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Relatos Increíbles<br />
Busqué más presas. Les di el mismo tratamiento que a las anteriores. Pero ya no era lo mismo.<br />
El torturarlas y cortarlas en pedazos no tenía efecto en mí. Sus miradas suplicantes y sus voces<br />
lastimeras ya no me inspiraban lujuria, <strong>sin</strong>o rabia. Una rabia fría y desmedida, incontrolable, que<br />
desataba sobre ellas como queriéndoles hacer pagar por mi inapetencia. Era como arrojar un plato<br />
de comida al piso por no poder sentir los sabores en el paladar.<br />
Ahora que veo flotar los restos de nuestras víctimas en la tormenta, condenadas a ser incorruptibles<br />
como nos<strong>otros</strong>, me doy cuenta de la magnitud de nuestra obra. Su extensión es tal que<br />
se pierden en el horizonte. Al pasar el campo de ojos, nos encontramos con las vísceras. Son tantas<br />
que parecen sargazos de color de rosa. Se enredan en mis miembros como los tentáculos de un<br />
animal que quisiera arrastrarme a las profundidades. Aún me sigue maravillando la longitud de las<br />
vísceras que caben en un ser humano. <strong>La</strong> primera vez que quise desplegarlas totalmente en el piso<br />
de mi casucha no me alcanzó el espacio.<br />
Luego vinieron los huesos. De todos los tamaños y texturas. En los cráneos veo sonrisas<br />
tétricas de bienvenida. Qué gusto verte de nuevo, parecen decir.<br />
Entonces las olas gigantescas se tiñeron del color rojo oscuro de la sangre. Su calidez nos<br />
hirió y acabamos cubiertos por ella. Volví a sentir su sabor dulzón en la boca, y tuve que limpiarme<br />
los ojos con la mano para librarme del espeso líquido que me cegaba.<br />
<strong>La</strong> tormenta amainó y los primeros bloques de hielo comenzaron a aparecer. Se hicieron<br />
más numerosos a medida que avanzábamos. El cielo se oscureció aún más. Lentamente se abrió un<br />
claro entre unas enormes montañas de hielo y lo vimos. Allí estaba. Nuestro Padre, el Iceberg Negro,<br />
justo frente a nos<strong>otros</strong>. Su pico visible se extendía retorciéndose en las alturas hasta casi tocar<br />
el techo de nubes grises. Pero lo que asomaba sobre la superficie era tan sólo su cetro. Su cuerpo se<br />
extendía in<strong>fin</strong>ito en las profundidades del mar helado.<br />
Entonces sentimos un rugido sordo que surgía de sus entrañas ocultas y cubrió el espacio<br />
circundante, estremeciéndonos. Era como un saludo de bienvenida. Parecía decir que nos estaba<br />
esperando. El pico empezó a hundirse lentamente y las aguas formaron un gigantesco remolino<br />
a su alrededor y nos<strong>otros</strong> comenzamos a girar y a caer con ellas. Pudimos ver entonces la mole<br />
descomunal que quedaba ahora al descubierto. El estruendo de las aguas al caer era ensordecedor.<br />
Seguimos cayendo y las tinieblas empezaron a apoderarse de nos<strong>otros</strong>. Sólo entonces comprendí<br />
lo que nos había pasado. Era el <strong>fin</strong> de una era y el comienzo de otra. Nos fusionaríamos en las profundidades<br />
con nuestro Padre. El Iceberg Negro se elevaría omnipotente sobre el mar helado hasta<br />
cubrir el último vestigio de luz de este mundo y las tinieblas serían eternas y nuestro reino in<strong>fin</strong>ito.<br />
Íbamos a renacer.<br />
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