertos <strong>en</strong> la capa arcillosa delterr<strong>en</strong>o. Aquel panorama, para los que observaban a vista de pájaro, era una red decascadas t<strong>en</strong>dida sobre toda la superficie occid<strong>en</strong>tal del país.Animales provistos de gibas monstruosas pacían <strong>en</strong> las fértiles praderas y desaparecíanbajo las altas hierbas. Los bosques, que exhalaban magníficas es<strong>en</strong>cias, se ofrecían a lavista como inm<strong>en</strong>sos ramilletes; pero <strong>en</strong> aquellos ramilletes se refugiaban de los últimoscalores del día leones, leopardos, hi<strong>en</strong>as y tigres. De vez <strong>en</strong> cuando, un elefante hacíaondear la cima de las selvas, y se oía el crujido de los árboles que cedían a sus ebúrneoscolmillos.-¡Qué país de caza! -exclamó K<strong>en</strong>nedy, <strong>en</strong>tusiasmado-. Una bala disparada al azar, <strong>en</strong>medio del bosque, tropezaría siempre con una res digna de ella. ¿No podríamos cazar unpoco?-No, amigo Dick, se acerca la noche, una noche am<strong>en</strong>azadora, escoltada por unatorm<strong>en</strong>ta. Y las torm<strong>en</strong>tas son terribles <strong>en</strong> esta comarca, cuyo suelo esta dispuesto comouna inm<strong>en</strong>sa batería eléctrica.-Ti<strong>en</strong>e razón, señor -dijo Joe-; el calor se ha vuelto sofocante y el vi<strong>en</strong>to ha cesado porcompleto. Este bochorno me dice que se prepara algo.-La atmósfera está sobrecargada de electricidad -respondió el doctor-. Todo ser vivi<strong>en</strong>tees s<strong>en</strong>sible a este estado del aire que precede a la lucha de los elem<strong>en</strong>tos, y confieso qu<strong>en</strong>unca había experim<strong>en</strong>tado tanto como ahora su influ<strong>en</strong>cia.-¿No conv<strong>en</strong>dría, pues, desc<strong>en</strong>der? -preguntó el cazador.-Al contrario, Dick, preferiría subir; pero temo ser arrastrado más allá de donde vamosdurante estos cruzami<strong>en</strong>tos de corri<strong>en</strong>tes atmosféricas.-¿Quieres, pues, abandonar el rumbo que seguimo desde la costa?-Si puedo -respondió Fergusson-, me dirigiré má directam<strong>en</strong>te hacia el norte durantesiete u ocho grados y procuraré subir hacia las presuntas latitudes de las fu<strong>en</strong>tes del Nilo.Quizá <strong>en</strong>contremos algún rastro de la expedición del capitán Speke, o incluso de lacaravana del señor De Heuglin. Si mis cálculos son exactos, nos hallamos a 32 0 40’ delongitud, y quisiera subir directam<strong>en</strong>te hasta más allá del ecuador.-¡Mira! -exclamó K<strong>en</strong>nedy, interrumpi<strong>en</strong>do a su compañero-. ¡Mira esos hipopótamosque se deslizan fuera de los estanques, esas masas de carne sanguinol<strong>en</strong>ta y esoscocodrilos que aspiran el aire con estrépito!


-¡Parece que se ahogan! -dijo Joe-. ¡Ah! ¡Qué manera de viajar tan deliciosa la nuestra,que nos permite despreciar a toda esa chusma dañina! ¡Señor Samuel! ¡Señor K<strong>en</strong>nedy!¡Mir<strong>en</strong> esas manadas de animales que marchan <strong>en</strong> columna cerrada! No bajan dedosci<strong>en</strong>tos; son lobos.-No, Joe, son perros salvajes; una famosa raza que no teme luchar contra el león. Su<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro es para los viajeros el peligro más terrible. El que tropieza con ellos esinmediatam<strong>en</strong>te despedazado.-Pues no será Joe qui<strong>en</strong> se <strong>en</strong>cargue de ponerles bozal -respondió el bu<strong>en</strong> criado-. Porlo demás, si tal es su naturaleza, no se les puede reprochar.Poco a poco, bajo la influ<strong>en</strong>cia de la tempestad se imponía el sil<strong>en</strong>cio; parecía que elaire cond<strong>en</strong>sado resultaba impropio para transmitir los sonidos; la atmósfera estaba comoacolchada y, al igual que una sala forrada de gruesos tapices, perdía toda sonoridad. Elpájaro remero, la grulla coronada, los arr<strong>en</strong>dajos rojos y azules, el sinsonte y la moscaretase ocultaban <strong>en</strong>tre las ramas de los grandes árboles. Toda la naturaleza pres<strong>en</strong>taba lossignos de un cataclismo proximo.A las nueve de la noche el Victoria permanecía inmóvil sobre Ms<strong>en</strong>é, un gran grupo dealdeas difíciles de distinguir <strong>en</strong> la p<strong>en</strong>umbra. Algunas veces, la reverberación de un rayoextraviado <strong>en</strong> el agua dormida indicaba hoyos regularm<strong>en</strong>te distribuidos, y, gracias a unúltimo resplandor crepuscular, pudo la mirada captar la forma tranquila y sombría de laspalmeras, los tamarindos, los sicomoros y los euforbios gigantescos.-¡Me ahogo! -dijo el escocés, aspirando a pl<strong>en</strong>o pulmón la mayor cantidad posible deaquel aire <strong>en</strong>rarecido-. ¡No nos movemos! ¿Vamos a bajar?-Pero ¿y la torm<strong>en</strong>ta? -objetó el doctor, bastante inquieto.-Si temes ser arrastrado Por el vi<strong>en</strong>to, me parece que no puedes hacer otra cosa.-Tal vez la torm<strong>en</strong>ta no estalle esta noche -repuso Joe-. Las nubes están muy altas.-Una razón más que me impide traspasarlas. Sería m<strong>en</strong>ester subir a mucha altura,perder la tierra de vista y estar toda la noche sin saber si avanzamos, ni hacia dónde nosdirigimos.-Pues decídete, Samuel, porque la cosa urge.-Ha sido una fatalidad que cesase el vi<strong>en</strong>to -repuso Joe-. Nos habría alejado de latorm<strong>en</strong>ta.~En efecto, amigos, es lam<strong>en</strong>table, ya que las nubes supon<strong>en</strong> un peligro para nosotros.Conti<strong>en</strong><strong>en</strong> corri<strong>en</strong>tes opuestas que pued<strong>en</strong> <strong>en</strong>volvernos <strong>en</strong> sus torbellinos y rayos capacesde inc<strong>en</strong>diarnos. Además, la fuerza de las ráfagas puede precipitarnos al suelo si echamosel ancla <strong>en</strong> la copa de un árbol.-¿Qué hacemos, pues?-Es preciso mant<strong>en</strong>er el Victoria <strong>en</strong> una zona media <strong>en</strong>tre los peligros de la tierra y losdel cielo. T<strong>en</strong>emos sufici<strong>en</strong>te agua para el soplete, y conservamos intactas las dosci<strong>en</strong>taslibras de lastre. En caso necesario, las utilizaré.-Haremos la guardia contigo -dijo el cazador.-No, amigos. Poned las provisiones a cubierto y acostaos; yo os despertaré sisobrevi<strong>en</strong>e alguna novedad.-Pero, señor, ¿por qué no se echa también un poco, puesto que nada nos am<strong>en</strong>aza aún?-No, muchacho, prefiero vigilar. Estamos inmóviles, y, si no varían las circunstancias,mañana amaneceremos exactam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el mismo sitio.-Bu<strong>en</strong>as noches, señor.-Bu<strong>en</strong>as noches, si es posible.K<strong>en</strong>nedy y Joe se acostaron, y el doctor permaneció solo <strong>en</strong> la inm<strong>en</strong>sidad.


Sin embargo, la cúpula de nubes bajaba ins<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te y la oscuridad se hacíaprofunda. Aquella negra bóveda se cond<strong>en</strong>saba alrededor del <strong>globo</strong> terrestre como siint<strong>en</strong>tara aplastarlo.De rep<strong>en</strong>te, un pot<strong>en</strong>te relámpago, rápido e incisivo, rasgó las tinieblas; aún no se habíacerrado la grieta cuando un espantoso tru<strong>en</strong>o conmovió las profundidades del cielo.-¡Alerta! -gritó Fergusson.Los dos compañeros del doctor, a qui<strong>en</strong>es había despertado el estampido del tru<strong>en</strong>o,estaban ya a sus órd<strong>en</strong>es.-¿Vamos a bajar? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-¡No! El <strong>globo</strong> se haría pedazos. ¡Subamos antes de que esas nubes se conviertan <strong>en</strong>agua y se des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>e el vi<strong>en</strong>to!Acto seguido, activó la llama del soplete <strong>en</strong> las espirales del serp<strong>en</strong>tín.Las tempestades de los trópicos se desarrollan con una rapidez comparable a suviol<strong>en</strong>cia. Un segundo relámpago desgarró la nube, y otros muchos le sucedieroninmediatam<strong>en</strong>te. Cruzaban el cielo destellos eléctricos que chisporroteaban bajo lasgruesas gotas de lluvia.-Hemos tardado demasiado -dijo el doctor-. ¡Ahora t<strong>en</strong>emos que atravesar una zona defuego con nuestro <strong>globo</strong> ll<strong>en</strong>o de aire inflamable!-¡A tierra! ¡A tierra! -repetía sin cesar K<strong>en</strong>nedy.-El peligro de ser fulminados por un rayo sería casi el mismo, y las ramas de los árbolesno tardarían <strong>en</strong> rasgar el <strong>globo</strong>.-¡Subimos, señor Samuel!-¡No tan deprisa como yo quisiera!Durante las borrascas ecuatoriales es muy común, <strong>en</strong> aquella parte de África, contar detreinta a treinta y cinco relámpagos por minutos. El cielo se convierte materialm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>una inm<strong>en</strong>sa fragua, y los tru<strong>en</strong>os se suced<strong>en</strong> sin interrupción.En aquella atmósfera inflamada, el vi<strong>en</strong>to se des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>aba con una viol<strong>en</strong>ciaaterradora y retorcía las nubes incandesc<strong>en</strong>tes; parecía que el soplo de un v<strong>en</strong>tiladorinm<strong>en</strong>so activase aquella hoguera.El doctor Fergusson mant<strong>en</strong>ía el soplete a pl<strong>en</strong>o r<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to; el <strong>globo</strong> se dilataba ysubía, mi<strong>en</strong>tras K<strong>en</strong>nedy, de rodillas <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de la barquilla, sujetaba las cortinas dela ti<strong>en</strong>da. El <strong>globo</strong> se arremolinaba hasta el punto de producir vértigo, y los viajerosexperim<strong>en</strong>taban peligrosas oscilaciones. Formábanse grandes huecos <strong>en</strong> la <strong>en</strong>voltura delaeróstato, y el vi<strong>en</strong>to se introducía <strong>en</strong> ellos con fuerza, golpeando el tafetán. Una especiede granizada, precedida de un rumor tumultuoso, surcaba la atmósfera y crepitaba sobreel Victoria. El <strong>globo</strong>, sin embargo, seguía su curso asc<strong>en</strong>sional; los relámpagos trazaban<strong>en</strong> su circunfer<strong>en</strong>cia tang<strong>en</strong>tes inflamadas que le daban la apari<strong>en</strong>cia de una esfera defuego.-¡Confiémonos a Dios! -dijo el doctor Fergusson-. Estamos <strong>en</strong> sus manos; sólo Élpuede salvarnos. Preparemonos para cualquier cosa, incluso un inc<strong>en</strong>dio. Nuestra caídapuede ser gradual y no súbita.La voz del doctor llegaba ap<strong>en</strong>as a oídos de sus compañeros, pero éstos podían ver susemblante tranquilo <strong>en</strong> medio de los surcos que abrían los relámpagos. Observaba losf<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>os de fosforesc<strong>en</strong>cia producidos por el fuego de San Telmo que ondeaba <strong>en</strong> lared del aeróstato.Éste giraba, se arremolinaba, pero no dejaba de subir, y al cabo de un cuarto de horahabía traspasado la zona de las nubes tempestuosas. Las emanaciones eléctricas seext<strong>en</strong>dían debajo de él como una gigantesca corona de fuegos artificiales susp<strong>en</strong>dida desu barquilla.


Aquél era uno de los más bellos espectáculos que la naturaleza puede ofrecer alhombre. Abajo, la tempestad. Arriba, el cielo estrellado, tranquilo, mudo, impasible, conla luna proyectando sus pacíficos rayos sobre las nubes <strong>en</strong>furecidas.El doctor Fergusson consultó el barómetro. Marcaba doce mil pies de elevación. Eranlas once de la noche.-¡Gracias a Dios, el peligro ha pasado! -dijo-. Ahora basta con mant<strong>en</strong>ernos a estaaltura.-¡De bu<strong>en</strong>a nos hemos librado! -respondió K<strong>en</strong>nedy.-Bi<strong>en</strong> -replicó Joe-, estas cosas animan el viaje. No me pesa haber visto una tempestaddesde cierta altura. ¡Es un espectáculo grandioso!XVIILas montañas de la Luna. - Un océano de verdor. -Se echa el ancla. - El elefante remolcador. – Fuego nutrido. –Muerte del paquidermo. - El horno de campaña. –Comida sobre la hierba. – Una noche <strong>en</strong> tierraHacia las seis de la mañana del lunes, el sol se elevó sobre el horizonte, las nubes sedisiparon y un agradable vi<strong>en</strong>tecillo refrescó el ambi<strong>en</strong>te durante la alborada.La tierra, int<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te perfumada, reapareció ante los viajeros. El <strong>globo</strong>, girandoalrededor de sí mismo <strong>en</strong> medio de las corri<strong>en</strong>tes antagonistas, había derivado muy poco,y el doctor, dejando que el gas se contrajera, desc<strong>en</strong>dió con objeto de tomar una direcciónmás sept<strong>en</strong>trional. Sus t<strong>en</strong>tativas fueron durante mucho tiempo infructuosas. El vi<strong>en</strong>to loempujó hacia el oeste, hasta avistar las célebres montañas de la Luna, que forman unsemicírculo alrededor de un extremo del lago Tanganica.La cordillera, poco accid<strong>en</strong>tada, destacaba <strong>en</strong> el azulado horizonte; parecía unafortificación natural, inaccesible a los exploradores del c<strong>en</strong>tro de África. Algunos conosaislados ost<strong>en</strong>taban el sello de las nieves perpetuas.-Nos <strong>en</strong>contramos <strong>en</strong> un país inexplorado -dijo el doctor-. El capitán Burton avanzómucho hacia el oeste, pero no pudo llegar a estas montañas célebres; incluso negó suexist<strong>en</strong>cia, def<strong>en</strong>dida por su compañero Speke, pret<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que eran fruto de laimaginación de éste. Para nosotros, amigos, ya no hay duda posible.-¿Las traspasaremos? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-No lo quiera Dios. Espero hallar un vi<strong>en</strong>to favorable que me devuelva hacia elecuador; si es necesario, me det<strong>en</strong>dré, igual que un barco echa el ancla para evitar vi<strong>en</strong>tosque le harían perder el rumbo.Pero las previsiones del doctor no tardaron <strong>en</strong> realizarse. Después de haber tanteadodifer<strong>en</strong>tes alturas, el Victoria fue impelido hacia el nordeste a una velocidad moderada.-Avanzamos <strong>en</strong> la dirección correcta -dijo, consultando la brújula-, y escasam<strong>en</strong>te adosci<strong>en</strong>tos pies de tierra. Tales circunstancias nos favorec<strong>en</strong> para explorar estas nuevasregiones. El capitán Speke, cuando iba <strong>en</strong> busca del lago Ukereue, remontó más al este,<strong>en</strong> línea recta con Kazeh.-¿Iremos mucho tiempo así? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Tal vez. Nuestro objetivo es reconocer el nacimi<strong>en</strong>to del Nilo, y aún nos quedan porrecorrer seisci<strong>en</strong>tas millas antes de llegar al límite extremo que han alcanzado losexploradores proced<strong>en</strong>tes del Norte.-¿Y no echaremos pie a tierra para estirar un poco las piernas? -preguntó Joe.-Por supuesto; t<strong>en</strong>emos que conseguir víveres. Tú, mi bu<strong>en</strong> Dick, nos aprovisionarás decarne fresca.


-Cuando quieras, amigo Samuel.-T<strong>en</strong>dremos tambi<strong>en</strong> que reponer la reserva de agua. ¿Quién nos asegura que noseremos arrastrados hacia comarcas áridas? Todas las precauciones son pocas.A mediodía, el Victoria se hallaba a 29 0 15’ de longitud y 3 0 15’ de latitud. Habíapasado la aldea de Uyofu, último límite sept<strong>en</strong>trional del Unyamwezy, a la altura del lagoUkereue, que los viajeros no t<strong>en</strong>ían aún al alcance de sus miradas.Los pueblos que viv<strong>en</strong> cerca del ecuador parec<strong>en</strong> algo más civilizados, y estángobernados por monarcas absolutos cuyo despotismo no conoce límites. Su aglomeraciónmás compacta constituye la provincia de Karagwah.Quedó resuelto <strong>en</strong>tre los tres viajeros echar pie a tierra <strong>en</strong> cuanto <strong>en</strong>contras<strong>en</strong> un sitiofavorable. Debían hacer un alto prolongado para inspeccionar cuidadosam<strong>en</strong>te elaeróstato. Se moderó la llama del soplete y se echaron fuera de la quilla las anclas, quecorrían rozando las altas hierbas de una inm<strong>en</strong>sa pradera; desde cierta altura parecíacubierta de m<strong>en</strong>udo césped, pero este césped t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> realidad de siete a ocho pies delargo.El Victoria acariciaba aquellas hierbas sin curvarlas, como si fuera una mariposagigantesca. La vista no tropezaba con ningún obstáculo. Parecía un océano de verdor sinningun rompi<strong>en</strong>te.-No sé cuándo pararemos de correr -dijo K<strong>en</strong>nedy-, pues no distingo un solo árbol alcual podamos acercamos. Me parece que t<strong>en</strong>dré que r<strong>en</strong>unciar a la caza.-Aguarda, amigo Dick, aguarda. Imposible te sería cazar <strong>en</strong> medio de estas hierbas, queson más altas que tú; pero acabaremos por <strong>en</strong>contrar un lugar propicio.Verdaderam<strong>en</strong>te era un paseo delicioso, un auténtico crucero por aquel mar tan verde,casi transpar<strong>en</strong>te, con suaves ondulaciones provocadas por el soplo del vi<strong>en</strong>to. Labarquilla justificaba su nombre, pues parecía realm<strong>en</strong>te que h<strong>en</strong>día las olas, levantando devez <strong>en</strong> cuando bandadas de pájaros de espléndidos colores que escapaban emiti<strong>en</strong>doalegres gritos. Las anclas se sumergían <strong>en</strong> aquel lago de flores y trazaban un surco que secerraba tras ellas, como la estela de un barco.De pronto, el <strong>globo</strong> recibió una fuerte sacudida. Sin duda el ancla había hincado susuñas <strong>en</strong> la h<strong>en</strong>didura de una roca oculta bajo la gigantesca alfombra de césped.-Estamos anclados -dijo Joe.-Pues bi<strong>en</strong>, echa la escala -replicó el cazador.No bi<strong>en</strong> hubo pronunciado estas palabras, un grito agudo retumbó <strong>en</strong> el aire, y de laboca de los tres viajeros escaparon las sigui<strong>en</strong>tes frases, <strong>en</strong>trecortadas por exclamaciones:-¿Qué es eso?-¡Un grito singular!-¡Y seguimos avanzando!-Se habrá despr<strong>en</strong>dido el ancla.-¡No! ¡Está asegurada! -exclamó Joe, tirando de la cuerda.-¡Sin duda con el ancla arrastramos la roca!Las hierbas se removieron a bastante distancia, y <strong>en</strong>cima de ellas apareció una formaalargada y sinuosa.-¡Una serpi<strong>en</strong>te! -exclamó Joe.-¡Una serpi<strong>en</strong>te! -repitió K<strong>en</strong>nedy, al tiempo que cargaba su carabina.-¡No! -replicó el doctor-. Es la trompa de un elefante.-¡Un elefante, Samuel!Y así dici<strong>en</strong>do, K<strong>en</strong>nedy apuntó con la escopeta.-Aguarda, Dick, aguarda.~No, no tire, señor; el animal nos remolca.


~Y <strong>en</strong> bu<strong>en</strong>a dirección, Joe, <strong>en</strong> muy bu<strong>en</strong>a dirección.El elefante, que avanzaba con cierta rapidez, no tardó <strong>en</strong> llegar a un raso, donde se lepudo ver <strong>en</strong>tero. Por su gigantesco tamaño, el doctor reconoció a un macho de unamagnífica especie. Los brazos del ancla habían quedado trabados <strong>en</strong>tre sus dos blancoscolmillos, admirablem<strong>en</strong>te curvados, cuya longitud no bajaba de ocho pies.El animal forcejeaba <strong>en</strong> vano para despr<strong>en</strong>derse con la trompa de la cuerda que losujetaba a la barquilla.-¡Adelante, vali<strong>en</strong>te! -exclamó Joe <strong>en</strong> el colmo de la alegría, animándolo con<strong>en</strong>tusiasmo-. ¡He aquí una nueva manera de viajar! Mejor tira este animal que un bu<strong>en</strong>caballo.-Pero ¿adónde nos lleva? -preguntó K<strong>en</strong>nedy, que agitaba con impaci<strong>en</strong>cia la carabinacomo si le quemase las manos.-Nos lleva a donde queremos ir, amigo Dick. T<strong>en</strong> un poco de paci<strong>en</strong>cia.-Wig a more! Wig a more!, como dic<strong>en</strong> los campesinos escoceses -gritaba el alegreJoe-. ¡Adelante, adelante!El animal empezó a galopar muy deprisa. Agitaba la trompa de derecha a izquierda, ycon sus bruscos movimi<strong>en</strong>tos sacudía viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te la barquilla. El doctor, hacha <strong>en</strong>mano, estaba preparado para cortar la cuerda <strong>en</strong> caso necesario.-Pero no nos separaremos del ancla hasta el último mom<strong>en</strong>to -dijo.Aquella carrera a remolque del elefante duró cerca de hora y media. El animal, alparecer, no s<strong>en</strong>tía la m<strong>en</strong>or fatiga. Esos <strong>en</strong>ormes paquidermos pued<strong>en</strong> estar muchotiempo galopando, y de un día para otro se los <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra a distancias <strong>en</strong>ormes, como lasball<strong>en</strong>as, con las que coincid<strong>en</strong> <strong>en</strong> velocidad y dim<strong>en</strong>siones.-Si bi<strong>en</strong> se mira -dijo Joe-, hemos hincado el arpón <strong>en</strong> una ball<strong>en</strong>a y no hacemos masque remedar la maniobra de los ball<strong>en</strong>eros durante la pesca.Pero un cambio <strong>en</strong> la naturaleza del terr<strong>en</strong>o obligó al doctor a modificar su medio delocomoción.Al norte de la pradera, a unas tres millas, se veía un espeso bosque, por lo que eranecesario separar el <strong>globo</strong> de su improvisado conductor.K<strong>en</strong>nedy tomó a su cargo det<strong>en</strong>er al elefante <strong>en</strong> su carrera; apuntó, pero estaba malcolocado para herir al animal con éxito. Una primera bala, dirigida al cráneo, quedó tanchafada como si hubiese dado contra una plancha de hierro fundido, sin causar la m<strong>en</strong>orimpresión a la <strong>en</strong>orme bestia; ésta, al estampido del arma, no hizo más que acelerar elpaso, alcanzando la velocidad de un caballo lanzado al galope.-¡Diablos! -dijo K<strong>en</strong>nedy.-¡Vaya una cabeza dura! -exclamó Joe.-Lo int<strong>en</strong>taremos con unas balas cónicas -repuso Dick, cargando la carabina concuidado.Cuando el escocés hizo fuego, el animal lanzó un grito terrible y siguió galopandocomo si tal cosa.-Señor Dick -dijo Joe, cogi<strong>en</strong>do una escopeta-, si no le ayudo esto va a ser el cu<strong>en</strong>to d<strong>en</strong>unca acabar.Y dos balas <strong>en</strong>traron <strong>en</strong> los costados del elefante.Éste se detuvo, levantó la trompa y empr<strong>en</strong>dió de nuevo la marcha a todo escape haciael bosque. Sacudía su colosal cabeza, y la sangre empezaba a brotar copiosam<strong>en</strong>te de susheridas.-Sigamos haci<strong>en</strong>do fuego, señor Dick.-¡Y que sea muy nutrido! -añadió el doctor-. T<strong>en</strong>emos el bosque a m<strong>en</strong>os de veintetoesas.


Sonaron otros diez disparos. El elefante dio un salto tan espantoso que la barquilla y el<strong>globo</strong> crujieron como si se hubies<strong>en</strong> partido, y al doctor se le cayó el hacha de las manos.La pérdida del hacha, que fue a parar al suelo, complicaba la situación de una maneraterrible, pues el cable del ancla, reciam<strong>en</strong>te asegurado, no podía ni ser desatado nicortado por los cuchillos de los viajeros. El <strong>globo</strong> se aproximaba rápidam<strong>en</strong>te al bosquecuando el animal, <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de levantar la cabeza, recibió un balazo <strong>en</strong> un ojo.Entonces se detuvo, vaciló, sus rodillas se doblaron y pres<strong>en</strong>tó su pecho al cazador.-Una bala <strong>en</strong> el corazón -dijo éste, descargando una vez más la carabina.El elefante lanzó un grito de dolor y de agonía; se incorporó mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te,haci<strong>en</strong>do ondear la trompa, y cayó desplomado sobre uno de sus colmillos, que se rajó dearriba abajo. Estaba muerto.-¡Se ha partido un colmillo! -exclamó K<strong>en</strong>nedy~. En Inglaterra, el marfil se paga atreinta y cinco guineas las ci<strong>en</strong> libras.-¿Tanto? --dijo Joe, bajando a tierra por la cuerda del ancla.-¿De qué sirve echar cu<strong>en</strong>tas, amigo Dick? -respondió el doctor Fergusson-.¿Traficamos acaso nosotros con marfil? ¿Hemos v<strong>en</strong>ido aquí para hacer fortuna?Joe contempló el ancla, sólidam<strong>en</strong>te agarrada al colmillo que había quedado ileso.Samuel y Dick también bajaron, mi<strong>en</strong>tras el aeróstato, medio deshinchado, se balanceabasobre el cuerpo del animal.-¡Magnífica pieza! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¡Qué mole! ¡En la India nunca había visto unelefante de este tamaño!-Claro que no, amigo Dick; los elefantes del c<strong>en</strong>tro de África son los más corpul<strong>en</strong>tos.Los Anderson y los Cumming los han perseguido con tal <strong>en</strong>carnizami<strong>en</strong>to por lasinmediaciones de El Cabo que emigran hacia el ecuador, donde los <strong>en</strong>contraremos confrecu<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> nutridas manadas.-Entretanto -intervino Joe-, creo que podremos saborear un poco de éste. Mecomprometo a ofrecerles una sucul<strong>en</strong>ta comida a exp<strong>en</strong>sas de este animalazo. El señorK<strong>en</strong>nedy irá a cazar durante una o dos horas; el señor Samuel inspeccionará el Victoria yyo desempeñaré mis funciones de cocinero.-Muy bi<strong>en</strong> ord<strong>en</strong>ado -respondió el doctor-. Ti<strong>en</strong>es carta blanca para obrarculinariam<strong>en</strong>te como mejor te parezca.-Y yo -dijo el cazador- haré uso de las dos horas de libertad que Joe se ha dignadootorgarme.-Sí, amigo; pero no cometas ninguna imprud<strong>en</strong>cia. No te alejes.-Puedes estar tranquilo.Y Dick, armado con su fusil, se internó <strong>en</strong> el bosque.Entonces Joe empezó a desempeñar sus funciones. Primero cavó un hoyo de dos pies deprofundidad y lo ll<strong>en</strong>ó de ramas secas, que cubrían el suelo proced<strong>en</strong>tes de los boqueteshechos <strong>en</strong> el bosque por los elefantes, cuyas huellas se veían. Una vez estuvo ll<strong>en</strong>o elagujero, levantó <strong>en</strong>cima una pila de leña de dos pies y le pr<strong>en</strong>dió fuego.A continuación se dirigió a los inanimados restos del elefante, que había caído a unasdiez toesas del bosque; cortó diestram<strong>en</strong>te la trompa, que medía aproximadam<strong>en</strong>te dospies de ancho <strong>en</strong> su base, escogió la parte más delicada y a ella unió una de lasesponjosas pezuñas del animal, porque, <strong>en</strong> efecto, estas partes son el mejor bocado, comola giba del bisonte, las patas del oso y la cabeza del jabalí.Cuando la hoguera se hubo consumido del todo, interior y exteriorm<strong>en</strong>te, el agujero,limpio de c<strong>en</strong>izas y brasas, ofreció una temperatura muy elevada. Los trozos del elefante,<strong>en</strong>vueltos <strong>en</strong> hojas aromáticas, fueron depositados <strong>en</strong> el fondo de aquel horno


improvisado y cubiertos de c<strong>en</strong>iza cali<strong>en</strong>te, sobre la cual Joe <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió una nuevahoguera. Cuando se hubo consumido la leña, la carne estaba a punto para ser comida.Entonces, Joe sacó la apetitosa carne del horno, la colocó sobre hojas verdes y ladispuso <strong>en</strong> medio de una magnífica alfombra de hierba, añadi<strong>en</strong>do galletas, aguardi<strong>en</strong>te,café y un agua fresca y cristalina que cogió de un arroyo inmediato.Daba gusto ver aquel festín tan bi<strong>en</strong> pres<strong>en</strong>tado, y Joe, sin ser demasiado vanidoso, erade la opinión de que más gusto daría comerlo.-¡Un viaje sin fatigas ni peligros! -repetía-. ¡Una comida a tiempo! ¡Una hamacaperpetua! ¿Qué más se puede pedir? ¡Y el bu<strong>en</strong>o del señor K<strong>en</strong>nedy que no queria v<strong>en</strong>ir.lPor su parte, el doctor Fergusson realizaba una inspeccion minuciosa del aeróstato, elcual no había sufrido <strong>en</strong> la torm<strong>en</strong>ta avería alguna. El tafetán y la gutapercha habíanresistido a las mil maravillas. T<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta la altura actual del terr<strong>en</strong>o y calculandola fuerza asc<strong>en</strong>sional del <strong>globo</strong>, el doctor vio con satisfacción que había la mismacantidad de hidróg<strong>en</strong>o y que, hasta <strong>en</strong>tonces, la <strong>en</strong>voltura se mant<strong>en</strong>ía perfectam<strong>en</strong>teimpermeable.No hacía más que cinco días que los viajeros habían salido de Zanzíbar. La provisióndepemmican estaba incólume; la de galletas y carne <strong>en</strong> conserva bastaban para un largoviaje; por consigui<strong>en</strong>te, lo único que había que r<strong>en</strong>ovar era la reserva de agua.Los tubos y el serp<strong>en</strong>tín se hallaban <strong>en</strong> perfecto estado. Gracias a sus articulaciones decaucho, se habían prestado dócilm<strong>en</strong>te a todas las oscilaciones del aeróstato.Terminado su exam<strong>en</strong>, el doctor puso <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> sus apuntes. Trazó un croquis muyexacto del terr<strong>en</strong>o circundante, con la pradera que se ext<strong>en</strong>día hasta perderse de vista, elbosque y el <strong>globo</strong> inmóvil sobre el cuerpo del monstruoso elefante.Pasadas las dos horas que t<strong>en</strong>ía a su disposición, K<strong>en</strong>nedy volvió con una sarta derollizas perdices y un pernil de oryx, animal pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>te a la especie más ágil deantílopes. Joe se <strong>en</strong>cargó de guisar este aum<strong>en</strong>to de provisiones.-La mesa está puesta -anunció luego con cierta solemnidad.Y los tres viajeros no tuvieron más que s<strong>en</strong>tarse sobre la alfombra de verdor. Laspezuñas y la trompa del elefante fueron declaradas exquisitas por unanimidad; se bebió ala salud de Inglaterra, como de costumbre, y deliciosos habanos perfumaron por primeravez aquella <strong>en</strong>cantadora comarca.K<strong>en</strong>nedy comía, bebía y hablaba por los codos; estaba un si es no es achispado, ypropuso seriam<strong>en</strong>te a su amigo el doctor establecerse <strong>en</strong> aquel bosque, construir <strong>en</strong> élunas cabañas y com<strong>en</strong>zar la dinastía de los robinsones africanos.La idea no tuvo consecu<strong>en</strong>cias, si bi<strong>en</strong> Joe se propuso a sí mismo para desempeñar elpapel de Viernes.La campiña parecía tan tranquila, tan desierta, que el doctor resolvió pasar la noche <strong>en</strong>tierra. Joe formó un círculo de hogueras, barricadas indisp<strong>en</strong>sables contra las bestiasferoces. Las hi<strong>en</strong>as, los naguardos y los chacales atraídos por el olor de la carne delelefante, vagaban por los alrededores. K<strong>en</strong>nedy tuvo que hacer algunos disparos paraahuy<strong>en</strong>tar a visitantes demasiado audaces; pero, finalm<strong>en</strong>te, la noche transcurrió sinincid<strong>en</strong>tes desagradables.XVIIIEl Karagwah. - El lago Ukereue. - Una noche <strong>en</strong> unaisla. - El ecuador. - Travesía del lago. - Las cascadas. -Vista del país. - Las fu<strong>en</strong>tes del Nilo. - La isla deB<strong>en</strong>ga. - La firma de Andrea Debono. – El pabellóncon las armas de Inglaterra


A las cinco de la mañana sigui<strong>en</strong>te, empezaron los preparativos para la marcha. Joe,con el hacha que había t<strong>en</strong>ido la fortuna de <strong>en</strong>contrar, rompió los colmillos del elefante.El Victoria, recobrando su libertad, arrastró a los viajeros hacia el nordeste a unavelocidad de dieciocho millas.Durante la noche anterior, el doctor había calculado cuidadosam<strong>en</strong>te su posiciónguiándose por la altura de las estrellas. Se hallaba a 2 0 4’ de latitud por debajo delecuador, o sea a ci<strong>en</strong>to ses<strong>en</strong>ta millas geográficas. Atraveso numerosas aldeas sin hacerningún caso de los gritos que provocaba su aparición; tomó nota de la conformación delos lugares basándose <strong>en</strong> observaciones sumarias; salvó las cuestas del Rubembé, casi tanpinas como las cimas del Usagara, y más adelante, <strong>en</strong> T<strong>en</strong>ga, <strong>en</strong>contró las primeras lomasde las cordilleras de Karagwah, que, <strong>en</strong> su opinión, derivan necesariam<strong>en</strong>te de lasmontañas de la Luna. La antigua ley<strong>en</strong>da que convertía aquellas sierras <strong>en</strong> la cuna delNilo se acercaba a la verdad, puesto que confinan con el lago Ukereue, presuntoreceptáculo de las aguas del gran río.Desde Kafuro, gran distrito de los mercaderes del país, distinguió por fin <strong>en</strong> elhorizonte aquel lago tan buscado que el capitán Speke <strong>en</strong>trevió el 3 de agosto de 1858.El doctor Samuel Fergusson se s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te emocionado. Estaba casi llegando auno de los principales puntos de su exploración y, sin soltar un mom<strong>en</strong>to el anteojo,observaba el m<strong>en</strong>or accid<strong>en</strong>te de aquella comarca misteriosa, estudiándola con tododetalle.Debajo de él se ext<strong>en</strong>día una tierra g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te estéril, que no pres<strong>en</strong>taba más quealgunas laderas cultivadas; el terr<strong>en</strong>o, sembrado de conos de mediana altura, se hacíallano <strong>en</strong> las inmediaciones del lago; campos sembrados de cebada reemplazaban aarrozales, y allí crecían el llantén de donde se saca el vino del país y el mwani, plantasilvestre sucedánea del café. Un conjunto de unas cincu<strong>en</strong>ta chozas circulares cubiertasde bálago <strong>en</strong> flor constituía la capital de Karagwah.Se percibían sin dificultad las expresiones atónitas de una raza bastante bella, de tezmor<strong>en</strong>a amarill<strong>en</strong>ta. Mujeres de una corpul<strong>en</strong>cia inverosímil se arrastraban por lasplantaciones, y el doctor asombro a sus compañeros diciéndoles que aquella obesidad, allímuy apreciada, se obt<strong>en</strong>ía por medio de un régim<strong>en</strong> obligatorio de leche cuajada.A mediodía el Victoria se hallaba a 1 0 45’ de latitud austral, y a la una de la tarde elvi<strong>en</strong>to lo empujaba hacia el lago.Aquel lago debe al capitán Speke el nombre de Nyanza Victoria. En aquel punto t<strong>en</strong>íaunas nov<strong>en</strong>ta millas de ancho. En su extremo meridional el capitán <strong>en</strong>contró un grupo deislas al que llamó archipiélago de B<strong>en</strong>gala. Llegó hasta Muanza, el este, donde fue bi<strong>en</strong>recibido por el sultán. Hizo la triangulación de aquella parte del lago, pero no pudoconseguir una barca para atravesarlo, ni tampoco para visitar la gran isla de Ukereue, quees muy populosa, está gobernada por tres sultanes y, al bajar la marea, no forma más queuna p<strong>en</strong>ínsula.El Victoria abordaba el lago más al norte, lo cual apesadumbraba al doctor, que hubieraquerido determinar sus contornos inferiores. Las orillas, erizadas de matorrales espinososy maleza inextricable, desaparecían literalm<strong>en</strong>te bajo miríadas de mosquitos de un colorpardusco.Aquel país debía de ser inhabitable y estar deshabitado. Se veían manadas dehipopotamos revolcándose <strong>en</strong> los cañares o sumergi<strong>en</strong>dose <strong>en</strong> las blanquecinas aguas dellago.Éste, visto desde lo alto, ofrecía hacia el oeste un horizonte tan ancho que parecía unmar. La distancia impide establecer comunicaciones <strong>en</strong>tre una y otra orilla; además, las


tempestades son allí fuertes y frecu<strong>en</strong>tes, pues los vi<strong>en</strong>tos no <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran obstáculo alguno<strong>en</strong> aquella cu<strong>en</strong>ca elevada y descubierta.Trabajo le costó al doctor dirigir el <strong>globo</strong>. Temía ser arrastrado hacia el este; pero, porfortuna, una corri<strong>en</strong>te le llevó directam<strong>en</strong>te al norte y, a las seis de la tarde, el Victoria sesituó sobre una pequeña isla desierta, a 0 0 3’ de latitud y 32 0 52’ de longitud, y a veintemillas de la costa.Los viajeros lograron anclar <strong>en</strong> un árbol; al anochecer calmó el vi<strong>en</strong>to y pudieronquedarse allí tranquilam<strong>en</strong>te. Era imp<strong>en</strong>sable tomar tierra, porque allí, lo mismo que <strong>en</strong>las orillas del Nyanza, las legiones de mosquitos cubrían el suelo como una d<strong>en</strong>sa nube.Joe volvió del árbol acribillado; pero, como le parecía muy natural que los mosquitospicas<strong>en</strong>, no se desazonó ni poco ni mucho.El doctor, sin embargo, m<strong>en</strong>os optimista, soltó toda la cuerda que le fue posible paralibrarse de aquellos despiadados insectos que asc<strong>en</strong>dían con un murmullo inquietante.El doctor estableció la altura del lago sobre el nivel del mar, tal como lo habíadeterminado el capitán Speke, es decir, tres mil seteci<strong>en</strong>tos cincu<strong>en</strong>ta pies.-¡Conque estamos <strong>en</strong> una isla! -dijo Joe, que se desollaba rascándose.-Una isla que podríamos recorrer <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os que canta un gallo -respondió el cazador- ydonde, salvo esos amables insectos, no se ve un solo ser vivo.-Las islas de que está el lago salpicado -respondió el doctor Fergusson- no son, <strong>en</strong>realidad, más que crestas de colinas sumergidas, y no hemos t<strong>en</strong>ido poca fortuna <strong>en</strong><strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> ellas un abrigo, porque las orillas del lago están pobladas de tribus feroces.Dormid, pues, ya que el cielo nos prepara una noche tranquila.-¿Y no harás tú otro tanto, Samuel?-No; yo no podría cerrar los ojos. Mis p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos me lo impedirían. Mañana, si elvi<strong>en</strong>to es favorable, marcharemos directam<strong>en</strong>te hacia el norte y tal vez descubramos lasfu<strong>en</strong>tes del Nilo, ese secreto hasta ahora imp<strong>en</strong>etrable. Tan cerca de las fu<strong>en</strong>tes del granrío me sería imposible conciliar el sueño.K<strong>en</strong>nedy y Joe, a qui<strong>en</strong>es no turbaban hasta tal extremo las preocupaciones ci<strong>en</strong>tíficas,no tardaron <strong>en</strong> dormirse profundam<strong>en</strong>te bajo la vigilancia del doctor Fergusson.El miércoles 23 de abril, a las cuatro de la mañana, el Victoría zarpaba. El cielo estabac<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>to; la noche abandonaba difícilm<strong>en</strong>te las aguas del lago, <strong>en</strong>vueltas totalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>una d<strong>en</strong>sa niebla que un vi<strong>en</strong>to viol<strong>en</strong>to <strong>en</strong>seguida disipó. El Victoría se balanceó porespacio de algunos minutos y por fin remontó directam<strong>en</strong>te hacia el norte.El doctor Fergusson palmoteó con alegría.-¡Estamos <strong>en</strong> el bu<strong>en</strong> camino! -exclamó-. ¡Si hoy no vemos el Nilo, no lo veremosnunca! ¡Amigos! pasamos el ecuador, <strong>en</strong>tramos <strong>en</strong> nuestro hemisferio!-¡Oh! -exclamó Joe-. ¿Usted cree, señor, que el ecuador pasa por aquí?-¡Justo por aquí, muchacho!-Pues bi<strong>en</strong>, con su permiso, me parece conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te que sin pérdida de tiempo lorociemos con un bu<strong>en</strong> trago.-¡Estup<strong>en</strong>do, v<strong>en</strong>ga un trago de grog! -respondió el doctor Fergusson, ri<strong>en</strong>do-. Ti<strong>en</strong>esuna manera nada tonta de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der la cosmografía.Y así se celebró el paso de la línea a bordo del Victoria.Este avanzaba rápidam<strong>en</strong>te. Se vislumbraba al oeste la costa baja y poco accid<strong>en</strong>tada, yal fondo las mesetas más elevadas del Uganda y el Usoga. La velocidad del vi<strong>en</strong>to eraexcesiva: casi treinta millas por hora.Las aguas del Nyanza, agitadas con fuerza, espumeaban como las olas del mar. El marde fondo que se percibía le indicó al doctor que el lago era muy profundo. Duranteaquella rápida travesía ap<strong>en</strong>as vieron una o dos embarcaciones toscas.


-Este lago -dijo el doctor- es evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, por su posición elevada, el depósito naturalde los ríos de la parte ori<strong>en</strong>tal de África, dándole el cielo <strong>en</strong> lluvia lo que le quita <strong>en</strong>vapor a sus aflu<strong>en</strong>tes. Me parece indudable que el Nilo nace aquí.-Lo veremos -replicó K<strong>en</strong>nedy.Hacia las nueve avistaron la costa oeste, que parecía desierta y poblada de árboles. Elvi<strong>en</strong>to aum<strong>en</strong>tó un poco hacia el este, y se pudo distinguir la otra orilla del lago. Ésta securvaba de manera que terminaba <strong>en</strong> un ángulo muy abierto, a 2 0 40’ de latitudsept<strong>en</strong>trional. Altas montañas erguían sus áridos picos <strong>en</strong> aquel extremo del Nyanza; pero<strong>en</strong>tre ellas una garganta profunda y sinuosa daba paso a un río que hervía con viol<strong>en</strong>cia.El doctor Fergusson, al tiempo que maniobraba el aeróstato, examinaba el terr<strong>en</strong>o conávida mirada.-¡Mirad! -exclamó-. ¡Mirad, amigos míos! ¡Las narraciones de los árabes eran del todoexactas! Hablaban de un río por el cual desagua hacia el norte el lago Ukereue, y ese ríoexiste, y nosotros seguimos su curso, y fluye con una rapidez comparable a nuestra propiavelocidad. ¡Y esa gota de agua que discurre bajo nuestros pies va indudablem<strong>en</strong>te aconfundirse con las olas del Mediterráneo! ¡Es el Nilo!-¡Es el Nilo! -repitió K<strong>en</strong>nedy, que se dejaba contagiar por el <strong>en</strong>tusiasmo de SamuelFergusson.-¡Viva el Nilo! -dijo Joe, que, cuando estaba alegre, vitoreaba gustoso cualquier cosa.Enormes rocas obstaculizaban <strong>en</strong> diversos puntos el curso de aquel misterioso río. Elagua espumeaba; formaba rápidos y cataratas que confirmaban al doctor <strong>en</strong> susprevisiones. De las montañas circundantes partían numerosos torr<strong>en</strong>tes; se podían contara c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares. De la tierra se veía brotar delgados hilos de agua, dispersos, que secruzaban, se confundían, rivalizaban <strong>en</strong> velocidad y se precipitaban <strong>en</strong> aquel riachueloque, después de absorberlos, se convertía <strong>en</strong> caudaloso río.-He aquí el Nilo -repitió el doctor con convicción-. El orig<strong>en</strong> de su nombre haapasionado a los sabios no m<strong>en</strong>os que el orig<strong>en</strong> de sus aguas. Se lo ha hecho derivar delgriego, del copto, del sánscrito; después de todo, es lo de m<strong>en</strong>os, ya que finalm<strong>en</strong>te hat<strong>en</strong>ido que revelar el secreto de su proced<strong>en</strong>cia.-Pero ¿cómo podremos estar seguros -preguntó el cazador- de que este río es el mismoque exploraron los viajeros del norte anteriorm<strong>en</strong>te?-T<strong>en</strong>dremos pruebas seguras, irrecusables, infalibles -respondió Fergusson-, si el vi<strong>en</strong>tosigue siéndonos propicio aunque no sea mas que una hora.Las montañas se separaban, dando paso a numerosas aldeas y a campos cultivados desésamo, dourrab y caña de azúcar. Las tribus de aquellas comarcas se mostraban agitadasy hostiles. Presinti<strong>en</strong>do extranjeros, y no dioses, parecían más prop<strong>en</strong>sas a la cólera que ala adoración. Se diría que el hecho de dirigirse a las fu<strong>en</strong>tes del Nilo significarausurparles algo. El Victoria tuvo que mant<strong>en</strong>erse fuera del alcance de los mosquetes.-Difícil será abordar aquí -dijo el escocés.-¡Peor para esos indíg<strong>en</strong>as! -replicó Joe-. Les privaremos del <strong>en</strong>canto de nuestraconversación.-Y sin embargo, es preciso que yo baje -respondió el doctor Fergusson-, aunque no seamás que un cuarto de hora. De otro modo, no puedo comprobar los resultados de nuestraexploración.-¿Es, pues, indisp<strong>en</strong>sable, Samuel?-Tan indisp<strong>en</strong>sable que bajaremos aunque t<strong>en</strong>gamos que andar a tiros.-No lo s<strong>en</strong>tiría -respondió K<strong>en</strong>nedy, acariciando su carabina.-Dispuesto estoy a bordo, señor -dijo Joe, aprestándose al combate.


-No será la primera vez -respondió el doctor- que la ci<strong>en</strong>cia haya t<strong>en</strong>ido que empuñarlas armas. A ellas se vio obligado a recurrir <strong>en</strong> las montañas de España un sabio francéscuando medía el meridiano terrestre.-Mantén la calma, Samuel, y confía <strong>en</strong> tus dos guardaespaldas.-¿Bajamos ya, señor?-Todavía no. Vamos a elevarnos un poco para conocer con exactitud la configuracióndel terr<strong>en</strong>o.El hidróg<strong>en</strong>o se dilató y, <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os de diez minutos, el Victoria planeaba a una altura dedos mil quini<strong>en</strong>tos pies del suelo.Desde allí se distinguía una inextricable red de arroyos que el río acogía <strong>en</strong> su lecho. Lamayor parte v<strong>en</strong>ían del oeste, atravesando fértiles campos y numerosas colinas.-Nos hallamos a m<strong>en</strong>os de nov<strong>en</strong>ta millas de Gondokoro -dijo el doctor, señalando elmapa-, y a m<strong>en</strong>os de cinco del punto alcanzado por los exploradores proced<strong>en</strong>tes delnorte. Acerquémonos a tierra con precaucion.El Victoria desc<strong>en</strong>dió más de dos mil pies.-Ahora, amigos, preparaos para cualquier cosa.-Lo estamos -respondieron Dick y Joe.-¡Bi<strong>en</strong>!Muy pronto, el Victoria avanzó sigui<strong>en</strong>do el lecho del río y ap<strong>en</strong>as a ci<strong>en</strong> pies de éste.En aquel punto, el Nilo medía cincu<strong>en</strong>ta toesas, y <strong>en</strong> las aldeas de las orillas los indíg<strong>en</strong>asse agitaban tumultuosam<strong>en</strong>te. Al llegar al segundo grado, el río forma una cascadavertical de unos diez pies de altura y, por consigui<strong>en</strong>te, infranqueable.-Aquí t<strong>en</strong>emos la cascada indicada por Debono -exclamó el doctor.El cauce del río se <strong>en</strong>sanchaba y estaba sembrado de numerosos islotes que SamuelFergusson devoraba con la mirada; parecía buscar un punto de refer<strong>en</strong>cia que no<strong>en</strong>contraba.Unos negros se habían acercado <strong>en</strong> una barca hasta quedar situados debajo del <strong>globo</strong>.K<strong>en</strong>nedy les saludó con un disparo, y, aunque no hirió a ninguno, todos huyeronprecipitadam<strong>en</strong>te a la orilla.-¡Bu<strong>en</strong> viaje! -les deseó Joe-. Si yo fuera qui<strong>en</strong> estuviese <strong>en</strong> su pellejo, no volvería; medaría miedo un monstruo que lanza rayos a voluntad.De pronto, el doctor Fergusson cogió su anteojo y examinó la isla que había <strong>en</strong> mediodel río.-¡Cuatro árboles! --exclamó-. ¡Mirad allá abajo!En efecto, <strong>en</strong> su extremo se alzaban cuatro árboles aislados.-¡Es la isla de B<strong>en</strong>ga! -añadió.-¿Y qué? -preguntó Dick.-Allí bajaremos, si Dios quiere.-¡Pero parece habitada, señor Samuel!-Joe ti<strong>en</strong>e razón; si no me equivoco, hay un grupo de unos veinte indíg<strong>en</strong>as.-Los asustaremos para que huyan -replicó Fergusson-. No será empresa difícil.-De acuerdo -asintió el cazador.El sol estaba <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>it. El Victoria se acercó a la isla. Los negros, pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes a latribu de Makado, prorrumpieron <strong>en</strong> gritos desaforados. Uno de ellos agitaba su sombrerode corteza. K<strong>en</strong>nedy apuntó hacia el sombrero, disparó y lo hizo pedazos.Se produjo una desbandada g<strong>en</strong>eral. Los indíg<strong>en</strong>as se echaron al río precipitadam<strong>en</strong>te ylo atravesaron a nado. Enseguida partió de las dos orillas una granizada de balas y unalluvia de flechas, pero sin peligro para el aeróstato, cuya ancla había hincado sus uñas <strong>en</strong>la h<strong>en</strong>didura de una roca. Joe se deslizó por la cuerda.


