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EL CRISTIANO ANTE LA REALIDAD COLOMBIANA<br />

Palabras leídas en el Congreso del Pensamiento Católico en Medellín, 1959<br />

Por José María Vivas Balcázar<br />

Tiene nuestro tema dos partes que es preciso delimitar desde las primeras palabras: el<br />

hombre y la realidad.<br />

Antes de seguir adelante, es preciso también advertir que no se trata del hombre<br />

simplemente, sino del Hombre de Cristo y que no se trata de una realidad general, sino<br />

de una específica y particular, ceñida a una geografía, una historia y un pueblo.<br />

La sola enunciación del tema es suficiente para proyectar sobre nuestros semejantes un<br />

haz de luces que van a descubrirnos un mundo que nos es propio, la tierra de nuestros<br />

padres, nuestros grandes dolores, nuestros sueños y nuestras esperanzas.<br />

Y cabe ahora sí preguntar: ¿qué entendemos nosotros los cristianos cuando<br />

pronunciamos la palabra “hombre”? Inmediatamente volvemos los ojos hacia la<br />

primera mañana de la tierra. Y es Dios quien tiende la mano sobre la frente de Adán<br />

hecho de torpe limo oscuro , para soplar sobre sus sienes un espíritu inmortal. Es decir,<br />

que materia y espíritu se alzan en la luz del Paraíso, unidos ya para siempre hacia un<br />

destino común. No tratamos únicamente de un ser que razona y quiere; hablamos de<br />

una imagen de la Divinidad. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” se<br />

dijo entonces, y desde entonces somos los humanos lo único importante frente a las<br />

demás cosas y seres. Ese sello divino impreso en nuestras frentes nos acarreó desde el<br />

principio una obligación ineludible: la justicia. En otros términos: que el hombre no está<br />

solo, que hay un vínculo que lo ata al que llora y al que canta, al rico y al que nada<br />

posee, al que nace y al que muere. Vínculo que es idéntico en todos los instantes de la<br />

historia y que no cambia de intensidad en ninguna circunstancia.<br />

Podríamos decir que nuestro semejante nos está unido a las telas del corazón en tal<br />

forma, que al reverenciar al hombre estamos reverenciando directamente al autor de<br />

los seres visibles e invisibles. De ahí que abofetear al semejante es abofetear a la<br />

Divinidad; de ahí que cuando preferimos las cosas de la tierra al rostro de nuestro<br />

hermano, cuando le negamos el pan, le recortamos sol con nuestra sombra, le herimos<br />

con nuestra palabra, le disputamos una cuarta de tierra, le engañamos con nuestro<br />

ejemplo, le encarcelamos o perseguimos sin justicia, estamos comprometiendo el<br />

destino de todos los hombres y el objeto del universo.<br />

Tremenda responsabilidad, compromiso terrible que nos hace temblar cuando<br />

pensamos que nuestro hombre no es el hombre del filósofo, sino el hombre redimido<br />

por quien un día bajó del Padre y se hizo carne de nuestra carne, sangre de nuestra


El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

sangre, hueso de nuestros huesos, para clamar sobre las colinas de la tierra: AMAOS<br />

LOS UNOS A LOS OTROS. Ley de amor cuyo testimonio fue, vosotros lo sabéis, muerte<br />

de cruz.<br />

Así las cosas, hundamos la mirada en la realidad que nos circunda.<br />

Ella es esta patria nuestra, esta geografía, esta sangre, esta cuna, este tugurio, esta<br />

ciudad, ese muerto, ese camino, ese padre, ese árbol, ese río, ese puente, esa aldea,<br />

aquel juez, aquella madre que pide una limosna, aquel abogado que defiende al<br />

criminal cuando Abel tiene aún en los ojos un leve resplandor de vida, aquel predicador<br />

que calla ante los poderosos, aquel cristiano que comulga diariamente y con el mismo<br />

corazón sale a vender a su hermano por treinta monedas de plata.<br />

No creáis que exagero si afirmo que Colombia es un país de cristianos sin Cristo, donde<br />

la letra mató al espíritu y el rito ha servido para cubrir como cal blanca la desintegración<br />

de los sepulcros.<br />

Esta patria nuestra, sembrada de huesos adorados, resplandeciente en la noche por los<br />

fuegos azules de las tumbas, coronada de espinas, siéntase en las tinieblas de la<br />

desolación y no hay profeta hebreo que llore contra sus muros, porque la lengua se nos<br />

