LA VOLUNTAD DE ENTENDERSE
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Publicado en: http://mariaclararuiz.com<br />
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La Voluntad de Entenderse<br />
A veces me pregunto si en realidad tenemos una sincera disposición para entendernos. Sucede a<br />
menudo, cuando presencio o participo en discusiones, en las que más que querer entender lo que la<br />
otra persona está diciendo, lo importante parece ser tener la razón o ganar la partida, como si se<br />
tratara de una competición donde el vencedor obtendría algún premio deseado.<br />
Sobre esta base se han asentado<br />
formas de ser individuales y sociales,<br />
que acaban extendiéndose muchas<br />
veces a ideologías y paradigmas<br />
absolutistas. Realidades que se<br />
construyen, no a partir de la<br />
investigación y de la búsqueda, sino<br />
a j u s t a d a s a p e n s a m i e n t o s y a<br />
construidos desde la necesidad de<br />
imponer la propia percepción de las<br />
cosas. Pensamientos estáticos y<br />
rígidos, propios de sociedades<br />
dictatoriales que tantos de nosotros<br />
criticamos pero que, a menudo sin<br />
darnos cuenta, reproducimos en diversos espacios personales, sociales y/o profesionales. Es<br />
necesario ser conscientes de ello para lograr una verdadera comunicación desde la voluntad<br />
de entendernos.<br />
Porque cuando una disertación compartida se basa en el desencuentro, priorizando los<br />
intereses individuales o parcialmente colectivos, el sentido de la comunicación se desintegra<br />
completamente. Cuando no se escucha, cuando se anticipa la respuesta del interlocutor sin<br />
darse la oportunidad de conocerle porque hay una idea preconcebida, es decir, un prejuicio,<br />
la palabra deja de ser un recurso para el diálogo, convirtiéndose inmediatamente en un arma<br />
diseñada para una guerra de razones.<br />
Pienso que esta es una de las más dramáticas presentaciones de la crisis social que vivimos y<br />
se manifiesta en una creciente dificultad para encontrar espacios de expresión libre de las<br />
emociones, de los pensamientos y de los diversos puntos de vista, donde los vencedores son<br />
aquellos que parecen gozar de la palabra fácil, aunque su voz carezca de contenido,<br />
profundidad o reflexión previa y donde el que más grita resulta siendo el que más sabe.<br />
¿Por qué sucede esto? Habría, precisamente, que discutirlo. Posiblemente porque no existe<br />
una educación para la comunicación y el diálogo, dando más valor a la asertividad en las<br />
respuestas que a la reflexión, y porque dudar o equivocarse no se incluyen en los puntos a<br />
favor en el camino hacia el éxito social. Desde muy pronto se nos presiona para responder,<br />
antes que para pensar, poniendo el valor en ser el primero en encontrar las respuestas y no<br />
en construirlas mediante la reflexión colectiva. Además, porque no desarrollamos<br />
habilidades para el discernimiento y la discusión, pero sí para detectar lo que el otro quiere o
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no quiere escuchar, para ser aceptados y queridos, es decir, tomados en cuenta.<br />
En ese sentido, la comunicación se convierte en una estrategia para agradar o para expresar<br />
nuestra hostilidad, y no para desarrollar el pensamiento en compañía. No para ir<br />
descubriendo lo que realmente pensamos y mucho menos para, en el encuentro, darnos la<br />
oportunidad de cambiar, de ampliar la opinión, de mejorarla. Y así es como pierde su sentido.<br />
La comunicación es una necesidad humana y sería muy enriquecedor mantenerla lo más pura<br />
posible, dándole su espacio para que suceda lo que tenga que suceder, sin expectativas, sin<br />
querer sacar de todo una ventaja, un premio más para la colección de medallas que avalan el<br />
haber vencido.<br />
Porque si lo vemos bien, en este tipo de comunicación competitiva y con veladas<br />
intenciones, nadie gana. Al contrario, tanto el vencedor como el vencido se quedan sin la<br />
experiencia de haber crecido en el encuentro y ese el drama del fracaso en cualquier<br />
interacción humana. Lo que queda, el sabor amargo y el cansancio por haber gastado<br />
cantidades enormes de energía en algo que no acabó siendo más que una vulgar lucha de<br />
poderes.<br />
Esta situación, tan cotidiana, es fácil de observar en discusiones y desacuerdos. Pero el<br />
desencuentro va mucho más allá de estos episodios. Sucede también cuando, cada vez más,<br />
carecemos del tiempo suficiente para escuchar a los demás. Porque todo el mundo, por poco<br />
interesante que parezca, tiene algo que contar. Su historia, sus vivencias, los libros que ha<br />
leído, los sitios que ha visitado, las experiencias que ha superado. ¿Has sentido alguna vez el<br />
deseo de contar con alguien que tenga todo el tiempo para escuchar tu historia, sin prisas?<br />
¿Sabes cuan curativo es ese momento? Sufrimos de una soledad crónica y cada vez son<br />
menos los espacios reales para comunicarnos. Me pregunto si es por eso que los foros de<br />
internet y las redes sociales están plenos de confesiones íntimas e historias cotidianas que se<br />
lanzan al aire, tal vez con la esperanza de aterrizar en algún puerto acogedor.<br />
Pero, aunque estamos tocando fondo, no sirve de nada pensar en que todo está perdido. Por<br />
esto, considero que un buen punto de partida está en la educación, desde edades tempranas,<br />
inculcando el respeto por las formas diferentes, reforzando la actitud tan propia de los niños<br />
sanos, de actuar y hablar sin esa segunda intención de conseguir, con lo que se dice, algún<br />
tipo de respuesta conveniente, que produce en el otro una inhibición incapacitante, sin<br />
conceder espacio al análisis que pueda derivar en una opinión opuesta o en una crítica, sin<br />
dar espacio al silencio reflexivo, para no experimentar el peligro de permitirse, al menos,<br />
ampliar la percepción.<br />
Sin embargo, lejos de aceptar como válida una solución poco espontánea, propia de la<br />
conocida actitud tramposa de oír sin escuchar, como para que no se note que lo que dice el<br />
otro nos importa poco, basta para empezar con la toma de consciencia, aunque reconocer los<br />
límites pueda resultar poco adecuado para quienes han hecho de su persona una estrategia<br />
publicitaria. Ahogar los espacios con la propia palabra y con la imposición de las ideas<br />
individuales puede dar lugar a una falsa sensación de seguridad que, como bien sabemos,<br />
resulta siendo paralela a una velada sensación de inseguridad.<br />
¿Y si probamos a escuchar de verdad, a estar presentes en el discurso del otro, a intentar<br />
sentirle, ponerse en su lugar, callar y pensar, apostando, aún con el riesgo que conlleva, en la
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confianza de la existencia de una buena intención mutua? Creo que esto facilitaría<br />
enormemente el ambiente interrelacional, las ganas de seguir conversando y, sobre todo, la<br />
maravillosa experiencia de vivir acompañados.<br />
María Clara Ruiz