-¡La escala! -gritó el doctor-. Sígueme, K<strong>en</strong>nedy.-¿Qué vas a hacer?-Bajemos; necesito un testigo.-Heme aquí.-Joe, alerta.-Respondo de todo, señor. Esté tranquilo.-¡V<strong>en</strong>, Dick! -dijo el doctor al llegar a tierra.Y llevó a su companero hacia un grupo de rocas que se levantaban <strong>en</strong> la punta de laisla. Una vez allí, se pasó un rato buscando, escudriñó <strong>en</strong>tre la maleza y se ll<strong>en</strong>ó lasmanos de sangre.De rep<strong>en</strong>te, agarró con fuerza el brazo del cazador.~Mira -le dijo.-¡Letras! -exclamó K<strong>en</strong>nedy.En efecto, aparecían dos letras grabadas con toda claridad <strong>en</strong> la roca. Se leíaperfectam<strong>en</strong>te:A. D.-A.D. -especificó el doctor Fergusson-. ¡Andrea Debono! ¡La firma del viajero que másse ha acercado a las fu<strong>en</strong>tes del Nilo!-El hecho es irrebatible, Samuel.-¿Estás conv<strong>en</strong>cido ahora?-¡No cabe duda, es el Nilo!El doctor miró por última vez aquellas preciosas iniciales, cuya forma y dim<strong>en</strong>sionescopió exactam<strong>en</strong>te.-Y ahora -dijo-, al <strong>globo</strong>.-Rápido, porque veo algunos indíg<strong>en</strong>as que se preparan para cruzar el río.-¡Ya poco nos importa! Que el vi<strong>en</strong>to nos empuje hacia el norte durante algunas horas:llegaremos a Gondokoro y estrecharemos la mano de nuestros compatriotas.Diez minutos después, el Victoria se elevaba majestuosam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> tanto que el doctorFergusson, <strong>en</strong> señal de triunfo, desplegaba el pabellón con las armas de Inglaterra.XIXEl Nilo. - La montaña temblorosa. - Recuerdos decasa. - Las narraciones de los árabes. - Los nyamnyam.- Reflexiones s<strong>en</strong>satas de Joe. - El Victoria dabordadas. - Las asc<strong>en</strong>siones aerostáticas. - MadameBlanchard-¿Cuál es nuestra dirección? -preguntó K<strong>en</strong>nedy a su amigo, que estaba consultando labrújula.-Norte-noroeste.-¡Entonces no es norte!-No, Dick, y creo que nos resultará difícil llegar a Gondokoro. Lo si<strong>en</strong>to; pero, <strong>en</strong> fin,hemos <strong>en</strong>lazado las exploraciones del este con las del norte y, por consigui<strong>en</strong>te, nopodemos quejarnos.El Victoria se alejaba poco a poco del Nilo.-Quiero dirigir una última mirada -dijo el doctor- a esta altitud infranqueable que nuncahan podido traspasar los más intrépidos viajeros. Ahí están esas intratables tribus que


m<strong>en</strong>cionan Petherick, D'Arnaud, Miani y el jov<strong>en</strong> viajero Lejean, a qui<strong>en</strong> se deb<strong>en</strong> losmejores trabajos sobre el Alto Nilo.-¿Quiere eso decir -preguntó K<strong>en</strong>nedy- que nuestros descubrimi<strong>en</strong>tos concuerdan conlos pres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de la ci<strong>en</strong>cia?-Completam<strong>en</strong>te. Las fu<strong>en</strong>tes del Nilo Blanco, del Bahr-el-Abiad, están sumergidas <strong>en</strong>un lago que parece un mar; allí es donde el río nace. Sin lugar a dudas, la poesía saldráperdi<strong>en</strong>do, pues gustaba atribuirle a este rey de los ríos un orig<strong>en</strong> celestial. Los antiguoslo llamaron oceano, y algunos creyeron que procedía directam<strong>en</strong>te del sol. Pero espreciso ceder y aceptar de vez <strong>en</strong> cuando lo que la ci<strong>en</strong>cia nos <strong>en</strong>seña. Quizá no haya sabiossiempre; pero siempre habrá poetas.-Aún se distingu<strong>en</strong> cataratas -dijo Joe.-Son las cataratas de Makedo, a tres grados de latitud. ¡No hay nada más exacto! ¡Quélástima que no hayamos podido seguir por espacio de algunas horas el curso del Nilo!-Y allá abajo, delante de nosotros -dijo el cazador-, distingo la cima de una montaña.-Es el monte Logwek, la montaña temblorosa de los árabes. Toda esta comarca ha sidoexplorada por Debono, que la recorría bajo el nombre de Letif Eff<strong>en</strong>di. Las tribuspróximas al Nilo son <strong>en</strong>emigas unas de otras y ti<strong>en</strong>d<strong>en</strong> a exterminarse mutuam<strong>en</strong>te.Imaginaos cuántos peligros habrá t<strong>en</strong>ido que afrontar Debono.El vi<strong>en</strong>to conducía al Victoria hacia el noroeste. Para evitar el monte Logwek, fuepreciso buscar una corri<strong>en</strong>te más inclinada.-Amigos –dijo el doctor a sus dos compañeros-, ahora empezaremos verdaderam<strong>en</strong>t<strong>en</strong>uestra travesía africana. Hasta hoy ap<strong>en</strong>as hemos hecho mas que seguir las huellas d<strong>en</strong>uestros predecesores. En lo sucesivo nos lanzaremos a lo desconocido. ¿Nos faltarávalor?-No -respondieron a un mismo tiempo Dick y Joe.-¡Adelante, pues, y que el cielo nos proteja!A las diez de la noche, sobrevolando hondonadas, bosques y aldeas dispersas, losviajeros llegaban a la verti<strong>en</strong>te de la montaña temblorosa, pasando por <strong>en</strong>tre susinhabitadas colinas.Aquel memorable día 23 de abril, <strong>en</strong> quince horas de marcha habían recorrido, aimpulsos de un vi<strong>en</strong>to fuerte, una distancia de más de tresci<strong>en</strong>tas quince millas.Pero esta última parte del viaje les había dejado una impresión triste. Reinaba <strong>en</strong> labarquilla un sil<strong>en</strong>cio completo. ¿Estaba el doctor Fergusson reflexionando <strong>en</strong> susdescubrimi<strong>en</strong>tos? ¿P<strong>en</strong>saban sus dos compañeros <strong>en</strong> aquella travesía por regionesdesconocidas? Algo de eso había, sin duda, mezclado con los más vivos recuerdos deInglaterra y de los amigos lejanos. Joe era el único que daba muestras de unadespreocupada filosofía, pareciéndole muy natural que la patria no estuviese allí estando<strong>en</strong> otra parte; pero respetó el sil<strong>en</strong>cio de Samuel Fergusson y de Dick K<strong>en</strong>nedy.A las diez de la noche el Victoria «fondeó» <strong>en</strong> un punto de la montaña temblorosa; losexpedicionarios c<strong>en</strong>aron debidam<strong>en</strong>te y se durmieron, quedando, como siempre, uno deellos de guardia.Al día sigui<strong>en</strong>te se despertaron más ser<strong>en</strong>os. Hacía un tiempo delicioso y el vi<strong>en</strong>to erafavorable; un almuerzo condim<strong>en</strong>tado con los chistes de Joe acabó de devolver el bu<strong>en</strong>humor a todos.La comarca que <strong>en</strong>tonces recorrían confina con las montañas de la Luna y las delDarfur, y es casi tan ext<strong>en</strong>sa como toda Europa.-Atravesamos, sin duda -dijo el doctor-, la tierra que se ha dado <strong>en</strong> llamar reino deUsoga. Algunos geografos afirman que <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de África hay una vasta depresión, uninm<strong>en</strong>so lago c<strong>en</strong>tral. Veremos si tal teoría ti<strong>en</strong>e algún viso de verdad.


-Pero ¿cómo se ha podido hacer una suposicion semejante? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Por las narraciones de los árabes. Los árabes son muy aficionados a los cu<strong>en</strong>tos, tal vezdemasiado. Algunos viajeros, al llegar a Kazeh o a los Grandes Lagos, vieron esclavosproced<strong>en</strong>tes de las comarcas c<strong>en</strong>trales y les pidieron noticias de su país. De este modoreunieron un legajo de docum<strong>en</strong>tos que les sirvieron de base para elaborar teorías. En elfondo de todo eso siempre hay algo cierto, pues ya hemos visto que no se equivocabanrespecto al nacimi<strong>en</strong>to del Nilo.-En efecto, no se equivocaban -respondió K<strong>en</strong>nedy.-Basándose <strong>en</strong> esos docum<strong>en</strong>tos se han trazado mapas, <strong>en</strong>tre ellos el que t<strong>en</strong>go a la vistapara que me sirva de guía y que me propongo rectificar <strong>en</strong> caso necesario.-¿Toda esta región está habitada? -preguntó Joe.-Sin duda, y mal habitada, por cierto -respondió el doctor.-Me lo figuraba.-Estas tribus dispersas se hallan agrupadas bajo la d<strong>en</strong>ominación g<strong>en</strong>érica d<strong>en</strong>yam-nyam, y este nombre no es más que una onomatopeya tomada del ruido queproduce la masticación.-¡Perfectam<strong>en</strong>te expresado! -dijo Joe-. ¡Nyam! ¡Nyam!-Si tú, Joe, fueses la causa inmediata de esta onomatopeya, no te parecería tan perfecta.-¿Qué quiere decir, señor?-Que estos pueblos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> fama de antropófagos.-¿De veras?-¡Y tan de veras! Se dijo también que estos indíg<strong>en</strong>as estaban provistos de rabo, comola mayor parte de los cuadrúpedos; pero luego se reconoció que tal apéndice pert<strong>en</strong>ecía ala piel de animal con que se vestían.-¡Lástima! Un bu<strong>en</strong> rabo va muy bi<strong>en</strong> para espantar a los mosquitos.-Es posible, Joe; pero debemos relegar eso del rabo a la categoría de las fábulas, comolas cabezas de perro que el viajero Brun-Rollet atribuía a ciertos pueblos.-¿Cabezas de perro? Para aullar y hasta para ser antropófago no me parece del todomal.-Lo que desgraciadam<strong>en</strong>te no admite duda es la ferocidad de estos pueblos, muy ávidosde carne humana.-S<strong>en</strong>tiría que probaran la mía -dijo Joe.-¿De veras? -dijo el cazador.-Como lo oye, señor Dick. Si estoy predestinado a ser comido <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to dehambre, que sea <strong>en</strong> su provecho y <strong>en</strong> el de mi señor. Pero ¡servir de pasto a esos salvajes!¡Me moriría de vergü<strong>en</strong>za!-De acuerdo, Joe -dijo K<strong>en</strong>nedy-, contamos contigo si se da el caso.-A su disposicion, s<strong>en</strong>ores.-Adivino la treta -replicó el doctor-; lo que Joe quiere es que le tratemos a cuerpo de reyy lo <strong>en</strong>gordemos-¡Tal vez! -respondió Joe-. ¡Los hombres somos tan egoístas!Por la tarde, una niebla cali<strong>en</strong>te que rezumaba del sol cubrió el cielo; ap<strong>en</strong>as permitíadistinguir los objetos, por lo que, temi<strong>en</strong>do chocar contra algún pico imprevisto, eldoctor, a eso de las cinco, dispuso que se echase el ancla. No sobrevino ningún accid<strong>en</strong>tedurante la noche, pero la profunda oscuridad reclamó una vigilancia extrema.Al amanecer del día sigui<strong>en</strong>te el monzón sopló con gran viol<strong>en</strong>cia; el vi<strong>en</strong>to p<strong>en</strong>etrabacon ímpetu <strong>en</strong> las cavidades del <strong>globo</strong> y agitaba viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te el apéndice por el que<strong>en</strong>traban los tubos de dilatación. Fue necesario sujetar los tubos con cuerdas, operaciónque Joe practicó muy hábilm<strong>en</strong>te.


Al mismo tiempo, se aseguró de que el orificio del <strong>globo</strong> permanecía herméticam<strong>en</strong>tecerrado.-La importancia que eso ti<strong>en</strong>e para nosotros -dijo el doctor Fergusson- es doble. Enprimer lugar, evitamos la pérdida de un gas precioso y, <strong>en</strong> segundo lugar, no dejamos anuestro alrededor un reguero inflamable, al cual tarde o temprano pr<strong>en</strong>deríamos fuego.-Lo cual sería un incid<strong>en</strong>te fastidioso -dijo Joe.-Si tal sucediese, ¿caeriamos despeñados? -preguntó Dick.-¡No! El gas ardería gradualm<strong>en</strong>te y nosotros bajariamos poco a poco. De esteaccid<strong>en</strong>te fue víctima Madame Blanchard, aeronauta francesa que pr<strong>en</strong>dió fuego a su<strong>globo</strong> disparando cohetes desde la barquilla. No cayó precipitada, y seguram<strong>en</strong>te nohabría muerto si no hubiese t<strong>en</strong>ido la desgracia de que su barquilla chocase contra unachim<strong>en</strong>ea, desde la cual cayó al suelo.-Esperemos que no -dijo el cazador-. Hasta ahora nuestra travesla no me parecepeligrosa, y no veo razon que nos impida llegar a nuestra meta.-Ni yo tampoco, amigo Dick. Los accid<strong>en</strong>tes han sido casi siempre causados por laimprud<strong>en</strong>cia de los aeronautas o por la mala construcción de sus aparatos, y aun así,contándose por millares las asc<strong>en</strong>siones aerostáticas, no se consignan más que veinteaccid<strong>en</strong>tes que hayan ocasionado la muerte. En g<strong>en</strong>eral, el mom<strong>en</strong>to de tomar tierra y elde empezar la asc<strong>en</strong>sión son los más peligrosos, y durante ellos no debemos omitirprecaución alguna.-Ha llegado la hora de almorzar -dijo Joe-. T<strong>en</strong>dremos que cont<strong>en</strong>tamos con carne <strong>en</strong>conserva y café, hasta que al señor K<strong>en</strong>nedy se le pres<strong>en</strong>te la ocasión de regalarnos conuna bu<strong>en</strong>a ración de v<strong>en</strong>ado.XXLa botella celeste. - La higuera-palmera. - Losmammouth trees. - El árbol de la guerra. - El tiroalado. - Combate <strong>en</strong>tre dos tribus. - Carniceria. -Interv<strong>en</strong>ción divinaEl vi<strong>en</strong>to arreció horriblem<strong>en</strong>te y perdió su regularidad. El Victoria bordeabaincesantem<strong>en</strong>te, mirando tan pronto al norte como al sur, sin poder tomar ningún rumbodeterminado.-Nos movemos mucho y avanzamos poco -dijo K<strong>en</strong>nedy, observando las frecu<strong>en</strong>tesoscilaciones de la aguja imantada.-El Victoria se mueve a una velocidad que no baja de treinta leguas por hora -dijoSamuel Fergusson-. Asomaos y veréis cuán rápidam<strong>en</strong>te desaparece el campo bajonuestros pies. ¡Mirad! Aquel bosque parece que se precipita contra nosotros.-El bosque se ha convertido ya <strong>en</strong> un raso -respondió el cazador.-Y el raso <strong>en</strong> una aldea -añadió Joe unos instantes después-. ¡Qué caras de negros sev<strong>en</strong> tan embobadas!-Es muy natural -respondió el doctor-. En Francia, los campesinos, al aparecer losprimeros <strong>globo</strong>s, hicieron a éstos fuego tomándolos por monstruos aereos; porconsigui<strong>en</strong>te, bi<strong>en</strong> se puede permitir a un negro de Sudán manifestar su asombro.-Señor, con su permiso voy a echarles una botella vacía -dijo Joe, mi<strong>en</strong>tras el Victoriapasaba a unos ci<strong>en</strong> pies de una aldea-. Si la botella llega <strong>en</strong>tera, la adorarán; si se hacepedazos, cada uno de ellos se convertirá <strong>en</strong> un talismán prodigioso.Y sin más, tiró una botella, que al llegar al suelo se hizo añicos, como era natural, y losindíg<strong>en</strong>as se metieron precipitadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus chozas lanzando horribles gritos.


Un poco más adelante K<strong>en</strong>nedy exclamó:-¡Mirad qué árbol más extraño! Por arriba es de una especie y por abajo de otra.-¡Ésta sí que es bu<strong>en</strong>a! -dijo Joe-. En este país nac<strong>en</strong> los árboles unos sobre otros.-Es pura y simplem<strong>en</strong>te un tronco de higuera -explicó el doctor-, sobre el cual ha caídoun poco de tierra vegetal. El vi<strong>en</strong>to ha llevado hasta allí una semilla de palmera, y ésta hacrecido igual que <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o campo.-Es un bu<strong>en</strong> procedimi<strong>en</strong>to -dijo Joe-, que pi<strong>en</strong>so introducir <strong>en</strong> Inglaterra. Con élmejorarán mucho los parques de Londres y se multiplicarán considerablem<strong>en</strong>te losárboles frutales. Los huertos se ext<strong>en</strong>derán a lo alto, lo que será una gran v<strong>en</strong>taja para lospropietarios de pequeños terr<strong>en</strong>os.En aquel mom<strong>en</strong>to fue preciso elevar el Victoria para salvar un bosque de secularesbanianos de más de tresci<strong>en</strong>tos pies de altura.-¡Magníficos árboles! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. No he visto nada tan hermoso como elaspecto de esos v<strong>en</strong>erables bosques. Míralos, Samuel.-La altura de esos banianos es verdaderam<strong>en</strong>te maravillosa, amigo Dick; y sin embargo,no t<strong>en</strong>dría nada de excepcional <strong>en</strong> los bosques del Nuevo Mundo.-¡Cómo! ¿Hay árboles aún más altos?-Sin duda los hay <strong>en</strong>tre los conocidos como mammouth trees. En California se <strong>en</strong>contróun cedro de cuatroci<strong>en</strong>tos pies de altura, es decir, más alto que la torre del Parlam<strong>en</strong>to yque la gran pirámide de Egipto. La base t<strong>en</strong>ía ci<strong>en</strong>to veinte pies de circunfer<strong>en</strong>cia, y porlas capas concéntricas de su madera pudo calcularse que t<strong>en</strong>ía más de cuatro mil años.-No era, pues, extraño que estuviese tan crecidito. En cuatro mil años da tiempo a darun bu<strong>en</strong> estirón.Pero, durante la anécdota del doctor y la respuesta de Joe, el bosque había dado paso aun grupo de chozas dispuestas circularm<strong>en</strong>te alrededor de un plaza. En su c<strong>en</strong>tro selevantaba un único árbol que hizo exclamar a Joe:-Pues si éste lleva cuatro mil años dando semejantes flores, no me parece algo digno deelogio.Y señalaba un sicomoro gigantesco, cuyo tronco desaparecía <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te bajo unmontón de huesos humanos. Las flores a que se refería Joe eran cabezas recién cortadas,clavadas <strong>en</strong> la corteza con puñales.-¡El árbol de guerra de los canibales! -dijo el doctor-. Los indios arrancan el cuerocabelludo, y los africanos toda la cabeza.-Claro, eso dep<strong>en</strong>de de la moda de cada país -dijo Joe.La aldea de las cabezas sangri<strong>en</strong>tas desapareció <strong>en</strong> el horizonte, y se pres<strong>en</strong>tó <strong>en</strong>toncesotro espectáculo no m<strong>en</strong>os repugnante: cadáveres medio devorados, esqueletoscarcomidos y miembros humanos desparramados, dejados para pasto de hi<strong>en</strong>as ychacales.-Son, sin duda, cuerpos de criminales. Al igual que <strong>en</strong> Abisinia, los dejan a merced delos animales carniceros, que los devoran después de haberlos despedazado.-No es mucho más cruel que la horca -dijo el escocés-. Tan sólo más asqueroso.-En las regiones del sur de África -repuso el doctorse <strong>en</strong>cierra a los criminales <strong>en</strong> supropia choza, con su ganado y algunas veces con toda su familia, y les pr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> fuego.-Eso es, sin duda, una crueldad, pero conv<strong>en</strong>go con K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong> que la horca no esm<strong>en</strong>os bárbara.Joe, con la excel<strong>en</strong>te vista de que tan bu<strong>en</strong> uso sabía hacer, distinguió <strong>en</strong> el horizontealgunas bandadas de aves de rapiña.-Son águilas -exclamó K<strong>en</strong>nedy, tras haberlas reconocido con su anteojo-. Unosmagníficos pájaros, cuyo vuelo es tan rápido como el nuestro.


-¡Llbr<strong>en</strong>os el cielo de sus ataques! --dijo el doctor-. Para los que viajamos por el aire,son más terribles que las fieras y las tribus salvajes.-¡Bah! -respondió el cazador-. Con unos cuantos tiros las ahuy<strong>en</strong>taríamos.-Prefiero, amigo Dick, no t<strong>en</strong>er que recurrir a tu habilidad; el tafetán del <strong>globo</strong> noresistiría sus picotazos. Afortunadam<strong>en</strong>te, me parece que nuestra máquina, lejos deatraerlas, las asusta.-Se me ocurre una idea -intervino Joe-. Hoy estoy <strong>en</strong> v<strong>en</strong>a, y a cada instante brota de micerebro una nueva. Si pudiésemos formar un tiro de águilas vivas y <strong>en</strong>gancharlas al<strong>globo</strong>, nos arrastrarían por los aires.-El método ha sido propuesto <strong>en</strong> serio -respondió el doctor-, pero me parece pocopracticable con animales tan ariscos por naturaleza.-Las adiestraríamos -repuso Joe-. En lugar de ponerles bocado, las guiariamos pormedio de unas anteojeras que les tapas<strong>en</strong> los ojos. Tapando uno de los dos, según cuálfuese éste, irían a derecha o a izquierda, y tapando los dos se det<strong>en</strong>drían.-Permíteme, Joe, preferir un vi<strong>en</strong>to favorable a tus águilas de tiro; su manut<strong>en</strong>ciónresulta más barata, y es mas seguro.-Se lo permito, señor;, pero no echo la idea <strong>en</strong> saco roto.Era mediodía. Desde hacía un rato, el Victoria avanzaba a una velocidad másmoderada; la tierra ya no huía a sus pies, simplem<strong>en</strong>te pasaba.De pronto llegaron a oídos de los viajeros gritos y silbidos que les hicieron asomarsepara ofrecerles un espectáculo emocionantísimo.Dos tribus se batían <strong>en</strong>carnizadam<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>volviéndose <strong>en</strong> nubes de flechas. Cegados porel furor de la pelea, los combati<strong>en</strong>tes no se percataron de la llegada del Victoria. Eranunos tresci<strong>en</strong>tos, habi<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tre ellos algunos que, revolcándose <strong>en</strong> la sangre de losheridos, ofrecían un cuadro de lo más nauseabundo.Al ver el <strong>globo</strong>, hicieron cesar un mom<strong>en</strong>to las hostilidades. Luego multiplicaron susaullidos y dispararon algunas flechas contra la barquilla. Una de ellas pasó tan cerca queJoe la cogió al vuelo con la mano.-¡Pongámonos fuera de tiro! -exclamó el doctor Fergusson-. No podemos permitirnosninguna imprud<strong>en</strong>cia.Después de la tregua, empezó de nuevo la matanza con azagayas y hachas; <strong>en</strong> cuantoun <strong>en</strong>emigo caía, era instantáneam<strong>en</strong>te decapitado por su adversario. Las mujerestomaban parte <strong>en</strong> la refriega, recogi<strong>en</strong>do las <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tadas cabezas y apilándolas aambos extremos del campo de batalla. A veces se peleaban para quedarse con losasquerosos trofeos.-¡Repugnante esc<strong>en</strong>a! -exclamó K<strong>en</strong>nedy con profundo asco.-¡M<strong>en</strong>uda pandilla! -dijo Joe-. Y sin embargo, si llevaran uniforme serían como todoslos guerreros del mundo.-¡Qué ganas t<strong>en</strong>go de interv<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> el combate! -repuso el cazador, apuntando con sucarabina.-¡No! -respondió al mom<strong>en</strong>to el doctor-. ¡No nos metamos <strong>en</strong> camisa de once varas!¿Sabes acaso cuál de los dos bandos ti<strong>en</strong>e razón para asumir el papel de la Provid<strong>en</strong>cia?Huyamos pronto de tan repugnante espectáculo. Si los grandes capitales pudierandominar así el esc<strong>en</strong>ario de sus hazañas, acabarían tal vez por perder la afición a la sangrey las conquistas.El jefe de una de las tribus se distinguía por una constitución atlética, unida a unafuerza hercúlea. Con una mano clavaba la lanza <strong>en</strong> las compactas filas de sus <strong>en</strong>emigos, ycon la otra descargaba el hacha. En un mom<strong>en</strong>to dado, tiro su <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tada azagaya, se


precipitó sobre un herido a qui<strong>en</strong> cortó un brazo de un tajo, cogió el miembro aúnpalpitante y empezó a devorarlo.-¡Qué horrible bestia! -dijo K<strong>en</strong>nedy-. ¡No puedo seguir cont<strong>en</strong>iéndome!Y el guerrero, herido de un balazo <strong>en</strong> la fr<strong>en</strong>te, cayó de espaldas.Al verlo caer, se apoderó de sus guerreros un profundo estupor. Aquella muertesobr<strong>en</strong>atural los dejó helados y reanimó el ardor de sus adversarios, que les obligaron aabandonar el campo de batalla.-Busquemos más arriba una corri<strong>en</strong>te que nos aleje de aquí -dijo el doctor-. Esteespectáculo me resulta vomitivo.Pero, por mucha que fuese la prisa que se dio <strong>en</strong> partir, tuvo que ver cómo la tribuvictoriosa se precipitaba sobre los muertos y heridos y se disputaba aquella carne aúncali<strong>en</strong>te, que devoraba con la mayor ansia.-¡Qué asco! -dijo Joe-. ¡Es nauseabundo!El Victoria se elevaba a medida que se iba dilatando. Los aullidos de la horda ebria desangre lo siguieron algún tiempo; finalm<strong>en</strong>te, fue impelido hacia el sur y se apartó deaquella esc<strong>en</strong>a de carniceria y antropofagia.El terr<strong>en</strong>o pres<strong>en</strong>taba accid<strong>en</strong>tes variados, y lo surcaban numerosos cursos de agua quefluían hacia el este; sin duda eran tributarlos de esos aflu<strong>en</strong>tes del lago Nu o del río de lasGacelas, del cual Lejean ha hecho detalles realm<strong>en</strong>te curiosos.Llegada la noche, el Victoria echó el ancla a 27 0 de longitud y 4 0 20’ de latitudsept<strong>en</strong>trional, después de una travesía de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta millas.XXIRumores extraños. - Un ataque nocturno. - K<strong>en</strong>nedy yJoe <strong>en</strong> el árbol - Dos disparos. - ¡A mí! ¡A mí! -Respuesta <strong>en</strong> francés. - La mañana. - El misionero. -El plan de salvaciónOscurecía con gran rapidez. El doctor, sin poder reconocer el terr<strong>en</strong>o, había <strong>en</strong>ganchadoel <strong>globo</strong> a un árbol muy alto, del cual distinguía a duras p<strong>en</strong>as confusas formas.Empezó su guardia a las nueve, como t<strong>en</strong>ía por costumbre, y Dick le relevó a las doce.-¡Vigilancia, Dick, mucha vigilancia! -recom<strong>en</strong>dó el doctor.-¿Hay alguna novedad?-No, pero no puedo asegurar de una manera positiva dónde nos ha traído el vi<strong>en</strong>to, ycreo haber oído debajo de nosotros vagos rumores. Un exceso de prud<strong>en</strong>cia no resultaráperjudicial.-Habrás oído los gritos de algunas fieras.-No, me ha parecido otra cosa... En fin, veremos; a la m<strong>en</strong>or alarma no dejes dedespertarnos.-Duerme tranquilo.El doctor, después de haber escuchado de nuevo con la mayor at<strong>en</strong>ción, sin oír nada departicular, se echó sobre su manta y no tardó <strong>en</strong> dormirse.El cielo estaba cubierto de d<strong>en</strong>sas nubes, pero ni un soplo de aire turbaba latranquilidad de la atmósfera. El Victoria, sujeto con una sola ancla, no experim<strong>en</strong>tabaoscilación alguna.K<strong>en</strong>nedy, acodado <strong>en</strong> la barquilla de manera que le permitiese vigilar el soplete,consideraba aquella oscura calma. Interrogaba el horizonte, y, como suele sucederles aqui<strong>en</strong>es pose<strong>en</strong> un espíritu inquieto o previsor, de vez <strong>en</strong> cuando su mirada creíadistinguir vagos resplandores.


Hasta hubo un mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que creyó percibir uno muy claram<strong>en</strong>te a dosci<strong>en</strong>tos pasosde distancia; pero no fue más que un destello, tras el cual no volvió a ver nada.Era, sin duda, una de esas s<strong>en</strong>saciones luminosas que el aparato de la visión se forja <strong>en</strong>las oscuridades profundas.K<strong>en</strong>nedy se tranquilizó y volvió a abismarse <strong>en</strong> su contemplación indecisa, cuandoh<strong>en</strong>dió los aires un agudo silbido.¿Era el grito de un animal, de algún pájaro nocturno? ¿Salía de labios humanos?K<strong>en</strong>nedy, compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do la gravedad de la situacion, estuvo a punto de despertar a suscompañeros, pero como, fuer<strong>en</strong> hombres o animales, no estaban a su alcance, se limitó acomprobar que sus armas estaban cargadas y, con un anteojo de noche, abismó su mirada<strong>en</strong> el espacio.Creyó vislumbrar debajo de la barquilla ciertas formas vagas que se deslizabancuidadosam<strong>en</strong>te hacia el árbol y, al pálido resplandor de un rayo de luna que se filtrócomo un relámpago <strong>en</strong>tre dos nubes, reconoció claram<strong>en</strong>te a un grupo de individuos quese agitaban <strong>en</strong> la sombra.Recordó <strong>en</strong>tonces la av<strong>en</strong>tura de los cinocéfalos y tocó con la mano al doctor <strong>en</strong> elhombro.El doctor se despertó inmediatam<strong>en</strong>te.-Sil<strong>en</strong>cio -dijo K<strong>en</strong>nedy-, hablemos <strong>en</strong> voz baja.-¿Ocurre algo?-Sí; despertemos a Joe.En cuanto Joe se levantó, el cazador refirió lo que había visto.-¿Otra vez los malditos monos ? -dijo Joe.-Es posible; pero debemos tomar precauciones.-Joe y yo -dijo K<strong>en</strong>nedy- bajaremos al árbol por la escala.-Y <strong>en</strong>tretanto -respondió el doctor- yo tomaré mis medidas para poder asc<strong>en</strong>derrápidam<strong>en</strong>te.-De acuerdo.-Bajemos -dijo Joe.-No hagáis uso de las armas mas que <strong>en</strong> último extremo; es inútil revelar nuestrapres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> estos parajes.Dick y Joe contestaron con un ademán. Se deslizaron sin ruido hacia el árbol y secolocaron <strong>en</strong> la horquilla formada por las dos gruesas ramas donde el ancla había clavadosus uñas.Llevaban unos minutos escuchando, sin moverse y casi sin respirar, <strong>en</strong>tre el follaje,cuando se produjo como un roce <strong>en</strong> la corteza y Joe asió la mano del escocés.-¿ Oye?-Sí; se acerca.-¿Será una serpi<strong>en</strong>te? El silbido que ha oído...-¡No! T<strong>en</strong>ía algo de humano.-Prefiero que sean salvajes. Los reptiles me repugnan.-El ruido aum<strong>en</strong>ta -repuso K<strong>en</strong>nedy poco después.-¡Sí! Algo sube, alguno trepa.-Vigila este lado; yo me <strong>en</strong>cargó del otro.-Bi<strong>en</strong>.Se hallaban aislados <strong>en</strong> la cima de una robusta rama que arrancaba verticalm<strong>en</strong>te delc<strong>en</strong>tro del baobab, que parecía él solo todo un bosque. La oscuridad, aum<strong>en</strong>tada por elespeso follaje, era profunda; sin embargo, Joe, indicando a K<strong>en</strong>nedy la parte inferior delárbol, le dijo al oído:


-Negros.Algunas palabras pronunciadas <strong>en</strong> voz baja llegaron a los dos viajeros.Joe se preparó para disparar.-Aguarda -dijo K<strong>en</strong>nedy.Unos salvajes, <strong>en</strong> efecto se habían <strong>en</strong>caramado por el baobab; brotaban de todas partes,subi<strong>en</strong>do por las ramas como reptiles, con l<strong>en</strong>titud, pero con aplomo; les d<strong>en</strong>unciaban lasemanaciones de sus cuerpos, frotados con una grasa infecta.No tardaron <strong>en</strong> aparecer dos cabezas ante K<strong>en</strong>nedy y Joe, justo a la altura de la ramaque ocupaban.-¡At<strong>en</strong>ción! -dijo K<strong>en</strong>nedy-. ¡Fuego!La doble detonación retumbó como un tru<strong>en</strong>o y se extinguió <strong>en</strong>tre gritos de dolor. Enun mom<strong>en</strong>to, toda la horda había desaparecido.Pero <strong>en</strong> medio de los aullidos había sonado un grito extraño, inesperado, imposible. Deuna boca humana salieron estas palabras pronunciadas <strong>en</strong> francés: « ¡A mí! ¡A mí! »K<strong>en</strong>nedy y Joe, atónitos, volvieron a la barquilla a toda prisa.-¿Habéis oído? -les preguntó el doctor.-¡Perfectam<strong>en</strong>te!-¡Un francés <strong>en</strong> manos de esos bárbaros!-¿Un viajero?-¡Un misionero tal vez!-¡Pobrecillo! -exclamó el cazador-. ¡Lo están martirizando!El doctor procuraba <strong>en</strong> vano ocultar su emoción.-No hay duda -dijo-. Un desdichado francés ha caí do <strong>en</strong> manos de esos salvajes. Peronosotros no partiremos sin haber hecho todo lo posible por salvarle. Al oí nuestrosdisparos, habrá p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> un auxilio inesperado, <strong>en</strong> una interv<strong>en</strong>ción provid<strong>en</strong>cial. Nodefraudaremos su última esperanza. ¿No es éste vuestro parecer?-No puede ser otro, Samuel, y dispuestos estamos a obedecerte.-En tal caso, idearemos un plan y ap<strong>en</strong>as amanezca int<strong>en</strong>taremos liberarlo.-Pero ¿cómo lo separaremos de esos miserables negros? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Es evid<strong>en</strong>te -dijo el doctor-, por la manera que han t<strong>en</strong>ido de huir, que no conoc<strong>en</strong> lasarmas de fuego. Debemos, pues, aprovecharnos de su terror; pero es preciso aguardar lamadrugada para obrar, y urdir nuestro plan de salvam<strong>en</strong>to según la disposición de loslugares.-El desdichado no debe de estar lejos -dijo Joe-, porque...~¡A mí! ¡A mí! -repitió la voz, más debilitada.-¡Los muy bárbaros! -exclamó Joe, conmovido-. ¿Y si lo matan esta noche?-¿Oyes, Samuel? -repuso K<strong>en</strong>nedy, cogi<strong>en</strong>do la mano del doctor-. ¿Y si lo matan estanoche?-No es probable, amigos; los pueblos salvajes dan muerte a sus prisioneros durante eldía; necesitan la luz del sol.-¿Y si aprovechara las tinieblas de la noche -dijo el escocés-, para llegar hasta esedesdichado?-¡Le acompaño, señor Dick!-¡Det<strong>en</strong>eos, amigos, det<strong>en</strong>eos! Vuestra resolución honra vuestro corazón y vuestrovalor; pero nos pondría <strong>en</strong> peligro a todos y acabaría de agravar la situación del quequeremos salvar.-¿Por qué? -replicó K<strong>en</strong>nedy-. Los salvajes están amedr<strong>en</strong>tados y dispersos. Novolverán.


-Dick, te lo suplico, obedéceme; mi objetivo es la salvación de todos. Si por casualidadte dejases sorpr<strong>en</strong>der, estaría todo perdido.-Pero, ese infortunado, ¿qué aguarda, qué espera?¡Ninguna voz responde a su voz!... ¡Nadie le socorre!... ¡Debe de creer que le han<strong>en</strong>gañado sus s<strong>en</strong>tidos, que no ha oído nada!...-Se le puede tranquilizar -dijo el doctor Fergusson.Y <strong>en</strong> pie, <strong>en</strong> medio de la oscuridad, formando con las manos una bocina, gritó confuerza <strong>en</strong> la l<strong>en</strong>gua del extranjero.-¡Qui<strong>en</strong>quiera que sea, t<strong>en</strong>ga confianza! ¡Tres amigos velan por usted!Le respondió un aullido terrible, que sin duda ahogó la respuesta del prisionero.-¡Le degüellan..., le van a degollar! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¡Nuestra interv<strong>en</strong>ción no habráservido más que para acelerar la hora del suplicio! ¡Es preciso actuar!-Pero ¿cómo, Dick? ¿Qué pret<strong>en</strong>des hacer <strong>en</strong> medio de esta oscuridad?-¡Oh..., si fuese de día! -exclamó Joe.-¿Y qué harías si fuese de día? -preguntó el doctor, <strong>en</strong> un tono singular.-Nada más s<strong>en</strong>cillo, Samuel -respondió el cazador-. Bajaría a tierra y dispersaría a tirosa esa chusma.-¿Y tú, Joe? -preguntó Fergusson.-Yo, señor, obraría más prud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, haci<strong>en</strong>do llegar un aviso al prisionero para quehuyera <strong>en</strong> una dirección conv<strong>en</strong>ida.-¿Y cómo harías llegar el aviso?-Por medio de esta flecha que he cogido al vuelo, a la cual ataría una nota osimplem<strong>en</strong>te hablándole <strong>en</strong> voz alta, puesto que los negros no compr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> nuestroidioma.-Vuestros planes, amigos míos, son impracticables. La mayor dificultad para eseinfortunado seria escaparse, admiti<strong>en</strong>do que llegase a burlar la vigilancia de sus verdugos.En cuanto a ti, Dick, con mucha audacia y valiéndote del terror ocasionado por nuestrasarmas de fuego, tal vez tuvieras éxito; pero si tu proyecto fracasase estarías perdido yt<strong>en</strong>dríamos que salvar a dos personas <strong>en</strong> lugar de a una. ¡No! Es preciso que todas las bazasestén a nuestro favor y actuar de otra manera.-Pero inmediatam<strong>en</strong>te -replicó el cazador.-¡Tal vez! -respondió Samuel, insisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> esa palabra.-Señor, ¿sería capaz de disipar estas tinieblas?-¿Quién sabe, Joe?-¡Ah! Si hiciera una cosa semejante, le proclamaría el primer sabio del mundo.El doctor permaneció algunos instantes sil<strong>en</strong>cioso y reflexivo. Sus dos compañeros lemiraban con ansiedad, sobreexcitados por aquella situación extraordinaria. Fergusson notardó <strong>en</strong> volver a tomar la palabra.-He aquí mi plan -dijo-. Nos quedan dosci<strong>en</strong>tas libras de lastre, puesto que están aúnintactos los sacos que hemos traído. Supongamos que el prisionero, ext<strong>en</strong>uadoevid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te por los padecimi<strong>en</strong>tos, pesa tanto como cualquiera de nosotros; todavíanos quedarán unas ses<strong>en</strong>ta libras para arrojar con objeto de subir más rápidam<strong>en</strong>te.-¿Cómo pi<strong>en</strong>sas, pues, maniobrar? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Voy a decírtelo, Dick. Sin duda admitiras que si recojo al prisionero y me despr<strong>en</strong>dode una cantidad de lastre igual a su peso, no habré turbado <strong>en</strong> lo más mínimo el equilibriodel <strong>globo</strong>; pero <strong>en</strong>tonces, si quiero realizar una asc<strong>en</strong>sión rápida para ponerme fuera delalcance de esa tribu de negros, t<strong>en</strong>dré que recurrir a medios más <strong>en</strong>érgicos que el soplete.Pues bi<strong>en</strong>, precipitando el lastre exced<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to requerido, estoy seguro desubir con mucha rapidez.


-Es evid<strong>en</strong>te.-Sí, pero hay un pequeño inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te. Después, para bajar, t<strong>en</strong>dré que perder unacantidad de gas -proporcional al exceso de lastre de que me haya despr<strong>en</strong>dido. Ese gas noti<strong>en</strong>e precio, pero no se puede lam<strong>en</strong>tar su pérdida cuando se trata de la salvación de unser humano.-Ti<strong>en</strong>es razón, Samuel, debemos sacrificarlo todo por salvarle.-Actuemos, pues, y t<strong>en</strong>gamos los sacos preparados <strong>en</strong> la barquilla de modo quepodamos arrojarlos todos a un mismo tiempo.-Pero, esta oscuridad...-Oculta nuestros preparativos y no se disipará hasta que estén terminados. Procuradt<strong>en</strong>er todas las armas al alcance de la mano. Tal vez sea preciso hacer fuego, para lo cualdisponemos de una bala <strong>en</strong> la carabina, cuatro <strong>en</strong> las dos escopetas y doce <strong>en</strong> los dosrevólveres; <strong>en</strong> total, diecisiete, que pued<strong>en</strong> dispararse <strong>en</strong> un cuarto de minuto. Aunquequizá no t<strong>en</strong>gamos que armar tanto escándalo. ¿Preparados?-Preparados -respondió Joe.En efecto, los sacos estaban a punto, y las armas cargadas.-Bi<strong>en</strong> -dijo el doctor-. Estad muy alerta. Joe queda <strong>en</strong>cargado de arrojar el lastre, y Dickde apoderarse de prisionero; pero que no se haga nada hasta que yo dé la ord<strong>en</strong>. Joe, veahora a des<strong>en</strong>ganchar el ancla y vuelve <strong>en</strong>seguida a la barquilla.Joe se deslizó por el cable y reapareció a los pocos instantes. El Victoria, <strong>en</strong> libertad,flotaba <strong>en</strong> el aire, casi inmóvil.Durante este tiempo el doctor se aseguró de que había una cantidad sufici<strong>en</strong>te de gas <strong>en</strong>la caja de mezcla para alim<strong>en</strong>tar, <strong>en</strong> caso necesario, el soplete sin necesidad de recurrirdurante algún tiempo a la acción de la pila de Buns<strong>en</strong>. Quitó los dos hilos conductoresperfectam<strong>en</strong>te aislados que servían para descomponer el agua; luego, tras registrar subolsa de viaje, sacó de ella dos pedazos de carbón terminados <strong>en</strong> punta y los fijó <strong>en</strong> el extremode cada hilo.Sus dos amigos le miraban sin compr<strong>en</strong>der lo que hacía, pero callaban. Cuando eldoctor hubo terminado su trabajo, se colocó <strong>en</strong> pie <strong>en</strong> medio de la barquilla, cogió uncarbón <strong>en</strong> cada mano y acercó una punta a la otra.De rep<strong>en</strong>te, un resplandor int<strong>en</strong>so y deslumbrador, que no podían resistir los ojos, seprodujo <strong>en</strong>tre las dos puntas de carbón, y un haz inm<strong>en</strong>so de luz eléctrica disipó laoscuridad de la noche.-¡Oh, señor! -exclamó Joe.-¡Sil<strong>en</strong>cio! -ord<strong>en</strong>ó el doctor.XXIIEl haz de luz. - El misionero. - Rapto <strong>en</strong> un rayo deluz. - El sacerdote lazarista. - Poca esperanza. -Cuidados del doctor. - Una vida de abnegación. - Pasode un volcánFergusson dirigió a varios puntos del espacio su poderoso rayo de luz y lo detuvo <strong>en</strong> unlugar de donde partían gritos de asombro; sus compañeros lanzaron hacia allí una ansiosamirada.El baobab sobre el cual el Victoria se mant<strong>en</strong>ía casi inmóvil, se hallaba <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deun raso. Entre campos de sésamo y de caña de azúcar, unas cincu<strong>en</strong>ta chozas, bajas ycónicas, alrededor de las cuales hormigueaba una numerosa tribu.


A ci<strong>en</strong> pies debajo del <strong>globo</strong> descollaba un poste, junto al cual yacía una criaturahumana, un jov<strong>en</strong> de ap<strong>en</strong>as treinta años, con largos cabellos negros, medio desnudo,flaco, <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tado, cubierto de heridas y con la cabeza inclinada sobre el pecho, comoCristo crucificado. Algunos cabellos más cortos <strong>en</strong> la coroniua indicaban aún laexist<strong>en</strong>cia de una tonsura casi desaparecida.-¡Un misionero! ¡Un sacerdote! -exclamó Joe.-¡Pobre desdichado! -respondió el cazador.-¡Lo salvaremos, Dick! -dijo el doctor-. ¡Lo salvaremos!Aquella caterva de negros, al ver el <strong>globo</strong>, semejante a una <strong>en</strong>orme cometa con una colade deslumbradora luz, experim<strong>en</strong>tó, como era natural, un sobresalto indescriptible. Al oírsus gritos, el prisionero levantó la cabeza. Brilló rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus ojos la luz de laesperanza, y, sin compr<strong>en</strong>der lo que pasaba, t<strong>en</strong>dió los brazos hacia sus inesperadoslibertadores.-¡Vive, vive! -exclamó Fergusson-. ¡Loado sea Dios! ¡Esos salvajes se hallanabismados <strong>en</strong> un magnífico espanto! ¡Lo salvaremos! ¿Estáis preparados, amigos?-Sí, Samuel.-Joe, apaga el soplete.La ord<strong>en</strong> del doctor fue ejecutada. Un vi<strong>en</strong>tecillo casi imperceptible empujabasuavem<strong>en</strong>te al Victoria <strong>en</strong>cima del prisionero, al mismo tiempo que, con la contraccióndel gas, desc<strong>en</strong>día ins<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te. Quedó flotando <strong>en</strong> medio de las luminosas ondas porespacio de diez minutos. Fergusson <strong>en</strong>volvió a la muchedumbre <strong>en</strong> el haz c<strong>en</strong>telleanteque proyectaba a trechos manchas de luz, muy rápidas y vivas. La tribu, bajo el dominiode un indescriptible terror, desaparecio poco a poco <strong>en</strong> el fondo de las chozas, sin quedarningún negro alrededor del poste. El doctor había acertado al contar con la apariciónfantástica del Victoria, que proyectaba rayos de sol <strong>en</strong> aquella int<strong>en</strong>sa oscuridad.La barquilla se acercó a tierra. Algunos negros, sin embargo, más audaces que los otrosy compr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do que se les escapaba su víctima, aparecieron de nuevo lanzandoespantosos gritos. K<strong>en</strong>nedy cogió su escopeta, pero el doctor no quiso que la disparase.El sacerdote, de rodillas, sin fuerzas ya para t<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> pie, ni siquiera estaba atado alposte, pues su debilidad hacía innecesarias las cuerdas. En el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que la barquillallegó cerca del suelo, el cazador, soltando su arma, tomó al sacerdote <strong>en</strong> brazos y lo subióal <strong>globo</strong>; al mismo tiempo Joe arrojaba, todas a la vez, las dosci<strong>en</strong>tas libras de lastre.El doctor contaba con subir rápidam<strong>en</strong>te, pero, contra todas sus previsiones, el <strong>globo</strong>,después de haberse elevado unos cuatro pies, permanecio inmóvil.-¿Quién nos sujeta? -exclamó con ac<strong>en</strong>to de terror.Algunos salvajes acudían lanzando feroces aullidos.-¡Oh! -exclamó Joe, asomándose-. ¡Uno de esos malditos negros se ha colgado a labarquilla!-¡Dick! ¡Dick! -exclamó el doctor-. ¡La caja del agua!Dick compr<strong>en</strong>dió la int<strong>en</strong>ción de su amigo y, levantando una de las cajas de agua, quepesaba más de ci<strong>en</strong> libras, la arrojó por la borda.El Victoria, descargado de aquel lastre, subió bruscam<strong>en</strong>te tresci<strong>en</strong>tos pies <strong>en</strong> medio delos rugidos de la tribu, cuyo prisionero se evadía <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> una luz resplandeci<strong>en</strong>te.-¡Hurra! -gritaron los dos compañeros del doctor.El <strong>globo</strong> dio de rep<strong>en</strong>te un nuevo salto, que le hizo alcanzar una altura de más de milpies.-¿Qué sucede? -preguntó K<strong>en</strong>nedy, a punto de perder el equilibrio.


-¡Nada! Es ese pícaro, que se ha desasido de la barquilla -respondió tranquilam<strong>en</strong>teSamuel Fergusson.Y Joe, asomándose rápidam<strong>en</strong>te, pudo aún distinguir al salvaje girar <strong>en</strong> el espacio conlos brazos ext<strong>en</strong>didos, y estrellarse al llegar a tierra. El doctor separó <strong>en</strong>tonces los doshilos eléctricos, y todo quedó abismado <strong>en</strong> una oscuridad profunda. Era la una de lanoche.El francés, que se había desmayado, abrió por fin los ojos.-Está usted a salvo -le dijo el doctor.-¡A salvo! -repitió él <strong>en</strong> inglés, con una melancólica sonrisa-. ¡A salvo de una muertecruel! Les doy las gracias, hermanos, pero t<strong>en</strong>go los días contados, contadas las horas.Me queda muy poco tiempo de vida.Y el misionero, exhausto, cayó <strong>en</strong> una especie de sopor.-Se muere -exclamó Dick.-No, no -respondió Fergusson, inclinándose sobre él-, pero está muy débil. Acostémoslebajo la ti<strong>en</strong>da.Y, con gran suavidad, t<strong>en</strong>dieron sobre las mantas aquel pobre cuerpo demacrado,cubierto de cicatrices y heridas de las que aún brotaba sangre, aquel cuerpo <strong>en</strong> que elhierro y el fuego habían dejado muchas y muy dolorosas huellas. El doctor convirtió unpañuelo <strong>en</strong> hilas, que aplicó sobre las llagas después de haberlas lavado con la delicadezade un diestro médico; luego tomó de su botiquin un estimulante y vertió algunas gotas <strong>en</strong>los labios del sacerdote.Éste abrió con dificultad la boca y ap<strong>en</strong>as tuvo fuerzas para decir:-¡Gracias! ¡Gracias!El doctor compr<strong>en</strong>dió que el <strong>en</strong>fermo necesitaba descansar, por lo que corrió lascortinas de la ti<strong>en</strong>da y volvió a tomar la dirección del <strong>globo</strong>.T<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta el peso del nuevo huésped, el <strong>globo</strong> había sido liberado de casici<strong>en</strong>to och<strong>en</strong>ta libras de lastre, y por consigui<strong>en</strong>te, se mant<strong>en</strong>ía sin ayuda del soplete. Alrayar el día, una corri<strong>en</strong>te lo impelió con suavidad hacia el oeste-noroeste. Fergusson fuea examinar al sacerdote aletargado.-¡Ojalá podamos conservar la vida de este companero que el Cielo nos ha <strong>en</strong>viado!-exclamó el cazador-. ¿Ti<strong>en</strong>es alguna esperanza?-Sí, Dick. A base de cuidados y con este aire tan puro...-¡Cuánto ha sufrido el infeliz! -dijo Joe, muy conmovido-. ¿Sab<strong>en</strong> que ha acometidoempresas más atrevidas que las nuestras, vini<strong>en</strong>do solo a visitar estos pueblos?-¿Quién lo duda? -repuso el cazador.Durante todo el día, no quiso el doctor que se interrumplese el sueño del <strong>en</strong>fermo, apesar de que aquel sueño era un largo sopor, <strong>en</strong>trecortado por quejidos que no dejaban deinspirar a Fergusson serias inquietudes.Al llegar la noche, el Victoria permanecía estacionario <strong>en</strong> medio de la oscuridad, y <strong>en</strong>tanto que Joe y K<strong>en</strong>nedy se relevaban junto al <strong>en</strong>fermo, Fergusson velaba por laseguridad de todos.Al día sigui<strong>en</strong>te por la mañana, el Victoria había derivado algo hacia el oeste. El día seanunciaba puro y magnífico. El <strong>en</strong>fermo pudo llamar a sus nuevos amigos con una vozmás clara. Éstos levantaron las cortinas de la ti<strong>en</strong>da, y el sacerdote aspiró con placer elaire fresco de la mañana.-¿Cómo se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra? -le preguntó Fergusson.-Mejor, creo -respondió él-. ¡Pero, mis bu<strong>en</strong>os amigos, no les he visto más que comolas imág<strong>en</strong>es que aparec<strong>en</strong> <strong>en</strong> un sueño! ¡Ap<strong>en</strong>as soy consci<strong>en</strong>te de lo que ha pasado!Díganme sus nombres para que no los olvide <strong>en</strong> mis últimas oraciones.