volvió de sal y el alma es un nudo de rotos vidrios sangrientos.<br />

Pensad por un instante en lo que ha sido la violencia. Sí, está en las aldeas, acaece en<br />

las veredas y los montes. Pero la violencia vive en nuestros corazones, florece en las<br />

ciudades y las ciudades la exportan a los campos. Porque no hay que creer que es<br />

violento únicamente el que, provisto de antifaz, asesina niños y ancianos inocentes al<br />

amparo del monte y del desfiladero. La violencia tiene muchas fuentes y está más<br />

cerca de lo que piensan las gentes de nuestras grandes urbes, cuyo espíritu de feria nos<br />

hace aparecer como seres felices, ajenos al dolor de ese hermano nuestro, rostro de<br />

Dios, iluminado para un destino inmortal en la luz del Paraíso.<br />

Hace violencia el que sube los precios de las drogas para robustecer caudales de<br />

maldición. El médico que antes que en su misión medita en sus altos honorarios. El<br />

hacendado que derrama la leche por las alcantarillas para sostener un precio de<br />

iniquidad. El abogado que a conciencia defiende violentos, contrabandistas y<br />

estafadores. El ganadero que convierte la frontera en camino de rebaños, restándole a<br />

la riqueza nacional dineros que pertenecen a la comunidad. El exportador de café, que<br />

compra en la noche cargamentos robados y manchados con la sangre de los<br />

campesinos. El educador que convierte su misión en un negocio. El juez que sentencia<br />

de acuerdo con la posición social del inculpado. El ingeniero que burla las cláusulas de<br />

su contrato. El intermediario que hace imposible el consumo de artículos de primera<br />

necesidad.<br />

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El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

El industrial que habla de exceso de utilidades sin remordimiento de conciencia, en un<br />

país donde hay exceso de gentes con hambre, hambre de pan y hambre de espíritu. El<br />

que se apodera en zonas de zozobra de propiedades y de fincas sin ningún escrúpulo.<br />

El intelectual que calla por temor. El dueño del periódico que no deja publicar la verdad<br />

porque afecta sus intereses económicos o los de sus amigos. El escritor que tergiversa<br />

los hechos de acuerdo con su interés personal. El político que olvida el bien común y<br />

usufructúa altas posiciones únicamente para su provecho particular .El dueño de tierras<br />

que las mantiene improductivas, en espera de que el esfuerzo conjunto de los<br />

asociados se las valorice. El padre de familia que cambia el hogar por el club, sin<br />

sospechar que sus hijos necesitan su cotidiana presencia, como que él constituye la<br />

guía moral y el eje de la familia. La madre, que prefiere la mesa de juego a su misión de<br />

educadora. La niña de sociedad que danza toda la noche y no se da cuenta del racimo<br />

de seres humanos que duerme a la vuelta de la esquina sin pan, sin techo, sin alfabeto,<br />

sin patria y sin Dios. La sociedad, en fin, que todo lo perdona y exculpa, cuando el<br />

delincuente ostenta mesa bien servida, platos suculentos, rosas y vino. El Estado, por<br />

último cuya acción corre por cauces de un materialismo tal, que se preocupa más de la<br />

erosión de los suelos que de esa otra, tremenda y devastadora: la erosión de las almas.<br />

Como podéis advertir, en el fondo de todo esto hay un factor que es la causa única de<br />

los dolores y horrores de este suelo y de nuestras gentes: el amor al dinero. Estamos<br />

como en el desierto y ya no nos conmueven ni truenos ni relámpagos. El pueblo danza,<br />

las ciudades ríen, cantan y hacen ferias en torno del Becerro de Oro. Al pie del monte<br />

yacen, en pedazos, las Tablas de la Ley.<br />

Por el dinero todo se justifica entre nosotros. El oro, como un dragón sombrío, todo lo<br />

devora y relampaguean sus alas entre las cosas inmundas... ¡Que rara es la dignidad que<br />

no se abate ante una cuenta bancaria! ¡ Qué pocas las inteligencias que no se inclinan<br />

ante el poder de unas monedas! ¡ Qué escasas las voluntades que no se quiebran ante<br />

un jardín, ante una alfombra, ante un vino dorado! El rostro del hombre, la imagen de la<br />

