Liberalismo progresista - Miguel Ángel Quintana Paz
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A pesar de lo enrevesado de la palabreja (ya les advertí al principio de que tiendo al uso de un<br />
excesivo instrumental filosófico), esto del “metavalor” de la libertad no reposa sino en una<br />
constatación muy sencilla, a saber: la constatación de que para los seres humanos el hecho de<br />
comportarse libremente dota a cualquier elección que hagamos (sea cual sea el valor concreto<br />
que hayamos elegido en cada caso) de una especie de valía adicional, de la que carecería si la<br />
elección no se hubiera hecho de manera autónoma. Resulta así que, por encima de la<br />
corrección o incorrección de los valores (políticos, éticos, religiosos, culturales) concretos que<br />
cada uno elijamos en cada caso, existe pues una suerte de valor adicional o “metavalor” (la<br />
libertad con que se hayan elegido) sin el cual incluso los valores más elogiables pierden la<br />
mayor parte de su mérito. Si mi amigo me ayuda en circunstancias difíciles es este un gran<br />
acierto por su parte que fortalecerá nuestra amistad; pero si me entero posteriormente que su<br />
ayuda fue obligada por las circunstancias o por alguna amenaza que se le hizo, y que él<br />
realmente no quería prestármela, tal servicio perderá a ojos vistas gran parte de su encanto. Si<br />
alguien me vota, me sentiré tal vez halagado o animado por su decisión; si sé luego que su<br />
voto fue comprado, mi evaluación de ese mismo hecho ya no será la misma. Si alguien lee los<br />
libros de la literatura nacional que más me agrada, ello creará cierta afinidad entre nosotros<br />
que con toda probabilidad se romperá si averiguo que los leía forzado porque carecía de otros<br />
ejemplares en su biblioteca. No sentiré tampoco la misma familiaridad ante quien comparte<br />
mi fe religiosa libremente y ante quien lo hace porque no le cupo más remedio que actuar así<br />
para poder sobrevivir.<br />
A partir de esta constatación los liberales, con Locke y Mill como precursores, hemos caído<br />
en la cuenta de que sin libertad cualquier otro valor (creencias religiosas, tradiciones, afectos,<br />
amistades, respeto...) sufre un fuerte menoscabo; la libertad tal vez no sea, entonces, un valor<br />
supremo en el sentido de que se pueda demostrar a todo el mundo que debe preferirlo siempre<br />
por encima de todos los demás: pero sí es un valor que va en cierto sentido más allá de<br />
cualquier otro (a eso es a lo que alude la palabra meta-valor), pues cualquier otro valor<br />
necesita de él para acabar de tener todo su esplendor. Ahí se funda argumentativamente la<br />
primacía de la libertad que los liberales defendemos: y que, si ustedes se fijan, incluso<br />
nuestros enemigos contemporáneos no pueden sino acabar por reconocernos.<br />
Pocos son, en efecto, los que hoy en día combaten en Occidente directamente en contra de la<br />
libertad: la mayor parte de nuestras amenazas como liberales (o, al menos, nuestras amenazas<br />
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