-Somos viajeros ingleses -respondió Samuel-. Int<strong>en</strong>tamos atravesar África <strong>en</strong> <strong>globo</strong>, ydurante nuestra travesía hemos t<strong>en</strong>ido la suerte de salvarle.-La ci<strong>en</strong>cia ti<strong>en</strong>e sus héroes -dijo el misionero.-Pero la religión ti<strong>en</strong>e sus mártires -respondió el escocés.-¿Es usted misionero? -preguntó el doctor.-Soy un sacerdote de la misión de los lazaristas. El Cielo les ha <strong>en</strong>viado, ¡loado seaDios! ¡El sacrificio de mi vida estaba hecho! Pero, ustedes vi<strong>en</strong><strong>en</strong> de Europa. ¡Hábl<strong>en</strong>mede Europa, hábl<strong>en</strong>me de Francia! No he recibido <strong>en</strong> cinco años ni una sola noticia.-¡<strong>Cinco</strong> años solo <strong>en</strong>tre esos salvajes! -exclamó K<strong>en</strong>nedy.-Son almas que hay que rescatar -dijo el jov<strong>en</strong> sacerdote-. Hermanos ignorantes ybárbaros a qui<strong>en</strong>es sólo la religión puede civilizar e instruir.Samuel Fergusson, para complacer al misionero, le habló mucho de Francia.Éste le escuchaba con at<strong>en</strong>ción, y las lágrimas humedecían sus ojos. El desdichadojov<strong>en</strong> estrechaba sucesivam<strong>en</strong>te las manos de K<strong>en</strong>nedy y las de Joe <strong>en</strong>tre las suyas,ardi<strong>en</strong>tes a causa de la fiebre. El doctor le preparó algunas tazas de té, que bebió confruicion; <strong>en</strong>tonces se sintió con fuerzas para incorporarse un poco y sonreír, viéndosemecido <strong>en</strong> un cielo tan puro.-Son audaces viajeros -dijo-, y el éxito coronará su atrevida empresa; volverán a ver asus pari<strong>en</strong>tes y amigos, regresarán a su patria...Pero la debilidad del jov<strong>en</strong> sacerdote aum<strong>en</strong>tó tanto que fue preciso acostarlo de nuevo.Una postración que duró algunas horas le tuvo como muerto <strong>en</strong>tre las manos deFergusson, el cual se s<strong>en</strong>tía profundam<strong>en</strong>te conmovido. Veía que aquella exist<strong>en</strong>cia seextinguía. ¿Tan pronto iba a perder a la víctima que habían arrancado del suplicio? Curóde nuevo las horribles úlceras del mártir y sacrificó la mayor parte de su provisión deagua para refrescar sus ardi<strong>en</strong>tes miembros. Le dedicó la at<strong>en</strong>ción más tierna eintelig<strong>en</strong>te. El <strong>en</strong>fermo r<strong>en</strong>acía poco a poco <strong>en</strong>tre sus brazos, y recobraba el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to,ya que no la vida.El doctor sorpr<strong>en</strong>dió su historia <strong>en</strong>tre sus palabras <strong>en</strong>trecortadas.-Hable su l<strong>en</strong>gua materna -le había dicho-. Le fatigara m<strong>en</strong>os y yo la compr<strong>en</strong>doperfectam<strong>en</strong>te.El misionero era un humilde jov<strong>en</strong> bretón, nacido <strong>en</strong> la aldea de Aradón, <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>oMorbihan. Empr<strong>en</strong>dió por vocación la carrera eclesiástica, pero a esa vida de abnegacionquiso anadir una vida de peligro, para lo cual ingresó <strong>en</strong> la ord<strong>en</strong> de misioneros fundadapor el glorioso san Vic<strong>en</strong>te de Paúl. A los veinte años pasó de su país a las playasinhospitalarias de África. Y desde allí, poco a poco, superando obstáculos, desafiandoprivaciones, andando y orando, avanzó hasta el s<strong>en</strong>o de las tribus que pueblan losaflu<strong>en</strong>tes del Nilo superior. Por espacio de dos años fue rechazada su religión,desconocido su celo, despreciada su caridad. Cayó prisionero de una de las más cruelestribus de Nyambara, que le trató de una manera horrible. Él, sin embargo, seguía<strong>en</strong>señando, instruy<strong>en</strong>do, orando. Derrotada aquella tribu <strong>en</strong> uno de sus frecu<strong>en</strong>tes combatescon otras igualm<strong>en</strong>te crueles, el misionero fue dado por muerto y abandonado.Entonces, <strong>en</strong> lugar de volver sobres sus pasos, continuó su peregrinación evangélica.Durante una temporada le tuvieron por loco, y aquélla fue la más tranquila de su vida. Sefamiliarizó con los idiomas de aquellas comarcas y siguió catequizando. Recorrióaquellas bárbaras regiones durante dos años más, empujado por esa fuerza sobrehumanaque vi<strong>en</strong>e de Dios. Un año hacía que su celo evangélico le había llevado a una tribu d<strong>en</strong>yam-nyam llamada Barafri, que es una de las más salvajes. La inesperada muerte de sujefe, acaecida hacía unos días, le había sido achacada a él, por lo que se decidióinmolarlo. Cuar<strong>en</strong>ta horas hacía que duraba su suplicio, que, como el doctor había


supuesto, debía terminar con la muerte al día sigui<strong>en</strong>te a las doce. Cuando oyó lasdetonaciones de las armas de fuego, sintió reaccionar <strong>en</strong> él el instinto de conservación ygritó: « ¡A mí! ¡A mí! » Y creyó soñar cuando una voz v<strong>en</strong>ida de lo alto le dirigiópalabras de consuelo.-¡No si<strong>en</strong>to morir! -añadió-. Mi vida es de Dios, y Dios dispone de ella.-Espere -le respondió el doctor-, estamos a su lado y le salvaremos de la muerte igualque le hemos liberado del suplicio.-No Pido tanto al Cielo -respondió el sacerdote, resignado-. ¡B<strong>en</strong>dito sea Dios porhaberme concedido, antes de morir, la dicha de apretar manos amigas y oír la l<strong>en</strong>gua demi país!El misionero se sintió desfallecer nuevam<strong>en</strong>te, y el día transcurrió <strong>en</strong>tre la esperanza yla zozobra. K<strong>en</strong>nedy estaba muy conmovido, y Joe volvía la cabeza para ocultar suslágrimas.El Victoria avanzaba poco, y el vi<strong>en</strong>to parecía acunar su preciosa carga.A la caída de la tarde, Joe distinguió hacia el oeste un resplandor inm<strong>en</strong>so. Bajolatitudes más elevadas se hubiera tomado aquel resplandor por una aurora boreal. El cieloparecía una hoguera. El doctor examinó con at<strong>en</strong>ción el f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.-No puede ser más que un volcán <strong>en</strong> actividad -dijo.-Pues el vi<strong>en</strong>to nos lleva hacia él -replicó K<strong>en</strong>nedy.-Tranquilízate. Pasaremos a una altura considerable.Tres horas después, el Victoria se hallaba rodeado de montañas. Su posición exacta era25 0 15’ de longitud y 4 0 42’ de latitud. T<strong>en</strong>ía delante un cráter que vomitaba torr<strong>en</strong>tes delava derretida y arrojaba a gran altura <strong>en</strong>ormes peñascos. Había arroyos de fuego líquidoque se despeiíaban formando cascadas deslumbradoras. El espectáculo era magnífico,pero peligroso, porque el vi<strong>en</strong>to, con una fijeza constante, impelía el <strong>globo</strong> hacia aquellaatmósfera inc<strong>en</strong>diada.Preciso era salvar aquel obstáculo, ante la imposibilidad de dejarlo a un lado. La espitadel soplete fue abierta por completo, y el Victoria subió a una altura de seis mil pies,dejando <strong>en</strong>tre el volcán y él un espacio de más de tresci<strong>en</strong>tas toesas.Desde su lecho de dolor, el sacerdote moribundo pudo contemplar aquel cráter del quese escapaban con estrépito mil haces resplandeci<strong>en</strong>tes.-¡Qué hermoso espectáculo! -dijo-. ¡Cuán infinito es el poder de Dios hasta <strong>en</strong> sus másterribles manifestaciones!Aquella inm<strong>en</strong>sa explosión de lava <strong>en</strong> ignicion cubría las laderas de la montaña con unverdadero tapiz de llamas. El hemisferio inferior del <strong>globo</strong> resplandecía <strong>en</strong> la noche, y uncalor tórrido subía hasta la barquilla. El doctor Fergusson decidió que era preciso huirpronto de aquella atmósfera peligrosa.Hacia las diez de la noche, la montaña no era más que un punto rojo <strong>en</strong> el horizonte y elVictoria proseguía tranquilam<strong>en</strong>te su viaje por una zona m<strong>en</strong>os elevada.XXIIICólera de Joe. - La muerte de un justo. - Velatorio delcadáver. - Arzidez. - El <strong>en</strong>tierro. - Los trozos decuarzo. - Fascinación de Joe. - Un lastre precioso. -Localización de las montañas auríferas. - Principio dedesesperación de JoeLa noche t<strong>en</strong>dió sobre la tierra el más magnífico de sus mantos. El sacerdote se durmió,sumido <strong>en</strong> una postración pacífica.


-¡No volverá <strong>en</strong> sí! -dijo Joe-. ¡Pobre jov<strong>en</strong>! ¡Treinta años ap<strong>en</strong>as!-¡Morirá <strong>en</strong> nuestros brazos! -dijo el doctor con desesperación -. Su respiración sedebilita mas y mas, y nada puedo hacer yo para salvarle.-¡Malvados! -exclamó Joe, que s<strong>en</strong>tía de vez <strong>en</strong> cuando arrebatos de cólera-. ¡Cuandopi<strong>en</strong>so que el infeliz aún ha t<strong>en</strong>ido palabras para compadecerles, para excusarles y paraperdonarles ... !-El Cielo le concede una hermosa noche, Joe, tal vez su última noche. Ya no sufrirámucho; su muerte no será más que un pacífico sueño.El moribundo pronunció algunas palabras <strong>en</strong>trecortadas y el doctor se acercó a él. Larespiración del <strong>en</strong>fermo se hacía difícil; el jov<strong>en</strong> pedía aire. Levantaron <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te lascortinas, y él aspiró con deleite la ligera brisa de aquella noche clara; las estrellas ledirigían su temblorosa luz, y la luna le <strong>en</strong>volvía <strong>en</strong> el blanco sudario de sus rayos.-¡Amigos míos -dijo con voz débil- me muero! ¡Que el Dios que recomp<strong>en</strong>sa lesconduzca a puerto! ¡Que les pague por mí mi deuda de reconocimi<strong>en</strong>to!-No pierda la esperanza -le respondió K<strong>en</strong>nedy-. Lo que si<strong>en</strong>te no es más que unabatimi<strong>en</strong>to pasajero. ¡No va a morir! ¿Se puede morir <strong>en</strong> una noche de verano tanhermosa?-¡La muerte está aquí! -respondió el misionero-. ¡Lo sé! ¡Déj<strong>en</strong>me mirarla a la cara! Lamuerte, principio de la eternidad, no es mas que el fin de las tribulaciones de la tierra.¡Pónganme de rodillas, hermanos, se lo suplico!K<strong>en</strong>nedy lo levantó. Lástima daba ver aquellos miembros sin fuerza que se doblabanbajo su propio peso.~¡Dios mío! ¡Dios mío! -exclamó el apóstol moribundo-. ¡T<strong>en</strong> piedad de mí!Su semblante resplandeció. Lejos de la tierra cuyas alegrías no había conocido jamás,<strong>en</strong> medio de una noche que le <strong>en</strong>viaba sus más suaves claridades, <strong>en</strong> el camino del cielohacia el cual se elevaba <strong>en</strong> una asc<strong>en</strong>sión milagrosa, parecía ya revivir una nuevaexist<strong>en</strong>cia.Su último movimi<strong>en</strong>to fue una b<strong>en</strong>dicion suprema a sus amigos de un día. Despuéscayó <strong>en</strong> brazos de K<strong>en</strong>nedy, cuyo semblante estaba inundado de lágrimas.-¡Muerto! -exclamó el doctor, inclinándose sobre él-. ¡Muerto! -Y los tres amigos searrodillaron a la vez para orar <strong>en</strong> voz baja-. Mañana por la mañana -dijo despuésFergusson- le daremos sepultura <strong>en</strong> esta tierra de África regada con su sangre.Durante el resto de la noche, el doctor, K<strong>en</strong>nedy y Joe velaron sucesivam<strong>en</strong>te elcadáver, y ni una sola palabra turbó su religioso sil<strong>en</strong>cio. Los tres derramaban abundanteslágrimas.Al día sigui<strong>en</strong>te el vi<strong>en</strong>to v<strong>en</strong>ía del sur, y el Victoria avanzaba l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te sobre unavasta meseta montañosa, sembrada de cráteres apagados y yermas hondonadas, sin unagota de agua <strong>en</strong> sus áridas crestas. Montones de rocas, cantos rodados y marguerasblanquecinas d<strong>en</strong>otaban una esterilidad profunda.Hacia mediodía, el doctor, para sepultar el cadáver, resolvió bajar a una hondonada, <strong>en</strong>medio de rocas plutónicas de formación primitiva. T<strong>en</strong>ía que buscar un refugio <strong>en</strong> lasmontañas circundantes para llegar a tierra, pues no había ni un solo árbol donde poder<strong>en</strong>ganchar el ancla.Sin embargo, tal como le había explicado a K<strong>en</strong>nedy, el lastre de que se despr<strong>en</strong>dierapara salvar al sacerdote no le permitía ahora desc<strong>en</strong>der sin despr<strong>en</strong>derse de una cantidadproporcional de gas, por lo que tuvo que abrir la válvula del <strong>globo</strong> exterior. El hidróg<strong>en</strong>osalió, y el Victoria bajó tranquilam<strong>en</strong>te hacia la hondonada.Ap<strong>en</strong>as la barquilla llegó al suelo, el doctor cerró la válvula; Joe saltó a tierra y,agarrándose con una mano a la barquilla, con la otra recogió los pedruscos necesarios


para reemplazar su peso; <strong>en</strong>tonces, quedándose ya libre de las dos manos, pudo <strong>en</strong> muypoco tiempo meter <strong>en</strong> la barquilla más de quini<strong>en</strong>tas libras de piedras, que permitieron aldoctor y a K<strong>en</strong>nedy desembarcar a su vez, sin que la fuerza asc<strong>en</strong>sional del <strong>globo</strong> fuesesufici<strong>en</strong>te para levantarlo.No se necesitaron para mant<strong>en</strong>er el equilibrio del Victoria tantas piedras como pudierapresumirse, ya que las recogidas por Joe pesaban extraordinariam<strong>en</strong>te, lo cual llamó laat<strong>en</strong>ción del doctor. El suelo estaba completam<strong>en</strong>te sembrado de cuarzo y de rocasporfídicas.«He aquí un singular descubrimi<strong>en</strong>to», se dijo m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras a pocos pasos dedistancia K<strong>en</strong>nedy y Joe escogían un sitio a propósito para abrir la fosa.Aquel barranco <strong>en</strong>cajonado era como una especie de horno donde hacía un calorinsoportable. Los abrasadores rayos del sol de mediodía caían a plomo.Fue preciso limpiar el terr<strong>en</strong>o de los fragm<strong>en</strong>tos de roca que lo cubrían; luego cavaronun hoyo bastante profundo para poner el cadáver fuera del alcance de las fieras.Allí depositaron con respeto los restos mortales del mártir. Luego le echaron tierra<strong>en</strong>cima y formaron con rocas una especie de tumba. El doctor, sin embargo, permanecíainmóvil y abismado <strong>en</strong> sus reflexiones. No oía la llamada de sus compañeros ni buscabauna sombra para guarecerse del calor del día.-¿En qué pi<strong>en</strong>sas, Samuel? -le preguntó K<strong>en</strong>nedy.-En un extraño contraste de la naturaleza, <strong>en</strong> un singular efecto del azar. ¿Sabéis <strong>en</strong> quétierra ha <strong>en</strong>contrado su sepultura ese hombre abnegado y pobre por vocación?-¿Qué quieres decir, Samuel? -preguntó el escocés.-¡Ese sacerdote, que había hecho voto de pobreza, reposa ahora <strong>en</strong> una mina de oro!-¡Una mina de oro! -exclamaron K<strong>en</strong>nedy y Joe.-Una mina de oro -respondió tranquilam<strong>en</strong>te el doctor-. Las piedras que pisáis como sicarecies<strong>en</strong> de valor son mineral de una gran pureza.-¡Imposible! ílmposible! –repitió Joe.-Si escarbarais <strong>en</strong> estas h<strong>en</strong>diduras de esquisto arcilloso, no tardaríais mucho <strong>en</strong><strong>en</strong>contrar pepitas importantes.Joe se precipitó como un loco sobre aquellos fragm<strong>en</strong>tos dispersos, y K<strong>en</strong>nedy noestuvo lejos de imitarle.-Cálmate, mi bu<strong>en</strong> Joe -le dijo su señor.-Señor, eso es muy fácil de decir.-¡Cómo! Un filósofo de tu temple...-No, señor; no hay filosofía que valga.-¡Veamos! Reflexiona un poco. ¿De qué nos serviría toda esta riqueza? No podemosllevárnosla.-¿No podemos llevárnosla? ¿Por qué no?-Pesa demasiado para nuestra barquilla. No quería participarte este descubrimi<strong>en</strong>to pormiedo a excitar tu codicia.-¡Cómo! -dijo Joe-. ¡Abandonar estos tesoros! ¡Una fortuna que es nuestra, muynuestra, y desperdiciarla!-¡Cuidado, amigo! ¿Se habrá apoderado de ti la fiebre del oro? ¿Acaso ese muerto queacabamos de <strong>en</strong>terrar no te ha <strong>en</strong>señado el valor de las cosas humanas?-Es cierto -respondió Joe-. ¡Pero el oro es oro! ¿No me ayudará señor K<strong>en</strong>nedy, arecoger unos cuantos millones?-¿Qué haríamos con ellos, mi pobre Joe? -dijo el cazador, sin poder dejar de sonreír-.No hemos v<strong>en</strong>ido aquí a hacer fortuna y debemos volver sin ella.


-Los millones pesan mucho -repuso el doctor-, y no se met<strong>en</strong> <strong>en</strong> el bolsillo tanfácilm<strong>en</strong>te.-De todas formas -respondió Joe, acorralado <strong>en</strong> sus últimas trincheras-, ¿no podemos,<strong>en</strong> lugar de ar<strong>en</strong>a, cargar este mineral como lastre?-Consi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> ello -dijo Fergusson-. Pero avinagrarás mucho el gesto cuando t<strong>en</strong>gamosque despr<strong>en</strong>dernos de algunos miles de libras.-¡Miles de libras! –repuso Joe-. ¿Es posible que esto sea oro?-Sí, amigo mío, es un depósito donde la naturaleza ha acumulado sus tesoros porespacio de siglos, y hay sufici<strong>en</strong>te para <strong>en</strong>riquecer países <strong>en</strong>teros. Una Australia y unaCalifornia reunidas <strong>en</strong> el fondo de un desierto.-¿Y no se aprovechará nada?-¡Tal vez! En cualquier caso, haré algo para consolarte.-Difícil será -replicó Joe, contrito y mustio.-Tomaré la situación exacta de este sitio y te la daré. Al regresar a Inglaterra, tú la darása conocer a tus conciudadanos, si crees que tanto oro puede hacerlos felices.-Veo, señor, que ti<strong>en</strong>e razón. Me resigno, ya que no puedo hacer otra cosa. Ll<strong>en</strong>emos labarquilla de este precioso mineral, y lo que quede a la conclusión de nuestro viaje, esoganaremos.Y Joe puso manos a la obra con tanto afán que no tardó <strong>en</strong> reunir casi mil libras <strong>en</strong>fragm<strong>en</strong>tos de cuarzo, d<strong>en</strong>tro del cual se halla <strong>en</strong>cerrado el oro como <strong>en</strong> una ganga degran dureza.El doctor sonreía y le dejaba hacer mi<strong>en</strong>tras él realizaba su estima, de la cual resultóque la mina que servía de tumba al misionero se hallaba a 22 0 23’ de longitud y 4 0 55” delatitud sept<strong>en</strong>trional.Después, dirigi<strong>en</strong>do una última mirada al montículo de tierra bajo el cual descansaba elcuerpo del pobre francés, volvió a la barquilla.Hubiera querido poner una tosca y modesta cruz sobre a aquella tumba abandonada <strong>en</strong>medio de los desiertos de África, pero no había <strong>en</strong> las cercanías ni un miserable arbusto.-Dios la reconocerá -dijo.Una preocupación bastante seria ocupaba también la m<strong>en</strong>te de Fergusson. El doctorhabría dado todo aquel oro por hallar un poco de agua con que reemplazar la que habíaechado con la caja cuando el negro se colgó de la barquilla. Pero eso era imposible <strong>en</strong>aquellos terr<strong>en</strong>os áridos, lo que le t<strong>en</strong>ía muy inquieto. Obligado a alim<strong>en</strong>tarincesantem<strong>en</strong>te el soplete, empezaba a escasear la destinada a beber, y se propuso nodesperdiciar ninguna ocasión de r<strong>en</strong>ovar su reserva.Al volver a la barquilla, la <strong>en</strong>contró casi <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te ocupada por las piedras del ávidoJoe. No dijo, sin embargo, una palabra. K<strong>en</strong>nedy ocupó también su sitio habitual, y Joelos siguió a ambos, no sin dirigir una mirada codiciosa a los tesoros que quedaban <strong>en</strong> elbarranco.El doctor <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió el soplete; el serp<strong>en</strong>tín se cal<strong>en</strong>tó, la corri<strong>en</strong>te de hidróg<strong>en</strong>o seestableció a los pocos minutos y el gas se dilató; sin embargo, el <strong>globo</strong> permanecióinmóvil.Joe le veía actuar con inquietud y no decía esta boca es mía.-Joe -dijo el doctor.Joe no respondió.-¿Me oyes, Joe?Joe dio a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que oía, pero que no quería compr<strong>en</strong>der.-¿Quieres hacerme el favor -repuso Fergusson- de arrojar algunas piedras?-Pero, señor, usted me ha permitido...


-Te he permitido reemplazar el lastre, eso es todo.-Sin embargo...-¿Acaso pret<strong>en</strong>des que nos quedemos eternam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> este desierto?Joe dirigió una mirada de desesperación a K<strong>en</strong>nedy, pero éste se <strong>en</strong>cogió de hombrosdándole a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que era preciso resignarse.-¿Y bi<strong>en</strong>, Joe?-¿Es que no funciona el soplete? -insistió el muchacho con obstinación.-Está <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido, ¿no lo ves? Pero el <strong>globo</strong> no se elevará mi<strong>en</strong>tras no lo aligeres unpoco.Joe se rascó una oreja, cogió un pedazo de cuarzo, el m<strong>en</strong>or de cuantos había, lo sopesóuna y otra vez y, por fin, lo arrojó con la mayor repugnancia. Pesaría una tres o cuatrolibras.El Victoria permaneció inmóvil.-¿Todavía no subimos?-Todavía no -respondió el doctor-. Sigue echando lastre.K<strong>en</strong>nedy se reía. El jov<strong>en</strong> tiró unas diez libras más pero el <strong>globo</strong> seguía sin moverse.Joe se puso pálido.-Mi querido muchacho -dijo Fergusson-, Dick, tú y yo pesamos, si no me equivocounas cuatroci<strong>en</strong>tas libras; es preciso, por consigui<strong>en</strong>te, que nos despr<strong>en</strong>damos de un pesoigual al nuestro.-¡Echar cuatroci<strong>en</strong>tas libras! -exclamó Joe, aterrorizado.-Y algo más, si hemos de subir. ¡Ánimo!El digno muchacho, exhalando profundos suspiros, empezó a echar lastre. De vez <strong>en</strong>cuando se det<strong>en</strong>ía.-¡Subimos! -exclamaba.-No subimos -le respondía invariablem<strong>en</strong>te el doctor.-Ya se mueve -decía unos instantes después.-Sigue echando -repetía Fergusson.-¡Sube! Estoy seguro de ello.-Sigue echando -replicaba K<strong>en</strong>nedy.Entonces, Joe, cogi<strong>en</strong>do con desesperacion un último pedrusco, lo arrojó fuera de labarquilla. El Victoria se elevó unos ci<strong>en</strong> pies y, con ayuda del soplete, no tardó <strong>en</strong>alejarse de las cumbres de las montañas circundantes.-Ahora, Joe -dijo el doctor-, si conseguimos conservar esta provisión de lastre hasta laconclusión del viaje, te quedará una bu<strong>en</strong>a fortuna y serás rico el resto de tu vida.Joe no respondió una palabra y se tumbó sobre su lecho mineral.-Ya ves, mi querido Dick -prosiguió el doctor Fergusson-, el poder que ejerce ese metal<strong>en</strong> un bu<strong>en</strong> sujeto como Joe. ¡Cuántas pasiones, cuán sórdidas avaricias, qué crím<strong>en</strong>es tanatroces <strong>en</strong>g<strong>en</strong>draría el conocimi<strong>en</strong>to de una mina semejante! Resulta realm<strong>en</strong>te triste.Por la noche, el Victoria había avanzado nov<strong>en</strong>ta millas al oeste y se <strong>en</strong>contraba a milcuatroci<strong>en</strong>tas millas de Zanzíbar <strong>en</strong> línea recta.XXIVEl vi<strong>en</strong>to cesa. - Las inmediaciones del desierto. - Elinv<strong>en</strong>tario de la provisión de agua. - Las noches delecuador. - Inquietudes de Samuel Fergusson. - Laverdadera situación. - Enérgicas respuestas de K<strong>en</strong>nedyy Joe. - Otra noche


El Victoria, sujeto a un árbol solitario y casi seco, pasó una noche absolutam<strong>en</strong>tetranquila. Los viajeros, abrumados por los tristes recuerdos de los últimos días, pudieronconciliar el sueño que tanto necesitaban.Al amanecer, el cielo recobró su brillante limpidez y su calor. El <strong>globo</strong> se elevó por losaires, y tras varias t<strong>en</strong>tativas infructuosas, <strong>en</strong>contró una corri<strong>en</strong>te que, aunque pocorápida, le impelió hacia el noroeste.-No adelantamos nada -dijo el doctor-. Si no me equivoco <strong>en</strong> cosa de diez días hemosrealizado la mitad de nuestro viaje; pero, al paso que vamos, necesitaremos meses parallegar a su término. Y, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que empieza a escasear el agua, la cuestiónresulta bastante fastidiosa.-Encontraremos agua -respondió Dick-; es imposible que <strong>en</strong> un-país tan ext<strong>en</strong>so nohaya algún río, algún arroyo o algún estanque.-Así lo deseo.-¿No será el cargam<strong>en</strong>to de Joe el que retarda nuestra marcha?K<strong>en</strong>nedy, al hablar así, quería ver la cara que ponía el muchacho y divertirse a su costa,como si a él no se le hubies<strong>en</strong> ido también los ojos tras el oro, aunque supo ocultar atiempo su codicia.Joe le dirigió una mirada suplicante. El doctor no estaba de humor para chanzas,p<strong>en</strong>sando únicam<strong>en</strong>te con secreto terror <strong>en</strong> las inm<strong>en</strong>sas soledades del Sáhara, <strong>en</strong> el quelas caravanas pasan <strong>semanas</strong> <strong>en</strong>teras sin <strong>en</strong>contrar un pozo donde apagar la seddevoradora. Examinaba con la mayor at<strong>en</strong>ción todas las depresiones de la tierra.Estas precauciones y los últimos incid<strong>en</strong>tes habían modificado de una manera s<strong>en</strong>siblela disposición de ánimo de los tres viajeros. Hablaban m<strong>en</strong>os y se quedaban más absortos<strong>en</strong> sus propios p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos.El digno Joe no era el mismo hombre desde que su mirada se había sumergido <strong>en</strong> unocéano de oro. Guardaba sil<strong>en</strong>cio y miraba con avidez las piedras amontonadas <strong>en</strong> labarquilla, que, aunque <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to carecían de valor, lo adquirirían más adelante.Además, el aspecto de aquella parte de África era inquietante. Empezaba el desierto.No se veía ni una aldea, ni un grupo insignificante de chozas. La vegetación languidecía.Distinguíanse ap<strong>en</strong>as unas cuantas plantas sin fuerza para desarrollarse, como <strong>en</strong> losterr<strong>en</strong>os brezosos de Escocia, algunas ar<strong>en</strong>as blanquecinas y piedras calcinadas, algunosl<strong>en</strong>tiscos y matorrales espinosos. En medio de aquella esterilidad, el rudim<strong>en</strong>tarioarmazón del pla<strong>net</strong>a aparecía <strong>en</strong> forma de agudas y afiladas aristas de roca. Aquellossíntomas de aridez daban mucho que p<strong>en</strong>sar al doctor Fergusson.No parecía que caravana alguna hubiese cruzado jamás aquella comarca desierta. No sevislumbraba ningún vestigio de campam<strong>en</strong>to, ni blancas osam<strong>en</strong>tas de hombres oanimales. ¡Nada! Y todo indicaba que un ar<strong>en</strong>al inm<strong>en</strong>so sucedería a aquella regióndesolada.Sin embargo, no se podía retroceder. Había que seguir adelante, y el doctor no aspirabaa otra cosa. Hubiera deseado una tempestad que lo alejase de aquella región. ¡Y ni unanube <strong>en</strong> el cielo! Al final de la jornada el Victoria ap<strong>en</strong>as había avanzado treinta millas.¡Si no hubiese escaseado el agua! ¡Pero no quedaban más que tres galones <strong>en</strong> total!Fergusson separó uno destinado a apagar la ardi<strong>en</strong>te sed que un calor de 90 0 hacíainsoportable. Quedaban, pues, dos galones para alim<strong>en</strong>tar el soplete, los cuales no podíanproducir más que cuatroci<strong>en</strong>tos och<strong>en</strong>ta pies cúbicos de gas, y como el soplete consumíaunos nueve pies cúbicos por hora, sólo había gas sufici<strong>en</strong>te para cincu<strong>en</strong>ta y cuatro horas.El cálculo era rigurosam<strong>en</strong>te matemático.-¡Cincu<strong>en</strong>ta y cuatro horas! -dijo a sus compañeros-. Y como estoy totalm<strong>en</strong>te resueltoa no viajar durante la noche para no exponerme a pasar por alto un arroyo, un manantial o


un pantano, nos quedan tres días y medio de viaje, durante los cuales es preciso <strong>en</strong>contraragua a toda costa. He creído, anugos mios, que es mi deber poner <strong>en</strong> vuestroconocimi<strong>en</strong>to esta grave situación, pues no reservo más que un solo galón para apagarnuestra sed y forzoso será que nos sometamos a una ración severa.-Como quieras -respondió el cazador-, pero aún no ha llegado el mom<strong>en</strong>to de<strong>en</strong>tregarnos a la desesperación. ¿No has dicho que todavía nos queda agua para tres días?-Sí, amigo Dick.-Pues bi<strong>en</strong>, como nuestros lam<strong>en</strong>tos serían inútiles, d<strong>en</strong>tro de tres días tomaremos unadecision; <strong>en</strong>tretanto, redoblemos la vigilancia.En la c<strong>en</strong>a de aquel mismo día se midió estrictam<strong>en</strong>te el agua. Verdad es que seaum<strong>en</strong>tó la cantidad de aguardi<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los grogs, pero había que desconfiar de aquel licor,mas propio para aum<strong>en</strong>tar la sed que para apagarla.La barquilla descansó durante la noche sobre una inm<strong>en</strong>sa meseta que pres<strong>en</strong>taba unadepresión considerable. Su altura era ap<strong>en</strong>as de ochoci<strong>en</strong>tos pies sobre el nivel del mar.Esta circunstancia hizo concebir alguna esperanza al doctor, recordándole la presunciónde los geógrafos acerca de la exist<strong>en</strong>cia de una vasta ext<strong>en</strong>sión de agua <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro deÁfrica. Pero aun <strong>en</strong> el supuesto de que el lago existiese, había que llegar a él, y no seproducía modificación alguna <strong>en</strong> aquel cielo inmóvil.A la noche, apacible y magníficam<strong>en</strong>te estrellada, le sucedieron los ardi<strong>en</strong>tes rayos desol de un día inmutable. La temperatura fue abrasadora desde que rayó el alba. A lascinco de la mañana, el doctor dio la señal de marcha, y durante bastante tiempo elVictoria permaneció estancado <strong>en</strong> una atmósfera de plomo.El doctor habría podido librarse de aquel calor int<strong>en</strong>so elevándose a zonas superiores,pero hubiera t<strong>en</strong>ido que consumir una cantidad mayor de agua, lo que <strong>en</strong>tonces eraimposible. Se cont<strong>en</strong>tó, pues, con mant<strong>en</strong>er el <strong>globo</strong> a ci<strong>en</strong> pies del suelo; allí, unacorri<strong>en</strong>te harto débil lo empujaba l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te hacia el horizonte occid<strong>en</strong>tal.El almuerzo se compuso de un poco de cecina y de pemmican. Hacia mediodía, elVictoria ap<strong>en</strong>as había recorrido unas cuantas millas.-No podemos ir más deprisa -dijo el doctor-. Nosotros no mandamos, obedecemos.-Amigo Samuel -repuso el cazador-, he aquí una ocasion <strong>en</strong> que un propulsor v<strong>en</strong>dría apedir de boca.-Sin duda, Dick; admiti<strong>en</strong>do, sin embargo, que no requiriese agua para ponerse <strong>en</strong>movimi<strong>en</strong>to, pues de lo contrario la situación sería exactam<strong>en</strong>te la misma. Además, hastaahora no se ha inv<strong>en</strong>tado nada que sea practicable. Los <strong>globo</strong>s se hallan aún <strong>en</strong> el punto<strong>en</strong> que se hallaban los buques antes de la inv<strong>en</strong>ción del vapor. Seis mil años se tardó <strong>en</strong>idear las ruedas y las hélices; t<strong>en</strong>emos, pues, para rato.-¡Maldito calor! -exclamó Joe, que sudaba a mares.-Si tuviésemos agua, este calor nos serviría de algo, porque dilata el hidróg<strong>en</strong>o delaeróstato y se necesita una llama m<strong>en</strong>os viva <strong>en</strong> el serp<strong>en</strong>tín. Verdad es que, situviésemos agua, no t<strong>en</strong>dríamos necesidad de economizarla. ¡Maldito sea el salvaje qu<strong>en</strong>os ha costado la preciosa caja!-¿Te arrepi<strong>en</strong>tes de lo que has hecho, Samuel?-No, Dick, puesto que hemos podido sustraer a un desgraciado de una muerte horrible.Pero las ci<strong>en</strong> libras de agua que arrojamos nos serían muy útiles, pues t<strong>en</strong>dríamos doce otrece días de marcha asegurada, sufici<strong>en</strong>te sin duda para atravesar el desierto.-¿No estamos, por lo m<strong>en</strong>os, a la mitad del viaje? -preguntó Joe.-En distancia, sí; pero no <strong>en</strong> duración, si el vi<strong>en</strong>to nos abandona. Y el vi<strong>en</strong>to ti<strong>en</strong>de acesar completam<strong>en</strong>te.


-Señor -repuso Joe-, no nos quejemos; hasta ahora nos las hemos arregladoperfectam<strong>en</strong>te, y a mi, por mas que me empeñe, me es imposible desesperarme. Hallaremosagua, se lo digo yo.De milla <strong>en</strong> milla se deprimía el terr<strong>en</strong>o, y las ondulaciones de las montañas auríferasmorían <strong>en</strong> la llanura, si<strong>en</strong>do las últimas promin<strong>en</strong>cias de una naturaleza ext<strong>en</strong>uada.Hierbas dispersas reemplazaban los hermosos árboles del este; algunas fajas de un verdoralterado luchaban contra la invasión de las ar<strong>en</strong>as; y <strong>en</strong>ormes rocas caídas de las lejanascumbres, haciéndose pedazos al caer, se desparramaban <strong>en</strong> agudos guijarros, que prontose convertirían <strong>en</strong> tosca ar<strong>en</strong>a y mas adelante <strong>en</strong> impalpable polvo.-He aquí África tal como tú te la imaginabas, Joe; t<strong>en</strong>ia yo razon cuando te decía:¡Aguarda!-¿Y qué, señor? -replicó Joe-. Esto, al m<strong>en</strong>os, es lo natural. ¡Calor y ar<strong>en</strong>a! Absurdosería buscar otra cosa <strong>en</strong> un pais semejante. Yo -añadió, ri<strong>en</strong>do- no confiaba <strong>en</strong> susbosques y praderas, que me parecieron siempre un contras<strong>en</strong>tido. No valía la p<strong>en</strong>a v<strong>en</strong>irde tan lejos para <strong>en</strong>contrar la campiña de Inglaterra. Ahora es la primera vez que creoestar <strong>en</strong> África, y no si<strong>en</strong>to conocerla de cerca.Al anochecer el doctor comprobó que el Victoria, durante aquel día bochornoso, nohabía recorrido ni veinte millas. Una oscuridad cali<strong>en</strong>te lo <strong>en</strong>volvió una vez que el solhubo desaparecido detrás de un horizonte trazado con la limpieza de una línea recta.El día sigui<strong>en</strong>te, 1 de mayo, era jueves; pero los días se sucedían con una monotoníadesesperante. Cada mañana era idéntica a la que había precedido; el mediodía lanzabasiempre con igual profusión los mismos rayos inagotables, y la noche cond<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> susombra el calor disperso que el día sigui<strong>en</strong>te debía legar a la sigui<strong>en</strong>te noche. El vi<strong>en</strong>to,ap<strong>en</strong>as perceptible, parecía más una aspiracion que un soplo, y se podía pres<strong>en</strong>tir elinstante <strong>en</strong> que hasta aquel ali<strong>en</strong>to cesaría.El doctor lograba reaccionar contra la tristeza de aquella situación; conservaba la calmay la sangre fría de un corazon aguerrido. Con un anteojo <strong>en</strong> la mano, interrogaba todoslos puntos del horizonte; veía decrecer imperceptiblem<strong>en</strong>te las últimas colinas y borrarsela última vegetación, mi<strong>en</strong>tras que ante él se ext<strong>en</strong>día toda la inm<strong>en</strong>sidad del desierto.La responsabilidad que pesaba sobre él le afectaba mucho, aunque sabía disimularlo.Aquellos dos hombres, Dick y Joe, ambos amigos, habían sido arrastrados por él, casi porla fuerza de la amistad o del deber. ¿ Había obrado bi<strong>en</strong>? ¿No había <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> víasprohibidas? ¿No int<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> aquel viaje traspasar los límites de lo imposible? ¿Nohabría Dios reservado a siglos muy posteriores el conocimi<strong>en</strong>to de aquel contin<strong>en</strong>teingrato?Todos estos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, como sucede <strong>en</strong> las horas de desali<strong>en</strong>to, se multiplicaban <strong>en</strong>su cabeza, y, por una irresistible asociación de ideas, le llevaban más allá de la lógica y elraciocinio. Después de constatar lo que no debió hacer, se preguntaba lo que debía hacer<strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to. ¿Sería imposible volver sobre sus pasos? ¿No había corri<strong>en</strong>tessuperiores que le llevaran hacia comarcas m<strong>en</strong>os áridas? Conocía la zona que habíanatravesado, pero no aquella hacia la que se dirigían, por lo que su conci<strong>en</strong>cia le hizotomar la resolución de abrirse a sus compañeros, exponiéndoles la situación sin tapujos.Les mostró el camino recorrido y el que quedaba aún por recorrer; <strong>en</strong> rigor, se podíaretroceder, o al m<strong>en</strong>os int<strong>en</strong>tarlo, y deseaba conocer su opinion.-Yo no t<strong>en</strong>go otra opinión que la de mi señor -respondió Joe-. Lo que él sufra, yo puedosufrirlo mejor que él. A donde él vaya, yo iré.-¿Y tú, K<strong>en</strong>nedy?-Yo, mi querido Samuel, no soy hombre que se desespere; nadie era más consci<strong>en</strong>te queyo de los peligros de la empresa, pero decidí ignorarlos cuando vi que tú los afrontabas.


Así pues, estoy contigo <strong>en</strong> cuerpo y alma. En la actual situación soy del parecer de quedebemos perseverar, ir hasta el fin. Además, no me parece que retrocedi<strong>en</strong>do fues<strong>en</strong>m<strong>en</strong>ores los peligros. Adelante, pues, y cu<strong>en</strong>ta con nosotros.-¡Gracias, mis dignos amigos! -respondió el doctor, verdaderam<strong>en</strong>te conmovido-.Conocía vuestra adhesión, pero t<strong>en</strong>ía necesidad de que vuestras palabras me al<strong>en</strong>tas<strong>en</strong>.¡Gracias, gracias!Y los tres se estrecharon la mano con efusión.-Oídme -prosiguió Fergusson-. Según mis cálculos, no nos hallamos a más detresci<strong>en</strong>tas millas del golfo de Guinea. El desierto no puede, pues, ext<strong>en</strong>derse indefinidam<strong>en</strong>te,puesto que la costa está habitada y reconocida hasta cierta profundidad tierraad<strong>en</strong>tro. Si es necesario, nos dirigiremos hacia dicha costa, y es imposible que no <strong>en</strong>contremosalgún oasis, algún pozo donde r<strong>en</strong>ovar nuestra provisión de agua. Pero lo qu<strong>en</strong>os falta es vi<strong>en</strong>to; sin él nos hallamos ret<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> el aire por una calma chicha.-Aguardemos con resignación -dijo el cazador.Pero todos interrogaron <strong>en</strong> vano al espacio durante aquel interminable día. Nadaapareció que pudiese hacer concebir una esperanza. Los últimos movimi<strong>en</strong>tos de la tierradesaparecieron al ponerse el sol, cuyos rayos horizontales se prolongaron <strong>en</strong> largas líneasde fuego sobre aquella inm<strong>en</strong>sa llanura. Era el desierto.Los viajeros, pese a haber recorrido una distancia no superior a quince millas, habíanconsumido, lo mismo que el día anterior, ci<strong>en</strong>to treinta y cinco pies cúbicos de gas paraalim<strong>en</strong>tar el soplete, y de ocho pintas de agua tuvieron que sacrificar dos para apagar unased devoradora.La noche transcurrió tranquila, demasiado tranquila. El doctor no durmió.XXVUn poco de filosofía. - Una nube <strong>en</strong> el horizonte. - Enmedio de la niebla. - El <strong>globo</strong> inesperado. - Lasseñales. - Reproducción exacta del Victoria. - Laspalmeras. - Vestigios de una caravana. – El pozo <strong>en</strong>medio del desiertoAl día sigui<strong>en</strong>te, la misma pureza del cielo y la misma inmovilidad de la atmósfera. ElVictoria se elevó a una altura de quini<strong>en</strong>tos pies, pero avanzó muy poco hacia el oeste.-Nos hallamos <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o desierto -dijo el doctor-.¡Qué inm<strong>en</strong>sidad de ar<strong>en</strong>a! ¡Quéextraño espectáculo! ¡Qué singular disposición de la naturaleza! ¿Por qué <strong>en</strong> algunascomarcas hay una vegetación tan exuberante y <strong>en</strong> éstas una aridez tan desconsoladora,hallándose todos <strong>en</strong> la misma latitud y bajo los mismos rayos del sol?-El porqué, amigo Samuel, me ti<strong>en</strong>e sin cuidado -respondió K<strong>en</strong>nedy-; la razón mepreocupa m<strong>en</strong>os que el hecho. Es así, y no hay más vueltas que darle.-Bu<strong>en</strong>o es filosofar un poco, amigo Dick; eso no perjudica a nadie.-Filosofemos; no hay inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te. Tiempo t<strong>en</strong>emos para ello, pues ap<strong>en</strong>as nosmovemos. Al vi<strong>en</strong>to le da miedo soplar, está dormido.-No durará la calma -dijo Joe-, pues ya me parece distinguir algunos nubarrones al este.-Joe ti<strong>en</strong>e razón -respondió el doctor.


-¡Estup<strong>en</strong>do! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¿Y nos corresponderá una nube, con una bu<strong>en</strong>alluvia y un bu<strong>en</strong> vi<strong>en</strong>to que nos azot<strong>en</strong> la cara?-Ya veremos, Dick, ya veremos.-Sin embargo, hoy es viernes, señor, y yo desconfío de los viernes.-Pues espero ver hoy mismo disipadas tus prev<strong>en</strong>ciones.-¡Ojalá, señor! ¡Uf! -añadió, <strong>en</strong>jugándose la cara-. Bu<strong>en</strong>o será el calor <strong>en</strong> invierno, peroahora maldita la falta que hace.-¿No crees que este sol abrasador puede echar a perder el <strong>globo</strong>? -preguntó K<strong>en</strong>nedy aldoctor.-No; la gutapercha con la que está untado el tafetán resiste temperaturas mucho máselevadas. La temperatura a que lo he sometido interiorm<strong>en</strong>te por medio del serp<strong>en</strong>tín hasido algunas veces de 158 0 , y el <strong>en</strong>voltorio no se ha res<strong>en</strong>tido lo más mínimo.-¡Una nube! ¡Una nube de veras! -exclamó <strong>en</strong> aquel mom<strong>en</strong>to Joe, cuya vista desafiabatodos los prismáticos.En efecto, una faja espesa y ya visible se elevaba l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te sobre el horizonte. Era unanube de un carácter especial, formada, al parecer, de nubecillas que conservaban su formaprimitiva, de lo que el doctor dedujo que no había <strong>en</strong> su aglomeración ninguna corri<strong>en</strong>tede aire.Aquella masa compacta había aparecido hacia las ocho de la mañana, y a las oncealcanzaba el disco del sol, que desapareció por completo detrás de aquella tupida cortina.En ese mismo mom<strong>en</strong>to, la parte inferior de la nube abandonaba la línea del horizonte,que brillaba con una luz copiosa.-No es más que una nube aislada -dijo el doctor-, y no podemos contar mucho con ella.Mira, Dick, sigue t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do exactam<strong>en</strong>te la misma forma que esta mañana.-En efecto, Samuel, ahí no hay ni lluvia, ni vi<strong>en</strong>to, al m<strong>en</strong>os para nosotros.-Eso es lo que me temo, pues se manti<strong>en</strong>e a una gran altura.-Samuel, ¿y si fuésemos a buscar la nube, ya que no quiere descargar sobre nosotros?-No creo que nos sirva de mucho -respondió el doctor-; será un consumo másconsiderable de gas y, por consigui<strong>en</strong>te, de agua. Pero, <strong>en</strong> nuestra situacion, debemosint<strong>en</strong>tarlo todo; vamos a subir.El doctor activó al máximo la llama del soplete <strong>en</strong> las espirales del serp<strong>en</strong>tín. Seprodujo un calor viol<strong>en</strong>to, y el <strong>globo</strong> se elevó bajo la acción del hidróg<strong>en</strong>o dilatado.A unos mil quini<strong>en</strong>tos pies de la tierra <strong>en</strong>contró la masa opaca de la nube y <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> unaespesa niebla, mant<strong>en</strong>iéndose a esta altura. Sin embargo, no halló un soplo de vi<strong>en</strong>to; laniebla parecía incluso desprovista de humedad, y ap<strong>en</strong>as se humedecieron los objetosexpuestos a su contacto. El Victoria, <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> aquel vapor, marchó con un poco m<strong>en</strong>osde pereza, pero fue cosa insignificante.El doctor constataba con tristeza el mediocre resultado obt<strong>en</strong>ido con su maniobra,cuando oyó a Joe exclamar <strong>en</strong> un tono de viva sorpresa:-¡Cielo santo!-¿Qué sucede, Joe?-¡Señor Samuel! ¡Señor K<strong>en</strong>nedy! ¡Qué cosa tan rara!-¿Qué ocurre? Explícate.-¡No estamos aquí solos! ¡Hay intrigantes! ¡Nos han robado nuestro inv<strong>en</strong>to!-¿Se ha vuelto loco? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.Joe era la viva imag<strong>en</strong> del asombro. No se movía.-¿Habrá turbado el sol la razón de este pobre muchacho? -dijo el doctor, volviéndosehacia él.-¿Quieres decirme ... ? -le preguntó.


-Pero ¿no lo ve, señor? -exclamó Joe, indicando un punto <strong>en</strong> el espacio.-¡Por san Patricio! -exclamó K<strong>en</strong>nedy a su vez-. ¡Esto es increíble! ¡Mira, mira,Samuel!-Lo veo -respondió tranquilam<strong>en</strong>te el doctor.-¡Otro <strong>globo</strong>! ¡Otros viajeros como nosotros!En efecto, a dosci<strong>en</strong>tos pies de distancia, un aeróstato flotaba <strong>en</strong> el aire con su barquillay sus viajeros, y seguía exactam<strong>en</strong>te el mismo rumbo que el Victoria.-Pues bi<strong>en</strong> -dijo el doctor-, vamos a hacerle algunas señales. Toma el pabellón,K<strong>en</strong>nedy, y <strong>en</strong>señémosle nuestros colores.Parece que los viajeros del segundo aeróstato habían concebido simultáneam<strong>en</strong>te lamisma idea, pues la misma <strong>en</strong>seña repetía idénticam<strong>en</strong>te el mismo saludo <strong>en</strong> una manoque la agitaba de la misma forma.-¿Qué significa esto? -preguntó el cazador.-¡Son monos! -exclamó Joe-. ¡Se están burlando de nosotros!-Esto significa -respondió Fergusson, ri<strong>en</strong>do- que eres tú mismo, amigo Dick, qui<strong>en</strong>hace la señal <strong>en</strong> las dos barquillas; quiere decir que <strong>en</strong> las dos barquillas estamosnosotros, y que ese <strong>globo</strong>, <strong>en</strong> resumidas cu<strong>en</strong>tas, es el Victoria.-Con todo respeto, señor –dijo Joe-, por ahí no paso.-Ponte junto a la borda, Joe, mueve los brazos de un lado a otro, y verás.Joe obedeció y vio instantáneam<strong>en</strong>te reproducidos con toda exactitud sus movimi<strong>en</strong>tos.-Es un efecto de espejismo -explicó el doctor-, un simple f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o óptico debido al<strong>en</strong>rarecimi<strong>en</strong>to desigual de las capas de aire. Ésa es la explicación.-¡Es maravilloso! -repetía Joe, que no daba crédito a sus ojos y no paraba de hacercontorsiones para conv<strong>en</strong>cerse.-¡Qué curioso espectáculo! -repuso K<strong>en</strong>nedy-. ¡Da gusto ver nuestro Victoria! ¿Sabesque ti<strong>en</strong>e bu<strong>en</strong> porte y que se manti<strong>en</strong>e majestuosam<strong>en</strong>te?-Explíquese como se quiera -replicó Joe-, es la cosa mas singular del mundo.Pero la imag<strong>en</strong> no tardó <strong>en</strong> desvanecerse gradualm<strong>en</strong>te: las nubes se elevaron a mayoraltura, abandonando al Victoria, que no trató de seguirlas, y al cabo de una horadesaparecieron <strong>en</strong> el cielo.El vi<strong>en</strong>to, ap<strong>en</strong>as perceptible, disminuyo mas y mas. El doctor, desesperado, hizo bajarel <strong>globo</strong> hasta muy cerca de tierra.Los viajeros, a qui<strong>en</strong>es aquel incid<strong>en</strong>te había arrancado de sus preocupaciones, se<strong>en</strong>tregaron de nuevo a sus tristes p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, abrumados por un calor insoportable.Hacia las cuatro, Joe indicó un objeto que sobresalía <strong>en</strong> el inm<strong>en</strong>so ar<strong>en</strong>al, y prontopudo afirmar que eran dos palmeras que se elevaban a poca distancia.-¡Palmeras! -exclamó Fergusson-. ¿Hay, pues, una fu<strong>en</strong>te, un pozo?Tomó los prismáticos y se conv<strong>en</strong>ció de que a Joe no le <strong>en</strong>gañaba la vista.-¡Por fin, agua! ¡Agua! -repitió-. Estamos salvados, pues, por poco que avancemos,tarde o temprano llegaremos.-¿No podríamos, <strong>en</strong>tretanto, señor, echar un trago? El aire es sofocante.-Echémoslo, muchacho.Nadie se hizo de rogar. En un mom<strong>en</strong>to desapareció una pinta <strong>en</strong>tera, por lo que laprovisión quedó reducida a tres pintas y media.-¡No hay nada <strong>en</strong> el mundo como el agua! -dijo Joe-. ¡Qué cosa tan rica! Me la hebebido más a gusto que la cerveza de Perkins.-Ahí ti<strong>en</strong>es las v<strong>en</strong>tajas de la privacion -respondió el doctor.-¡Pobres v<strong>en</strong>tajas! -dijo el cazador-. Yo de bu<strong>en</strong>a gana r<strong>en</strong>unciaría al placer de beberagua, con tal de que no me faltara nunca cuando la necesito.