Divinidad, nada vale; se la pisotea si es preciso para rendirle así homenaje al dios<br />

sombrío de Colombia: el oro.<br />

Yo pienso aquí en ese Dios de Colombia que invocaba el Libertador de estos pueblos. Y<br />

no es el mismo que nosotros adoramos. Porque aquel mancebo caraqueño nacido<br />

entre riquezas, fue el mismo que un dia se despojó de su camisa de seda y sus<br />

diamantes y los llevó como tributo al arca que había sido destinada a allegar fondos<br />

para la Revolución. Pienso en ese Señor de Desventuras y de Glorias que, con soldados<br />

harapientos, atravesó la noche de la nieve y de los cóndores, más parecido a un Capitán<br />

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José María Vivas Balcázar<br />

de la Pobreza que a un conquistador de reinos y ciudades. Pienso en él, porque se nos<br />

murió sin camisa y sin dinero. Pero tuvimos desde entonces el iris de una bandera para<br />

cubrir su desnudo corazón ya sin latido.<br />

Por adorar a un dios que no es el Dios de Colombia, hemos llegado a esta clase de vida<br />

en que ya no sabemos distinguir entre el bien y el mal, entre el delito y la virtud. Casi<br />

diría que al perder la dignidad de seres racionales no tenemos derecho a ser libres.<br />

Somos esclavos. Somos esclavos de nosotros mismos y de nuestras pasiones. No os<br />

admiréis si mañana aparece un nuevo dominador de hombres por la fuerza. Porque ese<br />

tipo de hombre no es producto ciego de un pueblo, sino la resultante lógica de la<br />

corrupción de las conciencias. Cuando aparece el tirano es porque la sociedad ya se ha<br />

hecho esclava. Esclava del desenfreno, del placer, de la vida fácil, del lujo y la riqueza;<br />

entonces es natural que surja un hombre que pretenda representar a todas esas cosas<br />

que la comunidad adora ciegamente.<br />

De ahí que si queremos ser libres, debemos luchar todos los días por alcanzar la<br />

libertad. Porque la libertad es un camino en el que se avanza, sólo cuando luchamos<br />

contra nosotros mismos.<br />

Ya se dijo por quien tenía por qué decirlo: LA VERDAD OS HARÁ LIBRES. Y la crisis<br />

colombiana es una crisis de la verdad. Todo el mundo le teme; se esconde y tiembla<br />

ante su luz. Digamos la verdad aunque nos duela, mirémosla de frente, sin timideces ni<br />

rodeos, dispuestos a morir por ella a cambio de ganar la libertad.<br />

De lo anterior se deduce que estoy sosteniendo que la crisis de Colombia es una crisis<br />

moral. Pero algunos de vosotros me vais a replicar que es una crisis social y económica.<br />

No lo niego. Y más aún, yo pregunto: ¿es que las crisis sociales y económicas no son en<br />

el fondo la misma crisis moral? Tomemos un caso concreto. Por ejemplo, la crisis de la<br />

vivienda y de la tierra. Mirad al fondo y advertiréis que si hubiese un mayor espíritu de<br />

justicia entre nosotros, un entender que el hombre es nuestro hermano, no le<br />

negaríamos ni la tierra, ni el techo, ni el pan. ¿Cómo es posible que existan grandes<br />

ciudades cercadas por anillos de hierro de fabulosos propietarios que ni regalan, ni<br />

venden, ni propician la adquisición de un lote para esa familia que vino huyendo de la<br />

violencia de los campos y se encuentra ahora con la violencia de las calles, más cruel y<br />

más ciega que la de las hondonadas y veredas?<br />

Yo creo que los cristianos no podemos seguir callando la verdad y que en este campo<br />

no podemos ceder la bandera a otras manos. Antes de que eso suceda debemos<br />

levantar nuestra voz para abrirles los oídos a los sordos, para decirles con todas<br />

nuestras fuerzas que es preferible perder una cuarta de tierra antes que perder la vida.<br />

Debemos levantar nuestra voz para repetir aquel clamor de San Ambrosio: ¿Hasta<br />

dónde se extienden ¡oh ricos! vuestros irracionales apetitos? ¿Es que solamente vosotros<br />

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El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

habitáis la tierra? ¿Por qué excluís a vuestros hermanos según la naturaleza y os apropiáis<br />

toda la tierra? La tierra ha sido creada para todos, para los ricos y para los pobres. ¿Por<br />

qué tú te apropias para ti solo de lo que ha sido dado para común utilidad de todos? La<br />

tierra no pertenece exclusivamente a los ricos. Es patrimonio de todos y sin embargo, son<br />

muchos menos los que no usan de lo suyo que los que usan de ello. El Señor ha querido que<br />

la tierra fuese común posesión de todos los hombres y que todos participen de sus frutos.<br />

