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06 VIERNES 27·ENE·2017 AFROS / FEMINISMOS / MIGRANTES / SEXUALIDADES<br />
Movimientos mexicanos de los siglos<br />
Revoluciones y escritura del territorio<br />
Padre, no te espantes, pues<br />
todavía estamos nepantla.<br />
Un indio a Diego Durán<br />
Hay una primera imagen: un macehual<br />
tlatelolca, a mediados del<br />
siglo XVI, se encuentra, indolente,<br />
en los restos de lo que fue una<br />
avenida. Roto el tejido comercial<br />
de su mundo, los significantes que<br />
lo rodeaban se han detenido radicalmente.<br />
Interrumpida la circulación<br />
de plumas, de joyas de ónix<br />
y jade, de molcajetes de piedra<br />
volcánica, de petates, de ropa de<br />
papel de amate, de chiles secos y<br />
de flor de calabaza, de perros y de<br />
esclavos, la estasis del imperio es<br />
pasmosa. La suma de los rumores,<br />
no sólo de los comerciantes sino<br />
de sus mercancías entrechocándose,<br />
se ha evaporado. El universo<br />
sonoro del tianguis también era<br />
una armazón material para orientarse<br />
en el mundo: ahora, la intemperie.<br />
Perdida la red de la vida cotidiana,<br />
la inervación en el cuerpo<br />
casi se ausenta: la circulación<br />
furiosa de materiales, finalmente,<br />
lo configuraba. Los desplazamientos<br />
de los signos han debido<br />
encontrar refugio y la mente del<br />
tlatelolca parece un lugar propicio,<br />
aunque precario. Todo está en<br />
su cabeza ahora.<br />
Lo explica, con cifras, Tzvetan<br />
Todorov: en 1500 la población de<br />
América era de unos 80 millones<br />
de personas; a mediados del siglo<br />
XVI quedaban diez. En México, en<br />
un siglo la población se redujo de<br />
25 millones a uno. “Si alguna vez se<br />
ha aplicado con precisión a un caso<br />
la palabra genocidio, es a este […]<br />
Ninguna de las grandes matanzas<br />
del siglo XX pueden compararse<br />
con esta hecatombe”. Si se leen<br />
algunos pasajes de Historia de las<br />
Indias, de Bartolomé de las Casas,<br />
las cifras adquieren una densidad<br />
singular: “No se juntaban el marido<br />
con la mujer, ni se veían en ocho<br />
ni en diez meses, ni en un año; y<br />
cuando al cabo deste tiempo se<br />
venían a juntar, venían de las hambres<br />
y tan deshechos, tan molidos<br />
y sin fuerzas, que poco cuidado<br />
habían de comunicarse maridalmente;<br />
desta manera cesó en ellos<br />
la generación”. Además, “las criaturas<br />
nacidas, chiquitas perescían,<br />
porque las madres, con el trabajo y<br />
el hambre, no tenían leche en las<br />
tetas” (sic).<br />
Al vaciarse el entramado teológico-económico-político<br />
circundante,<br />
el cuerpo se asemeja<br />
a un cascarón: no hay irrigación<br />
de sangre hacia los genitales o de<br />
líquido hacia las mamas. No hay<br />
movimiento arterial si las calles<br />
no rebozan de sujetos y objetos:<br />
no hay deseo sin mundo.<br />
Algunos documentos de la<br />
Nueva España confirman que el<br />
vínculo cuerpo-ciudad estaba lejos<br />
de ser una metáfora menor: el historiador<br />
dominico Diego Durán ya<br />
hablaba a mediados del siglo XVI de<br />
que “la ciudad estaba llorosa y toda<br />
la tierra alborotada y divisa”, para<br />
describir la sensibilidad imperante<br />
en la población. También podemos<br />
enlistar, como recuerda Fernando<br />
Benítez, los “seis puntos capitales<br />
para la felicidad del pueblo mexicano”,<br />
en clave político-legal, del<br />
obispo Manuel Abad y Queipo, o las<br />
Enfermedades políticas que padece<br />
la capital de esta Nueva España...,<br />
de Hipólito Villarroel, ambos de<br />
finales del siglo XVIII. Los indios,<br />
sin embargo, ya habían intuido esta<br />
relación y generado, desde tiempo<br />
atrás, estrategias de sanación. El<br />
propio Benítez ha descrito: “El indio<br />
que se resistía a dejar su cabaña<br />
y abandonar a su familia era llevado<br />
a fuerza de latigazos a los campos<br />
y a las minas. Por eso se refugiaron<br />
en el silencio y en el secreto. No hablaban.<br />
Respondían con dubitativos:<br />