A las seis, el Victoria planeaba sobre las palmeras.Eran dos árboles <strong>en</strong>cl<strong>en</strong>ques, <strong>en</strong>fermizos, casi secos, dos espectros de árboles sin hojas,más muertos que vivos. Fergusson los contempló con espanto.Junto a un tronco se distinguían las piedras medio pulverizadas de un pozo, que,desm<strong>en</strong>uzadas por los ardores del sol, se confundían casi con la ar<strong>en</strong>a del desierto. Nohabía rastro alguno de humedad. Samuel sintió que se le oprimía el corazón, y se disponíaa participar sus recelos a sus compañeros cuando las exclamaciones de éstos llamaron suat<strong>en</strong>ción.Hacia el oeste, hasta donde alcanzaba la vista, se ext<strong>en</strong>día una larga línea de blancasosam<strong>en</strong>tas. Fragm<strong>en</strong>tos de esqueletos rodeaban la seca fu<strong>en</strong>te. Sin duda alguna, unacaravana había llegado hasta allí, marcando su paso con este largo osario. Los másdébiles habían caído uno tras otro <strong>en</strong> la ar<strong>en</strong>a, y los más fuertes, después de llegar a tandeseada fu<strong>en</strong>te, habían <strong>en</strong>contrado junto a ella una muerte horrible.Los pasajeros se miraron y se quedaron pálidos.~¡No bajemos! -dijo K<strong>en</strong>nedy-. ¡Huyamos de tan horrible espectáculo! No hallaremosuna gota de agua.-Debemos conv<strong>en</strong>cernos por nuestros propios ojos, Dick, y lo mismo da pasar aquí lanoche que <strong>en</strong> otra parte. Exploraremos el pozo hasta el fondo; acaso quede aún algo delmanantial que hubo <strong>en</strong> otro tiempo.El Victoria tomó tierra. Joe y K<strong>en</strong>nedy pusieron <strong>en</strong> la barquilla un peso de ar<strong>en</strong>aequival<strong>en</strong>te al suyo y bajaron. Corrieron al pozo y p<strong>en</strong>etraron <strong>en</strong> su interior por unaescalera que no era mas que polvo. El manantial parecía agotado desde muchos añosatrás. Cavaron <strong>en</strong> una ar<strong>en</strong>a seca y suelta, de una aridez incomparable, sin hallar indicioalguno de humedad.El doctor les vio volver a la superficie del desierto inundados de sudor, agotados,cubiertos de un polvo fino, desal<strong>en</strong>tados, desesperados.Compr<strong>en</strong>dió la infructuosidad de sus investigaciones. Lo pres<strong>en</strong>tía, pero no había dichouna palabra. Compr<strong>en</strong>día que a partir de aquel mom<strong>en</strong>to debería t<strong>en</strong>er valor y <strong>en</strong>ergía porlos tres.Joe traía <strong>en</strong> la mano los fragm<strong>en</strong>tos de un odre, que tiró con cólera <strong>en</strong> medio de loshuesos esparcidos por el suelo.Durante la c<strong>en</strong>a reinó un profundo sil<strong>en</strong>cio <strong>en</strong>tre los viajeros, que comian conrepugnancia.Y sin embargo, no habían sufrido aún los verdaderos torm<strong>en</strong>tos de la sed; sólodesesperaban por el futuro.XXVICi<strong>en</strong>to trece grados. - Reflexiones del doctor. -Pesquisas desesperadas. - Se apaga el soplete. - Ci<strong>en</strong>tocuar<strong>en</strong>ta grados. - La contemplación del desierto. - Unpaseo de noche. - Soledad. - Desfallecimi<strong>en</strong>to. -Proyecto de Joe. - Un día de plazoEl espacio recorrido por el Victoria <strong>en</strong> todo el día anterior no pasaba de diez millas, yhabía consumido ci<strong>en</strong>to ses<strong>en</strong>ta y dos pies cúbicos de gas.El sábado por la mañana el doctor ord<strong>en</strong>ó partir.-El soplete --dijo- ya no puede funcionar mas que seis horas. Si <strong>en</strong> este tiempo nohemos descubierto un pozo ni un manantial, ¡Dios sabe lo que será de nosotros!


-¡Ni un soplo de aire esta mañana, señor! -dijo Joe-. Aunque tal vez se levante -añadió,vi<strong>en</strong>do la mal disimulada tristeza de Fergusson.¡Vana esperanza! Reinaba una calma chicha, una de esas calmas que <strong>en</strong> los marestropicales <strong>en</strong>cad<strong>en</strong>an obstinadam<strong>en</strong>te a los buques de vela. El calor se hizo intolerable, yel termómetro marcó 113 0 a la sombra, bajo la ti<strong>en</strong>da.Joe y K<strong>en</strong>nedy, t<strong>en</strong>didos uno al lado del otro, buscaban <strong>en</strong> la modorra, ya que no <strong>en</strong> elsueño, el olvido de la situación. Una inactividad forzada los cond<strong>en</strong>aba a p<strong>en</strong>osos ocios.El hombre es más digno de lástima cuando no puede apartar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos por mediode un trabajo u ocupación material. Los viajeros nada t<strong>en</strong>ían que vigilar, ni nada tampocoque int<strong>en</strong>tar; debían padecer la situación sin poder mejorarla.Los torm<strong>en</strong>tos de la sed empezaron a hacerse s<strong>en</strong>tir cruelm<strong>en</strong>te. El aguardi<strong>en</strong>te, lejos deapaciguar aquella necesidad imperiosa, la aum<strong>en</strong>taba más y más, y se hacía muy acreedoral nombre de «leche de los tigres» que le dan los naturales de África. Quedaban ap<strong>en</strong>asdos pintas de un líquido recal<strong>en</strong>tado, y todos fijaban sus miradas <strong>en</strong> aquellas gotaspreciosas, sin que nadie se atreviese a mojar con ellas sus labios. ¡Dos pintas de agua <strong>en</strong>medio de un desierto!Entonces el doctor Fergusson, abismado <strong>en</strong> sus reflexiones, se preguntó si había obradocon prud<strong>en</strong>cia, si no hubiera valido más conservar el agua que había descompuesto paramant<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> la atmósfera. Algún camino había recorrido, sin duda, pero ¿había ganadoalgo con ello? Aunque se <strong>en</strong>contrase seisci<strong>en</strong>tas millas más atrás bajo aquella latitud,¿qué podía importarle, puesto que carecía de agua <strong>en</strong> aquel sitio? El vi<strong>en</strong>to, si por fin selevantara, soplaría tanto allí como aquí, incluso aquí con m<strong>en</strong>os fuerza si viniera del este.Pero la esperanza empujaba a Samuel hacia adelante. ¡Y sin embargo, los dos galones deagua consumidos inútilm<strong>en</strong>te hubieran bastado para hacer <strong>en</strong> el desierto un alto de nuevedías ¡Y <strong>en</strong> nueve días podían producirse muchos cambios! Tal vez, al mismo tiempo queconservaba el agua, debió subir echando lastre, aunque luego para volver a bajar tuvieseque perder gas <strong>en</strong> abundancia. ¡Pero el gas era la sangre del <strong>globo</strong>, era su vida!Estas mil reflexiones se cruzaban <strong>en</strong> su cabeza, que apoyaba <strong>en</strong>tre las manos durantehoras <strong>en</strong>teras sin levantarla.« ¡Es preciso hacer un último esfuerzo! -se dijo hacia las diez de la mañana-. ¡Espreciso int<strong>en</strong>tar por última vez descubrir una corri<strong>en</strong>te atmosférica que nos lleve! ¡Espreciso arriesgar nuestros últimos recursos! »Y, mi<strong>en</strong>tras sus compañeros dormitaban, llevó a una elevada temperatura el hidróg<strong>en</strong>odel aeróstato, el cual se redondeó con la dilatación del gas, y subió sigui<strong>en</strong>do <strong>en</strong> línearecta los rayos perp<strong>en</strong>diculares del sol. El doctor buscó <strong>en</strong> vano un soplo de aire desde losci<strong>en</strong> pies hasta los cinco mil; su punto de partida permaneció t<strong>en</strong>azm<strong>en</strong>te debajo de labarquilla. Una calma absoluta parecía reinar hasta <strong>en</strong> los últimos límites de la atmósfera.Finalm<strong>en</strong>te, el agua se acabó, el soplete se apagó por falta de gas, la pila de Buns<strong>en</strong>dejó de funcionar y el Victoria, contrayéndose, bajó nuevam<strong>en</strong>te a la ar<strong>en</strong>a para det<strong>en</strong>erse<strong>en</strong> el mismo hoyo que había abierto con la barquilla.Era mediodía. El doctor estimó que se <strong>en</strong>contraban a 19 0 35’ de longitud y 6 0 51’ delatitud, a cerca de quini<strong>en</strong>tas millas del lago Chad y a más de cuatroci<strong>en</strong>tas de las costasoccid<strong>en</strong>tales de África. Al tomar tierra el <strong>globo</strong>, Dick y Joe salieron de su pesadamodorra.-Nos det<strong>en</strong>emos -dijo el escocés.-Por fuerza -respondió el doctor <strong>en</strong> tono grave.Sus compañeros le compr<strong>en</strong>dieron. El nivel del suelo, a consecu<strong>en</strong>cia de su constantedepresión, se hallaba <strong>en</strong>tonces al nivel del mar, por lo que el <strong>globo</strong> se mantuvo <strong>en</strong> unequilibrio perfecto y una inmovilidad absoluta.


El peso de los viajeros fue reemplazado por una carga equival<strong>en</strong>te de ar<strong>en</strong>a, y éstosecharon pie a tierra, se sumieron <strong>en</strong> sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos y durante algunas horas nodespegaron los labios. Joe preparó la c<strong>en</strong>a, compuesta de galletas y pemmican, queap<strong>en</strong>as probó nadie, y un sorbo de agua cali<strong>en</strong>te completó tan triste c<strong>en</strong>a.Durante la noche, nadie veló, pero nadie durmió tampoco. El calor era sofocante. Al díasigui<strong>en</strong>te no quedaba más que media pinta de agua; el doctor la puso aparte y todosresolvieron no recurrir a ella sino <strong>en</strong> último extremo.-¡Me ahogo! -exclamó al poco Joe-. ¡El calor va <strong>en</strong> aum<strong>en</strong>to! No me extraña -dijo,después de haber consultado el termómetro-. ¡Ci<strong>en</strong>to cuar<strong>en</strong>ta grados!-La ar<strong>en</strong>a -respondió el cazador- abrasa como si saliese de un horno. ¡Y ni una nube <strong>en</strong>este cielo de fuego! ¡Es para volverse loco!-No nos desesperemos -dijo el doctor-; a estos grandes calores suced<strong>en</strong>inevitablem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> esta latitud, tempestades que llegan con la rapidez del rayo. A pesarde la angustiosa ser<strong>en</strong>idad del cielo, pued<strong>en</strong> producirse <strong>en</strong> él <strong>en</strong> m<strong>en</strong>os de una horagrandes alteraciones.-¡Pero algún indicio habría! -repuso K<strong>en</strong>nedy.-Pues bi<strong>en</strong> -dijo el doctor-, me parece que el barómetro ti<strong>en</strong>e una ligera t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia abajar.-¡El cielo te oiga, Samuel! Porque estamos clavados al suelo como un pájaro con lasalas rotas.-Con una difer<strong>en</strong>cia, sin embargo, amigo Dick: nuestras alas están intactas y espero quetodavía podamos utilizarlas.-¡Vi<strong>en</strong>to! ¡Vi<strong>en</strong>to! -exclamó Joe-. ¡Vi<strong>en</strong>to con que trasladarnos a un arroyo, a un pozo,y no nos faltará nada! T<strong>en</strong>emos víveres sufici<strong>en</strong>tes, y con agua aguardaríamos un mes sinsufrir. ¡Pero la sed es una cosa horrible!La sed, así como la contemplación incesante del desierto, fatiga la m<strong>en</strong>te. No había niun accid<strong>en</strong>te del terr<strong>en</strong>o, ni un montículo de ar<strong>en</strong>a, ni un guijarro donde descansar lamirada. Aquella llanura descorazonadora causaba esa desazon conocida como<strong>en</strong>fermedad del desierto. La impasibilidad de aquel árido azul del cielo y aquel amarilloinm<strong>en</strong>so de la ar<strong>en</strong>a acababan por asustar. En aquella atmósfera inc<strong>en</strong>diada, el calorparecía vibrar, como <strong>en</strong>cima de una fragua incandesc<strong>en</strong>te; el corazón se desesperaba anteaquella calma inm<strong>en</strong>sa, y no se <strong>en</strong>treveía ninguna razón para que cesase aquel estado decosas, pues la inm<strong>en</strong>sidad es una especie de eternidad.Así es que los pobres viajeros, privados de agua bajo aquella temperatura tórrida,empezaron a experim<strong>en</strong>tar síntomas de alucinación; sus ojos se agrandaban y su miradase volvía turbia.Llegada la noche, el doctor resolvió combatir por medio de un paseo rápido aquelladisposición alarmante. Quiso recorrer aquella llanura de ar<strong>en</strong>a durante algunas horas, nopara buscar, sino, simplem<strong>en</strong>te, para andar.-Seguldme -dijo a sus compañeros-; creedme, el paseo os s<strong>en</strong>tará bi<strong>en</strong>.-Imposible -respondió K<strong>en</strong>nedy-. No podría dar un paseo.-Yo prefiero dormir -dijo Joe.-Pero, amigos, el sueño o el reposo os serán funestos. Reaccionad contra vuestroabatimi<strong>en</strong>to. Vamos, seguidme.Nada pudo obt<strong>en</strong>er de ellos el doctor, y partió solo <strong>en</strong> medio de la estrelladatranspar<strong>en</strong>cia de la noche. Sus primeros pasos fueron p<strong>en</strong>osos: los pasos de un hombredebilitado y que ha perdido la costumbre de andar. Pero pronto se percató de que aquelejercicio le resultaría b<strong>en</strong>eficioso. Avanzó unas millas hacia el oeste, y su ánimo cobrabaalgún ali<strong>en</strong>to cuando, de rep<strong>en</strong>te, se sintió acometido por una s<strong>en</strong>sación de vértigo; se


creyo inclinado sobre un abismo, sintió que se le doblaban las rodillas; aquella inm<strong>en</strong>sasoledad le aterrorizó; él era el punto matemático, el c<strong>en</strong>tro de una circunfer<strong>en</strong>cia infinita,es decir, ¡nada! El Victoria desaparecía <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la oscuridad. ¡El impasibledoctor, el audaz viajero experim<strong>en</strong>tó súbitam<strong>en</strong>te un miedo insuperable! Quiso retroceder,pero fue <strong>en</strong> vano. Gritó, pero no le contestó ningún eco, y su voz cayó <strong>en</strong> elespacio como una piedra <strong>en</strong> un abismo sin fondo. Se tumbó <strong>en</strong> la ar<strong>en</strong>a desfallecido ysolo, <strong>en</strong> medio de los grandes sil<strong>en</strong>cios del desierto.A medianoche volvió <strong>en</strong> sí <strong>en</strong>tre los brazos de su fiel Joe; éste, inquieto por laprolongada aus<strong>en</strong>cia de su señor, había seguido sus huellas perfectam<strong>en</strong>te impresas <strong>en</strong> lallanura y lo había <strong>en</strong>contrado desvanecido.-¿Qué le ha ocurrido, señor? -preguntó.-Nada, mi bu<strong>en</strong> Joe; un mom<strong>en</strong>to de debilidad, ni más ni m<strong>en</strong>os.-En efecto, señor, no será nada. Pero, levántese; apóyese <strong>en</strong> mí y volvamos al Victoria.El doctor, del brazo de Joe, volvió a tomar el camino que había seguido.-Ha sido una imprud<strong>en</strong>cia, señor, av<strong>en</strong>turarse como lo ha hecho. Podían haberle robado-añadió, ri<strong>en</strong>do-. Ahora, señor, hablemos con seriedad.-Habla. Te escucho.-Es absolutam<strong>en</strong>te indisp<strong>en</strong>sable tomar una decisión. Nuestra situación no puedeprolongarse más que unos pocos días, y si no llega vi<strong>en</strong>to estamos perdidos. -El doctorguardó sil<strong>en</strong>cio-. Es necesario que alguno de nosotros se sacrifique por la salvacióncomún, y es muy natural que sea yo.-¿Qué quieres decir? ¿Cuál es tu proyecto?-Un proyecto muy s<strong>en</strong>cillo: coger provisiones y caminar siempre hacia adelante hastallegar a algún sitio. Durante ese tiempo, si el cielo les <strong>en</strong>vía un vi<strong>en</strong>to favorable, no meaguard<strong>en</strong>; partan. Yo, si llego a una aldea, saldré del paso con unas cuantas palabras <strong>en</strong>árabe que usted me habrá facilitado por escrito y regresaré con ayuda o dejaré <strong>en</strong> laempresa mi pellejo. ¿ Qué le parece mi plan?-Que es ins<strong>en</strong>sato, pero digno de tu gran corazón, Joe. No te separarás de nosotros; esimposible.-Pero, señor, algo se ha de hacer, y lo que propongo no le perjudica <strong>en</strong> lo más mínimo,puesto que, como he dicho, no t<strong>en</strong>drá que aguardarme; y, <strong>en</strong> rigor, ¿no puedo salir bi<strong>en</strong>de mi empeño?-¡No, Joe! ¡No! ¡No nos separaremos! La separación sería un nuevo dolor añadido a losque nos aflig<strong>en</strong>. Estaba escrito que habíamos de pasar lo que estamos pasando, y escritotambién está probablem<strong>en</strong>te que nuestra situación mejore más adelante. Aguardemos,pues, con resignacion.-De acuerdo, señor, pero le advierto que le doy un día para p<strong>en</strong>sarlo y no aguardarémás. Hoy es domingo, o, mejor dicho, lunes, pues ya es la una de la madrugada. Si elmartes no partimos, probaré fortuna. Mi decisión es irrevocable.El doctor no respondió; llegó a la barquilla y se acomodó al lado de K<strong>en</strong>nedy. Éste sehallaba sumido <strong>en</strong> un sil<strong>en</strong>cio absoluto, que no debía de ser efecto del sueño.XXVIICalor espantoso. - Alucinaciones. - Las últimas gotasde agua. - Noche de desesperación. - T<strong>en</strong>tativa desuicidio. - El simún. - El oasis. - Leóny leona


Al día sigui<strong>en</strong>te, lo primero que hizo el doctor fue consultar el barómetro. La columnade mercurio había experim<strong>en</strong>tado un desc<strong>en</strong>so ap<strong>en</strong>as apreciable.« ¡Nada! -dijo para sí-. ¡Nada! »Salió de la barquilla para examinar el tiempo: el mismo calor, la misma pureza delcielo, la misma impasibilidad.-¿Es, pues, preciso desesperar? -exclamó.Joe, absorto <strong>en</strong> sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, <strong>en</strong> su proyecto de exploración, no despegaba loslabios.K<strong>en</strong>nedy se levantó muy <strong>en</strong>fermo y presa de una sobreexcitación alarmante. Le acosabala sed de una manera horrible; su l<strong>en</strong>gua y sus labios <strong>en</strong>tumecidos difícilm<strong>en</strong>te podíanarticular un sonido.Quedaban aún algunas gotas de agua. Todos lo sabían, todos p<strong>en</strong>saban <strong>en</strong> ellas y ses<strong>en</strong>tían atraídos hacia ellas, pero nadie se atrevía a acercarse.Aquellos tres compañeros, aquellos tres amigos se miraban con ojos extraviados, conun s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de avidez bestial que se pintaba principalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el semblante deK<strong>en</strong>nedy, cuyo vigoroso organismo sucumbía antes a aquellas intolerables privaciones.Durante todo el día estuvo delirando; iba y v<strong>en</strong>ía lanzando gritos roncos, mordiéndose lospuños, dispuesto a abrirse las v<strong>en</strong>as para apagar su sed con su propia sangre.-¡Ah! -exclamó-. ¡País de la sed! ¡Mejor deberías llamarte país de la desesperación!Cayó luego profundam<strong>en</strong>te postrado, y no se oyó más que el silbido de su respiracion<strong>en</strong>tre sus labios abrasados.Al anochecer, Joe fue acometido a su vez por un principio de locura. Aquellainterminable sábana de ar<strong>en</strong>a la parecía un inm<strong>en</strong>so estanque de limpias y cristalinasaguas, y más de una vez se puso de bruces <strong>en</strong> la inflamada ar<strong>en</strong>a para beber, y se levantócon la boca ll<strong>en</strong>a de polvo.-¡Maldición! -dijo con cólera-. ¡Es agua salada!Entonces, mi<strong>en</strong>tras Fergusson y K<strong>en</strong>nedy permanecían t<strong>en</strong>didos sin moverse, seapoderó de él el inv<strong>en</strong>cible p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to de apurar las pocas gotas de agua que habíareservadas. Este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to fue más fuerte que él; se dirigió, arrastrándose, a labarquilla, contempló con sedi<strong>en</strong>tos ojos la botella donde estaba el agua, la cogió y se lallevó a los labios.En aquel mom<strong>en</strong>to, estas palabras, « ¡A beber! ¡A beber! », fueron pronunciadas <strong>en</strong> untono que desgarraba el alma.Era K<strong>en</strong>nedy, que se arrastraba junto a él; el desgraciado inspiraba compasión, pedía derodillas, lloraba.Joe, llorando también, le ofreció la botella, y K<strong>en</strong>nedy apuró su cont<strong>en</strong>ido hasta laúltima gota.-Gracias -dijo.Pero Joe no le oyó; igual que él, se había desplomado sobre la ar<strong>en</strong>a.Se ignora lo que pasó durante aquella espantosa noche. Pero el martes por la mañana,bajo los chorros de fuego que derramaba el sol, los infortunados sintieron que susmiembros se secaban poco a poco. Cuando Joe quiso levantarse, le resultó imposible, demanera que no pudo poner <strong>en</strong> práctica su proyecto.El muchacho miró a su alrededor. En la barquilla, el abrumado doctor, con los brazoscruzados, miraba un punto imaginario <strong>en</strong> el espacio espantoso; m<strong>en</strong>eaba la cabeza dederecha a izquierda como una fiera <strong>en</strong>jaulada.De rep<strong>en</strong>te, la mirada del cazador se dirigió a su carabina, cuya culata sobresalía delborde de la barquilla.-¡Ah! -exclamó, levantándose con un esfuerzo sobrehumano.


Y se precipitó hacia el arma, extraviado, loco, y dirigió el cañón hacia su boca.-¡Señor! ¡Señor! -exclamó Joe, arrojándose sobre él.-¡Déjame! ¡Quita! -dijo el escocés con voz ronca.Los dos luchaban con <strong>en</strong>carnizami<strong>en</strong>to.-Apártate o te mato -repitió K<strong>en</strong>nedy.Pero Joe se asía a él con fuerza, y así combatieron durante más de un minuto sin que eldoctor pareciese reparar <strong>en</strong> nada; pero, durante la lucha, la carabina se disparó, y al ruidode la detonación el doctor se levantó como un espectro y miró a su alrededor.De pronto, su mirada se animó, ext<strong>en</strong>dió una mano hacia el horizonte y, con una vozque nada t<strong>en</strong>ía de humano, exclamó:-¡Allá! ¡Allá! ¡Allá abajo!Había una <strong>en</strong>ergía tal <strong>en</strong> su gesto que Joe y K<strong>en</strong>nedy se separaron y miraron.La llanura se agitaba como un mar <strong>en</strong>crespado por la tempestad; olas de ar<strong>en</strong>a seestrellaban unas contra otras <strong>en</strong> medio de una int<strong>en</strong>sa polvareda; una inm<strong>en</strong>sa columnav<strong>en</strong>ía del sudeste arremolinándose con extrema rapidez; el sol desaparecía detrás de unanube opaca cuya sombra desrnedida se prolongaba hasta el Victoria; los granos de finaar<strong>en</strong>a se deslizaban con la facilidad de las moléculas líquidas, y aquella marea asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tesubía poco a poco.Una <strong>en</strong>érgica mirada de esperanza brilló <strong>en</strong> los ojos de Fergusson.-¡El simún! -exclamó.-¡El simún! -repitió Joe, sin compr<strong>en</strong>der muy bi<strong>en</strong> lo que decía el doctor.-¡Mejor! -exclamó K<strong>en</strong>nedy con una rabia desesperada-. ¡Mejor! ¡Vamos a morir!-¡Mejor! -replicó el doctor-. ¡Vamos a vivir!Y empezó a echar rápidam<strong>en</strong>te la ar<strong>en</strong>a que servia de lastre a la barquilla.Sus compañeros le compr<strong>en</strong>dieron al fin y se unieron a él.. -¡Y ahora, Joe -dijo el doctor-, echa fuera unas cincu<strong>en</strong>ta libras de tu mineral!Joe no vaciló, aunque no dejó de experim<strong>en</strong>tar cierta repugnancia. El <strong>globo</strong> se elevó.-Ya era hora -exclamó el doctor.El simún llegaba, <strong>en</strong> efecto, con la rapidez del rayo. Poco faltó para que el Victoriaquedara aplastado, despedazado, destrozado. El inm<strong>en</strong>so torbellino lo alcanzó y lo<strong>en</strong>volvió <strong>en</strong> una lluvia de ar<strong>en</strong>a.-¡Más lastre fuera! -gritó el doctor a Joe.-¡Ya está! -respondió este último, arrojando un <strong>en</strong>orme fragm<strong>en</strong>to de cuarzo.El Victoria subió rápidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>cima del torbellino; pero, <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> el inm<strong>en</strong>sodesplazami<strong>en</strong>to de aire, fue arrastrado a una velocidad incalculable sobre aquel marespumoso.Samuel, Dick y Joe no hablaban. Miraban y esperaban, refrescados por el vi<strong>en</strong>to deltorbellino.A las tres cesaba la torm<strong>en</strong>ta; la ar<strong>en</strong>a, al caer de nuevo, formaba una innumerablecantidad de montículos, y el cielo recobraba su tranquilidad inicial.El Victoria, otra vez inmóvil, flotaba a la vista de un oasis, isla cubierta de árbolesverdes que sobresalía de la superficie de aquel océano.-¡Allí! ¡Allí está el agua! -exclamó el doctor. De inmediato, abri<strong>en</strong>do la válvulasuperior, dejó escapar el hidróg<strong>en</strong>o y bajó l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te a dosci<strong>en</strong>tos pasos del oasis.Los viajeros habían recorrido <strong>en</strong> cuatro horas un espacio de dosci<strong>en</strong>tas cuar<strong>en</strong>ta millas.La barquilla quedó al mom<strong>en</strong>to equilibrada, y K<strong>en</strong>nedy, seguido de Joe, saltó a tierra.-¡Vuestros fusiles! -exclamó el doctor-. ¡Vuestros fusiles, y sed prud<strong>en</strong>tes!Dick cogió su carabina y Joe una de las escopetas. Avanzaron rápidam<strong>en</strong>te hasta losárboles y p<strong>en</strong>etraron bajo aquella fresca vegetación que les anunciaba manantiales


abundantes, sin hacer caso de unas anchas pisadas, de unas huellas recién dejadas <strong>en</strong> latierra húmeda.De rep<strong>en</strong>te, a veinte pasos de distancia, sonó un rugido.-¡El rugido de un león! -dijo Joe.-¡Mejor! -repitió el cazador, exasperado-. ¡Lucharemos! Uno es fuerte cuando no setrata más que de luchar.-¡Prud<strong>en</strong>cia, señor Dick, prud<strong>en</strong>cia! De la vida de uno dep<strong>en</strong>de la de todos.Pero K<strong>en</strong>nedy no le escuchaba. Avanzaba con los ojos <strong>en</strong> llamas y la carabinaamartillada, terrible <strong>en</strong> su audacia. Debajo de una palmera, un <strong>en</strong>orme león de negramel<strong>en</strong>a permanecía <strong>en</strong> actitud de ataque. Ap<strong>en</strong>as distinguió al cazador, dio un salto haciaél; pero no había llegado aún a tierra cuando una bala le atravesó el corazón y cayómuerto.-¡Hurra! ¡Hurra! –exclamó Joe.K<strong>en</strong>nedy se precipitó hacia el pozo, se deslizó por los húmedos peldaños y se tumbóboca abajo ante un fresco manantial, donde sumergió los labios ávidam<strong>en</strong>te. Joe le imitó.Sólo se oían esos lametones que dan los animales para beber.-¡Cuidado, señor Dick! --dijo Joe, respirando-. ¡No abusemos!Pero Dick, sin responder, seguía bebi<strong>en</strong>do. Sumergía la cabeza y las manos <strong>en</strong> aquellaagua bi<strong>en</strong>hechora; se embriagaba.-¿Y el señor Fergusson? -preguntó Joe.El nombre del doctor hizo volver <strong>en</strong> sí a K<strong>en</strong>nedy, el cual ll<strong>en</strong>ó una botella que llevabay se dirigió corri<strong>en</strong>do hacia la escalera del pozo.Pero cuál no sería su asombro al <strong>en</strong>contrarse cerrada por un <strong>en</strong>orme cuerpo la salida dela gruta. Joe, que lo seguía, tuvo que retroceder con él.-¡Estamos <strong>en</strong>cerrados!-¿Quién nos puede haber <strong>en</strong>cerrado? ¡Eso es imposible!Antes de concluir la frase, un rugido terrible le hizo compr<strong>en</strong>der con qué nuevo<strong>en</strong>emigo t<strong>en</strong>ía que habérselas-¡Otro león! -exclamó Joe.-¡No, una leona! ¡Ah! ¡Maldito animal! Aguarda -dijo el cazador, volvi<strong>en</strong>do a cargarcon presteza su carabina.Un instante después hacía fuego, pero el animal había desaparecido.-¡Adelante! -exclamó K<strong>en</strong>nedy.-No, señor Dick, no. La leona está viva; si la hubiese matado, su cuerpo habría rodadohasta aquí. ¡Está a acecho, preparada para saltar sobre el primero que vea aparecer, y éseestá perdido!-¿Qué hacer, pues? ¡Es preciso salir! ¡Samuel nos está esperando!-Atraigamos al animal; coja mi escopeta y déme su carabina.-¿Cuál es tu plan?-Ahora lo verá.Joe se quitó la chaqueta que llevaba, la puso <strong>en</strong> el extremo del arma y se la pres<strong>en</strong>tócomo cebo a la leona, asomándola por la abertura. La fiera se arrojó con furor contraaquel objeto, y K<strong>en</strong>nedy, que la aguardaba muy preparado, le metió un balazo <strong>en</strong> elcuerpo. La leona rodó por la escalera, rugi<strong>en</strong>do, y derribó a Joe. Éste creía ya s<strong>en</strong>tir <strong>en</strong> sucuerpo las <strong>en</strong>ormes garras del animal, cuando se oyó un segundo disparo y el doctorFergusson apareció <strong>en</strong> la abertura, con una escopeta todavía humeante <strong>en</strong> la mano.Joe se levantó con ligereza, saltó por <strong>en</strong>cima de la leona, ya rematada, y le <strong>en</strong>tregó a suseñor la botella ll<strong>en</strong>a de agua.


Cogerla y vaciarla casi por completo fue para Fergusson una misma cosa, y los tresviajeros, desde el fondo de su corazón, dieron gracias a la Provid<strong>en</strong>cia, que tanmilagrosam<strong>en</strong>te les había salvado.XXVIIINoche deliciosa. - La cocina de Joe, - Disertación sobrela carne cruda. - Historia de James Bruce. - Los sueñosde Joe. - El barómetro baja. - El termómetro sube. -Preparativos de marcha. - El huracánLa noche fue <strong>en</strong>cantadora. La pasaron bajo la fresca sombra de las mimosas, después deuna reconfortante c<strong>en</strong>a <strong>en</strong> la que no se escatimaron el té y el grog.K<strong>en</strong>nedy había recorrido aquel pequeño dominio <strong>en</strong> todas direcciones, sin dejarse unsolo matorral por registrar. Los viajeros eran los únicos seres animados de aquel paraísoterr<strong>en</strong>al; se echaron sobre sus mantas y pasaron una noche apacible que les hizo olvidarsus pasados dolores.Al día sigui<strong>en</strong>te, 7 de mayo, el sol brillaba con todo su espl<strong>en</strong>dor; pero sus rayos nopodían atravesar la d<strong>en</strong>sa cortina de sombra. Como había abundancia de víveres, eldoctor resolvió aguardar <strong>en</strong> aquel punto un vi<strong>en</strong>to favorable.Joe había trasladado allí su cocina portátil y se <strong>en</strong>tregaba a una multitud decombinaciones culinarias, gastando el agua con despreocupada prodigalidad.-¡Qué extraña sucesión de p<strong>en</strong>as y placeres! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¡Tanta abundanciadespués de tanta privación! ¡Tanto lujo después de tanta miseria! ¡Cuán cerca estuve devolverme loco!-Amigo Dick -le dijo el doctor-, de no ser por Joe, no estarías ahora <strong>en</strong> actitud dedisertar sobre la inestabilidad de las cosas humanas.-¡Bu<strong>en</strong> amigo! -exclamó Dick, t<strong>en</strong>diéndole la mano a Joe.-No ti<strong>en</strong>e que agradecerme nada -respondió éste-. Llegado el caso, señor Dick, ustedharía conmigo otro tanto, aunque prefiero que no se le pres<strong>en</strong>te la ocasión.-¡Cuán pobre es nuestra naturaleza! -repuso Fergusson-. ¡Dejarse abatir por tan pocacosa!-¡Por un poco de agua, señor! ¡Preciso es que sea el agua un elem<strong>en</strong>to muy necesariopara la vida!-Sin duda, Joe. Los que se v<strong>en</strong> privados de comer resist<strong>en</strong> mucho más tiempo que losque se v<strong>en</strong> privados de beber.-Yo lo creo. Además, <strong>en</strong> caso necesario se come lo que se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra, aunque sea a unsemejante, si bi<strong>en</strong> debe de ser un alim<strong>en</strong>to que deja una profunda huella <strong>en</strong> el ánimo.-Es una comida, sin embargo -dijo K<strong>en</strong>nedy-, a la que los salvajes no hac<strong>en</strong> ningúnasco.-Sí, pero los salvajes son salvajes y están acostumbrados a comer carne cruda, unacostumbre que me repugnaria.-Tan repugnante es, <strong>en</strong> efecto -repuso el doctor-, que nadie dio crédito a los relatos delos primeros viajeros que vinieron a África, los cuales refirieron que muchas tribus sealim<strong>en</strong>tan de carne cruda. La g<strong>en</strong>eralidad negó el hecho, lo que dio orig<strong>en</strong> a una singularav<strong>en</strong>tura de James Bruce.-Cuént<strong>en</strong>osla, señor, ya que t<strong>en</strong>emos tiempo para escucharle -dijo Joe, repantigándosevoluptuosam<strong>en</strong>te sobre la fresca hierba.-Con mucho gusto. james Bruce era un escocés del condado de Stirling que, desde 1768hasta 1772, recorrió toda Abisinia hasta el lago Tana, <strong>en</strong> busca de las fu<strong>en</strong>tes del Nilo.


Regresó después a Inglaterra, donde no publicó sus viajes hasta 1790. Sus narracionesfueron acogidas con la mayor incredulidad, como sin duda alguna serán acogidas lasnuestras. Los hábitos de los abisinios parecían tan difer<strong>en</strong>tes de los usos y costumbresingleses que nadie quería creerlo. Entre otros porm<strong>en</strong>ores, James Bruce había dicho quelos pueblos del África ori<strong>en</strong>tal comían carne cruda. Este hecho hizo que todo el mundo sedeclarase contra el viajero. ¡Podía decir lo que se le ocurriese! ¡Nadie iría a comprobarlo!Bruce era un hombre de mucho valor y con un g<strong>en</strong>io de demonios. Las dudas le poníande un humor de perros. Un día, <strong>en</strong> un salón de Edimburgo, un escocés sacó delante de élel tema de las chanzas diarias, y al hablar de la carne cruda declaró que tal cosa no era niposible ni cierta. Bruce guardó sil<strong>en</strong>cio. Salió y volvió a los pocos instantes con un filetecrudo, espolvoreado con sal y pimi<strong>en</strong>ta, según la costumbre africana. «Caballero -dijo elescocés-, por el mero hecho de dudar de una cosa que yo he asegurado, me ha inferidouna gran of<strong>en</strong>sa. Creyéndola imposible, ha incurrido <strong>en</strong> error, y para demostrárselo a lospres<strong>en</strong>tes se va a comer inmediatam<strong>en</strong>te este filete crudo o me dará satisfacción por susinjurias.» El escocés tuvo miedo y obedeció sin dejar de hacer muecas de repugnancia.Entonces, con la mayor sangre fría, James Bruce añadió: «Aun admiti<strong>en</strong>do, caballero, quela cosa no sea cierta, <strong>en</strong> lo sucesivo no sost<strong>en</strong>drá que es imposible.»-Bi<strong>en</strong> contestado -dijo Joe-. Si el escocés cogió una indigestión, bi<strong>en</strong> merecida la tuvo.Y si al regresar a Inglaterra hay qui<strong>en</strong> ponga nuestro viaje <strong>en</strong> duda...-¿Qué harás, Joe?-¡Haré comer a los incrédulos los restos del Victoria, sin sal y sin pimi<strong>en</strong>ta!Y K<strong>en</strong>nedy y el doctor se rieron de la ocurr<strong>en</strong>cia de Joe. Así pasó el día <strong>en</strong> agradablesconversaciones. Con la fuerza volvía la esperanza, y con la esperanza, la audacia. Elpasado se borraba delante del porv<strong>en</strong>ir con una rapidez provid<strong>en</strong>cial.Joe no hubiera querido salir nunca de aquel sitio <strong>en</strong>cantador; era el reino de sus sueños.Estaba <strong>en</strong> él como <strong>en</strong> su casa. Se empeñó <strong>en</strong> que su señor le diera la situación exacta deloasis, y con mucha gravedad escribió <strong>en</strong>tre sus apuntes de viaje: 15 0 43’ de longitud y 8 032’ de latitud.K<strong>en</strong>nedy no lam<strong>en</strong>taba mas que una cosa: no poder cazar <strong>en</strong> aquel bosque <strong>en</strong> miniatura,por no haber, según él decía, abundancia de fieras.-Sin embargo, amigo Dick -repuso el doctor-, eres demasiado olvidadizo. ¿Y el león yla leona?-¿Y qué? -dijo con el desdén que inspira al verdadero cazador la caza ya muerta-. Peroel hecho es que su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> este oasis nos permite suponer que no estamos muy lejosde comarcas más fértiles.-No es sufici<strong>en</strong>te prueba, Dick. Semejantes animales, acosados por el hambre o la sed,salvan con frecu<strong>en</strong>cia distancias considerables. Así es que durante la noche haremos bi<strong>en</strong><strong>en</strong> vigilar con más at<strong>en</strong>ción e incluso <strong>en</strong> <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der hogueras.-¡Hogueras con esta temperatura! -exclamó Joe-. En fin, si es necesario, se hará. Pero,la verdad, me causará verdadero pesar la destrucción de este hermoso bosque que tan útilnos ha sido.-Procuraremos no inc<strong>en</strong>diarlo -respondió el doctor-, a fin de que otros puedan hallar <strong>en</strong>él un refugio <strong>en</strong> medio del desierto.-Lo procuraremos, señor; pero ¿cree usted que este oasis es conocido?-Sin duda. Es un lugar de alto para las caravanas que frecu<strong>en</strong>tan el c<strong>en</strong>tro de África, ysu visita podría no gustarte, Joe.-¿Es que por aquí también abundan esos horribles nyam-nyam?-Desde luego. Ése es el nombre g<strong>en</strong>eral de todas estas poblaciones, y, bajo el mismoclima, las mismas razas deb<strong>en</strong> de t<strong>en</strong>er costumbres análogas.


-¡Qué asco! -dijo Joe-. Pero, si bi<strong>en</strong> se mira, la cosa es muy natural. Si los salvajestuvies<strong>en</strong> los mismos gustos que los civilizados, ¿<strong>en</strong> qué se difer<strong>en</strong>ciarían unos de otros?He aquí unos personajes que no se hubieran hecho de rogar para zamparse el filete delescocés y al propio escocés por añadidura.Después de esta reflexión tan s<strong>en</strong>sata, Joe fue a <strong>en</strong>c<strong>en</strong>der las hogueras para la noche,procurando escatimar la leña todo lo posible. Afortunadam<strong>en</strong>te, las precauciones fueroninútiles, y uno tras otro cayeron <strong>en</strong> un tranquilo sueño.Al día sigui<strong>en</strong>te el tiempo siguió sin cambiar; se mant<strong>en</strong>ía obstinadam<strong>en</strong>te bu<strong>en</strong>o. El<strong>globo</strong> permanecía inmóvil, sin que la más insignificante oscilación revelase el m<strong>en</strong>orsoplo de vi<strong>en</strong>to.El doctor empezaba a inquietarse de nuevo. Si el viaje se prolongaba, los víveres seríaninsufici<strong>en</strong>tes. Después de haber estado próximos a sucumbir por falta de agua, ¿se veríancond<strong>en</strong>ados a morir de hambre?Pero cobró ánimo al ver que el mercurio bajaba muy s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el barómetro.Había señales evid<strong>en</strong>tes de una próxima variación atmosférica. Resolvio, por tanto, hacerlos preparativos de marcha para aprovechar la primera ocasión. La primera medida fuell<strong>en</strong>ar la caja de víveres y la de agua.Fergusson tuvo que restablecer a continuación el equilibrio del aeróstato y Joe se vioobligado a sacrificar una notable parte de su precioso mineral. Con la salud le habíanvuelto las ideas de ambicion, y puso muy mala cara antes de obedecer a su señor, peroeste le manifestó que no podía levantar un peso tan considerable, y le dio a escoger <strong>en</strong>treel agua y el oro. Joe dejó de vacilar, y echó a la ar<strong>en</strong>a un considerable número de suspreciosos pedruscos.-Para los que v<strong>en</strong>gan detrás de nosotros -dijo-. Quedarán muy asombrados al hallar lafortuna <strong>en</strong> este sitio.-¿Y si algún sabio viajero -preguntó K<strong>en</strong>nedy- <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra esos ejemplares?-No dudes, amigo Dick, que le sorpr<strong>en</strong>derá mucho y publicará su sorpresa <strong>en</strong>numerosos volúm<strong>en</strong>es. Algún día oiremos hablar de un maravilloso yacimi<strong>en</strong>to de cuarzoaurífero <strong>en</strong> medio de las ar<strong>en</strong>as de África.-Y la causa de todo será Joe.La idea de <strong>en</strong>gañar tal vez a algún sabio consoló al jov<strong>en</strong> y le hizo sonreír.Durante el resto del día el doctor aguardó <strong>en</strong> vano una variación <strong>en</strong> la atmósfera. Latemperatura subió, y habría resultado insoportable sin las sombras del oasis. Eltermómetro marcó 149 0 al sol. Una verdadera lluvia de fuego atravesaba el aire. Fue eldía de más calor observado hasta <strong>en</strong>tonces.Joe dispuso las hogueras igual que la noche anterior, y, durante las guardias del doctory de K<strong>en</strong>nedy, no se produjo ningún nuevo incid<strong>en</strong>te.Pero, hacia las tres de la mañana, Joe, que era el <strong>en</strong>cargado de la vigilancia, notó quebajaba la temperatura, que el cielo se cubría de nubes y que la oscuridad aum<strong>en</strong>taba.-¡Alerta! -exclamó, despertando a sus compaiíeros-. ¡Alerta! ¡Se levanta vi<strong>en</strong>to!-¡Es una tempestad! -dijo el doctor contemplando el cielo-. ¡Al Victoria! ¡Al Victoria!Tuvieron que darse prisa. El Victoria se inclinaba bajo la fuerza del huracán yarrastraba la barquilla, que iba surcando la ar<strong>en</strong>a. Si, por casualidad, hubiera caído unaparte del lastre, el <strong>globo</strong> habría partido y toda esperanza de <strong>en</strong>contrarlo habría sido vana.Pero Joe, corri<strong>en</strong>do más que un galgo, detuvo la barquilla, y el aeróstato se dobló sobrela ar<strong>en</strong>a con peligro de romperse. El doctor ocupó su sitio, <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió el soplete y arrojó elexceso de peso.


Los viajeros miraron por última vez los árboles del oasis, que se plegaban por efecto dela tempestad, y luego arrastrados por un vi<strong>en</strong>to del este a dosci<strong>en</strong>tos pies de altura,desaparecieron <strong>en</strong> la noche.XXIXIndicios de vegetación. - Idea fantástica de un autorfrancés. - País magnífico. - El reino de Adamaua. - Lasexploraciones de Speke y Burton <strong>en</strong>lazadas con las deBarth. - Los montes Alantika. - El río B<strong>en</strong>ué. - Laciudad de Yola. - El Bagelé. - El monte M<strong>en</strong>difDesde el mom<strong>en</strong>to de la partida, los viajeros avanzaron con gran rapidez, como si lesfaltase tiempo para abandonar aquel desierto que tan funesto había estado a punto deserles.Hacia las nueve y cuarto de la mañana se <strong>en</strong>trevieron algunos indicios de vegetación:hierbas flotando <strong>en</strong> aquel mar de ar<strong>en</strong>a y que les anunciaban, como a Cristóbal Colón, laproximidad de la tierra. Verdes vástagos brotaban tímidam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre pedruscos que, a suvez, se convertirían <strong>en</strong> rocas de aquel océano.Ondeaban <strong>en</strong> el horizonte colinas aun poco elevadas, cuyo perfil, difuminado por labruma, se dibujaba vagam<strong>en</strong>te. La monotonía desaparecía.El doctor saludaba con <strong>en</strong>tusiasmo aquella nueva comarca, y, cual vigía <strong>en</strong> un buque,estaba a punto de gritar:-¡Tierra, tierra!Una hora después, el contin<strong>en</strong>te se ofrecia a sus ojos con un aspecto aún salvaje, perom<strong>en</strong>os llano, m<strong>en</strong>os desnudo y con algunos árboles que se perfilaban <strong>en</strong> el cieloc<strong>en</strong>ici<strong>en</strong>to.-¿Nos hallamos, pues, <strong>en</strong> tierra civilizada? -preguntó el cazador.-Según lo que <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>da por civilizado, señor Dick; de mom<strong>en</strong>to no veo habitantes.-Al paso que llevamos -respondió Fergusson-, no tardaremos <strong>en</strong> verlos.-¿Nos <strong>en</strong>contramos aún <strong>en</strong> tierra de negros, señor Samuel?-Sí, Joe, mi<strong>en</strong>tras no lleguemos al país de los árabes.-¿Árabes, señor? ¿Verdaderos árabes con sus camellos?-No, sin camellos. Los camellos son raros, por no decir desconocidos, <strong>en</strong> estascomarcas. Para <strong>en</strong>contrarlos es preciso subir unos grados al norte.-¡Qué fastidio!-¿Por qué, Joe?-Porque, si tuviésemos vi<strong>en</strong>to contrario, los camellos podrían sernos útiles.-¿ Cómo?-Es una idea que se me ocurre, señor. Podríamos <strong>en</strong>gancharlos a la barquilla y hacerque la remolcaran.-¿Qué le parece?-No eres el primero, Joe, a qui<strong>en</strong> se le ha ocurrido la idea. Ha sido explotada, aunque esverdad que <strong>en</strong> una novela, por un autor francés muy ing<strong>en</strong>ioso. Unos viajeros montan <strong>en</strong>un <strong>globo</strong> tirado por camellos, a qui<strong>en</strong>es devora un león, el cual se coloca <strong>en</strong> su puesto yarrastra a su vez, y así sucesivam<strong>en</strong>te. Ya ves que todo eso no es más que pura fantasía ynada ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> común con nuestro género de locomoción.Joe, algo humillado al p<strong>en</strong>sar que su idea ya había sido utilizada, estuvo devanándoselos sesos para averiguar qué animal pudo devorar al león, y, no <strong>en</strong>contrándolo, se dedicóa examinar el país.


