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JUEGOS DE CAPRICORNIO - Robert Silverberg

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Se trata de una isla pequeña; lo sé por la forma rápida en que la costa desaparece a los<br />

lados. Permanezco tumbado cerca del borde del agua, con el rostro hacia abajo, exhausto,<br />

hundiendo tensamente mis dedos en la arena cálida y húmeda. El sol brilla con fuerza;<br />

noto las oleadas de calor pasando dratatá sobre mi espalda desnuda. Sólo llevo puestos<br />

un par de pantalones vaqueros andrajosos y descoloridos, muy apretados, cortados a la<br />

altura de las rodillas. Mi cinturón está empapado y cubierto de una costra de sal, como si<br />

hubiera estado a la deriva durante días antes de llegar aquí. Quizás lo estuve. Resulta<br />

difícil mantener un confiado sentido del tiempo en este lugar.<br />

Debería levantarme. Debería explorar.<br />

Sí. Me levanto ahora. Un poco aturdido, ¿eh? Sí. Pero camino con firmeza, remontando<br />

el suave declive de la playa. Cincuenta metros hacia el interior, la compactada arena se<br />

transforma en suelo arenoso, suelto, superficial, redondeado como cantos rodados de<br />

coral surgidos desde abajo. Un suelo sediento. A pesar de todo, esto es muy exuberante,<br />

un verdadero muro de parras y enredaderas entrelazadas. Largas y brillantes hojas verdes<br />

y tropicales, de bordes suaves y grandes venas. Los ondulados troncos de las palmeras.<br />

El suave sonido del oleaje, fuisssh, fuisssh, como fondo de todo lo demás. ¡Qué azul es el<br />

mar! ¡Qué verde es el cielo! Fuisssh.<br />

¿Es ésa la imagen de un rostro en el cielo?<br />

Sí, es el rostro de una mujer. ¿Irene? Los rasgos son confusos. Pero finalmente los veo,<br />

sí, balanceándose a unos pocos cientos de metros sobre el agua, como si fueran<br />

proyectados por la piel del océano; un brillo, un resplandor, que tiene la forma de un<br />

rostro delicado: las ventanas de la nariz, labios, cejas, mejillas… Sí, se trata de un rostro,<br />

y no sólo de uno, porque con la intensidad de mi fija mirada lo divido, y lo vuelvo a<br />

dividir, de modo que una hilera de rostros permanece suspendida en el aire, diez rostros,<br />

cien, mil rostros, rostros por todas partes, un mar de rostros. Parecen bastante serios.<br />

¡Sonreíd! Ante mi orden, los rostros sonríen. Mucho mejor. Hasta el aire se hace más<br />

luminoso con esa sonrisa. Los rostros se mezclan, se hacen borrosos, nítidos, de nuevo<br />

borrosos, se superponen en parte, danzan, tiemblan, se fusionan, fluyen. Ilusiones nacidas<br />

del corazón. Hijas del sol. Dulces espejismos.<br />

Miro más allá de ellos, más alto, hacia las zonas claras del cielo sin nubes. ¡Halcones!<br />

¿Halcones aquí? ¿No debería estar viendo gaviotas? Las aves giran y planean, como<br />

figuras oscuras contra el cielo cegador, con las alas extendidas, con plumas como dedos.<br />

Veo sus feroces picos curvados. Atrapan grandes escarabajos del aire vaporoso y<br />

remontan el vuelo, deglutiendo. Después ya no hay aves, sólo rostros que aún sonríen.<br />

Les doy la espalda y me muevo lentamente a través de la maleza baja para inspeccionar<br />

a qué clase de lugar me ha arrojado el mar.<br />

Mientras permanezco cerca de la orilla, no tengo dificultades para moverme; pero<br />

atravesar la densa vegetación del interior ya puede ser otra cosa. Giro hacia la izquierda,<br />

siguiendo la mordisqueada línea de la playa. Antes de haber dado cien pasos más hago un<br />

nuevo descubrimiento: la isla está a la deriva.<br />

Mirando hacia el mar, observo que en el horizonte hay una costa oscura, bordeada por<br />

negras montañas triangulares, a uno o dos días de navegación. Hace unos minutos sólo<br />

veía mar abierto en esa dirección. Quizá las montañas han surgido en este preciso<br />

momento, pero es más probable que la isla, girando con lentitud en las corrientes, sólo se<br />

haya vuelto, permitiéndome ver las montañas. Esa debe ser la respuesta. Me quedo quieto<br />

durante un largo rato y me parece que ahora observo esas montañas desde un ángulo y<br />

poco después desde otro distinto. ¿De qué otra forma explicar esos efectos de paralaje?<br />

La isla va libremente a la deriva. Se mueve, y yo me muevo con ella, sobre el pecho del<br />

mar invariable.

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