‘no sé, quién sabe, puede ser’”.<br />
Pero es Bolívar Echeverría el que ha<br />
teorizado ese hermetismo y lo ha<br />
reivindicado en toda su politicidad:<br />
esos dubitativos son una forma casi<br />
imperceptible de decir “no” para<br />
mantener una tensión rebelde. Cito<br />
in extenso, porque nadie lo ha explicado<br />
mejor: “La expresión del ‘no’,<br />
de la negación o contraposición a<br />
la voluntad del otro, debe seguir un<br />
camino rebuscado […]. <strong>De</strong>be hacerse<br />
mediante un juego sutil con<br />
una trama de ‘síes’ tan complicada,<br />
que sea capaz de sobredeterminar<br />
la significación afirmativa hasta el<br />
extremo de invertirle el sentido, de<br />
convertirla en una negación. Para<br />
decir ‘no’ en un mundo que excluye<br />
esta significación es necesario trabajar<br />
sobre el orden valorativo que<br />
lo sostiene: sacudirlo, cuestionarlo,<br />
despertarle la contingencia de sus<br />
fundamentos, exigirle que dé más<br />
de sí mismo y se transforme”.<br />
Los papeles campesinos<br />
Un ejemplo actual nos ayudará a<br />
entender las transformaciones de<br />
la imaginería del desplazamiento<br />
en la psique indiana. Hay una segunda<br />
imagen, entonces: un campesino<br />
jaramillista, en plena lucha<br />
agraria a mediados del siglo XX,<br />
tras la represión gubernamental<br />
durante las campañas electorales<br />
de 1946 y 1952, tanto en Morelos<br />
como en la Ciudad de México, con<br />
cientos de compañeros muertos a<br />
cuestas, se ha levantado en armas<br />
por enésima ocasión. Escondido,<br />
junto a toda la guardia de Rubén<br />
Jaramillo, en la selva baja de Tlaquiltenango,<br />
carga, junto a sus alimentos<br />
y sus armas, una máquina<br />
de escribir. Parte de su armamento<br />
son las inconformidades por<br />
escrito que recoge a su paso por<br />
decenas de pueblos y rancherías<br />
morelenses, y que le servirá a su<br />
movimiento para realizar gestiones<br />
ante los gobiernos locales y<br />
federales. Nuestro personaje, esta<br />
vez, es real: se llama Cirilo García<br />
y en 1999 mantuvo una conversación<br />
con Tanalís Padilla para detallar<br />
las condiciones en las que se<br />
redactó, 50 años atrás, el reivindicativo<br />
Plan de Cerro Prieto. Su voz<br />
es un fantasma reciente.<br />
El movimiento jaramillista<br />
fue peculiar, como lo explica<br />
la propia Padilla: aunque era el<br />
heredero natural del agrarismo<br />
de Zapata, se distanciaba de él<br />
al haber surgido en el México<br />
posrevolucionario que, al menos<br />
durante el período del presidente<br />
Cárdenas (1934-1940), institucionalizó<br />
algunas de sus demandas,<br />
incluidas las del reparto agrario.<br />
Tras el desvanecimiento del populismo<br />
cardenista, la retórica<br />
del jaramillismo “se asemejó<br />
cada vez más a la de los grupos<br />
guerrilleros que aparecerían en la<br />
última parte del siglo XX”. Es decir,<br />
funcionó como un cauce natural<br />
de los grupos que hicieron la Revolución,<br />
y aunque en un primer<br />
Estado de Jalisco, México, el 21 de enero. / FOTO: HECTOR GUERRERO, AFP<br />
momento se mostró reformista<br />
y apegado a las leyes (Jaramillo<br />
mismo se presentó a elecciones<br />
varias veces), la brutal represión<br />
gubernamental que sufrió lo orilló<br />
a la clandestinidad, en la que<br />
también deberían refugiarse los<br />
movimientos posteriores de Lucio<br />
Cabañas y Genaro Vázquez. Su<br />
estela también alcanzaría al EZLN<br />
(tal vez no sea coincidencia que<br />
los neozapatistas, junto al Congreso<br />
Nacional Indígena, estén<br />
por presentar a una candidata a<br />
la presidencia de México en 2018).<br />
Los jaramillistas representan,<br />
entonces, una zona estratégica<br />
intermedia de las insurrecciones<br />
sociales del siglo XX mexicano: el<br />
agrarista estaba dispuesto a abandonar<br />
el parapeto de los canales<br />
legales tan pronto como fuera necesario;<br />
entraba y salía de la letra,<br />
la usaba como un centro gravitacional.<br />
La letra a su vez estaba<br />
representada, y en cierta forma<br />