Bajo su mirada se ext<strong>en</strong>día un lago de mediana ext<strong>en</strong>sión, con un anfiteatro de colinasque aún no t<strong>en</strong>ían derecho a llamarse montañas. Allí serp<strong>en</strong>teaban valles numerosos yfecundos, e intrincadas selvas con gran variedad de árboles. El palmito dominaba aquellamasa, con sus hojas de quince pies de longitud y sus tallos erizados de agudas espinas; elbombax transmitía al vi<strong>en</strong>to el fino vello de sus semillas; los int<strong>en</strong>sos perfumes delp<strong>en</strong>dano, ese k<strong>en</strong>da de los árabes, impregnaban el aire hasta la zona que atravesaba elVictoria, el papayo de hojas palmeadas, la esterculiácea que produce la nuez de Sudán, elbaobab y los bananos completaban aquella flora lujuriante de las regiones intertropicales.-El país es soberbio -dijo el doctor.-Ahí hay animales -dijo Joe-. No estarán lejos los hombres.-¡Magníficos elefantes! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¿No habría medio de cazar un poco?-¿Cómo quieres que nos det<strong>en</strong>gamos, amigo Dick, con una corri<strong>en</strong>te tan viol<strong>en</strong>ta? Sufreun poco el suplicio de Tántalo. Ya te desquitarás más adelante.Motivos había, <strong>en</strong> efecto, para excitar la imaginacion de un cazador, así es que elcorazón de Dick palpitaba con fuerza y sus dedos se crispaban sobre la culata de suPurdey.La fauna de aquel país estaba a la altura de su flora. El toro salvaje se revolcaba <strong>en</strong> unahierba espesa bajo la cual desaparecía <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te. Elefantes de la mayor talla, grises,negros o amarillos, pasaban como un tifón tempestuoso por los poblados bosques,rompi<strong>en</strong>do, golpeando, saqueando, dejando tras de sí una huella de devastación. Por lasverdes laderas de las colinas fluían cascadas y arroyos, formando espaciosas charcasdonde los hipopótamos se bañaban con mucho estrépito, y manatíes de doce pies delongitud y de cuerpo pisciforme se exhibían <strong>en</strong> las orillas, dirigi<strong>en</strong>do al cielo susredondos pechos h<strong>en</strong>chidos de leche.Era un extraño zoológico <strong>en</strong> un maravilloso jardín botánico, donde innumerablespájaros de mil colores brillaban <strong>en</strong>tre las plantas arboresc<strong>en</strong>tes.Por aquella prodigalidad de la naturaleza, el doctor reconoció el soberbio reino deAdamaua.-Seguimos las huellas de los descubrimi<strong>en</strong>tos modernos -dijo-. He recuperado la pistainterrumpida de los viajeros, lo que es, amigos mios, una feliz fatalidad. Podremos<strong>en</strong>lazar los trabajos de los capitanes Burton y Speke con las exploraciones del doctorBarth. Hemos dejado a los viajeros ingleses para <strong>en</strong>contrar a un hamburgués, y notardaremos <strong>en</strong> llegar al punto extremo alcanzado por este atrevido sabio.-Me parece -dijo K<strong>en</strong>nedy-, a juzgar por el espacio que hemos recorrido, que <strong>en</strong>tre lasdos exploraciones hay una ext<strong>en</strong>sión de país muy considerable.-Es cosa fácil de calcular; coge el mapa y mira cuál es la longitud de la puntameridional del lago Ukereue alcanzada por Speke.-Se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra aproximadam<strong>en</strong>te a treinta y siete grados -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Y la ciudad de Yola, cuya situación fijaremos esta noche y a la que llegó Barth, ¿acuántos grados se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra?-A unos doce grados de longitud.-Son, pues, veinticinco grados; a ses<strong>en</strong>ta millas cada uno hac<strong>en</strong> un total de milquini<strong>en</strong>tas millas.-Un agradable paseíto para hacerlo a pie -dijo Joe.-Se dará, sin embargo, ese paseo. Livingstone y Moffat sigu<strong>en</strong> subi<strong>en</strong>do hacia elinterior; el Nyassa, descubierto por ellos, no está muy lejos del lago Tanganica,reconocido por Burton, y, antes de que concluya el siglo pres<strong>en</strong>te, estas comarcasinm<strong>en</strong>sas serán indudablem<strong>en</strong>te exploradas. Pero -añadió el doctor, consultando su


újula- si<strong>en</strong>to que el vi<strong>en</strong>to nos empuje tan al oeste; yo hubiera querido remontar haciael norte.Después de doce horas de marcha, el Victoria se <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> los confines de laNigricia. Los primeros habitantes de aquella tierra, árabes chouas, apac<strong>en</strong>taban susrebaños nómadas. Las inm<strong>en</strong>sas cumbres de los montes Alantika pasaban por <strong>en</strong>cima delhorizonte. Sus montañas, que hasta ahora no ha pisado ningun pie europeo, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> unaaltura que se calcula <strong>en</strong> mil tresci<strong>en</strong>tas toesas. Su p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te occid<strong>en</strong>tal determina el cursode todas las aguas de aquella parte de África hacia el océano; son las montañas de laLuna de aquella región.A la vista de los viajeros apareció, al fin, un verdadero río, y por los inm<strong>en</strong>soshormigueros que lo rodeaban, el doctor reconoció el B<strong>en</strong>ué, uno de los grandes aflu<strong>en</strong>tesdel Níger, llamado por los indíg<strong>en</strong>as la «fu<strong>en</strong>te de las aguas».-Este río -dijo el doctor a sus compañeros- se convertirá con el tiempo <strong>en</strong> la vía naturalde comunicación con el interior de la Nigricia. El vapor Pléyade, bajo el mando de uno d<strong>en</strong>uestros bravos capitanes, ya lo ha remontado hasta la ciudad de Yola. De manera que,como veis, nos <strong>en</strong>contramos <strong>en</strong> tierras conocidas.Numerosos esclavos se ocupaban de los trabajos del campo; cultivaban sorgo, unaespecie de mijo que constituye la base de su alim<strong>en</strong>tación. Las más estúpidas muestras deasombro se sucedían al paso del Victoria, que pasaba como un meteoro. Al anochecer, el<strong>globo</strong> se detuvo a cuar<strong>en</strong>ta millas de Yola, y ante él, aunque a lo lejos, se alzaban los dosconos puntiagudos del monte M<strong>en</strong>dif.El doctor mandó echar las anclas, que quedaron <strong>en</strong>ganchadas <strong>en</strong> la copa de un árbolelevado. Pero un vi<strong>en</strong>to muy recio azotaba al Victoria hasta el punto de tumbarlo, yalgunas veces la posición de la barquilla resultaba sumam<strong>en</strong>te peligrosa. Fergusson nocerró los ojos <strong>en</strong> toda la noche, y con frecu<strong>en</strong>cia estuvo a punto de cortar el cable y huirde la torm<strong>en</strong>ta. Por último, la temperatura calmó y las oscilaciones del aeróstato ya nadatuvieron de alarmante.Al día sigui<strong>en</strong>te, el vi<strong>en</strong>to fue más moderado, pero alejaba a los viajeros de la ciudad deYola, la cual, reconstruida por los fuhlahs excitaba la curiosidad de Fergusson; sinembargo, fue preciso elevarse hacia el norte e incluso un poco hacia el este.K<strong>en</strong>nedy propuso hacer un alto <strong>en</strong> aquel territorio de caza; Joe, por su parte, afirmabaque la necesidad de carne fresca se dejaba s<strong>en</strong>tir; pero las costumbres salvajes de aquelpaís, la actitud de la población y algunos disparos dirigidos al Victoria obligaron aldoctor a proseguir el viaje. Atravesaban una comarca, esc<strong>en</strong>ario de matanzas y deinc<strong>en</strong>dios, <strong>en</strong> que los combates son incesantes y los sultanes se juegan un reino <strong>en</strong>tre lasmás atroces carnicerías.Numerosas y pobladas aldeas se ext<strong>en</strong>dían <strong>en</strong>tre inm<strong>en</strong>sos prados, cuya espesa hierbaestaba sembrada de violetas; las chozas, semejantes a gigantescas colm<strong>en</strong>as, serefugiaban detrás de espinosos setos. K<strong>en</strong>nedy com<strong>en</strong>tó varias veces que las agrestesladeras de las colinas recordaban los gl<strong>en</strong> de las altas tierras de Escocia.Pese a todos sus esfuerzos por seguir otro rumbo, el doctor iba derecho al nordeste,hacia el monte M<strong>en</strong>dif, que desaparecía <strong>en</strong>tre las nubes. Las altas cumbres de aquellasmontañas separan la cu<strong>en</strong>ca del Níger de la cu<strong>en</strong>ca del lago Chad.No tardó <strong>en</strong> aparecer el Bagelé, con sus dieciocho aldeas a su alrededor, corno unamultitud de niños <strong>en</strong> torno a su madre. El espectáculo era magnífico para unas miradasque dominaban y abarcaban todo el conjunto. Las laderas estaban cubiertas de campos dearroz y de cacahuetes.A las tres, el Victoria se hallaba fr<strong>en</strong>te al monte M<strong>en</strong>dif. No habiéndolo podido evitar,era m<strong>en</strong>ester traspasarlo. El doctor, aum<strong>en</strong>tando ci<strong>en</strong>to och<strong>en</strong>ta grados la temperatura, dio


al <strong>globo</strong> una fuerza asc<strong>en</strong>sional de cerca de mil seisci<strong>en</strong>tas libras; éste se elevó a más deocho mil pies. Fue la mayor elevación obt<strong>en</strong>ida durante el viaje; la temperatura bajó detal modo que el doctor y sus compañeros tuvieron que recurrir a las mantas.Fergusson se dio prisa <strong>en</strong> bajar, ya que el <strong>en</strong>voltorio del aeróstato am<strong>en</strong>azaba romperse.Tuvo, sin embargo, sufici<strong>en</strong>te tiempo para comprobar el orig<strong>en</strong> volcánico de la montaña,cuyos cráteres apagados no son más que profundos abismos. Grandes aglomeraciones deexcrem<strong>en</strong>tos de aves daban a las lomas del M<strong>en</strong>dif la apari<strong>en</strong>cia de rocas calizas,bastando aquellas aglomeraciones para abonar las tierras de todo el Reino Unido.A las cinco, el Victoria, a resguardo de los vi<strong>en</strong>tos del sur, seguía con l<strong>en</strong>titud lasp<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de la montaña y se det<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> un inm<strong>en</strong>so raso separado de todo lugar habitado.Ap<strong>en</strong>as llegó a tierra, se tomaron las debidas precauciones para sujetarlo, yK<strong>en</strong>nedy, escopeta <strong>en</strong> mano, se dirigió hacia la llanura inclinada. No tardó <strong>en</strong> volver conmedia doc<strong>en</strong>a de ánades y una especie de chocha que Joe condim<strong>en</strong>tó lo mejor que pudo.La c<strong>en</strong>a fue agradable y la noche transcurrió <strong>en</strong> una gran calma.XXXMosfeya. - El jeque. - D<strong>en</strong>ham, Clapperton y Oudney.- Vogel. - La capital de Loggum. - Toole. - Calmasobre Kernak. - El gobernador y su corte. - El ataque.- Las palomas inc<strong>en</strong>diariasAl día sigui<strong>en</strong>te, de mayo, el Victoria reempr<strong>en</strong>dió su azaroso viaje. Los viajeros t<strong>en</strong>íanpuesta <strong>en</strong> él la misma confianza que un marino <strong>en</strong> su buque.Huracanes terribles, calores tropicales, asc<strong>en</strong>siones peligrosas y desc<strong>en</strong>sos máspeligrosos aún, todo lo había resistido. Se podría decir que Fergusson lo guiaba con ungesto; de modo que, pese a no conocer el punto definitivo de su llegada, el doctor nodudaba del bu<strong>en</strong> éxito de su viaje. Pero, <strong>en</strong> aquel país de bárbaros y fanáticos, la prud<strong>en</strong>ciale obligaba a tomar las más severas precauciones, por lo que recom<strong>en</strong>dó a suscompaneros que estuvies<strong>en</strong> siempre ojo avizor, vigilándolo todo a todas horas.El vi<strong>en</strong>to conducía un poco más hacia el norte, y alrededor de las nueve <strong>en</strong>trevieron lagran ciudad de Mosfeya, edificada <strong>en</strong> una emin<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>cajonada <strong>en</strong>tre dos altasmontañas. Inexpugnable por su posición, no se podía p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> ella sino por un caminoangosto <strong>en</strong>tre un pantano y un bosque.En aquel mom<strong>en</strong>to, un jeque acompañado de una escolta a caballo, vestido con ropajesde vivos colores, y precedido de trompeteros y batidores que separaban las armas delcamino, <strong>en</strong>traba orgullosam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la ciudad.El doctor desc<strong>en</strong>dió para contemplar más de cerca a aquellos indíg<strong>en</strong>as, pero, a medidaque el <strong>globo</strong> aum<strong>en</strong>taba de tamaño a sus ojos, se fueron multiplicando sus ademanes deprofundo terror, y no tardaron <strong>en</strong> desfilar con toda la velocidad que les permitían suspiernas o las patas de sus caballos.El jeque fue el único que permaneció inmóvil. Cogió su largo mosquete, lo amartilló yaguardó resueltam<strong>en</strong>te. El doctor se acercó a él a m<strong>en</strong>os de quince pies y, con toda lafuerza de sus pulmones, le saludó <strong>en</strong> árabe. Al oír aquellas palabras bajadas del cielo, eljeque se apeó y se prosternó sobre el polvo del camino, y el doctor no pudo distraerle desu adoración.-Es imposible -dijo- que esas g<strong>en</strong>tes no nos tom<strong>en</strong> por seres sobr<strong>en</strong>aturales, puesto quecuando vieron a los primeros europeos creyeron que pert<strong>en</strong>ecían a una raza sobrehumana.Y cuando este jeque hable de su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con nosotros, no dejará de exagerar el hecho


con todos los recursos de una imaginación árabe. Juzgad, pues, lo que las ley<strong>en</strong>das diránalgún día acerca de nosotros.-Bajo el punto de vista de la civilización -respondió el cazador-, sería preferible pasarpor simples mortales; eso daría a estos negros una idea muy distinta del poder europeo.-Estamos de acuerdo, amigo Dick; pero ¿qué podemos hacer? Por más que lesexplicases a los sabios del país el mecanismo de un aeróstato, se quedarían <strong>en</strong> ayunas ycontinuarían atribuyéndolo a una interv<strong>en</strong>ción sobr<strong>en</strong>atural.-Señor -preguntó Joe-, ha hablado de los primeros europeos que exploraron este país,¿puede decirnos quiénes fueron?-Querido muchacho, nos hallamos precisam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la ruta del mayor D<strong>en</strong>ham, que fuerecibido <strong>en</strong> Mosfeya por el sultán de Mandara. Había salido de Bornu, acompañaba aljeque a una expedición contra los fellatahs y asistió al ataque de la ciudad, que con susflechas resistió d<strong>en</strong>odadam<strong>en</strong>te a las balas árabes y obligó a huir a las tropas del jeque.Todo eso no era mas que un pretexto para cometer asesinatos, robos y razzias.Despojaron al mayor de sus pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cias y lo dejaron desnudo, y de no ser por un caballobajo el vi<strong>en</strong>tre del cual se escondio y que le permitió huir a todo escape gracias a sudes<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>ado galope, jamás hubiera regresado a Kuka, la capital de Bornu.-Pero ¿quién era ese mayor D<strong>en</strong>ham?-Un intrépido inglés que, desde 1822 hasta 1824, estuvo al mando de una expedición <strong>en</strong>Bornu, <strong>en</strong> compañía del capitán Clapperton y del doctor Oudney. Partieron de Trípoli <strong>en</strong>marzo, llegaron a Murzuk, la capital del Fezzán, y, sigui<strong>en</strong>do el camino que más adelantetomaría el doctor Barth para regresar a Europa, llegaron a Kuka, cerca del lago Chad, el16 de febrero de 1823. D<strong>en</strong>ham llevó a cabo varias exploraciones <strong>en</strong> Bornu, <strong>en</strong> elMandara y <strong>en</strong> las orillas ori<strong>en</strong>tales del lago; durante ese tiempo, el 15 de diciembre de1823 el capitán Clapperton y el doctor Oudney p<strong>en</strong>etraron <strong>en</strong> Sudán hasta Sackatu,muri<strong>en</strong>do Oudney de fatiga y agotami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> la ciudad de Murmur.-Según veo -dijo K<strong>en</strong>nedy-, esta parte de África también ha pagado a la ci<strong>en</strong>cia sucorrespondi<strong>en</strong>te tributo de víctimas.-Sí, esta comarca es fatal. Marchamos directam<strong>en</strong>te hacia el reino de Baguirmi, que <strong>en</strong>1856 Vogel atravesó para p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> Wadai, donde desapareció. Era un jov<strong>en</strong> deveintitres años, que había sido <strong>en</strong>viado para cooperar <strong>en</strong> los trabajos del doctor Barth; se<strong>en</strong>contraron los dos el 1 de diciembre de 1854; luego Vogel empezó las exploraciones delpaís y, hacia 1856, anunció <strong>en</strong> sus últimas cartas su int<strong>en</strong>ción de reconocer el reino deWadai, <strong>en</strong> el cual no había p<strong>en</strong>etrado aún ningún europeo; parece que llegó hasta Wara,la capital, donde, según unos, cayó prisionero, y, según otros, fue cond<strong>en</strong>ado a muerte yejecutado por haber int<strong>en</strong>tado subir a una montaña sagrada de las inmediaciones. Pero nose debe admitir con ligereza la noticia de la muerte de los viajeros, ya que ello disp<strong>en</strong>sade buscarlos. ¡Cuántas veces ha circulado oficialm<strong>en</strong>te la noticia del fallecimi<strong>en</strong>to deldoctor Barth, cosa que a m<strong>en</strong>udo le ha causado una legítima irritación! Es muy posible,pues, que Vogel se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre ret<strong>en</strong>ido por el sultán de Wadai, el cual tal vez exija unrescate. El barón de Nelmans se puso <strong>en</strong> marcha hacia Wadai, pero murió <strong>en</strong> El Cairo <strong>en</strong>1855. Ahora sabemos que De Heuglin, con la expedición <strong>en</strong>viada de Leipzig, sigue elrastro de Vogel, y es de esperar que pronto conozcamos de una manera positiva elparadero de este jov<strong>en</strong> e interesante viajero.Mosfeya había desaparecido del horizonte hacía tiempo. El Mandara desplegaba bajolas miradas de los aeronautas su asombrosa fertilidad, con sus bosques de acacias, susárboles de rojas flores y las plantas herbáceas de sus campos de algodón y de índigo. ElChari, que desagua <strong>en</strong> el Chad, och<strong>en</strong>ta millas más alla, corria impetuosam<strong>en</strong>te.El doctor mostró a sus companeros el curso del río <strong>en</strong> los mapas de Barth.


-Ya veis --dijo- que los trabajos de este sabio son de una precisión suma. Nosotrosmarchamos <strong>en</strong> línea recta hacia el distrito de Loggum, tal vez hacia su capital, Kernak,que es donde murió el pobre Toole, jov<strong>en</strong> inglés de veintidós años. Era abanderado <strong>en</strong> el80 0 regimi<strong>en</strong>to y hacía algunas <strong>semanas</strong> que se había unido al mayor D<strong>en</strong>ham <strong>en</strong> África,donde no tardó <strong>en</strong> hallar la muerte. ¡Bi<strong>en</strong> puede llamarse a esta inm<strong>en</strong>sa comarca elcem<strong>en</strong>terio de los europeos!Algunas canoas de cincu<strong>en</strong>ta pies de longitud desc<strong>en</strong>dían el curso del Chari. ElVictoria, a mil pies de tierra, llamaba poco la at<strong>en</strong>ción de los indig<strong>en</strong>as; pero el vi<strong>en</strong>to,que hasta <strong>en</strong>tonces había soplado con bastante fuerza, t<strong>en</strong>día a disminuir.-¿Vamos a sufrir otra nueva calma chicha? -preguntó el doctor.-¿Qué nos importa, señor? Ahora no hemos de temer ni la falta de agua ni el desierto.-No, pero hemos de temer a las tribus, que son aún peores.-He aquí -dijo Joe- algo que parece una ciudad.-Es Kernak, a donde nos llevan las últimas bocanadas de vi<strong>en</strong>to. Podremos, si nosconvi<strong>en</strong>e, sacar un plano con toda exactitud.-¿No nos acercaremos? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Nada más fácil, Dick. Estamos justo <strong>en</strong>cima de la ciudad. Permíteme cerrar un poco laespita del soplete y no tardaremos <strong>en</strong> bajar.Media hora después, el Victoria se mant<strong>en</strong>ía inmóvil a dosci<strong>en</strong>tos pies de tierra.-Más cerca estamos de Kernak -dijo el doctor- que lo estaría de Londres un hombre<strong>en</strong>caramado <strong>en</strong> la esfera que corona la cúpula de San Pablo. Podemos examinar la ciudada gusto.-¿Qué ruido de mazos es ese que se oye por todas partes?Joe miró con at<strong>en</strong>ción y vio que el ruido era producido por un considerable número detejedores, que golpeaban al aire libre sus telas ext<strong>en</strong>didas sobre gruesos troncos de árbol.La capital de Loggum se dejaba abarcar toda <strong>en</strong>tera por las miradas de los viajeros,como si fuese un plano. Era una verdadera ciudad, con casas alineadas y calles bastanteanchas. En medio de una gran plaza había un mercado de esclavos que atraía a muchoscompradores, pues los mandar<strong>en</strong>ses, de manos y pies sumam<strong>en</strong>te pequeños, van muybuscados y se colocan v<strong>en</strong>tajosam<strong>en</strong>te.A la vista del Victoria se produjo el efecto de costumbre. Primero gritos y después unprofundo asombro. Se abandonaron los negocios, se susp<strong>en</strong>dieron los trabajos, cesarontodos los ruidos. Los viajeros permanecían inmóviles y no se perdían ni un detalle de lapopulosa ciudad. Desc<strong>en</strong>dieron hasta ses<strong>en</strong>ta pies del suelo.Entonces el gobernador de Loggum salió de su morada, desplegando su estandarteverde y acompañado de músicos, que soplaban <strong>en</strong> roncos cuernos de búfalo con fuerzasufici<strong>en</strong>te para destrozar los tímpanos. La muchedumbre se agolpó a su alrededor y eldoctor Fergusson quiso hacerse compr<strong>en</strong>der, pero no pudo conseguirlo.Aquellos indíg<strong>en</strong>as de fr<strong>en</strong>te alta, cabellos <strong>en</strong>sortijados y nariz casi aguileña parecíanaltivos e intelig<strong>en</strong>tes, pero la pres<strong>en</strong>cia del Victoria les turbaba de manera singular. Seveían ji<strong>net</strong>es corri<strong>en</strong>do <strong>en</strong> distintas direcciones, y pronto fue evid<strong>en</strong>te que las tropas delgobernador se reunían para combatir a tan extraordinario <strong>en</strong>emigo. En vano desplegó Joe,para calmar la efervesc<strong>en</strong>cia, pañuelos de todos los colores. No obtuvo resultado alguno.El jeque, sin embargo, rodeado de su corte, reclamó sil<strong>en</strong>cio y pronunció un discursodel cual el doctor no pudo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der una palabra; era árabe mezclado con baguirmi. Eldoctor reconoció, por la l<strong>en</strong>gua universal de los gestos, que se le invitaba a marcharsecuanto antes, cosa que no podía hacer, pese a sus deseos, por falta de vi<strong>en</strong>to. Suinmovilidad exasperó al gobernador, cuyos cortesanos com<strong>en</strong>zaron a aullar para obligaral monstruo a alejarse de allí.


Aquellos cortesanos eran personajes muy singulares. Llevaban la friolera de cinco oseis camisas de difer<strong>en</strong>tes colores y t<strong>en</strong>ían vi<strong>en</strong>tres <strong>en</strong>ormes, algunos de los cualesparecían postizos. El doctor asombró a sus compañeros al decir que aquélla era su manerade halagar al sultán. La redondez del abdom<strong>en</strong> indicaba la ambición de la persona.Aquellos hombres gordos gesticulaban y gritaban, principalm<strong>en</strong>te uno de ellos, queforzosam<strong>en</strong>te había de ser primer ministro, si la obesidad <strong>en</strong>contraba su recomp<strong>en</strong>sa <strong>en</strong> laTierra. La muchedumbre unía sus aullidos a los gritos de los cortesanos, repiti<strong>en</strong>do comomonos sus gesticulaciones, lo que producía un movimi<strong>en</strong>to único e instantáneo de diezmil brazos.A estos medios de intimidación, que se juzgaron insufici<strong>en</strong>tes, se añadieron otros mástemibles. Soldados armados de arcos y flechas formaron <strong>en</strong> ord<strong>en</strong> de batalla, pero elVictoria ya se hinchaba y se ponía tranquilam<strong>en</strong>te fuera de su alcance. El gobernador,cogi<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tonces un mosquete, apuntó hacia el <strong>globo</strong>. Pero K<strong>en</strong>nedy le vigilaba y conuna bala de su carabina rompió el arma <strong>en</strong> la mano del jeque.A este golpe inesperado sucedió una desbandada g<strong>en</strong>eral. Todos se metieronprecipitadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus casas y durante el resto del día la ciudad quedó absolutam<strong>en</strong>tedesierta.Vino la noche. No hacía nada de vi<strong>en</strong>to. Preciso fue a los viajeros resolverse apermanecer inmóviles a tresci<strong>en</strong>tos pies de tierra. Ni una luz brillaba <strong>en</strong> la oscuridad, yreinaba un sil<strong>en</strong>cio sepulcral. El doctor redobló su prud<strong>en</strong>cia, porque aquella calma podíaser muy bi<strong>en</strong> una estratagema.Razón tuvo Fergusson <strong>en</strong> vigilar. Hacia medianoche, toda la ciudad pareció arder.C<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares de líneas de fuego se cruzaban como cohetes, formando una red de llamas.-¡Cosa singular! -exclamó el doctor.-Lo más singular es -replicó K<strong>en</strong>nedy- que las llamas sub<strong>en</strong> y se acercan a nosotros.En efecto, acompañada de un griterío espantoso y descargas de mosquetes, aquellamasa de fuego subía hacia el Victoria. Joe se preparó para arrojar lastres. Fergusson<strong>en</strong>contró muy pronto la explicación del f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.Millares de palomas con la cola provista de materias inflamables habían sido lanzadascontra el Victoria. Asustadas, las pobres aves subían, trazando <strong>en</strong> la atmósfera zigzaguesde fuego. K<strong>en</strong>nedy descargó contra ellas todas sus armas, pero nada podían contra unejército tan numeroso. Las palomas ya revoloteaban alrededor de la barquilla y del <strong>globo</strong>,cuyas paredes, reflejando su luz, parecían <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> una red de llamas.El doctor no vaciló y, arrojando un fragm<strong>en</strong>to de cuarzo, se puso fuera del alcance detan peligrosas aves. Por espacio de dos horas se las vio desde la barquilla corri<strong>en</strong>doazoradas <strong>en</strong> distintas direcciones, pero poco a poco fue disminuy<strong>en</strong>do su número y, porúltimo, desaparecieron todas <strong>en</strong>tre las sombras de la noche.-Ahora podemos dormir tranquilos -declaró el doctor.-¡Para ser obra de salvajes -exclamó Joe-, el ardid no es poco ing<strong>en</strong>ioso!-Sí, suel<strong>en</strong> utilizar palomas inc<strong>en</strong>diarias para pr<strong>en</strong>der fuego a las chozas de las aldeas;pero nuestra aldea vuela más alto que sus palomas.-Está visto que un <strong>globo</strong> no ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong>emigos que temer -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Sí los ti<strong>en</strong>e -replicó el doctor.-¿ Cuáles?-Los imprud<strong>en</strong>tes que lleva <strong>en</strong> su barquilla. Así que, amigos míos, vigilancia y másvigilancia, siempre y por doquier.XXXIPartida durante la noche. - Los tres. - Los instintos de


K<strong>en</strong>nedy. - Precauciones. - El curso del Chari. - Ellago Chad. - El agua del lago. - El hipopótamo. - Unabala perdidaHacia las tres de la mañana, Joe, que estaba de guardia, vio que el <strong>globo</strong> se alejaba de laciudad. El Victoria volvía a empr<strong>en</strong>der su marcha. K<strong>en</strong>nedy y el doctor se despertaron.Este último consultó la brújula y reconoció con satisfacción que el vi<strong>en</strong>to los llevabahacia el norte-nordeste.-Estamos de suerte -dijo-, todo nos sale a pedir de boca; hoy mismo descubriremos ellago Chad.-¿Es una gran ext<strong>en</strong>sión de agua? -preguntó con interés el señor K<strong>en</strong>nedy.-Considerable, amigo Dick; <strong>en</strong> algunos puntos puede llegar a medir ci<strong>en</strong>to veinte millastanto de largo como de ancho.-Pasear sobre una alfombra líquida dará un poco de variedad a nuestro viaje.-Me parece que no t<strong>en</strong>emos motivo de queja. Nuestro viaje es muy variado y, sobretodo, lo hacemos <strong>en</strong> las mejores condiciones posibles.-Sin duda, Samuel; si exceptuamos las privaciones del desierto, no hemos corridoningún peligro grave.-Cierto es que nuestro vali<strong>en</strong>te Victoria se ha portado siempre a las mil maravillas.Partimos el dieciocho de abril y hoy estamos a doce de mayo. Son veinticinco días demarcha. Diez días más y habremos llegado.-¿Adónde?-No lo sé; pero ¿qué nos importa?-Ti<strong>en</strong>es razón, Samuel. Confiemos a la Provid<strong>en</strong>cia la tarea de dirigirnos y demant<strong>en</strong>ernos sanos y salvos. Nadie diría que hemos atravesado los países más pestil<strong>en</strong>tesdel mundo.-Porque nos hemos podido elevar y nos hemos elevado.-¡Vivan los viajes aéreos! -exclamó Joe-. Después de veinticinco días, nos hallamosrebosantes de salud, bi<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tados y bi<strong>en</strong> descansados; demasiado tal vez, porque mispiernas empiezan a <strong>en</strong>tumecerse y no me v<strong>en</strong>dría mal hacer a pie unas treinta millas paraestirarlas un poco.-Te darás ese gustazo <strong>en</strong> las calles de Londres, Joe. Ahora diré, para concluir, que alpartir éramos tres, como D<strong>en</strong>ham, Clapperton y Overweg, y como Barth, Richardson yVogel, y que, más dichosos que nuestros predecesores, seguimos si<strong>en</strong>do tres, Sinembargo, es importantísimo que no nos separemos. Si, hallándose <strong>en</strong> tierra uno d<strong>en</strong>osotros, el Victoria tuviese que elevarse de pronto para evitar un peligro súbito eimprevisto, ¿quién sabe si le volveríamos a ver? A K<strong>en</strong>nedy se lo digo, pues no me gustaque se aleje con el pretexto de cazar.-Me permitirás, sin embargo, amigo Samuel, que siga con mi capricho; no hay ningúnmal <strong>en</strong> r<strong>en</strong>ovar nuestras provisiones. Además, antes de partir me hiciste <strong>en</strong>trever unaserie de soberbias cacerías, y hasta ahora he avanzado muy poco por la s<strong>en</strong>da de losAnderson y de los Cumming.-O ti<strong>en</strong>es muy poca memoria, amigo Dick, o la modestia te obliga a olvidar tus proezas.Me parece que, sin contar la caza m<strong>en</strong>or, pesan ya sobre tu conci<strong>en</strong>cia un antílope, unelefante y dos leones.-¿Y qué es eso para un cazador africano que ve pasar por delante de su fusil todos losanimales de la creación? ¡Mira, mira qué manada de jirafas!-¡Jirafas! -exclamó Joe-. ¡Si son del tamaño del puño!


-Porque estamos a mil pies de altura. De cerca verías que son tres veces más altas quetú.-¿Y qué dices de esa manada de gacelas? -repuso K<strong>en</strong>nedy-. ¿Y de esos avestruces quehuy<strong>en</strong> con la rapidez del vi<strong>en</strong>to?-¡Avestruces! -exclamó Joe-. Son gallinas, y aún me parece exagerar bastante.-Veamos, Samuel, ¿no podríamos acercarnos?-Sí podemos, Dick, pero no tomar tierra. ¿Y qué s<strong>en</strong>tido ti<strong>en</strong>e herir a unos animales qu<strong>en</strong>o hemos de poder coger? Si se tratara de matar a un león, un tigre o una hi<strong>en</strong>a, locompr<strong>en</strong>dería; siempre sería una bestia peligrosa m<strong>en</strong>os. Pero matar a un antílope o unagacela, sin más provecho que la vana satisfacción de tus instintos de cazador, no merecela p<strong>en</strong>a. Así pues, amigo mío, nos mant<strong>en</strong>dremos a ci<strong>en</strong> pies del suelo, y si distinguesalguna fiera obt<strong>en</strong>drás nuestros aplausos hiriéndola de un balazo <strong>en</strong> el corazón.El Victoria bajó poco a poco, pero se mantuvo a una altura tranquilizadora. En aquellacomarca salvaje y muy poblada era m<strong>en</strong>ester estar siempre <strong>en</strong> guardia contra peligrosinesperados.Los viajeros seguían directam<strong>en</strong>te el curso del Chari, cuyas <strong>en</strong>cantadoras márg<strong>en</strong>esdesaparecían bajo las sombrías arboledas de variados matices. Lianas y plantas trepadorasserp<strong>en</strong>teaban <strong>en</strong> todas direcciones y formaban curiosos <strong>en</strong>trelazami<strong>en</strong>tos. Los cocodrilosretozaban al sol o se zambullían <strong>en</strong> el agua ligeros como lagartos, y se acercaban, comojugando, a las numerosas islas verdes que rompían la corri<strong>en</strong>te del río.Así pasaron sobre el distrito de Maffatay, con el cual tan pródiga y espléndida ha sidola naturaleza. Hacia las nueve de la mañana, el doctor Fergusson y sus amigos alcanzaronla orilla meridional del lago Chad.Allí estaba aquel mar Caspio de África, cuya exist<strong>en</strong>cia se relegó por espacio de muchotiempo a la categoría de las fábulas, aquel mar interior al que no habían llegado másexpediciones que la de D<strong>en</strong>ham y la de Barth.El doctor int<strong>en</strong>tó fijar la configuración actual, muy difer<strong>en</strong>te de la que pres<strong>en</strong>taba <strong>en</strong>1847. En efecto, no es posible trazar de una manera definitiva el mapa de ese lagorodeado de pantanos fangosos y casi infranqueables donde Barth creyó perecer. De unaño a otro, aquellas ciénagas, cubiertas de espadafías y de papiros de quince pies dealtura, desaparec<strong>en</strong> bajo las aguas del lago. Con frecu<strong>en</strong>cia, las poblaciones ribereñastambién quedan semisumergidas, como le sucedió a Ngornu <strong>en</strong> 1856; <strong>en</strong> la actualidad, loshipopótamos y los caimanes se zambull<strong>en</strong> donde antes se alzaban las casas.El sol derramaba sus deslumbradores rayos sobre aquellas aguas tranquilas, y al nortelos dos elem<strong>en</strong>tos se confundían <strong>en</strong> un mismo horizonte.El doctor quiso comprobar la naturaleza del agua, que por espacio de mucho tiempo secreyó salada. No había ningún peligro <strong>en</strong> acercarse a la superficie del lago, y la barquilladesc<strong>en</strong>dió hasta rozar el agua como una golondrina.Joe metió una botella y la sacó medio ll<strong>en</strong>a. El agua t<strong>en</strong>ía cierto gusto de natrón que lahacía poco potable.En tanto que el doctor anotaba el resultado de su observación, a su lado sonó undisparo. K<strong>en</strong>nedy no había podido resistir el deseo de <strong>en</strong>viarle una bala a un gigantescohipopótamo. Éste, que respiraba tranquilam<strong>en</strong>te, desapareció al oírse el estampido, sinque la bala cónica hiciese <strong>en</strong> él ninguna mella.-Mejor hubiera sido clavarle un arpón -dijo Joe.-¿Y dónde está el arpón?-¿Qué mejor arpón que cualquiera de nuestras anclas? Para un animal semejante, unancla es el anzuelo apropiado.-¡Caramba! Joe ha t<strong>en</strong>ido una idea... -dijo K<strong>en</strong>nedy.


-A la cual os suplico que r<strong>en</strong>unciéis -replicó el doctor-. El animal nos arrastraría muypronto a donde nada t<strong>en</strong>emos que hacer.-Sobre todo, ahora que conocemos la calidad del agua del Chad. ¿Y es comestible esepez, señor Fergusson?-Tu pez, Joe, es un mamífero del género de los paquidermos, y su carne, según dic<strong>en</strong>excel<strong>en</strong>te, es objeto de un activo comercio <strong>en</strong>tre las tribus ribereñas del lago.-Si<strong>en</strong>to, pues, que el disparo del señor Dick no haya t<strong>en</strong>ido mejor éxito.-El hipopótamo sólo es vulnerable <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>tre y <strong>en</strong>tre los muslos. La bala de Dick nole ha causado la m<strong>en</strong>or impresión. Si el terr<strong>en</strong>o me parece propicio, nos det<strong>en</strong>dremos <strong>en</strong>el extremo sept<strong>en</strong>trional del lago; allí, K<strong>en</strong>nedy podrá hacer de las suyas y desquitarse.-¡De acuerdo! -dijo Joe-. Que cace el señor Dick algún hipopótamo; me gustana probarla carne de ese anfibio. No me parece natural p<strong>en</strong>etrar hasta el c<strong>en</strong>tro de África para vivirde chochas y perdices como <strong>en</strong> Inglaterra.XXXIILa capital de Bornu. - Las islas de los biddiomahs. -Los quebrantahuesos. - Las inquietudes del doctor. -Sus precauciones. - Un ataque <strong>en</strong> el aire. - La<strong>en</strong>voltura destrozada. - La caída. - Sacrificio sublime.- La costa sept<strong>en</strong>trional del lagoDesde su llegada al lago Chad el Victoria había <strong>en</strong>contrado una corri<strong>en</strong>te, que seinclinaba más al oeste. Algunas nubes moderaban el calor del día; además, circulaba unpoco de aire <strong>en</strong> aquella inm<strong>en</strong>sa ext<strong>en</strong>sión de agua. Sin embargo, hacia la una, el <strong>globo</strong>,tras cruzar <strong>en</strong> diagonal aquella parte del lago, se internó <strong>en</strong> las tierras por espacio de sieteu ocho millas.El doctor, al principio algo contrariado por esta dirección, ya no p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> quejarse deella cuando distinguió la ciudad de Kuka, la célebre capital de Bornu, rodeada demurallas de arcilla blanca; unas mezquitas bastante toscas se alzaban pesadam<strong>en</strong>te por<strong>en</strong>cima de esa especie de tablero de damas que forman las casas árabes. En los patios delas casas y <strong>en</strong> las plazas públicas crecían palmeras y árboles de caucho, coronados poruna cúpula de follaje de más de ci<strong>en</strong> pies de ancho. Joe com<strong>en</strong>tó que el tamaño deaquellos parasoles guardaba proporción con la int<strong>en</strong>sidad de los rayos de sol, lo que lepermitió sacar conclusiones muy halagüefías para la Provid<strong>en</strong>cia.Kuka está formada por dos ciudades distintas, separadas por el d<strong>en</strong>dal, un paseo detresci<strong>en</strong>tas toesas de ancho, a la sazón atestado de transeúntes a pie y a caballo. A un ladose <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra la ciudad rica, con sus casas altas y aireadas, y al otro la ciudad pobre, tristeaglomeración de chozas bajas y cónicas, donde pulula una población indig<strong>en</strong>te, porqueKuka no es ni comercial ni industrial.K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> aquellas dos ciudades, perfectam<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>ciadas, ciertasemejanza con un Edimburgo que se ext<strong>en</strong>diera <strong>en</strong> un llano.Pero los viajeros no pudieron dedicar a Kuka más que una mirada muy rápida, porquecon la inestabilidad característica de las corri<strong>en</strong>tes de aquella comarca, un vi<strong>en</strong>tocontrario sobrevino de pronto y los arrastró por espacio de unas cuar<strong>en</strong>ta millas sobre elChad.Entonces se les pres<strong>en</strong>tó un nuevo panorama. Podían contar las numerosas islas dellago, habitadas por los biddiomahs, sanguinarios piratas no m<strong>en</strong>os temidos que lostuaregs del Sahara. Aquellos salvajes se disponían a recibir valerosam<strong>en</strong>te al Victoria con


flechas y piedras, pero el <strong>globo</strong> pronto dejó atrás las islas, sobre las que parecía aletearcomo un escarabajo gigantesco.En aquel mom<strong>en</strong>to, Joe miraba el horizonte, y volviéndose hacia K<strong>en</strong>nedy le dijo:-Señor Dick, usted que siempre está p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> cazar, aquí ti<strong>en</strong>e una bu<strong>en</strong>aoportunidad.-¿Por qué, Joe?-Y ahora mi señor no se opondrá a sus disparos.-Explícate.-¿No ve qué bandada de pajarracos se dirige hacia nosotros?-¡Pajarracos! -exclamó el doctor, cogi<strong>en</strong>do el anteojo.-Sí, los veo -replicó K<strong>en</strong>nedy-. Por lo m<strong>en</strong>os hay una doc<strong>en</strong>a.-Si no le importa, catorce -respondió Joe.-¡Quiera el cielo que sean de una especie bastante dañina para que el tierno Samuel not<strong>en</strong>ga nada que objetarme!-Lo que yo digo es -respondió Fergusson- que preferiría que esos pajarracos estuvieranmuy lejos de nosotros.-¿Les ti<strong>en</strong>e miedo? -dijo Joe.-Son quebrantahuesos de gran tamaño, Joe, y si nos atacan...-¿Y qué? Si nos atacan, nos def<strong>en</strong>deremos, Samuel T<strong>en</strong>emos todo un ars<strong>en</strong>al. No meparece que esos animales sean muy temibles.-¿Quién sabe? -respondió el doctor.Diez minutos después, la bandada se había puesto a tiro. Los catorce individuos de quese componía lanzaban roncos graznidos y avanzaban hacia el Victoria más irritados queasustados por su pres<strong>en</strong>cia.-¡Cómo gritan! -dijo Joe-. ¡Qué escándalo! Al parecer no les hace gracia que algui<strong>en</strong>invada sus dominios y se ponga a volar como ellos.-La verdad es -dijo el cazador- que su aspecto es impon<strong>en</strong>te, y me parecerian bastantetemibles si fues<strong>en</strong> armados con una carabina Purdey Moore.-No la necesitan -respondió Fergusson, cuyo semblante empezaba a nublarse.Los quebrantahuesos volaban trazando inm<strong>en</strong>sos círculos, que iban estrechándosealrededor del Victoria. Cruzaban el cielo con una rapidez fantástica, precipitándosealgunas veces con la velocidad de un proyectil y rompi<strong>en</strong>do su línea de proyecciónmediante un brusco y audaz giro.El doctor, inquieto, resolvió elevarse <strong>en</strong> la atmósfera para escapar de aquel peligrosovecindario y dilató el hidróg<strong>en</strong>o del <strong>globo</strong>, el cual subió al mom<strong>en</strong>to.Pero los quebrantahuesos subieron con él, poco dispuestos a abandonarlo.-Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> trazas de querer armar camorra -dijo el cazador, amartillando su carabina.En efecto, los pájaros se acercaban, y algunos de ellos parecían desafiar las armas deK<strong>en</strong>nedy.-¡Qué ganas t<strong>en</strong>go de hacer fuego! -dijo éste.-¡No, Dick, no! ¡No los provoquemos! ¡Nos atacarían!-¡Bu<strong>en</strong>a cu<strong>en</strong>ta daría yo de ellos!-Te equivocas, Dick.-T<strong>en</strong>emos una bala para cada uno.-Y si se colocan <strong>en</strong>cima del <strong>globo</strong>, ¿cómo les dispararás? Imagínate que te <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tras<strong>en</strong> tierra fr<strong>en</strong>te a una manada de leones, o rodeado de tiburones <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o océano. Puesbi<strong>en</strong>, para un aeronauta, la situación no es m<strong>en</strong>os peligrosa.-¿Hablas <strong>en</strong> serio, Samuel?-Muy <strong>en</strong> serio, Dick.


-Entonces, esperemos.-Aguarda... Estáte preparado por si nos atacan, pero no hagas fuego hasta que yo te lodiga.Los pájaros se agruparon a poca distancia, de suerte que se distinguían perfectam<strong>en</strong>tesu cuello pelado, que estiraban para gritar, y su cresta cartilaginosa, salpicada de papilasvioláceas, que se erguía con furor. Su cuerpo t<strong>en</strong>ía más de tres pies de longitud, y la parteinferior de sus blancas alas resplandecía al sol. Hubiérase dicho que eran tiburonesalados, con los cuales pres<strong>en</strong>taban un fantástico parecido.-¡Nos sigu<strong>en</strong>! -dijo el doctor, viéndolos elevarse con él-. ¡Y por más que subamos,subirán tanto como nosotros!-¿Qué hacer, pues? -preguntó K<strong>en</strong>nedy. El doctor no respondió-. Ati<strong>en</strong>de, Samuel-prosiguió el cazador-; haci<strong>en</strong>do fuego con todas nuestras armas, t<strong>en</strong>emos a nuestradisposición diecisiete tiros contra catorce <strong>en</strong>emigos. ¿Crees que no podremos matarlos odispersarlos? Yo me <strong>en</strong>cargo de unos cuantos.-No pongo <strong>en</strong> duda tu destreza, Dick, y doy por muertos a los que pas<strong>en</strong> por delante detu carabina; pero, te lo repito, si atacan el hemisferio superior del <strong>globo</strong>, se pondrán acubierto de tus disparos y romperán el <strong>en</strong>voltorio que nos sosti<strong>en</strong>e. ¡Nos hallamos a tresmil pies de altura!En aquel mismo mom<strong>en</strong>to, uno de los pájaros más feroces se dirigió al <strong>globo</strong> con elpico y las garras abiertos, <strong>en</strong> actitud de morder y desgarrar a un tiempo.-¡Fuego, fuego! -gritó el doctor.Y el pájaro, mortalm<strong>en</strong>te herido, cayó dando vueltas <strong>en</strong> el espacio.K<strong>en</strong>nedy cogió una escopeta de dos cañones y Joe amartilló otra.Asustados por el estampido, los quebrantahuesos se alejaron mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te, perovolvieron casi <strong>en</strong>seguida a la carga con furor c<strong>en</strong>tuplicado. K<strong>en</strong>nedy decapitó de unbalazo al que t<strong>en</strong>ía más cerca. Joe le rompió un ala a otro.-Ya no quedan más que once -dijo.Pero <strong>en</strong>tonces los pájaros adoptaron otra táctica y, como si se hubies<strong>en</strong> puesto deacuerdo, se dirigieron al Victoria; K<strong>en</strong>nedy miró a Fergusson.Éste, a pesar de su impasibilidad y <strong>en</strong>ergía, se puso pálido. Hubo un mom<strong>en</strong>to deespantoso sil<strong>en</strong>cio. Después se oyó un ruido estrid<strong>en</strong>te, como el de un tejido de seda quese rasga, y la barquilla empezó a precipitarse rápidam<strong>en</strong>te.-¡Estamos perdidos! -gritó Fergusson, fijando la vista <strong>en</strong> el barómetro, que subía muydeprisa.-¡Afuera el lastre! -añadió-. ¡Nada de lastre!Y <strong>en</strong> pocos segundos desapareció todo el cuarzo.-¡Seguimos cay<strong>en</strong>do!... ¡Vaciad las cajas de agua! ¿Me oyes, Joe? ¡Nos precipitamos <strong>en</strong>el lago!Joe obedeció. El doctor se inclinó, mirando el lago que parecía subir hacia él como unamarea asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. El volum<strong>en</strong> de los objetos aum<strong>en</strong>taba rápidam<strong>en</strong>te; la barquilla se<strong>en</strong>contraba a m<strong>en</strong>os de dosci<strong>en</strong>tos pies de la superficie del Chad.-¡Las provisiones! ¡Las provisiones! -exclamó el doctor.Y la caja que las cont<strong>en</strong>ía fue lanzada al espacio.La velocidad de la caída disminuyó, pero los desdichados seguían cay<strong>en</strong>do.-¡Echad más! ¡Echad más! -repitió el doctor.-No queda ya nada -dijo K<strong>en</strong>nedy.-¡Sí! -respondió lacónicam<strong>en</strong>te Joe, persignándose rápidam<strong>en</strong>te.Y desapareció por <strong>en</strong>cima de la borda.-¡Joe! ¡Joe! -gritó el doctor, aterrorizado.


Pero Joe ya no podía oírle. El Victoria, sin lastre, recobró su marcha asc<strong>en</strong>sional y seelevó hasta una altura de mil pies. El vi<strong>en</strong>to, introduciéndose <strong>en</strong> la <strong>en</strong>voltura deshinchada,lo arrastraba hacia las costas sept<strong>en</strong>trionales.-¡Perdido! -dijo el cazador con un gesto de desesperación.-¡Perdido por salvarnos! -respondió Fergusson.Y dos gruesas lágrimas brotaron de los ojos de aquellos dos hombres tan intrépidos.Ambos se asomaron, int<strong>en</strong>tando distinguir algún rastro del desgraciado Joe, pero yaestaban lejos.-¿Qué haremos? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Bajar a tierra <strong>en</strong> cuanto sea posible, Dick, y aguarlar.Después de haber recorrido ses<strong>en</strong>ta millas, el Victoria desc<strong>en</strong>dió a una costa desierta, alnorte del lago. Engancharon las anclas <strong>en</strong> un árbol poco elevado, y el cazador las sujetósólidam<strong>en</strong>te.Llegó la noche, pero ni Fergusson ni K<strong>en</strong>nedy pudieron conciliar el sueño un soloinstante.XXXIIIConjeturas. - Restablecimi<strong>en</strong>to del equilibrio delVictoria. - Nuevos cálculos del doctor Fergusson. -Caza de K<strong>en</strong>nedy. - Exploración completa del lagoChad. - Tangalia. - Regreso. - LariAl día sigui<strong>en</strong>te, 13 de mayo, los viajeros reconocieron la parte de la costa queocupaban, la cual era una especie de islote <strong>en</strong> medio de un inm<strong>en</strong>so pantano. Alrededorde aquel trozo de terr<strong>en</strong>o firme se levantaban cañas tan grandes como árboles de Europay que se ext<strong>en</strong>dían hasta donde alcanzaba la vista.Aquellas ciénagas inaccesibles hacían segura la posición del Victoria. Bastaba vigilar laparte del lago. La superficie del agua parecía ilimitada, sobre todo por el este, sin que <strong>en</strong>ningún punto del horizonte se distinguies<strong>en</strong> ni islas ni contin<strong>en</strong>te.No se habían atrevido aún los dos amigos a hablar de su desgraciado compañero.K<strong>en</strong>nedy participó, al cabo, sus conjeturas al doctor.-Quizá Joe no esté perdido -dijo-. Es un muchacho listo como pocos y un excel<strong>en</strong>t<strong>en</strong>adador. En Edimburgo atravesaba sin dificultad el Firth of Forth. Lo volveremos a ver,aunque no sé ni cómo ni cuándo; por nuestra parte, debemos hacer todo lo posible parafacilitarle la ocasión de <strong>en</strong>contrarnos.-Dios te oiga, Dick -respondió el doctor, conmovido-. Haremos cuanto esté a nuestroalcance para <strong>en</strong>contrar a nuestro amigo. Ante todo, ori<strong>en</strong>témonos, después de haberliberado al Victoria de su <strong>en</strong>voltura exterior, que de nada sirve, con lo que nos libraremosde un peso de seisci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta libras. -El doctor Fergusson y K<strong>en</strong>nedy pusieron manos a la obra. Tropezaron con grandesdificultades, pues fue preciso arrancar trozo a trozo el tafetán, que ofrecía mucharesist<strong>en</strong>cia, y cortarlo <strong>en</strong> estrechas tiras para despr<strong>en</strong>derlo de las mallas de la red. Eldesgarrón ocasionado por el pico de los quebrantahuesos t<strong>en</strong>ía algunos pies de longitud.Invirtieron más de cuatro horas <strong>en</strong> la operación; pero al fin vieron que el <strong>globo</strong> interior,<strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te aislado, no había sufrido ninguna avería. El Victoria ofrecía un volum<strong>en</strong> unaquinta parte m<strong>en</strong>or que el de antes. La difer<strong>en</strong>cia fue bastante s<strong>en</strong>sible para llamar laat<strong>en</strong>ción de K<strong>en</strong>nedy.-¿Será sufici<strong>en</strong>te? -preguntó al doctor.


-Acerca del particular, Dick, puedes estar tranquilo. Yo restableceré el equilibrio, y, sivuelve nuestro pobre Joe, volveremos a empr<strong>en</strong>der con él el camino por el espacio.-Si no me falla la memoria, Samuel, <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de nuestra caída no debíamos deestar muy lejos de una isla.-Lo recuerdo, <strong>en</strong> efecto; pero aquella isla, como todas las del Chad, estará sin dudahabitada por una chusma de piratas y asesinos que seguram<strong>en</strong>te habrán sido testigos d<strong>en</strong>uestra catástrofe, y si Joe cae <strong>en</strong> sus manos, ¿que será de él, a no ser que la supersticiónle proteja?-Él es perfectam<strong>en</strong>te capaz de ing<strong>en</strong>iárselas para salir de apuros, te lo repito; confío <strong>en</strong>su destreza y <strong>en</strong> su intelig<strong>en</strong>cia.-También yo. Ahora, Dick, vete a cazar por las inmediaciones, pero no te alejes. Urger<strong>en</strong>ovar nuestros víveres, de los cuales hemos sacrificado la mayor parte.-Bi<strong>en</strong>, Samuel; volveré pronto.K<strong>en</strong>nedy cogió una escopeta de dos cañones y, por <strong>en</strong>tre las crecidas hierbas, se dirigióa un bosque bastante cercano. Repetidos disparos dieron a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der al doctor que la cazasería abundante.Entretanto, él se ocupó de hacer el inv<strong>en</strong>tarlo de los objetos conservados <strong>en</strong> la barquillay de establecer el equilibrio del segundo aeróstato. Quedaban unas treinta libras depemmican, algunas provisiones de té y café, una caja de un galón y medio de aguardi<strong>en</strong>tey otra de agua totalm<strong>en</strong>te vacía; toda la carne seca había desaparecido.El doctor sabía que, a causa de la pérdida del hidróg<strong>en</strong>o del primer <strong>globo</strong>, su fuerzaasc<strong>en</strong>sional había sufrido una reducción de unas noveci<strong>en</strong>tas libras. Así pues, tuvo quebasarse <strong>en</strong> esta difer<strong>en</strong>cia para reconstruir su equilibrio. El nuevo Victoria t<strong>en</strong>ía unacapacidad de ses<strong>en</strong>ta y siete mil pies y cont<strong>en</strong>ía treinta y tres mil cuatroci<strong>en</strong>tos och<strong>en</strong>tapies cúbicos de gas. El aparato de dilatación parecía hallarse <strong>en</strong> bu<strong>en</strong> estado, y la espita yel serp<strong>en</strong>tín no habían experim<strong>en</strong>tado deterioro alguno.La fuerza asc<strong>en</strong>sional del nuevo <strong>globo</strong> era, pues, de unas tres mil libras. Sumando elpeso del aparato, de los viajeros, de la provisión de agua, de la barquilla y sus accesorios,y embarcando cincu<strong>en</strong>ta galones de agua y ci<strong>en</strong> libras de carne fresca, el doctor llegaba aun total de dos mil ochoci<strong>en</strong>tas treinta libras.Podía, por tanto, llevar para los casos imprevistos ci<strong>en</strong>to set<strong>en</strong>ta libras de lastre, <strong>en</strong>cuyo caso el aeróstato se hallaría equilibrado con el aire.Tomó sus disposiciones <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia y reemplazó el peso de Joe por un suplem<strong>en</strong>tode lastre. Invirtió todo el día <strong>en</strong> estos preparativos, los cuales llegaron a su término alregresar K<strong>en</strong>nedy. El cazador había aprovechado las municiones. Volvió con todo uncargam<strong>en</strong>to de gansos, ánades, chochas, cercetas y chorlitos, que él mismo se <strong>en</strong>cargó depreparar y ahumar. Ensartó cada pieza <strong>en</strong> una fina caña y la colgó sobre una hoguera deleña verde. Cuando las aves estuvieron <strong>en</strong> su punto fueron almac<strong>en</strong>adas <strong>en</strong> la barquilla.Al día sigui<strong>en</strong>te, el cazador debía completar las provisiones.La noche sorpr<strong>en</strong>dió a los viajeros <strong>en</strong> medio de sus ocupaciones. Su c<strong>en</strong>a se compusode pemmican, galletas y té. El cansancio, después de haberles abierto el apetito, les diosueño. Durante su guardia, ambos interrogaron más de una vez las tinieblas crey<strong>en</strong>do oírla voz de Joe, pero, ¡ay!, estaba muy lejos de ellos aquella voz que hubieran querido oír.Al rayar el alba, el doctor despertó a K<strong>en</strong>nedy.-He meditado mucho -le dijo- acerca de lo que convi<strong>en</strong>e hacer para <strong>en</strong>contrar a nuestrocompanero.-Cualquiera que sea tu proyecto, Samuel, lo apruebo. Habla.-Lo más importante es que Joe t<strong>en</strong>ga noticias nuestras.-¡Exacto! Si llegase a figurarse que lo abandonamos...