Mas la avaricia fue la causa de haberse repartido entre pocos las posesiones”.<br />

Frente a las concepciones modernas de la propiedad no deja de preocuparnos<br />

hondamente el no disimulado criterio de algunos compatriotas, que aspiran a ceñir la<br />

concepción cristiana de la vida a determinado sistema de propiedad. La Iglesia de Cristo<br />

no podrá ceñirse nunca en forma definitiva a un solo sistema económico!<br />

¿Por qué? me dirá alguno. Le respondo con las palabras del Canónigo Albert Dondeyne:<br />

Los socialistas nos reprochan generalmente que nuestra moral de la propiedad, puesto<br />

que se presenta como una moral revelada, definida por Dios y por la Iglesia, es una moral<br />

estática, congelada y por consiguiente opuesta al progreso. Nosotros seríamos<br />

conservadores por vocación. Si el reproche fuera fundado, sería muy grave, porque sería<br />

borrar de un golpe la vocación terrestre del cristianismo en el mundo de hoy, lo cual sería<br />

condenar al creyente a vivir al margen de la sociedad actual. Hay que confesar que, a<br />

veces, hemos producido esta impresión y que algunos cristianos parece que todavía<br />

confunden la teoría de la propiedad con un régimen determinado. La teoría cristiana es<br />

una doctrina moral que tiene un valor eterno: está por encima de todos los regímenes<br />

económicos. Pero, además, la moral cristiana de la propiedad implica una doble<br />

obligación. Por una parte, el respeto a los bienes ajenos: NO ROBARÁS. Por otra, la<br />

obligación de “otorgar a todos, en la medida que sea posible, una propiedad privada” (Pio<br />

XII) o en otras palabras, la obligación de mejorar sin cesar el régimen de la propiedad, a<br />

saber que “el conjunto de los bienes de la tierra está destinado al conjunto de los<br />

hombres”.<br />

Es decir, que la moral cristiana bien comprendida, nada tiene que ver con un código de<br />

reglas congeladas, que bastaría aplicar desde el exterior como el patrón de medidas del<br />

físico o del geómetra.<br />

La moral cristiana - concluye el ilustre profesor de la Universidad de Lovaina - es<br />

esencialmente un conjunto orgánico de juicios de valores y como todo juicio de valor, es<br />

una actitud dinámica del alma, inspiradora de la acción del hombre en el mundo.<br />

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El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

Si con relación a la tierra tenemos los cristianos un criterio amplio y definido¿ qué decir<br />

con relación a los salarios? Podríamos citar numerosos apartes de Pontífices y<br />

apologistas católicos sobre el particular. Para demostrar que el cristianismo es un<br />

espíritu dinámico y revolucionario, basta pensar que cuando remuneramos a un<br />

trabajador, no debemos hacerlo únicamente por su eficiencia o su técnica, sino, antes<br />

que todo, porque debemos ser justos y reconocer en su frente el sello de la Divinidad.<br />

Esta idea abre tan luminosos horizontes en el terreno del pensamiento católico que, si<br />

para salvar la vida de un hombre, fuese necesario renunciar a más puentes metálicos,<br />

más edificios solemnes, más jardines admirables, deberíamos renunciar a ellos, porque<br />

primero está la imagen de Dios que todas las cosas de la tierra. Más aún, porque ese<br />

mismo Dios tomó rostro de obrero y fue varón de taller y de serrucho, comió pan con<br />

los pobres y reafirmó su faz de hombre de pobreza cuando dijo: Porque tuve hambre y<br />

me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis; iba<br />

desnudo y me cubristeis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme. venid,<br />

benditos de mi Padre a tomar posesión del reino celestial.. Es decir, que el reino de los<br />

Cielos fue prometido a quienes vieron en la tierra a Cristo, vestido de obrero, con<br />

hambre, con sed y desnudez.<br />

Y aquí quiero hacer especial hincapié en una palabra. Me refiero a la palabra “caridad”.<br />

Han encontrado nuestras gentes un medio muy fácil para ganarse el Reino de<br />

los Cielos. Entre nosotros el llamado cristiano se siente satisfecho cuando ha dado una<br />

limosna a la puerta del templo, pero con la misma mano con que dio la limosna firma al<br />

dia siguiente un contrato injusto, autoriza sin piedad un despojo, engaña al que le<br />

compra y hasta vende cosa ajena. Y todos estos actos cree cubrirlos con tres sílabas: CA<br />

