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Aprendizaje colegial e innovación

Pnemos en practica lo amprendido ene el taller

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día en que, después de la última comida, se quedó mirándonos, se sentó en el suelo de<br />

cemento<br />

todavía sin dejar de mirarnos, y nos dijo: “Me quedaré aquí, sentada”; y nos estremecimos,<br />

porque pudimos ver que había empezado a parecerse a algo que era ya casi completamente<br />

como la muerte.<br />

De eso hacía ya mucho tiempo y hasta nos habíamos acostumbrado a verla allí, sentada,<br />

con la trenza siempre a medio tejer, como si se hubiera disuelto en su soledad y hubiera<br />

perdido, aunque se le estuviera viendo, la facultad natural de estar presente. Por eso ahora<br />

sabíamos que no volvería a sonreír; porque lo había dicho en la misma forma convencida y<br />

segura en que una vez nos dijo que no volvería a caminar. Era como si tuviéramos la<br />

certidumbre<br />

de que más tarde nos diría: “No volveré a ver” o quizá: “No volveré a oír” y supiéramos<br />

que era lo suficientemente humana para ir eliminando a voluntad sus funciones vitales,<br />

y que, espontáneamente, se iría acabando sentido a sentido, hasta el día en que la<br />

encontráramos<br />

recostada a la pared, como si se hubiera dormido por primera vez en su vida.<br />

Quizás faltaba mucho tiempo para eso, pero los tres, sentados en el patio, habríamos deseado<br />

aquella noche sentir su llanto afilado y repentino, de cristal roto, al menos para<br />

hacernos la ilusión de que habría nacido un (una) niña dentro de la casa. Para creer que<br />

había nacido nueva.<br />

Leyenda corta: La riqueza y la pobreza<br />

Existió, hará un largo tiempo, un humilde hombre que vivía en la más absoluta pobreza. Este<br />

hombre tenía un hijo muy egoísta, que cansado de no recibir de su pobre padre cuanto le<br />

pedía, decidió que era hora de marcharse a iniciar su propia vida, llena de más caprichos y<br />

lujos.<br />

Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado salir<br />

adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus negocios en el mundo<br />

del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad, rodeado de mil y una comodidades.<br />

Su hijo, por el contrario, no había conseguido salir de la pobreza, y caminaba mendigando<br />

de pueblo en pueblo y viviendo gracias a la ayuda de las gentes.<br />

Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido en un<br />

hombre con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose día a día de su<br />

marcha y soñando con su llegada:<br />

¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese acompañarme en mis<br />

últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi riqueza!<br />

Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la que se<br />

había traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de caminar de allá para<br />

acá, el hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se encontraba reposando placenteramente<br />

sobre un sillón de buena mimbre en el porche ajardinado de su gran casa.<br />

Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy emocionado se levantó de su sillón para darle un<br />

gran abrazo, así como la bienvenida a su nuevo hogar. Sin embargo, aquello no tuvo nunca

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