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El Conflicto de los Siglos EGW

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

gemidos y aun <strong>los</strong> que morían <strong>de</strong> hambre hacían un supremo esfuerzo para lanzar un lamento <strong>de</strong> angustia<br />

y <strong>de</strong>sesperación.<br />

Dentro <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros la carnicería era aún más horrorosa que el cuadro que se contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

afuera; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, soldados y sacerdotes, <strong>los</strong> que peleaban y <strong>los</strong> que pedían<br />

misericordia, todos eran <strong>de</strong>gollados en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada matanza. Superó el número <strong>de</strong> <strong>los</strong> asesinados al <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> asesinos. Para seguir matando, <strong>los</strong> legionarios tenían que pisar sobre montones <strong>de</strong> cadáveres." —<br />

Milman, History of the Jews, libro 16. Destruido el templo, no tardó la ciudad entera en caer en po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> romanos. Los caudil<strong>los</strong> judíos abandonaron las torres que consi<strong>de</strong>raban inexpugnables y Tito las<br />

encontró vacías. Contemplólas asombrado y <strong>de</strong>claró que Dios mismo las había entregado en sus manos,<br />

pues ninguna máquina <strong>de</strong> guerra, por po<strong>de</strong>rosa que fuera, hubiera logrado hacerle dueño <strong>de</strong> tan<br />

formidables baluartes. La ciudad y el templo fueron arrasados hasta sus cimientos. <strong>El</strong> solar sobre el cual<br />

se irguiera el santuario fue arado "como campo. (Jeremías 26: 18.) En el sitio y en la mortandad que le<br />

siguió perecieron más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> judíos; <strong>los</strong> que sobrevivieron fueron llevados cautivos, vendidos<br />

como esclavos, conducidos a Roma para enaltecer el triunfo <strong>de</strong>l conquistador, arrojados a las fieras <strong>de</strong>l<br />

circo o <strong>de</strong>sterrados y esparcidos por toda la tierra.<br />

Los judíos habían forjado sus propias ca<strong>de</strong>nas; habían colmado la copa <strong>de</strong> la venganza. En la<br />

<strong>de</strong>strucción absoluta <strong>de</strong> que fueron víctimas como nación y en todas las <strong>de</strong>sgracias que les persiguieron<br />

en la dispersión, no hacían sino cosechar lo que habían sembrado con sus propias manos. Dice el profeta:<br />

"¡Es tu <strong>de</strong>strucción, oh Israel, el que estés contra mí; . . . porque has caído por tu iniquidad!" (Oseas 13:<br />

9; 14: 1, V.M.) Los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> <strong>los</strong> judíos son muchas veces representados como castigo que cayó<br />

sobre el<strong>los</strong> por <strong>de</strong>creto <strong>de</strong>l Altísimo. Así es como el gran engañador procura ocultar su propia obra. Por<br />

la tenacidad con que rechazaron el amor y la misericordia <strong>de</strong> Dios, <strong>los</strong> judíos le hicieron retirar su<br />

protección, y Satanás pudo regir<strong>los</strong> como quiso. Las horrorosas cruelda<strong>de</strong>s perpetradas durante la<br />

<strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> Jerusalén <strong>de</strong>muestran el po<strong>de</strong>r con que se ensaña Satanás sobre aquel<strong>los</strong> que ce<strong>de</strong>n a su<br />

influencia. No po<strong>de</strong>mos saber cuánto <strong>de</strong>bemos a Cristo por la paz y la protección <strong>de</strong> que disfrutamos.<br />

Es el po<strong>de</strong>r restrictivo <strong>de</strong> Dios lo que impi<strong>de</strong> que el hombre caiga completamente bajo el dominio <strong>de</strong><br />

Satanás. Los <strong>de</strong>sobedientes e ingratos <strong>de</strong>berían hallar un po<strong>de</strong>roso motivo <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento a Dios en<br />

el hecho <strong>de</strong> que su misericordia y clemencia hayan coartado el po<strong>de</strong>r maléfico <strong>de</strong>l diablo. Pero cuando<br />

el hombre traspasa <strong>los</strong> límites <strong>de</strong> la paciencia divina, ya no cuenta con aquella protección que le libraba<br />

<strong>de</strong>l mal.<br />

Dios no asume nunca para con el pecador la actitud <strong>de</strong> un verdugo que ejecuta la sentencia contra<br />

la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a <strong>los</strong> que rechazan su misericordia, para que recojan<br />

<strong>los</strong> frutos <strong>de</strong> lo que sembraron sus propias manos. Todo rayo <strong>de</strong> luz que se <strong>de</strong>sprecia, toda admonición<br />

que se <strong>de</strong>soye y rechaza, toda pasión malsana que se abriga, toda transgresión <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, son<br />

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