-¿Él? ¡Nos conoce demasiado! Nunca se le ocurriría semejante idea; pero es preciso quesepa dónde estamos.-Pero ¿cómo?-Montaremos <strong>en</strong> la barquilla y nos elevaremos.-¿Y si el vi<strong>en</strong>to nos arrastra?-No nos arrastrará, afortunadam<strong>en</strong>te. El vi<strong>en</strong>to nos conduce al lago, y estacircunstancia, que hubiera sido contraria ayer, hoy es propicia. Nuestros esfuerzos selimitarán, pues, a mant<strong>en</strong>ernos durante todo el día sobre esta vasta ext<strong>en</strong>sión de agua. Jo<strong>en</strong>o podrá dejar de vernos allí donde sus miradas se dirigirán incesantem<strong>en</strong>te. Acaso lleguehasta a informarnos de su paradero.-Lo hará, sin duda, si está solo y libre.-Y si está preso -repuso el doctor-, no t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do los indíg<strong>en</strong>as la costumbre de <strong>en</strong>cerrar asus cautivos, nos vera y compr<strong>en</strong>derá el objeto de nuestras pesquisas.-Pero -repuso K<strong>en</strong>nedy-, si no hallamos ningun indicio, pues debemos preverlo todo, sino ha dejado una huella de su paso, ¿qué haremos?-Procuraremos regresar a la parte sept<strong>en</strong>trional del lago, mant<strong>en</strong>iéndonos a la vista todolo posible; allí, aguardaremos, exploraremos las orillas, registraremos las márg<strong>en</strong>es, a lascuales Joe int<strong>en</strong>tará sin duda llegar, y no nos iremos sin haber hecho todo lo posible por<strong>en</strong>contrarlo.-Partamos, pues -respondió el cazador.El doctor tomó el plano exacto de aquel pedazo de tierra firme que iba a dejar y estimó,según su mapa, que se hallaba al norte del Chad, <strong>en</strong>tre la ciudad de Lari y la aldea deIngemini, visitadas ambas por el mayor D<strong>en</strong>ham. Mi<strong>en</strong>tras tanto, K<strong>en</strong>nedy completó susprovisiones de carne fresca; sin embargo, pese a que <strong>en</strong> los pantanos circundantes sedistinguían huellas de rinocerontes, manatíes e hipopótamos, no tuvo ocasión de<strong>en</strong>contrar uno solo de semejantes animales.A las siete de la mañana, no sin grandes dificultades de esas que el pobre Joe sabíasolucionar a las mil maravillas, des<strong>en</strong>gancharon el ancla del árbol. El gas se dilató y elnuevo Victoria se elevó a dosci<strong>en</strong>tos pies del suelo. Primero vaciló, girando sobre símismo; pero atrapado luego por una corri<strong>en</strong>te bastante activa, avanzó sobre el lago y fueempujado muy pronto a una velocidad de veinte millas por hora.El doctor se mantuvo constantem<strong>en</strong>te a una altura que variaba <strong>en</strong>tre dosci<strong>en</strong>tos yquini<strong>en</strong>tos pies. K<strong>en</strong>nedy descargaba con frecu<strong>en</strong>cia su carabina. Cuando sobrevolabanlas islas, los viajeros se acercaban a tierra imprud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, registrando con la mirada loscotos, los matorrales, los jarales, los puntos sombríos, todas las desigualdades de lasrocas capaces de dar asilo a su compañero. Bajaban hasta situarse muy cerca de las largaspiraguas que surcaban el lago. Los pescadores, al verles, se precipitaban al agua yregresaban a su isla, sin disimular <strong>en</strong> absoluto el miedo que s<strong>en</strong>tían.-No se ve nada -dijo K<strong>en</strong>nedy, después de dos horas de búsqueda.-Aguardaremos, Dick, sin desanimarnos; no debemos de estar lejos del lugar delaccid<strong>en</strong>te.A las once, el Victoria había avanzado nov<strong>en</strong>ta millas. Encontró <strong>en</strong>tonces una nuevacorri<strong>en</strong>te que, <strong>en</strong> ángulo casi recto, lo impelió unas ses<strong>en</strong>ta millas hacia el este. Planeabasobre una isla muy ext<strong>en</strong>sa y poblada que, <strong>en</strong> opinión del doctor, debía de ser Farram,donde se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra la capital de los biddiomahs. Al doctor Fergusson le parecía que detodos los matorrales veía salir a Joe escapándose y llamándole. Libre, lo hubieran cogidosin dificultad; preso, se hubieran apoderado de él repiti<strong>en</strong>do la maniobra empleada con elmisionero; pero nada apareció, nada se movió. Motivos había para desesperarse.


A las dos y media, el Victoria avistó Tangalia, aldea situada <strong>en</strong> la marg<strong>en</strong> ori<strong>en</strong>tal delChad y que marcó el punto extremo alcanzado por D<strong>en</strong>ham <strong>en</strong> la época de suexploración.Inquietaba al doctor la dirección persist<strong>en</strong>te del vi<strong>en</strong>to. Se s<strong>en</strong>tía empujado hacia eleste, arrojado de nuevo al c<strong>en</strong>tro de África, a los interminables desiertos.-Es absolutam<strong>en</strong>te indisp<strong>en</strong>sable que nos det<strong>en</strong>gamos --dijo-, e incluso que tomemostierra. Debemos regresar al lago, sobre todo por Joe; pero tratemos antes de <strong>en</strong>contrar unacorri<strong>en</strong>te opuesta.Por espacio de más de una hora, buscó <strong>en</strong> difer<strong>en</strong>tes zonas. El Victoria siguió derivandotierra ad<strong>en</strong>tro; pero, afortunadam<strong>en</strong>te, a la altura de mil pies un vi<strong>en</strong>to muy fuerte locondujo hacia el noroeste.No era posible que Joe estuviese ret<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> una de las islas del lago, pues hubierahallado algún medio de manifestar su pres<strong>en</strong>cia. Tal vez le habían llevado a tierra. Asídiscurría el doctor cuando volvió a ver la orilla sept<strong>en</strong>trional del Chad.La idea de que Joe se hubiese ahogado era inadmisible. Un p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to horrible cruzóla m<strong>en</strong>te de Fergusson y de K<strong>en</strong>nedy: los caimanes eran numerosos <strong>en</strong> aquellos parajes.Pero ni uno ni otro tuvieron valor para formular semejante preocupación. Sin embargo,resultaba tan insist<strong>en</strong>te que el doctor dijo sin más preámbulos:-Los cocodrilos no se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran más que <strong>en</strong> las orillas de las islas o del lago, y Joehabrá sido bastante diestro para no caer <strong>en</strong> sus garras. Además, no son muy peligrosos,pues los africanos se bañan impunem<strong>en</strong>te sin temer sus ataques.K<strong>en</strong>nedy no respondió; prefería callar a discutir tan terrible posibilidad.El doctor distinguió la ciudad de Larl hacia las cinco de la tarde. Los habitantes estabanocupados <strong>en</strong> la recolección del algodón delante de chozas formadas con cañas<strong>en</strong>tretejidas, <strong>en</strong> medio de cercados muy limpios y cuidadosam<strong>en</strong>te conservados. Aquellaaglomeración de unas cincu<strong>en</strong>ta cabañas ocupaba una ligera depresión de terr<strong>en</strong>o <strong>en</strong> unvalle que se ext<strong>en</strong>día <strong>en</strong>tre suaves colinas. La viol<strong>en</strong>cia del vi<strong>en</strong>to les hacía avanzar másde lo que les conv<strong>en</strong>ía; pero su dirección varió por segunda vez y condujo al Victoriaprecisam<strong>en</strong>te a su punto de partida <strong>en</strong> el lago, <strong>en</strong> la especie de isla firme donde habíanpasado la noche preced<strong>en</strong>te. El ancla, <strong>en</strong> lugar de <strong>en</strong>contrar las ramas del árbol, hizopresa <strong>en</strong> las raíces de un haz de cañas a las que daba una gran resist<strong>en</strong>cia el fango delpantano.A duras p<strong>en</strong>as pudo el doctor cont<strong>en</strong>er el aeróstato; pero, al fin, el vi<strong>en</strong>to amainó alllegar la noche, que los dos amigos pasaron <strong>en</strong> vela, casi desesperados.XXXIVEl huracán. - Salida forzada. - Pérdida de un ancla. -Tristes reflexiones. - Resolución tomada. - La tromba.- La caravana <strong>en</strong>gullida. - Vi<strong>en</strong>to contrario yfavorable. - Regreso al sur. - K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong> su puestoA las tres de la mañana, el vi<strong>en</strong>to soplaba tan furiosam<strong>en</strong>te que el Victoria no podíapermanecer sin peligro cerca del suelo, ya que las cañas rozaban su tafetán y lo exponíana romperse.-T<strong>en</strong>emos que irnos, Dick -dijo el doctor-. No podemos seguir <strong>en</strong> esta situación.-Pero ¿y Joe?-¡No lo abandono! ¡Volveré a por él aunque el huracán me lleve a ci<strong>en</strong> millas al norte!Pero aquí comprometemos la seguridad de todos.-¡Partir sin él! -exclamó el escocés con gran dolor.


-¿Crees acaso -repuso Fergusson- que no t<strong>en</strong>go el corazón tan lacerado como tú?¡Obedezco a una necesidad imperiosa!-Estoy a tus órd<strong>en</strong>es -respondió el cazador-. Partamos.Pero la partida ofrecía grandes dificultades. El ancla, profundam<strong>en</strong>te hincada, resistía atodos los esfuerzos, y el <strong>globo</strong>, tirando <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido inverso, aum<strong>en</strong>taba su resist<strong>en</strong>cia.K<strong>en</strong>nedy no logró arrancarla; además, <strong>en</strong> la posición <strong>en</strong> que se hallaba su maniobra eramuy peligrosa, porque se exponía a que el Victoria asc<strong>en</strong>diese antes de poder él montar<strong>en</strong> la barquilla.No queri<strong>en</strong>do exponerse a una ev<strong>en</strong>tualidad de tanta trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia, el doctor hizoregresar a la barquilla al escocés, resignándose a cortar el cable del ancla. El Victoria dio<strong>en</strong> el aire un salto de tresci<strong>en</strong>tos pies y puso directam<strong>en</strong>te rumbo al norte.Fergusson no podía dejar de someterse a esa torm<strong>en</strong>ta, de manera que se cruzó debrazos absorto <strong>en</strong> sus tristes reflexiones.Después de algunos instantes de profundo sil<strong>en</strong>cio, se volvió hacia K<strong>en</strong>nedy, no m<strong>en</strong>ostaciturno.-Tal vez hayamos t<strong>en</strong>tado a Dios -dijo-. ¡No corresponde a los hombres empr<strong>en</strong>der unviaje semejante!Y se escapó de su pecho un doloroso suspiro.-Hace ap<strong>en</strong>as unos días -respondió el cazador- nos felicitábamos por haber escapado atantos peligros. ¡Nos dimos los tres un apretón de manos!-¡Pobre Joe! ¡Tan bondadoso! ¡Con un corazón tan vali<strong>en</strong>te y franco! Deslumbradomom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te por sus riquezas, a continuación sacrificaba gustoso sus tesoros. ¡Yahora tan lejos de nosotros! ¡Y el vi<strong>en</strong>to nos arrastra a una velocidad irresistible!-Dime, Samuel, admiti<strong>en</strong>do que haya hallado asilo <strong>en</strong>tre las tribus del lago, ¿no podríahacer como los viajeros que las han visitado antes que nosotros, como D<strong>en</strong>ham y Barth?Éstos regresaron a su país.-¡No te hagas ilusiones, Dick! ¡Joe no sabe una palabra de la l<strong>en</strong>gua del país! ¡Está soloy sin recursos! Los viajeros de que tú hablas no daban un paso sin <strong>en</strong>viar a los jefesnumerosos pres<strong>en</strong>tes, sin llevar una gran escolta, sin estar armados y preparados para unaexpedición. ¡Y aun así, no podían evitar padecimi<strong>en</strong>tos y tribulaciones de la peor especie!¿Qué quieres que haga nuestro desgraciado compañero? ¿Qué será de él? ¡Es horriblep<strong>en</strong>sarlo! Jamás había experim<strong>en</strong>tado pesar tan grande.-Pero volveremos, Samuel.-Volveremos, Dick, aunque t<strong>en</strong>gamos que abandonar el Victoria, volver a pie al lagoChad y ponernos <strong>en</strong> comunicación con el sultán de Bornu. Los árabes no pued<strong>en</strong> haberconservado un mal recuerdo de los europeos.-¡Te seguiré, Samuel! -respondió el cazador con <strong>en</strong>ergía-. ¡Puedes contar conmigo!¡Antes r<strong>en</strong>unciaremos a terminar este viaje! Joe se ha sacrificado por nosotros, ¡nosotrosnos sacrificaremos por él!Esta resolución devolvió algún valor al corazón de aquellos dos hombres. La idea <strong>en</strong> sílos fortaleció. Fergusson hizo todo lo imaginable para <strong>en</strong>contrar una corri<strong>en</strong>te contrariaque le acercase al Chad; pero <strong>en</strong> aquellos mom<strong>en</strong>tos era imposible, e incluso el desc<strong>en</strong>soresultaba impracticable <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o pelado y reinando un huracán de tan espantosaviol<strong>en</strong>cia.El Victoria atravesó también el país de los tibúes, salvó el Belad-el-Dierid, desiertoespinoso que forma la frontera de Sudán, y p<strong>en</strong>etró <strong>en</strong> el desierto de ar<strong>en</strong>a, surcado porlargos rastros de caravanas. Muy pronto, la última línea de vegetación se confundió conel cielo <strong>en</strong> el horizonte meridional, no lejos del principal oasis de aquella parte de África,dotado de cincu<strong>en</strong>ta pozos sombreados por árboles magníficos. Pero el <strong>globo</strong> no pudo


det<strong>en</strong>erse. Un campam<strong>en</strong>to árabe, ti<strong>en</strong>das de telas listadas, algunos camellos queestiraban sobre la ar<strong>en</strong>a su cabeza de víbora animaban aquella soledad; mas el Victoriapasó como una exhalacion, y recorrió <strong>en</strong> tres horas una distancia de ses<strong>en</strong>ta millas, sinque Fergusson pudiese dominar su rumbo.-¡No podemos hacer alto! -dijo-. ¡No podemos tampoco bajar! ¡Ni un árbol! ¡Ni unapromin<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el terr<strong>en</strong>o! ¿Vamos, pues, a pasar el Sahara? ¡Decididam<strong>en</strong>te, el cielo estácontra nosotros!Así hablaba, con una rabia de desesperado, cuando vio, al norte, las ar<strong>en</strong>as del desiertoagitarse <strong>en</strong>tre nubes de d<strong>en</strong>so polvo y arremolinarse a impulsos de corri<strong>en</strong>tes opuestas.En medio del torbellino, quebrantada, rota, derribada, una caravana <strong>en</strong>tera desaparecíabajo el alud de ar<strong>en</strong>a; los camellos lanzaban gemidos sordos y lastimosos; gritos yaullidos surgían de aquella niebla sofocante. A veces un traje multicolor destacaba <strong>en</strong>treaquel caos, y el mugido de la tempestad dominaba la esc<strong>en</strong>a de destrucción.Luego la ar<strong>en</strong>a se acumuló formando nubes compactas, y donde mom<strong>en</strong>tos antes seext<strong>en</strong>día la lisa llanura, ahora se levantaba una colina aún agitada, inm<strong>en</strong>sa tumba de unacaravana <strong>en</strong>gullida.El doctor y K<strong>en</strong>nedy, pálidos, asistían a aquel terrible espectáculo. No podían manejarel <strong>globo</strong>, que se arremolinaba <strong>en</strong> medio de corri<strong>en</strong>tes contrarias, y ya no obedecía a lasdifer<strong>en</strong>tes dilataciones del gas. Envuelto <strong>en</strong> los torbellinos de la atmósfera, giraba conuna rapidez vertiginosa, y la barquilla describía amplias oscilaciones; los instrum<strong>en</strong>toscolgados bajo la ti<strong>en</strong>da chocaban unos con otros hasta hacerse pedazos; los tubos delserp<strong>en</strong>tín se <strong>en</strong>roscaban am<strong>en</strong>azando romperse y las cajas de agua se agitaban conestrépito. Los viajeros no podían oírse y se agarraban con crispación a las cuerdas,int<strong>en</strong>tando luchar contra el furor del huracán.K<strong>en</strong>nedy, con los cabellos revueltos, miraba sin hablar; pero el doctor había recobradola audacia <strong>en</strong> medio del peligro y ninguna de sus viol<strong>en</strong>tas emociones se tradujo <strong>en</strong> susemblante, ni aun cuando, después de un último remolino, el Victoria se hallósúbitam<strong>en</strong>te det<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> medio de una calma inesperada. El vi<strong>en</strong>to del norte había ganadola partida y lo impelía <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido inverso por el camino de la mafíana, con no m<strong>en</strong>osrapidez.-¿Adónde vamos? -exclamó K<strong>en</strong>nedy.-Dejemos actuar a la Provid<strong>en</strong>cia, amigo Dick; he hecho mal <strong>en</strong> dudar de ella; sabemejor que nosotros lo que nos convi<strong>en</strong>e, y ahí nos ti<strong>en</strong>es regresando a los lugares queesperábamos no volver a ver.Aquel terr<strong>en</strong>o tan llano, tan igual durante la ida, se hallaba ahora revuelto, como el mardespués de la tempestad. Una serie de pequeños montículos, ap<strong>en</strong>as as<strong>en</strong>tados, jalonabanel desierto; el vi<strong>en</strong>to soplaba con viol<strong>en</strong>cia y el Victoria volaba <strong>en</strong> el espacio.La dirección seguida por los viajeros difería ligeram<strong>en</strong>te de la que habían tomado por lamañana; así pues, hacia las nueve, <strong>en</strong> lugar de <strong>en</strong>contrar las orillas del Chad, todavíavieron el desierto que se ext<strong>en</strong>día ante ellos.K<strong>en</strong>nedy com<strong>en</strong>tó el hecho.-Da igual -respondió el doctor-. Lo importante es volver al sur; <strong>en</strong>contraremos de nuevolas ciudades de Bornu, Wuddle y Kuka, y no vacilaré <strong>en</strong> det<strong>en</strong>erme <strong>en</strong> ellas.-Si a ti te parece bi<strong>en</strong>, a mí también -respondió el cazador-. ¡Pero quiera el Cielo que nonos veamos reducidos a atravesar el desierto como aquellos desgraciados árabes! Lo quehemos visto es horrible.-Y se repite con frecu<strong>en</strong>cia, Dick. Las travesías por el desierto son mucho máspeligrosas que por el océano. El desierto pres<strong>en</strong>ta todos los peligros del mar, además defatigas y privaciones insost<strong>en</strong>ibles.


-Me parece -dijo K<strong>en</strong>nedy- que el vi<strong>en</strong>to ti<strong>en</strong>de a calmar. El polvo de los ar<strong>en</strong>ales esm<strong>en</strong>os compacto, sus ondulaciones disminuy<strong>en</strong> y el horizonte se aclara.-Mejor; es preciso examinar at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te con el anteojo y que ningún objeto se nosescape.-Me <strong>en</strong>cargo de ello, Samuel. En cuanto aparezca un árbol, aviso.Y K<strong>en</strong>nedy, con el anteojo <strong>en</strong> la mano, se colocó <strong>en</strong> la proa de la barquilla.XXXVLa historia de Joe. - La isla de los biddiomahs. - Laadoración. - La isla sumergida. - Las orillas del lago. -El árbol de las serpi<strong>en</strong>tes. - Viaje a pie. -Padecimi<strong>en</strong>tos. - Mosquitos y hormigas. - El hambre. -Paso del Victoria. - Desaparición del Victoria. -Desesperación. – El pantano. - Un último grito¿Qué era de Joe durante la vana búsqueda de su señor?Tras arrojarse al lago, su primer movimi<strong>en</strong>to al volver a la superficie fue levantar lavista. Vio <strong>en</strong>tonces al Victoria, muy elevado ya, que subía más y más a gran velocidad, lacual poco a poco fue disminuy<strong>en</strong>do, y que luego, atrapado por una corri<strong>en</strong>te viol<strong>en</strong>ta,desaparecía hacia el norte. Su señor, sus amigos, estaban salvados.«Ha sido una suerte -se dijo- que se me haya ocurrido la idea de arrojarme al Chad. Sino, se le habría ocurrido al señor K<strong>en</strong>nedy, el cual tampoco habría vacilado <strong>en</strong> hacer loque acabo de hacer yo, porque es muy natural que un hombre se sacrifique para salvar ados. Eso es matemático.»Tranquilizado sobre este punto, Joe empezó a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> si mismo. Se hallaba <strong>en</strong> mediode un lago inm<strong>en</strong>so rodeado de tribus desconocidas y, probablem<strong>en</strong>te, feroces. Razón demás para procurar salir de apuros contando sólo con sus propias fuerzas. No podía hacerotra cosa.Antes del ataque de las aves de presa, que, <strong>en</strong> su opinión, se habían comportado comoauténticos quebrantahuesos, había distinguido una isla <strong>en</strong> el horizonte; resolvió, pues,dirigirse a ella, y empezó a desplegar todos sus conocimi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> el arte de la natación,después de despr<strong>en</strong>derse de sus más pesadas pr<strong>en</strong>das de vestir. No le arredraba <strong>en</strong>absoluto un paseo de cinco o seis millas; por eso mi<strong>en</strong>tras estuvo <strong>en</strong> el lago no sepreocupó más que de nadar con vigor y <strong>en</strong> línea recta.Al cabo de hora y media, la distancia que le separaba de la isla había disminuidoconsiderablem<strong>en</strong>te.Pero, a medida que se acercaba a la orilla, cruzo por su m<strong>en</strong>te una idea que, si<strong>en</strong>do <strong>en</strong>un principio pasajera, se apoderó luego t<strong>en</strong>azm<strong>en</strong>te de su cerebro. Sabía que poblaban lasorillas del lago <strong>en</strong>ormes caimanes cuya voracidad conocía.Por más que tuviese la manía de que todo es natural <strong>en</strong> este mundo, el bu<strong>en</strong> muchachoestaba preocupado sin poderlo remediar; antojósele que la carne blanca debía de halagarmuy particularm<strong>en</strong>te el paladar de los cocodrilos, y, por consigui<strong>en</strong>te, se iba acercando ala playa con las mayores precauciones. En esta disposicion de ánimo, hallándose a unasci<strong>en</strong> brazas de una marg<strong>en</strong> coronada de verdes árboles, llegó a su olfato una bocanada deaire cargado de un fuerte olor a almizcle.«¡Ya apareció lo que yo temía! -se dijo-. ¡El caimán no anda lejos! »Y se zambulló rápidam<strong>en</strong>te, aunque no lo bastante para evitar el contacto de un cuerpo<strong>en</strong>orme, cuya escamosa epidermis le arañó al pasar; se creyó perdido y empezó a nadarcon una precipitación desesperada; subió a la superficie, respiró y desapareció de nuevo.


Pasó un cuarto de hora <strong>en</strong> una angustia indecible que toda su filosofía no pudo dominar,crey<strong>en</strong>do oír detrás el ruido de las monstruosas mandíbulas que ya casi le t<strong>en</strong>ían atrapado.Nadaba <strong>en</strong>tre dos aguas, con la mayor suavidad posible, cuando se sintió cogido por unbrazo y luego por la mitad del cuerpo.¡Pobre Joe! Tuvo para su señor un último p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to y empezó a luchar condesesperación, sintiéndose atraído, no hacia el fondo del lago, que es a donde loscocodrilos suel<strong>en</strong> arrastrar la presa para devorarla, sino hacia la superficie.No bi<strong>en</strong> pudo respirar y abrir los ojos, se vio <strong>en</strong>tre dos negros que parecían de ébano,los cuales le sujetaban vigorosam<strong>en</strong>te y lanzaban gritos extraños.-¡Toma! -exclamó Joe-. ¡Negros <strong>en</strong> lugar de caimanes! Mal por mal, los prefiero. Pero¿cómo se atrev<strong>en</strong> esos monotes a bañarse <strong>en</strong> estos parajes?Joe ignoraba que los habitantes de las islas del Chad como otros muchos negros, sezambull<strong>en</strong> impunem<strong>en</strong>te <strong>en</strong> las islas infestadas de caimanes, sin hacerles el m<strong>en</strong>or caso.Los anfibios de aquel lago gozan sobre todo de una reputación bastante merecida deanimales inof<strong>en</strong>sivos.Pero ¿no había evitado Joe un peligro para caer <strong>en</strong> otro? Dio a los acontecimi<strong>en</strong>tos el<strong>en</strong>cargo de resolver este problema y, no pudi<strong>en</strong>do hacer otra cosa, se dejó conducir a laplaya sin manifestar el m<strong>en</strong>or miedo.«Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te -se decía-, estos salvajes han visto el Victoria rozando las aguas dellago como un monstruo aéreo; han sido testigos lejanos de mi caída y no pued<strong>en</strong> dejar deguardar consideraciones a un hombre caído del cielo. Dejémosles obrar a su gusto.»Estaba Joe sumido <strong>en</strong> estas reflexiones cuando aterrizó <strong>en</strong> medio de una muchedumbreaulladora, compuesta de individuos de ambos sexos y de todas las edades, aunque no detodos los colores. Se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong>tre una tribu de biddiomahs de un negro magnífico.No tuvo motivos para avergonzarse de la ligereza de su traje, ya que se hallaba«desnudo» a la última moda del pais.Pero antes de t<strong>en</strong>er tiempo de darse cu<strong>en</strong>ta de su situación, no pudo equivocarserespecto a la adoración de que era objeto, lo que no dejó de tranquilizarle, si bi<strong>en</strong> lahistoria de Kazeh asaltó su memoria.« ¡Presi<strong>en</strong>to que voy a convertirme de nuevo <strong>en</strong> un dios, <strong>en</strong> un hijo cualquiera de laLuna! En fin, lo mismo da ese oficio que otro cualquiera cuando no se ti<strong>en</strong>e elección. Loque importa es ganar tiempo. Si veo pasar el Victoria, aprovecharé mi nueva posiciónpara ofrecer a mis adoradores el espectáculo de una asc<strong>en</strong>sión milagrosa.»Mi<strong>en</strong>tras se hacía Joe estas reflexiones, la turba se agolpaba a su alrededor, seprosternaba ante él, aullaba, lo palpaba, se hacía familiar, y tuvo la bu<strong>en</strong>a idea deofrecerle un magnífico festín, compuesto de leche agria y miel con arroz machacado. Eldigno muchacho, que de todo sabía sacar partido, hizo una de las mejores comidas de suvida y dio a su pueblo una ajustada idea de cómo devoran los dioses <strong>en</strong> las grandesocasiones.Llegada la tarde, los magos de la isla lo cogieron respetuosam<strong>en</strong>te de la mano y locondujeron a una especie de choza rodeada de talismanes. Antes de p<strong>en</strong>etrar <strong>en</strong> ella, Joeechó una mirada bastante inquieta a algunos montones de huesos que había alrededor delsantuario, y estaba p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> su posición cuando lo <strong>en</strong>cerraron <strong>en</strong> la choza.Al anochecer, y aun después de muy <strong>en</strong>trada la noche, oyó cánticos de fiesta, elretumbar de una especie de tambor y un estrépito de chatarra, todo ello muy agradablepara oídos africanos. Coros de aullidos acompañaban interminables danzascondim<strong>en</strong>tadas con contorsiones y gestos, que se bailaban alrededor de la cabaña sagrada.Por <strong>en</strong>tre los cañizos rebozados de lodo que formaban las paredes de la choza, Joedistinguía aquel conjunto <strong>en</strong>sordecedor, y tal vez <strong>en</strong> otras circunstancias le hubiera


divertido tan extraña ceremonia; pero una idea muy desagradable atorm<strong>en</strong>taba su m<strong>en</strong>te.Aun mirando las cosas bajo el mejor aspecto posible, le parecía estúpido e incluso tristehallarse perdido <strong>en</strong> aquella comarca salvaje <strong>en</strong>tre semejantes tribus. De los viajeros quehabían llegado a aquellas comarcas, pocos habían vuelto a su patria. ¿Podía fiarse de laadoración de que era objeto? ¡T<strong>en</strong>ía muy bu<strong>en</strong>as razones para creer <strong>en</strong> la vanidad de lasgrandezas humanas! Se preguntó si, <strong>en</strong> aquel país, la adoración llevaría hasta el extremode comerse al adorado.Pese a tan lam<strong>en</strong>table perspectiva, después de algunas horas de reflexión el cansanciopudo más que las ideas negras y Joe se <strong>en</strong>tregó a un sueño bastante profundo, que sinduda habría durado hasta el amanecer si no le hubiese despertado una humedadinesperada.Aquella humedad no tardó <strong>en</strong> convertirse <strong>en</strong> agua, que subió hasta cubrirle a Joe lamitad del cuerpo.«¿Qué es esto? -se dijo-. ¡Una inundación! ¡Una tromba! ¡Un nuevo suplicio que haninv<strong>en</strong>tado esos negros! Pues no pi<strong>en</strong>so esperar a que el agua me llegue al cuello.»Apuntaló sus atléticos hombros contra la frágil pared y consiguió derribarla. Entoncesse <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> medio del lago. No había isla; se había sumergido durante la noche. Sólose veía <strong>en</strong> su lugar la inm<strong>en</strong>sidad del Chad.«¡Triste país para sus propietarlos», p<strong>en</strong>só Joe, y volvió a ejercitar vigorosam<strong>en</strong>te susfacultades natatorias.Un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o bastante frecu<strong>en</strong>te <strong>en</strong> aquel lago había salvado al vali<strong>en</strong>te mozo. Delmismo modo que la isla <strong>en</strong> que él se hallaba, han desaparecido de la noche a la mañanaotras que pres<strong>en</strong>taban la solidez de una roca, y con frecu<strong>en</strong>cia las poblaciones ribereñashan t<strong>en</strong>ido que recoger a los infelices que han escapado con vida de tan terriblescatástrofes.Joe ignoraba esta particularidad, mas no por eso dejó de aprovecharse de ella.Descubrió una barquichuela abandonada y no tardó <strong>en</strong> alcanzarla. No era más que untronco de árbol toscam<strong>en</strong>te ahuecado. T<strong>en</strong>ía d<strong>en</strong>tro, afortunadam<strong>en</strong>te, un par de remos, yJoe se dejó llevar a la deriva por una corri<strong>en</strong>te bastante rápida.«Ori<strong>en</strong>témonos -se dijo-. La estrella Polar, que desempeña honradam<strong>en</strong>te su oficio deindicar a todo el mundo el camino del norte, v<strong>en</strong>drá gustosa <strong>en</strong> mi ayuda.»Se dejó llevar por la corri<strong>en</strong>te, pues vio con satisfacción que le llevaba a la orillasept<strong>en</strong>trional del lago. Hacia las dos de la mañana puso el pie <strong>en</strong> un promontorio cubiertode cañas espinosas que parecian muy molestas hasta para un filósofo; pero con muchaoportunidad se hallaba allí un árbol que le ofrecía asilo <strong>en</strong>tre sus ramas. Joe trepó a élpara mayor seguridad, y aguardó dormitando, la luz del alba.Llegó la mañana con esa rapidez propia de las regiones ecuatoriales. Joe echó unamirada al árbol que le había servido de refugio durante la noche, y le heló de terror unespectáculo inesperado. Las ramas del árbol estaban literalm<strong>en</strong>te cubiertas de serpi<strong>en</strong>tes ycamaleones, bajo cuyos apretados anillos desaparecía el follaje. Hubiérase dicho que eraun árbol de una especie nueva que producía reptiles, los cuales, a los primeros rayos delsol, empezaron a agitarse y retorcerse. Joe experim<strong>en</strong>tó un s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de terrormezclado con asco y se tiró del árbol <strong>en</strong>tre desapacibles silbidos.-He aquí una av<strong>en</strong>tura a la que nadie dará crédito -dijo.No sabía que las últimas cartas del doctor Vogel m<strong>en</strong>cionaban esa singularidad de lasorillas del Chad, donde los reptiles son más numerosos que <strong>en</strong> ningún otro país delmundo. Después de lo que acababa de ver, Joe resolvió ser más circunspecto <strong>en</strong> losucesivo y, ori<strong>en</strong>tándose por el sol, empr<strong>en</strong>dió de nuevo su peregrinación hacia el


noroeste. Evitó con el mayor cuidado cabañas, chozas, barracas, cuevas, <strong>en</strong> una palabra,todo lo que pudiera servir de receptáculo a la raza humana.¡Cuántas veces levantó la vista al cielo! Esperaba ver al Victoria, y, aunque lo buscó <strong>en</strong>vano durante todo aquel día de marcha, no por ello disminuyó <strong>en</strong> lo más mínimo laconfianza que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> su señor. Mucha firmeza de carácter necesitaba para aceptar tanfilosóficam<strong>en</strong>te su situación. Unióse el hambre a la fatiga, porque un hombre no reparasus fuerzas con raíces, médula de arbustos y frutas poco nutritivas; y sin embargo, segúnsus cálculos había avanzado unas veinte millas hacia el oeste. Las cañas del lago, lasacacias y las mimosas habían lacerado con sus espinas su cuerpo, y sus pies <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tadossufrían al andar crueles dolores. Pero logró sobreponerse a suspadecimi<strong>en</strong>tos y resolvió pasar la noche junto al Chad.Allí tuvo que soportar las atroces picaduras de millares de insectos. La tierra estabaliteralm<strong>en</strong>te cubierta de moscas, mosquitos y hormigas de media pulgada de largo. A lasdos horas de estar <strong>en</strong> aquel sitio no le quedaba ya a Joe ni una hilacha de la poca ropa quellevaba. Las hormigas la habían devorado toda sin dejarle ni un harapo. Aquélla fue unanoche horrible, <strong>en</strong> la que el viajero fatigado no <strong>en</strong>contró ni un instante de reposo. Losjabalíes, los búfalos y los ajubs, manatíes bastante agresivos, se agitaban <strong>en</strong>tre la malezay <strong>en</strong> las aguas del lago, y un concierto de fieras retumbaba <strong>en</strong> la noche. Joe no se atrevíaa moverse. Su resignacion y su paci<strong>en</strong>cia eran ya casi insufici<strong>en</strong>tes para sobrellevar unasituación semejante.Llegó por fin el día. Joe se levantó precipitadam<strong>en</strong>te, y júzguese cuál sería su asco alver con que inmundo animal había compartido su cama: ¡un sapo! Un sapo que medíacinco pulgadas de largo, un animal monstruoso, repugnante, que le miraba con susgrandes ojos redondos. Joe sintió que se le contraía el estómago y, sacando alguna fuerzade su propia repugnancia, corrió al lago y se zambulló <strong>en</strong> sus aguas. Aquel baño mitigóun poco la comezón que le atorm<strong>en</strong>taba y, después de mascar unas cuantas hojas, volvióa empr<strong>en</strong>der su camino con una obstinacion y un empeño de los que él mismo no sabía loque hacía, aunque s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> su interior un poder superior a la desesperación.Sin embargo, le torturaba un hambre terrible, viéndose obligado a ceñirse fuertem<strong>en</strong>teuna liana <strong>en</strong> torno al cuerpo. Su estómago, m<strong>en</strong>os resignado que él, se quejaba; con todo,s<strong>en</strong>tía un bi<strong>en</strong>estar relativo al comparar sus padecimi<strong>en</strong>tos con los sufridos <strong>en</strong> el desierto,cuando le acosaba la sed, pues ahora podía saciarla a cada paso.«¿Dónde estará el Victoria? -se preguntaba-. El vi<strong>en</strong>to vi<strong>en</strong>e del norte, ¿cómo es que el<strong>globo</strong> no vuelve hacia el lago? Sin duda mi señor se habrá det<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> algún sitio pararestablecer el equilibrio; para el efecto debió de bastarle el día de ayer, y, porconsigui<strong>en</strong>te, es muy posible que hoy... Pero, procedamos como si le hubiese perdidopara siempre. Después de todo, si tuviera la suerte de llegar a una de las poblaciones dellago, me hallaría <strong>en</strong> la misma posición que los viajeros de que me ha hablado mi señor.¿Por qué no había de salir yo de apuros como ellos? Algunos han regresado a su país,¡qué diablos!... ¡Valor, y veremos! »Y mi<strong>en</strong>tras hablaba, andaba, y andando llegó a un bosque donde <strong>en</strong>contró a un grupo d<strong>en</strong>egros salvajes ocupados <strong>en</strong> emponzoñar sus flechas con zumo de euforbio. Tal actividadconstituye una de las principales ocupaciones de las tribus de aquellas comarcas y seefectúa con una especie de ceremonia solemne. El intrépido Joe se detuvo antes de que lovieran.Inmóvil y sin respirar, se hallaba oculto <strong>en</strong> la maleza cuando, al alzar la vista, vio <strong>en</strong>treel follaje al Victoria, que se dirigía hacia el lago ap<strong>en</strong>as a ci<strong>en</strong> pies de su cabeza. ¡Y nopodía dar ninguna voz para que le oyeran, ni tampoco salir de su escondrijo para dejarsever!


Una lágrima asomó a sus ojos, y no de desesperación, sino de reconocimi<strong>en</strong>to. ¡Suseñor le estaba buscando! ¡Su señor no le abandonaba! Tuvo que esperar a que semarchas<strong>en</strong> los negros y <strong>en</strong>tonces pudo salir de la maleza y dirigirse a la orilla del Chad.Pero <strong>en</strong>tonces el Victoria se perdía a lo lejos <strong>en</strong> el cielo. Joe, que abrigaba la convicciónde que volvería a pasar, resolvió esperarlo; y volvió a pasar, efectivam<strong>en</strong>te, pero más aleste. Joe corrió, hizo mil señas, dio mil gritos... ¡En vano! Un vi<strong>en</strong>to viol<strong>en</strong>to arrastrabaal <strong>globo</strong> a una velocidad irresistible.La <strong>en</strong>ergía y la esperanza abandonaron por primera vez el corazón del desgraciado. Sevio perdido, creyó que su señor había partido para no volver y le faltó hasta la fuerza paraseguir reflexionando con ser<strong>en</strong>idad.Como un loco, con los pies <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tados y el cuerpo magullado, estuvo andando,andando sin parar durante todo el día y parte de la noche. Se arrastraba, ya de rodillas, yaa gatas; veía acercarse el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que, faltándole las fuerzas, t<strong>en</strong>ía que morir.Así llegó a un pantano, o más bi<strong>en</strong> a lo que pronto supo que era un pantano, pues estabaya muy <strong>en</strong>trada la noche, y cayó inesperadam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> él. A pesar de sus esfuerzos, a pesarde su desesperada resist<strong>en</strong>cia, se fue hundi<strong>en</strong>do poco a poco <strong>en</strong> aquel terr<strong>en</strong>o c<strong>en</strong>agoso,que a los pocos minutos ya le cubría la mitad del cuerpo.« ¡Aquí está la muerte! -se dijo-. ¡Y qué muerte! »Luchó, forcejeó con d<strong>en</strong>uedo, hasta con rabia, pero sus esfuerzos sólo servían parasepultarle más y más <strong>en</strong> aquella tumba que se cavaba él mismo. ¡Ni el tronco de un árbol,ni una miserable caña donde agarrarse! Compr<strong>en</strong>dió que todo para él había concluido ycerró los ojos.-¡Señor! ¡Señor! ¡Socorro ... ! -gritó.Y su voz desesperada, aislada, ahogada ya, se perdió <strong>en</strong> el sil<strong>en</strong>cio de la noche.XXXVIUn grupo a lo lejos. - Un tropel de árabes. - Lapersecución. - ¡Es él! - Caída del caballo. - El árabeestrangulado. - Una bala de K<strong>en</strong>nedy. - Maniobra. -Rescate al vuelo. -Joe a salvoDesde que K<strong>en</strong>nedy había vuelto a tomar su puesto de observación <strong>en</strong> la proa de labarquilla, no cesó un mom<strong>en</strong>to de escudriñar con la mayor at<strong>en</strong>ción el horizonte.Pasado algún tiempo, se volvió al doctor y le dijo:-Si no me equivoco, allá a lo lejos hay un grupo <strong>en</strong> movimi<strong>en</strong>to, no siéndome aúnposible distinguir si es de hombres o de animales. Lo cierto es que se agitan viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te,pues levantan una nube de polvo.-¿No será un vi<strong>en</strong>to contrario -preguntó Samuel-, tromba que nos arrastraría de nuevohacia el norte?Y se levantó para examinar el horizonte.-No lo creo, Samuel -respondió K<strong>en</strong>nedy-. Es una manada de gacelas o de torossalvajes.-Tal vez, Dick; pero, sea lo que sea, se halla al m<strong>en</strong>os a nueve o diez millas dedistancia, y yo no alcanzo a ver nada, ni aun con el anteojo.-De todos modos, no lo perderé de vista. Hay, <strong>en</strong> lo que vislumbro, algo extraordinarioque excita mi curiosidad sin saber por qué; diríase que es una maniobra de caballería. ¡Yloes! ¡Son ji<strong>net</strong>es! ¡Mira!El doctor observó con at<strong>en</strong>ción el grupo indicado.


-Creo que ti<strong>en</strong>es razón -dijo-; es un destacam<strong>en</strong>to de árabes o de tibúes, que lleva lamisma direccion que nosotros. Pero nosotros corremos mucho más y les daremos alcance<strong>en</strong>seguida. D<strong>en</strong>tro de media hora estaremos <strong>en</strong> condiciones de ver y juzgar lo quedebemos hacer.K<strong>en</strong>nedy seguía mirando at<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te con el anteojo. La masa de ji<strong>net</strong>es se hacía cadavez más visible; algunos de ellos se apartaban del grupo.-Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te -repuso K<strong>en</strong>nedy-, es una maniobra o una cacería. Diríase que esasg<strong>en</strong>tes persigu<strong>en</strong> algo. Y me gustaría saber lo que es.-Paci<strong>en</strong>cia, Dick. D<strong>en</strong>tro de poco los alcanzaremos y hasta les dejaremos atrás, si notoman otra direccion; avanzamos a una velocidad de veinte millas por hora, y no haycaballo que resista semejante carrera.K<strong>en</strong>nedy siguió observando y unos minutos después dijo:-Son árabes corri<strong>en</strong>do a todo escape. Los distingo perfectam<strong>en</strong>te. Hay unos cincu<strong>en</strong>ta.Veo sus ropajes ahuecados por el vi<strong>en</strong>to. Es un ejercicio de caballería. Su jefe les precedea una distancia de ci<strong>en</strong> pasos, y todos le sigu<strong>en</strong> precipitadam<strong>en</strong>te.-Sean qui<strong>en</strong>es sean, Dick, no deb<strong>en</strong> inspirarnos ningun miedo; pero si es necesario, noselevaremos.-¡Aguarda, aguarda, Samuel! -exclamó Dick-. ¡Es curioso! -añadió, después de unnuevo exam<strong>en</strong>-. Hay algo que no puedo explicarme. A juzgar por sus esfuerzos y lairregularidad de su línea, esos árabes no sigu<strong>en</strong>, sino que persigu<strong>en</strong>.-¿Estás seguro de ello, Dick?-Evid<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te. ¡No me equivoco ¡Es una cacería, pero van a la caza de un hombre! Elque les precede no es su jefe, sino un fugitivo.-¡Un fugitivo! -dijo Samuel, conmovido.-¡Sí!-No lo perdamos de vista y esperemos.En poco tiempo disminuyó tres o cuatro millas de distancia que separaba el <strong>globo</strong> de losji<strong>net</strong>es, pese a la prodigiosa ligereza con que éstos corrían.-¡Samuel! ¡Samuel! -exclamó K<strong>en</strong>nedy con voz trémula.-¿Qué ocurre, Dick?-¿Es una alucinación? ¿Es posible?-¿Qué quieres decir?-Espera.El cazador limpió rápidam<strong>en</strong>te los cristales del anteojo y volvió a mirar.-¿Qué? -le preguntó el doctor.-¡Es él, Samuel!-¡Él! -exclamó éste.¡ Él! Aquella palabra lo decía todo. No había necesidad de nombrarle.-¡Es él a caballo! ¡A m<strong>en</strong>os de ci<strong>en</strong> pasos de sus <strong>en</strong>emigos! ¡Huye!-¡Es Joe! -dijo el doctor, palideci<strong>en</strong>do.-¡No puede vernos <strong>en</strong> su fuga!-¡Nos verá! -respondió Fergusson, disminuy<strong>en</strong>do la llama del soplete.-Pero ¿cómo?-D<strong>en</strong>tro de cinco minutos estaremos a cincu<strong>en</strong>ta pies de tierra; d<strong>en</strong>tro de quinceestaremos <strong>en</strong>cima de él.-Debemos disparar un tiro para prev<strong>en</strong>irle.-¡No! ¡No puede retroceder! ¡Le cortan la retirada!-¿Qué hacer, pues?-Aguardar.


-¡Aguardar! ¿Y esos árabes?-¡Los alcanzaremos! ¡Los dejaremos atrás! Nos <strong>en</strong>contramos a m<strong>en</strong>os de dos millas deellos; con tal de que el caballo de Joe resista...-¡Dios b<strong>en</strong>dito! -exclamó K<strong>en</strong>nedy.-¿Qué pasa?K<strong>en</strong>nedy había lanzado un grito de desesperación al ver a Joe rodar por tierra. Sucaballo, r<strong>en</strong>dido, ext<strong>en</strong>uado, acababa de caer.-¡Nos ha visto! -exclamó el doctor-. ¡Al levantarse nos ha hecho una seña!-¡Pero los árabes van a alcanzarle! ¿A qué espera?¡Ah! ¡Vali<strong>en</strong>te! ¡Hurra! -gritó el cazador, sin poder reprimir su <strong>en</strong>tusiasmo.Joe, tras levantarse <strong>en</strong> el preciso instante <strong>en</strong> que se abalanzaba sobre él uno de losji<strong>net</strong>es más rápidos, dio un salto como una pantera, evitó el golpe, se lanzó a la grupa,asió al árabe de la garganta, lo estranguló, lo derribó y prosiguió <strong>en</strong> el caballo de su<strong>en</strong>emigo su rápida fuga.Los árabes lanzaron un grito de furor; pero c<strong>en</strong>trados totalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la persecución delfugitivo, no habían visto al Victoria, que estaba quini<strong>en</strong>tos pasos detrás de ellos y am<strong>en</strong>os de treinta pies del suelo. Ellos distaban <strong>en</strong>tonces del perseguido m<strong>en</strong>os de veintecuerpos de caballo.Uno de ellos estaba ya casi tocando a Joe, e iba a traspasarle con su lanza cuandoK<strong>en</strong>nedy, que seguía todos sus movimi<strong>en</strong>tos, lo derribó de un balazo.Joe ni siquiera se volvió al oír el disparo. Una parte de los perseguidores se detuvo ehincó la fr<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el polvo al ver el Victoria; pero los demás continuaron acosando decerca al fugitivo.-Pero ¿qué hace Joe? -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¡No se deti<strong>en</strong>e!-¡Sabe lo que se hace, Dick! ¡Le he compr<strong>en</strong>dido! ¡Sigue la dirección del <strong>globo</strong>!¡Cu<strong>en</strong>ta con nuestra intelig<strong>en</strong>cia! ¡Bi<strong>en</strong>, vali<strong>en</strong>te! ¡Se lo arrebataremos a los árabes <strong>en</strong> susmismas barbas! No estamos más que a dosci<strong>en</strong>tos pasos.-¿Qué hay que hacer? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Deja la carabina.-Ya está-dijo el cazador, soltando el arma-. ¿Y ahora?-¿Puedes sost<strong>en</strong>er <strong>en</strong> tus brazos ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta libras de lastre?-Aunque sean más.-Bastan las que te digo.Y el doctor fue amontonando sacos de ar<strong>en</strong>a sobre los brazos de K<strong>en</strong>nedy.-Colócate <strong>en</strong> la popa de la barquilla y estáte preparado para echar todo el lastre degolpe. ¡Pero, por Dios! No lo arrojes antes de que te lo diga.-¡Descuida!-De otro modo, erraríamos el golpe y perderíamos a Joe irremisiblem<strong>en</strong>te.-Te compr<strong>en</strong>do perfectam<strong>en</strong>te.El Victoria caía <strong>en</strong>tonces casi verticalm<strong>en</strong>te sobre el grupo de ji<strong>net</strong>es que perseguían aJoe a galope t<strong>en</strong>dido. El doctor, <strong>en</strong> la proa de la barquilla, t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> la mano la escaladesplegada, preparado para soltarla <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to preciso. Joe se había mant<strong>en</strong>ido a unadistancia de cincu<strong>en</strong>ta pies de los perseguidores, a qui<strong>en</strong>es el Victoria dejó algorezagados.-¡At<strong>en</strong>ción, K<strong>en</strong>nedy!-Cuando digas.-¡Joe ... ! ¡Alerta ... ! -gritó el doctor con voz sonora al tiempo que soltaba la escala,cuyos últimos peldaños levantaron polvo del suelo.


Al llamarle el doctor, Joe, sin det<strong>en</strong>er el caballo, había vuelto la cabeza; la escala sedesplegó junto a él y, <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to, se agarró a ella.-¡Abajo! -gritó el doctor a K<strong>en</strong>nedy.-¡Allá va!Y el Victoria, descargado de un peso superior al de Joe, se elevó ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta piesde golpe.Joe se agarró con fuerza a la escala para no ceder a sus viol<strong>en</strong>tas sacudidas; hizo a losárabes una mueca indescriptible y, trepando con la agilidad de un mono, llegó a losbrazos de sus compañeros.~¡Señor! ¡Señor Dick! -exclamó.Y, r<strong>en</strong>dido por la emoción y la fatiga, cayó desvanecido, mi<strong>en</strong>tras K<strong>en</strong>nedy, casidelirante, exclamaba:-¡Salvado! ¡Salvado!-¡Pues no faltaba más! -dijo el doctor, que había recobrado su impasibilidad habitual.Joe estaba casi desnudo y llevaba impresos sus padecimi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los <strong>en</strong>sangr<strong>en</strong>tadosbrazos <strong>en</strong> el cuerpo, cubierto de card<strong>en</strong>ales y magulladuras. El doctor curó sus heridas ylo acostó bajo la ti<strong>en</strong>da.Joe recobró luego el s<strong>en</strong>tido y pidió un vaso de aguardi<strong>en</strong>te, que el doctor le dejó beber,porque a Joe no había que tratarlo como a la g<strong>en</strong>eralidad de los <strong>en</strong>fermos. Después debeber, el vali<strong>en</strong>te criado estrechó la mano de sus dos compañeros y se manifestódispuesto a contar su historia.Pero, como el doctor no le permitió hablar, concilió un profundo sueño, que bi<strong>en</strong> lonecesitaba.En aquellos mom<strong>en</strong>tos el Victoria trazaba una línea oblicua hacia el oeste. Empujadopor un vi<strong>en</strong>to muy fuerte, volvió a ver las orillas del desierto espinoso por <strong>en</strong>cima de laspalmeras curvadas o arrancadas por el ímpetu de la torm<strong>en</strong>ta; y, tras haber recorrido casidosci<strong>en</strong>tas millas desde el rescate de Joe, el anochecer superó los 10 0 de longitud.XXXVIIEl camino del oeste. - El despertar de Joe. - Suterquedad. - Fin de la historia de Joe. - Tegelel -Zozobras de K<strong>en</strong>nedy. - Rumbo al norte. - Una nochecerca de AgadésDurante la noche pareció que el vi<strong>en</strong>to tambiér quería descansar de sus fatigas del día, yel Victoria per maneció pacíficam<strong>en</strong>te sobre la copa de un corpul<strong>en</strong>to sicomoro. El doctory K<strong>en</strong>nedy se repartieron la guardia, y Joe durmió de un tirón por espacio de veinticuatrohoras.-Que duerma -dijo Fergusson-. El reposo es el único remedio que necesita, y lanaturaleza se <strong>en</strong>cargará de completar su curación.Al amanecer volvió a soplar un vi<strong>en</strong>to fuerte, pero variable, tan pronto se dirigía alnorte como al sur, aunque finalm<strong>en</strong>te el Victoria fue empujado hacia el oeste.El doctor, mapa <strong>en</strong> mano, reconoció el reino de Damergu, territorio de suavesondulaciones y muy fértil, con aldeas cuyas chozas están construidas con altas cañas yramas de asalpesia <strong>en</strong>trelazadas. En los campos cultivados, las gavillas se alzaban sobreuna especie de andamios destinados a preservarlas de la acción de ratones y termitas.No tardaron <strong>en</strong> llegar a la ciudad de Zinder, fácil de reconocer por su gran plaza de lasejecuciones, <strong>en</strong> cuyo c<strong>en</strong>tro se levanta el árbol de la muerte; al pie de éste vela el verdugoy cualquiera que pasa bajo su sombra es inmediatam<strong>en</strong>te ahorcado.


