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Jean Baker Miller<br />
Psicología de la mujer<br />
á PAIDÓS<br />
III Barcelona • Buenos Aires • México
Título original: Toward a nexo psychology of woman<br />
Publicado en inglés por Beacon Press, Boston<br />
Traducción de Luis Botella García del Cid<br />
Cubierta de Diego Feijóo<br />
© 1987 by Jean Baker Miller<br />
© 1992 de todas las ediciones en castellano,<br />
Ediciones Patdos Ibérica, S.A.<br />
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona<br />
http: / / www.paidos.com<br />
ISBN: 84-493-1469-0<br />
<strong>De</strong>pósito legal: B-6.848/1992<br />
Impreso en Novagráfik, S.L.,<br />
Vivaldi, 5 - 08110 Monteada i Reixac (Barcelona)<br />
Impreso en España - Printed in Spain
A Helen Merrell Lynd
Sumario<br />
Prefacio .............................................................................. 11<br />
Primera parte: la formación de la mente<br />
- hasta el momento<br />
1. Dominio - subordinación ......................................... 17<br />
2. El conflicto - al viejo estilo ..................................... 29<br />
3. <strong>La</strong> importancia de la gente no importante ............. 37<br />
Segunda parte: mirando en ambas direcciones<br />
4. Fuerzas ....................................................................... 45<br />
5. Actuar bien y sentirse mal ......................................... 67<br />
6. Al servicio de las necesidades ajenas - la asistencia<br />
a los demás ................................................................. 81<br />
7. Fuerza del «mundo real» ......................................... 97<br />
Tercera parte: notas en clave de futuro<br />
8. Vínculos con los demás ............................................. 107<br />
9. Convertirse en una misma - autenticidad,<br />
creatividad ................................................................. 123<br />
10. Todo esto no basta .................................................... 141<br />
11. Reivindicación del conflicto ..................................... 151<br />
Epílogo: sí, pero................................................................... 161
Prefacio<br />
Entre las mujeres de hoy en día predomina un espíritu<br />
nuevo, una nueva forma de dedicación colectiva y cooperativa<br />
a las demás y a la búsqueda de conocimiento sobre temas<br />
importantes. <strong>La</strong>s ideas de una mujer despiertan rápidamente el<br />
apoyo y la elaboración de otras. Hay muchas dispuestas a<br />
desarrollar una idea si resulta de algún valor. Si no, se mostrarán<br />
agudas en sus críticas.<br />
Yo sólo presentaría los temas que aparecen en este libro en<br />
el seno de tal comunidad, formada por gente solidaria y despierta,<br />
dado que considero mi trabajo como parte de un proceso.<br />
Es un intento de consolidar un marco de referencia para<br />
comprender la psicología de la mujer. Como parte de un proceso,<br />
pretende ser sugerente; es decir, intenta avanzar un paso<br />
hacia una meta final de orden superior. El nuevo elemento que<br />
ha aparecido en nuestra vida como mujeres de hoy en día es<br />
que podemos plantearnos la posibilidad de compartir más libre<br />
y completamente dicho proceso durante el camino. Es un gran<br />
placer poder pensar y trabajar de esta forma nueva.<br />
<strong>La</strong>s páginas que siguen constituyen un intento de comprender<br />
las fuerzas que actúan en y sobre la mujer, qua mujer -la<br />
vida tal como ha sido y sigue siendo para la mayoría de nosotras.<br />
Nuestra esperanza es que al intentar entender a la mujer<br />
en cuanto tal podamos encontrar la forma de ayudar a todas las<br />
mujeres en sus problemas psicológicos. Por la misma razón,<br />
una comprensión sólida de las fuerzas que operan sobre toda<br />
mujer debería conducirnos a la comprensión de los puntos<br />
clave en cuanto al cambio y al avance. Esto no significa negar
que nos haya afectado el ejemplo de muchas mujeres excepcionales<br />
y poco corrientes. Algunas de ellas nos han demostrado<br />
su notoria individualidad o nos han inspirado con las<br />
cosas maravillosas, osadas o únicas que han hecho y hacen.<br />
Otras han tenido el don de arrojar luz sobre verdades de<br />
todas las mujeres; verdades que permanecían ocultas. Son<br />
estas verdades sobre todas las mujeres las que debemos continuar<br />
buscando. Aún no las entendemos del todo, y por lo<br />
tanto no sabemos cómo ayudarnos o ayudar a otras a cambiar.<br />
Tampoco sabemos cómo emprender el tipo de cambios<br />
que quisiéramos para nosotras mismas.<br />
En mi intento de expresar todas estas ideas, he recurrido a<br />
citar experiencias de la vida de otras mujeres. Es importante<br />
hacer hincapié en que tales descripciones resultan simplificadas<br />
y esquemáticas; se emplean únicamente a modo de ejemplo.<br />
Para proteger la identidad de las personas aludidas, ésta se ha<br />
desfigurado considerablemente. Por lo tanto, dichas viñetas no<br />
transmiten del todo la intensidad y complejidad de la experiencia<br />
real de la persona.<br />
No he intentado siquiera ocuparme de los factores raciales y<br />
de clase social que marcan una diferencia enorme en la vida de<br />
las mujeres. En general me he concentrado en las fuerzas que,<br />
en mi opinión, afectan a toda mujer por el hecho de serlo.<br />
Muchos autores suelen afirmar que sus libros son el producto<br />
de las muchas personas que les han influido o animado, pero<br />
éste es producto de los esfuerzos de mucha gente en un sentido<br />
mayor y más concreto. Si bien no se inició como proyecto<br />
colectivo, a medida que avanzaba llegó a serlo. He comentado<br />
partes del material con varios grupos de gente y con personas<br />
concretas que han dedicado mucho más tiempo y atención de lo<br />
normal a revisarlo y criticarlo. Además, Barbara DuBois, Joan<br />
Fried, Anne Bernays y Pearl y Roy Bennett, casi siempre con<br />
premura, han leído y comentado partes importantes, o la totalidad,<br />
de las versiones previas del manuscrito. Todo ello se ha<br />
dado en el contexto de apoyo e intercambio continuo del<br />
Brookline Women’s Counseling Group, uno de los muchos
grupos femeninos que luchan por crear una teoría y una práctica<br />
de la terapia feminista.<br />
El hecho de que este libro exista como tal se debe, sobre<br />
todo, a Mary Ann <strong>La</strong>sh, Directora Asociada de Beacon Press,<br />
que me enseñó que un libro puede ser parte de un proceso. (Yo<br />
creía que tenía esa idea respecto a otras cosas, pero nunca la<br />
había aplicado a un libro.) Y no sólo eso, sino que la misma<br />
producción de este libro ha marcado, para nosotras, un nuevo<br />
proceso. En cada una de sus etapas el material iba de una a<br />
otra, y Mary Ann ha llevado a cabo una contribución fundamental<br />
a él. Una parte no poco importante de tal contribución<br />
ha sido su capacidad de sacar provecho de una prosa impenetrable<br />
que probablemente hubiera desanimado a alguien menos<br />
entregado. Tiene esta grande y rara habilidad: la de evocar<br />
o mejorar sin entrometerse ni violentar en ningún momento.<br />
¡Ojalá supiéramos hacer esto unas por las otras! Esta capacidad<br />
era una prueba en acción de las cosas sobre las que<br />
intentábamos escribir.<br />
<strong>La</strong>s decisiones finales fueron siempre mías y, por lo tanto, la<br />
responsabilidad final también lo es.<br />
También quisiera mostrar mi reconocimiento al American<br />
Journal of Ortopsychiatry por autorizarme a emplear material<br />
publicado previamente en dicha revista en versiones diferentes.<br />
J ean Baker M iller<br />
25 de octubre 1975<br />
Boston, M assachusetts
Primera parte: la formación de la mente<br />
- hasta el momento<br />
<strong>La</strong> humanidad ha estado sujeta a una visión limitada y<br />
distorsionada de sí misma -desde su interpretación de las emociones<br />
más íntimas y personales hasta su más ambicioso concepto<br />
de las posibilidades humanas- precisamente en virtud de la<br />
subordinación de la mujer.<br />
Hasta hace poco, los conceptos del «hombre» han sido los<br />
únicos asequibles en general. A medida que emergen otras formas<br />
de percepción -justamente aquellas que los hombres, debido<br />
a su posición dominante, no podrían percibir- la visión total de<br />
las posibilidades humanas aumenta y se transforma. Lo viejo<br />
queda seriamente cuestionado.<br />
<strong>La</strong> mujer ha ocupado una posición subordinada, en gran<br />
medida similar a la de una clase o casta de siervos. <strong>De</strong> aquí que<br />
resulte necesario contemplarla en primer lugar como «desigual»<br />
o subordinada. Pero también resulta inmediatamente evidente<br />
que la posición de la mujer no puede entenderse sólo en lo que se<br />
refiere a la desigualdad. <strong>De</strong> ello se sigue una dinámica aún más<br />
compleja.<br />
<strong>La</strong> mujer ha jugado un rol específico en esta sociedad<br />
dominada por el hombre, de forma no comparable a la de<br />
ningún otro grupo reprimido. Ha entretejido con él relaciones<br />
intimas e intensas, creando el medio -la fam ilia- en el que se<br />
ha formado la mente humana tal como la conocemos. Así, la<br />
situación de la mujer resulta clave para la comprensión del<br />
orden psicológico.
Dominio-subordinación<br />
A lo largo de las páginas de este libro batallaremos con el<br />
tema de la diferencia: ¿qué hace la gente a los que son diferentes<br />
a ellos y por qué? En un plano individual, el niño crece sólo<br />
mediante la interacción con gente muy diferente de él. <strong>De</strong> esta<br />
forma, la diferencia más significativa se da entre adulto y niño.<br />
En cuanto a la humanidad en general, hemos contemplado<br />
problemas enormes en relación con una gran variedad de diferencias.<br />
Pero la diferencia más básica es la que se da entre<br />
hombre y mujer.<br />
En los dos casos resulta apropiado formular dos preguntas.<br />
¿Cuándo resulta estimulado el desarrollo y la mejora de ambas<br />
partes por la interacción de las diferencias? Y viceversa, ¿cuándo<br />
tiene tal confrontación efectos negativos? ¿Cuándo conduce<br />
a grandes dificultades, decadencia y desnaturalización, y a algunas<br />
de las peores formas de degradación, terror y violencia<br />
-tanto individual como grupal- que puede experimentar el ser<br />
humano? Está claro que «el hombre» en general, especialmente<br />
en nuestra tradición occidental pero también en otras, no tiene<br />
un expediente demasiado glorioso a este respecto.<br />
No siempre queda claro que en la mayoría de ejemplos de<br />
diferencias hay también un factor de desigualdad; desigualdad<br />
en cuanto a muchos tipos de recursos, pero sobre todo en<br />
cuanto a status y poder. Una forma práctica de examinar los<br />
resultados generalmente confusos de estas confrontaciones entre<br />
diferencias es preguntarse: ¿qué sucede en las situaciones de<br />
desigualdad?, ¿qué fuerzas actúan? Si bien emplearemos los
términos «dominante» y «subordinado» en la discusión, resulta<br />
útil recordar que son mujeres y hombres de carne y hueso los<br />
que están implicados. Hablar mediante abstracciones nos permite<br />
a veces aceptar lo que podríamos no admitir en un plano<br />
personal.<br />
<strong>De</strong>sigualdad temporal<br />
Hay dos formas de desigualdad que resultan pertinentes<br />
para los propósitos que nos guían. <strong>La</strong> primera puede denominarse<br />
desigualdad temporal. En ella, la parte inferior es definida<br />
socialmente como desigual. Algunos ejemplos destacados<br />
son la relación entre padres e hijos, maestros y estudiantes, y,<br />
posiblemente, terapeutas y clientes. En estas relaciones hay<br />
ciertos supuestos que no se suelen hacer explícitos ni, de hecho,<br />
llevar a cabo. Pero constituyen la estructura social de la relación.<br />
Se supone que la parte «superior» posee una mayor cantidad<br />
de cierta destreza o cualidad valiosa que imparte a la persona<br />
«inferior». Si bien tales destrezas varían según la relación concreta<br />
de que se trate, entre ellas se incluyen la madurez emocional,<br />
la experiencia en el mundo, las habilidades físicas, un<br />
cierto cuerpo de conocimiento o las técnicas para adquirir<br />
ciertos tipos de saberes. Se supone que la persona superior<br />
interactúa con la inferior de un modo que conduce a ésta a una<br />
paridad completa; es decir, hay que ayudar al niño para que se<br />
convierta en adulto. Tal es la tarea primordial de estas relaciones.<br />
El inferior, el niño, debe recibir de la persona que se<br />
supone tiene más que dar. Aunque la parte inferior suele dar<br />
mucho a la superior, estas relaciones se basan en el servicio a la<br />
parte inferior. Esa es su raison d’étre.<br />
Está claro, por lo tanto, que la meta primordial es la<br />
de acabar con la relación; es decir, acabar con la relación de<br />
desigualdad. El período de disparidad se supone temporal. <strong>La</strong><br />
gente puede continuar asociada como amigos, colegas, o incluso
competidores, pero no como «superior» e «inferior». Al menos<br />
ésa es la meta.<br />
<strong>La</strong> realidad es que estas relaciones nos dan bastantes problemas.<br />
Los padres o las instituciones profesionales se inclinan a<br />
veces a servir las necesidades del donante en lugar de las de la<br />
parte inferior (por ejemplo, las escuelas pueden acabar sirviendo<br />
a los profesores o administradores en lugar de a los alumnos). O<br />
bien la persona inferior puede aprender a ser un mejor «inferior»,<br />
en lugar de hacer el viaje desde la inferioridad a la plenitud.<br />
En conjunto, no hemos encontrado formas realmente buenas<br />
de llevar a cabo la tarea central: fomentar el movimiento de<br />
desigual a igual. No tenemos una teoría ni una práctica adecuada<br />
de la crianza y educación de los hijos. Tampoco tenemos conceptos<br />
que funcionen bien en otras relaciones desiguales denominadas<br />
«de ayuda», tales como la curación, la reinserción de delincuentes<br />
y la rehabilitación. Oficialmente decimos que queremos<br />
hacer este tipo de cosas, pero solemos fracasar.<br />
Nos causa muchos problemas decidir qué derechos «permitirle»<br />
a la parte inferior. Nos preocupamos acerca de cuánto<br />
poder debe tener. ¿Qué parte de su percepción puede expresar o<br />
llevar a la práctica cuando difiere claramente de la de su superior?<br />
Sobre todo, nos causa una gran dificultad mantener el<br />
concepto de la persona inferior como alguien con el mismo<br />
valor intrínseco que su superior.<br />
Un punto crucial es que el poder es un factor fundamental<br />
en todas estas relaciones. Pero el poder por sí solo no basta.<br />
Existe y ha de ser tenido en cuenta, no negado. Los superiores<br />
mantienen todo el poder real, pero éste no realizará la tarea por<br />
sí solo. No conducirá la parte desigual a la igualdad.<br />
Nuestros problemas con estas relaciones pueden provenir<br />
del hecho de que se dan en el seno de un segundo tipo de<br />
desigualdad que tiende a aplastar las formas en las que aprendemos<br />
a operar en el primero. Este segundo tipo moldea la forma<br />
en que percibimos y conceptualizamos lo que hacemos en el<br />
primer tipo -más básico- de relación.<br />
El segundo tipo de desigualdad nos enseña cómo imponer
la, pero no cómo hacer el viaje de ésta a la igualdad. Es más, sus<br />
consecuencias se mantienen asombrosamente oscuras, de hecho<br />
se suelemiegar. En este libro nos concentraremos en este segundo<br />
tipo de desigualdad. Sin embargo, el concepto subyacente es<br />
que esta segunda forma ha determinado y sigue determinando<br />
las únicas formas en que podemos pensar y sentir en la primera.<br />
<strong>De</strong>sigualdad permanente<br />
En estas relaciones ciertas personas o grupos de personas se<br />
definen como desiguales en base a lo que los sociólogos llaman<br />
adscripción; es decir, tus circunstancias de nacimiento te definen.<br />
El criterio puede ser la raza, el sexo, la nacionalidad, la<br />
religión u otras características adscritas al nacer.1 Aquí los<br />
términos de la relación son muy diferentes de los de la desigualdad<br />
temporal. No hay, por ejemplo, noción de que los<br />
superiores deban ayudar a los inferiores impartiéndoles sus<br />
ventajas y características «deseables». No se asume que la<br />
meta de la relación desigual sea acabar con la desigualdad; de<br />
hecho es al contrario. Hay una serie de otras tendencias en<br />
vigor, y se dan con gran regularidad. Sugeriré primero algunas<br />
de ellas superficialmente; luego volveremos sobre ellas para<br />
demostrar cómo operan a un nivel personal mucho más intenso,<br />
sutil y profundo. Si bien algunos de tales elementos pueden<br />
parecer evidentes, de hecho se da gran confusión y desacuerdo<br />
sobre las características psicológicas provocadas por tan obvias<br />
condiciones.<br />
Dominadores. Una vez que un grupo ha sido definido<br />
como inferior, los superiores tienden a etiquetarlo como defici<br />
1. Ha habido presentaciones diferentes de ideas similares con puntos de interés algo<br />
distintos. Véase Gunnar Myrdal, «A Parallel to the Negro Problem», apéndice n. 5 en An<br />
American Dilemma (Nueva York, Harper, 1944), págs. 1073-1078; y Helen Mayer Hacker,<br />
«Women as a Minority Group», Social Forces 30 (octubre 1951), 60-69.
tario o disminuido en varios sentidos. Estas etiquetas se acumulan<br />
rápidamente. Así, los negros son descritos como menos<br />
inteligentes que los blancos, se supone que las mujeres se gobiernan<br />
por las emociones, etc. Además, las acciones y palabras<br />
del grupo dominante tienden a ser destructivas para los subordinados.<br />
Toda la evidencia histórica confirma esta tendencia.<br />
Aunque sean mucho menos obvios, también se producen efectos<br />
destructivos sobre los dominadores. Estos son de un orden<br />
diferente y mucho más difícil de identificar; se discutirán más<br />
adelante en este capítulo y los siguientes.<br />
Los grupos dominantes suelen definir uno o varios roles<br />
aceptables para los subordinados. Los roles aceptables consisten<br />
normalmente en la realización de servicios que ningún<br />
grupo dominante quiere llevar a cabo por sí mismo (por ejemplo,<br />
eliminar sus productos de desecho). <strong>La</strong>s funciones que el<br />
grupo dominante gusta de llevar a cabo, por otra parte, se<br />
guardan celosamente y se cierran a los subordinados. <strong>De</strong>l total<br />
de posibilidades humanas, las actividades más valoradas en<br />
cualquier cultura tienden a permanecer bajo la potestad del<br />
grupo dominante; las funciones menos valoradas se relegan a<br />
los subordinados.<br />
A los subordinados se les suele considerar incapaces de<br />
desempeñar los roles superiores. Sus incapacidades son adscritas<br />
a defectos o déficit mentales o físicos innatos, y por tanto<br />
inmutables e imposibles de cambiar o desarrollar. Incluso llega<br />
a ser difícil para los dominadores imaginar que sus subordinados<br />
sean capaces de llevar a cabo tales actividades. Más aún, los<br />
propios subordinados pueden llegar a encontrar difícil creer en<br />
su propia capacidad. El mito de su incapacidad para desempeñar<br />
roles superiores o más valorados sólo se cuestiona cuando<br />
algún acontecimiento drástico altera el curso normal de los<br />
acontecimientos. Tales alteraciones suelen provenir de fuera de<br />
la propia relación. Por ejemplo, en la situación de emergencia<br />
creada por la segunda guerra mundial, las «incompetentes»<br />
mujeres pasaron de repente a hacerse cargo de las fábricas con<br />
gran eficacia.
<strong>De</strong> ello se deduce que a los subordinados se les describe en<br />
función de las características psicológicas personales que complazcan<br />
al grupo dominante, y se les anima a desarrollar tales<br />
características. Dichos rasgos forman un grupo que resulta familiar<br />
en cierto sentido: sumisión, pasividad, docilidad, dependencia,<br />
falta de iniciativa, incapacidad de emprender acciones, de<br />
decidir, de pensar, etc. En general, este grupo incluye cualidades<br />
más características de los niños que de los adultos; inmadurez,<br />
debilidad e indefensión. Si los subordinados adoptan estas características<br />
se les considera bien adaptados.<br />
Sin embargo, cuando los subordinados muestran su potencial<br />
o, lo que es más peligroso, desarrollan otras características<br />
-por ejemplo la inteligencia, la iniciativa, la asertividad- no<br />
suele haber espacio libre en el marco dominante para reconocerlas.<br />
Gente así será definida, al menos, como poco corriente<br />
(cuando no como decididamente anormal). No habrá oportunidades<br />
para la aplicación directa de sus capacidades en el entorno<br />
social. (¡Cuántas mujeres han simulado ser tontas!)<br />
Los grupos dominantes suelen impedir el desarrollo de los<br />
subordinados y bloquear su libertad de expresión y acción.<br />
También tienden a adoptar actitudes militantes contrarias a los<br />
brotes de racionalidad o humanidad entre sus propios miembros.<br />
No hace mucho tiempo «amante de los negros» era un<br />
apelativo común, e incluso hoy en día los hombres que «consienten<br />
a sus mujeres» más de lo normal son objeto de burla y<br />
ridículo en muchos círculos.<br />
Un grupo dominante, inevitablemente, tiene la mayor influencia<br />
en la determinación de los puntos de vista generales de<br />
una cultura: su filosofía, moralidad, teoría social e incluso su<br />
ciencia. Así, el grupo dominante legitima la relación desigual y<br />
la incorpora a los conceptos que guían la sociedad. <strong>La</strong> mentalidad<br />
social oscurece la verdadera naturaleza de dicha relación;<br />
es decir, la propia existencia de la desigualdad. <strong>La</strong> cultura<br />
explica los hechos que tienen lugar en función de otras premisas,<br />
premisas que son invariablemente falsas, tales como la<br />
inferioridad racial o sexual. Si bien en los últimos tiempos
hemos aprendido acerca de muchas de tales falsedades en cuanto<br />
a la sociedad en sentido amplio, aún está por hacerse un<br />
análisis completo de sus implicaciones psicológicas. En el caso<br />
de las mujeres, por ejemplo, a pesar de la evidencia abrumadora<br />
de lo contrario, persiste la noción de que son pasivas, sumisas,<br />
dóciles y que adoptan un papel secundario. <strong>De</strong>sde esta<br />
perspectiva, el resultado de la terapia y de los encuentros con<br />
la psicología y otras «ciencias» resulta casi siempre predeterminado.<br />
Inevitablemente, el grupo dominante es un modelo de «relaciones<br />
humanas normales». Así resulta «normal» tratar destructiva<br />
o despectivamente a los demás, ocultar la verdad de lo que<br />
se hace creando falsas explicaciones y oponerse a las acciones<br />
en favor de la igualdad. Resumiendo, si uno se identifica con el<br />
grupo dominante, es «normal» mantener este patrón. A pesar<br />
de que a muchos no nos gusta pensar en nosotros mismos como<br />
partidarios de -o participantes en- tal dominación, resulta<br />
difícil para un miembro del grupo dominante actuar de otro<br />
modo. En cambio, para seguir haciendo esas cosas uno sólo<br />
tiene que comportarse «normalmente».<br />
<strong>De</strong> ello se deduce que a los grupos dominantes, en general,<br />
no les gusta que les recuerden la existencia de la desigualdad ni<br />
que les hablen lo más mínimo de ella. «Normalmente» consiguen<br />
evitar el ser conscientes de ello dado que su explicación de<br />
la relación llega a estar muy bien integrada en otros términos;<br />
pueden incluso creer que tanto ellos como el grupo subordinado<br />
comparten los mismos intereses y, hasta cierto punto, una<br />
experiencia común. Si se les presiona un poco ofrecen las<br />
típicas racionalizaciones: el hogar es «el sitio natural de la<br />
mujer» y sabemos «lo que es mejor para ellas».<br />
Los dominadores prefieren evitar el conflicto, pues un conflicto<br />
abierto podría poner en cuestión la situación entera. Esto<br />
es especial y trágicamente cierto en los casos en que muchos<br />
miembros del grupo dominante lo están pasando mal. Algunos<br />
de ellos, o al menos ciertos segmentos del grupo como por<br />
ejemplo los obreros de raza blanca (que también son subordina
dos), se sienten inseguros en cuanto a sus débiles puntos de<br />
apoyo en las bases psicológicas que creen necesitar desesperadamente.<br />
Lo que los grupos dominantes no suelen ver es que la<br />
situación de desigualdad genera una cierta privación, en especial<br />
a un nivel psicológico.<br />
Está claro que la desigualdad crea un estado de conflicto.<br />
Pero los grupos dominantes tienden a eliminarlo. Ven cualquier<br />
cuestionamiento de la situación «normal» como amenazante;<br />
las actividades de los subordinados en dicha dirección se percibirán<br />
con alarma. Los dominadores acostumbran a estar convencidos<br />
de que las cosas son correctas y justas tal como están;<br />
no sólo para ellos sino también para los subordinados. <strong>La</strong><br />
moralidad confirma este punto de vista y la estructura social lo<br />
mantiene.<br />
Quizá resulte innecesario añadir que el grupo dominante<br />
suele copar todo el poder y la autoridad, y determinar las<br />
formas aceptables en las que aquél puede ser empleado.<br />
Subordinados. ¿Qué papel juegan los subordinados en todo<br />
esto? Dado que los dominadores determinan lo que es normal<br />
en una cultura, resulta mucho más difícil entender a los subordinados.<br />
Sus primeras expresiones y acciones indicativas de<br />
insatisfacción siempre resultan una sorpresa; casi siempre se<br />
rechazan como atípicas. <strong>De</strong>spués de todo, los dominadores<br />
saben que lo que las mujeres necesitan y desean es un hombre<br />
que les organice la vida. Los miembros del grupo dominante no<br />
entienden por qué «ellas/os» -quien primero se manifieste- se<br />
muestran tan irritables y fuera de sí.<br />
<strong>La</strong>s características que tipifican a los subordinados son aún<br />
más complejas. Un grupo subordinado tiene que concentrarse<br />
en su supervivencia básica. Por lo tanto se evita la reacción<br />
directa y franca al trato destructivo. Este tipo de acciones<br />
pueden causar literalmente (y causan) la muerte de alguno de<br />
los grupos subordinados. En nuestra propia sociedad, la acción<br />
directa de una mujer puede dar lugar a una combinación de<br />
penurias económicas, ostracismo social y aislamiento psicológi
co; e incluso al diagnóstico de un trastorno de personalidad.<br />
Cualquiera de tales consecuencias es indeseable. En los capítulos<br />
que siguen se expondrán algunos ejemplos de ellas y de<br />
cómo se emplean para controlar la conducta de la mujer.<br />
No debe pues sorprender que un grupo subordinado recurra<br />
a formas de acción y reacción disfrazadas e indirectas. Si bien<br />
tales acciones se planean para complacer al grupo dominante,<br />
de hecho casi siempre contienen chanzas y desafíos camuflados.<br />
Los cuentos populares o los chistes que se cuentan sobre los<br />
negros o las mujeres se suelen basar en cómo el astuto labrador<br />
o jornalero se burló del terrateniente, jefe o cónyuge rico. <strong>La</strong><br />
esencia de la historia reside en el hecho de que éste ni siquiera<br />
sabe que le han tomado el pelo.<br />
Una consecuencia importante de esta forma indirecta de<br />
operar es que a los miembros del grupo dominante les es negada<br />
una parte esencial de la vida: la oportunidad de adquirir autoconciencia<br />
mediante el conocimiento de su impacto sobre los<br />
dpmás. Así se les priva de la «validación por consenso», la<br />
retroalimentación y la oportunidad de corregir sus acciones y<br />
expresiones. En pocas palabras, los subordinados se lo callan.<br />
Por los mismos motivos, el grupo dominante se ve privado<br />
también de un conocimiento válido sobre los subordinados.<br />
(Resulta especialmente irónico que los «expertos» sociales en<br />
conocimiento sobre los subordinados sean casi siempre miembros<br />
del grupo dominante.)<br />
Por lo tanto, los subordinados saben más de los dominadores<br />
que viceversa. Así ha de ser. Se adaptan cuidadosamente a<br />
ellos, se tornan capaces de predecir sus reacciones de placer o<br />
displacer. Aquí es donde empieza, en mi opinión, la larga<br />
historia de la «intuición femenina». Parece claro que estos<br />
«dones» misteriosos son, de hecho, destrezas adquiridas con la<br />
práctica, consistentes en leer muchas pequeñas señales de origen<br />
verbal y no verbal.<br />
Otra consecuencia importante es que, normalmente, los subordinados<br />
saben más sobre los dominadores que sobre sí<br />
mismos. Cuando buena parte del destino de uno depende de
agradar y complacer a los dominadores, uno se concentra en<br />
ellos. <strong>De</strong> hecho, sirve de poco conocerse a uno mismo. ¿Para<br />
qué, teniendo en cuenta que es el conocimiento de los dominadores<br />
lo que determina la vida de uno? Esta tendencia se ve<br />
reforzada por muchas otras restricciones. Uno sólo se conoce a<br />
sí mismo mediante la acción e interacción. <strong>De</strong>sde el momento<br />
que su radio de acción o interacción es limitado, los subordinados<br />
carecerán de una evaluación realista de sus capacidades y<br />
problemas. <strong>De</strong>sgraciadamente, esta dificultad para adquirir autoconciencia<br />
se complica cada vez más.<br />
<strong>La</strong> trágica confusión emerge porque los subordinados absorben<br />
una gran parte de las mentiras creadas por los dominadores;<br />
hay muchos negros que se consideran inferiores a los blancos,<br />
y mujeres que aún se creen menos importantes que los<br />
hombres. Es más probable que se dé esta interiorización de las<br />
creencias dominantes si hay pocos conceptos alternativos a<br />
mano. Por otra parte, también es verdad que los miembros del<br />
grupo subordinado comparten ciertas experiencias y percepciones<br />
que reflejan con exactitud la verdad sobre sí mismos y sobre<br />
la justicia de su posición. Pero sus propios conceptos, más<br />
ciertos, están destinados a entrar en colisión con la mitología<br />
que han observado en el grupo dominante. Resulta casi inevitable<br />
una tensión interna entre los dos conjuntos de conceptos y<br />
sus derivados.<br />
<strong>De</strong>sde una perspectiva histórica, a pesar de todos los obstáculos,<br />
los grupos subordinados han tendido a avanzar hacia<br />
una mayor libertad de expresión y acción, aunque este progreso<br />
varía de una circunstancia a otra. Siempre ha habido esclavos<br />
que se rebelan y mujeres que han buscado un mayor desarrollo<br />
y autodeterminación. Muchos de los detalles de estas acciones<br />
no se preservan en la cultura dominante, haciendo difícil para<br />
el grupo subordinado encontrar una tradición e historia que les<br />
apoye.<br />
Entre algunos de los miembros de todo grupo subordinado<br />
se da la tendencia a imitar a los dominadores. Esta imitación<br />
puede adoptar varias formas. Algunos pueden intentar tratar
a los demás miembros de su grupo tan destructivamente como<br />
los dominadores. Unos cuantos pueden desarrollar la cualidad<br />
valorada en éstos y ser aceptados parcialmente en el grupo<br />
dominante. Normalmente no se los acepta del todo, o sólo si<br />
están dispuestos a renunciar a su identificación con los otros<br />
miembros de su grupo de dominados. Los «Tíos Tom» y ciertas<br />
mujeres profesionales se han visto a menudo en este caso.<br />
(Siempre hay unas pocas mujeres que se han ganado la alabanza<br />
supuestamente encarnada en la frase «piensa como un hombre».)<br />
En la medida en que los subordinados progresen hacia una<br />
expresión y acción más libre pondrán en evidencia la desigualdad<br />
y cuestionarán la base de su existencia. Convertirán el<br />
conflicto inherente en explícito. Tendrán entonces que cargar<br />
con el peso de ser definidos como «agitadores» y afrontar los<br />
riesgos que ello conlleva. Dado que este rol choca con su propia<br />
condición, los subordinados (especialmente las mujeres) no lo<br />
sobrellevan con facilidad.<br />
Lo que resulta inmediatamente evidente a partir del estudio<br />
de las características de los dos grupos es que no es probable<br />
que se dé una interacción mutuamente enriquecedora entre<br />
desiguales. <strong>De</strong> hecho, el conflicto es inevitable. <strong>La</strong>s preguntas<br />
importantes, entonces, son: ¿quién define el conflicto? ¿Cuándo<br />
resulta explícito o encubierto? ¿Respecto a qué cosas se plantea?<br />
¿Puede ganar alguien? ¿Es el conflicto «malo» por definición?<br />
¿En caso de que no, qué hace que sea productivo o destructivo?
