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24<br />

I Premio de narrativa local 2016<br />

Sentado en el camastro, frotó con furia la cara con<br />

ambas manos. Dejaba la celda tras diez años en<br />

el corredor.<br />

—Estoy preparado.<br />

****<br />

Smith llegó a casa, se paró frente a la ventana<br />

y masculló algo ininteligible, un sucedáneo de<br />

oración parte del ritual de soledad <strong>es</strong>tablecido<br />

d<strong>es</strong>de que Kristal se marchó d<strong>es</strong>pués de pedirle<br />

el divorcio.<br />

Jamás le había pu<strong>es</strong>to la mano encima, ni ella<br />

podría decir que no había trabajado como el que<br />

más para intentar que no le faltara lo impr<strong>es</strong>cindible.<br />

Y un día llegó y aquella mosquita muerta le<br />

dijo que se marchaba, sin darle ningún motivo.<br />

Sacudió la cabeza y se concentró en el movimiento<br />

que percibió enfrente. Le odiaba. Odiaba su<br />

manicura de cien dólar<strong>es</strong> y su traje de mil. Odiaba<br />

la limusina con chófer que le recogía cada<br />

mañana. Odiaba su apartamento, que relucía en<br />

el Upper East Side por alzarse en el lado sur de la<br />

96th mientras aquella pocilga, lo único que podía<br />

pagar con el sueldo de la cárcel, pertenecía al<br />

East Harlem por encontrarse al norte. Pero sobre<br />

todo, le odiaba por ella.<br />

Daría su brazo derecho por llevarla a tomar unas<br />

cervezas al Kinsale. Echaría del piano al patán<br />

que lo aporreaba cada maldita noche y se lo<br />

ofrecería a ella. Esa panda de inútil<strong>es</strong> <strong>es</strong>cucharía<br />

música de verdad por una vez en su vida. Le pediría<br />

que llevase el v<strong>es</strong>tido rojo que tanto le gustaba<br />

ponerse en casa y todos babearían como imbécil<strong>es</strong>.<br />

Pero lo que tocase tendría que sonar un poco<br />

más alegre que <strong>es</strong>o. El autor debía arrastrar una<br />

existencia d<strong>es</strong>graciada para componer algo así.<br />

No <strong>es</strong> difícil, sólo hay que soportar una vida de<br />

mierda y poder compararla con la de <strong>es</strong>e cerdo.<br />

O <strong>es</strong>tar casada con él.<br />

Seguro que el día anterior lo que comprobaba en<br />

el Wall Street Journal era cuánto habían subido<br />

sus accion<strong>es</strong>. Ni la había mirado d<strong>es</strong>de que se<br />

sentó. Con los prismáticos parecía que podría extender<br />

el brazo y agarrarle por su <strong>es</strong>tirado cuello.<br />

Merecieron la pena los cincuenta pavos.<br />

El muy imbécil no la había perdonado. Aquel maldito<br />

día de perros Smith lo pr<strong>es</strong>enció todo y fue<br />

un accidente. El jodido crío se le soltó de la mano<br />

y el taxista, con lo que jarreaba, no pudo frenar.<br />

Jamás se le había <strong>es</strong>capado una lágrima, ni siquiera<br />

cuando su padre llegaba borracho con<br />

ganas de unos asaltos sin guant<strong>es</strong>, pero al verla<br />

arrodillada en la acera, empapada, con el cuerpo<br />

del niño en brazos, <strong>es</strong>tuvo en un tris.<br />

Si hubi<strong>es</strong>e levantado la cabeza del periódico, habría<br />

leído el sufrimiento en sus ojos. Él podía verlo<br />

d<strong>es</strong>de allí y <strong>es</strong>taba a cuarenta metros. Le miraba<br />

de tanto en tanto, anhelando una palabra de cariño,<br />

buscando consuelo. Nec<strong>es</strong>itaba un hombre<br />

de verdad y no un alfeñique con chaleco. Llegó<br />

la hora de cenar. Calentó otro de <strong>es</strong>os asquerosos<br />

platos precocinados y lo hizo bajar con unas<br />

cuantas cervezas. La maldita silla le daba dolor<br />

de <strong>es</strong>palda así que llevó el sofá hasta la ventana.<br />

Justo al terminar su bazofia, la mujer se quedó<br />

sola. En realidad, siempre <strong>es</strong>taba sola. No podía<br />

creer que el muy hijo de perra se hubiera ido a la<br />

cama. De nuevo tocó <strong>es</strong>a música triste. Le hubiera<br />

gustado leer sus pensamientos mientras acariciaba<br />

las teclas, apostaría que talladas en marfil.<br />

Su piel también parecía de marfil.<br />

Las notas se cortaron de repente. Aún sentada en<br />

el taburete del piano, se quitó los zapatos dejándolos<br />

sobre la m<strong>es</strong>a de madera del saloncito. Le<br />

sorprendió <strong>es</strong>e detalle. Y que cerrara la tapa del<br />

teclado, también. Pero lo que le asustó fue la sonrisa,<br />

porque nunca la había visto sonreír y aquello<br />

semejaba más una mueca de d<strong>es</strong><strong>es</strong>peración.<br />

Se movió con la agilidad de un puma. En un instante,<br />

se erguía sobre el alféizar de la ventana,<br />

abrazada a la columna que la enmarca. Adelantó<br />

el pie izquierdo, tan pequeño y tan blanco.<br />

Cerró los ojos.<br />

Gritó. Creía que un no aterrorizado había salido<br />

de su boca, no lo recordaba. Sostenía sin problemas<br />

la mirada de cualquier fulano al colocarle la<br />

capucha una vez sentado en la silla, como había<br />

hecho aquella misma tarde, pero no podía<br />

ni siquiera imaginar que ella saltara. La mujer se<br />

paralizó mirando demudada hacia su edificio. No<br />

había podido verle porque siempre mantenía las<br />

luc<strong>es</strong> apagadas, pero la expr<strong>es</strong>ión de su rostro<br />

cambió mientras retrocedía. Tras una hora de inmovilidad<br />

absoluta en el sillón de su marido, con<br />

movimientos propios de un cachorrillo apaleado,<br />

d<strong>es</strong>apareció.<br />

Pasada la medianoche, somnoliento, decidía<br />

arrastrar los pi<strong>es</strong> hacia el catre cuando un aleteo<br />

blanco sobre el recuadro de oscuridad, percibido<br />

por el rabillo del ojo, le llamó la atención. Su<br />

mano d<strong>es</strong>tacaba apoyada en el marco. No supo<br />

por qué lo hizo, debía <strong>es</strong>tar volviéndose un blando,<br />

pero también sacó la suya a la vista. De todas<br />

formas, no importaba, porque ella no disponía de<br />

prismáticos. La retiró enseguida.<br />

No se consideraba un mirón. Los compró para ir<br />

a cazar patos con los chicos. En cuanto dejase a<br />

toda <strong>es</strong>a basura en sus celdas, volvería derechito<br />

a casa y si <strong>es</strong>a gente no echaba las cortinas, no<br />

era su problema. Además, no fisgaba en el dormitorio.<br />

Sólo se trataba de una <strong>es</strong>tatua de marfil<br />

al otro lado de la 96th.<br />

****

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