JUEGOS DE CAPRICORNIO - Robert Silverberg
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— ¡Oh, Dios!<br />
— ¿Cuántos?<br />
— ¿Dos mil?<br />
—Tengo cincuenta y ocho. No viviré para ver mi cumpleaños número cincuenta y<br />
nueve. Tome, fúmese uno de estos.<br />
Con manos temblorosas, le ofreció un diminuto tubo marfileño. Cerca de uno de los<br />
extremos se veía un monograma gótico —FXB— y una cápsula verde translúcida en el<br />
otro. Ella apretó la cápsula y surgió una flameante llama azul. Inhaló el humo.<br />
— ¿Qué es? —preguntó.<br />
—Mi propia mezcla. Soma número cinco. ¿Le gusta?<br />
—Estoy sucia —dijo—. Absolutamente sucia. ¡Oh, Dios!<br />
Las paredes se movían. La nieve se había convertido en trozos de estaño. Un golpe<br />
instantáneo. El cuerpo tenía un halo dorado. Los signos del dólar se elevaban a la vista,<br />
como estigmas, sobre su frente surcada de arrugas. Nikki escuchó el estruendo de las olas,<br />
el rugido de la espuma. El puente oscilaba. Los mástiles se agrietaban. Mujer a bordo,<br />
gritó, y escuchó su voz inaudible, desapareciendo hacia abajo por un túnel de ecos, boing,<br />
boing, boing. Se agarró a los frágiles puños de él.<br />
— ¡Bastardo! ¿Qué me ha hecho?<br />
—Soy Francis Xavier Byrne.<br />
¡Oh! El millonario. Las Industrias Byrne, el gran conglomerado de empresas. Steiner<br />
le había prometido un multimillonario para esta noche.<br />
— ¿Va usted a morir pronto? —le preguntó Nikki.<br />
—No creo que pase de pascua. Ahora el dinero no me sirve de nada. Soy una metástasis<br />
andante.<br />
Se abrió la camisa arrugada. Algo brillante y metálico, como una cota de malla, cubría<br />
su pecho.<br />
—Sistema vital auxiliar —le confió—. Me permite funcionar. Si me lo quitara durante<br />
media hora, estaría acabado. ¿Es usted capricorniana?<br />
— ¿Cómo lo sabía?<br />
—Puede que vaya a morirme, pero no soy estúpido. Tiene usted el brillo de los de<br />
Capricornio en sus ojos. ¿Qué soy yo?<br />
Ella dudó. Sus ojos también brillaban. Un hombre de los que se han hecho a sí mismos,<br />
un fantástico sentido para los negocios, energía, arrogancia. Capricornio, desde luego.<br />
No…, demasiado fácil.<br />
—Leo —dijo.<br />
—No. Vuélvalo a intentar.<br />
Colocó otro tubo con monograma en su mano y se marchó. Ella no había regresado<br />
aún del todo del último, aunque los efectos más espectaculares ya se habían disipado. Los<br />
invitados a la fiesta giraban y flotaban a su alrededor. Ya no podía ver a Nicholson. La<br />
nieve parecía ir convirtiéndose en granizo, en pequeñas partículas duras que salpicaban<br />
los amplios ventanales, dejando unas raspaduras blancas. ¿O es que su percepción era<br />
ahora más aguda? El rugido de las conversaciones parecía ascender y decaer, como si<br />
alguien estuviera ajustando un control de volumen. Las luces fluctuaban con un ritmo<br />
contrastado. Se sintió mareada. Una bandeja de cócteles pasó junto a ella y preguntó:<br />
— ¿Dónde está el baño?<br />
Al final del pasillo. Cinco extrañas salían arracimadas de él, hablando en susurros<br />
escamosos. Flotó a través de ellas, se agarró al frío borde del lavabo, adelantó la cabeza<br />
hacia el espejo oval cóncavo. Una cabeza de muerto, piel apergaminada, ojos de pesadilla.<br />
¡No! ¡No!