El conflicto - al viejo estilo<br />
Conflicto encubierto - conflicto cerrado<br />
El conflicto, en sentido general, no es necesariamente amenazador<br />
o destructivo. Al contrario. A medida que avancemos<br />
intentaremos desarrollar una perspectiva más amplia de las<br />
muchas dimensiones del conflicto; por el momento baste decir<br />
que todos crecemos gracias a él. En un plano individual, el niño<br />
no crecería nunca si se limitara a interactuar con una imagen<br />
especular de sí mismo. El crecimiento implica interacción con<br />
las diferencias y con la gente que las encarna. Si tales diferencias<br />
se reconocieran más abiertamente podríamos permitir e<br />
incluso fomentar una expresión cada vez más fuerte de cada<br />
uno de los implicados o de su experiencia. Esto llevaría a una<br />
mayor claridad personal, más capacidad de satisfacer las propias<br />
necesidades y más facilidad de responder a los demás. Ello<br />
representaría una oportunidad para la satisfacción mutua e<br />
individual, el crecimiento e incluso la felicidad.<br />
En un marco de desigualdad, se niega la existencia del<br />
conflicto, y los medios para llegar abiertamente a él quedan<br />
excluidos. Es más, la desigualdad en sí da lugar a factores<br />
adicionales que impiden cualquier interacción explícita respecto<br />
a las diferencias reales. <strong>La</strong> desigualdad genera conflictos<br />
ocultos alrededor de elementos que ella misma ha puesto en<br />
marcha. En resumen, a los dos bandos se les desvía de un<br />
conflicto abierto respecto a las diferencias reales, gracias al cual<br />
podrían crecer, y se les canaliza hacia formas ocultas de conflic
to que implican falsificaciones. Para este conflicto oculto no<br />
hay formas o guías sociales aceptables, dado que se supone que<br />
no existe.<br />
Por último, hay una cantidad enorme de malentendidos<br />
respecto a las cualidades y características de cada una de las<br />
partes en conflicto. Uno puede intentar cortar esta complicada<br />
situación preguntando: ¿qué pasa realmente con la relación<br />
hombre-mujer hoy en día?<br />
En una situación de desigualdad hombre-mujer, hay dos<br />
escenarios posibles. <strong>La</strong> naturaleza del conflicto parece depender<br />
del grado en que la mujer acepte o no el concepto que el<br />
hombre tiene de ella. Si lo acepta, no reconocerá que existe un<br />
conflicto de intereses o necesidades. En lugar de ello, asumirá<br />
implícitamente que sus necesidades se satisfarán si acepta una<br />
postura orientada en general a la primacía del hombre y a la<br />
satisfacción de sus necesidades. En ocasiones tal aceptación<br />
«funciona», dependiendo de una serie de circunstancias y de un<br />
grado de suerte considerable.<br />
Paradójicamente, esto parece funcionar mejor cuando la<br />
mujer es en buena medida consciente de lo que hace; cuando<br />
se está alejando en realidad de este modelo pero finge que no.<br />
Se pone al servicio de la imagen de la mayor importancia y de<br />
las pretensiones del hombre. Al mismo tiempo ha desarrollado<br />
el suficiente sentido de sus derechos y capacidades y la suficiente<br />
conciencia de sus necesidades como para actuar en base a<br />
ello; y se las arregla para que, hasta cierto punto, se satisfagan.<br />
Es el estilo de la llamada «mujer lista» que, llevado al absurdo,<br />
predominó en tantas series televisivas familiares de la década<br />
pasada. <strong>La</strong> esposa lista se las arregla para conseguir lo que<br />
quiere haciendo que parezca que lo quiere su marido. Al final,<br />
el pobre marido no sabe exactamente qué está pasando. O, si lo<br />
sabe, no lo «reconoce». En esta apreciación de su inteligencia<br />
está implícita la crítica de que las mujeres son «retorcidas» por<br />
naturaleza.<br />
Estas relaciones no se basan en la sinceridad y la reciprocidad<br />
crecientes; contienen un elemento importante de engaño y
manipulación y a menudo resulta bastante obvia la condescendencia<br />
recíproca. Aunque no son la mejor base para el crecimiento<br />
mutuo suelen «funcionar», al menos durante un tiempo,<br />
y algunas de ellas pueden incluso dejar vías libres para la<br />
satisfacción de ciertas necesidades de cada miembro. <strong>La</strong>s mujeres<br />
suelen ser hábiles; las más eficaces no revelan hasta qué<br />
punto lo son.<br />
Se produce un problema mucho más profundo cuando los<br />
subordinados incorporan los conceptos del grupo dominante<br />
sobre ellos como inferiores o secundarios. <strong>La</strong>s mujeres así son<br />
menos capaces de reconocer y clarificar sus propias necesidades,<br />
tanto ante ellas mismas como ante los hombres. Creen que<br />
éstos satisfarán sus necesidades de alguna manera y luego se<br />
sienten a menudo tristemente decepcionadas. Esta situación<br />
puede llevar a una serie de demandas crecientes en el sentido de<br />
que el hombre satisfaga necesidades cada vez menos claras e<br />
incluso inadecuadas y excesivas.<br />
El ejemplo de una familia puede ilustrar este punto. Presentaré<br />
las líneas generales de una larga historia, tal como esposa y<br />
marido llegaron a verla tras muchos sufrimientos. Es el tipo de<br />
situación a la que psiquiatras, novelistas y dramaturgos se<br />
refieren con frecuencia porque, curiosamente, parece un retrato<br />
de la mujer fuerte. (El material se presenta primero en líneas<br />
generales y después mediante un análisis más detallado.)<br />
Al principio Sally, la esposa, aceptó su lugar como subordinada.<br />
Pero si bien no se quejaba abiertamente, empezó a mencionar<br />
con cierta frecuencia las cosas que echaba de menos: la<br />
falta de tiempo juntos como familia, las limitaciones económicas<br />
y las vacaciones que nunca llegaban. <strong>De</strong>jaba claros, sin<br />
verbalizarlos del todo, sus sentimientos de que su marido, Don,<br />
era menos capaz y menos triunfador de lo que ella había creído.<br />
Empezó a acentuar la poca importancia relativa de él en el<br />
hogar y a indicar que su incapacidad para encontrar tiempo<br />
para la familia debía ser resultado de su ineficacia. Mientras<br />
tanto ella desplegaba sus habilidades como trabajadora, demostrando<br />
la velocidad y eficacia con la que podía hacerse cargo de
la casa. Pasaba mucho tiempo con sus dos hijos y creía que esto<br />
indicaba su mayor entrega y «amor». A medida que los problemas<br />
se agudizaban, iba acentuando las debilidades del marido.<br />
Don tendía, por ejemplo, a tomar decisiones impulsivas que a<br />
veces lamentaba. El ya no podía discutir este problema en su<br />
matrimonio porque Sally magnificaba sus errores y creía que<br />
eran una de las causas fundamentales de los problemas familiares.<br />
Al comparar con sus reflexiones más sobrias, ella estableció<br />
su propia superioridad. Don se volvió cada vez menos capaz de<br />
defenderse de este sabotaje psicológico, dado que cada acusación<br />
tenía cierta parte de verdad. Sally utilizaba esta debilidad<br />
para menospreciarle y tratarle con desdén. Con el tiempo, él<br />
llegó a sentirse inútil y fracasado, poco «hombre», humillado y<br />
menospreciado. Sus hijos, asimismo, empezaron a considerarlo<br />
débil, ignorante, poco hábil y menos atento que su madre. <strong>La</strong><br />
buscaban a ella para satisfacer sus necesidades. A la vez la<br />
odiaban y desconfiaban de ella, acusándola de la destrucción<br />
del padre.<br />
Sally y Don habían librado una campaña encubierta y devastadoramente<br />
engañosa, pero no habían conseguido ninguna<br />
victoria. Ella, desde luego, no tenía el marido competente que<br />
creyó necesitar. Al mismo tiempo tenía miedo de salir al mundo<br />
e intentar conseguir algo por sí misma. En realidad estaba<br />
mal preparada para hacerlo, pues había renunciado tempranamente<br />
a las oportunidades de adquirir formación o experiencia<br />
laboral para facilitar la de su marido. Durante el curso de la<br />
campaña ella había perdido mucho: se la había abandonado y<br />
desdeñado.<br />
Sally no pedía abiertamente igualdad. No pensaba en tales<br />
términos. No luchaba para desarrollar sus capacidades e intereses.<br />
Si lo hubiera hecho habría provocado un conflicto con su<br />
marido y, previamente, con las instituciones educativas y económicas.<br />
Su conflicto era de una naturaleza muy diferente. A<br />
pesar de que habría sido tildada de buscapleitos si hubiera<br />
perseguido y exigido una oportunidad igualitaria de explorar<br />
sus necesidades e intereses, se habría encontrado pisando otro
terreno. Sus percepciones de sus propios sentimientos estaban<br />
distorsionadas, y sus demandas adoptaban la forma de críticas<br />
a la idoneidad de su marido. El mensaje implícito en su conducta<br />
era el de que Don «no era lo bastante hombre». Dado que<br />
tanto él como ella estaban atrapados en esta dinámica, se<br />
producía una serie de ataques crecientes contra su «hombría».<br />
Esto, combinado con la rabia y el castigo por las necesidades<br />
insatisfechas, convertían el modelo en exactamente aquello que<br />
los hombres temen más: ser inferiores a la mujer. No se había<br />
invertido la situación de desigualdad sino las posiciones en el<br />
modelo.<br />
<strong>De</strong> hecho, el modelo que se intenta que adopten las mujeres<br />
ha sido el denominado de «desigualdad temporal», ya descrito<br />
antes. Los hombres -superiores- son «más» o tienen «más». Un<br />
modelo así resulta claramente inadecuado entre dos adultos,<br />
dado que conduce a expectativas y demandas encubiertas que<br />
socavan los recursos psicológicos del hombre. Esta postura de<br />
dominación y mayor privilegio debería haber sido sometida a un<br />
ataque abierto. Ello habría sido beneficioso, en último extremo,<br />
tanto para el hombre como para la mujer. Pero a la mujer se la<br />
desalienta para que no dé inicio a este tipo de lucha.<br />
Es más, la ética dominante le suele inducir a verse a sí<br />
misma y a sus intentos de conocer y actuar en base a sus<br />
necesidades -o de llevar su vida más allá de los límites prescritos-<br />
como si estuviera atacando al hombre o intentando ser<br />
como él. En el fondo, la mujer cree que debe ser destructiva si<br />
lo intenta. En realidad, los intentos de enriquecer su vida,<br />
incluso en la dirección de sus intereses femeninos tradicionales,<br />
eran -y son aún- tergiversados como intentos de menospreciar<br />
o imitar al hombre. A la mujer le ha sido muy difícil llegar a<br />
percibir su autodesarrollo en términos distintos.<br />
Conflicto explícito - conflicto sin límites preestablecidos<br />
Si los subordinados no aceptan su lugar como inferiores o
secundarios, darán lugar a un conflicto explícito. Es decir, si la<br />
mujer asume que sus propias necesidades tienen la misma validez<br />
y procede a explorarlas más abiertamente, se considerará<br />
que está dando lugar a un conflicto y deberá acarrear la cruz<br />
psicológica de rechazar las imágenes masculinas de la «verdadera<br />
feminidad». Esto puede producir malestar, ansiedad e incluso<br />
reacciones más severas por ambas partes. <strong>La</strong> esperanza, con<br />
todo, es que la interacción entre dos adultos competentes y con<br />
recursos pueda facilitar la satisfacción de las necesidades mutuas.<br />
Hombre y mujer pueden dejar de estar sometidos a exigencias<br />
no del todo conocidas o asumidas, destinadas a no ser<br />
satisfechas. (<strong>La</strong>s exigencias específicas a las que se ve sometida la<br />
mujer se tratarán con más detalle a lo largo de todo el libro.)<br />
Para comprender la situación innecesariamente destructiva<br />
que se da en la familia de Sally y Don es necesario describirlos a<br />
ellos con un poco más de detalle. Ambos habían alcanzado la<br />
edad adulta con gran cantidad de recursos y posibilidades para<br />
su desarrollo posterior. Ambos tenían problemas bastante semejantes,<br />
pero los manejaban de forma diferente. Tenían fuertes<br />
dudas sobre su capacidad para existir y funcionar con seguridad<br />
como individuos. Ambos buscaban, en cierta forma, una persona<br />
fuerte y protectora que les aportara soluciones a sus problemas;<br />
pero también estaban dispuestos a encolerizarse con tal persona.<br />
Aun así, los dos tenían capacidades en las que podían haber<br />
basado un mayor sentido de poder y seguridad individual.<br />
En principio Sally veía en la despreocupación y sentido del<br />
humor de Don, en su inconsciencia ligeramente osada y aparente,<br />
el ansiado camino para huir de sus propios sentimientos<br />
odiosos de desajuste e incapacidad y para actuar libremente y<br />
sin embargo con seguridad; admiraba en él las cosas que luego<br />
condenó. Don, por su parte, veía en la vivacidad y eficacia de<br />
su mujer algunos de los puntos fuertes y la seguridad que<br />
buscaba. Los dos podían haber «aprendido» mucho de la forma<br />
en la que el otro manejaba estos temas básicos, pero esto no<br />
suele pasar cuando una relación no consigue satisfacer las necesidades<br />
importantes y responder a ellas.
En una situación de desigualdad no se anima a la mujer<br />
a tomarse en serio sus necesidades, a explorarlas, a intentar<br />
actuar en base a ellas como individuo. Se le exige que hipoteque<br />
todos sus recursos propios y así se impide que desarrolle<br />
un sentimiento válido y fiable de amor propio. Se intenta que<br />
se concentre en las necesidades y en el desarrollo del varón.<br />
Concentrarse en el propio desarrollo y tomárselo en serio es<br />
bastante difícil para cualquier ser humano. Pero, como se ha<br />
demostrado recientemente en diferentes áreas, ha sido aún más<br />
difícil para las mujeres. A la mujer no se la anima a desarrollarse<br />
todo lo posible y a experimentar el estímulo, el dolor, la<br />
ansiedad y la incertidumbre que implica dicho proceso. Más<br />
bien se intenta que evite el autoanálisis y se concentre en<br />
formar y mantener una relación con una sola persona. <strong>De</strong><br />
hecho, se pretende que crea que si pasase por la lucha mental y<br />
emocional del autodesarrollo el final sería desastroso; estaría<br />
comprometiendo la posibilidad de mantener alguna relación<br />
íntima. Este castigo, esta amenaza de aislamiento, resulta intolerable<br />
para cualquiera. En el caso de la mujer, la realidad lo ha<br />
convertido en cierto: no es en absoluto imaginario.<br />
Para evitar este resultado, la mujer se ve empujada a hacer<br />
dos cosas. Primero, se la aparta de la posibilidad de explorar y<br />
expresar sus necesidades (bajo la amenaza de un espantoso<br />
aislamiento o conflicto, no sólo con los hombres sino con todas<br />
las instituciones establecidas y con su propia imagen interior de<br />
lo que significa ser una mujer). Segundo, se la empuja a «transformar»<br />
sus propias necesidades. Esto suele implicar una incapacidad<br />
automática e imperceptible de reconocer sus propias<br />
necesidades como tales. Llegan a verlas como si fueran idénticas<br />
a las de los demás; casi siempre varones o niños. Si la mujer<br />
puede sobrellevar esta transformación y satisfacer las necesidades<br />
que percibe en los demás, entonces, según cree ella, se<br />
sentirá cómoda y realizada. <strong>La</strong>s que puedan hacerlo se encontrarán<br />
aparentemente más a gusto con las estructuras sociales.<br />
El problema es que se trata de una transformación precaria;
pende de un hilo muy fino y yo he visto gente que, por así<br />
decirlo, ha roto este hilo.<br />
Un ejemplo extremo de esta transformación es el que sugieren<br />
los estudios sobre familias de personas que padecen formas<br />
extremas de problemas psicológicos, los denominados esquizofrénicos.<br />
En tales familias, los padres, especialmente las madres,<br />
parecen percibir sus propias necesidades conflictivas e<br />
irresolutas como si, en cierto sentido, fueran las del niño. Estos<br />
estudios nos llevan a suponer que tales familias no representan<br />
sucesos idiosincrásicos, sino más bien ejemplos intensificados<br />
de una situación que existe en todos los casos.<br />
Así, podría no ser accidental el hecho de que en los años<br />
anteriores al replanteamiento actual de la posición de la mujer<br />
se informara en la literatura psiquiátrica de que casi todos los<br />
trastornos psicológicos mayores eran «causados» por una «madre<br />
dominante» y un «padre débil e ineficaz». Esto se afirmó de<br />
la esquizofrenia, la homosexualidad, la delincuencia, la alienación<br />
juvenil y casi todos los demás problemas psicológicos o<br />
sociales. En la medida en que tales observaciones fueran válidas,<br />
probablemente reflejaban la presión sobre las necesidades<br />
en conflicto entre hombres y mujeres. Posiblemente indicaban<br />
de forma especial el hecho de que a la mujer se la anima a<br />
buscar la satisfacción de todas sus necesidades en la familia y<br />
a la vez a transformarlas, a intentar creer que no le pertenecen a<br />
ella sino a alguien más.<br />
Todo lo anterior se desvelará y explorará con más detalle en<br />
los capítulos siguientes. Primero quisiera enfocar nuestra trágica<br />
situación desde otro punto de vista privilegiado.
<strong>La</strong> importancia de la gente no importante<br />
Hemos visto que a medida que una sociedad enfatiza y<br />
valora ciertos aspectos del espectro total de posibilidades humanas<br />
más que otros, los aspectos valorados se asocian íntimamente<br />
con el ámbito del grupo dominante y se limitan a éste.<br />
Algunos otros elementos quedan relegados a los subordinados.<br />
Si bien puede tratarse de partes necesarias de la experiencia<br />
humana, no son las que valora esa sociedad en concreto. Es<br />
más, a los subordinados no les resulta fácil llamar la atención<br />
sobre esta distribución.<br />
Varios escritores de raza negra se han referido a esta experiencia.<br />
Han dicho que a medida que la historia americana,<br />
siguiendo la tradición de la historia occidental, ha ido valorando<br />
el intelecto y las funciones ejecutiva y administrativa, el<br />
trabajo físico se ha visto relegado al terreno de los negros y los<br />
blancos de clase baja. Al mismo tiempo, a las personas que se<br />
dedican a tareas manuales se les suele considerar como los<br />
miembros menos integrados de la sociedad. Así nos encontramos<br />
con el mito de las proezas sexuales de los negros o la<br />
imagen del camionero rudo y encallecido. El mismo proceso<br />
actúa en relación a la mujer porque el ámbito de la biología -el<br />
cuerpo, el sexo y la maternidad- le pertenece. También le son<br />
relegadas las interacciones primarias con los niños y las cosas<br />
infantiles en general.<br />
Ya mencioné antes que a los subordinados se les suelen<br />
asignar las tareas menos valoradas. Es interesante darse cuenta<br />
de que éstas casi siempre implican la satisfacción de necesida
des corporales. Se espera de ellos que hagan placenteras, ordenadas<br />
o limpias aquellas partes del cuerpo que se perciben<br />
como desagradables, desordenadas o sucias. (Un ejemplo superficial<br />
es la provisión de ropa limpia; otro menos superficial es la<br />
provisión de un necesario desahogo sexual.)<br />
Parece posible que Freud tuviera que descubrir la técnica<br />
especializada del psicoanálisis porque hay partes cruciales de la<br />
experiencia humana que no se satisfacen de forma abierta y<br />
socialmente aceptable en el seno de la cultura de un grupo<br />
dominante. Es decir, los dominadores no pueden satisfacer a<br />
los propios dominadores. Estos ámbitos de la experiencia le han<br />
sido relegados consecuentemente a la mujer.<br />
¿<strong>De</strong> qué se ha estado ocupando en realidad el psicoanálisis?<br />
En primer lugar Freud se centró en las experiencias corporales,<br />
sexuales e infantiles, y afirmó que resultaban de una importancia<br />
crucial pero oculta. <strong>La</strong> teoría psicoanalítica más reciente<br />
tiende a acentuar los temas más profundos referentes a los<br />
sentimientos de vulnerabilidad, debilidad, dependencia y las<br />
conexiones emocionales básicas entre un individuo y los demás.<br />
Es decir, el psicoanálisis se ha comprometido de algún modo a<br />
fomentar el reconocimiento de estos aspectos trascendentes de<br />
la experiencia humana. Y creo que lo ha hecho sin darse cuenta<br />
de que esas áreas de la experiencia podrían haberse mantenido<br />
fuera de la conciencia de la gente en virtud de su disociación<br />
radical del hombre y su asociación con la mujer. No se trata de<br />
que los hombres no tengan experiencia en dichas áreas. Como<br />
ha señalado el psicoanálisis, se trata de experiencias humanas<br />
significativas. En realidad implican las necesidades de la propia<br />
experiencia humana. Se podría incluso decir que llegamos a<br />
«necesitan) psicoanálisis justamente porque ciertas partes esenciales<br />
de la experiencia masculina han sido muy problemáticas<br />
y por lo tanto han permanecido desconocidas, inexploradas y<br />
negadas.<br />
<strong>La</strong> mujer, por tanto, se convierte en la «portadora» social de<br />
ciertos aspectos de la experiencia humana total: aquellos que<br />
permanecen por resolver. (Esta es una de las razones por las
que debe ser maltratada y degradada.) El resultado de tal proceso<br />
es el de impedir al hombre que integre completamente tales<br />
áreas en su propia vida. Estas partes de la experiencia han sido<br />
apartadas del terreno del intercambio franco y abierto y relegadas<br />
cada vez más a un terreno fuera de la conciencia completa,<br />
en el que adoptan todas clases de atributos aterrorizantes. Dado<br />
que la mujer ha sido menos capaz de manifestar su experiencia<br />
y sus preocupaciones que el hombre, no ha podido reintroducir<br />
esos elementos en el intercambio social normal.<br />
Hemos afirmado que nuestra tradición cultural ha acentuado<br />
ciertas potencialidades humanas, y lo hemos considerado<br />
muy importante. Quizás inicialmente estas capacidades relativas<br />
a «administrar» y superar los riesgos percibidos en el entorno<br />
físico parecieron menos valiosas. Sea cual sea su origen, se<br />
convirtieron en muy valoradas y fueron elaboradas por las<br />
culturas dominantes. Tenían que cultivarse a cualquier precio;<br />
las tendencias que interferían con ellas habían de ser apartadas<br />
y domesticadas o «dominadas».<br />
Los aspectos que parece más necesario dominar son aquellos<br />
que se perciben como incontrolables o como pruebas de<br />
debilidad e indefensión. Aprender a dominar la pasión y<br />
la debilidad resulta ser una de las tareas más importantes para<br />
hacerse un hombre. Pero la sexualidad, precisamente debido a<br />
su prevalencia y al intenso placer que procura, puede convertirse<br />
en un área amenazadora, en algo que socave los controles<br />
cuidadosamente desarrollados. Igual de amenazador resulta el<br />
terreno de las «relaciones objetales», es decir, la implicación<br />
intensa con personas de ambos sexos. <strong>De</strong> hecho, los hombres se<br />
sienten fuertemente atraídos hacia otras personas, sexualmente<br />
y en un sentido emocional más completo; pero han erigido<br />
potentes barreras en contra de esta atracción. Y creo que aquí<br />
reside la mayor fuente de su miedo: que la atracción les reduzca<br />
a una masa o estado indiferenciado gobernado por la debilidad,<br />
la vinculación emocional y/o la pasión, y que pierdan así su<br />
ansiada y bien merecida condición de hombría. Esta amenaza,<br />
creo, es la más intensa de las que plantea la igualdad, pues no se
percibe sólo como tal sino como forma total de despojar a la<br />
persona.<br />
Gran parte de los ensayos sobre literatura, filosofía y ciencias<br />
sociales se centran en la falta de conexión entre nuestras<br />
instituciones. Existe una preocupación muy extendida sobre<br />
nuestra incapacidad para organizar los frutos de la tecnología y<br />
dotarlos de una finalidad humana; éste es, quizás, el problema<br />
fundamental de la cultura dominante. Pero las finalidades humanas<br />
se han asignado tradicionalmente a las mujeres; en realidad<br />
las vidas de éstas han estado siempre ocupadas por dichas<br />
finalidades. Cuando las mujeres han planteado cuestiones que<br />
reflejaban sus preocupaciones, éstas se han dejado de lado y<br />
etiquetado como cosas triviales. <strong>De</strong> hecho, tanto ahora como en<br />
el pasado, estos temas son todo menos triviales; más bien se<br />
trata de importantes problemas no resueltos por la cultura<br />
dominante en su conjunto, cargados de asociaciones temidas.<br />
<strong>La</strong> acusación de trivialidad es, con toda probabilidad, una<br />
defensa masiva, dado que estas cuestiones amenazan con la<br />
reemergencia de aquello que se ha negado y sellado bajo<br />
la etiqueta de «hembra».<br />
Planteándolo de otra forma podríamos preguntamos, «en el<br />
renacimiento actual del movimiento feminista, ¿qué temas han<br />
aparecido?» ¿No son, en muchos casos, manifestaciones del<br />
hecho de que la mujer es la portadora de estas necesidades<br />
humanas en el grupo social como conjunto? ¿<strong>De</strong> qué se han<br />
quejado las mujeres tras muchos años, recibiendo el mayor<br />
número de críticas por hacerlo así? En este punto, las portavoces<br />
más radicales de las mujeres han acentuado sus objetivos<br />
con la mayor claridad:<br />
1. Franqueza fisica. - Hablar abiertamente respecto al propio<br />
cuerpo -para saber cosas acerca de él y de cómo funciona- tiene<br />
como meta mantenerse en contacto con él en lugar de controlarlo<br />
o pretender que se controla. También se da un firme rechazo de<br />
cualquier forma de control externo del cuerpo femenino, desde el<br />
control sexual directo a las sanciones legales.<br />
2. Franqueza sexual. - El conocimiento explícito sobre te
mas sexuales es una necesidad apremiante, igual que lo es la<br />
redefinición de la sexualidad femenina en relación a sí misma,<br />
en lugar de serlo en la forma percibida por el hombre. Un<br />
aspecto importante de este objetivo es la eliminación del rol de<br />
objeto sexual, y un mayor énfasis en la conexión entre significados<br />
sexuales, personales y emocionales.<br />
3. Franqueza emocional. - <strong>La</strong> manifestación abierta de<br />
sentimientos de vulnerabilidad y debilidad (especialmente),<br />
que en general no resulta bien vista por la cultura dominante, es<br />
esencial para la salud mental. Al mismo tiempo, la mujer desea<br />
expresar abiertamente su sentido del poder, cosa que, ciertamente,<br />
no le ha resultado fácil.<br />
4. <strong>De</strong>sarrollo humano. - <strong>La</strong> responsabilidad del cuidado y<br />
fomento del desarrollo humano se ha abordado tradicionalmente<br />
desde el punto de vista de los niños y quién debía cuidarlos.<br />
En este momento es más una cuestión de cómo nosotros, en<br />
tanto que personas, hemos de responder del debido cuidado y<br />
crecimiento de todas las personas, niños y adultos.<br />
5. Función asistendal. - <strong>La</strong> redistribución de la responsabilidad<br />
de la asistencia a los demás es una necesidad imperiosa.<br />
Tales servicios asistenciales suelen referirse a necesidades corporales<br />
(tales como hacer el café de la oficina), pero se amplían<br />
a los temas del servicio a los demás en formas psicológicamente<br />
muy básicas y esenciales.<br />
6. Cosificación. - Muchas mujeres se han opuesto enconadamente<br />
a la cosificación, no sólo sexual sino de cualquier tipo.<br />
Ya no desean ser tratadas como si fueran «cosas» en ningún<br />
aspecto de la vida.<br />
7. Sociedad humanizante. - «Emocionalizar» y, por lo tanto,<br />
humanizar nuestra forma de vida y nuestras instituciones<br />
significa ver y expresar las cualidades emocionales inherentes a<br />
toda experiencia.<br />
8. Igualdad privada y pública. - Hay una exigencia creciente<br />
de estilos de vida igualitarios, de responsabilidad mutua y<br />
más cooperativos, que reemplacen a los que prevalecen actualmente<br />
en la esfera pública y privada, que se orientan a la domi
nación y a la competitividad. Los conceptos de jerarquía, control<br />
y «distanciamiento» de la gente se están cuestionando.<br />
9. Creatividad personal. - El derecho a participar en la<br />
creación de la propia cualidad de persona es especialmente<br />
importante, y se contrapone a aceptar la forma y el contenido<br />
que nos es prescrito por el grupo dominante.<br />
Esta lista de temas sugiere una propuesta interesante y prometedora:<br />
la sociedad regida por el hombre, a medida que proyectaba<br />
en el ámbito femenino alguna de sus exigencias más conflictivas<br />
y problemáticas, puede haber delegado simultánea e<br />
inadvertidamente en la mujer no las «necesidades más bajas» de<br />
la humanidad, sino las «más elevadas», es decir, la cooperación y<br />
creatividad intensa y emocionalmente integrada necesaria para la<br />
vida y el crecimiento humano. Es más, es la mujer la que hoy en<br />
día percibe que debe exigirlas consciente y explícitamente si aspira<br />
a alcanzar siquiera los inicios de su integridad personal.<br />
<strong>La</strong> mujer, en muchos sentidos, ha «llenado» estas necesidades<br />
esenciales todo este tiempo. Precisamente por ello, ha desarrollado<br />
los cimientos de ciertas cualidades psicológicas extremadamente<br />
valiosas, que apenas empezamos a comprender.<br />
Espero que el conocimiento adquirido en las diversas áreas de<br />
estudio pronto nos ayude a esquematizar tales recursos y su<br />
funcionamiento dinámico en términos más ricos y precisos. En<br />
la parte que sigue quisiera describir brevemente algunas de<br />
estas características psicológicas tal como se encuentran en la<br />
experiencia de la psicoterapia.<br />
También sugeriré que, si bien el psicoanálisis ha atravesado<br />
dos etapas históricas en cuanto a sus contenidos principales, los<br />
problemas que aparecen en la lista de las preocupaciones actuales<br />
de las mujeres podrían estar señalando una «tercera etapa»<br />
que el propio psicoanálisis aún no ha definido. Una forma<br />
simplista de definirla sería decir que el psicoanálisis ha estado<br />
haciendo «trabajo de mujer», pero no lo ha reconocido como<br />
tal. Tenía que hacer este «trabajo de mujer», pues la cultura<br />
dominante no lo hacía ni lo tomaba en consideración. Ahí<br />
residen sus problemas.
Segunda parte: mirando en ambas direcciones<br />
Más allá de la desigualdad, la mujer mantiene una relación<br />
más compleja con la sociedad masculina. No sólo se la ha<br />
tratado desigualmente -en cierto sentido como a muchos otros<br />
grupos de gente definidos socialmente como subordinados- sino<br />
que ha mantenido una dinámica especial y más total.<br />
Resulta de la mayor importancia acentuar que todas las<br />
características psicológicas que se comentarán en esta sección<br />
tienen dos aspectos. Se trata de cualidades que, en este momento,<br />
se encuentran más desarrolladas en las mujeres como grupo.<br />
En una situación de desigualdad e indefensión, estas características<br />
pueden llevar al sometimiento y a una serie de complejos<br />
problemas psicológicos, tal como intentaremos demostrar. Por<br />
otra parte, el diálogo se produce siempre con el futuro. Estas<br />
mismas características representan potencialidades que pueden<br />
aportar un marco nuevo que tendría que ser inevitablemente<br />
diferente del de la sociedad masculina dominante. Bernard S.<br />
Robbins fue el primero en adelantar la idea de que las características<br />
psicológicas de la mujer se mantienen más próximas a<br />
determinados aspectos esenciales y son, por lo tanto, fuentes de<br />
fuerza y la base de una forma de vida más avanzada.1<br />
He etiquetado estas características como «fuerzas» porque éste<br />
1. No he seguido todas las ideas de Robbins sino que presento observaciones de mi<br />
propio trabajo. <strong>La</strong>s ideas de Robbins se vieron en un simpósium psicoanalítico en 1950,<br />
período aciago para la mujer. Es interesante observar que el colega al que se le pidió que<br />
comentara el artículo respondió ridiculizándolo y menospreciándolo. Sólo se podían<br />
conseguir copias de las actas del simpósium y nunca se publicaron. Bernard S. Robbins,<br />
«The Nature of Feminity», Proceedings of Symposium on Feminine Psychology, patrocinado<br />
por el Comprehensive Course in Psychoanalysis (Nueva York, New York Medical<br />
College, 1950).
es un punto que quisiera acentuar. Hasta ahora se han venido<br />
denominando «debilidades», e incluso las propias mujeres las han<br />
interpretado como tales. Tal designación ha formado parte de la<br />
devaluación y el oscurantismo asociados a ellas.<br />
Los temas tratados en esta parte guardan un paralelismo<br />
sugerente con el tema que más preocupa en el estado actual del<br />
pensamiento psicoanalítico. Los psicoanalistas de hoy en día se<br />
ocupan de los orígenes y la naturaleza del sentimiento individual<br />
más básico de conexión con otros seres humanos. Los temas que<br />
más interesan son las denominadas «necesidades de dependencia»<br />
(expresión discutible), el desarrollo de la autonomía y/o<br />
independencia y el tema de los sentimientos básicos de debilidad y<br />
vulnerabilidad. (Otto Kernberg y Harry Guntrip, por ejemplo, son<br />
dos de los autores psicoanalíticos que se ocupan de esta área.<br />
Entre otros se han contado Harry S. Sullivan, Frieda Fromm-<br />
Reichmann y W. D. R. Fairbairn.) No intentaré analizar este<br />
paralelismo con detalle, ni discutir estos temas en los términos<br />
psicoanalíticos habituales, sino que me limitaré a sugerir que<br />
todos ellos están estrechamente vinculados y asociados con el<br />
lugar asignado a la mujer según nuestra forma social y psicológica<br />
de estructurar la vida. <strong>De</strong> hecho, creo que los propios términos<br />
en los que conceptualizamos estos temas reflejan que su origen<br />
está en una situación en la que la mujer ha desempeñado un papel<br />
clave pero sumergido. En el próximo capítulo demostraremos que<br />
los intentos femeninos de enfrentarse a estos temas conducen al<br />
punto central de lo que podría ser el próximo estadio, aún no<br />
definido, del psicoanálisis o de la teoría psicoanalítica.<br />
Lo que intentaré es contemplar las complejidades de la teoría<br />
psicológica desde lo que es, de hecho, un lugar estratégico totalmente<br />
diferente; que se inicia con la consideración de algunas de<br />
las características de la mujer. Empezaremos este análisis por un<br />
nivel descriptivo simple y volveremos para recapitular sobre algunas<br />
de las complicaciones que le siguen. Cuando lo hayamos<br />
conseguido, podremos estar en posición de entender mejor las<br />
dinámicas que contribuyen a crear y mantener la situación<br />
actual; o, en su caso, a cambiarla.
4<br />
Fuerzas<br />
Vulnerabilidad, debilidad, indefensión<br />
En la psicoterapia de hoy en día se adjudica un lugar central<br />
a los sentimientos de debilidad, vulnerabilidad e indefensión,<br />
así como a su correlato habitual; el sentimiento de necesidad.<br />
Se trata de sentimientos que todos conocemos, dado el largo<br />
período necesario para el desarrollo madurativo del ser humano<br />
en nuestra sociedad y las dificultades y falta de apoyo que la<br />
mayoría de nosotros sufrimos durante la infancia y la vida<br />
adulta. Estos sentimientos son, por supuesto, de lo más desagradable<br />
-llevados al extremo resultan terroríficos- y varias escuelas<br />
de pensamiento psicoanalítico postulan que son las causas<br />
profundas de algunas «patologías» mayores. En la sociedad<br />
occidental se enseña al hombre a temer, aborrecer o negar que<br />
pueda sentirse débil o indefenso, mientras que a la mujer se la<br />
anima a cultivar este estado. El primer punto en importancia,<br />
sin embargo, es que estos sentimientos son comunes a todos e<br />
inevitables, incluso aunque nuestra tradición cultural pretenda<br />
de forma poco realista que los hombres los descarten en lugar<br />
de reconocerlos.<br />
Dos ejemplos breves sirven para mostrar este contraste. A<br />
Mary, una joven asistente sanitaria con talento y recursos y dos<br />
hijos se le ofreció un puesto nuevo de mayor responsabilidad.<br />
Se trataba de dirigir un equipo encargado de poner en práctica<br />
un enfoque innovador de atención al paciente. Significaba una<br />
mayor competencia para los miembros del equipo, y para Mary
un trabajo más difícil de coordinación y negociación de las<br />
ansiedades y dificultades del equipo. Su reacción inmediata fue<br />
la de preocuparse por su capacidad de llevar a cabo el proyecto;<br />
se sentía débil e indefensa ante una tarea formidable. A veces se<br />
convencía de que era totalmente incapaz de hacer el trabajo y<br />
quería rechazar la oferta.<br />
Sus preocupaciones estaban justificadas hasta cierto punto,<br />
pues el puesto de coordinadora del equipo era difícil y exigente,<br />
y sólo debía aceptarse tras una rigurosa autoevaluación. Ella,<br />
sin embargo, era una mujer sumamente capaz y había demostrado<br />
la destreza necesaria. Pero mantenía ciertos problemas<br />
típicamente femeninos; tenía problemas para admitir sus puntos<br />
fuertes y los perdía de vista con facilidad. <strong>La</strong> aceptación<br />
abierta de su propia competencia significaría la pérdida de esa<br />
imagen débil de niña pequeña en la que se apoyaba a pesar de<br />
su obvia inexactitud. Si bien un cierto miedo respecto a su<br />
trabajo parecía justificado, su reticencia a abandonar la vieja<br />
imagen exageraba sus temores.<br />
Por otra parte, un hombre, Charles, también muy cualificado,<br />
tuvo la oportunidad de aceptar un trabajo de mayor nivel, y<br />
se sintió muy satisfecho. El trabajo, en cuanto a sus requerimientos<br />
administrativos y responsabilidades, era muy similar<br />
al de Mary, e igualmente exigente. Justo antes de aceptarlo<br />
desarrolló ciertos síntomas físicos bastante graves de los que no<br />
hablaba. Sin embargo, su esposa Ruth sospechaba que eran<br />
causados por la ansiedad que le provocaba enfrentarse a las<br />
tareas que tenía por delante. Conociéndolo bien, no mencionó<br />
el problema directamente, pero inició la conversación de la<br />
única forma que creía posible. Sugirió que quizá fuera buena<br />
idea introducir algunos cambios en su régimen alimentario,<br />
horarios y estilo general de vida. <strong>La</strong> reacción inicial de él fue de<br />
ira; la desdeñó diciéndole sarcásticamente que dejara de molestarle.<br />
Más adelante admitió ante sí mismo y ante ella que<br />
cuando se sentía más inseguro de sus capacidades y más necesitado<br />
de ayuda reaccionaba con ira; especialmente si parecía que<br />
alguien percibía su estado de necesidad.
Afortunadamente, Charles intenta denodadamente superar<br />
las barreras que le impiden reconocer tales sentimientos. Los<br />
esfuerzos de su esposa abrieron la posibilidad de enfrentarse a<br />
ello. El no podría haber iniciado el proceso por sí mismo. Ni<br />
siquiera pudo responder inmediatamente a su inicio excepto en<br />
esta ocasión, justo después de haberse sorprendido negándolo.<br />
Ruth podría haber permanecido fácilmente rechazada, herida,<br />
y resentida, y la situación podría haber escalado hacia la ira y la<br />
recriminación mutua justo cuando él se sentía más vulnerable,<br />
indefenso y necesitado.<br />
También es importante advertir que Ruth no estaba siendo<br />
recompensada por su esfuerzo. Más bien se la hacía sufrir por él<br />
mediante la ira y el rechazo. Este es un pequeño ejemplo de<br />
cómo las cualidades valiosas de la mujer no sólo no se reconocen<br />
sino que se penalizan. En este caso, Ruth no fue capaz de<br />
manifestar abiertamente sus percepciones. Tuvo que emplear<br />
«truquitos femeninos». Ciertas cualidades importantes, como<br />
la comprensión de las vulnerabilidades humanas y el ofrecimiento<br />
de ayuda, pueden resultar disfuncionales en las relaciones<br />
tal como están estructuradas en este momento, y pueden<br />
hacer que una mujer sienta que debe estar equivocada.<br />
No hay ninguna sociedad en la que la persona -varón o<br />
hembra- aparezca en escena en un estado adulto total. Una<br />
parte necesaria de toda experiencia es el reconocimiento de las<br />
propias debilidades y limitaciones. <strong>La</strong> más valiosa de las cualidades<br />
humanas -la capacidad de crecimiento psicológico- es<br />
necesariamente un proceso continuo, que conlleva sentimientos<br />
de vulnerabilidad durante toda la vida. Como muestra el ejemplo<br />
de Charles, los hombres han sido condicionados para temer<br />
y odiar la debilidad, para intentar deshacerse de ella inmediata<br />
y, a veces, desesperadamente. Esto, según creo, representa un<br />
intento de distorsionar la experiencia humana. Es necesario<br />
«aprender», en un sentido emocional, que estos sentimientos<br />
no son vergonzosos o aborrecibles sino que el individuo puede<br />
avanzar partiendo de ellos, siempre que se experimenten como<br />
lo que son. Sólo entonces puede aspirar la persona a encontrar
caminos adecuados que le conduzcan hacia nuevas fuerzas.<br />
Junto con estas nuevas fuerzas aparecerán nuevas áreas de<br />
vulnerabilidad, pues la invulnerabilidad absoluta no existe.<br />
El hecho de que las mujeres son más capaces que los hombres<br />
de admitir conscientemente sentimientos de debilidad o<br />
vulnerabilidad es obvio, pero no hemos admitido aún la importancia<br />
de esta habilidad. <strong>La</strong> capacidad, realmente mucho mayor,<br />
que tiene la mujer para tolerar tales sentimientos -que la<br />
vida en general y nuestra sociedad en particular genera en todos<br />
nosotros- es muy positiva. Muchos adolescentes y varones<br />
jóvenes parecen estar sufriendo especialmente por la necesidad<br />
de escapar de esos sentimientos antes de experimentarlos. En<br />
ese sentido la mujer, tanto superficial como profundamente,<br />
está mucho más en contacto con esas experiencias vitales básicas;<br />
con la realidad. Al mantener un contacto más directo con<br />
esta condición humana fundamental, al tener que defender y<br />
negar menos, la mujer está en una posición que le permite<br />
comprender la debilidad con mayor presteza y aprovecharla<br />
productivamente.<br />
En resumen, nuestra sociedad, si bien hace que los hombres<br />
se sientan débiles en muchos aspectos, hace que las mujeres se<br />
sientan aún más débiles. Pero dado que ellas «conocen» la<br />
debilidad, pueden ser sus «portadoras» y convertirse en las<br />
creadoras de una concepción diferente de ella y de los caminos<br />
adecuados para evitarla. <strong>La</strong>s mujeres, al emprender su propio<br />
viaje, pueden despejar el paso a los demás.<br />
Hasta ahora, las mujeres, que ya eran fuertes en muchos<br />
sentidos, tenían dificultades para admitirlo. Mary, la mujer del<br />
ejemplo, demuestra este problema. Pero incluso cuando la debilidad<br />
es real, la mujer puede avanzar hacia la fuerza y la destreza<br />
una vez que es capaz de convencerse de que es correcto abandonar<br />
la creencia en lo acertado de la debilidad. Unicamente quien<br />
entienda a la mujer puede comprender cómo funciona este elemento<br />
psíquico, hasta qué punto el miedo a no ser débil puede<br />
extenderse e influir, y cuán persistentemente puede manifestar<br />
sus efectos sin que se le reconozca por lo que es. Es muy difícil
para el hombre, con sus temores a la debilidad, entender por qué<br />
la mujer persiste en ella y que no puede significar lo mismo que<br />
para él.<br />
Aquí se plantea otro aspecto social. El hecho de que estos<br />
sentimientos se asocien generalmente con ser «femenina» -lo<br />
contrario de «viril»- se utiliza para reforzar la humillación<br />
sufrida por cualquier hombre que admita tales experiencias. <strong>La</strong><br />
mujer, mientras tanto, aporta todo tipo de apoyo personal y<br />
social para ayudar al hombre a seguir adelante y evitarle a él y a<br />
la sociedad entera tener que admitir que se necesitan ciertos<br />
cambios. Es decir, toda la interacción hombre-mujer contribuye<br />
así a diluir la obligación de enfrentarse con las deficiencias de<br />
nuestra sociedad. Todos experimentamos una cantidad excesiva<br />
de peligros a medida que intentamos crecer y abrimos paso a<br />
través de las circunstancias difíciles y amenazadoras en las que<br />
vivimos. Al final todos perdemos, pero la derrota se mantiene<br />
oculta.<br />
Podremos entender mejor la situación de Charles si nos<br />
preguntamos «¿qué quería realmente?» Igual que mucha gente<br />
quería, al menos, dos cosas. Y no sólo eso, sino que las creía<br />
esenciales para su sentido de identidad. Quería, en primer<br />
lugar, enfrentarse, a cualquier situación sintiéndose «como un<br />
hombre», o sea, fuerte, autosuficiente y totalmente competente.<br />
Se exigía a sí mismo sentirse siempre así. Experimentaba cualquier<br />
cosa que no fuera eso como una amenaza a su virilidad.<br />
Una exigencia así es en extremo irrealista, pues todos nos<br />
enfrentamos a muchos retos en esta vida y es seguro que experimentaremos<br />
dudas.<br />
A la vez que quería mantener esta imagen de sí mismo,<br />
Charles albergaba el deseo aparentemente contradictorio de<br />
que su mujer resolviera las cosas por él de forma tan mágica y<br />
disimulada que él nunca fuera consciente de sus debilidades.<br />
Tenía que hacerlo sin que se lo pidieran, era esencial que él no<br />
tuviera que pensar ni hablar nunca de ello. El hecho de que<br />
Ruth no lo consiguiera inmediatamente era la causa profunda<br />
de su cólera hacia ella.
