REVISTA ASI ES marzo 2017 para web

TRUMP
Y LOS LÍMITES
DEL PODER
Si bien es cierto que Estados Unidos de Norteamérica es un imperio de
facto, también lo es que el Presidente no es un emperador y su poder
tiene como contrapesos a los poderes legislativo (cámaras de senadores y
diputados) y judicial (Suprema Corte de Justicia de la Nación); que esto se
haya olvidado en México en el primer mes de gobierno de Donald Trump,
sólo refleja que aquí seguimos con una visión presidencialista, donde los
poderes legislativo y judicial siguen sometidos por el Ejecutivo.
No es una diferencia pequeña y sólo de percepción, es una realidad que
explica por qué el sistema político norteamericano, pese a todas sus
deficiencias, es más equilibrado y justo, cuando menos hacia el interior,
hacia sus propios ciudadanos y por qué el sistema mexicano tiene en la
fortaleza de la figura presidencial a su mayor debilidad.
En un ejercicio simple, podemos
comparar a los presidentes Trump
y Peña Nieto desde la creciente
impopularidad para sus propios
pueblos y agotar ahí toda similitud,
porque los efectos de esta
impopularidad impactan de
manera distinta en sus respectivos
países.
Acostumbrado a los golpes de
efecto mediáticos que tanta
popularidad le generaron en su
condición de empresario devenido
en showman, Trump pretendió
actuar de la misma manera en la
cabina de controles de la nación
norteamericana.
Sus primeros “decretos ejecutivos”
fueron la firma del proyecto de
construcción del muro de la
ignominia en la frontera sur y
acciones persecutorias y fascistas
en materia de inmigración para
criminalizar no sólo a los migrantes
por su presencia en territorio
estadounidense, sino por su
filiación religiosa.
En México saltaron las alarmas no
sólo entre la ciudadanía, que para
ser honestos, carece de una
educación política sólida, así como
carece de educación sólida en
muchas otras áreas
(mediambiental, cívica, jurídica,
académica, etc.).
Lo grave aquí es que también los
medios de comunicación y sus
analistas se quedaron en la
superficie, leyendo sólo la
provocación de Trump, que por
otra parte pretende legitimar su
mandato, intentando cumplir con
sus promesas de campaña,
cubriendo la forma, aunque él
mismo sepa que si no imposible, es
improbable que se realicen. Sin
embargo…”no quedará por él”.
Y es que no basta con el deseo e
intención del Presidente para que
una acción de este calibre se
ejecute. En el caso del muro, cuyo
costo ascendería a 20 mil millones
de dólares y su utilidad es desde
siempre cuestionable, tendría que
pasar por la aprobación del
congreso y ya quedó visto que
propios y extraños, demócratas y
republicanos, consideran que este
proyecto no sería más que un
monumento al ego de Trump.
En cuanto a las medidas
migratorias de prohibición del
ingreso de ciudadanos, incluidos
refugiados pidiendo asilo político,
provenientes de países con
mayoría musulmana, fueron
anuladas por un juez federal; es
decir, operó el contrapeso del
poder judicial.
Otra intención anunciada por
Trump es la renegociación del
Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN),
planteada con brutal simplicidad,
como siguiendo la doctrina del
propagandista nazi Goebbels.
Este personaje postulaba que entre
más simple fuera el mensaje mejor
asumido sería por las masas y para
sostenerse en el poder, era
fundamental el apoyo de las
masas.
Así, la propuesta de Trump sobre el
TLCAN se sintetizaría: si los
cambios no benefician sobre todo
a Estados Unidos, éste abandona el
tratado. Es decir, la apuesta es a
que sólo una parte gane y así ni los
tratos entre niños, intercambiando
juguetes, funcionan.
Otra vez, ahí, Trump encuentra
oposición de sus gobernados, de la
élite empresarial que tiene una
visión muy diferente de la del
Presidente, no está perdiendo con
el acuerdo comercial y no tenerlo
significaría más daños que
beneficios, y para hablar claro, en
Estados Unidos son los
empresarios quienes patrocinan a
los políticos y quienes impulsan la
política interior y exterior. Trump
no puede morderse la cola.
Pasamos así a la ironía de las
grandes diferencias entre las
similitudes de Trump y Peña Nieto.
Mientras que Estados Unidos, a
pesar de tener un Presidente
repudiado e impopular, está más o
menos blindado contra los
caprichos del cargo y la sociedad,
así sea principalmente la élite
económica, tiene recursos jurídicos
para atarle las manos, es decir,
hace funcionar el Estado de
Derecho.
En cambio en México, pese a un
presidente no sólo impopular, sino
probadamente inepto y corrupto,
los gobernados vamos atados,
prácticamente sin capacidad de
oposición y maniobra, en un barco
que el timorato capitán hunde
cada día un poco más y los teóricos
poderes judicial y legislativo están
más entretenidos en defender sus
privilegios económicos de virreyes,
a costa del cada vez más
empobrecido e inerme pueblo, que
en actuar como contrapesos para
reflotar el navío.
6 ¡Es Así!
¡Es Así! 7