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el destino y la espada

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—… que esté consciente…<br />

Farkas daba a oler a Sergio de un recipiente de cristal que aproximaba<br />

a su nariz. Sergio se sacudía.<br />

—… para que muera como debe morir…<br />

Sergio abrió los ojos. Trataba de incorporarse pero los brazos<br />

de Farkas se lo impedían. En su rostro se reflejó <strong>el</strong> miedo, su viejo<br />

conocido. El demonio al <strong>la</strong>do de Oodak vomitó una lluvia de serpientes.<br />

Cuatro de <strong>el</strong><strong>la</strong>s fueron hacia <strong>la</strong> piedra en <strong>la</strong> que reposaba<br />

Sergio y se enrol<strong>la</strong>ron en sus cuatro extremidades, incluyendo <strong>el</strong><br />

muñón de <strong>la</strong> pierna derecha, impidiendo su movilidad como si fuesen<br />

<strong>el</strong><strong>la</strong>s mismas de piedra. Una quinta lo obligó a echar hacia atrás<br />

<strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo.<br />

—… presa d<strong>el</strong> terror —dijo finalmente Oodak.<br />

El grito al fin consiguió reventar. Un estallido d<strong>el</strong> tamaño de <strong>la</strong><br />

realidad entera.<br />

El templo se vino abajo con todo su inventario de horrores.<br />

Brianda despertó y, presa de <strong>la</strong> crudeza de lo que acababa de<br />

presenciar, se levantó de un salto, alcanzando al instante <strong>la</strong> puerta<br />

de su habitación, a <strong>la</strong> que golpeó como si fuese <strong>el</strong> único obstáculo<br />

para impedir lo que recién había atestiguado.<br />

Gritó y gritó hasta que acudieron sus padres.<br />

Hasta que su madre <strong>la</strong> abrazó y se convenció a sí misma de que<br />

estaba en su cuarto, en su casa, en su mundo.<br />

No volvió a conciliar <strong>el</strong> sueño hasta que no se oyó a sí misma<br />

repetir: no es justo… no es justo…<br />

No es justo.<br />

* * *<br />

Zenz<strong>el</strong>e se echó <strong>la</strong> cabra sobre los hombros y caminó a lo <strong>la</strong>rgo de<br />

<strong>la</strong> vereda. No quiso mirar hacia atrás para evitar que lo traicio nara<br />

<strong>el</strong> sentimiento. Sabía que su mujer y sus dos hijos lo contemp<strong>la</strong>ban<br />

marcharse desde los lindes d<strong>el</strong> pob<strong>la</strong>do. Era esa hora crepuscu<strong>la</strong>r<br />

en <strong>la</strong> que <strong>la</strong>s sombras son tan <strong>la</strong>rgas que rasguñan <strong>el</strong> horizonte.<br />

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