Ella era partidaria de intentar resolver el problema y, de esta<br />
forma, le traía a la memoria su sentimientos de debilidad y<br />
vulnerabilidad. Incluso aunque no hubiera hecho nada, su sola<br />
presencia le hubiera forzado a enfrentarse a la frustración de su<br />
deseo de cuidado absoluto. Este tipo de deseo predomina en<br />
mucha gente y existe, hasta cierto punto, en la mayoría. En la<br />
medida en que la mujer viva bajo la prescripción de complacer<br />
y servir al hombre será objeto de tal deseo. A la vez, será<br />
incapaz de participar en la confrontación y cooperación mutua<br />
que puede ayudarla a ella y a los demás a encontrar formas de<br />
crecimiento más allá de esta etapa. <strong>La</strong> esperanza es que estos<br />
deseos puedan superarse e integrarse a un nivel más satisfactorio<br />
a medida que uno desarrolla un sentido creciente de las<br />
propias fuerzas y una fe creciente en los demás. Para esta tarea<br />
necesitamos a los demás durante toda la vida; en la edad adulta<br />
no menos que en la infancia.<br />
Inicialmente Ruth se ofrecía a dar un paso en esta dirección;<br />
intenta de corazón ayudar a Charles y luchar a su lado. Pero él<br />
no podía aceptarlo. Su rechazo demuestra, a pequeña escala,<br />
cómo puede una mujer llegar a pensar que ha fracasado incluso<br />
en el papel tradicional de esposa. Dado que gran parte de su<br />
sentido de valía se basaba en dicho papel, una experiencia de<br />
este tipo podía socavar fácilmente su autoconfíanza. Estaba<br />
dispuesta a creer que su marido, en cuanto hombre, tenía razón<br />
y ella no. En resumen, si los miembros del grupo dominante -o<br />
sea, los hombres- fingen que no tienen sentimientos de inseguridad,<br />
las subordinadas (las mujeres) no pueden cuestionar tal<br />
pretensión. Es más, es responsabilidad de ellas satisfacer estas<br />
necesidades del grupo dominante para que sus miembros puedan<br />
continuar negando sus sentimientos. El hecho de que tales<br />
emociones estén presentes en todos y se intensifiquen ante los<br />
problemas de nuestra sociedad, hace que una situación difícil se<br />
convierta en casi imposible.<br />
En algunas parejas puede parecer que la mitología «funciona».<br />
Ambas partes saben, hasta cierto punto, qué está pasando<br />
y se llega a un equilibrio lo bastante satisfactorio como para
mantener el statu quo. <strong>La</strong> mujer, considerando las alternativas<br />
que se le ofrecían hasta ahora fuera del matrimonio, estaba<br />
dispuesta a aceptar la situación. Estos matrimonios, sin embargo,<br />
pueden crear en las mujeres otro tipo de reacción.<br />
En tales situaciones la mujer puede ser muy sensata en<br />
ciertos sentidos, pero, por muchas destrezas que tuviera, sólo<br />
conoce la mitad de la historia, o a veces menos. Suele conocer<br />
bien los puntos débiles de su marido, para los que aporta el<br />
debido apoyo. Pero incluso si tales mujeres parecen funcionar<br />
bien en el contexto del hogar, van desarrollando la sensación de<br />
que, igual que conocen sus debilidades, ellos deben tener áreas<br />
de fuerza totalmente desconocidas, destrezas importantes que<br />
les permiten funcionar en «el mundo real». Este elemento se<br />
hace cada vez más ajeno a la mujer; adopta la forma de una<br />
capacidad casi mágica que ellos tienen y ellas no.<br />
<strong>La</strong>s mujeres llegan a veces a considerar esta cualidad masculina<br />
como algo en lo que deben creer, les da un sentido básico<br />
de apoyo. Muchas mujeres desarrollan una gran necesidad de<br />
creer que tienen un hombre fuerte al que poder volverse en<br />
busca de seguridad y confianza en el mundo. Si bien puede<br />
parecer improbable, esta creencia en la fuerza mágica del hombre<br />
se da junto con el conocimiento íntimo de las debilidades<br />
de las que ellas los protegen.<br />
No se trata sólo de que la mujer quede obviamente excluida<br />
de la adquisición de experiencia en el mundo del trabajo, sino<br />
que llega a creer realmente que hay alguna destreza o factor<br />
especial e innato que se le escapa, y que debe inevitablemente<br />
escapársele. El hecho de que a las mujeres se les impida ponerse<br />
a prueba a sí mismas fomenta e incrementa la necesidad de que<br />
los hombres tengan esa cualidad concreta. <strong>La</strong> mayoría de mujeres<br />
pasan por un condicionamiento vitalicio que les induce a<br />
creer en este mito.<br />
Esta creencia es una (y sólo una) de las manifestaciones que<br />
psiquiatras y académicos han interpretado como prueba de la<br />
«envidia del pene». Esta percepción podría haberse visto fomentada<br />
por la forma en que la mujer habla de esta «cuali
dad masculina» como si fuera mágica o inalcanzable. Algunos<br />
hombres (tal vez aquellos con más autoconciencia de la que yo<br />
les he presupuesto en estas páginas), sabiendo que no poseen<br />
ninguna capacidad extraordinaria que le falte a la mujer, han<br />
establecido una explicación basada en la diferencia física más<br />
notoria: el pene.<br />
<strong>La</strong> verdad parece mucho más sencilla: la única cosa que le<br />
falta a la mujer es práctica en el «mundo real», además de la<br />
oportunidad de practicar y la creencia de toda la vida de que<br />
una tiene el derecho a hacerlo. Una afirmación tan simple, sin<br />
embargo, abarca una gran cantidad de complejas consecuencias<br />
psicológicas.<br />
Nuevos caminos para alejarse de la debilidad. Este statu<br />
quo se trastoca cuando uno admite su debilidad en público. El<br />
hecho de reconocer los sentimientos de debilidad y vulnerabilidad<br />
resulta nuevo y original. El paso siguiente -la idea de que la<br />
mujer no ha de seguir siendo débil- es aún más amenazador. <strong>La</strong><br />
pregunta de qué puede hacer la mujer para escapar de la debilidad<br />
resulta difícil. En este punto la mujer cae inmediatamente<br />
en dicotomías que pueden resultar muy graves.<br />
Al reconocer sus debilidades, la mujer emprende, ante todo,<br />
una acción arriesgada. En el momento en que añade «ahora me<br />
siento débil, pero intento apartarme de ello», demuestra una<br />
gran fuerza; una modalidad de fuerza que le resulta especialmente<br />
difícil al hombre. Eso ya resultaría bastante difícil para<br />
él, pero además la mujer amenaza con quitarle ciertos derechos<br />
clave. Es difícil soportar que alguien te quite derechos, pero lo<br />
es aún más cuando has fingido que no los necesitas.<br />
Aunque la verdadera debilidad es un problema para todo ser<br />
humano, la mayor dificultad de la mujer radica más bien en<br />
admitir las fuerzas que ya tiene y en permitirse emplear tales<br />
recursos. A veces ya tiene los recursos necesarios, o una base<br />
clara sobre la cual construirlos. En tales casos suele aparecer<br />
ansiedad. <strong>De</strong> hecho, la ansiedad aumenta ante la oposición de<br />
las instituciones y las personas cercanas. <strong>La</strong> mujer se enfrenta a
obstáculos de diferente índole: no sólo intrapsíquicos procedentes<br />
de su pasado -que la llevan a temer a sus propias fuerzassino<br />
también reales.<br />
Cuando la mujer, en lugar de creer que debería tener las<br />
cualidades que atribuye al hombre, empieza a percibir formas<br />
de fuerza basadas en sus propias experiencias vitales, se suele<br />
encontrar con nuevas definiciones de tales fuerzas. Un ejemplo<br />
de dichas fuerzas trasladadas a una forma social es el sistema de<br />
defensa de la paciente desarrollado en algunos centros de salud<br />
femeninos.<br />
Casi todo el mundo sabe que ir al médico es una perspectiva<br />
temible. Además de los temores respecto a la enfermedad y a<br />
sus posibles implicaciones, la visita al médico suele tocar aspectos<br />
más profundos de vulnerabilidad, mutilación y muerte. <strong>La</strong>s<br />
mujeres han reconocido que les es muy difícil enfrentarse a<br />
tales miedos solas, especialmente cuando hay que tratar con las<br />
instituciones médicas tal como se conciben hoy en día. En el<br />
sistema de defensa de los pacientes, una asistente sanitaria<br />
informada y experimentada acompaña a ésta en la clínica u<br />
hospital y permanece a su lado para hablar, preguntar y contestar.<br />
Este caso ejemplifica algunos de los elementos que señalo: a<br />
las mujeres les es más fácil admitir sus miedos y, por tanto,<br />
identificar sus necesidades con precisión. Les es también más<br />
fácil volverse hacia los demás en busca de ayuda. Está claro que<br />
el hombre también necesita de esta ayuda. Ahora que la mujer<br />
ha emprendido este proyecto quizá también el hombre acabe<br />
adoptándolo; es de esperar que sólo como medida provisional<br />
hasta que la medicina trate a todo el mundo con mayor sensibilidad.<br />
<strong>La</strong> vulnerabilidad en la teoría y en la cultura. Tal como se<br />
han presentado hasta el momento los sentimientos de debilidad,<br />
vulnerabilidad e indefensión pueden sonar a tópico. Nuestra<br />
forma de tratar algunas de sus implicaciones más obvias ha<br />
hecho, quizá, que se oscurezca su importancia para la comunidad<br />
psicológica. En realidad, el pensamiento psiquiátrico actual
los coloca en el núcleo de la mayoría de problemas. En la jerga<br />
de dicho campo tienen nombres más impresionantes, pero los<br />
temas de cómo se hace que una persona se sienta vulnerable o<br />
indefensa y qué es lo que intenta hacer entonces son probablemente<br />
los más básicos en la psiquiatría moderna. En su forma<br />
extrema, tal vulnerabilidad puede describirse como la amenaza<br />
de la aniquilación psíquica, probablemente la más terrorífica de<br />
todas. <strong>La</strong> gente haría casi cualquier cosa para evitarla.<br />
En las teorías psiquiátricas actuales hay diferencias sobre el<br />
origen de tales amenazas y la forma de las reacciones que<br />
producen. Por ejemplo, ¿se originan todas en la ansiedad de<br />
separación del niño tal como postula John Bowlby? 1 ¿O se<br />
origina, como proponen la teoría freudiana y otras basadas en<br />
los instintos, porque los impulsos instintivos de uno chocan con<br />
el «mundo real», haciendo que se sienta débil y vulnerable<br />
(además de otras cosas)? Tanto si las teorías pasadas y presentes<br />
explican el origen de estos sentimientos adecuadamente como<br />
si no, todas ellas surgen de una cultura que ha hecho de un sexo<br />
la encarnación de la debilidad y del otro la de la fuerza. El rasgo<br />
novedoso es que la mujer está ahora en posición de abrirse a<br />
una perspectiva radicalmente diferente respecto a este tema.<br />
<strong>La</strong>s teorías psicoanalíticas, en pocas palabras, afirman que<br />
uno intenta desarrollar formas de enfrentarse a estos sentimientos;<br />
mecanismos mentales que le permiten superar la vulnerabilidad<br />
y la indefensión. Paralelamente, la gente construye un<br />
esquema interno de las cosas mediante las que cree que adquirirá<br />
satisfacción y seguridad. El esquema se puede hacer muy<br />
complejo y rígido. <strong>La</strong> gente suele estar convencida de que<br />
necesita relacionarse con el mundo y los demás en cierta forma<br />
fija, y puede reaccionar enérgicamente si no consigue producir<br />
la situación o relación deseada. Una forma de describir todos<br />
los problemas psicológicos sería decir que la gente cree que<br />
puede estar segura y satisfecha sólo si completa una cierta<br />
1. John Bowlby, Attachment and Loss, Vol. I: Attachment (Londres, Hogart Press,<br />
1969, trad. cast., <strong>La</strong> separación afectiva, Barcelona, Paidós, 1985).
imagen de lo que necesita y consigue forzar a los demás a que<br />
también lo hagan. Si no lo consiguen, se sienten débiles y<br />
vulnerables. Estos sentimientos son tan terribles que la gente<br />
hace aún más esfuerzos para dar lugar a sus esquemas particulares.<br />
Estos sentimientos temidos -inherentes a la condición humana-<br />
se han asociado con la mujer y con los bebés. Tanto<br />
quienes los experimentan como quienes responden a ellos están<br />
sujetos a escarnio. A los varones sólo se les «permite» tenerlos<br />
durante un breve período de su infancia; después se espera que<br />
se hayan acabado virtualmente para el resto de la vida. Nuestras<br />
teorías psicológicas reflejan esta situación; de hecho nuestro<br />
propio modelo básico de mente humana supone que las<br />
debilidades emocionales terminan y se fijan rígidamente en los<br />
primeros años de la infancia. Este modelo puede tener algo que<br />
ver con los esfuerzos de la cultura masculina por liberar al<br />
hombre de tales experiencias.<br />
El segundo gran tema hace referencia a la relación entre los<br />
demás y estas amenazas. En la vida moderna, las amenazas<br />
mayores no provienen del mundo físico sino de los demás; son<br />
ellos los que nos hacen sentir vulnerables desde la primera<br />
infancia y durante toda la vida. Si uno puede volverse con<br />
presteza a los demás para intentar enfrentarse a estos sentimientos,<br />
si puede hacerlo repetidamente con fe y con facilidad,<br />
tendrá muchas más oportunidades de encarar productivamente<br />
la vida.<br />
Emociones<br />
<strong>La</strong> emotividad, como parte componente de todo estado<br />
existencial, es aún más penetrante que los sentimientos de<br />
vulnerabilidad y debilidad. En nuestra tradición dominante, sin<br />
embargo, no se ha visto como una ayuda para la comprensión y<br />
la acción, sino como un impedimento y un mal. Tenemos una<br />
larga historia de intentos de aniquilar o, al menos, controlar o
neutralizar la emotividad en lugar de valorarla, aceptarla y<br />
cultivar las fuerzas que proporciona. <strong>La</strong> mayoría de las mujeres<br />
tienen una mayor sensibilidad hacia los componentes emocionales<br />
de la actividad humana que los hombres. Esto es, en<br />
parte, resultado de su formación como subordinadas, pues cualquiera<br />
en posición de subordinado debe aprender a interpretar<br />
las vicisitudes del estado de ánimo, satisfacción e insatisfacción<br />
del grupo dominante. Los escritores negros han dejado muy<br />
claro este punto. Los grupos subordinados pueden emplear esta<br />
habilidad como una de las pocas armas a su alcance en su lucha<br />
contra los dominantes, y la mujer lo ha hecho así con frecuencia.<br />
<strong>La</strong> «intuición femenina» y las «tretas femeninas» son algunos<br />
ejemplos. Sin embargo, independientemente de cómo se<br />
alcancen, estas cualidades denotan una destreza básica muy<br />
valiosa. No se puede negar que las emociones son aspectos<br />
esenciales de la vida humana.<br />
A los varones se les anima desde la primera infancia a que<br />
sean activos y racionales; a las mujeres se las forma para<br />
que participen de las emociones y sentimientos que se producen<br />
en el curso de toda actividad. A partir de ello, la mujer ha<br />
llegado a la intuición de que los hechos sólo son importantes y<br />
satisfactorios si se dan en un contexto relacionado con la emotividad.<br />
Son más propensas que los hombres a creer que, idealmente,<br />
toda actividad debe conducir a un incremento del<br />
vínculo emocional con los demás. Sin embargo, de las distorsiones<br />
inculcadas en ellas se derivan dificultades psicológicas y<br />
sociales. <strong>De</strong> hecho, a la mujer se la ha llevado a creer que si<br />
actúa o piensa eficazmente pondrá en peligro sus oportunidades<br />
de satisfacer la experiencia emocional. Tales preceptos han<br />
conducido a distorsiones grotescas, de forma que a la mujer se<br />
le hace sentir que sus puntos fuertes son en realidad inconvenientes.<br />
Hay otro aspecto importante. A la mujer se la ha llevado a<br />
concentrarse en las emociones y reacciones de los demás hasta<br />
tal extremo que se le ha impedido examinar y expresar las suyas<br />
propias. Si bien esto es muy comprensible dada la situación
pasada, la mujer aún no ha aprendido a aplicar esta facultad<br />
altamente desarrollada a la exploración y conocimiento de si<br />
misma.<br />
Muchas mujeres están en el proceso de hacer esto de una<br />
forma nueva. Algunas de las conclusiones a las que les han<br />
llevado sus exploraciones se analizarán más adelante en este<br />
capítulo. Pero para entender completamente la situación que<br />
existe aún en muchos casos, podemos volver a Ruth. Su experiencia<br />
nos da un breve ejemplo de cómo se puede hacer que<br />
una fuerza parezca una debilidad. <strong>De</strong>bido a su bien desarrollada<br />
capacidad de prestar atención a las emociones, Ruth era<br />
muy capaz de comprender la totalidad de la situación de Charles.<br />
Pero la oportunidad de dejar que su comprensión se desplegara,<br />
y actuar en base a ella para encontrar una solución, se veía<br />
obstruida por el dictum de su marido. Ruth se retiró, sintiéndose<br />
incapaz y fracasada, y segura de que debía estar equivocada<br />
en general.<br />
Participación en el desarrollo de los demás<br />
Está fuera de toda duda que la sociedad dominante ha<br />
determinado que el hombre ha de hacer el trabajo importante<br />
mientras la mujer se encarga de la «tarea menor» de ayudar a<br />
otros seres humanos a desarrollarse. En un principio, esta dicotomía<br />
supone que la mayoría de nuestras instituciones no se<br />
basan en la pretensión de ayudar a que los demás se desarrollen.<br />
Todo el mundo necesita ayuda en todas las etapas de su<br />
desarrollo, pero parece como si sólo fuera el caso de los niños.<br />
Esto coloca a mujeres y niños bajo el mismo epígrafe, cosa que<br />
tiene muchas consecuencias psicológicas para los niños de ambos<br />
sexos. <strong>La</strong> persona más íntimamente ligada a su desarrollo se<br />
concibe como alguien de importancia menor desempeñando<br />
una tarea menor, incluso aunque para ellos sea de la máxima<br />
importancia. Es más, la mujer ha tenido que emprender esta<br />
gran tarea sin el apoyo que la cultura ofrece a lo que valora.
Pero el hecho es que la ha llevado adelante a pesar de todo.<br />
Pese a todos los inconvenientes, la mujer tiene un sentido<br />
mucho mayor de los placeres del contacto directo con el crecimiento<br />
físico, emocional y mental que el hombre. El crecimiento<br />
es una de las cualidades más importantes y fascinadoras del<br />
ser humano, quizá la primordial. <strong>De</strong>sgraciadamente, en nuestra<br />
sociedad se impide que las mujeres disfruten del todo de tales<br />
placeres, al hacerles sentir que fomentarlos en los demás es su<br />
único rol válido y mediante la soledad y dureza de condiciones<br />
del entorno doméstico aislado y no cooperativo en el que trabajan.<br />
<strong>La</strong> participación en el crecimiento ajeno es una de las<br />
mayores satisfacciones de la psicoterapia. Ser parte de la<br />
experiencia de la lucha de otra persona para alumbrar una<br />
forma nueva y satisfactoria de ver las cosas, sentir o actuar es<br />
algo sumamente gratificante. Los buenos terapeutas saben<br />
que ése es un mérito del cliente, pero también que pueden<br />
jugar un rol importante como facilitadores. El terapeuta puede<br />
obtener una gran satisfacción en dicha participación. Pero<br />
se trata de la misma forma de actividad básica que las mujeres<br />
llevan a cabo cada día.<br />
<strong>La</strong>s mujeres han establecido que colaborar en el crecimiento<br />
de los demás sin tener el mismo derecho y oportunidad de<br />
crecer es una forma de opresión. <strong>De</strong> hecho, en nuestra situación<br />
de desigualdad, la parte valiosa de la participación de la mujer<br />
en el desarrollo de los demás implica el peligro constante de<br />
caer en la simple adulación o provisión de apoyo al ego, lo que<br />
Jessie Bernard ha descrito como función «de acariciar».2 Una<br />
vez más, la desigualdad distorsiona y niega una destreza valiosa.<br />
Ruth es un ejemplo de mujer que intenta cooperar en el<br />
crecimiento, pero se ve postergada a la mera «caricia». En<br />
capítulos posteriores comentaremos formas aún más graves de<br />
distorsionar esta valiosa cualidad.<br />
2. Jessie Bernard, Women and the Public Interest: An Essay on Policy and Protest<br />
(Chicago, Aldine-Atherton, 1971).
Cooperación<br />
Otro aspecto importante de la psicología de la mujer es su<br />
mayor conciencia de la naturaleza esencialmente cooperativa<br />
de la existencia humana. Toda sociedad, a pesar de sus aspectos<br />
competitivos, exige una cantidad módica de cooperación para<br />
existir. (<strong>De</strong>fino la conducta cooperativa como aquella que fomenta<br />
el desarrollo de los demás seres humanos y el de uno<br />
mismo.) Está claro que no hemos alcanzado un nivel de vida<br />
cooperativa muy elevado. <strong>La</strong>s mujeres han asumido la responsabilidad<br />
de tal conducta. Aunque pueden no etiquetarlo en<br />
letras grandes, las mujeres en las familias están intentando<br />
continuamente inventar alguna forma de sistema cooperativo<br />
que responda a las necesidades de cada persona. Su tarea se ve<br />
muy dificultada ante las premisas desiguales en las que se<br />
basan nuestras familias, pero son ellas las que han practicado<br />
probando.<br />
Tomemos el ejemplo de Mary, que estaba preocupada por<br />
un trabajo nuevo y exigente. Si lo aceptaba, iba a necesitar una<br />
forma nueva de cooperación de su marido Joe. Si él fuera capaz<br />
de aportarla, parecería un hombre poco corriente. Mary les<br />
había estado brindando a él y a los niños ese tipo de apoyo<br />
cooperativo durante años.<br />
Podría parecer que Joe ha aparecido de la nada. Su ausencia<br />
de los comentarios hasta este punto denota algo interesante.<br />
Joe, de hecho, es un «buen chico». El y Mary se quieren y<br />
respetan. «No me impide trabajar», dice Mary. «Me ayuda<br />
y casi siempre se muestra amable y comprensivo.» Sin embargo,<br />
él no siente que descubrir formas de conseguir el mayor<br />
desarrollo posible para cada miembro de la familia sea su<br />
responsabilidad principal. Eso es cosa de Mary.<br />
<strong>La</strong> tendencia cooperativa de las mujeres, incluso ante serios<br />
problemas psicológicos, se hacía evidente en la situación de<br />
otra pareja. Jim era una persona con graves problemas; se había<br />
hecho adicto a las drogas y se deterioraba progresivamente. Su<br />
esposa, Helen, también tenía dificultades graves. Tras varios
años de ataques y menosprecios mutuos, Jim sintió que ya no<br />
podía enfrentarse a nada más, y desapareció. En parte se fue<br />
porque estaba profundamente avergonzado de sí mismo y de<br />
sus fracasos repetidos en todas las áreas de su vida. Aunque<br />
tenía la carrera de abogado, sentía que ya no le quedaba nada.<br />
Helen, si bien estaba igual de avergonzada y destrozada, no se<br />
fue, por más que le hubiera gustado hacerlo. Se sentía incapaz<br />
de ofrecer nada a nadie, pero se quedó para cuidar de sus tres<br />
hijos. A pesar de sentirse desvalida y vacía, se volcó en un<br />
esfuerzo por hacer cualquier cosa que pudiera por ellos. Durante<br />
un largo período inicial, sintió que sólo su sentido de responsabilidad<br />
por las necesidades de los niños la mantenía viva un<br />
día tras otro. Al final desarrolló muchos recursos y hoy en día<br />
dice: «nunca creí que pudiera llegar a convertirme en quien<br />
soy».<br />
<strong>De</strong>jando al margen la larga batalla inicial, lo que hay que<br />
destacar aquí es que Helen luchó para conseguir que algo funcionara,<br />
incluso aunque «sólo los niños parecen tener una verdadera<br />
razón para vivir». Aún sentía la necesidad de participar<br />
en alguna forma de función cooperativa y el deseo de hacerlo, si<br />
bien apenas podía conseguirlo. Esta motivación no existía de<br />
ninguna manera en Jim. Tengo ejemplos de esto mismo en<br />
muchas otras parejas.<br />
Si bien los hombres participan en algunas formas de actividad<br />
compartida, los valores predominantes en los contextos en<br />
los que la mayoría de ellos pasan la vida les hacen sumamente<br />
difícil mantenerlas. Es más, en su entorno familiar el hombre<br />
adquiere durante las primeras etapas de su vida la sensación de<br />
que es miembro de un grupo superior. Se supone que a él le<br />
hacen las cosas esas otras personas inferiores que para eso<br />
trabajan. <strong>De</strong> entonces en adelante, a un hombre la idea de<br />
cooperar puede parecerle algo degradante. Cooperar y compartir<br />
significa perder algo o, cuando menos, dar algo de forma<br />
altruista. Todo lo anterior se ve aumentado por la noción del<br />
hombre de que debe ser independiente, enfrentarse solo a las<br />
cosas y vencer.
Para la mujer, sin esa experiencia, la cooperación no tiene<br />
esa connotación de pérdida. En primer lugar, la mayoría de<br />
mujeres no ha sido imbuida de un sentido espúreo de superioridad<br />
sobre otro grupo de gente.<br />
Al afirmar que la mujer tiene más práctica en cooperar y<br />
que, actualmente, es más capaz de disfrutar de las situaciones<br />
que requieren tal cualidad, no pretendo decir que haya ninguna<br />
forma de santidad inherente en ella, sino que la vida, de momento,<br />
la ha conducido a esta posición. Hoy en día, a medida<br />
que la mujer intenta avanzar, siente no sólo más necesidad,<br />
sino más deseos de luchar deliberadamente para conseguir una<br />
mayor cooperación. Todos sabemos que en la mujer hay también<br />
muchos aspectos competitivos. Ambas tendencias se dan<br />
en los dos sexos, pero en proporciones diferentes. En el pasado<br />
muchas mujeres competían entre sí por un hombre, por motivos<br />
obvios. Hoy en día son muchas las que intentan apartarse<br />
de esta especie de competencia mutua, inclinando la balanza<br />
cada vez más hacia la cooperación.<br />
Creatividad<br />
<strong>La</strong> creatividad, en combinación con la cooperatividad, lleva<br />
a una proposición general y a una vuelta a la vieja discusión<br />
sobre el psicoanálisis. He estado subrayando que el psicoanálisis<br />
ha señalado ciertos aspectos de absoluta necesidad humana;<br />
también he dicho que estas áreas de la vida -la sexualidad y el<br />
contacto emocional- son los ámbitos que se suelen dejar a la<br />
mujer. Quisiera proponer otra área de absoluta necesidad humana<br />
que el psicoanálisis aún no ha «desenterrado» o esbozado<br />
ni siquiera en la forma imperfecta en que ha deñnido los<br />
aspectos de la sexualidad y el contacto emocional. No es casual<br />
que se trate de un área a la que la cultura dominante le ha<br />
negado reconocimiento explícito. Me refiero a la necesidad<br />
ineludible, y a la existencia ineludible en los seres humanos, de<br />
la capacidad de creatividad y cooperación. Está claro que la
frustración de estas necesidades, su bloqueo, produce tantos o<br />
más problemas que cualquiera de las cosas delineadas por la<br />
psicología dinámica. Para enfatizarla, la llamaré la tercera etapa<br />
del psicoanálisis.<br />
No me refiero a la creatividad de las producciones artísticas<br />
de unos pocos dotados de talento, sino a la intensa creatividad<br />
personal que todos hemos de ejercer durante nuestra vida.<br />
Todos, de forma repetida, hemos de crear nuevas perspectivas<br />
para seguir viviendo. Esta forma personal de creatividad, esta<br />
creación de nuevas perspectivas, esta lucha continua, no se<br />
suele producir de forma explícita y bien articulada. Pero sigue<br />
adelante. Actualmente se puede contemplar este proceso universal<br />
de forma clara en la mujer. <strong>La</strong> mujer está luchando para<br />
crear por sí misma un nuevo concepto de persona; está intentando<br />
reestructurar los pilares básicos de su vida. Este intento<br />
alcanza los niveles más profundos.<br />
Pero, incluso en el pasado, fue la mujer la que tuvo que<br />
innovar sus estructuras psicológicas internas para sobrevivir de<br />
alguna forma en la cultura dominante. <strong>La</strong> sociedad, estructurada<br />
por y para los hombres, institucionalizó normas y valores<br />
sociopsicológicos que no son realmente aplicables a la mujer.<br />
(El conocido estudio de Broverman aporta documentación sobre<br />
este punto.)3 <strong>La</strong> mujer ha crecido sabiendo que las metas<br />
más valoradas del desarrollo individual no eran las suyas. Por<br />
otra parte, las mujeres han crecido y se han desarrollado. Han<br />
construido una persona interior diferente de la que esta sociedad<br />
valora.<br />
<strong>La</strong> mujer siempre ha tenido que crear un concepto de valía<br />
diferente al fomentado por la cultura dominante. Ha efectuado<br />
una serie de cambios y transformaciones internas de valores<br />
que le permitieran creer que cuidar de los demás y participar en<br />
su desarrollo fomenta la autoestima. En este sentido, incluso las<br />
mujeres que viven de acuerdo con los antiguos estereotipos van<br />
3. I. Broverman, D. Broverman, et al., «Sex-Role Stereotypes and Clinical Judgments<br />
of Mental Health», Journal of Consulting and Clinical Psychology 34 (1970), 1-7.
por delante de los valores de esta sociedad. Esto no significa<br />
que se les reconozca y valore por su sistema de valores. No es<br />
así; muy intencionadamente se les hace sentir que valen poco;<br />
«sólo soy ama de casa y madre».<br />
Algunas se las han ingeniado para crear otros roles que<br />
contribuyeran a su autoestima. Pero la mujer que actúa así<br />
viola un sistema de valores que afirma que no es digna de<br />
aprecio; de hecho, sugiere que debe de haber algo equivocado<br />
en ella por el mero hecho de buscar alternativas. Sin embargo,<br />
cualquier mujer que haya ido más allá de las tareas asignadas<br />
ya ha creado un concepto interno por el que se guía, que la<br />
mantiene, más o menos imperfectamente. Es difícil determinar<br />
explícitamente qué concepto interno exacto crea cada<br />
mujer. En muchos casos no se manifiestan ni clarifican mediante<br />
palabras.<br />
Hoy en día la mujer lucha por seguir avanzando y crear una<br />
nueva forma de persona, con más valor, más de cuerpo entero y<br />
más consciente. En los últimos años se ha hecho evidente que,<br />
si quiere cambiar el funcionamiento cotidiano de su vida, la<br />
mujer ha de crear nuevos conceptos de lo que significa ser<br />
persona. Si se resiste a las antiguas prescripciones y demandas<br />
internas y externas, tiene que encontrar otras nuevas de acuerdo<br />
con las que vivir. Es la primera interesada en mostrarse<br />
imaginativa y aventurada.<br />
A medida que cambia, la mujer planteará serios retos. Por<br />
sugerir sólo uno; cuando rechace de una vez por todas ser<br />
empleada como objeto, comercialmente o en la vida íntima<br />
personal, ¿a quién utilizará la sociedad como tal? Si ya no hay<br />
nadie a quien emplear, ¿qué clase de cambios revolucionarios<br />
tendrá que hacer el grupo dominante por sí mismo? ¿No acabará<br />
todo ello por liberar parte del potencial creativo del hombre?<br />
Estas son algunas de las preocupaciones con las que la mujer<br />
ha tenido que debatir en el pasado, casi siempre de forma<br />
solitaria, aislada y temerosa. Actualmente empiezan a enfrentarse<br />
a ellas cooperativamente, junto con un gran número de<br />
otras mujeres. <strong>La</strong> cooperatividad y la creatividad que creo
existe en toda persona, y que ha sido esencial para la vida<br />
humana, está llegando a un nivel más consciente y explícito.<br />
En el pasado se había hecho creer a las mujeres que no<br />
podían hacer ninguna aportación especial. Si escogían ir más<br />
allá del área límite asignada, sentían que debían darse prisa y<br />
ponerse a la altura de los intereses del grupo dominante o<br />
comprenderlos. Hoy en día está claro que hay grandes áreas en<br />
las que nuestra sociedad dominante fracasa. A medida que la<br />
mujer reconoce sus fuerzas y plantea sus propias preocupaciones,<br />
puede no sólo progresar hacia una nueva síntesis, sino a la<br />
vez clarificar y hacer mucho más obvias las cuestiones fundamentales<br />
de todo ser humano.<br />
¿Y qué papel juega el hombre en todo esto? Aquí quisiera<br />
retomar algunas de las últimas palabras de Freud al respecto,<br />
que ahora pueden verse bajo una perspectiva diferente.4 Freud<br />
dijo que lo primero contra lo que los hombres luchan es la<br />
identificación con la hembra, cosa que, como diría cualquier<br />
psicoanalista, implica a la vez el deseo de tal identificación.<br />
Quisiera sugerir que el varón no lucha contra la identificación<br />
con la hembra per se en sentido concreto, sino para reconquistar<br />
las partes de su propia experiencia que han delegado en la<br />
mujer. El hombre, según creo, disfrutaría de una gran comodidad<br />
y crecimiento potencial si fuera capaz de integrar y reintegrar<br />
esas partes de sí mismo. <strong>De</strong>sea reconquistar sin dolor la<br />
experiencia de sus vicisitudes y luchas, que representan los<br />
problemas inevitables de crecer y vivir con el propio ser total en<br />
nuestra sociedad imperfecta; desea reconquistar esas partes de<br />
sí mismo que poseen propiedades temibles, pero que se han<br />
hecho mucho más temibles al ser etiquetadas como «femeninas».<br />
A medida que la mujer se niegue a ser la portadora de<br />
algunos de los problemas fundamentales no resueltos por nuestra<br />
sociedad masculina, y a medida que pase a ser la exponente<br />
4. Sigmund Freud, «Analysis Terminable and Interminable» (1937), en la Standard<br />
Edition of the Complete Works of Sigmund Freud (Londres, Hogarth Press, 1964).
de algunas de las mejores partes del potencial humano, crearemos<br />
un clima en el que el hombre se enfrente al reto de manejar<br />
sus propios problemas a su manera. El hombre se enfrentará a<br />
la necesidad de ocuparse de sus experiencias corporales, sexuales<br />
e infantiles, de sus sentimientos de debilidad, vulnerabilidad<br />
e indefensión y de otras áreas similares por resolver. Pero<br />
también podrá proceder a ampliar su experiencia emocional y<br />
descubrir más plenamente su potencial de cooperación y creatividad.<br />
Dado que estas áreas ya no serán «cubiertas» por la<br />
mujer ni devaluadas por la sociedad masculina, el hombre se<br />
verá forzado a enfrentarse a las formas en que sus mecanismos<br />
sociales no se adecúan a tales necesidades. Tendrá que encontrar<br />
otras nuevas y mejores.<br />
Podría ser útil resumir lo que seguirá. Creo que la mujer puede<br />
valorar sus cualidades psicológicas de una forma nueva a medida<br />
que reconoce sus orígenes y funciones. A lo largo de este libro<br />
enfatizo estas fuerzas. Al final podemos esperar ubicarlas en el<br />
seno de una teoría más completa del desarrollo femenino. Pero<br />
incluso ahora podemos reconocer que el grupo dominante no<br />
percibe las fuerzas psicológicas de la mujer como tales.<br />
No estoy afirmando que la mujer deba volver a cierto papel<br />
de «criadora». Al contrario. Puede avanzar y aumentar su<br />
actividad y su esfera de acción sobre una base que ya es valiosa<br />
de por sí.<br />
Es posible que esto pueda sonar como si estuviera afirmando<br />
que la mujer es mejor porque ha sufrido más; o que es más<br />
virtuosa. No me ocupo de este tema. Lo que sí veo es que<br />
nuestra sociedad dominante es muy imperfecta. Es una organización<br />
de bajo nivel y primitiva, construida sobre un concepto<br />
sumamente restringido del potencial humano total. Se basa en<br />
metas que, a largo plazo, resultan destructivas para el grupo<br />
dominante y en intentos de negar amplias áreas de la experiencia.<br />
<strong>La</strong> falsedad y el impacto total de estos conceptos limitados<br />
se han mantenido ocultos. <strong>La</strong> mujer ha sacado a la luz una parte<br />
fundamental y enorme de este impacto justamente porque ella<br />
es quien lo recibe.
Algunas de las áreas de la vida negadas por el grupo dominante<br />
se relegan y proyectan en todos los grupos subordinados,<br />
no solamente en las mujeres. Esto se fundamenta en el conocido<br />
fenómeno del chivo expiatorio. Pero otras partes de la<br />
experiencia humana son tan necesarias que no pueden proyectarse<br />
muy lejos. Uno debe tenerlas cerca, incluso si aun así<br />
puede negar que sean suyas. Estas son las áreas especiales<br />
relegadas a la mujer. Ella siente más acuciantemente los problemas<br />
de tales áreas basándose en su experiencia con ellas, pero<br />
se ven aún más menospreciadas si mencionan lo inmencionable<br />
o exponen ciertos problemas clave. Esta proscripción les ha<br />
impedido ver que tienen deseos y formas de vida diferentes de<br />
aquellos reconocidos y recompensados por la cultura dominante.<br />
A este respecto, se puede realmente ver a la mujer como<br />
«adelantada» a la teoría y práctica psicológica; y a la cultura<br />
que cimenta dicha teoría.
Actuar bien y sentirse mal<br />
<strong>La</strong> intención de este libro es tratar de llegar a una comprensión<br />
más exacta de la psicología de la mujer tal como emerge de<br />
su experiencia vital, en lugar de tal como la han percibido<br />
aquellos que no la tienen. En este sentido, en el capítulo anterior<br />
hemos postulado una posible tercera etapa del psicoanálisis<br />
o de las concepciones psicodinámicas, una etapa en la que la<br />
cooperación y la creatividad asumen su lugar justo y merecido.<br />
Hemos postulado que esta tercera etapa podría hacerse explícita<br />
mediante el intento femenino de actuar en base a su situación;<br />
siendo la proposición básica que las dos etapas previas<br />
también están ligadas a la situación de la mujer, pero no son<br />
reconocidas como tales.<br />
Sin embargo, es importante retroceder un paso y sugerir<br />
brevemente algunas de las valiosas características que ha desarrollado<br />
la mujer. Si bien en ciertos sentidos son comunes a<br />
todas las etapas del psicoanálisis, resultan de especial importancia<br />
al contemplar esta tercera; es decir, al intentar avanzar en la<br />
comprensión psicológica.<br />
En segundo lugar, es importante describir las complejidades<br />
que implica el proceso por el que estas fuerzas han llegado a<br />
parecer debilidades, y cómo ha afectado esto a la mujer (y aún<br />
le afecta). <strong>La</strong> última parte de este capítulo se ocupará, al menos<br />
brevemente, del fracaso y la «maldad femenina».