RI DAD.<br />

Y algo más irritante todavía: para dar una limosna exige un baile, un desfile de modas,<br />

un retrato en el periódico. Cuando da una moneda no lo hace por ese Obrero que fue<br />

crucificado, sino para obtener un nuevo título de vanidad, para buscar el aprecio social<br />

y colectivo. Falsa caridad la que prescinde de la justicia, falsa caridad la que persigue el<br />

propio interés; falsa caridad la que les arroja las migajas de la mesa a los hijos de Dios.<br />

Como sería falsa justicia y falsa caridad el preocuparnos únicamente de las necesidades<br />

materiales. Creen algunos que le están sirviendo a la patria eficazmente porque han<br />

hecho caminos, porque han creado fábricas, porque han construido Bancos<br />

monumentales, porque los canales de regadío benefician praderas ubérrimas. Eso está<br />

bien. No los condenamos. Pero eso sólo ¿es suficiente?<br />

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El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

Hace muchos años nuestros campesinos cruzaban el río de la vereda y el puente era de<br />

guadua. El pie iba descalzo y la luz acompañaba a esos hombres de mejilla de breña<br />

porque en sus corazones latía una gota de rocío: el amor al semejante. Hoy ¿qué<br />

sucede? El puente es metálico y solemne. El campesino lo cruza en vehículo veloz. Pero<br />

ya no vuela de sus labios, de orilla a orilla, el saludo: “Alabado sea Dios”. Ahora mata. Y<br />

con la mano ensangrentada, esa misma mano que los abuelos usaron para bendecir el<br />

sueño de los niños, busca una moneda en los despojos del caído.<br />

Es que al hombre nuestro le matamos el alma .Pensamos únicamente en las cosas<br />

materiales y nos olvidamos de enseñarle que esas cosas nada valen, que son<br />

perecederas, pero que el alma es inmortal; que existe un juicio que no podremos eludir<br />

con fórmulas externas; que para alcanzar las cosas de la tierra primero hay que buscar<br />

el reino de Dios y su justicia.<br />

Y el reino de Dios es, en primer término, el reino del espíritu.¿ Cómo os explicáis que<br />

vivamos en una sociedad tan indiferente, dura y cruel que la mitad de los colombianos<br />

no conozcan a estas horas de la civilización y la cultura las primeras letras del alfabeto?<br />

Cómo os explicáis que a los colegios y las universidades tan solo lleguen los que con mil<br />

sacrificios o por arte de heredada fortuna pueden comprar libros carísimos y pagar<br />

altas pensiones? No formulo un cargo. Anoto un hecho.<br />

Y si tratara de localizar al responsable de esta situación, diría que todos nosotros lo<br />

somos en mayor o menor grado. Lo somos en primer lugar porque todo lo esperamos<br />

del Estado. Partimos de la base de que educar corresponde exclusivamente al<br />

gobierno. Y eso es falso. Le corresponde, en primer termino, a la sociedad. El sentido<br />

de solidaridad no es solamente para con el escaso de medios de fortuna. Lo debe ser,<br />

antes que todo, para con el que tiene hambre de espíritu. En dónde están, pregunto,<br />

las donaciones para colegios, universidades, instituciones de cultura, museos,<br />

conservatorios, escuelas de arte?<br />

¿Cuál es la situación actual del libro entre nosotros? ¿Cuál la del profesor, del maestro y<br />

del intelectual? Tan parias son estos últimos como los más menesterosos proletarios. A<br />

la sociedad no le interesa eso del espíritu. O si le interesa, parece que se propusiese<br />

convertir la cultura en un privilegio de las clases adineradas ¿ Y es que estas clases<br />

pueden denominarse clases cultas? Tampoco. Porque si lo fueran, ya habrían hecho<br />

sentir su peso y su influencia sobre todas las capas de la nación colombiana. Una de las<br />

características del hombre culto es su afán de comunicación con el vecino, es su deseo<br />

de participar sabiduría, es su empeño de dilatar el conocimiento ajeno.<br />

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El Cristiano ante la realidad colombiana<br />

