Narrativas Carlos H Macchiaroli
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>Narrativas</strong><br />
Por<br />
<strong>Carlos</strong> H. <strong>Macchiaroli</strong>
Eusebio<br />
-¡Buenas tardes! ¿Le molesta si me siento?<br />
-¡No! Siéntese. –respondió ella.<br />
-Gracias. –dijo Eusebio y se sentó.<br />
Una ligera brisa pasaba por allí
-¿Hace mucho que usted viene a esta plaza? –quiso saber Matilde.<br />
-Sí, dos años tal vez.- respondió Eusebio y acotó: -Pero antes<br />
me sentaba en aquel otro lado, por el sol ¿Vio?<br />
-Yo también –dijo ella- Me sentaba en un banco pero de este<br />
otro lado. –y señaló hacia la izquierda.<br />
-Y al sol hay que seguirlo. –manifestó él con una breve sonrisa y<br />
callaron las voces.<br />
Mientras tanto unos chicos jugaban sobre el césped. Algunas<br />
personas caminaban por los diferentes senderos de la plaza.<br />
También había gente en otros bancos, parejas, amigos y bullicio<br />
de pájaros adornaban el aire.<br />
Eusebio tenía recién 75 años, Matilde 77. Coincidieron esa<br />
tarde en sentarse en el mismo banco donde daba a pleno el tibio<br />
sol del otoño.<br />
-¿Vive por acá cerca? –habló Eusebio para romper el silencio<br />
que se había instalado entre ambos.<br />
-Vea usted –dijo Matilde distraídamente- Me tengo que ir.<br />
Matilde se levantó del asiento y comenzó a alejarse lento y<br />
desparejo camino a su casa.<br />
Eusebio se quedó un poco más. La tarde estaba mansa y los<br />
pájaros seguían con su algarabiado.<br />
Al día siguiente, por la tarde, la misma escenografía.<br />
-¿Le conozco? –preguntó Matilde en tono de dudas.<br />
-No. Pero me llamo Eusebio, viudo, tres hijos, cinco nietos ¿Y<br />
usted?<br />
-Me llamo Matilde, también viuda, una hija y dos nietas.<br />
Se miraron a los ojos y se sonrieron.<br />
-¡Hermosa tarde! –expresó Eusebio y se quedaron contemplándola.<br />
-¿Vive solo? -dijo Matilde quince minutos más después.<br />
-Sí –respondió él y sin darse cuenta, sus manos se encontraron.<br />
-¿Volverá mañana? –preguntó ella antes de marcharse.
Desde luego que sí<br />
–apresuró la respuesta<br />
Eusebio y la vio irse<br />
otra vez.<br />
Eusebio se quedó<br />
solo, apoyado en su<br />
bastón, oyendo los<br />
pájaros encantadamente.<br />
Hasta que el<br />
ulular de una ambulancia<br />
lo quitó de su<br />
ensoñación.<br />
Miró para ese lugar<br />
donde se iba juntando<br />
la gente pero no<br />
alcanzó a ver nada.<br />
Al otro día Eusebio<br />
se presentó un poco<br />
más temprano de lo<br />
habitual y para dicha<br />
ocasión se vistió con<br />
su traje azul. Pero<br />
Matilde faltó a la cita.<br />
Al tercer día, cuando el sol buscaba rápidamente el horizonte,<br />
su nieta mayor le vino a buscar.<br />
-Abuelo ¿Qué haces, que ya es muy tarde?<br />
-Nada. Acá estamos. –respondió Eusebio.<br />
-¿Esperas a alguien?<br />
-No… no.<br />
-Vamos a casa que ya hace frío.<br />
-Sí, hija. Vamos.
Ella, que regresaba<br />
Por<br />
<strong>Carlos</strong> H. <strong>Macchiaroli</strong>
Ella, que regresaba<br />
Era una noche fría, oscura. El pueblo estaba silencioso, como<br />
dormido. La hora 23 había sido dada y yo aún daba vueltas por<br />
la cocina antes de irme a dormir.<br />
Repentinamente alguien llamó a la puerta. Me pregunté quién<br />
sería a semejante hora de la noche. Fui y pregunté, sin abrir la<br />
puerta, quién era.<br />
-¡Soy yo! –habló tímidamente cual niña asustadiza en la oscuridad.<br />
Me tomé varios segundos en responder. Nunca imaginé que<br />
podría ser ella, ella que regresaba después que me abandonase<br />
para irse con otro. Con ese… Omar Pérez García. Y ahora…<br />
-¡Hace mucho frío! ¿Puedo entrar? Quiero hablar.<br />
Su oración era como un desesperado ruego, el mismo ruego<br />
que emití para que no se fuese, para que no me dejase aquella<br />
noche.<br />
Entonces abrí la puerta para decirle que no, porque me decepcionó,<br />
me lastimó, me llenó de penas, angustias y… fría soledad<br />
que no merecí. Pero vi su desencajado rostro, sus moretones,<br />
el ojo negro de los golpes que le habían dado, aun le<br />
sangraba la nariz. Lloraba en silencio. Su mirada buscaba clemencia,<br />
compasión. Mi alma aun dolida por lo que me había<br />
hecho se apiadó al verla tan así y la hice pasar.
-¿Fue él? –le pregunté con los dientes apretados, con rabia.<br />
-Sí. Asintió ella.<br />
Dije que llamaría al doctor, me pidió que no. La metí en la cama,<br />
limpié sus heridas y le hice un caldo caliente. Después<br />
cuando se durmió, salí a la calle para respirar aire fresco y la<br />
noche me atrapó, me devoró.
Caminé por las calles oscuras<br />
de memoria, el pueblo<br />
no tenía luces. Crucé las<br />
vías, traspasé la vieja iglesia,<br />
la plaza y llamé a su<br />
rancho.<br />
Omar Pérez García sin preguntar<br />
quién iba a tal hora,<br />
abrió la puerta y se asomó.<br />
Sin mediar palabra alguna,<br />
le ensarté el puñal en el corazón<br />
y antes de verlo caer,<br />
me fui como llegué, por la<br />
oscuridad y en silencio.<br />
Llegué a casa, limpié el arma<br />
y la guardé. Después<br />
de beber un buen trago, me<br />
costé a su lado, sin despertarla.<br />
Al día siguiente en el trabajo, oí decir entre mis compañeros<br />
que habían asesinado a un paraguayo, vecino de Omar Pérez<br />
García.<br />
Proseguí trabajando duramente pero yo ya no estaba más<br />
ahí.
Textos, diseño, diagramación<br />
y fotos prestadas<br />
(¿Prestadas?)<br />
Por mí.