En psicoterapia las mujeres pasan mucho más tiempo que<br />
los hombres hablando de dar. Constantemente se enfrentan a<br />
interrogantes sobre ello. ¿Estoy dando lo suficiente? ¿Puedo dar<br />
lo suficiente? ¿Por qué no doy lo suficiente? Es frecuente que<br />
tengan profundos temores sobre lo que esto debe significar<br />
respecto a ellas. Se alteran si creen que no dan. Se preguntan<br />
qué pasaría si dejaran de dar, si dejaran de tenerlo en cuenta.<br />
<strong>La</strong> idea les asusta, y las consecuencias son demasiado temibles<br />
como para considerarlas. Fuera del entorno clínico, la mayoría<br />
de mujeres ni siquiera se atreve a plantearse esa posibilidad.<br />
Por el contrario, la pregunta de si está dando o no lo<br />
suficiente no forma parte de la autoimagen del hombre. Pocos<br />
de ellos sienten que dar sea un tema de importancia en su lucha<br />
por la identidad. Les preocupa mucho más «hacer». ¿Soy un<br />
hombre de acción? ¿Doy la talla de alguien que hace cosas? Si<br />
bien el resultado del trabajo puede revertir en la economía<br />
familiar, esta forma de dar tiene connotaciones diferentes. No<br />
es una parte integrante de la autoimagen por la que lucha un<br />
hombre. <strong>De</strong> hecho, ser visto como dando demasiado es una<br />
especie de humillación y significa que uno es demasiado<br />
blando.<br />
A este respecto, igual que en referencia a la debilidad y a la<br />
vulnerabilidad, creo que muchos hombres están deseando poder<br />
dar más de sí mismos. Es más, conozco a muchos adolescentes<br />
que estarían encantados de poder hacerlo, pero no encuentran<br />
una forma de que contribuya a su sentido de la<br />
identidad. Para el hombre, dar es claramente un lujo añadido,<br />
que se le permite sólo después de haber satisfecho las exigencias<br />
primordiales de la masculinidad.<br />
<strong>La</strong> distribución asimétrica de las posibilidades humanas de<br />
dar lleva a muchas complicaciones. Un ejemplo interesante se<br />
produce en el área del sexo. Incluso aunque no se pueda admitir<br />
en estos tiempos de la llamada «revolución sexual», muchas<br />
jóvenes aún sienten que, al tener relaciones sexuales con un
hombre, le están dando algo. Una de estas jóvenes con las que<br />
hablé, Nancy -cuya conducta sexual podía parecer muy relajada-<br />
tenía esa sensación. Por el contrario, sus parejas masculinas<br />
sentían que habían logrado «hacer» algo o que habían<br />
«conseguido» algo de ella.<br />
Para las jóvenes como Nancy esta interpretación de la sexualidad<br />
como entrega tiene aspectos complicados. <strong>La</strong> importancia<br />
que le daba a esa faceta era uno de los muchos factores<br />
que oscurecían su capacidad para enfrentarse plenamente a sus<br />
deseos sexuales. Como sabemos, existe un desarrollo histórico<br />
de tal actitud, y los problemas que conlleva siguen estando<br />
entre nosotros. <strong>La</strong> cuestión es que hay muchas mujeres que aún<br />
no pueden tener relaciones sexuales sin sentir que «primordialmente»<br />
le están dando algo a su pareja. Pero, ¿no es acaso<br />
cierto? <strong>De</strong> hecho, en una relación sexual cada uno de los<br />
participantes da al otro, en un sentido muy básico. No podría<br />
ser de otra forma. Es obvio que el pensamiento masculino sobre<br />
el sexo lo ha oscurecido mucho.<br />
Es interesante advertir que las nuevas modalidades de terapia<br />
para las disfunciones sexuales se centran a la vez en dar y<br />
aceptar la responsabilidad del placer propio. Es decir, cada<br />
persona no sólo ha de admitir su papel como alguien que da,<br />
sino también como alguien que recibe placer. Los autores del<br />
momento atribuyen las disfunciones a una preocupación errónea<br />
por el desempeño, en lugar de por el placer del sexo. Esta<br />
preocupación ha impedido que los hombres desarrollaran las<br />
capacidades de abandonarse a la corriente de placer y de percibir<br />
que el procurarlo es una parte esencial de la satisfacción<br />
sexual. <strong>De</strong>sgraciadamente, también muchas mujeres se han visto<br />
atrapadas por la idea masculina del sexo como desempeño.<br />
Hay muchas otras áreas en las que la asignación a la mujer<br />
de la función de dar produce problemas. Como esposas, madres,<br />
hijas, amantes o trabajadoras, las mujeres sienten que los<br />
demás les exigen demasiado, y se resienten. Con frecuencia ni<br />
siquiera pueden permitirse admitir que se resienten ante estas<br />
presiones excesivas. Han llegado a creer que deberían desear
esponder en todo momento y situación. En consecuencia, no<br />
pueden permitirse pedir un alto en las demandas o dar pequeños<br />
pasos para limitarlas. <strong>La</strong> duda a la hora de hacer esto, de<br />
resistirse al control de sus vidas en todas las formas posibles,<br />
puede derivar en muchas complicaciones psicológicas e incluso<br />
en síntomas somáticos. Estos síntomas suelen ser formas indirectas<br />
de decir, entre otras cosas, «ya no puedo dar más, pero<br />
no me siento autorizada a parar».<br />
Una mujer en concreto, Florence, experimentaba episodios<br />
recurrentes de dolor abdominal y pélvico para el que no había<br />
causa física. Tras una larga exploración descubrió que estos<br />
ataques se producían cuando sus hijos la presionaban demasiado.<br />
Por el contrario, a su marido no le pedían nunca nada.<br />
Cuando las demandas se dirigían a él, él no las percibía o,<br />
cuando le apetecía, decía «no». <strong>La</strong> situación de Florence no era<br />
sencilla. Se insertaba en un contexto en el que su propia madre<br />
parecía una mujer dispuesta a dar sin fin. «Mi madre nunca<br />
tuvo un no.» Esta experiencia temprana fue crucial para la<br />
noción de Florence de lo que significaba ser una mujer.<br />
Está claro que la mujer necesita permitirse aceptar cosas<br />
abiertamente, igual que las da. En este momento se encuentra<br />
en una posición única de cara a integrar el dar y el recibir de<br />
una forma nueva y más mutua. Nuestra cultura, hasta el momento,<br />
ha impedido que los hombres integrasen el dar como<br />
rasgo fundamental de su autoimagen. Pero a medida que la<br />
mujer busque esta nueva integración trabajará contra una oposición<br />
complicada. (¡Puede que incluso la llamen egoísta!)<br />
Es importante entender que, en la relación tradicional, los<br />
hombres dan algo, de forma circunscrita, a seres inferiores -las<br />
mujeres y los niños-. Un hombre raramente puede dar a sus<br />
«iguales» -es decir, a otros hombres- directamente. Si lo hace<br />
puede ser caracterizado como una criatura menos importante,<br />
pues para ser importante -e incluso seguro- hay que luchar por<br />
conseguir poder sobre los «iguales». Así, ambos sexos se han<br />
visto privados de la posibilidad de desarrollarse como personas<br />
que poseen la experiencia de dar a sus iguales y reconocer que
estas formas recíprocas de entrega son posibles y pueden fomentar<br />
el desarrollo de todos.<br />
Actividad-Pasividad<br />
Existe el viejo tópico de que los hombres son activos y las<br />
mujeres pasivas. A eso se ha de añadir el dictum de la psicología<br />
moderna según el cual, para no menoscabar la masculinidad de<br />
un hombre, la mujer debería ser pasiva. Todo ello ha creado<br />
una gran cantidad de confusión y problemas.<br />
Helen, esposa del abogado drogadicto mencionado en el<br />
capítulo anterior, representa un ejemplo de la forma en la que<br />
la actividad femenina se pasa por alto, incluso entre las propias<br />
mujeres. Ella no se consideraba especialmente inteligente; creía<br />
que no había nada que supiera hacer realmente bien, aunque<br />
llevaba adelante de forma competente un hogar de clase media<br />
y había colaborado en los progresos profesionales de su marido<br />
antes de que la familia se deteriorase. También se hizo cargo de<br />
los niños y de las actividades educativas y formativas extra que<br />
el abogado en proceso de ascenso social le requería; clases de<br />
música y baile, atletismo, clases particulares, etc. Además, desempeñó<br />
el rol de secretaria y recepcionista de su marido. A<br />
medida que Jim se hacía más adicto y menos capaz de funcionar,<br />
ella pasó a hacerse cargo de una gran parte de su trabajo<br />
legal. Durante meses amortiguó las consecuencias de citas olvidadas<br />
y otros lapsus, y se encargó de los asuntos de muchos<br />
clientes mientras daba la cara por él. A pesar de todo ello,<br />
Helen reiteraba que no sabía hacer nada. En cierto sentido, por<br />
supuesto, se refería a nada de valor en el mercado económico,<br />
pero también seguía sufriendo profundamente por su convicción<br />
interna de que «en realidad no sé hacer nada».<br />
En términos sociales no estaba del todo equivocada, pues,<br />
en general, la sociedad masculina reconoce como actividad sólo<br />
lo que hace el hombre. Si la mujer consigue hacer lo mismo se<br />
la rechaza fuerte y violentamente. He sido testigo de manifesta-
dones de auténtico horror entre cirujanos ante una mujer colega<br />
suya. Este tipo de reacción ha bastado para que la mujer no<br />
le dejara saber al hombre que podía hacer ciertas cosas.<br />
Gran parte del denominado «trabajo femenino» no se reconoce<br />
como actividad real. Un motivo para esta actitud puede<br />
ser que este trabajo suele ir asociado a la ayuda al desarrollo de<br />
otros, más que a la mejora o empleo de uno mismo. Esto se<br />
considera no hacer nada. <strong>De</strong> nuevo vemos cómo las percepciones<br />
influyen en la definición de lo que pasa y en la capacidad<br />
para ponerle un nombre que elucide la verdad sobre ello. Ruth,<br />
por ejemplo, que intentaba ayudar a su marido con sus síntomas,<br />
puede considerarse como si «no hiciera nada».<br />
Resulta incuestionable que las mujeres están llevando a<br />
cabo actividades todo el tiempo; pero también es cierto que la<br />
mayor parte de dicha actividad no persigue directa y abiertamente<br />
sus propias metas y por lo tanto, según la definición de<br />
los hombres, no es tal. Es más, cuando persiguen sus propios<br />
intereses, a las mujeres les es difícil permitir que este tipo de<br />
actividad sea la base de su sentido de valía. No se supone que<br />
haya de proceder de ahí. Por el contrario, cualquier actividad<br />
orientada hacia una meta personal puede fácilmente acarrear el<br />
riesgo del conflicto y contribuir a rebajar su autoimagen. (¡No<br />
es precisamente una actividad así lo que se supone que ha de<br />
emplear para fomentar un sentimiento de valía!) <strong>De</strong> hecho ésta<br />
es una de las formas fundamentales en las que la mujer se ha<br />
visto seriamente desvalida: no pudiendo emplear su propia<br />
actividad vital para erigir una imagen de sí misma basada en un<br />
auténtico reflejo de lo que ella realmente es y hace.<br />
Por otro lado, la mujer ha basado tradicionalmente su sentido<br />
de valía en actividades que podía definir como cuidado y<br />
entrega a los demás. (Si se pueden convencer de esto pueden<br />
hacer cosas insospechadas. Esta dinámica se explorará en el<br />
próximo capítulo.) Esta situación es compleja, porque incluso<br />
fuera de este contexto tradicional aparece una tendencia valiosa.<br />
<strong>La</strong> mujer, más que el hombre, puede creer que cualquier<br />
actividad es más satisfactoria si se da en el contexto de la
elación con otros seres humanos, e incluso más si lleva a la<br />
mejora de los demás. Ella conoce esta experiencia de una forma<br />
que el hombre no.<br />
Hay muchas más cosas a elucidar sobre la cualidad de la<br />
actividad de la mujer. Por ejemplo, muchas de las actividades<br />
que hace mejor se definen incorrectamente como pasivas. <strong>De</strong><br />
hecho, la palabra «pasividad» se emplea para cubrir una gran<br />
variedad de conductas y experiencias que, en realidad, son muy<br />
diferentes. Escucharse mutuamente, tomar, recibir o aceptar de<br />
otro se suele considerar algo pasivo. Sin embargo, son actividades<br />
que generan una respuesta, pues uno nunca recibe pasivamente;<br />
también reacciona. Esta reacción puede adoptar varias<br />
formas. Los hombres se sienten más presionados para cortar su<br />
receptividad y precipitarse a manifestar sus propias reacciones.<br />
Casi siempre dejan traslucir el hecho de que no han recibido u<br />
oído gran parte de lo que se les está comunicando. <strong>La</strong> mujer,<br />
por otro lado, a veces oye mucho más de lo que se dice abiertamente,<br />
y pasa por un proceso mucho más complejo de procesamiento<br />
de la información. Una parte de este procesamiento,<br />
especialmente la que a los hombres no les es permitido observar,<br />
incluye el conocimiento de que es mejor no reaccionar<br />
directa y sinceramente a lo que se ha dicho o hecho. Esta<br />
evitación de la expresión directa ha sido frecuentemente malinterpretada<br />
como evidencia de una pasividad inherente.<br />
Cambio<br />
<strong>La</strong> esencia de toda forma de vida es el crecimiento, que<br />
significa cambio. El rasgo adicional que caracteriza el crecimiento<br />
humano es el cambio psicológico. <strong>La</strong> gente más susceptible<br />
al crecimiento psicológico es aquella que está más en<br />
contacto con él, la que se ve literalmente forzada a cambiar<br />
para responder a las demandas variables de aquellos que están<br />
bajo sus cuidados. Para que el niño crezca debe haber alguien<br />
que le pueda responder. A medida que crece, las respuestas de
este alguien deben cambiar en consonancia. Lo que hoy es<br />
suficiente puede no serlo mañana. El niño ha llegado a un<br />
punto diferente, y el cuidador debe seguirle. <strong>La</strong> que sea la<br />
cuidadora, intentará hacer esto continuamente.<br />
Así, de forma inmediata y cotidiana, la mujer vive el cambio.<br />
A la vista de esto es sorprendente que se las haya tachado<br />
de tradicionalistas, de defender el pasado mientras los hombres<br />
marchan hacia el «progreso». Esta es una de las mayores tergiversaciones<br />
de la realidad en que hemos caído, pues en todo<br />
caso es la mujer la que está más cerca del cambio, del cambio<br />
auténtico. Siempre han estado más próximas a la participación<br />
directa en el crecimiento más importante de todos.<br />
En el ser humano es una verdad absoluta que la vida no es<br />
sólo biológica sino también psicológica e intelectual. <strong>La</strong> mente<br />
empuja constantemente hacia el crecimiento. No puede estar<br />
parada ni ir hacia atrás a una etapa anterior de organización.<br />
Aunque todos lo sabemos, no lo hemos tenido realmente en<br />
cuenta.<br />
¿Qué es entonces lo que no cambia o se resiste al cambio?<br />
Está claro que hay una tendencia inherente en las sociedades a<br />
perpetuarse, y en aquellos que ocupan posiciones de prestigio y<br />
poder a creer en la estabilidad e intentar mantenerla. Es una<br />
perogrullada. El liderazgo de una sociedad no se ha abandonado<br />
nunca voluntariamente. Incluso los líderes más honestos son<br />
incapaces de concebir tal cosa.<br />
Al hombre, en nuestra sociedad y en muchas otras, se le<br />
anima desde etapas tempranas de su vida a incorporar los<br />
valores más elevados de su sociedad e intentar alcanzarlos.<br />
Estos preceptos le forman internamente mucho más que a la<br />
mujer, que está mucho más pendiente de cuestiones relativas al<br />
statu quo.<br />
El cambio exige aprendizaje. Pero los procesos específicos<br />
implicados en el aprendizaje femenino se encuentran sumergidos<br />
e ignorados, dado que la cultura dominante describe el<br />
aprendizaje sólo según sus propios intereses y conceptos. En<br />
nuestra cultura las explicaciones respetables se crean en el área
de la ciencia, muy apartada de la vivencia directa del crecimiento<br />
y el cambio. El siguiente ejemplo de esta diferencia me<br />
fue sugerido por Anita Mishler, una intuitiva educadora.1<strong>La</strong><br />
mayor parte del aprendizaje, tal como lo estudian y conciben<br />
nuestros científicos, es sólo de un tipo general. Uno aprende<br />
cómo se hace o cómo funciona algo y lo aplica exactamente tal<br />
y como lo ha aprendido, o lo generaliza a otras situaciones.<br />
Criar hijos es un ejemplo de una forma de aprendizaje totalmente<br />
distinta. Lo que aprendiste ayer no te sirve hoy. No<br />
puedes aplicarlo, ni exactamente ni como analogía, porque la<br />
situación ha cambiado ya. Así, lo que hace la mujer cotidianamente<br />
implica una forma diferente de aprendizaje. (Es importante<br />
destacar que este aprendizaje más complejo se da también<br />
en mujeres sin hijos. <strong>La</strong>s niñas lo inician en su infancia y lo<br />
continúan a medida que crecen.)<br />
El reconocimiento de esta idea abre la posibilidad de una<br />
forma nueva de estudiar el aprendizaje. Un estudio así podría<br />
llevarse a la práctica si entendiéramos qué diferencias hay entre<br />
la vida de las mujeres y la de los hombres. Esto indicaría el<br />
hecho de que cambio y crecimiento son partes esenciales de la<br />
vida de la mujer, de una forma en que no lo son para la de los<br />
hombres. Es más, podría dar lugar a un concepto de aprendizaje<br />
para el cambio en lugar de para la estabilidad, concepto<br />
crucial para las sociedades al que aún no se ha llegado.<br />
Algunas sociedades, especialmente la nuestra, intentan distraer<br />
la necesidad de cambio mediante pasatiempos y rápidas<br />
sucesiones de modas pasajeras. Todos estos «circos» pueden<br />
causar la ilusión de un cambio, pero de hecho consiguen lo<br />
contrario. No satisfacen la necesidad de crecimiento y ampliación<br />
de la mente. En lugar de ello nos confunden tanto que<br />
pasamos por alto la terrible frustración de esta auténtica necesidad.<br />
<strong>La</strong> impiden en lugar de satisfacerla.<br />
Hoy en día, a medida que la mujer se encara al problema de<br />
su propio desarrollo y formación, se enfrenta a la sociedad con<br />
1. Anita Mishler, comunicación personal.
un cambio real, un cambio en la base de la existencia de todos y<br />
en la forma en que cada persona se define a sí misma. <strong>La</strong> mujer<br />
tiene la necesidad y la motivación de introducir cambios significativos<br />
en su forma de vida. A medida que inicie los cambios<br />
necesarios para satisfacer sus propias necesidades creará el<br />
estímulo para una revisión general en la sociedad entera.<br />
Maldad femenina y sentido de fracaso de la mujer<br />
Hasta el momento sólo hemos enumerado algunas de las<br />
cualidades femeninas que deberían considerarse como fuerzas.<br />
Antes de intentar integrarlas en una imagen más ordenada, es<br />
importante analizar con más detalle el motivo por el que estas<br />
cualidades, que pueden parecer muy obvias, pueden resultar<br />
tan confusas y opacas. Es necesario preguntarse: si las mujeres<br />
son tan buenas, ¿por qué se sienten tan mal?<br />
Tal como hemos sugerido, las mujeres están continuamente<br />
haciendo frente a los hombres con sus problemas no resueltos o<br />
sus potencialidades no realizadas. Si traspasan los límites asignados,<br />
no pueden evitar enfrentarse con ellos. Pero incluso en<br />
sus papeles tradicionales, las mujeres, por su misma existencia,<br />
se enfrentan al hombre porque se las ha convertido en la<br />
encarnación de los problemas no resueltos por la cultura dominante.<br />
Es más, aunque la mujer actúe de forma sincera y<br />
auténtica en base a su propia experiencia en el único ámbito<br />
que se les asigna, aun así incomodará al hombre.<br />
Este enfrentamiento podría incluso constituir un encuentro<br />
que fomentara el aprendizaje y el crecimiento continuo de<br />
ambas partes. Pero tal como se ha estructurado la situación,<br />
de momento esta posibilidad es difícil de llevar a cabo. Dado<br />
que las mujeres han tenido que vivir intentando complacer al<br />
hombre, han sido condicionadas para evitar que no se sienta ni<br />
siquiera incómodo. Es más, cuando la mujer sospecha que ha<br />
hecho que el hombre se sienta infeliz o enfadado, muestra una<br />
marcada tendencia a asumir que la equivocada es ella.
Es diferente producir incomodidad o malestar cuando se<br />
tiene la convicción de que hay una razón válida para ello, o si<br />
se puede identificar el derecho a hacerlo. Más aún, si uno tiene<br />
alguna forma de conceptualizar y comprender los hechos -aunque<br />
no siempre esté seguro- puede estar psicológicamente preparado<br />
para arriesgarse a causar incomodidad. Sin embargo,<br />
cuando sólo podemos pensar en función de la cultura dominante,<br />
y cuando esa cultura no sólo no presta atención a nuestras<br />
propias experiencias sino que las niega y devalúa específicamente,<br />
no nos deja alternativa para conceptualizar nuestras<br />
vidas. Bajo tales circunstancias, una mujer casi siempre se ha<br />
de enfrentar al sentimiento global indeterminado de que debe<br />
de estar equivocada. Ruth, por ejemplo, cuyo marido empezaba<br />
un nuevo trabajo, estaba en esa posición.<br />
Todos estos mecanismos, y más, ocultan la situación real de<br />
desigualdad que afecta a la mujer. El «y más» se deriva del<br />
hecho de que ninguna persona puede experimentar semejante<br />
cuestionamiento y negación de su propia experiencia sin reaccionar<br />
ante él simultáneamente. Uno se siente herido o, peor<br />
aún, siente la amenaza de la aniquilación de su ser completo.<br />
También se encoleriza, pero no tiene dónde verter esta cólera ni<br />
cómo entenderla. <strong>La</strong> rabia añade más elementos al sentimiento<br />
de estar equivocado. Uno levanta una montaña de emociones<br />
negativas, y se siente no sólo equivocado sino -lo que resulta<br />
más aterrador- malo y malvado.<br />
<strong>La</strong> cultura masculina ha creado una mitología sorprendentemente<br />
desarrollada alrededor de la idea de la maldad femenina;<br />
Eva, la caja de Pandora, etc. Toda esta mitología parece<br />
estar claramente ligada a los problemas no resueltos de los<br />
hombres, las cosas que ellos temen encontrar si abren la caja<br />
de Pandora. <strong>La</strong>s mujeres, mientras tanto, han estado preparadas<br />
para mantenerse firmes y dispuestas a aceptar esta maldad.<br />
Se encuentran así atrapadas sin ningún poder, en una<br />
situación que conduce al fracaso. No sólo se sienten fracasadas<br />
sino que llegan a creer que el fracaso confirma su maldad más<br />
aún. (En nuestra sociedad, especialmente, tendemos a incor
porar la noción de que el éxito confirma la bondad.)<br />
Es probable que las propias mujeres sientan, a su vez, los<br />
efectos directos de los problemas más profundos de nuestra<br />
sociedad. Por ejemplo, si hablamos de un área de cierta importancia,<br />
nuestra cultura tiende a «cosificar» a la gente, es decir, a<br />
tratar a las personas como si fueran cosas; a las mujeres las trata<br />
casi totalmente de esta forma. Ser considerado un objeto puede<br />
llevar al sentimiento interno profundo de que debe de haber<br />
algo erróneo y malo en uno mismo. Los trabajadores de una<br />
línea de montaje sentían esta deshumanización, y los estudiantes<br />
se han manifestado en su contra durante toda la década de<br />
los sesenta. <strong>La</strong> mujer no sólo lo siente porque es algo omnipresente<br />
en la sociedad dominante, sino porque lo traslada a sus<br />
relaciones más íntimas. Ser tratado como un objeto es ser<br />
amenazado de aniquilación psíquica. Es una experiencia realmente<br />
terrible. Varios autores han popularizado recientemente<br />
el rol que ello desempeña en los problemas psicológicos graves<br />
(como R. D. <strong>La</strong>ing), pero la mayoría no han acentuado que este<br />
factor es algo intrínseco en la relación más fundamental, la<br />
relación varón-hembra. Lo acentúo aquí porque puede contribuir<br />
a la creencia de las mujeres de que debe de haber algo<br />
terriblemente malvado en ellas. Esto debe de ser cierto dado<br />
que los demás, importantes y valiosos como son, parecen pensar<br />
que ellas merecen ser tratadas como objetos. <strong>La</strong> cosificación<br />
añade un motivo profundo y directo a la disposición de la<br />
mujer a aceptar la maldad que se le asigna.<br />
Una de las dimensiones de la cosificación, la experiencia<br />
de ser convertido en objeto sexual, resulta especialmente destructiva.<br />
Muchas autoras han descrito su profunda humillación<br />
en dicha situación y el hecho de que, al final, se las ha<br />
hecho sentir malvadas y equivocadas. Sólo acentuaré una faceta:<br />
cuando uno es objeto, y no sujeto, se supone que no tiene<br />
impulsos ni intereses sexuales independientes. Sólo aparecen<br />
por y para otros; controlados, definidos y utilizados. En una<br />
chica o mujer adulta, cualquier manifestación de sensualidad<br />
o sexualidad no hara más que confirmar su estado malévolo.
Este es uno de los ejemplos más sorprendentes y trágicos de<br />
cómo la desigualdad aprovecha algunos de los sentimientos y<br />
cualidades más maravillosos de la mujer al servicio de su<br />
esclavización y degradación.2 (¡Y luego se acuñan términos<br />
tales como «masoquismo inherente»!)<br />
2. Clara Thompson y Frieda Fromm-Reichmann dieron ejemplos de ello hace<br />
tiempo. Véase por ejemplo, Clara Thompson, «Some Effects of the <strong>De</strong>rogatory Attitude<br />
Towards Female Sexuality», Psychiatry 13 (1950), 349-354, reimpreso en J. B. Miller,<br />
comp., Psychoanalysis and Women (Nueva York, Brunner/Mazel, 1973, y Penguin<br />
Books, 1973); y Frieda Fromm-Reichmann y Virginia Gunst, «Discussion of Dr.<br />
Thompson’s Paper», reimpreso en ibíd.
Al servicio de las necesidades ajenas<br />
- la asistencia a los demás<br />
En nuestra cultura «servir a los demás» se relega a los<br />
perdedores, es una cosa de bajo nivel. Y sin embargo el servicio<br />
a los demás es un principio básico alrededor del cual se organiza<br />
la vida de las mujeres; no así la de los hombres. <strong>De</strong> hecho,<br />
hay datos procedentes del psicoanálisis que sugieren que la vida<br />
psicológica de los hombres se organiza en contra de tal principio,<br />
que hay una fuerza dinámica muy poderosa que les fuerza<br />
a alejarse de dicha meta.1<br />
El elemento integrador<br />
Es obvio que la gente ha de atender a sus necesidades<br />
mutuas, dado que los seres humanos las tienen. ¿Quién las iba a<br />
atender sino otras personas?<br />
<strong>La</strong> organización de la propia vida alrededor del servicio a<br />
los demás es un factor tan fundamental para las mujeres que la<br />
mayoría de temas mencionados guardan una relación directa<br />
con este elemento general. En realidad, puede verse como el<br />
más influyente. Al final podremos definirlo mediante una formulación<br />
más precisa y dinámica. <strong>De</strong> momento es de suma<br />
importancia acentuar que se ha llevado a la mujer a sentir que<br />
puede integrar y emplear todas sus cualidades si las utiliza en<br />
1. Véase por ejemplo, Harriet Lemer, «Early Origins of Envy and <strong>De</strong>valuation of<br />
Women: Implications for Sex Role Stereotypes», Bulletin o f the Menninger Clinic, 38<br />
(1974), 538-553.
favor de los demás, pero no de sí misma. Ha desarrollado el<br />
sentido de que su vida debía guiarse por la necesidad constante<br />
de dedicarse a los caprichos, deseos y necesidades de los demás.<br />
Ellos son los importantes y los que guían la acción.<br />
Si bien a los hombres también les influyen los juicios ajenos,<br />
y les afectan de distintas formas, hay una diferencia fundamental.<br />
Los hombres son juzgados y se juzgan a sí mismos en<br />
cuanto al punto en que se adecúan ellos a las demandas de su<br />
cultura. Esto no es así en el caso de las mujeres.<br />
Esta diferencia guarda una estrecha relación con la teoría<br />
psicoanalítica del desarrollo del ego. En realidad, el concepto de<br />
ego, el «yo» del psicoanálisis, puede no resultar apropiado al<br />
referirse a la mujer. <strong>La</strong> mujer tiene principios rectores diferentes<br />
en los que basa su psique. Uno de tales principios es el de<br />
que ella existe para satisfacer las necesidades de los demás. <strong>La</strong><br />
naturaleza fundamental de la diferencia entre este principio<br />
rector y la concepción tradicional del ego se destacará aquí para<br />
volver a ella más adelante.<br />
Igual que con los otros temas que hemos comentado, la<br />
experiencia de la mujer respecto al servicio a los demás tiene dos<br />
caras y cada una, a su vez, resulta compleja. A la mujer se le<br />
enseña que su meta principal en la vida es servir a los demás;<br />
primero a los hombres y después a los niños. Esta prescripción<br />
conduce a enormes problemas, pues se supone que se ha de<br />
llevar a cabo como si ella no tuviera necesidades propias; como<br />
si pudiera servir a las necesidades ajenas sin dedicarse a la vez a<br />
los intereses y deseos propios. Llevada a su «perfección», produce<br />
el síndrome de mártir, y el de la esposa y madre asfixiante.<br />
Pero también ofrece un camino hacia un desarrollo más avanzado.<br />
<strong>La</strong> mujer tiene una capacidad mucho mayor y más refinada<br />
para hacerse cargo de las necesidades ajenas con naturalidad.<br />
Con esto me refiero a que está mejor dotada que el hombre para<br />
reconocer las necesidades ajenas y creer firmemente que éstos<br />
pueden satisfacerse; que ella puede responder a tales necesidades<br />
sin que eso constituya un peijuicio para su sentido de identidad.<br />
El problema emerge sólo cuando se la fuerza a servir
a tales necesidades ajenas o cuando se espera que lo haga porque<br />
es «lo único para lo que sirven las mujeres».<br />
Es más, hasta hace poco han existido escasas oportunidades<br />
para simultanear el autodesarrollo y el servicio a los demás; no<br />
había prácticamente ninguna forma social mediante la cual<br />
poner en práctica esta combinación. Si las hubiera habido, creo<br />
que la mujer habría participado de ellas sin los conflictos a<br />
los que se enfrenta el hombre. El problema es que no existen. Al<br />
hombre, la perspectiva de combinar el autodesarrollo con el<br />
servicio a los demás le parece una proposición demasiado compleja.<br />
Para la mujer esta complejidad no es tan grande. <strong>La</strong><br />
posibilidad es más sencilla de contemplar de lo que permitirían<br />
las formas de pensamiento del grupo dominante.<br />
Era este factor el que afectaba a Mary, la mujer de la que<br />
hablamos en el capítulo 4, preocupada por la posibilidad de<br />
aceptar o no un trabajo más exigente. Se veía como alguien que<br />
quería satisfacer las necesidades de los demás y a quien le<br />
gustaba hacerlo. Esta capacidad era una de las fuentes de su<br />
excelente desempeño laboral, así como un componente de su<br />
sentido de valía interna. El nuevo trabajo le haría más difícil<br />
continuar ejerciéndola, tanto en el terreno laboral como en sus<br />
relaciones personales. Esta limitación aumentaba su conflicto.<br />
Si el horario de trabajo se hubiera reajustado de forma que le<br />
permitiera tener espacio para continuar atendiendo a la familia<br />
de la forma usual, habría experimentado menos conflicto. Hay<br />
formas de hacerlo, tanto para los hombres como para las mujeres.<br />
Pero hacerlo de verdad requeriría un cambio fundamental<br />
en nuestra instituciones y puestos de trabajo. En cambio, estas<br />
consideraciones no afectaban a la valoración de Charles de su<br />
nuevo trabajo. Su mujer se ocupaba de ello, en lugar de él, con<br />
sus intentos de aliviar sus síntomas.<br />
Afirmar que las mujeres creen que deben servir a los demás<br />
puede parecer un tópico. <strong>De</strong> hecho, tal como se organiza la<br />
sociedad, la asignación de este rol ha calado muy hondo y ha<br />
creado una serie de complejidades psicológicas. <strong>De</strong>sgraciadamente<br />
es una observación tan común en la comunidad psicoló
gica que mucha gente pasa por alto su importancia como factor<br />
de creación de problemas para la mujer. Esto sucede cuando los<br />
clínicos to aceptan como «una mera parte del trasfondo habitual»,<br />
sin darse cuenta de que hay muchas mujeres que no<br />
pueden tolerarse o permitirse a sí mismas pensar que sus actividades<br />
vitales son para ellas. Una situación así, en sí misma, va<br />
en contra de la mayoría de los presupuestos modernos sobre los<br />
orígenes de la «salud» psicológica -que fomentan el incremento<br />
del interés por uno mismo- pero esta contradicción obvia no se<br />
suele percibir. <strong>De</strong> hecho, la situación es aún más compleja.<br />
En principio, una de las razones por la que los clínicos<br />
pueden pasar por alto la importancia obvia de este factor es el<br />
hecho de que la mujer se sirve a sí misma mediante el servicio a<br />
los demás. Pueden enfatizar los intentos por descubrir qué<br />
persigue realmente y demostrar que se sirve a sí misma tanto<br />
como cualquiera. Es cierto que las mujeres, como todo el mundo,<br />
se motivan a partir de las fuentes de su propio ser. En ese<br />
sentido todos, en el fondo, actuamos en base a lo que nos<br />
mueve individualmente. Sin embargo, también es cierto que la<br />
mujer se siente obligada a encontrar el modo de traducir sus<br />
motivaciones en formas de servicio a los demás, y dedicar a ello<br />
toda su vida. Si pueden seguir encontrando cómo hacerlo, se<br />
sentirán cómodas y satisfechas; y servirán a los demás. Este<br />
proceso de traducir la motivación permite una integración significativamente<br />
diferente de la que la sociedad fomenta en el<br />
hombre. <strong>De</strong> hecho, nuestra sociedad desalienta específicamente<br />
al hombre de que lo intente siquiera.<br />
El caso de una mujer puede servir de ejemplo de cómo<br />
funciona esta integración. Anne era una artista importante y<br />
reconocida. Su arte era de la mayor importancia para ella, y le<br />
absorbía profundamente. Estaba casada, tenía dos hijos y los<br />
quería a ellos y a su marido. Sin embargo, empezó a pensar que<br />
debía pintar sólo después de haber hecho todo lo posible por<br />
responder a las necesidades de su marido y de sus hijos. Como<br />
resultado de ello, pintaba cada vez menos y sus actividades se<br />
iban organizando cada vez más en función del servicio a su
familia, así como la mayor parte del «sentido» de su vida. A<br />
pesar de que aún le satisfacía pintar, tenía la sensación de que<br />
era una actividad «egoísta», un capricho.<br />
Su marido murió joven. Ella quedó desolada, ya que no sólo<br />
sufría por la pérdida sino por la sensación de que había desaparecido<br />
el propósito de su vida. El único motivo que creía que la<br />
«mantenía viva» era la preocupación por sus dos hijos y<br />
la necesidad ineludible de apoyarlos, económicamente y en<br />
todos los demás sentidos. <strong>De</strong>scubrió que podía ganarse perfectamente<br />
la vida pintando y dando clases de arte, y ahora podía<br />
trabajar con gran concentración; tenía que hacerlo por sus hijos.<br />
Si bien tenía que encontrar cierto equilibrio entre la entrega y<br />
atención dedicada directamente a ellos y a su trabajo, podía<br />
permitirse ambas cosas. Su satisfacción artística ya no era<br />
egoísta. Al final llegó a sentirse más ella misma que cuando su<br />
vida estaba organizada alrededor de su marido y sus necesidades.<br />
Pocos años después se volvió a casar, y de nuevo su trabajo<br />
dejó de ser necesario económicamente. Otra vez se sentía incapaz<br />
de entregarse a su arte. Tenía la sensación de que no podía<br />
dedicarse a algo «sólo para mí». Cada hora entregada a su<br />
trabajo tenía que ser, casi literalmente, sopesada y contrastada<br />
para determinar si se podía emplear en hacer algo por su<br />
marido o sus hijos. Por supuesto, casi siempre había algo que<br />
hacer para que las vidas de éstos fueran más plenas y mejores.<br />
<strong>La</strong> partida de una super-esposa<br />
Si bien las restricciones internas que sentía Anne no le<br />
resultaban fáciles de resolver, eran relativamente más comprensibles<br />
que las complicaciones que en otros casos puede producir<br />
la necesidad de servir a los demás. Anne tenía la gran ventaja<br />
de saber al menos cuál era uno de sus deseos y necesidades<br />
importantes. Muchas necesidades psicológicas son más difíciles<br />
de captar y definir. Hay que tener la oportunidad de llevar a
cabo esta búsqueda en interacción con el mundo y la gente que<br />
lo puebla. Cuando a las mujeres no se las anima a emprenderla,<br />
cuando de hecho se las aparta de ello, tienen muchas más<br />
dificultades para aprender cosas sobre sus necesidades y deseos.<br />
Sin embargo para las mujeres hay un cambio aparentemente<br />
sencillo. Es posible apartarse casi totalmente de la difícil exploración<br />
de las necesidades propias y concentrarse en satisfacer<br />
las necesidades de los demás. Pero cuando esto sucede, la mujer<br />
suele formarse la creencia -casi nunca explícitamente articulada-<br />
de que sus propias necesidades, a pesar de permanecer sin<br />
examinar, sin contrastar y sin expresar, se satisfarán en cierto<br />
sentido como compensación. Para agravar la situación, algunas<br />
mujeres llegan a creer que los demás las amarán (y les serán<br />
permanentemente fieles) porque ellas les atienden tanto y tan<br />
bien. <strong>La</strong> tragedia es que la gente no suele querer a los demás por<br />
ese motivo. Pueden llegar a depender de sus servicios, pero eso<br />
es algo diferente del interés y del amor real. <strong>De</strong> hecho, si los<br />
hombres o los niños se hacen demasiado dependientes pueden<br />
llegar a sentirse atrapados por dicha dependencia, y acabar<br />
odiando a la persona que los cuida tan bien. (Esta es una de las<br />
razones por las que algunos hombres abandonan a sus superesposas<br />
y algunos niños se vuelven violentamente contra sus<br />
super-madres.) Si la mujer siente que no la aman, esto refuerza<br />
su creencia de que los demás sólo la aprecian por los servicios<br />
que reciben. Pierde así la sensación de que se interesan por ella,<br />
por ser quién es. Si bien ésta es una sensación terrible, muchas<br />
mujeres creen que deben aceptarla, especialmente tras varios<br />
años de casadas. ¿Qué otra alternativa tenían?<br />
<strong>La</strong> experiencia de otra mujer puede servir de ejemplo de<br />
estos factores agravantes. Edith creció siendo el modelo de la<br />
«hembra perfecta»; su madre la instruyó bien sobre cómo ganar<br />
y complacer a los hombres. No sabía cómo complacerse a sí<br />
misma, excepto encontrando un hombre atractivo con buenas<br />
perspectivas. Atractiva y popular, acabó casándose con Bert,<br />
uno de sus pretendientes más prometedores. Se convirtió en<br />
una super-esposa y super-madre, y fue haciendo depender su
segundad de la creencia de que podía vincular a toda su familia<br />
a sí misma, no porque la quisieran de verdad sino porque la<br />
necesitaban. Hacía tanto por ellos y les hacía la vida tan fácil<br />
que no podía ser de otro modo. Durante bastante tiempo se<br />
enorgulleció de lo indispensable que se había hecho para todos.<br />
Esta se convirtió, prácticamente, en la única fuente de su sentido<br />
de identidad.<br />
Tras una serie de años empezó a experimentar una rabia<br />
incomprensible, inquietud y depresión. Lo sorprendente era<br />
que, sin saber por qué, tenía el deseo irresistible de huir de la<br />
comodidad de su hogar. Y así lo hizo. Encontró un trabajo muy<br />
mal remunerado, para el cual tuvo que dejar su ciudad natal, y<br />
el único apartamento que pudo encontrar era pequeño y de<br />
aspecto pobre. En aquel momento tenía la sensación desesperante<br />
de que «tenía que hacerlo, sin saber en absoluto por<br />
qué».<br />
Nadie comprendía su extraña conducta. Con el tiempo, a<br />
medida que construía una vida propia, con escasos recursos,<br />
llegó a descubrir que había acumulado un resentimiento creciente<br />
contra la posición de servidumbre en la que había vivido.<br />
Había ido acumulando gradualmente la sensación de que<br />
nadie la conocía o se preocupaba por ella, y había llegado a<br />
odiar a la gente que la hacía sentirse así. No había sido capaz de<br />
reconocer ese resentimiento o de imaginarse su origen. Esta<br />
incapacidad para encontrar un concepto, una forma de expresar<br />
sus sentimientos, era la gran trampa. Ahora veía que había<br />
creído que su único valor en la vida consistía en servir a los<br />
demás; necesitaba desesperadamente tener la sensación de que<br />
era una persona por derecho propio. También necesitaba creer<br />
que importaba a la gente como tal persona. Estas necesidades<br />
eran tan acuciantes que estaba dispuesta a arriesgarse a perder<br />
sus relaciones anteriores.<br />
<strong>La</strong> conducta de Edith podría fácilmente diagnosticarse de<br />
extraña y autodestructiva. Abandonó un hogar en el que lo<br />
«tenía todo» para pasar a una situación en la que no tenía nada.<br />
También podría tildársela de mujer encolerizada; lo estaba.