Consultando la brújula, K<strong>en</strong>nedy no pudo abst<strong>en</strong>erse de decir:-¡Otra vez rumbo al norte!-¿Qué importa? Si el vi<strong>en</strong>to nos lleva a Tombuctú, no t<strong>en</strong>dremos motivos de queja.Nunca se habrá verificado un viaje <strong>en</strong> mejores condiciones.-Ni con mejor salud -añadió Joe, asomando su apacible semblante por <strong>en</strong>tre las cortinasde la ti<strong>en</strong>da.-¡Aquí t<strong>en</strong>emos a nuestro vali<strong>en</strong>te amigo, a nuestro salvador! ¿Qué tal va?-De maravilla, señor K<strong>en</strong>nedy, de maravilla. Nunca he estado mejor que ahora. No haynada que <strong>en</strong>tone tanto a un hombre como un viaje de recreo precedido de un baño <strong>en</strong> elChad. ¿No es cierto, señor?-¡Noble corazón! -respondió Fergusson, estrechándole la mano-. ¡cuántas angustias einquietudes nos has ocasionado!-Y ustedes a mí, ¿qué? ¿Cre<strong>en</strong> que estaba muy tranquilo p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> su suerte? ¡Bi<strong>en</strong>pued<strong>en</strong> vanagloriarse de haberme hecho pasar un miedo mortal!-Nunca nos <strong>en</strong>t<strong>en</strong>deremos, Joe, si te tomas las cosas de ese modo.-Ya veo que la caída no le ha cambiado -añadió K<strong>en</strong>nedy.-Tu despr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to ha sido sublime, muchacho, y nos ha salvado, porque el Victoriacaía <strong>en</strong> el lago y una vez allí, nada podría sacarlo.-Pero si mi despr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to, como les gusta llama a mi zambullida, les ha salvado, ¿nome ha salvado tam bién a mí, puesto que aquí estamos los tres sanos y sal vos? Not<strong>en</strong>emos, por consigui<strong>en</strong>te, nada que agradecernos.-No hay manera de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse con este mozo -dijo el cazador.-La mejor manera de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dernos -replicó Joe- es no hablar más del asunto. Lo pasado,pasado. Bu<strong>en</strong>o o malo, no hay que recordarlo.-¡Qué terco eres! -dijo el doctor, ri<strong>en</strong>do-. Pero ¿nos contarás al m<strong>en</strong>os tu historia?-¡Si se empeñan! Pero antes voy a asar este soberbio ganso, pues ya veo que el señorDick ha hecho de las suyas.-¡Ya lo creo, Joe!-Pues bi<strong>en</strong>; vamos a ver cómo se porta un ganso de África <strong>en</strong> un estómago europeo.Una vez dorado el ganso al calor del soplete, fue devorado al instante. Joe comió <strong>en</strong>abundancia, como era natural que lo hiciese después de tan prolongado ayuno.Después del té y del grog, puso a sus compañeros al corri<strong>en</strong>te de sus av<strong>en</strong>turas; hablócon cierta emoción, pese a considerar los acontecimi<strong>en</strong>tos bajo el punto de vista de sufilosofía habitual. El doctor le estrechó varias veces la mano, al ver <strong>en</strong> él un criado másinteresado <strong>en</strong> la salvación de su señor que <strong>en</strong> la suya propia, y, respecto a la sumersión dela isla de los biddiomahs, le explicó la frecu<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el lago Chad de tan notable f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.Por fin, Joe, prosigui<strong>en</strong>do su narración, llegó al mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que, hundido <strong>en</strong> elpantano, lanzó un último grito de desesperación.-Yo me creía perdido, señor, y a usted se dirigian mis p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. Realicé terriblesesfuerzos sin que pueda decir cómo; estaba totalm<strong>en</strong>te decidido a no dejarme <strong>en</strong>gullir sinoponer resist<strong>en</strong>cia cuando, a dos pasos de mí, ¿qué cre<strong>en</strong> que vi? ¡Un pedazo de cuerdarecién cortada! Multipliqué mis esfuerzos y, echando el resto, pude llegar a coger elcable, tiré de él y, después de mucho tirar, puse el pie <strong>en</strong> tierra firme. En el otro extremode la cuerda <strong>en</strong>contré un ancla... ¡Oh, señor! Y creo que t<strong>en</strong>go todo el derecho a llamarlael ancla de la salvación, si usted no ve ningún inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ello. ¡La reconocí! ¡Eraun ancla del Victoria! ¡Ustedes habían tomado tierra <strong>en</strong> aquel mismo punto! Seguí ladirección de la cuerda, que me indicaba la suya, y después de nuevos esfuerzos salí delatolladero. Con la libertad de mis miembros había recobrado el ánimo, y caminé durante


parte de la noche alejándome del lago. Llegué al fin a la <strong>en</strong>trada de un inm<strong>en</strong>so bosque,donde había un cercado <strong>en</strong> el que pastaban tranquilam<strong>en</strong>te unos cuantos caballos. ¿No lesparece que hay ocasiones <strong>en</strong> la vida <strong>en</strong> que no hay nadie que no sepa montar a caballo?Sin perder un minuto <strong>en</strong> reflexionar, me monté de un salto <strong>en</strong> uno de los cuadrúpedos yeché a correr a todo escape <strong>en</strong> dirección al norte. No les hablaré de las ciudades que no vini de las aldeas que evité. Atravesé campos sembrados, salté zanjas, corrí, volé y asíllegué a las lindes de las tierras cultivadas. Estaba <strong>en</strong> el desierto. ¡Mejor! T<strong>en</strong>dría máshorizonte ante mí y observaría más objetos mi mirada. Esperaba ver al Victoria, que nodebía de andar muy lejos, pero no fue así. Seguí al galope y al cabo de tres horas me metícomo un imbécil <strong>en</strong> un campam<strong>en</strong>to de árabes. ¡Ah! ¡Qué persecución! Señor K<strong>en</strong>nedy,le aseguro que un cazador no sabe lo que es una cacería hasta que ha sido cazado élmismo. Le aconsejo, sin embargo, que no desee saberlo a tanta costa. Mi caballo no podíamás, los bárbaros me seguían de cerca, los t<strong>en</strong>ía ya <strong>en</strong>cima... En ese mom<strong>en</strong>to me caí y,no quedándome otro recurso, salté a la grupa de uno de mis perseguidores. Yo no ledeseaba ningún mal, y no debe guardarme ningún r<strong>en</strong>cor por haberle estrangulado. Peroyo les había visto..., y el resto ya lo sab<strong>en</strong>. El Victoria me siguió y ustedes me cogieron alvuelo, como se coge una sortija <strong>en</strong> el juego de este nombre. ¿No t<strong>en</strong>ía razón <strong>en</strong> confiar?Ya ve, señor Samuel, que todo lo que ha pasado es muy s<strong>en</strong>cillo y lo más natural delmundo. Dispuesto estoy a repetir lo hecho, si la ocasión lo requiere. Es cosa de la que nisiquiera vale la p<strong>en</strong>a de hablar.-¡Mi bu<strong>en</strong> Joe! -respondió el doctor, muy conmovido-. ¡No <strong>en</strong> vano confiábamos <strong>en</strong> tuintelig<strong>en</strong>cia y destreza!-No hay más que seguir los acontecimi<strong>en</strong>tos para salir de apuros. Lo mejor es aceptarlas cosas como se pres<strong>en</strong>tan.Durante la narración de Joe, el <strong>globo</strong> había salvado rápidam<strong>en</strong>te una ext<strong>en</strong>sión de paísconsiderable; K<strong>en</strong>nedy señaló <strong>en</strong> el horizonte una multitud de casas que ofrecían elaspecto de una ciudad. El doctor consultó el mapa y reconoció la ciudad de Tagelel, <strong>en</strong> elDamergu.-Aquí -dijo- volveremos a <strong>en</strong>contrar el camino de Barth. T<strong>en</strong>emos a la vista el puntodonde se separó de sus dos compañeros, Richardson y Overweg. El primero debía seguirla s<strong>en</strong>da de Zinder, y el segundo la de Moradi, y ya sabéis que, de los tres viajeros, Barthes el único que volvió a Europa.-Así pues -dijo el cazador-, sigui<strong>en</strong>do <strong>en</strong> el mapa la dirección del Victoria, avanzamosdirectam<strong>en</strong>te hacia el norte.-Directam<strong>en</strong>te, amigo Dick.-¿Y eso no te inquieta un poco?-¿Por qué?-Porque nos dirigimos a Trípoli cruzando el gran desierto.-Espero no ir tan lejos, amigo mío.-¿Dónde, pues, pi<strong>en</strong>sas det<strong>en</strong>erte?-Dime, Dick, ¿no si<strong>en</strong>tes curiosidad por ver Tombuctú?-¿Tombuctú?-Sin duda -repuso Joe-. Nadie debe permitirse hacer un viaje a África sin visitarTombuctú.-Serás el quinto o sexto europeo que haya visto esa ciudad misteriosa.-Pues vamos a Tombuctú.-Entonces deja que lleguemos a 17 0 o 18 0 de latitud, y allí buscaremos un vi<strong>en</strong>tofavorable que nos empuje hacia el oeste.


-De acuerdo -respondió el cazador-. Pero ¿t<strong>en</strong>emos aún que avanzar mucho hacia elnorte?-Ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta millas, al m<strong>en</strong>os.-Entonces -replicó K<strong>en</strong>nedy-, voy a dormir un poco.-Duerma -respondió Joe-, y usted también, señor. Sin duda ti<strong>en</strong><strong>en</strong> necesidad dedescanso, porque les he hecho velar de una manera indiscreta.El cazador se t<strong>en</strong>dió bajo la ti<strong>en</strong>da; pero Fergusson, que era infatigable, permaneció <strong>en</strong>su puesto de observación.Tres horas después, el Victoria salvaba con suma rapidez un terr<strong>en</strong>o pedregoso, conhileras de altas montañas peladas de base granítica. Algunos picos aislados llegaban aalcanzar una altura de cuatro mil pies. Las jirafas, los antílopes y los avestruces saltabancon maravillosa agilidad <strong>en</strong>tre bosques de acacias, mimosas, guamos y palmeras. Tras laaridez del desierto, la vegetación recobraba su imperio. Aquél era el país de los kailuas,que se tapan la cara con una banda de algodón, igual que sus peligrosos vecinos lostuaregs.A las diez de la noche, después de una soberbia travesía de dosci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta millas,el Victoria se detuvo sobre una ciudad importante, de la cual, al suave resplandor de laluna, se veía una parte medio <strong>en</strong> ruinas. Algunas cúpulas y minaretes de mezquitasreflejaban <strong>en</strong> distintos puntos los blancos rayos de la luna, y el doctor calculando la alturade las estrellas, reconoció que se hallaban <strong>en</strong> las inmediaciones de Agadés.Dicha ciudad, c<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> otro tiempo de un inm<strong>en</strong>so comercio, caminaba ya rápidam<strong>en</strong>tehacia su ruina <strong>en</strong> la época <strong>en</strong> que la visitó el doctor Barth.El Victoria, aprovechando la oscuridad, tomó tierra a dos millas de Agadés, <strong>en</strong> un grancampo de mijo. La noche fue bastante tranquila; a las cinco de la mañana el <strong>globo</strong> se viosolicitado hacia el oeste, incluso un poco al sur, por un vi<strong>en</strong>to ligero.Fergusson se apresuró a aprovechar tan excel<strong>en</strong>te ocasión. Se elevó rápidam<strong>en</strong>te ypartió <strong>en</strong>vuelto <strong>en</strong> los rayos del sol naci<strong>en</strong>te.XXXVIIITravesía rápida. - Resoluciones prud<strong>en</strong>tes. -Caravanas. - Chubascos continuos. - Gao. - El Níger.- Golberry, Geoffroy y Gray. - Mungo-Park. - Laingy R<strong>en</strong>é Caillié. - Clapperton. -John y Richard LanderEl día 17 de mayo fue tranquilo, y sin ningún incid<strong>en</strong>te. El desierto empezaba de nuevo.Un vi<strong>en</strong>to no muy fuerte volvía a empujar al Victoria hacia el sudoeste; el <strong>globo</strong> nooscilaba ni a derecha ni a izquierda, trazando su sombra <strong>en</strong> la ar<strong>en</strong>a una líneaabsolutam<strong>en</strong>te recta.El doctor, antes de partir, había r<strong>en</strong>ovado prud<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te su provisión de agua,temi<strong>en</strong>do no poder tomar tierra <strong>en</strong> aquellas comarcas plagadas de tuaregs. La meseta,cuya elevación era de mil ochoci<strong>en</strong>tos pies sobre el nivel del mar, desc<strong>en</strong>día hacia el sur.Cortando el camino de Agadés a Murzuk, <strong>en</strong> el que se distinguían muchas pisadas decamellos, los viajeros llegaron por la noche a 16 0 de latitud y 4 0 55' de longitud, despuésde haber recorrido ci<strong>en</strong>to och<strong>en</strong>ta millas de prolongada monotonía.Durante aquel día, Joe condim<strong>en</strong>tó las últimas aves, que no habían recibido más queuna preparación preliminar; para c<strong>en</strong>ar sirvio unos pinchitos de chocha sumam<strong>en</strong>teapetitosos. Como el vi<strong>en</strong>to era favorable, el doctor resolvió proseguir su camino durantela noche, muy clara por alumbrarla una luna casi ll<strong>en</strong>a.


El Victoria asc<strong>en</strong>dió a una altura de quini<strong>en</strong>tos pies, y <strong>en</strong> toda aquella travesía nocturna,de unas ses<strong>en</strong>ta millas, no se habría visto turbado ni el ligero sueño de un niño.El domingo por la mañana varió de nuevo el vi<strong>en</strong>to hacia el noroeste. Algunos cuervoscruzaban los aires, y <strong>en</strong> el horizonte se distinguían numerosos buitres, queafortunadam<strong>en</strong>te no se acercaron.La aparición de aquellas aves indujo a Joe a cumplim<strong>en</strong>tar a su señor por su feliz ideade embutir un <strong>globo</strong> d<strong>en</strong>tro de otro.~¿Qué sería de nosotros a estas horas -dijo- con un solo <strong>en</strong>voltorio? Este segundo <strong>globo</strong>es como la lancha del buque que reemplaza a éste <strong>en</strong> caso de naufragio.-Ti<strong>en</strong>es razón, Joe; pero mi lancha me causa alguna zozobra, pues no vale tanto como elbuque.-¿Qué quieres decir? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Quiero decir que el nuevo Victoria es inferior al otro; bi<strong>en</strong> porque la tela se hayadesgastado a causa del roce, o bi<strong>en</strong> porque la gutapercha se haya derretido al calor delserp<strong>en</strong>tín, lo cierto es que noto cierta pérdida de gas. Hasta ahora no es gran cosa, pero nodeja de ser apreciable. T<strong>en</strong>emos t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a bajar, y para impedirlo me veo obligado adar mayor dilatación al hidrog<strong>en</strong>o.-¡Demonios! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. No se me ocurre ninguna solución.-No la ti<strong>en</strong>e, amigo Dick, por lo que creo que deberíamos darnos prisa, e incluso evitardet<strong>en</strong>ernos de noche.-¿Estamos aún lejos de la costa? -preguntó Joe.-¿Qué costa, muchacho? ¿Sabemos acaso adónde nos conducirá el azar? Todo lo quepuedo decirte es que Tombuctú todavía se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra cuatroci<strong>en</strong>tas millas a oeste.-¿Y cuánto tiempo tardaremos <strong>en</strong> llegar?-Si el vi<strong>en</strong>to no nos desvía demasiado, cu<strong>en</strong>to con <strong>en</strong>contrar dicha ciudad el martes alanochecer.-Entonces -dijo Joe, señalando una larga comitiva de bestias y de hombres queavanzaba por el desierto llegaremos antes que aquella caravana.Fergusson y K<strong>en</strong>nedy se asomaron y vieron una gran aglomeración de seres de todaespecie. Había allí más de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta camellos, de esos que por doce mutkabas deoro van de Tombuctú a Tafilete con una carga de quini<strong>en</strong>tas libras. Todos llevaban bajola cola un talego destinado a recoger sus excrem<strong>en</strong>tos, que es el único combustible conque se puede contar <strong>en</strong> el desierto.Aquellos camellos de los tuaregs son de una especie superior a todas las demás, puespued<strong>en</strong> pasar de tres a siete días sin beber y dos sin comer; además, superan <strong>en</strong> ligereza alos caballos y obedec<strong>en</strong> con intelig<strong>en</strong>cia al khabir o conductor de la caravana. Sonconocidos <strong>en</strong> el país con el nombre de meharis.Tales fueron los porm<strong>en</strong>ores dados por el doctor, mi<strong>en</strong>tras sus compañeroscontemplaban aquella multi-tud de hombres, mujeres y niños que caminaban p<strong>en</strong>osam<strong>en</strong>te por una ar<strong>en</strong>a movediza,cont<strong>en</strong>ida únicam<strong>en</strong>te por algunos cardos, hierbas agostadas y zarzales muy ruines. Elvi<strong>en</strong>to borraba casi instantáneam<strong>en</strong>te la huella de sus pasos.Joe preguntó cómo lograban los árabes ori<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> el desierto y <strong>en</strong>contrar los pozosesparcidos <strong>en</strong> aquella soledad inm<strong>en</strong>sa.-Los árabes -respondió Fergusson- han recibido de la naturaleza un maravilloso instintopara reconocer su rumbo. Donde un europeo se desori<strong>en</strong>taría, ellos no vacilan nunca. Unapiedra insignificante, un guijarro, una hierbecita, el indifer<strong>en</strong>te matiz de las ar<strong>en</strong>as les


astan para avanzar con seguridad completa. Durante la noche se guían por la estrellaPolar; no andan más que dos millas por hora y descansan a mediodía, que es cuando hacemás calor. No hace falta decir más para compr<strong>en</strong>der cuánto tiempo invertirán <strong>en</strong> atravesarel Sahara, que es un desierto de más de noveci<strong>en</strong>tas millas.Pero el Victoria ya se <strong>en</strong>contraba lejos de las miradas atónitas de los árabes, quedebieron de <strong>en</strong>vidiar su rapidez. Por la tarde pasaba por los 2 0 26' de longitud, y durantela noche avanzó más de un grado.El lunes cambió el tiempo completam<strong>en</strong>te. Empezó a diluviar, y fue preciso resistir elexceso de peso con que la lluvia cargaba el <strong>globo</strong> y la barquilla. Aquel aguacerocontinuado explicaba que toda la superficie del país fuese una inm<strong>en</strong>sa ciénaga;reaparecía la vegetación, con mimosas, baobabs y tamarindos.Era el Sonray, con sus aldeas pobladas de chozas, cuyos techos pres<strong>en</strong>tan ciertasemejanza con gorros arm<strong>en</strong>ios. Había pocas montañas, reduciéndose éstas a colinas muybajas que forman barrancos y despeñaderos incesantem<strong>en</strong>te cruzados por chochas ypintadas. Un impetuoso torr<strong>en</strong>te cortaba <strong>en</strong> diversos puntos las s<strong>en</strong>das, que los indíg<strong>en</strong>asatravesaban agarrándose a un bejuco t<strong>en</strong>dido <strong>en</strong>tre dos árboles. Los bosques iban poco apoco si<strong>en</strong>do reemplazados por junglas donde se agitaban caimanes, hipopótamos yrinocerontes.-No tardaremos <strong>en</strong> ver el Níger -anunció el doctor-; el terr<strong>en</strong>o se metamorfosea <strong>en</strong> laproximidad de los grandes ríos. Esos caminos andantes, según una feliz expresion, hantraído con ellos primero la vegetación y más adelante traerán la civilización. Así es comoel Níger, <strong>en</strong> su trayecto de dosci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta millas, ha sembrado <strong>en</strong> sus márg<strong>en</strong>es lasmás importantes ciudades de África.-Eso -dijo Joe- me recuerda la historia de aquel gran admirador de la Provid<strong>en</strong>cia, de lacual decía que era acreedora a sus aplausos por haber hecho pasar los ríos por las grandesciudades.Hacia mediodía, el Victoria pasó sobre una población llamada Gao, que fue <strong>en</strong> otrotiempo una gran capital y a la sazón se hallaba reducida a una aglomeración de chozasbastante miserables.-He aquí el sitio -dijo el doctor- por el cual Barth atravesó el Níger a su regreso deTombuctú, el Níger, ese río famoso de la antigüedad, el rival del Nilo, al cual lasuperstición pagana atribuyó un orig<strong>en</strong> celestial. El Níger, como el Nilo, ha atraído laat<strong>en</strong>ción de los geógrafos de todos los tiempos, y su exploración, más aún que la del Nilo,ha costado numerosas víctimas.El Níger corría <strong>en</strong>tre dos orillas muy separadas una de otra, y sus aguas fluían hacia elsur con cierta viol<strong>en</strong>cia; pero los viajeros ap<strong>en</strong>as tuvieron tiempo de observar suscuriosos contornos.-Me dispongo a hablaros de ese río -dijo Fergusson-, ¡y está ya lejos de nosotros! ElNíger, que casi puede competir con el Nilo <strong>en</strong> longitud, recorre una ext<strong>en</strong>sión inm<strong>en</strong>sadel país, y según la comarca que atraviesa toma los nombres de Dhiuleba, Mayo,Egghirreou, Quorra y otros, todos los cuales significan «el río».-¿Siguió el doctor Barth este camino? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-No, Dick. Al dejar el lago Chad atravesó las principales ciudades de Bornu, y cruzó elNíger por Sau, cuatro grados más abajo de Gao. Luego p<strong>en</strong>etró <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>o de lasinexploradas comarcas que el Níger <strong>en</strong>cierra <strong>en</strong> su recodo y, después de ocho meses d<strong>en</strong>uevas fatigas, llegó a Tombuctú, lo que nosotros, con un vi<strong>en</strong>to tan rápido, haremos <strong>en</strong>tres días escasos.-¿Se ha descubierto el nacimi<strong>en</strong>to del Níger? -preguntó Joe.


-Hace ya mucho tiempo -respondió el doctor-. El reconocimi<strong>en</strong>to del Níger y de susaflu<strong>en</strong>tes atrajo numerosas exploraciones, de las cuales os indicaré las principales. De1749 a 1758, Adamson reconoce el río y visita Gorea. De 1785 a 1788, Golberry yGeoffroy recorr<strong>en</strong> los desiertos de la S<strong>en</strong>egambia y sub<strong>en</strong> hasta el país de los moros, queasesinaron a Saugnier, Brisson, Adam, Riley, Cochelet y otros muchos infortunados.Vi<strong>en</strong>e <strong>en</strong>tonces el ilustre Mungo-Park, amigo de Walter Scott y escocés como él. Enviado<strong>en</strong> 1795 por la Sociedad africana de Londres, alcanza Bambarra, ve el Níger, recorrequini<strong>en</strong>tas millas con un traficante de esclavos, explora la costa de Gambia y regresa aInglaterra <strong>en</strong> 1797; vuelve a partir el 30 de <strong>en</strong>ero de 1805 con su cuñado Anderson, eldibujante Scott y un grupo de operarios; llega a Gorea, se une a un destacam<strong>en</strong>to detreinta y cinco soldados y vuelve a ver el Níger el 19 de agosto; pero <strong>en</strong>tonces, aconsecu<strong>en</strong>cia de las fatigas, de las privaciones, de los malos tratos, de las inclem<strong>en</strong>ciasdel cielo y de la insalubridad del país, no quedaban ya vivos más que once de los cuar<strong>en</strong>taeuropeos; el 16 de noviembre llegaron a manos de su esposa las últimas cartas de Mungo-Park,y un año después se supo por un comerciante del país que, al llegar a Busse, aorillas del Níger, el 23 de diciembre, el desv<strong>en</strong>turado viajero vio cómo arrojaban su barcapor las cataratas del río antes de ser degollado por los indíg<strong>en</strong>as.-¿Y un fin tan terrible no contuvo a los exploradores?-Al contrario, Dick, porque <strong>en</strong>tonces no sólo hubo que reconocer el río, sino tambiénbuscar los papeles del viajero. En 1816 se organizó <strong>en</strong> Londres una expedición, <strong>en</strong> la cualtoma parte el mayor Gray; llega a S<strong>en</strong>egal, p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong> el Futa-Djallon, visita laspoblaciones fuhlahs y mandingas, y regresa a Inglaterra sin otro resultado. En 1822, elmayor Laing explora toda la parte de África occid<strong>en</strong>tal próxima a las posesiones inglesas,si<strong>en</strong>do el primero <strong>en</strong> llegar a las fu<strong>en</strong>tes del Níger; según sus docum<strong>en</strong>tos, el nacimi<strong>en</strong>tode este río inm<strong>en</strong>so no ti<strong>en</strong>e dos pies de ancho.-Es fácil de saltar -dilo Joe.-¡Fácil! -replicó el doctor-. Según la tradición, cualquiera que int<strong>en</strong>ta cruzar de un saltoaquel manantial es inmediatam<strong>en</strong>te <strong>en</strong>gullido, y qui<strong>en</strong> quiere sacar agua de él se si<strong>en</strong>terechazado por una mano invisible.-¿Y me está permitido -preguntó Joe- no creer una palabra de la tradición?-Nadie te lo impide. <strong>Cinco</strong> años después, el mayor Laing atravesaría el Sahara,p<strong>en</strong>etraría <strong>en</strong> Tombuctú y moriría estrangulado unas millas más arriba por losulad-shiman, que querian obligarle a hacerse musulmán.-¡Otra víctima! -exclamó el cazador.-Entonces, un jov<strong>en</strong> valeroso y con muy escasos recursos, empr<strong>en</strong>dió y llevó a cabo elviaje moderno más asombroso. Me refiero al francés R<strong>en</strong>é Caillié. Después de variast<strong>en</strong>tativas <strong>en</strong> 1819 y <strong>en</strong> 1824, partió de nuevo el 19 de abril de 1827 de Río Núñez; el 3de agosto llegó tan ext<strong>en</strong>uado y <strong>en</strong>fermo a Timé, que no pudo proseguir su viaje hastaseis meses después, <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1828; se incorporó <strong>en</strong>tonces a una caravana, protegidopor su traje ori<strong>en</strong>tal, llegó al Níger el 10 de marzo, p<strong>en</strong>etró <strong>en</strong> la ciudad de Y<strong>en</strong>né, seembarcó y desc<strong>en</strong>dió por el río hasta Tombuctú, adonde llegó el 30 de abril. En 1670 otrofrancés, Imbert, y <strong>en</strong> 1810 un inglés, Robert Adams, tal vez habían visto aquella curiosaciudad. Pero R<strong>en</strong>é Caillié sería el primer europeo que suministrara datos exactos; el 4 demayo se separó de aquella reina del desierto; el 9 reconoció el lugar exacto donde fueasesinado el mayor Laing; el 19 llegó a ElArauan y dejó aquella ciudad comercial paracruzar, corri<strong>en</strong>do mil peligros, las vastas soledades compr<strong>en</strong>didas <strong>en</strong>tre Sudán y lasregiones sept<strong>en</strong>trionales de Africa; por último, <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> Tánger, y el 28 de septiembreembarcó para Toulon, de suerte que <strong>en</strong> diecinueve meses, pese a una <strong>en</strong>fermedad deci<strong>en</strong>to och<strong>en</strong>ta días, había atravesado África de oeste a norte. ¡Ah! ¡Si Caillié hubiera


nacido <strong>en</strong> Inglaterra, se le habría honrado como al más intrépido viajero de los tiemposmodernos, como al mismo Mungo-Park! Pero <strong>en</strong> Francia no se le apreció <strong>en</strong> todo suvalor.-Era un vali<strong>en</strong>te explorador -dijo el cazador-. ¿Y qué fue de él?-Murió a los treinta y nueve años, de resultas de sus fatigas. En Inglaterra se le habríantributado los mayores honores; pero <strong>en</strong> Francia se creyó haber hecho bastanteadjudicándole <strong>en</strong> 1828 el premio de la Sociedad Geográfica. Y mi<strong>en</strong>tras él realizaba tanmaravilloso viaje, un inglés concebía la misma empresa y la int<strong>en</strong>taba con igual valor,aunque con m<strong>en</strong>os fortuna. Se trata del capitán Clapperton, el compañero de D<strong>en</strong>ham. En1829 <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> África por la costa oeste <strong>en</strong> el golfo de B<strong>en</strong>in, siguió las huellas deMungo-Park y de Laing, <strong>en</strong>contró <strong>en</strong> Bussa los docum<strong>en</strong>tos relativos a la muerte delprimero y llegó el 20 de agosto a Sakatu, donde, tras haber sido apresado, exhaló elúltimo suspiro <strong>en</strong>tre los brazos de su fiel criado Richard Lander.-¿Y qué fue de ese tal Lander? -preguntó Joe con mucho interés.-Consiguió llegar a la costa y regresar a Londres con los papeles del capitán y unarelación exacta de su proplo viaje. Entonces ofreció sus servicios al Gobierno paracompletar el reconocimi<strong>en</strong>to del Níger; incorporo a su empresa a su hermano John,segundo hijo de una humilde familia de Cornualles, y de 1829 a 1831 ambos bajaron porel río desde Bussa hasta su desembocadura, describi<strong>en</strong>do el camino milla a milla y aldeapor aldea.-Entonces, ¿esos dos hermanos se libraron de la suerte común? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Sí, al m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> aquella exploración; pero <strong>en</strong> 1833 Richard empr<strong>en</strong>dió un tercer viaje alNíger y murió de un balazo junto a la desembocadura del río. Ya veis, pues, amigos mios,que el país que atravesamos ha sido testigo de nobles sacrificios que con harta frecu<strong>en</strong>ciano han t<strong>en</strong>ido más recomp<strong>en</strong>sa que la muerte.XXXIXEl país <strong>en</strong> el recodo del Níger. - Vista fantástica de losmontes Hombori». - Kabar. - Tombuctú. - Plano deldoctor Barth. - Decad<strong>en</strong>cia. - A donde el Cielo leplazcaEl doctor Fergusson quiso matar el tiempo <strong>en</strong> aquel pesado día dando a sus compañerosmil detalles acerca de la comarca que atravesaban. El terr<strong>en</strong>o, bastante llano, nopres<strong>en</strong>taba ningún obstáculo para su marcha. La única preocupación del doctor era elmaldito vi<strong>en</strong>to del noroeste, que soplaba furiosam<strong>en</strong>te y le alejaba de la latitud deTombuctú.El Níger, después de haber subido hasta esta ciudad por la parte norte, crece hastaconvertirse <strong>en</strong> un inm<strong>en</strong>so chorro de agua y desemboca <strong>en</strong> el océano Atlántico formandoun ancho delta. En aquel recodo el país es muy variado, distinguiéndose tan pronto poruna exuberante fertilidad como por una aridez extrema. Llanuras incultas suced<strong>en</strong> acampos de maíz, que son luego reemplazados por dilatados terr<strong>en</strong>os cubiertos de retama.Todas las especies de aves acuáticas, el pelícano, la cerceta, el martín pescador, habitanlas orillas de los torr<strong>en</strong>tes y los márg<strong>en</strong>es de los pantanos, formando numerosas bandadas.De vez <strong>en</strong> cuando aparecía un campam<strong>en</strong>to de tuaregs, refugiados bajo sus ti<strong>en</strong>das decuero, <strong>en</strong> tanto que las mujeres se dedicaban a las fa<strong>en</strong>as exteriores, ordeñando loscamellos, con sus pipas <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas <strong>en</strong> la boca.


Hacia las ocho de la tarde, el Victoria había avanzado más de dosci<strong>en</strong>tas millas <strong>en</strong>dirección oeste, y los viajeros fueron <strong>en</strong>tonces testigos de un magnífico espectáculo.Algunos rayos de luna, abriéndose paso por una h<strong>en</strong>didura de las nubes y deslizándose<strong>en</strong>tre las gotas de lluvia, bañaban las cordilleras del Hombori. Nada más extraño queaquellas crestas de apari<strong>en</strong>cia basáltica. que se perfilaban formando fantásticas siluetas <strong>en</strong>el sombrío cielo. Parecían las ruinas leg<strong>en</strong>darias de una inm<strong>en</strong>sa ciudad de la Edad Mediay recordaban los bancos de hielo de los mares glaciales, tal como <strong>en</strong> las noches oscuras sepres<strong>en</strong>tan a la mirada atónita.-He aquí una ciudad de Los Misterios de Udolfo -dijo el doctor-; Ann Radcllff nohubiera acertado a describir estas montañas con un aspecto más impon<strong>en</strong>te.-No me gustaría -respondió Joe- pasear solo durante la noche por este país defantasmas. Si no pesase tanto, me llevaría todo este paisaje a Escocia. Quedaría muy bi<strong>en</strong><strong>en</strong> las márg<strong>en</strong>es del lago Lomond y atraería a muchos turistas.-Nuestro <strong>globo</strong> no es lo bastante grande para satisfacer tu capricho. Pero, me parece qu<strong>en</strong>uestra dirección varía. ¡Bu<strong>en</strong>o! Los du<strong>en</strong>des de estos lugares son muy amables; nos<strong>en</strong>vían un vi<strong>en</strong>tecillo del sureste que nos pondrá de nuevo <strong>en</strong> el bu<strong>en</strong> camino.En efecto, el Victoria se dirigía más al norte, y el día 20 por la mañana pasaba por<strong>en</strong>cima de una inextricable red de canales, torr<strong>en</strong>tes y ríos, que constituían la <strong>en</strong>crucijadacompleta de los aflu<strong>en</strong>tes del Níger. Algunos de aquellos canales, cubiertos de una hierbaespesa, parecían feraces praderas. Allí <strong>en</strong>contró el doctor la ruta de Barth, cuando ésteembarcó para bajar por el río hasta Tombuctú. El Níger, de unas ochoci<strong>en</strong>tas toesas deancho, corría allí <strong>en</strong>tre dos orillas cubiertas de crucíferas y tamarindos. Grupos de gacelastriscadoras confundían sus retorcidos cuernos con las altas hierbas, desde las cuales elcaimán las acechaba sil<strong>en</strong>cioso.Largas recuas de asnos y camellos, cargados de mercancías de Y<strong>en</strong>né, se ad<strong>en</strong>traban <strong>en</strong>las frondosas arboledas; al poco, <strong>en</strong> una revuelta del río apareció un anfiteatro de casasbajas, <strong>en</strong> cuyas azoteas y techos estaba acumulado todo el h<strong>en</strong>o recogido <strong>en</strong> las comarcascircundantes.-He aquí Kabar -exclamó el doctor con alegría-. Es el puerto de Tombuctú; la ciudad se<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra ap<strong>en</strong>as a cinco millas de aquí.-¿Está, pues, satisfecho, señor? -preguntó Joe.-Encantado, muchacho.-Bu<strong>en</strong>o, la cosa marcha.En efecto, dos horas después la reina del desierto, la misteriosa Tombuctú, que tuvo,como At<strong>en</strong>as y Roma, sus escuelas de sabios y sus cátedras de filosofía, se desplegó bajolas miradas de los viajeros.Fergusson seguía los m<strong>en</strong>ores detalles <strong>en</strong> el plano trazado por el propio Barth, yreconoció su gran exactitud. La ciudad forma un <strong>en</strong>orme triángulo <strong>en</strong> una inm<strong>en</strong>sa llanurade ar<strong>en</strong>a blanca. La punta se dirige hacia el norte y p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong> un extremo del desierto.¡En los alrededores, nada! Algunas gramíneas, algunas mimosas <strong>en</strong>anas, algunos arbustoscasi secos.El aspecto de Tombuctú, a vista de pájaro, es el de un amontonami<strong>en</strong>to de bolos y dedados. Las calles, bastante estrechas, están bordeadas de casas de una sola planta,edificadas con ladrillos cocidos al sol, y de chozas de paja y cañas, cónicas o cuadradas.En las azoteas se v<strong>en</strong> indol<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te t<strong>en</strong>didos a algunos habitantes, vestidos con susropajes de colores chillones y con la lanza o el mosquete <strong>en</strong> la mano. A aquellas horas noaparece ni una mujer.-Pero se dice que las mujeres son bellas -añadió el doctor-. Mirad los tres minaretes delas tres mezquitas, únicas que quedan de las muchas que había. La ciudad ha perdido su


antiguo espl<strong>en</strong>dor. En el vértice del triángulo se alza la mezquita de Sankoro, con sushileras de galerías sost<strong>en</strong>idas por arcos de un diseño bastante puro. Más lejos, junto alcuartel de Sane-Gungu, se ve la mezquita de Sid-Yahia y algunas casas de dos pisos. Nobusquéis ni palacios ni monum<strong>en</strong>tos. El jeque es un simple traficante, y su morada real,un lugar de comercio.-Me parece ver murallas medio derribadas -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Fueron destruidas por los fuhlahs <strong>en</strong> 1826, <strong>en</strong>tonces la ciudad era una tercera partemayor, pues Tombuctú, objeto de codicia g<strong>en</strong>eral desde el siglo XI ha pert<strong>en</strong>ecidosucesivam<strong>en</strong>te a los tuaregs, los kaurayanos, los marroquíes y los fellatahs. Pero este granc<strong>en</strong>tro de civilización, <strong>en</strong> que un sabio como Ahmed-Baba poseía <strong>en</strong> el siglo XVI unabiblioteca de mil seisci<strong>en</strong>tos manuscritos, no es hoy más que un almacén de comercio deÁfrica c<strong>en</strong>tral.La ciudad, <strong>en</strong> efecto, parecía sumida <strong>en</strong> una gran incuria. Acusaba la desidia epidénúcade las ciudades cond<strong>en</strong>adas a desaparecer. Enormes cantidades de escombros seamontonaban <strong>en</strong> los arrabales y formaban, con la colina del mercado, los únicosaccid<strong>en</strong>tes del terr<strong>en</strong>o.Al pasar el Victoria se produjo cierto revuelo e incluso se oyó toque de tambores, peroel último sabio de la localidad ap<strong>en</strong>as tuvo tiempo de observar aquel nuevo f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o.Los viajeros, empujados por el vi<strong>en</strong>to del desierto, volvieron a seguir el curso sinuoso delrío, y muy pronto Tombuctú no fue más que uno de los fugaces recuerdos del viaje.-Y ahora -dijo el doctor-, que el Cielo nos conduzca a donde le plazca.-¡Con tal de que sea al oeste! -replicó K<strong>en</strong>nedy.-¡Bah! -exclamó Joe-. No me asustaría aunque se tratase de volver a Zanzibar por elmismo camino o de atravesar el océano hasta América.-No podríamos, Joe.-¿Qué nos falta para ello?-Gas, Joe. La fuerza asc<strong>en</strong>sional del <strong>globo</strong> disminuye s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te, y t<strong>en</strong>dremos quellevar mucho cuidado para conseguir que nos lleve hasta la costa. Voy a verme obligado aechar lastre. Pesamos demasiado.-He aquí las consecu<strong>en</strong>cias de no hacer nada, señor. T<strong>en</strong>didos todo el día como unosharaganes, <strong>en</strong>gordamos excesivam<strong>en</strong>te y así no hay <strong>globo</strong> que pueda sost<strong>en</strong>ernos. A lavuelta de nuestro viaje, que es un viaje de perezosos, nos <strong>en</strong>contrarán horriblem<strong>en</strong>teobesos.-Tus reflexiones, Joe, son dignas de ti -respondió el cazador-. Pero espera hasta el final.¿Sabes acaso lo que el Cielo nos reserva? Estamos aún lejos del término de nuestro viaje.¿A qué parte de la costa de África crees que llegaremos, Samuel?-No puedo decírtelo, Dick; estamos a merced de vi<strong>en</strong>tos muy variables. Pero, <strong>en</strong> fin, medaré por muy dichoso si llego <strong>en</strong>tre Sierra Leona y Port<strong>en</strong>dick, donde hay ciertaext<strong>en</strong>sión de tierra donde <strong>en</strong>contraremos amigos.-Y t<strong>en</strong>dremos mucho gusto <strong>en</strong> estrecharles la mano. Pero ¿seguimos al m<strong>en</strong>os el rumboapetecido?-No <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te, Dick; mira la brújula y verás que nos dirigimos al sur y remontamosel Níger hacia sus fu<strong>en</strong>tes.-¡Bu<strong>en</strong>a ocasión para descubrirlas -respondió Joe-, si no estuvies<strong>en</strong> ya descubiertas!Pero ¿no podríamos <strong>en</strong>contrar otras?-No, Joe. Pero, tranquilízate; espero no llegar hasta allí.A la caída de la tarde, el doctor echó los últimos sacos de lastre. El Victoria se elevó,pero el soplete, aunque funcionaba con toda la llama, ap<strong>en</strong>as podía mant<strong>en</strong>erlo. Se


hallaba <strong>en</strong>tonces ses<strong>en</strong>ta millas al sur de Tombuctú, y al día sigui<strong>en</strong>te los viajerosamanecieron sobre las orillas del Níger, no lejos del lago Debo.XLZozobra del doctor Fergusson. - Dirección persist<strong>en</strong>tehacia el sur. - Una nube de langostas. - Vista deY<strong>en</strong>né. - Vista de Sego. - Variación del vi<strong>en</strong>to. -S<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos de JoeEn aquel sitio el lecho del río estaba dividido por grandes islotes <strong>en</strong> estrechos brazos deuna corri<strong>en</strong>te muy rápida. En uno de aquéllos se alzaban algunas chozas de pastores, perola velocidad del Victoria, que iba <strong>en</strong> progresivo aum<strong>en</strong>to, no permitió realizar un exam<strong>en</strong>exhaustivo. Desgraciadam<strong>en</strong>te el <strong>globo</strong> se inclinaba todavía más hacia el sur, y <strong>en</strong> unosinstantes cruzó el lago Debo.]Fergusson buscó a difer<strong>en</strong>tes alturas, forzando extraordinariam<strong>en</strong>te su dilatación, otrascorri<strong>en</strong>tes atmosféricas, pero infructuosam<strong>en</strong>te, por lo que pronto abandonó una maniobraque aum<strong>en</strong>taba la pérdida de gas, comprimi<strong>en</strong>dolo contra las fatigadas paredes del aeróstato.Estaba muy inquieto, pero no manifestó su zozobra a sus compañeros. La obstinacioncon que el vi<strong>en</strong>to lo empujaba hacia la parte meridional de África desbarataba suscálculos. No sabía a que recurrir para salir de apuros. Si no llegaba a territorio inglés ofrancés, ¿qué sería de él y de sus compañeros <strong>en</strong>tre los bárbaros que infestaban las costasde Guinea? ¿Cómo aguardarían <strong>en</strong> ellas un buque para regresar a Inglaterra? Y ladirección actual del vi<strong>en</strong>to los lanzaba al reino de Dahomey, una de las tribus mássalvajes, a merced de un rey que <strong>en</strong> las fiestas públicas sacrificaba millares de víctimashumanas. Allí su perdición era irremisible.Por otra parte, el <strong>globo</strong> perdía gas visiblem<strong>en</strong>te, y el doctor veía acercarse el mom<strong>en</strong>to<strong>en</strong> que sería de todo punto inservible. Sin embargo, vi<strong>en</strong>do que el tiempo se despejaba unpoco, abrigaba la esperanza de que después de la lluvia sobrev<strong>en</strong>dría alguna variación <strong>en</strong>las corri<strong>en</strong>tes atmosféricas.Pero volvió a tomar conci<strong>en</strong>cia de su crítica situación al oír la sigui<strong>en</strong>te exclamación deJoe:-¡Frescos estamos! Va a arreciar la lluvia, y ahora diluviará, a juzgar por el nubarrónque se acerca a pasos agigantados.-¡Otro nubarrón! -dijo Fergusson.-¡Y no pequeño! -repuso K<strong>en</strong>nedy.-Como no he visto otro -com<strong>en</strong>tó Joe.-¡Qué alivio! -dijo el doctor, dejando el anteojo-. No es un nubarrón.-¿Cómo que no? -exclamó Joe.-¡No! ¡Es una nube!-Pues eso es lo que decimos.-Pero una nube de langostas.~¡De langostas!-Como lo oyes. Millones de langostas pasarán sobre estas tierras como una tromba, ydesgraciada será la comarca que sirva de teatro a sus devastaciones.-Quisiera ver eso.-Lo vas a ver, Joe -dijo el doctor-. D<strong>en</strong>tro de diez minutos, esa nube nos alcanzará yjuzgarás por ti mismo.


Fergusson no m<strong>en</strong>tía. Aquella nube espesa, opaca, de varias millas de ext<strong>en</strong>sión,llegaba con un ruido atronador, proyectando <strong>en</strong> la tierra su inm<strong>en</strong>sa sombra. Era unainnumerable legión de esas langostas a las que se da el nombre de caballejos. A ci<strong>en</strong>pasos del Victoria, se precipitaron sobre un territorio alfombrado de verdor; un cuarto dehora después, la masa reempr<strong>en</strong>día el vuelo y los viajeros aún podían distinguir de lejoslos árboles desprovistos de hojas y las praderas convertidas <strong>en</strong> rastrojos. Hubiérase dichoque un rep<strong>en</strong>tino invierno había sumido la campiña <strong>en</strong> la esterilidad más completa.-¿Qué te ha parecido, Joe?-Una cosa muy curiosa, señor, pero muy natural. Lo que haría <strong>en</strong> pequeño una langosta,lo hac<strong>en</strong> <strong>en</strong> grande millones de ellas.-¡Espantosa lluvia! -exclamó el cazador-. ¡Y más devastadora que el granizo!-Y de la cual no es posible preservarse -respondió Fergusson-. Alguna vez, loscampesinos han t<strong>en</strong>ido la idea de inc<strong>en</strong>diar los bosques y hasta las mieses para det<strong>en</strong>er elvuelo de tan voraces insectos; pero las primeras filas, precipitándose sobre las llamas, lasapagaban bajo su <strong>en</strong>orme mole, y el resto de la columna pasaba inexorablem<strong>en</strong>te. Porsuerte, <strong>en</strong> estas comarcas se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra cierta comp<strong>en</strong>sación de sus estragos, pues losindíg<strong>en</strong>as recog<strong>en</strong> un número inm<strong>en</strong>so de langostas, que son para ellos un bocadodelicado y exquisito.-Son los cangrejos del aire -dijo Joe-, y si<strong>en</strong>to no haberlos podido probar, pues me gustainstruirme.Al anochecer, los viajeros llegaron a comarcas más pantanosas. Sucedieron a losbosques grupos de árboles aislados, y <strong>en</strong> las márg<strong>en</strong>es del río se distinguían algunasplantaciones de tabaco y terr<strong>en</strong>os anegados cubiertos de forraje. En una ext<strong>en</strong>sa islaapareció <strong>en</strong>tonces la ciudad de Y<strong>en</strong>né, con las dos torres de su mezquita de tierra y el olorinfecto que emana de millones de nidos de golondrinas acumulados <strong>en</strong> sus paredes.Algunas copas de baobabs, mimosas y palmeras descollaban <strong>en</strong>tre las casas; inclusodurante la noche, la actividad de la población parecía muy grande. Y<strong>en</strong>né es, <strong>en</strong> efecto,una ciudad muy comercial, y abastece casi exclusivam<strong>en</strong>te a Tombuctú, a donde llegan,con los diversos productos de su industria, sus barcas por el río y sus caravanas porcaminos sombreados.-Si no temiera prolongar nuestro viaje -dijo el doctor-, habríamos desc<strong>en</strong>dido a laciudad, donde sin duda hubiéramos <strong>en</strong>contrado a más de un árabe que ha viajado porFrancia o Inglaterra, y que conoce nuestro tipo de locomoción. Pero no sería prud<strong>en</strong>te <strong>en</strong>las circunstancias <strong>en</strong> que nos hallamos.-Aplacemos la visita para nuestra próxima excursión -dijo Joe, ri<strong>en</strong>do.-Ademas, amigos mios, si no me equivoco, el vi<strong>en</strong>to pres<strong>en</strong>ta una ligera t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia asoplar hacia el este, y no debemos desperdiciar una ocasión semejante.El doctor arrojó algunos objetos que ya no les eran utiles; botellas vacías y una caja quehabía cont<strong>en</strong>ido carne; asi consiguió mant<strong>en</strong>er el Victoria <strong>en</strong> una zona más favorable asus proyectos. A las cuatro de la mañana, los primeros rayos de sol bañaron Sego, lacapital de Bambara, fácil de reconocer por las cuatro ciudades que la compon<strong>en</strong>, por susmezquitas moriscas y por el incesante ir y v<strong>en</strong>ir de barcas que trasladan a los habitantesde un barrio a otro. Pero los viajeros ni vieron ni fueron vistos, pues volaban con rapidezy directam<strong>en</strong>te hacia el noroeste, y las inquietudes del doctor se calmaban poco a poco.-Dos días más <strong>en</strong> esta dirección y a esta velocidad, y alcanzaremos el río S<strong>en</strong>egal.-¿Y nos hallaremos <strong>en</strong> país amigo? -preguntó el cazador.-Todavía no; pero, si el Victoria nos fallase, desde allí podríamos llegar a territoriofrancés. Sin embargo, lo que debemos desear es que el <strong>globo</strong> tire algunos c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>ares másde millas, y sin fatiga, zozobras ni peligros llegaremos a la costa occid<strong>en</strong>tal.