lo sigue estando, por los poderes<br />
centrales, es decir, por la Ciudad<br />
de México (para un campesino<br />
pauperizado de hace 70 años, un<br />
viaje de unos 130 kilómetros a la<br />
metrópolis significaba una travesía<br />
también anímica). La capital era,<br />
entonces, un viaje por el papel<br />
-arrugado, rayado, hasta el punto<br />
de lo laberíntico-.<br />
Es interesante advertir, sin embargo,<br />
que esa nueva relación con<br />
el papel y con el signo ya había sido<br />
sembrada por los primeros zapatistas<br />
desde finales del siglo XIX.<br />
“Yo he de morir algún día, pero los<br />
papeles de mi pueblo se quedan”,<br />
aseguró alguna vez Emiliano Zapata,<br />
una frase enigmática para el<br />
revolucionario que hizo de la “tierra”<br />
el significante principal de su<br />
lucha. La investigación pionera de<br />
Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de<br />
Zapata (1943), mostraría la profundidad<br />
de semejante idea: el pueblo<br />
de Anenecuilco llevaba décadas exigiendo<br />
la propiedad de sus tierras<br />
por medio de lo que llamaban el<br />
“testimonio de los títulos primordiales”.<br />
La operación zapatista era<br />
osada: demostraba la existencia del<br />
pueblo desde la época colonial, mediante<br />
una Cédula Real y dos Mandamientos<br />
Virreinales, pero incluso<br />
la extendía hasta épocas prehispánicas,<br />
con el Códice Mendocino y la<br />
Matrícula de Tributos de Moctezuma,<br />
donde ya aparecía, discreto, el<br />
nombre de Anenecuilco. Sotelo Inclán<br />
cree que el pueblo “bien pudo<br />
haber sido fundado en la segunda<br />
mitad del siglo XIII”, por lo que su<br />
profundidad histórica se abismaba<br />
a través de casi siete siglos y, por tanto,<br />
Zapata, más que un simple revolucionario<br />
moderno, era un calpuleque,<br />
el representante y defensor<br />
del calpulli, las tierras comunales<br />
prehispánicas -anteriores, evidentemente,<br />
al sistema de haciendas y<br />
a la propiedad individual-. Como<br />
resume bellamente Sotelo Inclán:<br />
“La biografía de Emiliano Zapata<br />
empieza muchos siglos antes de<br />
que él naciera”.<br />
En este laberinto hay un eco<br />
macabro que llega a nosotros desde<br />
el siglo XVI por medio de una carta<br />
de Vasco de Quiroga dirigida al<br />
Consejo de Indias, para denunciar<br />
las condiciones de opresión en las<br />
que sobreviven los indígenas: “Los<br />
hierran en la cara por tales esclavos,<br />
y se las aran y escriben con letreros<br />
de los nombres de cuantos los<br />
van comprando, y algunos hay que<br />
tienen tres y cuatro letreros, […] de<br />
manera que la cara del hombre que<br />
fue criado a imagen de Dios se ha<br />
tornado en esta tierra, por nuestros<br />
pecados, papel”. Nuevamente, el arbitrio<br />
del signo que aquí representa,<br />
además de la apropiación del otro,<br />
¡el concepto mismo de propiedad<br />
moderna!, tan distinto al de la cosmovisión<br />
indiana. La operación<br />
zapatista también es, entonces<br />
-para seguir usando los términos de<br />
Bolívar Echeverría-, codigofágica:<br />
usa los signos del enemigo para sus<br />
propias batallas. Y, como intuyó brillantemente<br />
el indio anónimo que<br />
alguna vez le habló a Durán, está<br />
nepantla: se encuentra en medio de<br />
los mundos, tensándolos, como un<br />
arco. Los mandamientos virreinales<br />
por los que anenecuilquenses<br />
fueron forzados a producir bajo la<br />
economía hacendaria o la matrícula<br />
tributaria por la que debían otorgar<br />
una altísima cantidad de bienes a<br />
los mexicas, se convierten, así, en<br />
la garantía de su personalidad jurídica<br />
y en el estandarte de su lucha<br />
autonómica. Una lección de dignísima<br />
praxis política: para moverse,<br />
dicen sin decir, también es urgente<br />
sacudir los papeles. Pero para llegar<br />
a ella, como se afirma en el Chilam<br />
Balam, hay que amar esas palabras<br />
(así sean brutales) como se aman<br />
las piedras preciosas. ■<br />
Guillermo García-Pérez,<br />
editor de la revista Tempestad<br />
(desde México)