Dado que toda su vida pasada se había guiado por las necesidades<br />
de los demás, también se la podría calificar como «excesivamente<br />
dependiente». Se la podría haber convencido fácilmente<br />
de que sufría una combinación de hostilidad y dependencia<br />
excesiva, y que debería intentar recuperarse y volver a las<br />
ventajas que tenía. Esta forma de acción hubiera negado la<br />
esencia de su problema.<br />
Muchas mujeres no emprenden la misma acción que Edith.<br />
En una situación similar se deprimen cada vez más o desarrollan<br />
otros síntomas psíquicos o somáticos. Pueden ser víctimas<br />
de las denominadas «depresiones involutivas». Esto es especialmente<br />
probable cuando los hijos, mediante su propio crecimiento<br />
y desarrollo, demuestran que ya no necesitan a su<br />
madre. <strong>La</strong>s mujeres que atraviesan por tales depresiones muestran<br />
también una gran cantidad de ira, aunque les suele ser<br />
imposible admitirlo. ¿Cómo comprender dicha ira si los hijos<br />
están haciendo lo que se supone que han de hacer?<br />
<strong>De</strong> hecho, el marido de Edith estaba sinceramente preocupado.<br />
Buscó a su esposa e intentó comprenderla y ser sensible a<br />
ella. Con el tiempo pudo convencerla de que la quería por<br />
aquello en lo que se estaba convirtiendo, que era algo diferente<br />
de lo que había sido.<br />
Su nueva relación no se desarrolló rápida o fácilmente; aún<br />
quedaban muchos malentendidos que aclarar. Al final siguieron<br />
juntos, pero sobre una base totalmente diferente; Bert se mudó<br />
a la ciudad de Edith; cambió de trabajo y de vida social. Una<br />
serie de factores lo hicieron posible. Bert fue capaz, al menos,<br />
de iniciar el proceso de intentar entender un hecho ante el que<br />
al principio reaccionó violentamente. Con el tiempo también<br />
fue capaz de reducir un poco la búsqueda de fama y fortuna que<br />
le había obsesionado durante todos sus años de matrimonio;<br />
pero aún tenía la sensación de que, hasta cierto punto, estaba<br />
«sacrificando» algunas de sus ambiciones.
El comienzo del cambio<br />
Otra mujer, Judy, refleja una forma más contemporánea de<br />
reaccionar ante una situación similar. Es más joven que Edith<br />
y, en principio, más consciente de sus necesidades. Quiere<br />
participar plenamente del desarrollo de sus hijos, pero también<br />
quiere sentir que su marido comparte su preocupación y entrega,<br />
que se ocupa tanto de ellos y ella como ella de él. Además<br />
quiere desarrollar sus propios intereses; es consciente de su<br />
necesidad de desarrollar un sentido de sí misma basado en sus<br />
propias necesidades y capacidades, no en las de su marido.<br />
Reconoce que en su adolescencia todo el mundo la empujaba a<br />
concentrarse en establecer una relación con un hombre y casarse<br />
con él. En la sociedad de hoy en día es mucho más capaz que<br />
Edith de comentar las primeras experiencias de su matrimonio.<br />
Esta capacidad de articular el problema es una gran ayuda en sí<br />
misma. Le evita la necesidad de interrogarse ciegamente sobre<br />
qué está pasando, y le impide sentir que «algo debe de ir mal en<br />
mí». Pero no basta.<br />
Su marido, Will, obrero especializado, comprende intelectualmente<br />
parte de la situación. Reconoce que las estrecheces<br />
que se le imponen a Judy son injustas, y afirma que en una<br />
sociedad más justa le pagarían lo mismo por hacer el mismo<br />
trabajo. (Podría añadir que tal vez un día la animasen igual a<br />
hacerlo.) Mientras tanto, sin embargo, no puede plantearse<br />
dejar la seguridad que ha adquirido en su trabajo o parte del<br />
salario que recibe, para dedicarse a compartir la responsabilidad<br />
de los niños. <strong>La</strong> cantidad que perdería es mayor que la que<br />
Judy podría ganar. Es más, no puede plantearse el cambio que<br />
una alteración en su estado laboral significaría para su imagen<br />
de sí mismo y su relación con «los chicos de la sección». No hay<br />
duda de que está entregado a Judy y los niños, pero se trata de<br />
una entrega estrictamente en «horas libres», no una consideración<br />
terminante de su vida cotidiana. <strong>La</strong> idea de perderlos, sin<br />
embargo, le llena de temor y desesperación.<br />
Esta historia ejemplifica el hecho de que es la mujer la que
está motivada para hacer más justa la sociedad. Es ella la<br />
que resulta herida y la que siente profundamente la necesidad<br />
de un cambio; para ella no se trata sólo de una teoría intelectual<br />
sobre la justicia. <strong>De</strong>be encontrar una solución para vivir su vida<br />
satisfactoriamente. Will «quisiera poder pasar más tiempo con<br />
los niños», pero Judy se ve forzada a hacer los cambios que<br />
necesita. Estos cambios, en último extremo, pueden facilitar la<br />
participación plena de él en la vida de los niños. Al mismo<br />
tiempo es importante apreciar que los deseos de Judy para sí<br />
misma incluyen un deseo igual de intenso de fomentar el desarrollo<br />
de sus hijos y su marido.<br />
Extrañas teorías sobre la «naturaleza humana»<br />
Ni el marido de Judy ni el de Edith pretendía herir o privar<br />
a nadie de nada. Esta era, de hecho, una de las razones por las<br />
que reaccionaron tan negativamente cuando sus esposas plantearon<br />
el tema de la privación. Les hacía sentir crueles si bien<br />
nunca habían tenido intención de serlo. El problema, sin embargo,<br />
radica en algo más profundo: para intentar satisfacer su<br />
identidad masculina habían aprendido a negar grandes áreas de<br />
su propia sensibilidad, y un área importante es precisamente la<br />
capacidad de responder a las necesidades ajenas.<br />
No es que los hombres no sirvan a los demás, de hecho lo<br />
hacen de varias formas. Los dos de los ejemplos anteriores así<br />
lo hacían. Bert siempre había considerado su trabajo científico<br />
como importante para la «humanidad». Will es un activista<br />
sindical, muy dedicado a sus compañeros. Sin embargo, el<br />
hecho es que la necesidad de servir a los demás no resulta<br />
fundamental para la autoimagen del hombre. Es un lujo que<br />
puede desear o permitirse sólo después de haber satisfecho las<br />
exigencias primarias de la masculinidad. Cuando se ha hecho<br />
un hombre según otros criterios, puede escoger servir a los<br />
demás. A la mujer no se le permite este tipo de elección.<br />
Está claro que ese gran elemento de la actividad humana
que implica ocuparse de los demás se ha aislado y ha sido asignado<br />
a las mujeres. Cuando esto se combina con el hecho de que lo<br />
que ellas hacen no se suele reconocer, nos encontramos con<br />
algunas extrañas teorías sobre la naturaleza humana. Estas teorías<br />
son, de hecho, las que predominan en nuestra cultura. Una de<br />
ellas es que la «humanidad» es básicamente egocéntrica, competitiva,<br />
agresiva y destructiva. Esta teoría ignora el hecho de que<br />
millones de personas (la mayoría mujeres) han dedicado millones<br />
de horas durante cientos de años a entregarse a otros millones de<br />
personas. Si bien este hecho tiene consecuencias importantes para<br />
la mujer, en último extremo las tiene igual de importantes para el<br />
hombre y para las teorías de la cultura dominante sobre la naturaleza<br />
de los seres humanos. Dado que el hombre es la medida de<br />
todas las cosas -literalmente el hombre, no los seres humanos-,<br />
todos hemos tendido a medirnos según él. <strong>La</strong> interpretación<br />
masculina del mundo nos define y dirige, nos dice cuál es la<br />
naturaleza de la naturaleza humana.<br />
Simplificándolo mucho: lo único que tenemos los seres humanos<br />
es a nosotros mismos y a los demás, pero es suficiente.<br />
Todos nos necesitamos tanto a nosotros mismos como a los<br />
demás. Nuestros problemas parecen proceder de un intento de<br />
dividirnos a nosotros mismos, de modo que se fuerza a los<br />
hombres a centrarse en sí mismos y a las mujeres a centrarse en<br />
«los demás». A causa de esta división sufren ambos grupos,<br />
pero de forma diferente. Si bien la división en sí parece relativamente<br />
sencilla y obvia, de ella se derivan directamente una<br />
serie de complicaciones psicológicas.<br />
Una de estas complicaciones es que el grupo dominante se ve<br />
seriamente privado de conocer lo que significa la integración del<br />
vivir para uno y para los demás. <strong>La</strong> concentración psicológica y la<br />
formación del hombre desde temprana edad se centra en lo<br />
primero. <strong>De</strong>be hacerlo o se sentirá un fracasado, poco masculino.<br />
El hombre, o el chico, se ve disuadido de incorporar en<br />
su desarrollo psicológico características de servicio por un<br />
hecho fácilmente observable: ya hay gente que se dedica claramente<br />
a servir: las chicas y las mujeres. <strong>De</strong>sempeñar las mis
mas actividades que ellas es arriesgarse a ser, parecer y considerarse<br />
una mujer. Esta ha sido una perspectiva horrible que ha<br />
constituido una amenaza fundamental para la identidad masculina.<br />
Por lo que sabemos hasta el momento sobre el desarrollo del<br />
sentido fundamental de identidad de una persona, ésta se vincula<br />
muy pronto con su sentido de pertenecer al género masculino<br />
o femenino. Los hallazgos más recientes sugieren que desde la<br />
edad aproximada de un año y medio hasta los tres años el niño<br />
ya «piensa» en sí mismo como persona sexuada, no de forma<br />
genérica.2 Así, la amenaza de no ser masculino -o ser «nomasculino»-<br />
enfrenta al niño con la sensación de no ser nadie en<br />
absoluto. Vinculamos el sentido de nuestra existencia con la<br />
identidad sexual tan pronto que no podemos concebimos como<br />
simplemente «una persona». Sólo podemos pensar «soy Fulanito,<br />
un hombre» o «soy Menganita, una mujer». «Si no soy John,<br />
varón, no soy nadie.» El sentimiento íntimo de no existir, de<br />
perder el sentido de la propia existencia, de soltar las amarras<br />
psicológicas fundamentales, es una de las amenazas más terribles<br />
que se pueden experimentar. Pero el hecho es que no es necesario<br />
atribuir a la feminidad y a la masculinidad todos los significados<br />
que actualmente les damos. No hay razón para que el servir<br />
a los demás sea una amenaza a la masculinidad. Esta noción,<br />
igual que muchas otras, es algo impuesto culturalmente.<br />
En un sentido muy básico hemos creado una situación en la<br />
que el hecho de que un hombre se permita vincularse a las<br />
necesidades de los demás y servirles le enfrenta a la amenaza de<br />
ser como una mujer. Ser como una mujer es casi como no ser<br />
nada. Esto no significa que todos los hombres se planteen esta<br />
formulación de forma explícita; la mayoría no lo hace. Significa<br />
que así es como el hombre llega a sentir y estructurar sus<br />
2. Robert J. Stoller, Sex and Gender (Nueva York, Science House, 1968); «Facts<br />
and Fancies; An Examination of Freud’s Concept of Bisexuality», en Jean Strouse,<br />
comp., Women and Psychoanalysis (Nueva York, Grossman Publishers, 1974), págs.<br />
343-362, y J. Money y A. Ehrhardt, Man and Woman, Boy and Girl (Baltimore, Johns<br />
Hopkins University Press, 1973).
percepciones de forma interna e inarticulada.<br />
Estar en armonía con las necesidades de los demás y responder<br />
continuamente a ellas, dejar que se produzca esta respuesta,<br />
crear formas para que esto sea así y a la vez expresarse uno<br />
mismo y buscar el desarrollo propio, integrar este proceso bidireccional;<br />
ninguna de estas cosas se da en el hombre. Ellos se<br />
ven privados de este proceso continuo. Se ven forzados a desconectar<br />
esas partes de sí mismos. No es que los chicos no estén<br />
armonizados con los demás ni que no puedan intuir sus necesidades.<br />
Lo que pasa es que se les estimula sistemáticamente a<br />
amortiguar sus respuestas. Se ven «des-recompensados» por<br />
ello. Hacerlo sería femenino. Sería no ser un hombre. Sería no<br />
ser. Pertenece al ámbito de lo inconcebible, de lo temido, de lo<br />
que debe ser evitado.<br />
Dado que nuestra imagen de las posibilidades humanas se<br />
basa en lo que los hombres han hecho y dicho que era posible,<br />
no hemos podido esperar nada más del «hombre» tal como se<br />
ha definido. Se nos ha hecho creer que si bien muchas personas<br />
pueden tener impulsos generosos, amables, y atentos con los<br />
demás, en el fondo son egoístas, y sólo piensan en sí mismos.<br />
<strong>De</strong>cimos que el interés por uno mismo es básico. Pero no es el<br />
elemento básico. Es sólo una posibilidad.<br />
Podríamos decir que uno de los problemas principales a los<br />
que nos enfrentamos como comunidad humana es el de crear<br />
un modo de vida que permita servir a los demás sin ser sumiso.<br />
¿Cómo incorporar esta necesidad al desarrollo y a las perspectivas<br />
de todo el mundo? Como se sugirió al principio, las mujeres<br />
de hoy en día tienen una base sólida para conseguir estos<br />
avances sociales. Alcanzarlos, sin embargo, requeriría una nueva<br />
integración de los logros que la mujer ha alcanzado ya.<br />
Servir sin ser servil exige que la mujer ponga en práctica algunas<br />
otras cualidades. Estos aspectos se comentarán en los capítulos<br />
siguientes.
<strong>De</strong>sarrollo del ego<br />
Volviendo sucintamente a la teoría psicoanalítica del desarrollo<br />
del ego, hay que destacar que se ha dicho que la mujer<br />
tiene una «estructura del ego más permeable» o unas «fronteras<br />
del ego menos rígidas» que el hombre. El propio Freud dijo que<br />
las mujeres tenían un super-ego menos evolucionado; aparentemente<br />
a modo de menosprecio. En teoría, el ego y el super-ego<br />
se desarrollan en relación a la realidad (o sea, a la realidad tal<br />
como la define nuestra cultura) y a las demandas que ésta<br />
formula al individuo. <strong>La</strong> realidad formula tales demandas porque<br />
toda persona está supuestamente dotada para ser un vivo<br />
representante de su cultura y de sus normas.<br />
<strong>La</strong>s teorías psicoanalíticas imperantes sobre el ego o superego<br />
más débil de las mujeres reflejan el hecho de que ellas<br />
carecen por completo de tal cosa, tal como se emplea hoy en día<br />
dicho término. <strong>La</strong>s mujeres no entran en este cuadro igual que<br />
los hombres. No tienen ni el derecho ni el deber de ser representantes<br />
perfectos de la cultura. Tampoco se les ha concedido el<br />
derecho a actuar y juzgar sus propias acciones en función del<br />
beneficio directo para ellas. Ambos derechos parecen esenciales<br />
para el desarrollo del ego y del super-ego. Esto no significa que<br />
las mujeres carezcan de principios rectores o que no se relacionen<br />
con «una realidad» de forma concreta. Pero la realidad de<br />
la mujer está enraizada en el intento de «amoldarse» a la forma<br />
de una persona beneficiosa para los demás. Así sólo ven sus<br />
propias acciones en la medida en que los otros hagan de mediadores.<br />
Esta experiencia se inicia con el nacimiento y continúa<br />
durante toda la vida. A partir de ella la mujer desarrolla una<br />
estructura psíquica a la que podría resultar inadecuado aplicar<br />
el término ego tal como se emplea corrientemente.<br />
Lo que estamos sugiriendo es que el principio rector en la<br />
vida de la mujer no es la relación directa con la realidad, dado<br />
que ésta es algo definido culturalmente. Tampoco es la mediación<br />
entre las propias pulsiones y la realidad (fuente del desarrollo<br />
del ego). En lugar de eso, la mujer se ha visto implicada
en una mediación más compleja: el intento de transformar sus<br />
pulsaciones en un servicio a las de otros; esta mediación no se<br />
corresponde directamente con la realidad sino con las intenciones<br />
de los demás en dicha realidad. Se suponía que esta forma<br />
de identidad recaía, en último término, más sobre las percepciones<br />
y evaluaciones de los demás que sobre las de uno mismo.<br />
Estas proposiciones son de naturaleza compleja, y un aspecto<br />
básico a todas es el de la naturaleza del vínculo de uno con la<br />
realidad. <strong>La</strong> mayor parte de éste viene dado por los demás; pero<br />
para las mujeres, como ya hemos visto, la propia estructuración<br />
de la relación con los otros es básicamente diferente de la del<br />
hombre. Servir a los demás es una forma de describir el modo<br />
básico en que se estructuran los vínculos de la mujer con los<br />
demás. Sin embargo, hay un tema aún más básico a analizar: la<br />
importancia y el significado de las relaciones con ellos. Este<br />
tema se tratará en el Capítulo 8, pero antes es importante<br />
interrumpir brevemente para comentar algo más sobre la naturaleza<br />
de la realidad o del «mundo real», tal como se presenta a<br />
cada sexo por separado.
Fuera del «mundo real»<br />
Puede parecer que lo que estoy diciendo es que las mujeres<br />
tienen todas las virtudes y pueden, o deben, salir a salvar el<br />
mundo. No se trata de eso, desde luego. Lo que digo es que es<br />
obvio que la experiencia humana se ha dividido en dos; y no<br />
precisamente por la mitad sino de forma un tanto sesgada. Una<br />
de las partes, la correspondiente a las mujeres, se ha devaluado<br />
y tratado casi como si no existiera o sólo fuera importante para<br />
ellas. Por supuesto, se trata de una parte «esencial» -todo el<br />
mundo sabe que alguien ha de criar a los hijos, y todo el mundo<br />
quiere que alguien se haga cargo del bienestar corporal y la<br />
«necesidad inferior» del sexo-. Todo varón desea que alguien le<br />
cuide cuando está enfermo o incapacitado.<br />
Todas esas cosas, que son las que se permite hacer a la<br />
mujer, están en cierto sentido aisladas de la vida de nuestros<br />
tiempos. El lugar de la mujer se halla fuera de la acción en<br />
progreso. Cuidar a los ancianos y a los enfermos es ocuparse<br />
de los que están temporal o definitivamente retirados; criar a<br />
los niños es ocuparse de los que no participan aún de la<br />
acción principal. <strong>La</strong>s mujeres incluso se cuidan de los que<br />
participan de la acción principal en las horas del día en<br />
que no lo hacen; es decir, aportan cuidados y comodidad al<br />
varón fatigado cuando llega a casa por la noche. <strong>La</strong> otra<br />
función de las mujeres -la producción biológica de la próxima<br />
generación- resulta sumamente esencial, pero también<br />
las ubica fuera de la acción de su generación. Esta es una de<br />
las circunstancias a las que se refieren las mujeres cuando
dicen que han perdido el contacto con «el mundo real».<br />
Es verdad que en muchos momentos y lugares las mujeres<br />
han desempeñado un papel principal o igualitario en la producción<br />
económica, pero incluso en tales casos casi nunca han<br />
ocupado una función equivalente en la dirección de la sociedad.<br />
En muchos lugares las mujeres eran las principales encargadas<br />
del cultivo de los alimentos y las principales productoras económicas,<br />
pero su puesto no se definía por esa actividad.1Parece<br />
que, independientemente de lo que la mujer haya hecho, nunca<br />
se ha considerado una actividad valiosa. Aún se las define<br />
como productoras y cuidadoras de personas -y eso es algo de<br />
importancia menor-. <strong>De</strong>sde luego, en nuestra sociedad los aspectos<br />
de la vida que se han asignado a la mujer se han definido<br />
culturalmente como inferiores o aislados de la «vida real».<br />
<strong>La</strong>s mujeres trabajan con la continua sensación de que lo<br />
que hacen no importa tanto como lo que hacen los hombres. En<br />
este aspecto están, por supuesto, en completo contacto con la<br />
realidad, tal como la define la sociedad. Al aceptar la definición<br />
social se las aparta de otra realidad, la de sus propias vidas y<br />
experiencias. El hombre cree que lo que él hace es más importante,<br />
y en este aspecto también está en contacto con la realidad<br />
socialmente definida. (Este es otro tipo de experiencia que<br />
podría haberse interpretado como envidia femenina del pene.<br />
<strong>La</strong>s mujeres se han sentido como si los hombres tuvieran algo<br />
que ellas no tenían, y que desde luego es cierto.)<br />
Algunos afirman que este reparto de las responsabilidades es<br />
justo y correcto. Dicen que han de ser las mujeres las que se<br />
ocupen de esas cosas. Son esenciales, y alguien tiene que hacerlas.<br />
Si alguien tiene que ocuparse de la vida naciente y ello<br />
implica estar fuera del «mundo real», que lo hagan las mujeres.<br />
Esto parece poco concebible en una democracia. Más aún, de<br />
1. Véase por ejemplo, Michelle Z. Rosaldo, «Women, Culture, and Society: A<br />
Theoretical Overview»; Nancy Chodorow, «Family Structure and Feminine Personality»;<br />
y Sherry B. Ortner, «Is Female to Male as Nature Is to Culture?» Todos en M. Z.<br />
Rosaldo and L. <strong>La</strong>mphere, Women, Culture, and Society (Stanford, Stanford University<br />
Press, 1974).
esta división de la experiencia se derivan otros dos puntos<br />
sumamente importantes. Primero, si la sociedad considera menos<br />
valiosas las áreas de las que se ocupa la mujer, no le puede<br />
decir simultáneamente que puede, o debe, sentirse una persona<br />
completamente valorada; si le negamos a una persona el derecho<br />
básico a ser un miembro valorado de la sociedad, limitamos<br />
el flujo de su expresión psicológica de un millón de formas.<br />
El segundo punto importante es que las áreas designadas como<br />
femeninas no son secundarias o superfluas. El definirlas así ha<br />
causado importantes problemas a hombres y mujeres, y el<br />
mantenimiento de esta división obstaculiza su solución para<br />
ambos sexos.<br />
El psicoanálisis, al intentar sondear las profundidades de la<br />
psique humana, entró en el «mundo irreal» de los problemas no<br />
resueltos «del hombre»; al aventurarse por sus muchos e intrincados<br />
laberintos, no lo reconoció por lo que era: el mundo de la<br />
mujer. Lo que la sociedad ha sido incapaz de ver hasta hoy es<br />
que vivir en contacto con el mundo irreal no tiene por qué<br />
debilitarnos. Puede fortalecemos a todos.<br />
<strong>De</strong>ntro del «mundo real»<br />
Algunas de las cosas que he afirmado pueden sonar como<br />
cuando nuestras abuelas nos decían: «Los hombres son como<br />
niños. <strong>De</strong>jémosles que jueguen unos con los otros. Nosotras<br />
sabemos que no son cosas importantes, pero ellos creen que sí.<br />
<strong>De</strong>jémosles. Les cuidamos para que puedan seguir jugando. Sin<br />
nosotras no podrían.» Pero estos juegos ya no resultan divertidos,<br />
si es que lo fueron alguna vez. Muchos de ellos acaban en<br />
guerras. Lo que no nos dijo la abuelita es que son capaces de<br />
algo completamente diferente. (¡Si no lo son, quizá mejor que<br />
las mujeres tomaran el poder del todo!) Pero aunque sean pozos<br />
sin fondo llenos de potencialidades, no avanzarán si la mujer<br />
continúa perpetuando este statu quo.<br />
Recientemente ha habido un diluvio de opiniones en mu
chas áreas de la cultura dominante que lamentan este cautiverio<br />
masculino. Estos autores dicen que las metas a las que aspira el<br />
varón crean una persona incapaz de alcanzar la satisfacción o<br />
un sentido de conexión con lo que está haciendo y con aquellos<br />
con los que lo está haciendo. Véase por ejemplo toda la literatura<br />
sobre «alienación» y «fracaso comunicativo». Lo que estos<br />
autores pasan por alto es que estas dificultades se relacionan<br />
con la subyugación de la mujer.<br />
Todas las estructuras que la sociedad masculina ha erigido<br />
hasta el momento han incluido en sí mismas la supresión de<br />
otros hombres. En cierto sentido, todos los avances de nuestra<br />
sociedad son un arma de doble filo. Lo que unos pocos hombres<br />
han sido capaces de construir en nuestra sociedad moderna ha<br />
sido a costa de los demás. <strong>La</strong> sociedad tecnológicamente avanzada<br />
ha acarreado grandes mejoras para un grupo pequeño de<br />
hombres y algunas para un grupo un poco mayor, a expensas de<br />
la miseria de muchos y de la destrucción de la cultura entera de<br />
otros.<br />
Una consecuencia concreta de esta destructividad es que<br />
tenemos una imagen muy distorsionada de los seres humanos;<br />
parece que sólo piensen en sí mismos y en derrotar al otro. <strong>La</strong>s<br />
suposiciones básicas de Freud son similares: el hombre está<br />
condenado. Su impulso innato más básico -el impulso hacia el<br />
placer (que, según Freud, es la fuente de toda motivación y<br />
vida)- lleva sólo a la conquista y a la destrucción. A lo único<br />
que puede aspirar la sociedad es a contener esta destructividad<br />
y a sublimar tales impulsos. Esta interpretación se deduce fácilmente<br />
de una sociedad que ha asignado sólo a un sexo la<br />
capacidad de acción, decisión y poder.<br />
Es verdad que el mundo es cruel. <strong>La</strong> perspectiva no es muy<br />
atrayente. <strong>La</strong> denominada crisis de identidad de la juventud<br />
(masculina, el término no se aplica a la juventud femenina)<br />
puede ser resultado de no querer entrar en ese mundo, y no<br />
tener ganas de dejar de lado ese otro -el infantil- en el que la<br />
gente está dispuesta a ayudarte, cuidarte, fomentar tu desarrollo,<br />
sentir y actuar para ti más que en tu contra. Los clínicos
consideran esta reticencia como muestra de inmadurez y dependencia.<br />
(Así se invierten las cosas en sus mentes.) Pero, ¿por<br />
qué debería la juventud de hoy querer dejar el mundo de las<br />
atenciones y crecer? ¿Crecer para qué? Por otro lado, ¿cómo<br />
puede uno ser una persona eficaz y autodirigida sin participar<br />
activamente en la lucha por la vida? No participar con entusiasmo<br />
es arriesgarse a ser menos que un hombre.<br />
Para la mujer, como hemos demostrado, esto no tiene por<br />
qué ser así. Pero también para ella aparecen con fuerza estos<br />
temas cuando se toma en serio la idea de vivir en «el mundo<br />
real». A medida que las mujeres intenten emplearse a sí mismas<br />
para sí mismas, se enfrentarán a la tarea de poner en juego<br />
todas sus características bajo su propia determinación. Esta<br />
perspectiva no existía antes a gran escala. Requerirá una nueva<br />
transformación de las cualidades valiosas de la mujer. Dicho<br />
cambio producirá condiciones muy diferentes de aquellas en las<br />
que actuaba a favor del desarrollo de alguien más: el protagonista<br />
real y quien toma las decisiones. Se hará necesaria una<br />
nueva integración basada en nuevos principios rectores.<br />
Cuando la mujer empiece a definir estos principios por sí<br />
misma, dará importancia a diferentes problemas e interrogantes.<br />
Si bien estos principios siempre han estado presentes de<br />
algún modo, ahora exigen un nuevo nivel de consideración<br />
consciente. <strong>La</strong> parte siguiente señalará algunos de los problemas<br />
que adquieren más importancia cuando la mujer intenta<br />
redefinirse a sí misma y actuar en base a tal definición.<br />
Puede resultar importante apuntar brevemente la relación<br />
entre este tema y el trabajo de otros autores. <strong>La</strong> descripción que<br />
se presenta en este libro deriva de mi experiencia como psicóloga<br />
con mujeres de diferentes clases sociales. Es interesante el<br />
hecho de que algunos investigadores de otras áreas hayan llegado<br />
recientemente a conclusiones paralelas o similares a partir<br />
de estudios con una mayor base social. Algunos artículos de<br />
Rosaldo, Chodorow, Ortner y otros2 han aportado reciente<br />
2. Ibíd.
mente nuevas ideas sobre el lugar de la mujer, ajena a la cultura<br />
pero implicada en las necesidades de la vida y el crecimiento.<br />
Estas obras aportan un marco prometedor desde el cual iniciar<br />
un reexamen de las características y potencialidades de la<br />
mujer.<br />
Millman y Slater comentan otros aspectos del papel de la<br />
mujer como «portadora» de hechos sociales trascendentales<br />
que el hombre no puede reconocer abiertamente.3 Johnson y<br />
Johnson han unido material sociológico y psicoanalítico en su<br />
discusión del origen y las consecuencias de las diferencias entre<br />
las respuestas del hombre y la mujer ante las necesidades básicas<br />
de los demás.4 En el mismo artículo también revisan las<br />
técnicas aportadas hasta ahora por los sociólogos para explicar<br />
la asimetría en la organización social actual. <strong>De</strong>stacan lo inadecuado<br />
de estos métodos en cuanto a la resolución de los problemas<br />
femeninos. Estos y muchos otros estudios están descubriendo<br />
aspectos desconocidos de la vida de la mujer, y señalan<br />
a la necesidad de un nuevo marco teórico que dé sentido a estos<br />
datos.<br />
También es importante distinguir brevemente conceptos<br />
muy antiguos: por ejemplo la idea del Yin y el Yang, la noción<br />
de Jung de la mujer oculta en cada hombre y viceversa, y el<br />
trabajo de David Bakan sobre la oposición entre organismo y<br />
comunidad.5En un tono diferente, Cristopher <strong>La</strong>sch ha descrito<br />
recientemente un período en el que, en respuesta a una primera<br />
oleada feminista, se defendía la idea de que la mujer entrara en<br />
los asuntos públicos para hacer de «ama de casa» de la sociedad,<br />
de cara a llevar su limpieza y moralidad a este mundo corrompido.6<br />
3. Marcia Millman, «Observations on Sex-Role Research», Journal o f Marriage<br />
and the Family (noviembre 1971), 772-776; Philip Slater, The Pursuit o f Loneliness<br />
(Boston, Beacon Press, 1970; edición revisada, 1976).<br />
4. Frank Johnson y Colleen L. Johnson, «Role Strain in High Commitment Career<br />
Women», Journal o f the American Academy o f Psychoanalysis, en prensa.<br />
5. David Bakan, The Dualiíy o f Human Existence (Boston, Beacon Press,<br />
1966).<br />
6. Christopher <strong>La</strong>sch, «“Selfish Women”: The Campaign to Save the American<br />
Family, 1890-1920», The Columbia University Forum (primavera 1975), 23-31.
Estas ideas no consiguen tomarse en seño la desigualdad de<br />
poder y autoridad entre hombres y mujeres. Entrar en la cultura<br />
dominante y «limpiarla» de sus problemas no es cosa de la<br />
mujer. Sería sólo una repetición de otra forma de «trabajar para<br />
los demás» y «hacerles la limpieza»; en este caso limpiando el<br />
«cuerpo político». <strong>De</strong> forma similar, la mujer de Jung «oculta<br />
dentro del hombre» no es igual que su inversa. <strong>La</strong> idea parece<br />
interesante a menos que nos preguntemos seriamente quién<br />
controla el mundo en realidad y quién «decide» la parte que se<br />
suprime de cada sexo. <strong>La</strong>s ideas de Jung y los demás niegan la<br />
desigualdad y asimetría básicas, y son ahistóricas. <strong>La</strong> cuestión<br />
es la de qué se ha suprimido y qué puede empezar a surgir en<br />
este momento histórico, y quién será capaz de recuperar las<br />
partes suprimidas. Finalmente, estas ideas son en sí mismas un<br />
reflejo de la dicotomización de los aspectos esenciales de la<br />
experiencia humana. Estas divisiones y separaciones son, según<br />
creo, producto de la cultura tal como la conocemos; es decir,<br />
basada en la desigualdad primaria. <strong>La</strong> cuestión es precisamente<br />
la naturaleza de la dicotomización.
Tercera parte - notas en clave de futuro<br />
<strong>La</strong> segunda parte acentuaba ciertas cualidades psicológicas<br />
que las mujeres han desarrollado a partir de la vida tal como es.<br />
En sí mismas ni siquiera representan una imagen completa del<br />
pasado y, desde luego, no bastan de cara al futuro.<br />
<strong>La</strong> tercera parte señalará algunos de los elementos que<br />
aparecen a medida que la mujer se adentra en su futuro. Este<br />
nuevo énfasis no emerge de novo. Procede también de la<br />
experiencia específica de la mujer y de los valores que ésta ha<br />
engendrado.<br />
A lo largo de las páginas anteriores hemos ido acarreando<br />
como subtema la noción de que ciertas áreas clave en la vida de<br />
la mujer corren paralelas al material desenterrado por el psicoanálisis.<br />
Esta parte también señalará algunos de los temas de los<br />
que el psicoanálisis y la psicoterapia se ocupan constantemente,<br />
pero que no se han categorizado como necesidades humanas<br />
esenciales. Yo creo que sí lo son, a pesar de que requerirían una<br />
especificación mayor que la aproximación general que aquí se<br />
sugiere. Tienen que ver con la creatividad y la capacidad cooperativa,<br />
con la autenticidad, la autodeterminación y el poder, así<br />
como con la necesidad de participar en los conflictos, incluso a la<br />
vez que se coopera. En este momento histórico, éstos son algunos<br />
de los factores cruciales para el desarrollo femenino (pero no<br />
todos).<br />
Antes de comentar estos temas tenemos que considerar un<br />
elemento básico: la naturaleza de los vínculos humanos. El<br />
psicoanálisis, en su segunda etapa, se ha ocupado constantemente<br />
de este tema. Igual que el asunto de «atender a los demás»
-pero de forma más básica- este tema implica un principio<br />
rector fundamental en la vida de la mujer. Son dos caras de la<br />
misma moneda igual que todo lo comentado hasta aquí, pero es<br />
incluso más importante y ha de ser considerado como piedra<br />
angular de las posibilidades futuras de la mujer.