-¡Y todo habrá acabado! -dijo Joe-. ¡Qué p<strong>en</strong>a! Si no fuese por las ganas que t<strong>en</strong>go decontarlo, no quisiera bajar nunca de la barquilla. Señor, ¿cree que se dará crédito anuestros relatos?-¡Quién sabe, Joe! Pero, <strong>en</strong> fin, siempre habrá un hecho incontestable: Miles de testigosnos habrán visto salir de una costa de África, y miles de testigos nos veran llegar a la otracosta.-En este caso -intervino K<strong>en</strong>nedy-, no se podrá negar que la hemos atravesado.-¡Ah, señor Samuel! -añadió Joe, suspirando-. Más de una vez echaré de m<strong>en</strong>os mispedruscos de oro macizo. Habrían dado consist<strong>en</strong>cia a nuestras historias y verosimilitud anuestros relatos. A grano de oro por oy<strong>en</strong>te, habría reunido a un escogido público paraoírme y hasta para admirar.XLILas proximidades del S<strong>en</strong>egal. - El Victoria continúabajando. - Se sigue echando lastre sin parar. - Elmorabito Al-Hadjí. - Los señores Pascal, Vinc<strong>en</strong>t yLambert. - Un rival de Mahoma. - Las montañasdifíciles. - Las armas de K<strong>en</strong>nedy. - Una maniobra deJoe. - Alto sobre un bosqueEl 27 de mayo, hacia las nueve de la mañana, el terr<strong>en</strong>o se pres<strong>en</strong>tó bajo un nuevoaspecto. Las ext<strong>en</strong>sas p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes se transformaban <strong>en</strong> colinas que hacían presagiarmontanas proximas. Había que traspasar la cordillera que separa la cu<strong>en</strong>ca del Níger de ladel S<strong>en</strong>egal y determina la dirección de las aguas, o bi<strong>en</strong> al golfo de Guinea, o bi<strong>en</strong> a labahía de Cabo Verde.Aquella parte de África, hasta el S<strong>en</strong>egal, es peligrosa. El doctor Fergusson lo sabía porlas narraciones de sus predecesores, que habían sufrido mil privaciones y arrostrado milpeligros <strong>en</strong>tre aquellos negros bárbaros. Aquel clima funesto acabó con la mayor parte delos companeros de Mungo-Park. Fergusson estaba, pues, más decidido que nunca a noponer los pies <strong>en</strong> aquella comarca inhospitalaria.Pero no tuvo un mom<strong>en</strong>to de sosiego. El Victoria bajaba s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te, y fue precisoarrojar multitud de objetos más o m<strong>en</strong>os útiles, sobre todo <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de salvar elpico o cresta de un cerro. Y así anduvieron por espacio de más de ci<strong>en</strong>to veinte millas, sinparar de subir y bajar; el <strong>globo</strong>, nuevo peñasco de Sísifo, desc<strong>en</strong>día incesantem<strong>en</strong>te; lasformas del aeróstato, poco hinchado, se alargaban, y el vi<strong>en</strong>to formaba bolsas <strong>en</strong> susparedes.K<strong>en</strong>nedy no pudo evitar com<strong>en</strong>tario.-¿Ti<strong>en</strong>e el <strong>globo</strong> alguna fisura? -preguntó.-No -respondió el doctor-; pero sin duda, con el calor, la gutapercha se ha reblandecidoo derretido, y el hidróg<strong>en</strong>o se escapa por el tejido del tafetán.-¿Y cómo impedir que se escape?-De ninguna manera. No podemos hacer más que aligerar peso; arrojemos fuera de labarquilla cuanto podamos arrojar.-Pero ¿qué hemos de arrojar? -preguntó el cazador, recorri<strong>en</strong>do con su mirada labarquilla, ya muy desprovista.-Despr<strong>en</strong>dámonos de la ti<strong>en</strong>da que pesa bastante.Joe, que era a qui<strong>en</strong> incumbía esta ord<strong>en</strong>, subió <strong>en</strong>cima del círculo que reunía lascuerdas de la red y desde allí pudo fácilm<strong>en</strong>te desatar las gruesas cortinas de las ti<strong>en</strong>das yecharlas abajo.


-Esto hará feliz a una tribu <strong>en</strong>tera de negros -dijo-. Hay aquí tela para vestir a milindíg<strong>en</strong>as, pues ya se sabe cuán ahorrativos son <strong>en</strong> materia de trajes.El <strong>globo</strong> se había elevado algo, pero <strong>en</strong>seguida resultó evid<strong>en</strong>te que no perdía sut<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia a desc<strong>en</strong>der.-Bajemos -dijo K<strong>en</strong>nedy- y veamos qué se puede hacer con la <strong>en</strong>voltura.-Te lo repito, Dick, aquí no hay medio de repararla.-¿Cómo nos las arreglaremos, pues?-Sacrificaremos todo lo que no sea absolutam<strong>en</strong>te indisp<strong>en</strong>sable. Quiero evitar a todacosta un alto <strong>en</strong> estos sitios. Los bosques sobre los cuales pasamos <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to,tocando casi la copa de los árboles, no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> nada de seguros.-¿Hay leones? ¿Hay hi<strong>en</strong>as? -preguntó Joe con desprecio.-Hay algo peor, Joe: hombres, y de los más crueles que viv<strong>en</strong> <strong>en</strong> África.-¿Cómo se sabe?-Por los viajeros que nos han precedido. Además, los franceses, que ocupan la coloniade S<strong>en</strong>egal, han t<strong>en</strong>ido necesariam<strong>en</strong>te que ponerse <strong>en</strong> relación con las tribuscircundantes; bajo el mando del coronel Faldherbe, se han practicado reconocimi<strong>en</strong>tostierra ad<strong>en</strong>tro, y los señores Pascal, Vinc<strong>en</strong>t y Lambert han traído de sus expedicionesdocum<strong>en</strong>tos preciosos. Han explorado estas comarcas formadas por el recodo delS<strong>en</strong>egal, <strong>en</strong> las cuales la guerra y el saqueo no han dejado más que ruinas.-Pero algún orig<strong>en</strong> t<strong>en</strong>drá esta guerra devastadora -dijo el cazador.-Sí, lo ti<strong>en</strong>e. En 1854 un morabito del Futa s<strong>en</strong>egalés, Al-Hadjí, declarándose inspiradocomo Mahoma, incitó a todas las tribus a la guerra contra los infieles, es decir, contra loseuropeos. Llevó la destrucción y la ruina <strong>en</strong>tre el río S<strong>en</strong>egal y su aflu<strong>en</strong>te el Falemé.Tres hordas de fanáticos capitaneados por él recorrieron el país matando y saqueando, sinque se librase de su furor ni una sola aldea, ni una sola cabaña. Invadieron luego el valledel Níger, hasta la ciudad de Sego, que estuvo mucho tiempo am<strong>en</strong>azada. En 1857 sedirigieron mas al norte y atacaron el fuerte de Medina, construido por los franceses <strong>en</strong> lasmárg<strong>en</strong>es del río. Aquel establecimi<strong>en</strong>to fue heroicam<strong>en</strong>te def<strong>en</strong>dido por Paul Holl, elcual resistió varios meses sin viveres y casi sin municiones, hasta que llegó <strong>en</strong> su auxilioel coronel Faidherbe. Al-Hadji y sus hordas volvieron <strong>en</strong>tonces a pasar el S<strong>en</strong>egal yregresaron al territorio de Kaarta, donde continuaron sus rapiñas y asesinatos. Pues bi<strong>en</strong>,estas comarcas <strong>en</strong> las que nos hallamos son precisam<strong>en</strong>te la guarida donde se hanrefugiado los bandidos, y os aseguro que no sería nada conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te caer <strong>en</strong> sus manos.-No caeremos -dijo Joe-, aunque para elevar el Victoría t<strong>en</strong>gamos que sacrificar hastanuestros zapatos.-No estamos lejos del río -dijo el doctor-; pero me temo que nuestro <strong>globo</strong> no podrállevarnos más allá.-Lleguemos a la orilla -replicó el cazador- y eso habremos ganado.-Es precisam<strong>en</strong>te lo que int<strong>en</strong>tamos hacer -dijo el doctor-. Pero me inquieta una cosa.-¿ Cuál?~T<strong>en</strong>dremos que salvar montañas, y resultará muy difícil, ya que no puedo aum<strong>en</strong>tar lafuerza asc<strong>en</strong>sional del aeróstato ni siquiera, produci<strong>en</strong>do el mayor calor posible.-Aguardemos a ver qué ocurre -dijo K<strong>en</strong>nedy.-¡Pobre Victon'a! -exclamó Joe-. Le he tomado el mismo cariño que un marino a subuque, y me separaré de él con pesar. Ya sé que no es lo que era cuando empr<strong>en</strong>dimos elviaje, pero, aun así, no debemos criticarlo. Nos ha prestado grandes servicios, y meromperá el corazón abandonarlo.-Tranquilízate, Joe; si lo abandonamos, sera a pesar nuestro. Nos servirá hasta que sehalle ext<strong>en</strong>uado. Sólo le pido que se mant<strong>en</strong>ga otras veinticuatro horas.


-Se agota -dijo Joe, contemplándolo-, flaquea, se le va la vida. ¡Pobre <strong>globo</strong>!-Si no me equivoco -intervino K<strong>en</strong>nedy-, t<strong>en</strong>emos <strong>en</strong> el horizonte las montañas de quehablabas, Samuel.-En efecto -dijo el doctor, después de examinarlas con su anteojo-. Muy altas meparec<strong>en</strong>; mucho nos ha de costar atravesarlas.-¿No las podríamos evitar?-Me parece que no, Dick -dijo Fergusson-. ¿No ves el inm<strong>en</strong>so espacio que ocupan?¡Casi la mitad del horizonte!-Y diríase que nos cercan -añadió Joe-; avanzan por los dos extremos.-Es absolutam<strong>en</strong>te indisp<strong>en</strong>sable pasar por <strong>en</strong>cima.Aquellos obstáculos tan peligrosos parecían acercarse con extrema rapidez, o, mejordicho, el vi<strong>en</strong>to que era muy fuerte, precipitaba al Victoria hacia los agudos picos. Erapreciso elevarse a toda costa; de lo contrario, se estrellarían.-Vaciemos la caja de agua -dijo Fergusson-. Conservemos tan sólo el líquidoestrictarri<strong>en</strong>te necesario para un día.-¡Ya está! -dijo Joe.-¿Sube ahora el <strong>globo</strong>? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Algo, unos cincu<strong>en</strong>ta pies -respondió el doctor, que no apartaba la vista delbarómetro-. Pero no es sufici<strong>en</strong>te.Parecía, <strong>en</strong> efecto, que las altas cumbres salían al <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de los viajeros paraprecipitarse contra ellos. Éstos se hallaban muy lejos de dominarlas; todavía les faltabanmás de quini<strong>en</strong>tos pies. También arrojaron la provisión de agua del soplete, de la cual nose conservaron más que algunas pintas; pero todavía no fue sufici<strong>en</strong>te.-Y sin embargo, hemos de pasar -dijo el doctor.-Echemos las cajas, ya que las hemos vaciado -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Echémoslas.-¡Ya está! -gritó Joe-. ¡Qué triste es desaparecer trozo a trozo!-¡Oye, Joe! ¡Guárdate de repetir el sacrificio del otro día! Suceda lo que suceda, júram<strong>en</strong>o separarte de nosotros.-Tranquilícese, señor, no nos separaremos.El Victoria había subido unas veinte toesas más, pero la cresta de la montaña seguíadominándolo. Era una cresta recta que terminaba <strong>en</strong> una verdadera muralla escarpada, yse hallaba aún más de dosci<strong>en</strong>tos pies <strong>en</strong>cima de los viajeros.«D<strong>en</strong>tro de diez minutos -se dijo el doctor-, nuestra barquilla se habrá estrellado contralas rocas si no logramos elevarnos lo sufici<strong>en</strong>te.»-¿Qué hacemos, señor? -preguntó Joe.-Guarda sólo la provisión de pemmican y arroja toda la carne, que es lo que más pesa.El <strong>globo</strong> se despr<strong>en</strong>dió de otras cincu<strong>en</strong>ta libras de peso y se elevó muy s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te,lo que de nada le servía si no conseguía situarse sobre la línea de montañas. La situaciónera espantosa. El Victoria corría con una rapidez suma e iba a hacerse trizas. El choqu<strong>en</strong>o podía dejar de ser terrible.El doctor registró la barquilla con la mirada.Estaba prácticam<strong>en</strong>te vacía.-¡Por si acaso, Dick, disponte a sacrificar tus armas!-¡Sacrificar mis armas! -respondió el cazador, conmovido.-Amigo Dick, no te lo pediría si no fuese necesario.-¡Samuel! ¡Samuel!-¡Tus armas y tus municiones pued<strong>en</strong> costarnos la vida!-¡Nos acercamos! -exclamó Joe-. ¡Nos acercamos!


¡Diez toesas! La montaña todavía superaba al Victoria <strong>en</strong> diez toesas.Joe cogió las mantas y las tiró; y, sin decir una palabra a K<strong>en</strong>nedy, tiró también algunospaquetes de balas y perdigones.El <strong>globo</strong> subió, traspasó la peligrosa cumbre, y los rayos del sol bañaron su polosuperior. Pero la barquilla se hallaba aún a una altura algo inferior a la de los peñascos,contra los cuales iba inevitablem<strong>en</strong>te a estrellarse.-¡K<strong>en</strong>nedy! ¡K<strong>en</strong>nedy! -exclamó el doctor~. ¡Arroja tus armas o estamos perdidos!-¡Aguarde, señor Dick! -dijo Joe-. ¡Aguarde un mom<strong>en</strong>to!Y K<strong>en</strong>nedy, al volverse, le vio desaparecer fuera de la barquilla.-¡Joe! ¡Joe! -gritó.-¡Desgraciado! -exclamó el doctor.En aquel punto la cresta de la montaña t<strong>en</strong>ía unos tresci<strong>en</strong>tos pies de ancho, y por elotro lado la p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te pres<strong>en</strong>taba m<strong>en</strong>os declive. La barquilla llegó justo al nivel deaquella meseta bastante lisa y se deslizó por un terr<strong>en</strong>o compuesto de puntiagudosguijarros que rechinaban'con el roce.-¡Pasamos! ¡Pasamos! ¡Hemos pasado! -gritó una voz que hizo palpitar el corazón deFergusson.El intrépido muchacho se agarraba con las manos al borde inferior de la barquilla ycorría por la cresta para aligerar al <strong>globo</strong> de la totalidad de su peso, viéndose obligado asujetarlo con fuerza porque t<strong>en</strong>día a escapársele.Cuando hubo llegado a la ladera opuesta y ante sus ojos se pres<strong>en</strong>tó el abismo, Joe,mediante un <strong>en</strong>érgico juego de muñecas, se levantó y, agarrándose de las cuerdas, subióal lado de sus companeros.-Nada más difícil que lo que acabo de hacer -dijo.-¡Vali<strong>en</strong>te Joe! ¡Amigo mío! -dijo el doctor con efusión.-¡Oh! Lo que he hecho -respondió Joe- no ha sido por ustedes, sino por la carabina delseñor Dick. Se lo debía desde el asunto del árabe y me gusta pagar mis deudas. Ahoraestamos <strong>en</strong> paz -añadió, pres<strong>en</strong>tando al cazador su arma predilecta-. Me hubieraconmovido demasiado verle separarse de ella.K<strong>en</strong>nedy le dio un vigoroso apretón de manos sin pronunciar una palabra.El Victoria ya no t<strong>en</strong>ía más que bajar, lo que le era fácil; muy pronto se <strong>en</strong>contró adosci<strong>en</strong>tos pies del suelo y <strong>en</strong>tonces recuperó el equilibrio. El terr<strong>en</strong>o pres<strong>en</strong>taba numerososaccid<strong>en</strong>tes muy difíciles de evitar durante la noche con un <strong>globo</strong> que ya noobedecía. Estaba oscureci<strong>en</strong>do con gran rapidez y, pese a sus retic<strong>en</strong>cias, el doctor tuvoque resignarse a hacer un alto hasta el día sigui<strong>en</strong>te.-Vamos a buscar un lugar favorable para det<strong>en</strong>ernos -dijo.-¡Ah! ¿Te decides al fin? -respondió K<strong>en</strong>nedy.-Sí, he meditado det<strong>en</strong>idam<strong>en</strong>te un proyecto que vamos a poner <strong>en</strong> práctica. No sonmás que las seis de la tarde; t<strong>en</strong>dremos tiempo. Echa las anclas, Joe.Joe obedeció, y las dos anclas quedaron colgando debajo de la barquilla.-Distingo inm<strong>en</strong>sos bosques -dijo el doctor-. Iremos por <strong>en</strong>cima de las copas de susárboles y nos agarraremos de alguna. Por nada de este mundo cons<strong>en</strong>tiría <strong>en</strong> pasar lanoche <strong>en</strong> tierra.-¿Podremos bajar? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-¿Para qué? Os repito que sería peligroso separarnos. Además, reclamo vuestra ayudapara un trabajo difícil.El Victoria, que rozaba la verde bóveda de inm<strong>en</strong>sos bosques, no tardó <strong>en</strong> det<strong>en</strong>ersebruscam<strong>en</strong>te; sus anclas habían quedado <strong>en</strong>ganchadas. El vi<strong>en</strong>to cesó <strong>en</strong>trada ya la noche,


y el <strong>globo</strong> permaneció casi inmóvil <strong>en</strong>cima de un interminable campo de verdor formadopor las copas de un bosque de sicomoros.XLIICombate de g<strong>en</strong>erosidad. - último sacrificio. - Elaparato de dilatación. - Destreza de Joe. -Medianoche. - La guardia del doctor. - La guardia deK<strong>en</strong>nedy. - Dick se duerme. - El inc<strong>en</strong>dio. - Los gritos.- Fuera de alcanceEl doctor Fergusson determinó su posición por la altura de las estrellas; se <strong>en</strong>contrabana veinticinco millas escasas del S<strong>en</strong>egal.-Todo lo que podemos hacer, amigos míos -declaró, después de examinar el mapa-, espasar el río; pero como <strong>en</strong> él no hay ni pu<strong>en</strong>tes ni barcas, lo hemos de cruzar <strong>en</strong> <strong>globo</strong> atoda costa, y al efecto debemos aligerarlo aún más.-Pues no sé cómo lo haremos -replicó el cazador, que temía por sus armas-, a no ser queuno de nosotros se decida a sacrificarse, a quedarse atrás... Y, <strong>en</strong> esta ocasión, yo reclamoesa gloria.-¡De ninguna manera! -protestó Joe-. ¿No t<strong>en</strong>go yo acaso la costumbre ... ?-No se trata de echarse, amigo mio -aclaró el cazador-, sino de alcanzar a pie la costa deÁfrica, y yo soy bu<strong>en</strong> andarín.-¡No lo cons<strong>en</strong>tiré jamás! -replicó Joe.-Vuestro combate de g<strong>en</strong>erosidad es inútil, mis bu<strong>en</strong>os amigos -intervino Fergusson-;espero que no lleguemos a tal extremo, y <strong>en</strong> el caso de llegar a él, lejos de separarnos,permaneceríamos juntos para atravesar el pais.-Eso es lo mejor -dijo Joe-. Un paseíto no nos v<strong>en</strong>dría mal.-Pero, antes -repuso el doctor-, echaremos mano de un último medio para aligerarnuestro Victoria.-¿Cuál? -preguntó K<strong>en</strong>nedy-. Estoy <strong>en</strong> ascuas deseando conocerlo.-Debemos despr<strong>en</strong>dernos de las cajas del soplete, de la pila de Buns<strong>en</strong> y del serp<strong>en</strong>tínque nos obligan a arrastrar por los aires noveci<strong>en</strong>tas libras.-Pero, Samuel, ¿cómo obt<strong>en</strong>drás luego la dilatación del gas?-De ninguna manera; nos las arreglaremos sin ella.-Pero...-Oídme, amigos: he calculado muy exactam<strong>en</strong>te lo que nos queda de fuerzaasc<strong>en</strong>sional, y es sufici<strong>en</strong>te para transportarnos a los tres con los pocos objetos que llevamos.No pesaremos más de quini<strong>en</strong>tas libras, incluidas las anclas, que t<strong>en</strong>go interés <strong>en</strong>conservar.-Amigo Samuel -respondió el cazador-, tú, más compet<strong>en</strong>te que nosotros <strong>en</strong> la materia,eres el único juez de la situación; dinos lo que hemos de hacer y lo haremos.-A sus órd<strong>en</strong>es, señor.-Os repito, amigos míos, que aunque reconozco la gravedad de la determinación, hemosde sacrificar nuestro aparato.-¡Sacrifiquémoslo! -replicó K<strong>en</strong>nedy.-¡Manos a la obra! -dijo Joe.La operación pres<strong>en</strong>tó numerosas dificultades. Fue preciso desmontar el aparato piezapor pieza. Primero quitaron la caja de mezcla, después la del soplete y por último la cajadonde se operaba la descomposición del agua. Se necesitó la fuerza reunida de los tresviajeros para arrancar los recipi<strong>en</strong>tes del fondo de la barquilla, donde se hallaban


incrustados; pero K<strong>en</strong>nedy era tan fuerte, Joe tan diestro y Samuel tan ing<strong>en</strong>ioso que v<strong>en</strong>cierontodas las dificultades. Las diversas piezas fueron sucesivam<strong>en</strong>te arrojadas, ydesaparecieron abri<strong>en</strong>do grandes agujeros <strong>en</strong> el follaje de los sicomoros.-Los negros se quedarán muy asombrados -dijo Joe- al <strong>en</strong>contrar <strong>en</strong> los bosquessemejantes objetos. Capaces serán de convertirlos <strong>en</strong> ídolos.A continuación tuvieron que ocuparse de los tubos metidos <strong>en</strong> el <strong>globo</strong> y que pasabanpor el serp<strong>en</strong>tín. Joe consiguió cortar, a unos pies por <strong>en</strong>cima de la barquilla, lasarticulaciones de caucho; <strong>en</strong> cuanto a los tubos, hubo mayor dificultad, porque sehallaban ret<strong>en</strong>idos por su extremo superior y sujetos con alambres al círculo mismo de laválvula. Fue <strong>en</strong>tonces cuando Joe demostró una agilidad maravillosa. Descalzo, para noromper la <strong>en</strong>voltura, con ayuda de la red y a pesar de las oscilaciones, logró <strong>en</strong>caramarsehasta la cima exterior del aeróstato, y allí, después de mil dificultades, agarrándose conuna mano a aquella superficie resbaladiza, desatornilló las tuercas exteriores quesujetaban los tubos. Éstos se despr<strong>en</strong>dieron <strong>en</strong>tonces fácilm<strong>en</strong>te y fueron retirados através del apéndice inferior, que fue herméticam<strong>en</strong>te cerrado por medio de una fuerteligadura.El Victoria, libre de aquel peso considerable, se elevó y t<strong>en</strong>só <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te la cuerdadel ancla.A medianoche quedaron felizm<strong>en</strong>te terminados aquellos trabajos, que resultaron muyfatigosos. Los viajeros c<strong>en</strong>aron rápidam<strong>en</strong>te un poco de pemmican y de grog frío, pues eldoctor ya no t<strong>en</strong>ía calor para ponerlo a disposición de Joe.Además, éste y K<strong>en</strong>nedy estaban r<strong>en</strong>didos.-Acostaos y dormid, amigos míos -dijo Fergusson-, yo haré la primera guardia. A lasdos despertaré a K<strong>en</strong>nedy; a las cuatro, K<strong>en</strong>nedy despertará a Joe; a las seis partiremos,¡y que el Cielo siga velando por nosotros durante esta última jornada!Los dos compañeros del doctor, sin hacerse de rogar, se tumbaron al fondo de labarquilla y se sumieron <strong>en</strong>seguida <strong>en</strong> un profundo sueño.La noche era apacible. Algunas nubes velaban de vez <strong>en</strong> cuando el último cuarto deluna, cuyos rayos indecisos disipaban muy ligeram<strong>en</strong>te la oscuridad. Fergusson, acodadomiraba a su alrededor. Vigilaba con at<strong>en</strong>ción la sombría cortina de follaje que se ext<strong>en</strong>díabajo sus pies sin dejar ver el suelo. El m<strong>en</strong>or ruido le parecía sospechoso, y procurabaexplicarse hasta el más leve temblor de las hojas.Se hallaba <strong>en</strong> esa disposición de ánimo que la soledad vuelve más s<strong>en</strong>sible aún, ydurante la cual vagos terrores asaltan el cerebro. Al final de un viaje semejante, despuésde haber v<strong>en</strong>cido tantos obstáculos, <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de conseguir el objetivo, los temoresson más vivos, las emociones más fuertes, y el punto de llegada parece huir ante los ojos.Por otra parte, la situación no era para tranquilizar a nadie, <strong>en</strong> un país bárbaro, y con unmedio de transporte que, <strong>en</strong> definitiva, podía fallar de un mom<strong>en</strong>to a otro. El doctor ya nocontaba con el <strong>globo</strong> de una manera absoluta; había pasado el tiempo <strong>en</strong> que maniobrabacon audacia porque estaba seguro de él.Bajo estas impresiones, el doctor creyó percibir unos rumores indeterminados <strong>en</strong>aquellos inm<strong>en</strong>sos bosques, incluso creyó ver brillar una llama <strong>en</strong>tre los árboles. Mirócon at<strong>en</strong>ción y <strong>en</strong>focó su anteojo de noche <strong>en</strong> esa dirección; pero fue incapaz dedistinguir nada, y hasta pareció que el sil<strong>en</strong>cio se había hecho más profundo.Sin duda Fergusson había experim<strong>en</strong>tado una alucinación. Escuchó sin sorpr<strong>en</strong>der elm<strong>en</strong>or ruido y, habi<strong>en</strong>do transcurrido el tiempo de su guardia, despertó a K<strong>en</strong>nedy, lerecom<strong>en</strong>dó que vigilara con muchísima at<strong>en</strong>ción y se acostó al lado de Joe, que dormía apierna suelta.


K<strong>en</strong>nedy <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió tranquilam<strong>en</strong>te su pipa, se restregó los ojos, que le costaba muchomant<strong>en</strong>er abiertos, apoyó los codos <strong>en</strong> un rincón y empezó a fumar vigorosam<strong>en</strong>te paradisipar el sueño.El sil<strong>en</strong>cio más absoluto reinaba a su alrededor. Un vi<strong>en</strong>to suave agitaba la cima de losárboles y mecía suavem<strong>en</strong>te la barquilla, invitando al cazador a un sueño que le invadía asu pesar. Quiso resistirse a él, abrió varias veces los párpados, abismó <strong>en</strong> las tinieblas dela noche algunas de esas miradas que no v<strong>en</strong> y, al final, sucumbi<strong>en</strong>do a la fatiga, se quedódormido.¿Cuánto tiempo permaneció sumido <strong>en</strong> aquel estado de inercia? Lo único que pudodecir fue que le despertó un chisporroteo inesperado.Se restregó los ojos y se puso <strong>en</strong> pie. Un calor insoportable llegaba a su rostro. Elbosque estaba ardi<strong>en</strong>do.-¡Fuego! ¡Fuego! -exclamó, sin compr<strong>en</strong>der lo que pasaba.Sus dos compañeros se levantaron.-¿Qué es eso? -preguntó Samuel.-¡Un inc<strong>en</strong>dio! -exclamó Joe-. Pero ¿quién puede ... ?En aquel mom<strong>en</strong>to se oyeron gritos debajo del follaje, viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te iluminado.-¡Los salvajes! -exclamó Joe-. ¡Han pr<strong>en</strong>ddo fuego al bosque para estar seguros dequemarnos!-¡Los talibas! ¡Los morabitos de Al-Hadjíl -dijo el doctor.Un círculo de fuego rodeaba al Victoria. Los chasquidos de los troncos secos semezclaban con los gemidos de las ramas verdes. Los bejucos, las hojas, todas las partesvivas de aquella vegetación exuberante se retorcían <strong>en</strong>vueltas <strong>en</strong> el elem<strong>en</strong>to destructor.La mirada se perdía <strong>en</strong> un océano <strong>en</strong> llamas; los grandes árboles destacaban <strong>en</strong> negro <strong>en</strong>la inm<strong>en</strong>sa fragua, con las ramas cubiertas de ascuas; el inflamado conjunto se reflejaba<strong>en</strong> las nubes, y los viajeros creyeron hallarse <strong>en</strong>cerrados <strong>en</strong> una esfera de fuego.-¡Huyamos! -exclamó K<strong>en</strong>nedy~. ¡A tierra! ¡Es nuestra única posibilidad de salvación!Pero Fergusson lo detuvo con mano firme y, precipitándose hacia la cuerda del ancla, lacortó de un hachazo. Las llamas, prolongándose hacia el <strong>globo</strong>, lamían ya sus iluminadasparedes; pero el Victona, libre de sus ataduras, se elevó más de mil pies.Espantosos gritos resonaron <strong>en</strong> el bosque, acompañados de viol<strong>en</strong>tas detonaciones dearmas de fuego. El <strong>globo</strong>, atrapado por una corri<strong>en</strong>te que se levantaba con el día, pusorumbo al oeste.Eran las cuatro de la mañana.XLIIILos talibas. - La persecución. - Un país devastado. -Vi<strong>en</strong>to moderado. - El Victoria baja. - Las últimas provisiones. - Los saltos delVictoria. - Def<strong>en</strong>sa a tiros.El vi<strong>en</strong>to refresca. - El río S<strong>en</strong>egal. - Las cataratas de Gouina. - El aire cali<strong>en</strong>te. -Travesía del río-Si ayer por la noche no hubiésemos tomado la precaución de aligerar peso -dijo eldoctor-, a estas horas estaríamos irremisiblem<strong>en</strong>te perdidos.-Por eso es bu<strong>en</strong>o hacer las cosas a tiempo -repuso Joe-. Gracias a eso nos hemossalvado, y es muy natural.-No estamos fuera de peligro -replicó Fergusson.


-¿Qué temes? -preguntó Dick-. El Victoria no puede desc<strong>en</strong>der sin tu permiso, y auncuando desc<strong>en</strong>diera...-¡Como desc<strong>en</strong>diese ... ! ¡Mira, Dick!Los viajeros acababan de trasponer el lindero del bosque, y vieron a unos treinta ji<strong>net</strong>esvestidos con pantalón ancho y albornoz ondeante. Unos armados con lanzas y otros conespingardas, seguían al trote, a lomos de sus caballos vivos y ardi<strong>en</strong>tes, la dirección delVictoria, que avanzaba a una velocidad moderada.Al ver a los viajeros prorrumpieron <strong>en</strong> gritos salvajes, blandi<strong>en</strong>do sus armas. La cóleray la am<strong>en</strong>aza se leían <strong>en</strong> sus semblantes mor<strong>en</strong>os, cuya ferocidad ac<strong>en</strong>tuaba una barbaescasa pero erizada. Atravesaban con facilidad las mesetas bajas y las suaves colinas quedesci<strong>en</strong>d<strong>en</strong> al S<strong>en</strong>egal.-¡Son ellos! -dijo el doctor-. ¡Los crueles talibas, los feroces morabitos de Al-Hadjí!Preferiría hallarme <strong>en</strong> el bosque rodeado de fieras, que caer <strong>en</strong> manos de tan inmundosbandidos.-Su aspecto no es tranquilizador -dijo K<strong>en</strong>nedy~. ¡Y se les ve muy fornidos!-Afortunadam<strong>en</strong>te -dijo Joe-, son bestias de una especie que no vuela; al m<strong>en</strong>os es unconsuelo.-¡Mirad esas aldeas <strong>en</strong> ruinas y esas chozas reducidas a c<strong>en</strong>izas! -dijo Fergusson-. Esobra de ellos; la aridez y la devastación marcan las huellas de su paso.-Pero no pued<strong>en</strong> alcanzarnos -replicó K<strong>en</strong>nedy-. Si logramos poner el río <strong>en</strong>tre ellos ynosotros, estaremos completam<strong>en</strong>te seguros.-Dices bi<strong>en</strong>, Dick; pero para eso es preciso no caer -respondió el doctor, mirando elbarómetro.-Por si acaso, Joe -repuso K<strong>en</strong>nedy-, no estaría de mas preparar las armas.-Eso no puede perjudicarnos, señor Dick; ha sido una suerte no haberlas sembrado porel camino.-¡Mi carabina! --exclamó el cazador-. Espero no separarme nunca de ella.Y K<strong>en</strong>nedy la cargó con el mayor cuidado. Le quedaba aún pólvora y balas sufici<strong>en</strong>tes.-¿A qué altura nos mant<strong>en</strong>emos? -preguntó el cazador.-A unos seteci<strong>en</strong>tos cincu<strong>en</strong>ta pies. Pero ya no t<strong>en</strong>emos la posibilidad de buscarcorri<strong>en</strong>tes favorables subi<strong>en</strong>do o bajando; nos hallamos a merced del <strong>globo</strong>.-Lo cual es un grave inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te -repuso K<strong>en</strong>nedy-. El vi<strong>en</strong>to es bastante flojo; sihubiéramos <strong>en</strong>contrado un huracán como el de otros días, ya habriamos perdido de vista aesos infames bandidos.-Esos malditos -dijo Joe- nos sigu<strong>en</strong> sin ninguna dificultad, al trote. ¡Un auténticopaseo!-Si los tuviésemos a tiro -dijo el cazador-, me divertiría derribándolos a todos uno trasotro.-¡Bu<strong>en</strong>a la haríamos! -respondió Fergusson-. Si los tuviesemos a tiro, ellos también nost<strong>en</strong>drían a tiro a nosotros, y nuestro Victoria ofrecería un blanco fácil a las balas de suslargas espingardas. Hazte cargo de lo que sería de nosotros si agujereas<strong>en</strong> el <strong>globo</strong>.La persecución de los talibas continuó toda la mañana. Hacia las once, los viajerosap<strong>en</strong>as habían recorrido quince millas hacia el oeste.El doctor examinaba <strong>en</strong> el horizonte hasta las más pequeñas nubecillas. Temía unavariación atmosférica. Si el vi<strong>en</strong>to arrastraba el <strong>globo</strong> hacia el Níger, ¿qué sería de ellos?Notaba, además, que el <strong>globo</strong> t<strong>en</strong>día a bajar s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te. Desde su partida habíaperdido ya más de tresci<strong>en</strong>tos pies, y el S<strong>en</strong>egal debía de estar aún a unas doce millas; ala velocidad actual todavía les faltaban tres horas de viaje.


En aquel mom<strong>en</strong>to, nuevos gritos llamaron su at<strong>en</strong>ción. Los talibas se agitaban,precipitando el galope de sus caballos.El doctor consultó el barómetro y compr<strong>en</strong>dió la causa de aquella algarabía.-Bajamos -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Sí -respondió Fergusson.« ¡Malo! », p<strong>en</strong>só Joe.Pasado un cuarto de hora, la barquilla se hallaba a m<strong>en</strong>os de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta pies delsuelo, pero el vi<strong>en</strong>to era más fuerte.Los talibas, sin det<strong>en</strong>erse, hicieron una descarga.-¡Estáis demasiado lejos, imbéciles! -exclamó Joe-. Bu<strong>en</strong>o será t<strong>en</strong>erlos a raya.Y, apuntando a uno de los ji<strong>net</strong>es que iban delante, hizo fuego. El taliba dio unavoltereta; sus compañeros se detuvieron y el Victoria les sacó v<strong>en</strong>taja.-Son prud<strong>en</strong>tes -dijo K<strong>en</strong>nedy.-Porque cre<strong>en</strong> estar seguros de cogernos -respondió el doctor-. Y nos cogerán siseguimos bajando. Es absolutam<strong>en</strong>te indisp<strong>en</strong>sable que nos elevemos.-¿Qué vamos a echar? -preguntó Joe.-Todo el pemmican que queda. Serán treinta libras m<strong>en</strong>os de peso.-¡Pues allá va! -dijo Joe, obedeci<strong>en</strong>do las órd<strong>en</strong>es de su señor.La barquilla, que casi llegaba al suelo, subió <strong>en</strong>tre el griterío de los talibas; pero, mediahora después, el Victoria volvía a bajar rápidam<strong>en</strong>te.El gas se escapaba por los poros de sus paredes.La barquilla rozó el suelo y los negros de Al-Hadjí se precipitaron hacia ella; pero,como sucede <strong>en</strong> semejantes circunstancias, ap<strong>en</strong>as el <strong>globo</strong> tocó el suelo, dio un salto yfue a caer una milla más adelante.-¡No escaparemos! -dijo K<strong>en</strong>nedy con rabia.-Joe, echa nuestra reserva de aguardi<strong>en</strong>te -ord<strong>en</strong>ó el doctor-, nuestros instrum<strong>en</strong>tos,todo lo que pese, por poco que sea, y también el ancla.Joe arrancó los barómetros y los termómetros; pero todo eso suponia muy poco, y el<strong>globo</strong>, que subió mom<strong>en</strong>táneam<strong>en</strong>te, no tardó <strong>en</strong> volver a tocar el suelo Los talibascorrían tras ellos y no estaban ya más que a dosci<strong>en</strong>tos pasos.-¡Echa las dos escopetas! -exclamó el doctor.-No será sin haberlas descargado -respondió el cazador.Y cuatro disparos sucesivos hicieron morder el suelo a cuatro talibas, que cayeron <strong>en</strong>trelos fr<strong>en</strong>éticos gritos de la horda.El Victoria se levantó de nuevo, dando saltos <strong>en</strong>ormes, como una inm<strong>en</strong>sa pelota quebota <strong>en</strong> el suelo.¡Extraño espectáculo el que ofrecían aquellos desdichados int<strong>en</strong>tando huir a pasos degigante, y que, a semejanza de Anteo, parecia que recobraban fuerzas al llegar a tierra!Pero aquella situación no podía prolongarse incesantem<strong>en</strong>te. Era casi mediodía. ElVictoria se agotaba, se vaciaba, se alargaba; su <strong>en</strong>voltura se tornaba fofa y ondulante; lospliegues del tafetán rechinaban al rozar unos con otros.-¡El Cielo nos abandona! -dijo K<strong>en</strong>nedy-. ¡Vamos a caer!Joe no respondió, no hacía más que mirar a su señor.-¡No! -dijo éste-. Aún podemos despr<strong>en</strong>dernos de más de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta libras.-¿Dónde están? -preguntó K<strong>en</strong>nedy, p<strong>en</strong>sando que el doctor se había vuelto loco.-¡La barquilla! -respondió éste-. Colguémonos de la red. Las mallas nos sost<strong>en</strong>drán yllegaremos al río. ¡Pronto! ¡Pronto!Y aquellos hombres audaces no vacilaron <strong>en</strong> int<strong>en</strong>tar semejante medio de salvación. Secolgaron de las mallas de la red, tal como había indicado el doctor, y Joe, sost<strong>en</strong>iéndose


con una mano, cortó con la otra las cuerdas de la barquilla, la cual cayó <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>topreciso <strong>en</strong> que el aeróstato iba a desplomarse definitivam<strong>en</strong>te.-¡Hurra! ¡Hurra! -exclamó, mi<strong>en</strong>tras el <strong>globo</strong>, sin lastre alguno, asc<strong>en</strong>día a tresci<strong>en</strong>tospies de altura.Los talibas espoleaban a sus caballos, que barrían el suelo con los cascos; pero elVictoria, <strong>en</strong>contrando un vi<strong>en</strong>to más activo, les tomó la delantera y avanzó rápidam<strong>en</strong>tehacia una colina que cerraba el horizonte al oeste. Fue una circunstancia favorable paralos viajeros, porque pudieron pasar al otro lado de la colina, mi<strong>en</strong>tras que la horda deAl-Hadjí se vio obligada a dar un rodeo por el norte para salvar el obstáculo.Los tres compañeros se sost<strong>en</strong>ían agarrados de la red, que habían podido atar pordebajo, de suerte que formaba una especie de bolsa flotante.De rep<strong>en</strong>te, después de haber pasado la colina, el doctor exclamó:-¡El río! ¡El río! ¡El S<strong>en</strong>egal!En efecto, a una distancia de dos millas fluía una ext<strong>en</strong>sa corri<strong>en</strong>te de agua. La orillaopuesta, baja y fértil, ofrecía una retirada segura y un lugar favorable para el desc<strong>en</strong>so.-Un cuarto de hora más -dijo Fergusson-, y a salvo.Pero, desgraciadam<strong>en</strong>te, el <strong>globo</strong> vacío caía poco a poco sobre un terr<strong>en</strong>o casi<strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te desprovisto de vegetación, compuesto de largas p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes y llanuraspedregosas, donde no se velan mas que algunos matorrales y una hierba espesa que elardor del sol había secado.El Victoria tocó varias veces el suelo y volvió a elevarse; pero sus saltos disminuían <strong>en</strong>ext<strong>en</strong>sión y altura, y <strong>en</strong> el último se quedó <strong>en</strong>ganchado por la parte superior de la red alas altas ramas de un baobab aislado, único árbol <strong>en</strong> medio de aquel terr<strong>en</strong>o desierto.-¡Todo ha concluido! -exclamó el cazador.-Y a ci<strong>en</strong> pasos del río -dijo Joe.Los tres desdichados saltaron a tierra y el doctor condujo a sus dos compañeros hacia elS<strong>en</strong>egal.En aquel lugar, el río producía un barboteo continuado; al llegar a la orilla Fergussonreconoció las cataratas de Goulna. No había ni una barca, ni un ser animado a la vista. ElS<strong>en</strong>egal, que t<strong>en</strong>ía allí dos mil pies de ancho, se precipitaba con atronador ruido desdeuna altura de ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta de este a oeste, y la línea de peñascos que se oponía a sucurso se ext<strong>en</strong>día de norte a sur. En medio de la cascada había rocas de extrañas formas,como inm<strong>en</strong>sos animales antediluvianos petrificados <strong>en</strong>tre las aguas.La imposibilidad de atravesar aquel abismo era evid<strong>en</strong>te. K<strong>en</strong>nedy no pudo reprimir ungesto de desesperación.Pero el doctor Fergusson, <strong>en</strong> un tono de <strong>en</strong>érgica audacia, exclamó:-¡Todavía nos queda un medio!-Ya lo sabía yo -dijo Joe, con esa confianza <strong>en</strong> su señor que no le abandonaba jamás.La hierba seca le había inspirado al doctor una idea atrevida. Era el único recurso.Volvió rápidam<strong>en</strong>te con sus compañeros al punto donde se había quedado la <strong>en</strong>volturadel aeróstato.-Les llevamos al m<strong>en</strong>os una hora de delantera a los bandidos -dijo-. No perdamostiempo, compañeros; recoged hierba seca, mucha hierba seca; necesito por lo m<strong>en</strong>os ci<strong>en</strong>libras.-¿Para qué? -preguntó K<strong>en</strong>nedy.-Como no t<strong>en</strong>emos gas, cruzaremos el río utilizando aire cali<strong>en</strong>te.-¡Ah, mi querido Samuel! -exclamó K<strong>en</strong>nedy-. ¡Eres verdaderam<strong>en</strong>te un gran hombre!Joe y K<strong>en</strong>nedy pusieron manos a la obra y <strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to reunieron una <strong>en</strong>orme pilade hierba junto al baobab.


Entretanto, el doctor había agrandado el orificio del aeróstato cortando su parte inferior,tras haber hecho salir por la válvula el poco hidróg<strong>en</strong>o que aún pudiera cont<strong>en</strong>er; despuesamontono cierta cantidad de hierba seca bajo la <strong>en</strong>voltura y le pr<strong>en</strong>dió fuego.No hace falta mucho tiempo para hinchar un <strong>globo</strong> con aire cali<strong>en</strong>te. Una temperaturade 180 0 , es sufici<strong>en</strong>te para disminuir a la mitad, <strong>en</strong>rareciéndolo, el peso del aire queconti<strong>en</strong>e, de manera que el Victoria empezó a recobrar s<strong>en</strong>siblem<strong>en</strong>te su formaredondeada. La hierba abundaba; el doctor activaba el fuego y el volum<strong>en</strong> del aeróstatoaum<strong>en</strong>taba visiblem<strong>en</strong>te.Era <strong>en</strong>tonces la una m<strong>en</strong>os cuarto.En aquel mom<strong>en</strong>to unas dos millas al norte, apareció la partida de talibas. Oíanse susgritos y el ruido de los cascos de los caballos corri<strong>en</strong>do a todo galope.-D<strong>en</strong>tro de veinte minutos estarán aquí -dijo K<strong>en</strong>nedy.-¡Hierba! ¡Hierba, Joe! ¡D<strong>en</strong>tro de diez minutos estaremos <strong>en</strong> el aire!~Aquí ti<strong>en</strong>e, señor.El Victoria estaba hinchado <strong>en</strong> sus dos terceras partes.-Amigos míos, agarrémonos a la red, como hemos hecho antes.-Ya está -respondió el cazador.Diez minutos después, unas sacudidas indicaron la t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia del <strong>globo</strong> a elevarse. Lostalibas se acercaban; estaban ap<strong>en</strong>as a quini<strong>en</strong>tos pasos.-Agarraos bi<strong>en</strong> -exclamó Fergusson.-¡No tema, señor, no!Y el doctor, con el pie añadió más hierba a la hoguera.El <strong>globo</strong>, totalm<strong>en</strong>te dilatado por el aum<strong>en</strong>to de temperatura, se elevó rozando lasramas del baobab.-¡En marcha! -exclamó Joe.Una descarga de mosquetes le respondió, y una de las balas le hizo un rasguño <strong>en</strong> unhombro; pero K<strong>en</strong>nedy, inclinándose, descargó su carabina y derribó a otro <strong>en</strong>emigo.Gritos de rabia imposibles de reproducir acompañaron la asc<strong>en</strong>sión del <strong>globo</strong>, que subiócerca de ochoci<strong>en</strong>tos pies. Se apoderó de él un vi<strong>en</strong>to fuerte que le hizo oscilar de maneraalarmante, mi<strong>en</strong>tras el intrépido doctor y sus dignos compañeros contemplaban bajo suspies el abismo de las cataratas.Diez minutos después, sin haber hablado una palabra, los intrépidos viajeros desc<strong>en</strong>dianpoco a poco al tiempo que se acercaban a la otra orilla.Allí, sorpr<strong>en</strong>dido, maravillado, atónito, había un grupo de unos diez hombres conuniforme francés. júzguese cuál sería su asombro al ver elevarse aquel <strong>globo</strong> <strong>en</strong> lamarg<strong>en</strong> derecha del río. Casi creyeron <strong>en</strong> un f<strong>en</strong>óm<strong>en</strong>o celeste. Pero sus jefes, que eranun t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te de Marina y un alférez de navío, conocían por los periódicos de Europa laaudaz t<strong>en</strong>tativa del doctor Fergusson y al mom<strong>en</strong>to compr<strong>en</strong>dieron el suceso.El <strong>globo</strong>, deshinchándose poco a poco, desc<strong>en</strong>día con los atrevidos aeronautas colgadosde su red; pero era muy dudoso que pudiese llegar a tierra, por lo que los franceses seecharon al río y recibieron <strong>en</strong> sus brazos a los tres ingleses <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de bajar elVictoria a algunas toesas de la orilla izquierda del S<strong>en</strong>egal.-¡El doctor Fergusson! -dijo el t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te.-El mismo -respondió tranquilam<strong>en</strong>te el doctor-, y sus dos amigos.Los franceses llevaron a los viajeros a la orilla del río, mi<strong>en</strong>tras que el <strong>globo</strong>, mediodeshinchado y arrastrado por una corri<strong>en</strong>te rápida, fue a sepultarse como una inm<strong>en</strong>saburbuja, con las aguas del S<strong>en</strong>egal, <strong>en</strong> las cataratas de Gouina.-¡Pobre Victoria! -exclamó Joe.


El doctor no pudo reprimir una lágrima; abrió los brazos, y sus dos amigos seprecipitaron hacia él profundam<strong>en</strong>te conmovidos.XLIVConclusión. - El acta. - Los establecimi<strong>en</strong>tos franceses.- El puesto de Medina. - El Basilic. - San Luis. - Lafragata inglesa. - Regreso a LondresLa expedición que se <strong>en</strong>contraba a orillas del río había sido <strong>en</strong>viada por el gobernadorde S<strong>en</strong>egal y se componía de dos oficiales, los señores Dufraisse, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te de Infanteríade Marina, y Rodamel, alférez de navío, un sarg<strong>en</strong>to y siete soldados. Hacía dos días queestaban buscando la situación más favorable para el establecimi<strong>en</strong>to de un puesto <strong>en</strong>Gouina, cuando fueron testigos de la llegada del doctor Fergusson.Huelga decir que los tres viajeros recibieron muchos abrazos y muchas felicitaciones.Habi<strong>en</strong>do los franceses podido comprobar por sí mismos la realización del audazproyecto de Samuel Fergusson, se convertían <strong>en</strong> los testigos naturales de éste.Así es que el doctor les pidió, <strong>en</strong> primer lugar, que constataran de manera oficial sullegada a las cataratas de Gouina.-¿T<strong>en</strong>drá la bondad de levantar acta y firmarla? -le preguntó al t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te Dufraisse.-Estoy a su disposicion -respondió éste.Los ingleses fueron conducidos a un puesto provisional establecido a orillas del río, yallí se les prodigaron las mayores at<strong>en</strong>ciones y se les proveyó abundantem<strong>en</strong>te de cuantopudiera hacerles falta. Allí se redactó también, <strong>en</strong> los sigui<strong>en</strong>tes términos, el acta que se<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra actualm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los archivos de la Sociedad Geográfica de Londres.«Los abajo firmantes declaramos que <strong>en</strong> el día de la fecha hemos visto llegar, colgadosde la red de un <strong>globo</strong>, al doctor Fergusson y a sus dos compañeros, Richard K<strong>en</strong>nedy yJoseph Wilson habi<strong>en</strong>do caído dicho <strong>globo</strong> a unos pasos de nosotros <strong>en</strong> el lecho mismodel río, si<strong>en</strong>do arrastrado por la corri<strong>en</strong>te y abismándose <strong>en</strong> las cataratas de Gouina. Entestimonio de lo cual firmamos la pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> unión de dichos viajeros para que constedonde sea pertin<strong>en</strong>te. Firmado <strong>en</strong> las cataratas de Gouina, el 24 de mayo de 1862.»SAMUEL FERGUSSON, RICHARD KENNEDY, JOSEPH WILSON; DUFRAISSE,t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te de Infantería de Marina; RODAMEL, alférez de navío; DUFAYS, sarg<strong>en</strong>to;FLIPPEAU, MAYOR, PÉLISSIER, LOROIS, RASCAGNET, GUILLON y LEBEL,soldados.»Aquí concluye la asombrosa travesía del doctor Fergusson y de sus valerososcompañeros, constatada por irrecusables testigos. Se hallaban ya <strong>en</strong>tre amigos y rodeadosde tribus más hospitalarias que manti<strong>en</strong><strong>en</strong> relaciones con los establecimi<strong>en</strong>tos franceses.Habían llegado al S<strong>en</strong>egal el sábado 24 de mayo, y el 27 del mismo mes estaban <strong>en</strong> elpuesto de Medina, situado a orillas del río, un poco más al norte.Los oficiales franceses les recibieron con los brazos abiertos y les agasajaron todo loposible. El doctor y sus compañeros tuvieron ocasión de embarcar casi inmediatam<strong>en</strong>te<strong>en</strong> el pequeño barco de vapor Basilic, que desc<strong>en</strong>día por el S<strong>en</strong>egal hasta sudesembocadura.Catorce días después, el 10 de junio, llegaron a Sant Luis, donde el gobernador lesofreció una magnífica acogida. Ya estaban repuestos completam<strong>en</strong>te de sus tribulacionesy fatigas. Joe decía a todo aquel que quisiera escucharle:-Nuestro viaje, después de todo, ha sido muy tonto, y no aconsejo que lo empr<strong>en</strong>daqui<strong>en</strong> desee experim<strong>en</strong>tar emociones fuertes. Acaba por resultar tedioso; de no ser por lasav<strong>en</strong>turas del lago Chad y del S<strong>en</strong>egal, nos habríamos muerto de aburrimi<strong>en</strong>to.


Había una fragata inglesa próxima a zarpar, y los tres viajeros embarcaron <strong>en</strong> ella; eldía 25 de junio llegaron a Portsmouth, y el sigui<strong>en</strong>te a Londres.No describiremos el <strong>en</strong>tusiasmo con que les acogió la Sociedad Geográfica ni losobsequios de que fueron objeto. K<strong>en</strong>nedy partió inmediatam<strong>en</strong>te para Edimburgo con sufamosa carabina, deseoso de tranquilizar cuanto antes a su vieja ama de llaves.El doctor Fergusson y su fiel Joe siguieron si<strong>en</strong>do los mismos hombres que hemosconocido, sin que se hubiera verificado <strong>en</strong> ellos más que una variación importante.Se habían convertido <strong>en</strong> íntimos amigos.Todos los periódicos de Europa colmaron de elogios a los audaces exploradores, y elDaily Telegraph lanzó una tirada de noveci<strong>en</strong>tos set<strong>en</strong>ta y siete mil ejemplares el día <strong>en</strong>que publicó un extracto del viaje.En sesión pública celebrada <strong>en</strong> la Real Sociedad Geográfica, el doctor dio cu<strong>en</strong>ta de suexpedición aeronáutica, y obtuvo para él y sus compañeros la medalla de oro destinada arecomp<strong>en</strong>sar la más notable exploración del año 1862.El principal resultado del doctor Fergusson ha sido constatar de la manera más precisalos hechos y los datos geográficos reunidos por Barth, Burton, Speke y otros viajeros.Gracias a las expediciones actuales de Speke y Grant, De Heuglin y Munzinger, que sedirig<strong>en</strong> a las fu<strong>en</strong>tes del Nilo o al c<strong>en</strong>tro de Africa, podremos d<strong>en</strong>tro de poco comprobarlos propios descubrimi<strong>en</strong>tos del doctor Fergusson <strong>en</strong> la inm<strong>en</strong>sa comarca compr<strong>en</strong>dida<strong>en</strong>tre los grados 14 y 33 de longitud.FIN

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!