José María Vivas Balcázar<br />

¿Qué se puede esperar de un país en donde todo se ha vuelto feria, fiesta, reinado y<br />

consumo de bebidas embriagantes? ¿Qué se puede esperar de un pueblo en donde el<br />

trabajo intelectual se remunera con salario de esclavo? En donde el ciclista recibe por su<br />

carrera y por su esfuerzo casa, premio y galardón, mientras el maestro de escuela<br />

envejece en la miseria? Inversión de los valores. Predominio de la fuerza sobre el<br />

espíritu. Triunfo de la materia sobre el alma.<br />

Aspiro a que se entienda que no soy enemigo del deporte. Soy amigo; pero lo soy para<br />

la cultura. Y no para la barbarie. Es que nuestros estadios, después de invertir en ellos<br />

sumas ingentes de dinero, nos presentan el espectáculo de un pueblo respetable y<br />

respetuoso? No lo creo. La vulgaridad en todas las relaciones de la vida, la palabra<br />

altisonante, el alarido, el tumulto y las más bajas manifestaciones, hacen marco a las<br />

distracciones de nuestras gentes. Entonces, preguntamos, hemos invertido suficiente<br />

tiempo y dinero en la tarea de educar a nuestros semejantes?<br />

Y otra cosa: ¿no observáis la tendencia de nuestros centros de educación a rodear de<br />

comodidades modernas a sus estudiantes? Me diréis que eso está bien y yo os<br />

respondo que está bien. Pero no recordáis aquella generación del año 1810 que nos dio<br />

la libertad? Sala de ladrillo, casa modesta, tembloroso candil, libro abierto. Y de esas<br />

casas de la Colonia salió hacia la luz una generación redentora. Es Caldas que con<br />

pobres instrumentos se dedica a seguir la ruta de las estrellas; es Torres, que con paso<br />

firme asciende al cadalso, convencido de que su cabeza es una antorcha de equidad y<br />

de justicia. Es Nariño, que abandona su biblioteca y su hogar y cambia libros por<br />

cadenas, riqueza por miseria, vida por cenizas.<br />

¿Cuál es la diferencia? Aquellos hombres creyeron más en la esencia que en las formas<br />

externas de la cultura. Casas modestas, aulas universitarias casi pobres, patios sin jardín<br />

y sin piscina. Para ellos lo importante era el alma y el alma eran los libros.<br />

Muchos son los aspectos que restan por considerar acerca del cristiano ante la realidad<br />

nacional. Pero con los expuestos me parece más que suficiente para despertar<br />

numerosas inquietudes.<br />

Como conclusión podríamos rubricar una muy desoladora: En Colombia no hay<br />

cristianismo, hay fórmulas externas, con las cuales amparamos injusticias; el afán de<br />

dinero ha corrompido la conciencia nacional. Ante tan graves males solo se presenta<br />

una solución: un esfuerzo común, unánime y generoso para volver por la dignidad del<br />

hombre colombiano.<br />

Lógicas son estas conclusiones si aceptamos que para el cristiano el hombre es un ser<br />

total, una unidad en que se funden espíritu y materia, una criatura llamada a un fin<br />

superior. Pero llamada no solamente en forma individual sino también colectiva y que,<br />

por tanto, tiene obligaciones de orden moral que no puede violar sin comprometer su<br />

destino y el de la comunidad de los hombres.<br />

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José María Vivas Balcázar<br />

Habla la iglesia de la Comunión de los Santos. Pero esa comunión no puede hacerse si<br />

antes no hacemos comunión con los vivos. Somos solidarios con los muertos y lo<br />

somos con los que no han nacido, pero para serlo de verdad se precisa que nos demos<br />

cuenta de los hilos invisibles que nos unen, en indestructible red complicadísima, con<br />

los que nos rodean. Mal podemos aspirar a la comunión de los santos si negamos<br />

nuestro destino terrestre, si a nuestro hermano le escondemos la luz, si le crucificamos<br />

y después le decimos: "Desciende de la cruz..."<br />

Estamos con el dolor ajeno, defendemos el salario del obrero, lo acompañamos en su<br />

lucha, pedimos casa y abrigo para su desnudez, pero no porque creamos que así trabaja<br />

más, sino porque estamos convencidos de que fue tocado por la Divinidad en la<br />

primera mañana de la vida y que del polvo de la tierra volveremos a levantarnos cuando<br />

los siglos se derrumben, para volar, transfigurados ya en una infinita claridad.<br />

El manco, el triste, el despojado, el hambriento, el desnudo, el que no sabe, el herido, el<br />

pisoteado, el solo, el de la mano callosa, el del rostro con llanto, es nuestro hermano. Y<br />

con esta certidumbre vamos hacia la luz. Con nuestro hermano veremos a Dios.<br />

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