Vínculos con los demás<br />
<strong>La</strong> sociedad masculina, al privar a la mujer del derecho a su<br />
«favor» principal -o sea, al desarrollo según el modelo masculino-<br />
pasa por alto el hecho de que la mujer se desarrolla, pero<br />
según líneas diferentes. Un rasgo central es que la mujer mantiene,<br />
erige y se desarrolla en un contexto de vínculo y afiliación<br />
con los demás. <strong>De</strong> hecho, el sentido de identidad femenino se<br />
organiza alrededor de la capacidad de crear y mantener afiliaciones<br />
y relaciones. Muchas mujeres perciben la amenaza de la<br />
ruptura de una afiliación, no sólo como la pérdida de una<br />
relación, sino como algo muy próximo a la pérdida total de la<br />
identidad.<br />
Esta estructura psíquica puede crear la base de muchos<br />
problemas. <strong>La</strong> depresión, por ejemplo, que se relaciona con el<br />
sentido de pérdida de la afiliación con otro(s), es mucho más<br />
frecuente entre las mujeres; aunque desde luego también se<br />
produce entre los hombres.<br />
Lo que no se ha reconocido es que este punto de partida<br />
psíquico contiene en sí mismo la posibilidad de un enfoque<br />
totalmente diferente (y más avanzado) de la vida, muy distinto<br />
del que fomenta la cultura dominante. Según dicho punto de<br />
vista, la afiliación sería tanto o más valiosa que la mejora<br />
de uno mismo. Es más, permitiría la emergencia de la verdad:<br />
para todo el mundo -varones y hembras- el desarrollo individual<br />
sólo se produce mediante la afiliación. En el momento<br />
presente los hombres no están preparados para saber esto. Esta<br />
proposición requiere una explicación más detallada. Empezare
mos por algunas observaciones y ejemplos comunes y luego<br />
intentaremos desvelar este tema complejo pero básico.<br />
Paula, una mujer casada y con hijos, se parecía en varios<br />
aspectos a Edith, descrita en el Capítulo 6. Paula también había<br />
sido educada para establecer una relación con un hombre «que<br />
la hiciera feliz», y había organizado su vida en función del<br />
servicio a las necesidades de éste. Gran parte de su sentido de<br />
identidad, y casi todo su amor propio, se basaban en ello. Creía<br />
que Bill «la hacía digna» incluso aunque, de hecho, pocas<br />
personas podrían superar su capacidad para llevar una familia<br />
numerosa y responder a las necesidades de todos. Con el tiempo,<br />
sintió que la importancia que atribuía a Bill disminuía. A<br />
medida que crecía este sentimiento, redobló sus esfuerzos por<br />
responderle y servirle a él y a sus intereses, intentando vincularle<br />
a ella más intensamente. <strong>La</strong>s cosas que hacía en realidad no<br />
eran importantes para ella. (<strong>De</strong> hecho, conseguía lo que se<br />
proponía con gran facilidad y eficacia.) Sólo contaban si le<br />
producían el sentimiento interno de que Bill se uniría a ella<br />
intensa y permanentemente y que esto, a su vez, la haría digna<br />
de estima. Así, el éxito de su actividad vital no la satisfacía en sí<br />
mismo; sólo en la medida en que atrajera el interés de Bill.<br />
Cuando los esfuerzos de Paula no producían el resultado<br />
que buscaba, se deprimía, aunque no sabía por qué. Le invadía<br />
la sensación de que no era «buena», que «no contaba» y que<br />
«nada importaba». Sentía que Bill no se ocupaba de ella lo<br />
suficiente, pero no podía presentar evidencia convincente que<br />
apoyara esta sensación. El cumplía su rol como marido y padre<br />
según las normas aceptadas; de hecho, era «un marido mejor<br />
que la mayoría» según Paula. Este factor, por supuesto, la hacía<br />
sentir aún más «loca». Sabía que Bill se ocupaba de ella, pero<br />
en cierto sentido no tenía la sensación de que lo hiciera. Se<br />
convenció de que debía haber algo en ella que funcionaba<br />
espantosamente mal. Al mismo tiempo, ninguna de las cosas de<br />
valor que hacía le satisfácíán lo más mínimo.<br />
Es importante destacar que Paula no era «dependiente», al<br />
menos en el sentido que se suele atribuir al término. <strong>De</strong> hecho,
ella «cuidaba» de Bill y los niños en muchos aspectos. Más bien<br />
se trataba de que su existencia entera «dependía de» que la<br />
palabra de Bill diera fe de que existía o de que su existencia<br />
importaba algo.<br />
Paula, como muchos pacientes deprimidos, era una persona<br />
muy activa y eficaz. Pero tras su actividad se ocultaba una meta<br />
implícita: que la otra persona -en este caso Bill- la reafirmara y<br />
confirmara. Sin tal reafirmación se inmovilizaba, se sentía<br />
como si no fuese nadie. ¿Qué importaba lo que pensase de sí<br />
misma? Eso no tenía sentido.<br />
Incluso algunas mujeres muy realizadas «en el mundo real»<br />
llevan consigo una forma similar de estructura subyacente. Una<br />
de ellas, Barbara, ocupa una importante posición académica.<br />
Piensa de forma rigurosa e independiente. Pero se debate con el<br />
sentimiento interno de que sus logros no valen nada a menos<br />
que haya otra persona que los haga valer. Para ella, esa otra<br />
persona debe ser un hombre.<br />
Beatrice, una mujer de negocios de éxito, capaz de «vender»<br />
y persuadir a clientes astutos que intimidarían a muchos hombres,<br />
se preguntaba: «¿Pero qué valor tiene todo esto si no hay<br />
un hombre que se interese por mí?». En realidad, cuando lo<br />
había, encontraba que sus actividades resultaban vivas e interesantes.<br />
Cuando no, se deprimía. Todos sus éxitos perdían su<br />
sentido, se volvían carentes de interés. Era aún la misma persona<br />
haciendo las mismas cosas, pero no las «sentía» de la misma<br />
forma. Se sentía vacía y sin valor.<br />
Kate, que trabajaba activamente en pro del desarrollo femenino,<br />
tenía un concepto sofisticado de la situación de la mujer.<br />
En algunos momentos era muy consciente de su necesidad de<br />
otros y se condenaba por ella. «Mira, no soy moderna en<br />
absoluto. Soy tan mala como siempre he sido. Sólo una<br />
mujer.»<br />
Si bien ni Barbara ni Kate se deprimían, sentían que actuaba<br />
el mismo factor subyacente. <strong>La</strong> depresión se utiliza aquí<br />
como ejemplo de un resultado final de este factor. Pero hay<br />
otras muchas consecuencias negativas.
Cómo funciona la afiliación<br />
Todas las mujeres mencionadas ejemplifican el papel que<br />
juega para ellas la afiliación con los demás. Vemos los tipos de<br />
problema que se pueden producir cuando todas estas afiliaciones,<br />
tal como las hemos descrito, se basan en el modelo básico<br />
dominio-subordinación.<br />
<strong>De</strong> acuerdo con la teoría psicológica, las mujeres descritas<br />
antes podrían categorizarse como «dependientes» (con «excesiva»<br />
necesidad de otros) o inmaduras en varios sentidos (no<br />
desarrolladas más allá de una cierta etapa de separación e<br />
individuación o carentes de autonomía). Yo sugeriría que, si<br />
bien se enfrentan a un problema que les preocupa mucho, éste<br />
parte del papel dominante que han jugado las afiliaciones en su<br />
vida. <strong>De</strong> hecho, a la mujer se la «castiga» por haber convertido<br />
la afiliación en el tema central de su existencia.<br />
Todos iniciamos la vida muy vinculados a las personas que<br />
nos rodean. A los hombres, a los niños, se les anima a salir de<br />
este estado de su existencia en el que ellos y su destino se<br />
encuentran íntimamente entretejidos con las vidas y el destino<br />
de otras personas. A las mujeres se las anima a permanecer en él<br />
y, a medida que crecen, a transferir su apego a una figura masculina.<br />
A los niños se les recompensa por desarrollar otros aspectos<br />
de sí mismos. Estos factores -el poder o las destrezas- van<br />
desplazando gradualmente en importancia a las afiliaciones, y<br />
al final las superan. No hay duda de que la mujer también se<br />
desarrolla y cambia. Sin embargo, este desarrollo no desplaza al<br />
valor del apego a los demás. Lo que sugiero es que los parámetros<br />
del desarrollo femenino no son los mismos que los del<br />
masculino, y que no se aplican los mismos términos. <strong>La</strong> mujer<br />
puede estar muy desarrollada y seguir concediendo gran valor a<br />
las afiliaciones.<br />
Una vez más nos encontramos con que las mujeres han de<br />
hipotecar toda su vida para ser las «portadoras» de la necesidad<br />
básica de comunión humana. Los hombres pueden permitirse
no reconocer esta necesidad, dado que las mujeres se encargan<br />
de «cumplirla» por ellos. Pero hay otro aspecto: ellas están<br />
mejor preparadas para avanzar hacia formas de vida más evolucionadas<br />
y afiliativas, menos relacionadas con los peligros<br />
actuales. Por ejemplo, la agresividad conduce a algo en esta<br />
sociedad si uno es un hombre; de hecho puede llevar muy lejos<br />
si uno pertenece a un grupo de afortunados. Pero si sigue siendo<br />
directamente agresivo, por ejemplo en persecución de lo que<br />
considera sus derechos o necesidades como hombre, al cabo de<br />
cierto tiempo se encontrará con problemas. (Otras desigualdades<br />
como las raciales o las sociales desempeñan un papel importante<br />
en este tema.) Sin embargo, esto lo descubrirá probablemente<br />
más adelante, después de que haya erigido la creencia en<br />
la eficacia de la agresividad; uno creerá que es importante para<br />
su sentido de identidad. A estas alturas será difícil abandonar el<br />
impulso hacia la agresividad y la creencia en su necesidad. Es<br />
más, en cierto sentido aún se verá recompensada: uno puede<br />
encontrar lugares en los que esto se aplaude y se aprueba,<br />
aunque sea sólo con los amigos del bar, al identificarse con los<br />
futbolistas del domingo o al tratar a las mujeres sin consideración.<br />
Abandonar todo esto puede parecer la degradación y<br />
pérdida definitiva, especialmente de la masculinidad y de la<br />
identificación sexual. <strong>De</strong> hecho, puede recurrirse a la agresividad<br />
con la esperanza de forzar las situaciones. Esta tentativa<br />
puede convertir la agresividad en violencia, sea individual o<br />
grupal. Es la base subyacente a la política nacional, que se<br />
convierte en amenaza de guerra y en guerra propiamente<br />
dicha.<br />
En lugar de esto, uno puede -y debe- tener fe en los demás,<br />
en el contexto de un ser social relacionado con los otros seres<br />
humanos. <strong>La</strong>s mujeres aprenden muy pronto que han de reprimir<br />
esta fe. No pueden depender de su propio desarrollo, logros<br />
o poder individual. Si lo intentan están condenadas al fracaso;<br />
esto lo descubren pronto.<br />
<strong>La</strong> única esperanza para el varón radica en la afiliación, pero<br />
a él le puede parecer un impedimento, una pérdida, un peligro o
al menos algo secundario. Por el contrario, las afiliaciones y las<br />
relaciones hacen que la mujer se sienta profundamente satisfecha,<br />
realizada, «con éxito», libre para dedicarse a otras cosas.<br />
No es que al varón no le preocupen las relaciones, o que no<br />
tenga deseos de afiliación. En realidad, la gente del campo de la<br />
psicología dinámica está descubriendo constantemente pruebas<br />
de esta necesidad en los hombres igual que en las mujeres,<br />
ocultas bajo la superficie de las apariencias sociales. Esto se ha<br />
dicho de muchas formas diferentes. Una afirmación corriente,<br />
por ejemplo, es la de que los hombres pasan toda su vida en<br />
busca de una madre. Yo no creo que sea una madre per se lo<br />
que buscan. Creo que buscan una forma de vida afiliativa, que<br />
no tendría que significar volver a la madre si se pudiera encontrar<br />
cómo alcanzar una mayor comunión. Los hombres se han<br />
privado a sí mismos de esta modalidad, que han dejado a la<br />
mujer. Es más, se han hecho incapaces de creer y confiar en<br />
la afiliación. En cuanto empiezan a crecer según el molde<br />
masculino, se supone que abandonan esta creencia e incluso<br />
este deseo. El hombre se ve llevado a dejar esta fe, incluso a<br />
condenarla en sí misma, y a basar su vida en algo diferente. Y se<br />
les recompensa por ello.<br />
Prácticamente todo el mundo se lamenta ahora de la alienación<br />
del hombre occidental, su insolidaridad y su incapacidad<br />
para encontrar formas de organizar la sociedad con fines humanos.<br />
Hemos llegado al final de un camino trazado según características<br />
propias de la identidad masculina, avanzar a cualquier<br />
precio, pagar lo que haga falta, eliminar a los competidores y, si es<br />
necesario, matarlos. <strong>La</strong> oportunidad de ejercitar del todo estas<br />
virtudes masculinas siempre ha estado al alcance de unos pocos,<br />
pero servían de metas y guías para todos los varones. A medida<br />
que luchaban por definirse de acuerdo con tales ideas, construían<br />
, su organización psíquica en base a esa lucha.<br />
Puede que tengamos que llegar a cierto grado de «dominio»<br />
sobre el entorno físico o a un cierto nivel tecnológico para poder<br />
ver no sólo los límites, sino el peligro absoluto que representa<br />
esta forma de organización social. Por otro lado, puede que no
hubiera sido necesario hacer un camino tan largo; quizá ha sido<br />
un desvío inútil e innecesario. Ahora parece claro que hemos<br />
llegado a un punto en el que hemos de dar la vuelta y basar<br />
nuestra fe en la afiliación; y no sólo la fe, sino el reconocimiento<br />
de que se trata de una necesidad para la existencia del ser<br />
humano. Tenemos a nuestro alcance la base de lo que parece ser<br />
el paso siguiente en la historia occidental, absolutamente necesario<br />
si pretendemos sobrevivir.<br />
A partir de la perspectiva de las mujeres y del hecho de que<br />
actúen de acuerdo con sus intereses pueden surgir adelantos<br />
sociales básicos. Ya han empezado a hacerlos. No se trata de<br />
una cuestión de características biológicas innatas. Es cuestión<br />
de la forma de la estructura psicológica que caracteriza a cada<br />
sexo por separado en este momento de nuestro desarrollo como<br />
sociedad humana, y de quién puede ofrecer la motivación y la<br />
dirección para salir de aquí.<br />
El aspecto central es que el gran deseo femenino de afiliación<br />
es a la vez una fuerza fundamental, esencial para el avance<br />
de la sociedad, y la fuente inevitable de muchos de los problemas<br />
de la mujer actual. Es decir, si bien las mujeres han<br />
alcanzado una base psíquica para una forma más adelantada de<br />
existencia social, no son capaces de actuar completa y directamente<br />
sobre esta base de forma que les permita desarrollarse.<br />
Por lo tanto no han podido apreciar o reconocer esta valiosa<br />
capacidad. Por el contrario, cuando las mujeres actúan sobre la<br />
base de este motivo psicológico subyacente, acaban conducidas<br />
a la servidumbre. Es decir, las únicas formas de afiliación<br />
asequibles a la mujer han sido serviles. En muchos casos la<br />
búsqueda déla afiliación puede llevar a la mujer a una posición<br />
que cree serios problemas emocionales. Muchos de ellos se<br />
etiquetan como neurosis o con nombres similares.<br />
Pero lo más importante es darse cuenta de que incluso las<br />
denominadas neurosis pueden contener en sí mismas (y casi<br />
siempre es así) el punto de partida para la búsqueda de formas<br />
más avanzadas de existencia. El problema ha sido que la mujer<br />
ha buscado afiliaciones imposibles de conseguir en las circuns-
tandas actuales, pero para intentar conseguirlas ha estado dispuesta<br />
a sacrificar partes enteras de sí misma. Y así ha llegado a<br />
la conclusión de que debe de estar equivocada o, en la jerga<br />
moderna, «enferma».<br />
<strong>La</strong> búsqueda del apego - «neurosis»<br />
Hemos planteado dos temas relacionados: uno es sociopolítico<br />
y el otro más psicológico. Uno es la cuestión de cómo la mujer<br />
puede producir formas de afiliación que fomenten el desarrollo<br />
femenino y la ayuden a desarrollarse sobre esta capacidad para<br />
efectuar cambios reales en el mundo. En segundo lugar, hasta<br />
que se cumpla este propósito -y mientras tanto- ¿podemos<br />
entender más acerca de los hechos psicológicos que conforman<br />
nuestras vidas? ¿Podemos entender mejor por qué sufrimos? Al<br />
menos podríamos ser capaces de dejar de socavamos cuando<br />
censuramos el uso de nuestra capaddad.<br />
Para intentar entender mejor la situación podemos volver a<br />
algunas de las mujeres mencionadas al principio de este capítulo.<br />
Todas ellas expresan un tema común: la falta de capacidad<br />
para valorar y dar crédito real a sus pensamientos, sentimientos<br />
y acciones. Es como si hubieran perdido del todo el sentido de<br />
satisfacción por el uso de sí mismas y de sus recursos, o mejor<br />
dicho, como si nunca hubiesen tenido derecho a ello. Como<br />
dijo Beatrice, da la sensación «de que aquí debería estar esa<br />
otra persona». Cuando se encuentra sola, su ser y sus acciones<br />
no alcanzan su sentido completo; se toma seca, vacía, carente<br />
de buenos sentimientos. No es que Beatrice necesite alguien<br />
más que le devuelva su imagen reflejada. (Ella sabe que, de<br />
hecho, es una excelente juez de sí misma.) Su necesidad parece<br />
aún más básica. A menos que haya otra persona presente, el<br />
acontecimiento - pensamiento, sentimiento, logro o lo que seacarece<br />
de efectos placenteros significativos. No es sólo que se<br />
sienta como media persona, insatisfecha y carente de la otra<br />
media pero con la capacidad de obtener alguna satisfacción de
su mitad. Es más bien como si no fuera una persona en absoluto<br />
-al menos nadie de importancia-. En cuanto es capaz de creer<br />
que se está manejando a sí misma con alguien más y para<br />
alguien más, su yo entra en acción y parece satisfactorio y<br />
valioso.<br />
<strong>La</strong>s mujeres a las que nos referimos en este capítulo no<br />
poseen personalidades de las denominadas «simbióticas» o<br />
cualquier otro tipo de inmadurez. (Por cierto, esos términos<br />
tendrían que reanalizarse en referencia a la mujer.) <strong>De</strong> hecho,<br />
son gente muy desarrollada y capaz, que no se puede categorizar<br />
como tal en ningún sentido. Tampoco se pueden aplicar a<br />
la situación expresiones como «en busca de aprobación» o<br />
«temerosas de la desaprobación», si bien tales factores juegan<br />
un cierto papel.<br />
Su creencia compartida de que una necesita a otra persona se<br />
manifiesta de formas diferentes en personas diferentes. Una de<br />
.tales formas conduce rápidamente a la depresión. <strong>La</strong>s experiencias<br />
de las mujeres descritas aquí pueden aportar algunos indicios<br />
más sobre la depresión, y pueden ayudar a entender algunos<br />
de sus aspectos. Si bien Paula y Beatrice sufrían una depresión,<br />
en otras mujeres se dan manifestaciones diferentes.<br />
Toda la comunidad psicológica reconocería que no entendemos<br />
del todo la depresión (o que no entendemos casi nada, de<br />
hecho). <strong>La</strong> depresión en general parece relacionada con sentirse<br />
bloqueado, incapaz de hacer o conseguir lo que uno quiere. <strong>La</strong><br />
cuestión es: ¿qué es lo que uno quiere en realidad? Aquí nos<br />
encontramos con depresiones difíciles y complicadas que parecen<br />
«no tener sentido». Puede incluso parecer que la persona<br />
tiene lo que quiere. Sin embargo, a menudo resulta que tiene lo<br />
que le han hecho creer que quería. (Para muchas mujeres<br />
jóvenes de clase media se trata de una casa en el barrio residencial,<br />
un marido agradable, e hijos.) ¿Cómo descubrir entonces<br />
qué quiere uno realmente? ¿Y por qué nos sentimos tan inútiles<br />
y desesperadas?<br />
<strong>La</strong> experiencia de Beatrice puede facilitar la comprensión de<br />
este punto. Al final dijo que intentaba vincular completamente
a sí misma a la persona importante, y que quería una garantía de<br />
este vínculo. Era cualquier cosa menos una mujer pasiva, dependiente<br />
o indefensa; pero toda su actividad se dirigía a esa meta,<br />
que creía debía alcanzar. Si bien no necesitaba ese tipo de relación,<br />
no estaba convencida internamente de ello. (Su actividad en<br />
busca de dicha meta solía adoptar un carácter forzado y manipulativo.<br />
Si bien ella creía que era algo encubierto y disimulado, los<br />
que la rodeaban tenían una impresión muy diferente.)<br />
Beatrice había desarrollado la creencia interna de que cualquier<br />
cosa que hiciera era correcta sólo si la hacía para otra<br />
persona, no para sí misma. Sobre todo, había perdido el sentido<br />
de que la realización de sus deseos podía aportarle satisfacción.<br />
Era casi como si hubiera perdido el sistema interno que<br />
registra los acontecimientos y dice si satisfacen o hacen feliz.<br />
El «registro» de cómo es la satisfacción había variado; ahora<br />
sólo procedía de su sentido de que podía hacer que la otra<br />
persona mantuviera una forma de relación concreta con ella.<br />
Sólo así podía sentirse fuerte y buena. (En depresiones más<br />
complejas, como la de Beatrice, puede no ser la otra persona<br />
per se lo que se desea vincular a uno, sino la imagen del tipo de<br />
relación que uno cree necesitar. Por ejemplo, las mujeres<br />
cuyos hijos han crecido pueden no querer retenerlos a ellos<br />
sino sentir que deben mantener la relación madre-hijo. <strong>De</strong><br />
hecho, puede que una no necesite realmente este tipo de<br />
relación, pero la creencia tiene su peso, y una persona que ha<br />
pasado mucho tiempo organizando su psique sobre esa base<br />
no abandonará fácilmente la idea. Es más, hace tiempo que<br />
habrá abandonado la creencia de que puede tener cualquier<br />
otro tipo de relación.)<br />
Otra faceta del problema de Beatrice era la gran cantidad de<br />
ira que generaba. Para complicar las cosas, igual que otras<br />
mujeres, ella tenía grandes dificultades para permitirse reconocer<br />
su propia ira; y más aún expresarla. Incluso así, era probable<br />
que se enfureciera si la otra persona hacía cualquier cosa que<br />
pareciera amenazar o alterar el vínculo. Parecía claro que estar<br />
en tal posición la llevaba fácilmente a encolerizarse. ¿Cómo
podría no enfadarse con alguien a quien había dado tanto<br />
control sobre su vida? Pero Beatrice se deprimía mucho más<br />
ante su propia cólera. A pesar de su profunda infelicidad, no<br />
creía que hubiese ninguna otra forma posible de vivir.<br />
Igual que Beatrice, la gente susceptible a la depresión suele ser<br />
muy activa, pero esta actividad se debe concebir como un beneficio<br />
a los demás. Es más, se organiza alrededor de un solo objetivo,<br />
la afiliación en la única forma posible: «Haré cualquier cosa para<br />
que me dejes mantener este tipo de relación contigo».<br />
Algunos otros aspectos de la depresión pueden ayudar a<br />
explicar estos puntos. Hace tiempo que se admite que hay<br />
depresiones denominadas «paradójicas», que se dan casi siempre<br />
entre los varones. Se producen después de que un hombre<br />
que se ha mostrado competente reciba un ascenso o alguna otra<br />
recompensa que se supone debería hacerle más feliz y eficaz.<br />
Estas depresiones pueden reflejar el hecho de que el individuo<br />
se ve obligado a admitir que es él el responsable de lo que<br />
sucede. No lo hace por nadie más ni bajo la dirección de nadie.<br />
<strong>La</strong>s mujeres no padecen la depresión del ascenso con tanta<br />
frecuencia porque no se las asciende. Sin embargo, en Beatrice,<br />
que podía conseguir logros asombrosos a condición de que<br />
tuviera algún superior, operaba una dinámica muy parecida.<br />
Nunca en la vida se permitiría alcanzar la cima, aunque se la<br />
habían ofrecido varias veces.<br />
Un proceso similar puede estar operando en un fenómeno<br />
constatado por el psicoánálisis. Hace tiempo que se sabe que<br />
algunas personas muestran a veces lo que se ha denominado<br />
«reacciones terapéuticas negativas». Esto significa que hacen<br />
un avance positivo y luego parecen empeorar. Bonime ha sugerido<br />
que muchas de esas reacciones son de hecho depresiones, y<br />
que se producen cuando la persona ha dado un paso importante<br />
hacia la responsabilidad de su propia vida.1<strong>La</strong> persona ve que<br />
puede salir de la postura de incapacidad y emprender una<br />
/<br />
1. Walter Bonime, «The Psychodynamics of Neurotic <strong>De</strong>pression», en Silvano Arieti,<br />
comp., American Handbook of Psychiatry, vol. 3 (Nueva York, Basic Books, 1966).
acción eficaz en beneficio propio, pero entonces se asusta ante<br />
las implicaciones de esta nueva perspectiva; esto significaría<br />
que no necesita realmente las antiguas relaciones de dependencia.<br />
Da un paso atrás y se niega a seguir el nuevo camino. Tales<br />
retiradas se dan entre los varones igual que entre las mujeres,<br />
pero para ellas se trata de una vieja historia, muy parecida a lo<br />
que les sucede en la vida.<br />
El significado de estos dos ejemplos para las mujeres puede<br />
ser éste: «si puedo llegar a admitir que puedo tomar determinaciones<br />
y aceptar la dirección de mi propia vida en lugar de<br />
dejársela a los demás, ¿podré existir con seguridad? ¿Con satisfacción?<br />
¿Quién me querrá o tolerará si lo hago?» Sólo después<br />
de enfrentarse a estos interrogantes, al menos hasta cierto punto,<br />
puede empezar a plantearse la pregunta básica: ¿qué quiero<br />
realmente? Esta pregunta no se responde siempre con facilidad.<br />
Pensar en estos términos ha llevado muy lejos a muchas mujeres.<br />
Suele requerir un análisis extenuante, pero casi siempre<br />
resulta que había necesidades muy profundas ignoradas por<br />
completo. Sólo entonces pueden empezar a evaluarse esos anhelos<br />
y a verse la posibilidad de intentar su consecución, y sólo<br />
entonces se da una cuenta de que este proceso puede resultar<br />
satisfactorio. Es más, se hace evidente que no es necesario el<br />
tipo de vínculo que parecía tan esencial.2 Dado que el proceso<br />
descrito en este párrafo suele verse frustrado, parece obvio por<br />
qué la mujer es tan propensa a la depresión.<br />
Hay muchas complicaciones que pueden empeorar la situación<br />
para la mujer, como en el caso de Beatrice. Si una cree que<br />
la seguridad y la satisfacción dependen de relaciones estructuradas<br />
en forma de vínculos concretos, intentará forzar a las<br />
personas y las situaciones para que encajen en ellos. Así, Beatrice<br />
intentaba continuamente conseguir un hombre que encajara<br />
en esta relación. Tenía un programa de acción, el único que era<br />
capaz de construir, pero tal programa creaba sus propias atadu<br />
2. Jean B. Miller y Stephen M. Sonnenberg, «<strong>De</strong>pression Following Psychotic<br />
Episodes: A Response to the Challenge of Change?», Journal o f the American Academy<br />
o f Psychoanalysis 1 (1973), 253-270.
as. He aquí la causa de que los problemas psicológicos sean la<br />
peor forma de esclavitud; uno participa en la creación de su<br />
propia esclavitud, utiliza la mayor parte de su energía para<br />
derrotarse a sí mismo.<br />
Todas las formas de opresión intentan que la gente participe<br />
en su propia esclavitud. En el caso de las mujeres, en concreto,<br />
esta participación adopta inevitablemente formas psicológicas,<br />
y suele acabar en diagnósticos de neurosis y cosas similares.<br />
(Los hombres también padecen problemas psicológicos, como<br />
todos sabemos, y la dinámica de éstos es similar, pero adopta<br />
un camino diferente.)<br />
En este sentido, los problemas psicológicos no son causados<br />
por el inconsciente sino por la privación de la conciencia completa.<br />
Si tuviéramos rutas de conciencia más válidas en la vida,<br />
si tuviéramos términos más exactos en los que conceptualizar lo<br />
que sucede (a cualquier edad), si tuviéramos mayor acceso a las<br />
emociones y si tuviéramos formas de conocer nuestras opciones<br />
reales podríamos establecer mejores programas de acción. Al<br />
faltamos una conciencia completa, creamos a partir de lo que<br />
está a nuestro alcance. A las mujeres sólo se les han facilitado<br />
conceptos distorsionados sobre lo que es y debe ser una persona.<br />
(Los conceptos a disposición de los hombres podrían juzgarse<br />
como más distorsionados. <strong>La</strong>s posibles programas de acción<br />
y la dinámica subsiguiente son, sin embargo, diferentes.)<br />
Incluso las palabras, los términos en los que concebimos las<br />
cosas, reflejan la conciencia predominante, no necesariamente<br />
la verdad sobre lo que sucede. Esto es cierto para la cultura en<br />
general y también para la teoría psicológica. Necesitamos una<br />
terminología que no se base en trasposiciones inadecuadas de la<br />
situación masculina. Incluso una palabra como autonomía, que<br />
muchos de nosotros usamos, tendría que ser redefínida en el<br />
caso de las mujeres. Lleva consigo la implicación -y, para las<br />
mujeres, la amenaza- de que uno debería ser capaz de pagar el<br />
precio de prescindir de las añliaciones para convertirse en un<br />
individuo independiente y autodirigido. En realidad, cuando<br />
las mujeres han luchado para desarrollarse como individuos
fuertes e independientes, han puesto en peligro muchas de sus<br />
relaciones en las que la otra persona no estaba dispuesta a<br />
tolerar a una mujer autodirigida. Pero cuando el hombre se<br />
hace autónomo no hay razón para pensar que sus relaciones<br />
puedan correr peligro. Al contrario, parece que el autodesarro-<br />
11o les hará ganar nuevas relaciones. Los demás -normalmente<br />
las mujeres- les apoyarán en sus esfuerzos, y los otros hombres<br />
les respetarán y admirarán. Dado que las mujeres han de hacer<br />
frente a circunstancias muy diferentes, el término autonomía<br />
parece potencialmente peligroso; deriva del desarrollo masculino,<br />
no del femenino.<br />
Hay otro sentido en el que la transferencia automática de un<br />
concepto como el de autonomía tomado como meta para las<br />
mujeres puede producir problemas. <strong>La</strong>s mujeres buscan algo<br />
más que la autonomía tal como la definen los hombres, esto es,<br />
una mayor capacidad para mantener relaciones con los demás<br />
de forma simultánea al desarrollo completo de una misma. Así,<br />
muchos de nuestros conceptos necesitan un reexamen.<br />
Muchas mujeres han procedido a determinar la naturaleza<br />
de sus afiliaciones y a decidir por sí mismas con quién se<br />
afiliarán. En cuanto intentan dar este paso se enfrentan a la<br />
oposición de las estructuras sociales. <strong>De</strong> hecho, ellas ya están<br />
fuera de esas viejas estructuras, buscando otras nuevas. No se<br />
sienten marginadas, sino pioneras. Encontrarse en esta posición<br />
poco familiar no siempre resulta cómodo, pero tampoco es del<br />
todo incómodo; y de hecho está empezando a producir recompensas<br />
nuevas y diferentes. Incluso en el plano más inmediato,<br />
las mujeres se encuentran con una comunidad de otras pioneras,<br />
que participan en esta búsqueda. Nadie puede emprender<br />
esta tarea formidable en solitario. (<strong>La</strong> terapia, incluso aunque<br />
supiéramos cómo llevarla a cabo de forma casi perfecta -cosa<br />
que no sabemos- no basta.)<br />
Es sumamente importante reconocer que el impulso hacia la<br />
afiliación que sienten las mujeres en sí mismas no es algo<br />
erróneo o retrasado; no hace falta que la mujer se sume a la<br />
condena de sí misma. Al contrario, podemos reconocer este
impulso como la fuerza básica que representa. También podemos<br />
empezar a escoger relaciones que fomenten el crecimiento<br />
mutuo. En el capítulo siguiente se comentarán algunos ejemplos<br />
de ello.<br />
Hay otras preguntas igualmente difíciles. ¿Cómo concebir<br />
una sociedad organizada para permitir el desarrollo y la mutualidad<br />
de todos? ¿Cómo alcanzarla? ¿Cómo hemos de pasar las<br />
mujeres de una posición impotente y devaluada a la eficacia<br />
totalmente reconocida? ¿Cómo conseguiremos el poder para<br />
ello, a pesar de no necesitarlo para controlar o someter a los<br />
demás? Ya sería bastante difícil si partiéramos de cero, pero no<br />
es así. Partimos de una posición en la que los demás tienen<br />
poder y no dudan en emplearlo. Incluso cuando no lo emplean<br />
conscientemente en contra de las mujeres, lo único que han de<br />
hacer es mantenerse en una postura de dominio, seguir haciendo<br />
lo que hacen, y nada cambiará. <strong>La</strong>s cualidades femeninas<br />
que creo valiosas y esenciales no facilitan el poder en el mundo<br />
actual. ¿Cómo emplear entonces estas capacidades para fomentar<br />
nuestra eficacia en lugar de dejar que nos desvíen de la acción?<br />
Una parte de la respuesta parece estar ya clara. <strong>La</strong>s mujeres<br />
no avanzarán si no se unen en una acción cooperativa. Lo que<br />
no está tan claro es que ningún otro grupo, hasta el momento,<br />
haya tenido la ventaja del liderazgo femenino, de sus capacidades<br />
especiales. <strong>La</strong> mayoría de éstas se han mantenido ocultas en<br />
esta cultura, incluso a las propias mujeres. He acentuado una de<br />
estas capacidades: la capacidad más importante para la acción<br />
grupal organizada. A diferencia de otros grupos, las mujeres no<br />
necesitan utilizar la afiliación y la fuerza unas contra otras.<br />
Podemos integrar fácilmente las dos, buscar más y mejores<br />
formas de emplear la afiliación para fomentar la fuerza, y de<br />
emplear la fuerza para fomentar la afiliación.<br />
Para la mujer, obtener fuerzas de sus relaciones requiere<br />
claramente la transformación y reestructuración de la naturaleza<br />
de éstas. Los ingredientes básicos, nuevos, esenciales en este<br />
proceso son las autodeterminación y el poder para convertirla
en realidad. Pero antes de llegar a este punto fundamental, hay<br />
una cuestión a la que se enfrentan muchas mujeres: «Si quiero<br />
la autodeterminación, ¿qué es lo que quiero realmente determinar?<br />
¿Qué quiero? ¿Quién soy, de hecho?». <strong>La</strong> dificultad para<br />
responder a estas preguntas ha servido a veces para desanimarlas.<br />
Este desánimo se da incluso entre las convencidas de que<br />
hay algo básicamente erróneo en el viejo sistema. Dado que su<br />
vida se ha centrado totalmente en los demás, es fácil ver que<br />
estas cuestiones son especialmente pertinentes y proceden de<br />
rincones ocultos. En el próximo capítulo exploraremos esta<br />
cuestión bajo el encabezamiento general de la autenticidad.<br />
Es importante destacar que esta discusión de las afiliaciones<br />
en la mujer no es exhaustiva ni mucho menos. Tampoco es una<br />
discusión completa de ninguno de los complejos problemas<br />
implícitos, tales como la depresión. Es más bien un intento de<br />
desvelar un tema que requiere un nuevo examen. Espero que<br />
dé lugar a discusiones más elaboradas.
Convertirse en una misma<br />
- autenticidad, creatividad<br />
En el caso de la mujer, como en el de otros grupos de gente,<br />
casi no se ha hablado en serio de ser una misma -de la autenticidad-<br />
hasta hace poco, aunque se trataba de algo de suma<br />
importancia entre los miembros de la cultura dominante. <strong>La</strong><br />
autenticidad y la subordinación son cosas totalmente incompatibles.<br />
Pero la tendenciosa visión masculina de la autenticidad<br />
ha oscurecido el hecho de que las relaciones pueden aumentarla<br />
en lugar de disminuirla. Podemos ejemplificar este punto mediante<br />
la experiencia de una mujer, Jane, madre y obrera industrial<br />
que antes vivía de la beneficencia. Algunos fragmentos de<br />
las vidas de otras mujeres sugerirán también los temas comunes<br />
a este problema, que destacan entre la diversidad femenina.<br />
Ahora siento que estoy centrada en mí misma. Puedo distinguir<br />
cuándo estoy actuando en base a ese sentimiento en lugar del otro [la<br />
forma antigua de sentir y actuar]. Aún me es difícil, pero cuando lo<br />
hago me siento muy diferente.<br />
Su afirmación resume una larga historia. Empezó cuando<br />
dio un nuevo paso muy importante: tratar directamente y con<br />
franqueza a la gente del trabajo.<br />
Jane había estado acumulando críticas e ira contra sus compañeras<br />
de la fábrica. Veía un abismo cada vez mayor entre ella<br />
y las demás, y al final reunió el valor para intentar decirle a una<br />
de ellas lo que pensaba. Era la primera vez que expresaba unos
sentimientos tan conflictivos a otra persona. Cuando lo recuerda,<br />
describe así la experiencia:<br />
Me di cuenta de que estaba verdaderamente asustada ante la perspectiva<br />
de decirle a esa mujer que estaba enfadada con ella. No lo<br />
sabía. Nunca me había metido antes con una mujer. Creía que era<br />
mejor mezclarse con hombres. Con ellos me llevo bien. Son sencillos.<br />
Nunca tienes que tratarles directamente. Siempre puedo recurrir a las<br />
«cosas de mujeres» con ellos. Sé cómo jugar a ese juego. Hay una cierta<br />
seguridad en él.<br />
Bueno, ya sé que a los hombres les gusto por mi físico. Ir con una<br />
chica guapa fortalece su ego. Yo siempre supe que era guapa, normalmente<br />
la más guapa de todas, y casi siempre pude hacerme con el<br />
hombre que quería.<br />
Yo creía que las mujeres eran unas sentimentaloides. Siempre fui<br />
agradable con los hombres, divertida, siempre complaciente. Si se<br />
producía alguna diferencia con uno de ellos, yo me retiraba. Y no<br />
fingía. Siempre tuve una parte de mí muy asustada que me hacía sentir<br />
que me equivocaba hiciera lo que hiciera. Por eso nunca resulté amenazante<br />
para ningún hombre; nunca tenían que preocuparse por mí.<br />
Con las mujeres era diferente, con ellas no puedes disimular ni usar<br />
todos esos juegos. Por lo tanto me limitaba a ignorarlas. <strong>De</strong> todas<br />
formas no me importaban.<br />
Ahora tengo ese centro que sé que soy yo misma. Pero me hago<br />
preguntas. ¿Puede un hombre aceptar a una mujer que actúe en base a<br />
ese centro? Joe no. [Su novio en aquel momento.] No un hombre que<br />
sea un cobarde oculto tras una fachada de duro y fanfarrón. Quizás<br />
alguien con un sentido firme de sí mismo y en buena forma. Ya sabe,<br />
no soy muy buena crítica social, pero no veo mucha gente así por el<br />
mundo.<br />
En un pequeño incidente de la vida de Doris, en un punto<br />
muy diferente al de Jane, se puede ver el inicio de un sentido<br />
de autenticidad incrementado. Doris era abogada, igual que su<br />
marido. Trabajaban juntos, y muchos observadores hubieran<br />
estado de acuerdo en que ambos eran sumamente competentes.<br />
En todo caso, Doris era la que parecía «la fuerte». Además<br />
de su trabajo, se ocupaba de casi todo en la casa y ayudaba a<br />
su marido en los asuntos difíciles. Una gran parte de su fuerza<br />
provenía del hecho de que era «emotiva». Cuando algo la<br />
preocupaba parecía capaz de mantenerse en contacto con sus<br />
sentimientos, expresarlos, y alcanzar una posición francamente<br />
buena para comprender la situación y cómo afrontarla. Si
ien no siempre era capaz de enfrentarse a su jefe o a sus colegas<br />
de esta forma tan directa, tras «consultarlo con la almohada»<br />
podía imaginar la manera de manejar casi cualquier situación. En<br />
los últimos tiempos, sin embargo, Doris había empezado a tener<br />
la sensación de que su marido toleraba mal su expresividad, que<br />
la trataba con condescendencia; si bien él nunca expresaba tales<br />
sentimientos en palabras. Esto la molestaba especialmente pues<br />
ella creía que lo sostenía a él en varios sentidos.<br />
Una noche, después de una jornada particularmente dura<br />
con sus colegas, le estaba diciendo a su marido lo trastornada<br />
que estaba.<br />
El escuchó unos diez minutos. Ese es su límite. Entonces dijo,<br />
«Venga, no dejes que esos bastardos te alteren». Ese es el tipo de cosa<br />
que sospechaba. Parece positivo, y un apoyo. Pero en realidad significa,<br />
«Cierra la boca. Ya he oído bastante». Normalmente lo dejo aquí. Pero<br />
esta vez no pude. Me puse a coser un rato y le dije lo que pensaba. Al<br />
principio puso excusas, «Se estaba haciendo tarde». Incluso dijo algunas<br />
cosas halagüeñas como, «Sólo intentaba decir que, por supuesto,<br />
tenías razón». Esa hubiera sido otra ocasión para dejarlo correr. Pero le<br />
dije que creía que eran excusas; que creía que lo que quería decir es que<br />
no podía soportar que yo expresara mis sentimientos de esa forma.<br />
Tras unos diez minutos lo admitió, «Pues sí, ya había oído bastante».<br />
Incluso eso era un gran avance, porque no suele desdecirse. Le<br />
gusta tener razón siempre, por lo que le es muy difícil admitirlo.<br />
Entonces hablamos mucho de ello. Y, de alguna forma, la cosa quedó<br />
clara. Me sentí bien y pude dormir un poco. [Uno de los problemas de<br />
Doris era el insomnio.]<br />
En el pasado, estas cosas siempre me daban una especie de permiso<br />
para ir por ahí sintiéndome maltratada. Estaba de mal humor unos<br />
cuantos días, sentía que habían abusado de mí, y actuaba como una<br />
hipócrita. No ante todo el mundo, sólo ante él. El recibía el mensaje y<br />
se mostraba muy agradable conmigo unos días, y todo parecía ir bien.<br />
Pero las cosas nunca se destapaban. Esta vez no acabé sintiéndome<br />
hipócrita. Fue algo mejor que eso.<br />
[El diálogo siguiente tuvo lugar entre Doris y yo.]<br />
«¿Cómo te sentiste al hacer eso?»<br />
«Asustada, muy asustada.»<br />
«¿<strong>De</strong> qué?»<br />
«<strong>De</strong> su ira.»<br />
«¿Tanto?»
«Ya sé lo que quieres que diga de mi propia ira. Pero creo que no<br />
tienes razón. Sé muy bien cuándo estoy enfadada; por eso puedo decirte<br />
que sólo me asustaba su ira. <strong>La</strong> gente siempre piensa que soy tan fuerte<br />
que no me asustaré de su ira. Pero lo estaba. Ese era el sentimiento real.<br />
<strong>La</strong> otra cosa, quizás, era algo en lo que pensé después, que no se me<br />
ocurrió sobre la marcha: quizá también me asustase al sentir que no soy<br />
fuerte y que no mantengo el control. Esa es la imagen que todo el<br />
mundo parece querer que dé. Y parece que yo tengo que mantenerla,<br />
así lo veo yo. En aquel momento no me sentía en absoluto controlando<br />
las cosas. No lo creerás, pero se me aceleró el pulso. Pero sé que no<br />
tengo por qué mantener siempre esa falsa premisa.»<br />
Otra mujer, Nora, se refirió a un tema similar. En ciertos<br />
sentidos el contexto era especialmente duro para ella, ya que lo<br />
hizo en su grupo de mujeres, que había llegado a significar mucho.<br />
Era un grupo con un alto grado de unidad y sentimientos positivos.<br />
Nora había llegado a darse cuenta de que el grupo la veía<br />
como la fuerte. Cuando quería expresar parte de su angustia real,<br />
tendían a «no dejarla»; no le hacían caso o la ignoraban con<br />
comentarios tales como, «Bueno, lo sabrás manejar» o «Se te da<br />
tan bien...». Nora tenía la sensación de que necesitaban verla<br />
como fuerte por sus propios motivos, pero cada vez estaba menos<br />
dispuesta a aceptar esta visión falsa y unidimensional de sí misma.<br />
Eso duplicaba las dificultades que tenía para exponer sus<br />
sentimientos de indefensión. Al final, consiguió hacerlo gritando:<br />
«¡No me dejáis hablar! ¡No me escucháis! ¡A mí no me importa lo<br />
que vosotras necesitéis! ¡Tenéis que escuchar lo que digo!». Los<br />
gritos de Nora revelaban sus dificultades iniciales para sacar el<br />
tema, pero pudo explicar de qué tenía miedo.<br />
<strong>De</strong> la ira, de mi propia ira. Nunca en mi vida be actuado así. También<br />
tenia miedo de la ira de las demás. Pero era algo más que eso, tenía miedo<br />
a que se colapsaran o algo así. Era como si las estuviera traicionando,<br />
decepcionándolas. Tenían que tener la imagen de una mujer fuerte.<br />
Siempre he sentido que tenía que mantener esta imagen de persona fuerte,<br />
incluso aiando era una niña; por mi familia, ya sabe. Y ahora, aquí está<br />
otra vez.<br />
Pero supongo que la necesidad de ser realmente yo misma y que los<br />
demás lo sepan fue más fuerte esta vez. Y creo, también, que estaba<br />
sintiendo, «si no lucho por ser yo misma aquí, en este grupo, nunca lo<br />
haré». <strong>De</strong> cualquier forma, lo bueno es que nadie se colapsó. Esa fue la<br />
gran lección que aprendí. Y creo que ellas, en el fondo, también.
Autenticidad mediante cooperación<br />
Jane, la primera mujer descrita, tenía la sensación arraigada de<br />
que nunca podría conseguir que alguien escuchara sus anhelos y<br />
de que nunca podría hacer ni llevar nada a la práctica. Creía que<br />
nadie le respondería. «Nunca pude disponer de nadie cuando lo<br />
deseaba de verdad, y no pude hacer nada al respecto.» Estos<br />
sentimientos son terroríficos. Jane procedía de una familia en la<br />
que sus intentos de expresarse no sólo resultaban ineficaces sino<br />
que desagradaban a sus padres. Su padre tenía un carácter iracundo.<br />
<strong>La</strong> forma de ataque de su madre era «la histeria», que casi<br />
acababa en lo que a Jane le parecía un colapso total: gritos, llanto,<br />
reposo en cama, enfermedad, deseos de muerte, etc.<br />
<strong>La</strong> historia de Jane ejemplifica la fuerza potencial que se suele<br />
esconder tras una fachada de debilidad. Parecía ser, y así se<br />
describía, una mujer débil dependiente de un hombre fuerte.<br />
Paradójicamente, temía profundamente a la debilidad, que para<br />
ella significaba la imagen de su madre con sus ataques, su histeria,<br />
obviamente desgraciada pero incapaz de hacer algún cambio real<br />
en su vida. Jane temía convertirse en una mujer así; esperaba<br />
poder evitarlo a cualquier precio. Pero su camino hacia una fuerza<br />
mayor que la de su madre no podía ser directo; tenía que trazarse<br />
mediante el vínculo con un hombre fuerte que pudiera «hacerlo<br />
por ella». No había nada en su pasado o en la sociedad que la<br />
animara a actuar en beneficio propio o a construir un sentido de<br />
su propia eficacia. Igual que otras mujeres, dijo: «Si al menos<br />
hubiera visto a mi madre actuar como una mujer fuerte, al menos<br />
una vez. Si hubiera intuido esa posibilidad para mí...».<br />
El problema era que Jane sólo veía una alternativa a la persona<br />
indefensa y dependiente que temía ser. Dicha alternativa era la<br />
persona totalmente fuerte, autosuficiente y liberada definitivamente<br />
de la debilidad o las necesidades y, sobre todo, de los<br />
efectos de los demás. Era, resumiendo, la imagen de un hombre.<br />
Según creía ella, los hombres pueden ser inmunes a esos sentimientos<br />
temidos. Pero el menor indicio de ser como un hombre le<br />
resultaba, por supuesto, totalmente inaceptable.
En lugar de ello, se vinculaba a los hombres pero permanecía<br />
asustada y sola con sus sentimientos. En su aislamiento, nada<br />
conseguía cambiar sus profundos sentimientos de debilidad y<br />
miedo hasta que se acercó a sus compañeras de trabajo. Al final,<br />
Jane habló con una de ellas, Blanche. Le dijo que no creía que ella<br />
(Blanche) ni algunas de las demás estuvieran haciendo bien su<br />
trabajo. Y esto, dijo, se lo ponía difícil a ella y la irritaba. Blanche<br />
se enfadó a su vez. Acusó a Jane de ser una snob, y dejó claro que<br />
las demás también lo pensaban. A Jane no le importaban, por lo<br />
tanto, ¿por qué tenían que preocuparse por ella? Esta acusación<br />
sugiere que las otras, probablemente, percibían correctamente el<br />
desagrado de Jane hacia ellas, su creencia de que las mujeres eran<br />
unas «sentimentaloides» y el distanciamiento que procedía de su<br />
miedo a vincularse a ellas.<br />
Pero tras este tenso intercambio, Blanche pudo decir, «me<br />
alegro de que sacaras el tema. Yo no hubiera podido hacerlo,<br />
pero la verdad es que me has estado preocupando mucho».<br />
Lo importante aquí es la fuerza genuina de la respuesta de<br />
Blanche. Expresaba aprobación hacia el hecho de que Jane<br />
hubiera sacado un tema difícil y admitiera sus propias limitaciones.<br />
Incluso sus cándidas quejas respecto a ella llevan implícito<br />
un mensaje de respeto y solidaridad sincera. <strong>La</strong>s dos se<br />
criticaban mutuamente con sinceridad, y si bien las disputas y<br />
los sentimientos negativos no se aclararon inmediatamente, la<br />
capacidad de conseguir que cada una de ellas se enfrentara a los<br />
problemas estaba presente.<br />
Algunas de las otras mujeres de la fábrica airearon más tarde<br />
su irritación y cólera. Si bien para Jane la situación fue temible y<br />
desconcertante en principio, con el tiempo afloró su candor e<br />
incluso su sentido del humor. Tras ello, las mujeres del grupo<br />
desarrollaron una relación de apoyo sorprendente; conocían sus<br />
debilidades mutuas y hablaban directamente de ellas. No gastaban<br />
tanta energía en defenderse unas de otras. Es más, se apoyaban<br />
en ocasiones difíciles no sólo en la fábrica sino también en<br />
su vida privada.<br />
Jane está sumamente agradecida a sus amigas, y ha recibido
tanta ayuda de sus relaciones que se siente inclinada a ayudar a<br />
las demás mujeres siempre que puede. A medida que iba conociendo<br />
a las otras mujeres y las cargas que soportaban, se<br />
maravillaba de sus fuerzas. Una de ellas mantiene a varios hijos<br />
ella sola; otra tiene un hijo con una enfermedad terminal; una<br />
tercera tiene un hijo deficiente mental.<br />
Aislamiento<br />
Todo el crecimiento y la comprensión anterior no se lograron<br />
fácil ni rápidamente. Jane se vio envuelta en varias luchas<br />
importantes, tanto con sus compañeras como con sus propias<br />
tendencias. Una de ellas procedió de su descubrimiento de que<br />
ella también buscaba el poder y la fuerza, como todo el mundo.<br />
Había intentado mantener un sentido del poder sobre las mujeres<br />
que, de esta forma, no podían herirla. Su método era el<br />
desprecio y el desdén; le resultaba fácil menospreciarlas e ignorarlas.<br />
Es más, se aliaba con los «ganadores», es decir, con los<br />
hombres. Esta alianza le facilitaba un sentido interno, fraudulento,<br />
de poder y «orgullo». No era abiertamente consciente de<br />
su propio deseo de poder o de su uso de él hasta que se unió a<br />
sus compañeras de trabajo. Hasta ese momento de lo que era<br />
más consciente era de sus sentimientos de fracaso y de su<br />
necesidad de lo hombres.<br />
Jane descubrió que podía admitir sus temibles sentimientos<br />
de debilidad sólo después de darse cuenta de que podía hacer<br />
algo con ellos, es decir, sólo cuando desarrolló cierta creencia<br />
real en sus capacidades. <strong>De</strong>scubrió que, a medida que seguía<br />
admitiéndolos con más honradez, también podía enfrentarse a<br />
ellos más eficazmente. Esta secuencia se convirtió desde entonces<br />
en un proceso de refuerzo.<br />
Esta explicación puede parecer casi un final de novela, pero<br />
es cierta. Una gran parte de su resultado se debe a la capacidad<br />
de las otras mujeres para responder tan bien y directamente. <strong>De</strong><br />
hecho, aún hay diferencias. No comparten todas las mismas
perspectivas, pero pueden aceptar tales diferencias y relacionarse<br />
de forma directa. Jane trabaja mucho en sus dos empleos,<br />
obrera industrial y madre. Se encuentra con problemas y conflictos<br />
reales a los que enfrentarse. Sin embargo, dice que es<br />
«como si todo tuviera un aspecto diferente. Soy yo». Creo que a<br />
lo que se refiere es a la autenticidad.<br />
Los factores importantes son dos: Jane descubrió por sí<br />
misma su propio camino hacia la acción eficaz, y lo encontró<br />
cuando se volvió hacia los demás. Estos factores se refuerzan<br />
mutuamente. Cuando Jane se mostraba dependiente, se sentía<br />
profundamente sola y aislada. Aunque parezca paradójico, intentaba<br />
superarlo sola, representando la contrapartida femenina<br />
al «varón inmune». Al permitirse la relación con las demás,<br />
descubrió que podía ser eficaz por sí misma. Evolucionó hacia<br />
una fuerza mayor, pero como parte del proceso de volverse<br />
hacia ellas. Ahora es a la vez más fuerte y más capaz de basar su<br />
fe en los otros. En cierto sentido, perseverar en su anterior<br />
situación requería mucha fuerza; pero esta fuerza la socavaba.<br />
Ahora está convencida de su necesidad de los demás. <strong>De</strong> hecho,<br />
le gusta descubrir que la gente «puede hacer esto por mí».<br />
A la vez tiene un sentido muy elevado de su propia eficacia<br />
personal.<br />
Autenticidad sexual<br />
¿Qué pasó con las relaciones de Jane durante este período?<br />
Durante cierto tiempo -cuando no estaba segura de si estaba<br />
actuando realmente «desde su centro» o igual que antes- sintió<br />
que las relaciones con los hombres podían ser confusas. Los<br />
momentos más desconcertantes eran los «buenos ratos» en los<br />
que le era fácil estar de acuerdo con ellos. Aún no estaba segura<br />
de poder confiar en su complacencia. ¿Estaría cayendo en la<br />
vieja trampa?<br />
Posteriormente encontró un hombre al que parecía que le<br />
gustaban de verdad «sus nuevas facetas». Estaba segura de que
nunca más «manipularía su versión de las cosas para que encajase»<br />
con lo que creía que buscaba en un hombre; era cuestión<br />
de él si le gustaba o no. <strong>De</strong> momento parece que sí le gusta.<br />
Jane cree que a ella también, pero aún no está segura. Aún le<br />
queda mucho por descubrir y por trabajar respecto a quién<br />
tiene que ser ella y quién desea ser. Puede que él no sea el tipo<br />
de persona que desea para una relación.<br />
También está la cuestión sexual. En el pasado, Jane sentía<br />
que «sólo los hombres fuertes me excitan de verdad». A medida<br />
que variaba toda su perspectiva psíquica y la idea del<br />
hombre fuerte iba perdiendo su importancia anterior, se empezó<br />
a preguntar si alguien la atraería sexualmente ahora. Sin<br />
embargo, en el momento en que apareció la posibilidad de un<br />
contacto sexual, el temido problema desapareció sin ningún<br />
conflicto.<br />
Quizá sea correcto decir que el sentido de la fuerza adoptó<br />
para ella connotaciones diferentes y asumió un lugar distinto en<br />
el cuadro completo. Ya no tenía la preocupación obsesiva por el<br />
estereotipo de hombre fuerte, sino que le interesan los hombres<br />
con sus mismas cualidades. Ha sido capaz de sentirse más libre<br />
y sexualmente vinculada con un hombre que la conoce tanto en<br />
sus fuerzas como en sus vulnerabilidades y que es capaz de<br />
compartir con ella diferentes aspectos de sí mismo<br />
Otra mujer, Emily, estaba también desarrollando un cierto<br />
sentido de su propio centro mediante un proceso similar al de<br />
Jane. A ella también le gustaba actuar «como ella misma»,<br />
franca y directamente, y encontraba que la experiencia constituía<br />
una nueva fuente de energía. También acabó encontrando<br />
algunos hombres que parecían responder a su «nueva identidad».<br />
Pero tan pronto como tenía relaciones sexuales con ellos<br />
empezaba a perder el sentido de dicha identidad. «Es casi una<br />
sensación física. Me deslizo de nuevo hacia un molde pasivo.<br />
No tengo nada que decir sobre lo que está pasando. Sólo sé que<br />
me está pasando a mí.»<br />
Este problema tiene varias dimensiones. Una de ellas es la<br />
aceptación de la propia sexualidad y el permitirse experimentar
placer sexual. Esto se ve agravado por la vieja idea de que el<br />
sexo es algo inmoral y sucio. (Idea que aún permanece entre<br />
nosotros en plena era de la revolución sexual.) Si una mujer,<br />
incluso involuntariamente, sigue pensando en el sexo como<br />
algo malo, entonces le será más fácil tener contactos sexuales<br />
(e incluso disfrutar de ellos) si puede mantener el concepto de<br />
que es el hombre quien actúa. Ella sólo cumple, y todo es<br />
realmente «para él». Esta actitud es parte de la historia de lo<br />
que se supone que hace y siente la mujer. Pero no encaja con<br />
lo que quiere Emily, ni con lo que ha conseguido en otros ámbitos.<br />
Para ella hay una dimensión adicional en la cuestión sexual.<br />
Ser ella misma durante el acto sexual es la confirmación final de<br />
que su «nuevo yo» existe realmente. «<strong>De</strong>mostraría», por así<br />
decirlo, que puede ser realmente la persona que ahora intuye. Le<br />
permitiría liberar todas las energías reprimidas y dirigirlas a sus<br />
metas. Sería, en cierto sentido, «el fin de la dependencia», y no<br />
está aún preparada para enfrentarse a ello. Le da miedo, pero a la<br />
vez es «demasiado bonito para ser cierto». (También significa<br />
que sigue pidiéndole a un hombre que le demuestre que existe su<br />
nuevo yo, que le dé su sello de validez, la demostración de<br />
interés sexual.)<br />
Durante cierto tiempo, la sensación de estar encajando otra<br />
vez en el viejo molde hizo que Emily se volviera contra el sexo<br />
y se desanimara. Al final, cuando fue capaz de resolver esos<br />
problemas por sí misma, dejó de necesitar a los hombres o al<br />
sexo para demostrar que su «nuevo yo» existía realmente; es<br />
más, que tenía pleno derecho a ello. Emily ahora está dispuesta<br />
a tomar las riendas de la dirección de sí misma, y puede decidir<br />
si es correcto, tanto en las situaciones sexuales como en las<br />
demás, dejar que emerja del todo su identidad. Ha dado un<br />
gran paso para alejarse de su exigencia de que los hombres lo<br />
hicieran por ella; mediante la confirmación sexual.<br />
Jane, por otra parte, encara un paso diferente en este momento.<br />
Sabe que su nueva relación puede traer dificultades<br />
añadidas. Si llega a querer a este hombre se encontrará tentada
de entregarse y hacer cosas por él. Esto le sería muy fácil.<br />
Entonces sería más difícil saber si estoy actuando en base a mí<br />
misma o no. El propio sentimiento de querer hacer cosas por él<br />
podría contribuir a la confusión. Quiero hacer cosas por él, pero<br />
también quiero saber por qué las hago, si es para evitar ser yo misma<br />
o porque lo soy.<br />
A veces piensa que podría tener que posponer cualquier<br />
relación seria con un hombre hasta que tenga más claros sus<br />
propios motivos. Luego hay días en los que se siente más<br />
segura de sí misma y dice:<br />
Me parece que a veces me confundo, pero enseguida puedo volver<br />
a saber si estoy actuando centrada o no. Cuando siento que no,<br />
encuentro la forma de volver a hacerlo.<br />
Primeros pasos<br />
Muchas se encuentran en una posición parecida a la de<br />
Jane al principio. Sabía lo que no quería: caer en la trampa de<br />
otra relación como su anterior matrimonio con un «hombre<br />
fuerte» que la decepcionó. Al mismo tiempo, pensaba que<br />
«tenía que tener a alguien más para vivir». Eso significaba un<br />
hombre, uno qué no la desilusionase. Pero ella no sabía lo<br />
que quería. Esto no es raro si se tiene en cuenta que todo el<br />
condicionamiento por el que pasa una mujer se opone a que<br />
descubra qué es lo que quiere.<br />
Hoy en día, la falta de un deseo definido es, en sí mismo,<br />
algo que desanima a muchas mujeres. En último extremo<br />
representa una especie de «excusa», aunque comprensible. Si<br />
no sabes lo que quieres puedes evitar arriesgarte a conseguirlo;<br />
y este riesgo es grande para las mujeres. Pero limitarse a<br />
decir esto no es una gran ayuda. <strong>La</strong>s mujeres creen que han<br />
de empezar a explorar sus propios pensamientos y sentimientos,<br />
sean los que sean y empiecen por donde empiecen.<br />
Al principio de este proceso suelen descubrir sentimientos<br />
que no parecen tener mucho sentido. Es muy difícil aceptar
sentimientos y pensamientos que no se pueden integrar en un<br />
marco de conceptos aceptables. Esto exige el uso inmediato de<br />
la creatividad; crear y recrear formas de pensar y manifestar<br />
una multitud de cosas antes impensables e ineficaces -tema<br />
que se discutirá hacia el final del capítulo-. Algunas mujeres<br />
experimentan «sólo sentimientos negativos»; cólera, resentimiento,<br />
odio, etc. Es frecuente que se critiquen más aún a sí<br />
mismas, porque creen que estos sentimientos son infundados.<br />
Es muy importante darse cuenta de que a veces son apropiados<br />
y necesarios. <strong>La</strong> cólera puede ser una de las primeras<br />
reacciones auténticas y, si bien no es agradable en un sentido<br />
tradicional, puede aportar su propia forma de placer, dada su<br />
innegable realidad. Puede ser un factor de movilización y<br />
fortalecimiento, aunque a la larga las mujeres pueden añadir<br />
otros. (Dada la oposición que encaran no es de ningún modo<br />
una experiencia antigua, sino una emoción que se puede provocar<br />
repetidamente.)<br />
Todos estos puntos de probable desánimo son importantes<br />
como ejemplos del tipo de cosas que encontrará la mujer. Si<br />
bien no son, ni mucho menos, una lista exhaustiva, sí son<br />
algunos de los sentimientos más normales a los que se enfrenta<br />
cuando empieza a recorrer su camino hacia la autenticidad.<br />
Riesgos: Todas las mujeres de nuestros ejemplos se enfrentan<br />
a un riesgo; especialmente difícil para ellas, aunque a los<br />
demás no se lo parezca. Este tipo de riesgos tiene algunos<br />
componentes comunes para muchas de ellas. Todas se han de<br />
arriesgar a centrarse en sus propios deseos y necesidades, incluso<br />
si ello significa -como suele pasar- molestar a los demás. Es<br />
frecuente que el otro importante sea la persona en la que se ha<br />
realizado una mayor inversión emocional. Si se trata de la<br />
pareja masculina, también suele estar implicado el status económico<br />
y social.<br />
En cuanto las mujeres se plantean causar molestias a los<br />
demás -especialmente a los hombres- lo equiparan con el<br />
abandono. El riesgo, en cuanto a su significado e impacto
psíquico, es el del abandono y la condenación. (<strong>La</strong> mujer será<br />
abandonada porque estaba equivocada y era mala.) Pero la<br />
abandonen o no, ella ha sido condicionada para creer que sí lo<br />
harán. Para la mujer, éste suele ser uno de los riesgos mayores y<br />
más terroríficos. En algunos casos el hombre no llega a abandonarla,<br />
en otros es ella quien se va y encuentra, quizás, otras<br />
relaciones mejores. Pero el factor crucial es que debe afrontar el<br />
riesgo inicial a modo de paso psicológico. Si se niega a ello, en<br />
la mayoría de casos no puede empezar el viaje. Sólo cuando<br />
puede evitar pensar en complacer a los demás y adaptarse a sus<br />
deseos y expectativas puede empezar a conocerse a sí misma.<br />
Dada la realidad económica actual, este riesgo sigue siendo<br />
grande.<br />
<strong>La</strong> sensación de complacerse a sí misma es algo ajeno a la<br />
mayoría de mujeres. Cuando lo consiguen, descubren un placer<br />
desconocido. Es frecuente que intenten establecer relaciones<br />
nuevas y mejores, pero si su njeta es la de asegurarlas en<br />
primer lugar, no podrán encontrar el inicio del camino. Esto,<br />
según creo, es debido a que la relación varón-mujer se ha<br />
estructurado de forma que mantenga a la mujer apartada de<br />
sus propias reacciones y su realización. En el pasado este<br />
aislamiento ha funcionado automáticamente, incluso tras formar<br />
una alianza.<br />
Además de «complacerme a mí misma», otro placer que<br />
experimentan Jane y otras mujeres es el de una mayor libertad<br />
para ser ellas mismas y «permitir» que los demás también lo<br />
sean, e incluso disfrutar de ello. Cuando una actúa sobre esa<br />
base, no necesita explotar a los demás ni formularles demandas<br />
excesivas para ser un cierto tipo de persona. Puede ser más<br />
libremente ella misma en el contexto de una mayor vinculación<br />
con los demás.<br />
Doris y su marido son un pequeño ejemplo de esta libertad<br />
recíproca. Ahora, cuando él quiere decir «cállate», dice «cállate»,<br />
y Doris se pelea con él en lugar de «dejar que se sienta<br />
grande, fuerte y justo». Los dos han dejado de lado los procedimientos<br />
elaborados e indirectos mediante los que antes
se controlaban y restringían meticulosamente. Ahora se aprecian<br />
más y disfrutan uno del otro, dado que no intentan forzarse<br />
mutuamente a encajar en ciertos papeles.<br />
Creatividad con un destino<br />
<strong>La</strong> creatividad personal es un factor de suma importancia<br />
que seguramente hemos sólo empezado a valorar. Un aspecto<br />
prometedor del cambio actual de las mujeres es que, a medida<br />
que luchan por la autenticidad, muestran su creatividad personal.<br />
Al hacerlo así, contribuyen a elucidar la creatividad que se<br />
esconde en todas las personas.<br />
<strong>La</strong> creatividad personal consiste en el proceso continuo de<br />
generar una perspectiva cambiante de uno mismo y de su<br />
relación con el mundo. A partir de esta creación, cada uno<br />
determina su próximo paso y se ve motivado a emprenderlo.<br />
Esta perspectiva debe ser sometida a repetidos cambios y recreaciones.<br />
A lo largo de la infancia, y también de la edad<br />
adulta, se producen cambios físicos inevitables a medida que<br />
uno crece. Esto exige cambios en la relación con el mundo. Es<br />
más, son estos cambios psicológicos continuos lo que conduce a<br />
una mayor experiencia, a más percepciones, emociones y pensamientos.<br />
Es necesario integrar todo ello en un concepto coherente<br />
y cada vez más amplio de la propia vida.<br />
Toda persona crea repetidamente una concepción que no se<br />
había creado nunca antes; es decir, uno crea constantemente una<br />
visión personal. A pesar de nuestra comunalidad, cada uno de<br />
nosotros, día a día, creamos nuestra propia tentativa de «acabar el<br />
cuadro», por así decirlo. Nunca es exactamente el mismo cuadro<br />
que el otro, ni el mismo que pintamos ayer. Es decir, cada uno de<br />
nosotros se enfrenta repetidamente a la necesidad de «componer<br />
la gestalt», como lo describió Max Wertheimer.1En el mejor de<br />
los casos, nuestra concepción será un reflejo exacto de lo que he<br />
1. M. Wertheimer, Productive Thinking (Nueva York, Harper, 1959).
mos experimentado y de cómo nos sentimos al respecto. Cuanto<br />
más nos acerquemos a este ideal de autenticidad, mejor<br />
estaremos. Y cuanto más podamos actuar en relación a nuestra<br />
propia concepción, más completos y auténticos nos sentiremos.<br />
<strong>De</strong>spués podremos volver atrás y «corregir» nuestras concepciones<br />
sobre el mundo, sobre nosotros y lo que deseamos.<br />
Es cierto que las formas en las que concebimos la experiencia,<br />
en gran medida, nos vienen dadas por la cultura en la que<br />
aprendemos qué es «pensar y sentir», o incluso qué son los<br />
sentimientos y los pensamientos. Pero la gente está enfrentándose<br />
continuamente a los límites de su cultura -a las cortapisas<br />
que ésta impone- y buscando la forma de componer y expresar<br />
las muchas experiencias para las que no resulta suficiente. Esto<br />
se cumple para todos. Para las mujeres de hoy en día es un<br />
factor preeminente. Como hemos visto, hay algunos motivos<br />
fundamentales por los que ellas no encuentran fácilmente los<br />
medios para expresar y conceptualizar su experiencia. Pero<br />
luchan para desarrollarlos. <strong>De</strong> esta forma, sus esfuerzos pueden<br />
contribuir a aclarar los acontecimientos mentales ocultos que<br />
pueden darse en todo el mundo.<br />
Es cierto que, a lo largo de toda la historia, las condiciones<br />
económicas han forzado a mucha gente (y siguen forzándola) a<br />
llevar una vida de miseria, sin oportunidades de pensar más<br />
allá de la tarea inmediata de sobrevivir. También es cierto que,<br />
incluso en esta situación, la mente humana se mantiene en<br />
funcionamiento constante, atribuyendo sentido a todo, intentando<br />
que resulte comprensible. <strong>La</strong> mente no parece ser, en<br />
términos modernos, un «sistema cerrado», sino más bien un<br />
sistema capaz de ampliación infinita. Cuanto más íntimamente<br />
se pueda vincular a aquello que uno experimenta en realidad,<br />
más fácil será que emerja su creatividad inherente. Cuantas<br />
más oportunidades tengamos de convertir en acción nuestras<br />
creaciones mentales, más ampliamente podremos sentir y pensar.<br />
Una cosa se basa en la otra.<br />
El impacto de las experiencias de las mujeres que hemos<br />
comentado puede apreciarse cuando reconocemos que se en
cuentran en el filo de una nueva perspectiva más amplia. Su<br />
creatividad personal es una necesidad absoluta de cara al intento<br />
de encontrar una forma de vivir ahora. Estas mujeres, al ir<br />
encontrando modos de enfocar sus vivencias, van creando a la<br />
vez una visión nueva y más general de la condición femenina.<br />
Para que se manifieste esta visión, ellas y las demás tendrán que<br />
crear nuevas estructuras sociales que la apoyen e incrementen.<br />
Es justamente en estos puntos en los que se ve que la motivación<br />
real para una nueva forma de vida parte de las intensas<br />
vivencias de las mujeres. Los medios para alcanzar estas nuevas<br />
formas de vida tendrán que ser también femeninos: para llegar<br />
a formas de vida que respondan a las necesidades de todas las<br />
mujeres, éstas tendrán que incluir inevitablemente más mutualidad,<br />
cooperación y afiliación, tanto en el plano personal como<br />
en el social.<br />
No nos hemos ocupado de mujeres especialmente avanzadas<br />
en cuanto a su sentido de quiénes son y qué quieren. <strong>De</strong> hecho,<br />
hoy en día hay mujeres que destacan por su capacidad para<br />
actuar en base a su percepción y evaluación, que están muy<br />
avanzadas en la creación de nuevas formas de vida. Estas mujeres<br />
tienen una gran seguridad en su propia valía y en su derecho<br />
al autodesarrollo y a la autenticidad. Algunas tienen un pasado<br />
lleno de logros; otras una historia de lucha por una causa justa.<br />
Lo que hemos intentado ha sido llegar a las fuerzas que afectan a<br />
las mujeres como grupo, a los puntos nodales a partir de los<br />
cuales se puede producir más movimiento. Los hechos en la vida<br />
de las mujeres concretas sirven como ejemplo para el intento de<br />
ocuparse de tales fuerzas. Uno de los motivos para ello, sin<br />
embargo, es la esperanza de demostrar que la necesidad de<br />
autenticidad y creatividad no pertenece sólo a las adelantadas,<br />
educadas, o a la elite. Estas fuerzas actúan de forma diferente<br />
sobre diferentes mujeres en diferentes circunstancias, pero constituyen<br />
una necesidad para todas nosotras.<br />
Hemos oído hablar mucho acerca de la falta de autenticidad<br />
de la gente. Lo que no hemos oído decir tantas veces es que,<br />
para la mitad de la población, la autenticidad implica un riesgo
claro y directo. Para las mujeres, actuar y reaccionar en base a<br />
su propio ser es enfrentarse directamente a su definición de sí<br />
mismas y de su forma de actuar. Moverse hacia la autenticidad<br />
también implica creación, en un sentido inmediato y personal.<br />
Todo el sentido de la vida empieza a cambiar, a verse bajo un<br />
nuevo prisma. Como dijo una mujer, «ahora lo veo todo con un<br />
sentido diferente. Muchos días siento como si me estuviera<br />
inventando nuevos caminos. No sigo el guión que tenía antes».<br />
Para esta forma de creación personal, nueva y mucho más<br />
intensa, no hay señalizaciones seguras. Suele deparar ansiedad<br />
y angustia, pero también satisfacciones y alegrías claras en el<br />
camino, incluso mucho antes de haber alcanzado un mínimo<br />
sentido de logro.
10<br />
Todo esto no basta<br />
El «poder» es casi una palabra malsonante, en cierto sentido<br />
igual que lo había sido el sexo. Especialmente para las mujeres<br />
se ha tratado de un tema indecible. Sin embargo, todas las<br />
capacidades a las que nos referimos en los capítulos anteriores<br />
seguirán siendo algo irreal e irrealizable a menos que ellas<br />
consigan el poder para ponerlas en práctica. Para ello tendrán<br />
que adquirir poder y autoridad económica, política y social. En<br />
estos momentos casi no lo tienen en absoluto.<br />
<strong>La</strong> estrategia y la táctica de la acción eficaz en el frente<br />
económico y político requiere un análisis y un debate profundo<br />
que se están llevando a la práctica en muchos contextos. Al<br />
mismo tiempo hemos de plantearnos la cuestión de la naturaleza<br />
y el significado psicológico del poder y la autodeterminación,<br />
a menos que queramos malinterpretar las ventajas y posibilidades<br />
femeninas en esta lucha. Los términos «poder» y «autodeterminación»<br />
han adquirido ciertas connotaciones, es decir,<br />
implican ciertas formas de conducta más típicas de los hombres<br />
que de las mujeres. Pero puede que tales formas no sean necesarias<br />
o esenciales para su significado. Como todos los conceptos<br />
y acciones del grupo dominante, el «poder» puede ser algo<br />
distorsionado y sesgado. Ha recaído casi por entero en manos<br />
de gente que ha vivido con la necesidad constante de mantener<br />
un dominio irracional; y es en sus manos que ha adquirido<br />
tintes de tiranía. <strong>De</strong> la misma forma, la idea de la autodeterminación<br />
ha sido construida por los grupos dominantes sobre una<br />
base que incluía, parí passu, la restricción de otro grupo. Esto
no es autodeterminación en estado puro, sino un concepto que<br />
ha adquirido connotaciones extrínsecas a su naturaleza real,<br />
signos de otro proceso oculto.<br />
Por lo tanto, es importante analizar algunos de los significados<br />
del poder y la autodeterminación para ver si, a medida que<br />
la mujer lucha en el ámbito económico y en otros, puede redefinirlos.<br />
Poder<br />
En general, para las mujeres de hoy en día, el poder se<br />
puede definir como «la capacidad de llevar a la práctica». Una<br />
gran parte de esta tarea consiste en llevar a la práctica las<br />
destrezas que ya tienen. También aquellas nuevas que están<br />
desarrollando. Este no ha sido el significado del «poder» en el<br />
pasado. Normalmente ha significado la capacidad de avanzar<br />
y, a la vez, controlar, limitar y, si era posible, destruir el poder<br />
de los demás. Es decir, hasta el momento ha tenido al menos<br />
dos componentes: el poder para uno mismo y el poder sobre<br />
los demás. (Hay una diferencia importante entre la capacidad<br />
de influir a los demás y el poder de controlarlos y restringirlos.)<br />
<strong>La</strong> historia de las luchas por el poder tal como la conocemos<br />
se ha basado en ello. El poder de otra persona o grupo de<br />
personas se veía como peligroso. Tenías que controlarlos o te<br />
controlarían a ti. Pero en el ámbito del desarrollo humano,<br />
ésta no es una formulación válida. Más bien es al contrario. En<br />
un sentido muy básico, cuanto mayor es el desarrollo de una<br />
persona, más capaz, más eficaz y menos necesitada de limitar<br />
a los demás será. Esta no es la forma en la que se han querido<br />
presentar las cosas.<br />
<strong>La</strong>s mujeres no proceden de un entorno que creía que necesitaba<br />
subordinados. Tampoco están acostumbradas a la idea<br />
de que el poder es necesario para mantener la autoimagen. Sin<br />
embargo tienen sus propios problemas con el poder. Su inexperiencia<br />
en emplearlo abiertamente, unida al miedo que les
produce, está adoptando nuevas formas. A medida que participan<br />
en un mayor número de actividades de más amplio alcance,<br />
se enfrentan a nuevas formas de lucha y rivalidad. <strong>La</strong><br />
mayoría de ellas no tienen práctica con las fórmulas y convencionalismos<br />
que los varones han ejercitado desde que eran<br />
niños. (Jane, por ejemplo, evitaba las luchas abiertas por el<br />
poder con los miembros de ambos sexos.) Los sentimientos<br />
femeninos pueden ser especialmente crudos al respecto, y algunas<br />
situaciones pueden resultar muy frustrantes.<br />
Aun así, estas luchas no pueden evitarse. Son terrenos importantes<br />
de interés femenino, y algunas mujeres pueden cometer<br />
graves errores en el proceso de enfrentarse a ellas. Sin<br />
embargo, hay nuevos factores. Ellas han creado formas de<br />
examinar más abierta y cooperativamente sus deseos y carencias<br />
en estos ámbitos. Muchas mujeres están dispuestas a volverse<br />
hacia los demás con la esperanza de enfrentarse a esa<br />
área. Pueden emplear sus capacidades para apoyarse mutuamente,<br />
incluso mientras desarrollan formas más eficaces y adecuadas<br />
de tratar con el poder, fomentando su empleo adecuado<br />
y reaccionando ante el que no lo es, en sí mismas y en los<br />
demás.<br />
Hay que enfrentarse con los problemas del poder; incluso<br />
entre las propias mujeres hay fuerzas en conflicto. Sobre todo es<br />
importante comprender que no es necesario que se menosprecien<br />
mutuamente; no es necesario adoptar esos atributos destructivos<br />
que no son parte del poder eficaz, sino simplemente<br />
una forma de mantener el sistema dominante-subordinado. <strong>La</strong>s<br />
mujeres necesitan el poder para fomentar su propio desarrollo,<br />
pero no para limitar el de los demás.<br />
Parten, sin embargo, de una posición en la que han sido<br />
dominadas. Salir de esa posición requiere una base de poder<br />
desde la que dar al menos el primer paso, es decir, resistirse a<br />
los intentos de ser controlada y limitada. Han de avanzar desde<br />
este primer paso hacia un mayor poder; el poder de conseguir el<br />
desarrollo pleno. Es importante acentuar esto. Los grupos dominantes<br />
tienden a caracterizar incluso la menor resistencia
a su control como una demanda de poder excesivo. (Por ejemplo,<br />
cuando una da el primer paso y se niega a llevar el café a la<br />
oficina, puede ser tratada como si tuviera más poder que el<br />
jefe.)<br />
Hay otra forma en la que el poder, tal como lo hemos visto<br />
funcionar hasta ahora, está distorsionado. Ha funcionado sin<br />
los valores especiales que las mujeres pueden aportarle. <strong>De</strong><br />
hecho, estas cualidades femeninas parecen no tener relación<br />
con la «realidad» del poder en el mundo. No estoy insinuando<br />
que ellas deban suavizar el poder sino que, mediante su participación,<br />
podrían fortalecer su funcionamiento adecuado. <strong>La</strong><br />
mujer puede aportar más poder al poder, empleándolo cuando<br />
se necesita, y no como sustituto de otras cosas como la cooperación.<br />
Entonces podremos empezar a despejar suposiciones muy<br />
rígidas. <strong>La</strong> meta es, en último extremo, una nueva integración<br />
del poder eficaz y las cualidades femeninas tal como intentamos<br />
definirlas.<br />
A utodeterminación<br />
<strong>La</strong>s mujeres parten de una posición en la que su propia<br />
naturaleza venía determinada por los demás. Su identidad<br />
estaba casi del todo determinada por lo que la cultura dominante<br />
creía que necesitaba de ellas, y lo que las inducía a<br />
intentar ser. Como se indicó al principio de este libro, estas<br />
definiciones del grupo dominante son inevitablemente falsas.<br />
Es más, como se indica en todo él, están burdamente distorsionadas<br />
por los propios problemas sin resolver de los dominadores.<br />
Estas definiciones se apartan mucho de la «verdadera<br />
naturaleza» de la mujer; desde luego no reflejan lo que buscan<br />
ellas como individuos autodeterminados. Empezar a definirse<br />
a sí mismo casi «desde cero» y descubrir qué es lo que se<br />
quiere es una empresa enorme para cualquiera.<br />
Por supuesto, el poder está íntimamente vinculado a tal<br />
empresa. Sin el poder de llevar a cabo esas determinaciones, la
vida de la mujer seguirá circunscrita y controlada por los demás;<br />
los menos indicados para tomar determinaciones válidas.<br />
En este punto, igual que en los anteriores, los temas principales<br />
de discusión pueden resultar inadecuados y sesgados. Es<br />
más, pueden actuar a modo de trampas. Por ejemplo, está claro<br />
que una forma de opresión para la mujer es la dependencia<br />
económica, política, social y psicológica. Sin embargo, lo contrario,<br />
es decir, el ser «independiente» en cuanto al grupo<br />
dominante, puede constituir una meta espúrea. Quizá haya<br />
metas mejores que la «independencia» tal como se ha definido.<br />
O podrían existir mejores condiciones, negadas por el propio<br />
término: por ejemplo, sentirse eficaz y libre a la vez que se<br />
mantienen vínculos intensos con los demás.<br />
<strong>La</strong> autodeterminación será un concepto significativo sólo si<br />
empieza donde empiecen las mujeres. Al mismo tiempo, comprender<br />
dónde están ellas cambia y aumenta el significado del<br />
término, añadiéndole sus perspectivas especiales. Estas pueden<br />
ayudar en el intento de alcanzarla, en lugar de distraer a la<br />
mujer en direcciones falsas -e incluso atemorizantes, como<br />
la independencia del varón- que pueden no ser definiciones<br />
válidas en ningún caso. <strong>De</strong> hecho, el miedo inducido a la mujer<br />
ante su propio poder y autodeterminación ha sido tan asumido<br />
que requiere examinarse de cerca. Explorar este miedo, a su<br />
vez, puede aportar pistas importantes sobre las rutas hacia una<br />
mayor autodeterminación y poder.<br />
El miedo de las mujeres al poder<br />
<strong>La</strong> sociedad masculina tal como se ha constituido hasta<br />
ahora teme a la eficacia autodirigida de la mujer. Un ejemplo<br />
de ello se produce cuando ésta se refiere a su poder en lugar<br />
de a su eficacia. Dado que los hombres le temían, han inducido<br />
en ellas este temor. Pero su dinámica es muy diferente en<br />
cada sexo. Es importante diferenciarlos. <strong>La</strong>s mujeres no tienen<br />
los mismos motivos que los hombres creen tener, pero se<br />
les ha hecho creer que sí.
Todos hemos oído los términos «mujer castradora», «puta»,<br />
y similares. Han bastado para apartar a muchas mujeres, no<br />
sólo de la agresión sino incluso de la conducta asertiva directa.<br />
Pero nos hemos de preguntar, ¿quién creó estos términos? ¿A<br />
partir de que experiencia se originaron?<br />
Los motivos para el miedo masculino a las mujeres son<br />
muchos y van desde lo superficial a lo muy profundo, mezclados<br />
constantemente. Como he sugerido, cuando las mujeres<br />
empiezan a salir de su lugar restringido, amenazan al hombre,<br />
en un sentido muy profundo, con la necesidad de reintegrar<br />
muchos de los aspectos esenciales del desarrollo humano; aspectos<br />
que ellas han acarreado en nombre de la sociedad total.<br />
Estas cosas han permanecido ocultas y se han convertido en<br />
algo que temer, porque parece que pueden atrapar al hombre en<br />
sus «emociones»: debilidad, sexualidad, vulnerabilidad, indefensión,<br />
necesidad de atención y otros campos sin resolver. En<br />
un plano más obvio, la eficacia autodirigida de la mujer llevaría<br />
directamente a la necesidad obvia de reexaminar muchas formas<br />
de apoyo, incluida la mano de obra barata, que la mujer ha<br />
estado dispuesta a facilitar.<br />
Por otra parte, ¿cuál es la razón del temor de las mujeres a<br />
su propio poder? En primer lugar, el uso directo de éste en<br />
interés propio suele desencadenar una reacción muy negativa<br />
en el hombre. Esto, en sí mismo, ha bastado muchas veces para<br />
disuadir a un miembro del grupo dependiente de emplear directamente<br />
su poder. Ante las experiencias de este tipo, la mujer<br />
ha formulado una ecuación interna exagerada: el empleo eficaz<br />
de su poder significa que está equivocada o que es destructiva.<br />
Es más, este mensaje se inculca en las niñas desde la infancia,<br />
incluso antes de que tengan oportunidad de contrastar su veracidad<br />
en su propia vida. ¿Resulta, por lo tanto, sorprendente<br />
que hayan llegado a pensar que el empleo eficaz y directo de sí<br />
mismas podría ser destructivo para los demás? <strong>De</strong> hecho, dada<br />
la forma en que se organiza la vida femenina y las cosas que se<br />
supone que ellas hacen por los demás, es muy probable que la<br />
realidad actual confirme este concepto de sí mismas. Actuar
para una misma parece igual que privar a los demás de algo, o<br />
herirlos. Así es como pensaba, por ejemplo, Anne (la artista del<br />
Capítulo 6) de su pintura. Si bien era consciente de ello, decía<br />
que era difícil «sacarse esa idea de la cabeza». <strong>La</strong> misma<br />
reacción adquiría rasgos mucho más complejos en algunas de<br />
las otras mujeres comentadas.<br />
Jane, de la que hablamos en el primer capítulo, se refería a<br />
un miedo que se oponía incluso a la primera precondición del<br />
poder. Había tomado la decisión de marcharse de la ciudad,<br />
creyendo que eso la llevaría a cosas mejores. Cuando comentaba<br />
que tal decisión había dado buenos resultados, dijo:<br />
Para. No quiero oír eso. Me da miedo... Me asusta incluso pensar<br />
que tomé esa decisión y resultó bien... Me da miedo permitirme pensar<br />
eso. Nunca decidí nada por mí misma. Siempre tuve la sensación de<br />
que no podía tomar la decisión correcta. Por supuesto, no sabía en<br />
realidad qué hacer; todo se me venía encima... Pero incluso si decidía<br />
algo, no quería saber cómo iba. Si me permitía pensar que lo había<br />
decidido yo, que yo había hecho que sucediera -y que había ido bienme<br />
sentía ansiosa como ahora.<br />
Eso significa que sé realmente que puedo comprender cosas... O sea<br />
que sería bueno para mí saber algo. No sabes cómo me asusta eso. No<br />
lo entiendes. Si tengo alguna base para saber lo que me conviene,<br />
entonces es mucho más difícil...<br />
El intento de Jane de autoengañarse demuestra la intensa<br />
ansiedad que sentía respecto a ese paso inicial en el uso de su<br />
propio poder. Es importante recordar que se la había llevado a<br />
intentar conseguir el poder casi absoluto de forma indirecta.<br />
Nunca resultó eficaz, nunca lo consiguió, pero seguía aferrándose<br />
a ese enfoque.<br />
Otra mujer, Francés, se encontraba en una etapa diferente<br />
del proceso de conseguir más poder y autodeterminación. Si<br />
bien era una persona muy activa y capaz, no reconocía sus<br />
propias destrezas. Refiriéndose al pasado, dijo:<br />
Cuando Sam [su marido] estaba cerca, yo me sentía confiada, y<br />
tenía mucho menos miedo de fracasar. Parecía más capaz de moverme<br />
y dejar que las cosas pasaran. <strong>La</strong>s posibilidades estaban abiertas. Cuando<br />
se fue, pareció que todo se había cerrado. Parecía que las cosas no
saldrían bien, que las haría mal. Tenía miedo incluso de empezar a<br />
hacer nada. Parecía que era él quien hacía que sucediesen.<br />
Ahora veo que yo hacía la mayor parte de ellas. Incluso las planeaba.<br />
Pero entonces no parecía así. Era como si fuera él quien las<br />
hiciera.<br />
Ahora he cambiado todo eso. Sé que hago cosas.<br />
Es divertido. Ahora quiere volver y todo parece al revés. Es como si<br />
las cosas estuvieran cabeza abajo. Y lo estarán si yo vuelvo a actuar<br />
como antes. El hará todo y yo seré «impotente» otra vez. El sistema<br />
viejo tenía que centrarse en que los dos viéramos las cosas así, y<br />
actuáramos como si todo viniera de él. Ya no me es necesario verlo así.<br />
Ahora veo que a él sí le hacía falta. Y aún es así. Pero por aquella<br />
época, para mí también lo era.<br />
Se hizo evidente que parte del sentimiento de desesperanza<br />
de Francés partía de su miedo a reconocer que tenía poder; que<br />
podía hacer que las cosas sucedieran, y que hacerlo era seguro.<br />
Al principio desechaba toda sugerencia de hacer algo por sí<br />
misma, para sí misma: «¿Sólo para mí? ¿Si es sólo para mí, de<br />
qué sirve? Simplemente no hay ningún motivo». He aquí -en<br />
pocas palabras- la fuerza de las mujeres y su problema.<br />
Masoquismo y poder<br />
El llamado «masoquismo femenino» se centra en ciertos<br />
aspectos del poder. Jane demuestra por qué a veces puede<br />
parecer mucho más fácil ser, y seguir siendo, la víctima en lugar<br />
de luchar por una misma. Incluso en una situación abiertamente<br />
destructiva, la víctima no tiene que enfrentarse a sus propios<br />
deseos de cambiar la situación, a su poder de hacerlo, ni a la<br />
rabia que ha acumulado en la posición de víctima. Puede<br />
parecer más fácil culpar a la otra persona y protegerse una<br />
misma que enfrentarse a esos temas difíciles. Dado que la<br />
sociedad empuja a la mujer a mantenerse en esa posición, salir<br />
de ella significaría tenerlo casi todo en contra. Intentar cambiar<br />
la situación representa la amenaza de no tener dónde ir, ninguna<br />
alternativa, y, aún peor, el aislamiento y la condenación<br />
completa. Tales amenazas pueden ser validadas por la realidad,
y recicladas de esta forma para reconfirmar los miedos internos<br />
de las mujeres.<br />
<strong>La</strong> cólera es una parte especialmente importante de la impotencia.<br />
Mantenerse en una postura de impotencia puede ser un<br />
refugio ante la propia cólera. Reconocerla y sentirla produce<br />
temor al principio. Si una se ha sentido impotente durante un<br />
largo período, casi siempre habrá reaccionado con furia. (<strong>La</strong><br />
gente no se limita a aceptar tales cosas; siempre reacciona ante<br />
ellas.) Incluso las mujeres que desean ser abiertamente asertivas<br />
pueden verse atrapadas por el miedo a enfadarse, cosa que no<br />
desean hacer casi nunca. Suele ser difícil separar la cólera de la<br />
asertividad. A veces las mujeres pueden temer que el grado de<br />
su rabia sea excesivo o injustificado. Normalmente aprendemos<br />
a separar las dos cosas sólo cuando nos permitimos experimentar<br />
y explorar la cólera. Es más, puede que esté justificado un<br />
grado mayor de ésta de lo que nos permitimos admitir. A veces,<br />
culpar a la persona que nos hiere puede ser más difícil que<br />
mantener el círculo masoquista de la autocondena. Esto se<br />
cumple especial y trágicamente si uno cree que la otra persona<br />
es absolutamente necesaria para la propia existencia. Puede<br />
parecer que una «persona masoquista» culpa al opresor, pero se<br />
culpa a sí misma mucho más, y la situación no cambia para uno<br />
ni para el otro.<br />
Ambitos de la vida con y sin poder<br />
Para las mujeres que luchan por construir su vida o trabajan<br />
en una fábrica o en su hogar, todas las capacidades femeninas<br />
mencionadas antes pueden parecer de poca ayuda y ningún<br />
consuelo. ¿Cómo pueden ayudarles a mejorar sus vidas?<br />
No son las características que ayudan a una a «conseguirlo» en<br />
el mundo tal como está constituido. Ese es el verdadero problema.<br />
Todas estas características sólo se pueden ver como<br />
valiosas si están en un estado dinámico, en marcha hacia algo<br />
más. En realidad, en el caso de muchas mujeres de hoy, parece
que éstas son las tendencias contra las que deben luchar más<br />
duramente para actuar como ellas mismas. Hay ocasiones<br />
significativas en las que las mujeres sienten que han de hacerse<br />
fuertes en contra de estas características para llegar a algún<br />
sitio o escapar de algún vínculo personal.<br />
Me parece que, en esas ocasiones, no son dichas características<br />
las que atrapan a las mujeres o las detienen; es más bien el uso que<br />
se hace de ellas y el hecho claro de que en cuanto una actúa en<br />
base a ellas se ve llevada a la servidumbre y a la falta de dignidad<br />
y libertad. No tendría que ser así, y la suma del poder y la<br />
autodeterminación son los dos factores determinantes. Pero aún<br />
puede resultar muy difícil sortear las cortapisas personales conflictivas.<br />
En ciertas ocasiones en la vida, puede parecer necesario<br />
abandonar parte del «equipaje», dado que la dignidad o la necesidad<br />
de autoafirmarse están en juego como paso esencial de cara a<br />
hacer algo o a huir de un vínculo paralizante. Individualmente,<br />
cada mujer debe partir de su lugar concreto en la vida. Sin<br />
embargo, una perspectiva más amplia de sus posibilidades puede<br />
ayudar a entender las muchas variaciones individuales.<br />
Todas las cualidades valiosas antes mencionadas -como la<br />
colaboración en el desarrollo de los demás- no te llevarán a la<br />
cima de la General Motors, caso de que esto le fuera realmente<br />
posible a una mujer. Ni siquiera te aportarán una vida autodeterminada,<br />
auténtica y eficaz. <strong>De</strong> hecho, el problema es que las<br />
características más desarrolladas en la mujer, y quizá más esenciales<br />
del ser humano, son aquellas que resultan disfuncionales<br />
para el éxito en el mundo tal como es. Esto, claro está, no es por<br />
accidente. Pueden, sin embargo, ser las importantes para hacer<br />
un mundo diferente. <strong>La</strong> adquisición de poder real no es algo<br />
antitético a estas características. Es una necesidad de cara a su<br />
desarrollo completo y directo.<br />
Está claro que a medida que la mujer busca el poder real, se<br />
enfrenta a serios conflictos. El conflicto, en la sociedad y como<br />
área de estudio psicológico, ha sido un elemento especialmente<br />
difícil. Es importante analizarlo más a fondo, pues no es necesariamente<br />
lo que nos han hecho creer.
Reivindicación del conflicto<br />
El conflicto ha sido un tema tabú para la mujer por motivos<br />
clave. Se suponía que ellas eran las mediadoras, facilitadoras,<br />
adaptadoras y tranquilizadoras por excelencia. Sin embargo el<br />
conflicto es necesario para que la mujer construya su futuro.<br />
Todos nosotros, pero especialmente las mujeres, aprendemos<br />
a ver el conflicto como algo malo y atemorizante. Estas<br />
connotaciones las ha asignado el grupo dominante y han oscurecido<br />
su necesidad. Es más, han oscurecido la naturaleza fundamental<br />
de la realidad; el hecho de que, en su sentido más<br />
básico, el conflicto es inevitable, fuente de todo crecimiento y<br />
absolutamente necesario para mantenerse vivo.<br />
A medida que las mujeres aprendan a emplearlo, realizarán<br />
dos tareas fundamentales: primero escaparán de la trampa del<br />
conflicto «amañado» -determinado en términos establecidos<br />
por los demás, que garantizan que perderá la mujer- y al<br />
mismo tiempo aclararán el concepto de que es un hecho inevitable<br />
de la vida y no es malo en absoluto.<br />
Ya he afirmado que el intento del grupo dominante de<br />
ignorar y negar la existencia de ciertos conflictos y problemas<br />
fundamentales no resueltos le ha llevado a emplear a las mujeres<br />
como depositarías convenientes de esos aspectos de la vida.<br />
(Me refiero al plano social, aunque esto también es cierto en un<br />
nivel más personal e íntimo.) Al hacerlo así, el grupo dominante<br />
tiende a decir que «las cosas son como son» y que «tal como<br />
son ya están bien». Lo que encontró el psicoanálisis, en lugar de<br />
esto, es que las cosas no son lo que se dice que son. Son
expresiones de conflicto e intentos de resolución. Sean lo que<br />
sean, se originan en el conflicto y operan en él. <strong>La</strong>s preguntas<br />
importantes son: ¿qué causa realmente el conflicto? y ¿hemos<br />
formulado con exactitud sus términos?<br />
El principal descubrimiento inicial del psicoanálisis fue que<br />
los síntomas no son lo que parecen, no son algo fijo y estático.<br />
Por ejemplo, una parálisis histérica no es como una parálisis<br />
física. No es una parálisis en ningún sentido. Es, o expresa, un<br />
intento de moverse cuando el movimiento, por motivos importantes,<br />
está bloqueado. Esta «parálisis» es un progreso de conflicto,<br />
no una «cosa» o algo estático. Está en movimiento y por<br />
lo tanto es susceptible de cambio.<br />
El hecho de la existencia de conflicto es lo que acentuamos<br />
aquí. No sólo los síntomas son encamaciones del conflicto; la<br />
vida entera lo es. Dicho en pocas palabras, el gran secreto que<br />
descubrió el psicoanálisis -y que resulta básico para todos sus<br />
otros secretos- es el secreto del conflicto en sí mismo.<br />
A medida que las mujeres busquen la autodefinición y la<br />
autodeterminación, aclararán necesariamente la existencia del<br />
conflicto como proceso vital básico. Mientras se las empleó en<br />
un intento a gran escala de suprimir ciertos conflictos humanos<br />
fundamentales, el proceso del propio conflicto permaneció desconocido.<br />
A medida que salgan de tal situación, el conflicto<br />
puede llegar a conocerse y, así, hacerse susceptible de una<br />
atención más adecuada, con una mayor esperanza de acabar<br />
entendiendo nuestras mentes. Es decir, las mujeres no crean el<br />
conflicto; exponen el hecho de que existe. <strong>De</strong>bemos empezar<br />
por intentar redefinir algunos de los términos a los que nos<br />
hemos acostumbrado.<br />
Aparte de éstos, generales y algo abstractos, hay otros conflictos<br />
concretos, económicos, sociales y políticos a los que la<br />
mujer se enfrenta hoy en día. Esto está muy claro. Precisamente<br />
porque se enfrenta a estos conflictos cotidianos en cuanto intenta<br />
avanzar, es más capaz de llegar a los niveles abstractos<br />
más difíciles. A los miembros del grupo dominante les es más<br />
fácil evitar darse por enterados de la existencia del conflicto. <strong>La</strong>
capacidad de las mujeres para reconocer la necesidad de éste<br />
para intentar alcanzar su propio interés puede ser una fuente de<br />
fuerza de primer orden -fuerza que la mujer puede tomar en<br />
sus manos y emplear. <strong>La</strong> segunda fuente de fuerza puede ser la<br />
posibilidad -menos asequible al grupo dominante- de que<br />
la conducción del conflicto no tiene por qué producirse como<br />
hasta ahora. Es decir, los métodos para conducir los conflictos<br />
no han de ser necesariamente los que siempre hemos conocido.<br />
Puede haber otros.<br />
Conflicto reprimido<br />
En capítulos anteriores se sugirió que, en cuanto un grupo<br />
alcanza una posición dominante, tiende inevitablemente a producir<br />
una situación de conflicto y que también intenta, a la vez,<br />
reprimirlo. Es más, los subordinados que aceptan la concepción<br />
de ellos que tienen los dominadores como pasivos y maleables<br />
no participan abiertamente en los conflictos. Estos se dan entre<br />
dominantes y subordinados, pero provienen de capas más profundas.<br />
Esta forma de conflicto encubierto se encuentra distorsionado<br />
y saturado de fuerzas destructivas. Si sólo se conoce el<br />
dolor y la futilidad del conflicto oculto, uno cree que eso es lo<br />
que éste es.<br />
Sin embargo, no es útil incitar a los subordinados a que<br />
produzcan conflictos abiertos a un nivel personal como si no<br />
fueran dependientes e impotentes. <strong>La</strong>s mujeres como grupo, por<br />
lo tanto, sólo pudieron producir conflictos indirectos hasta que<br />
empezaron a actuar sobre una base de fuerza «en el mundo real».<br />
Es prácticamente imposible plantear conflictos abiertos cuando<br />
se depende totalmente de la otra persona o grupo en cuanto a los<br />
medios básicos de existencia material y psicológica. Es más,<br />
dado que la vida de las mujeres ha estado ligada a su biología y al<br />
cuidado de los niños, ha habido otros obstáculos fundamentales<br />
en su camino hacia la consecución del poder y la autoridad<br />
económica y social. Obviamente, estas definiciones de rol impi
den a la mujer su plena participación en el mundo; pero cambiar<br />
esta situación requeriría una reorganización fundamental de<br />
nuestras instituciones y de la forma de conseguir poder en ellas.<br />
Es fácil diseñar horarios de trabajo que permitan a mujeres y<br />
hombres compartir el cuidado de los niños y participar plenamente<br />
en la vida de nuestro tiempo si lo desean. Pero poner esto<br />
en práctica para cualquier número grande de personas requeriría<br />
más cambios en las estructuras económicas y sociales de los que<br />
han podido conseguir otros grupos oprimidos. Requeriría que no<br />
nos preguntásemos cómo pueden las mujeres encajar en las<br />
instituciones tal como las han organizado los hombres, sino<br />
cómo deberían reorganizarse estas instituciones para poder incluirlas.<br />
Por ejemplo, a muchas mujeres aún se les pregunta:<br />
«¿Cómo te propones cuidar a tus hijos?» Se trata de un intento<br />
obvio de estructurar el conflicto en los viejos términos. <strong>La</strong><br />
pregunta es más bien: «Si nosotros, como comunidad humana,<br />
queremos tener hijos, ¿cómo se propone cuidarlos la sociedad?<br />
¿Cómo cuidarlos de forma que las mujeres no tengan que sufrir,<br />
o renunciar a otras formas de participación y poder? ¿Cómo se<br />
propone la sociedad organizarse de forma que los hombres se<br />
puedan beneficiar de una participación igualitaria en ello?» Obviamente,<br />
ninguno de estos cambios fundamentales se producirá<br />
sin oposición. Pero es muy importante definir las metas generales<br />
y partir de esta base en lugar de perderse en peleas sobre<br />
términos falsos.<br />
El hecho de que estos cambios tan necesarios parezcan aún<br />
tan lejanos y tan radicalmente diferentes pueden servir como<br />
fuente posible de desánimo. <strong>La</strong>s mujeres también encuentran<br />
difícil creer que tienen el derecho a pedir más. Estas demandas<br />
no son irracionales ni exageradas. Es importante preguntarse<br />
por qué la satisfacción de necesidades tan claras y obvias puede<br />
aún parecer pedir mucho. Es necesario reconsiderar algunas de<br />
las dimensiones más básicas del conflicto.
El crisol del conflicto<br />
El conflicto se inicia en el momento de nacer. El bebé, y<br />
luego el niño, genera inmediatamente conflictos respecto a sus<br />
deseos. Los participantes mayores en estas interacciones se<br />
dirigen al niño llevando consigo un estado de organización<br />
psicológica, una historia de conceptos sobre qué quiere hacer él<br />
o ella, qué debería hacer, cuáles deberían ser los resultados, etc.<br />
Cuando interactúan estas dos personas, con estados muy diferentes<br />
de organización psicológica, el resultado es la creación de<br />
un estado nuevo en cada una de ellas. Será también algo diferente<br />
a lo que cada uno de ellos «pretendía». (Por supuesto, el<br />
niño no «pretende» nada conscientemente, pero su conducta<br />
tiene propósitos reales e importantes.) Como resultado de esta<br />
interacción ambas partes cambiarán, pero cada una de ellas lo<br />
hará de forma diferente y a un ritmo distinto. A partir de una<br />
miríada de tales interacciones -conflictos que se repiten una y<br />
otra vez de forma ligeramente diferente-, cada persona desarrolla<br />
un nuevo concepto sobre quién es. Esta nueva concepción, a<br />
su vez, da lugar a un nuevo deseo, y de este nuevo deseo fluirán<br />
nuevas acciones. Esto es el conflicto tal como se emplea aquí el<br />
término. Ambas partes se enfrentan a la interacción con intenciones<br />
y metas diferentes, y cada una de ellas se verá forzada a<br />
cambiar sus intenciones y metas como resultado de la interacción,<br />
es decir, del conflicto.<br />
En el caso ideal, las pretensiones y metas nuevas serán cada<br />
vez más amplias y ricas en lugar de más restringidas y rígidas.<br />
Es decir, cada parte debería percibir más y querer más como<br />
resultado de cada encuentro, y tener más recursos en base a los<br />
que actuar. A menudo se cumple lo contrario, y el resultado del<br />
conflicto es un empequeñecimiento de las metas y una disminución<br />
de los recursos.<br />
El conflicto productivo puede incluir un sentido de cambio,<br />
expansión y alegría. A veces también puede implicar ansiedad y<br />
dolor, pero incluso en esos casos se trata de algo diferente a los<br />
sentimientos implicados en el conflicto destructivo o bloquean
te. El conflicto destructivo provoca la convicción de que uno no<br />
puede «ganar» de ninguna manera o, para ser más exactos, que<br />
nada puede cambiar o ampliarse realmente. Suele implicar la<br />
sensación de que uno debe apartarse de sus motivos profundos,<br />
de que se está perdiendo el contacto con los deseos y anhelos<br />
más importantes.<br />
Los niños y jóvenes llegan gradualmente a «saber» que es<br />
peligroso iniciar un conflicto. Los adultos tienen experiencia en<br />
reprimirlo, pero no en conducirlo constructivamente. No parecen<br />
saber cómo participar en él con integridad, respeto y cierto<br />
grado de confianza y esperanza. No sorprende, pues, que muchos<br />
conflictos acaben mal, dejando en los adultos una sensación<br />
de ansiedad y temor al conflicto que los niños están<br />
prontos a sentir.<br />
Este problema básico del conflicto, que subyace a los que se<br />
encuentran al manejar cualquier conflicto específico, guarda<br />
una estrecha relación con la forma en la que cualquier grupo<br />
dominante percibe y conduce el conflicto en una situación de<br />
desigualdad. Es importante analizar cómo se ha considerado y<br />
conducido el conflicto en sentido amplio y por qué ha sido tan<br />
difícil darle una base productiva.<br />
Perspectivas e ideas viejas sobre los conflictos<br />
Si nos preguntamos cómo podemos empezar a dotar al<br />
conflicto de una base productiva, será importante reconocer<br />
que esta habilidad no es algo que nadie haya aprendido del todo<br />
bien en nuestra sociedad, ni en muchas otras. Acabamos de<br />
salir de un estado en el que el conflicto apenas se toleraba.<br />
Había leyes severas y fuertes sanciones para quien no obedeciera.<br />
Hoy en día, los conflictos entre grupos de la sociedad<br />
masculina aún se desarrollan sobre una base peligrosa y que<br />
produce temor.<br />
En este contexto, el conflicto en sí mismo ha de aparecer<br />
necesariamente como muy destructivo. Lo más probable, sin
embargo, es que se vuelva peligroso cuando su necesidad ha<br />
sido reprimida. Entonces tiende a estallar en una forma extrema,<br />
social o individualmente. Esta tendencia del conflicto a<br />
tornarse en violencia cuando se reprime actúa como disuasor<br />
masivo para los subordinados. Se presenta como si siempre<br />
fuera una forma de extremismo cuando, de hecho, lo que<br />
resulta peligroso es no reconocer su necesidad. Esta forma<br />
destructiva extrema produce miedo, pero no es un conflicto. Es<br />
más bien lo contrario; el resultado final del intento de evitarlo y<br />
reprimirlo.<br />
Además de esta forma de disuasión psicológica masiva,<br />
también está el hecho incuestionado de que en cualquier situación<br />
del mundo real los dominadores tienen la mayor parte del<br />
poder real. Esa es también una forma de disuasión potente.<br />
Pero incluso con estas dos formas de disuasión, sigue siendo<br />
importante preguntarse por qué, en concreto, las mujeres no<br />
avanzan tan bien y rápidamente como podrían. Un factor importante<br />
es su falta de disposición a iniciar el conflicto.<br />
Inicio del conflicto<br />
Para una mujer, incluso sentir que tiene un conflicto con los<br />
hombres ha venido significando que algo iba mal en ella «psicológicamente»,<br />
dado que se supone que han de «llevarse bien» si<br />
todo es «correcto». <strong>La</strong> sensación inicial de conflicto se convierte<br />
así en una prueba casi inmediata de que está equivocada y es<br />
«anormal». Algunos de los impulsos y fuentes de energía más<br />
valiosos de las mujeres se quedan en el tintero por eso mismo.<br />
Se ven sometidas a una enorme presión que les lleva a creer que<br />
están equivocadas: son ellas quienes tienen la culpa, debe de<br />
haber algo muy equivocado en ellas.<br />
Nosotros afirmamos que cuando las mujeres tienen la sensación<br />
de estar en conflicto, hay buenas razones para pensar que<br />
deben de estar en tal conflicto. Esto, al menos, puede ayudar en<br />
principio. <strong>La</strong>s energías y esperanzas femeninas no se verán
frustradas antes de empezar a acumularse. En el pasado las<br />
mujeres vivían en un entorno de conceptos y presunciones<br />
destructivos para ellas. Intentaban encajar en un modelo de<br />
conducta que no se ajustaba a nadie; y se culpaban a sí mismas<br />
si no podían deformarse para encajar o si sentían que se producía<br />
un conflicto durante el proceso. (Los hombres también han<br />
sentido, a su manera, que estaban intentando «encajar en un<br />
encaje inencajable», como dijo Kenneth Burke, pero la forma<br />
específica de desajuste es diferente en ambos sexos.)<br />
Para pasar de estas generalidades a algunos de los aspectos<br />
específicos de las mujeres de hoy, podríamos volver a los casos<br />
de Jane, Doris y Nora, cuya búsqueda de autoconocimiento y<br />
acción autodirigida comentamos en capítulos anteriores. Cada<br />
una de ellas se enfrentaba a algún obstáculo personal en su<br />
camino, y para dar el siguiente paso todas tenían que iniciar<br />
un conflicto. Para Doris era con su marido, para Nora con<br />
las mujeres de su grupo, para Jane con sus compañeras de<br />
trabajo.<br />
Cada una de ellas demostró una dimensión superior del<br />
inicio de un conflicto, pues todas tenían que enfrentarse también<br />
a su vieja autoimagen, que creían que necesitaban. Esta<br />
era una forma de conflicto igual de difícil de manejar que el que<br />
las enfrentaba a los demás. Doris y Nora tenían una imagen de<br />
sí mismas de mujer siempre «fuerte», que no era ni válido ni<br />
necesario. Jane se veía como la mujer débil y dependiente. En<br />
cada caso estas imágenes bloqueaban el desarrollo; se interponían<br />
en el proceso de adquirir más fuerza.<br />
Reivindicación del conflicto positivo<br />
Hemos sugerido que avanzar hacia lo nuevo, desarrollarse<br />
más, suele acarrear conflictos. Será inevitable que haya conflictos<br />
con el propio nivel de conciencia anterior, en el sentido<br />
más amplio. En medio de tal proceso tenemos una necesidad<br />
absoluta de los demás. Nora, por ejemplo, no podría haber
comprendido su nueva imagen ella sola. Necesitaba otras personas<br />
con las que compartir y asumir los riesgos, gente en quien<br />
confiar (o con quien empezar a construir una base de confianza,<br />
dado que ésta no se crea de la nada).<br />
Es más, a medida que uno intenta desarrollarse en oposición<br />
al marco imperante de la cultura dominante, es difícil estar<br />
seguro de que está percibiendo las cosas claramente. No es fácil<br />
creer que se está en lo cierto y que se tienen derechos. Por todo<br />
ello, es esencial una comunidad de personas que piensen de<br />
forma similar.<br />
En el pasado, probablemente la peor amenaza a la que se<br />
enfrentaban las mujeres que planteaban conflictos era la de la<br />
condena y el aislamiento; sobre todo este último. (Seguramente<br />
se trata del arma definitiva contra casi todo el mundo pero,<br />
como hemos visto tantas veces, la situación estaba estructurada<br />
de forma que para las mujeres parecía inminente.) Ellas ya han<br />
construido entornos solidarios que les ayuden a superar tal<br />
amenaza. Ciertamente, todos necesitamos toda la ayuda que<br />
podamos conseguir. Es difícil vislumbrar el camino uno solo,<br />
tener una visión certera sobre qué aspectos del conflicto son o<br />
no adecuados, saber cuándo tenemos el derecho a pedir o a<br />
hacer valer nuestros derechos y cuándo estamos planteando<br />
demandas exageradas o distorsionadas.<br />
No es un camino fácil o directo. Los significados cambian y<br />
se ven influidos por el curso del propio conflicto. ¿Quién es<br />
capaz de conocer clara y directamente todas sus necesidades en<br />
cualquier momento? Casi siempre se plantean de forma poco<br />
clara. Especialmente si son importantes pueden estar cargadas<br />
de emotividad y ser difíciles de discernir. Plantear estos conflictos<br />
requiere valor. <strong>La</strong> esperanza de éxito radica en el contacto<br />
respetuoso con los demás. Hasta ahora se animaba a las mujeres<br />
a detenerse antes de empezar; no hacía falta decirles que<br />
tenían pocas posibilidades de ganar, y menos aún de llegar a un<br />
acuerdo respetuoso. Todo esto puede ser diferente ahora. <strong>La</strong>s<br />
mujeres han empezado a crear el entorno en el que participar<br />
en una interacción respetuosa y en conflictos reales.
Epilogo: sí, pero...<br />
Uno de los problemas del término «insight» tal como se<br />
suele emplear en psicología es que empezamos a entender algo<br />
-un síntoma, un rasgo de carácter, una forma de vida- sólo<br />
después de haber empezado a cambiarlo. Hasta ese momento<br />
no se puede ver de verdad. (Igual que los prisioneros en el mito<br />
de Platón, encadenados a la pared de una gruta, creemos que<br />
las cosas son como parecen a pesar de haber visto sólo sus<br />
sombras.)<br />
Sólo gracias a que las mujeres han empezado a cambiar su<br />
situación podemos percibir nuevas formas de comprenderlas.<br />
Sólo gracias a que muchas mujeres valientes han dicho una vez<br />
más, en nuestros tiempos, «nos negamos a ser de segunda<br />
clase», podemos empezar a ver todos los significados contenidos<br />
en tal status; no sólo para ellas sino para la estructura<br />
completa de la mente humana y para nuestros intentos de<br />
entender cómo funciona.<br />
Además de en la teoría psicológica, estos cambios se aprecian<br />
en los hechos concretos de la vida diaria. En mi propio<br />
trabajo terapéutico, por ejemplo, constato que muchas mujeres<br />
desean explorar sus propias necesidades y evaluarse en sus<br />
propios términos; y parece que es importante hacerlo. Puede<br />
parecer sencillo, pero no siempre lo es. En el pasado las mujeres<br />
tendían a empezar preguntándose qué había de equivocado en<br />
ellas que hacía que no pudieran encajar en las necesidades y<br />
planes de los hoAbres. Esta diferencia indica un cambio tremendo.<br />
Es un cambio que la terapia no puede alcanzar. Precede<br />
a ésta, pero su impacto sobre ella es enorme. Hay otras conse
cuencias para la terapia que no hemos detallado aquí. Eso<br />
queda por hacer. Ya hay un gran número de mujeres y grupos<br />
femeninos ocupándose de estas tareas. En muchos casos lo<br />
están haciendo de forma nueva, más abierta y más cooperativa.<br />
Es evidente que he intentado sugerir en lugar de formular<br />
definiciones. Me gustaría pensar en este libro como un paso en<br />
un proceso en el que participa mucha gente. Varias personas<br />
han oído algunas de estas ideas y me han ayudado con ellas<br />
durante todo el camino. <strong>La</strong> respuesta de cierta mujer me resultó<br />
muy recompensadora. Me dijo, «mientras leía hubiera querido<br />
decirle, “sí, pero...”, y “no, no explica eso...”». Si podemos<br />
hacer esto mutuamente podremos continuar refínando, revisando<br />
y finalmente repensando todas nuestras ideas. ¡Lo maravilloso<br />
es que hoy en día tenemos una comunidad entera de<br />
personas que pueden hacerlo!<br />
Una comunidad de mujeres solidaria y con un objetivo,<br />
dirigidas a la consecución de sus metas autodeterminadas es<br />
algo nuevo. Ha creado una atmósfera y un medio que da una<br />
cualidad enteramente nueva a la vida. Adelanta y fomenta los<br />
intentos de conocimiento y la convicción personal sobre el<br />
contenido y los métodos de adquirir conocimiento. Crea un<br />
sentido nuevo de conexión entre el conocimiento, el trabajo<br />
y la vida personal. Todo esto ha empezado a sucederles a las<br />
mujeres.